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La pata Patuleca vivía feliz y contenta con su familia en el campo.

Todas las mañanas iba a la escuela, recogía flores, comía maíz

tostado y le gustaba mucho cantar.

También se bañaba en el arroyo en cuyas aguas cristalinas de vez

en cuando asomaban coloridos peces.


Cierto día su tío Gervasio, fue a la escuela a ver a la pata Patuleca,
para llevarle a casa. Aunque Patuleca no estuvo de acuerdo, acepto
que su tío le llevará y juntos se fueron por el bosque.

El tío Gervasio no era muy bueno, tenía una mirada extraña y un poco
sospechosa. A llegar a casa, Patuleta le agradeció a su tío, se
despidió y se fue corriendo.
Al día siguiente, Patuleca salió a jugar al bosque y en el camino se
encontró nuevamente con su tío Gervasio, él le invito a recoger
moras ¡qué bien! –Dijo la pata-, le gustaban mucho las moras.
Mientras caminaban su tío, puso sus alas sobre los hombros de
Patuleca, ella se sintió mal, estaba triste, esas caricias que le hacia
su tío a ella no le gustaban.
Luego le llevo muy adentro del bosque y le empezó a tocar, le cogió
del cuello y le quiso besar. Ella se quedó paralizada. No sabía qué
hacer, estaba muy triste y se puso a temblar.

De repente se escuchó un ruido muy fuerte, el tío le soltó y le dijo:


-No le digas a nadie lo que paso, si dices te pego-
Era su amigo el perro Pistacho, quien le dijo:-hola Patuleca, estoy
buscando mi pelota amarilla, la has visto? Con la voz temblorosa
Patuleca dijo:-no-.

-Bueno seguiré buscando mi pelota, adiós amiga- y Patuleca


rápidamente le dijo: -espérame voy contigo- y agarrándose de su
rabo se fue caminando muy triste y sin regresar a ver.

Mientras tanto su tío muy enojado, se quedó mirando cómo se


alejaba.
Al otro día, Patuleca salió al paseo acostumbrado, al jugar con sus
amigas las gatas, nuevamente se asomó su tío, la miraba, la llamaba
y quería continuar con las mismas agresiones del día anterior.

Patuleca no sabía qué hacer. Ni siquiera el juego le importaba.


Y así, paso una semana. La misma historia. Patuleca salía a caminar
o a comprar maíz y el pato Gervasio la perseguía. Ella nada decía. El
miedo la dominaba y cada noche dormía menos pensando en los
fantasmas que la asaltaban.

Un día en sus sueños escuchó una canción que decía:

Si te hacen daño, ¡Hay que contar!, Si agreden tu cuerpo, ¡Hay


que contar!, No dejes que el silencio y el miedo te puedan
dominar.
La canción seguía retumbando en la cabeza de Patuleca “No dejes
que el silencio y el miedo te puedan dominar, tu cuerpo es tuyo y si
tu no lo quieres nadie lo puede tocar”, esto le dio fuerzas para ir a
donde sus padres y contarles los agresiones que sufría por parte
del tío Gervasio, quien avergonzado abandono la granja.

Patuleca estaba feliz ya nadie le iba a agredir y en el bosque jugando


con las abejas siempre se le veía sonreír.

FIN
FIN

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