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donde todo se empeora a medida que mejora. Mejoran las cosas, los procedimientos,
los sistemas, las técnicas, las máquinas, las organizaciones. Pero el hombre no está
bien, es decir, con las condiciones necesarias para vivir y trabajar como persona.
No puede existir bienestar allí donde falta esa seguridad, allí donde el futuro del
trabajador es incierto porque no sabe cuál es el destino de sus aspiraciones, ya que lo
que cuenta -por sobre sus capacidades- es el crecimiento económico, la eficacia o el
progreso técnico. Esta necesidad de seguridad es primera en la persona y sin ella se
tambalea uno de los valores fundamentales: la libertad.
Si una empresa es sociedad de hombres libres donde cada uno aporta, no podemos
deducir, en buena lógica, que los propietarios del capital sean los dueños de la
empresa y con ello de lo más valioso, el trabajo. Aun concediendo que lo sean de los
medios de producción, quedaría por examinar la asombrosa diferencia entre el
producto y el salario del trabajador, causa de tantas injusticias y punto básico para
entender los fallos en la concepción del bienestar.
El trabajo implica una realidad plural que abarca niveles biológicos, sicológicos,
sociales y culturales. Todos deben tenerse en cuenta al sistematizarlo y ordenarlo a
unos objetivos. En la empresa actual hay esfuerzos loables por localizar los distintos
factores que afectan a esos niveles y su repercusión en las persona del trabajador. Sin
embargo, se observa una debilidad de fondo: que el fenómeno or-ganizativo
burocrático se impone privando de espacio a la persona para manifestar su riqueza
interior y su creatividad.
Activismo y paternalismo
El activismo lo representa al hacer incesante, la continua elaboración de planes y
proyectos, el afán de gestión. Veo la burocratización como endemia general que afecta
a todos los estratos. En cambio, el activismo lo atribuyo más a los directivos
empresariales. Pero se fomentan mutuamente.
Creatividad laboral
Comparto la idea de Pierpaolo Donati cuando dice que el trabajo creador resulta de un
equilibrio dinámico donde se combinan libertad y necesidad, riesgo y responsabilidad,
esfuerzo y satisfacción. Se falsea esa integración, por ejemplo, cuando no se permite
al individuo el riesgo y la posibilidad de error. Si se miraran los errores en el trabajo
como resultados de un in-tento por acertar, entonces no habría tanto temor a las
equivocaciones. Digo se miraran, no que se acepten o que no tengan importancia.
Como en otros ordenes de la vida, del error puede salir mejorada la persona si recibe
la ayuda oportuna. La experiencia da testimonio de muchos casos en que el trabajador
no considera su labor como factor de logro de fines distintos de los económicos.
Síntoma grave de la crisis existente, que de todos modos es una crisis cultural, porque
el trabajo no permite a muchos hombres un cultivo de aspectos fundamentales en su
vida, acomodados a sus circunstancias: concepción del mundo, capacitación
profesional, actitud ética ante la vida, saber especializado, conocimiento de la
sociedad en la que vive, participación en sus problemas, y ánimo para vivir.
Sólo me resta terminar estas consideraciones diciendo con O'Connor: "Si la base
filosófica de un esquema social es humana, con el hombre como sujeto y con su
bienestar como propósito principal del sistema, y si el vasto poderío de la ciencia y de
la tecnología está al servicio de este noble fin, entonces el resultado será una gran
sociedad".