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REPORTAJE: PSICOLOGÍA

Conectar con nosotros Mismos


CRISTINA LLAGOSTERA 29/08/2010

A veces somos demasiado racionales. Y mucha gente decide no atender ni al lenguaje del cuerpo ni a las
intuiciones ni a las emociones. A costa de no conocernos bien y perder el rumbo.

Una paradoja de nuestra época es que el ser humano es capaz de viajar por el espacio, estudiar la estructura
íntima de la materia o cartografiar su propio mapa genético, pero seguir siendo un desconocido para sí
mismo. Nuestra atención se proyecta continuamente hacia fuera, fascinada ante la complejidad y los
misterios del mundo. Contamos con conexiones fáciles e instantáneas con el exterior -Internet, televisión,
móviles...-, pero quizá no sabemos cómo acceder a nuestro interior.

Descuidar esta conexión sin duda tiene un precio. Sensaciones de vacío, sinsentido y confusión señalan de
manera más o menos intensa que se ha perdido ese contacto íntimo con la propia esencia. Y vivir volcado
hacia fuera puede hacer que se pierda una parte importante de la experiencia: la que transcurre dentro.

Las emociones, las sensaciones, los mensajes del cuerpo, los pensamientos, la voz de la intuición aportan la
información más constante y directa de que disponemos. Solo desde esta conexión interna una persona puede
estar centrada, sabiendo quién es y hacia dónde desea dirigirse.

Una capacidad natural

"Cuando el hombre descubrió el espejo empezó a perder su alma" (Erich Fromm)

Hay personas que logran mantener viva esa conexión consigo mismas, e incluso utilizarla para diferentes
fines, mientras que para otras supone una sensación lejana, casi olvidada. Cuando somos niños poseemos esa
capacidad de manera natural. Sin embargo, con el tiempo esta comunicación puede ser interferida. En esa
desconexión influye, por un lado, la primacía que se otorga a la razón por encima de otras funciones como
percibir o sentir. Se confía en lo que se puede comprobar o palpar, mientras que se relega lo subjetivo a un
papel casi insignificante.

Por otro lado, la capacidad de ser conscientes supone un arma de doble filo. Conecta a la persona con su
realidad interna, pero también bloquea lo que no se ajusta a lo establecido.

Vivir desconectado

"Cada día sabemos más y entendemos menos" (A. Einstein)

Perder esta conexión conlleva consecuencias. Algunas personas, por ejemplo, descubren en algún momento
que su vida no es lo que querían, pues quizá se han dejado llevar por las circunstancias sin preguntarse más
allá. No resulta agradable sentirse un extraño con uno mismo. Sucede sobre todo cuando alguien busca
adaptarse tanto a lo que se espera de él o mantener una buena imagen, que termina olvidando quién es
realmente.

También hay personas que escapan continuamente del contacto consigo mismas, llenando sus horas con
actividades, relaciones, adicciones... Cuando cesan las distracciones externas y se hace el silencio aparecen
con más fuerza los miedos o carencias no resueltos.

Crear puentes

A veces, el sufrimiento o la enfermedad implican una entrada rápida a una mayor conciencia de uno mismo.
Sin embargo, es preferible no esperar a encontrarse en una situación crítica; en cualquier instante, una
persona puede empezar a crear puentes que conecten con diferentes niveles de su experiencia interna. Estas
son las vías:

1. El diálogo interior

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"El lenguaje es la casa del ser" (Heidegger)

Un primer contacto puede ser observar el diálogo que se mantiene con uno mismo. Allí se condensan gran
parte de los pensamientos, ideas, preocupaciones y obsesiones que ocupan la mente. Estos diálogos ocurren
de manera continua, seamos conscientes o no, y pueden aportar una información valiosa sobre uno mismo.
Las palabras, el tono, la manera de expresarse, incluso a nivel interno, ejercen una gran influencia. Nos
sentimos muy diferentes al hablarnos de manera crítica o despectiva que si predomina un tono comprensivo y
tranquilizador. Buscar el silencio o la quietud permite empezar a escuchar ese diálogo.

2. El cuerpo

"He dejado de hacer preguntas a las estrellas y libros; he empezado a escuchar las enseñanzas
que me susurra mi sangre" (Hermann Hesse)

A veces vivimos escindidos del cuerpo, considerado comúnmente como el hermano tonto de la cabeza. Al no
entender sus cambios, su lenguaje, ni el sentido de los síntomas, se presta poca atención a sus mensajes. Más
bien se intentan controlar o tapar esas señales cuando resultan molestas u obligan a modificar los planes. Sin
embargo, el cuerpo es el canal de conexión entre el mundo exterior y el interior. A través de él
experimentamos y percibimos la realidad, y a la vez refleja nuestra historia. Cada síntoma o manifestación
corporal dice algo de nosotros.

Quizá no podamos comprender siempre sus razones, pero es preciso aprender a confiar más en la sabiduría
del propio cuerpo. En lugar de bloquear sus señales, se puede optar por escucharlas. En vez de desconectar de
las sensaciones, se pueden utilizar como indicaciones útiles.

3. Las emociones

"Las emociones, cuando se integran con la razón, nos hacen más sabios" (Leslie S. Greenberg)

También las emociones han sido consideradas inferiores a la razón, como un vestigio de nuestra parte más
primitiva e instintiva. No es de extrañar que produzca tanto miedo adentrarse en ellas.

La emoción es ciertamente más antigua que la razón, pues constituye un tipo de inteligencia más instantánea.
Si se despierta miedo o rabia, todo el cuerpo se prepara para la acción, pues ante un peligro real no hay
tiempo para pensar. Sabemos que dejarse llevar por la emoción puede suponer un problema, pero ignorar o
reprimir lo que se siente, también, pues la tensión emocional acumulada tiende a desbordarse. Una buena
medida es mantener una conexión continua con las propias emociones, lo cual suele ser garantía de una
mayor capacidad para encauzarlas. La emoción es un indicio que informa de cómo estamos viviendo algo y,
bien utilizada, puede ayudar a resolver situaciones o mejorar la relación con los demás.

4. El inconsciente

"La mente es un profundo océano, pero nosotros solo logramos ser conscientes de la leve
espuma de la superficie" (Henry Laborit)

El inconsciente, más allá de la visión negativa que a veces se tiene de él como un sumidero de impulsos o
recuerdos reprimidos, constituye una parcela enorme de la mente (se le atribuye en torno al 85% de la
capacidad cerebral) repleta de posibilidades aún desconocidas.

La mente consciente se encarga de razonar, discriminar, analizar la información y tomar decisiones. La


mente inconsciente actúa de manera totalmente distinta: controla las funciones involuntarias del organismo,
capta y almacena toda la información de los sentidos y contiene la memoria emocional. El psiquiatra Carl
Gustav Jung lo definía como un pozo inabarcable de información al que es posible asomarse para aprender
tanto acerca de uno mismo como del mundo.

Las intuiciones, los sueños, los momentos de inspiración tienden un puente entre consciente e inconsciente.
Nuestra mente almacena muchos datos, impresiones y percepciones que no conocemos, pero que en un
momento dado pueden aflorar a la superficie. Contamos con una sabiduría que va más allá de la razón, y que
se muestra de manera más clara cuanto más conectamos con nosotros mismos.

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Mantener el ancla
“No corras, ve despacio, que adonde tienes que ir es a ti solo” (Juan Ramón Jiménez)

Conectar significa unir, establecer una comunicación. Hemos llevado muy lejos nuestra capacidad
intelectual, pero quizá hemos olvidado que existen otros medios para aprehender la realidad: la
inteligencia del cuerpo, de las emociones, del inconsciente… Se trata de conocimientos simplemente
diferentes, complementarios a la razón. Cada persona puede buscar en su interior la sensación de estar
conectada. Quizá recuerde un momento en que se sentía especialmente relajada y lúcida. Estar en
contacto con uno mismo es como mantener un ancla que permite mantener la calma y firmeza interior.

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