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Estudias.

Reúsu de lwescigatianes Literorias 1 Culturales


22 /23 (2N3,2004\ t63. 186

UNOS DÍAS EN LA VIDA DE ÁNGEL RAMA

Alberto Giordano
Universidad Nacional de Rosario/C.O.N.I.C.E.T

Entre los papeles que Ángel Rama dejó al Este rabajo sobre el Dianb
morir, con un destino menos cierto que el de los 197ó-1983 de Ángel Rama
explora los modos en los
ensayos todavía inéditos o el de los libros que la intimidad del
inconclusos, se encont¡aban dos libretas de tapas diarisra (la lnrima distancia
duras, una azul y otra roja, en las que el cítico consigo mismo) se expone
uruguayo había llevado durante casi una década, en el registro de lo
cotidiano más acá de las
con interrupciones de años o meses, su diario
estrategias de
íntimot. Aunque no se puede saber, porque no hay autoffguración que
indicación explícita al respecto, si Rama había apuntan, desde lo privado,
previsto la posibilidad de una edición, la escritura al reconociniento público.
de su intimidad prefigura un espectro amplio de Siguiendo la enunciáción
de lo íntimo, que desborda
lecturas que desbordan los límites, siempre la trama moral y Ia retórica
ilusorios, del diálogo consigo mismo. En quién o de las
quiénes piensa el diarista mientras regisna el autorrepresentaciones
transcurrir de sus días, es una cuestión siempre intelectuales (Rama como
'último intelectual
difícil de dilucidar porque la ficción de desdo-
latinoamericano" y como
blamiento que presupone su acto parece responder "héroe modemo"), la
simultáneamente al deseo de encontrar un inter- lectura se desplaza del
locutor con el que escapar a la soledad, y al de campo del testimonio al,
el siemp¡e equívoco y
profundizar ensimismamiento al malgen de
revelador, de la experiencia
cualquier diálogo2. En qué lector pensaba Rama, si novelesca.
es que pensaba en algún otro además de sí mismo,
es una cuestión tal vez irresoluble, pero supellua a Palttb¡a cl¡uet diaio,
la luz de las múltiples lecturas a las que se abre intimidad, autofizuración,
intelec¡¡al, mo¡alidad.
continuamente su diario cada vez que el gesto de
registrar o testimoniar se subordina a un impulso
secreto que viene de ese lugar en el que las pala-
bras inventan, y no sólo presuponen, su recepción,
de la literatura. Como todos los que al escribir su
ALBERTo OTORDANO

vida en parte la pierden, por amor a la vida que A Few Dms in lv üfe of
pasa a través del lenguaje, Rama se expone en las Angel Rarrla

páginas del Díarn con una intensidad que las


This article, abor-rt Ángel
representaciones de sí mismo con las que su Rarna's Dürb 1976.1983,
conciencia juega al soliloquio no pueden contener. explores the ways in which
"Casi todos los diarios de este siglo the intimacy of the diarisr
Alan Pauls, y aunque la generalidad del -generaliza
enunciado
(that intimate distance
with oneselfl is exposed in
incomoda, no sobran casos para contrariarlo- se the recording of everyday
escriben sobre las huellas de estas dos series life, closer to the strategies
paralelas, coextensivas, que sólo tienen sentido en of a self.figuration thar
points to public
la medida en que son indisociables: la serie de las
acknowledgemenc from
catástrofes planetarias (guerras mundiales, nazis- within the private realm.
mo, holocausto, totalitarismo, etc,), la serie de los Following the enuncialron
derrumbes personales (alcoholismo, impotencia, of the intimate, vhich
locura, degradación ftsica)" (1996: 10). Las huellas ove¡flows the moral and
rhetorical plot of the
de la primera serie, la de las catástrofes históricas,
intellectuals self-
son claramente perceptíbles en el ¡egisüo que hace represenrations (Rama as
Rama de los miedos, las intranquilidades y los the "last Latin,Ame¡ica¡
trastornos con los que las violencias del capitalis- intellectual" and as a
mo envenenan su vida durante los años en los que "modern hero"), this
reading moves away from
lleva el diario. Primero, el golpe militar uruguayo the testimonial
de 1973, que lo transforma en exiliado político y lo enunciation to rhe always
priva legalmente de nacionalidad; después, los equivocal and tevealing
brotes de xenofobia en Venezuela, el país de adop- 6eld of novelistic
expe¡ience.
ción; finalmente, el macarthysmo del gobiemo
norteamericano, que le niega en 1982 la visa de Key Words: Diary lntimac¡
residencia, por considerarlo un "subversivo comu- Self.Figtralon,
nista", y le impide establecerse en la Universidad lntellectual, Motaliry.
de Maryland. En una de las primeras ennadas, la
del 17 de septiembre de 1974, Rama anota su
imposibilidad de acostumbrarse a los estados de
angusda e inestabilidad en los que fianscurre la
vida en el exilio y su nostalgia por e[ paraíso
montevideano perdido: "Vivir en la inseguridad, al
día, sin saber qué será de uno mañan¿, como en un

t64
A paftír dzlDíarlo

incesante der¡umbamiento. No consigo acostumbrarme. Toda la cultura uru-


guaya de mis años se edificó contra esa situación, construyendo un entramado
vigoroso y planificado destinado a instaurar la seguridad. L¡ vi deshacerse
como una red mal tejida. Nos dejó a todos flotando en el vaclo". Aunque en
esos años se mantiene constante e inrcnsamente ocupado, y algunas veces en
proyectos intelectuales o académicos que le despiertan una adhesión
entusiasmada, los lamentos por la imposibilidad de enconnar un lugar lo
bastante ff.rme como para hundir las raíces, recuperar el control sobre la propia
existencia y librarse de la maldición de tener que vivi¡ al día atraviesan de
punta a punta todo el Dr¿ri¿. En cierto sentido, Rama escribe su diario para
resistir el vértigo de la desposesión y la angustia por la falta de orden y planes
a largo término. El ritual de ffjar cada día algo de lo que pasa, sin otro principio
de selección más que el propio interés, intenta devolver a la üda la
continuidad y la orientación perdidas y "restituir el yo al lugar genuino, ese
que el diarista cree que le ha sido sustraído por la realidad" (Tiapiello, 1998:
24\.
La tentativa de restituir el yo a su lugar genuino tiene en el Dütrio por lo
menos dos signiffcaciones: la primera, es la de devolverle la función de autor
respecto del propio destino; la segunda, la de reinstala¡lo en el centro de un
complejo sistema de referencias cultu¡ales, ideológicas y políticas como una
ffgura rectora. En el exilio, Rama se siente privado no sólo de un campo de
acción acorde con su potencia ínte[ectual, sino también del reconocimiento
de sus méritos, tan superiores a los de la mayoría, los necesarios como para
ejercer con eficacia la dirección de los proyectos más audaces. Se lamenta por
la pérdida de la cultura uruguaya de sus años y también, aunque pocas veces
lo diga en forma directa, por la desaparición de su luga¡ el de un intelectual-
faro, dentro de ella. Con dolor o con indignación, adüerte cómo sus opiniones
despiertan a veces temor o rechazo, y siempre incomprensión. El diario
también se escribe para remediar, aunque más no sea en el plano de los
consuelos imaginarios, la rn;usticia de esos recelos y esas faltas de atención. En
sus páginas, un frgurón como Uslar Pietri no puede dejar de oí¡ como sí pudo
en la conve¡sación real, las i¡onías con las que Rama descalifica su "empaque
doctoral" (6-3-1980), y los intelectuales de izquierda con los que polemiza
duramente en la prensa venezolana sin conmover en nada sus preiuicios,
quedan reducidos a una banda de farsantes con poder.

t65
ALBERTo GIoRDANO

En la exhibición, siempre discreta, pudorosa, de la insatisfacción y la


desdicha que provocan las faltas de reconocimiento, se puede leer [a
convergencia de las huellas que remiten a la serie de las catásnofes históricas
con las que ¡emiten a la serie de los desmo¡onamientos personales. Rama
reacciona a las injusticias de la persecución o el rechazo por causas
ideológicas, pero también al acoso fantasmal de un conflicto afectivo nunca
resuelto que lo reenvía a las aflicciones de su juventud y su infancia. El diario
del exíliado político es también el diario de un "malquerido", esrereotipo
psicológico-sentimental que usa el propio Rama, a veces con ironía, para
referirse a su sufriente estructura psíquica. Los pequeños, pero muy dolorosos
dramas que padece el narcisismo cuando en [a üda profesional enfrenta la
indiferencia o la envidia de los colegas menos dotados, se agravan hasta lo
intolerable por la reminiscencia de otros dramas secretos que duplican cada
acto de rechazo con el fantasma de una desatención originaria. "Todo tiene
que ver con esas heridas secretas, o esas obsesiones y temores que me
acompañan de siempre, üvas e irresolutas, y que llaman a una conside¡ación.
Seguramente reaparecerán, si este diario no es prestamente abandonado.
Gngo curiosidad por esa reminiscencia, a esta edad, por su nueva apariencia
o por su terca ffjeza acaso" (1-9-1974). El diario también se escrih para
conocer el estado actual de esos conflictos a¡caicos y para indagar las razones
de su sobrevivencia en una edad en [a que la madurez alcanzada debeía haber
apaciguado los tormentos de la adolescencia. Pero así como las tentativas de
restiruirle a la vida su continuidad quedan sujetas en los diarios a una escritura
fragmentaria y proclive a la dispersión (sobre todo en el caso de Rama, diarista
inconstante), la voluntad de domina¡ a navés de la reflexión los desgarros de
la malquerencia conduce a veces a Eampas de la subjetiüdad en las que el
resentimiento se amplifi ca.
"Lo que hace tan atractivos los diarios a un lector es la ilusión de formar
parte de una vida común con el escritor" (Tiapiello, 1998: 26). El lecto¡
participa en la vida del diarista porque encuentra en ella puntos de
identificación, pero también porque a Íavés de esa üda, que la escritura
convierre en un proceso misterioso, descubre en la suya posibilidades
inexploradas. Otras vidas posibles, o mejo¡ [a üda como posibilidad, no
importa si se realiza. In que hace tan aÍacdvos los diarios es el impulso
novelesco que los recorre secretamente, el movimiento de una escritura que,

166
A Wftir del Dt no

a fuerza de querer registrar algo propio cada día, se ab¡e a la revelación de lo


que la üda, la de cualquiera, tiene de extraño e impersonal. Al despertarse
una mañana con un enigmático estado de angustia, más intenso que
cualquiera de los que lo asaltan durante el día porque ignora por completo qué
lo desencadenó (la memoria no retuvo ninguna imagen del sueño tumultuoso,
si es que lo hubo), Rama anota en su diario: "Quisiera entonces volver al
abismo, pero con los ojos abiertos, ascender a ver los monstruos. Pero nada, ni
hay retomo, ni ninguno de ellos se muesfta. Vuelvo nuevamente de lo negro
y ahora estoy en el día, como un extraño" (17-9-1974). Al lector atraído por
la potencia novelesca del. Ditrio, Rama se le aparece muchas veces como él
mismo se escribe en esta entrada sorprendente, tan parecida por su tono a
algunos Argunrencos saerianos, como el personaje extraño de una narración
realista.

En la reflexiva primera entrada del Dínrio (1-9-197$, cuyo tono recuerda


el del comienzo de un meditado ensayo cítico, Rama consigna su decisión de
correr "los peligros del soliloquio", que son los del enrarecimiento del üvir,
para poder disÍiutar "los beneffcios de la subjetividad". Aunque no aclara de
qué naturaleza son esos beneffcios, se cuida (iante quién?) de recordar que le
son extraños dada su proverbial preferencia por las "coordenadas intelectuales
o las comunitarias (trabajo, movimientos políticos) " a la hora de orientar el
pensamiento en la escritura. Más que los repliegues y extravíos del soliloquio,
acaso porque conffa en dominarlos, es quizá la "minúscula vanidad" (5-9-
1974) del egocentrismo, ese pecado de tantos diaristas, lo que se le aparece
como el peligro mayor al comenzar su propio diario. lCómo gozar del
subjetivismo sin renunciar a la orgullosa identificación con "la insignia
pascaliana ('le moi est haissable')"i La presencia de este dilema, que tantas
páginas resuelven con felicidad a fue¡za de olüdarlo, nos muestra hasta qué
punto los Otros interfieren la esc¡itura de sf que practica Rama y cómo, desde
el comienzo, la forma que toma esa interferencia es la del recuerdo de un
imperadvo moral.
El de Rama es el diario de un moralista porque muchas, y acaso sus mejores
ent¡adas están dedicadas al estudio de las complejidades y sutilezas del alma

167
A]-BERTO GToRDANO

humana, y porque la moral es la fuerza dominante en el trazado de las


"coordenadas" que pretenden (y, por fortuna, no siempre logran) delimitar y
justiffcar la aparición de los matices individuales en los retratos y autorretratos
que se van delineando en sus páginas. La moral' entendida como un orden de
valores trascendentes que deben regir las conductas y las prácticas de los
individuos en sociedad, es el horizonte constante, y a veces incluso la
condición de posibilidad, de lo que Rama anota en su diario. Aparece,
previsiblemente, cuando la escritura sirve al enjuiciamiento de actitudes
inauténticas y mezquinas, o cuando la gana la elocuencia en el reclamo de lo
que debe ser. Así, en una de tantas arremetidas contra las miserias del "orden
profesoral", la divisa que gula a los buenos es, nada menos, la de "lo bello, lo
fuerte, lo verdade¡o" (\üashington, 24 t19801). Pero a veces su voz, voz de
orden que clama por "el ordenamiento de [a üda y de la raz6n" (17'12'1977),
nos sobresalta porque aparece sin necesidad, en circunstancias que llaman
más a la distensión y el abandono que a la profundización del espfritu crítico.
Rama puede disfrutar del vertiginoso intercambio de chismes ent¡e dos
exilados cubanos ("Es el patio de la vecindad en todo su esplendor...") y
recuperar en una entrada del Diarb la íiuición y el regocijo que despierta ese
parloteo insidioso y divertido, pero algo lo lleva ffnalmente a üolentar el entre
nos con el lamento por "la total ausencia de ideas generales" y de
"interpretaciones [...] políticas o ideológicas" en la conversación (20-10-
19??). Algo que tiene que ver con la afirmación de una exigencia intelectual
pe¡manente, pero acaso también con un movimiento de reacción, un
repliegue de la conciencia frente a la intensidad de placeres que se le aparecen
como demasiado inesponsables. La moral es el terreno en el que Rama recorta
su diferencia para identificarla como virtud y también es un ffltro que
neutraliza el reconocimiento del influjo que eiercen sobre su sensibilidad
fuerzas desconocidas, ingobernables. Es la posibilidad de reconocer su
superioridad Íiente a los otros, los que se quedan charlando "a ras de suelo"
cuando es necesario "elevarse" a la "conside¡ación de ideas, concepciones,
teo¡las" (71-3-1978) y también de que el deseo imperioso de diferenciación, la
voluntad de imponerse no sólo como distinto, sino también como meior, se
disimule tras la máscara de las buenas intenciones. La moral es el punto de
vista que le permite hacer aparecer, en un ejercicio constante de crítica
psicológica e ideológrca, mesurado pero demoledor, las debilidades y egoísmos

1ó8
A bonir d,al Dialio

de los otros, casi todos los otros que aparecen en el Diario, y al mismo tiempo
definirse como "un racional confiado en la buena fe de los homb¡es" (14-11-
t977).

Los momentos más at¡activos de cualquier diario de escritor suelen ser los
referidos a los encuent¡os del diarista con otros colegas célebres o con
personalidades de mundos afines al suyo. En el de Rama estos encuentros no
quedan consignados bajo la forma de anécdotas o chismes, sino de retratos
espirituales, un género miás afln al temperamento analltico del moralista.
En dos o tres apreciaciones breves y muy penetrantes, Rama esboza el perfil
de Co¡tázar, García Márquez o Vargas Llosa ateniéndose a la superposición de
los aspectos priblicos de sus personalidades con otros menos evidentes y por lo
general secretos. Lo extraordinario de estos ¡et¡atos es que deánen una
imagen con precisión y a la vez capturan su ambigüedad esencial. El perffl se
recorta trazando líneas divergentes que, al superponerse, componen una ffgura
en tensión. Cada modelo aparece como una presencia inepetible porque la
inteligencia y la sensibilidad del retratista ftabaian a partir del hallazgo de sus
desdoblamientos y su falta de identidad. Vargas Llosa es un "personaje
balzaciano", o un "animal al acecho", en el que los buenos modales y la
compostura peÍnanente disimulan, tanto como exhiben, "la energla salvaje
que lo mueve, [su] violencia brutal" (\Tashington, 23 [1980]). Cortáza¡ una
pugna constante e irreductible: "fbdo en él se institucionaliza, y al mismo
tiempo todo en él postula una libe¡ación de las formas, las instituciones, las
prácticas disciplinadas" (26-1,0.197 4). China Zorilla, viejo amor de juventud,
"una mujer sola, indefensa, desamparada, a pesar de su soltura, su humo¡ su
mundanidad" (9-10-1977).
En los desdoblamientos y las zonas de ambigüedad que desmienten o al
menos perturban la apariencia pública del retratado, Rama entrevé,
fundamentalmente, faltas morales: la pérdida de autenticidad y el abandono
al conformismo en Cortázar (23-12.1977\, o la sustitución de la actitud
analítica por una aproximación afectiva e interesada frente a las coyunturas de
la polftica cubana en García Márquez (10-6-1980). No hay retrato que en
algún punto, o en su totalidad, no sea una crítica severa del retratado, pero

169
ALBERTo GIoRDANO

tampoco cftica que se complazca en la destrucción y no encauce también


impulsos afirmativos. La severidad responde menos a la voluntad de
regodearse en las faltas de los otros, que al amor por las fuerzas que en ellos se
debilitaron o pervirtieron. Lo ext¡ao¡dinario de Rama es que siendo un
hombre moral, no está ganado por el resentimiento' por eso en sus retratos
pueden conüvir el recelo o la indignación con el cariño o la simpatía. A la
coexistencia de esos afectos heterogéneos en el moümiento de la escritura se
debe seguramente la eficacia literaria de los perÉles trazados: más allá de la
apreciación moral que circunscribe su identidad, se imponen a la lectura como
personajes novelescos. La trama de imposturas, concesiones y miserias
intelectuales en la que aparece capturada una irrecuperable Beaniz Guido, se
esfuma de pronto en mitad del retrato y su recuerdo intensiffca el patetismo
que transmiten las imágenes de una mujer sola e inerme, a la que el diarista
imagina haberla visto, por el puro placer de imaginar- encerrada en un
-sin
fin de semana vaclo, "frente al televisor o mirando por la ventana sin saber
qué hacer" (Vashington, 23 119801). A la manera de los buenos narradores,
Rama somete a análisis crltico sólo a quienes conmoüeron su sensibilidad con
el espectáculo de una existencia singular. Por eso las generalidades de la moral
no alcanzan a borrar la rareza de cada ffgura, e incluso pueden hacerla más
sensible.

La moral de Rama, en su dimensión pública (y en las representaciones


privadas de to público), es la del intelecatol lathnarwricun como héroe
modemo, alguien en quien se realiza la convergencia de las funciones del
profesor con las del escritor, y a veces también con las del político, y que
"cumple simultáneamente todas esas funciones en el centro de la vida social,
estatuyendo el principio de reverencia al intelectual como guía, maestro,
estudioso, profeta y, en ocasiones, hombre de acción' (8-3-1980). Esta ffgura
magistral encama la conjunción de dos series de valores que en la vida cultural
se presentan por lo general como altemativas: la del estudio riguroso y la del
compromiso apasionado, la de la búsqueda de objetividad y la de la
intervención partidaria. En la tradición iluminista, que llega a Latinoamérica
a través del influjo de la cultura Íiancesa, el ethos del intelectual con el que se

1?0
A panir del üai'o

identifica Rama es el de la modemílní, entendida como un compromiso


lúcido, del pensamiento y la sensibilidad, con la actualidad en la que se está
inmerso que supone además la decisión de modificarlal.
En tiempos que se le aparecen drásticamente como los "[d]el fin de toda
moral" (15-10-1977), desde las exigencias de una moral tal vez insostenible,
pero a la que no puede renunciar (habría que volve¡ sobre esta perseverancia
en lo inactual que contradice los reclamos de modemidad constantes), Rama
ejecuta en las entradas del Di¡nb una crítica muy dura de las estrecheces de
algunos perffles de intelectual que le son próximos e incluso familiares (la
cítica a los intelectuales de derecha, tópico seguramente de numerosas
intervenciones públicas, casi no ocupa lugar en este registro íntimo agitado
por la incomodidad y el rechazo que provocan los errores y las deformaciones
de los "compañeros de ruta" o de profesión). A los intelectuales de izquierda
les reprocha la resistencia a ejercer la autocrítica "en el presente de los
hechos" que deben ser revisados (28-2-1980) y la pérdida del entusiasmo y la
capacidad de reflexión cuando se convierten en funcionarios políticos al
servicio del poder revolucionarioa. A los universitarios, sean los mediocres de
la proüncia venezolana o los soffsticados de Princeton, la estrechez del
horizonte intelectual que los mantiene encerrados en ghettos de especialistas y
deja fuera la sociedad con la que deberlan comprometerse (12-10-1977) y la
corriente principal de la cultura en la que deberían participa¡ (8-3-1980)' A
unos y otros, la cerrazón nacionalista, la carencia irresponsable "de un plano
continental" para apreciar las creaciones latinoámericanas (18-9-197 4').
Aunque sabe que hay otros sobrevivientes, y que todavía los habrá cuando
él haya desaparecido, en la intimidad siempre próxima a los asuntos públicos
de su diario, Rama se figura, sin decirlo, como el último de una "raza" de
intelectuales latinoamericanos que "están vivos en el curso arrollador del arte
y el conocimiento" (24-2-1980) y que si ya no pueden orientar la corriente que
los anastra, son capaces de conocer la arquitectura secreta de sus cauces e
incluso de adivinar su rumbo. "He aceptado ser la hoja en la tormenta a pesar
de rechazar el desorden que la mueve, en la medida en que pueda comprender
las fuerzas que actúan y que pueda enamorarrne del color, los movimientos, la
gracia particular de esas hojas" (Vashington [febrero 19801). En tiempos que
ya no son el suyo, tiempos caóticos porque la posibilidad de un orden moral
regido por lo fuerte, lo bello y lo verdadero se volvió definitivamente

l7l
ALBERTo GIORDANO

inealizable, el intelectual latinoamericano es una hoja en la tormenta de la


historia que no espera nada del futuro pero que todavía conserva sus poderes
de acepta¡ comprender y amar lo que lo mueve. Que esos poderes no sólo se
conservan, sino que se intensifican ftente a la catástrofe, hasta alcanzar un
nuevo y deffnitivo esplendor, es algo en lo que nos hace pensar el contexto
heroico en el que Rama inscribe esta imagen de sí: las "fueeas superiores e
incontrolables" que lo impulsan como a una hoja en la tornenta son las del
capitalismo, que cumple en la actualidad la acción devastadora de "los dioses
terribles y vengativos de antaño".
El último intelectual latinoamericano es el sobreüviente de una edad
deffnitivamente clausu¡ada, que perdió el horizonte de seguridad necesario
para su trabajo y, lo que es más doloroso, el reconocimiento del valor de su
tarea. Nadie lo reclama, nadie lo necesita y hasta es posible que se hayan
olvidado de é1. La imagen de un guenero que todavla combate y mantiene
despierta su pasión por la lucha aun cuando advierte que la guerra ya se perdió
representa el costado activo de las autofiguraciones de Rama. Al costado
reactivo nos aproximamos a través de su identiffcación con la figura de Simón
Rodfguez. Después de ¡eleer sus obras y repasar su biografta para escribir un
artículo de ocasión, anota en el diario: "Duele su ríste vida y acompaña [...]
esa continua Íiust¡ación de pensar mejor que nadie y no ser oldo, ni atendido,
ni respetado; esa inteligencia, condenada por tal, en medio del caos, los
apetitos desatados, la garrulería, la confusión. Todo define al intelectual en
una América cruda, mal amasada" (20-3-19?8). Más que en un análisis
objetivo de sus respectivas situaciones, atento a las coordenadas históricas y
culturales que individualizan cada caso, la identiffcación se sostiene en un
impulso afectivo que nos remite al complejo de "malquerido", con todo lo que
éste conlleva de narcisismo herido y exacerbado' Rama se identifica con la
úctima de un rechazo masivo ("no ser oído, ni atenido, ni respetado") porque
también se identifica --o tal vez, para poder identificarse- con su condición
superior ("pensar mejor que nadie").

La inteligencia que el moralista pone en la escritura del Diario es poderosa


porque sabe articula¡ lo general y lo particular, lo ob¡etivo y lo subjetivo, pero

t72
A panh del üai.,o

también porque encauza los moümientos de una sensibilidad artfstica, curiosa


de los matices singulares. A veces, sin embargo, esa inteligencia que ha dado
tantas pruebas de su ügor íiacasa, o mejor, se repliega y deja de actua¡ como
si hubiese decidido no avanzar ni un paso m:ás allá de lo que puede reconocer.
No es raro que esto ocurra cuando el lector más la reclama, anapado como
está por el deseo de descubrir lo íntimo que la dialéctica de lo público y lo
privado sustrae. Rama ab¡e la entrada del 25 de febrero de 1980 con una serie
de preguntas sobre el origen y la ve¡dad de su "persistente sensación de se¡ el
malquerido" que se vuelven casi ¡etóricas por el nivel de generalidad en el que
están planteadas:"ide dónde viene? lqué verdad contiene? lqué auto-trampa
del psiquismo escondel", y más adelante: "ien qué rincón de mi infancia ha
quedado este comportamiento amonedado? ien qué pliegue narcisista
quebrantado, en esos años que todos se han borrado, se ffjó este juego
condenatorio?". Hasta un racionalista sabe que no conviene interrogar de un
modo tan directo estas anomalías del alma humana si realmente se quiere
conocer algo de su lógica y su economía. Como cuando reflexiona sobre el
enigma de sus constantes explosiones de violencia, y el catálogo de las
pasiones tristes que lo ganan después de cada brote (malestaq culpa,
desconfianza) desplaza la posibilidad de una auténtica aproximación al sentido
de lo que ocune (11-10-1977), las preguntas sobre el origen de ese confuso
sentimiento de desamor que aviva su orgullo y su desdén, no son más que
formas en que la conciencia reacciona ftente a lo que la inquieta de sí misma
sin aventura¡se en la affrmación de algo que pueda ponerla en peligro, de algo
que desborde el reconocimiento del dolo¡ que el drama de la malquerencia
provoca en ella y en los otros, víctimas involuntarias de una puesta en escena
lamentable. 'A veces pienso que me inclino a querer a seres que, con múltiples
razones, no podrán quererme, foqando así un auto-flagelo, o que desnuyo yo
mismo afectos para luego suíiir de malquerencia". Al modo de una confesión
de culpa, estos pensamientos bloquean la apertura a otra dimensión del
problema, secreta y acaso más decisiva, [a de los goces que viven de lo que la
moral rechaza: iqué quiero en esto que aparentemente me destruye y puede
destruir preciados lazos de afecto y respeto? iquién quiere en ml, o qué de mí
quiere el retorno ominoso de estas pasiones vergonzosasi
Las condiciones que la moral establece para que la inteligencia pueda
ejercitar su poder de reconocimiento (de los méritos y faltas propios o ajenos)

Ll)
ALBERTO GIORDANO

son las mismas que le penniten desconocer en parte los impulsos que
gobieman su necesidad de ffjar lo existente a t¡avés de un juicio. Cuando
Rama se define como alguien que "entre el 'yo'y el 'super ego'puestos en
pugna", cree "haber seguido a éste y no al primero" (3-10-197 4), aunque duda
con su acostumbrada lucidez de las razones por las que tomó tal decisión
("iexcesiva fe o respeto de las coordenadas sociales que rigen los valores? io
por lo mismo desconfianza, temor o vergüenza de lo que el primero pedía/") se
preserva del encuentro con lo incierto o equívoco de sí mismo porque
reflexiona anclado a un presupuesto axiológico exigente pero tranquilizador:
la creencia en que el yo y el super-y son los términos de una alternativa moral
que se le ofiece a la conciencia para que deffna su rumbo, una altemadva en
la que el super-1o representa el polo positivo y el lo los impulsos egoístas a los
que se debe renunciar. Haber elegido uno, no importa por qué razones, es no
haber elegido el otro. A cambio del estuerzo intelectual y los sacriffcios
subjetivos que le exigen los constantes mandatos de equilibrio y obietividad,
Rama gana no sólo un arma poderosa para enjuiciar la conducta de los demás
con altísimas probabilidades de encontrarlá inconveniente, sino, lo que es más
importante, la posibilidad de desentenderse de la ambigüedad constitutiva de
sus elecciones y sus actos. Que el yo y el sr.rper-yo son ñ.rerzas que coexisten en
tensión, sin que la conciencia pueda gobemar, y a veces ni siquiera percibir sus
intercambios; que se le puede dar al lo lo que pide, un espacio imaginario para
que el egocentrismo se expanda y fortalezca, incluso siguiendo los dictados del
slper-yo; éstas son verdades simples que el moralista no reconoce ni en la
intimidad de su diário, aunque a veces la escritura de lo íntimo las expone con
claridad.
Los últimos meses de 19?? son para Rama de los peores de su exilio
venezolano. Vive con la continua sensación del acosado, sin esperanzas de que
la situación mejore, ni de que pueda consolarse de lo que lo han hecho
padecer. "Es cuando su diario asume la función de 'memorial de agravios' y
aun de 'documentos justiffcativos para la historia', dos de las funciones que él
atibuía a los papeles íntimos de Blanco Fombona" (Pelrou en Rama, 2001:
23)s. Er ,^trlb Un cuando la presión que los fantasmas ejercen sobre el
razonamiento alcanza su mayor potencia y se transmite directamente a la
escritura. En la entrada del 30 de octubre, Rama anota las altemativas del
"implacable insomnio" en el que cae preso la noche anterior, insoportable no

174
A parir del üei.,o

tanto porque le impide dormir, sino por "la pérdida de dominio de la actividad
psíquica que [o] lleva a presencia¡ sin fuerzas para contenerla, una sucesión
ftenética de imágenes". Cuando la imaginación del malquerido se desprende
del control al que la someten en la ügilia los effcaces "¡azonamientos
sociológicos", la conciencia se transforma en una pantalla sobre la que se
proyecta (idesde dónde?) una y ofta vez, con ligeras correcciones, la misma
escena de lucha. El héroe perseguido se enfrenta a unos villanos poderosos,
"los seudos intelectuales (borrachos y xenófobos, incapaces de toda digna
tarea intelectual) que han dominado y prostituido la vida cultural del país y se
han ensañado con nosotros"; responde a las ofensas con argumentos precisos
y otras ofensas más elocuentes que confunden al enemigo; ffnalmente, triunfa.
Las fantasías compensatorias de Rama son mcbdra rur intelectuales, con su
característica distribución axiológica de base, en los que la virtud termina
venciendo sobre el mal después de padecer persecución y, lo que es peor, ser
ignorada. Como no hay melodrama sin el reconocimiento apoteósico de la
virtud encamada en el vencedo¡ en estas fantaslas que el insomnio vuelve
visibles el combate retórico se desarrolla "ante un necesario público que
convalida y certifica el triunfo, prestándole al combatiente un cálido apoyo,
como un bálsamo a sus heridas".
El 30 de octubre de 1977, tal vez por la mañana, al comenzar el día de
trabajo, Rama escribió los recuerdos de sus fantasías insomnes para
desprenderse de ellas, para conjurar la persistencia de su influjo y olvidar que
la "sucesión íienética de imágenes" entrañaba quizá más verdades sobre su
vida que las que estaba dispuesto a reconocer. Acaso presintió un secreto
parentesco entre sus modos diumos de intervenh en los debates intelectuales
y los excesos morales de esos melodramas en los que el arte de la ¡etórica viene
a sustituir el de la esgrima y un cltico puede ser un paladín. iCuántas veces
en [a vigilia, despierto y en pleno dominio de sus facultades, habrá confundido
la de un héroe virtuoso e
su posición dentro de un combate de ideas con
injustamente rechazado? lCuántas veces habrá creído que sus razones
encamaban la Razón y que como tal debían ser reconocidas unánimemente?
La impresión de que Rama entredice en algunos momentos del Diario
aspectos de su intimidad que difícilmente hubiese podido abordar en forma
directa sin desprenderse antes de algunas supersticiones morales, se vuelve
más intensa con la lectura de lo que escribe algunos días después, en la entrada
ALBERTO CToRDANo

del 11 de noüembre, sobre su costumbre de fantasear "conversaciones con


personas concretas sobre temas concretos que se rehacen una y diez veces
como el original de un ensayo para ir perfeccionándolas". Sabe que esa
cosfumbre es común a "todos los humanos", pero lo inquieta que en su caso la
mayor parte de los diálogos imaginarios consistan en agotadoras tentativas de
defensa, de las que a veces le cuesta mucho anancarse, contra acusaciones
injustas. Aunque no lo dice, lo inquieta la mínima diferencia de grado entre
estas fantasías y las del insomnio, que no sea necesaria la extenuación de una
noche en blanco para que la conciencia pierda el dominio. "ll]nvento
preguntas, acusaciones, tergiversaciones contra ml y voy montando un ensayo
de justificación probando inocencia y buenas intenciones. A lo largo de él es
Íiecuente que concluya en la agresión [...] pero la mayoría de las veces procuro
simplemente probar de un modo racional y fehaciente que actúo con buena
voluntad y con un propósito solidario y constructivo. En lestas fantasfas] estoy
situado siempre solo, en el banquillo de los acusados y conÍa mí hay una
legíón rabiosa". En nombre de la razón y el bien común, el moralista puede
reprimir los impulsos üolentos aun en sus fantasías, porque ese virtuoso
ejercicio de contención sirve plenamente a la irreprimible manifestación de su
soterrado narcisismo. El héroe está solo y enfrenta a una multitud, se esfuerza
por dominarse y dominar la discusión con arnas justas. La intensidad
simbólica de la escena depende fundamentalmente de la figuración de su
soledad, otro artiffcio melodramático que opera por sustracción de contextos
¡eales. En las fantasfas de Rama no aparecen intelectuales solidarios con su
causa o víctimas de iguales persecuciones, no aparece ni siquiera Marta,
compañera inseparable, porque esas figuras demasiado reales no entran en un
solo banquillo, y hace falta un solo banquillo enfientado a una tribuna furiosa
para que las altemativas de una discusión ideológica se conüertan en actos
he¡oicos.

La tensión entre la búsqueda o la recuperación de una comunidad de pares


y la voluntad de desprenderse de los otros y affrmarse en soledad affaviesa
todo el D¿ri¿ de Rama. Pasa, en primer luga¡ por la enunciación de las
razones que explicalan su existencia. Se lleva un diario para resistir la soledad,

t76
A Danfi delDi^no

para contraÍestar el empobrecimiento que provoca la falta de un intercambio


intelectual auténtico y entusiasta. "Monologo los temas para los cuales no
puedo conseguir un diálogo satisfactorio" (7-11.1977). Támbién se lo lleva
para poder sentirse solo y disíiutar del ensimismamiento como de un vaso de
whisky o una buena lectura. "Estoy solo escribiendo. Una felicidad pugna
dentro del pecho, en este acto, y es parienta o espíritu afín de esta soledad en
que, pacientemente escribo" (28.9-197 4).
Dentro del mundo académico, su mundo más ffrme en el exilio porque es
el que le permite resolver la inestabilidad económica, Rama organiza y sosriene
proyectos colectivos, trabaja activamente en la construcción de lazos comuni-
tarios, pero nunca deja de subrayar su diferencia dentro de ese contexto de
especialistas como un índice de superioridad intelectual (aunque a veces tam-
bién de extranjería6). No es raro entonces que la única experiencia que pueda
resultarle plenamente satisfactoria dentro de este mundo sea la del seminario.
"Cuando un seminario cuaja el 25 de setiembre de 197,1-, se
organiza casi espontáneamente, -anota
concita el inte¡és de los alumnos y su
participación intelectual, no hay ninguna experiencia docente que se le
compare". Y algunos días despuésr "Nada parecido a la felicidad de estar entre
los estudiantes en una reunión de trabajo (un seminario cordial, amigo)
porque ambos estlmulos funcionan conjuntamente: la fiatemidad juvenil,
ftesca, alegre y fervorosa: la pasión intelectual, ese leve paso hacia el
conoci.miento que es, sí (la fórmula bíblica) otra forma del desvirgamiento. Esa
conjunción se toma oscuramente excitante, mide el ejercicio verdadero del
magisterio" (12-10-1974), Es notable cómo los términos de una ética (casi una
erótica) de la enseñanza feliz transfiguran los alcances de la moral docente, y
cómo las connotaciones bíblicas asociadas al ejercicio de la enseñanza, lejos de
aportarle un fundamento trascendente, radicalizan el erotismo de la función
magisterial. Aunque no cae en el exceso barthesiano de considerarlo una
especie de "falansterio", Rama piensa el seminario en la convergencia del
saber y el placer, como un ritual de iniciación en el que el cuerpo del maestro,
devenido oficiante, experimenta placeres más oscuros y todavía más
excitantes que los de conocer y comunicar conocimientos. La dlnámica del
seminario dichoso conjuga entusiasmo y método, búsqueda en común de la
verdad y experimentación de estilos individuales, y todo ese despliegue de
potencias intelectuales y afectivas está organizado en torno a un cenfio

t77
ALBERTO GIORDANO

inamovible, el maest¡o como interlocutor eminente. Todos dialogan con é1,


todos lo reconocen como un dador de discurso. iQué podría resultar más
placentero para un profesor que no renunció a su vocación intelectual que la
existencia de una comunidad en la que todavla se lo reclama como gufa
eficiente y entusiasta?
Al retomar su escritura en 1977, Rama conjetura la posibilidad de que el
diario pueda servirle para descubrir el "error" que hace de su üda un
encadenamiento de insatisfacciones y ánsiedades que le impiden ser feliz.
Aunque no explica por qué habla de "enor", todo hace supone¡ dado su
proverbial sentido de la autocítica, que está pensando en faltas morales.
Acaso el error de Rama, si de algo sirve hablar en estos términos, haya sido
precisamente su propensión a pensar los avatares de la existencia desde un
punto de üsta moral. A esa tendencia errónea hay que atribuirle la
identificación que muchas veces subyace en lo que escribe del narcisismo con
una debilidad de carácter que es necesario reprimir para no perder objetiüdad.
Una debilidad que reconoce en los ot¡os con desagrado, y en sl mismo con
inquietud, porque se le aparece como algo oscuro que lo acecha desde su
interior y de lo que tiene que defenderse. Algo familiar, como el irritante
egocenrismo de su hermano mayor, Carlos, fiente al que no tiene más
respuesta que un bienintencionado y condescendiente reclamo de respeto
mutuo?. Como ocurre cada vez que la moral reacciona contra un impulso
legltimo que la atemoriza, el interés en sí mismo renueva sus frrerzas, se vuelve
más imperioso y atractivo, y siempre encuentra modos de manifestarse,
cuando los mandatos de objetiüdad pretenden reducirlo. Con tiempo y
suspicacia de psicoanalista, se podría reconer el Diario de Rama siguiendo las
múltiples formas que toma la denegación de su narcisismo, las huellas que deja
en la escritura de lo íntimo la affrmación reprimida de su gozosa excepcio-
nalidad.
Acaso el error de Rama lo haga perder de vista a veces que sin el conflicto
entre la búsqueda de intereses colectivos (los intereses regidos por las famosas
"coordenadas" generales) y la affrmación de sí mismo como sujeto
extraordinario, ese crrnflicto consdtutivo de la figura del intelectual modemo,
no hubiese podido realizar su obra; es decir, defi.nir un estilo singular de inter-
vención pública. Él sabe, aunque a veces olvida ese saber, que el buen
intelectual es el que se aniesga a experimentar en la práctica y manifestar en

t78
A panir del üario

la escritura las tensiones, temidas y deseadas, que provoca su intrusión


conflictiva en la sociedad. No es el que reprime el narcisismo, que sólo es débil
si se clausura en la autocomplacencia, sino el que lo deja actuar en favor de
una mayor lucidez y una más intensa singularización de su pensamiento
cítico. En una digresión irónica, desentendida de las estrecheces morales, el
Diario frja una imagen encantadora de esta condición ambigua: "Detrás de los
comportamientos de escritores, por racionales y abstractos que parezcan,
siempre está acechando el mundo de EI Conde de Monte Crísto y todos son
(somos) Dantés en alguno de sus moümientos: perseguido, traicionado,
operativo, triunfante, revanchista" (9-10-197 7]'.

Jean Franco recuerda que al término de una visita que le hizo en Pafs, lo
último que oyó mientras se retiraba del departamento de Rama fue el tecleo
incesante de su máquina de escribir, acompañado en fervorosa sonoridad por
el de su muje¡ Marta Jiabas. Esta imagen feliz del matrimonio como un
compañerismo en el trabajo y el placer reaparece continuamente en el D¡¿rn
y remite a uno de los modos, el más apacible, en los que se realiza el amor en
la vida del diarista. "Dfícil pensar mi üda sin Marta. Me acostumbraría, como
a tantos estados ásperos, pero sólo extemamente. Estoy hecho con ella y sólo
con ella me entiendo. En la pieza helada del hostal, metidos en la cama,
conversando, haciendo el amor, leyendo juntos, es nuestra mutua presencia la
que nos completa. A veces puede incomodamos y podemos disputar, pero
como una variante dentro de una necesidad constante de comunicación" (18-
l-19i8). El amor como una forma de comunicación plena, fuente inagotable
de entendimiento y complementariedad. El amor definitivo, para siempre,
porque está hecho de "entrega", "necesidad", "honestidad" y "paciencia"
$ueves 27 [1980]). Gracias a la presencia 6.rme y continua de esta forma de
amor en los años del exilio, Rama pudo resistir las dificultades y las angustias
del desarraigo sin perder el equilibrio, su condición más preciada. En Caracas
y en Barcelona, en rüTashington y en Pafs, la proximidad de Marta le permitió
mantener siempre algo de sí al abrigo de las humillaciones profesionales, el
acoso ideológico y los fantasmas de la malquerencia.
El Diüio testimonia con abundancia y elocuencia cuántos y cuán intensos
fueron los placeres y los cuidados amorosos que poblaron esa convivencia

t79
ALBERTO GIORDANO

dichosa. En algunas anotaciones en las que el registro de la intimidad avanza


más allá de lo previsto (po¡ el lector, y acaso también por el diarista), se puede
entrever también un perfil sentimental que excede, sin negarlas, las
disposiciones del compañerismo en la construcción del "amor común", el de
un enamorado sometido a los arrebatos y las inquietudes de su condición
extrema. En algunas ocasiones, Rama aparece unido a Marta por lazos menos
ffrmes pero más poderosos que la reciprocidad y la complementariedad, lazos
que se establecen en secreto fuera de cualquier acuerdo y que no garantizan la
comunicación, más bien todo lo contrario, pero sí el deseo de proximidad. Esos
lazos remiten a la fascinación y el temor dicho, pero varias veces
-nunca y la intransigencia que
señalade que despiertan en Rama el extremismo
caracterizan a Marta.
"Como siempre en Marta, odios mortales y amistades proñrndast sólo existe
en ese marco de contrarios, porque todo es vivo en ella, y lo que toca también
se aüva, se enciende, se ilumina. [..,] No conoce un mundo plano: va por
praderas, rlos apacibles, bruscos precipicios, atroces desffladeros, montañas
invencibles, fuego y de pronto, otra vez, un pueblecito acogedo¡ gentes
comunes y para ella siempre fascinantes, y a la vuelta enemigos a quienes
combatir. Todo le concieme y es concemida por todo. Criatura mágica, hija
del fuego como las de Nerval" (Noviembre [19781). A los ojos del enamorado,
que ya no puede apartar la vista de las imágenes en las que se hundió la
realidad, la amada es una criatura incandescente, luminosa e inaprehensible.
Como el fuego, es fuente de luz y calor, pero también, si no se le pone llmites,
de destrucción. Su ambigüedad es esencial, porque así lo quiere la pasión para
mantenerse viva.
En Marta coexisten el gesto matemal, protectot con los ananques y las
crispaciones de una furia "satanizada" por las hostilidades del mundo. Las
páginas del D¡¿nb celebran su capacidad pára convertir cualquier nuevo
domicilio en un hogar confortable y encantador, su dulzura y diligencia a la
hora de asisrir a quienes sufien; pero también registran su incurable
inestabilidad, que tensiona y dificulta a veces la conüvencia, su propensión a
perder y reencontrar el equilibrio continuamente a una velocidad asombrosa.
"Un ser humano sobre un balancln a punto de desmoronarse" (24-9-t97 4): e¡
esta imagen Rama cristaliza la singularidad del "proceso ütal" de Marta, tan
diferente del suyo, o al menos de como él se lo representa. El enamorado es

180
A Patrit de¡ Diario

sensible a las dife¡encias que el compañerismo neutraliza porque son esas


dife¡encias, con lo que tienen de atractivas y peligrosas, lo que lo enamoran.
Por ser diferente en extremo, Marta es una criatura tan admirable como
temible, capaz de despertar en la sensibilidad del moralista vibraciones
mágicas, pero también recelo (un discreto e inconfesable recelo). La forma
intempestiva en la que se maniffesta su rareza es tomada a veces como un
signo de superioridad espiritual y oftas como la expresión de su incapacidad
para vivir según las condiciones que ffja el exilio¡ su disposición para habitar
el reino "de la libertad y la gracia" no la deja vivir en el más real "de la
necesidad" (10-9-1980). El apasionamiento que la lleva a una entrega vital sin
límites le impide replegarse, cuando es preciso, con la astucia y la voluntad de
conservación necesarias: no puede viür "comprimida", ni "revertir la piel de
la costumbre" (3-10-197 4), como por períodos puede hacer é1. En el D¿¿rio
Rama consigna algunas tentativas, que se saben inútiles, de proteger a Marta
de los vértigos que la dominan, t¡atando de llevarla a algún equilibrio. Son
pruebas de la generosidad de su amor, pero también de la voluntad de reacción
que atraviesa su sensibilidad de enamorado, imponerle a la amada un
equilibrio, que ni desea ni podía adoptar, es tanto como querer negarla, o al
menos desconocerla, para conjurar los peligros de su fascinante inestabilidad.
El índice de nombres propios que los editores dispusieron al ffnal del Dün¿
registra la altísima ftecuencia con la que Marta aparece evocada en sus
páginas, Tán notable como esta constancia es el excesivo pudor con el que el
diarista se refrere al transcurri¡ cotidiano de la ¡elación, que sabemos
intensamente amorosa, con su mujer. "Los comportamientos más íntimos de la
pareja aparecen apenas aludidos, francamente eludidos", anota Jorge
Lafforgue (2002: 4), con la misma decepción quizás que experimenta
cualquier lector de géneros íntimos ante semeiante retraimiento. El pudor,
incluso en la intimidad, respecto de los encuentros y desavenencias amorosos
es otra manifestación de uno de los rasgos salientes del temperamento de
Rama, la contención. (Otro rasgo saliente es el apasionamiento, la búsqueda
permanente de "una üda interio¡ exaltante" t1-2-19801. En la convergencia
de estos dos rasgos heterogéneos, otro avatat de la tensión entre impulsos
reactivos y affrmativos se deffne lo intransferible del temperamento del
moralista, aquello por lo que se nos impone como un ser novelesco)'
Continuamente las entradas del Diaria transmiten los esfuerzos denodados, y

181
ALBERTO GIORDANO

muchas veces exitosos, de Rama por controlar los desequilibrios que provocan
en su ánimo los sacudones afectivos. La pericia con la que opera la inteligencia
a través de la reflexión le permite al mismo tiempo enfrentar lo que lo inquieta
y sustraerse a su presencia intratable, nombra¡ e incluso analizar lo que le
ocurre desde fuera de su acontecer. Así, la sobriedad y la templanza
envidiables con la que suele referirse a sus estados de angustia, más que un
modo de comunicarlos con objetividad, pafece un recurso para tratar de
contener esa angustia dentro de los límites del yo, de restituirle al yo,
amenazado de disolución, la función de sujeto.
A las frecuentes crisis de inseguridad que intranquilizan su vida en el exilio,
Rama les da un nombre un tanto excesivo, las llama "derrumbes" o "derrumba-
mientos". La radicalidad de tal designación suele quedar seriamente
connariada por la ffrmeza del lugar en el que él mismo se sostiene cuando
evalúa los alcances de esas catástrot-es psíquicas y analiza ordenadamente sus
causas posibles. Sobre este horizonte de estrategias defensivas se recorta un
momento excepcional del Dr¿rio, el único tal vez en el que el derrumbe es no
sólo el tema de la escritura sino también la fuerza dominante en su
enunciación. Entre el lunes 24 y el jueves 27 de marzo de 1980, las entradas
registran el auténtico y vertiginoso desmoronamiento anímico que
desencadena en Rama la noticia del cáncer que amenaza la r'.. de Marta.
Esas cinco páginas "son las más estremecedoras del Di¿río, las que revelan con
más crudeza su íntimo desamparo" (Peyrou en Rama, 2001:24), Son también
las más literarias, porque en ellas la relación entre experiencia y escritura
íntima da un vuelco total: el diario ya no es sólo ¡egistro, sino también medio
en el que se realiza la experiencia.
Lunes 24: en una llamada telefónica desde Bogotá, Marta le anuncia que
tiene que operarse el próximo miércoles para que le extirpen un bulto que
acaban de descubrirle en un seno. Aunque recibe la noticia con calma, a lo
largo del día se ennegrece: "Por un momento cedl a las malas aprensiones y
pensé con honor en mi üda sin ella". Antes de que se vuelva ingobemable,
interrumpe bruscamente la ronda de las fantasías con una convicción que
debe su fuerza más a la denegación del miedo que a la conffanza en lo que
vendrá: "No pasará nada malo. No pasará". Los dos párrafos restantes de la
entrada, sobre cuestiones referidas a su futuro profesional, lo muestran
(intentan mostrarlo ante sl mismo) dorninando el temor.

182
A panir dzl Dtaio

Martes 25: El miedo y los esfuerzos por conjurarlo se intensiffcan. La


escisión de la vida anlmica sometida a una presión extrema queda
prolijamente representada por la duplicación temáticá de la entrada. Arriba,
en el primer párrafo, referencias precisas y pormenorizadas a un extenso
eruayo sobre Arguedas que estuvo escribiendo durante el día, con el que podrá
cumplir con varios compromisos editoriales, y a un posible libro sobre este
autor. Debajo, en el pánafo menos extenso, el registro apurado de la batalla
que la confianza y el desasosiego lib¡aron en su espíritu a lo largo de toda la
jomada. La serie previsible de las circunstancias que lo mantienen inquieto (la
distancia, la mutua soledad, los temores de Marta a todo lo que tenga que ver
con enfermedades) se ciena con una sorprendente digresión meta-lingüístical
"Támpoco me nanquiliza escribir esto, más bien me molesta hacerlo". Po¡
única vez la escritura del dlario deja de cumplir sus funciones habituales,
permitir que la "autoconciencia se manifieste" (19-10-1974), favorecer el
autoconocimiento y, por su medio, el control de la angustia, para arrastrar al
diarista en una dirección incierta y tortuosa. Aunque ya no le sirve como lugar
de repliegue e incluso lo expone a más inquietudes, por razones que se le
escapan, Rama no abandona el diario.
Jueves 2?r Al promediar la escritura de esta extensa y compleja entrada,
anota: "Escribir no me sirve de nada...". Y sin embargo continúa escribiendo,
y al abandonarse a ese moümiento secreto e intransitivo deja que lo más
srgnificativo de sí mismo se muestre al margen de cualquier estrategia de
autofiguración. Ya no es Rama el que escribe su temot sino el temor,
potenciado en horro¡ el que fuerza la escritura. lPara qué? Para nada. Tál vez
para que el enamorado üva la pasión que lo atraviesa hasta el límite de sus
posibilidades.
Solo, de noche, mienftas espera el vuelo que lo llevará a Bogotá para
encontrarse con Marta a la salida del quirófano, llena el tiempo vaclo del
aeropuerto escribiendo en su libreta de tapas rojas. Recuerda la noche anterior
y revive "el puro horror" en el que lo precipitó el llamado con la confirmación
del cáncer y el anuncio de la ineütable e inminente operación. 'Anoche solo
en la casa, sentado en la escalera, en la media luz que viene de la calle, en la
casa solo, llegué a no poder más; me tomé todo el whisky que quedaba y traté
de dormi¡ de no senti¡ nada. Pero cuando hoy Golo [Pico] me dijo por
teléfono que la abrazara en su nombre no pude contenerme y lloré con sollozos

183
ALBERTO GIORDANO

secos y desesperados mientras procuraba afeitárme". El denumbe de la


contención propicia el llanto y un involuntario momento poético en la
escritura: "solo en la casa/ en la casa solo...". La repetición, subrayada por el
quiasmo, mansmite con una intensidad a la que ninguna reflexión puede
ap¡oximarse el desamparo en el que cae Rama cuando lo acorrala el fantasma
de una existencia sin hogar, la posibilidad angustiante de tener que vivir en
una casa, que para colmo tendla que considerar propia, sin la figura matema
que la vuelva habitable.
"iA quién invoca¡ con verdad y creencia!". Como ya no puede sostenerse
en sí mismo, en su capacidad para elegir un plan de acción y llevarlo adelante
("sólo sirvo para las circunstancias en que hay soluciones posibles"), tienta el
consuelo de las viejas y definitivamente perdidas convicciones religiosas, juega
con el recuerdo de su confianza infantil en la Divina Providencia. El gesto es,
en principio, puramente retórico, y hay que tomarlo como una de las tantas
formas en las que el suÍiiente corteja y profundiza su dolor mientras busca algo
que lo remedie. El juego lo confirma en su condición desesperante: "no hay
nada, nada", ninguna fuerza superior a la que encomendarse. Pero cuando el
horror dicta las palabras, los cauces de la retórica pueden desbordarse y el
pasado infantil "de la doctrina en la par¡oquia" volver, desproüsto de eficacia,
vacío de sentido, pero con algo de vida. "No sé, me siento tan humilde, tan sin
respuestas... [...] no puedo imaginar un minuto de mi vida sin ella, para ella,
po¡ ella. ¡Dosl". La invocación a un Dios en el que ya no cree, este pequeño
escándalo lógico en el discurso del racionalista, es un g¡ito mudo que dice la
imposibilidad de renunciar al diálogo con un interlocutor trascendente
cuando la soledad de la angustia lo hace sentir, a é1, que debe ocupar el lugar
del 'grande de la familia", el "más perdido".
La entrada más conmovedora también es la más compleja en cuanto a la
articulación de las temporalidades referidas. El debilitamiento del dominio que
ejerce la conciencia sobre el registro de lo íntimo descentra la focalización, por
lo general excluyente, sobre la actualidad inmediata. Desde el presente en el
que el temor y la espera deffnen sus condiciones de aparición, la escritura va
hacia el pasado todavla más angustiante de la noche anterior para desde allí
retomar el curso de un día atravesado por presentimientos oscuros e inrentos
de mantener la calma. El retomo al presente (las escenas de los que duermen
en el aeropuerto mientras la espera continúa en la madrugada) es como un
trampolín para que la escritura, cargada de honor y desasosiego, dé un salto

184
A pafti del Díano

en el dempo de una amplitud exuaordinaria, absolutamente infrecuente en


este diario en el que casi no aparecen recuerdos. 1966: la escena del encuentro
y de la fascinación. 1969: los comienzos encantadoramente equívocos del
"amor común". En este pasado que le devuelve la insistencia en escribir
cuando ya no sirve para nada, Rama reencuentra íiagmentos de su historia de
amor con Marta y la confirmación dichosa, que quiere ser un argumento
inapelable cont¡a el acecho de la muerte, de que el tiempo no hizo más que
perfeccionar y aumentar la felicidad de los primeros momentos.

Nor¿s

1 El Dain registra entradas de septiembre a diciemb¡e de 1974; de octub¡e a


diciemb¡e de 1977; de enero a marzo y de septiembre a noviembre de 1978; de
febrero a septiembre de 1980 (a veces una o dos entradas por mes); una ennada
de ene¡o de 1981 y dos, una de abril y otra de mayo, de 1983. Las ent¡adas están
fechadas por lo general con indicaciones de dfa, mes y año, p€ro a veces sólo de
día y mes, e incluso sólo de mes. En algunas ent¡adas de 1980 la única ¡efe¡encia
que apa¡ece es la del lugar en el que se encuent¡a Rama mientras escribe,
Vashington.
2 l-os dia¡ios íntimos, dice Aadrés Tiapiello, con su inteligencia habitual para captar
los pequeños dramas de la subjetividad que ca¡acrerizan al género, parecen "ese
mensaje póstumo que arroja el náufiago en una botella con la esperanza de que
llegue a alguien, pe¡o con la convicción de que aún siendo asl, no servirá de nada,
pues o no sab¡án encontrarlo o no quenán, o llegarán demasiado tarde' (1998r
1ó).
3 Pa¡a un desarrollo de esra ca¡acte¡ización de la modemidad como ethos, cfi.
Foucault, 199ó.
4En este sentido, ve¡ las ¡eferencias a Femández Retamar como un "diplomático" que
conversa en un salón (16.9.197 4), y García Márquez como un "viajante polírico-
cultural" (1 1-10.1977).
5 El texto al que se refiere Peyrou es el prólogo de Rama a su selección de diarios
íntimos del escritor venezolano, titulado Rulino Bl¿rco Funbona ínrimo. Ca¡acas:
Monte Ávila, 19?5.
ó Cíi. en la ent¡ada del 11 de ma¡zo de 1980, a propósito de una visita a Ha¡va¡d en
plan de conferenciante, sus conjetu¡as sobre la üsión que tienen de él los colegas
unive¡sitarios, que lo respetan pero al mismo tiempo lo consideran "ajeno al
moümiento cent¡al de los académicos que nabajan sobre literatura, quienes sefan

185
ALBERTO GIORDANO

los que están realmente'en la cosa"'. Habría que ver hasta qué punto esta
consideración, que Rama desprende de haber sido presentado como un o¿¡si&r a
la manera de Fredric Jameson, no es oÍo slntoma de la susceptibilidad siempre
alerta del malquerido.
? C{i. las entradas del5-9-1974, del23-12-1977 y, sobre todo, del 2-5-1980.
s Citado por Tomás Eloy Martínez en "Ángel Rama o el placer de la crítica".

Bibliarafía

Foucault, Michel (1996) ¿Qu¿ es la il¿a¿r¿ciónl Córdoba: Alción.


Lafforgue, Jorge (2002) "El luchado¡ de las letas" en El P¿ís Cul¿ur¿I, Año XIII, Ne
ó38, Montevideo 25 de ene¡o 2002.
Ma¡tínez, Tomás Eloy. "Ángel Rama o el placer de la crítica".
http,//www.sololiteratura. com/ramaelolrna¡tinez.htm.
Pauls,Alan (199ó) "Las banderas del célibe". P¡ólogo a Córu se escribe eI díaria lnt w.
Buenos Ai¡es: Ateneo,
Rama, Ángel (ZOOI) Dittb 1974- 1983. Montevideo: Tiilce.
Tiapiello, Andrés (1998) EI escritor de dunbs. Barcelona, Península.

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