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Catequesis del Papa Juan Pablo II: Salmo 85

1. El Salmo 85, que acabamos de proclamar y que será el motivo de nuestra


reflexión, nos ofrece una sugerente definición del orante. Se presenta ante
Dios con estas palabras: soy «tu siervo» e «hijo de tu esclava» (versículo 16).
La expresión puede pertenecer ciertamente al lenguaje ceremonial de la
corte, pero se usaba también para indicar al siervo adoptado como hijo por el
jefe de una familia o tribu. En este sentido, el Salmista, que se define también
como «fiel» del Señor (Cf. versículo 2), siente que está ligado a Dios no sólo
por un vínculo de obediencia, sino también de familiaridad y de comunión.
Por este motivo, su súplica está llena de abandono confiado y esperanza.

Profundicemos en esta oración que la Liturgia de los Laudes nos propone al


inicio de una jornada que probablemente traerá consigo no sólo
compromisos y cansancio, sino también incompresiones y dificultades.

2. El Salmo comienza con un llamamiento intenso que dirige el que ora al


Señor confiando en su amor (Cf. versículos 1-7). Al final, expresa nuevamente
la certeza de que el Señor es un «Dios clemente y misericordioso, lento a la
cólera, rico en piedad, leal» (versículo 15; Cf. Éxodo 34, 6). Estas afirmaciones
reiteradas y llenas de confianza revelan una fe intacta y pura, que se
abandona en el «Señor bueno y clemente, rico en misericordia con los que te
invocan» (versículo 5).

En medio del Salmo se eleva un himno, que mezcla sentimientos de acción de


gracias con una profesión de fe en las obras de la salvación que Dios realiza
ante los pueblos (Cf. versículos 8-13).

3. Contra toda tentación de idolatría, el orante proclama la unidad absoluta


de Dios (Cf. versículo 8). Después expresa la audaz esperanza de que un día
«todos los pueblos» adorarán al Dios de Israel (versículo v. 9). Esta
perspectiva maravillosa encuentra su cumplimiento en la Iglesia de Cristo,
pues Él ha invitado a sus apóstoles a enseñar a «todos los pueblos» (Mateo
28,19). Sólo Dios puede ofrecer la liberación plena, pues de él dependen
todos como criaturas y ante él es necesario dirigirse en actitud de adoración
(Cf. versículo 9). Él, de hecho, manifiesta en el cosmos y en la historia sus
obras admirables, que testimonian su señorío absoluto (Cf. versículo 10).

Al llegar a este momento, el Salmista se presenta ante Dios con una petición
intensa y pura: «Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre» (versículo 11). Es
realmente bella esta petición de poder conocer la voluntad de Dios, así como
la invocación para alcanzar el don de un «corazón entero», como el de un
niño, que sin doblez ni cálculos confía plenamente en el Padre para
adentrarse en el camino de la vida.

4. Sale entonces de los labios del fiel la alabanza al Dios misericordioso, que
no le deja caer en la desesperación y la muerte, en el mal y en el pecado (Cf.
versículos 12-13; Salmo 15,10-11).

El Salmo 85 es un texto sumamente querido por el judaísmo, que lo ha


introducido en la liturgia de una de las solemnidades más importantes, el
Yom Kippur o día de la expiación. El libro del Apocalipsis, a su vez, cita un
versículo (Cf. versículo 9), colocándolo en la gloriosa liturgia celeste dentro
del «cántico de Moisés, siervo de Dios, y del cántico del Cordero»: «Todas las
naciones vendrán y se postrarán ante ti», y el Apocalipsis añade: «porque
han quedado manifiestos tus justos designios» (Apocalipsis 15, 4).

San Agustín ha dedicado a nuestro Salmo un largo y apasionado comentario


en sus «Comentarios sobre los Salmos», transformándolo en un canto de
Cristo y del cristiano. La traducción latina, en el versículo 2, conforme a la
versión griega de los Setenta, en lugar de «fiel», utiliza el término «santo».
«Custódiame porque soy santo». En realidad, sólo Cristo es santo. Sin
embargo, explica san Agustín, también el cristiano puede aplicarse estas
palabras: «Soy santo, porque tú me has santificado; porque lo he recibido
[este título], y no porque lo tuviera por mí mismo; porque tú me lo has dado,
y no porque me lo haya merecido».

Por tanto, «que lo diga cada cristiano, o mejor, que todo el Cuerpo de Cristo
lo grite por doquier, mientras soporta las tribulaciones, las diferentes
tentaciones, los innumerables escándalos: "¡Guarda mi alma porque soy
santo! Salva a tu siervo, Dios mío, pues espera en ti". Mira, este santo no es
soberbio, pues espera en el Señor» (vol. II, Roma 1970, p. 1251).

5. El cristiano santo se abre a la universalidad de la Iglesia y reza con el


Salmista: «Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor»
(Salmo 85,9). Y Agustín comenta: «Todas las gentes en el único Señor son una
sola persona y constituyen la unidad. Al igual que está la Iglesia y las iglesias,
y las iglesias son la Iglesia, así ese "pueblo" es el mismo que los pueblos.
Antes eran pueblos varios, gentes numerosas; ahora es un solo pueblo. ¿Por
qué es un solo pueblo? Porque sólo tiene una fe, una esperanza, una caridad,
una expectativa. Por último, ¿por que no debería ser un sólo pueblo, si sólo
hay una patria? La patria es el cielo, la patria es Jerusalén. Y este pueblo se
extiende de Oriente a Occidente, del norte hasta el mar, por las cuatro partes
del mundo» (ibídem, p. 1269).

Desde el punto de vista de esta luz universal, nuestra oración litúrgica se


transforma en un gesto de alabanza y en un canto de gloria al Señor, en
nombre de todas las criaturas.

Audiencia del Miércoles 23 de octubre del 2002


Analisis protestante

Estudio bíblico de Salmos 85-88


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Programación diaria

Salmos 85, 86, 87 y 88


Llegamos hoy, estimado oyente, al Salmo 85, dirigido al director
musical para los hijos de Coré. Y Éste es un Salmo al que ciertos
críticos han tratado de identificar con el regreso del pueblo a la
tierra, bajo Esdras y Nehemías. En realidad no tiene ninguna
referencia a ese evento. La razón por la cual un crítico escoge
esta opción es porque no ha reconocido que estos Salmos son
proféticos.
Estamos en una sección en la que nos encontramos que hay
varios escritores de los Salmos, y lo sorprendente es que todos
ellos han sido reunidos para contarnos una historia. No insistimos
en la inspiración del arreglo y orden de los Salmos, pero nos
parece que Dios ha tenido a su cargo la supervisión de esos
aspectos. Observamos que los salmos aparecen presentados en
series, un grupo en una parte y otro grupo en otra y así, ofrecen
una historia profética. Este Salmo mira hacia el futuro. Lo que
tenemos que admitir es que es un cuadro del futuro. Veamos lo
que dice el primer versículo de este Salmo 85:
"Fuiste propicio a tu tierra, Señor; volviste la cautividad de
Jacob".
Como dijimos al principio, algunos críticos asumen que este
versículo se refiere al regreso de la cautividad de Babilonia, pero
en realidad, solo un remanente muy pequeño regresó a la tierra
en aquella oportunidad; menos de 60.000 personas regresaron.
La gran mayoría del pueblo no regresó. Más que referirse al
regreso del cautiverio de Babilonia, este retorno mira
anticipadamente hacia el futuro, cuando Dios traerá a todo Su
pueblo de regreso a esta tierra. Escuchemos lo que dice el
versículo 2:
"Perdonaste la maldad de tu pueblo; todos los pecados de ellos
cubriste".
¡Qué cuadro más glorioso, más maravilloso el que tenemos aquí!
Sólo puede referirse al futuro. Por cierto que no está describiendo
la condición que existía después de la cautividad babilónica. Y si
usted cree que sí la está presentando, entonces le sugiero que
lea los libros de Esdras y Nehemías, el de Hageo y el de Zacarías,
así como también el de Malaquías. Malaquías reprendió
severamente al pueblo porque sus corazones estaban alejados de
Dios. Ellos estaban asistiendo al templo, presentaban sus
sacrificios, pero sus corazones estaban lejos de Dios. En cambio,
este salmo presenta un cuadro totalmente diferente. Escuchemos
lo que dice el versículo 3:
"Reprimiste todo tu enojo; te apartaste del ardor de tu ira".
Estas palabras se proyectan hacia el momento en que el juicio
sobre Israel haya finalizado. Los peores momentos para esa
nación y para el mundo se encuentran aún en el futuro. La gran
tribulación va a tener una extensión global, y será un período de
juicio. Satanás será liberado y el Espíritu Santo no restringirá el
mal. Dios permitirá que el ser humano llegue hasta el límite
mismo y entonces le juzgará.
Para el hijo de Dios en el presente, el juicio del pecado ya ha
terminado. La cuestión del pecado ha quedado solucionada
cuando el Señor Jesucristo murió en la cruz del Calvario por mis
pecados. Pero hay algo que nos preocupa, y es que tendremos
que presentarnos ante el Tribunal de Cristo, como todos los
cristianos, para dar cuenta de nuestra vida y obras. Nuestras
obras pasarán por la prueba del fuego. Dijo el apóstol Pablo en 1
Corintios 3:13-15, "la obra de cada uno se hará manifiesta,
porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será
revelada. La obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará.
14Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, él recibirá
recompensa. 15Si la obra de alguno se quema, él sufrirá pérdida,
si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego". Yo no
estoy seguro acerca de algunas de mis obras. No fue
sorprendente que el apóstol Pablo ni siquiera se juzgó a sí mismo
porque reconoció que sólo Dios podía juzgar. Yo espero que en
ese día Dios me diga: "Bien hecho, siervo fiel y bueno". Pero
tendré que esperar y ver.
Durante la gran tribulación todo lo relacionado con la maldad y el
juicio constituirá el centro de atención y acción. Por tal motivo no
querré estar en la tierra cuando se viva esta situación. Decir que
la iglesia vivirá ese período equivaldría a desconocer totalmente
lo que significa la gran tribulación. Continuemos leyendo los
versículos 4 y 5:
"Restáuranos, Dios de nuestra salvación, y haz cesar tu ira contra
nosotros. ¿Estarás enojado contra nosotros para siempre?
¿Extenderás tu ira de generación en generación?"
Llegará el día en que los sufrimientos de ese pueblo cesarán.
Como vimos en un salmo anterior, su historia se ha caracterizado
por las lágrimas derramadas, que fueron para ellos como un
alimento esencial de su dieta. Pero un día todo terminará. Dios
vendrá y enjugará sus lágrimas. Y dice el versículo 6:
"¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo se regocije en
ti?"
En la actualidad necesitamos una renovación, un despertar
espiritual en la vida de las diferentes iglesias por varios motivos.
Uno es la falta de alegría en la vida de los creyentes. Esa vivencia
debería estar allí, pero no está. Luego, el versículo 7, dice:
"¡Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación!"
¡Qué hermoso! Y esto es algo de lo que pueden participar todos
nuestros corazones. Dios detesta el mal y lo juzgará, pero Él es
también un Dios de gracia y salvación para aquellos que se
vuelven a Él. Ahora, el versículo 8, dice:
"Escucharé lo que hablará el Señor Dios, porque hablará paz a su
pueblo y a sus santos, para que no se vuelvan a la locura".
Cuando tenga lugar el juicio de Dios sobre el pecado, Su pueblo
no se volverá a la necedad. Ellos no regresarán a una vida de
pecado porque el pecado habrá sido removido del universo. El
versículo 9 dice:
"Ciertamente cercana está su salvación a los que lo temen, para
que habite la gloria en nuestra tierra".
La gloria no es visible en Israel en la actualidad. Aunque, por
supuesto, cierto que uno puede disfrutar de tantos lugares
entrañables y sagrados para nosotros como cristianos.
Y ahora llegamos a uno de los versículos más notables de la Biblia.
Leamos el versículo 10:
"La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz
se besaron".
El amor (como traducen otras versiones) y la verdad no se han
reunido en nuestro tiempo. Y con respecto a la justicia y la paz ni
siquiera se hablan. Y una de las razones por las cuales no
podemos tener paz en este mundo, estimado oyente, es porque
no tenemos justicia en el mundo. Las cosas deben desarrollarse
correctamente antes de que pueda haber paz en la tierra. Y es
evidente que las cosas no van bien hoy. Este es un gran versículo.
Ahora, el versículo 13 dice:
"La justicia irá delante de él y sus pasos nos pondrá por camino"
Cuando el Señor reine, Él reinará con justicia. Continuemos ahora
con el:

Salmo 86
Éste es otro salmo de David, con una oración suya. Este salmo se
destaca por introducir un nuevo nombre de Dios. En salmos
anteriores hemos visto los nombres "Elohim", que habla de Dios
como el creador, y "Jehová", que nos habla de Dios como
Salvador. En este salmo aparece el nombre "Adonai", que se ha
traducido como "Señor". Adonai era el nombre de Dios que el
judío devoto usaba (y aún lo usa) en vez de Jehová. Cuando un
judío ortodoxo ve el nombre Jehová (el llamado tetragrama
sagrado YHWH) no lo pronuncia. En realidad la pronunciación se
ha perdido y hoy se pronuncia generalmente Jehová o Yahweh. Y
así, el judío ortodoxo considerando que el nombre Jehová es muy
sagrado como para pronunciarlo, lo sustituye por Adonai. Adonai
se refiere a Dios como nuestro Salvador, que es un Dios santo, el
que ha podido extender sobre nosotros Su compasión y
misericordia.
Como Adonai aparece varias veces en este salmo, éste se
considera un salmo mesiánico en el sentido estricto de la palabra,
a causa de la naturaleza de la oración. Como ejemplo, leamos el
versículo 11 de este Salmo 86, que dice:
"Enséñame, Señor, tu camino, y caminaré yo en tu verdad;
afirma mi corazón para que tema tu nombre".
No hay manera de aplicar este versículo al Señor Jesús. Él nunca
habrá necesitado pronunciar una oración como ésta, porque Él
vino a cumplir la voluntad de Su Padre. Pero este versículo puede
aplicarse a usted y a mí. Necesitamos que se nos enseñen Su
camino y Su verdad. Y necesitamos tener corazones íntegros para
temer Su nombre. Cristo cumplió la voluntad del Padre, pero el
caso nuestro es diferente. Un expositor Bíblico llamado Grant dijo
lo siguiente. "Esto es ciertamente lo que se ve por todas partes
como la gran carencia existente entre el pueblo de Dios. ¿Cuánto
de nuestras vidas no se gasta en lo malo, o se malgasta en
incontables diversiones mezquinas que arruinan efectivamente lo
positivo de nuestro testimonio por Dios? Cuán pocos son los que
pueden decir con el apóstol Pablo: pero una cosa hago (Fil. 3:13).
Estamos fuera del camino, en ninguna manera intencionalmente,
pero nos detenemos a perseguir mariposas entre las flores, y no
progresamos seriamente. Cómo se debe sorprender Satanás,
cuando ve que nos apartamos de los reinos de este mundo y de
su gloria, cuando los consideramos como su tentación, y sin
embargo nos entregamos sin mucho pensar a cosas vanas, más
livianas que una pluma, en las cuales el niño gasta todas sus
fuerzas, y nosotros nos reímos de él. Si examináramos nuestras
vidas cuidadosamente en un interés como éste, cómo seríamos
conscientes de la multitud de ansiedades innecesarias, de
obligaciones imaginarias, de un relajamiento consentido, de
tonterías inocentes, que sin cesar nos desvían de aquello en lo
cual solamente hay provecho. Cuán pocos, quizás, se
preocuparían de enfrentar tal examen día a día de la historia no
escrita de sus vidas". Hasta aquí, la cita del profesor Grant.
Es una declaración bastante destacada. Encontramos que muchos
cristianos en el presente, no están cometiendo abiertamente un
pecado, digamos, pero sí que son perezosos. Están matando el
tiempo haciendo esto y aquello. Están ocupados en cosas por aquí
y por allá. Y lo principal de su obra se queda sin hacer. No están
cuidando lo que debieran cuidar y no están vigilando ni
protegiendo lo que debieran defender. No se mantienen alertas
en el servicio del Señor. Por eso necesitamos dirigir a Dios está
oración: "Afirma mi corazón para que tema tu nombre".
Ahora, lo que el salmista había dicho antes era: "Enséñame, oh
Señor, tu camino", y creemos que esa es la solución para un
corazón errante, dividido. Lo primero que dijo el apóstol Pablo
cuando se convirtió fue: "Señor, ¿qué quieres que haga"? (Hechos
9:6) Y el salmista tenía la respuesta: "Enséñame, oh Señor, tu
camino". Y el Señor ha prometido instruir a Sus hijos. ¡Cómo
necesitamos eso, en estos día, amigo oyente! Y Él lo había
prometido. Dice el Salmo 32:8, "te enseñaré el camino en que
debes andar".
Y nuestra respuesta debería ser: "caminaré yo en tu verdad". Y
eso quiere decir que nosotros debemos caminar en la luz y el
conocimiento que la Palabra de Dios nos proporciona.
Entonces Él recibirá la alabanza de todo nuestro corazón. Cuando
tenemos un corazón íntegro y dedicado a Él, nuestra alabanza es
aún más completa. Por ello dice el salmista en el versículo 12 de
este Salmo 86:
"Te alabaré, Señor, Dios mío, con todo mi corazón y glorificaré tu
nombre para siempre".

La Biblia de Jerusalén le pone a este salmo el título de Oración en la


contrariedad. Es una composición del período helenista, sin mucha unidad
literaria, que refleja el estado de ánimo de los judíos piadosos, precursores de
los asideos o jasideos (observantes estrictos de la Ley) de la época macabea (s. II
a. de C.). Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Petición del auxilio de
Dios.Lamentación individual de un perseguido que confía su causa desesperada
a Yahvé. Literariamente es un mosaico de frases de otras composiciones
salmódicas.]
MONICIÓN SÁLMICA

Este poema contiene la oración confiada de un individuo -o mejor de un pueblo- que,


hallándose en una situación crítica, experimentó la salvación de Dios: Tú, Señor, eres
bueno y clemente con los que te invocan; tú me salvaste del abismo profundo.

El salmista vive, nuevamente, un momento difícil de su vida: Una banda de insolentes


atenta contra mi vida. Pero la experiencia antigua le hace pasar con facilidad de la súplica a
la confianza y a la acción de gracias: Tú, Señor, me salvaste del abismo profundo;
da, pues, fuerza a tu siervo y yo te alabaré de todo corazón.

Los acentos de súplica y confianza de este salmo pueden fácilmente ser el arranque de la
oración de nuestro nuevo día. Como el salmista, llamemos todo el día y, si en algún
momento de la jornada nos creemos sumergidos en el mal o descorazonados por las
dificultades, recordemos las antiguas maravillas de Dios para con su pueblo -grande eres
tú, y haces maravillas- y esperemos que el Señor nuevamente nos ayudará y nos consolará.

En la celebración comunitaria, si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se


puede acompañar cantando alguna antífona de súplica, por ejemplo: «A ti levanto mis ojos»
(MD 841).

Oración I: Inclina tu oído, Señor, a nuestras súplicas y ten piedad de nosotros, tú que eres
bueno y clemente; ten piedad, Señor, de nosotros, pues a ti estamos llamando todo el día;
salva a los hijos de tu esclava, ayúdanos y consuélanos. Te lo pedimos por Jesucristo
nuestro Señor. Amén.

Oración II: Escúchanos, Señor, que somos unos pobres y desamparados; enséñanos tu
camino y haz que nos mantengamos durante todo el día en el temor de tu nombre; que,
aunque nos veamos sumergidos en el abismo profundo, sepamos confiar en tu grande
piedad para con nosotros y bendecir tu nombre por los siglos de los siglos. Amén.

[Pedro Farnés]

***

NOTAS A LOS VERSÍCULOS DEL SALMO

Súplica individual en tiempo de peligro y persecución.

VV. 1-5: Una serie de súplicas con motivos para que Dios actúe: la propia miseria, la
fidelidad, la confianza, la invocación insistente y las cualidades de Dios en la fórmula
litúrgica del verso 5.

VV. 7-10: Con la seguridad de ser escuchado, el salmista entona unos versos tomados de
himnos: el Señor es Dios único y universal.
V. 11: El corazón del hombre no se ha de dividir entre varios dioses, sino entregarse integro
al «temor» o culto del Dios único: con el auxilio de Dios puede el hombre amar a Dios «de
todo corazón».

VV. 12-13: Seguro de ser escuchado, el salmista promete y adelanta la acción de gracias,
«de todo corazón».

V. 14: Recomienza la súplica, describiendo la persecución que sufre.

V. 15: Una variante del verso 5, en la versión clásica.

V. 16: Siguen las súplicas insistentes: la mirada de Dios es activa y salvadora.

V. 17: La acción de Dios será un signo o señal que los enemigos reconocen a su pesar. El
salmo termina en tono de confianza.

Para la reflexión del orante cristiano.- Hay en esta súplica muchos versos copiados o
imitados de textos anteriores: son precisamente elementos de validez duradera. El siervo
invoca a su Señor, el fiel apela a la fidelidad. El Dios único y universal, que obra
maravillas, es sobre todo admirable porque mira y escucha, atiende y responde. Si el
cristiano busca «una señal propicia» se le dará «la señal de Jonás», la resurrección de
Cristo, que es la revelación suprema de la misericordia de Dios y el fundamento de nuestra
confianza.

[L. Alonso Schökel]

***

MONICIONES PARA EL REZO CRISTIANO DEL SALMO

Introducción general

Este salmo puede definirse como una carta desde la tierra al Rey del cielo. Imposible
descifrar la firma del mitente, tan pobre se presenta, tanto entrelaza los motivos. Pero el
salmo sí que tiene la belleza de ser la oración tranquila de un servidor humilde. Si lo que
busca es socorro, compasión, quietud y fuerza para enfrentarse con lo que aún le espera, lo
consigue con el abundante recurso al nombre del Señor. Aunque la estructura sea suelta, se
distinguen tres partes: la súplica (vv. 1-7), con numerosas motivaciones y sentimientos de
confianza; una parte hímnica (vv 8-13), cuya finalidad es mover con la alabanza y la
habitual acción de gracias; finalmente, una alusión más directa a los pesares del salmista
con la petición correspondiente (vv 14-17).

En el rezo comunitario, las tres partes de esta súplica individual deben distinguirse en la
salmodia aun cuando los motivos fluyan de una a otra. La recitación de la segunda parte,
con versos tomados de salmos hímnicos, puede correr a cargo de la asamblea. Las otras dos
serán salmodiadas por un solista:
Salmista, Súplica: «Inclina tu oído... porque me escuchas» (vv. 1-7).

Asamblea, Himno de alabanza y de acción de gracias: «No tienes igual... del abismo
profundo» (vv. 8-13).

Salmista, Pesares del salmista y petición: «Dios mío, unos soberbios... tú, Señor, me
ayudas y consuelas» (vv. 14-17).

«Dios le escuchó por su actitud reverente»

El salmista es «un pobre desamparado», un «fiel» suplicante todo el día, un «siervo» que
levanta su alma al Dios clemente con la confianza de ser escuchado. Son los mejores títulos
que se pueden presentar ante Dios, defensor del pobre, del huérfano, de la viuda. El Siervo
de Yahwé es un ejemplo cumbre: sin apariencia humana y computado entre los poderosos
(Is 53,2.12). Es un anticipo de lo que hará Dios con el siervo Jesús, humillado hasta la
muerte y una muerte de cruz. Fue tal el respeto, tal la sumisión a la voluntad del Padre, que
Dios le escuchó, transformando su muerte en una exaltación de gloria. ¿Puede extrañar, en
lo sucesivo, que este Pobre se rodee de pobres? Se realizan las promesas antiguas: «Los
pobres comerán y quedarán saciados» (Sal 22,27). Quien conserva un espíritu parecido al
del salmista, o mantiene una actitud reverente como la de Jesús, es invitado a la mesa de
Dios.

Fortaleced las rodillas vacilantes

En tiempos de dificultad es más fácil doblar las rodillas ante los baales, los dioses paganos,
que emprender una huida solitaria en busca de Dios. Nuestro salmista no se pliega a la
facilidad ordinaria. Predica su fe en el Único, aunque teme que lo ordinario le alcance (vv.
11.16). Tampoco Jesús se doblegó ante lo común. Le habría ido bien ser proclamado rey,
pero huyó solo, como Elías, como Moisés, en busca de Dios, de la identidad perdida de su
pueblo. Su soledad traerá la zozobra a su espíritu, sólo superada con la insistente oración.
Pero en el monte no está solo, el Padre está con Él, aunque sus discípulos le abandonen, En
el monte es el Rey de todos (Jn 19,19). De aquí brota una fuerza desconocida que lleva a
Pedro a afirmarle tres veces, cuando su cobardía le indujo a negarle otras tres. En el futuro
ya no le negará. Confirmará a sus hermanos (Lc 22,32). Pidamos la fuerza del salmista, la
fuerza de Pedro para no negar al Señor. Que Dios nos mantenga enteros y podremos
fortalecer las rodillas vacilantes.

La señal de Jonás

Los soberbios, que se levantan contra el salmista, los insolentes, que atentan contra su vida,
sólo cesarán en sus empeños si ven a Dios obrando en favor del orante. La confianza de
éste está suficientemente afianzada con la experiencia de haber sido salvado del abismo
profundo, aun cuando pida una señal futura para sus adversarios. Para él basta la ayuda y el
consuelo presente. La generación malvada reclama a Jesús una señal del cielo. Lo mismo
esperaba Herodes y los que rodeaban al crucificado. Se les dará el signo de Jonás (Mt 16,4).
Para ellos no es suficiente; para los discípulos sí. Los judíos continuarán pidiendo señales y
los griegos, sabiduría; los discípulos predicarán a Cristo crucificado. En El se ha
manifestado Dios salvándole del abismo y así fomenta en nosotros la confianza de la ayuda
y del consuelo.

Resonancias en la vida religiosa

La humilde oración del pobre: Cada uno de nosotros está aquí ante el Señor, como un
pobre desamparado, como una voz que ininterrumpidamente suplica, como un corazón
humano que confía ciegamente en Él. Hemos dejado que el Señor del cielo domine nuestra
carne; que Él sea nuestro Señor; y hemos aceptado orgullosamente ser sus siervos. Ante El
no buscamos libertad; hacemos de Él el horizonte de nuestra libertad.

Cada uno de nosotros advierte cómo se acerca el día del peligro, de la tentación, de la
amenaza diabólica de ciertas fuerzas que atentan contra nuestra vocación y que, a veces,
hasta intentan hacernos claudicar. Son otros señores que luchan por conquistar nuestra
esclavitud.

El salmo 85 aviva nuestra confianza en el Dios cuya competencia se impone sobre


cualquier otro simulacro divino; cuyo encanto atrae a todos los pueblos. Define el salmista
a nuestro Dios como el todo amor, «el clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en
piedad y leal». Es el Dios todo gracia: exuberancia de amor, de simpatía, de perdón, de
belleza.

Él iluminará nuestro camino, nos mantendrá en la verdad, reforzará nuestro corazón,


suscitará en nosotros una alabanza inacabable. Dios Padre y Señor nos marcará con su
signo y todos lo comprenderán; y los que atentaban contra nosotros quedarán
avergonzados.

Oraciones sálmicas

Oración I: Como un pobre desamparado está cada uno de nosotros en tu presencia, Señor,
Dios clemente y misericordioso; contempla en nosotros la imagen de tu Hijo pobre y
sumiso a tu voluntad; escúchanos como a Él y haznos dignos de formar parte de tu
comunidad de amor. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Tu no tienes igual entre los dioses, Señor; fortalece nuestras rodillas
vacilantes; haznos rocas en la fe; danos aquella fuerza que nos mantenga enteros en la
confesión de tu nombre para que podamos confirmar la fe de nuestros hermanos. Te lo
pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Oh Dios, que haces maravillas con quienes confían en ti; no permitas que
atenten contra nuestra vida; sálvanos y danos una señal propicia para que los hombres
sepan que tú nos ayudas y consuelas. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]


Este poema contiene la oración confiada de un individuo —o mejor de un pueblo— que,
hallándose en una situación crítica, ha experimentado la salvación de Dios:

Tú, Señor, eres bueno y clemente con los que te invocan; tú me salvaste del Abismo profundo. El
salmista vive, nuevamente, un momento difícil de su vida: Una banda de insolentes atenta contra
mi vida. Pero la experiencia antigua le hace pasar con facilidad de la súplica a la confianza y a la
acción de gracias: Tú, Señor, me salvaste del Abismo pro fundo; da, pues, fuerza a tu siervo y yo te
alabaré de todo corazón. Los acentos de súplica y confianza de este salmo pueden fácilmente ser
el arranque de la oración de nuestro nuevo día. Como el salmista, llamemos todo el día y, si en
algún momento de la jornada nos creemos sumergidos en el mal o descorazonados por las
dificultades, recordemos las antiguas maravillas de Dios para con su pueblo —grande eres tú, y
haces maravillas— y esperemos que el Señor nuevamente nos ayudará y nos consolará. Si no es
posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando alguna antífona de
súplica, por ejemplo: «A ti levanto mis ojos» (MD 841).

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