el feminismo es una teoría y una praxis revolucionarias, que
pretende la subversión del patriarcado a través de prácticas que ponen en evidencia cómo la ideología del género constituye una categoría universal de construcción de la experiencia y cómo todas las prácticas sociales y las instituciones culturales están mediatizadas por la ideología del género. Iris Zavala define la teoría feminista como "un programa de percepción y de interpretación encaminado a modificar la realidad social al modificar la representación que hacen los agentes" (1993, 55). Modificación y representación son, respectivamente, la política y las temáticas centrales para la crítica literaria feminista, aunque más que de modificación se trate de un radical1 giro epistemológico.
Para las feministas, los intereses que salvaguarda la ideología
sexista no son de clase -el patriarcado se manifiesta a estos efectos como un sistema transclasista- sino de género; y el sistema de dominación que instituye y defiende la ideología sexista es el patriarcado. En una cultura patriarcal, que margina a las mujeres y desconoce o teoriza como ausencia la experiencia femenina, la tradición literaria sigue ese mismo patrón de comportamiento y margina y silencia los textos de las mujeres, además de construir como universal la experiencia estética masculina. El análisis feminista no puede confinarse a perpetuidad, a no ser que quiera correr el riesgo de encerrarse en un ghetto, en la literatura de mujeres, ya que todo texto (independientemente de que su autor sea mujer u hombre) ha sido conformado por la serie de asunciones estéticas y políticas sobre el género que puede ser considerada como poética sexual2. La crítica feminista La crítica feminista es ante todo una práctica política
democratizadora que se mueve en una doble dirección, de
construir el androcentrismo que está en la raíz de las prácticas
sociales y culturales y reconstruir la perspectiva de las
mujeres, la gran ausencia de la cultura. Para Sandra Gilbert,
una de las más significadas críticas feministas norteamericanas
de la segunda ola, la meta más ambiciosa de la crítica literaria
feminista es la de desvelar las conexiones entre "textualidad
y sexualidad, géneros literarios y género sexual, identidad
psicosexual y autoridad cultural"(1980, 36). De construir,
subvertir.
Bajo lo que conocemos como crítica feminista se agrupan un
conjunto de saberes, de prácticas y de intereses diversos que,
no obstante su pluralidad, tienen una serie de características
comunes. Tal vez la más llamativa sea su negativa a constituirse
en un discurso que responda a una concepción autometabólica de
la crítica literaria; muy al contrario, las teorías y métodos
feministas se nutren de la problemática siempre más amplia que
se desarrolla en el nivel de la práctica social.
La crítica literaria feminista presta atención a la connivencia
entre literatura e ideología patriarcal, centrándose
especialmente en las formas en que esa ideología se inscribe en
los mecanismos de funcionamiento de la literatura, y en las
instituciones de producción y consumo literarios.
La crítica literaria feminista ha denunciado que la tradición
literaria consolida imágenes de personajes y comportamientos que
incitan a las mujeres a aceptar su subordinación3, bien sea
ensalzándolas por actitudes que la cultura patriarcal ha
construido como femeninas (la sumisión, la pasividad y la
domesticidad) bien sea degradándolas -la literatura misógina de
todos los tiempos es una gran especialista en la degradación
sistemática de las mujeres-. La crítica feminista exige algo más
que la simple inclusión de las escritoras como meros apéndices
en la historia literaria4; porque incluir a las mujeres en la
historia obliga a hacerse preguntas que reestructuran y
reescriben todas las disciplinas. No es sólo que se restituya lo
silenciado y se lo haga visible y audible (lo cual en sí mismo
es ya un acto de justicia cultural imprescindible), la lectura
de las escritoras altera necesariamente los estándares sobre la
valía literaria. La pregunta es ¿qué cambios se producirán cuando
la literatura de las mujeres, heterosexuales y lesbianas,
blancas y de otras razas sea no sólo "añadida" sino
"naturalizada" en las distintas tradiciones literarias.
Durante la década de 1970 llegó también la mayoría de edad de
una generación de críticas lesbianas que habían "salido del
armario" dentro del movimiento feminista y a las que ya no les
parecía políticamente ético (la corrección política estaba aún
por llegar) seguir jugando la baza de la invisibilidad. Sus
primeras batallas y éxitos fueron que en las universidades
norteamericanas comenzaran a establecerse cursos de literatura
lesbiana, redes y grupos de apoyo lésbicos. Las ideas que están
en la base de la crítica lesbiana -independientemente de las
posturas de las diversas críticas- son: primera, que las
mujeres no quedan definidas sólo y en exclusiva por su relación
con los hombres sino también por fortísimos vínculos de afecto
hacia otras mujeres (madres, hermanas, amigas, amantes);
segunda, que la orientación sexual de una mujer afecta a toda
su vida y, por lo tanto, también a su creatividad (Zimmerman,
1981). La crítica lesbiana considera la heterosexualidad como
institución política más que como opción personal, y alega,
consecuentemente, que el lesbianismo constituye en sí mismo una
posición privilegiada para el análisis y la crítica de la
cultura, el lenguaje y la política del patriarcado, uno de cuyos
instrumentos de poder más efectivos es el heterosexismo.