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Citando a Roszak diría que estamos viviendo la terrible paradoja de una sociedad

donde todo se empeora a medida que mejora. Mejoran las cosas, los procedimientos,
los sistemas, las técnicas, las máquinas, las organizaciones. Pero el hombre no está
bien, es decir, con las condiciones necesarias para vivir y trabajar como persona.

Un trabajo que no mejore el hombre es una amenaza a la subsistencia de la persona,


pues la condición de trabajador convierte al hombre en constructor y señor de un
mundo para el bien de todos.

Tensiones del hombre en el trabajo


Primera tensión: Inseguridad
Hablo de la inseguridad en el trabajo cuando los cambios de técnicas, sistemas u
ordenamientos empresariales bloquean al trabajador, frenan sus fuerzas, dificultan las
opciones de la persona o su capacidad de adaptación al medio. Inseguridad que se
aumenta ante la sombra cercana del desempleo, realidad que en términos colectivos
tiene que ver mucho con la angustia del hombre. En la sociedad laboral, una persona
que se da cuenta de la posibilidad de ser rotulada entre quienes no sirven para lo que
el patrono quiere en la línea de la producción, pierde seguridad en sí misma.

No puede existir bienestar allí donde falta esa seguridad, allí donde el futuro del
trabajador es incierto porque no sabe cuál es el destino de sus aspiraciones, ya que lo
que cuenta -por sobre sus capacidades- es el crecimiento económico, la eficacia o el
progreso técnico. Esta necesidad de seguridad es primera en la persona y sin ella se
tambalea uno de los valores fundamentales: la libertad.

Segunda tensión: Pérdida de la libertad


El hombre, con el trabajo, o gana libertad o pierde libertad. A esto último suele
denominarse enajenación. No se estimula a la persona. Se le da un trato inequitativo.
El trabajo es trabajo-mercancía, factor de producción, donde la creatividad
corresponde al patrono, dador de trabajo, mientras el trabajador es prestador de
servicios. Es el típico esquema de la división capitalista del trabajo, donde hay alguien
que vende su capacidad y se subordina al provecho del conjunto, pero el intercambio
no guarda razones de equidad alguna. Para mí esta pérdida de libertad que padece el
trabajador, se debe a un tipo de subordinación que hace que la mayor parte de las
personas estén sometidas a una presión burocrática que les niega la posibilidad de
una mayor y mejor satisfacción en su trabajo habitual y en la búsqueda de su plenitud
humana. O sea, se dan la rentabilidad y la eficiencia a costa de la libertad.

Así por ejemplo, el espectáculo del crecimiento de las grandes corporaciones


contrasta, anota Terkel, con el hecho de que las personas se hacen más y más

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insignificantes. Parece que la libertad de éstas fuera una concesión del poder de
aquellas. Parte de esta pérdida de libertad se debe a que la empresa está apoyada
más en los valores del patrono que en los del trabajador. Contribuye a esta situación
el incesante bombardeo de los esquemas tecnocráticos en los que el sis-tema y la
organización están por encima del hombre, no sólo en los resultados, sino en el punto
de partida y en el método.

Si una empresa es sociedad de hombres libres donde cada uno aporta, no podemos
deducir, en buena lógica, que los propietarios del capital sean los dueños de la
empresa y con ello de lo más valioso, el trabajo. Aun concediendo que lo sean de los
medios de producción, quedaría por examinar la asombrosa diferencia entre el
producto y el salario del trabajador, causa de tantas injusticias y punto básico para
entender los fallos en la concepción del bienestar.

Tercera tensión: Deshumanización del trabajo


Al decir de O'Connor "lo que nadie parece saber todavía, salvo casos muy contados, es
cómo reconstruir la integridad individual y comunitaria después de que esta integridad
ha sido masivamente despedazada por la modernización tecnológica lograda mediante
la negación sistemática del espíritu humano en los asuntos sociales".

El trabajo implica una realidad plural que abarca niveles biológicos, sicológicos,
sociales y culturales. Todos deben tenerse en cuenta al sistematizarlo y ordenarlo a
unos objetivos. En la empresa actual hay esfuerzos loables por localizar los distintos
factores que afectan a esos niveles y su repercusión en las persona del trabajador. Sin
embargo, se observa una debilidad de fondo: que el fenómeno or-ganizativo
burocrático se impone privando de espacio a la persona para manifestar su riqueza
interior y su creatividad.

La esclerosis es un fenómeno biológico de endurecimiento de los tejidos, y se


denomina múltiple cuando ataca al cerebro y la médula en diferentes puntos,
acompañada de descoordinación de los movimientos, de alucinaciones y de otros
fenómenos. Las condiciones del trabajo tienden a producir algo parecido en la
personalidad del trabajador. Eso ocurre por ejemplo cuando alguien se siente como un
ob-jeto en su trabajo, cuando la oficina o taller es jaula, o simplemente cuando
después de trabajar hay tristeza.

Inadecuación del contrato laboral


Tan injustificable me parece el contrato de trabajo de tipo mercantilista, propio del
capitalismo (trabajo alquiler de servicios), como aquel otro en el que la propiedad
colectiva de lo medios de producción implica propiedad también sobre el trabajo en
cuanto control total sobre el rendimiento del mismo, ya que se ven amenazadas
libertades como la elección de trabajo y el derecho a la huelga. Obviamente no

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podemos soñar con la utopía de una situación laboral de no dependencia o no
enmarcada en una oganización, o no delimitada mediante un contrato. Sería como
diseñar un vergel en lugar de una ciudad o aspirar al bienestar absoluto. En una
sociedad como la actual, vista en su perfil propio, valdría la pena intentar que el
trabajo tuviera ese carácter de principio ordenador forzando más a la propiedad
privada a cumplir su función social. El capital debe servir más y el trabajo lograr un
influjo más determinante sobre el mecanismo de los precios. La mayor productividad
económico-social es requisito básico para una política salarial. Pero dejemos este tema
ahí donde quería llevarlo, es decir, al punto de asegurar al trabajo siquiera los mismos
derechos que a la propiedad. Así, al menos, en una sociedad de mercado, el trabajo
podría mejorar su competitividad, acercándose a costos que podríamos denominar
socialmente necesarios, más naturales en cierto sentido y menos some-tidos al criterio
mercantilista (Messner).

Activismo y paternalismo
El activismo lo representa al hacer incesante, la continua elaboración de planes y
proyectos, el afán de gestión. Veo la burocratización como endemia general que afecta
a todos los estratos. En cambio, el activismo lo atribuyo más a los directivos
empresariales. Pero se fomentan mutuamente.

Son paternalistas el Estado y el empresario benefactores frente al trabajador


beneficiado. Dadores frente a receptores. Polaridad absurda porque no solo el
trabajador es dador sino que el orden necesidad-satisfacción puede ser al revés de lo
habitual: el trabajador es fuente de bienestar para el patrono, que en ciertos aspectos
lo requiere hasta más. Paternalismo que confunde el bienestar con las instituciones de
bienestar. Organizaciones, departamentos y servicios previstos para eso, cuyo
resultado, a veces, es negativo. Confusión tan grave como la de pensar que un
individuo tiene resuelto su bienestar individual en razón de la cantidad de dinero de
que disponga.

Las contraprestaciones laborales


Paternalismo fundado en la idea de que las instituciones de bienestar proceden de la
liberalidad del patrono. Se parte de la base -poco firme- del trabajo como prestación
de servicios (concepción individualista) opuesta a la del trabajo como totalidad de
compromiso que afecta a la persona. La contraprestación no tiene ese carácter de
totalidad. Entre otras razones porque las prestaciones sociales le quitan fuerza al
salario y se prestan a engaños al trabajador. Se puede hablar de que suele darse un
despilfarro prestacional en las empresas mientras falta una política so-cial, es decir,
una política de bienestar que concuerde mucho más con el carácter de entrega que se
da por parte del trabajador.

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Si el trabajador com-promete algo más que sus manos o su eficiencia o habilidad,
porque en el trabajo se "le va la vida" y ahí están sus aspiraciones y sus anhelos, la
correspondencia debería ser más equitativa. La justicia, para que exista un bienestar
integral, reclama fortalecer el salario, no desvirtuarlo, ni disimularlo en las
prestaciones. Lo extraño es que las empresas piensen en una retribución que vaya
más allá de la justicia -¡qué pocas se conocen!- y sin embargo, es más frecuente ver
una entrega personal al trabajo que va más allá del contrato laboral y se convierte en
pasión, en vivir para eso, en comunidad de intereses. Una concepción social del
trabajo conduce a la idea de empresa como comunidad que permite la integración del
hombre y el logro de beneficios personales, sociales y económicos.

Sentido de las relaciones humanas


Además del quiebre de las relaciones de justicia en la con-sideración del trabajo y sus
contraprestaciones, hay que mencionar otro obstáculo al bienestar; el quiebre de las
relaciones humanas. Por desgracia no se inspiran en la confianza, en la solidaridad, en
el amor al prójimo. ¡Tanta insistencia en el amor en otros niveles de la vida y tan poca
en las relaciones laborales! Donde no hay amor hay vacío y donde el amor inspira la
convivencia, la relación laboral es más justa.

Lo verdaderamente útil es el trabajo, no simplemente lo que se hace o se logra. Por


eso todas las tareas, desde las manuales hasta las más intelectuales son dignas de
valoración porque si en ellas predomina lo humano, la dirección inteligente al fin, se
está alcanzando lo importante: trabajar para vivir (no vivir para trabajar), para
mejorar, para con-seguir medios que lleven a fines más altos, personales y sociales.

Nueva dimensión del trabajo


No es el sentirse bien en el trabajo lo que nos hace buenos. Más bien es el volvernos
buenos en el trabajo lo que nos hace sentirnos bien respecto de nosotros mismos
(O'Connor). Hoeffner lo define como "ejercicio, consciente, serio y exteriorizado
objetivamente, de las capacidades espirituales y corporales del hombre para la
realización de aquellos valores con los que el hombre cumple sus fines y con los que
presta un servicio a la sociedad". Sin este sentido no podríamos concebir la profesión,
el trabajo como un modo estable de vida, reconocido socialmente, y como la forma
inmediata al alcance de la per-sona para cooperar al bien común. Si el trabajo no
conduce al hombre a la plenitud, deriva fácilmente hacia la vía estrecha del trabajo-
mercancía, del trabajo que explota al hombre o en el que el hombre "explota" porque
lo ve bajo el prisma negativo de la disminución de personalidad, del agotamiento y del
cansancio, de la rutina o del aburguesamiento.

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Trabajo y concepción del hombre
Aquello de que el hombre debe ser señor de su trabajo y que con el trabajo participa
en cierta manera de una nueva creación, es algo que pertenece al patrimonio
cristiano. El trabajo no puede ser un valor absoluto como no lo puede ser la sociedad.
Como bien dice García Hoz, el trabajo justifica la vida pero no es la justificación de la
vida. Hay unas palabras que para mí sintetizan el panorama del trabajo humano como
fundamento del bienestar: "El trabajo es testimonio de la dignidad del hombre, de su
dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es
vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia
familia, medio de contribuir a la mejora de la sociedad en la que se vive, y al progreso
de toda la humanidad" (J.Escrivá). El trabajo -decía al comienzo- es compromiso total.
Este carácter de totalidad no significa, ni mucho menos, absorción de la personalidad
del trabajador por los mecanismos de orden tecnológico o por la organización laboral.
Se refiere más bien a que el verdadero trabajador se entrega a la tarea con todas sus
fuerzas. Entre sus elementos están: la aceptación de una obligación de realizar algo
concreto, el sometimiento a unas normas objetivas para el uso de instrumentos y
métodos, su adaptación a con-diciones espacio-temporales y el tener que realizar un
es-fuerzo acomodado a las exigencias y dificultades que se presentan (García-Hoz).
Estos elementos se com-plementan con uno que es indispensable en toda
consideración del trabajo: la responsabilidad ante el resultado de la actividad.

Creatividad laboral
Comparto la idea de Pierpaolo Donati cuando dice que el trabajo creador resulta de un
equilibrio dinámico donde se combinan libertad y necesidad, riesgo y responsabilidad,
esfuerzo y satisfacción. Se falsea esa integración, por ejemplo, cuando no se permite
al individuo el riesgo y la posibilidad de error. Si se miraran los errores en el trabajo
como resultados de un in-tento por acertar, entonces no habría tanto temor a las
equivocaciones. Digo se miraran, no que se acepten o que no tengan importancia.
Como en otros ordenes de la vida, del error puede salir mejorada la persona si recibe
la ayuda oportuna. La experiencia da testimonio de muchos casos en que el trabajador
no considera su labor como factor de logro de fines distintos de los económicos.
Síntoma grave de la crisis existente, que de todos modos es una crisis cultural, porque
el trabajo no permite a muchos hombres un cultivo de aspectos fundamentales en su
vida, acomodados a sus circunstancias: concepción del mundo, capacitación
profesional, actitud ética ante la vida, saber especializado, conocimiento de la
sociedad en la que vive, participación en sus problemas, y ánimo para vivir.

Fundamentación del bienestar


Trabajar equivale a hacer posible las condiciones como persona propias del hombre.
Trabajar es hacer posible la convivencia sin la cual la sociedad no logra sus fines, y la
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persona no realiza los suyos. Corren paralelas, por todo lo que he dicho, la conciencia
del hombre como trabajador y la conciencia de vivir. O se vive trabajando, o se vegeta
y se anula el sentido de lo humano.

El trabajo es el gran elemento de integración a nivel de cada persona, en su propia


unidad de vida, y a nivel social. Pero vana es esta filosofía y esta aspiración si al
trabajo no se une el bienestar. De él dice la Real Academia que "es estado de vida
abastecida de cuanto conduce a pasarlo bien y con tranquilidad". En esas palabras se
contienen de modo fundamental los elementos subjetivo y objetivo del bienestar y la
ecuación necesidad-satisfacción como exigencia personal. Hay en ella, sin embargo,
una huella de individualismo, que en las ex-presiones científicas no debería reflejarse.
No es asunto solo del diccionario. El eco individualista persiste unido a la concepción
utilitaria del trabajo. Por eso la necesidad de la unión integradora, el insistir en el
bienestar como estrategia global y como responsabilidad de toda la organización. Esto
constituye un audaz rechazo de la visión paternalista que considera el bienestar como
función aislada, o que confunde las instituciones que sirven de medio para el bienestar
con el bienestar mismo. Como afirma Millán: "el bienestar significa más que una
suficiencia o abundancia de bienes propiamente materiales, y antes también que un
estado subjetivo, la auto-expresión del peculiar espíritu del hombre en su
circunstancia material". El hombre, mediante el trabajo, no sólo busca el bienestar
sino que transforma todos los medios que alcanza en bienes de más alta calidad. Un
bienestar que no se cierra egoístamente en sí mismo, sino que por esencia debe ser
un fin abierto a otros fines, personales o sociales. Que mejor podríamos llamar calidad
de vida, personal y colectiva.

Sólo me resta terminar estas consideraciones diciendo con O'Connor: "Si la base
filosófica de un esquema social es humana, con el hombre como sujeto y con su
bienestar como propósito principal del sistema, y si el vasto poderío de la ciencia y de
la tecnología está al servicio de este noble fin, entonces el resultado será una gran
sociedad".

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