AddThis Sharing Buttons Share to FacebookFacebookShare to TwitterTwitterShare to LinkedInLinkedInShare to PinterestPinterestShare to WhatsAppWhatsApp Por: Marcio Enrique Sierra Mejía Muchos hondureños nos preguntamos por qué si nuestro Estado desde que surgen los gobiernos civiles se conduce por la ruta de edificar una sociedad con estructura democrática, la pobreza no se reduce significativamente, y por el contario, continúa la exigua minoría detentando la riqueza nacional, la corrupción aumenta y la violencia asociada con mafias criminales y maras desbordadas pareciera que se constituyeran en características crónicas del desarrollo nacional. Percibimos, una profunda contradicción entre los postulados teóricos de que la democracia equilibra a la sociedad hondureña y el favorecimiento de la desigualdad. ¡Para una muestra un botón! En Honduras, la renta per cápita en estos tiempos contemporáneos, es insultante para la mayoría de ciudadanos que generan las materias primas que dan riqueza a esa minoría rica. Precisamos, sin duda alguna, profundizar en las condiciones inherentes de la democracia en Honduras para revelar cuáles son los contenidos de verdad que, se presuponen, favorecen la desigualdad. Necesitamos de un riguroso análisis de campo sobre la democracia hondureña para ver hasta qué punto la desigualdad es un valor intrínseco a su lógica de existencia o es producto del gobierno del Estado. ¿Acaso el criterio fundamental de la efectiva e igualitaria participación de los ciudadanos en el control del gobierno de la comunidad no es un objetivo real de su democracia y lo que tenemos es una democracia oligárquica? He aquí donde reside la inconformidad con nuestro modelo de democracia. Se cuestiona la arbitrariedad a favor de minorías empresariales que pagan para sostenerla, el irrespeto de decisión individual para la designación de los representantes políticos, para el referéndum de las leyes y para el control de la labor ordinaria de la administración. Como que, los ciudadanos hondureños, no tenemos la misma oportunidad para divulgar sus ideas respecto a la organización social y a elegir conscientemente, los conciudadanos que nos representen en todas las esferas de poder. En nuestra sociedad, estamos enriqueciendo el concepto de democracia progresivamente, dándole “valores añadidos” que se presuponen, son puestos en práctica cuando decimos que tenemos una democracia como sistema político. Sin embargo, las atenciones de los derechos humanos se han descuidado por mucho tiempo sin que se haya visto un ejemplo sostenido de desempeño en la edificación de una estructura democrática que realmente represente el anhelo colectivo. La suposición de que la democracia en Honduras es el medio que reconoce igual libertad y derecho para todas las personas en la esfera del gobierno social; es precario. Apenas acarrea que, en su estructura, estemos trasponiendo los modos de ser de los hondureños en la sociedad; sus defectos privan más que sus virtudes, y en esto, es que se origina el conflicto entre la democracia formal y los valores éticos interpretados como consustanciales a nuestro sistema democrático. Los partidos políticos en general reflejan una moral dudosa, discutible y hasta complaciente con el grado de desigualdad o egoísmo en que coexistimos. Causando que la democracia más que en un medio eficaz para eliminar la pobreza, se convierta en un medio inefectivo para sacar de la pobreza, al país y a la sociedad en que vivimos. Decir que somos ideológicamente democráticos es un decir inexacto y populista porque no crea en los pobres la confianza, ni la esperanza de que, siendo democráticos, lograremos una sociedad con mejores oportunidades, bienestar e igualdad social. De allí que los nacionalistas, que son en la actualidad la fuerza política más fuerte de la sociedad política hondureña y con las mayores posibilidades de triunfar en las elecciones generales, deben asegurar que la democracia permita a los pobres hacer valer sus derechos, alterando las condiciones de gobierno, que solo favorecen a los ricos. Su misión es fundamentalmente redimir la pobreza de las clases más desfavorecidas, y cumplir las demandas de las mayorías, que otros, han sido incapaces de atender en tiempos pretéritos. El pacífico ejercicio democrático que hoy por hoy estamos gozando, debe contribuir a variar el reparto de la riqueza que está en pocas manos y convertir a Honduras, en un paraíso de intereses democráticos, que no ignora la situación de exclusión social en que viven las grandes mayorías de la población. Hay que salvar la ética personal en estructuras de poder democráticas de modo tal que las situaciones de pobreza se perciban alejadas de la marginalidad en que vive la mayor parte de nuestra población. La responsabilidad ética de los nacionalistas es enorme porque tienen que defender los intereses de los pobres, por encima de intereses propios de ciudadanos con grandes riquezas y poder económico, que francamente, son indiferentes ante la miseria en que estamos coexistiendo. Hay que propiciar un orden justo para conjugar la democracia como un esquema de valores éticos y morales que nos conduzca a un país más solidario.