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Al llegar a este momento, el Salmista se presenta ante Dios con una petición
intensa y pura: «Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre» (versículo 11). Es
realmente bella esta petición de poder conocer la voluntad de Dios, así como
la invocación para alcanzar el don de un «corazón entero», como el de un
niño, que sin doblez ni cálculos confía plenamente en el Padre para
adentrarse en el camino de la vida.
4. Sale entonces de los labios del fiel la alabanza al Dios misericordioso, que
no le deja caer en la desesperación y la muerte, en el mal y en el pecado (Cf.
versículos 12-13; Salmo 15,10-11).
Por tanto, «que lo diga cada cristiano, o mejor, que todo el Cuerpo de Cristo
lo grite por doquier, mientras soporta las tribulaciones, las diferentes
tentaciones, los innumerables escándalos: "¡Guarda mi alma porque soy
santo! Salva a tu siervo, Dios mío, pues espera en ti". Mira, este santo no es
soberbio, pues espera en el Señor» (vol. II, Roma 1970, p. 1251).
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Programación diaria
Salmo 86
Éste es otro salmo de David, con una oración suya. Este salmo se
destaca por introducir un nuevo nombre de Dios. En salmos
anteriores hemos visto los nombres "Elohim", que habla de Dios
como el creador, y "Jehová", que nos habla de Dios como
Salvador. En este salmo aparece el nombre "Adonai", que se ha
traducido como "Señor". Adonai era el nombre de Dios que el
judío devoto usaba (y aún lo usa) en vez de Jehová. Cuando un
judío ortodoxo ve el nombre Jehová (el llamado tetragrama
sagrado YHWH) no lo pronuncia. En realidad la pronunciación se
ha perdido y hoy se pronuncia generalmente Jehová o Yahweh. Y
así, el judío ortodoxo considerando que el nombre Jehová es muy
sagrado como para pronunciarlo, lo sustituye por Adonai. Adonai
se refiere a Dios como nuestro Salvador, que es un Dios santo, el
que ha podido extender sobre nosotros Su compasión y
misericordia.
Como Adonai aparece varias veces en este salmo, éste se
considera un salmo mesiánico en el sentido estricto de la palabra,
a causa de la naturaleza de la oración. Como ejemplo, leamos el
versículo 11 de este Salmo 86, que dice:
"Enséñame, Señor, tu camino, y caminaré yo en tu verdad;
afirma mi corazón para que tema tu nombre".
No hay manera de aplicar este versículo al Señor Jesús. Él nunca
habrá necesitado pronunciar una oración como ésta, porque Él
vino a cumplir la voluntad de Su Padre. Pero este versículo puede
aplicarse a usted y a mí. Necesitamos que se nos enseñen Su
camino y Su verdad. Y necesitamos tener corazones íntegros para
temer Su nombre. Cristo cumplió la voluntad del Padre, pero el
caso nuestro es diferente. Un expositor Bíblico llamado Grant dijo
lo siguiente. "Esto es ciertamente lo que se ve por todas partes
como la gran carencia existente entre el pueblo de Dios. ¿Cuánto
de nuestras vidas no se gasta en lo malo, o se malgasta en
incontables diversiones mezquinas que arruinan efectivamente lo
positivo de nuestro testimonio por Dios? Cuán pocos son los que
pueden decir con el apóstol Pablo: pero una cosa hago (Fil. 3:13).
Estamos fuera del camino, en ninguna manera intencionalmente,
pero nos detenemos a perseguir mariposas entre las flores, y no
progresamos seriamente. Cómo se debe sorprender Satanás,
cuando ve que nos apartamos de los reinos de este mundo y de
su gloria, cuando los consideramos como su tentación, y sin
embargo nos entregamos sin mucho pensar a cosas vanas, más
livianas que una pluma, en las cuales el niño gasta todas sus
fuerzas, y nosotros nos reímos de él. Si examináramos nuestras
vidas cuidadosamente en un interés como éste, cómo seríamos
conscientes de la multitud de ansiedades innecesarias, de
obligaciones imaginarias, de un relajamiento consentido, de
tonterías inocentes, que sin cesar nos desvían de aquello en lo
cual solamente hay provecho. Cuán pocos, quizás, se
preocuparían de enfrentar tal examen día a día de la historia no
escrita de sus vidas". Hasta aquí, la cita del profesor Grant.
Es una declaración bastante destacada. Encontramos que muchos
cristianos en el presente, no están cometiendo abiertamente un
pecado, digamos, pero sí que son perezosos. Están matando el
tiempo haciendo esto y aquello. Están ocupados en cosas por aquí
y por allá. Y lo principal de su obra se queda sin hacer. No están
cuidando lo que debieran cuidar y no están vigilando ni
protegiendo lo que debieran defender. No se mantienen alertas
en el servicio del Señor. Por eso necesitamos dirigir a Dios está
oración: "Afirma mi corazón para que tema tu nombre".
Ahora, lo que el salmista había dicho antes era: "Enséñame, oh
Señor, tu camino", y creemos que esa es la solución para un
corazón errante, dividido. Lo primero que dijo el apóstol Pablo
cuando se convirtió fue: "Señor, ¿qué quieres que haga"? (Hechos
9:6) Y el salmista tenía la respuesta: "Enséñame, oh Señor, tu
camino". Y el Señor ha prometido instruir a Sus hijos. ¡Cómo
necesitamos eso, en estos día, amigo oyente! Y Él lo había
prometido. Dice el Salmo 32:8, "te enseñaré el camino en que
debes andar".
Y nuestra respuesta debería ser: "caminaré yo en tu verdad". Y
eso quiere decir que nosotros debemos caminar en la luz y el
conocimiento que la Palabra de Dios nos proporciona.
Entonces Él recibirá la alabanza de todo nuestro corazón. Cuando
tenemos un corazón íntegro y dedicado a Él, nuestra alabanza es
aún más completa. Por ello dice el salmista en el versículo 12 de
este Salmo 86:
"Te alabaré, Señor, Dios mío, con todo mi corazón y glorificaré tu
nombre para siempre".
Los acentos de súplica y confianza de este salmo pueden fácilmente ser el arranque de la
oración de nuestro nuevo día. Como el salmista, llamemos todo el día y, si en algún
momento de la jornada nos creemos sumergidos en el mal o descorazonados por las
dificultades, recordemos las antiguas maravillas de Dios para con su pueblo -grande eres
tú, y haces maravillas- y esperemos que el Señor nuevamente nos ayudará y nos consolará.
Oración I: Inclina tu oído, Señor, a nuestras súplicas y ten piedad de nosotros, tú que eres
bueno y clemente; ten piedad, Señor, de nosotros, pues a ti estamos llamando todo el día;
salva a los hijos de tu esclava, ayúdanos y consuélanos. Te lo pedimos por Jesucristo
nuestro Señor. Amén.
Oración II: Escúchanos, Señor, que somos unos pobres y desamparados; enséñanos tu
camino y haz que nos mantengamos durante todo el día en el temor de tu nombre; que,
aunque nos veamos sumergidos en el abismo profundo, sepamos confiar en tu grande
piedad para con nosotros y bendecir tu nombre por los siglos de los siglos. Amén.
[Pedro Farnés]
***
VV. 1-5: Una serie de súplicas con motivos para que Dios actúe: la propia miseria, la
fidelidad, la confianza, la invocación insistente y las cualidades de Dios en la fórmula
litúrgica del verso 5.
VV. 7-10: Con la seguridad de ser escuchado, el salmista entona unos versos tomados de
himnos: el Señor es Dios único y universal.
V. 11: El corazón del hombre no se ha de dividir entre varios dioses, sino entregarse integro
al «temor» o culto del Dios único: con el auxilio de Dios puede el hombre amar a Dios «de
todo corazón».
VV. 12-13: Seguro de ser escuchado, el salmista promete y adelanta la acción de gracias,
«de todo corazón».
V. 17: La acción de Dios será un signo o señal que los enemigos reconocen a su pesar. El
salmo termina en tono de confianza.
Para la reflexión del orante cristiano.- Hay en esta súplica muchos versos copiados o
imitados de textos anteriores: son precisamente elementos de validez duradera. El siervo
invoca a su Señor, el fiel apela a la fidelidad. El Dios único y universal, que obra
maravillas, es sobre todo admirable porque mira y escucha, atiende y responde. Si el
cristiano busca «una señal propicia» se le dará «la señal de Jonás», la resurrección de
Cristo, que es la revelación suprema de la misericordia de Dios y el fundamento de nuestra
confianza.
***
Introducción general
Este salmo puede definirse como una carta desde la tierra al Rey del cielo. Imposible
descifrar la firma del mitente, tan pobre se presenta, tanto entrelaza los motivos. Pero el
salmo sí que tiene la belleza de ser la oración tranquila de un servidor humilde. Si lo que
busca es socorro, compasión, quietud y fuerza para enfrentarse con lo que aún le espera, lo
consigue con el abundante recurso al nombre del Señor. Aunque la estructura sea suelta, se
distinguen tres partes: la súplica (vv. 1-7), con numerosas motivaciones y sentimientos de
confianza; una parte hímnica (vv 8-13), cuya finalidad es mover con la alabanza y la
habitual acción de gracias; finalmente, una alusión más directa a los pesares del salmista
con la petición correspondiente (vv 14-17).
En el rezo comunitario, las tres partes de esta súplica individual deben distinguirse en la
salmodia aun cuando los motivos fluyan de una a otra. La recitación de la segunda parte,
con versos tomados de salmos hímnicos, puede correr a cargo de la asamblea. Las otras dos
serán salmodiadas por un solista:
Salmista, Súplica: «Inclina tu oído... porque me escuchas» (vv. 1-7).
Asamblea, Himno de alabanza y de acción de gracias: «No tienes igual... del abismo
profundo» (vv. 8-13).
Salmista, Pesares del salmista y petición: «Dios mío, unos soberbios... tú, Señor, me
ayudas y consuelas» (vv. 14-17).
El salmista es «un pobre desamparado», un «fiel» suplicante todo el día, un «siervo» que
levanta su alma al Dios clemente con la confianza de ser escuchado. Son los mejores títulos
que se pueden presentar ante Dios, defensor del pobre, del huérfano, de la viuda. El Siervo
de Yahwé es un ejemplo cumbre: sin apariencia humana y computado entre los poderosos
(Is 53,2.12). Es un anticipo de lo que hará Dios con el siervo Jesús, humillado hasta la
muerte y una muerte de cruz. Fue tal el respeto, tal la sumisión a la voluntad del Padre, que
Dios le escuchó, transformando su muerte en una exaltación de gloria. ¿Puede extrañar, en
lo sucesivo, que este Pobre se rodee de pobres? Se realizan las promesas antiguas: «Los
pobres comerán y quedarán saciados» (Sal 22,27). Quien conserva un espíritu parecido al
del salmista, o mantiene una actitud reverente como la de Jesús, es invitado a la mesa de
Dios.
En tiempos de dificultad es más fácil doblar las rodillas ante los baales, los dioses paganos,
que emprender una huida solitaria en busca de Dios. Nuestro salmista no se pliega a la
facilidad ordinaria. Predica su fe en el Único, aunque teme que lo ordinario le alcance (vv.
11.16). Tampoco Jesús se doblegó ante lo común. Le habría ido bien ser proclamado rey,
pero huyó solo, como Elías, como Moisés, en busca de Dios, de la identidad perdida de su
pueblo. Su soledad traerá la zozobra a su espíritu, sólo superada con la insistente oración.
Pero en el monte no está solo, el Padre está con Él, aunque sus discípulos le abandonen, En
el monte es el Rey de todos (Jn 19,19). De aquí brota una fuerza desconocida que lleva a
Pedro a afirmarle tres veces, cuando su cobardía le indujo a negarle otras tres. En el futuro
ya no le negará. Confirmará a sus hermanos (Lc 22,32). Pidamos la fuerza del salmista, la
fuerza de Pedro para no negar al Señor. Que Dios nos mantenga enteros y podremos
fortalecer las rodillas vacilantes.
La señal de Jonás
Los soberbios, que se levantan contra el salmista, los insolentes, que atentan contra su vida,
sólo cesarán en sus empeños si ven a Dios obrando en favor del orante. La confianza de
éste está suficientemente afianzada con la experiencia de haber sido salvado del abismo
profundo, aun cuando pida una señal futura para sus adversarios. Para él basta la ayuda y el
consuelo presente. La generación malvada reclama a Jesús una señal del cielo. Lo mismo
esperaba Herodes y los que rodeaban al crucificado. Se les dará el signo de Jonás (Mt 16,4).
Para ellos no es suficiente; para los discípulos sí. Los judíos continuarán pidiendo señales y
los griegos, sabiduría; los discípulos predicarán a Cristo crucificado. En El se ha
manifestado Dios salvándole del abismo y así fomenta en nosotros la confianza de la ayuda
y del consuelo.
La humilde oración del pobre: Cada uno de nosotros está aquí ante el Señor, como un
pobre desamparado, como una voz que ininterrumpidamente suplica, como un corazón
humano que confía ciegamente en Él. Hemos dejado que el Señor del cielo domine nuestra
carne; que Él sea nuestro Señor; y hemos aceptado orgullosamente ser sus siervos. Ante El
no buscamos libertad; hacemos de Él el horizonte de nuestra libertad.
Cada uno de nosotros advierte cómo se acerca el día del peligro, de la tentación, de la
amenaza diabólica de ciertas fuerzas que atentan contra nuestra vocación y que, a veces,
hasta intentan hacernos claudicar. Son otros señores que luchan por conquistar nuestra
esclavitud.
Oraciones sálmicas
Oración I: Como un pobre desamparado está cada uno de nosotros en tu presencia, Señor,
Dios clemente y misericordioso; contempla en nosotros la imagen de tu Hijo pobre y
sumiso a tu voluntad; escúchanos como a Él y haznos dignos de formar parte de tu
comunidad de amor. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Tu no tienes igual entre los dioses, Señor; fortalece nuestras rodillas
vacilantes; haznos rocas en la fe; danos aquella fuerza que nos mantenga enteros en la
confesión de tu nombre para que podamos confirmar la fe de nuestros hermanos. Te lo
pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Oh Dios, que haces maravillas con quienes confían en ti; no permitas que
atenten contra nuestra vida; sálvanos y danos una señal propicia para que los hombres
sepan que tú nos ayudas y consuelas. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Tú, Señor, eres bueno y clemente con los que te invocan; tú me salvaste del Abismo profundo. El
salmista vive, nuevamente, un momento difícil de su vida: Una banda de insolentes atenta contra
mi vida. Pero la experiencia antigua le hace pasar con facilidad de la súplica a la confianza y a la
acción de gracias: Tú, Señor, me salvaste del Abismo pro fundo; da, pues, fuerza a tu siervo y yo te
alabaré de todo corazón. Los acentos de súplica y confianza de este salmo pueden fácilmente ser
el arranque de la oración de nuestro nuevo día. Como el salmista, llamemos todo el día y, si en
algún momento de la jornada nos creemos sumergidos en el mal o descorazonados por las
dificultades, recordemos las antiguas maravillas de Dios para con su pueblo —grande eres tú, y
haces maravillas— y esperemos que el Señor nuevamente nos ayudará y nos consolará. Si no es
posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando alguna antífona de
súplica, por ejemplo: «A ti levanto mis ojos» (MD 841).