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COMENTARIO BÍBLICO

Miguel de Burgos Núñez O.P.


CICLO A

I DOMINGO DE ADVIENTO
Renovemos nuestra esperanza desde la justicia y la paz

Iª Lectura. Isaías (2,1-5): De las espadas, arados; de las lanzas, podaderas

I.1. En este Primer Domingo de Adviento, todo impresiona; no obstante, esta lectura del Profeta Isaías es uno de
los oráculos más característicos del gran maestro del siglo VIII a. C. Isaías era un hombre de Jerusalén, de
familia acomodada, sacerdotal quizás, de cultura refinada. Su pasión por Jerusalén es, en el fondo, una pasión
por Dios; el Dios que se adora en el templo. Cuando el profeta habla del templo, de los sacrificios, de las
ofrendas… entiende que eso ante Dios no vale apenas nada. ¡Y eso que no era un irreverente, y su vocación la
describe en el templo (Is 6)!. Pero Isaías no está convencido de que sus paisanos hayan entendido
adecuadamente la presencia de Dios en Sión. Su oráculo es muy parecido al de su contemporáneo Miqueas (cf.
4,1-3). Para el profeta, Jerusalén debe ser la ciudad de la paz, de la justicia. De esa forma sí acontece una
presencia viva de Dios en Sión y en cualquier parte del mundo. De sus resortes culturales hará una profecía
crítica contra Jerusalén y contra los dirigentes políticos y los responsables religiosos. Y por eso nos habla
(sueña más bien) de una Jerusalén que debe ser sabia: la que se atreva a hacer de las espadas arados y de las
lanzas podaderas. Esta opción por la paz y no por la guerra es, para el profeta, una opción divina ¡no hay duda!

I.2. Probablemente éste era un cántico que circulaba en ambientes de la escuela de Isaías (o de algún círculo
profético desconocido ahora para nosotros) y que ha venido a ser santo y seña de este hombre que representa
la edad de oro del profetismo. Jerusalén no será la ciudad de Dios y de su presencia, sin justicia y paz, los bienes
más anhelados de la humanidad. Y éste sigue siendo el reto de la Jerusalén actual. Esta lectura, pues, de Isaías,
es una portada extraordinaria, la más adecuada sin duda, para comenzar este Adviento: porque en el mundo de
hoy, nacionalismos, fundamentalismos religiosos, xenofobias y rencores, anidan y reverdecen en los corazones
de los hombres, ¡y eso que estamos en el tercer milenio! No es posible que dejemos de sentir y de anhelar que
necesitamos rehacer esta “historia” de aquí, como algo nuevo y profético. Es eso lo que cambiará el mundo ya
no de espadas y lanzas, sino de cañones y tecnología maldita a punto para aniquilar a los pueblos y a la misma
humanidad.

IIª Lectura: Romanos (13,11-14): Llenarse del evangelio, llenarse de Cristo

II.1. Dentro de la sección parenética o exhortativa de la carta a los Romanos (12,1-15,13) no podía faltar un
apunte sustancial a la dimensión escatológica de la vida cristiana, poniendo en guardia sobre la espera del día
del Señor que fue algo imprescindible en la experiencia de la salvación de Dios. El apóstol describe en antítesis
lo que se vive en este mundo y lo que debe ser el anhelo y la esperanza de los que, sintiendo la salvación de Dios
en Cristo, todavía deben hacer historia en este mundo. Con las metáforas de contraste entre la noche y el día o
entre la luz y las tinieblas, se expresan esas radicalidades escatológicas. ¿Qué hay que hacer? El apóstol lo
expresa con una imagen sin precedentes: “revestirse del Señor Jesús” (13,14). No es algo insustancial o externo
como pudiera parecer. Más bien es colmar nuestra interioridad de la vida del Señor Jesús. Así se debe vivir en la
historia.

II.2. El texto, pues, es una llamada de Pablo a salir de la vida sin sentido que vivimos tantas veces. Diríamos que
las armas de la luz, en este caso, son la justicia y la paz. Y revestirse del Señor Jesús es vivir en el proyecto del
evangelio. La carta más importante de Pablo, por muchos motivos, nos ofrece los elementos éticos de la vida
cristiana. Pero no es solamente una exhortación moralizante, sino una invitación a una vida más radicalmente
cristiana (revestirse de Cristo es toda una expresión teológica): cambiar de rumbo en la existencia, de
planteamientos. Pablo pretende que los más fuertes de la comunidad busquen un tipo de experiencia que
solamente encuentra su razón de ser en Jesús, es decir, en su evangelio. No olvidemos que éstas fueron las
palabras que leyó San Agustín, cuando tomó el libro que había en la casa, en el que se había fijado Ponticiano, el
narrador de la vida eremítica de Antonio en el desierto; pero Agustín y Alipio todavía seguían planteándose
muchas cosas y buscaban…; el libro en cuestión no versaba sobre retórica o gramática… Finalmente Agustín
escuchó esas voces misteriosas que decían “toma y lee” (Confesiones, VIII,12,29). Era exactamente el texto de
nuestra carta con las palabras de Pablo “revestíos del Señor Jesús”. Son palabras que bien merecen una
conversión. Ni la retórica ni los cultos mistéricos pudieron llenar su corazón. Fue Cristo Jesús, en esa
experiencia de “interioridad”, quien cambió una vida sin sentido.

Evangelio: Mateo (24,37-44): Vigilancia y discernimiento

III.1. El evangelio del día (en el ciclo de Mateo que comienza hoy) nos ofrece un pasaje del último discurso de
este evangelista, de los cinco que estructuran su obra (5-7; 10; 13; 18; 24-25), que en realidad es el equivalente
de Mc 13, conocido como discurso apocalíptico. De alguna manera se quiere hacer una unión con el penúltimo
domingo del año litúrgico. Y es que el Adviento parte de la experiencia de una historia gastada, agotada, y
apunta a una esperanza nueva e inaudita: la esperanza de un salvador que traiga luz, justicia y paz a los
hombres. Un juicio sobre nuestras acciones, un discernimiento más bien, es algo que está presente en la
proclamación profética y que cobra tintes más dramáticos en los profetas de tendencia apocalíptica. Este
mundo, piensan, no puede seguir así y Dios tiene que tomar las riendas de la historia humana, como en el
tiempo de Noé y el diluvio. Sobre esta comparación está montada la parte del discurso que quiere trasmitir a los
cristianos, en nombre de palabras de Jesús, la necesidad de la “vigilancia”.

III.2. En la prehistoria de Israel, el diluvio universal es todo un mito simbólico que prepara adecuadamente la
aparición de un tiempo nuevo: la llamada de Abrahán, el padre del pueblo, el creyente que confía en Dios. Los
once primeros capítulos del Génesis narran cómo la humanidad busca su identidad al margen de su creador y
está a punto de perderse por la maldad y la arrogancia. Parece como si la obra que había salido de las manos de
Dios hubiera perdido su sentido. Los hermanos no se respetan, se matan y la humanidad se pervierte perdiendo
su chispa divina. La “historia” o narración del diluvio, no obstante, pone como símbolo un “resto” que pueda
garantizar un futuro mejor. Es evidente que la historia, nuestra historia, necesita ser siempre renovada. Eso es
lo que buscan los hombres de todas las religiones y tendencias. Y eso es lo que se propone también con este tipo
de discurso, producto de una mentalidad apocalíptica, que no es lo más característico de Jesús, sino más bien de
una comunidad, como la de Mateo, en la que permanecen muchas concepciones del judaísmo.

III.3. Llamada, pues, a convertirse; llamada de recomenzar, porque siempre es posible “recomenzar” para el ser
humano. Los animales u otros seres vivientes no pueden nunca “recomenzar”, les es imposible, pero el ser
humano sí. Esa es nuestra grandeza y nuestro reto. Es algo que Dios ha puesto en la entraña misma del ser
humano que sacó de la nada, o de la tierra, si queremos usar el símil bíblico de Gn 2. Así sucedió en tiempos de
Noé después del diluvio; así sucedió también en tiempos de Abrahán tras lo de la torre de Babel. Esto será todo
lo mítico que queramos, pero es muy elocuente para desentrañar el sentido de estas palabras “escatológicas”
del discurso que inaugura el Adviento. “Estad preparados”, en el lenguaje apocalíptico, puede sonar a algo poco
agradable; pero desde la lectura profética de la acción y las palabras de Jesús es una llamada exhortativa a vivir
en concordia, en paz, en justicia… y en alegría. Es verdad que estas palabras no están presentes en esta parte
del discurso mateano, pero sí en el “espíritu” del Adviento. No se pueden cambiar, tienen que sonar como están
escritas, pero debemos interiorizarlas con el talante de que podemos comenzar una etapa nueva, un momento
nuevo, una actitud nueva… por la llegada del “Hijo del Hombre”. El Hijo del hombre, en la interpretación
cristiana es Jesús de Nazaret, el Señor, quien comenzó, de parte de Dios, una “historia” radicalmente nueva para
que podamos vivir con dignidad en el temor o la confianza en Dios, sin miedo a ser destruidos, sino con
discernimiento. Discernimiento de lo que no tiene sentido y de lo que hay que arrancar, si fuera posible de raíz;
pero aún no siendo posible, siempre es maravilloso que se nos conceda la ocasión o la oportunidad, si
queremos la terapia, para que nuestra historia personal no tenga por qué estar envejecida para siempre. Dios,
el Dios de Jesús, siempre tendrá un proyecto de salvación con la humanidad.

II DOMINGO DE ADVIENTO
Nos hace falta el «conocimiento de Dios»

Iª Lectura: Isaías (11,1-10): Recuperar el paraíso perdido

I.1. Otro maravilloso oráculo de salvación de Isaías abre las lecturas de este Segundo Domingo de Adviento. Es uno
de esos tres oráculos mesiánicos (cf Is 7,1-17; 9,1-6) que caracterizan el libro del profeta de Judá y Jerusalén.
Oráculos de muchos quilates que son tan propicios para levantar el alma de un pueblo en nombre de Dios y no de
promesas falsas de los hombre prepotentes del este mundo. Nuestro texto es un poema que tiene dos partes,
probablemente de origen distinto. Pero estas son cosas literarias que no van en perjuicio de la hermosura del
poema y de su lectura unificada e incluso de que sea un poema posterior al exilio, cuando la monarquía está talada,
desaparecida. El contexto anterior del mismo nos habla de un bosque destruido en el que han caído los árboles, el
bosque de Judá; subsiste todavía un tocón, el de Jesé, el padre de David. De ahí, Dios hará retoñar la vida nueva para
el pueblo, para Jerusalén. Hace falta verdadera iluminación profética para saber ver y prever lo que los hombres
normales no sabemos contemplar o esperar. Los profetas sí, por ello los necesitamos siempre, y eso que para
nuestra instalación en la cosas de siempre no pueden resultar complacientes.

I.2. Pero esa vida nueva, precisamente por ser nueva, estará fundamentada en los valores que los reyes de Israel y
de Judá no habían sabido trasmitir hasta ahora. La situación que se detalla es, en cierta manera, paradisíaca y
bucólica, porque se recurre a la naturaleza y a los animales. Y todo, porque se describe un país que está lejos de una
cosa muy importante: “el conocimiento de Dios”. Efectivamente, el “daat Elohim” es un término decisivo en la
teología profética. No olvidemos que conocer, aquí, no tiene el sentido de “gnosis” o conocimiento intelectual, sino
el sentido bíblico de yd‘ y el daat Elohim de los profetas (Os 4,1.6; 5,4; 8,2 ; Jr 2,8; 4,22; 9,2.5 en oráculos de
amenaza o bien de salvación: Os 2,22; Jr 31,34 o Is 28,8) experiencia de Dios, de lo santo; o la misma experiencia
del amor entre hombre y mujer). Por eso “conocer a Dios” es reconocerlo, reconocerlo, intimar con él de verdad,
buscarlo y anhelarlo…

I.3. Porque lo que el profeta quiere refrendar es que no hay justicia, ni paz, ni felicidad para los pobres y parias,
porque al mundo le falta la “experiencia de Dios”. Desde luego la experiencia de ese Dios del que Isaías fue
portavoz radical. Incluso se va más allá de la imagen mítica del paraíso, aunque es eso lo que se quiere recuperar
también de una forma real y espiritual en el oráculo; allí faltó a la humanidad el conocimiento de Dios, la sabiduría,
para saber depender de Dios sin necesidad de entenderlo como esclavitud; y esa es la situación que desde entonces
arrastra la humanidad: Dios es el futuro del hombre, de los reyes, de los pueblos, de la pareja, de la familia, del
hombre y de la mujer. Con el conocimiento de Dios (un conocimiento de amor) -se nos quiere decir-, buscamos
sabiduría, fortaleza, valor; y trae la justicia para los más pobres. Se habla, pues, de un rey, que no necesita poder
para destruir y valor para restaurar la armonía y la paz. Esa paz mesiánica que se convierte en santo y seña de los
profetas y de este tiempo de Adviento…

IIª Lectura: Romanos (15,4-9): Perseverancia y consuelo

II.1. Nuevamente en este domingo, en la carta a los Romanos, Pablo hace referencia a las Escrituras, en este caso al
Antiguo Testamento, para que de ellas podamos sacar unas consecuencias inmediatas: perseverancia y consuelo.
Son dones que proceden de Dios. Perseverancia, porque hay que tener en cuenta que Dios no falta a su alianza y a
sus promesas; ha prometido un mundo mejor, nuevo, justo, (sería en este caso la promesa de la primera lectura de
Isaías) y si perseveramos en fiarnos de esa promesa, la verán nuestro ojos.

II.2. Consuelo, porque cuando verificamos lo lejos que estamos de ese estado ideal y casi olímpico; la actitud
cristiana no puede ser la desesperación; debemos consolarnos porque algo absolutamente nuevo nos viene de
parte de Dios. Y el Adviento es un tiempo propicio para ello. El ejemplo que propone es Cristo, servidor de judíos y
paganos, de magnitudes irreconciliables, de mentalidades opuestas. Cristo es el futuro de todos los hombres. Este
ideal no puede perderse para los seguidores del evangelio, para las comunidades cristianas que viven en cualquier
parte del mundo. El Adviento es un tiempo ideal, es su idiosincrasia, porque es un tiempo de promesas que
adelantan un futuro de lo que un día debe ser lo que Dios ha querido para toda la humanidad.

Evangelio: Mateo (3,1-12): El Reinado de Dios nos pide un cambio de mentalidad

III.1. El evangelio del día nos presenta a una de las figuras más características del Adviento: Juan el Bautista, el
precursor del Señor. La presentación del profeta de Galilea, Jesús, se hace en la tradición cristiana de la mano de
Juan el Bautista (cf Mc 1,1ss); de aquí y de otras informaciones (Fuente Q) lo han tomado Mateo y Lucas, cada uno a
su manera. La presentación de Mt 3,1-12 va encaminada al bautismo de Jesús. La discusión sobre la historicidad del
mismo debería plantearnos algunas cuestiones que han sido debatidas en torno al Jesús histórico. ¿Fue Jesús
discípulos de Juan el Bautista? Hoy no nos podemos negar a aceptar una relación de Jesús con el movimiento de
Juan el Bautista (cf Jn 1,30). Pero tampoco podemos cerrarnos a aceptar que no hubo “fascinación” por su
magisterio, por su bautismo o por sus ideas apocalípticas. Jesús tenía “in mente” otras ideas y otros proyectos. El
desierto, el bautismo son elementos de la vida y la ideología del Bautista. Jesús iría a las aldeas y los pueblos “para
anunciar el reinado de Dios”. Pero es verdad que algo ocurrió en la vida de Jesús que le acercó a Juan.

III.2. El texto de Mateo propone los elementos en el que podían coincidir: “convertíos porque ha llegado el reinado
de Dios”. Esta expresión es cristiana por los cuatro costados, aunque el redactor ha querido incardinar
estrechamente a Juan el Bautista con el proyecto y mensaje de Jesús de Nazaret. La “conversión” (metánoia) sí es
coincidente. Pero debemos estar atentos a no considerar esta expresión simplemente como “hacer penitencia”. Es
algo más radical y profético: es un cambio de mentalidad de mucho alcance que, sin duda, Juan proponía a sus
seguidores frente al judaísmo oficial. El que no predicara en Jerusalén, ni en el templo (como tampoco hizo Jesús
normalmente) muestra esa radicalidad apocalíptica que algunos han comparado con los sectarios judíos de
Qumrán. No está claro que Juan perteneciera a esa secta… pero… podían haberse dado algunos contactos. Elegir el
desierto y el Jordán para el bautismo era como querer vivir la experiencia de un nuevo éxodo, de una nueva
entrada en la tierra prometida, de recomenzar las relaciones con Dios con una nueva vivencia de alianza. Estos
símbolos no son despreciables significativamente… y por eso Jesús se acercó a Juan que tenía fama de profeta entre
el pueblo sencillo.

III.3. El caso de Juan es típico del hombre que está en desierto, que anhela una historia nueva y renovada, pero que
usa para ello las armas propias de los apocalípticos: el hacha que corta la raíz, que destruye para renovar ¡Eso
asusta! En todo caso, su discurso es absolutamente teológico -desde la teología de un evangelio tan característico
como el de Mateo -; de nada vale ser un hijo de Abrahán, tener el privilegio de pertenecer al pueblo escogido como
los fariseos y saduceos que venían a bautizarse, porque Dios puede hacer hijos de Abrahán de las piedras.
Efectivamente, el que debe venir, traerá el Espíritu, y con el Espíritu, todos pueden tener el privilegio del que se
habían adueñado unos pocos. Y eso vuelve a repetirse siempre en los ámbitos institucionales religiosos. Es
necesaria una conversión radical para que lo santo tenga sentido. Juan no tenía -así lo confiesa-, las soluciones a
mano; pero él sabe que Dios sí las tiene, y así las propone por medio de Jesús. La conversión, en este caso, es lo
mismo que Isaías manifestaba en torno al “conocimiento de Dios”. Con Juan se cierra el Antiguo Testamento, desde
la visión cristiana; con Juan acaba la historia de privilegios que el judaísmo oficial había montado en torno a lo
santo y lo profano. Él solamente diseña la última posibilidad de subsistir: un cambio, una nueva mentalidad, un
nuevo rumbo, porque a partir de ahora Dios no va a dejarse manejar de cualquier manera.

III DOMINGO DE ADVIENTO


ADVIENTO, UN TIEMPO DE VALORES PROFETICOS

Iª Lectura: Isaías (35,1-10): A la búsqueda de la alegría

I.1. La lectura de Isaías evoca una escena de imágenes creativas y creadoras: es como una caravana de rapatriados
que atraviesa un desierto que se transforma en soto y cañaveral por la abundancia de agua; sanan los mutilados, se
alejan los fieras; la caravana se convierte en procesión que lleva a la ciudad ideal del mundo, Sión, Jerusalén: con
cánticos. Es una procesión que está encabezada por la personificación de una de las cosas más necesaria para
nuestro corazón: La Alegría. Pero no se trata de cualquier alegría, sino de una Alegría con mayúsculas, de una
alegría perpetua. Y de nuevo termina la procesión (v. 10), se corta de raíz, para que queden alejados la pena y la
aflicción (que son el desierto, la infelicidad, la opresión y la injusticia). Es decir, la procesión a la ciudad de Sión la
abre la alegría y la cierran la alegría y el gozo.

I.2. El Adviento, pues, es un tiempo para anunciar estas cosas cuando las previsiones, a todos los niveles, son
desastrosas, como puede ser el exilio o el desierto. Quien tiene esperanza en el Señor comprenderá estos valores,
que son distintos de los valores con los que se construye este mundo de producción económica e interesada;
porque el Adviento es una caravana viva a la búsqueda del Dios con nosotros, del Enmanuel. Es un oráculo, pues, el
de Isaías 35, que no puede quedar solamente en metáforas. Estas cosas se han vivido de verdad en la historia del
pueblo de Israel y es necesario revivirlas como comunidad cristiana, especialmente en Adviento.

IIª Lectura: Santiago (5,7-10): A la espera del Señor, con entereza

II.1. Dos elementos resuenan con fuerza en este texto de la carta de Santiago: la venida (parousía) del Señor y la
paciencia (makrothymía). Para ello se pone el ejemplo del labrador; pues no hay nada como la paciencia del
labrador esperando las gotas de agua que vienen sobre la tierra… hasta que una día llega y ve que se salva su
cosecha. De nada vale desesperarse… porque llegará, a pesar de las épocas de larga sequía. Pero la paciencia de que
todo cambiará un día es sinónimo de entereza y de ánimo.

II.2. El texto, pues, de la carta Santiago pretende llamar la atención sobre la venida del Señor. El autor hablaba de
una venida que se consideraba próxima, como sucedía en los ámbitos apocalípticos del judaísmo y el cristianismo
primitivo. Pero recomienda la paciencia para que el juicio no fuera esperado como un obstáculo o un despropósito.
Es verdad que no tiene sentido esperar lo que no merece la pena. Hoy no nos valen esas imágenes que se apoyaban
en elementos críticos de una época. Pero sí la recomendación de que en la paciencia hay que escuchar a los
profetas, que son los que han sabido dar a la historia visiones nuevas. No debemos escuchar a los catastrofistas que
destruyen, sino a los profetas que construyen.

Evangelio: Mateo (11,2-11): El reino es salvación, ¡no condenación!

III.1. El texto de hoy del evangelio viene a ser como el colofón de todos estos planteamientos proféticos que se nos
piden. Sabemos que Jesús era especialmente aficionado al profeta Isaías; sus oráculos le gustaban y, sin duda, los
usaba en sus imágenes para hablar de la llegada del Reino de Dios. Mateo (que es el que más cita el Antiguo
Testamento), en el texto de hoy, nos ofrece una cita de Is. 35,5s (primera lectura de hoy) para describir lo que Jesús
hace, como especificación de su praxis y su compromiso ante los enviados de Juan. Es muy posible que en esta
escena se refleje una historia real, no de enfrentamiento entre Juan y Jesús, pero sí de puntos de vista distintos. El
reino de Dios no llega avasallando, sino que como se refleja en numerosas parábolas, es como una semilla que crece
misteriosamente… pero está ahí creciendo misteriosamente. El labrador lo sabe… y Jesús es como el “labrador” del
reino que anuncia. El evangelista Mateo ha resaltado que Juan, en la cárcel, fue informado de las obras de Mesías
(no dice sencillamente Jesús, ni el término más narrativo del Señor, como hace Lucas 7,24). Y por eso recibe una
respuesta propia del Mesías…

III.2. El Bautista, hombre de Antiguo Testamento, está desconcertado porque tenía puestas sus esperanzas en Jesús,
pero parece como si las cosas no fueran lo deprisa que los apocalípticos desean. Jesús le dice que está llevando a
cabo lo que se anuncia en Is 35, y asimismo en Is 61,1ss. Jesús, pues, está movilizando esa caravana por el desierto
de la vida, para llegar a la ciudad de Sión; está haciendo todo lo posible para que los ciegos de todas las cegueras
vean; que todos los enfermos de todas las enfermedades contagiosas del cuerpo y el alma, queden limpios y no
destruidos y abandonados a su suerte. El reino que anuncia y al que dedica su vida tiene unas connotaciones muy
particulares, algunas de las cuales van más allá de lo que los profetas pidieron y anunciaron.

III.3. Y finalmente, añade una cosa que es decisiva: ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí! (v.6). Esta expresión
ha sido muy discutida, pero gran mayoría de intérpretes opina que se refiere concretamente al Bautista. Esa es la
diferencia con Juan, por muy extraña que nos parezca; porque entre Jesús y Juan se dan diferencias radicales, a
pesar del elogio tan manifiesto de nuestro texto (vv.9-10): uno anuncia el juicio que destruye el mal (como los
buenos apocalípticos) y el otro (como buen profeta) propone soluciones. Esa es la verdad de la vida religiosa: los
apocalípticos tiene un sentido especial para detectar la crisis de valores, pero no saben proponer soluciones. Los
profetas verdaderos, y Jesús es el modelo, no solamente detectan los males, sino que ofrecen remedios: curan,
sanan, ayudan a los desgraciados (culpables o no), dan oportunidades de salvación. Nosotros hemos tenido la
suerte de nacer después de Juan y haber escuchado las palabras liberadoras del profeta Jesús.

IV DOMINGO DE ADVIENTO
JESUS ES EL “ENMANUEL”, PORQUE SALVA

En este cuarto Domingo de Adviento, que precede a la Navidad, las lecturas nos hacen descubrir verdaderamente al
Esperado de los pueblos, a Jesucristo. Son tres lecturas de densidad cristológica inigualable que ya nos hacen tocar
con las manos y vivir con corazón sincero la densidad de lo que significa el que Dios “esté con nosotros”, para
siempre; es decir, que sea “Enmanuel”.

Iª Lectura: Isaías (7,10-16): Dios está en nuestra historia

I.1. La primera lectura es probablemente el más famoso y conocido oráculo del profeta; el que más veces se he
reinterpretado en la historia del pueblo judío, y de las comunidades cristianas. Es un oráculo que tiene un contexto
histórico bien definido: cuando el rey Ajaz buscaba apoyos para su monarquía en los poderosos de este mundo, en
Asiria concretamente, un imperio terrible, ante las amenazas de los reyes de Damasco y Samaría por quitarle el
trono. Entonces el profeta lo afronta con la gallardía que siempre tienen los profetas que saben leer en la vida las
cosas de Dios. Precisamente lo que busca el rey será su condena; solamente cuando se es capaz de confiar en Dios,
Jerusalén será liberada: “si no creéis, no subsistiréis”.

I.2. Una muchacha muy joven (almah), ha concebido y dará a luz. Es el signo, el símbolo entrañable de lo que Dios
promete por medio del hombre más lucido en la Jerusalén de aquellos días. Puede parecer irrisorio para el
momento dramático y decisivo que se está viviendo. Está en juego el trono de Judá y, sin duda, el templo de Dios…
si Dios mismo no tiene la respuesta; y desde el realismo socio-político eso no vale para nada. Pero Dios no es
inmune a lo que está sucediendo. Pide paz y sosiego, confianza y experiencia divina… Porque Dios puede sacar de la
nada lo que los hombres son incapaces. Ahí queda el símbolo y, si queremos, la leyenda o el mito de lo religioso.
Pero cuando se rehace la historia de las personas, de las familias o de los pueblos… comprobamos que lo que no
tenía sentido sí lo tiene. Estas palabras de Isaías se cumplirían por medio de la madre joven que habría de dar un
descendiente a Ajaz, Ezequías. Los ejércitos de Israel y Damasco fueron derrotados por los asirios en el 732 a. C. La
guerra sirio-efraimita fue un fracaso, incluso para Judá, que tuvo que pagar tributo a Asiria; pero la palabra
profética se cumplió: un descendiente davídico seguiría ocupando el trono.

I.3. Es muy importante el contexto histórico de este oráculo de Isaías, pues de lo contrario perderíamos su
perspectiva verdadera de palabra de luz de un profeta en medio de los miedos y desajustes que conmocionan al
pueblo. El profeta es el único que tiene la luz necesaria para poner de manifiesto el disparate de Ajaz para echarse
en manos de Asiria y de sus dioses implacables; tiene una mirada más alta para confiar en el Dios vivo y verdadero
que libera de verdad. Es lógico que para un político esto fuera una ignominia: confiar en Dios cuando Jerusalén
puede ser destruida. Su postura es muy crítica frente al rey de Judá, pero del alma le sale una promesa que es una
oferta para un pueblo nuevo. Porque Dios no abandonará a su pueblo; y le dará un Mesías, el esperado, aunque éste
no venga como se le esperaba. Con ello se pone en juicio toda la tradición anterior. Es verdad que esto no está
directa e inmediatamente en el texto; serán los cristianos quien lo acomoden en sentido mesiánico a lo que dijo e
hizo Jesús.

IIª Lectura: Romanos (1,1-7): El evangelio de Dios

II.1. La segunda lectura es el comienzo, exactamente, de la carta más impresionante de Pablo, lo que se conoce
técnicamente como el prescrito. El Apóstol de los gentiles les anuncia la buena nueva de Jesucristo: nacido de David
según la carne y establecido en su poder por el Espíritu de Dios. Las formulaciones de fe que Pablo recoge de la
tradición anterior a él no obstan para poner de manifiesto la pasión verdadera por el evangelio de Dios;
precisamente este hombre que antes fue perseguidor de los que confesaban a Jesús como el salvador. Ahora, en el
cristianismo, Pablo entiende que en Jesucristo se han realizado las promesas de sus profetas, las que él había
intentado conocer en profundidad en las escuelas rabínicas en las que se había formado en Damasco o en Jerusalén.
Y se atreve a más: Dios le ha llamado precisamente para que este nombre sea conocido hasta los confines de la
tierra. Él ha dejado su antigua pertenencia a la fe judía, precisamente para que los paganos oyeran hablar de un
Dios que siempre está con los hombres, y que los paganos, los ateos, los apóstatas, los que son dioses de ellos
mismos, puedan escuchar la bondad y la generosidad de este Dios verdadero. Por eso no se avergüenza del
evangelio.
II.2. Llama la atención la expresión de “evangelio de Dios” que verdaderamente señala a Jesucristo, nacido de la
línea de David y constituido Señor por la resurrección de entre los muertos. Precisamente el “evangelio de Dios” es
lo que Pablo va a desarrollar en esta carta prodigiosa a los Romanos. Evangelio que, como buena noticia, no
consiste solamente en proclamar que Jesús es el Señor, sino que es el Señor porque ha dado su vida para que
nosotros seamos libres y vivamos de verdad. Es una gracia esto del evangelio para el apóstol de los gentiles.
Efectivamente “una gracia” que le llega por el evangelio de Dios; una gracia no solamente para él, sino para todos
los hombres. Y como es una gracia, no puede mantenerla egoístamente para sí, sino que debe proclamarla a todos.

Evangelio: Mateo (1,18-24): Dios está con nosotros, en Jesús

III.1. El evangelio de hoy es del evangelista que mejor ha tratado las profecías del Antiguo Testamento, aunque, por
razones propias de la mentalidad judeo-cristiana del mismo, aparezca la figura de José como introductora del
cumplimiento. En el sueño, José -una forma bíblica de hablar de experiencias religiosas-, tiene encomendado dar un
nombre al hijo que dará a luz su prometida María; le pondrá por nombre Jesús. En Is 7 el nombre era Enmanuel:
¿Acaso no es lo mismo? Semánticamente no, pero teológicamente sí. Su nombre simbólico será una realidad eterna:
Enmanuel, Dios con nosotros. El nombre de Jesús significa: Dios salva. Es posible que este relato de Mateo no
alcance las cimas del relato de la anunciación de Lucas (1,26-38), entre otras cosas porque se ha debido atener a su
mentalidad más judía, acorde con su comunidad y sus búsquedas. No deja de ser, no obstante, un relato prodigioso
como el de Lucas.

III.2. Dicen los especialistas, con razón, que estos relatos han sido escritos en una forma muy peculiar. Le llaman
midrash, en este caso haggada, porque es narrativo, ya que intenta actualizar un texto del AT y aplicarlo a una
situación nueva. Esto es verdad y muy significativo. No estaban “relatando” en el sentido más estricto, sino
actualizando. No podemos tomar al pie de la letra lo del sueño, pero sí debemos tomar en consideración su
mensaje. José no está herido de infamia por haber sido engañado por su prometida. Lo importante para Mateo es
que él debe desempeñar una misión, la de ponerle el nombre, ya que el nombre tiene una importancia decisiva en
el lenguaje bíblico. Y el nombre, en este caso, no es el nombre histórico con el que Jesús ha saltado a la fama. Es el
oráculo de Is 7 el que se quiere actualizar y por ello se le pondrá - ¡que extraño! - Jesús, cuando en el oráculo era
Enmanuel (Dios con nosotros), aunque tampoco en las palabras de Isaías hay relación directa entre Enmanuel y el
hijo de Ajaz, Ezequías. El hecho real es que José puso nombre a “su” hijo: Jesús. Con ese nombre, según el relato
midrashico, se estaba cumpliendo la profecía del Enmanuel.

III.3. No deberíamos pasar por alto cómo Mateo ha querido responder a una objeción que se le plantea en la
genealogía (1,16) cuando, dejando de lado a los varones (que Jacob engendró a José), debe introducir a María
como la madre de Jesús. En su genealogía de Jesús, Mateo intenta poner de manifiesto que Cristo desciende
realmente de David. Pero, de hecho, no consigue probarlo porque, en el momento decisivo, en lugar de decir
que Jacob engendró a José‚ y éste a Jesús, interrumpe la sucesión y afirma: «Jacob engendró a José, el esposo de
María, de la que nació Jesús, llamado Cristo» (1, 16). Intenta decir lo que intenta decir: que Jesús tiene un origen
divino. Según el derecho judío, la mujer no cuenta en el alcance genealógico. Por consiguiente, a través de María
no puede Cristo insertarse en la casa de David. Sin embargo, para Mateo es evidente que Jesús es hijo de María y
del Espíritu Santo (1,18). Y entonces surge un problema: ¿Cómo insertar a Jesús, a través del árbol genealógico
masculino, dentro de la genealogía davídica si no tiene un padre humano? Para resolver el problema, Mateo
hace una especie de acotación o glosa (explicación de una dificultad) y narra la concepción y el origen de Jesús
(1,18-25).

III.4. Su intención no consiste en narrar la concepción de Jesús, ni en describir, como hace Lucas de forma
extraordinaria (2,1-20), el nacimiento de Jesús. El centro del relato lo constituye José, el cual, al considerar la
situación embarazosa de María, pretende abandonarla en secreto. ¿Qué ha pretendido Mateo en 1,18-25? Sin
duda, solucionar el problema que se ha suscitado; y el esclarecimiento lo tenemos en el versículo 25: José‚ pone
al niño el nombre de Jesús (Yeshúa), un nombre teofórico, eminentemente bíblico (Josué/Yehoshúa). José,
descendiente de David y esposo legal de María, al imponer el nombre a Jesús se convierte legalmente en su
padre, con lo cual lo inserta en su genealogía davídica. De este modo, Jesús es hijo de David a través de José, y es
también el Mesías. Así se cumple igualmente la profecía de Isaías (7, 14) de que el Mesías nacería de una virgen
(en realidad almah no es virgen, sino doncella en edad de casarse, aunque los LXX tradujeron por παρθένος
(Jer 38:4 LXT) - parthenos, virgen-, y así ha pasado a la tradición cristiana), y el plan de Dios se realiza de modo
pleno. En el fondo, teológicamente hablando, uno y otro nombre vienen a significar lo mismo: Dios está con
nosotros cuando salva y cuando libera Jesús (porque Yeshúa significa “Dios es mi salvador” o “Dios salva”). Por
tanto, decir Enmanuel y decir Jesús, para el evangelista, es correspondiente, porque no está Dios con los
hombres de otra manera que salvándolos y liberándolos. La comunidad de Mateo, pues, ha entendido
ajustadamente el texto del profeta Isaías. Porque el oráculo del profeta le trasciende, va más allá de lo que él
mismo podía presuponer. El oráculo se le escapa al profeta porque es Dios quien lleva a cabo los oráculos de los
profetas verdaderos. Esto lo ha sabido recoger muy bien la comunidad de Mateo y lo ha plasmado en esta
escena llena de contenido teológico. Así, pues, con este evangelio se nos abren las puertas de la Navidad;
termina el Adviento y la esperanza que genera se debe hacer realidad experimentando de verdad la salvación
que nos llega ya.

TIEMPO DE NAVIDAD
NAVIDAD SE ESCRIBE CON LA MANO DE DIOS
MISA DE MEDIA NOCHE

Iª Lectura: Isaías (9,1-3.5-6): Siempre brillará una gran luz

I.1. El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, por su descaro para proponer lo que no se toca con las
manos, pero que siempre se sueña. Lo profetas siempre son utópicos, pero realistas cuando es necesario. Como
canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un
pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un
horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la
salvación, y por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.

I.2. La luz es, por otra parte, el signo de la gran liberación que el profeta propone al pueblo en nombre de Dios.
Liberación que habla de la utopía de la justicia; y con la justicia la paz, shalom, esa palabra clave de la Biblia y de
todo corazón humano. La paz nunca se puede dar sin justicia. Bien es verdad que es algo más que el “orden”: es
un bien “mesiánico” con todas las de la ley. La tiranía del opresor, su vara, las botas del soldado y el manto
manchado de sangre han sido destruidos. La luz siempre evoca la acción creadora y salvadora de Dios. No
olvidemos que a muchos esclavos del pueblo les habían sacados los ojos… para no ver; así habían caminado a
un destierro.

I.3. ¿Quién trae todo esto? “un niño”. El profeta, desde luego, no piensa en el niño de Belén. Nosotros, sin
embargo, solamente podemos leer este poema desde Belén. Es uno de los privilegios de la hermenéutica
cristiana. Tenemos todo el derecho a ello, porque podemos ir más allá del poema y de las circunstancias
históricas (probablemente se refería al niño que sería después el rey Ezequías). La utopía se realiza en la
historia concreta, humana, entrañable: un niño, un hijo, uno de nosotros es quien puede traer todo esto.
Probablemente se ha podido inspirar el profeta en poemas de “entronización”... pero es un canto a la justicia y a
la paz. Y esto en la tierra no se hace presente si Dios no interviene y nosotros le dejamos intervenir: eso es
Navidad.

IIª Lectura: Tito (2,11-14): Se ha hecho presente la gracia de Dios

II.1. En la noche de Navidad, esta especie de confesión de fe primitiva, recogida en el texto de la carta a Tito,
evoca la grandeza del misterio de esta noche santa. El texto, que viene después de una exhortación a los
esclavos, habla de una epifanía (epiphanía), así comienza; y a continuación se desgranan una serie de
expresiones llenas de sentido: la gracia (charis) de la salvación (sôtería) de Dios “para todos” (pasin) los
hombres. El pensar que la salvación de Dios es para todos los hombres, para la humanidad, es muy importante.
Porque Dios se ha hecho hombre por todos. Esto conviene resaltarlo a todos los efectos, porque en el corazón
humano es donde debe reinar esa gracia de la salvación de Dios. Por tanto, todos los hombres, esclavos o libres,
estamos llamados a ser nosotros mismos en Cristo nuestro salvador.

II.2. Todo esto recuerda el hecho de una liberación que el pueblo de Israel ha sentido en sus carnes (cf Dt 14,2).
Ahora acontece algo semejante, o mejor, mucho más grandioso: ¿por nada? (Desde luego que no!, Nadie puede
ver a Dios, ni a su salvador Jesucristo, viviendo en la impiedad y en la injusticia (asebeia - adikía). No es es
simplemente por el pago de una vida ética y moral, como en cierta forma se puede leer el texto. Es algo que va
mucho más allá de la vida del mundo, de los criterios del mundo y de la impiedad del mundo. Se trata de tener
una experiencia nueva del Dios que tiene un proyecto absoluto: la salvación de todos los hombres. Y esto
comenzó a ser realidad en la “encarnación”. Todo esto se escribe con la mano de Dios. Y la historia “nueva” de la
humanidad no puede escribirse sin el Dios salvador.

Evangelio: Lucas (2,1-14): Cur Deus homo? ¿Por qué Dios está entre nosotros?

III.1. Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre
en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta
narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del
solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto”) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de
gloria como escritor y como teólogo, quizá no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e
interpretar el conjunto, que en realidad deberían contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para
otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo
que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que
llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exégetico y
narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.

III.2. El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la
autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los
oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás
no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres
de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer
ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas
puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe
llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”,
controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Y es eso lo que pretende
Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no
tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del
“dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.

III.3. El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser
bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el
proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo
su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del
ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se
representa. Se deberían, en la lógica cultural y religiosa, haber elegido a unos emisarios más dignos del
testimonio que habían de dar. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando
parece que todo está perdido para los sin ley sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los
suyos. Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios.
El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera
interpretado que la ciudad de David era Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de
David, la verdadera, la primitiva, la que había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva
recogida por Lucas es Belén, pero nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad
teológica que histórica.

III.4. Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre
(phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y
Señor (kyrios) con este signo? ¡Desde luego que sí! Pero solo para quien tiene el alma y la conciencia de los
pastores y los marginados, de los “sin poder”. Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de
Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya
hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que
hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para
reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La
historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica,
en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos,
humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios
entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del
Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.

MISA DE DÍA

Iª Lectura: Isaías (52,7-10): Los pies del mensajero de paz

Este es un himno que el profeta, quien sea, porque estamos leyendo el Deuteroisaías, compone porque en su
mente aparece un mensajero que trae los pies cansados. Pero son esos pies, benditos, los que traen la gran
noticia, al pueblo, a la ciudad de Sión: paz, salvación. Más aún: Dios reina. Cuando Dios reina todo es distinto.
Los reyes de este mundo no saben reinar, porque no son capaces de sellar la paz. Cuando lo han hecho ha sido
una paz a medias, no dilatada en el tiempo y en la eternidad. Es eso lo que el profeta proclama ahora a Sión que
ha pasado por lo peor. Jerusalén será liberada, el profeta es el vigía del mensajero que llega, un mensajero
idílico de la victoria de Dios.

IIª Lectura: Hebreos (1,1-6): Dios nos habla en su Hijo

II.1 El famoso “exordio” de la carta a los Hebreos, magníficamente construido, en una sola frase en griego (vv.1-
4), en un buen griego, es la lectura de este día de Navidad. Es explicable, porque se trata de un texto cristológico
de altos vuelos con que se comienza esta especie de “exhortación” que es la carta a los Hebreos, sea quien sea su
autor. La densidad de esta frase no quita sentimiento a lo que aquí se expresa. Antes, Dios había hablado por
profetas. Si tenemos en cuenta el texto de la primera lectura todo cobrará más sentido. Los profetas son
extraordinarios, poetas, creativos, renovadores, no conformistas con la situación. Pero ahora es distinto, es algo
que va mucho más de lo esperado. Los profetas y sus visiones, sus ilusiones y sus deseos, se quedan en
mantillas, porque ahora Dios tiene una forma de comunicarse con nosotros muchos más audaz: es su Hijo quien
nos habla de El y quien nos hace hablar con Él.

II.2. ¿Por qué todo es distinto? Porque el Hijo es heredero de todas las cosas. Y lo que él nos diga, eso es lo que
nos dice el mismo Dios. Los profetas, incluso, podrían equivocarse y de hecho algunos no acertaron en sus
juicios. Dios ha pensado que esto necesita una decisión más determinante. La humanidad debe sentir la misma
voz de Dios, y la voz de Dios es la voz de su Hijo. Esta alta cristología del exordio de la carta llena de sentido la
liturgia de Navidad. Es verdad que este texto de Hebreos está escrito desde la experiencia pascual de Cristo.
Pero en la liturgia cristiana el misterio de la resurrección y de la pascua ilumina toda la vida de Jesús, su
encarnación y el nacimiento. No puede ser de otra manera. Este no es un texto histórico, sino teológico. Como
teológico ha de ser el evangelio del día.

Evangelio: Juan (1,1-18): La Palabra humana de Dios

III.1. El evangelio es el prólogo del evangelio de Juan (1,1-18), una de las páginas más gloriosas, profundas y
teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho
de la encarnación, en esa expresión inaudita de el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación
se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de
manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como le sucede a Abrahán, el padre de los
creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre
en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela
el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos
de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios
mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella
podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la
muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de
amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros
sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de
misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro confidente de
Dios.

III.2. Un prólogo se escribe normalmente cuando la obra ya está completa; de esta manera, en el prólogo se
expresan las ideas fundamentales de la obra que viene a continuación. Supongamos esto para el prólogo del
cuarto evangelio. Puede parecer que tiene una cierta unidad, pero suprimid los vv. 6. 7. 8 y 15 que tratan de
Juan Bautista y que fueron añadidos posteriormente. La razón es que hubo algunos discípulos que se
mantuvieron fieles a Juan el Bautista y le otorgaban cierta preponderancia sobre Jesús. Era una secta baptista
que tuvo cierta fuerza, sobre todo en el s. II (d.C.). De esta manera tendremos un prólogo lleno de fuerza y de
lógica.

A) DIOS Y EL VERBO (vv. 1-5): Es la primera enseñanza de este himno. Quizás el prólogo nació en la celebración
del culto. Sería como una especie de credo de la comunidad en la que vive Juan. Dios y su Palabra. Verbo =
PALABRA. Esta expresión de Logos no tiene sus raíces en la filosofía griega, sino que es eminentemente bíblica.
En la Biblia, en el AT, se dice que las divinidades paganas no hablan: “tienen boca, pero no hablan” (Salmo 115,
5). El Dios de la Biblia es el único que habla, que se expresa en el mundo. No está todavía personificada esta
Palabra, pero se nota que Dios da vida al mundo por su PALABRA. Posteriormente, en una imagen semejante,
casi se personifica esta fuerza de Dios bajo el nombre de SABIDURÍA. La Sabiduría es la que ha creado “con”
Dios todas las cosas (Cf. Prov 3,19ss; 8, 22-31; 14,31;17,5). De todas formas, ni la Palabra, ni la SABIDURÍA se
identifican plenamente con Dios en el AT. ¿Cuál es la novedad de Juan? Pues que la identifica con Dios, “estaba
en Dios”. La personaliza. No es solamente una comparación, sino que la PALABRA (El Verbo o el Logos) es Dios
mismo. Hay una relación entre Dios y la Palabra. Dios no está cerrado en Él mismo, sino que se pluraliza. Es una
riqueza de Dios. Y, además, esta Palabra es creadora, como en el AT. Vemos que la fuente de inspiración de Juan
es el AT y no la filosofía griega (v.3). La Palabra es la riqueza de Dios y del mundo (vv. 4 y 5). Es la vida y la vida
es la luz de los hombres. Luego la Palabra de Dios es la fuente del mundo, toda la vida procede de Él y esa vida
es la luz que los hombres han perdido. En este primer asomo al misterio de Dios en el himno de Juan, se revela
una cosa fundamental. Es una idea revolucionaria para los judíos, que solamente eran monoteístas. Dios es más
rico todavía. Dios es una pluralidad en la unidad. La Palabra es ALGUIEN esencial es Dios y para el mundo.

B) SOBRE LA ENCARNACIÓN (vv. 9.10.11.14 y 18): En estos versos se encierra todo el evangelio de Juan: la
teología de la Encarnación. ¿Qué es esto? Es la reflexión que Juan ha hecho sobre Cristo. Se parte de un
principio: Cristo-Jesús es la Palabra de Dios. Dios no se ha quedado en el cielo, sino que se ha hecho hombre y
ha venido al mundo. Nosotros creemos en el Dios más humano que se ha podido imaginar en toda la historia de
las religiones. La Palabra ha venido a “lo suyo”, a lo que había creado. Pero lo suyo no la ha recibido. Este es el
drama de la Encarnación: la lucha entre la luz y las tinieblas que recorre todo el cuarto evangelio. El v. 14 tiene
una enseñanza que puede rezar así: La palabra no solamente se ha hecho carne, “sarx”, debilidad, sino que se ha
introducido en el misterio del pecado del mundo. Este es el sentido exacto y radicalmente fuerte. Se ha
encarnado y ha tomado nuestros pecados. Es la idea más bella y original de nuestro misterio cristiano. Para un
griego era impensable, ya que despreciaban el cuerpo. Lo mismo que para un judío, que no concebía que Dios se
pudiera llegar a la impureza de los hombres. ¡Qué misterio y qué fuerza!. Y lo curioso es que, en la carne, los
hombres que lo han acogido han podido ver la gloria de Dios. La gloria (kabod) era para los judíos como el
poder de Dios. En el AT los judíos tenían que taparse la cara para no ver el resplandor de la gloria de Dios (v.g.
en el Sinaí; o el profeta Isaías en el momento de su vocación). El v. 18 nos explica más: Dios se ha revelado por
el Hijo y el Hijo es la Palabra, porque a Dios nadie lo ha visto jamás. Aunque esto es judío, se da un paso, porque
nosotros lo podemos conocer por Jesús, que es el Hijo. Nosotros sólo podemos conocer a Dios por Jesús que nos
lo ha revelado, ya que Jesús es el Hijo y el Hijo es la Palabra y la Palabra estaba desde el principio en Dios y Él
mismo es Dios. Desde ahora, los cristianos hemos de saber que, para conocer a Dios, primero hemos de conocer
a Jesús: cómo vive y cómo actúa. Ser cristiano es reconocer, en el acontecimiento histórico de Jesús, en este
hombre de nuestra carne, tan próximo, tan fraternal, el rostro, la Palabra y la gloria de Dios: «quien me ha visto
a mi ha visto al Padre».

C) SOBRE LA FE: (vv. 12.13.16.17): Todo esto que hemos expuesto no puede ser entendido sino por la fe.
Deberíamos dejar el prólogo para el final del año litúrgico, porque después de conocer a Jesús y haber
escuchado su palabra, nosotros nos decidimos por Él y creemos en Dios. Pero se ha de asumir el riesgo de la fe y
aceptar así a Jesús y a Dios, de primeras. También porque, a pesar de todo, la fe es un don de Dios y debemos
pedirle a Él que nos la dé y nos la fortalezca. Pero la fe en estos versos no se nos presenta en forma de creencia
en verdades, sino en forma de vida: porque nos hace hijos de Dios. Es un tema que recorre todo el Evangelio de
Juan.

DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD


Sagrada Familia

Iª Lectura: Eclesiástico (3,2-6;12-14): El misterio creador de ser padres

I.1. La primera lectura de este domingo está tomada del Ben Sirá o Eclesiástico. Tener un padre y una madre es
como un tesoro, decía la sabiduría antigua, porque sin padre y sin madre no se puede ser persona. Por eso Dios,
a pesar de que lo confesamos como Omnipotente y Poderoso, no se encarnó, no se acercó a nosotros sin ser hijo
de una madre. Y también aprendió a tener un padre. La familia está formada por unos padres y unos hijos y
nadie está en el mundo sin ese proceso que no puede reducirse a lo biológico. No tenemos otra manera de venir
al mundo, de crecer, de madurar y ello forma parte del misterio de la creación de Dios. Por eso el misterio de
ser padres no puede quedar reducido solamente a lo biológico. Eso es lo más fácil, y a veces irracional, del
mundo. Ser padres, porque se tienen hijos, es un misterio de vida que los creyentes sabemos que está en las
manos de Dios.

I.2. Como el relato de Lucas estará centrado en la respuesta de Jesús a “las cosas de mi Padre”, se ha tenido en
cuenta el elogio del padre humano de Jesús, que no es otro que José, tal como se le conocía perfectamente en
Nazaret. Aunque Jesús, o Lucas más bien, ha querido decir que el “Padre” de Jesús es otro, no se quiere pasar
por alto el papel del “padre humano” que tuvo Jesús en Nazaret. Incluso la arqueología nos muestra esa casa de
José dónde se llevó a María; donde Jesús vivió con ellos hasta que, contando como con unos treinta años,
abandonó su hogar para dedicarse a la predicación del Reino de Dios; donde posteriormente se reúne una
comunidad judeo-cristiana para vivir sus experiencia religiosas.

IIª Lectura: Colosenses (3,12-21): Los valores de una familia cristiana

II.1. La lectura de este domingo es de Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y
doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en la comunidad. Lo que se pide
para la comunidad cristiana -misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el
“Cuerpo de Cristo”, son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han sido
llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se puede decir que se quede en lo humano. No
es eso lo que se exige precisamente a nivel social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar
desde esa vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana, sino religiosa. Es posible
que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido cosas como estas, pero el autor de Colosenses está
hablando a cristianos y trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de ello se
deben “revestir”.

II.2. El segundo momento es, propiamente hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de
miras, ya que las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias de una época
que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son significativas. Todos somos iguales ante el Señor y
ante todo el mundo, de esto no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar contra la
liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser cristianos, no podemos construir una ética familiar
que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el código familiar cristiano debe tener un perfil
que asuma los valores que se han pedido para “revestirse” y construir el “cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto,
la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda familia, lo
deben ser con más razón para una familia que se sienta cristiana. Si los hijos han de obedecer a sus padres,
tampoco es por razones irracionales, sino porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura
para ellos.

Evangelio: Mateo (2,13-23): La escuela familiar de Nazaret

III.1. El evangelio es una pieza extraña que exige interpretaciones refinadas, porque no es una narración histórica,
sino que se presenta en sueños. La tradición de Mateo y algunos Apócrifos, hablan de la huida a Egipto; al igual que
el pueblo había tenido que experimentar, en tiempos de los hijos de Jacob, su marcha a la tierra de los faraones.
Mateo, escuela de catequesis judeo-cristiana, pretende hacer comparaciones entre el pueblo del Antiguo
Testamento y Jesús, que formará un pueblo nuevo, debiendo vivir esa misma experiencia. Sea como fuere, en la
lectura de hoy, muy intencionadamente, vemos cómo se nos presenta la figura engrandecida de José, cuidando de la
Sagrada Familia, para que vuelvan a su tierra. Pero vuelven a Nazaret, sin duda, porque es ahí donde el evangelio de
Mateo quiere enlazar con los datos históricos de la vida de Jesús.

III.2. El interés de Mateo por el cumplimiento de las profecías no nos debe sorprender, ya que se despacha a
gusto en los cc. 1-2. Este texto de la “infancia” está empedrado, por así decir, de esa visión judeo-religiosa, para
mostrar una cosa clara y contundente para los cristianos: Jesús, el “hijo” legal de José, es el Mesías. Si ya antes se
ha puesto de manifiesto el texto de Is 7,14 (sobre la virgen) o el nacimiento en Belén (Miq 5,1), ahora quiere
recorrer con los profetas un itinerario teológico que muestra el que Jesús también ha sabido vivir la experiencia
primigenia del pueblo que fue rescatado de la esclavitud del faraón de Egipto. Para ello se ha valido de Herodes
el Grande y sus felonías, cruel desde luego, pero del que no es fácil aceptar su matanza de niños recién nacidos.
Es muy raro que Flavio Josefo, que informa bastante sobre el monarca idumeo-judío, no mencione una cosa de
esta envergadura. Ahora Mateo, en la lectura que hace de Os 11,1 y Jr 31,15 quiere completar el ciclo de su
aplicación a Jesús de los textos proféticos. Y especialmente, también, explicar cómo Jesús será llamado
“nazoreo”, porque vivió en Nazaret. En concreto, las cosas más elementales se quieren presentar bajo la lectura
religiosa del “cumplimiento” de las Escrituras, de los textos proféticos. Para nuestra mentalidad y nuestra
cultura, ni siquiera había que justificar que Jesús es el Mesías porque es de la familia de David y hubiera nacido
en Belén, porque lo es por otras razones; pero para los primeros judeo-cristianos esto es imprescindible, y
Mateo es su portavoz.

III.3. No podemos extrañarnos de las “acomodaciones” escriturísticas que palpitan en el texto mateano.
Tampoco habría que escandalizarse desde una óptica de “agnosticismo barato” como hacen algunos, que no
saben leer los textos bíblicos o evangélicos. Lo importante son los símbolos; y lo religioso no se puede expresar
más que desde esa hermenéutica. Después está el problema de las fuentes, además de las intenciones de los
evangelistas; y ciertas cosas ya no se podían rebatir… Era tan estrecha la unión del mesianismo de Jesús y su
origen en Belén que había que justificarlo. Eran tan palmaria la tesis histórica de Jesús como Nazareno de
Nazaret, que había que dar una explicación de por qué si era de Belén no se le conocía como “belemita” en vez
de Nazareno. Lo de no vivir en el territorio de Arquéalo, hijo mayor de Herodes, depuesto por Roma, no resiste
un análisis histórico, pues en Galilea gobernaba otro de sus hijos. Y para que fuera llamado “nazoreo” no hay
texto profético adecuado. Buscar otro significado o el cumplimiento de un texto profético como algunos han
propuesto: ("vástago" o “retoño”, en hebreo "néser", palabra fonéticamente emparentada con
Naserath=Nazaret, del tronco de Jesé según Is 11. 1), es algo discutible (de la misma manera, que en este caso
se relacione con nazir=consagrado, no se sostiene). Nazaret, pues, no es profecía, sino la pura historia de Jesús
el carpintero que un día llegó a ser profeta en Galilea. Pero en Nazaret es donde Jesús crece, vive y madura
como persona humana… y como profeta. Allí vive su familia y a ella permanece fiel, como “carpintero” durante
casi treinta años. Esto es lo más humano de todo.

III.4. La tradición litúrgica reserva este primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. El
tiempo de Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que deja en lo recóndito de esa ciudad de Galilea,
desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en el relato de la Anunciación de Lucas y en el
evangelio de hoy, con una carga muy peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde Jesús se hace hombre
también, donde su personalidad psicológica se cincela en las tradiciones de su pueblo, y donde madura un
proyecto que un día debe llevar a cabo. Sabemos que históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un
secreto que guarda Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar, que significa vigilar o florecer; el
nombre de Nazaret sería flor o vigilante). En todo caso, Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una
llamada eterna a escuchar la voz de Dios y a responder como lo hicieron José y María, y así se lo enseñaron a
Jesús. Ellos le hablaron de Dios y le enseñaron a ir a la sinagoga, a leer la Escritura, los profetas especialmente
por los que quedaría fascinado… El profeta de nuestra salvación tuvo, pues, en Nazaret, una familia como
nosotros.

OCTAVA DE NAVIDAD
SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

La solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primera fiesta mariana que podemos constatar en la Iglesia
occidental. Probablemente, la fiesta remplazaba la costumbre pagana de las «strenae» (estrenas, dádivas), bien
distinta del sentido de las celebraciones cristianas. El «Natale Sanctae Mariae» comenzó a celebrarse en Roma
hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación de una de las primeras iglesias marianas de Roma, esto
es, Santa María Antigua, en el Foro Romano. La última reforma del calendario trasladó al 1 de enero la fiesta de
la maternidad divina, que desde 1931 se celebraba el 11 de octubre en memoria del Concilio de Efeso (431),
donde se proclama a María “Theotokos”, la que dio a luz al Salvador, el Hijo de Dios.
Celebramos también la Jornada mundial de la Paz (XXVIII), ya que al comenzar el año siempre se celebra esta
jornada de la paz, cuyo mensaje no puede ser ignorado por los cristianos que deben trabajar denodadamente
por la paz amenaza en el mundo.

Iª Lectura: Números (6,22-27): El Señor nos conceda la paz


I.1. Esta formula de bendición que Moisés, en el texto, dicta a Aarón debe ser considerada como lo que es, una
fórmula litúrgica. Esa es la razón por la que Yahvé se la inspira a Moisés y éste a Aarón, para darle toda la
relevancia y solemnidad necesarias. Sabemos que en ella podemos rastrear expresiones de otros textos
bíblicos, de salmos especialmente (cf 121,7-8; 4,7; 31,17; 122,6). Tres veces se repite el nombre de Dios, de
Yahvé. Y se pide la bendición que guarde al pueblo, que ilumine con su rostro. Hay toda una teología bíblica del
“rostro de Dios” que ha influido mucho en la espiritualidad y en la verdadera actitud cristiana del seguimiento.
Buscar el rostro de Dios, el que Moisés no podía mirar, se convierte así en la fórmula teológica de un Dios
salvador y misericordioso, protector de Israel y dador de la paz. La paz que era lo que el pueblo podía desear
más que otra cosa, sigue siendo el don maravilloso para el mundo.

I.2. Pero el texto que se ha escogido del libro de los Números, está orientado, hoy especialmente, sobre la
bendición que se pide a Dios. Esa bendición es la paz. En las lenguas semitas, con la raíz shlm —de donde deriva
shalom-paz— se indica una dimensión elemental de la vida humana, sin la cual ésta pierde gran parte de su
sentido, si no todo. Con la palabra paz se indica “lo completo, íntegro, cabal, sano, terminado, acabado,
colmado”. La paz, así entendida, designa todo aquello que hace posible una vida sana armónica y ayuda al pleno
desarrollo humano. En los textos, sin embargo, no aparece siempre con este significado tan denso. De ahí viene
la palabra griega eirênê. Desde luego, desde el punto de vista bíblico, la paz, e incluso la “pax” como término
latino, no es solamente el orden establecido. Es un don mesiánico, implica necesariamente ausencia de guerra.
Pero es, sobre todo, un estado de justicia y fraternidad. En el Nuevo Testamento el término eirênê aparece
acompañado también de otros sustantivos con los que se coordina y complementa. De la mano de eirênê van
amor y alegría (Gal 5,22); gloria y honor (Rom 2,20); vida (Rom 8,6); honradez y paz (Rom 14,17); alegría (Rom
15,13); amor (2 Col 13,11; Ef 6,23); misericordia (Gal 6,16); favor/gracia y misericordia (1Tim 1,2; 2Tim 1,2;
2Pe 1,2; Jn 3); rectitud, fe y amor (2Tim 2,22). Eirênê se muestra de este modo como el ámbito propio para el
desarrollo de una vida en plenitud, donde no puede admitirse ni la violencia político-social, ni la violencia
económica del mundo (de la globalización inhumana). Efectivamente sigue siendo un “don mesiánico”,
fundamentado sobre la justicia y la fraternidad. Es un don que viene de lo alto, con todo lo que esto significa.

IIª Lectura: Gálatas (4,4-7): La plenitud de los tiempos trae la libertad

II.1. La carta a los Gálatas es paradigma de la opción apostólica de Pablo por la salvación de Jesucristo, en
contra de la ley. Y este texto de hoy es un “axioma” teológico de su mensaje y de su predicación. El salvador, el
liberador, “ha nacido de mujer”, es un hombre como nosotros en el sentido más determinante. Se ha dicho que
esta es la “navidad” de Pablo. No deja de ser curiosa, por escueta. Pero la verdad es que nos encontramos ante
un texto paradigmático por su afirmación teológica. Nada de esto tiene desperdicio. Todo está medido y tasado
en el planteamiento que viene haciendo el apóstol sobre los que han de pertenecer al pueblo de Dios y de las
promesas. Es decir, todos los hombres que habiendo nacido fuera de Israel, serán llamados a beneficiarse de las
promesas hechas a Abrahán. Por eso se habla de la “plenitud de los tiempos” (tò plêrôma tou chronou); y
entonces un hombre (porque es nacido de mujer), nacido en Israel (bajo la Ley), va abrir las puertas de la gracia
y la salvación a toda la humanidad.

II.2. No podríamos hablar de un texto mariológico en el sentido estricto del término. De hecho, Pablo es más
bien cristológico. Pero no hay verdadera cristología sin la historia real de Jesús de Nazaret (al que no conoció
Pablo), un judío, como él. Un judío que habría de enfrentarse, en nombre de Dios, a la manipulación de le ley,
para hacer posible que el verdadero proyecto de Dios se realizara plenamente. Para “rescatar a los que estaban
bajo la ley”: he aquí el objetivo de la encarnación y el sentido de la navidad para Pablo. Es algo que se respira en
toda la carta. Y muy especialmente en este texto donde inmediatamente antes describe el tiempo anterior a
Cristo como un estar sometidos a un “pedagogo” (la ley), porque no quedaba más remedio. Pero Dios, como
Padre, tiene prevista otra cosa bien diferente para sus hijos.

Evangelio: Lucas (2,15-21): Y encontraron al Salvador del pueblo

III.1. Hoy se nos propone la continuación del relato del nacimiento de Jesús, que se leyó la noche de Navidad,
que se compone de tres partes (1ª vv.1-6; 2ª vv. 7-14; 3ª vv. 15-21). Nos permitimos señalar que esta tercera
parte del relato de Lucas tiene un cierto sentido por sí mismo, en cuanto muestra la respuesta humana al
momento anterior que es todo él mítico, revelador, divino, angelical y extraordinario. Los pastores ¿qué harán?
¿buscarán al Salvador? ¿dónde? ¿es suficiente el signo que se les ha dado? ¡Desde luego que si!, lo buscarán y lo
encontrarán. Pero lo buscarán y lo encontrarán con el instinto de los sencillos, de los que no se obsesionan con
grandezas; diríamos que lo encontrarán, más bien, por instinto profético. El narrador no deja lugar a dudas,
porque quiere precisamente mostrar la respuesta humana al anuncio celeste. Los pastores se dicen entre ellos
algo muy importante: «lo que nos ha revelado el Señor”. Y se van derechos a Belén ¿a Belén? ¿era esa acaso la
ciudad de David? Sí; lo fue, pero ya no lo era de hecho, porque Jerusalén había ganado la partida. Pero como por
medio está el anuncio del Señor, recuperan el sentido genuino de las cosas. Y van a Belén, de donde procedía
David, para “ver” al Mesías verdadero. Es verdad, todo es demasiado ajustado al proyecto teológico de Lucas,
que quiere poner de manifiesto el designio salvador de Dios.

III.2. Ahora los pastores, al llegar, encontraron el “signo”, aunque algo distinto: encontraron a sus padres, de lo
que no había hablado la voz celeste. Podría pensarse o podrían pensar que encontrarían un niño abandonado,
pero no; están sus padres con él. Y ya no se mencionan los “pañales”, sino el niño acostado en un pesebre. Lo
más curioso de todo esto es que los pastores son los que vienen a interpretar el hecho a todos los que lo
escuchan. Son como los intérpretes del mensaje que han recibido del cielo. No podemos menos de considerar
que la escena es muy formal desde el punto de vista narrativo. ¿Por qué? Porque Lucas quiere que sean
precisamente estos pastores, de fama canallesca en aquellos ambientes religiosos, los que anuncien la alegría
del cielo a todo el pueblo. Eso es lo que se dijo en el v. 10 y el encargo que se les encomienda: tienen que aceptar
el “signo” e interpretarlo para todo el pueblo. ¿Serán capaces? Si no hubieran sido los pastores, probablemente
la alegría le habría sido birlada al pueblo sencillo. Pero los pastores, en este caso, son garantía de la
inculturación del mensaje divino en el pueblo sencillo.

III.3. ¡Hasta María se asombra de esta noticia!, como si ella no supiera nada, después de lo que le había
“anunciado” (que no confidenciado) Gabriel. No obstante, Lucas quiere ser solidario hasta el final. María
también es del pueblo sencillo que, de unos extraños pastores, sabe recibir noticias de parte de Dios. Y las
guarda en su corazón. Dios tiene sus propios caminos y de ahora en adelante veremos a María “acogiendo” todo
lo que se dice de su hijo (como en el caso de Simeón y Ana) y lo que le dice su mismo hijo al dedicarse a las
cosas que tiene que hacer y anunciar, desde el momento de la escena de Jerusalén en el templo. Dios está
escondido en este “niño” y los pastores lo reconocen y alaban a Dios. ¡Quién iba a decirlo!.

III.4. El relato termina con el v. 21 donde lo más importante y decisivo es poner el nombre del niño; la
circuncisión pasa a segundo plano. Un nombre que no es cualquier cosa, aunque no sea un nombre original, ya
que el de Jesús es bien conocido (es versión griega del hebreo Josué). Pero como en la Biblia los nombres
significan mucho, entonces el que se le ponga el nombre que se le había anunciado, y no el que María elige,
quiere decir que acepta, más si cabe, que este niño, este su hijo, ha de ser el Salvador del pueblo que anhela la
salvación y que los poderosos le han negado. Es verdad que no se dice explícitamente que María le puso ese
nombre, aunque así aparece en la Anunciación. Sabemos que el nombre se lo ponen sus padres (aunque el
esposo de María también queda en segundo término en el relato, como la circuncisión). Incluso podíamos
inferir que es todo el pueblo el que se encarga de aceptar este nombre revelado que significa: Dios es mi
salvador o Yahvé salva. Es una “comunidad” la que reconoce en el nombre todo lo que Dios le regala. Por tanto,
en su nombre está escrito su futuro: ser el Salvador de los hombres. Por eso María guardaba todas estas cosas
en su corazón.

II DOMINGO DE NAVIDAD
LA PALABRA DE DIOS ES LA LUZ VERDADERA

Iª Lectura: Eclesiástico (24,1-12): La Sabiduría, mano de Dios

I.1. La primera lectura se toma del libro del Eclesiástico (titulo popular) o de la Sabiduría de Ben Sirá, como se
le conoce, técnicamente, por el autor que lo escribió. Antes no se le conocía más que en griego, pero ya se han
descubierto los fragmentos hebreos (en la antigua Guenizá del Cairo) que certifican que esa es su lengua
original. Es un libro propio, con un género literario específico, tanto en el mundo bíblico como en la literatura
del Medio Oriente y de Egipto. Este tipo de obras intenta poner de manifiesto los valores más fundamentales de
la vida, de un comportamiento justo, honrado, humanista; en definitiva, eso es vivir con sabiduría.
I.2. La lectura de hoy nos habla de la Sabiduría, con mayúscula; no la del hombre, sino la de Dios. Es un himno
grandioso del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres. Debemos
tener en cuenta que los judíos no podían entender que hubiese alguien como Dios; la sabiduría, aunque
personificada, es, en el texto, una criatura como nosotros, aunque es la mano derecha de Dios, porque es la
confidente del saber divino y, por lo mismo, de su acción creadora, hálito del poder divino en todo el proyecto
que El tiene sobre el mundo. De hecho, en el judaísmo se identificaba a la Sabiduría con la Torah, la ley. No
podía ser de otra forma en un ambiente cerrado a los valores creativos y proféticos de Dios. Sin embargo, una
lectura cristiana de este texto, lo sabemos, apunta directamente a la Palabra de Dios, a Jesucristo. Y entonces, la
Torah, la ley, quedará en lo que es, un mundo de preceptos que a veces ni siquiera ponen de manifiesto la
voluntad de Dios.

IIª Lectura: Efesios (1,3-6.15-18): Elegidos, “en Cristo”, para ser hijos

II.1. Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy,
aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad
teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En
realidad lo que hoy nos toca proclamar de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es
un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos
del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp
2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para
alabar a Dios.

II.2. Se necesitaría un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia
cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su
ritmo literario y su estética teológica. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus
elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación,
redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad: son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las
que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los
pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en Cristo hemos sido marcados con el sello del
Espíritu hasta llegar a experimentar la misma gloria de Dios en los tiempos finales.

II.3. ¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que
sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde
su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. Hay en el texto toda una
“mirada” del Dios vivo. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de
comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de
Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues,
predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da
gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el
efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.

II.1. Podemos añadir que esta “parte” del himno a Cristo de la carta a los Efesios es lo equivalente del texto del
Sirá sobre la Sabiduría, aunque con una riqueza teológica y cristológica sin precedentes. Es una eulogía en su
forma, una alabanza a Dios por su proyecto de salvación sobre la humanidad. Se inspira en los himnos del AT,
en Qumrán, en las famosas berakak del judaísmo. Es un himno cristológico más que trinitario. Porque el
corazón del mismo es el papel de Cristo, ya que todo lo que se describe acontece en Cristo y por medio de Él.
Probablemente era un himno litúrgico, quizás bautismal, que ha sido elegido por el autor de la carta a los
Efesios para inaugurar este escrito que se pretende que sea “paulino” a todos los efectos. Los vv. 15-18 quieren
descender a lo concreto de la comunidad o comunidades que han de escuchar esta alabanza a Dios por lo que ha
hecho en Cristo.

II.2. Jesucristo es la sabiduría y más que la sabiduría, porque por medio de Él está garantizado para nosotros el
amor de Dios como hijos suyos. De eso se alegra entrañablemente el autor de la carta a los Efesios. Es una
lectura, como todas las de hoy, de altos vuelos teológicos, pero que es verdaderamente apropiada para poner de
manifiesto la grandeza de la encarnación de Dios por nosotros. La verdadera sabiduría de este tiempo, todavía
de Navidad, es agradecer a Dios el misterio de su generosidad.
Evangelio: Juan (1,1-13): Dios acampó en nuestra historia

Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año nuevo,
es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.

(Podemos volver a leer el texto comentado el día de Navidad)

III.1. Esta es una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que
es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se
hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su
Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella
llama, como le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con
ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva,
como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una
tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse
teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la
palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos
dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo
mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que
expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de
luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro confidente
de Dios.

III.2. El himno y las sentencias que lo constituyen se relacionan con las especulaciones sapienciales judías. El
filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones,
pero en vez de sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios»
significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el
himno al Logos de Juan han podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en
el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible ligada a la
persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra
de Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.

III.3. El Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado
especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda una reflexión navideña del
cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del
mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la iniciativa, suyo el
proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos
nosotros. La especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone
su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT,
en la tienda del tabernáculo en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la
que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y esa imagen se pierde si la luz
no nos llega. Y esa luz es la Palabra, Jesucristo.

FIESTA DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


TODOS VERÁN LA SALVACIÓN DE DIOS

Iª Lectura: Isaías (60,1-6): Dios de todos los pueblos

I.1. El texto del libro del profeta Isaías adelanta el sentido de la fiesta: el universalismo de la salvación de Dios.
El Trito-Isaías (la tercera parte del libro de Isaías, con oráculos de un profeta desconocido), se vale de la imagen
de Jerusalén, símbolo de la presencia de Dios, para afirmar que todos los pueblos buscarán a ese Dios. Pero no
se hace por la apologética barata de que el Dios nacional de Israel sea el único y verdadero. El Dios del profeta
no es un Dios nacionalista, y con ello cae por tierra ese nacionalismo religioso que muchas veces se ha usado
para grandes despropósitos. Si el profeta se vale de Jerusalén, es porque el profeta no puede dejar de ser un
judío en su mundo y en su cultura.

I.2. Pero la intuición del profeta se perfila en el sentido de que Jerusalén ha sido humillada muchas veces en su
historia. Comparada con las grandes ciudades de la cultura y la religión que la han rodeado ha sido humillada,
postrada, asediada y ha sido pasada a cuchillo. Ahora, teniendo Dios allí su morada (cosa que el profeta
entiende al pie de la letra, pero nosotros no estamos obligados a ello) es testigo de cómo vienen todos los
pueblos, todas las religiones, todas las culturas, para ver la luz de Dios, trayendo sus dones. Dios, pues, escoge a
la Jerusalén maltrecha para decir quién es y qué quiere de la humanidad entera. Este es el evangelio, el
misterio, del Trito-Isaías para sus contemporáneos. El texto resonará en el evangelio de Mateo del día de hoy.

IIª Lectura: Efesios (3,2-3.5-6): El misterio de Dios se revela a todos

II.1. El texto de Efesios nos habla del “misterio” que le ha sido encomendado al Apóstol para que lo lleve a todos
los pueblos, a los paganos, a los gentiles (diríamos a los que no tienen Dios). ¿Cómo es posible? El texto es un
texto paulino, una “confesión” que retrata a Pablo, si bien la carta a los Efesios es muy posible que no haya sido
escrita por él, sino por un discípulo que quiere mantener en alto la antorcha de la vocación y la misión del
Apóstol. Efectivamente, vemos un interés especial en describir la originalidad de la misión paulina. Y en esto no
hay nada que objetar. Las cartas auténticas de Pablo nos revelan, por activa y por pasiva, que esta ha sido la
vocación y la historia de Pablo, por lo que ha dado su vida “en Cristo”.

II.2. Se habla del “don de la gracia”, de una “revelación” que ha recibido el apóstol. Esta es la verdad si
comparamos nuestro texto con Gal 1,12.16. Aquí se refiere al camino de Damasco como punto focal de esta
iniciativa divina. Dios lo ha llamado para ser apóstol de los paganos y para ello le ha entregado el evangelio de
la salvación. Lo que en nuestro texto de hoy se llama “misterio”, es lo mismo. Porque el evangelio es la buena
noticia de que Dios ha decidido salvar a todos los hombres, de cualquier raza y religión. Es eso lo que el autor
de Efesios llama misterio y lo que Pablo llama varias veces “mi evangelio”.

Evangelio: Mateo (2,1-12): La estrella de la salvación de la humanidad entera

III.1. Texto complicado, simbólico, arcaico, prefigurativo, midráshico. Todos estos adjetivos se usan a la hora de
leer e interpretar el relato de Mateo sobre los magos (magoi, en griego, no reyes) que vienen en busca de una
estrella. Y la verdad es que la exégesis bíblica ya ha dado numerosas muestras de madurez a la hora de
interpretar un relato de este tipo, que desde luego, no puede leerse histórica o fácticamente, al menos con
opciones fundamentalistas. Tenemos que reconocer que nos encontramos ante una magnífica página teológica,
con sabor oriental y con una cristología de las primeras comunidades cristianas, especialmente la de Mateo, que
vio en el texto de Miqueas (5,1) la prefiguración de Jesús como Mesías, por su nacimiento en Belén. La
comunidad de Mateo, de origen judeo-cristiano, necesitó leer mucho las Escrituras, el AT, para rastrear su
identidad de aceptar a Jesús como el Mesías en todos los sentidos. Consiguientemente, es posible que en una
comunidad de este tipo se viera necesario, como causa-efecto, que si Jesús es considerado el Mesías, tenga que
nacer en Belén.

III.2. Pero ¿qué papel desempeñan los magos? Pues el de aquellos que extraños al judaísmo y a su religión, han
buscado y han interpretado los signos de los tiempos y se han arriesgado también a aceptar al niño de Belén
como su luz. Es verdad que estos textos de Mateo, como los de Lucas, no pueden haber sido escritos sino
después de que las comunidades cristianas proclamaran a Jesús resucitado. No podía ser de otra manera. Pero
el texto de Mateo es más especial, si cabe, porque está “empedrado” de alusiones a textos veterotestamentarios
que se leen con el sentido de cumplimiento o de alusiones significativas. Todos los grandes personajes de la
historia han tenido su “estrella”, como Alejandro Magno, Augusto, y el “rey de los judíos” no podía ser menos a
la hora de presentarlo ante toda la humanidad. Desde luego no es necesario pensar o defender que en el
momento del nacimiento de Jesús se produjo una gran conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de
Piscis; es bastante hipotético que sea así, y tampoco podemos decir que esté contemplado en nuestra narración.
Además, si esta conjunción pudiera probarse para el año 7 a.C. (como algunos sostienen), todavía no se
“buscaría” a Jesús como el “rey de los judíos”, porque este título no podía aplicársele desde su nacimiento, sino
después de la muerte (es el título de la condena en la cruz) y la resurrección.
III.3. Desde el significado de la fiesta de hoy es mucho más iluminador leer el texto sin buscar exageradamente
coincidencias históricas. Por eso interesa resaltar su tejido midráshico (actualización y adaptación de textos
bíblicos). Así podemos ver que nuestro relato ha podido confeccionarse teniendo en cuenta al profeta Balaam
(Num24,17), un extranjero llamado por Balaq para maldecir a Israel; pero sucede lo contrario: lo bendice
preanunciando la estrella de Jacob, el padre de las tribus. De la misma manera, el texto de Is 60,6 (nuestra
primera lectura) con los camellos y dromedarios cargados de dones que vienen a Jerusalén y, no menos, el
sentido del Sal 72,10.15 sobre los reyes de tierras lejanas que traen regalos al rey del futuro. La fe de los
primeros cristianos tuvo que formularse de esta forma y de esta manera, expresarse simbólicamente. La verdad
es que los cristianos aceptaron a Jesús como el Mesías verdadero, el que traería la salvación a todos. No había
más remedio que rebuscar en la Escritura para dar sentido a todo ello.

I DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


El Bautismo del Señor

Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de
Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el
acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra
humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino
ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios
que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo. La escena del Bautismo de Jesús, en los
relatos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El
silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos
llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación.

Iª Lectura: Isaías (42,1-4.6-7): Te he hecho luz de las naciones

I.1. De las lecturas de la liturgia de hoy, debemos resaltar que el texto profético, con el que comienza una
segunda parte del libro de Isaías (40) -cuya predicación pertenece a un gran profeta que no nos quiso legar su
nombre, y que se le conoce como discípulo de Isaías (los especialistas le llaman el Deutero-Isaías, o Segundo
Isaías)-, es el anuncio de la liberación del destierro de Babilonia. Este mensaje, después, se propuso como
símbolo de los tiempos mesiánicos, y los primeros cristianos acertaron a interpretarlo como programa del
profeta Jesús de Nazaret, que recibe en el bautismo su unción profética.

I.2. Este es uno de los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 42,1-7); nos presenta a ese personaje misterioso del
que habla el Deutero-Isaías, que prosiguió las huellas y la escuela del gran profeta del s. VIII a. C., como el
mediador de una Alianza nueva. Los especialistas han tratado de identificar al personaje histórico que inspiró
este canto del profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de los persas, que dio la libertad al pueblo en el exilio de
Babilonia. Pero la tradición cristiana primitiva, por su parte, ha sabido identificar a aquél que puede ser el
mediador de una nueva alianza de Dios con los hombres y ser luz de las naciones: Jesucristo, el Hijo encarnado
de Dios.

IIª Lectura: Hechos (10,34-38): Bautizado en el Espíritu

II.1. La segunda lectura es un testimonio de la tradición apostólica, de la que nace el evangelio de Jesucristo,
poniendo de manifiesto lo que han vivido con Jesús aquellos que han sido testigos desde el momento del
Bautismo. Es el punto de partida de la vida pública y profética de Jesús de Nazaret; el momento en que se
rompe el silencio de Nazaret para iluminar a los hombres. Pedro, que predica el evangelio por primera vez a
una familia pagana en Cesarea, rompiendo con los miedos a salir y dejar el judaísmo que le ataban hasta ahora,
proclama su experiencia más personal con Jesús. El discurso, pues, de Hch 10 tiene una importancia muy
particular para el autor de esta obra, Lucas. Se ha dicho que este es un ejemplo fehaciente del kerygma, de
aquello que era la proclamación más esencial de los apóstoles. Pero aquí viene acotado por el apunte de cómo
los testigos de la palabra han sido también testigos de la vida de Jesús, desde el bautismo hasta su muerte, y
después, las experiencias de la resurrección.

II.2. El texto es un resumen muy particular, de un valor muy significativo. Lo que sucedió en Judea, la muerte y
resurrección de Cristo, “comenzó en Galilea” por medio de la unción, en el bautismo de Jesús, del Espíritu.
Precisamente en este texto lucano no se menciona, ni a Juan el Bautista ni el mismo hecho del bautismo de
agua; de alguna manera como en el relato evangélico de Lucas (3,21-22) que apenas se detiene en el bautismo
para subrayar cómo, en oración, Jesús es realmente “bautizado” por el Espíritu que ha de acompañarle siempre
como el profeta; y un profeta no puede vivir sin el Espíritu.

Evangelio: Mateo (3,13-17): Solidario con el pueblo

III.1. El evangelio de Mateo describe la escena del bautismo, como es legítimo, en las perspectivas y con los
perfiles propios de la teología de este evangelista, donde “cumplir toda justicia” es sintomático. ¿Fue Jesús un
seguidor de Juan el Bautista antes de comenzar su misión? Esto no está descartado en la interpretación más
histórica de los evangelios. Es verdad que Jesús consideró el movimiento del Bautista como una llamada del
tiempo nuevo que se acercaba, pero en su conciencia más personal él debía comenzar algo más nuevo y
original. El Bautismo de Jesús, por Juan, sin que carezca de valor histórico, nos es presentado como un símbolo
que permite hacer una ruptura entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la Antigua y la Nueva Alianza,
entre el tiempo de preparación y el tiempo del cumplimiento de las promesas. Por eso Jesús recibe el Espíritu
que le garantiza su misión profética más personal. Ya aquí se perfilan en su verdadera dimensión las palabras
de libro de Isaías que leemos hoy. Nadie, como Jesús, puede traer al mundo unas nuevas relaciones entre Dios y
los hombres.

III.2. El texto de Mateo sobre el bautismo no se limita solamente a plasmar la escena, -con un fuerte sentido
cristológico-, que le ha suministrado Mc 1,9-11; quiere ir más allá. Por eso es original la negación de Juan a
bautizar a Jesús y la respuesta de éste cuando señala: “conviene que cumplamos así toda justicia”. Mucho se ha
discutido esta expresión, especialmente “toda justicia”, y no podemos olvidar las intenciones particulares de la
teología mateana sobre este concepto de justicia (dikaiosynê). ¿Se quería decir que Jesús, a diferencia de los que
venían al bautismo de Juan, no lo necesitaba? Esa es la tesis más común en la interpretación, pero no debemos
exagerar este aspecto. Por lo tanto, la intención en este caso es que Jesús quiere ser solidario con el pueblo y ve
en las palabras del Bautista el anuncio de un tiempo nuevo que exige “metánoia”, cambio de mentalidad,
conversión, para dejar que el tiempo nuevo de Dios transforme la historia y la misma vida religiosa del pueblo.
Jesús, pues, acepta ser bautizado porque quiere participar con el pueblo en este nuevo momento, del que él
personalmente, por la fuerza del Espíritu, ha de ser protagonista.

III.3. Ese cambio, pues, de mentalidad o nuevo horizonte no estará limitado a un acto penitencial con agua en el
Jordán, por mucho simbolismo que ello entrañe. Es el Espíritu que ha de recibir Jesús el que traerá esa nueva
mentalidad y esa nueva época. Si bien el relato lleva un sello cristológico indiscutible (“mi hijo amado en quien
me complazco"), tampoco es exagerado; es decir, en el texto no se respira esa alta cristología con que
posteriormente se ha interpretado en la tradición, hasta el punto de ver más un acontecimiento “trinitario” que
cualquier acontecimiento religioso en el que se quiere mostrar la diferencia entre lo que pedía Juan y lo que ha
de pedir Jesús en su proclamación del Reino. Como se ha puesto de manifiesto en las distintas lecturas de los
relatos evangélicos, de los tres, pero especialmente de Mateo y Lucas, el bautismo pasa a segundo término y
todo tiene el sentido de la “unción profética por medio del Espíritu”. Eso no quiere decir que Jesús no fuera
bautizado por Juan, ¡desde luego que sí! Pero lo que vale es mostrar que no ha de llegar el momento nuevo por
bautismos penitenciales (el judaísmo lo practicaba frecuentemente); lo nuevo es la era del Espíritu, que viene
sobre Jesús y ha de comunicar y trasmitir a todo el pueblo.

III.4. El Bautismo de Jesús, pues, se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al
Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el
perdón de los pecados, una era nueva donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de
Dios. Jesús quiso participar en ese movimiento por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos
evangélicos van a tener mucho cuidado de mostrar que ese acto del bautismo va a servir para que se rompa el
silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que Él no es un pecador más que viene a hacer penitencia.
Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad,
sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el Señor de nuestra vida.

I DOMINGO DE CUARESMA
ESTAR CON DIOS, ES LO MAS HUMANO
La Cuaresma es uno de los tiempos litúrgicos más determinantes de la vida cristiana porque nos
prepara para celebrar la Pascua, es decir, la muerte y la resurrección del Señor. Alguna vez hemos oído que se
llama “cuaresma” porque recuerda un número simbólico en la Biblia, bien los cuarenta años del pueblo en el
desierto antes de entrar en la tierra prometida y gustar definitivamente la liberación de Egipto; o bien los
cuarenta días en que Jesús se nos presenta en el desierto preparándose, como el pueblo, para su gran misión.
Por lo mismo, la Iglesia, las comunidades cristianas, se preparan, en tensión, para celebrar la fiesta central del
misterio cristiano. Es uno de los tiempos más importantes de la vida cristiana, ya que la Cuaresma es una
unidad con la Semana Santa, con la Pascua.

Iª Lectura: Génesis (2,7-9;3,1-7): O con Dios creador, o desnudos y sin interioridad

I.1. La primera lectura de este domingo está tomada del conjunto de Génesis 2-3 en que se nos describe, como
una catequesis de alfarero, la creación del hombre del barro de la tierra; la tradición bíblica del paraíso con sus
árboles de la vida y de la ciencia del bien y del mal y el mito de la serpiente como prototipo del misterio del mal
que aparece misteriosamente para cambiar el rumbo de la creación de Dios. Se atribuye este relato a una
escuela catequética conocida como la “yahvista”, porque así, desde el principio, denomina a Dios. Quiere
describir al hombre de forma y manera que aparezca lo finito: la materia o el polvo de la tierra, y lo infinito: el
soplo de vida que Dios mete en su ser. Es una lucha, la lucha de la libertad, la lucha o pecado de querer ser como
Dios y de experimentar la nada entre sus manos.

I.2. El hombre y la mujer, la humanidad entera, “que es el relato vivo de Dios”, porque ha sido creada a su
“imagen y semejanza” descubren en el vacío, en el silencio... que querer ser como dioses es una ambigüedad. En
ninguna “cosmogonía” antigua [conjunto de teorías míticas, religiosas, filosóficas y científicas sobre el origen
del mundo. Cada cultura o religión ha tenido y tiene sus propias explicaciones cosmogónicas] se ha podido
afirmar como en la Biblia la grandeza del ser humano como “imagen de Dios”. Somos lo que somos, valemos lo
que valemos, pero no podemos ser más de lo que somos. El teólogo de esta escuela sabe bien una cosa
profundamente misteriosa: que el mal encanta, aunque deje luego a sus espaldas angustia y desolación. Es un
vacío como de muerte ¿quién podrá vestir, de nuevo, al ser humano de esperanza y de alegría?

I.3. La humanidad se nos presenta en esta narración, mítica a todos los efectos, como comunidad, no puede ser
de otra manera. El hombre está solo y no es quien debe ser hasta que encuentra a la mujer. Esta es la realidad
de la naturaleza misma, pero que en su misterio va mucho más allá. A esa comunidad se le entrega todo como
don, con la responsabilidad de desarrollar la humanidad futura y cuidar de todo, siguiendo los caminos del
bien, sin desordenar el bien por el mal, porque el día que "coman de ese árbol de la ciencia del bien y del mal"
(Gen. 2,17) queriendo endiosarse, habrán dejado de actuar a imagen de Dios y eso será su propia destrucción y
muerte. Están hechos para la comunión. Son imagen de Dios, han de actuar según corresponde a la imagen,
reflejando el actuar de Dios. Dios ha hecho todo como regalo para el ser humano. El varón es un regalo para la
mujer y ella para el hombre, en igualdad de dignidad y con el mismo misterio de interioridad divina. El regalo
es un signo que expresa la buena voluntad y el amor de su hacedor. Lo grande del regalo es que es un signo de
la decisión libre de quien regala. Es expresión de la interioridad. Signo de comunicación que revela lo que está
en lo invisible del corazón. Es la revelación del misterio. El relato no se sostiene científicamente en muchos
aspectos, pero sí es psicológica y teológicamente profundo. Y eso sí es real, eso nos ocurre y sigue aconteciendo
en el misterio de la vida humana.

IIª Lectura: Romanos (5,12-19): Cristo frente a Adán; la gracia frente al pecado

II.1. Esta es una de las páginas más conocidas de las historia de las teología porque Pablo enfrenta, a su manera,
a Adán y a Cristo. Desde la Patrología hasta nuestros días el tema del “pecado original”, o del “pecado de origen”
como se dice hoy, no ha dejado de interesar y todavía necesita aportaciones desde muchos puntos de vista. Esta
no es una cuestión cerrada, porque el “pecado original” no es simplemente una cuestión biológica de la
naturaleza humana ¡de ninguna manera! Pablo se permite escribir en este caso con un género literario que se
puede considerar una “sygkrisis” (comparación), reto entre dos personajes o dos realidades, con el fin de poner
de manifiesto la importancia y la grandeza de uno respecto a otro. Los Santos Padres lo hacían desde la
simbología del “tipo” y el “antitipo”. El peso de la causa que se debate pretende subrayar el valor del “antitipo”
Cristo frente a Adán. Claro, Pablo entiende que la humanidad procede de un solo hombre, cosa que hoy no
estamos obligados a aceptar.

II.2. El interrogante que se ha dejado en el comentario al texto del Génesis, halla en este pasaje de la carta de
Pablo la respuesta adecuada: a la radicalidad del pecado de Adán, de la humanidad, atañe a la radicalidad de la
gracia de Cristo, del amor de Dios. Es uno de los núcleos más densos de la teología paulina en la carta más
profunda del apóstol. Pablo es deudor de una mentalidad judía para explicar lo que se ha llamado el “pecado
original”. En realidad esta confrontación ya la había abordado, para el tema de la muerte y la resurrección, en
1Cor 15,21-22.45-49. Pero él siempre innova y encuentra nuevas posibilidades y caminos para la esperanza:
con Cristo nada está perdido. La ley no pudo enseñar, ni prever lo que Dios mismo iba a poner de manifiesto
con Jesucristo. Si la humanidad vive bajo la responsabilidad del pecado en solidaridad, de todos sus pecados:
guerras, injusticias... está llamada, por el contrario, a otra solidaridad poderosa: la de la gracia de Cristo.

II.3. Debemos aceptar que el destino de nuestra propia existencia nos orienta a todos los hombres y mujeres
(toda la humanidad) en una situación de pecado, incluso no querida o aceptada, pero inevitable. No obstante
todos participamos de una responsabilidad con nuestras vidas y así sembramos “pecado” redivivo, para el
futuro, con el que nosotros mismos nos hemos encontrado. ¿No estaríamos invitados a la desesperación? ¡De
ninguna manera! (Absit! - “mê génoito”, que diría Pablo, cf Rom 7,7) ¿Por qué? Porque tenemos la promesa
firme de la gracia, garantizada por la entrega misma de la vida de Jesús para vencer, en nombre del Dios
creador, esta “situación original” de pecado que todos encontramos al nacer.

Evangelio: Mateo (4,1-11): El Hijo de Dios vive nuestra existencia “de verdad”

III.1. Cada evangelista, en el respectivo año litúrgico, nos ofrece su versión de Jesús tentado, como Adán y Eva
en el paraíso. Los que más se parecen, a diferencia de Marcos, son los relatos de Mateo y Lucas. Éste ha
cambiado el orden, por razones teológicas; pero el mensaje no puede ser muy distinto en uno y otro, aunque
con matices. En el caso de Mateo se intenta poner de manifiesto la fidelidad de lo que los judíos rezan todos los
días en el “shema” (Dt 6,4-5: Escucha Israel, el Señor es tu único Dios... y lo amarás con todo el corazón, con toda
el alma, con todas tus fuerzas). No debemos asombrarnos si decimos y subrayamos que el relato va más allá de
lo puntualmente “histórico”, para ser un ejemplo vivo en la comunidad de cómo hay que luchar contra lo que
nos deshumaniza en razón de una falsa “divinización”. Porque la divinización es pecado cuando viene de
nosotros mismos que no aceptamos nuestra vida ni la de nuestros hermanos los hombres; pero es gracia y
salvación cuando viene de Dios como don de la creación y de la redención; entonces es auténtica “theoresis”,
como pensaban los “padres” griegos.

III.2. Sabemos que este relato tiene una característica que los expertos le han llamado “haggada”, sobre las
tentaciones del pueblo en el desierto, y actualizadas por la tradición cristiana para presentar el verdadero
mesianismo de Jesús. Podemos constatar que las respuestas de Jesús están formuladas según los textos bíblicos
que aluden al pueblo en esa travesía: La primera respuesta de Jesús es una cita de Dt 8,3 que, a su vez alude a
Ex 16,1 ss (el maná). La respuesta a la segunda tentación es una cita de Dt 6,16 que, a su vez, alude a Ex 17,1-7
(las aguas de Massá). La tercera respuesta cita a Dt 6,13 que puede aludir tanto a Ex 32 (el becerro de oro)
como a Ex 23,24 y 34,13-17 (mandato de no adorar las divinidades cananeas). Por tanto, respuestas que
quieren ser ejemplo “corporativo” para la comunidad, porque Jesús con su rechazo es, para Mateo, el Mesías
que hace posible un nuevo pueblo hacia Dios. Pero también deberíamos ver aquí lo más personal de Jesús como
hombre, como persona, igual que nosotros, que vence… con opciones personales, al ponerse en manos de Dios.

III.3. Tres pruebas, como número simbólico, cumplen de modo perfecto esa oración a Dios. Y así: 1) rechazando
convertir las piedras en pan ha amado con todo el corazón; 2) al rehusar poner a Dios a prueba inútilmente, ha
amado con toda al alma; 3) no aceptando los reinos que le ponen a sus pies, ha amado con toda las fuerzas. Eso
es lo que no fue posible en el paraíso. El rechazo de Jesús a todo lo que se le ofrecía no es una victoria
humillante; era lo único que verdaderamente le podía mantener unido a Dios y a todos los hombres. Estas
fidelidades de Jesús, fidelidades que se muestran a todo lo largo de su vida, lo harán más humano y más
cercano. Jesús, el Hijo de Dios, mientras está en el papel radical de la encarnación no sueña, ni siquiera, con ser
Dios o tener su poder. Sería un sueño imposible que deja un gran vacío; así lo han pretendido los hombres,
emperadores o no, que han querido ser adorados; pero la verdad es que nunca llegaron a ser dioses, se alejaron
de los hombres, eso sí, y se quedaron solos para siempre.

III.4. En este sentido de cómo debemos ver a Jesús en lo más personal, incluso en la praxis humana como Hijo
de Dios, cito estas palabras que son muy sugerentes y válidas para el conjunto del relato, aunque se centran en
la primera tentación: “La tentación consiste, pues, en el uso de Dios y de la relación privilegiada con Él, como
medio para alterar la condición humana en beneficio propio, eludiendo de esta manera la tarea del hombre en
el mundo. Dios es visto como protector, y la relación con Él como ventaja personal frente a las fuerzas ocultas y
necesidades de la vida, a las que el hombre teme cuando ha experimentado hasta qué punto pueden destrozarle
y hasta qué punto está indefenso ante ellas. Así se comprende que la respuesta de Jesús sea una apelación a la
condición humana. Si se hubiese tratado de interrogar a Jesús sobre su filiación divina, el redactor podía haber
puesto en su boca cualquiera de los pasajes bíblicos relativos a ella que la comunidad primera aplicaba a Jesús
(v. gr., Sal 2,8). Pero lo que ahora importa no es la realidad sino el significado de esa filiación divina; y la
respuesta de Jesús equivale a decir: la filiación divina no elimina nada de la condición humana. Y el hombre es
tal que no vive sólo de pan, sino de todo aquello que procede de Dios, es decir: de toda la realidad de la vida, en
cuanto entregada a él para que la domine. Es evidente que hay que satisfacer el hambre, pero sin esperar en los
milagros para ello; es evidente que hay que convertir los desiertos en pan, pero no a base de rogativas, sino por
el esfuerzo humano: ésta es la condición humana y esto es aquello de lo que "vive el hombre". Porque Dios no
está con él sólo cuando tiene pan, sino también cuando no lo tiene, cuando cree estar sin El: ya que se le
manifiesta precisamente en la llamada a convertir en pan las piedras” (J. I. González Faus, La Nueva Humanidad.
Ensayo de Cristología. vol. I, Madrid, 1974, pp. 182-194).

II DOMINGO DE CUARESMA
LA TRANSFIGURACIÓN UNA LLAMADA A DAR LA VIDA A LOS OTROS

Iª Lectura: Génesis (12,1-4): La confianza en Dios, base de la religión

I.1. El relato de la vocación de Abrahán abre las lecturas de este segundo domingo de cuaresma. Es un relato que
viene a manifestar la promesa de Dios que nunca abandonará a la humanidad. En Gn 1-11 se ha repasado,
sucintamente, con alardes literarios y casi míticos, el misterio de la humanidad en general, que poco a poco ha
querido emprender un camino independiente de Creador. Si debemos reconocer que lo allí descrito no puede ser
“historia pura”, la verdad de todo está en llegar a la situación en la que es necesaria de nuevo la mano de Dios para
poner su obra creadora en armonía con su proyecto de salvación. Es por eso que Gn 12 es tan importante desde el
punto de vista de la “historia de la salvación”. Dios siempre encuentra hombres o grupos para que su obra pueda
seguir teniendo esa categoría creacional buena.

I.2. Ya en esos capítulos anteriores se ponía de manifiesto, puntualmente, el proyecto salvífico de Dios, que nunca
podía guardar silencio ante las acciones de los hombres; pero quizás las cosas se presentan allí con una cierta
mentalidad pesimista. Ahora ese proyecto salvífico del Creador se va a hacer muy concreto con el “padre de los
creyentes”, con Abrahán. Este personaje, al que se hace originario de la cuenca de los dos ríos de Mesopotomia, de
Caldea, donde existía una cultura muy antigua, se le pide abandonar la tierra, los lazos de siempre, porque Dios
quiere comenzar algo nuevo en un sitio menos deslumbrante ¡no olvidemos este detalle!. De entre aquellos
nombres oscuros y sin grandeza enumerados en las páginas precedentes del Génesis, surge Abrahán y con él se
pone de manifiesto la virtud del creyente que se fía rotundamente de Dios y que busca una luz nueva.

I.3. La carta a los Hebreos (11,8-10) describe profundamente ese momento: se fue a una tierra extraña, sin saber
adónde iba. Pero Dios no falla nunca; pide, pero siempre responde. Abrahán debe dejar detrás la cultura de los
ziggurat, la grandiosidad de los dioses mesopotámicos que no han llenado, a pesar de todo, la vida de los hombres.
Atrás queda Babel, los intereses de los pueblos y ciudades, sus confusiones y orgullos..., porque Dios, un Dios con
corazón, le quiere brindar a él, y con él a la humanidad, una vida con más sentido. Babilonia es la encarnación de
todas las potencias políticas que han hecho derramar sangre y lágrimas a la humanidad. Dios, el Dios creador, no
quiere eso para la humanidad… y Abrahán emprende, según nuestro relato, el camino de la fe, de la confianza
(emunah) absoluta en Dios. Comienza así, idílicamente si queremos, una nueva manera de entender la religión
como experiencia de confianza en Dios creador y salvador. Esta es la clave de la fe de Israel. Los dioses babilónicos
serían “muy cultos”, pero nunca quisieron la confianza de los hombres, sino el someterlos.

IIª Lectura: IIª Timoteo (1,8-10): La pasión del evangelio como salvación

II.1. El autor de este texto epistolar, presuntamente Pablo, recomienda a su discípulo Timoteo que se haga cargo de
la misión y vocación que ha recibido de parte de Dios: anunciar el evangelio. Es un texto hermoso, de un buen
discípulo de Pablo si es que aceptamos, como máxima probabilidad, que Pablo no lo escribiera. La mímesis o
adaptación al pensamiento paulino es encomiable. Conceptos como testimonio (martyrion), fuerza de Dios
(dynamis theou), el verbo salvar y llamar (sôsantos… kai kalésatos), obras frente a gracia (erga-charis). Todo esto
tiene como objetivo final destruir la muerte (thánatos) y ofrecernos la inmortalidad (aphtharsía) por medio del
evangelio. Muchas cosas son de Pablo, otras suponen una evolución de su pensamiento. Pero las afirmaciones, en
sus totalidad, son un buen ejemplo del kerygma cristiano, de aquello que se debe proclamar al mundo.

II.2. Es la tarea más arriesgada de un hombre comprometido con una comunidad. Por ello, anunciar el evangelio no
es relatar cosas o doctrinas carentes de sentido. Al contrario, como buena noticia que es, y como los hombres
necesitan estas buenas noticias para vivir, se debe poner de manifiesto que Dios nos ha salvado. Eso,
independientemente de nosotros; porque el plan de Dios, como se expresa el autor de Timoteo, es un proyecto de
gracia. Y ese plan tiene un nombre concreto, una historia que puede conocer toda la humanidad; se trata de Jesús
de Nazaret, el Mesías cristiano, quien ha venido para destruir la muerte, el pecado, el odio... y para darnos una
esperanza nueva. El cristianismo se fundamenta en esto, y como Abrahán debemos poner en ello toda nuestra
“confianza”, porque tenemos, además, la garantía de Cristo.

Evangelio: Mateo (17,1-9): La transfiguración, la transformación de lo divino en lo humano

III.1. Todos los años, en el segundo domingo de cuaresma, leemos el relato de la transfiguración. Corresponde,
pues, en este domingo leer el texto de Mateo. Los pormenores del este relato mateano no nos alejaría mucho de su
fuente, que es Marcos (9,2ss). Lucas (9,28ss) sí se ha permitido una autonomía más personal (como la oración, por
dos veces, que es tan importante en el tercer evangelista y otros pormenores, como cuando Moisés y Elías hablan
de su “éxodo”). Para el evangelista Marcos es el momento de emprender el viaje a Jerusalén y este es el punto de
partida; Lucas ha querido adelantar la Transfiguración antes de emprender de una forma decisiva el “viaje”
(9,51ss). Por tanto, Mateo es el más dependiente de Marcos a todos los efectos literarios. Deberíamos pensar que
una experiencia muy intensa vivida por Jesús con algunos de sus discípulos, ha marcado la tradición de esta
narración.

III.2. El hecho de que esté en este momento, tras la predicación de Jesús en Galilea y ya a las puertas de emprender
el viaje definitivo a Jerusalén, resulta elocuente. No podemos negar que esta narración está concebida con el tono
apocalíptico y con el lenguaje veterotestamentario pertinente. Las dos columnas del AT, Moisés y Elías son testigos
privilegiados de esta “experiencia”, en el monte (que nosotros lo conocemos como el Tabor, pero que no está
identificado en el texto, y no es necesario). Porque el “monte” en cuestión es un símbolo, un lugar sagrado, un
templo, el cielo… Precisamente esos dos personajes del AT tuvieron con Dios su experiencia en el monte, el Sinaí o
el Horeb que es lo mismo. Por tanto, ya podemos llegar a percibir unas claves concretas de lectura a partir de estas
semejanzas con los personajes mencionados. Por una parte están esos personajes para ser testigos de la
“intimidad” de Jesús, el Hijo de Dios, pero en su necesidad más humana… Jesús, no es un impostor que habla del
Reino a los hombres sin autoridad. Moisés y Elías testifican que no es así… si “conversan” con él es porque ellos le
conceden a Jesús el “testigo” definitivo de la revelación. Pero este no es solamente un nuevo Moisés o un nuevo
Elías… es el Hijo, como hace notar la voz celeste: escuchadlo!

III.3. Independientemente de la fisonomía literaria y teológica del relato, con las cartas marcadas por la cristología
que respira la narración, nos preguntamos: ¿Qué significa la transfiguración? La transformación luminosa de Jesús
delante de sus discípulos, ya camino de Jerusalén y de la pasión, es como un respiro que se concede Jesús para
ponerse en comunicación con lo más profundo de su ser y de su obediencia a Dios. Jesús lee, digamos, su propia
historia a la luz de su obediencia a Dios con objeto de llevar adelante ese plan de salvación para todos los hombres.
Jesús no sube al monte de la transfiguración siendo el Hijo de Dios de la alta cristología, sino el hombre-profeta de
Galilea que pregunta a Dios si el camino que ha emprendido se cumplirá. Por eso Lucas pone tanto interés en la
oración, porque estas cosas se preguntan y se viven en la oración. Y las respuestas de Dios se escuchan también en
la experiencia de la oración. De esa manera, los dos personajes que se presentan acompañando a la nube divina,
Moisés y Elías, representantes cualificados del Antiguo Testamento, indican que ahora es Jesús quien revela a Dios
y a su mundo. Los discípulos le acompañan, pero no pueden percibir más que una especie de sosiego que les lleva a
pedir y desear “plantarse” allí, construir tiendas en lo alto del monte.

III.4. Pero los hombres están abajo, en la tierra, en la historia, y se les invita a bajar, como una especie de vocación;
deben acompañar a Jesús, recorrer con él el camino de Jerusalén, porque un día ellos deben anunciar la salvación a
todos los hombres. Jesús decide bajar de ese monte y pide a los suyos que le acompañen. Viene de “arriba” con la
confianza absoluta de que su Dios lo ama… y ama a los hombres. Pero en Jerusalén no le otorgarán la autoridad que
ahora le han concedido Moisés y Elías. También un día Moisés tuvo que bajar del Sinaí y se encontró con la realidad
de un pueblo que se había fabricado un becerro de oro (Ex 32,1-35); Elías también descendió del Horeb (1Re 19),
sabiendo que lo perseguirían las huestes de Jezabel que querían imponer a los dioses cananeos. Jesús tuvo que
aclarar en el “monte” si su mensaje y su vida eran la voluntad de Dios. La voz celeste, por muy apocalíptica que
suene, lo deja claro.

III.5. ¿Se debe o no se debe subir al monte de la transfiguración? Desde luego que sí. Y este es un relato que nos
habla de la búsqueda de Dios y de su voluntad en la “contemplación” y en la “oración”. Esta es una de las razones
por las que el relato de la transfiguración figura en la liturgia de la Cuaresma. No obstante, la enseñanza es
palmaria: lo contemplado debe ser llevado a la vida de cada día, de cada hombre. Como Abrahán tuvo que dejar su
tierra, los discípulos deben dejar la “altura infinita” del monte para abajarse, porque ese evangelio que ellos han
vivido, deben anunciarlo a todos los hombres cuando Jesús resucite de entre los muertos. Probablemente Jesús
vivió e hizo vivir a los suyos experiencias profundas que se describen como aquí, simbólicamente, pero siempre
estuvo muy cerca de las realidades más cotidianas. No obstante, ello le valió para ir vislumbrando, como profeta,
que tenía que llegar hasta dar la vida por el Reino. Se debe subir, pues, al monte de la transfiguración, para bajar a
iluminar la vida.

TERCER DOMINGO DE CUARESMA


BUSCAR LA RELIGIÓN QUE PROCURA “LA VIDA”

Iª Lectura: Éxodo (17,3-7): Masá y Meriba: Dios siempre da de beber

I.1. Los nombres de Masá y Meribá -en los que se ha establecido una relación etimológica con el hecho “de
tentar y de contender” (reyerta y tentación), de que habla el relato-, son con toda seguridad nombres de lugares
antiguos que se han cargado de mito y leyenda. Pero también ha venido a tener su simbología en la actitud por
la que pasa el pueblo y por la que pasan todos los creyentes; por eso no importa mucho si ignoramos dónde
están y en qué desierto. La leyenda judía ideó que esa roca iba siguiendo a los israelitas por el desierto. Y de ahí
tomó pie Pablo para hacer una lectura midráshica, como han puesto de manifiesto los especialistas y glosar,
desde la perspectiva del cristiano que ve en Cristo el gran signo de Dios: "Y la roca era Cristo" (1 Cor 10,4).

I.2. La roca del Horeb sobre la que debía golpear Moisés para dar agua al pueblo en el desierto, en las fuentes de
Meribá, ha tenido una gran tradición en el Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos (78; 95; 105; 106; Sab
11,4). Ya se sabe que el desierto es el lugar de la prueba, especialmente por la necesidad de beber. El agua, en Israel,
era y es un tesoro, porque es una pequeña región rodeada de desierto. Un poco de agua es como un milagro y toda
sequía es como un castigo y una tentación. Al pueblo en el desierto, no le compensa su libertad frente a los
faraones; no quieren morir en el desierto, aunque podían haber muerto esclavos y explotados cerca de la pirámides
de Egipto. Pero así es el sino de todo tipo de liberación.

I.3. “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” Es la pregunta del pueblo sediento… ¿de qué vale la libertad
conquistada? El texto quiere reafirmar la fe de un pueblo en Dios, pase lo que pase y suceda lo que suceda. Es más,
las dificultades y adversidades deben ser las que pongan de manifiesto la fe en Dios, porque siempre Él, de una
manera o de otra, nos “da del agua de la roca”… Dios está en medio de nosotros, pero no podemos exigirle que lo
muestre como nosotros queremos, sino que sepamos buscar “el agua” que nos proporciona de rocas que en su
entraña llevan una fuente. Sin la vara de Moisés, sin el milagro de la magia, sino con la confianza y la fortaleza de
ánimo, porque Dios ¡sí está en medio de nosotros!
IIª Lectura: Romanos (5,1-8): Dios nos ofrece la salvación “por amor”

II.1. La segunda lectura nos ofrece una enseñanza clave en esta carta paulina. La verdad es que la liturgia no ha
tomado la totalidad de este conjunto, uno de los más fuertes y densos de este escrito paulino. El apóstol comienza
en este instante el meollo de su carta (5,1-8,39) y lo hace con una significativa proclamación kerygmática de lo que
Dios ha hecho por la humanidad, por medio de Cristo que “lo ha llevado” hasta dar la vida por todos. Esto es básico
en el pensamiento de Pablo y en la proclamación de la condición de la religión cristiana. Vemos aquí que es Dios el
que sale al encuentro del hombre, no el hombre el que sale a la búsqueda de Dios. Por eso debemos seguir
afirmando que el cristianismo es la religión de la gracia, de la oferta, del milagro de la misericordia y gratuidad
divina.

II.2. Pablo, aquí, centra su pensamiento en lo que significa en la vida presente para los creyentes ser justificados por
la fe. La salvación, pues, es una gracia de Dios que se nos otorga mediante nuestra confianza en Jesucristo. El
enunciado de esto es de un calado teológico sin precedentes, dicho, además, por alguien que procede del judaísmo,
como Pablo. Esta gracia es lo que define la justicia de Dios y la vida cristiana. De esto es de lo que debe gloriarse el
cristiano, de creer y experimentar la gracia que nos llega por medio del Espíritu de Dios. Pablo está queriendo decir
que no hay que gloriarse del esfuerzo que debemos hacer para salvarnos, porque entiende que la salvación es una
gracia, un regalo; pero también los regalos hay que saber acogerlos y agradecerlos.

III.3. ¿Qué significa, pues, la proclamación kerygmática de Rom 5,1-11? Pues que la justificación ó si queremos la
salvación, para ser más directos, tiene una estrategia que ha establecido el mismo Dios, por medio de Cristo.
Aunque Pablo no se va a poder liberar del lenguaje propio del AT, de los sacrificios y de la muerte, no debemos
quedarnos en eso, sino en lo que se afirma. Cristo murió por los “impíos”… y puesto que Dios nos ama (v. 8), Cristo
dio su vida por nosotros. ¿Era necesaria esa muerte? Para Dios no era necesaria, y no es Dios quien entrega a la
muerte a Jesús, sino los hombres. Pero la formulación de Pablo quiere dejar clara la iniciativa divina. Esto ha
ocurrido porque Dios nos “ha amado” y nos ama…

Evangelio: Juan (4): El agua viva de una religión de gracia

III.1. El evangelio, de san Juan (en este domingo se prescinde de Mateo), nos ofrece una de las escenas y diálogos
mejor construidos del cuarto evangelista. Todos hemos escuchado alguna vez esta narración de Jesús y la
samaritana; aunque no siempre hayamos podido abarcar su íntegro su significado y profundidad. Puede que hoy
no la oigamos completa, pero su sentido es el mismo que exponemos. Jesús pasa por territorio de herejes, como
eran considerados los samaritanos por los judíos ortodoxos. Es una vieja historia de odios y rencores a causa de la
religión. Los samaritanos se consideraban herederos de los patriarcas, tenían su Pentateuco, creían en Yahvé, en
Dios, pero unos y otros pensaban que su “dios” era mejor que el otro, y su templo, y su monte santo, y su agua y sus
fuentes. La escena se sitúa en Samaría.

III.2. Los samaritanos proceden de la unión de tribus asirias y de judíos del reino del Norte antes de su
destrucción en el año 721 a. C. Después se llegó a un verdadero cisma entre judíos y samaritanos, como rigorismo
de la reforma judía que sigue al destierro de Babilonia. Los samaritanos se opusieron a la construcción del nuevo
Templo de los judíos. Construyeron otro santuario para ellos en el monte Garizim que fue destruido en el año 129
a C. Los samaritanos se consideraban descendientes de los Patriarcas, y estaban orgullosos del pozo que -decían-
les había dejado su padre Jacob por medio de José (Gn 33,19; 48,22; Jos 24,32). Los samaritanos solamente creen
en los cinco libros del Pentateuco; aún hoy existen tribus samaritanas. Un judío religioso debía evitar todo
contacto con los samaritanos, no solamente impuros, sino herejes, y lo que menos se podía pensar era en pedirle a
ellos de comer o beber (Cf. Eclo 50,25-26; Lc 9,52; 10,33; Mt 10,5). En este relato van a coincidir una serie de
factores, muchos tipológicos, para enseñar verdades que nunca deberíamos olvidar. Jesús fatigado del camino,
deja Jerusalén, va hacia Galilea y pasa por Samaría que era un lugar que evitaban los judíos piadosos. El, Jesús, un
hombre, un judío, y si queremos Dios, «pide» a una mujer pecadora y herética. Jesús, a una samaritana, a una
persona que por herejía solo podía dar hastío y maldición, le pide. Ya sabemos que Jesús le pide para dar él mucho
más. El diálogo es sabroso, es un diálogo con alguien maldito. Y Jesús ofrece a cambio «agua viva». Esta expresión
en el AT significaba: los valores de la vida, la revelación, la Sabiduría divina y la Ley (Cf: Jer 2,13; Zac 14,8; Ez 47,9;
Prov 13,14; Is 44,3; Jl 3,1). En nuestro caso, a cambio, Jesús ofrece por el agua del pozo (que puede significar el
judaísmo con lo que prometía y no daba, ya que los samaritanos también eran judíos), «agua viva» que según el
mismo Juan es el Espíritu que da la vida eterna (cf: Jn 7, 37-39).
III.3. Jesús no pasa por casualidad por aquél camino, ya que a la ida o vuelta de Jerusalén, había que evitar este
territorio central de Tierra Santa; había elegido él mismo el camino por el que debía pasar; se siente cansado, pero,
más bien que por el camino, a causa de estas disputas religiosas sin sentido y le pide a la mujer (representante de
todo un pueblo odiado y condenado) agua, llega pidiendo, no ofreciendo. Existe desconfianza, aunque Jesús ha
venido para ofrecer a estos herejes un espíritu nuevo, un agua viva, un culto nuevo, un Dios verdadero. El agua del
pozo estaba encerrada y el pozo era hondo; representa el judaísmo y el samaritanismo. Es una crítica a las
religiones que ponen tanto empeño en sus cosas, en sus tradiciones, en sus costumbres y en sus normas. A una y
otra religión les faltaba el agua viva, carecían de Espíritu y verdadera adoración. Vemos a Jesús que escucha las
quejas de la mujer samaritana contra los judíos; pero Jesús, en el evangelio no representa a los judíos, aunque sea
confundido con uno de ellos. Advirtamos que Jesús pide, para dar; pregunta, para responder; siente sed, para
ofrecerse como agua viva.

III.4. Con esa dinámica de contraste, la teología joánica de este pasaje, emblemático a todas luces, propone una
religión nueva y un culto nuevo: el culto en Espíritu y verdad. El Espíritu dará a conocer cuál es el culto que tiene
sentido: el conocer a Dios y el adorarlo como Padre. Pero los judíos y los samaritanos no adoran precisamente a un
Dios como Padre, sino a un dios que ellos mismos se han creado a su modo y manera; el dios que justifica sus odios
y rencores. Esa religión, que muchas veces sigue siendo la dinámica de nuestras religiones actuales es un contra-
Dios y anti-evangelio. Hoy, pues, también podemos aprender mucho desde el punto de vista ecuménico en la
celebración de la eucaristía con este evangelio joánico. Queremos decir, ese no pasar de lejos por el terreno, por el
mundo o la vida de los malditos; ese pedir para dar y ofrecer en nombre del Dios vivo la felicidad y la vida
verdadera… es lo propio de la “religión” de Cristo. Son muchos los desafíos que esta narración evangélica nos
sugiere. El relato nos muestra a un Jesús que en este caso no es un simple judío, sino el Logos de Dios, que habla y
dialoga con una mujer (que representa a un pueblo con sus influencias sincretistas, pero al fin y al cabo una
mujer)… que descubre algo nuevo que viene de Dios. Y entonces todo cambia… se dejan de lado historias pasadas,
reglas que atan el corazón y el alma de la gente religiosa… y hacen posible descubrir a Dios como Padre.

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA


UNA RELIGION DE LUZ DEBE SER LIBERADORA

Iª Lectura: 1 Samuel (16,1ss): Lo que no cuenta para los hombres es lo que cuenta para Dios

I.1. La primera lectura de este domingo nos relata la unción de David. Es un relato que quiere ofrecernos el fracaso
de la monarquía de Saúl y el ascenso, desde lo más humilde, de David al trono. Sabemos que esta historia está
idealizada hasta el máximo por los autores de la escuela que han querido ensalzar a David como rey justo, e incluso
comprometer a Dios con un sistema de gobierno al que el profeta Samuel se oponía con todas sus fuerzas (1Sam 8-
10). Lo que pueda haber de leyenda en todo esto tiene de positivo el origen humilde y sencillo que por la libre
elección llega a servir a Dios en su proyecto sobre el pueblo.

I.2. Debería ser patente que los criterios morales de la escuela “deuteronomista” que redacta todo esto eran mucho
más éticos y morales que la realidad histórica dura de cómo David subió al trono. En todo caso, la significación
teológica del relato no deja lugar a dudas: Dios elige a David porque es el más pequeño, el que menos intereses
tiene en todo esto, aunque la historia real de David y de su subida al trono en el libro de Samuel sea mucho menos
limpia y clara. La “historia de Israel” es tan escabrosa como todas las historias de los pueblos circundantes… El
profeta Samuel no quería ceder a la “monarquía” no solamente porque era un profeta tradicional, sino porque la
monarquía copiaría los sistemas de los otros pueblos poderosos… No obstante los “deuteronimistas” sí dejan claro
que lo que a Dios le interesa no es la “monarquía sagrada” en sí, sino que el rey sea justo y bueno con los que no
tienen defensa. Por eso, nos recuerda el origen sencillo y humilde del pastor… que llegó a ser rey. Y eso no se
debería olvidar nunca.

IIª Lectura: Efesios (5,8-14): La obras de la luz son vida

II.1. La segunda lectura recuerda a la comunidad a la que se dirige esta carta que los que han llegado a la fe cristiana
son hijos de la luz. Se supone que el autor, un discípulo de Pablo, está hablando a una comunidad que en otro
tiempo eran paganos, es decir, “nada” para los judíos. El recuerdo de los orígenes humildes implica un proceso
pedagógico que siempre busca la terapia espiritual de revivir realidades profundas. Todo lo que no sea eso, es un
“dormirse”, un olvidar el misterio de la gracia de Dios y de la salvación. Por eso el misterio de la luz es un misterio
revelador, descubridor de las verdades de la vida que no se deben olvidar. Esta parte parenética o práctica de la
carta a los Efesios se interesa por mostrar que las obras de las tinieblas son “estériles”, es decir, no engendran vida.

II.2. Podemos subrayar en el texto una concepción dualista bien marcada que puede prestarse a equívocos, como
sucede en algunas expresiones de la comunidad de Qumrán, que también divide la vida moral y de la comunidad en
dos categorías: los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Pero si superamos ese dualismo, podemos entender
bien que lo que se propone en este caso a la comunidad es que vivan en la fidelidad a Cristo que los ha llamado a
una vida en la que los valores son: la bondad, la justicia y la verdad. Las obras de las tinieblas no se mencionan, sino
que simplemente se suponen que son como el misterio de la muerte. Se está hablando en términos morales y éticos
en lo que se puede coincidir, sin separaciones dualistas, con todos los hombres que viven de esos valores.

Evangelio: Juan (9): Jesús profeta de la luz de la vida

III.1. El evangelio de hoy es uno de los episodios más densos de la obra joánica. Un signo y un diálogo, en polémica
con los judíos, nos presenta a Jesús como revelador de Dios que va destruyendo muchas cosas y concepciones que
se tenían sobre Dios, sobre la vida, sobre la enfermedad, sobre el pecado y sobre la muerte. Juan enfrenta al
hombre ciego de nacimiento con los fariseos, que son los que deciden sobre las cuestiones religiosas cuando se
escribe esta obra. El ciego de nacimiento, en la mentalidad de un judaísmo teológico inaceptable, debía tener una
culpabilidad, bien personal, bien heredada de sus padres o antepasados. Los simbolismos con los que está
compuesto el relato: el barro de la tierra, la saliva, el sábado, el envío a la piscina de Siloé... nos muestran a un Jesús
que domina la situación, en nombre de Dios, para dar luz, en definitiva, para dar vida y para mostrarse como la luz
del mundo.

III.2. Se dice, con razón, que este es un relato bautismal de la comunidad joánica; una especie de catequesis para los
que habían de ser bautizados, en un proceso que les debía enseñar cómo el recibir y vivir la luz de la fe les llevaría
necesariamente a enfrentarse con el misterio de las tinieblas de los que no aceptan a Jesucristo. El hombre ciego,
que llega a ver, que al principio no sabe quién es Jesús, poco a poco va descubriendo lo que Jesús le ha dado, y lo
que los fariseos le quieren arrebatar. Así es el centro de la polémica: este pobre hombre que ha venido ciego al
mundo tiene que elegir entre una religión de vida, de luz, de felicidad, o una religión de muerte, la que le proponen
los "fariseos" a los que les duele más que el hombre haya sido liberado en sábado, que el que pueda asomarse a la
luz de la vida. Se dice que es el debate de la comunidad joánica procedente del judaísmo, que ha aceptado a Jesús
como el Mesías, frente al judaísmo de la sinagoga. La actualización, sin embargo, de este tema, nos muestra que
mientras la religión no sea humana, comprensiva, iluminadora, misericordiosa, entrañable y restauradora, no tiene
futuro en la humanidad. Y eso es lo que ha venido a traer Jesús al corazón de la religión de su pueblo.

III.3. El hombre debe ir a lavarse a la piscina del «enviado». Pero el enviado es el mismo Jesús. Podemos decir que
aquel hombre no es curado = salvado, por la saliva y el barro, sino por lavarse, sumergirse en el misterio de la vida
del Señor. Es un juego de imágenes llenas de sentido; de ahí su significado bautismal originario. Los vecinos, los
parientes, los que le conocían en su ceguera y en su pobreza se asombran de aquel acontecimiento. Ha sucedido
algo maravilloso, porque lo que viene de Dios no es comprendido más que por la fe. Los hombres y el mundo
tenemos unos criterios demasiado cosificados para entender su manera de actuar. Toda aquella gente no podía
comprender, ya que se necesitan otros ojos distintos para mirar lo que ha sucedido. Para ellos sólo existe una
respuesta: Jesús, que significa salvador, y que es el enviado, ha logrado lo que parecía imposible para los hombres.
«¿Dónde está ése? Le preguntan las autoridades, y responde el hombre: ¿No lo sé?». Nosotros vemos aquí algo más
que una respuesta inocua. Aquel hombre ha comenzado a experimentar la salvación de Dios traída por Jesús. Pero
no puede decir quién es Él, para los que sólo pretenden verlo con los ojos humanos. Aquel hombre no puede decir
dónde ésta Jesús, porque en el interrogatorio sólo existe un interés lejano de lo auténticamente salvador. Por eso
no puede responder a los intereses mal intencionados.

III.4. El interrogatorio se hace más denso hasta arrancar de aquel hombre todo temor para confesar el misterio de
la salvación. Más que otra cosa, el evangelista quiere apurar todo para contraponer a Jesús y la Ley. No se trata de
contraponer a Jesús y a Moisés, aunque pueda parecerlo. Porque tras la figura de Moisés, como auténtico y único
revelador de la Ley de Dios, los hombres quieren ocultar sus criterios religiosamente antihumanos. Ellos son
discípulos de Moisés, pero ¿de qué les sirve? Si la ley fue dada para encontrar a Dios, y la interpretación de la Ley
para facilitar el acercamiento; en el judaísmo sucede todo lo contrario. La Ley separa a los hombres de Dios. Es esto
lo que ahora se quiere poner en evidencia. Los fariseos (todos los hombres que podemos ser egoístas)
interponemos entre Dios y nosotros la ley, la tradición, los prejuicios de lo santo y lo sagrado…. Como si fuera
voluntad de Dios, aunque no lo sea. Y por eso, Dios queda lejano, y nosotros nos hacemos dueños de nosotros
mismos, fáciles para lo que nos interesa. La Ley puede ser el engaño de nuestra vida. Y con ella queremos comprar
a Dios lo que no sabemos hacer con corazón desprendido. Este es el pecado del judaísmo, y sigue siendo el pecado
de nuestro mundo religioso. Jesús viene para dar luz, para iluminar la ley. Para hacer posible una ley de libertad en
el encuentro con Dios. Y esto pone en claro nuestro pecado.

III.5. Cuando Jesús oye que aquel hombre ha sido rechazado por el mundo religioso de su entorno sale a su
encuentro. Y el hombre se entrega completamente a Él. Es Dios mismo, un hombre entre los hombres, quien ha
salido a su encuentro y quien le ha abierto los ojos de su vida para que pueda sentirse libre. En este Dios de Jesús
cree el ciego. El es su Señor. En el ciego de nacimiento están todos los hombres sumergidos en la tiniebla hasta que
Cristo trae el conocimiento que ilumina: es la experiencia verdadera de las falsas seguridades de los judíos y del
mundo. Pero otros, sin embargo, se encierran y se afirman en lo que creen les va bien. Y por eso permanecen en su
ceguera. Es un juicio para el mundo, no porque Jesús venga a condenarlo (cf Jn 3,17ss), sino porque los hombres
quieren permanecer en su hacer y en su vivir sin esperanza. Su pecado permanece. Es esto lo que quiere decir Juan
para el judaísmo de entonces, y para el mundo religioso de siempre.

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA


DE LA MUERTE A LA VIDA, CON JESÚS

Iª Lectura: Ezequiel (37,12-14): La muerte en los sepulcros, la vida en el Espíritu

I.1. Este oráculo de Ezequiel forma parte del famoso relato del valle de los huesos, en el que el profeta del destierro
tiene una visión de cómo esos huesos van recobrando vida poco a poco. Es uno de los textos más famosos del
profeta del destierro en este caso, que con una parábola explica lo que significa esa visión del valle de los huesos.
Debemos saber que esa visión la experimenta el profeta para hablar a los desterrados en Babilonia que se sienten
muertos, en un valle de huesos donde han caído los peregrinos. La mano del Señor, y el Espíritu le llevo a
contemplar… y después le impulsó a explicar lo que Dios, por el Espíritu, debería hacer: dar vida a esos huesos que
representan a un pueblo “muerto”, desterrado, en el sepulcro.

I.2. En realidad no es un texto preanunciando la “resurrección” escatológica. Aunque algunos así lo hayan
interpretado y se use muy frecuentemente como uno de los textos veterotestamentarios de carácter escatológico.
Es un anuncio de la vuelta a la patria, a la tierra prometida. Pero bien es verdad que tenemos derecho a ir más allá
de las palabras y del momento puntual del relato. El tema de la muerte siempre ha estado rondando en todas las
situaciones humanas y en todas las religiones. Y de estas palabras de Ezequiel podemos colegir... algo importante ;
la vida está en el Espíritu. Es verdad que la nueva vida no será como se describe en Ez 37; los huesos no se
recubrirán de carne, no tendría sentido, porque sería para volver a morir; el misterio de la muerte, de nuestra
muerte, solamente puede tener solución desde la experiencia de una nueva vida por el Espíritu de Dios que
trasmite a los que han muerto.

IIª Lectura: Romanos (8,8-11):Canto del Espíritu, canto de la vida

II.1. Este texto de Romanos forma parte del canto del Espíritu del c. 8, que es la respuesta teológica y espiritual a
Rom 7, es decir, al “yo” que nos encierra en el pecado y en el egoísmo radical, por lo que nos acusa y nos acosa la
Ley. Es la apología más hermosa que se haya escrito sobre el Espíritu y su papel en la vida cristiana. Pablo ha
logrado algo que no es posible expresar en pocas líneas. El hombre está llamado a ser hijo de Dios y esta
experiencia no se logra simplemente porque sí, sino por el Espíritu de Dios, que Cristo nos ha dado. Pero si el
hombre se encierra en su “yo”, en su carne, entonces vivirá su experiencia de muerte.

II.2. Es el Espíritu, don de Dios y de Cristo quien gana para nosotros la batalla de la muerte y del pecado. Si nos
abrimos, pues, a ese donde del Espíritu ni siquiera la muerte podrá asustarnos. Es más, adelantamos realmente la
resurrección, la vida nueva, cuando poseemos el Espíritu de Dios. Por eso este es un canto de liberación para que
por medio del Espíritu atravesemos el desierto de nuestra propia existencia. Por eso frente a la Ley, el Espíritu de
Dios; frente a la muerte, la vida en el Espíritu; frente al egoísmo de uno mismo, la libertad en el Espíritu de Dios y
de Cristo.

Evangelio: Juan (11): Nuestra victoria sobre la muerte, en Jesús

III.1. Estamos en lo que podemos llamar el «climax» de nuestro evangelio. Debemos estar muy atentos, no a lo
sucedido, sino a lo que se nos quiere decir o enseñar en nuestro relato. Desde luego el evangelista no duda ni un
instante de que Jesús ha devuelto a la vida a su amigo Lázaro; pero ¿cómo lo interpreta y qué significa eso? No es
tanto la resurrección de Lázaro lo que interesa, sino el misterio de la muerte y de la vida que tiene su fuente en la
misma persona de Jesús. Se trata de lo que los hombres buscan, y de lo que Dios ofrece. Ya nos vamos intro-
duciendo en el pensamiento de Juan y vamos conociendo su talante, que aunque misterioso nos sirve mucho para
conocer al Señor Jesús. Y es que Jesús no es para nosotros una figura histórica que existió en un tiempo, sino que
sigue existiendo y está presente en nuestras vidas, aunque nuestra mediocridad no lo experimente a veces. Este
capítulo lo debemos ver como una enseñanza poderosa sobre la muerte y la resurrección de Jesús que se prolonga
en los cristianos. Si nos fijamos bien, no se nos quiere relatar solamente la tradición del hecho de la resurrección de
Lázaro, que se trata de una simple reviviscencia (una vuelta a la vida), sino aprovechar esta coyuntura para
ahondar en lo que Jesús significa para la fe cristiana y muy concretamente ante el misterio de la muerte.

III.2. Se dice que si Lázaro está enfermo es «para mostrar la gloria de Dios» (v.4). Fijémonos, más que en cualquier
otra cosa, en las palabras que pronuncian los personajes y, sobre todo, en las palabras que el evangelista ha puesto
en boca de Jesús durante todo el relato. Lo mismo se nos decía en la curación del ciego de nacimiento: «para que se
manifiesten las obras de Dios» (Jn 9,3). Son dos narraciones bastante semejantes. Las dos gravitan en torno a las
expresiones del don de Dios: la luz y la vida. En el primero, la luz verdadera, Jesús, se enfrenta con las tinieblas del
pecado; la luz en los ojos del ciego no era sino el signo de la otra luz que le fue dada: la fe. Y aquí, en nuestro relato,
el que regala la vida a Lázaro, está en camino hacia la muerte. Y la vida que aparece de nuevo en el cuerpo de
Lázaro no es más que el signo de la otra vida, la del creyente, la que Dios dará a todos a partir de la resurrección
salvadora de su Hijo.

III.3. El relato se nos presenta, por una parte, bastante humano, y por lo mismo lleno de significaciones. Lázaro está
enfermo. Es hermano de dos mujeres amigas de Jesús que representan dos motivaciones: Marta y la búsqueda
impetuosa de la resurrección según los judíos; y María que se postra a los pies de Jesús esperando de Él cualquier
decisión, pero sin preestablecer cómo debe ser, ni cuando eso de la resurrección. Jesús se entera de que está
enfermo su amigo. Pero Jesús no se mueve -no lo hace moverse el evangelista, intencionadamente-, sino que se
retarda para que de tiempo, precisamente, a que muera. Y es que las pretensiones eran mostrar cómo Dios
considera la muerte física. Si se hubiera querido mostrar el poder solamente, el poder taumatúrgico, Jesús hubiera
marchado enseguida para curar a Lázaro. Pero Jesús quiere enfrentarse con la muerte tal como es, y tal como la
consideran los hombres: una tragedia. La muerte, pues, tiene un doble sentido: a) la muerte física, que no le
preocupa a Jesús y, por lo mismo, se retrasa su llegada, para ver la serenidad con que Jesús la afronta, ya que
entiende que la muerte viene a ser el encuentro profundo con el Dios de los vivos; b) la muerte como misterio, de la
que Jesús libera, y en ésto se va a centrar el relato en su enseñanza para nosotros.

III.4. Este simbolismo joánico quiere también introducirnos en el misterio de la misma muerte de Jesús. Jesús está
fuera de Judea, lejos de Jerusalén, que es donde se va a celebrar el drama de la muerte de Jesús. Los judíos están
buscando una ocasión para coger a Jesús. Lázaro está en el territorio de los judíos (los no creyentes), cerca de
Jerusalén. Para consolar a las hermanas del muerto vienen los judíos de Jerusalén (los no creyentes). Vemos como
juega el evangelista con el simbolismo de creer y no creer en Jesús. Las hermanas son las que se confían a Él. Ellas,
como buenas judías, aceptaban que debía haber resurrección al final de los tiempos. Pero no entendían el sentido.
La respuesta de Marta (Jn 11,24) es la misma que pensaban los fariseos. Pero con esto no se logra darle a la muerte
todo su sentido. ¿Por qué hace Jesús el milagro? Para que los hombres crean. No para probar su poder divino, sino
para que los hombres crean que hay una vida después de la muerte. Y para hacer entender que la muerte sin
esperanza es una muerte que nace del alejamiento de Dios. Los judíos (los no creyentes) no han podido encontrar
en Dios toda la fuerza de la vida, porque buscaban algo que superaba la razón y que solamente se puede encontrar
en la fe en la persona de Jesús. Ellos no han logrado esperanzar a las hermanas de Lázaro. Viniendo Jesús al
territorio judío se expresa que entra en la esfera de la muerte de los hombres, la esfera de los que no tienen
esperanza, la esfera de los que no ponen en Dios todo, la esfera de una religión de tejas abajo; la esfera de los
egoísmos y las miopías. Jesús sabe que pronto va a llegar su muerte en ese territorio de los judíos, pero no le
importa.

III.5. El “mirar cómo le amaba” no puede interpretarse solamente como un gesto de la amistad personal del hombre
Jesús con Lázaro. El evangelista no quiere presentar nunca solamente al hombre Jesús, sino a Jesús Señor. Quiere
decirse que el Señor, a todos los que están muertos en razón de la ley humana y en razón de sus mismos pecados,
no los abandona, aunque estén cuatro días en la tumba. Uno más, para significar que pasado tres días, ya es cuando
al cadáver se le daba por perdido. Ningún hombre está perdido ante el Señor. Jesús grita a Lázaro y este sale con los
pies y las manos atadas (Jn 11,43). La voz de Dios es algo que se oye dentro del ser, del corazón y uno se conmueve.
Esta es la voz que resucita. Fijémonos en el v.43, cuando se dice que sale de la tumba y, sin embargo, está atado de
pies y manos. Y luego se les dice a los otros que lo desaten. Hay una distinción entre lo que Jesús hace y lo que
hacen los hombres. El que verdaderamente da la vida es el Señor, y entonces Lázaro revive. Luego se manda que se
le desate. En Lázaro está representada la muerte de los hombres a todos los efectos. Lázaro era un buen judío, pero
desde los planteamientos de su religión no se le puede dar vida. No quiere decir, ni que Lázaro fuera un gran
pecador, ni un judío contrario a Jesús. Sabemos que es al revés. Es un simbolismo para el gran amor que se expresa.

III.6. Esta resurrección de Lázaro, no obstante, no tiene sentido más que a la luz de la misma resurrección de Jesús.
Así lo quiere presentar el evangelista. Se está preparando la muerte de Jesús por parte de los fariseos. A partir de
los vv. 45-57 tenemos el juicio que los fariseos tienen sobre él. Muchos se han convertido. Y esto hace temblar a los
responsables de la religión. Deciden darle muerte, cosa que se ha ido preparado en todo el evangelio. Por eso este
relato es el simbolismo mismo de lo que va a suceder con el Jesús hombre; que Dios no lo abandonará a la muerte,
sino que lo resucitará. Se hacía necesario que Jesús marchara a su propia muerte para hacernos comprender que
tras la muerte se encuentra la definitiva vida de Dios. Y esta vida de Jesús que se comunicará a todos los que creen
es la que se simboliza en todo el relato. Jesús está haciendo una donación del don de la vida que él anuncia: «yo soy
la resurrección y la vida» (11,25). El milagro es un signo de la vida de Jesús, y no se trata propiamente de una
anticipación de la resurrección corporal, ya que Lázaro debe morir de nuevo. Además, propiamente, no se trata de
una resurrección, como en Jesús, sino de una reviviscencia. Y la reviviscencia solamente supone una vuelta de
nuevo a este mundo, y en este mundo necesariamente se ha de morir.

III.7. En Jesús si se trata de una resurrección, ya que la resurrección supone una transformación total del ser
corporal humano. Luego el milagro de la reviviscencia de Lázaro es el símbolo de la vida que Jesús adquiere en su
resurrección y que anticipa a los hombres de este mundo mediante la fe, aunque sea una pizca. Debemos caer en la
cuenta del simbolismo con el que gestiona Juan la narración, en su totalidad, para que no nos perdamos en lo
insignificante y nos preguntemos, sin obtener respuesta, en qué ha consistido el milagro (en Juan es un “signo”
sêmeion). Si nos empeñamos en averiguar cómo fue este milagro no llegaremos a la grandeza teológica y espiritual
del texto. Porque si entendemos la vuelta a la vida de Lázaro como resurrección, debemos asumir que ha debido
morir otra vez: lo cuál sería bastante desconcertante: así no se soluciona el misterio de la muerte. En una novela
actual se dice: “nadie es tan malo que merezca morir dos veces”, en palabras de Magdalena a Jesús. Por ello, este
milagro último viene a cerrar y coronar la serie de representaciones por los signos de la obra de Jesús. Este es el
más evocador de todos y el que más tensión crea, ya que va a preparar la muerte de Jesús por parte de los judíos.
Jesús ya puede ir a la muerte, porque la muerte física no es obstáculo para la vida eterna. Con ello se logra preparar
a los fieles para que entiendan, desde ya, que la muerte física no puede destruir al hombre. Que la Cruz (donde va a
morir Jesús) viene a ser el comienzo de la vida, por la acción verdaderamente resucitadora de Dios.

DOMINGO DE RAMOS
LA PASIÓN SEGÚN SAN MATEO

Hoy comienza la gran semana litúrgica que nos conduce a la Pascua, la muerte y resurrección del Señor, centro
de nuestra fe cristiana. La Semana Santa, pues, es un tiempo de profundas vivencias religiosas; el misterio del
Dios «entregado por nosotros» y la fuerza de su resurrección, como se expresaba San Pablo, nos convocan ante
la Cruz que es el triunfo del amor sobre el odio, la esperanza frente a toda desesperación.
El evangelio de la entrada en Jerusalén (Mt 21,1-11), con la procesión de la comunidad y los ramos, debe servir
para inaugurar la gran semana del cristianismo. Toda la “tradición” y hermosura de los ramos y palmas, no
obstante, nos invita a introducirnos en aquella experiencia de ir a Jerusalén que el profeta de Galilea no podía
eludir. Jesús, sin duda, ya sabía lo que le esperaba: el juicio, la condena y la muerte. Todo eso se ha
representado y se representa estéticamente muchas veces, pero en torno a aquella Pascua del año 30 no había
nada teatral, sino la dura realidad de “alguien” que sabe lo que quiere. Jesús no se deja ilusionar por los gritos
de “Hosanna”, porque no se sentía Mesías, y menos como algunos lo interpretaron. Estas aclamaciones
justificarían más su juicio y su condena ante los poderosos que estaban esperando que llegara el profeta de
Galilea a Jerusalén. Y llegó…

Iª Lectura: Isaías (50,4-7): El siervo de Yavé: a sus espaldas el futuro

I.1. Los cuatro cantos del Deutero-Isaías (42,1-4.7.9; 49,1-6.9.13; 50,4-9.11; 52,13-53,12) abren la Pasión de
Jesús en este día de Domingo de Ramos. Estamos ante el tercer cántico del “Siervo de Yahvé”, donde se subraya
el sufrimiento, una figura que ha dado mucho que hablar en la teología veterotestamentaria, sin que se haya
llegado a una identificación precisa. Que los cristianos se atrevieran a identificar al Jesús crucificado con el
Siervo, era la única lógica teológica para poder defender que era el Mesías. La teología oficial del judaísmo no
podía aceptar de ninguna manera el sufrimiento como algo posible en el futuro Mesías. Por eso al cristianismo
se le abrieron las puertas de par en par para poder afirmar que si Jesús fue juzgado, condenado y crucificado…
se cumplían casi al pie de la letra las “revelaciones” o manifestaciones del Siervo de Yahvé. Esta fue la “biblia
básica” de los primeros cristianos, aunque sin descartar la lectura de La Ley y los Profetas. De esa “biblia
básica” pasaron poco a poco a redactar el primer relato de la pasión que leían en las celebraciones como
memoria de la muerte de su Señor.

I.2. ¿Cuál es su mensaje? nos abre a la ignominia de este mundo violento, cruel, frente a la fuerza de la
mansedumbre del discípulo, del siervo de Dios porque, en su «pasión», Dios siempre estará con él. Es una
lectura muy adecuada de preparación a la proclamación de la pasión del domingo de Ramos, ya que fueron los
primeros cristianos los que descubrieron en estos cantos que el Mesías habría de sufrir si quería que su
propuesta de salvación tuviera fuerza.

IIª Lectura: Filipenses: (2,6-11): El Himno del "abajamiento" divino

II.1. El himno de la carta a los Filipenses pone de manifiesto la fuerza de la fe con que los primeros cristianos se
expresaban en la liturgia y que Pablo recoge para las generaciones futuras como evangelio vivo del proceso de
Dios, de Cristo, el Hijo: El que quiso compartir con nosotros la vida; es más, el que quiso llegar más allá de
nuestra propia debilidad, hasta la debilidad de la muerte en cruz (añadiría Pablo), que es la muerte más
escandalosa de la historia de la humanidad, para que quedara patente que nuestro Dios, al acompañarnos, no lo
hace estéticamente, sino radicalmente. No es hoy el día de profundizar en este texto inaudito de Pablo. La
Pasión de Mateo debe servir de referencia de cómo el Hijo llegó hasta el final: la muerte en la cruz.

II.2. El himno tiene dos partes. La primera subraya la autohumillación de Cristo que, siendo de condición
divina, se convierte en esclavo. La segunda se refiere a la exaltación de Jesús por parte de Dios a la categoría de
Señor. Establece, además, una relación de causa a efecto entre humillación y exaltación: «Precisamente por eso»
(Flp 2, 9). Y aquí radica la gran paradoja: que quien no destacó en vida por gesta heroica alguna, quien no fue
soberano ni tuvo el título de Señor, quien termina sus días crucificado por vil y subversivo a los ojos del
Imperio y de su propia religión, es considerado «Señor» y Mesías. Y, paradoja todavía mayor: el anuncio del
Mesías crucificado se convierte en el núcleo de la predicación de Pablo y en el centro de la fe cristiana. Esto no
podía por menos que chocar a la mentalidad helenista que, en sus cultos, aclamaba a los «señores» que habían
tenido una existencia gloriosa. Tenía que sorprender igualmente al mundo judío, para quien el Mesías debía
tener una existencia gloriosa, que ciertamente Jesús no tuvo. Por eso, dirá Pablo que el anuncio de un Mesías
crucificado es «escándalo para los judíos, locura para los griegos» (1Cor 1, 23).

Evangelio: Mateo (26-27): Pasión según San Mateo

III.1. Hoy la lectura de la Pasión según san Mateo debe ser valorada en su justa medida. La lectura, en sí, debe
ser “evangelio”, buena noticia, y nosotros, como las primeras comunidades para las que se escribió, debemos
poner los cinco sentidos y personalizarla. La pasión según San Marcos es el relato más primitivo que tenemos
de los evangelios, aunque no quiere decir que antes no hubiera otras tradiciones de las que él se ha valido, esa
es la fuente de nuestro relato de Mateo. Debemos saber que no podemos explicar el texto de la Pasión en una
“homilía”, sino que debemos invitar a todos para que cada uno se sienta protagonista de este hermoso relato y
considere dónde podía estar él presente, en qué personaje, cómo hubiera actuado en ese caso. Precisamente
porque es un relato que ha nacido casi con toda seguridad para la liturgia, es la liturgia el momento adecuado
para experimentar su fuerza teológica y espiritual

III.2. No es, pues, el momento de entrar en profundidades históricas y exegéticas sobre este relato, sobre el que
se podían decir muchas cosas. Desde el primer momento, en los vv. 1-2 nos vamos a encontrar con los
personajes protagonistas. El marco es las fiestas de Pascua que se estaban preparando en Jerusalén (faltaban
dos días) y los sumos sacerdotes no querían que Jesús muriera durante la “fiesta”; tenía que ser antes; el relato,
no obstante, arreglará las cosas para que todo ocurra en la gran fiesta de la Pascua de los judíos ¡nada más y
nada menos! Los responsables, dice el texto, “buscaban cómo arrestar a Jesús para darle muerte! Era lo lógico,
porque era un profeta que no se dejaba intimidar por la teología oficial. Era un profeta que estaba en las manos
de Dios. Esto era lo que no soportaban.

III.3. Mateo, como se ha dicho, sigue de cerca el texto de Marcos, pero algunas claves particulares se deben
hacer notar:

A) Lo que da unidad y coherencia a las distintas secciones (algunos hablan de tres) es la perspectiva
cristológica en que todo se presenta. Mateo es el que mejor ha tratado de respaldar el misterio de la pasión del
Mesías con el cumplimiento de las Escrituras. Esto era muy explicable para una comunidad que, procedente del
judaísmo, debía asumir que la pasión y muerte, coronada por la resurrección, entraba en el plan de Dios y así
era asumido libremente por Jesús.

B) Hay algunos particulares del relato que Mateo que llaman la atención. La diferencia con respecto a
Marco se halla en el episodio de Barrabás y se convierte en uno de los elementos claves de su visión de la
pasión y las consecuencias para Israel. Hace unos años se escribía una obra sobre la redacción de Mateo y su
teología que se fundamentaba en lo que se dice en Mt 27,25: “caiga su sangre…”. Consta de dos elementos:
intervención de la mujer de Pilato y escena en que Pilato se lava las manos. No se trata de simples agregados.
Mateo retoma todo el conjunto y nos presenta una nueva composición óptimamente construida, donde la
intención doctrinal y eclesial aparece claramente. Quedan definidos los lazos de Cristo con el pueblo de Israel.
Cuando la mujer del pagano intercede por el “justo”, la hija de Sión exige a gritos la muerte de su Mesías, de su
Cristo (en vez de “rey de los judíos”, Mateo utiliza dos veces este título). “Todo el pueblo” toma sobre sí la
responsabilidad que Pilato pretende rehusar a todo costa (27,24-25). Esta toma de posición del "pueblo de la
antigua alianza" marca un vuelco en la historia de la salvación. En realidad no fue el pueblo el que lo rechazó,
aunque ahora el evangelista lo muestre así a su comunidad que es el "nuevo pueblo". La perspectiva cristológica
de todo esto es manifiesta. Es el rechazo del judaísmo -eso sí-, al Mesías que ha elegido libremente la pasión.
Pero ello no debe incitar -¡de ninguna manera!- al antisemitismo, como ha ocurrido en lecturas apologéticas
que no entienden que el pueblo de Israel no es el responsable de la muerte del “profeta”, sino unos dirigentes
ciegos e inmisericordes. Es verdad que el Evangelio de Mateo mantiene una constante de “antijudaísmo” como
problema histórico y como teología, pero no es “antijudío” por naturaleza.

C) No deberíamos decir que Jesús “eligió” la muerte porque Dios así lo quería o así lo necesitaba. No es
el sufrimiento el camino que Dios quiere para redimir y salvar a los hombres. Pero Dios, en este caso por medio
de la opción decisiva del profeta, del Mesías verdadero de Israel, (según la teología de Mateo) sabe asumir todo
lo que los hombres “construyen” religiosamente, precisamente para destruir esta “construcción religiosa”
antihumana y antidivina. La construcción eclesiológica de Mateo del relato de pasión es la misma que ha
mantenido en toda su obra. A este respecto se podría decir que el relato de Marcos sobre la pasión es más
kerygmático y el de Mateo más eclesiológico. Pero los dos aspectos deben ir unidos en nuestra reflexión de lo
que significa leer la “pasión” en la liturgia del Domingo de Ramos. No incidamos demasiado en el sufrimiento,
porque esa no es la clave de Mateo, sino en cómo una comunidad se identifica con su Señor para hacer posible
que el proyecto salvador de Dios se viva de verdad por encima de las decisiones absurdas de los dirigentes del
pueblo que no pudieron asumir el que el profeta desmontara la concepción que ellos tenían sobre Dios y sobre
la religión de Israel. Y eso iba en beneficio de toda la humanidad.
D) La Pasión, los cristianos, no la deberíamos leer como un tema “gore” (de sangre y sufrimiento cruel).
No es esa la concepción del relato primitivo que cada uno de los evangelistas ha redactado de acuerdo con su
comunidad. Es el misterio de la identificación con su causa, con el proyecto del Reino que había anunciado
hasta llegar a sus últimas consecuencias. No sufrió Jesús más que los crucificados de los caminos que el Imperio
romano prodigaba con esclavos y revolucionarios, ni derramó más sangre que ellos, pero sí estuvo identificado
con el sufrimiento de todos esos crucificados. Es verdad que en su juicio concurren una serie de circunstancias
religiosas que lo hacen diferente y, por ello, frente a un juicio y una condena diferentes, contemplamos una
experiencia diferente. Es más hermoso el poema musical de la Pasión según San Mateo de Bach que películas
que solamente señalan –sin poesía ni religiosidad alguna- el sufrimiento por el sufrimiento. No olvidemos que
nuestros relatos se confeccionan con la perspectiva de la resurrección como victoria de Dios sobre los
proyectos de los poderosos o del amor sobre el odio. Esa es la meta, la resurrección, y ni siquiera podrá impedir
esta acción de Dios el que las autoridades pusieran guardias en el sepulcro (27,62-66), probablemente un tema
apologético de la visión mateana en la confrontación que se daba entre judaísmo y cristianismo. El Mesías de
Israel, resucitado, es el Mesías de un nuevo pueblo que busca la vida y la felicidad; es la humanidad entera ese
nuevo pueblo que no quedará en su sepulcro, en su muerte... sino que el nuevo Mesías garantizará la vida: "Id y
haced discípulos a toda la humanidad...", dice el Resucitado (Cf Mt 28,19).

DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Creer en la Resurrección es confiar en el Dios que da vida

Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva
historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo,
porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana
adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se
revela en nuestra propia resurrección.

1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección

I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42),
una familia pagana (“temerosos de Dios”, simpatizantes del judaísmo, pero no “prosélitos”, porque no llegaban a
aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el
proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el
“Pentecostés pagano”, a diferencia de lo que se cuenta en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el
mundo de entonces.

I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra
en una visión (Hch 10,1-33), tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es
“divina”, del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.

I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos
con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro
y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este
relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de
romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su
fe, como sucedió con los “helenistas”. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en
práctica.

I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la
novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.

I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad
con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la
muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos “conviven” con él, en
referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía
donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.
I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.
Al principio, los apóstoles solamente tenían como “palabra” radical este anuncio ante el mundo. La fuerza de
este mensaje, poco a poco cambió el mundo.

2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo

II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal,
que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en
nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia.

II.2. El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de
la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida
de Cristo y estamos en la estela de su futuro.

II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo
compuesto de gran expresividad en las teología paulina “syn-ergeirô”= “resucitar con”. Es decir, la resurrección
de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos
siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el
principal la resurrección como vida nueva, deben adelantarse en nuestra vida histórica. Nos comprometemos a
vivir como resucitados en medio de las miserias de este mundo.

II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante
este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que
encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en
Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente
para el final de los tiempos.

II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone
una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y
transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo
histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el
único que puede hacernos eternos.

Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero

III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a
María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el
asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida
para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25).
María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso,
por el simbolismo de ofrecer una primacía al “discípulo amado” y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá
en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a
Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y
personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

III.2. La figura simbólica y fascinante del “discípulo amado”, es verdaderamente clave en la teología del cuarto
evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante
todo, “discípulo”, y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como
suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el
Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que
ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de
otra manera absolutamente distinta y renovada.

III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la
búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad
teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería
ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha
destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No
solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en
una vida nueva para cada uno de nosotros.

III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en
nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido
todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí
nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida
verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una
fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la
resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha
sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA


LA VERDADERA FE EN LA RESURRECCIÓN NO ES VERIFICACIÓN

Desde el año 2000 la Congregación del Culto Divino y de los Sacramentos ha añadido, a la denominación de IIº
Domingo de Pascua, la expresión "o de la Divina misericordia", por expreso deseo del Papa Juan Pablo II. No
obstante, el segundo domingo de Pascua se le conoce popularmente en la liturgia por el domingo de Santo
Tomás, ya que en los tres ciclos, el evangelio del día, con la escena de Tomás, se determina el sentido y la fuerza
de las lecturas. En estos domingos, hasta Pentecostés, el ciclo de Mateo deja paso al evangelio de Juan, para que
éste, con su teología y con su espiritualidad, sirva de pauta y catequesis a las comunidades cristianas que
celebran la resurrección.

Iª Lectura: Hch 2,42-47 Compartir los bienes, compartir la vida

I.1 El texto de Hechos 2,42-47 es uno de los famosos sumarios, una síntesis, de la vida de la comunidad que el
autor de los Hechos, Lucas, ofrece de vez en cuando en los primeros capítulos de su narración (ver también Hch
4,32-37;5,12-16), para dar cuenta de la vida de la comunidad y para proponer a los suyos un ideal que debe ser
el modelo de la Iglesia.

I.2. ¿Vivió así la comunidad primitiva? Sin duda que sí, pero sin necesidad de llegar a pensar que todo era
perfecto y no había problema alguno. Los había y grandes. Es posible que en el "compartir", las cosas estuvieran
más claras que en otros aspectos ideológicos que poco a poco van a ir surgiendo. Los «helenistas» (Hch 6,1-6),
no obstante, se quejaban de que sus pobres y viudas estaban más desasistidos.

I.3. Este texto de las cuatro perseverancias es especialmente significativo después del acontecimiento de
Pentecotés y del discurso de Pedro. Es una consecuencia casi inmediata para definir la praxis cultual y religiosa
de la comunidad que nace en Pentecostés. Las cuatro "perseverancias" que Lucas propone (êsan dè
proskarteroûntes=eran perseverantes): aceptar la enseñanza de los apóstoles, en la koinônía, en la fracción del
pan y en la oración, son todo un itinerario. Tiene varias interpretaciones, pero está claro, en principio, que la
enseñanza de los apóstoles es la predicación, que mueve al grupo a la "comunión", a la "eucaristía" y a la
"oración".

I.4. Lucas en este texto ha tratado de enlazar acciones que son propias de la comunidad cristiana (las cuatro
perseverancias primeras) con otras actitudes religiosas y piadosas del judaísmo, como es su asistencia al
Templo (v. 47), que contrasta con el "repartir el pan por las casas". En este caso se puede pensar en las comidas
fraternas para los pobres que podían terminar con la "fracción del pan" o eucaristía.

I.5. Si debiéramos subrayar alguna cosa especial sería la afirmación de que no había pobres entre ellos. Es la
consecuencia de la koinonía (comunión), que no es solamente algo espiritual, sino también social y práctico. O,
en todo caso, es una consecuencia de la koinonía espiritual. Este ideal lucano es una expresión de lo que
significa y es una iglesia de comunión. No podemos afirmar que Lucas esté pensando en una igualdad
económica; no es ese el planteamiento. Sí podemos hablar, con pleno derecho, de solidaridad como
consecuencia de la comunión y la renuncia a los bienes de algunos en favor de los pobres.

IIª Lectura (1Pe 1,3-9) Sin haberle visto le amáis


II.1. La primera carta de Pedro es un escrito a los que viven en la "dispersión" y, sin duda, en la "persecución".
No es necesario detenernos en su "autor", que no es necesariamente el Apóstol Pedro. Es claro que esa es la
situación que viven los cristianos a los que se dirige este escrito.

II.2. En un tono solemne comienza el texto que hoy sirve de IIª Lectura que proclama, ante todo, la resurrección
de Jesús. Y es esa resurrección la que fundamenta la "esperanza" cristiana. No puede ser de otra forma, ya que
es la resurrección el acontecimiento que hace posible vencer a la muerte y vencer toda dificultad en la vida y en
la persecución de los que han aceptado a Cristo.

II.3. Por eso, la llamada a la fe, que es una confianza en el "poder" de Dios, determina lo que se nos dice en los
vv. 8-9. Y de esta manera, pues, se ha pretendido enlazar con la enseñanza final del evangelio de hoy sobre
Tomás y la bienaventuranza de "creer sin ver".

Evangelio (Jn 20,19-31): ¡Señor mío!

III.1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes muy precisas (vv. 19-23 y vv. 26-27), unidas por la explicación de
los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos
reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un
encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Es determinante
que no entendamos la resurrección de esa manera, que es muy frecuente; esta vida no se puede recuperar,
porque entonces deberíamos volver a morir. La vida de la "resurrección" debe ser nueva e irrepetible. Los
signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", -como dice
Ricoeur-, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la
vida por parte de Dios; entre la vida de aquí y la vida nueva de la resurrección. Hay, pues, una "presencia del
resucitado, pero una presencia que no es normal, sino que acontece algo extraordinario en esas experiencias de
los discípulos con el resucitado. Esto es absolutamente previo para entender nuestro relato.

III.2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida
nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un
mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y
testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se
reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del Resucitado el que rompa
esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la
resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es coherente y determinante.

III.3. La figura de Tomás representa, sobre todo, una actitud de "antiresurrección"; nos quiere mostrar las
dificultades a las que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la
resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos
en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el
Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos
quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores
dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva. No deja de ser curioso que, de
los relatos pascuales, donde casi siempre están juntos y unidos los Doce, ahora falte Tomás. ¿Por qué? ¿Para
qué? Pues para indicar que recorrer un camino de encuentro con la salvación desde lo individual, o desde la
seguridad personal exclusivamente, lo que lleva a dudas muy grandes. Efectivamente, la resurrección no puede
ser el descubrimiento de una persona que no esté con la comunidad, o que viva esta experiencia extraordinaria
sin la comunidad de discípulos. Es una experiencia de "ekklêsía".

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades,
desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora
tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología;
concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos
que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es manera de "ver" nada, ni entender
nada, ni creer nada.
III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de las manos del
Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una «imagen» o un hermoso icono, sino la realidad
pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando
Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios
mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza
comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte. El texto, por su parte, tiene
mucho cuidado de no certificar que Tomás se haya empeñado en meter sus manos en las heridas del
"resucitado", porque éste ya no tiene, no puede tener, heridas físicas... sino que es todo un símbolo de lo que en
el evangelio de Juan significa la lanzada de su costado de donde manaron "sangre y agua". Si Tomás, según el
formalismo del relato, hubiera llegado a la fe porque pudo verificar con sus manos las heridas del crucificado,
entonces no hubiera tenido sentido su confesión de fe: "Señor mío y Dios mío".

TERCER DOMINGO DE PASCUA


En la Eucaristía, el Resucitado nos entrega su vida

Iª Lectura (Hch 2,14.22-33): La fuerza de kerygma

I.1. La Iª Lectura de este Domingo (Hechos 2,14.22-33) se toma del discurso de Pedro el día de Pentecostés y es
el prototipo del primer anuncio (kerygma) que los apóstoles proclamaban ante los judíos, y ante todos los
hombres. Consistía en proponer al mundo la muerte en la cruz y la Resurrección de Jesús de Nazaret como el
acontecimiento más importante de la historia de la salvación. Los “discursos”, en los Hechos de los Apóstoles, le
dan a la narración toda la fuerza catequética del mensaje. Aunque provienen de la tradición primitiva, en
realidad están redactados y actualizados por Lucas.

I.2. Este discurso concretamente está organizado en tres partes: (a) Invitación a escuchar: "Escuchad Israelitas"
(v. 22a); (b) Exposición del acontecimiento fundamental: Dios ha resucitado a Jesús el Nazareno (v. 22b-24); (c)
Un apoyo o testimonio en la Escritura, que es el Sal 16,8-11 (vv. 25-28). De alguna manera, los cristianos
siguieron las pautas de lo que eran los discursos del libro de Deuteronomio (cf. Dt 4,1; 5,1; 6,4; 9,1; etc.) y en la
misma tónica de los profetas que anunciaban algo decisivo a Israel. Porque los discursos “kerygmáticos” que
anuncian el valor y la muerte de Jesús tienen un carácter profético.

I.3. Proclamar la muerte de Jesús, sin embargo, no podía hacerse sin poner de manifiesto las causas y los
motivos de la vida de Jesús, quien por sus palabras y sus hechos extraordinarios hizo presente la liberación de
Dios; liberación que debía recordarles a los judíos la liberación de la esclavitud de Egipto. Pero ellos no vieron
en la vida de Jesús una vida liberadora, sino que lo “crucificaron” por medio de los “impíos” (anomoi), los
romanos, que eran los “sin ley” para los judíos. Aquí no debemos hacer, de ninguna manera, una lectura
antisemita del texto. Los cristianos, al menos, no lo debemos hacer porque la responsabilidad de la muerte de
Jesús no es de un pueblo, sino de los responsables de su religión y de los responsables romanos. No obstante,
tampoco se puede ocultar que la muerte de Jesús es el resultado del rechazo a su predicación liberadora,
aunque en el mismo v. 13 se ponga de manifiesto que todo esto ocurre “según el designio de Dios”. Pero dicho
designio no se refiere a la muerte en sí, muerte ignominiosa de la cruz, sino al valor de esa muerte como causa
de redención y salvación para todos.

I.4. La respuesta de Dios a la muerte de Jesús, teniendo en cuenta ese designio divino, es la resurrección. Dios lo
ha liberado de los “dolores de la muerte” (v. 24), como si fuera un parto. Así como en el parto la madre y el hijo
sufren hasta que los dos se abrazan en un misterio de vida nueva, de la misma manera, el dolor de la muerte de
Jesús lleva al abrazo divino de la vida nueva del Crucificado. De la misma manera deberíamos leer e interpretar
el misterio de nuestra propia muerte y la esperanza de nuestra propia resurrección. Morir para nosotros
debería ser un parto que nos lleva a la vida nueva y verdadera. El discurso de Pedro se apoya (vv. 25-28) en el
Sal 16 en el que se nos manifiesta un creyente que confía en Dios hasta pensar que no verá la corrupción. Como
a Israel le costó mucho expresar su fe en la vida después de la muerte, el que se use este salmo aquí, quiere
decir que pronto en la comunidad cristiana se consideró este salmo como un canto mesiánico en toda su
dimensión.
I. 5. Por ello, cuando se habla de la fuerza de la palabra de Dios en los cristianos primitivos, esa fuerza no
consistía en otra cosa que en la fuerza que tenía la misma muerte y resurrección de Jesús. Es una fuerza que
cambia los corazones y, si cambia los corazones, cambia también la historia; porque en la muerte de Jesús, en la
cruz concretamente, la muerte ignominiosa de esclavos y revolucionarios, se revela todo el amor de Dios por
nosotros; y en la Resurrección se revela el poder de Dios sobre la muerte de Jesús y sobre la de todos los
hombres.

2ª Lectura: (1Pe 1,17-21): Nuestra esperanza está en Dios

II.1. La IIª Lectura, de la carta Iª de Pedro (1,17-21) insiste poderosamente en el kerygma del misterio de la
Pascua, de la muerte y la Resurrección de Jesús. Propone, que no es el oro y el poder lo que cambiará la historia,
aunque muchos hombres consideren que eso es lo que moviliza este mundo. El oro, el poder, las armas, traen la
tragedia a nuestros pueblos: la guerra y los nacionalismos. Pero en el misterio de la Pascua, que es el misterio
del «sin poder», se abre todo a la esperanza y a la vida que permanece para siempre.

Evangelio (Lc 24,13-35): Cuando arde nuestro corazón…

III.1. El evangelio (Lucas 24,13-35) es una de las escenas de las apariciones del Resucitado que más han calado
en la catequesis de la comunidad cristiana. La polifonía de la narración encierra notas de mucho calado, “tempi”
que deben recrearse en una lectura pausada y sosegada para llegar hasta donde nos quiere llevar el autor. Todo
esto es lo que constituye la gramática generativa de nuestro relato como obra narrativa; pero no se queda ahí,
en pura narración. Bien es verdad que sin narración, sin gramática, no hay mensaje y no puede haber
hermenéutica. Pero la narración no está sola, sino que engendra un texto sagrado para la comunidad. Es como
si fuera la descripción de una eucaristía en un proceso dinámico: primeramente los peregrinos de Emaús,
desconcertados, van escuchando la interpretación de las Escrituras en lo referente al Mesías. Es una catequesis
de preparación para lo que viene a continuación. Bien podemos articular esta narración en torno a dos escenas
principales introducidas por la misma expresión: (a) Lc 24,15: "Y sucedió mientras conversaban..." (kai egéneto
en tô homilein autois...); (b) Lc 24,30: "Y sucedió mientras se sentó a la mesa ..." (kai egéneto en tô kataklithenai
auton...). Muchos han reconocido que Lucas indica los dos momentos esenciales de la liturgia cristiana: la
palabra y el sacramento, escucha de las Escrituras y liturgia eucarística.

III.2. La primera parte es en el camino. Desde la nostalgia solamente no es posible abrirse a la resurrección. No
es la nostalgia la forma y manera de adentrarse en el anuncio pascual de que “el crucificado vive”. Esta primera
etapa es la narración más impresionante de eso que podemos llamar la etapa de la verificabilidad de la
resurrección. En ella ha quedado claro que el sepulcro vacío ha dejado de significar nada, al menos en la obra de
Lucas y yo creo que en todo el NT. Pero es Lucas el que nos ha mostrado con esta escena que la “verificabilidad”
no puede sostener la grandeza del misterio de la Pascua. Porque es después del intento de la verificabilidad
cuando los dos discípulos prácticamente huyen de Jerusalén con el convencimiento de que todo ha terminado
Mientras iban de camino, el Resucitado les sale al encuentro sin que puedan reconocerlo. Sabemos que Lucas es
un verdadero catequista del camino. Así entiende toda la vida de Jesús, y muy especialmente en su decisión
irrevocable de ir a Jerusalén (Lc 9,51-19,24). Y entiende, a su vez, que el discipulado cristiano es un camino que
se ha de recorrer con Jesús; no es un discipulado de tipo intelectual: se aprende viviendo. Por eso, ahora
también, en este relato de la experiencia de la resurrección, ese misterio es un “itinerario” que hay que recorrer
en la lectura de la Escritura. En el caso de la comunidad cristiana debemos interpretarlo del mensaje de la vida
de Jesús. Pero Jesús toma su iniciativa: se hace un peregrino, un itinerante con ellos, que vienen de Jerusalén
desesperados, porque ni siquiera han tomado en consideración lo que algunas mujeres ya decían.

III.3. El peregrino, sin que se lo pidan, hace el camino con ellos y les explica las Escrituras; ya no pueden vivir
sin él, sin su palabra de consuelo y de vida. Estamos ante una de las novedades del cristianismo primitivo que
Lucas plasma extraordinariamente en este relato, en cuanto esos pasajes, como Is 53, van a ser considerados
mesiánicos por los cristianos. El v. 26 es el punto de arranque en el proceso de leer las Escrituras desde la
Pascua, con ojos nuevos. No olvidemos que el lector sabe quién habla, aunque los peregrinos son ignorantes,
pero es una de las claves de este itinerario que el evangelista quiere marcar a la comunidad cristiana que ha de
leer las Escrituras.
III.4. Como buenos orientales, han dado hospitalidad a este peregrino desconocido que les ha interpretado las
palabras de los profetas sobre la muerte y la resurrección de Jesús. Eso fue lo que tuvieron que hacer los
primeros cristianos para explicarse y vivir espiritualmente la muerte y la resurrección de Jesús. Y entonces, en
la casa, símbolo de una comunidad eucarística, Él, que aparecía como un hombre de paso, viene a constituirse
en el anfitrión de aquella celebración. Por eso, aquellos peregrinos «reconocen» al Señor, en un gesto como el
que pudo hacer en la noche de la última cena; podemos entender que parte el pan y lo reparte y beben de la
copa. Así se cumple, pues, el sentido de las palabras de Jesús, en la tradición de Lucas y Pablo, la conocida como
tradición de Antioquía, cuando se dice: "haced esto en memoria mía" (Lc 22,19c; 1Cor 11,24c), después de
haber tomado pan y haberlo repartido entre los suyos. Es, la Eucaristía, memorial de lo que hizo Jesús aquella
noche, que no se explica, desde luego, sin lo que le lleva a realizar aquel acto profético de lo que estaba por
llegar inmediatamente. En efecto, fue entregar su vida, en el pan y en la copa que reparte entre los discípulos.
Pero ese memorial no está limitado a ese momento puntual, sino a toda su existencia, que culminará en la cruz.

III.5. Es, pues, en la Eucaristía donde nos entrega el Señor la vida de la que goza ahora como resucitado. Lucas
quiere enseñar a su comunidad que, aunque ellos como nosotros, no pudimos vivir con El, ni conocerle, en la
Eucaristía es posible tener esta experiencia de vida. En definitiva, en la Eucaristía hacemos un «memorial», con
todo lo que esto significa, pero con el Resucitado, mas no como testigo pasivo, sino siendo El Señor y anfitrión,
porque es solamente con El con quien podemos abarcar la altura y la profundidad de algo que no es
simplemente repetir, sino revivir. La Eucaristía, como la Resurrección, es un misterio inefable de liberación, ya
que los discípulos que estaban angustiados por lo que había pasado en Jerusalén, poco a poco, en la medida en
que va haciéndose la Eucaristía, como un peregrinar, se conmueven, porque la vida del Resucitado se apodera
de sus corazones. Eso es lo que Lucas quiere enseñarnos, catequeticamente, sobre lo que acontece cuando el
Señor resucitado parte el pan con su comunidad, con y en la Iglesia.

III.6. La “fracción del pan! es el signo que necesitaban para saber lo que había pasado. Queda, no obstante, por
formular el remate de este momento decisivo. Es lo que se describe ajustadamente en el v. 31, y que es lo
contrario de lo que se ha expresado en el v. 16 (sus ojos estaban cerrados, retenidos, sin luz). Este es el
momento que tan maravillosamente plasmó Rembrandt en su cuadro de los discípulos de Emaús, una de las
composiciones pictóricas más hermosas que existan. No hay palabras para expresarlo mejor. Es una “auto-
revelación” del resucitado en la cena, la fracción del pan, es decir, en la eucaristía. Por eso, esa presencia no es
“visible” como normalmente entendemos esto. El hecho de que se use el verbo en aoristo pasivo indica que se
trata de una experiencia profunda, espiritual, real sin duda, pero no para ver con los ojos corporales, sino con
los ojos de la fe. ¡No debe caber la menor duda de hablar de este modo! Por eso, el v. 32 tiene un sentido
irrenunciable en el metalenguaje del nuestra narración. Es la clave: “y se decían el uno al otro: ¿no ardía nuestro
corazón cuando por el camino nos hablaba y nos explicaba (nos abría) las Escrituras?”.

N.F. Para una mayor profundización en este hermoso relato remito a mi artículo titulado: ”Los discípulos de
Emaús (Lc 24,13-35): pedagogía de la resurrección. El texto en su identidad dinámica”, ISIDORIANUM, 25 (2004)
167-185.

CUARTO DOMINGO DE PASCUA


Jesús, puerta y confianza de nuestra vida

Iª Lectura: Hch 2,14a.36-41: Dios ha constituido a Jesús Señor y Mesías

I.1. La lectura de los Hechos de los Apóstoles (2,36-41) quiere mostrar las consecuencias del discurso de Pedro,
que era el centro de esta lectura en el domingo anterior. El mensaje debe resonar con fuerza, como resuena en
el v.36: el crucificado, es el Señor y Mesías. Y es Dios quien lo ha constituido como tal. Esta afirmación
kerygmática de los primeros cristianos debía resonar a herejía en aquel ambiente, porque en el libro del Dt
21,23 estaba escrito: ”maldito el que cuelga de un madero”. Y Pablo, en Gal 3,13, lo deja bien claro. Pero la cruz
se la han dado los hombres. Ni la ha buscado Jesús, ni se la ha impuesto Dios (“Jesús a quien vosotros habéis
crucificado”); han sido los hombres poderosos de este mundo los que condenan a muerte. Entonces, ¿no
debería haberse cumplido el dogma judío de la maldición del madero? En el caso de Jesús, no. Dios nunca puede
maldecir a un crucificado, y menos al que ha sido crucificado por lo que fue Jesús.
I.2. La Pascua, pues, contradice muchas cosas religiosas que los hombres han dado por buenas e incluso divinas.
Asimismo, la Pascua es el comienzo de la afirmación paulina de que “Cristo es el final de la ley” (Rom 10,3),
porque si este crucificado ha sido constituido Señor y Mesías, entonces ya está anulado el dogma de la
maldición del madero de Dt 21,23. Cristo, pues, es el final de la ley y el final de toda maldición divina sobre
nadie.

I.3. La respuesta, desde el corazón de los oyentes, ante el anuncio de la Pascua, ofrece a Lucas la oportunidad de
mostrar un itinerario bautismal. Nos encontramos, seguramente, con un texto bautismal en el proceso que se
describe: a) conversión (metánoia), un cambio de mentalidad; b) el bautismo en el nombre del Señor Jesús
implica aceptar su vida, su muerte y su resurrección ; c) el perdón de los pecados es el efecto de la conversión y
el bautismo, es la experiencia de salvación; d) el don del Espíritu significa cómo se hace presente todo ello en la
vida del creyente.

I.4. Por consiguiente, cuando se predicaba el misterio de la Pascua, la muerte y la resurrección de Jesús, no se
hace por estética, sino para provocar cambios de vida, de actitud y de mentalidad. Porque ese misterio de
Pascua es tan radical, tan profundo, que el hombre que oye hablar de lo que el Señor ha hecho por nosotros
debe preguntarse por el sentido de su vida. Por ello, pues, el mensaje de esta lectura es el de la «conversión». Y
la conversión es un cambio de rumbo muy importante en lo que sentimos, en lo que pensamos y en lo que
hacemos. No es algo externo, ni cultual, ni cultural. Si Dios ha constituido a Jesús crucificado como Señor y
Mesías, es porque no hay otro camino para la salvación. El bautismo en el nombre del Señor Jesús es una
propuesta para vivir su vida, morir de amor y abrirse a su resurrección.

IIª Lectura: IIª Carta de Pedro (2,20-25): Sus heridas nos han curado

II.1. La IIª Lectura es como una especie de himno bautismal; porque el bautismo es una participación en el
misterio de su muerte, tal como lo expresaba Pablo en la carta a los Romanos (Rom 6). El autor de la 2ª de
Pedro lo expresa maravillosamente con «sus heridas nos han curado». Se propone el sentido del “dolor
solidario” que Jesús ha vivido en su vida. Es una expresión que por sí misma merece toda una teología y una
reflexión de alcance en la línea de la “teología crucis” de Pablo. Decir que sus heridas nos han curado es poner
de manifiesto que su entrega nos ha salvado de un mundo sin piedad y sin corazón.

II.2. Pero debemos hacer notar que esta participación en la muerte de Cristo, por medio del bautismo, no es una
participación en sufrimientos sin sentido, sino una participación en la muerte que lleva a la vida, a la
resurrección. De lo contrario romperíamos en mil pedazos la teología del bautismo cristiano que se nos
presenta en este himno de hoy. Su muerte es una muerte por nosotros, es decir, para que nosotros vivamos.

Evangelio: Juan (10,1-10): Yo he venido para que tengan vida en plenitud

III.1. El evangelio de Juan (10,1-10), nos habla del «buen pastor» que es la imagen del día en la liturgia de este
cuarto domingo de Pascua. Comienza el evangelio con una especie de discurso enigmático, que es así para los
oyentes, ya que este texto es bien claro: en el redil de las ovejas, el pastor entra por la puerta, los ladrones
saltan por la tapia. Es una especie de introducción para las afirmaciones cristológicas de Juan. Esas
afirmaciones, con toda su carga teológica, se expresan con afirmaciones de revelación bíblica, con el «yo soy».

III.2. En el AT Dios se reveló a Moisés con ese nombre enigmático de Yahvé (algunos piensan que significa “yo
soy el que soy”, aunque no está claro). Ahora, Jesús, el Señor, no tiene recato en establecer lo sustancial de lo
que es y de lo que siente. Y de la misma manera que ha dicho en otros momentos que es la verdad, la vida, la
resurrección, la luz, ahora se nos presenta con la imagen del pastor, cuya tradición veterotestamentaria es
proverbial, como nos muestra el Salmo 23. En realidad, la imagen de este texto joánico es la de Jesús como
«puerta», aunque en el conjunto de Jn 10 se juega precisamente con las dos imágenes: puerta y pastor.

III.3. La imagen de la puerta es la imagen de la libertad, de la confianza: no se entra por las azoteas, por las
ventanas, a hurtadillas, a escondidas. Es la imagen, pues, de la confianza. En el Antiguo Testamento se habla de
las puertas del templo: "Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del
Señor, los vencedores entrarán por ella" (Sal 118,19-20). Las puertas del templo o de la ciudad eran ya el
mismo conjunto del templo o de la ciudad santa (es una especie de metonimia, con lo que se expresa el todo por
una parte). Por eso dice el Sal 122,2: "ya están pisando nuestros pies tus puertas Jerusalén"; cf. Sal 87,1-2;
118,21; etc.). Pasar por la puerta era ¡el no va más! para los peregrinos. Ahora Jesús es como la nueva ciudad y
el nuevo templo para encontrarse con Dios. Porque a eso iban los peregrinos a la ciudad santa a encontrarse
con Dios.

III.4. Jesús en este evangelio se propone, según la teología joánica, como la persona en la que podemos confiar;
por Él podemos entrar y salir para encontrar a Dios y para encontrar la vida. Quien esté fuera de esa puerta,
quien pretenda construir un mundo al margen de Jesús lo puede hacer, pero no hay otro camino para
encontrarse con el Dios de vida y con la verdad de nuestra existencia. No es una pretensión altisonante, aunque
la afirmación cristológica de Juan sea fuerte. Eso no quita que debamos mantener un respeto y una
comprensión para quien no quiera o no pueda entrar por esa puerta, Jesús, para encontrar a Dios. Nosotros, no
obstante, los que nos fiamos de su palabra, sabemos que él nos otorga una confianza llena de vida.

III.5. Se habla de un “entrar y salir” que son dos verbos significativos de la vida, como el nacer y el morir. En
Jesús, puerta verdadera de la vida, ésta adquiere una dimensión inigualable. Por la fórmula de revelación, del
“yo”, se quiere mostrar a Jesús que hace lo contrario de los ladrones que entran de cualquier manera en la casa,
para robar, para matar, para llevarse todo lo que pueden. Jesús, puerta, “viene” para dar, para ofrecer la vida en
plenitud (v. 10). Pero en este domingo pascual, el símbolo de la puerta debemos enhebrarlo a la significación
del misterio de la resurrección de Jesús. Es verdad que en el texto joánico este significado no cuenta, pero sí
debemos tenerlo presente en la predicación, ya que la resurrección de Jesús es la “puerta” de la vida nueva para
El y para todos nosotros. Y solamente es desde la resurrección cómo podría expresarse el Cristo de Juan con
esas expresiones de revelación del “yo soy” la vida, la resurrección, el buen pastor, la luz…

DOMINGO QUINTO DE PASCUA


JESUS, CAMINO, VERDAD y VIDA

Iª Lectura: Hechos (6,1-7): Ministerios nuevos, según las necesidades


I.1. La Iª Lectura es el texto que muestra la primera crisis de la historia del cristianismo primitivo: la elección
de siete responsables para los cristianos que se habían convertido, provenientes de la diáspora del mundo
helenista, que hablaban griego, que tenían otra mentalidad, otra cultura y otros planteamientos sobre las
tradiciones religiosas del Israel. Se debe reconocer un cambio de rumbo, que sin duda marcara el futuro de los
cristianos frente al judaísmo. No es así como lo presenta directamente Lucas, pero las consecuencias será
inapelables.
I.2. Se han querido ver en este relato ciertas semejanzas con el momento del Éxodo de Egipto, cuando israelitas
“aumentan” en número y con la travesía del desierto, en que los hijos de Israel “murmuran” por lo difícil e
imposible del camino. Pero Dios va a dar su respuesta a todo ello, dándoles la libertad, así como el maná y el
agua. Los Apóstoles piden a unos representantes de los “helenistas”, que mediante el don de la fe y del Espíritu,
puedan llevar a cabo el servicio a sus hermanos, que no es un servicio social, sino espiritual y de predicación.
También este es un ejemplo del “compartir” en la Iglesia primitiva.
I.3. No se trata simplemente de “diáconos” que sirven a las mesas de los pobres, aunque ésta era una de sus
responsabilidades; se trata de representantes de los Apóstoles, de responsables directos de esta comunidad
que habían tenido, sin duda, enfrentamientos con los cristianos que eran palestinos o hebreos. No es solamente
la lengua materna lo que les diferencia, sino un mentalidad más renovada que busca una identidad futura para
el movimiento de Jesús. Comienza así a perfilarse una decisión que posteriormente llevarán adelante Bernabé y
Pablo, tras la muerte de Esteban, en la comunidad de Antioquía de Siria, donde los discípulos de Jesús
recibieron, por primera vez, el nombre de «cristianos». Era necesaria esta respuesta, porque los discípulos de
Jesús no podían mantenerse amparados en las tradiciones del judaísmo, de la ley y el templo, si no querían
perder la identidad que Jesús les había ganado en la Pascua.

IIª Lectura: Iª Pedro (2,4-9): La comunidad viva en Cristo


II.1. La IIª Lectura (2,4-9) ofrece también una identidad, recurriendo a la teología de que todos los cristianos
somos un pueblo de reyes, un pueblo sacerdotal, una nación consagrada. Acercarse a Jesús, el Señor que ha
muerto por nosotros y ha resucitado para darnos la vida, significa que la religión cultual del judaísmo deja de
ser elitista, para que podamos gozar de las prerrogativas de lo más santo y sagrado. Por eso nace un nuevo
pueblo, una nueva comunidad santa y sacerdotal que entraña una plenitud espiritual y no cultual.
II.2. Sobre la imagen de la piedra “viva” se construye con piedras vivas una comunidad nueva que no necesita lo
viejo. Es una nueva Sión, en que no es necesario un templo y una liturgia especial. Es la comunidad y cada uno
de los bautizados como una liturgia vive de alabanza y acción de gracias.
II. 3.Cada uno de los bautizados, pues, recibe una herencia personal y comunitaria. No se necesita, pues, nacer
de estirpe sagrada, ni ser consagrado específicamente, para comunicarse con Dios, para sentir su salvación.
Esta es una de las propuestas más importantes de la teología del pueblo de Dios que tenemos en el Nuevo
Testamento. Ello nos lo ha ganado Jesús, que es la piedra vida y el fundamento de esa religión del pueblo de
Dios verdadero.

EVANGELIO: Juan (14,1-12): El camino de la verdad y de la vida


III.1. El evangelio de hoy de Juan, es uno de los discursos de revelación más densos de su obra. Está inserto en
el testamento de Jesús a los discípulos en la última cena, que es un relato muy particular de este evangelista. Es
un discurso de despedida. Aquella noche, entiende Juan, Jesús comunicó a los suyos las verdades más profundas
de su vida, de su existencia y de su proexistencia (existir para otro). Jesús se propone, se auto-revela, como el
camino que lleva a Dios; se presenta igual a Dios, igual a Dios que es Padre. El centro del mismo es la afirmación
de Jesús como «camino, verdad y vida».
III.2. Ya sabemos que el camino es para andar y llegar a una meta; la vida es para vivirla, gustarla y disfrutarla;
la verdad es para experimentarla como bondad frente a la mentira, que engendra desazón e infelicidad. En el
mundo bíblico la verdad (emet) no es una idea, sino una realidad que se hace, se realiza, se lleva a la práctica. En
el mundo de la filosofía helenista puede que la verdad sea algo más ideológico. Camino, verdad y vida, pues, son
cosas concretas que se viven, que se hacen, que se experimentan. Estas son cosas que todos buscamos en
nuestra historia: queremos caminos que nos lleven a la felicidad; amamos la verdad, porque la mentira es la
negación del ser y de los bueno; queremos vivir, no morir, vivir siempre, eternamente.
III.3. Nadie puede llegar al Padre sino por Jesús (“por mi”). Los hombres buscan a Dios, necesitan a Dios; pero
no a cualquier Dios, sino el Padre. Jesús lo ha revelado de esa forma y en ello ha empeñado su palabra y su vida:
ésta es su verdad. San Juan, pues, está afirmando que no es posible experimentar a Dios sino por medio de
Jesús. Muchos han hablado del absolutismo joánico, lo que llama la atención desde le punto de vista
cristológico, ya que el Jesús de los evangelios sinópticos no se expresaba así. Estamos de acuerdo que esta
manera de hablar depende de los catequistas y teólogos de la comunidad joánica, no de palabras o “logia” reales
de Jesús de Nazaret. Este absolutismo joánico se explica porque en este momento de la cena, de la despedida,
del testamento o última voluntad, Jesús está revelando todo en beneficio nuestro, en beneficio de los que “son
de la verdad” (Jn 18,37), como dirá a Pilato en el momento de ser juzgado. Escuchar su voz, es confiar en su
palabra de vida .
III.4. A Jesús, lo propone San Juan, con estos conceptos tan consistentes como el que puede liberarnos en
nuestra existencia agobiada y, a veces, no menos esquizofrénica. Podemos decir que esta alta teología joánica
sobre quién es Jesús para la comunidad cristiana, es una propuesta de fe; pero no una propuesta de
experiencias abstractas, sino de las realidades que buscamos siempre y en todas partes. El es el camino que nos
lleva a Dios como Padre, porque de otro forma hubiera seguido siendo un Dios “desconocido” para nosotros. No
basta con decir Dios, sino que esa intimidad con el Padre lo hace accesible para siempre. La cristología de Juan,
pues, se “abaja” en el misterio de la paternidad de Dios para que no estemos desamparados y sin confianza. Un
Dios, padre, que también es madre, hace la teología más humana y, desde luego, la fe más terapéutica y
espiritual. Jesús se atrevió más que nadie, y precisamente por ello es la verdad de nuestra existencia cristiana y
la vida de nuestra experiencia de fe.

SEXTO DOMINGO DE PASCUA


Jesús nos defenderá por el Espíritu de la verdad

Iª Lectura: (Hechos 8,5-8.14-17): La palabra de Dios nos abre al Espíritu

I.1. Este texto nos muestra un paso más de la comunidad cristiana primitiva. La crisis originada en la
comunidad de Jerusalén a causa de los «helenistas», que tenían una mentalidad más abierta y más atenta a lo
que había significado el mensaje del evangelio y de la Pascua, dispersó a estos cristianos fuera de la ciudad
santa. Y esto va a ser semilla misionera y decisiva para que el «camino», otro de los nombres con que se conocía
a los seguidores de Jesús, rompiera las barreras del judaísmo. Del relato, para la lectura de este domingo, se
excluye el caso de Simón el Mago que quería hacer lo que Felipe, o comprarlo si era necesario -de donde
procede el nombre de “simonía”-, por querer procurarse bienes espirituales por medio del dinero.

I.2. El programa que el autor (Lucas) ya diseñó en Hch 1,8 debe ir cumpliéndose con precisión. Pero es el
Espíritu quien lleva estas iniciativas, quien se adelanta a los mismos apóstoles. Porque la Iglesia, sin Espíritu del
Señor, no estaría abierta a nuevos modos y territorios de evangelización y presencia. El Espíritu es quien otorga
siempre a la comunidad cristiana la libertad y el valor necesarios. En la lectura de hoy vemos a Felipe, uno de
los siete elegidos y, probablemente, el líder sucesor de Esteban, que se llega hasta el territorio maldito de los
samaritanos. El odio entre judíos y samaritanos ya aparece en el evangelio (Lc 9,52ss; Jn 4). Este era un paso
muy importante porque se les consideraba como unos paganos. Esta era una apuesta decisiva, a la vez que un
compromiso conducido por el Espíritu de Pentecostés, para cuya fiesta nos preparamos. Los samaritanos
acogieron la palabra de Dios, nos dice Lucas en este relato, y enviaron a Pedro y a Juan para que pudieran
atender y confirmar en la fe a esta nueva comunidad que se había abierto a la fuerza de la palabra salvadora.

I.3. Por eso, conviene resaltar que no son los “doce”, los discípulos de Jesús y los testigos “directos” de la
Resurrección, los que llevan a cabo esta iniciativa eclesial. Felipe el helenista es el que se atreve a cumplir esa
promesa del resucitado de Hch 1,8 (aunque cuenta mucho la persecución en Jerusalén contra ellos). Lo que
hace es lo que mismo que hacía Jesús (cf. Lc 7,21; 8,2; 9,1). Resaltemos, pues, las iniciativas de los de segunda
fila que tienen la misma importancia o más, ya que llevan la predicación, la palabra de Dios, a “lugares de
frontera”. En Lucas la “palabra de Dios” es verdadera protagonista, junto con el Espíritu, de la segunda parte de
su obra.

I.4. En un segundo momento, Pedro y Juan tienen que asumir la realidad de que los samaritanos, a donde ellos
nos se atrevían a ir, han acogido la predicación evangélica. Esto contrasta con la escena del evangelio (Lc 9,51-
56) en que Jesús y los suyos, pasando por territorio samaritano al ir a Jerusalén, y no siendo acogidos, Santiago
y Juan -los hijos del Zebedeo-, pidieron un castigo apocalíptico para aquel lugar maldito. Pero Jesús rechaza
rotundamente esta actitud de venganza. Para Lucas esa era como la primera semilla, que ahora viene a crecer
por medio de una nueva predicación. Y Juan, el hijo del Zebedeo, es protagonista en este momento.

I.5. El relato, pues, debe ser leído e interpretado en el sentido de que de los que no se esperan respuesta, son
capaces de acoger el mensaje de la salvación con más solicitud y entusiasmo que los predestinados
religiosamente para ello. La llegada de Pedro y Juan no debe ser captada en el sentido de ir a imponer su
autoridad apostólica o jerárquica, sino, por el contrario, a poner de manifiesto por su parte y por la parte de la
Iglesia madre de Jerusalén, el misterio de “comunión” que los herejes samaritanos (concepción del judaísmo
ortodoxo) son capaces de dar.

I.6. Por eso este es un segundo “pentecostés”, que aquí acontece por la imposición de las manos de los
apóstoles. Y es que en la Iglesia primitiva se dieron diferente momentos de “pentecostés” como presencia del
Espíritu de Jesús resucitado.

IIª Lectura (Iª Pedro 3,15-18): Dar razón de nuestra esperanza

II. 1. Nuestro texto nos proporciona una tesis teológica que debe ser determinante para los seguidores de Jesús:
que debemos estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza. Los primeros cristianos tuvieron que
explicar muchas a veces, a quien se lo pedía, los motivos de su fe y de su esperanza. Eran tiempos de
persecución. Hoy vivimos la fe menos ambiciosamente, pero no podemos ocultar la luz debajo de nada.

II.2. Ser cristiano, ser seguidor de Jesús, nos otorga su Espíritu y estamos convocados como entonces a dar
testimonio. Hoy no hay persecuciones como entonces, pero el mundo tiene otros valores y reducimos nuestro
testimonio a ciertas manifestaciones cultuales. Mas la fe cristiana no es para el culto, sino que debe dar sentido
a la vida entera. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué amamos y perdonamos? No podemos ocultar
nuestra verdad, sino que debemos comunicarla, incluso aunque tengamos que sufrir adversidad o
incomprensión.
II.3. No se trata de hacer una defensa apologética de nuestra esperanza, pero sí es necesario vivir con
esperanza: la esperanza en Cristo, en un mundo de paz y de concordia; en un mundo que tiene, además, un
futuro más allá de esta historia, porque Jesús, el Señor, ha ganado para todos ese mundo nuevo.

Evangelio de Juan (14,15-21): El Espíritu, nuestro “Defensor”

III.1. El evangelio de Juan prosigue con su discurso de revelación de la última cena. Se hace una conexión entre
amor y mandamientos. Si amamos a Jesús estamos llamados a amarnos los unos a los otros, porque en la
teología de Juan ese es el mandamiento nuevo y único que nos ha dejado para que tengamos nuestra identidad
en el mundo. ¿Era eso nuevo? Era nuevo en la forma en que lo entendió Jesús: incluso hay que amar a los que
nos odian; así seremos sus discípulos.

III.2. Para llevar adelante este mandamiento Jesús pedirá un «defensor», un ayudador: el Espíritu. Se nos
vuelve a poner en línea abierta con la fiesta de Pentecostés que celebraremos tras dos domingos. El Espíritu de
la verdad, no de una verdad abstracta, sino de la verdad más grande, de una verdad que el «mundo» odia,
porque el mundo en San Juan es el misterio de la mentira, del odio, de las tinieblas. Probablemente se detecta
aquí un dualismo un poco exagerado, pero es verdad que el mundo de la mentira existe y nos rodea
frecuentemente.

III.3. Jesús promete no dejarnos huérfanos: El Espíritu es más fuerte que el mundo, como el amor y la verdad
son más fuertes que el mundo, aunque nos parezca lo contrario. Si queremos vivir otra vida verdadera debemos
fiarnos de Jesús que, desde el regazo de Dios como Padre, no se ha instalado allí, sino que enviándonos un
Defensor nos conduce al mundo de la verdad, de la luz, del amor que reina en el seno de Dios.

III.4. El evangelio nos habla del “Paráclito” que Jesús promete a los suyos. El término griego parákletos (que
significa “llamado”, del verbo griego kaleo, “llamar, interceder por”) tiene su origen en el mundo jurídico y
designa a alguien que es llamado como defensor en un tribunal, un abogado en definitiva. Se sabe que los
discípulos han de afrontar en el mundo una lucha. El autor del evangelio ya lo está viendo con sus ojos y por eso
construye este discurso sobre el “Paráclito” que “estará con vosotros para siempre” (Jn 14,16). Es el Espíritu de
la “Verdad”, que es una de las formas en que Jesús se ha presentado en este evangelio (14,6), un tema
dominante de la catequesis joánica. Por lo mismo, el Espíritu vendrá a hacer lo que hacía Jesús mientras estaba
con ellos.

III.5. ¿Qué sentido tiene todo este discurso? Pues que aunque falte Jesús, no nos faltará su Espíritu. Es una
presencia nueva de Jesús, una presencia que viene después de la Resurrección y que no podemos dudar que
existe y existirá. Y aunque no esté definida esa personalidad del Espíritu, como habrá de hacerse en la teología
posterior, debemos estar abiertos a esta promesa de comunión y de vida. En este mundo nuestro de disputas
interminables y de intereses muy humanos, tener un abogado “defensor” es como una necesidad para no estar
desamparados. Los cristianos, por lo mismo, tienen el suyo y pueden apoyarse en él, porque es un “abogado de
la verdad que libera” nuestras conciencias.

SEPTIMO DOMINGO DE PASCUA


Festividad de la Ascensión

Como ya no se celebra la Ascensión del Señor en el «jueves» precedente a este domingo, su liturgia se traslada a
lo que debería ser el VII Domingo de Pascua. Los textos de este día, pues, están determinados por esta fiesta del
Señor.

Iª Lectura (Hch 1,1-11): “Seréis mis testigos”

I.1. Solamente Lucas es verdaderamente “ascensionista”. Decimos eso porque es Lucas, tanto en el Evangelio
como en los Hechos de los Apóstoles, el único autor que habla o relata este “misterio” cristológico en todo el
Nuevo Testamento. Y sin embargo, las diferencias sobre el particular de ciertos aspectos y símbolos en el
mismo evangelista sorprenden a quien se detiene un momento a contrastar el final del evangelio (Lc 24,46-53)
y el comienzo de los Hechos (1,1-11). En realidad no son opuestos los discursos, pero resalta, en concreto, que
la Ascensión se posponga «cuarenta días» en los Hechos de los Apóstoles, mientras que en el Evangelio todo
parece suceder en el mismo día de la Pascua.
I.2. Esto último es lo más determinante, ya que la Ascensión no implica un grado más o un misterio distinto de
la Pascua. Es lo mismo que la Resurrección, si ésta se concibe como la «exaltación» de Jesús a la derecha de
Dios. ¿Qué es lo que pretende Lucas? Simplemente establecer un período determinado, simbólico, de cuarenta
días (no contables en espacio y en tiempo), en que lo determinante es lo que se refiere a hablarles del Reino de
Dios y a prepararlos para la venida del Espíritu Santo. Lo de los cuarenta días es especialmente bíblico: el
número recuerda y apunta a los cuarenta años que Israel caminó en el desierto bajo la pedagogía divina Dios
(Dt 8,2-6); los cuarenta días que pasó Moisés en el monte Sinaí para recibir la Ley de parte de Dios (Ex 24,18);
los cuarenta días de Jesús en el desierto antes de su vida pública (Lc 4,1-2). «Cuarenta» indica el tiempo de la
prueba y de la enseñanza necesaria. En la tradición de los rabinos el número «cuarenta» también tenía, en línea
con la tradición bíblica, un valor simbólico para indicar un período de aprendizaje completo y normativo. En los
Hechos, es un tiempo “pascual” extraordinario para consolidar la fe de los discípulos.

I.3. Y ese tiempo Pascual extraordinario -nos quiere decir Lucas-, está tocando a su fin y el Resucitado no puede
estar llevándolos de la mano como hasta ahora. Deben abrirse al Espíritu, porque les espera una gran tarea en
todo el mundo, “hasta los confines de la tierra”. La pedagogía lucana, para las necesidades de su comunidad,
apunta a que la Resurrección de Jesús, al contrario que otras personas, no supone un romper con la tierra, con
la historia, con todo lo que ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo. Esa es la razón de
que haya prolongado su presencia “especial” durante “cuarenta días” entre los suyos, insistiendo en iluminarlos
acerca del Reino de Dios que fue el tema de su mensaje y la causa de su vida hasta la muerte.

I.4. Pero en todo caso, hay una promesa muy importante: recibirán la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que les
acompañará siempre. Lucas, pues, usa el misterio de las Ascensión para llamar la atención sobre la necesidad
de que los discípulos entren en acción. Y deben entrar, porque son enviados por el Resucitado. Ya ha pasado el
tiempo de la prueba. Ya han podido experimentar que el Maestro está vivo, aunque haya sido crucificado. Su
mensaje del Reino no puede quedar en el olvido. Hasta ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios con él; pero ha
llegado el momento de una ruptura necesaria para la Iglesia en que tiene que salir de sí misma, de la pasividad
gloriosa de la Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.

I.5. La “Ascensión”, como se indica en Mc 16,19 (tomado sin duda de la tradición lucana) es ser elevado al cielo
y sentarse a la derecha de Dios, es decir, la total exaltación y glorificación de Jesús. Pero eso es lo que sucede,
sin duda, en la resurrección. Por lo mismo, no es un misterio soteriológico nuevo con respecto a la humanidad
de Jesús, sino una afirmación cristológica que marca el destino final del profeta de Galilea. No obstante,
debemos señalar que en el relato de los Hechos viene a significar un momento decisivo que pone fin al período
pascual. Asimismo, Lucas lo ha presentado como misterio pedagógico para hacer ver a los discípulos que ha
llegado su hora de anunciar al mundo la salvación de Dios. E incluso tiene el sentido de purificación definitiva
de una ideología nacionalista del mesianismo de Jesús y del papel de Israel. Todos los hombres han de ser
llamados a la salvación de Dios. Por que Jesús, el Señor exaltado, ya ha cumplido en la historia su tarea.

IIª Lectura (Efesios 1,17-23): Plegaria de iluminación

II.1. La IIª Lectura del día nos ofrece una alabanza o acción de gracias y una petición importante que el autor -
presuntamente Pablo, aunque bien puede ser uno de sus discípulos-, pide para la comunidad: el conocimiento,
como una especie de carisma. Se trata de un conocimiento de experiencia. De esta manera el conocimiento que
se pide para la comunidad otorga una sabiduría como don incesante. No es un conocimiento de cosas, sino es
una experiencia de fe y de amor.

II.2. Esta lectura se ha escogido para la liturgia de las Ascensión, porque en esta acción de gracias se pide el
Espíritu, que es la promesa que Jesús hizo a los suyos. Se especifica que es el Espíritu de sabiduría, don de Dios;
y de revelación, porque la sabiduría no es un saber humano, sino una experiencia divina.

II.3. Y también ha sido escogido, sin duda, porque aquí se menciona la Ascensión en las palabras “lo ha hecho
sentar a su derecha en los cielos”. Esto viene a continuación de la afirmación sobre la resurrección. Estar
sentado a la derecha de Dios es una expresión simbólica para poner de manifiesto “el señorío” de Jesús. Porque
estando a su derecha, pues, participa del señorío divino.
II.4. Y finalmente, se debe tener en cuenta que esta acción de gracias a Dios por lo que ha hecho en Jesús, es una
llamada, a su vez, a la esperanza de los cristianos. Porque eso que ha acontecido en Jesús lo viviremos un día
nosotros.

III. Evangelio (Mt 28,16-20): Yo estaré con vosotros siempre

III.1. El evangelio de este día es el final del evangelio de Mateo y se quiere poner de manifiesto lo que Lucas ya
nos ha expresado con la presentación de la «Ascensión»: es el momento de los discípulos, de sus seguidores,
que tienen que llevar el evangelio allí donde Jesús no pudo ir: a todo el mundo. Desde lo alto de un monte, con
todo el simbolismo que esto tiene en la Biblia, Jesús les otorga a los suyos un poder comunicador de salvación y
de gracia.

III.2. El bautismo en su nombre, será por otra parte, el sacramento de iniciación de los que quieran llevar una
vida nueva en este mundo. Mateo ya había elegido un monte para la enseñanza de Jesús que ha pasado a la
historia como el «sermón de la montaña» (Mt 5-7). Con ello se quería ir más allá del monte Sinaí y de la ley del
Antiguo Testamento, la ley de la Alianza. Para culminar la teología de una Alianza nueva dada en una enseñanza
nueva, ahora Mateo, en Galilea, nos presenta al Resucitado corroborando, con un nuevo poder, lo que ya les
había trasmitido en el sermón de la montaña.

III.3. Mas no podemos menos de resaltar que a la promesa de hacer discípulos en todo el mundo (aquí el
evangelio de Mateo se hace absolutamente universalista), corresponde la promesa del mismo Jesús de estar con
los suyos siempre. Muchos autores resaltan con razón que aquí se retoma el significado de “Emmanuel” (Dios
con nosotros) como cumplimiento de la profecía de Is 7 y del anuncio a José (Mt. 1,23). Como el nombre que
recibió fue Jesús, no concretamente “Emmanuel”, y Jesús significa “Dios salva”, quiere decir que la promesa se
cumple porque la salvación de Dios con la humanidad no tendrá límites. Y esto, prometido al final, como Señor
resucitado que tiene todo el poder, en el “monte”, es de una importancia teológica irrepetible.

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Ven, Espíritu divino,


manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones espléndido,
luz que penetra las almas,

La grandeza de este domingo de Pentecostés (cincuenta días después


de la Pascua) resalta en la liturgia de hoy como la manifestación
extraordinaria de una Alianza Nueva, que ya no está en una ley
escrita, muerta, sino en la vida nueva, que le llega a la Iglesia por el
soplo del Espíritu del Resucitado. Así fue en los primeros tiempos
entre los discípulos de Jesús. Después de un tiempo pascual
prolongado, se vieron envueltos en una fuerza irresistible,
maravillosa, que les llevó con alas nuevas a proclamar el mensaje de
salvación y a afrontar todas las dificultades que eso suponía dentro
del mundo judío y de las instituciones que no posibilitaban un camino profético.

Iª Lectura: (Hch 2,1-11): La salvación que llega por el Espíritu

I.1. Este es un relato germinal, decisivo y programático propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en
Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere dar a entender que no se puede ser espectadores neutrales o marginales a
la experiencia del Espíritu. Porque ésta es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro
de la lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace capaz de
relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para expresar esta realidad de la acción libre y renovadora de
Dios, la tradición cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los relatos bíblicos donde
Dios interviene en la historia humana. La manifestación clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la
liberación del Exodo, que culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento del
don de la Alianza.

I.2. Pentecostés era una fiesta judía, en realidad la "Fiesta de las Semanas" o "Hag Shabu'ot" o de las primicias
de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por "quincuagésimo," (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La
fiesta se describe en Ex 23,16 como "la fiesta de la cosecha," y en Ex 34,22 como "el día de las primicias o los
primeros frutos" (Num 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua, cuarenta y nueve días, y en el
quincuagésimo día es la fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev 23,15-19;
Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno está el traerle al Señor el
"tributo de su libre ofrenda" (Dt 16,9-11). Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre
el sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las antiguas versiones
litúrgicas, los "targumin" y los comentarios rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de
poner de manifiesto la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la comunidad
renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el cómputo farisaico que fijaba la
celebración de Pentecostés 50 días después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy
probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.

I.3. Pero ese es el trasfondo solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre
de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una importancia sustancial, ya que Lucas no se queda
solamente en los episodios exclusivamente israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc
3,1ss en que se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el
nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad entera
encontrará, finalmente, toda posibilidad de salvación.

I.4. Por eso mismo, no es una Ley nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de
Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don incomparable. El nuevo Israel y la
nueva humanidad, pues, serán conducidos, no por un Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo
Israel, sino por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que todos los hombres, no
sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10)
- que se ha considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu adelantarse a la
misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien todavía no habían podido liberarse de sus
concepciones judías y nacionalistas

I.5. Lo que Lucas quiere subrayar, pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la
habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda del redactor-, de
transformar el relato primitivo de un milagro de "glosolalia", en un milagro de profecía, en cuanto todos los
oyentes, de toda la humanidad representada en Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su
propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno profético por el que todos escuchan cómo se
interpreta al alcance de todos la "acción salvífica de Dios"; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto
acontece en el corazón de los hombres.

I.6. El relato de Pentecostés que hoy leemos en la Iª Lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias a la
vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua de su Señor, es como su bautismo
de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizados si no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido
bautizados y el sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que se celebraba la fiesta
del don de la ley en el Sinaí como don de la Alianza de Dios con su pueblo, se nos describe que en el seno de la
comunidad de los discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.

I.7. De esa manera se quiere significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia,
por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar una nueva identidad profética a
ese pueblo, que dejará de ser nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los
hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de Dios. De ahí que se
quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto
salvífico de Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante
de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su sitio para independizarse de Dios. Eso es lo
que lleva a cabo el Espíritu Santo: la unificación de la humanidad en un mismo proyecto salvífico divino.
IIª Lectura (1Cor 12,3-7.12-13): La comunión en el Espíritu

II.1. En la IIª Lectura del día, Pablo presenta a esta comunidad la unidad de la misma por medio del Espíritu. En
realidad esta sección responde a un problema surgido en las comunidades de Corinto, en las que algunos que
recibían dones o carismas extraordinarios, competían entre ellos sobre cuáles era los más importantes. Pablo
va a dedicarle una reflexión prolongada (cc. 12-14), pero poniendo todo bajo el criterio de la caridad (c. 13).

II.2. La diversidad de gracias y dones comunitarios no deben romper la unidad de la comunidad, porque todos
necesitamos tener algo fundamental, sin la cual no se es nada: el Espíritu del Señor Jesús para confesar nuestra
fe; sin el Espíritu no somos cristianos, aunque creamos tener gracias extraordinarias y hablemos lenguas que
nadie entiende.

II.3. Los dones espirituales, los carismas, no son algo solamente estético, pero bien es verdad que si no se viven
con la fuerza y el calor del Espíritu no llevarán a la comunión. Y una comunidad sin unidad de comunión, es una
comunidad sin el Espíritu del Señor.

Evangelio (Jn 20,19-23) : La paz y el gozo, frutos del Espíritu

III.1. El evangelio de hoy, Juan (20,19-23), nos viene a decir que desde el mismo día en que Jesús es resucitó de
entre los muertos, su comunicación con los discípulos se realizó por medio del Espíritu. El Espíritu que
«insufló» en ellos les otorgaba discernimiento, alegría y poder para perdonar los pecados a todos los hombres.
El saludo de la paz, shalom, se repite en el relato por dos veces para confirmar algo que va mucho más allá del
saludo cotidiano en el mundo bíblico y entre los judíos. Es el saludo de parte de Dios y es el saludo para
preparar los que les va a otorgar a los suyos: la fuerza del Espíritu Santo. De esa manera la unión entre Jesús
resucitado y el Espíritu Santo es indiscutible. Será, pues, el mismo Espíritu, es que les garantice el
acontecimiento de la resurrección. Pero también el de la misión.

III.2. Pentecostés es la representación decisiva y programática de cómo la Iglesia, nacida de la Pascua, tiene que
abrirse a todos los hombres. Esta es una afirmación que debemos sopesarla con el mismo cuidado con el que
San Juan nos presenta la vida de Jesús de una forma original y distinta. Pero las afirmaciones teológicas no
están desprovistas de realidad y no son menos radicales. La verdad es que el Espíritu del Señor estuvo presente
en toda la Pascua y fue el auténtico artífice de la iglesia primitiva desde el primer día en que Jesús yo no estaba
con ellos.

DOMINGO, SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD


¡TÁNTO AMÓ DIOS AL MUNDO!

El misterio de la Trinidad, cuya solemnidad celebramos hoy, es como la aparente negación de aquello que los
teólogos medievales afirmaban acerca de la simplicidad de Dios: si Dios es lo primero de todo, antes que toda la
creación, antes que todo ser, antes que toda vida, antes que todo movimiento, entonces es imposible que sea
“compuesto”. Entonces ¿cómo puede ser o tener tres personas? Pero la esencia de Dios no es sino su ser;
aunque su ser o esencia de “ser” Padre, Hijo y Espíritu. Confesamos que Dios es uno, pero su esencia es de
Padre (este concepto abarca todo lo que es un padre y una madre, aunque superados); pero también es Hijo, la
esencia de ser un hijo como misterio de generación eterna; y también es por encima de cualquier cosa amor, se
expresa a sí mismo, se dice a sí mismo, como amor, como Espíritu. Todo ello en Dios es esencial: no puede ser
Padre solo; no puede ser Hijo solo; no puede ser Espíritu solo. La Trinidad, pues, es un diálogo eterno de
relaciones de amor, porque el Hijo procede del Padre y el Espíritu del Padre y el Hijo. ¡Qué misterio tan
insondable! En la solemnidad de hoy, pues, alabamos este misterio formulado en la tradición teológica con
palabras y símbolos. Pero de esa manera Dios no es un misterio neutral; hablar de que es Padre, Hijo y Espíritu
significa que siente como un padre y una madre; siente la experiencia de ser Hijo con lo que ello significa en
relación a unos padres y se expresa como Dios amando, y no de otra manera. Esto es lo más importante de la
Trinidad. Las lecturas de la liturgia de hoy acompañan con un tono cálido a esta solemnidad.

Iª Lectura: (Éxodo 34,4.-6.8-9): Una teofanía humana de Dios


I.1. Moisés en una experiencia de tonos místicos,en un amanecer en el monte Sinaí, el monte de Dios, hace una
alabanza de Yahvé, después de que el mismo Dios revelara quién era, cómo era, como sentía y cómo actuaba.
Dios se revela en el amanecer como un Dios tierno, lento a la cólera y rico en piedad. Es un texto sorprendente,
porque quiere dar a entender que es Dios mismo quien habla, quien revela lo que significa su nombre. A saber:
decir Dios, decir Yahvé, es decir misericordia, clemencia, fidelidad eterna, que aprueba el bien y castiga el mal
del mundo. Entonces cayó Moisés y pidió para él y para el pueblo lo que se había revelado en el mismo nombre
de Dios.

I.2. El texto tiene mucha carga psicológica, porque no podíamos esperarnos (¿quizás del Elohista?) una manera
tan determinada y determinante. Se pretende que Moisés sepa con quién habla e incluso lo que debe sentir.
Antes que nada, esta teofanía montada por los autores sagrados tiene muchas connotaciones de leyenda
mística, pero también de psicología profunda. Dios, en la nube -no podía ser de otra manera en las apariciones
del AT-, “se quedó” allí con Moisés. Un Dios que “se queda”, que acompaña, a pesar de su grandeza, es un Dios
que “siente” cariño e interés por el personaje. No simplemente va de paso, sino que viene a “visitar”. Se
presenta revelándose él mismo con una invocación que, sin duda, se había repetido mucho como confesión de
fe en Yahvé.

I.3. El Dios de “misericordia y lento a la ira” es el que todo creyente, el que todo ser humano, quiere encontrarse
en su vida y con el que gusta entablar un diálogo. Las palabras de Dios son una “captatio benevolentiae” para
que el orante no sienta pánico, ni lejanía de Dios. Este acercamiento, pues, es el que crea la invocación de
Moisés por su parte: acompáñanos, condúcenos por la vida, aunque seamos de dura cerviz. Esta teofanía
“humana” en el monte es de muchos quilates teológico para aquella teología tan poco evolucionada del AT. No
es como la manifestación de Dios, como Padre, que nos entregará Jesús… pero es el mismo Dios. Ya es mucho
decir que una “teofanía” del AT pueda ser verdaderamente humana. Pero si rastreamos la Escritura, podemos
entender por qué Jesús nos puedo revelar a Dios como Padre.

IIª Lectura: (2Cor 13,11-13): Doxología al Dios del amor y de la paz

Esta lectura es, en realidad,la conclusión de esta carta de Pablo a la comunidad de Corinto. Es una doxología en
la que se pone de manifiesto la actuación dinámica del mismo misterio trinitario de Dios. Como todo lo que se
dice de una persona divina se aplica a las otras, entonces, la alabanza o doxología desea para la comunidad la
gracia, el amor y la comunión que subsisten en Dios mismo.

Comienza con una exhortación a la alegría (chairete), lo cual es digno de mención en un texto litúrgico como
este. ¿Por qué? Quizás la razón la encontremos en la definición sustancial de Dios: “el Dios del amor y de la paz”
nos dice Pablo usando, sin duda, una fórmula que se cantaba en la liturgia de las comunidades. Y si se canta al
Dios del amor y de la paz, entonces Dios debe ser así, tiene que ser así, no puede ser alabado de otra manera. Es
verdad que este texto de la doxología está al final de los cc. 10-13, quizás de los más duros que ha escrito Pablo
en reproche a ciertas actitudes de la comunidad cristiana de Corinto. Aunque es posible que esta doxología sea
de otro momento, ya que 2Cor 10-13 pueden ser de la famosa “carta de las lágrimas” de Pablo.

Evangelio: (Juan 3,16-18): De la noche a la luz: Dios da vida en Jesús

III.1. El evangelio de esta fiesta se toma de Juan y nos propone uno de los elementos más altos de la teología
joánica. En el diálogo que Jesús mantiene con Nicodemo, el rabino judío que vino de noche para hablar y
dialogar a fondo con Jesús, se muestra, con rasgos insospechados, la razón de la encarnación, el que el “Verbo se
hiciera carne” que resuena desde el aria del prólogo. Es lógico pensar que Jesús de Nazaret y Nicodemo no
hablaran en estos mismos términos, sino en otros más simples y sencillos. Por tanto, es el evangelio de Juan
(sus redactores) quien remonta el vuelo de la teología y lo expresa con fórmulas de fe inauditas.

III.2. La encarnación del Hijo se explica por el amor que Dios siempre ha tenido al mundo. Es la consecuencia de
esa fidelidad de generación en generación con que se había expresado la revelación de Dios a Moisés en el Sinaí.
Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo; quien cree en él experimenta la
verdadera salvación. Podemos discutir mucho el origen de este texto en la redacción de la teología joánica, pero
no podemos negar su verdadera inspiración teológica. Esta es una de las cumbres de la “revelación” de Dios en
el NT. Dios no ha venido al mundo para condenar, o para juzgar, sino para “salvar”. Todo lo que no sea asumir
eso como chispazo, es una distorsión teológica de los que no se fían de Dios o de los que le tienen un miedo
desalmado.

III.3. La teología, pues, debe ser una verdadera terapia espiritual y psicológica para todas las personas que
buscan a Dios… pero que huyen de él si Dios no se acerca, si no “se queda” a nuestro lado, si no es compasivo y
misericordioso. Está en juego la misma libertad del ser humano –don de Dios, decimos-, para ser o no ser
religiosos. Si aceptamos, pues, la teología del NT, en su diversidad, como fundamento de nuestra fe, esta lección
del evangelio de Juan debe ser de verdadera “iluminación”. El diálogo entre Jesús y Nicodemo es propicio para
inaugurar una búsqueda nueva en el judaísmo y en cualquier religión que merezca la pena. Incluso desde el
cristianismo debemos repensar lo que este diálogo nos proporciona en la relación del hombre con Dios.

III.4. “Tener vida” es uno de los conceptos claves de la teología joánica. Sabemos que se refiere a la vida
espiritual, lo más interior y profundo de ser humano. Es verdad que no se trata de una vida biológica, ni del
quedarse en este mundo, aunque sea arrastrándonos. Y no sería “religioso” entenderlo de otra manera, ni de
confiar en un ídolo poderoso que nos garantice nuestros caprichos de vida. Pero también la vida biológica-
psicológica está contemplada en esta propuesta de la encarnación, en el Cur Deus homo? Sencillamente porque
la “Trinidad”, más que un conglomerado sustancial y metafísico de esencia, personas o naturalezas, es un
misterio insondable de dar vida, de amar sin medida, de liberar de angustias y “pesos” muertos… El Dios de la
Biblia, el Dios trinitario -el Padre, el Hijo y el Espíritu-,nos ha dado la vida, para vivir con Él la vida verdadera,
que nos ha revelado en Jesús y que nos ofrece por su Espíritu.

DOMINGO SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI


LO INEFABLE DE LA EUCARISTIA

Esta festividad del Corpus Christi, ya no en jueves sino en el


domingo siguiente, fue instituida por Urbano IV en 1264, quien le
encomendó a Santo Tomás de Aquino un oficio completo, algunos
de cuyos himnos y antífonas han pasado a la historia de la liturgia
como la expresión teológica más alta de este misterio inefable de
la Eucaristía.

Descubrir las raíces últimas, culturales y religiosas de este


sacramento de la Iglesia, que se retrae a la última cena de Jesús
con sus discípulos, es un reto para una comunidad y para cada
uno de nosotros personalmente, ya que como dice el Vaticano II,
este sacramento es como la «culminación de toda la vida
cristiana» (LG 11) y también en cuanto en él «vive, se edifica y crece sin cesar la Iglesia de Dios» (LG 26).

Pero la Eucaristía no es un sacramento cosificado, como algo sagrado, sino que siempre se renueva y se crea de
nuevo desde el compromiso de Jesús con su comunidad, con la Iglesia entera. En cada Eucaristía acontece
siempre algo nuevo para nosotros, porque siempre tenemos necesidades nuevas a las que el Señor resucitado
de la eucaristía acude en cada una de ellas. Por ello, los textos de la liturgia de hoy están transidos de ese
carácter inefable que debemos buscar en este sacramento.

Iª Lectura (Dt 8,2-3.14-16): El maná para atravesar el desierto

I.1. La Iª Lectura de Deuteronomio 8,2-3.14-16 nos habla del maná, que ha sido en la Biblia el símbolo de un
“alimento divino en el desierto”. Ya se han dado varias explicaciones de cómo podían los israelitas fabricar el
maná con plantas características de la región. Pero podemos imaginarnos que ellos veían en esto la mano de
Dios y la fuerza divina para caminar hacia la tierra prometida. Por eso no podemos menos de imaginar que el
“maná” haya sido mitificado, porque fue durante ese tiempo el pan del desierto, es decir, la vida. La simbología
bíblica del maná, pues, tiene un peso especial, unido a la libertad, a la comunión en lo único y más básico para
subsistir y no morir de hambre: eran como el pan de todos.
I.2. Es determinante este aspecto de la travesía del desierto, después de salir de Egipto, en la pobreza y la
miseria de un lugar sin agua y sin nada, ya que ello indica que Dios no solamente da la libertad primera, sino
que constantemente mantiene su fidelidad. En las tradiciones bíblicas de la Sabiduría, de las reflexiones
rabínicas, y en el mismo evangelio de Juan, nos encontraremos con el maná como la prefiguración de los dones
divinos. El texto del Deuteronomio invita a recordar el maná, “un alimento que tú no conocías, ni tampoco
conocieron tus antepasados” (Dt 8,3). Era lógico, ya que era un alimento para el desierto y del desierto, aunque
la leyenda espiritual lo haya presentado como alimento venido del cielo.

I.3. El maná era solamente para el día (Ex 16,18), sin estar preocupados por el día siguiente y por los otros días.
Y era inútil, por las situación de calor del desierto, guardarlo, ya que llegaba a pudrirse (Ex 16,19-20; cf. Lc
12,13-21.29-31). También de esto la leyenda espiritual sacó su teología: a Israel se le enseñaba así a tener
verdadera confianza en la providencia misericordiosa de Dios. En el desierto, el israelita era llamado a la fe–
confianza.

I.4. El Deuteronomio hace una llamada a la “memoria” del pueblo, para “que no se olvide del Señor, su Dios” (Dt
8,14). El recordar la liberación de la esclavitud de Egipto por medio de la mano potente del Señor (Dt 8,14),
como también el recuerdo de la experiencia humillante pero necesaria del desierto (v. 16), tienen la función
esencial de colocar como fundamento de la existencia la presencia amorosa del Señor en la historia. Todo esto
se hace memoria” (zikaron, en hebreo), que ha de tener tanta importancia para el sentido de la eucaristía e
incluso para que este texto del Deuteronomio haya sido escogido en la liturgia del “Corpus”.

IIª Lectura (1Cor 10,16-17): La koinonía de la Eucaristía

II.1. Los textos neotestamentarios de la eucaristía que poseemos son fruto de un proceso histórico, por etapas,
que parten de la última cena de Jesús con sus discípulos, y que en casi la totalidad de los mismos tenían un
marco pascual. Por consiguiente, trasmitir las palabras de Jesús sobre el pan y sobre la copa es hacer memoria
(zikaron) de su entrega a los hombres como acción pascual para la Iglesia. Nuestro texto de hoy, de todas
formas, no es el de las palabras de la última cena sobre el pan y sobre la copa (cf 1Cor 11,23-26), sino una
interpretación de Pablo del doble rito de la eucaristía: sobre el cáliz de bendición y sobre al pan.

II.2. Es un texto extremadamente corto, pero sustancial. Expresa uno de los aspectos inefables de la Eucaristía
con el que Pablo quiere corregir divisiones en la comunidad de Corinto. La participación en la copa eucarística
(el cáliz de bendición)es una participación en la vida que tiene el Señor; la participación en el pan que se
bendice es una participación en el cuerpo, en la vida, en la historia de nuestro Señor.

II.3. De estos dos ritos eucarísticos, Pablo desentraña su dimensión de koinonía, de comunión. Participar en la
sangre y en el cuerpo de Cristo es entrar en comunión sacramental (pero muy real) con Cristo resucitado.
¿Cómo es posible, pues, que haya divisiones en la comunidad? Este atentado a la comunión de la comunidad, de
la Iglesia, es un “contra-dios”, porque dice en 1Cor 12,27 “vosotros sois el cuerpo de Cristo”.Sabemos que esta es
una afirmación de advertencia a los “fuertes” de la comunidad que rompen la comunión con los débiles.

II.4. ¿Cómo es posible que la comunidad se divida? Esto es un atentado, justamente, a lo más fundamental de la
Eucaristía: que hace la Iglesia, que la configura como misterio de hermandad y fraternidad. Podemos adorar el
sacramento y las divisiones quedarán ahí; pero cuando se llega al centro del mismo, a la participación, entonces
las divisiones de la comunidad entre ricos y pobres, entre sabios e ignorantes, entre hombres y mujeres, no
pueden mantenerse de ninguna manera.

Evangelio Jn (6,51-58): El pan de una vida nueva, resucitada

III.1. El texto de Juan es una elaboración teológica y catequética del simbolismo del maná, el alimento divino de
la tradición bíblica, que viene al final del discurso sobre el pan de vida. Algunos autores han llegado a defender
que todo el discurso del c. 6 de Jn es más sapiencial (se entiende que habla de la Sabiduría) que eucarístico.
Pero se ha impuesto en la tradición cristiana el sentido eucarístico, ya que Juan no nos ha trasmitido la
institución de la eucaristía en la última cena del Señor.
III.2. Este discurso de la sinagoga de Cafarnaún es muy fuerte en todos los sentidos, como es muy fuerte y de
muy altos vuelos toda la teología joánica sobre Jesús como Logos, como Hijo, como luz, como agua, como
resurrección. Se trata de fórmulas de revelación que no podemos imaginar dichas por el Jesús histórico, pero
que son muy acertadas del Jesús que tiene una vida nueva. Desde esta cristología es como ha sido escrito y
redactado el evangelio joánico.

III.3. El evangelio de Juan, con un atrevimiento que va más allá de lo que se puede permitir antropológicamente,
habla de la carne y de la sangre. Ya sabemos que los hombres ni en la Eucaristía, ni en ningún momento,
tomamos carne y sangre; son conceptos radicales para hablar de vida y de resurrección. Y esto acontece en la
Eucaristía, en la que se da la misma persona que se entregó por nosotros en la cruz. Sabemos que su cuerpo y su
sangre deben significar una realidad distinta, porque El es ya, por la resurrección, una persona nueva, que no
está determinada por el cuerpo y por la sangre que nosotros todavía tenemos. Y es muy importe ese binomio
que el evangelio de Juan expresa: la eucaristía-resurrección es de capital importancia para repensar lo que
celebramos y lo que debemos vivir en este sacramento.

III.4. El evangelista entiende que comer la carne y beber la sangre (los dos elementos eucarísticos tradicionales)
lleva a la vida eterna. Es lo que se puso de manifiesto en la tradición patrística sobre la “medicina de
inmortalidad”, y lo que recoge Sto. Tomás en su antífona del “O sacrum convivium” como “prenda de la gloria
futura”. Y es que la eucaristía debe ser para la comunidad y para los individuos un verdadero alimento de
resurrección. Ahora se nos adelanta en el sacramento la vida del Señor resucitado, y se nos adentra a nosotros,
peregrinos, en el misterio de nuestra vida después de la muerte.

III.5. Esta dimensión se realiza mediante el proceso espiritual de participar en el misterio del “verbo
encarnado” que en el evangelio de Juan es de una trascendencia irrenunciable. No debe hacerse ni concebirse
desde lo mágico, sino desde la verdadera fe, pues de lo contrario no tendría sentido. Por tanto, según el cuarto
evangelio, el sacramento de la eucaristía pone al creyente en relación vital y personal con el verbo encarnado,
que nos lleva a la vida eterna.

Tiempo Ordinario

II DOMINGO
Sólo en Jesús esta la verdadera luz

Iª Lectura: Isaías (49,3-6): Misión del Siervo: luz de salvación para la humanidad

I.1. La primera lectura, del nuevo del Deutero-Isaías, es del 2º cántico del Siervo de Yahvé. En este capítulo, la figura
del Siervo está más ceñida a la dimensión profética de este personaje que canta el autor de los mismos. Sión, el
pueblo entero, debe repensar su vida a la luz de este personaje Siervo de Yahvé. Sabemos que estos cantos (Is 42,1-
9: 49,1-7; 50,4-9) representan una de las cumbres teológicas del Antiguo Testamento. Son poemas que han dado
mucho que hablar, ya que en un momento determinando descubrirán el valor redentor del sufrimiento, aunque no
en el texto de hoy. El papel del Siervo es reunir a Jacob e Israel, dos nombres, epónimos, para hablar de la totalidad
del pueblo. Reunir, pacificar, consolar... siempre la humanidad ha tenido necesidad de estos valores. Y hoy, como
nunca, necesitamos a alguien como el Siervo que traiga esa luz a este mundo dividido, en guerra, hambriento y
desorientado.

I.2. Como este es un canto que describe la vocación del “Siervo”, no hay nada comparable a la misión que el Señor le
encomienda: te haré luz de las naciones; ¿para qué?, para que “mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”.
Pero aunque el texto de hoy, en la lectura, ha eliminado el v. 4, no deberíamos dejarlo de lado. El descubrimiento de
la misión del siervo para ser luz de los pueblos le llega después de una crisis, y es por la misión por lo que la
vocación de este misterioso personaje sale fortalecida; la crisis de identidad se cura anunciando salvación. Eso es lo
propio de un verdadero profeta de Dios. Estas palabras son las que justifican verdaderamente la elección de
nuestro texto (del canto 2º) para el día de hoy, porque esa misión para el “siervo desconocido”, la vieron los
primeros cristianos realizada en la misión de Jesús de Nazaret: luz de salvación para todos los pueblos, para la
humanidad.

IIª Lectura: Iª Corintios (1,1-3): Saludo, en Cristo y con Cristo, a la comunidad


II.1. La Primera Carta a los Corintios inaugura hoy las lecturas de los siguientes domingos. Tendremos ocasión de
volver sobre ella, porque será hilo conductor hasta los domingos de Cuaresma. Esta carta de San Pablo a la
comunidad de Corinto, en Grecia, en Acaya concretamente, una de las ciudades más importantes donde el Apóstol
predica el cristianismo, es una de las más significativas de Pablo. Estamos ante un escrito lleno de contrastes, de
urgencias, de consultas, de decisiones apostólicas. Merece la pena leerla detenidamente, prepararse con esmero
para su comprensión, porque aparecerán temas muy decisivos.

II.2. En el encabezamiento de hoy, señalemos la teología de la santificación del pueblo de Dios por medio de
Jesucristo. Es El, Cristo, quien lleva la iniciativa y por eso Pablo sabe que su misión es tan primordial en medio de la
comunidad que él ha engendrado en su Señor. Una comunidad que le dará un gran quehacer, pero a la que no niega
el título de salvación y santificación. Pablo era un hombre de personalidad fuerte, incluso muy enamorado de su
apostolado: pero nada es sin Cristo su Señor y esto se debe poner de manifiesto desde el principio para todo lo que
nos trasmitirá.

Evangelio: Juan (1,29-34): El don del bautismo en el Espíritu

III.1. Este es un domingo de transición que, de alguna manera, se recrea un poco en el mensaje del domingo
pasado, quizás para señalar con más fuerza la importancia de lo que significan los comienzos de la vida pública de
Jesús. Es verdad que históricamente nos hubiera gustado saber día a día lo que Jesús pudo hacer y sentir desde su
nacimiento. Pero esta es una batalla de curiosidad perdida; también el silencio y el misterio, desde Nazaret hasta
que se decide a salir de su pueblo, debe maravillarnos como una posibilidad del proyecto de Dios en el que no
ocurre nada extraordinario, porque lo extraordinario es que Dios aprende a ser hombre.

III.2. Tampoco el evangelio de Juan nos va a ofrecer demasiados datos; por el contrario, pone sobre la boca de Juan
el Bautista unas afirmaciones que llaman la atención: “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. ¿Es
posible que un cordero (gr. amnos) se atreva con el pecador del mundo? ¿Por qué lo saluda así Juan el Bautista? De
todas formas no debemos pasar por alto que dice “cordero de Dios” (amnos tou theou). La opinión más extendida es
que ya aquí se está apuntando a la Pascua, al cordero Pascual que se sacrificaba en el templo para rememorar la
liberación de Egipto. Un cordero frente al poder del mundo es demasiado, pero esa es la lucha que en la teología
joánica se ha de poner de manifiesto: vida-muerte, amor-odio, luz-tinieblas, son los contrastes con las cuales se
expresa la misión de Jesús.

III.3. Este de hoy es uno de los textos de densidad cristológica inigualable. Su lectura se puede dividir en dos : vv.
29-31 y vv. 32-34. Sabemos que el evangelio de Juan no se anda por las ramas en lo que respecta a las afirmaciones
cristológicas, de títulos, sobre Jesús. Por eso se ha dicho, con razón, que las afirmaciones del evangelio de Juan
responden a una época bien tardía del Nuevo Testamento. Eso no significa que se haya desfigurado la base
histórica del cristianismo primitivo; simplemente que se dan pasos muy avanzados. Efectivamente, sabemos que el
evangelio de Juan tampoco es el resultado de una mano sola en su redacción o confección, sino de varias manos, de
varias épocas, a la vez que se perciben polémicas y otras cosas semejantes. El texto de hoy es típico en este sentido.

III.4. El contraste entre Juan y Jesús es tan patente como si se describiera el amanecer y el mediodía, entre las
sombras y la luz; entre el agua y el Espíritu. En el texto queda patente que Juan actuaba por medio del bautismo de
agua para la conversión; de Jesús se quiere afirmar que trae el bautismo nuevo, radical, en el Espíritu, para la
misma conversión y para la vida. Uno es algo ritual y externo; otro es interior y profundo: sin el Espíritu todo puede
seguir igual, incluso la religión más acendrada. Esto es lo que el testo joánico de nuestro evangelista quiere
subrayar. Y el hecho de que lo presente, al principio, como un “cordero” indica que su fuerza estará en la debilidad
e incluso en la mansedumbre de un cordero (signo bíblico de la dulzura) dispuesto a ser “degollado”. En definitiva,
el pecado absoluto del mundo, será vencido por el poder del Espíritu que trae Jesús. El bautismo de agua puede y
tiene sentido, pero para significar el verdadero bautismo, es decir, sumergirse en el Espíritu de Dios que trae Jesús.

III.5. Probablemente se quiera combatir a algunos discípulos de Juan el Bautista que pertenecían a la comunidad
joánica y necesitaban un testimonio de esta envergadura, porque todavía no habían comprendido realmente el
papel del Bautista como anunciador del verdadero Mesías. Juan, frente a Jesús, no tiene sino agua para purificar,
pero eso es muy poca cosa para purificar corazones; así lo reconoce. Solamente el Espíritu que ha recibido y trae
Jesús es capaz de lograr ese cambio de lo más íntimo de nuestro ser y de nuestra voluntad. Se quiere poner de
manifiesto, pues, que Juan el Bautista pide a sus discípulos que desde ahora lo dejen a él y sigan al que se atreve a
llamar (propio de la alta teología joánica) Hijo de Dios. Su papel está cumplido: saber ser amigo del esposo, como se
dirá en otra ocasión (Jn 3,29).

III DOMINGO
EL EVANGELIO COMENZÓ EN GALILEA

Iª Lectura: Isaías (8,23-9,3): Poema de la paz

I.1. Esta lectura, forma parte de uno de los poemas más sobresalientes del libro del gran maestro del s. VIII. En
realidad, se trata solamente de la introducción de un poema a la paz (8,23-9,6), como lo ha descrito brillantemente
un gran especialista español. Diríamos que la lectura no es completa porque falta la descripción de por qué llega la
luz a Galilea, al territorio antes desolado y en tinieblas; es decir, aquello de “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha
dado...”. Es un poema que muchos estudiosos atribuyen a la escuela de Isaías, no al maestro directamente, y que
vendría a descifrar un momento determinante de la historia de Judá, concretamente un siglo después, cuando el
gran rey Josías (640-609 a. C.), un muchacho todavía, sube al trono, a causa del asesinato de su padre Amón, con el
propósito de liberar el norte, la Galilea de los gentiles, de la opresión de los asirios.

I.2. Así vivieron durante mucho tiempo, caminando en tinieblas y habitando tierra de sombras, todo el tiempo de su
bisabuelo Manasés (cf 2 Re, 21-3-9), unos cincuenta años, que estuvo en manos de la política y las influencias
religiosas de Asiria. De repente, se produce el cambio prodigioso e inesperado: brilla una luz que lo inunda todo de
alegría, semejante a lo que se experimenta cuando llega la siega o se reparte el botín, en razón del final de la
opresión o del final de la guerra. En este contexto histórico, pues, se explica mejor este poema de la paz, que la
tradición cristiana lo entendía como mesiánico y lo aplicó a Jesús, como vemos, en el evangelio del día de hoy en
Mateo.

I.3. Pero como sucede casi siempre con los oráculos proféticos, no todo se explica por el acierto del momento en
que se pronuncian (aunque es importante), sino por el futuro que llevan esos oráculos en sus entrañas. Los
profetas, a veces, ni siquiera pueden controlar sus imágenes, sus símbolos o su eficacia. En realidad este oráculo no
puede extinguirse en un presente que pronto terminó… sino que encienden en las palabras del profeta los dones
divinos que son el futuro de la humanidad. El Dios de la paz, de la justicia se ha de hacer presente en la historia de
una forma eficaz y concreta. Y esto lo percibieron los cristianos al identificar a Jesús con el Mesías.

IIª Lectura: Iª Corintios (1,10-17): Exhortación a la comunión de la comunidad

II.1. La segunda lectura viene a ser una exhortación a la unidad de la comunidad de Corinto. Las gentes de Cloe, una
familia, o una comunidad, se han llegado hasta Éfeso, donde estaba Pablo, y le han informado que la comunidad
estaba dividida en “partidos”, en grupos, que se atenían a personajes influyentes: Pedro, Pablo, Apolo; se discute si
“yo de Cristo” revela un grupo más, o es una expresión de Pablo para dejar claro que todos los cristianos, al único a
quien deben seguir, es a Jesucristo. Pablo, además, protesta porque no se ha dedicado a bautizar a muchos en la
comunidad, lo han hecho otros. Pero él no quiere ser el maestro de un grupo específico; él ha engendrado a esta
comunidad para que viva en el Señor un misterio de comunión, y como él, todos aquellos que hayan recibido el
evangelio de uno u otro predicador. La comunión en la Iglesia es más importante que depender de un maestro de
doctrina o espiritual.

II.2. Una palabra clave que se ha discutido mucho de esta exhortación es “divisiones” (schísmata) y que muchos
identifican con los “partidos” de la Iglesia de Corinto. Se trataría de tendencias ideológicas, claro, no en sentido
social propiamente hablando. Existen diversidad de opiniones al respecto, incluso que el grupo de Pablo fuera el de
aquellos que se sienten, como el apóstol, libres del yugo de la ley y de las tradiciones judías; como matiz para
diferenciarlo de los de Pedro. Aunque, en realidad, el grupo más delicado de enmarcar sería el de Apolo (¿algo así
como un grupo de carismáticos de tendencia helenista con tintes de sabiduría? ¡no está claro!). La diversidad de
opiniones teológicas no están condenadas en estas pocas palabras de Pablo, pero no se podría decir los mismo
cuando esa diversidad teológica rompe la comunión de la ekklesía. ¿Cómo lo soluciona Pablo? Mediante su hermosa
y decisiva “theologia crucis” que seguirá a partir del v. 18.
Evangelio: Mateo (4,12-23): El Reino y el Evangelio de Dios

III.1. El evangelio de Mateo está centrado, específicamente, en actualizar el texto de Isaías que se ha leído en la
primera lectura, en una aplicación radical a Jesús de las palabras sobre la luz nueva en Galilea. En la tradición de
Marcos ya se había dejado bien sentado que Jesús comienza su actividad una vez que Juan el Bautista ha sido
encarcelado. Esto obedece, más probablemente, a planteamientos teológicos que históricos, ya que ambos
pudieron coincidir en su actividad. Bien es verdad que Juan y Jesús actuaban con criterios distintos. Jesús es la
novedad, la buena noticia, para los que durante siglos habían caminado en tinieblas y en sombras de muerte. Si el
texto de Is 8,23ss se refería a una época muy concreta que precedió al rey Josías, en la tradición cristiana primitiva
se entendió esto como consecuencia del oscurantismo del judaísmo que había hecho callar durante mucho tiempo
la profecía, la verdadera palabra de Dios, que interpretaba la historia con criterios liberadores.

III.2. Y hay más; esta luz no viene de Jerusalén, sino que aparece en Galilea, en los territorios de las tribus de
Zabulón y Neftalí, que siempre habían tenido fama de ser una región abierta al paganismo. Más concretamente,
Jesús, dejando Nazaret, se establece en una ciudad del lago de Galilea, en Cafarnaún. Es aquí donde comienza a
oírse la novedad de la predicación del Reino de Dios, de los cielos, como le gusta decir al evangelio de Mateo. La
otra parte del texto evangélico de hoy, la llamada de los primeros discípulos, Pedro y Andrés, Santiago y Juan, -que
puede omitirse-, es una consecuencia de la predicación del evangelio, que siempre, donde se predique, tendrá
seguidores. En realidad está siguiendo el texto de Marcos 1,14ss.

III.3. Mateo, pues, ha leído el texto de Marcos sobre el programa de Jesús: el tiempo que se acerca es el tiempo del
evangelio, de la buena nueva, que exige un cambio de mentalidad (¡convertirse!) y una confianza absoluta (creer) en
el evangelio. Los dos elementos fundamentales de este programa, ya han sido puestos de manifiesto por todos: el
reinado de Dios (el reino de los cielos le llama Mateo) y la buena noticia que este reino supone como
acontecimiento para el mundo y la para la historia. El evangelista, al apoyar este programa en el texto de Is. 8,23ss,
está diciendo claramente que esto es el “cumplimiento” de una promesa de Dios por medio de sus profetas
antiguos, en este caso Isaías. La “escuela de Mateo” es muy reflexiva al respecto, dando a entender lo que sucede
con la actuación de Jesús, desde el principio: llevar adelante el “proyecto de Dios”.

III.4. Sabemos que ese reino, (malkut, en hebreo) no debe entenderse en sentido político directamente. Pero
tampoco es algo abstracto como pudiera parecer en primera instancia. Si bien es verdad que no se trata de un
concepto espacial ni estático, sino dinámico, entonces debemos deducir que lo que Jesús quiere anunciar con este
tiempo nuevo que se acerca es la soberanía de la voluntad salvífica y amorosa de Dios con su pueblo y con todos los
hombres. Por eso basileia (griego) o malkut (hebreo) no debería traducirse directamente por “reino”, sino por
“reinado”: es algo nuevo que acontece precisamente porque alguien está dispuesto a que sea así. Este es Jesús
mismo, el profeta de Nazaret de Galilea, que se siente inspirado y fortalecido para poner al servicio de la soberanía,
o la voluntad de Dios, todo su ser y todo su vida.

III.5. Si Jesús anuncia que Dios va a reinar (lo cual no es desconocido en la mentalidad judía) es que está
proclamando o defendiendo algo verdaderamente decisivo. Si antes no ha sido así es porque es necesario un nuevo
giro en la historia y en la religión de este pueblo que tiene a Dios por rey. No se trata simplemente de aplicarle a
Dios el título de rey o de atribuirle un reino espacial, sino del acontecimiento que pone patas arriba todo lo que
hasta ahora se ha pensado en la práctica sobre Dios y sobre su voluntad. Dios no será un Dios sin corazón, sin
entrañas; o un Dios que no se compadezca de los pobres y afligidos, sino que estará con los que sufren y lloran,
aunque no sean cumplidores de los preceptos de la ley y de las tradiciones religiosas ancestrales inhumanas. En
definitiva, Dios quiere “reinar” y lo hará como ya los profetas lo habían anunciado, pero incluso con más valentía si
cabe. Esa es la novedad y por eso lo que acontece ahora, unido al concepto “reino de Dios” o “de los cielos”, es el
evangelio. Con razón se ha dicho que estamos ante el verdadero “programa” de Jesús, el profeta de Nazaret:
anunciar el reinado de Dios como buena noticia para la gente.

III.6. El acierto de la escuela cristiana de Mateo fue precisamente leer las Escrituras, Is. 8,23ss concretamente, a la
luz de la vida de Jesús. Ahora se están cumpliendo esas palabras de Isaías, cuando el profeta de Galilea anuncia el
evangelio del Reino. Siendo esto así, no se podría entender que el cristianismo no sea siempre una religión que
aporte al mundo “buenas noticias” de salvación. Siendo esto así, la Iglesia no puede cerrarse en un mensaje contra-
evangélico, porque sería repetir, por agotamiento, la experiencia caduca del judaísmo oficial del tiempo de Jesús.
Este es el gran reto, pues, para todos los cristianos. Porque Dios quiere “reinar” salvando, haciendo posible la paz y
la concordia. De ahí que el reino de Dios, tal como Jesús lo exterioriza, representa la transformación más radical
de valores que jamás se haya podido anunciar. Porque es la negación y el cambio, desde sus cimientos, del
sistema social establecido. Este sistema, como sabemos bien, se asienta en la competitividad, la lucha del más
fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder. Y esto no se reduce
simplemente a una visión social, sino que es también, y más si cabe, religiosa, porque Jesús proclama que Dios
es padre de todos por igual. Y si es padre, eso quiere decir obviamente que todos somos hermanos. Y si
hermanos, por consiguiente iguales y solidarios los unos de los otros. Además, en toda familia bien nacida, si a
alguien se privilegia, es precisamente al menos favorecido, al despreciado y al indefenso. He ahí el ideal de lo
que representa el reinado de Dios en la predicación de Jesús; estas son las buenas noticias que le dan identidad
al cristianismo.

IV DOMINGO
DIOS HA ELEGIDO EL NO-PODER PARA SALVAR

Iª Lectura: Sofonías (2,3-3,13): El “resto” del que nace lo nuevo

I.1. La primera lectura del día está tomada, en textos cortados, del profeta Sofonías , quien actúa en tiempos del rey
Josías (640-609) y nos habla de un tema bien conocido: el “resto de Israel”, de una nueva comunidad. Precisamente
la reforma que comienza este rey famoso de Judá se cree que fue promovida, entre otros, por este profeta que
percibe la necesidad de insistir en la justicia, atacando el sincretismo religioso o la idolatría cultual, así como los
abusos de las autoridades. Pero él prevé que tras la crisis, incluso del castigo que adivina, el pueblo debe esperar la
salvación. Y esta salvación debe llegar en un pequeño “resto”, el grupo que siempre se ha mantenido fiel a Dios.

I.2. Describe este nuevo pueblo, este resto, como pobre y humilde, que no debemos entender en sentido espiritual
exclusivamente, porque no podía ser esa la mente del profeta. Desde luego, el nuevo pueblo, como núcleo, no podía
salir de los poderosos, de los ricos e influyentes, porque estos habían dejado a Judá en el mayor de los desastres
hasta que el profeta anima al rey Josías para la reforma. Es verdad que a este pueblo pobre y humilde pueden
pertenecer todos los que, con nuevos criterios, renuncien al poder y a la injusticia. Así, pues, el texto de Sofonías
viene a preparar el mensaje de las bienaventuranzas, que es la clave de la Liturgia de la Palabra de este día.

IIª Lectura: Iª Corintios (1,26-31): Llamados desde la pequeñez

II.1. La lectura es de 1ª Corintios plasma la situación social y humana de la comunidad de Corinto. Para poder
entender adecuadamente el texto debemos suponer lo que precede, todo aquello que dice relación a la sabiduría de
la cruz, a la locura con la que Dios quiere salvar el mundo, que se leerá en otro momento (1 Cor 1,18-25): no con
poder, sino con lo que no cuenta, con el escándalo de la cruz. Pablo, pues, pretende refrendar esta teología suya con
lo que él sabe de la comunidad de Corinto: no se han hecho cristianos los grandes filósofos y maestros, ni la
mayoría de las familias pudientes; al contrario, se han hecho cristianos los trabajadores de los puertos, los de
oficios bajos. Ese es el signo del camino con el que Dios lleva adelante su proyecto.

II.2. La diatriba (1,20-25) con la que Pablo quiere enganchar a la comunidad le lleva de la mano a que esa
comunidad sea capaz de enfrentarse a su propia realidad: ¿de dónde vienen? ¿quiénes son? ¿qué esperan? Y
podrán constatar que no hay muchos sabios, ni entendidos, ni influyentes ciudadanos de la polis griega. En realidad
la comunidad puede leer la realidad viva de su pequeñez, de lo que no cuenta en este mundo tan cruel. Por lo
mismo, que no piensen desde las grandezas de este mundo. Su vocación, su llamada es lo que es y así lo ha querido
el Señor. Y es eso lo que les debe enseñar que la “palabra de la cruz” es “poder de Dios” en la misma entraña de esta
comunidad de origen sencillo y humilde. No se trata solamente de un planteamiento retórico, aunque este texto
tiene mucho de “narratio”, sino de una realidad pura y dura. La “teología de la cruz” es lo propio del cristianismo y
no puede pretender ser como otros grupos sociales en el mundo. Eso sería desvirtuar su identidad.

Evangelio: Mateo (5,1-12): Elegir el mundo de las bienaventuranzas como identidad cristiana

III.1. El primer gran discurso del evangelio de Mateo (5-7) es muy sintomático en la obra, por su estilo y por su
significado, pues se trata, nada más y nada menos, que del Sermón de la Montaña. Hay una intencionalidad en
presentar en esta “escuela judeo-cristiana” la predicación de Jesús en esos famosos discursos (los otros son: cc. 10;
13; 18; 24-25), que recuerdan los cinco libros del Pentateuco (la Torah judía). Pero ciñéndonos al texto de hoy, lo
más relevante es el comienzo de este primer discurso por las famosas “bienaventuranzas”. Eso quiere decir –en
continuidad con el texto elegido el domingo anterior-, que el reinado de Dios se asienta, pues, sobre las
bienaventuranzas. No debe caber la menor duda. Son fórmulas clásicas de la tradición oriental y bíblica, como
anuncio profético de cómo debe ser el futuro. Por lo mismo, como Dios quiere reinar desde su voluntad soberana,
entonces debemos entender que en este texto se ha querido mostrar cuál es la voluntad de Dios en su “reinado”.

III.2. Es casi unánime la opinión de que el texto de las bienaventuranzas procede del “Evangelio Q” como a
algunos gusta llamarlo hoy. No podemos entrar ahora en detalles sobre Q, que está en plena actualidad a la hora
de acercarnos a las fuentes del Jesús histórico. [Quiero citar dos estudios de síntesis muy al alcance de todos. S.
GUIJARRO, Dichos primitivos de Jesús. Una introducción al “proto-evangelio de dichos Q”, Salamanca, 2004; A.
VARGAS-MACHUCA (Coord.), La fuente “Q” de los evangelios, Reseña Bíblica, n. 43, Otoño 2004, Verbo Divino,
Estella (Navarra), en estos dos estudios podemos encontrar información y la bibliografía de los últimos años].
Esto ha de valernos como referencia puesto que hoy están casi resueltos algunos pormenores: Q tuvo que ser
un documento escrito; no eran simplemente tradiciones orales que tenían a mano los profetas itinerantes; a
pesar de sus arameísmos, Q se escribió en griego; casi la totalidad de Q se conserva en los evangelios de Mateo
y Lucas (se deduce de los 230 versículos en común de ambos evangelios); el orden original de Q está bien
reflejado en el evangelio de Lucas y es ese orden el que se usa para citar técnicamente el contenido de Q. El
texto de las bienaventuranzas lo tenemos en Lucas con un tono más escueto, dialéctico, radical. No tienen ese
carácter interiorista, casi de virtud a conseguir, como en el caso de Mateo (Mt 5,3-11), sino que miran a la situación
externa y social de lo que se ve con los ojos y se palpa con las manos. En el fondo se trata simplemente de describir
dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de
los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la
gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire
libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.

III.3. Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hace
con el Sermón de la Montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas
nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones; viene del hebreo hôy y en
latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que
caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas (Lc
6,20-23). Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles?
¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto.

III.4. En definitiva, el evangelio de Mateo (5,1-12), concretamente las bienaventuranzas, es la expresión de la


mentalidad de Jesús de cómo debemos entender la llegada del Reino de Dios. ¿Son una utopía que propone Jesús,
sin visos de realidad? Esa sería la respuesta fácil. No obstante, las utopías (lo que está fuera de los normal), no se
proponen para soñar sino para vivir con ellas y desde ellas. La ética de las bienaventuranzas, pues, requiere
nuestra praxis. Jesús habla así, no solamente porque soñaba, sino porque las vivía desde su propia experiencia
personal y desde ahí sentía la fuerza de Dios y del evangelio con el que se había comprometido. Lo importante es su
mensaje, que no puede ser distinto de algo así: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres, y piensa y vive
desde ese mundo para liberarlos. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una
realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los
limpios de corazón, de los perseguidos por la justicia, de los que hacen la paz, donde Dios se revela. Y lógicamente,
Dios no quiere ni puede revelarse en el mundo de los ricos, del poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia
es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir,
sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han
maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Y por ello ¿dónde debemos estar los cristianos? En el mundo
del no-poder, que es el de las bienaventuranzas.

III.5. Podemos añadir algo que nos parece muy pedagógico e imprescindible y que tiene que ver con la praxis
misma de las bienaventuranzas. J. Mateos traducía la primera bienaventuranza de la siguiente forma “los que
eligen ser pobres porque esos tienen a Dios por rey” y así lo plasma en su edición del NT. Lo justificaba (cf El
Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Cristiandad, Madrid, 1981) muy acertadamente, porque, en definitiva,
no se puede ser “pobre de espíritu” o “en el espíritu” buscando simplemente una interioridad, sino que la
opción por la pobreza frente a la riqueza es un reto frente a este mundo de competencia y de injusticia. Pero
deberíamos decir, ya un poco fuera de la literalidad del texto y de la posibilidad de la traducción, que esta
“opción” de “elegir” debe ser la tónica de todas las bienaventuranzas de Mateo. Y esto es lo que los cristianos
deben “elegir” para ser solidarios con los que viven esas situaciones reales. Porque las bienaventuranzas de
Jesús se inspiran en la situación inhumana que viven muchos hijos de Dios y es en ese mundo de las
bienaventuranzas donde Dios se siente el Dios vivo, el Dios de verdad. Por eso los seguidores de Jesús debemos
“elegir”, como opción radical, ese mundo de las bienaventuranzas para que la fuerza liberadora del evangelio
cambie ese mundo.

V DOMINGO
EL COMPROMISO CRISTIANO COMO SAL Y LUZ DEL MUNDO

Iª Lectura: Isaías (58,7-10): Solidaridad y compromiso

I.1. La primera lectura de la liturgia de hoy la encontramos en el libro de Isaías (TritoIs) que es como el texto de Is
1,10-20, acomodado a una nuevas circunstancias por las que pasa el pueblo de Judá, precisamente en el período
postexílico. Todo está casi destruido, y como siempre, los pobres son los que soportan lo peor. Sabemos que es un
texto de la escuela de Isaías. Se plantea en la comunidad la necesidad de un día de ayuno, mortificación y
humillación para conseguir el favor divino. Entonces el profeta habla, dice, interpreta e interpela. Lo que Dios
quiere, como ayuno, como mortificación, es no cerrarse al prójimo, a “tu propia carne”, en el lenguaje
antropológico-semítico del AT. Con ello se revelan las causas de la situación: la falta de identificación con el que
sufre, el no sentirnos afectados personalmente por el hambre, la desnudez o la pobreza de los otros, considerando
esos hechos como datos fríos de noticias o de encuestas sociológicas.

I.2. Pero el profeta dice que cuando alguien pasa hambre eres tú quien la pasas; cuando te desentiendes de tu
prójimo, te desentiendes de ti mismo. Si se hace todo eso: partir el pan con el hambriento, hospedar al pobre, vestir
al desnudo, habrá justicia; y si hay justicia allí está la gloria de Dios. No hay ayuno mejor que este para ganarse el
favor de Dios. Es un texto que Lucas tomó como programa para la lectura de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc
4,14ss). Las promesas de luz, son exigencias de justicia; esto la sabe el mundo entero.

IIª Lectura: Iª Corintios (2,1-5): La experiencia de Cristo crucificado en Pablo

II.1. La segunda lectura, continuando con 1 Corintios, es de una fuerza inexorable: la fuerza del poder más pobre del
mundo: la cruz, la sabiduría de la cruz, del fracaso. Pablo, predicador, apóstol, se presentó en Corinto consciente de
lo poco que podía presumir ante los ojos del mundo, ante la sabiduría de los filósofos griegos, del mensaje que
predicaba. Incluso había tenido un fracaso grande en Atenas, la ciudad más sabia del mundo (Hch 17), porque les
había anunciado la resurrección del un crucificado. Pero la sabiduría de Dios, está claro, no encaja con la de este
mundo. Corinto era una ciudad distinta, donde frente a los potentados económicamente por ser una ciudad
comercial, había muchos marginados, pobres, trabajadores de sol a sol. ¿Aceptarán este mensaje del cristianismo?
Corinto fue distinta; difícil ciudad y difícil comunidad, heterogénea, pero allí encontró Pablo a los que aceptaron el
mensaje de Cristo, y éste, crucificado. Maravilloso pasaje donde Pablo expresa la convicción de que Jesucristo, el
crucificado, es el liberador de los oprimidos.

II.2. Se trata, pues, de ponerse como modelo para la comunidad en el mejor sentido de la palabra. En realidad Pablo,
el judío, podía haberse presentado como un buen rabino cristiano y un buen retórico, sabio y de cultura helenista,
pues lo era según los mejores datos que tenemos. Pero como apóstol de Jesucristo, no entiende que los altos
discursos de sabiduría pudiera trasladar el mensaje de “Cristo crucificado”. Eso hubiera sido una infidelidad a
quien lo llamó y por ello la comunidad que había sido llamada desde su experiencia de pequeñez no puede
renunciar a sus orígenes “crucificados”. Cuando la comunidad, la Iglesia, quiere vivir la “grandeza y la gloria, el
poder y la influencia incluso de su teología y de su ética no vive en plenitud el mensaje del Crucificado. Si la Iglesia
no entiende que pueda ser perseguida e incluso rechazada… entonces no hay “theologia crucis” en su seno. La
Iglesia debe ser discutida… y sentirse por ello muy cerca de su Señor.

Evangelio: Mateo (5,13-16): Sal de la tierra y luz del mundo

III.1. El evangelio de Mateo, hoy, prosigue el sermón de la montaña con dos comparaciones -no llegan a parábolas-,
sobre el papel del cristiano en la historia: la sal de la tierra y la luz del mundo. Todos sabemos muy bien para qué es
la sal y cómo se degrada si no se usa. De la misma manera, desde las tinieblas, todos conocemos la grandeza de la
luz, del día, del sol. Probablemente son de esas expresiones más conocidas del cristianismo y de las más logradas.
En los contratos antiguos se usaba la sal como un símbolo de “permanencia”. Ya sabemos que la sal conserva las
cosas, los alimentos… y era un signo de la Alianza en el ámbito del judaísmo por ese sentido de la fidelidad de Dios
a su pueblo y de lo que Dios pedía al pueblo. Entonces entenderemos muy bien el final de la comparación: “si la sal
se vuelve sosa”… hay que tirarla. Pierde su esencia. No olvidemos que esta comparación viene a continuación de las
bienaventuranzas y por lo mismo debemos interpretarla a la luz de la fuerza de las mismas. El cristiano que pierde
la sal es el que no puede resistir viviendo en la opción de las bienaventuranzas.

III.2. La luz del mundo, y la ciudad en lo alto del monte… tienen también todo su sabor bíblico. Sobre la luz sabemos
que hay toda una teología desde la creación… Pero también se usa en sentido religioso y se aplicaba a Jerusalén, la
ciudad de la luz, porque era la ciudad del templo, de la presencia de Dios. Por eso “no se puede ocultar una
ciudad”… hace referencia, sin duda a estos simbolismos de Jerusalén, de Sión, de la comunidad de la Alianza. El
cristiano, pues, que vive de las opciones de las bienaventuranzas no puede vivir esto en una experiencia
exclusivamente personal.. Es una interpelación a dar testimonio de esas opciones tan radicales del seguimiento de
Jesús, de la fuerza del evangelio.

III.3. Con estos dichos del Señor se quiere rematar adecuadamente el tema de las bienaventuranzas, que fue el
evangelio del domingo anterior. Efectivamente, esto que leemos hoy debemos ponerlo en relación directa, no
solamente con el estilo literario de las bienaventuranzas, sino más profundamente aún con su teología. El Reino de
Dios tiene que ser proclamado y vivido y el Sermón de la Montaña es una llamada global a llevarlo a la práctica. De
la misma manera que la Alianza fue sellada en el Sinaí, después el pueblo está llamado a vivirla en fidelidad. La
nueva comunidad que tiene su identidad de estas palabras del Sermón tiene que iluminar como una nueva
Jerusalén, como una espléndida Sión. Ella misma es el templo vivo de la presencia de Dios, luz de luz. Y la
comunidad, y el cristiano personalmente, deben estar en lo alto del monte, de la vida, de la historia, de los
conflictos, de las catástrofes, no solamente para mostrar su fidelidad, sino para iluminar a toda la humanidad. Como
los profetas soñaban de Sión.

III.4. Los que han hecho las opciones por el mundo de las bienaventuranzas han hecho una elección manifiesta: ser
sal de la tierra y luz del mundo. Esto quiere decir sencilla y llanamente que las bienaventuranzas no es para vivirlas
en interioridades secretas, sino que hay que comprometerse en una misión: la de anunciar al mundo, a todos los
hombres, eso que se ha descubierto en las claves del Reino de Dios. Las bienaventuranzas, son un compromiso, una
praxis, que debe testimoniarse. No puede ser de otra manera para quien se ha identificado con los pobres, con la
justicia, con la paz. Eso no puede quedar en el secreto del corazón, sino que debe llevarnos a anunciarlo y a luchar
por ello. Porque esto de ser sal de la tierra y luz del mundo se ha usado mucho para “santos” especiales; pero no
deja de ser un despropósito… es sencilla y llanamente la identificación de la verdadera vocación cristiana. Todo
cristiano está llamado a ser la sal de la tierra y la luz del mundo… aunque no llegue a esa santidad
desproporcionada.

VI DOMINGO
LA JUSTICIA CRISTIANA VA MAS ALLA DE LA LEY

I ª Lectura: Eclesiástico (15,20): Libertad, interioridad y decisión

I.1. Este texto del libro de Jesús Ben Sirac, conocido cristianamente como Eclesiástico, está enmarcada en un
contexto sobre el misterio del pecado y la libertad humana. El problema se plantea como una respuesta al famoso
origen del pecado o del mal; ¿acaso Dios es responsable del mal que experimentamos? El hecho de que el ser
humano sea débil no es una desgracia, ni una limitación creacional. La respuesta del autor de este libro, en este
caso, es precisamente de que tenemos toda la libertad para elegir entre el agua y el fuego, entre la vida y la muerte,
entre el bien y el mal. Esta tesis bíblica, que ya arranca desde Gn 2-3, la tenemos a la orden del día en la
antropología y la psicología

I. 2. Es verdad que muchas situaciones configuran nuestra sensibilidad: historia familiar, de amistad, de fracasos. La
psicología moderna tiene en ello mucho que enseñarnos, incluso frente a actitudes éticas y morales que debemos
valorar. La afirmación de Ben Sirac es que Dios no obliga, no obstante, a pecar; es decir, lo sabio es que el hombre
tiene en su interior una naturaleza buena, don divino, para elegir el bien y no el mal. Debemos, pues, elegir la
integridad de la totalidad de nuestra existencia y de nuestras posibilidades y, desde ellas, valorar con sabiduría que
hemos sido creados, no para el mal, sino para el bien, porque eso es lo que Dios ha puesto en nuestros corazones.

IIª Lectura: 1 Corintios (2,6-10): La sabiduría escondida es oro


II.1. La segunda lectura, de la carta 1Cor (2,6-10), prosigue con el mensaje de la sabiduría cristiana. La sabiduría del
"misterio de Dios" (1Cor 2,1) no puede imponerse con la palabra fácil, ni siquiera con el raciocinio helenista que es
algo muy apreciado todavía en el ámbito de la ciudad de Corinto. Esa sabiduría, además, se explica desde la cruz,
desde el fracaso de quien más nos ha hecho admirar el "misterio de Dios". Pero en este mundo domina el triunfo a
costa de lo que sea, el buen vivir, aunque al final todos los que así piensan se encuentren con las manos vacías.
Pablo sabía que tenía en contra todo ese mundo de sabios y entendidos al anunciar el misterio de Dios, pero se
atreve con ello y así se lo hace ver a su comunidad. Sabe que lo que anuncia tiene su peso en oro, pero no reluce
ante el mundo.

II.2. Pablo siente que los sabios de este mundo -bien paganos o bien religiosos-, le podían reprochar a los cristianos,
de hecho le increparon: ¿qué sabiduría es la vuestra que os fiáis de un hombre crucificado? ¿qué sabiduría es esa
que niega al hombre ser libre y hacer lo que le plazca? Pero el apóstol no se avergüenza por ello; está convencido
de que el cristianismo tiene una sabiduría, la de su Dios, que es misteriosa, escondida, contradictoria: aquella que
sabe perdonar y amar; que construye un mundo de relaciones, no en el poder, en el dinero, en la fuerza, sino en dar
a los que no tienen posibilidad, ser algo, ser personas, tener una dignidad aunque no tengan muchos
conocimientos. No es una sabiduría que se fundamenta en especulaciones, sino aquella que hace posible el Espíritu
de Dios, para el que están dotados todos los hijos de Dios.

Evangelio: Mateo (5,17-37): La alternativa de Jesús a la ley

III.1. Con el evangelio de hoy nos introducimos en la dinámica de las antítesis, que quieren poner de manifiesto la
justicia cristiana frente a la justicia del judaísmo que Jesús combate con la pretensión de dejar muchas cosas
obsoletas. El próximo domingo culminará este conjunto, uno de los más difíciles del Sermón de la Montaña. Mateo
una de las partes más significativas del Sermón de la Montaña, que tiene su correspondencia de el Sermón del
Llano de Lucas (6,20-49). Sabemos que Jesús no pronuncia este conjunto así, sino que es una composición de la
"escuela judeo-cristiana" con que se designa, a veces, el resultado final de la redacción de nuestro evangelio de
Mateo. Son distintas fuentes las que le suministran, pero hay que resaltar muy especialmente la fuente de
"dichos" (los logia, del famoso documento o evangelio Q). En el caso que nos ocupa nos encontramos con un
material muy específico como son las famosas "antítesis", de las que en este caso se nos ofrecen cuatro. Estas de
hoy no las encontraremos en el texto de Lucas, por lo que se piensa en un material que no podemos identificar.
En este evangelio, pues se apunta claramente a la praxis cristiana, tal como lo necesita o lo entiende la misma
comunidad mateana, que no puede desprenderse de su "judaísmo", aunque éste sea ya un judaísmo
verdaderamente cristiano.

III.2. Todo comienza a ser difícil en nuestro evangelio si no acertamos a leer bien Mt 5,17; con los elementos de
que se compone (los verbos "llevar a plenitud" -plêróô- y "anular" -katalyô-; e incluso la significación exacta de
"nomos" -ley- y de sus "preceptos"). La discusión es del todo proverbial, inacabada e incluso patológica, tanto
en la reforma como en el catolicismo en su confrontación con el mismo judaísmo rabínico. Los comentarios a
nuestro texto y contexto nos llevarían muy lejos y debemos renunciar a ello. La distinción de los rabinos entre
preceptos leves y preceptos graves no es significativa directamente en la lectura, pero de alguna manera las
"antítesis" irán poco a poco subiendo un peldaño hasta la último sobre el amor a los enemigos (Mt 5,43-48) que
es lo más radical; no obstante las cinco anteriores son también, en su exigencia, un órdago a la grande. Por ello
no es una buena hermenéutica esa distinción entre lo grave y lo menos grave, sino que todo apunta a una
propuesta de radicalidad y de exigencia que Mateo asume con decisión para su comunidad judeo-cristiana. Es
ahí donde debemos centrar la plenitud de la ley y los profetas.

III. 3. El Sermón de Jesús, para Mateo, es un imperativo y una exigencia, que no queda simplemente en una
praxis jurídica, ritual, ni incluso moral, aunque no esté descartado por principio. Esta exigencia se inserta en la
historia de Dios con su pueblo, que es un pueblo que debe ser fiel a Dios, y por ello se habla de "plenitud". La
"Ley y los Profetas" no son simplemente las dos partes esenciales de la Biblia, sino que debemos entenderla
como la "historia de Dios con su pueblo" que debe llegar a la plenitud de la justicia y más concretamente de la
gracia. Las "iotas" y las "tildes" (cosas mínimas) de la Ley no pueden quedar para nosotros en simples
exigencias rituales o morales; si fuera así volveríamos a caer en un judaísmo que tendría poco que ver con la
alternativa de la misma ética de Jesús, que es la ética revolucionaria del amor y de la gracia. Es decir, para
Mateo, las "iotas" y las "tildes", símbolos de lo pequeño, forman parte de una plenitud que exigía la misma ley
que todavía se venera en la comunidad mateana. Pero se está dando un giro decisivo, porque en la reflexión
mateana, ya se sabe que Jesús no se queda simplemente en los preceptos veterotestamentarios. Ni la Torá judía,
ni los Profetas, dejan de tener sentido, porque Jesús era un judío y no cambia de Dios ni de exigencias
fundamentales frente a la maldad y al sinsentido de la vida y la religión. Es lo que deberíamos entender por
encima de todo: la religión de la ley y los profetas llega a su "plenitud" si pensamos y sentimos como Jesús
pensó y actuó como profeta de Galilea. Si se nos ocurriera interpretar en sentido fundamentalista que la ley y
los profetas tienen vigencia para Jesús en sus pormenores, entonces deberíamos "des-leer" el evangelio mismo
y la historia de Jesús de Nazaret. Por tanto "plenitud" ética, pero más que eso plenitud en la fidelidad al Dios de
la ley y los profetas que Jesús realiza con su vida y su entrega, con su mensaje radical sobre el Reino que ha
llegado, o mejor, está ya presente.

III. 4. Si nos fijamos concretamente en las antítesis, la primera (5, 21-26) nos habla de "matar", pero en realidad,
desde el punto de vista formal, son tres elementos es uno: matar, encolerizarse contra el hermano, adversario-
juicio. La radicalidad, pues, se da en que matar a alguien es un infierno. Pero se comienza a matar de muchas
formas y de muchas maneras, aunque no nos sea permitido establecer una coordinación de los tres momentos
del conjunto. Consideramos, pues, que lo pequeño y lo grande, las iotas y las tildes de la vida, forman un tejido
en el comportamiento de la sociedad, que la moral o la religión no pueden desatender. En ese caso, "plenitud"
es no hacer mal a nadie, ni dejar espacio en nuestro corazón a la ira, ni tener adversarios en tribunales ni a la
hora de practicar la religión, porque todo eso nos aparta de las bienaventuranzas que han abierto el Sermón de
la Montaña.

III. 5. La segunda de las antítesis (5,27-30) nos habla del adulterio. Sabemos que este tema tiene su paralelo en
Mt 9,43-47 y 18,8s. ¿Es tan importante este propósito como para que forme parte de las antítesis o del Sermón
de la montaña? También aquí se concatenan tres elementos formales: adulterio-concupiscencia, el ojo que se
escandaliza y la mano. Estamos hablando de algo que afecta al matrimonio y a la familia, como base
fundamental de la sociedad y de la sociedad judía. Entre otras razones porque el matrimonio es casi una
obligación para un judío y eso que Jesús, con absoluta seguridad, no decidió casarse por dedicar su vida al
"anuncio del Reino de Dios". En una sociedad de relaciones familiares, pues, el adulterio es un atentado a lo más
esencial de la familia judía. Cosa que no hubiera sucedido para culturas "polígamas". ¿Fue eso esencial para
Jesús de Nazaret? ¿Es una defensa de la santidad del matrimonio en la escuela de Mateo? Desde la antropología
cultural debemos decir que sí, porque la moral tiene mucho de antropología cultural. Por lo mismo la
radicalidad debemos aplicarla con el mismo criterio que hemos señalado en "matar", aunque la diferencia sea
abismal para una ética simplemente natural. Se trata pues, de radicalizar algo sagrado en el mundo familiar
judío. Pero hay más desde el punto de vista de Jesús: su amor por los pequeños, por la mujer, por los que no
cuentan. En la praxis judía, los que habían sido cazados en adulterio podrían ser condenados a muerte por
lapidación (cf Dt 22,21-24;Jn 8,1ss), pero se encontraban, a veces, razones e interpretaciones para no aplicarlo,
quizás porque los varones siempre encuentran sus privilegios. ¿No intentaría Jesús defender a la mujer, casada
o no, con esta radicalidad? Podríamos aplicar aquí una hermenéutica en la que se pide que la mujer no sea
solamente objeto de deseo, sino persona que es igual que los varones, madre de sus hijos, como lo es el varón
padre de sus hijos. Es una radicalidad de mente y de corazón lo que se pide, pues, para el hombre y para la
mujer; una radicalidad de relaciones no simplemente sexuales, sino de respeto mutuo, de integración social y
religiosa a todos los efectos. Por ello "sacar", "arrojar, "cortar" ojos y manos no es más que un simbolismo para
exigir la purificación del corazón, por la llegada del Reino de Dios, donde el hombre y la mujer se deben amar de
verdad más allá de lo erótico.

III. 6. La tercera antítesis (5,31-32), es sobre el divorcio. Es toda una consecuencia de lo anterior. El tema lo
encontramos en el mismo Mt 19,9 (=Mc 10,11) y Lc 16,18. Desde luego que hay diferencias de formulación y no
está clara la fuente que ha usado nuestro evangelista, aunque muchos se inclinan por el Documento Q ¿Por qué
prohíbe esta antítesis que nadie se case con una repudiada? Si la mujer ha obtenido el libelo de repudio se
debería entender que está libre. El tema del divorcio de Dt 24,1 viene aquí como regulado o justificado por el
caso famoso de la "porneía" (fornicación=adulterio), aunque algunos autores piensan que el término "parektós"
no se debe entender como una excepción, sino en sentido inclusivo ("incluso por fornicación" se debería
traducir), pero no es lo más aceptado. Esta antítesis no parece estar en la línea radical de las dos anteriores; ¿Es
una concesión de la escuela de Mateo por respeto a la tradición del judaísmo rabínico? El tema ha sido muy
discutido, por activa y por pasiva, con planteamientos distintos entre protestantes y católicos. En síntesis,
debemos afirmar que la radicalidad existe; que el divorcio no puede quedar como algo trivial, sino que es un
atentado contra el amor. Pero el texto nos quiere decir más (salvo la excepción de porneía): el divorcio no es
permitido porque es un atentado a la mujer, ya que las escuelas rabínicas dejaban claro su pretensión de que el
hombre era quien tenía el privilegio del acta de divorcio. Aunque está formulado de forma un tanto jurídica, la
exigencia de exponer a un varón al adulterio por casarse con una mujer repudiada está en la línea radical de
cómo han sido construidas las antítesis. En todo caso, en ésta se da una crítica contra el derecho de divorcio
porque el divorcio es romper el amor familiar. Pero si nos fijamos bien, no es la mujer la causante de adulterio,
sino el hombre que repudia y el hombre que se casa con una repudiada. Son los varones los que han hecho la
ley de Dt 24,1 en su favor y por eso el Sermón no acepta esa ruptura del amor familiar de los fuertes en contra
de la voluntad de Dios. Pero si nos atreviéramos a darle un sentido concreto, aunque no inclusivo, al término
"porneía", entendido como una imposibilidad de seguir manteniendo el matrimonio cuando es un "infierno de
desamor", entonces seguiríamos la excepción de la escuela de Mateo y podríamos, incluso, defender que la
porneía puede ser “el maltrato” a uno de los cónyuges, o a los hijos. Eso no contradice, creo, el pensamiento de
Jesús según tenemos en Mc 19,11 y Lc 16,18. El pensamiento de Jesús o de la comunidad cristiana primitiva era:
el divorcio, el repudio de la mujer, es un atentado contra el amor verdadero que no puede sostenerse ni
siquiera en el precepto de la Torá de Dt 24,1, porque ese precepto va en contra del amor matrimonial en el que
el varón (el fuerte) despide y degrada al débil (la mujer). Jesús no acepta esa ley de los fuertes frente a los
débiles. No es posible decir más al respecto, siendo un tema tan definido y de influencias tan señalas en las
distintas confesiones cristianas; cada matrimonio cristiano debe leer esta antítesis y las consecuencias
pertinentes desde su conciencia personal y familiar.

III. 7. La cuarta antítesis nos habla del juramento (5,33-37). Debemos reconocer que se trata de un texto
espinoso y sorprendente hasta el punto de que el análisis literario distingue entre elementos secundarios y
añadidos de la redacción mateana. Simplificando se podría entender que jurar en falso no es propio de los
seguidores de Jesús. Encontramos un texto sobre ello en St 5,12. No se debe jurar, ni por Dios, ni por los
hombres, ni por uno mismo, ni en nombre de lo más sagrado ¿Por qué? Porque no se jura para apoyar nuestra
verdad o para reafirmar nuestra mentira o nuestra maldad. La verdad o la mentira resplandecen por sí solas. Es
verdad que se quiere subrayar que la justicia cristiana no puede estar engolfada en la mentira. Pero como la
antítesis tiene varios circunloquios respecto a Dios (el cielo y el templo como presencia de Dios), lo que se
condena es apoyar la mentira en Dios. Es una antítesis por la que se intenta poner de manifiesto que Jesús exige
la veracidad humana, pero va mucho más allá. Con ello se quiere poner en evidencia una costumbre muy
extendida en la antigüedad sobre el juramento, especialmente ante tribunales. Pero en realidad es o debe
entenderse como un "no" absoluto a la mentira con la cual se construye en este mundo el poder, la fama, la
riqueza, el honor... La radicalidad de esta antítesis, desde luego, llega a rozar lo irreal, porque eso llevaría
consigo no confiar en la palabra de inocencia en muchos casos de la vida. Es verdad. Muchas personas no tienen
más que su palabra para proclamar su inocencia ante la sociedad y la ley, y no les quedaría más que apoyarse
en su Dios para fundamentar su verdad. Pero podríamos entender que lo que la antítesis enseña es que le basta
al ser humano su verdad, porque la verdad es el juramento mismo de su inocencia. Se entiende que por muy
compleja que haya sido la praxis de esto en la comunidad primitiva y el que un precepto como este se exprese
de esta manera para formar parte de las antítesis o programa del "reino" predicado por Jesús, se resuelve en la
misma vida de Jesús de Nazaret que no tuvo que jurar ni por el cielo ni por la tierra. Este sería el derecho del
reino de Dios que se enraíza en la verdad y no en la mentira del mundo. Y por ello, abusar del juramento podría
estar en contra del planteamiento liberador de Jesús en su proclamación del reino.

III.8. Entre las muchas posibilidades de puntos diferentes de las antítesis y entre las posibles interpretaciones que
tenemos, debemos señalar que existe un planteamiento bien determinado: “si vuestra justicia no es más grande que
la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Es toda una provocación, porque no se trata de una
justicia más complicada en preceptos y en exigencias, sino cabalmente más perfecta en cuanto a que sea más
simple, generosa y entregada. Lo más perfecto no es aquello que cumple los requisitos legales
pormenorizadamente, sino lo que renueva verdaderamente la vida, la felicidad. Precisamente, en el caso del
evangelio de hoy, lo que va más allá de la ley es lo que supera todo tipo de venganza, odio o el desamor; se propone
la justicia que emana de unas nuevas relaciones entre Dios y el hombre, y de ahí de los hombres entre ellos mismos.
Esa es la propuesta catequética de Mateo a su comunidad, en la que se intuye, claramente, que no se pueden
justificar actitudes porque estén legalizadas. Sucede, a veces, que lo que está legalizado es injusto. Y contra ello está
la justicia del Reino.

VII DOMINGO
EL AMOR AL ENEMIGO COMO UNICO CAMINO PARA LA PAZ

Iª Lectura: Levítico (19,1-18): El amor en el judaísmo no llegaba al enemigo

I.1. La primera lectura de este domingo está tomada del Levítico, uno de los cinco que componen el Pentateuco.
Sirve esta lectura como introducción y, además, como telón de fondo necesario para el texto del evangelio. Lev 19
es como una especie de decálogo o código de santidad. De este capítulo solamente se toman algunas cosas, entre las
que sobresale la exigencia de Dios para que seamos santos. Pero en este caso el concepto de santidad no es algo
que parezca inaccesible al hombre, sino que en la lectura de hoy se propone específicamente no vengarse de nadie
de los que constituyen la comunidad de Israel; en esa comunidad, pues, se establece el concepto de prójimo; algo
que se antoja demasiado restringido para lo que hemos de oír de las palabras de Jesús.

I.2. No obstante, debemos reconocer que en el ámbito religioso-cultural de la época, supone para Israel una
aportación dignificadora frente a otros pueblos y otras culturas. El “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, desde
luego, es un hito humano y teológico, aunque quedará empequeñecido con lo que Jesús pide. El Dios de Israel, el
Dios creador del mundo, hubiera pedido algo más determinante, si no fuera porque son los hombres los que no
saben interpretar adecuadamente cuál es la anchura del corazón de Dios. Solamente Jesús se atreverá a dar un paso
mucho más decisivo y arriesgado interpretando a Dios como Padre que ama a todos sus hijos, aunque no sean de
Israel.

IIª Lectura: Iª Corintios (3,16-23): Cristo y la comunidad

II.1. En la segunda lectura vamos a concluir el tema de la sabiduría cristiana frente a la sabiduría del mundo que se
ha ido proponiendo todos estos domingos. Ahora, en una especie de diatriba, Pablo quiere decir algo importante a
la comunidad para que se percate de una vez por todas de la importancia de todo lo que les ha dicho en estos tres
capítulos. Con la imagen del templo, del templo nuevo, del templo del Espíritu, el apóstol quiere enmarcar de
nuevo, el principio de la sabiduría cristiana: si alguien en la comunidad, en la Iglesia, quiere ser considerado sabio,
que no le importe que lo consideren necio, como que no vale. Porque los criterios de la comunidad cristiana deben
ser distintos de los del mundo. Los que más valen, pues, no son los que triunfan en el mundo, porque el mundo
construye sus triunfos en lo que fenece.

II.2. Por eso vuelve a mencionar a los “líderes” por los cuales la comunidad se dividía (Pablo, Apolo, Cefas-Pedro). Y
por ello queda claro que todos los grandes y pequeños en la comunidad deben estar ante Cristo. De ahí podríamos
inferir que los de Cristo no constituían un grupo aparte en la comunidad. Cristo, justamente, es el que unifica
criterios, el que libera las ideas de todo el personalismo ególatra de la sabiduría de este mundo. Y por eso la
comunidad cristiana no debe adorar a personajes que deslumbren o a líderes que se posesionen para ellos mismos
de la verdad del evangelio. Esa verdad es de cada uno, sean más inteligentes o tenga una misión más determinada.
Porque el “cuerpo” de Cristo dignifica a todos aquellos que en el mundo no tendrían dignidad alguna.

Evangelio: Mateo (5,38-48): Frente a la violencia, el amor a los enemigos

III.1. El evangelio (Mateo 5,38-48) es, como hemos adelantado, un hito prodigioso de luz y solidaridad para la
humanidad. Nadie como Jesús se ha atrevido a hablar de esa forma y a jugarse la vida frente al odio del mundo y a
la venganza entre enemigos. Es lo más típico y determinado de Jesús de Nazaret; así se reconoce en todos los
ámbitos. Las antítesis veterotestamentarias, de las que sobresale la ley del talión, “ojo por ojo y diente por diente”,
no solamente quedan obsoletas, sino absolutamente anuladas en las propuestas de Jesús sobre el Reino. Las
palabras de Jesús sobre el amor a los enemigos están insinuando el texto de Lev 19,18, la primera lectura de hoy. Es
verdad que en el Antiguo Testamento, exactamente, no se dice “aborrecerás o odiarás a tu enemigo”, pero como
todos los que no son de la comunidad de Israel no pertenecen al pueblo de Dios, no había más que un paso para un
tipo de relación de enemistad. Es decir, pueden ser excluidos del amor del buen israelita los que no son prójimo, los
que no son de los nuestros. Aquí Jesús intenta poner el dedo sobre la llaga; pretende hablar y exigir que tengamos
los mismos sentimientos de Dios, porque El no tiene enemigos, nadie es extraño para El, a nadie niega la lluvia y el
sol. En las comunidades culturales-religiosas, como la de los esenios de Qumrán, se justifica más que sobradamente
el odio a los que no pertenecen a la comunidad de la luz. Esta actitud está reflejada en la postura de interpretación
religiosa de un judaísmo bien determinado. Jesús, pues, con estas antítesis, y principalmente con la última, quiere
incorporarnos a la “familia de Dios, del Dios como Padre”, y en Él no cabe odio alguno. Por lo mismo, el amor al
enemigo es la concreción más radical, por parte de Jesús, del amor al prójimo. No basta decir que el prójimo es el
que piensa como yo, quien es de los míos; el prójimo son todos los hijos de Dios, y ningún hombre o mujer están
excluidos de este derecho.

III.2. La quinta antítesis nos enfrenta a la no-violencia (5,38-42), teniendo como frontispicio la famosa ley del
talión: “ojo por ojo y diente por diente”. Las citas que están a la base de esta construcción tan particular y
heterogénea son Ex 21,24; Lev 24,20; Dt 19,21. Y el texto, en término generales, es de Q (así se refleja en Lc
6,27-36), aunque los añadidos de Mateo son también realmente inconfundibles (vv.38-39. 41). Lo que se pide
es tan extremo que muchos autores piensan que nos encontraríamos ante “dichos” auténticos de Jesús por el
“criterio de disimilitud”, es decir, que no pueden proceder ni del judaísmo ni de la comunidad cristiana,
sencillamente porque Jesús "va más allá" siempre, en lo que piensa y en lo que dice, del judaísmo y del
cristianismo primitivo; es más audaz, más profético y más arriesgado. Si la ley del talión había sido como un
protocolo de no excederse en el mal que se ha causado, como casi todo lo de la Torá, quedará “cumplido” siendo
más humano y más radical lo que se pide a un cristiano o a una comunidad cristiana. En el lenguaje popular la
expresión de “poner la otra mejilla” ya tiene visos de leyenda para muchos y, sin duda, así se vive porque nadie
está dispuesto a hacerlo. La bofetada en la “derecha” habla casi de infamia, del algo grave; de la misma manera
el dúo túnica-capa y el quitar-dar es dejar a alguien desnudo, sin protección, sin personalidad, sin ser uno
mismo. ¿Qué pretendía, pues Jesús con todo esto? Muchos se hacen esta pregunta y no encuentran fácil
respuesta. Pero la cosa es más sencilla que todo eso: se trata de radicalizar la renuncia a la violencia… y todo lo
demás podemos considerarlo como leyenda. Toda la comunidad cristiana debe saberlo y tenerlo en cuenta,
aunque esté pasando por momentos críticos de persecución (en el caso de Mateo podía ser así) y de
incomprensión. Estaríamos de acuerdo con el comentario de U. Luz, al respecto: “estos logia… tratan de causar
extrañeza, de sacudir, de protestar simbólicamente contra el círculo de la violencia”. Eso debe ser santo y seña
de los seguidores de Jesús, porque él lo vivió personalmente así y de esa manera debe comportarse ideal y
prácticamente una comunidad cristiana. Eso es lo que Jesús quiere que descubramos en el ámbito de la vida y
en este estilo se muestra la categoría del Reino de Dios predicado por él. Así se explica el credo cristiano del
rechazo a toda violencia, a la pena de muerte, a la respuesta de infamia y venganza por el mal que nos hayan
podido hacer. El asunto no deja lugar a cualquier resquicio que justifique violencia o venganza. Este es uno de
los aspectos más específicos del la verdad del Reino.

III.3. El amor a los enemigos (5,43-48) es la sexta y última antítesis de esa “plenitud” de la ley y los profetas que
enmarca todo el conglomerado de las antítesis. Es la cumbre de todas ellas y el cenit de la radicalidad con que
se pretendía esa plenitud de parte de Dios, revelado por Jesús. Así lo entiende Mateo quien sigue, no obstante,
el texto de Q (Lc 6,27.32-35) e incluso reformula Q (Lc Lc 6,36) en el v. 48 de nuestro texto de hoy. En realidad
el “odiarás a tu enemigo” no lo encontraremos en el AT, pero teniendo en cuenta que los que no son del pueblo
de Dios -para el judaísmo-, son pecadores, se entiende que se haya formulado de esta manera la exigencia de
contraste del amor a los enemigos.

III.4. Estamos ante lo que es la esencia y el paradigma de lo verdaderamente cristiano; no hay algo más
grandioso, más específico y más difícil de vivir que amar a quien nos odia, porque los enemigos son los que nos
odian. Todos los elementos formarles o lingüísticos son de categoría y de contraste: amar, enemigos, hacer el
bien, los que odian, bendecir, los que maldicen, orar, los que maltratan. Pero debemos tomar en consideración
que en medio de estas oposiciones el punto de referencia es “el Padre del cielo”, que es Dios. Esta antítesis no se
puede entender sin esa referencia capital. El ejemplo del sol y de la lluvia es de una creatividad sin igual, que
ningún humanista, filósofo o filántropo han podido imaginar. Hay que amar y perdonar a los enemigos, porque
el “Padre del cielo” lo da todo a todos, es decir, no tiene enemigos. En el caso de Mateo, debemos entender que
la “justicia” mayor que exige en el Sermón de la Montaña encuentra aquí toda su perfección. Es verdad que el
amor, o al menos, la actitud del trato digno y justo o afirmaciones aproximadas las encontramos en otras
religiones e incluso en círculos filosóficos o filantrópicos. Sin embargo, debemos reconocer que el amor a los
enemigos es decididamente cristiano y por ello se entiende que el “logion” sale de la boca de Jesús. No podía ser
de otra manera. Pero no es lo mismo la filía o simpatía a todos los hombres incluso a los que nos son hostiles;
en el mundo estoico nos encontramos con ciertas aproximaciones. Pero lo de Jesús va mucho más allá. No
debemos olvidar que se habla de amar (agapaô) que es mucho más intenso y definitivo.
III.5. ¿Es posible llegar a esta “justicia” tan perfecta? Lo que se nos dice en Mt 5,48 para rematar las antítesis es
una propuesta de imitación: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Sabemos que ese es el
sentido que tiene todo el sermón y las antítesis como elementos determinantes. Se nos pide que imitemos a
Dios y no debe ser de otra manera, aunque nunca podamos ser como Dios, como el Padre. La “imitatio Dei” es
un planteamiento de la moral religiosa en todo su sentido cultural de la época y casi siempre ha sido así. Para
Jesús, el modelo no puede ser sino Dios mismo, pero este como Padre. No obstante, la idea, tal como la formula
Lucas 6,36 “sed compasivos” o “misericordiosos” (οἰκτίρμονες) parece más conforme con lo que pudieron ser
las palabras de Jesús, más en conformidad con el mismo hecho de tratar a Dios como Padre y no simplemente
como Dios. Que a Dios se le considere perfecto es demasiado “jurídico” o “legal”; pero que a Dios-Padre se le
considere como fuente de compasión y misericordia y que debamos hacer y sentir como Él, es mucho más
entrañable y humano. Querer ser perfectos como Dios es imposible, aceptar ser compasivos y misericordiosos
como el Padre es lo propio de los seguidores de Jesús. En ese sentido no debemos tener miedo de tener a Dios,
al Dios Padre, como modelo de nuestra vida, de la misma manera que lo experimentó Jesús.

III.6. Se ha hablado mucho de la utopía del amor a los enemigos como un imposible. Es verdad que es una
propuesta “utópica”, porque está fuera de lo normal, de lo que la antropología y la psicología nos dictan e
incluso nos imponen. Pero si cambiáramos esta exigencia utópica del cristianismo toda caería por tierra. Si es
imposible para cada uno de nosotros aceptémoslo, pero no por ello ignoremos las palabras de Jesús que lo llevó
a la práctica, y de muchos seguidores. En todo caso, si es una utopía, se trata de una utopía irrenunciable que
debe practicarse con todas nuestras fuerzas, las que tengamos, las que sintamos… lo demás, lo podemos dejar
en las manos de Dios Padre que no ayudará a cambiar el corazón.

VIII DOMINGO
LA VERDAD DEL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA

Iª Lectura: Isaías (49,14-15): Dios y su amor como "madre"

I.1. Este poema materno sobre Sión es de mucho calado. De fondo sabemos que está la guerra, el abandono del
marido, quizás, aunque no sepamos la razón. Pero el profeta quiere levantar los ánimos y los corazones. Por eso
se representa a Dios como madre que sola, con sus hijos de Sión, abre sus entrañas maternas. Dios, con su amor
divino, se muestra de parte de Sión: no la ha abandonado, no puede olvidarse de ella. Sión es la ciudad santa y
sus hijos los hijos del Dios materno. Este es uno de los simbolismos proféticos (aunque lo podemos encontrar
en (Num 11,12).

I.2. Por eso mismo no deja de ser extraño que esta visión profética de Dios, como madre, no haya podido
mantenerse en el judaísmo por muchas razones evidentes: la exigencia, la pureza, la santidad por encima de
todo y la ley como única garantía. Para "una madre", para Dios en este caso todas esas cosas no serían nada
frente al verdadero amor divino. El profeta consuela así a su pueblo en medio de la destrucción. Si queremos es
una enseñanza de que los castigos de guerras no vienen de Dios de ninguna manera.

IIª Lectura: Iª Corintios (4,1-5): Los evangelistas son servidores de Dios

II.1. Ya a punto de concluir el conjunto sobre la "theologia crucis" en cuanto terapia espiritual frente a las
divisiones que se han podido enquistar en la comunidad, Pablo nos confiesa que él y los demás predicadores del
evangelio (puede estar refiriéndose a Apolo o a algunos otros) no son otras cosa que "ministros y servidores"
de Dios, del evangelio. Eso significa que quiere desmarcarse rotundamente de las divisiones, de las banderías;
no quiere cubrirse de gloria y ninguno de los predicadores lo deben hacer, aunque muchas veces la gente
identifica demasiado lo anunciado con el anunciador. Este es el peligro que se debe evitar por encima de todo.

II.2. Con un lenguaje recurrente a lo apocalíptico pide que por ello será juzgado y por eso no le importa el juicio
que sobre él se haga por algunos, quizás mal intencionados en este debate inocuo o mal planteado en algunos
círculos. Pide ser juzgado por el Señor y no por dimes y diretes de algunos. Apelando a su conciencia deja bien a
las claras que todo este debate ha podido ser "una cruz" para la comunidad y cada uno debe enmendarse a
conciencia, sin juicios falsos sobre los demás.

Evangelio: Mateo (6,24-34): Despegarse de lo material

III.1 El texto de Mt 6,24-34 es un conjunto de elementos que proceden del "evangelio" de Q, aunque como en su
caso en Lc (cf 11,34-36;16,13;12,22-32) intervienen otros factores formales y redacciones tomados del AT o
revelando un estilo más propio, para mostrarnos las palabras de Jesús en la actitud y las preocupaciones del
Reino que debemos tener. El texto y su significado, aceptémoslo en principio, es muy complejo y la crítica que
ha suscitado a las exigencias concretas que se exponen ha dado para libros enteros de ética y de moral. En un
mundo injusto, donde lo económico es casi todo, parece que no hay, para estas palabras de Jesús, o de los
cristianos de Q, más que problemas éticos. La vida humana tiende a asegurarse por encima de cualquier otra
cosa, pero nuestro texto propone algo que no es considerado como alternativa más que para los utópicos de
este mundo, que los hay y no precisa o exclusivamente cristianos. Desde el punto de vista de un científico social
estas palabras de Jesús destruirían el sistema social del mundo y no traería la justicia a los pobres.

III.2. Bien es verdad que debemos estar abiertos a toda crítica, pero el sentido de las palabras de Jesús es que no
podemos vivir el mensaje del reino obsesionados por lo económico o lo material y que ello debe traer la justicia
a la tierra ¿Es eso verdad? ¿Es posible? Las palabras de Jesús, con los arreglos de los itinerantes de Q que las
conservaron y la vivieron, sin duda, no pierden su sentido profético y radical. ¿Estamos ante invitaciones
sapienciales o escatológicas? Podríamos decir que los dos aspectos están presentes en nuestro texto. El
cristianismo primitivo estuvo encandilado porque pronto vendría el final y de ahí que no podría construirse un
mundo obsesionado por la riqueza, el poder o lo económico. Pero si descartáramos que esto ya no tiene sentido,
porque el fin del mundo y la plenitud del Reino no han llegado, entonces estas palabras mantienen su sabor de
sabiduría. Toda la preocupación por el “cuerpo”, es decir, por la vida de aquí, debe estar guiada con sabiduría y
prudencia.

III.3. ¿Son estas palabras para pobres que desean tener lo que otros poseen? Se ha dicho que como los
seguidores de Jesús, al igual que su maestro, salieron de entre los pobres y hambrientos y no poseían nada, son
advertencias para ellos y se les pone el ejemplo de los lirios y los pájaros. Algunos critican que esto es bucólico,
pero de ninguna manera justo. Entonces se podría creer que el movimiento del reino que Jesús suscitó empezó
haciendo de la necesidad social una virtud ética, es decir, negándose a aceptar la injusticia que experimentaban
como normal y aceptable incluso para Dios. Pero eso no quiere decir que por la renuncia al “reino de dominio”
se presente como alternativa el “reino del empobrecimiento y la miseria”. No es eso lo que se pide en estos
dichos, sino en no estar trastornados con lo que los dominadores imponen injustamente. Las explicaciones que
algunos han buscado en comparaciones entre el movimiento cínico y el movimiento de Jesús no tienen ya
sentido. En realidad estamos hablando de palabras proféticas con todo lo que ello suscita.

III.4. Mateo, pues, nos ha presentado este catecismo del “renuncia” con todas las consecuencias para la
comunidad y como uno de los signos de identidad del reino anunciado por Jesús. Es posible que podamos intuir
ciertos matices de grupos que han exigido esto de una forma muy particular. Los vv. 33-34 son un colofón muy
determinado y práctico: “el reino de Dios y su justicia” es una crítica al reino del de este mundo, es decir, el
reino del poder y el tener y de la injusticia. La renuncia a todo esto para el futuro, para el mañana, no es
simplemente una afirmación del “hoy” exclusivamente (aunque suene a sapiencial); el mañana traerá su afán.
Los planes para el futuro no están descartados, pues la urgencia del reino ya está presente y debemos saber
vivirlo e incluso esperarlo para el futuro. Es verdad que la trivialización de estos dichos ha dado para críticas al
pensamiento cristiano. Pero debemos decir que, por encima de esas críticas, el ser humano de hoy, tan
“planificado”, necesita la alternativa de lo real, de lo armonioso, de los lirios del campo y de las aves de cielo.
Necesita experimentar que hay planes que no están en nuestras manos y que confiar en la “Providencia”,
aunque sin la actitud de las manos cruzadas, es irrenunciable en la verdadera vida cristiana.

IX DOMINGO
LA EXPERIENCIA DE LA RELIGIÓN COMO GRACIA

Iª Lectura: Deuteronomio (11,18.26-32): Los mandamientos deben experimentarse como bendición y


no como maldición
I.1. Ya sabemos cómo las filacterias (tefilín, en hebreo) son llevadas por los judíos ortodoxos; ahora cuando van
al muro de las lamentaciones para orar (no las deben llevar los sábados y en las grandes fiestas, sino en los días
ordinarios). Y es de aquí y de textos como Ex 13,9.16;Dt 6,6 de donde procede esta tradición. Los varones,
cuando ya han llegado a la mayoría de edad a los 13 años y son "hijos del mandamiento" (por la ceremonia del
Bar Mitzva), están llamados a leer los mandamientos y a llevarlos a la práctica.

I.2. El problema es que esto se quede en lo externo, como sucede muy frecuentemente en el ámbito de toda
institución religiosa, por lo menos para judíos y cristianos. El texto del Deuteronomio, no obstante, nos invita a
otra cosa, a vivir los mandamientos de Dios como bendición. El peligro de una religión de la exterioridad ya no
seduce. Y debemos reconocer de que a pesar del v. 18, el texto de hoy quiere que vivamos una religión de
experiencia interior, de conciencia profunda: ahí es donde se entienden los mandamientos como bendición de
Dios para vivir en consecuencia, sin buscar "ídolos" que roben el corazón.

IIª Lectura: Romanos (3,21-28): La justicia salvífica de Dios

II.1. Henos aquí ante uno de los textos germinales de la carta a los Romanos y de la teología de Pablo. Con Rom
5 se abre una sección muy específica de esta carta paulina; una sección que llegará hasta el final de Rom 8, el
corazón de la misma. En nuestro texto, los términos de la "justicia" (dikaiosine) y de la "fe" (pistis) son
elementos angulares de esta sección primera. Se habla de la justicia divina que nos salva por medio de la fe que
ponemos en Cristo. Es la tesis decisiva del apóstol para proclamar el evangelio en el mundo pagano, sin
necesidad de recurrir a la ley del AT. Pero debemos hacer notar que los términos por sí mismos, es decir, hablar
de justicia y de fe, sin tener en cuenta a Cristo no serviría de nada. Pablo, pues, revoluciona su judaísmo hasta
los tuétanos: ya no es necesaria la ley para salvarse. Dios ha empezado un camino nuevo y decisivo para que la
gracia borre el pecado, puesto que el pecado domina el mundo y Dios no quiere otra cosa que la salvación de
toda la humanidad.

II.2. El apóstol implica, por igual a Dios y al Cristo en la iniciativa de la salvación. Entonces ¿qué puede hacer el
ser humano? Creer, o lo que es lo mismo, confiar en Cristo, en su palabra, en su vida, en su entrega amorosa. Y
aunque Pablo se ha valido de las expresiones sacrificiales (que muchas veces han empobrecido o desviado
teológicamente esta cuestión) de cómo Dios "ha entregado" a su Hijo a la muerte, la verdad de todo ello es que
se desmonta una concepción religiosa que deja todo a la iniciativa divina y a la misma "fidelidad de Jesús", tanto
a Dios como a sus hermanos los hombres. Así es como se expresa el apóstol que antes de su conversión había
confiado tanto en la ley. Eso, pues, significa cambiar la ley por la gracia como decisión divina, que él apoya en la
misma ley y en los profetas; es decir, en su manera de interpretar el AT y la religión de sus antepasados de una
forma nueva.

III. Evangelio: Mateo (7,21-27): El Reino y la voluntad de Dios

III.1. Nuestro texto tiene dos partes bien diferencias: 1) los vv. 21-23 y 2) los vv. 24-27. Aunque estamos frente
a un texto de Q (cf Lc 13,26 y especialmente Lc 6,47-49), reconoceremos inmediatamente que la primera parte
(vv. 21-23) tiene conexión con el juicio de la naciones de Mt 25, donde el Hijo del hombre aparece como juez de
las naciones. Lc 13,26 es una variante, desde luego, que nos presenta a itinerantes que comieron con Jesús, pero
el sentido escatológico es el mismo. En el caso de decir “Señor, Señor” y no hacer nada tiene un contexto previo
que se refería a los falsos profetas (“por sus frutos los conoceréis”), pero que ahora se aplica en general a la
comunidad y en este sentido lo debemos interpretar. Esto vale no solamente como criterio ético de
comportamiento, sino también como realidad personal que debe empapar la vida de los seguidores de Jesús. El
compromiso cristiano, como el de cualquier religión, es un imponderable. No se puede entender una religión
desde la pasividad del culto, o de la defensa ideológica de doctrinas que no llegan ni cambian el corazón. En ese
caso cualquier cristiano sería como uno de esos falsos profetas de los que nos habla el contexto de Mt 6.

III.2. A continuación, el texto de hoy, nos ofrece esa doble parábola de los cimientos: una en sentido positivo y la
otra en sentido negativo, o lo que es lo mismo edificar sobre roca y edificar sobre arena. Se piensa que el texto
de Mateo, más semítico en sus expresiones, podría estar más cerca del tenor original de las palabras de Jesús.
Tenemos ejemplos de este tipo entre los rabinos, en su aplicación de estudiar la Torá, la ley, y ponerla en
práctica en sus preceptos. En el caso de esta doble parábola del evangelio, conservada sin duda en los círculos
de Q, la referencia, es “mis palabras”, es decir, las de Jesús. Así se pone fin el famoso Sermón de la Montaña en
Mateo (lo mismo sucede en Lc 6,47-49 en el sermón del llano) y así cobra sentido esta parábola en su doble
versión de roca y arena. Esta conclusión, pues, viene como anillo al dedo para pasar del escuchar a Jesús a
actuar en la vida de cada día.

III.3. La ortopraxis del judaísmo se refleja en esta formulación, no cabe duda. En el ámbito de la comunidad
cristiana se asume de la misma manera, aunque ahora sabemos que ya no se trata de la ley y sus preceptos lo
que tenemos que poner en práctica, sino las palabras de Jesús e incluso el “imitar su vida” en el seguimiento.
Esta diferencia, en este caso, no se percibe tan claramente. Deberíamos pasar a Pablo para poder percatarnos
de esta divergencia y especialmente si tenemos en cuenta Rom 7 cuando desarrolla su tesis teológica y ética de
que la Ley solamente te exige su cumplimiento sin darte fuerzas ni permitir excusas. Por el contrario, en el
ámbito cristiano debemos contar con “la gracia” en el caso de que no se pueda poner en práctica lo que Dios
pide. Esa es la diferencia que, sin duda, debemos resaltar entre la ortopraxis judía y la ortopraxis cristiana. Y
aunque eso no rebaje la exigencia y el compromiso sí podemos afirmar que se ha dado un cambio decisivo en el
planteamiento religioso del cristianismo respecto del judaísmo; se ha dado a luz una nueva era, la de la gracia y
el don frente al mérito desproporcionado.

X DOMINGO
DIOS DE MISERICORDIA Y DE VIDA

Iª Lectura: Oseas (6,3-6): La experiencia (conocimiento) de Dios como vida

I.1. El profeta más delicado y sensitivo de todo el AT nos ofrece un oráculo que se nos presenta con todos los
afectos y desafectos con que el pueblo -en este caso el reino del Norte (Israel), aunque también se nombra al del sur
(Judá)-, responde a Dios. El profeta es el vigilante, la voz misma de Dios, que expresa lo que Dios quisiera, para que
pueblo responda. No forman parte de la lectura de hoy los vv. 1-2 de este hermoso capítulo, donde el juego de
palabras adquiere una dimensión de arrepentimiento y confianza y que fueron utilizados precisamente en la
tradición cristiana para fundamentar la resurrección de Jesús (volvamos al Señor, el nos hirió, el nos vendará; … al
tercer día nos restablecerá y viviremos.).

I.2. El profeta vive dentro de su alma la experiencia misma del pueblo, pero no menos, la de Dios. En realidad el
profeta se convierte en el calidoscopio de lo de Dios y lo del pueblo (Israel y Judá). Pero no deja de reconocer que
las cosas se hacen casi imposibles. Dios sí está dispuesto a todo, incluso a herirlos con la palabra del profeta o de los
profetas, pero el pueblo dice una cosa y hace otra: es como nube mañanera, como rocío que se evapora al alba. Sus
deseos de volver, de confiar en Dios, de convertirse. Están ahí, pero Dios espera inútilmente. En realidad es el
profeta quien siente todo esto y quisiera con toda el alma que el pueblo volviera a Dios; que dejase los dioses falsos,
los cultos cananeos y se enamorara de nuevo del Dios vivo y verdadero.

I.3. En efecto, para el profeta, Dios es como lluvia, como el sol para que esa lluvia llegue a florecer. Así lo invoca el
pueblo, pero el profeta sabe que después irán por ahí buscando dioses de la naturaleza o cosas así. La mística de
Oseas es otra: en Dios, en su experiencia viva y verdadera, está la vida, y los dones de la tierra son sus beneficios. Y
este Dios verdadero no quiere culto, ofrendas inútiles, frutos de la tierra, porque eso no le vale para nada.

I.4. Dios quiere lealtad, mejor, misericordia (hesed), no sacrificio; conocimiento (da´at , lo que preferimos entender
como "experiencia") de Dios, no holocaustos. Es esta una idea bien general de los profetas que han debido combatir
la religiosidad externa y poco entrañable de las tradiciones cultuales. El hesed, es el amor gratuito que se muestra
como donación del Dios que ama de verdad. Buscar a Dios debe ser algo más que una brisa mañanera. Debe ser una
lealtad perenne, en la medida de lo posible. Sobre este planteamiento se construye hoy el texto evangélico de
Mateo que leemos. Porque toda religión, todo culto, debe tener en su entraña misericordia y fidelidad. De lo
contrario a Dios no le interesa para nada la “religión” que los grupos hacen a su medida y a sus tradiciones.

IIª Lectura Romanos (4,18-25): La fe esperanzada de Abrahán

II.1. En la carta a los Romanos Pablo hace muchas afirmaciones fundamentales sobre la salvación que Dios ha
ofrecido a la humanidad por medio de Cristo. Esta salvación, que podemos apropiarnos por la fe, era una promesa
que Dios hizo a Abrahán. Por consiguiente, no es solamente para el pueblo judío, sino para todos los hombres. Por
eso se ve en la necesidad de justificarlo mediante textos fundamentales de la Escritura. En este caso Gn 17,5
(aunque estará bien tener muy presente todo Gn 17-18), y de alguna manera Gn 18,11. Es lo que técnicamente se
conoce como un midrash, un texto del AT leído e interpretado en un nuevo contexto y de una forma nueva. En Gn
17,5 se le da un nombre nuevo (Abram por Abrahán) para prometerle ser padre de multitudes. Y el nombre nuevo
en la Biblia significa una misión nueva.

II.2. Pero esto hay que creerlo: hay que confiarse en Dios con toda el alma y todo el corazón, ya que las cosas
parecen imposibles, porque Abrahán (con su nombre nuevo) ya era viejo y Sara también. Sin embargo, para Dios
nada hay imposible. Y es ahora cuando se lleva a cabo esta promesa: cuando todos los pueblos de la tierra, no
solamente los judíos, pueden beneficiarse de esta promesa de salvación que Dios ha ofrecido al padre del pueblo
elegido.

II.3. Eso significa, en esta nueva lectura, que la Ley ya no es válida para ser salvados por Dios. La Ley se queda
obsoleta, porque Dios quiere salvar de otra forma y de otra manera: quiere salvar por gracia. La Ley fue dada
algunos siglos más tarde que esta referencia del libro del Génesis. Esto lo expresará, quizás, mucho más
agudamente en el texto de Gál 3,6-29, donde aborda el mismo tema. La lectura midráshica es simple, casi trivial a
veces, pero verdaderamente concluyente. Ahora ha llegado el tiempo de la misericordia y ha pasado el tiempo de la
cólera divina que la Ley propiciaba (cf Rom 4,15).

II.4. Por consiguiente la enseñanza es determinante en este midrash sobre Gn 17,5: la fe en Dios es fuente de vida.
Es la fe que justifica. Creer es confiar en este Dios, como hizo Abrahán y es eso lo que se le pide a los hombres, que
de esta manera se hacen herederos de estas promesas por medio de Cristo. Según esta lectura, Abrahán -para
Pablo, es como un pagano, pues eso era-, encontró en Dios, por la fe, la justicia, la salvación, la bendición y la
promesa. Pues eso es lo que ahora se ofrece a todos los pueblos y a todos los hombres.

Evangelio (Mateo 9,9-13): Dios ofrece la salvación a los pecadores

III.1. El relato evangélico de hoy es común a los tres evangelios sinópticos (Mc 2,13-17; Lc 5, 27-32), lo que quiere
decir que la fuente es Marcos. Se han discutido varios aspectos, entre ellos si son dos escenas distintas: una sería la
llamada de Leví el de Alfeo, que en el texto de Mateo es justamente Mateo (se han dado varias explicaciones: que
son dos personas distintas; que se ha cambiado el nombre de Leví por el de Mateo por ser uno de los Doce; y la
tradicional, que identifica a Mateo con el discípulo y autor del evangelio). La otra cuestión distinta se refiere a la
comida con cobradores de tasas y pecadores, que sería una escena distinta de la llamada de Mateo a "seguir" a
Jesús. Pero estos aspectos no serán ahora decisivos para entender el sentido del relato.

III.2. El llamado, en nuestra escena Mateo, es invitado a seguir a Jesús. El seguimiento de Jesús es algo esencial en la
teología evangélica y algo muy importante para comprender la vida cristiana como "seguimiento". Pero lo curioso
es que el llamado es un "telonés", un cobrador de impuestos que era considerado como un pecador en la
mentalidad religiosa de la época. Tenían que colaborar con los romanos, los pecadores paganos, y estas personas
eran consideradas como despreciables. El que Jesús llame a seguirle a "pecadores" es algo descalificante de su
persona, de su Dios y de su mensaje. En la literatura rabínica había cuatro listas de ocupaciones que exponían a una
cierta degradación social. Las tres primeras en razón de que ponen al que las ejerce ante el peligro de ser
deshonesto, o porque son antiestéticas, o por el frecuente contacto con mujeres que supone dicha ocupación. Todas
estas ocupaciones eran tenidas como sospechosas de ser deshonestas. Pero en la cuarta ocupación (telonés) ya no
sólo se especulaba que pudieran ser deshonestos sino que la deshonestidad era tenida como la regla. Debido a ello,
no podían ser admitidos como testigos en los juicios, ni ser parte de las asambleas farisaicas y el arrepentimiento
no les era aceptado, a menos que restituyesen lo robado. Se discutía incluso hasta qué punto una casa se volvía
impura al entrar los cobradores de impuestos o los ladrones.

III.3. Pero nuestro texto se carga todavía más de atrevimiento (independientemente de que fueran dos escenas
distintas unidas por la tradición), porque a casa de Mateo han acudido "publicanos y pecadores". ¿Es que no había
otra gente para este momento tan particular de un banquete en el que se comparten tantas cosas? El momento y el
hecho deben ser verdaderamente intencionados. En Jesús, en efecto, se experimenta la oferta de salvación que Dios
hace a los hombres. En su actitud de mostrarse amigo de los despreciados, Jesús manifiesta la misericordia de Dios
que hace salir su sol sobre malos y buenos (Mt 5,45) para que, por medio de la experiencia de su amor, puedan ser
atraídos a la conversión.

III.4. Jesús no niega que ellos sean pecadores o que se encuentren mal, su amor no supone el engaño, sino que
construye sobre la verdad. Con el proverbio, que llama la atención sobre una verdad aceptada por todos pero a
veces olvidada o dejada de lado con negligencia, Jesús no deja espacio a sus oponentes para posteriores
argumentaciones. Con su respuesta Jesús armoniza Mt 9,12 con la cita de Is 8,17 ya que por medio de su presencia
en el banquete Jesús está cargando con las flaquezas y enfermedades de ellos, al amarlos gratuitamente y al asumir
los conflictos que por este amor hacia ellos tiene con los fariseos. El hombre hecho a imagen y semejanza de Dios
que es comunidad de amor, encuentra su salvación en una relación de amor. El hombre sano es el hombre
relacionado con Dios, con sus hermanos y con la creación.

III.5. La misión de Jesús para con los pecadores es convalidada aquí por medio de una cita de la escritura (Os 6,6)
por la que se presenta la opinión de Dios, y de este modo la actitud de los fariseos queda, implícitamente, como
contraria a la Escritura. Todo esto supone el dicho final "no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
Jesús no busca a sus seguidores solamente entre los pecadores o descreídos, pero debe invitarlos a ellos si de
verdad quería traer algo nuevo al mundo. Y eso, a su vez, implica que las palabras de Oseas tienen sentido en su
oferta del Reino.

XI Domingo
DE UN PUEBLO SAGRADO-SACERDOTAL A UN PUEBLO COMPADECIDO

Iª Lectura: Exodo (19,2-6): La Alianza

I.1. Esta es la introducción al famoso código de la Alianza (Ex 19-24). Nos presenta una teofanía (manifestación de
Dios) a Moisés que le va a comunicar sus decisiones más importantes y cultuales sobre el pueblo. Podría dar la
impresión que nos encontramos con una tradición de tipo sacerdotal, pero se dice que aquí están mezcladas varias
tradiciones del AT (J, E, L). Se defiende, en concreto, que estamos ante una tradición sagrada de Sinaí, preisraelita;
sin duda algo de esto debe haber. Estamos ante unos textos que pretenden mostrar una identidad y una relación:
la identidad de un pueblo que llega a convertirse en el confidente de Dios, que debe ser distinto de los demás
pueblos, aunque no necesariamente para alejarse de ellos, sino para ser intermediario del mismo Dios con la
humanidad. Por eso, Dios ha escogido a Israel y ha hecho Alianza con él, como hacían en la antigüedad los reyes y
emperadores. El concepto ALIANZA es el hilo dorado del AT y la clave de la teología y espiritualidad de la religión
de Israel. Esto no lo entendió siempre así Israel, pero se vieron obligados los profetas a recordárselo para
desmitificar y exigir muchas cosas a este pueblo y a esa religión. En realidad, la verdadera Alianza es una
desmitificación de lo sagrado, de lo santo, de externo, que exige relaciones más profundas entre Dios y los suyos.

I.2. El texto tiene una forma de presentar a Dios muy especial, como dueño y señor del pueblo que lo ha liberado de
la esclavitud de Egipto y, como un águila majestuosa (cf también Dt 32,11), lo ha llevado por el desierto hacia El. Es
como su presa, la que nadie le puede arrebatar. Se pone, como condición para no ser abandonado de nuevo en el
desierto, el que escuchen su voz y cumplan su Alianza (las estipulaciones y preceptos).

I.3. La Alianza es la quintaesencia de la identidad del pueblo de Dios, por la que pasa a ser propiedad particular
(segulah=posesión) de ese Dios, al que nadie podrá tocar. Todo eso se expresará con una fórmula que viene a ser
proverbial: «Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo» y será una constante en la revelación bíblica (Ex 6,
7; Lev. 26, 12; Dt 26, 16-19, 29, 12; 2Sam 7, 24; Jr 7, 23). Pero, sin embargo, por muchas razones y por infidelidades
manifiestas, en la historia religiosa israelita asistimos a la renovación de la alianza en los días mismos de Moisés
(Ex 34,10-28); en tiempos de Josué (Jos 8,30-35; 24,1-28); en tiempos de David (2Sam 7,8-16; 23,5) y de Salomón
(1 Re 8,14-29.52); sobre todo en el reinado del reformador Josías (2Re 11,17; 23,1-33), y en los tiempos de la
restauración posexílica (Neh 8,1-18). Pero las repetidas infidelidades del pueblo y los consiguientes castigos (2Re
17,7-23; 23,26-27; Jer 22,9; Ez 16,15-52) hacen que los profetas anuncien una alianza nueva (Is 42,6; 55,3; 59,21;
61,8; Jr 31,31-34; 32,40; Ez 16,62; 36,24-28; 37,26-27; Mal 3,1). Esto es determinante, y por ello muchos profetas
fueron rechazados. La Alianza, como la religión, no puede quedar petrificada, sino que debe ser algo vivo.

I.4. Por eso, el mito de un "reino de sacerdotes y una nación santa" no es profético. Los sacerdotes eran los que
estaban al servicio de la santo, y lo santo es lo intocable. Es, pues, una teología de lo sagrado, de lo alejado de los
otros pueblos y naciones. Y así, con el tiempo, fueron alejando también cada vez más a Dios hasta hacerlo
inaccesible e impenetrable. Dios es santo, separado, qadosh, y así querían los sacerdotes que fuera el pueblo en
cuanto "propiedad de Yahvé" (segulah). Pero sin duda que el Dios de la liberación de Egipto tenía para el futuro un
proyecto distinto, más humano, donde la santidad suya y la de su pueblo no implicara necesariamente "exilarse" de
la humanidad.

IIª Lectura: Romanos (5,6-11): muerte salvadora y reconciliadora

II.1. La IIª Lectura es uno de los textos más difíciles de esta carta de Pablo. Entre otras razones, porque los vv. 6-7
con que comienza la lectura de hoy plantea algunos problemas textuales que siempre han llamado la atención. Es
verdad que no podemos discutir ahora si tienen el tono paulino de los versículos anteriores y posteriores. Algunos
hablan de una glosa y eso se debe tener en cuenta. En todo caso intenta ser una explicación de por qué Cristo
entrega su vida por los pecadores que somos nosotros. Lo normal, en todo caso, es morir por una persona de bien.
Pero la humanidad se había apartado de Dios, estaba enferma, y Cristo ha querido dar su vida por nosotros. No ha
esperado a que la humanidad se convirtiera a Dios o fuera santa e intachable.

II.2. En la línea de las lecturas de hoy se podría poner de manifiesto que el pueblo de Dios no ha podido lograr
llegar a ser una nación sacerdotal y santa. Por el contrario, es el pecado el que se ha apoderado de este pueblo de
Alianza. ¿Qué sucederá entonces? Según una cierta teología moral veterotestamentaria Dios debería haber
destruido a este pueblo, eliminarlo de la faz del mundo y de la historia. Sin embargo, Dios no rompe su alianza y por
ello, la muerte de Cristo viene a ser la prueba del amor de Dios por nosotros, por los judíos y los paganos, según la
línea de pensamiento de San Pablo en la carta a los Romanos. La sangre de Cristo no debe interpretarse ya en la
necesidad sacrificial del culto veterotestamentario, sino que su sentido es otro: Cristo ha dado su vida para la
salvación y liberación de un nuevo pueblo.

II.3. En este contexto, pues, de Rom 5, se pone de manifiesto el amor de Dios como solución a la humanidad
perdida. Cristo nos ha reconciliado. El tema de la reconciliación (katallagê o katallassô) es una de las vertientes de
la teología paulina sobre la muerte redentora de Cristo, aunque no sea precisamente el más bíblico. Se reconcilian
los pueblos o las ciudades enemigas. De hecho, Pablo entiende su misión de apóstol y enviado de Dios con la tarea
de reconciliar (cf 2Cor 5,11-6,10). Lo más relevante es poner de manifiesto que en la reconciliación cristiana es
Dios quien toma la iniciativa a todos los efectos. Por lo mismo, al hablar de enemigos, no es Dios enemigo de la
humanidad, en todo caso sería la humanidad de Dios, aunque la expresión debe tener sus matices por el carácter
simbólico que se ha querido dar. Si se habla de enemigos, pues, quiere decir que la reconciliación trae paz, justicia,
fraternidad y comunión. Con ello se logra lo que la antigua Alianza no había conseguido, porque a Dios se le había
alejado de la humanidad enferma. Y es Cristo quien ha acercado verdaderamente a Dios y a la humanidad.

Evangelio: (Mateo 9,36-10,8): Misión compasiva

III.1. El evangelio nos ofrece el testimonio de la elección de los Doce y su misión, en la perspectiva de un nuevo
pueblo de la Alianza. Debemos notar una diferencia con la teología de la Iª Lectura donde la fuerza de la Alianza se
resolvía en la identidad de un pueblo de sacerdotes y apartado del mundo por la santidad. Jesús de Nazaret, el Hijo
de Dios, ha venido a dar un nuevo rostro más humano a este pueblo. Ya no es la teología de lo sagrado lo que
prevalece, sino la identidad de un pueblo sencillo, perdido, débil, sin pastores, sin santidad aparente. Para esto se
instituye a los "Doce", cuya misión no será apartarlos de los demás pueblos, sino curar sus heridas, sus miserias y
atender a sus necesidades más perentorias.

III.2. Y el verdadero modelo es el mismo Jesús que nos es presentado como el "pastor" que "se compadece" del
pueblo. Se usa un verbo de una gran trascendencia bíblica (splagnízomai), que indica el estremecimiento del seno
materno ante su hijo, actitud que nunca desaparece de una madre, incluso cuando ya su hijo se ha alejado de ella.
Esto, pues, habla a las claras del amor gratuito, activo y generoso de quien se siente parte del otro y sufre con el
otro. En Mateo, este verbo es utilizado varias veces (Mt 14,14; 15,32; 20,34; cf. 18,27) para hablar de la bondad y la
misericordia de Jesús que lo lleva a actuar para aliviar las miserias del pueblo. Actúa como pastor, pero se quiere
decir que actúa como una madre.

III.3. Por eso los "Doce", que son el signo de un nuevo pueblo que Jesús ha querido congregar, deberán ser
"pastores" que no hagan lo que los sacerdotes de la religión antigua hicieron: no se compadecieron del pueblo por
tal de poner a salvo la "santidad" de Yahvé. El pueblo está enfermo y necesita a una madre que tenga entrañas de
misericordia. Que cure las enfermedades, que ponga su seno materno donde crece la gratuidad y la cercanía del
Dios salvador. Porque es Dios mismo quien quiere presentarse así, como una madre más que como un Dios que
abusa de su santidad, de su lejanía, de su misterio.

III.4. Jesús se presenta como modelo para la misión, que Mateo proyecta extraordinariamente en el "discurso de la
misión" (Mt 10). Es verdad que este evangelio de Mateo se ha fijado expresamente, todavía, en el pueblo de Israel
(las ovejas perdidas de la casa de Israel). No obstante aquí ya están puestos los fundamentos de una misión menos
nacionalista, para que los Doce puedan llegar a todos los hombres, ya que el nuevo pueblo de Dios no puede estar
separado de los demás, sino que debe estar en comunión con todos los pueblos de la tierra. Desde luego, la
compasión de Jesús destruye, sin duda, el nacionalismo endógeno del pueblo de la Alianza. Con Jesús, pues, más
que del pueblo de la Alianza se debe hablar de la "humanidad compadecida".

XII Domingo
EL EVANGELIO CONFLICTO QUE SEDUCE

Iª Lectura: Jeremías (20,10-13): Profeta desde la soledad divina

I.1. La Iª Lectura, de Jeremías 20,10-13, forma parte de los famosos textos que se tienen como «confesiones de
Jeremías»; textos de experiencia en los que se muestra la lucha interna del hombre de Dios, del que está seducido
por El, ya que tiene que hablar y proclamar lo que nosotros no queremos oír. El profeta siente que los que no están
con él le acechan y están siempre seguros de que caerá; que los sencillos que le siguen se darán cuenta de que el
profeta les engaña: Este es el "sino" del verdadero profeta: nunca le concederán la razón. Es verdad que el profeta
ha sido fuerte, incluso ha hablado contra el templo (7,1-15) en un discurso que es una prefiguración de lo que diría
también Jesús.

I.2. Ahora, Jeremías experimenta que los poderosos, los que están en contra de su misión y su palabra, quieren
"quemar" al profeta. Pretenden "seducirlo" como un día Dios lo había seducido cuando era casi un joven. Es eso
mismo lo que pretenden los enemigos. Su vida ha sido un drama, no hay más que hacer un recorrido por su libro:
sufrimientos, marginación social y su soledad (cf. 15,10.17; 16,1-5), persecuciones y las acusaciones que soporta
(cf. 11,18-19; 20,10), azotes, torturas, cárcel y condena a muerte de parte de las autoridades (cf. 20,1-6; 26,11;
37,15-16; 38,1-13). Quieren hacer lo que Dios, pero para destruirlo y así el drama es más certero. De ahí que,
"seducción" por "seducción", el profeta prefiere la seducción divina que le quema el alma y las entrañas con
verdadero amor.

I.3. Por eso Jeremías, a pesar de saber que Dios le ha "arruinado" su vida normal o juvenil, prefiere a Dios; prefiere
ponerse en sus manos. Ese es el canto final de esta "confesión" dramática del alma. Es, sí, una lamentación de
Jeremías, aunque el texto acaba con una alabanza a Dios. Es una experiencia trágica de la que no se puede librar,
porque tiene que seguir siendo fiel a Dios y a los hombres. No puede decir o hablar como los falsos profetas. Se
queja a Dios de que lo haya elegido para esta tarea tan difícil y lo haya seducido (20,7). Y una vez seducido, vencido,
comprado, se queda con Dios y con su palabra que es lo que puede traer luz a la entraña de la tierra. Por eso la
pregunta para nosotros no puede ser otra que ¿se puede seguir persiguiendo a los profetas? Dios, no obstante,
suscitará otros como Jeremías.

II Lectura: Romanos (5,12-15) Cristo, el hombre nuevo que nos "restaura"

II.1. La Lectura de Romanos 5,12-15 es uno de los textos más asombrosos de San Pablo en los que durante mucho
tiempo se ha visto una afirmación rotunda del pecado original. Pablo está intentando hacer una lectura midráshica
del texto de Gn 1-3, pretendiendo comparar a la humanidad vieja y a la humanidad nueva. La vieja procedente de
Adán, la nueva liberada y salvada por Cristo. La actualización del texto de Génesis es muy simple, demasiado
simple, pero esa era la forma en que se hacía entonces. Intentaba poner de manifiesto que la muerte se explica por
el pecado, pero no ha de entenderse necesariamente la muerte en sentido biológico, sino como el "mysterium
mortis" que nos agarra la mente y el corazón. Se trata de la muerte que hay que llorar, pero también que hay que
saber "decir" y asumir. Podemos afirmar que es uno de los textos más difíciles de la carta a los Romanos sobre lo
que todavía hay mucho por decir y explicar.
II.2. Interpretamos hoy que en Adán no ha pecado toda la humanidad, según se tradujo al latín (la Vulgata) el texto
griego de Pablo; en Adán (ef ´ho=in quo). La construcción es difícil: no se debe leer "existe la muerte, porque en él
(Adán) todos pecaron", como interpretó San Agustín, siguiendo a la Vulgata. Preferimos, pues, "existe la muerte,
porque todos pecaron"; sería nuestra traducción libre del texto paulino. Es verdad que en el texto sagrado van muy
unidos la muerte y el pecado. Pero el pecado debe ser libre, participativo, no simplemente hereditario; el pecado
original, pues, debe personalizarse, es decir, debemos ser responsables de lo que hacemos malo. No se trata, pues,
de una herencia maldita, como tampoco la muerte biológica viene a serlo, a pesar que de esa forma se piensa en
muchos ámbitos humanos y religiosos.

II.3. Es verdad que existe un pecado original, y el «tipo» de ello es Adán (aunque Adán no es una persona concreta,
sino la humanidad vieja), pero de Pablo no se debería sacar en consecuencia una concepción biológico-hereditaria
del pecado y de la muerte. Sin duda que pecamos siguiendo el ejemplo de unos con otros, y en este sentido
seguimos el ejemplo de Adán (=la humanidad vieja) y el pecado nos asoma a la muerte como experiencia trágica,
tremenda y tenebrosa de enfrentarnos, a veces, con la realidad última de nuestra existencia. Pero frente a Adán
está Cristo que ha traído la gracia y la salvación. Estamos constantemente bajo el dominio del pecado, pero con la
salvación y la gracia de Cristo somos liberados del pecado y de la muerte sin sentido, porque ésta cobra un sentido
nuevo. Solamente en la acción salvadora de Dios en Cristo podemos salir del pecado original (=la humanidad vieja)
y ser criaturas nuevas.

Evangelio: Mateo (10,26-33): La verdad del evangelio no mata, libera

III.1. El evangelio de Mateo 10,26-33 viene a ser como una respuesta al texto que se lee en la Iª Lectura sobre las
confesiones de Jeremías. Allí podíamos sacar en consecuencia que, ante este tipo de experiencias proféticas, el
silencio de Dios puede llevar a un callejón sin salida. Ahora, la palabra de Jesús es radical: no temáis a los hombres
que lo único que pueden hacer es quitar la voz; pero incluso en el silencio de la muerte, la verdad no quedará
obscurecida. Esta es una sección que forma parte del discurso de misión de Jesús a sus discípulos según lo entiende
Mateo.

III.2. No es un texto cómodo, justamente porque la misión del evangelio debe enfrentarnos con los que quieren
callar la verdad, y es que la proclamación profética y con coraje del evangelio, da la medida de la libertad y de la
confianza en Dios. Cuando se habla de alternativa radical se entiende que hay que sufrir las consecuencias de
confiar en la verdad del evangelio de Jesús. Aunque la verdad no está para herir, ni para matar, ni siquiera para
condenar por principio, sino a "posteriori", es decir, cuando se niega la esencia de las cosas y del ser.

III.3. Se ha de tener muy presente, en la lectura del texto, que no es más importante el profeta que su mensaje, ni la
misión del evangelizador que el evangelio mismo. Por eso es muy pertinente la aclaración de: lo que "os digo en
secreto" -que es la "revelación" de la verdad del evangelio y del reino de Dios, mensaje fundamental de Jesús-, no lo
guardéis para vosotros. Eso es lo que se debe proclamar públicamente, porque los demás también deben
experimentarlo y conocerlo. No está todo en una adhesión personal, sino en el sentido "comunicativo". La dialéctica
entre secreto/proclamación no obedece a los parámetros de los "mass media", sino más bien a la simbología bíblica
de luz/tinieblas que se experimenta en la misma obra de la creación y transformación del caos primigenio. Es como
una autodonación, tal como Dios hizo al principio del mundo.

III.4. Tampoco está todo en hacer una lectura de la verdad del evangelio con carácter "expansivo", sino
transformador. De esa manera cobran sentido las palabras sobre los mensajeros, las dificultades de ser rechazados
y la exhortación a una "autoestima" cuando se lleva en el alma y en el corazón la fuerza de la verdad que ha de
trasformar el mundo y la historia. Jesús pronunció estas palabras recogidas por Mateo, en el discurso de misión,
sabiendo que el rechazo de los mensajeros estaba asegurado. Por eso se debe tener el "temple profético" para
dejarse seducir por Dios y no por el temor a los poderosos de este mundo. No se trata solamente de ser combativos,
dispuestos a la polémica, sino de creer en la verdad del evangelio que, no mata, sino que trasforma.

XIII Domingo
LA SOLIDARIDAD RADICAL Y HUMANA DEL EVANGELIO

Iª Lectura: 2 Reyes (4,8-11.14-16): El don de la acogida


I.1. La Iª Lectura del IIº Libro de los Reyes recoge un tradición muy común de la Biblia, en la que el profeta Eliseo le
concede a una mujer sunamita el que sea bendecida por un hijo. Es la felicidad mayor de toda mujer ser madre y el
profeta de Dios no puede concederle otra cosa, como sucedió con Sara, como sucedió con Ana la madre de Samuel y
como sucederá con Isabel, la madre del Bautista. En la Biblia siempre se ha interpretado la maternidad tardía como
una bendición, ya que las tradiciones populares religiosas consideraban la esterilidad como una maldición divina.
Eliseo, a diferencia de Elías, es un hombre de Dios menos carismático, aunque más taumaturgo o milagrero, cuyas
historias están recogidas para mostrar que Dios actúa siempre misteriosamente y contradiciendo lo que los
hombres piensan o proyectan al margen de Él.

I.2. El relato forma parte del ciclo especial de Eliseo, y verdaderamente habría que leer casi todo este c. 4 de 2Re
para completar toda la narración en la que se engrandece la figura taumatúrgica de discípulo del gran Elías. Porque
ese hijo que nace como don de la "acogida" que la sunamita ofrece al hombre de Dios, muere, para que todavía sea
engrandecido más el nombre de Dios y de su profeta, que ora a Él. Pero habría que resaltar más que otra cosa el
empeño y la confianza que esta mujer pone en aquél que le trae la "palabra de Dios". No desespera en la
adversidad, sino que busca confiadamente al "taumaturgo" para que le asista.

I.3. ¿Es verdadera confianza? o ¿verdadera religión? No podemos negar que estas cosas extraordinarias de la Biblia
quieren mostrar que Dios actúa misteriosamente en las historias más humanas. Aunque las "leyendas" no están
ausentes de estos relatos, cosas extraordinarias acontecen para nosotros y hay que saber interpretarlas. La mujer,
en el relato, ni siquiera había pedido un hijo. Pero es eso lo que le ofrece el "hombre de Dios", tal como ella llama a
Eliseo. Incluso rechaza que el profeta hable a favor de ella o de su marido al rey o al jefe de los ejércitos.

I.4. No necesitaba prestigio, porque ella dice que vivía feliz "entre los suyos". El relato, en su conjunto, intenta
engrandecer el poder de Eliseo. Pero es la mujer la que, en este caso, nos interesa escuchar y observar. Es ella la
que "acoge", la que lleva la iniciativa de construirle una pequeña morada al "hombre de Dios". Es ella la que rechaza
que el profeta interceda ante las autoridades, porque está contenta con lo que tiene y entre los de su clan. Pero
como a una verdadera mujer hebrea, le faltaba "ser madre". No expresa ella en el relato este deseo, sino que lo
interpreta o lo adivina el ayudante o discípulo del profeta, pero ese anhelo lo llevaba dentro de su corazón. Y es eso,
lo que "Dios" le concede; lo que no pide. Porque al final, este es el verdadero regalo de la "acogida" sincera del
hombre de Dios. Y en la Biblia, quien acoge a un "hombre de Dios", acoge a Dios mismo, como sucede en el
famosísimo relato de Gn 18,1-15 de Abrahán y Sara.

IIª Lectura: Romanos (6,3-4.8-11): El bautismo cristiano, no es papel mojado

II.1. El texto de Romanos 6 es una catequesis magistral de Pablo sobre el sentido y las consecuencias del bautismo
cristiano. Pablo ha venido planteando en los capítulos precedentes de esta carta el tema de la justificación, de la
salvación del pecador, por medio de la muerte de Cristo. Ahora quiere sacar consecuencias que esclarezcan la
misma praxis de la vida cristiana. Por ello va a partir del misterio del bautismo que lo presenta como un ser "co-
sepultados" con Cristo, un ser "co-crucificados" con Cristo y un ser "co-resucitados" en Él (verbos que se compone
con la partícula griega "syn").

II.2. Se piensa que aquí el apóstol ha podido usar cierta ideología de los ritos mistéricos de las religiones que
conocía. Es posible que en su lenguaje Pablo no pueda substraerse a ello. Pero en el fondo de toda esta catequesis
aparece una confesión de fe cristiana muy primitiva con la que se expresaba que la fe es una participación en la
vida de Cristo. Y es el bautismo, el sacramento de iniciación en el nombre de Jesús, donde se comienza este misterio
de solidaridad cristológica en su eficacia más significativa. El bautismo es una sepultura del hombre viejo, y un
símbolo que nos introduce en una vida nueva, la que Jesús nos ha ganado con su muerte y resurrección. Pero el
bautismo es el inicio, que debemos proseguir con la praxis de la fe.

II.3. Esta dimensión teológica de la fe es la que da sentido al mismo bautismo. No es el bautismo lo determinante,
sino la fe que nos lleva a vivir "co-sepultados" (abandonar el hombre viejo); a vivir "co-crucificados" (entregarse a
la causa de Jesús); a vivir "co-resucitados", es decir, en una vida nueva de amor y de esperanza; de compromiso y
de solidaridad con los hombres. Pero es, a su vez, una experiencia de victoria sobre el pecado. Porque aunque el
pecado nos acecha de muchas formas y maneras, debe haber, para el creyente, una confianza de victoria sobre el
mal estructural del mundo y sobre lo más personal de nuestro corazón.
Evangelio: Mateo (10,37-42): Las verdaderas radicalidades evangélicas

III.1. El evangelio de este domingo vuelve sobre el "discurso de misión". Mateo señala para su comunidad que ser
discípulo y seguidor de Jesús lleva consigo el vivir en conflicto. Perseverar en el discipulado supone romper ciertas
tradiciones que nos atan, hasta las más familiares. No se trata de romper afectos familiares, sino lazos que no nos
dejan libres. En un "crescendo" eficaz de la alternativa radical que se nos presenta en esta parte del discurso
misionero, se pone de manifiesto que cuando la familia nos impone sus criterios de amor o de odio, de intereses
mundanos o de herencia, el discípulo estará en conflicto. Pero Mateo pone de manifiesto que nadie puede estar por
encima del evangelio. Jesús, al pedir amarle a El más que a la familia, no está desestabilizándola; está proponiendo
una nueva forma de ser hijo, de ser padre o madre y de ser hermano. Estos dichos son famosos, porque algunos
discípulos itinerantes los llevaron hasta sus últimas consecuencias, como se refleja en el documento que le sirve a
Mateo (Documento Q) para elaborar estas enseñanzas.

III.2. El "seguimiento" de Jesús, en verdad, es algo que está lleno de "radicalidades". Las cosas radicales son aquellas
sin las cuales no es posible que nada subsista. El evangelio no podría ser el evangelio si se imponen a los discípulos
otros criterios distintos de autoridad y prestigio. Los "dichos" de Jesús recogidos en este discurso están expresados
semíticamente y pueden sonar a algo imposible: ¿es posible odiar al padre y a la madre por seguir a Jesús? ¡sería un
"contra-dios"! Pero quieren decir algo muy importante. Incluso sabemos que este tipo de "dichos" de Jesús sobre
aborrecer a la familia y llevar la cruz obedece a actitudes escatológicas de algunos grupos cristianos que fueron
más allá de lo que Jesús quería exigir.

III.3. Es una nueva propuesta en la que no se imponen o no se deben imponer imperiosamente los lazos de sangre,
el clan familiar, la cultura heredada, los criterios impositivos de los más fuertes o de lo que siempre se debe hacer.
El cristiano seguidor de Jesús, amante de la verdad del evangelio, debe amar al padre, a la madre, al hermano, pero
nunca debe, a causa de ellos, ceder al odio, al rencor, a la violencia, a la maldición. El cristiano está llamado a una
cadena mucho más grande de solidaridad, hasta dar de beber un vaso de agua a cualquiera, sea quien sea, incluso al
enemigo nuestro o de nuestra familia. Así es como debemos entender estas palabras del evangelio de la misión.

III.4. Tampoco es cuestión de "endulzar" las exigencias por el hecho de que se hayan expresado de una forma
semítica en que las que prevalecen los contrastes. Dicen lo que dicen y exigen lo que exigen: algo radical. Pero no se
entienda como algo radical por difícil o por imposible, sino por sentido y por coherencia. Se trata de algo vital,
porque si no hay raíces, no crece la vida. Eso es lo mismo que el amor a los enemigos: el evangelio no permite el
odio de ninguna de las maneras. Por tanto, cuando hay enemigos o nos los creamos en nuestra mente y en nuestro
corazón, estamos lejos de Jesús, de su causa del evangelio y de su Dios: cuando hay odio muere el evangelio.

III.5. De la misma manera, si seguimos a Jesús, debemos renunciar a nosotros mismos y a lo nuestro. Eso significa
lisa y llanamente "llevar su cruz". Pero ¡cuidado!: no veamos aquí solamente la renuncia total a la voluntad propia,
al honor, a la dicha terrena, recorriendo el duro camino de Jesús por el sendero señalado por Dios, lo que Jesús
exige de sus discípulos. Quien acepte el evangelio debe hacerlo por voluntad propia, por honor, y por disfrute
personal. Quien acepte estas radicalidades, no debe hacerlo en contra de su voluntad y de su libertad. Si fuera así,
ser cristiano, seguir a Jesús, sería un drama inhumano inaceptable. Si mi familia, mi clan, mi pueblo nacionalista, me
imponen los criterios de mi existencia, de mi libertad y de mi paz, entonces yo estoy con Jesús antes que con los
míos. Y ésta, y no otra, es la "cruz", entiendo, que debe llevar el discípulo.

XIV Domingo
EL DIOS DE JESÚS, DON DE GRATUIDAD

Iª Lectura: Zacarías (9,9-10): Las armas y los carros nunca traen la paz

I.1. La lectura del profeta Zacarías habla sobre la restauración de Israel, de Jerusalén, en razón del Mesías justo y
victorioso. El libro de profeta Zacarías es un conjunto de oráculos que, con toda seguridad, no pertenecen
solamente a un personaje, sino a una escuela profética que se ocupa de animar al pueblo. Es un caso parecido al de
Isaías. De hecho, podemos dividir el libro en dos parte, y es precisamente a partir del capítulo 9 cuando comienza la
segunda que supone una época y unas circunstancias distintas en el momento de la restauración y la vuelta del
destierro de Babilonia; esa segunda parte del libro puede ser, probablemente, del s. III a. C.
I.2. Casi la totalidad de Zac 9-14 tiene un tono escatológico, de influencias apocalípticas. Aquí se pone de manifiesto
como punto central a Sión, símbolo de unidad, de justicia y de paz. El oráculo propone la destrucción de los carros y
de las armas: ¡qué maravilla!, porque eso es también lo que necesitamos hoy. Ninguna guerra lleva a ninguna parte;
solamente siembra muerte y destrucción. Probablemente es un texto que nace en el horizonte de la conquista de
Palestina por parte de Alejandro Magno y sus generales, que es lo contrario de la propuesta del oráculo que ve en
lontananza un rey humilde.

I.3. Precisamente es la fuerza de la humildad con la que este rey destruirá los instrumentos de la guerra. ¿No es
posible la concordia y la paz? ¿Son necesarios los carros para que Jerusalén sea la ciudad de la paz? La entrada de
Jesús en Jerusalén fue descrita por los evangelistas bajo la inspiración de este texto. Sin embargo, las autoridades
judías no creyeron que viniera en son de paz. Querían preservar Jerusalén de la osadía del profeta pacífico y le
montaron un juicio político, entregándolo en manos de los romanos. Pero Jesús traía la paz en sus labios y en su
corazón. No destruyó el profeta galileo Jerusalén. Por el contrario, cuarenta años después, los que recurrieron a las
armas, los celotes y los que les siguieron, llevaron a Sión al desastre. Es una lección que no se debería olvidar hoy,
en que "Sión" se quiere defender con carros de combate o protegerla con un muro vergonzoso.

IIª Lectura: Romanos (8,9.11-13): Vida nueva en el Espíritu

II.1. Estamos ante uno de los textos más bellos, profundos y determinantes de esta famosa carta de San Pablo. El
apóstol, que ha destruido teológicamente la seguridad que los judíos o los judeo-cristianos ponen en la Ley para
vivir (Rom 7), traza la alternativa más desbordante para la vida cristiana: vivir según el Espíritu. Este canto es un
canto del Espíritu de liberación y de victoria frente a las situaciones trágicas del “yo” y de la ley (todas las
estructuras que nos atan). La redención cristiana se realiza por medio del Espíritu que es el que da sentido a
nuestra vida mientras vivimos aquí, y es el que nos garantiza la vida más allá de la muerte; porque de la misma
manera que por El se llevó a cabo la resurrección de Jesús, así sucederá con nosotros.

II.2. Es el texto más explícito de Pablo sobre la conexión entre resurrección y Espíritu y debemos profundizar en él,
ya que es un alarde de teología espiritual. La Ley nos muestra nuestros pecados, pero el Espíritu nos purifica, nos
salva, nos libera. La tensión carne-espíritu es manifiesta en nuestra vida, aunque no es necesario abusar del
dualismo del “yo” que hay en nosotros. Es una de las antítesis más famosas de la teología paulina (carne-espíritu), si
bien Pablo quiere resaltar que estamos en Cristo, somos de Cristo, si tenemos su "Espíritu". Es el que nos hará
pasar por la muerte, no para quedarnos en la nada, sino para tener la vida nueva que ahora ya tiene el Señor, que
ha sido "resucitado por el Espíritu".

II.3. ¿Quién tiene de verdad el Espíritu de Dios y de Cristo? En realidad quien no vive en su "yo" soberbio y carnal
que engendra muerte, es decir, el egoísmo puro. Porque cuando hablamos de "carnal" no se debe entender, sin más,
lo sexual, como muchos comunicadores cristianos defienden. La carne es el mundo contrario al Espíritu, a su
libertad, a su entrega, a su magnanimidad. Esto se explica bien en este texto de la carta a los Romanos si tenemos
en cuenta el capítulo precedente (Rom 7,17ss) en el que ha descrito el apóstol la incapacidad del "yo", es decir, de la
persona que solamente se mira a sí misma y vive en sí misma. La presencia del Espíritu en nosotros no puede ser
distinta de la que experimentó Cristo. Por tanto, vivir, ser habitados por el Espíritu, es sentir sobre uno mismo y
sobre Dios, lo que se nos ha de describir en el evangelio de hoy.

Evangelio: Mateo (11,25-30): El Dios de Jesús, un “padre” entrañable

III.1. El evangelio de este domingo es uno de los textos más hermosos del evangelio de Mateo, que no se prodiga
precisamente en el misterio de la gratuidad de Dios. Lucas 10,21, para introducir estas mismas expresiones,
(quiere ello decir que ambos evangelistas tienen una fuente común, la conocida como documento o evangelio Q),
ha recurrido a uno de sus elementos teológicos más notorios en su obra: estas palabras las pronuncia Jesús lleno
del Espíritu Santo. De esta manera, pues, se asumiría en la liturgia de hoy la fuerza y radicalidad del texto de la
carta a los Romanos. Por otra parte, también se ha visto en este texto evangélico el cumplimiento del oráculo de
Zacarías 9,9-10.

III.2. Se ha escrito y se ha hablado mucho del Dios de Jesús y cada generación ha de interrogarse sobre ello, porque
ese Dios hay que descubrirlo en el evangelio. En este caso podríamos aplicar ese famoso "criterio de disimilitud"
con el que los especialistas han tratado de fijar las palabras auténticas de la predicación de Jesús. Es verdad que
sobre este criterio se ha encarecido mucho y a veces las discusiones se extreman: lo que no es del judaísmo, o por el
contrario, de la comunidad primitiva, es de Jesús. Este texto de Q, sin duda, es de esos textos absolutos. Ni en el
judaísmo oficial se pensaba así de Dios, ni entre los primeros cristianos se lo hubieran imaginado tal como hoy
aparece en este texto de alabanza y acción de gracias de Jesús. Por tanto, tampoco se hubieran atrevido a poner en
boca de Jesús palabras como estas, tan audaces y determinantes. Con los retoques pertinentes que la tradición
siempre articula (aquí se usa páter, en griego, y no Abbâ, aunque se reconoce que los vv. 25-26 están recargados de
sustratos arameos), nos acercamos mucho a la experiencia más determinante que Jesús tenía de su Dios. Estamos
hablando de la experiencia humana de Jesús, del profeta, no debemos entenderlas, ni interpretarlas todavía, en
clave trinitaria.

III.3. Jesús, pues, rompiendo con toda clase de preconcepciones sobre Dios, sobre la religión, sobre la cercanía del
amor divino y de la gracia, reta a sus oyentes -aunque estas palabras las dirige a sus discípulos-, para que
definitivamente se echen en las manos de Dios. ¿Por qué? porque se trata de un Dios distinto de como se le había
concebido hasta ahora y, consiguientemente, de unas relaciones distintas con Él. No son los sabios, los poderosos, o
los que más saben, los que lo tienen más fácil para entender al Dios de Jesús. Esa es la primera lección, lo más
importante; aunque tampoco es una condena de la teología, de los teólogos o de los místicos. Pero es verdad que
Jesús quiere abrir el misterio de Dios a toda la gente y, especialmente, a los más alejados, incluso a los menos
"espiritualistas".

III.4. Es posible que esto le haya valido en la historia la acusación de que su Dios es un Dios de ignorantes y de
desgraciados de este mundo, como si Jesús lo hubiera creado desde un cierto resentimiento contra la sociedad de
su tiempo. Y la verdad es que tomando expresiones del filósofo Nietzsche, el que había predicho la muerte de Dios,
este Dios de Jesús es tan humano, que no lo soportan los espíritus soberbios, los que se creen con espíritu
prometeico. El instinto de Jesús para descubrir a Dios nos ofrece a todos la posibilidad de un Dios maravilloso,
humano y entrañable.

XV Domingo
La Palabra de Dios que conduce la historia

Iª Lectura: Isaías (55,10-11): La palabra profética, transforma la historia humana

I.1. El libro de Isaías, o mejor dicho, el Deuteroisaías (40-55), termina con un capítulo de altos contenidos
teológicos que podemos interpretarlo como «la fuerza de la palabra de Dios que cambia la historia», que hace
historia, que no se limita a los ámbitos espirituales, aunque estos son su ser natural. Efectivamente, el texto de la Iª
Lectura de hoy forma parte de ese capítulo del que hablamos; sus imágenes, los símbolos que se usan, ponen de
manifiesto esta teología sobre la fuerza de la palabra profética como Palabra de Dios. Lo que se quiere poner de
manifiesto es la dimensión creadora y transformadora de la Palabra de Dios.

I.2. Sabemos que los profetas de Israel y Judá han marcado la religiosidad de su época y por eso su mensaje sigue
siendo para nosotros un mensaje de alternativa. La Palabra de Dios que viene sobre el pueblo desencadena juicio y
salvación a la vez. En el texto de hoy nos encontramos con la singularidad de que la Palabra de Dios, como la lluvia
y la nieve, no vuelven a lo alto de vacío; así sucede con la Palabra de Dios que se hace presente por medio de sus
profetas. Los corazones, es decir, las personas, reciben lluvia y nieve espirituales de la palabra de los profetas que
interpretan la voluntad de Dios en la historia personal y comunitaria.

I.3. Eso no quiere decir que todos los acontecimientos de la historia están desencadenados por la Palabra de Dios, y
en eso deberemos tener cuidado para no caer en fundamentalismos; pero la Palabra divina salva, anima, consuela,
juzga las injusticias y a los poderosos. Esa palabra llega de muchas formas y maneras por medio de los que han
puesto su confianza en Dios. Y desde esa confianza y energía, Dios actúa en la historia. Por eso, el compromiso de
los que cuentan con Dios en sus vidas no debe reducirse al ámbito personal-espiritual. El mundo, la sociedad, las
instituciones de justicia y de altas decisiones no deberían hacer oídos sordos a los "profetas" de salvación y de
gracia.

IIª Lectura: Romanos (8,18-23): Una ecología teológica


II.1. La IIª Lectura nos muestra unos de esos textos que podemos llamar actualmente «ecológicos». Sabemos que la
ecología está siendo campo de batalla de numerosas ideologías contrapuestas y contradictorias. Pablo, con el
lenguaje de la apocalíptica, al que era tan cercano como buen judío, nos presenta la suerte del mundo, de la
creación, unida estrechamente a la suerte de los hombres y de su redención. No es un texto negativo, como a veces
le han reprochado. Ya Teilhard de Chardin había hecho una lectura muy positiva, no solamente válida, con su
“himno a la materia”, en la línea de la esperanza de redención de todo el universo. Este mundo de la creación no
puede estar llamado a lo obsoleto. San Pablo está usando el término ktisis, que viene a significar la creación, la
materia como misterio en el que subsistimos en este mundo.

II.2. La verdad es que, en este mundo, la obra de Dios es para el hombre, está en sus manos, pero ¿qué estamos
haciendo de este mundo nuestro? La creación también tiene que consumarse en la liberación; lo que ha formado
parte de nuestra historia, de nuestro ser, anhela gracia y salvación. Es verdad que para los que conciben el mundo y
la creación solamente como «naturaleza», esto es un antropomorfismo; pero, en todo caso, en nuestra redención
personal y comunitaria, el mundo, el arte, la música, el cielo, la tierra, el sol... todo adquirirá sentido, todo es anhelo
de dolores de parto para vivir en una armonía que está verdaderamente en las manos de Dios.

II.3. Es muy probable que detrás de este texto exista una reflexión teológica del mismo judaísmo sobre Gn 3 y las
consecuencias del pecado de la humanidad, del hombre creado a imagen y semejanza de Dios y las consecuencias
para el mundo. Pablo quiere hacer una lectura nueva desde Cristo. El pecado de la humanidad no queda solamente
en el ámbito de lo interior, sino que lo exterior, la naturaleza, se resiente si el hombre no sabe llevar a cabo la
misión que Dios le ha encomendado. Porque la humanidad está llamada a un estado de paz con la naturaleza, pero
cuando la humanidad se aleja del proyecto divino de justicia, de armonía, de paz, entonces, las guerras o la
acumulación de bienes de unos pocos se refleja en la misma naturaleza. La creación, no lo olvidemos, está ligada al
destino del hombre. Ahí está la fuerza argumentativa de la verdadera ecología teológica.

Evangelio: Mateo (13,1-23): La Palabra de Dios, semilla que engendra

III.1. La parábola del sembrador y su explicación abre estos domingos de lectura continua en los que se nos van a
presentar distintas parábolas, que Mateo concentra precisamente en el c. 13. Podemos decir también que esta es
una parábola ecológica, por sus símbolos. La semilla que cae en distintas tierras, que después se compara con
distintas actitudes, debe ser la Palabra de Dios que conduce nuestra historia, que crea una relación hermosa y llena
de sentido.

III.2. Cuando la historia no se contempla desde el horizonte de la Palabra de Dios, entonces todo se resiste a la
armonía, a la fraternidad, a la paz, e incluso a la calidad de vida digna para todos. En todo caso, Jesús, con su
parábola -ya que la explicación probablemente procede de la iglesia primitiva que era más timorata-, intentaba
decir que, pase lo que pase, la Palabra de Dios siempre produce fruto; basta acogerla desde nuestras posibilidades.
Unas veces producirá más y otras menos, pero siempre será luz de nuestra vida. Porque en esto de la luz, de la
gracia y de la salvación, la cantidad no cuenta de verdad.

III.3. Es muy probable que haya sido la iglesia posterior y su moralismo un tanto desmedido, la que se haya
propuesto acentuar eso de la cantidad como un perfeccionamiento anhelado, y así se refleja en la explicación de la
parábola, donde ya todo se centra en el campo que acoge, no en la semilla. Sin embargo, el profeta de Nazaret era
menos perfeccionista y quería trasmitir una confianza inaudita en la fuerza de Dios que nos llega por la palabra
profética y por la parábola profética del sembrador. El sembrador sabe que no todo lo que siembra se recoge al
final (eso lo saben todos los agricultores de entonces y de ahora), sino que siendo más realista, confía "en conjunto"
en la semilla que esparce, es decir, en la palabra que ilumina y que salva. Y no es que la "respuesta" humana a la
Palabra no tenga sentido o no sea absolutamente imprescindible, pero Jesús buscaba dar a entender que el mensaje
de Dios transforma los campos y da sentido a la siembra.

III.4. Cuando alguien solamente ha podido entregar el 20, o el 60 de su vida (incluso el 30 y el 40), Dios no lo
desprecia, sino que lo tiene muy en cuenta. Su amor a los hombres y mujeres que viven en este mundo no le hace
despreciar lo que su amor engendra, aunque sea una mínima parte de lo que debería haber sido. Porque para Jesús,
en este caso, se trataba de poner de manifiesto la fuerza de la semilla, de la palabra, del evangelio de vida. Porque
sin esa semilla, sin esa palabra de gracia y de buenas noticias, no hay manera de que los seres humanos se puedan
fiar de Dios y serle fieles. Jesús está sembrando, en esta parábola “el evangelio” frente a le Ley (la Torá). Con el
evangelio se entiende que la semilla es gracia; con la ley, lo que vale es la ”producción” en cantidades semejantes a
la inversión.

XVI Domingo
El Dios omnipotente, un Dios comprometido

Iª Lectura: Sabiduría (12,13.16-19): Un Dios justo e indulgente

I.1. La lectura, del libro de la Sabiduría, viene en el contexto de las afirmaciones sobre el monoteísmo de Israel
frente a los egipcios y los cananeos. Forma parte de una sección apologética sobre el único Dios al que merece la
pena otorgarle confianza, el Dios de Israel, que supera en poder y en amor a los dioses de los egipcios y los
cananeos. Sabemos que hoy no se plantea así el tema de Dios, por lo menos desde el punto de vista ecuménico. Pero
lo que vale en definitiva, como teología positiva, son las acciones de este Dios: El cuida de todo lo que existe y a
nadie tiene que demostrar que es justo. ¿Cómo? porque su fuerza, su poderío, está en la justicia, en la indulgencia,
en la benignidad. Esta última sección, pues, ilustra el monoteísmo de Israel frente a los dioses cananeos, porque
ellos (que no existen, que no son nada), admitían sacrificios de niños y de seres humanos.

I.2. El Dios de Israel, por el contrario, al otorgar a todos los hombres la dignidad de ser hijos, dignifica la misma
religión y condena con ello todo lo que no sea una religión de vida y de amor. Este sería el sentido actual de este
texto con el que conviene medirse para que aprendamos a hacer de la religión camino de vida y no de muerte.
Incluso los que no cuentan con Dios, por ateos o agnósticos, no deben temer, ya que Dios sí cuenta con ellos, con sus
valores y con sus compromisos, porque El es un Dios justo.

IIª Lectura: Romanos (8,26-27): El Espíritu, presencia en nuestra debilidad

II. 1. Por tercer domingo consecutivo, volvemos sobre la carta a los Romanos (8,26-27) y sobre el papel del Espíritu
en la vida cristiana. En este caso, Pablo afronta en dos versos preciosos una de las experiencias más grandes del ser
humano: la interiorización de la oración. El Espíritu que conoce nuestra debilidad, -al contrario de la Ley-, que sabe
hasta dónde podemos llegar y hasta dónde no, vive dentro de nosotros para poder acceder a la intimidad de Dios
para pedirle, rogarle y exponerle nuestras cosas, nuestras necesidades y nuestros anhelos.

II.2. Por eso, cuando Dios examina nuestro corazón no lo encuentra vacío, sino que allí el Espíritu se ha metido
hasta el fondo de nuestro ser. Esa simbiosis teológica es una de las afirmaciones más atrevidas de la teología
paulina y uno de los aportes más comprometidos. Por medio del Espíritu, pues, aprendemos, no solamente que
Dios nos ha creado, sino que no nos abandona nunca a la impotencia de nuestra debilidad. Por eso, el Dios de Jesús,
que es el Dios de Israel, es un Dios comprometido. El mismo Espíritu de Dios gime dentro de nosotros, sufre con
nosotros, anhela con nosotros la liberación. No estamos solos, sino que nos acompaña Dios con su Espíritu

II.3. Pablo no habla en este caso de experiencia extraordinaria del Espíritu que algunos buscan en dones
extraordinarios, como la "glosolalia" descrita en 1Cor 14. Se trata de esa presencia permanente del Espíritu de Dios
en nuestro espíritu personal, que nos acompaña, que nos conoce, que nos estimula. En el fondo es una presencia
continua de Dios en toda persona a la que siempre podemos recurrir, en todo momento. El Espíritu no está en
nosotros para pronunciar palabras irreconocibles o imposibles (como sucede en la famosa “glosolalia”), sino que es
un “paráclito”, protector y acompañante divino, que se hace humano en nuestra debilidad para impulsarnos hacia
Dios y hacia la felicidad.

Evangelio: (Mateo 13,24-43): La cizaña llama a la paciencia: ¡Dios no corta por lo sano!

III.1. El evangelio nos expone hoy la parábola de la cizaña que aparece en medio del trigo. Todos conocemos los
pormenores de esta narración: el vecino enemigo que siembra cizaña, que al principio se parece al trigo y luego lo
ahoga, como el mal ahoga frecuentemente al bien. Es una parábola de ingentes resortes psicológicos y de
experiencia; hasta un niño puede percatarse de la gravedad de lo que ha sucedido y de lo difícil que es tomar una
decisión. El dueño sabe que había dado buena semilla para sembrar, y desde el principio habla a sus servidores de
un enemigo. En realidad todo esto es secundario hasta llegar a la pregunta clave: ¿quieres que arranquemos la
cizaña?

III.2. Sabemos que Mateo suele alegorizar muchos las explicaciones de las parábolas que ha encontrado en la
tradición. En este caso conocemos por el Evangelio de Tomás (57) cómo pudo ser la parábola más primitiva que
pretendía llamar a la paciencia de los impacientes frente al mal o frente a los que son malos. Porque se trata de
hablar de Dios que no actúa como muchos fundamentalistas o apocalípticos quisieran. Dios tiene sus propios
caminos. Y la propuesta original de Jesús era precisamente la de imitar al hombre de la parábola, no la de esperar
para ver que en el "juicio final" los malos serán castigados. El sentido, pues, es bien distinto y debemos recuperar el
tenor de la parábola de Jesús.

III.3. Sorprende, desde luego, la seguridad del dueño, su paciencia, su confianza, diríamos que su benignidad y
justicia a la espera de los acontecimientos finales. Esta parábola, exclusiva de Mateo, no aparece en los otros
evangelistas. Sabemos, pues, que no es solamente Dios quien siembra, sino que hay otros que lo hacen. Pero lo
importante y decisivo es saber esperar. La moralización, en este caso, es importante: no hace falta ser duros como
el pedernal, fundamentalistas; al bien y a la bondad hay que darle sus oportunidades. Sólo cuando se tiene la
paciencia de Dios es posible acertar en los juicios, porque nuestro Dios es un Dios comprometido con todos sus
hijos.

III.4 No es razonable defender que el hombre solamente puede acceder a Dios cuando es perfecto; eso es puro
fundamentalismo y teológicamente es indefendible. En la religión evangélica planteada por Jesús, toda persona
tiene sus oportunidades desde sus experiencias de gracia y también de miseria. Esta parábola de la cizaña y el trigo
puede ser una descripción de nuestra propia vida personal. Sentirse alejado de Dios cuando en nosotros crece el
mal sería un suicidio espiritual que no se contempla en lo que pudo ser la parábola original de Jesús. Todos
sabemos que debemos dar cuenta de nuestra vida, pero la "paciencia" divina es un regalo que todos necesitamos.

III.5. Una religión no se mide por la enjundia de su “perfección”, sino por la entraña de su misericordia. No está
descartada la vocación a ser santos, pero la verdadera entraña de la religión de Jesús, de la relación con su Dios, es
que nunca perdamos la imagen de ser “hijos de Dios” y podamos acudir a Él en nuestras necesidades. No es posible
entender esta parábola sino en el contexto del judaísmo que Jesús vivió. En su teología oficial cabía la misericordia,
lo contrario sería denigrar la religión de los profetas… pero si esto es papel mojado, entonces todo venía a ser una
religión de “puros” y Dios sabe que esto no es posible. Así experimentó Jesús a Dios para trasmitirlo a todos y por
eso nos ofrece este mensaje en una parábola como ésta de la cizaña: la paciencia de Dios hace posible la conversión
y la fidelidad.

XVII Domingo
La Sabiduría del Evangelio

Iª Lectura: 1Reyes (3, 5.7-12): Sólo se es grande por la sabiduría

I.1. Dicen los especialistas que este c. 3 de 1º de los Reyes es un texto auténticamente "deuteronomista" que refleja
el pensamiento y la teología de esa escuela que habría de encargarse de redactar y poner los fundamentos
"espirituales" de la historia pura y dura -y a veces perversa-, del pueblo de Israel, de sus reyes y magistrados. Una
escuela llena de sabiduría y de carisma profético. Esta oración de Salomón en Gabaón, como un sueño, bien puede
ser el modelo teológico de la "reforma" que buscó dicha escuela que se amparaba en el libro del Deuteronomio.

I.2. La petición del Salomón del v. 9 es verdaderamente estimulante: "un corazón que escuche" (leb shomea), como
escuchan los sabios a Dios, para hacer justicia al pueblo. Recién elegido rey de Judá e Israel, los deuteronomistas
han sabido plasmar en la figura de Salomón lo que entonces necesitaba el pueblo y el reino. Después de las guerras
y batallas de David, era necesaria un "etapa de sabiduría" para atender al pueblo mismo, a los pequeños, a los
huérfanos y a las viudas. Porque un verdadero rey tiene su poder en esta sabiduría, que muchos reyes y
magistrados han despreciado.

I.3. Un corazón que escuche, es decir, sabio, para poder discernir entre lo malo y lo bueno. El sabio, sin duda, es
como el profeta que está abierto a la voz de Dios y a su voluntad. No es profeta el que anuncia el futuro como un
adivino que echa las cartas, sino quien sabe escuchar la voz o los silencios de Dios para entregarlo todo después a
los hombres. La escuela de la sabiduría es, como muy bien lo expresa nuestro texto, un "corazón escuchante", que
quiere aprender a impartir justicia y a conceder lo necesario a los que han sido desposeídos de casi todo.

IIª Lectura: Romanos (8,28-30): El designio de salvación divino para el hombre nuevo

II.1. El texto de la "predestinación", como se conoce esta pequeña perícopa del c. 8 de la carta a los Romanos se
presta a muchas lecturas y de hecho así ha sucedido a lo largo de la interpretación de esta carta paulina. Es un texto
que parece estar imbuido de un carácter bautismal para comentar el sentido de la elección que Dios hace de
aquellos que le aman. Quiere decir que probablemente se comentaba algo así a los bautizados que habían optado
por ser cristianos, es decir, semejantes al Hijo, a Cristo.

II.2. Pero ¿verdaderamente estamos predestinados unos y otros a la salvación o a la condenación? No olvidemos
que en el texto se está hablando única y exclusivamente del "designio" (próthesis) de Dios; pero Dios no tiene para
la humanidad más que un proyecto de salvación que ha revelado en su Hijo Jesucristo. Porque Cristo no ha venido a
otra cosa que a salvar a los hombres. En el mismo texto esto se expresa magistralmente en el sentido de que nos ha
predestinado a "ser semejantes a la imagen de su Hijo", que no es otra cosa que la "glorificación" (edóxasen). Esto
significa que Dios tiene sobre toda la humanidad el designio de lo que ha realizado ya en su Hijo: la resurrección, la
vida nueva, que se expresa mediante ese término de la "glorificación".

II.3. El uso de la forma verbal (proôrisein) indica que se trata del inalterable plan de salvación trazado por Dios en
favor de sus criaturas, gracias a la encarnación, muerte y resurrección de Jesús nuestro Salvador. El destino o la
suerte de cada uno o de los nuestros (el fatum para los romanos; para los griegos están los vocablos moira y
eimarmene) no es lo que está contemplado aquí directamente, aunque no podemos olvidar que para construir este
hermoso capítulo, Pablo ha debido estar en esa sintonía inculturada. Pero lo que nuestro texto expresa es el plan
salvador de Dios, en el que no quedan las cosas al azar, ni siquiera a un libre albedrío barato. Lo que se quiere
afirmar rotundamente es que Dios tiene un designio de glorificación del que nadie podría apartarlo («nadie podrá
apartarnos del amor de Dios», dirá al final Rom 8,39).

Evangelio: Mateo (13,44-52): El tesoro de la sabiduría del Reino

III.1. El texto evangélico de hoy es el final del c.13 de Mateo, el capítulo de las parábolas por antonomasia, en que
una y otra vez se compara el "Reino de los cielos" con las cosas de este mundo, de la tierra, del campo, de la cizaña.
En este caso, nos hemos de fijar en el tesoro del campo y la perla (vv. 44-46). Son como dos parábolas en una,
aunque pudieran ser independientes en su momento. Las dos parábolas, tras una introducción idéntica, narran el
descubrimiento de algo tan valioso que los protagonistas (un hombre cualquiera y un comerciante) no dudan ni un
instante en vender todo lo que tienen para adquirirlo; lo hallado es tan extraordinario que están dispuestos a
desprenderse de cuanto poseen con tal de apropiárselo. No todos los días tiene uno la suerte de descubrir un
tesoro o una perla de inmenso valor. Cualquier hombre sería feliz con un descubrimiento semejante. Por eso, haría
todo lo posible por obtenerlo, aunque para ello tuviera que pagar un alto precio. En las dos parábolas, los bienes
que poseen los protagonistas del relato, pocos o muchos, son suficientes para que con su totalidad puedan adquirir
lo que han encontrado. En ambos casos, el acento recae sobre el descubrimiento y sobre la decisión que toman los
dos protagonistas.

III.2. Efectivamente, la decisión que toman parece desproporcionada o, al menos, arriesgada. Pero hemos de
considerar que tienen una seguridad en esa decisión que les lleva hasta ese destino. ¿Es sabiduría o coraje
(parresía)? Las dos cosas. Los elementos secundarios de las narraciones -si entendemos que son dos-, no dejan de
tener sentido, aunque ya sabemos que en la interpretación de los parábolas no debemos exagerar o alegorizar cada
una de las cosas que aparecen. Bien es verdad que en la primera hay un elemento sorpresa, porque es como el
hombre que está en el campo, muy probablemente contratado, y encuentra el tesoro por casualidad. En el caso del
mercader que recorre los bazares, sin duda, que siempre espera encontrar algo extraordinario y por eso porfía.

III.3. Como en los dos casos la comparación es con el “reino de los cielos” (bien en el caso del tesoro, bien en el caso
del mercader) entonces el sentido no puede ser otro que este: cuando uno encuentra el Reino de Dios, bien porque
ha tenido la suerte inesperada de encontrarse un tesoro o bien porque lo iba buscando habiendo oído hablar de él,
entonces todo está en poner en marcha la sabiduría y el coraje de que uno es capaz, los cinco sentidos, arriesgarlo
todo, entregar todo lo que uno tiene, por ello.
III.4. ¿Es que el reino de Dios es un tesoro? Naturalmente que sí. Porque es el acontecimiento de un tiempo nuevo
de gracia y salvación, de felicidad y amor que Jesús ha predicado y que ha convertido en causa de su vida y de su
entrega. Por eso lo importante de estas dos parábolas es la decisión que toman ambos protagonistas y más todavía
la alegría de esta decisión en el caso de tesoro en el campo (extraña que el mercader de perlas no tenga esta
reacción primera, aunque sea la misma decisión). No he encontrado mejor conclusión que esta: «El Reino aparece
así como un don al alcance de todos, de los afortunados y de los inquietos, de los que sin buscarlo se lo encuentran
por casualidad y de los que lo descubren al final de una búsqueda. Para responder adecuadamente a ese don,
aceptándolo y haciéndolo suyo, el ser humano ha de estar convencido de que el Reino es lo más valioso que se le
puede ofrecer y, en consecuencia, ha de estar dispuesto a anteponerlo a cualquier otro bien» (cf. F. Camacho
Acosta, Las parábolas del tesoro y la perla, Isidorianum, 2002).

XVIII Domingo
Escuchadme y viviréis

Iª Lectura: Isaías (55,1-3), El Dios necesario de los profetas

I.1. La Iª Lectura, tomada del libro de Isaías nos muestra, con un estilo retórico, cálido y apasionado, las vivencias
del profeta del destierro, distinto del de los cc. 1-39. La situación es inconfundible y la grandeza de lo que se afirma
concuerda perfectamente con la situación desastrosa que, el llamado Deuteroisaías, quiere recomponer en nombre
del Dios de la historia, cuya palabra es poderosa para recrear nuevas situaciones. El «venid por agua todos los
sedientos» es toda una afirmación teológica que podemos entender fácilmente. El agua es fuente de vida, de
fertilidad, de prosperidad, de futuro. Hoy lo estamos valorando más que nunca por los problemas “ecológicos” que
sufre la humanidad entera y por la desertización que avanza por culpa del hombre y de su desprecio de la creación.

I.2. El profeta, con un sentido populista, ofrece los productos de primera necesidad; no son riquezas propias de la
calidad de vida, de la que tanto se habla hoy, y que conduce a tantas perversiones e injusticias; son riquezas de
base, de las del Tercer Mundo. El profeta presenta a Dios mismo, como un vendedor ambulante, como si hubiera
salido al desierto -se entiende del desierto de la vida-, a ofrecer «de balde» lo que es necesario para subsistir.
Sabemos que esto es simbólico y apunta a la alianza de Dios, a la palabra de Dios que es fuente de vida y trae una
alianza nueva. El pueblo, desconcertado por la ignominia de vivir alejado de Jerusalén y del Templo, busca en los
dioses babilónicos una seguridad; entonces el profeta hace aparecer a Dios como “ese ambulante” que lleva lo más
necesario a los que viven la experiencia del abandono.

II Lectura: Romanos (8,35.37-39): El Dios necesario del Apóstol

II.1. La carta a los Romanos sigue siendo el apoyo determinante de la IIª Lectura de estos domingos. Ya sabemos
que el c. 8 es una joya teológica, como un diamante, cuyos resplandores teológicos se muestran según hacemos
girar esa piedra preciosa. Es un himno con el que se pretende crear esperanza ante las situaciones adversas que
siempre acontecen en la historia humana. Este “himno al amor de Dios y de Cristo”, en realidad viene a concluir, no
solamente el c. 8 de Rom, sino toda una sección muy definitiva, concretamente Rom 5,1-8,30. Se puede hablar de
dos partes en este himno que tienen su significación precisa. 1ª) no hay condena para los que creen; ¿por qué? nos
preguntamos; 2ª) a causa del amor de Dios y de Cristo.

II.2. Como se ha dicho, este es uno de los textos más poderosos de Pablo, porque nos muestra la decisión
irrenunciable del amor de Dios, que lo ha mostrado, que no es solamente promesa de futuro, aunque siempre tiene
esa tensión de futuro. Ese amor se ha mostrado en Cristo Jesús y nadie podrá negarlo. La "lista de calamidades" que
se anteponen a ese final glorioso, son expresión de calamidades verdaderas y existenciales que padecemos y
padecerá siempre la humanidad; lo vemos cada día. Pero este es un himno contra toda calamidad, porque es un
himno del amor que Dios nos tiene. El Dios del apóstol no puede ser de otra manera que como a él se le ha revelado
en Cristo,

II.3. El hombre siempre ha buscado en los astros, en la magia y en los cultos mistéricos, explicaciones a todo lo que
le rodea. Pero las respuestas siempre dependen de afanes e intereses determinados. Podemos ahora también
preguntar por acontecimientos últimos y penúltimos que no nos explicamos. Nadie, sin embargo, puede apartarnos
del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Pablo quiere llevar a los cristianos ese convencimiento de la fe, en
que incluso, en la muerte, que es lo último que podemos vivir aquí las criaturas, Dios estará con nosotros, nunca
contra nosotros.

Evangelio: Mateo (14,12-21): La compasión "divina" de Jesús

III.1. El evangelio de Mateo nos relata la primera multiplicación de los panes, cuya tradición está bien arraigada en
los evangelios sinópticos. De alguna manera, en la perspectiva litúrgica de este domingo, la lectura de Is 55 quiere
ser como la introducción adecuada que nos conduce a la praxis de la oferta de Dios del agua y el pan, los bienes
necesarios para vivir. El relato de Mateo tiene algunas semejanzas con narraciones del Antiguo Testamento (2Re
4,1-7.42-44; Ex 16; Num 11), y el hecho de que sobren doce canastas de pan apuntaría a las doce tribus, a un nuevo
pueblo que es alimentado con un pan nuevo, ya que el evangelio de Mateo usa mucho las significaciones bíblicas del
pueblo de Israel.

III.2. Además, el relato de la multiplicación de los panes se transmite enmarcando palabras «eucarísticas»; por eso
vemos a Jesús «bendiciendo y partiendo el pan», porque esto que sucedió con la gente que siguió a Jesús,
consideran las primitivas tradiciones cristianas que se realizaba y se actualizaba en la eucaristía de la Iglesia, donde
todos son alimentados con el pan de vida. Y es que la eucaristía es el momento adecuado para vivir esta experiencia
tan significativa del evangelio.

III.3. El Dios necesario de Jesús es el que alimenta a su pueblo con la vida. El que viendo a las gentes necesitadas
hace ver lo extraordinario del compartir los dones que se poseen. El v.14 es verdaderamente sintomático, porque
nos habla de la "compasión" que Jesús siente y que le hace tomar la decisión irresistible de que lo poco que tienen
él y los discípulos deben entregarlo a la gente. Esta debe ser la clave interpretativa del texto, más que enviciarse en
explicar o dar sentido el aspecto "taumatúrgico" y al poder extraordinario de Jesús. Jesús quiere compartir lo poco
que tienen él y los suyos, y esto hace posible el "milagro" de que haya para todos. Estos "milagros" deberían
enseñarnos que también hoy esto es posible cuando hay compasión.

XIX Domingo
Dios se manifiesta y nos salva

Hoy podemos hablar a propósito de las lecturas, de la "manifestación divina", ya que la "voz de silencio" de la
experiencia de Elías y la presencia de Jesús ante sus discípulos angustiados, nos ofrece un mensaje de experiencia
religiosa, algo verdaderamente real, cuando se cree y se confía en Dios.

Iª Lectura: 1 Reyes (19,9a.11-13): El Silencio de Dios, siempre es palabra

I.1. Este texto de la experiencia de Elías en el Horeb (que es el Sinaí), es una "historia" religiosa llena de contenidos
místicos; probablemente una de las piezas maestras de la religiosidad de la Antigüedad, que nadie ha acertado a
explicar en todos sus pormenores literarios y narrativos. El miedo de Elías a la reina Jezabel que quería desplazar a
Yahvé por el Baal fenicio subyace en medio de una guerra de religión con todas sus consecuencias. Elías era un
yahvista de fondo y forma y no le queda más remedio que el destierro del reino del Norte, de Israel, donde se
estaba consumando una catástrofe.

I.2. Elías marcha en busca de Dios, lo busca con toda el alma y todo el corazón, porque el pueblo no quiere oponerse
con todas sus fuerzas a la tiranía de la reina. El profeta quiere ir a los orígenes, al Dios del Sinaí, de la Alianza, de los
mandamientos. Casi sin fuerzas, se refugia en una cueva lleno de miedo y se le anuncia el "paso" de Yahvé. Porque
Dios siempre pasa por la vida de las personas y de los pueblos, pero no lo hace de cualquier forma y manera.
También para Elías, un luchador yahvista, es necesaria una purificación.

I.3. Dios no aparecerá como lo esperaba el profeta: primero en un viento fuerte, después en un terremoto y
finalmente en el fuego. Pero allí no estaba Dios, dice el texto, con mucha intencionalidad. Esas son expresiones
simbólicas con las que se han arropado siempre las manifestaciones divinas en la antigüedad. Es toda una lección
que se debe aprender, quizás para dar a entender que Elías no puede luchar con estas mismas armas contra Jezabel
y su religión. Son elementos cósmicos, muy artificiales, que han dado de Dios una imagen de temblor y terror.
I.4. ¿Dónde está Dios? En el silencio. La famosa expresión hebrea "qol demaná daqá" ha dado pie a numerosas
lecturas e interpretaciones. Hay una voz (qol), pero en el "silencio profundo" o sutil, o imperceptible, como de seda.
Y es ahí donde Elías tiene que notar la presencia y la manifestación de Dios, en la brisa de su alma y de su corazón.
Ese silencio de noche oscura, que experimentan los místicos y los no místicos, es una presencia sencilla, humana y
entrañable de Dios que comparte, de verdad, nuestra existencia.

I.5. Perseguido y angustiado no puede exigir al Dios del Sinaí, de las epifanías cósmicas, que sea como el profeta
quiere que sea o como quieren muchos de los suyos. Dios está, se manifiesta, incluso en el infierno de muchas
noches y de muchas venganzas, para estar de lado de los que sufren y son malditos por los poderosos. Es verdad
que nos gustaría, que le gustaría a todo el mundo, que Dios fuera tan terrible como Jezabel para dar el merecido
que algunos se han ganado. Pero en la "voz de un silencio sutil" Dios es más Dios de verdad.

IIª Lectura: Romanos (9,1-5): Nuestros hermanos judíos

II.1. Pablo comienza, con este c. 9 de Romanos, uno de los momentos más abrumadores de su carrera apostólica, y
lo refleja en el conjunto de Rom 9-11. Hoy se nos lee únicamente lo que podemos llamar el "exordio" de todo ese
conjunto. La carta ha dejado bien a las claras su "evangelio" y sus radicalidades: nadie puede salvarse si no es por la
fe en Cristo que nos lleva a al amor de Dios. Por tanto, y en definitiva, porque Dios quiere salvarnos en su proyecto
amoroso.

II.2. ¿Qué sucederá con su pueblo que todavía espera salvarse por el cumplimiento de la ley? ¿No es acaso el pueblo
de las promesas, de los patriarcas, de la Alianza? Sin duda que sí, pero si quiere ser el verdadero pueblo de Dios,
tiene que aceptar a Dios verdaderamente. Tiene que cambiar y tiene que aceptar, como dirá más adelante Pablo,
que Cristo es el final (telos) de la ley (Rom 10,4). Se trata de una expresión que ha dado mucho que hablar y que se
ha usado maliciosamente con sentido “antisionista”.

II.3. Pero la verdad es que ahora sí que no se puede polemizar, con este texto en la mano, que tenemos los
cristianos actitudes "antisemitas". Porque Pablo, un judío de verdad, pone las cartas boca arriba. No se trata de un
juego, sino de decir la verdad sobre Dios y sobre la salvación. Dios quiere salvar a todos los hombres y no lo hará
con privilegios "semitas". Los cristianos nunca podrán olvidar que han conocido al Dios de la salvación por medio
de un judío como Jesús de Nazaret. Nunca deben olvidar que ese pueblo ha mantenido la antorcha religiosa por
mucho tiempo. Pero es el mismo Dios quien ha decidido otra cosa y esto es muy significativo.

II.4. Pablo plantea la "cuestión judía", al comienzo, con el deseo de ser condenado con tal de que su pueblo acepte a
Cristo. ¡Qué más se puede decir! ¡Quiere ser condenado con tal de que sean salvados los suyos! Pero no de
cualquier forma y manera. Es verdad que la retórica de sus expresiones asombra, pero en Pablo es todo un
sentimiento. También, como Elías, que tuvo que ver a Dios en "la voz del silencio", el pueblo judío está llamado a no
"exigirle" a Dios que lo salve, sino a dejarse salvar por amor. Su ley no les garantiza nada, porque Dios no salva por
cualquier cosa, sino porque ama.

Evangelio: Mateo (14,22-33): El Señor, luz en la noche

III.1. Con la lectura de este episodio de Mateo, la "marcha sobre las aguas", se evocan muchas cosas de las
experiencias de la resurrección. De hecho es muy fácil entender que este no es simplemente un episodio histórico
de la vida de Jesús y los suyos, sino que encierra experiencias pascuales. No hace falta más que poner atención en
las expresiones que se usan en esos momentos (cf. Mt 28,5.10; Jn 20,28), incluso en cómo se postran los discípulos
ante el Señor resucitado (Mt 28,9.17). Y es que, en la comunidad primitiva, no podía evocarse este momento de la
vida de Jesús sino como "Salvador" y "Señor", lo cual sucede especialmente a partir de la resurrección.

III.2. Es significativo que Jesús, después de la multiplicación de los panes, episodio inmediatamente anterior, se
retira a solas para orar y entrar en contacto con Dios en una experiencia muy personal y particular, que refleja muy
a las claras dónde recibe Jesús esa "fuerza" salvífica. Los discípulos, en la barca, están en sus faenas. Sabemos, se ha
dicho frecuentemente, que en el evangelio de Mateo esa barca representa a la comunidad, a la Iglesia, a la que el
evangelista quiere trasmitir este mensaje.
III.3. El hecho mismo de que Pedro represente un papel particular en este episodio, también habla de ese misterio
de la Iglesia, que necesita la fuerza y el coraje de su Señor. Pedro es en el evangelio de Mateo el primero de ese
grupo de los doce, de la Iglesia, que necesita buscar y encontrar al Señor por la fe. Incluso es representado con sus
debilidades. Porque la Iglesia en el NT no es el grupo de los perfectos, sino de los que necesitan constantemente fe y
salvación.

III.4 "Soy yo, no tengáis miedo", es una palabra salvadora, de resurrección. Ya hemos dicho que este relato está
envuelto en ese lenguaje en el que Jesús domina el tiempo y el espacio, las aguas y el fuego si fuera necesario. Es el
lenguaje teológico de la resurrección, cuando Jesús es confesado como Señor. Pero de la misma manera que Dios se
"manifestó" a Elías en el Horeb. Ante la desesperación de los suyos, no viene en medio del terremoto, sino
"caminando" sobre las aguas, que es como decir: "en la serenidad de la noche", en el "silencio" imperceptible y
cuando hace falta.

Tiempo Ordinario
XXI Domingo
La confesión de Pedro y la Sabiduría divina

Iª Lectura: Isaías (22,19-23): La autoridad de la justicia

I.1. La Iª Lectura se refiere probablemente a una serie de acontecimientos políticos y de la corte del rey Ezequías,
que tienen conexión, de alguna manera, con el momento en que Senaquerib, emperador de Asiria, invadió la tierra
santa (701 a. C.). Jerusalén estuvo a punto de caer, pero algo sucedió que impidió la conquista de la ciudad de Sión.
Se han dado distintas opiniones al respecto, siendo la más probable una rebelión de Babilonia… y esto era más
urgente que la caida de Jerusalén. El profeta Isaías siempre entendió que eso se debía a la acción de Dios que
conduce todos los momentos de la historia. El pueblo, sin embargo, parece que se lo agradeció más al rey que a
Dios. Todo esto se cuenta en 2Re 18-20. El reino quedó totalmente destruido, aunque Jerusalén no cayera en manos
asirias.

I.2. En este oráculo de hoy, bajo el simbolismo de las llaves, que aparecerá en el evangelio, se quiere mostrar la
actuación de Dios con el secretario Sobná, hombre rico y ambicioso, que se estaba construyendo un mausoleo que
escandaliza al profeta frente a la situación de tributos, injusticias y pobreza que vive el pueblo. El profeta anuncia
su destitución por Eliaquín, el mayordomo, que debía ser un hombre más consecuente con la situación posbélica.

I.3. El oráculo lo dice todo: un padre para el pueblo y en sus manos estarán las llaves del reino de David; era el
hombre de confianza que necesitaba Ezequías en aquellos momentos, quien fue un rey reformador. Con las llaves
se cierra y se abre. Será un administrador de justicia para un pueblo destrozado, donde los pobres son más pobres
y los ricos más ricos. Esa es la situación que debe cambiar. Quien tiene las llaves, debe saber que es el
administrador de Dios. Y que no tiene derecho a coartar libertades ni a permitir miserias.

II.ª Lectura: Romanos (11,33-36): Himno a la Sabiduría

II.1. El c. 11 de Romanos termina con un maravilloso himno a la sabiduría divina. Viene a cerrar los cc. 9-11, en los
que el apóstol se ha planteado en profundidad el misterio del pueblo de Israel, su destino, su futuro. Y esto lo hace
porque a través de toda la carta ha venido hablando de un pueblo nuevo, de una comunidad nueva, que no se
fundamenta en otra cosa que en la fe en Jesucristo, quien ha dado su vida por toda la humanidad. Pero Pablo era
judío, su raza no era determinante, pero en la lectura que hace del Antiguo Testamento lo ve como el pueblo que
recibió las promesas de Dios, con un papel histórico y teológico que no se puede olvidar. Con este himno, Pablo
concluye la parte doctrinal de la carta a los Romanos, y deja en manos del misterio de Dios, de su divina sabiduría,
el destino de su pueblo por el que siente una cierta fascinación.

II.2. Algunos apuntan a que Rom 11,33-36 sería el himno conclusivo de la parte doctrinal de la carta (Rom 1-11).
Pero no debemos olvidar la famosa y discutida doxología de Rom 16,25-27, también en forma de himno, que
algunos manuscritos desplazan a Rom 14,23 o a Rom 15,33 y que ha dado lugar a la polémica sobre la autenticidad
de Rom 16. ¿Pertenece Rom 16 a la carta dirigida a los Romanos? No es necesario entrar en esa discusión crítica de
manuscritos. Podemos suponer, pues, que piezas como éstas se creaban o recreaban en las comunidades paulinas,
para la liturgia, en las que no falta cierta influencia del judaísmo helenista. Pablo, por su parte, las aprovecha en
momentos bien señalados para cerrar o rematar ciertas ideas decisivas. Este es uno de ellos, porque debemos estar
de acuerdo que Rom 9-11 es una sección reflexionada y de largo alcance.

II.3. El himno pone de manifiesto algo que debemos tener muy presente. Desde luego, es un himno a Dios y nos
recuerda mucho lo que podemos leer en el libro de Job (35,7;41,1-3), es decir, la impotencia del hombre frente al
misterioso designio de la historia que no la podemos abarcar en profundidad, por muy alto que haya volado la
humanidad. Encontrarse con Dios es “un misterio” y nadie puede exigirle algo, porque nadie le ha dado nada. Al
contrario, todo lo hemos recibido de Él. Y resuena explícitamente la grandeza de la fidelidad de Dios al hombre, a la
humanidad entera, no solamente a Israel.

III.4. En Rom 9-11 ni Israel ni los paganos, que ahora forman parte del proyecto salvador, son los verdaderos
protagonistas de las afirmaciones y de los argumentos que se ponen sobre la mesa. Consideramos que el verdadero
protagonista es Dios que quiere salvar a todos los hombres sin que eso sea faltar a su fidelidad a la alianza con
Israel. No obstante, su fidelidad salvadora con Israel forma parte de este mismo proyecto. De ahí que este himno
final venga a ponerse en el centro de todo esta acción salvadora de Dios como una decisión de su sabiduría. Tanto
los paganos como Israel deben admirar la sabiduría divina. Las preguntas sapienciales de los vv. 34-35, inspiradas
en dos textos de la Escritura (Is 40,13; Job 41,3) son suficientemente elocuentes al respecto. Nadie puede ni debe
discutir la soberana libertad de Dios para salvar a todos los hombres y a Israel. Los pueblos han sido llamados a la
salvación porque Dios lo quiere así. Israel será salvado, porque Dios así lo ha decidido.

Evangelio: Mateo (16,13-20): Confesión de fe viva y verdadera

III.1. El evangelio de hoy es uno de los textos más específicos de la teología de este evangelista. El simbolismo de las
llaves, de atar y desatar, se aplica ahora a Pedro, el apóstol que habría de negar a Jesús. ¿De dónde nacen estas
palabras, cuyo fondo arameo es innegable? Mc 8,27-29 no contiene las palabras sobre las llaves, lo cual resulta
ciertamente extraño. Mateo nos ofrece una verdadera confesión de fe de Pedro en sentido pospascual y unas
palabras de Jesús otorgándole un poder precisamente por esa confesión de fe. Por lo tanto, ese poder, en lo que se
refiere a la comunidad de Mateo, tiene que ver con una promesa y función en la Iglesia. Este es uno de los textos
más discutidos en torno al «primado» de Pedro y sus sucesores.

III.2. El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de
Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras
sobre el “primado”. Es evidente que la tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la
sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el
sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que
significa “roca”. El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo,
no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo.
Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su
ministerio. Se seguirá discutiendo si las palabras de Jesús sobre la “piedra” se refieren a la persona de Pedro, o a la
confesión que Pedro proclama (no olvidemos que es una confesión pospascual en toda regla). Pero aquí se funda,
en la tradición católica, el primado y la misma “infalibilidad” papal. Pero ¿de qué valdría la "infalibilidad" si
solamente se tiene en cuenta lo doctrinal?, porque la doctrina cambia con el tiempo en expresiones y en
comprensión. Esta "vexata quaestio" no debería ser el fondo del texto de Mateo, sino precisamente la necesidad que
tenemos de vivir en la "comunión" de la fe que nos salva, más que en la afinidad doctrinal. La Iglesia, pues, no se
fundamenta sobre la doctrina, sino sobre la fe de Pedro, que es un misterio de confianza (emunah) en la palabra de
Jesús, quien nos ha revelado la salvación de Dios. Ni el mismo Pedro sería nada sin la confesión de su fe en Cristo e
Hijo de Dios (con todo lo que ello implica), ni la Iglesia tendría sentido sin el Cristo e Hijo de Dios confesado por
Pedro. Pedro, por ello, no está situado por encima de la Iglesia, sino que recibe esa misión y lleva a cabo ese servicio
en el seno de la misma comunidad a la que sirve con la confesión de su fe.

III.3. El texto de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes y no lo debemos ignorar.
Todavía en ello debemos tener grandes expectativas ecuménicas, con la esperanza de los pasos que hemos de
dar con las respectivas interpretaciones que corresponden a las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los
católicos siempre interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que
petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”.
¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay
muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de
Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos
parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de
pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una
confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.

III.4. Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las
de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias
de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego,
tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar
la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se
hace frecuentemente, sobre los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús, como si estas nos llevaran
directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega
de estas palabras es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos
ante la teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús histórico. Y eso sin
entrar en la discusión, hoy no tan relevante, de si las palabras del “tu es petrus” son una interpolación posterior
como defienden algunos especialistas.

III.5. Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a
las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En
Cristo, claro está (cf 1Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo,
no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios
que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los
sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este
tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma
metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los
que son recalcitrantes y rompen la comunión.

III.6. En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido
por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la “infalibilidad” doctrinal, sino al
servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la
interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que
afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeo-cristiana que
necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los
seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace
Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y
desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa.
Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro
tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.

XXI Domingo
La confesión de Pedro y la Sabiduría divina

Iª Lectura: Isaías (22,19-23): La autoridad de la justicia

I.1. La Iª Lectura se refiere probablemente a una serie de acontecimientos políticos y de la corte del rey Ezequías,
que tienen conexión, de alguna manera, con el momento en que Senaquerib, emperador de Asiria, invadió la tierra
santa (701 a. C.). Jerusalén estuvo a punto de caer, pero algo sucedió que impidió la conquista de la ciudad de Sión.
Se han dado distintas opiniones al respecto, siendo la más probable una rebelión de Babilonia… y esto era más
urgente que la caida de Jerusalén. El profeta Isaías siempre entendió que eso se debía a la acción de Dios que
conduce todos los momentos de la historia. El pueblo, sin embargo, parece que se lo agradeció más al rey que a
Dios. Todo esto se cuenta en 2Re 18-20. El reino quedó totalmente destruido, aunque Jerusalén no cayera en manos
asirias.
I.2. En este oráculo de hoy, bajo el simbolismo de las llaves, que aparecerá en el evangelio, se quiere mostrar la
actuación de Dios con el secretario Sobná, hombre rico y ambicioso, que se estaba construyendo un mausoleo que
escandaliza al profeta frente a la situación de tributos, injusticias y pobreza que vive el pueblo. El profeta anuncia
su destitución por Eliaquín, el mayordomo, que debía ser un hombre más consecuente con la situación posbélica.

I.3. El oráculo lo dice todo: un padre para el pueblo y en sus manos estarán las llaves del reino de David; era el
hombre de confianza que necesitaba Ezequías en aquellos momentos, quien fue un rey reformador. Con las llaves
se cierra y se abre. Será un administrador de justicia para un pueblo destrozado, donde los pobres son más pobres
y los ricos más ricos. Esa es la situación que debe cambiar. Quien tiene las llaves, debe saber que es el
administrador de Dios. Y que no tiene derecho a coartar libertades ni a permitir miserias.

II.ª Lectura: Romanos (11,33-36): Himno a la Sabiduría

II.1. El c. 11 de Romanos termina con un maravilloso himno a la sabiduría divina. Viene a cerrar los cc. 9-11, en los
que el apóstol se ha planteado en profundidad el misterio del pueblo de Israel, su destino, su futuro. Y esto lo hace
porque a través de toda la carta ha venido hablando de un pueblo nuevo, de una comunidad nueva, que no se
fundamenta en otra cosa que en la fe en Jesucristo, quien ha dado su vida por toda la humanidad. Pero Pablo era
judío, su raza no era determinante, pero en la lectura que hace del Antiguo Testamento lo ve como el pueblo que
recibió las promesas de Dios, con un papel histórico y teológico que no se puede olvidar. Con este himno, Pablo
concluye la parte doctrinal de la carta a los Romanos, y deja en manos del misterio de Dios, de su divina sabiduría,
el destino de su pueblo por el que siente una cierta fascinación.

II.2. Algunos apuntan a que Rom 11,33-36 sería el himno conclusivo de la parte doctrinal de la carta (Rom 1-11).
Pero no debemos olvidar la famosa y discutida doxología de Rom 16,25-27, también en forma de himno, que
algunos manuscritos desplazan a Rom 14,23 o a Rom 15,33 y que ha dado lugar a la polémica sobre la autenticidad
de Rom 16. ¿Pertenece Rom 16 a la carta dirigida a los Romanos? No es necesario entrar en esa discusión crítica de
manuscritos. Podemos suponer, pues, que piezas como éstas se creaban o recreaban en las comunidades paulinas,
para la liturgia, en las que no falta cierta influencia del judaísmo helenista. Pablo, por su parte, las aprovecha en
momentos bien señalados para cerrar o rematar ciertas ideas decisivas. Este es uno de ellos, porque debemos estar
de acuerdo que Rom 9-11 es una sección reflexionada y de largo alcance.

II.3. El himno pone de manifiesto algo que debemos tener muy presente. Desde luego, es un himno a Dios y nos
recuerda mucho lo que podemos leer en el libro de Job (35,7;41,1-3), es decir, la impotencia del hombre frente al
misterioso designio de la historia que no la podemos abarcar en profundidad, por muy alto que haya volado la
humanidad. Encontrarse con Dios es “un misterio” y nadie puede exigirle algo, porque nadie le ha dado nada. Al
contrario, todo lo hemos recibido de Él. Y resuena explícitamente la grandeza de la fidelidad de Dios al hombre, a la
humanidad entera, no solamente a Israel.

III.4. En Rom 9-11 ni Israel ni los paganos, que ahora forman parte del proyecto salvador, son los verdaderos
protagonistas de las afirmaciones y de los argumentos que se ponen sobre la mesa. Consideramos que el verdadero
protagonista es Dios que quiere salvar a todos los hombres sin que eso sea faltar a su fidelidad a la alianza con
Israel. No obstante, su fidelidad salvadora con Israel forma parte de este mismo proyecto. De ahí que este himno
final venga a ponerse en el centro de todo esta acción salvadora de Dios como una decisión de su sabiduría. Tanto
los paganos como Israel deben admirar la sabiduría divina. Las preguntas sapienciales de los vv. 34-35, inspiradas
en dos textos de la Escritura (Is 40,13; Job 41,3) son suficientemente elocuentes al respecto. Nadie puede ni debe
discutir la soberana libertad de Dios para salvar a todos los hombres y a Israel. Los pueblos han sido llamados a la
salvación porque Dios lo quiere así. Israel será salvado, porque Dios así lo ha decidido.

Evangelio: Mateo (16,13-20): Confesión de fe viva y verdadera

III.1. El evangelio de hoy es uno de los textos más específicos de la teología de este evangelista. El simbolismo de las
llaves, de atar y desatar, se aplica ahora a Pedro, el apóstol que habría de negar a Jesús. ¿De dónde nacen estas
palabras, cuyo fondo arameo es innegable? Mc 8,27-29 no contiene las palabras sobre las llaves, lo cual resulta
ciertamente extraño. Mateo nos ofrece una verdadera confesión de fe de Pedro en sentido pospascual y unas
palabras de Jesús otorgándole un poder precisamente por esa confesión de fe. Por lo tanto, ese poder, en lo que se
refiere a la comunidad de Mateo, tiene que ver con una promesa y función en la Iglesia. Este es uno de los textos
más discutidos en torno al «primado» de Pedro y sus sucesores.

III.2. El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de
Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras
sobre el “primado”. Es evidente que la tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la
sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el
sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que
significa “roca”. El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo,
no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo.
Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su
ministerio. Se seguirá discutiendo si las palabras de Jesús sobre la “piedra” se refieren a la persona de Pedro, o a la
confesión que Pedro proclama (no olvidemos que es una confesión pospascual en toda regla). Pero aquí se funda,
en la tradición católica, el primado y la misma “infalibilidad” papal. Pero ¿de qué valdría la "infalibilidad" si
solamente se tiene en cuenta lo doctrinal?, porque la doctrina cambia con el tiempo en expresiones y en
comprensión. Esta "vexata quaestio" no debería ser el fondo del texto de Mateo, sino precisamente la necesidad que
tenemos de vivir en la "comunión" de la fe que nos salva, más que en la afinidad doctrinal. La Iglesia, pues, no se
fundamenta sobre la doctrina, sino sobre la fe de Pedro, que es un misterio de confianza (emunah) en la palabra de
Jesús, quien nos ha revelado la salvación de Dios. Ni el mismo Pedro sería nada sin la confesión de su fe en Cristo e
Hijo de Dios (con todo lo que ello implica), ni la Iglesia tendría sentido sin el Cristo e Hijo de Dios confesado por
Pedro. Pedro, por ello, no está situado por encima de la Iglesia, sino que recibe esa misión y lleva a cabo ese servicio
en el seno de la misma comunidad a la que sirve con la confesión de su fe.

III.3. El texto de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes y no lo debemos ignorar.
Todavía en ello debemos tener grandes expectativas ecuménicas, con la esperanza de los pasos que hemos de
dar con las respectivas interpretaciones que corresponden a las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los
católicos siempre interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que
petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”.
¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay
muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de
Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos
parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de
pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una
confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.

III.4. Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las
de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias
de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego,
tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar
la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se
hace frecuentemente, sobre los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús, como si estas nos llevaran
directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega
de estas palabras es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos
ante la teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús histórico. Y eso sin
entrar en la discusión, hoy no tan relevante, de si las palabras del “tu es petrus” son una interpolación posterior
como defienden algunos especialistas.

III.5. Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a
las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En
Cristo, claro está (cf 1Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo,
no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios
que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los
sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este
tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma
metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los
que son recalcitrantes y rompen la comunión.
III.6. En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido
por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la “infalibilidad” doctrinal, sino al
servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la
interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que
afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeo-cristiana que
necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los
seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace
Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y
desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa.
Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro
tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.

XXII Domingo
El seguimiento de Jesús y la identidad crucificada

Iª Lectura: Jeremías (20,7-9): la seducción de Dios

I.1. La Iª Lectura de este domingo es la última y más famosa "confesión" del profeta Jeremías. Los textos de las
«confesiones» son verdaderamente reveladores de unas experiencias proféticas que determinan la psicología del
hombre de Dios, que escucha la palabra en su interior y no puede resistirse a callar (el conjunto de las mismas es
éste: Jr 11,18-23; 12,1-5; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,10-13.14-18). ¿Son palabra de Dios o sedimentación de
un diálogo radical entre el profeta y Dios? Mucho se ha discutido sobre ello. Pero en el texto de nuestra lectura
aparece la actitud provocativa de Dios que no le deja al profeta posibilidad de elegir: como una mujer violada por el
que es más fuerte. Uno de los verbos más famosos del lenguaje profético "seducir" (patáh) está presente en esta
confesión, que en el fondo, es un canto de amor inigualable a la "palabra de Dios". El profeta, confiesa, que él se dejó
seducir.

I.2. ¿Es Dios un seductor de personas? No olvidemos que los seducidos son siempre enamorados, apasionados,
fascinados. Todo esto sucede en la mente y en el corazón del profeta. En realidad, el profeta siente así a Dios: no
puede resistirse. Pero por mucho que quisiera hablar de Dios, de su proyecto, de sus planes, el pueblo busca otros
dioses y otros señores. En realidad es el profeta quien quiere seducir al pueblo con su Dios. El es el que lo tiene que
vivir primeramente en su corazón y anunciarlo al pueblo; y no siempre es posible que lo entiendan y que lo
acepten. La "palabra de Yahvé" lo ha herido, lo ha fecundado como a una madre y ya no puede olvidar el mensaje de
Dios, el juicio radical, pero especialmente el amor que Dios tiene al pueblo.

I.3. Jeremías analiza aquí las consecuencias de su vocación: el profeta no tiene esa vocación por capricho, porque le
guste, sino porque Dios se lo pide. Y el mensaje del profeta, que tiene que ver mucho con su vocación, no agrada a
los que buscan otros dioses y otros señores más caprichosos. Dios, que aparentemente calla, es como un fuego
devorador que inunda todo su ser. Es, desde luego, una experiencia psicológica, pero intensamente espiritual. Y así
se fragua verdaderamente la "pasión" del profeta. Está herido de amor, seducido y quiere que todos sientan lo que
él siente; pero es imposible. Los otros no se dejan vencer por el amor divino: quieren otras cosas, otros dioses,
otras inmediateces. Por ello, pues, no matemos a los profetas que nos son enviados.

IIª Lectura: Romanos (12,1-2): El discernimiento cristiano

II.1. El apóstol Pablo, ahora, comienza lo que se llama la parte parenética (de praxis) de la carta a los Romanos,
aquello que afecta al comportamiento de la vida cristiana, después de haber planteado a la comunidad de Roma la
alta teología del la justificación, de la redención, de la gracia, del bautismo y de los dones espirituales. Esta
exhortación se apoya en la misericordia de Dios (en este caso se usa el sustantivo oiktirmos), porque en toda la
carta y especialmente en los cc. 9-11 se ha querido plantear la salvación de todos los hombres desde la
misericordia divina. Dios no tiene otra razón para salvar a la humanidad que sus entrañas de misericordia. De la
misma manera, las interpelaciones a la actuación cristiana están motivadas en que Dios ha sido y es misericordioso
con nosotros.
II.2. Pide, primeramente, que dediquemos nuestra vida a Dios como ofrenda y sacrificio: ese debe ser el verdadero
culto. Pide discernimiento en medio de este mundo. El cristiano debe vivir en este mundo y debe amarlo, porque es
obra de Dios; pero debe tener la capacidad de discernimiento, que es algo interior, para no acomodarse a este
mundo en lo que podamos encontrar de perverso e inhumano. Debemos actuar siempre, pues, tratando de
discernir la voluntad de Dios. Cada uno desde su oficio, desde su misión en la vida, tiene que elegir los
compromisos cristianos que revelan la voluntad de Dios. Ese es el verdadero culto que califica como razonable
(logikos).

II.3. Se ha discutido mucho por qué Pablo ha usado este adjetivo, y no, en su caso, "espiritual" que sería más
adecuado. Desde luego, el culto divino debe ser razonable, no ciego; ni puro sentimentalismo, ni demasiado
estético: debe proceder de lo más valioso del hombre que es su inteligencia. Porque a veces los cultos, en el ámbito
de lo religioso-popular, pueden tener mucho de irracional. El culto a Dios debe estar enraizado en una vida con
sentido, hasta el punto de que eso es lo que debe transformar el mundo y la historia. Por tanto, el culto no aparece
aquí simplemente como "adoración", ya que Dios no la necesita como la necesitan los "dioses" que no son nada.
Pablo es sumamente razonable en su propuesta. El culto verdadero es hacer presente la voluntad de Dios, y la
voluntad de Dios es la felicidad de la humanidad.

Evangelio: Mateo (16,21-27): El seguimiento liberador de Jesús

III.1. El evangelio de hoy, de Mateo, es la continuación de lo que se nos narraba el domingo pasado sobre la
confesión de Pedro en Cesarea de Filipo. Las cosas cambian mucho desde aquella confesión de fe, aunque el texto
del evangelio las presenta sin solución de continuidad. Jesús comienza a anunciar lo que le lleva a Jerusalén y la
previsión de lo que allí ha de suceder, como le había sucedido a todos los profetas; como Jeremías, estaba decidido
a proclamar la Palabra de Dios por encima de todas las cosas. Jesús ve claro, porque a un profeta como él no se le
escapa nada, aunque la formulación de este anuncio de su pasión se haya formulado así, después de los
acontecimientos.

III.2. Pedro, como los otros discípulos, no estaba de acuerdo con Jesús, porque un Mesías no debía sufrir, según lo
que siempre se había enseñado en las tradiciones judías; eso desmontaba su visión mesiánica. Entonces recibe de
Jesús uno de los reproches más duros que hay en el evangelio: el Señor quiere decirle que tiene la misma
mentalidad de los hombres, de la teología de siempre, pero no piensa como Dios. Y entonces Jesús mirando a los
que le siguen les habla de la cruz, de nuestra propia cruz, la de nuestra vida, la de nuestras miserias, que debemos
saber llevarla, como él lleva su cruz de ser profeta del Reino hasta las última consecuencias. No es una llamada al
sufrimiento ciego, sino al seguimiento verdadero, el que da identidad a los que no se acomodan a los criterios de
este mundo.

III.3. Pedro quiere corregir al profeta con un mesianismo fácil, nacionalista, tradicional, religiosamente cómodo. Y
Jesús le exige que se comporte como verdadero discípulo. La expresión "detrás -opísô- de mí, Satanás", (vendría a
significa algo así como: “no estés detrás de mi como Satanás”) es decir, que no lleve la iniciativa de su vida. Es una
expresión que se puede traducir con toda la energía de un rechazo: “¡Vete! y no vengas conmigo como si fueras
Satanás”; “¡quítate de mi vista!”. Pero también ven algunos que el rechazo de Pedro “vete de mi vista” (hýpage:
expresión semejante a la de las tentaciones Mt 4,10), estaría “compensado” en este texto con una invitación a ir
detrás, a seguirle (el opísô moû). En la mentalidad de la época Satanás representa lo contrario del proyecto de Dios,
el Reino, predicado por Jesús, que es, a su vez, causa de su vida y de su entrega.

III.4. Jesús, en nombre de Dios, quiere llevar la iniciativa de su vida, de su entrega y caminar hasta Jerusalén. Y eso
es lo que pide también a sus discípulos: seguirle y que tomen la iniciativa de su propia vida (el texto dice, con razón,
"su cruz"). No es la cruz de Jesús la que hay que llevar, sino nuestra propia cruz. Jesús está decidido a llevar la
“cruz” del Reino de Dios como causa liberadora para el mundo. Pedro, y todos nosotros, estamos invitados a asumir
“nuestra cruz” en este proceso de identificación con la vida y la causa de Jesús. El reproche a Pedro, como si sus
ideas fueran las de Satanás, se explicitan en la expresión dialéctica “las cosas de Dios versus las cosas de los
hombres” (tà toû theoû allà tà tôn anthôpôn). Porque Pedro, al rechazar la “pasión” de quien consideraba el Mesías,
estaba mostrando los mismos intereses nacionalistas de la religiosidad judía de la época (esas son las ideas de los
hombres). La cruz de Jesús era llevar a cabo la voluntad de Dios con todas sus consecuencias (esas son las cosas de
Dios en el texto).
III.4. La identificación, en el texto, entre cruz y vida personal es indiscutible. La cruz es signo de lo ignominioso y de
crueldad para los hombres. Pero desde una perspectiva de “martirio”, de radicalidad y de consecuencia de vida, la
cruz es el signo de la libertad suprema. Lo fue para Jesús en su causa de Dios y de su Reino y los es para el cristiano
en su opción evangélica y sus consecuencias de vida. Y muchas veces, nuestra vida, es una cruz, sin duda. Pero se ha
de aseverar con firmeza que la vida cristiana no es estar llamados a "sacrificarse" tal como se entiende
ordinariamente, sino a ser felices en nuestra propia vida, que es un don de Dios y como tal hay que aceptarla. Y si
en esa vida no es oro todo lo que reluce, también hay que amarla y transformarla con decisión profética. No basta
con afirmar que el discípulo está llamado a sacrificarse y martirizarse como ideal supremo, porque tampoco Jesús
deseó y buscó su muerte en la cruz que le dieron, sino que le vino como consecuencia de una vida radicalmente de
amor y de entrega a los demás. Pues de la misma manera deben ser sus discípulos. El ideal supremo es amar la vida
como don de Dios y llevarla a plenitud. Pero por medio “está siempre Satanás” (expresión mítica, sin duda) que nos
aleja del don de la vida verdadera.

XXIII Domingo
La Comunidad como ámbito de perdón y de oración

Iª Lectura: Ezequiel (33,7-9): El profeta centinela de la palabra de Dios

I.1. La Iª Lectura forma parte de un texto que se enmarca en el recuerdo del asedio de Jerusalén por los babilonios y
posteriormente, ya Jerusalén destruida, el profeta promete un futuro mejor. No podía ser de otra manera para una
comunidad que analiza su situación y considera su responsabilidad. Pero es el mismo profeta quien se convierte en
centinela de esta situación y de esta llamada a la responsabilidad personal, con todas sus consecuencias. Ezequiel
es un profeta que goza de esta notoriedad teológica cuando defiende en su obra el sentido de que ya no es todo el
mundo responsable y todo el mundo culpable, sino que cada uno responde según sus obras y su actitud.

I.2. Un centinela, que guarda la ciudad, es la imagen hermosa de la lectura. Los demás pueden descansar, trabajar,
pero cuando escuchen la voz del centinela, todos deben acudir para salvar la ciudad, y si alguien no lo hace está
perdido; perdido personalmente. Dios es el guardián de Israel (según el salmo 121), pero necesita a los profetas
como centinelas para llamar y alertar. Y el pueblo mismo necesita a los centinelas, a los profetas, para que su vida
tenga sentido. La religión también los necesita. Por eso, una religión sin profetas está llamada a enquistarse en el
pasado y a morir. Este es el sentido profundo del texto de hoy. ¡Qué mal vienen siempre los profetas a una vida
estructurada y establecida en su propio sistema!

I.3. En el texto se perfila, pues, la misión del profeta, de un profeta verdadero: es el centinela de la fidelidad del
pueblo de la alianza. Debe cumplir con firmeza y fe la misión de comunicar la palabra de Dios en su integridad; sea
una palabra de esperanza o una palabra de juicio. Y el profeta, como cada uno de nosotros, es responsable de no
haber anunciado a todos la palabra de Dios, de haber callado. Por eso es tan difícil que un verdadero profeta guarde
silencio. Efectivamente se pone el acento en la responsabilidad de los que escuchan la palabra del profeta. Es
verdad que en este caso se debe considerar que es una llamada a la responsabilidad personal; pero sería lo mismo
en lo que se refiere a la responsabilidad comunitaria y social que está directamente asociada a pecados y
estructuras injustas.

IIª Lectura: Romanos (13,8-10): La felicidad de todos se resuelve en el amor

II.1. Seguimos con la parte exhortativa de la carta a los Romanos; por tanto, no es un texto doctrinal, sino
parenético. Pero no se trata de cualquier norma práctica, sino de lo que puede considerarse como la
"quintaesencia" de toda la moral, de todo compromiso, de todos los mandamientos, de la ley y de los preceptos. El
deber más importante que tiene todo cristiano es amar a Dios y al prójimo; en esto consiste la ley y los profetas; en
esto se resuelven todos los mandamientos. Y esto se toma de uno de los decálogos del AT, concretamente de Dt
15,17-21. Y todos estos mandamientos se resumen en uno (reductio in unum), citando Lv 19,18b: amarás a tu
prójimo, como te amas a ti mismo. Es muy posible que aquí se esté pensando en lo complicado de todos los
preceptos de la ley mosaica, unos 613; por tanto, mejor tirar por la calle del medio: todo se reduce a amar a los
otros tal como nosotros queremos ser amados. No es una simplificación, ni la discusión del famoso cumplimiento
(kelal) que entretenía a los rabinos… sino de una propuesta fundamental en la moral y en la praxis cristiana.
II.2. Pero también es muy importante tener en cuenta que el prójimo, en el ámbito de la Nueva Alianza, no son los
que tienen la misma religión o piensan como nosotros, sino todos los hombres. El amor es la única virtud que
integra a los enemigos. Dios no los tiene, porque ama a todos los hombres. Esta es la norma de vida que Pablo
propone para todo cristiano y que debía ser la de todos los hombres. En esta síntesis breve, Pablo nos presenta
toda la praxis de los que han aprendido a ser cristianos en razón de aceptar la gracia salvadora de Dios.

Evangelio. Mateo (18,15-20): La comunidad como experiencia de perdón y oración

III.1. El evangelio de hoy forma parte de uno de los discursos más significativos del primer evangelio. Mateo se
caracteriza por una narración de la actuación de Jesús que viene alentada por una serie de discursos. En este caso,
nos encontramos con el llamado «discurso eclesiológico» (c. 18) porque se contemplan en él las normas de
comportamiento básicas de una comunidad cristiana: perdón, comprensión, solidaridad. Hoy aparece lo que se ha
llamado la corrección fraterna, el tema del perdón de los pecados en el seno de la comunidad, y el valor de la
oración común.

III.2. La corrección fraterna es muy importante, porque todos somos pecadores, y tenemos un cierto derecho a
nuestra intimidad. Pero se trata de pecados graves que afectan a la comunión, y para ello se debe seguir una praxis
de admonición, con necesidad de testigos, para que nadie sea expulsado de la comunidad sin una verdadera
pedagogía de caridad y de comprensión. El poder de «atar y desatar», que en Mt 16 (hace dos domingos) se
confería a Pedro, completa lo que allí se dijo: es en la comunidad donde tiene todo sentido el perdón de los pecados.
Eso exige dar oportunidades, para que no sea el puritanismo lo específico de una comunidad, como muchas lo han
pretendido a lo largo de la historia de la Iglesia. ¡No! No es el puritanismo lo esencial, aunque nuestro texto se
resiente de ello, sino ofrecer a los que se han equivocado, incluso ofendiendo a la comunidad, la oportunidad nueva
de integrarse solidaria y fraternalmente en ella. Si leemos el texto en clave disciplinar y jurídica, entonces
habremos rebajado mucho el valor evangélico de la comunidad.

III.3. De la misma manera, la oración común enriquece sobremanera nuestra oración personal. Eso no excluye la
necesidad de que tengamos experiencias de perdón y de oración personales, pero hay más sentido cuando todo
ello se integra en la comunidad. La religión enriquece la dimensión social de la persona humana. Sin duda que estos
aspectos tienen otros matices e interpretaciones, pero la dimensión comunitaria es la más rica en consecuencias.

Tiempo Ordinario
XXIV Domingo
El misterio del perdón sin medida

Iª Lectura: Eclesiástico (27,33-28,9): En la venganza no hay religión

I.1. El libro del Eclesiástico, cuyo autor hebreo se conoce como el Sirácida es una obra monumental, de tal manera
que la Vulgata lo llamó por ello «eclesiástico», por su amplitud de temas sapienciales, catequéticos, teológicos.
Durante siglos solamente se conoció el texto griego, hasta que paulatinamente, primero en una antigua sinagoga
del El Cairo, y después en Qumrán y en Massada, ha ido apareciendo el texto hebreo y se ha reconstruido en su
totalidad. Es, probablemente, del s. II a. C. La lectura de hoy se toma de una parte en la que aparece una serie de
sentencias sapienciales, que en realidad es una exhortación al perdón. El rencor y la ira, que son pasiones humanas,
las atribuye el autor a los pecadores.

I.2. Quizás la afirmación es muy fuerte, pero debe hacernos pensar. Ello lleva a la venganza, y la venganza es una
cosa que abomina el Señor. Estas ideas «sapienciales» superan ya con creces la famosa ley del talión de «ojo por ojo
y diente por diente», si bien es verdad que esa ley debe interpretarse en su contexto. Es un texto bíblico, pues, que
invita a la misericordia, porque con ello imitamos a Dios. De esta manera, desde las ideas de sabiduría, se prepara
precisamente la predicación de Jesús sobre el perdón de los pecados y sobre la misericordia de Dios. Y es que quien
sabe perdonar, se aproxima entrañablemente a la grandeza de Dios.

I.3. Por lo mismo, quien no quiere perdonar, quien se obsesiona en la venganza no puede pensar que sea sabio y
religioso. Esto se infiere claramente de este texto sapiencial que encierra tantos quilates de sabiduría humana y
religiosa. Porque el sabio, en todo momento, pone a Dios por medio. ¿Cómo es posible que alguien se considere
verdaderamente religioso cuando experimenta rencor y odio? Esta es la verdadera vara de medir la auténtica
sabiduría de la vida y la cuna donde debe mecerse la “religio”.

IIª Lectura: Romanos (14,7-9): Llmados a “desvivirnos”

II.1. Si bien pertenece también este texto a la parte parenética de la carta a los Romanos, sin embargo, el pasaje en
cuestión quiere fundamentar toda la actuación cristiana en lo cristológico: vivimos y morimos para el Señor; en
todo somos del Señor. Si aceptamos que hemos sido redimidos por Cristo, sabemos que le pertenecemos. Y esta
"aparente esclavitud" es el grito de libertad más grande, porque de esa manera no estaremos esclavizados a otros
señores de este mundo. Y la razón es porque nadie ha dado su vida por nosotros como Jesucristo. San Pablo dice
claramente que vida y muerte pertenecen al Señor, porque es en la muerte y la resurrección de Jesús donde se
resuelve nuestra existencia y nuestro futuro. Y este estar sometidos, mejor dicho, estrechamente unidos, a Cristo y
a Dios, viene a significar ser libres con libertad verdadera, humana y plena.

II.2. Este texto de dimensiones escatológicas inigualables (es una de las lecturas de la liturgia de difuntos), se centra
en el kerygma, en la proclamación de la muerte y resurrección del Señor. La muerte y la resurrección del Señor es
algo que acontece por nosotros, por la humanidad. Es muy probable que aquí se cite una fórmula tradicional de fe
que estaba en uso en la liturgia. Y la clave de todo esto es que, a diferencia de lo que se piensa popularmente, el
cristiano no puede vivir para sí mismo, en sí mismo, de sí mismo sin mirar a los otros. En realidad el cristiano tiene
que afrontar un reto: no es “vivirse”, sino “desvivirse” por los demás. Ese egoísmo radical se pone en entredicho
por la vida de Jesús que culmina en la muerte y la resurrección por nosotros. Ni siquiera después de haber muerto
como "entrega" se desentiende de la humanidad; su vida nueva, de resucitado, es también una vida nueva por
nosotros y para nosotros. No es solamente solidaridad lo aquí se proclama, sino donación absoluta.

Evangelio: Mateo (18,21-35): Dios se realiza perdonando, nosotros ¿cómo?

III.1. Con el evangelio de hoy se pone punto final al discurso eclesiológico para esta comunidad y nos enseña a
todos los cristianos aquello por lo que debemos ser reconocidos en el mundo. La parábola del "siervo despiadado"
(es un poco contradictorio eso de ser siervo, y despiadado) es una genuina parábola de Jesús, acomodada por la
teología de Mateo, que hace preguntar a Pedro, con objeto de dejar claro a los cristianos, que el perdón no tiene
medida. El perdón cuantitativo es como una miseria; el perdón cualitativo, infinito, rompe todos los cantos de
venganza, como el de Lamec (Gn 4,24). Setenta veces siete es un elemento enfático para decir que no hay que
contar las veces que se ha de perdonar. Dios, desde luego, no lo hace.

III.2. La lectura de la parábola nos hará comprender sobradamente toda la significación de la misma; es tan clara,
tan meridiana, que casi parece imposible, no solamente que alguien deje de entenderla, sino que alguien tenga una
conducta semejante a la del siervo liberado un instante antes de su muerte por las súplicas ante su señor. Es
desproporcionada la deuda del siervo con su señor, respecto de la de siervo a siervo (diez mil talentos, es una
fortuna, en relación a cien denarios). Sabemos que en esta parábola, según la teología de Mateo, se quiere hablar de
Dios y de cómo se compadece ante las súplicas de sus hijos. ¿Por qué? porque es tan misericordioso, perdonando
algo equivalente a lo infinito, que parece casi imposible que un siervo pueda deberle tanto. Efectivamente, todo es
desproporcionado en esta parábola, y por eso podemos hablar de la parábola de la "desproporción". Por medio
estar el verbo "elléin" ="tener piedad". Cuando la parábola llega a su fin, todo queda más claro que el agua.

III.3. Es una parábola de perplejidades y nos muestra que los hombres somos más duros los unos con los otros que
el mismo Dios. Es más normal que los reyes y los amos no tengan esa piedad (elléin) que muestra el rey de esta
parábola con sus siervos. Es intencionada la elección de los personajes. En realidad, en la parábola se quiere poner
el ejemplo del rey; ese es el personaje central, y no los siervos. Y ya, desde lo Santos Padres, se ha visto que el rey
quiere representar a Dios. El siervo despiadado se arrastra hasta lo inconcebible por tal de salvar su vida; es lógico.
¿No podría haber sido él un rey perdonando a alguien como él, a su compañero de fatigas y de deudas?

III.4. Los que están en la misma escala deberían ser más solidarios. Pero no es así en esta parábola. El núcleo de la
misma es la dureza de corazón que revelamos frecuentemente en nuestras vidas. Y es una desgracia ser duros de
corazón. Somos comprensivos con nosotros mismos, y así queremos y así exigimos que sea Dios con nosotros, pero
no hacemos lo mismo con los otros hermanos. ¿Por qué? Porque somos tardos a la misericordia. Por eso, el famoso
"olvido, pero no perdono" no es ni divino ni evangélico. Es, por el contrario, el empobrecimiento más grande del
corazón y del alma humana, porque en ese caso, más sentido podía tener "perdono, pero no olvido", aunque
tampoco sería, desde el punto de vista psicológico, una buena terapia para el ser humano. Lo mejor, no obstante,
sería perdonar y olvidar, por este orden.

XXV Domingo
El Reino se hace desde la misericordia

Iª Lectura: Isaías 55,6-9: A Dios siempre se le puede encontrar

I.1. Esta lectura pertenece al «Deuteroisaías», un profeta anónimo del destierro que interpreta con mucho acierto la
acción de Dios en la historia del pueblo y de los hombres. Probablemente el texto de la liturgia de hoy sea uno de
los más bellos, asombrosos y conocidos, por aquello de «mis caminos no son vuestros caminos...». Es, en cierta
manera, el resumen final de los cc. 40-55 en que se recogen los oráculos y exhortaciones de ese profeta anónimo
del destierro que tiene que levantar el ánimo del pueblo.

I.2. Estamos ante una llamada verdaderamente materna para buscar a Dios en nuestra vida, porque Él no es como
lo imaginamos; actúa ciertamente con misericordia. Es verdad que no siempre se ha presentado así a Dios en la
teología del Antiguo Testamento, sino más bien, negativamente. Pero este texto profético debe poner en evidencia
ese tipo de teología. En este caso, el profeta quiere ser escandaloso para sus contemporáneos que piensan que Dios
es terrible, alejado y justiciero. Los caminos del Señor, es verdad, no son los de los hombres; ni sus planes son como
los nuestros. De ahí que el profeta exhorte a buscar al Señor para salir de la situación de opresión en el destierro.
Un nuevo "éxodo" está por llegar, es decir, un nuevo camino de liberación.

I.3. El Deuteroisaías es el que mejor ha formulado este carácter específico del Dios de la Alianza, del que nos
hablará Jesús en su evangelio y en la parábola de hoy. Se trata, pues, de poner de manifiesto el proyecto salvífico de
Dios, por el que nunca se han fascinado verdaderamente los hombres. Es como si desearan, algunos, que Dios
siguiera siendo duro e imposible de comprender. Pero el profeta expresa todo lo contrario y todos estamos
llamados a buscarlo y a convertirnos a Él, porque está cercano y, sin duda, se deja encontrar. Dios no huye, ni se
esconde, ni "pasa" de su pueblo o de cada uno de nosotros. Porque usa la raham, la compasión. Por eso merece la
pena buscar al Señor.

IIª Lectura: Filipenses (1,20-27): «Vivir en Cristo», o la victoria sobre la muerte

II.1. La IIª Lectura del día, es un pasaje de una gran densidad paulina. Pablo, muy probablemente, está prisionero en
Éfeso y se confidencia con su comunidad de Filipos, a donde piensa ir. Lo ha pasado muy mal; ha podido estar a las
puertas de la muerte, en la cárcel o a causa de una persecución y les habla de lo que significa para él «vivir en
Cristo», estar con él, orar con él. Ha sentido su presencia salvífica hasta lo más profundo y no le teme ya a la muerte.
Es uno de los puntos álgidos de la "escatología" paulina porque, ante la muerte, todo adquiere una dimensión más
personal e inevitable.

II.2. Incluso Pablo ya no espera una «parusía» o venida del fin del mundo, como en otros momentos de sus cartas
primeras. Sabe que la muerte está ahí al lado, en cualquier momento. Es como si quisiera afirmar, en realidad lo
expresa rotundamente, que no le teme a la muerte, porque tiene la confianza de Cristo, su Señor. Ha tenido y tiene
la experiencia de lo que es "vivir en Cristo", y la muerte le abre una puerta a la vida que nadie le podrá arrebatar.

II.3. Solamente desearía quedarse en este mundo, entre los suyos, por servir a las comunidades a las que ha
predicado el evangelio. Es uno de los pasajes de Pablo que más importancia tienen para la teología de la muerte y la
resurrección. Y especialmente, de lo que es Cristo Jesús para Pablo y de lo que significa para la vida y la muerte de
todos nosotros. Podríamos, incluso, ilustrar esta opción cristológica paulina con unos versos de Miguel de
Unamuno en su "Cristo de Velázquez" que expresan mejor que nada la hondura y profundidad logradas por Pablo
en esta expresión del "vivir en Cristo". Porque en Cristo y con Cristo ya no somos víctimas de un destino fatal, al
contrario, como expresa maravillosamente Dn. Miguel: "Sin ti Jesús, nacemos solamente para morir; contigo
morimos para nacer, y así nos engendraste". Esto es todo un mundo de poesía, pero más aún, un kerygma
unamuniano, quien bien podía ser ciertamente paulino.
Evangelio: Mateo (20,1-16): La salvación misterio “contracultural” del amor

III.1. El evangelio de Mateo nos ofrece la parábola de los obreros de la viña, una de las más significativas en el
ámbito de la exposición que Jesús hacía para exponer el misterio del Reino de Dios; cómo debía hacerse presente;
cómo participaba Dios mismo en este acontecimiento que afecta a la historia y a cada una de las personas que
acogen su mensaje. Es una parábola que recuerda, en su resultado final, algunos aspectos a la conocida en Lc 15
como la del hijo pródigo. En realidad se quiere hablar de la misma persona, de Dios, bien como un padre que espera
a su hijo y le ofrece misericordia, bien como patrón de una viña que busca obreros durante todo el día. Los
elementos intermedios, las horas, no deben distraernos del momento culminante en el que se quiere poner de
manifiesto que, precisamente en el Reino de Dios, lo decisivo, como es la salvación de los hombres, no funciona con
los criterios de este mundo. La narración comienza con un gár (pues, en griego), que sin duda pretende enlazar con
el dicho de Jesús de Mt 19,30: “muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros”. Es un dicho de gran
alcance y la parábola de nuestra narración viene a ilustrar eso que es tan desproporcionado o tan
“contracultural” como hoy gusta decir en círculos exegéticos sobre cómo era y como pensaba Jesús de Nazaret.

III.2. Habría que tener en cuenta las palabras de Is 55 «mis caminos no son vuestros caminos...». No sería lógico que
contrastáramos la justicia estricta que usa con los llamados a la primera hora y la misericordia o la generosidad
que aplica con los últimos, pero es ahí donde está el centro del escándalo, de lo contracultural: así no se pensaba en
tiempos de Jesús, ni ahora tampoco. Se piensa que es una parábola que se pronuncia a causa de las críticas de los
fariseos, religiosos de toda la vida, que al final reciben lo mismo que los otros. Podría pensarse que un gran
agricultor, en tiempos de cosecha, tenía necesidad de jornaleros hasta última hora para dar salida a la uva y paga
bien. Pero no es eso lo que cuenta; lo que se impone es que el dueño de la viña también es generoso con los últimos
que ha podido contratar. En realidad no parece que la narración exija contratar hasta última hora; es un plus que se
permite el dueño de la viña, y ahí es donde se cargan las tintas. Así funciona el Reino, no el mundo, y así se hace
justicia de una forma absolutamente distinta a la de cualquier otra institución. Por ello, cuando echamos mano de
esta parábola para iluminar teológicamente la justicia social y la productividad, no cometemos un error, pero
tampoco es lo más acertado en la lectura e interpretación de la misma.

III.3. Para entender mejor la parábola, hay que tener en cuenta que el trabajo “de sol a sol” eran doce horas, que
se dividían habitualmente de tres en tres. Supongamos que de 6 de la mañana a 6 de la tarde. Los primeros
jornaleros fueron contratados a las 6 de la mañana, y los últimos, a las 5 de la tarde, la undécima hora. Por eso a
ellos les dice el dueño de la viña: “¿Por qué estáis aquí todo el día parados?”. Podemos imaginarnos el contexto
histórico de esta parábola de Jesús en su actitud de recibir y acoger a los pecadores contra la mentalidad legalista y
puritana de los controladores de las leyes de pureza y santidad. Y de la misma manera podemos suponer un
contexto eclesial de la comunidad de Mateo, quien quiere explicar a algunos judeo-cristianos, que la llamada de los
paganos y su respuesta generosa les ha situado en el mismo plano de la salvación que a ellos. Todo en la parábola
es desconcertante y a la vez original. El gran maestro en la interpretación de las parábolas, J. Jeremías, pone de
manifiesto el contraste que existe entre ésta de Jesús y una que se nos trasmite en el Talmud de Jerusalén sobre
Rabí Bun bar Hiyya, quien murió joven, y el que hizo su elogio fúnebre, lo alabó porque en pocos años había hecho
lo que otros en 100 años. Pero no es este el caso de la parábola de los obreros de la viña que son llamados a última
hora: de éstos no se dice nada de su eficacia y dedicación.

III.4. La parábola quiere enseñar una única cosa, decisiva: «Así es Dios con respecto a la salvación». Todo lo demás
no sobra, sino que viene a servir a esta idea que es verdaderamente escandalosa. Este es el Dios de Jesús; este es el
mensaje radical del evangelio del reino de los cielos. En la parábola rabínica que se conoce del Talmud, el obrero
(es uno sólo), que llega a última hora, ha trabajado tanto como los otros que han estado más tiempo empeñados en
su quehacer; en la parábola evangélica, los obreros (en plural), que han llegado a última hora, no tienen mérito
alguno, pero se les ha dado lo que sin duda necesitaban para su familia y para sus vidas. Es muy posible que no
merecieran ese jornal desde el punto de vista de la justicia simple o productiva, pero desde la bondad de Dios han
recibido "gratuitamente" lo que necesitaban. Así es el Dios de Jesús; así es el Dios de la salvación; así es el Dios de:
«mis planes no son vuestros planes; mis caminos no son vuestros caminos». Todos los jornaleros pudieron llevar a
sus casas el pan de cada día, unos por justicia y otros por generosidad. Pero eso no acontece más que en el Reino de
Dios, de la vida, de la salvación, del perdón, de la misericordia, de la solidaridad. He aquí lo contracultural del Dios
de Jesús.
Tiempo Ordinario
XXVI Domingo

El Reino funciona desde la respuesta a la Gracia

Iª Lectura: Ezequiel (18,25-28): Solidaridad, pero también responsabilidad personal

I.1. La Iª Lectura se enmarca en un conjunto del profeta Ezequiel, que expresa uno de los puntos más álgidos de su
teología después de la catástrofe del destierro de Babilonia (587 a. C.). Se ha dicho, con razón, que en el
pensamiento de este profeta hay un antes y un después de esa fecha fatídica para Israel. En lo que respecta al
después, cuando el pueblo estaba destruido y todos pensaban que esa situación es la consecuencia de cómo el
pueblo ha actuado frente a Dios, el profeta entiende que en el futuro no se podrá hablar exclusivamente de
responsabilidad colectiva donde casi nadie se siente culpable. Por ello, aquí estamos ante la teología de la
responsabilidad personal, donde cada uno da cuenta a Dios de sus obras.

I.2. Todo el c. 18, como 33,12-20, está en esa línea, que es un progreso con respecto a la moral anterior, según
aquello de que no pueden "pagar justos por pecadores". Es verdad que siempre existe una responsabilidad
colectiva y solidaria, y también hay que contar con una «situación» social de injusticia y maldad que a unos afecta
más que a otros. Pero la responsabilidad personal muestra que Dios nos ha hecho libres para decidir moralmente.
Es verdad que la situación de la catástrofe del destierro de Babilonia fue responsabilidad de los antepasados, de los
que no quisieron escuchar la palabra de Dios por medio de los profetas. Hay que asumir esa historia pasada con
todas sus consecuencias de solidaridad. Pero mirando al presente, también cada uno de los que escuchan a
Ezequiel tiene que meterse la mano en el corazón: ahora se agudiza la responsabilidad personal. El futuro se
construye desde esa opción personal para abrirse a Dios.

II.ª Lectura: Filipenses (2,1-11): El abajamiento "humaniza" al Señor

II.1. Después de una exhortación a la intimidad, Pablo, propone a la comunidad de Filipos el ejemplo del Señor, de
Cristo, quien ha renunciado a su categoría para hacerse como uno de nosotros, llegando hasta la misma muerte.
Este «himno» a los Filipenses (vv. 5-11), con toda probabilidad, Pablo lo ha tomado de una liturgia primitiva que
podría cantarse en Éfeso, desde donde escribe la carta. Esta es la impresión que produce, entre otras cosas, por su
estructura, por su ritmo, aunque él mismo le ha puesto un sello personal con el que se evoca la muerte en la cruz de
Cristo, ya que en la cruz es donde se revela de verdad el Señor de los cristianos: porque sabe dar su vida por
nosotros. Eso no lo hace ningún señor, ningún dios de este mundo. En ese Señor es donde debe mirarse la
comunidad como en un espejo.

II.2. Haría falta todo el espacio del que se dispone y mucho más para poder entrar de lleno en el "himno" de
Filipenses. Porque la IIª Lectura de hoy es una de las joyas del Nuevo Testamento. Solamente podemos asomarnos
brevemente al contraste que quieren trazar estas dos estrofas fundamentales de que se compone esta pieza
literaria y teológica: abajamiento y exaltación. La primera nos muestra cómo el Señor inicia un itinerario que
muchos viven en su humanidad, en su indignidad, en su nada. Él ha emprendido ese destino también, como una
opción irrenunciable, ¿por qué? Nunca se explicará suficientemente por el texto mismo, aunque usemos la palabra
más adecuada: su solidaridad con la humanidad sufriente; por eso se despojada de sus derechos.

II.3. El camino contrario, el que muchos quieren recorrer sin haber vivido y experimentado el primero, es en el
himno un misterio de gratuidad y de donación. Dios no puede querer la indignidad y la nada de su suyos. Y
hablando en términos de alta cristología, no puede querer que su Hijo (y sus hijos) sea presa de lo más inhumano
que existe en la historia. "Por eso" (διὸ καὶ; propter quod, traduce muy bien la Vulgata) se le dio un nombre, una
dignidad que está por encima de toda dignidad terrena. No como la de los "hombres divinizados", que sin
solidaridad y sin padecer ni sufrir quieren ser adorados como dioses. Esos están llenos de una autoestima
patológica que los aleja de los hombres. Son insolidarios y no tienen corazón.

II.4. El himno, pues, pone de manifiesto la fuerza de la fe con que los primeros cristianos se expresaban en la
liturgia y que Pablo recoge para las generaciones futuras como evangelio vivo del proceso de Dios, de Cristo, el
Hijo: El que quiso compartir con nosotros la vida; es más, el que quiso llegar más allá de nuestra propia
debilidad, hasta la debilidad de la muerte en cruz (añadiría Pablo), que es la muerte más escandalosa de la
historia de la humanidad, para que quedara patente que nuestro Dios, al acompañarnos, no lo hace
estéticamente, sino radicalmente. No es hoy el día de profundizar en este texto inaudito de Pablo, porque
tenemos otros momentos litúrgicos para hacerlo y predicarlo.

II.2. El himno propiamente dicho (vv.6-11), tiene dos partes. La primera subraya la autohumillación de Cristo
que, siendo de condición divina, se convierte en esclavo. La segunda se refiere a la exaltación de Jesús por parte
de Dios a la categoría de Señor. Establece, además, una relación de causa a efecto entre humillación y
exaltación: «Precisamente por eso» (Flp 2,9). Y aquí radica la gran paradoja: que quien no destacó en vida por
gesta heroica alguna, quien no fue soberano ni tuvo el título de Señor, quien termina sus días crucificado por vil
y subversivo a los ojos del Imperio y de su propia religión, es considerado «Señor» y Mesías. Y, paradoja todavía
mayor: el anuncio del Mesías crucificado se convierte en el núcleo de la predicación de Pablo y en el centro de la
fe cristiana. Esto no podía por menos que chocar a la mentalidad helenista que, en sus cultos, aclamaba a los
«señores» que habían tenido una existencia gloriosa. Tenía que sorprender igualmente al mundo judío, para
quien el Mesías debía tener una existencia gloriosa, que ciertamente Jesús no tuvo. Por eso, dirá Pablo que el
anuncio de un Mesías crucificado es «escándalo para los judíos, locura para los griegos» (1Cor 1, 23).

Evangelio: Mateo (21,28-32): Para Dios, lo que cuenta es "volver"

III.1. El evangelio de Mateo (21,28-32), con la parábola del padre y los dos hijos, es provocativo, pero sigue en la
misma tónica de los últimos domingos. Se quiere poner de manifiesto que el Reino de Dios acontece en el ámbito de
la misericordia, por eso los pecadores pueden preceder a los beatos formalistas de siempre en lo que se refiere a la
salvación. Una parábola nos pone en la pista de esta afirmación tan determinada, la de los dos hijos: uno dice que sí
y después no va a trabajar a la viña; el otro dice que no, pero después recapacita sobre las palabras de su padre y va
a trabajar.

III.2. Lo que cuenta, podríamos decir, son las obras, el compromiso, recordando aquello de no basta decir ¡Señor,
Señor! El acento, pues, se pone sobre el arrepentimiento (metamelêtheis, nos dice el texto en griego, desandó su
camino o dio un cambio a su voluntad), e incluso si la parábola se hubiera contado de otra manera, en la que el
primero hubiera dicho que sí y hubiera ido a lo que el padre le pedía, no cambiarían mucho las cosas, ya que lo
importante para Jesús es llevar a cabo lo que se nos ha pedido. Sabemos, no obstante, que los dos hijos
corresponden a dos categorías de personas: las que siempre están hablando de lo religioso, de Dios, de la fe y en el
fondo su corazón no cambia, no se inmutan, no se abren a la gracia. Probablemente tienen religión, pero no
auténtica fe. Por eso, por ley de contrastes, la parábola está contada con toda intencionalidad y va dirigida, muy
especialmente, contra los primeros.

III.3. El acento está, justamente, en aquellos que habiéndose negado a la fe primeramente, se dejan llenar al final
por la gracia de Dios, aunque esto sirve para desenmascarar a los que son como el hijo que dice que sí y después
hace su propia voluntad, no la del padre. Los verdaderos creyentes y religiosos, aunque sean publicanos y
prostitutas, son los que tienen la iniciativa en el Reino de la salvación, porque están más abiertos a la gracia. El
evangelio ha escogido dos oficios denigrados y denigrantes (recaudadores de impuestos y prostitutas); pero no
olvidemos que el marco de los oyentes también es explícito: los sacerdotes y ancianos, que dirigían al pueblo. Pero
para Dios no cuentan los oficios, ni lo que los otros piensen; lo que cuenta es que son capaces de volver, de
convertirse.

XXVII Domingo
El canto de la viña: un canto de amor por la vida

Iª Lectura: Isaías (5,1-5): Una viña muy amada

I.1. La Iª Lectura de este domingo es una de las composiciones de más envergadura profética para hablar al pueblo
y del pueblo. El gran maestro de la profecía de Judá y Jerusalén (s. VIII a. C.) comienza por este poema, canto o
trova, a meterse de lleno en las entrañas de esa comunidad del pueblo elegido para poner sobre la mesa los
sentimientos de Dios, sus profundas entrañas de búsqueda del pueblo amado. A pesar de la artificialidad con que
en los cantos se eligen palabras y símbolos, en el caso del profeta no se trata de simple poesía, porque la poesía es
sentimiento puro, y en Isaías, teología pura.
I.2. Este es el canto del amigo (se entiende que es el profeta), como cuando se habla del amigo del esposo, que canta
un canto de amor. El amigo -"esposo de la viña"- ha mimado la viña: con lo que se expresa todo lo que Dios ha
hecho con el pueblo elegido desde que lo liberó de Egipto y se hizo con él una Alianza. Puede resultar extravagante
que el amigo tenga por esposa una "viña", pues eso es lo que hay que precisar en primer lugar. Una viña no puede
tener sentido si no fuera porque es el "símbolo" de un amor verdadero, ¡cómo aman y miman los campesinos sus
viñas! La imagen está lograda hasta el punto que la artificialidad logra su cometido. El pueblo de Israel, pueblo de
origen pastoril, errante, esclavo, llega a sedentarizarse en un lugar, en una tierra, que es un don, y plantan viñas y
huertas. ¡Así es de verdad la libertad campesina! La identificación entre el pueblo y la viña es patente.

I.3. ¿Qué más puede hacer un Dios por un pueblo? ¿Qué ha sucedido para que la viña no produzca buen fruto? Para
entender todo eso debemos leer el libro de Isaías desde el comienzo hasta este momento, porque ahí describe el
profeta lo que ha pasado: buscan otros dioses, buscan en la naturaleza y la fertilidad lo que viene de Dios; los
poderosos han implantado la injusticia; Jerusalén, centro de la religión, no cuida de los desgraciados, de los
huérfanos, de las viudas; la ciudad vive del soborno y el robo de unos pocos que se enriquecen. Antes, errantes,
peregrinos por el desierto, probablemente eran más solidarios. Los sufrimientos compartidos, solidarizan. Pero las
cosas han cambiado.

I.4. El poema de la viña es la expresión poética de lo que se ha descrito previamente con palabras más duras. Pero
no olvidemos, como dice el profeta, que este es un canto de amor. Es la forma que Dios tiene, por medio de su
amigo el profeta, de hablar al corazón del pueblo, como la amada al amado. Es decir, esto se afirma, se expresa,
porque se ama de verdad y porque se espera una respuesta. Hay reproches, incluso amenazas, porque si la persona
amada no responde ¿qué puede suceder? Las viñas se cortan y se plantan otras cosas.

IIª Lectura: Filipenses (4,6-9): La comunidad cristiana, viña del Señor

II.1. Es verdad que el texto de Filipenses debería estar precedido por el anuncio de la alegría y de la presencia
inmediata del Señor (vv. 4-5), que justifican a todos los efectos las exhortaciones de la lectura de hoy de cómo
esperar y vivir ese momento como una verdadera comunidad cristiana. No obstante la lectura se centra en la praxis
verdadera de oración y confianza cara al futuro, en no tener miedo pase lo que pase. En este sentido podemos tener
muy en cuenta lo que se nos dice que esos versículos mencionados (que se leen en Adviento.

II.2. No obstante podríamos considerar que la lectura en sí, es la contrarréplica a lo que el profeta Isaías ha descrito
sobre la viña del Señor. Ahora Pablo está hablando de lo que debe ser una comunidad cristiana en el mundo. El
valor simbólico y teológico de la viña del Señor sigue estando presente. Digamos que en una descripción práctica
de la calidad del fruto de la viña; ésta debe identificarse en el mundo por la alegría, la comprensión, la paz en el
corazón y en la mente, porque si no se tiene paz interior, profunda, iremos a la guerra y justificaremos la violencia.
Y además: la verdad, lo justo, la limpieza de corazón. En definitiva, hacer el bien siempre y en todo momento. Esto
es lo que el profeta pedía a la viña del Señor y esto es lo que Pablo pide a la comunidad cristiana.

Evangelio: Mateo (21,33-43): Dios, ha plantado una viña, una comunidad, nueva

III.1. El evangelio nos propone la parábola de los viñadores homicidas y está en continuidad con los textos del
evangelio de Mateo que muestran las polémicas de Jesús con los dirigentes judíos antes de la pasión, viniendo a
poner el punto final de una polémica que comenzó en Galilea. Aunque la parábola está tomada de Marcos (12,1-12),
el primer evangelio nos propone algunos matices que llevan el texto a una densidad polémica contra el judaísmo,
que extraña sobremanera en este evangelio de Mateo, tan propicio a asumir lo mejor de la teología
veterotestamentaria y judaica.

III.2. En la redacción y sentido de esta parábola juega un papel importante la reflexión sobre el Sal 118,22-23. Se
identifica claramente a los viñadores con los jefes del pueblo. El "vosotros" del v. 43 indica que los dirigentes
religiosos del judaísmo, rechazando a Jesús, han perdido su última oportunidad de dar a Dios lo que correspondía
y, de esa forma, han arrastrado a todo el pueblo en su infidelidad como aparecerá claramente en el juicio ante
Poncio Pilato (cf Mt 27,20-25). La segunda parte de la sentencia anuncia el traspaso de la viña que no se hará a
"otros dirigentes" sino a un nuevo "pueblo que produzca frutos" (v. 43). Esto es importante para entender esta
parábola, no solamente porque los cristianos debemos rechazar todo antisemitismo, sino porque es verdad que la
decisión final de condenar a Jesús estuvo en manos de "dirigentes" ciegos para ver e imposibilitados para acoger
palabras proféticas como las de Jesús sobre Dios y sobre el Reino.

III.3. Esta parábola, con sus transformaciones en la comunidad cristiana después de la pasión de Jesús, es una
puerta abierta siempre a la conversión, a la esperanza. Los hombres que en tiempos de Jesús aguardaban, entonces,
que se diera en su generación la irrupción de un mundo nuevo e inaudito, se percataron de que aquella parábola
iba por ellos y no quisieron aceptar que el tiempo nuevo había llegado con aquél profeta que hablaba de aquella
manera. Quien entiende que esta parábola nos introduce en un mundo donde sólo hay vida cuando no se vive a
costa de otras vidas, habrá dado con esa puerta abierta a la esperanza, a la fraternidad, a la paz y a la justicia.
Sabemos que la realidad última, para la fe cristiana, es Dios mismo, pero como Dios Padre de todos los hombres.
Era el Padre de Jesús, el profeta de Nazaret, y ese Dios, cuando se asesina a cualquier hombre, siente en sus
entrañas lo que sintió con la muerte de Jesús. También esta parábola de Jesús es un canto de amor por la vida.

III.4. Pero no podemos evitar sacar conclusiones muy significativas para ahora y para todos los tiempos. La religión
que mata o permite guerras en nombre de Dios, no es exactamente "religión", religación a Dios. Por eso esta es una
parábola que debe leerse clara y contundentemente contra los fundamentalismos religiosos que amenazan tan
frecuentemente a los pueblos y a las culturas. No hay apologética capaz de defender a "nuestro Dios" con la muerte
de los otros, porque en todos esos asesinados, Dios mismo está muriendo. Y si Jesús fue eliminado, creyendo los
dirigentes que daban gloria a su Dios, se encontraron con que esa muerte se ha convertido en la "piedra angular"
de una religión nueva de amor y de paz. Y los asesinos fundamentalistas, pues, quedarán sin Dios y sin religión.

XXVIII Domingo
El banquete de la libertad por la gracia de Dios

Iª Lectura: Isaías (25,6-10a): Dios salvará a todos los pueblos

I.1. Esta lectura forma parte de un conjunto del libro de este profeta (cc. 24-27), conocido entre los especialistas
bíblicos como «apocalipsis de Isaías». En realidad no es conjunto netamente apocalíptico, aunque no podemos
negar la opción escatológica que se apunta en distintos momentos, como una gran liturgia, con himnos, cánticos,
que predicen el triunfo de Dios sobre sus enemigos en el monte Sión, en Jerusalén. Se propone como período de
composición de este apocalipsis la época posterior al destierro de Babilonia (s. VI a. C.); esto es lo más probable,
aunque no podemos precisar el momento de su composición.

I.2. El autor sigue las huellas y la teología de Isaías, y por eso ha sido introducido en el libro del gran profeta y
maestro. La lectura de hoy es, probablemente, el trozo más hermoso de este conjunto, en el que después de un
cántico al Dios liberador, el profeta habla de un momento prodigioso, bajo el símbolo de un banquete, de un festín
escatológico, donde será destruida la muerte y el oprobio de su pueblo. Y entonces todos reconocerán a Dios como
«salvador» en el monte santo, en la nueva Jerusalén.

I.3. No es frecuente en cantos de tipo apocalíptico un mensaje tan hermoso y esperanzador. Aunque en este caso no
se podría haber expresado mejor aquello que debe ser la esperanza bíblica. Porque la palabra profética convoca a
algo que verdaderamente no se realizará en este mundo, ni en esta historia. Por el contrario es necesaria otra
"historia" nueva, si es que podemos hablar así, que necesariamente está en las manos de Dios; esto último es
determinante. El "velo" que tienen todos los pueblos, según el texto de hoy, debe caer para que todos los hombres
puedan ver algo nuevo y definitivo. Ni Sión o Jerusalén podrán soportar este sueño profético. Será una Jerusalén no
hecha por manos de reyes o trabajadores explotados. Un sueño, desde luego, de esperanza.

IIª Lectura: Filipenses (4,12-14.18-20): Agradecimiento generoso

II.1. Este texto pone punto y final a la lectura de Filipenses en la liturgia de estos domingos. Pablo le da las gracias a
esa comunidad, una de las más queridas y generosas con él, a la vez que con la comunidad madre de Jerusalén,
según el compromiso que habían pactado Pedro y Pablo en la asamblea de Jerusalén (cf Gl 2; Hch 15). Aquí les
recuerda que él personalmente está acostumbrado a todo, a la hartura y a pasar hambre. Pero mientras
permanecía en prisión (casi con toda seguridad en Éfeso), le han enviado ayuda por medio de Epafrodito, y se lo
agradece. Cristo le da fuerza para todo, es la afirmación más contundente y significativa.
II.2. La vida cristiana, pues, es también una llamada a solidaridad en las necesidades básicas, que no puede ser más
que consecuencia de una comunión de fe y de amor. Compartir los dones espirituales podría ser, en algunos casos,
demasiado poco ante la angustia y las necesidades que muchos experimentan. Dios es el primero que comparte la
creación con nosotros y debemos ser consecuentes. Pablo en este pequeño "billete" que escribe, le agradece a la
comunidad que ha sabido compartir el evangelio mismo como don recibido. Sabemos, incluso, que ese discípulo
Epafrodito se quedará con Pablo un tiempo (entre otras cosas porque enfermó junto al Apóstol) y le ayudará muy
eficazmente mientras el apóstol estaba encarcelado.

Evangelio: Mateo (22,1-14): Un banquete para la libertad

III.1. El evangelio del banquete que un rey da por la boda de su hijo es una de las parábolas más sofisticadas del
evangelio de Mateo, que marca unas diferencias substanciales con la que nos ofrece Lucas (14,15-24); incluso
podríamos hablar de parábolas distintas. Mateo nos habla de un rey, rechazado por los magnates, y tras ser
maltratados y asesinados algunos de sus criados, manda atacar y destruir la ciudad. Ahora se debe ir a los cruces de
los caminos para instar a los transeúntes a que vengan al banquete. Como es lógico, vinieron toda clase de gentes,
buenas y malas. ¿Qué significa, pues, que tras esta invitación tan generosa e informal el rey venga a la sala del
banquete y encuentre a uno que no tiene traje de bodas? Esto cambia el sentido de la interpretación de los vv. 1-10,
cuando la sala se llenó de invitados, poniendo de manifiesto que incluso los que no estaban preparados son
invitados a un banquete de bodas. Aquí nos encontramos con lo más extraño, quizás lo más importante y original
de la parábola de Jesús redactada por Mateo.

III.2. Los vv. 11-14, sobre el traje de bodas, pues, deben ser un añadido independiente. Estaríamos ante una
reconstrucción alegorizante para la comunidad de Mateo, que saca unas consecuencias nuevas para los miembros
de esa comunidad cristiana tan particular, con objeto de que sepan responder siempre a la llamada que se les ha
hecho. Pensemos en la «justicia» de las buenas obras, del compromiso constante, de la perseverancia, a lo que es
muy dada la teología del evangelio de Mateo. En todo caso no debemos perder de vista que la parábola la
pronunció Jesús para poner de manifiesto la fiesta de la libertad de Dios que llama a todo el que encuentra. Por lo
mismo, el significado del traje de boda, añadido posteriormente (quizás se trataba de una parábola independiente),
debe estar supeditado al primero, porque no es lógico que los invitados por los caminos estén preparados para una
boda. No obstante deberíamos suponer que en la semiótica del vestido con que se quiere generar el texto, todo el
mundo, incluso lo más pobres, siempre encuentran unas ropas más decentes para ir a una boda o a un banquete; de
lo contrario no tendrían sentido los vv. 11-14. Por eso pensamos con otros intérpretes que se trata de una parábola
sobreañadida a la original de los vv. 1-10, que son los que coinciden más con Lc 14.

III. 3. En todo caso, la parábola es escandalosa, y debe seguir siéndolo en cuanto a los motivos de los que rechazan
el banquete, como en la actitud del rey que, en vez de suprimir el banquete, invita a todo el mundo que se
encuentre por los caminos: hay que buscar a las personas que no están atadas a nada ni a nadie; son libres. El
banquete no es un acto burlesco, sino que Jesús piensa en el festín de la salvación; no en una fiesta de compromiso,
sino de libertad. En ese supuesto, hasta el hombre que no lleva vestido de boda, independientemente de la teología
de Mateo, habría que entenderlo, hoy y ahora, como que no está allí como los demás, libre para la gracia de Dios.
Quien no posea esa actitud, “ese vestido”, estará echando por tierra la fiesta de la libertad y de la gracia.

XXIX Domingo
El hombre viviente sólo se entrega a Dios

Iª Lectura: Isaías (45,1.4-6): Dios no se desentiende de la historia humana

I.1. La lectura de Isaías debe ser interpretada con una visión religiosa de la historia universal. El Deuteroisaías,
profeta del exilio (segunda parte del libro de Isaías, cc. 40-55), se ve envuelto en la aclamación y entusiasmo que los
pueblos sometidos a Babilonia hacen de un guerrero famoso y fundador del imperio persa: Ciro el Grande (a. 540 a.
C). Si los profetas anteriores se habían valido de Asiria como imperio para poner de manifiesto el castigo de Dios al
pueblo de Israel por su infidelidad, ahora el pueblo judío, en el destierro, necesita un libertador ¿Qué hará Dios? En
la teología veterotestamentaria no todo es posible asumirlo sin el matiz de una teología global. Ciro no puede venir
de parte del Dios de Israel, pero así lo ve este profeta anónimo. Aunque no tanto por el "rey de reyes" persa, sino
por la libertad que trae a Israel con su nueva política.
I.2. Piensa este profeta desconocido que Dios se vale de la historia humana, concreta y universal, para que sus
planes vayan hacia adelante. Este es un momento de liberación, y por eso se usan expresiones agudas, de tonos
altos, para hablar de un guerrero, que ni siquiera conoce a Yahvé. El poder que trae en sus manos es poder de
liberación para los desterrados en Babilonia. Se dice, con razón, que el profeta no canta al imperialismo, sino a la
libertad. Los imperialismos no pueden consagrarse y, de hecho, profetas posteriores (v. g. Ageo y Zacarías)
pondrán en entredicho al imperio persa, porque Dios, el Dios de universo y de la salvación, no se encarna en el
imperialismo, ya que éste solamente se sostiene con sangre e injusticia.

I.3. Pero es verdad que en la historia humana podemos ver la mano de Dios en la bondad o en los principios éticos y
sociales de pueblos y de gobernantes que anteponen el bien a todos los otros valores. Es una cuestión discutida en
el ámbito teológico, en lo que ha venido a llamarse la "teología de la historia". Los profetas eran muy sensibles a
ello, a veces exageradamente sensibles, para lo positivo y para lo negativo. Pero no les falta una parte de razón; al
menos para dar a entender que Dios no se desentiendo totalmente de lo que hacemos los hombres. Si los dones que
Él nos ha dado los aplicamos para la paz, la libertad y la justicia, estaremos en el camino de los "planes de Dios".

II Lectura: Iª Tesalonicenses (1,1-5ª): La respuesta al evangelio

II.1. La IIª Lectura da inicio a la 1ª Tesalonicenses, que es la primera carta de Pablo y el primer escrito del Nuevo
Testamento. El apóstol celebra la fe, la esperanza y el amor de aquella comunidad que él había fundado en la capital
de Macedonia. Técnicamente es lo que se llama una "acción de gracias", que es la forma en la que Pablo da
comienzo en sus cartas a las comunidades. Pero se resalta la elección por parte de Dios (eklogên) de esa
comunidad. Y la respuesta de esa elección, por parte de la comunidad, ha sido aceptar el evangelio que se le
predicó. No eligieron oro y plata, sino un mensaje que les acarrearía desventajas frente a la sociedad e incluso
frente a la sinagoga, porque algunos de ellos se pasaron al evangelio de Pablo.

II.2. Se resalta, pues, la firme esperanza de esta comunidad, que en las dificultades que hubieron de sufrir los
cristianos no abandonaron su fe. La esperanza es una virtud escatológica, y en el contexto del otoño y del final que
se acerca poco a poco del año litúrgico nos va a introducir en esos temas de las cosas finales. Ellos hicieron una
elección definitiva, inigualable por el evangelio que él les predicó y que les trajo la fuerza del Espíritu. Es una
elección por la salvación que se les anunció, una salvación que no se tocaba con las manos, aunque sí se anunciaba
próxima, como ha de ponerse de manifiesto en algunos pasajes de esta carta Iª a los Tesalonicenses.

Evangelio: Mateo (22,15-22): La dignidad humana no se compra, es un don

III.1. El evangelio de Mateo, hoy, nos sitúa en el corazón de las polémicas que Jesús mantiene con los dirigentes en
Jerusalén, que los evangelistas sitúan al final de su vida, precediendo a la pasión (cf. Mc 12,13-17; Lc 20,20-26).
Esta vez querían comprometerlo a fondo con las autoridades romanas, que vigilaban ferozmente cualquier
movimiento social o político para castigar cualquier rebeldía. Oponerse al César, incluso en nombre de Dios, era ir
contra la «pax romana», uno de los mitos de la época. Los espías pretenden halagarlo (Mateo sigue a Marcos y nos
habla de los fariseos y los herodianos; Lucas, más coherente, nos habla de espías para entregarlo al gobernador),
pero en el punto de mira está el prefecto romano Poncio Pilato que era un gobernante de una crueldad sin
miramientos, vengativa y arbitraria. Los judíos lo odiaban porque había introducido en Jerusalén bustos e insignias
del César, además de haber usado el dinero sagrado del templo para construir un acueducto que llevara el agua a
Jerusalén (Josefo, De Bello 2,9,2; 2,9.4).

III.2. La hierocracia y aristocracia de la ciudad santa mandan sus espías para poder deshacerse de este profeta
galileo que anuncia el Reino de Dios, pero que no coincide con el reino de Roma, ni con el concepto que tienen del
mismo algunos partidarios de la revolución contra Roma, ni específicamente con el reino que ellos quieren
manipular en nombre de Dios. Los rebeldes dejaban a las claras que la única soberanía que aceptaban bajo el suelo
de Judea es la de Dios (Ex 20,4-5); en ello Jesús podría estar de acuerdo. Pero las trazas, entre uno y otros, son muy
distintas. Es verdad que Jesús parecía estar en un callejón sin salida: frente a Poncio Pilato, frente a las autoridades,
frente a los revolucionarios nacionalistas, frente a todos. No obstante, él la encontró; la encontró recurriendo a las
dignidad humana que Dios ha puesto en el corazón de toda persona, como imagen suya. Los espías, con su trampa,
van a caer en su propia ignominia, porque llevan en sus manos el “denario” con la efigie de Tiberio… pero Jesús no
lleva nada en su zamarra. Solamente tiene su palabra y la fuerza de la sabiduría del reinado de Dios.
III.3. Cuando es preguntado intencionadamente pide la moneda del tributo con la efigie del César y responde: la
moneda hay que dársela al emperador; ¿por qué? Porque es el dinero, y el dinero es lo más sucio de este mundo.
Los que acuñan moneda tienen poder y por el dinero dominan a los hombres ¿Entonces hay que someterse a él? ¡Ni
hablar! Por eso añade con una intencionalidad manifiesta: «y a Dios lo que es de Dios». El dinero no es de Dios, sino
que de Dios somos nosotros mismos, y por lo mismo nosotros solamente debemos estar sometidos a Dios. Ya San
Agustín, que afirmaba: “El César busca su imagen, dádsela. Dios busca la suya: devolvédsela. No pierda el César su
moneda por vosotros; no pierda Dios la suya en vosotros” (Com. Ps 57,11). La trapa la resuelve Jesús no
solamente con inteligencia, sino con sabiduría, donde salta por los aires la legalidad con la que pretenden
acusarlo en su caso. La respuesta de Jesús, no es evasiva, sino profética; porque a trampas legales no valen más
que respuestas proféticas. El tributo de hacienda es socialmente necesario; el corazón, no obstante, lleva la
imagen de Dios donde el hombre recobra toda su dignidad, aunque pierda el “dinero” o la imagen del césar de
turno, que no valen nada.

III.4. Aquí Jesús responde con una afirmación liberadora que solamente pueden captar los que no están cegados
por el poder, el dinero, el odio y la injusticia. Quizás la mejor ilustración a todo ello la tengamos en San Ireneo, en
esa expresión, que es paradigma de muchas radicalidades humanas y divinas: «La gloria de Dios es el hombre
viviente; la vida del hombre es la visión de Dios»;"Vivens homo gloria Dei; vita hominis, visio Dei" nos recuerda San
Ireneo. La gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la experiencia de Dios" (Adv. Haer. - Contra
las herejías, IV, 20,7). Todo esto quiere decir que el evangelio de Jesucristo implica, en una simultaneidad
inconfundible, que de la misma manera que nos descubre al Dios viviente, nos descubre a la vez, y no por otro
camino, al hombre viviente. Podemos usar los bienes de este mundo con eficacia, pero lo que no podemos hacer es
vender nuestra vida al mejor postor. Al "césar" de turno podemos darle el dinero, o los impuestos, pero nuestra
libertad nadie nos la podrá arrebatar.

XXX Domingo
El amor como encuentro entre Dios y el hombre

Iª Lectura: Éxodo 22, 21-27: La religión defiende a los pobres

I.1. Esta lectura del Éxodo no es homogénea, entre otras razones, porque se trata de un conjunto de prescripciones
del famoso Código de la Alianza (Ex 20,22-23,19), que, con el Decálogo (Ex 20,1-17), pretende dar una identidad
propia al pueblo que ha salido de Egipto. En ese código podemos rastrear leyes antiguas en las que todavía se
perfilan las costumbre y tradiciones de los clanes y familias, probablemente del tiempo de los Jueces (s. XII), como
la de los pueblos circunvecinos, y otras mucho más recientes. La preocupación social es manifiesta. En el caso de la
lectura de este domingo podemos subrayar un denominador común: el cuidado de los más necesitados: huérfanos,
viudas y pobres. Aparecen, pues, las exigencias de un Dios misericordioso.

I.2. El mundo de las leyes es muy complicado, tanto por su origen, como por su significación. Así, el problema del
préstamo y la usura, obliga a promulgar leyes como las de nuestra lectura. Son leyes éticas, que todos los pueblos y
culturas se han dado para poder convivir. En el caso del Antiguo Testamento, de la ética veterotestamentaria, se
pretende que el hombre actúe en presencia de Dios. El hecho de que estas prescripciones se hayan establecido en el
contexto de la Alianza de Dios con su pueblo le dan una dimensión religiosa y teológica incuestionable: se nos
muestra cómo puede realizarse la comunión con Dios en la existencia de los humildes y con el prójimo necesitado.

IIª Lectura: Tesalonicenses (1,5-10): Dios es nuestra vida, no un ídolo

II.1. Se prosigue con la carta a los Tesalonicenses la lectura continua de la misma, que comenzaba el domingo
pasado. El pasaje está lleno de afirmaciones teológicas que muestran, sin duda, lo que Pablo ha trasmitido a esta
comunidad con alma, corazón y vida. Muestra una seguridad asombrosa en la fe de esta comunidad nueva, ejemplo
para las provincias romanas de Macedonia y Acaya, cuando han debido llevar a cabo una «catarsis», que no es otra
que abandonar a los ídolos, por el Dios vivo y verdadero. Esto, dicho así, es como el día y la noche, como el ser y la
nada, pero para ello hay que cerrar los ojos y no caer en el abismo. Esta es la fe cristiana en su esencia, que hace
crecer la palabra de Dios como lo que es, nada de palabras vacías, sino palabra de vida, de luz, de profundidad que
tiene su tono más alto en aceptar la resurrección de Jesucristo y la nuestra.
II.2. Hoy, que tanto se tiene en cuenta la "interculturalidad" o más todavía la interculturalidad religiosa, no
deberíamos avergonzarnos de estas afirmaciones de "abandonar" los ídolos y los dioses paganos. Porque todo
aquello que no ofrece vida verdadera al cualquier persona no puede ampararse en el diálogo "intercultural". El
cristianismo paulino es un reto, una llamada a la esperanza. Pronto serían acusados los cristianos de creer en "una
depravada superstición llevada hasta el exceso"; el exceso era el amor por los hombres que fundamentaban en un
"crucificado" (¡inaudito!), que vive una vida nueva y está presente con los suyos para transformar el mundo. Los
ídolos, se quiera o no, los fabrican los hombres y no tienen corazón, no acompañan, ni se inmutan. Los cristianos no
fabricaron un ídolo, sino que dieron un salto a la vida nueva en ese crucificado, que es el Señor. En eso consiste la
acusación de "superstitio" que los "aristócratas" romanos combatieron con su pluma.

Evangelio: Mateo (22,34-40): La ética del amor

III.1. El evangelio de Mateo de este domingo nos ofrece la disputa sobre el mandamiento más importante. Sabemos
que se unen o se juntan dos textos Dt 6,5 y Lv 19,18 que eran citados frecuentemente en discusiones éticas
rabínicas, pero la idea de unirlos tan estrechamente a manera de resumen de toda la Ley y los Profetas fue una
idea creativa no solamente brillante, sino, de nuevo, profética, como sucede en todas estas disputas
concluyentes en Jerusalén. Lo que asombra en el texto evangélico es la seguridad soberana con que afirma que no
hay preceptos como estos, porque en ellos se apoya toda la ley y los profetas. El texto dice que el amor al prójimo es
"semejante" (homoía) al primero, dando a entender un orden lógico, pero sin disminuir su importancia. Es más,
aquí Jesús nos está llevando a la conclusión de que aunque Dios no es el hombre, lo que podemos llamar la
experiencia del amor no es distinta, aunque sean distintos los objetos o las personas amadas. Lo que le da gloria a
Dios, precisamente, es que amemos al hombre como lo amamos a El; tendríamos que decir que no es posible amar
a Dios más que al hombre.

III.2. Todo lo que no sea eso, evangélicamente hablando, es una falacia. Ya lo veía así el autor de la 1ª Jn 4 donde
plantea con una radicalidad teológica inigualable lo que es la identidad cristiana del amor. Si Dios nos ha amado,
entonces, entre otras cosas, no se dice que debemos amarlo a El, sino que debemos amarnos los unos a los otros. Es
verdad que Dios quiere ser amado, necesita ser amado, como lo necesitamos cada uno de nosotros. Y es desde esa
dimensión religiosa desde la que hablaba Jesús, quien con su predicación y con su praxis se empeñó, sin medida, en
descubrir a Dios como Abba, porque él y nosotros, lo necesitamos así.

III.3. Por lo tanto, la praxis evangelizadora de Jesús nos descubre un Dios nuevo y a la vez, y por ello mismo, nos
descubre un hombre nuevo. Es verdad que Jesús de Nazaret, lo descubrió desde Dios. Esto es absolutamente
irrefutable. Esta fontalidad nos expresa pues, que evangelizar es humanizar en todos los órdenes y desde todas las
perspectivas. Jesús hizo coincidir, con su evangelización, la gloria de Dios y la del hombre. El hecho, pues, de que
hoy se insista tanto en la humanización, no depende de que vivimos en el siglo en el que el hombre está enamorado
de sí mismo, de lo que ha hecho y de lo que tiene que hacer; sino que la misma esencia de la fe y de la identidad
cristiana, en el Nuevo Testamento como totalidad, son todavía mucho más humanizantes y humanizadoras que lo
que hoy se nos propone.

XXXI Domingo
Vivir una religión liberadora

Iª Lectura: Malaquías (1,14b-2,2): Condena de la "religión" sin sentido

I.1. Malaquías, de donde se toma la Iª Lectura de hoy (1,14b-2,2), es más un libro de oráculos que un profeta, ya que
la personalidad que subyace en el texto del último de los profetas nos muestra una dimensión difuminada de la
actividad profética; de un tiempo mucho más tardío (480/460 a. C), aunque antes de la reforma de Esdras y
Nehemías, tras lo que se hará callar a los profetas para siempre, hasta el momento del Nuevo Testamento.

I.2. Pero no pensemos que este oráculo contra los sacerdotes, contra la hierocracia que se está imponiendo en
Jerusalén, resulta extraño. Esta fue la lucha de los verdaderos profetas clásicos, como Amós, como Isaías y Jeremías
que eran mal vistos por la clase institucional. No hay duda que los profetas, sean más estilistas o menos, más o
menos profundos, siempre han tenido palabras contra la religión de muerte; porque hay religión de vida y religión
de muerte, y se debe saber elegir.
IIª Lectura: Iª Tesalonicenses (2,7b-9.13): La Palabra de Dios es eficaz

II.1. Este lectura espiga algunos versos del c. 2 de esta primera carta de Pablo, con objeto de poner de manifiesto
aspectos que el apóstol siente y que evocan la evangelización de la comunidad, su amor como padre-madre de la
misma. En ese sentido, pues, no solamente estaba dispuesto a entregarles el evangelio, sino su vida si hubiera sido
necesario. Incluso llega a darnos un dato curioso de la vida de Pablo: él trabaja con sus manos y evangeliza para no
ser gravoso a la comunidad, aunque en otro momento piensa que el apóstol tendría derecho a dedicarse solamente
a la evangelización.

II.2. El v. 13, el más teológico en todos los sentidos, hace una afirmación sobre la Palabra de Dios llena de contenido.
Es una de esas afirmaciones teológicas sobre la eficacia de la "palabra de Dios", si esta se entiende como palabra de
vida, de luz, de revelación; en definitiva, como palabra profética. Porque Dios habla en la historia por medio de
signos y de los hombres en los que ha puesto "su imagen". Dios no puede hablar de otra manera si esto lo
entendemos en un verdadero sentido bíblico. Y es que esta palabra, cuando los profesionales: sacerdotes, teólogos,
evangelistas, catequistas, no la manipulan, es eficaz, justamente para trasmitir vida, luz y esperanza. Y es una
palabra que puede llegar a cada uno y vivirla.

Evangelio: Mateo (23,1-12): La comunidad cristiana, como experiencia de libertad

III.1. El evangelio de hoy refleja claramente las actitudes de Jesús con los dirigentes que le acusaron y le llevaron al
juicio condenatorio. Las controversias que han precedido en Jerusalén han puesto de manifiesto la separación, el
abismo diríamos, entre la concepción religiosa de los escribas, sacerdotes y dirigentes y la del profeta de Nazaret.
Pero en el caso del evangelio de Mateo, este conjunto que hoy se lee en la liturgia, adquiere, si cabe, tonos más
controvertidos que lo que se ha trasmitido en Mc 12,38-40 y Lc 20,45-47. Se han ampliado las acusaciones, cuando
precisamente el evangelio de Mateo tiene un origen mucho más judío que los otros.

III.2. Está claro, pues, que en el seno de esta comunidad mateana se ha consumado la ruptura entre comunidad
cristiana y sinagoga; ya no hay esperanza para rescatar el rabinismo de la opción por Jesús, por su evangelio y por
la religión que había defendido con su vida, como se había pretendido en los orígenes de este grupo cristiano de
Mateo. Es verdad que este en un tema complejo desde el punto de vista histórico sobre las relaciones entre
judaísmo y cristianismo que todavía exige investigaciones más concretas y determinantes. En todo caso, el
evangelista también tiene en cuenta a su comunidad, o a algunos de esa comunidad que vuelven a caer en el error
del "judaísmo" al poner pesadas cargas sobre las conciencias de los otros, mientras ellos no mueven un dedo. Esto
es muy probable, y siempre ha sucedido en las instituciones humanas y religiosas.

III.3. En la historia de la Iglesia, en la lucha por la libertad, por otra parte, podíamos sentir esta misma acusación, ya
que el comportamiento y el formalismo con que a veces vivimos y actuamos, no deja lugar a la inspiración
profética, a la religión carismática, a la acción del Espíritu. Esta es la lección más clara del evangelio de este día.
¿Qué quiere decir esto? Pues que la Iglesia no se fundamenta en su esencia, exclusivamente, en una estructura
jurídica como algunos pretenden. Más importante que esto último le pertenece, al pueblo de Dios, ser una
comunidad carismática: es decir, aquella que es conducida primera y principalmente por el Espíritu de Dios y de
Jesucristo. Eso no implica que se pueda desconocer el papel que el "Magisterio" tiene como servicio de este
proyecto espiritual; el v. 11 de nuestro texto lo deja bien claro: «el mayor entre vosotros será vuestro servidor». De
esa manera, pues, todos los cristianos, cada uno en particular, en la Iglesia, en razón de su libertad personal que
nunca se puede perder, están llamados a contribuir a la edificación del Pueblo de Dios, de la comunidad de
salvación, según la llamada que reciba del Espíritu.

III.4. Jesús le ha dejado a los suyos, no un mensaje jurídico, sino la buena noticia del evangelio de la salvación. La
interpretación del mismo en las nuevas situaciones de la vida y de la historia no puede hacerse como los "escribas y
fariseos" que cerraron a cal y canto el acceso al mensaje de los profetas. Jesús se juega su vida precisamente contra
esta situación. Esto es históricamente cierto. Es verdad que en el texto del evangelio de hoy se refleja la disputa
concreta de la comunidad de Mateo con el judaísmo oficial que le lleva a una ruptura definitiva. Pero la comunidad
cristiana debe estar vigilante para que en la "cátedra del evangelio" estén lo que "sirven" a la libertad del Espíritu y
de la salvación de Dios y no vuelva a ser la "cátedra de Moisés", que, sin duda, ha sido superada por el evangelio de
Jesucristo.
DOMINGO XXXII
¿SABREMOS ACOGER CON SABIDURÍA NUESTRA FELICIDAD ETERNA?

Iª Lectura: Sabiduría (6,12-16): Abrirse a la sabiduría

I.1. La liturgia de este domingo, intenta marcar la pauta de lo que es la apertura al último destino del hombre y de la
vida. Efectivamente, sin la sabiduría, que es la esencia de lo bueno, de la felicidad, de lo ético y estético, la vida
perdería su hermosura y su dimensión escatológica (lo que la lleva más allá de la experiencia de la finitud y de la
muerte). Por ello, ser sabio, en la Biblia, no es estudiar una carrera para aprender muchas cosas; no es cuestión de
cantidad, sino de calidad; es descubrir constantemente la dimensión más profunda de nosotros mismo y de Dios.
Para los hebreos, los enemigos de la fe en Dios no eran el escepticismo ni la incredulidad sino la adoración a los
dioses paganos, meros productos de la imaginación humana descarriada.

I.2. Los hebreos no buscaban el conocimiento teórico sino la sabiduría (hokma), es decir, el pensar
correctamente para tomar decisiones acertadas y vivir una vida justa ante Dios. En el origen de su semántica
hebrea la sabiduría no era un saber cualquiera ni puramente teórico –a la manera griega- sino el conocimiento
necesario para la acción. El que tenían, por ejemplo, los arquitectos cananeos para construir el templo de
Salomón. Pero también y especialmente el conocimiento que tuvo Salomón para conducir a su pueblo. Era,
sobre todo, la sabiduría que transmitía Dios a Israel para llevarlo a su plenitud, a la verdadera felicidad, y
expresada de un modo sintético y sublime en los mandamientos.

I.3. ¿Dónde está esa sabiduría? El autor de este libro lo tiene claro: en Dios, el autor de la vida y de lo que somos. El
poema es un alarde, porque en el fondo, con la sabiduría, casi personalizada, se está hablando de la acción de Dios
que sale siempre al encuentro del hombre. Sin Dios (en el poema es la sabiduría), pues, el ser humano no
encontrará su verdadero destino. Si no mimamos la sabiduría, no aprenderemos a vivir con esperanza, ni a ser
felices en aquello que merece la pena, ni a superar los traumas que nos rodean, ni a esperar siempre un minuto,
una hora, un día, una eternidad mejor para todos. Pero como dice el texto de hoy, debemos ser dignos de la
sabiduría para que ella nos sonría. Tener sabiduría, en definitiva, es buscar o descubrir constantemente lo que
nunca muere; aspirar a ello como lo más normal de la vida. Ahí se revela la verdadera sabiduría divina.

IIª Lectura: Iª Tesalonicenses (4,13-18): Nuestro destino es la vida eterna

II.1. San Pablo en uno de los textos más conocidos de su carta Iª a los Tesalonicenses establece unas analogías,
aproximaciones que él se imaginaba, sobre la suerte de los que habían muerto y qué sería de ellos cuando llegara el
fin del mundo. Cuando Timoteo llega a Corinto, donde está Pablo, con algunos acompañantes de la comunidad de
Tesalónica, le plantean la dificultad que tienen de que algunos de los suyos, que han muerto, puedan quedan
“desposeídos” de la gloria y la felicidad de Dios en la llegada de la “parusía”. Es decir, si los muertos resucitarán
para gozar de esta felicidad. Pablo lo apoya como “palabra de Dios”. Esta es la afirmación más decisiva,
independientemente del momento de la parusía o de la resurrección de los muertos para gozar de Dios. Es lógico
pensar que en el texto esta “trasformación-resurrección” se contempla desde la perspectiva del “final de los
tiempos” o de este mundo.

II.2. Porque Pablo, al comienzo de su misión apostólica, pensaba que él mismo vería ese momento de la “parusía” o
la segunda venida del Señor, que era una actitud e incluso un convencimiento bastante común entre los primeros
cristianos, heredada de una corriente de corte apocalíptico del judaísmo. Después evolucionaría en su pensamiento
y en su teología (cf Flp 1,20-24; 2Cor 4,10-5,8), porque el fin del mundo y la venida del Señor no debemos
entenderla como una irrupción apocalíptica, sino como un proceso que se va consumando misteriosamente en esta
historia; que por una parte va muriendo y por otra se evoluciona hacia un mundo mejor y más hermoso en medio
de acontecimientos críticos, de ciclos desconcertantes, para volver a resurgir la esperanza y la luz. Ya Jesús había
hablado de que los muertos, para Dios, están vivos, en una discusión que los saduceos le habían planteado sobre el
destino de los que han muerto (cf Mc 12, 18-27; Lc 20,27-38). Jesús, pues, había afrontado la cuestión desde esa
clave de la sabiduría que descubre en nosotros lo que nunca muere.

III. Evangelio: Mateo (25,1-13): La actitud frente a la felicidad eterna


III.1. El evangelio, texto exclusivo de Mateo, nos propone la parábola de las vírgenes necias (moroi) y las prudentes
(phronimoi). No siempre hemos logrado penetrar adecuadamente en su sentido, ya que la narración está recargada
de significados específicos diversos. Se habla de “diez”, quizás porque era el número exigido para la validez de la
plegaria en la sinagoga o fuera de ella. Por lo mismo, se apunta, o precisa el autor del evangelio de Mateo, que es
una parábola de sesgo comunitario a todos los efectos. Incluso la boda, con toda su significación bíblico-mesiánica,
es útil para enmarcar el punto final: la llegada o venida del esposo. Sin esposo no hay boda ni nada y la novia puede
quedarse llorando entre el lamento de sus amigas, en este caso vírgenes (parthenoi) lo que quiere decir
simplemente “no casadas” y que también un día serán desposadas. Entre tanto, acompañan a su amiga a lo más
importante de su vida pero, sin el esposo, nada tiene sentido. Algunos autores han apuntado a las interpretaciones
rabínicas del Cantar de los Cantares que ven en el coro de las “hijas de Jerusalén” el grupo de los discípulos que
llevan en sus manos la luz de la “Thora” y vigilan la llegada del Mesías. El aceite era en el judaísmo, además, el signo
de las buenas obras, así como de la alegría de la acogida (Sal 23,5; 104,15; 133,2) e incluso de la unción mesiánica
(Sal 45,8; 89,21).

III.2. Jesús, en ella, se vale del marco de una fiesta de bodas para hablar de algo trascendental: la espera y la
esperanza, como cuando la novia está ardiendo de amor por la llegada de su amado, de su esposo. Pero los
protagonistas no son ni el novio (lo será al final de todo), ni la novia, en este caso, sino las doncellas que
acompañaban a la novia para este momento. Eso quiere decir que ellas se gozaban en gran manera con este
acontecimiento, como si ellas mismas estuvieran implicadas, tanto como la novia, y sin duda la narración da a
entender que debían estarlo; pero para este acontecimiento de amor y de gracia hay que estar preparados, o lo que
es lo mismo, deben abrirse a la sabiduría; el júbilo que se respiraba en una boda como la que Jesús describe es lo
propio de algo que alcanza su cenit en la venida del esposo.

III.3. La iglesia primitiva ha alegorizado, sin duda, la propuesta de Jesús en razón precisamente de la “parusía” que
no llegaba, pero que podía llegar en cualquier momento. Este es un problema muy discutido. La frustración en la
primera o segunda generación cristiana, sobre la llegada de la “parusía” o el fin del mundo, es decir, la plenitud del
Reino de Dios, no se ha resuelto adecuadamente (solamente en Lucas tenemos una enseñanza más acorde con el
retraso de la parusía). Por ello, la diez vírgenes son representación de una comunidad, de la comunidad cristiana.
¿Habría aceite en las lámparas para ese momento? En definitiva ¿habría sabiduría? Así es como se enlaza con el
sentido de la primera lectura, que como dijimos, marca la pauta de la liturgia de hoy. Sabemos que esta es una
parábola de “crisis”, no para atemorizar, sino para mantener abierta la esperanza a esa dimensión tan importante
de la vida.

III.4. Entonces, ¿qué es la parusía? ¿qué significa el fin del mundo? (lo veremos mejor el próximo domingo). Lo
importante es estar preparados para la venida del esposo, el personaje que se hace esperar. Se habla de una
“presencia” (que eso significa “parusía) ante los que esperan. Por tanto, no es cuestión de entender el tema en
términos cósmico-físicos, sino de cómo nos enfrentamos a lo más importante de nuestra vida: la muerte y la
eternidad: ¿con sabiduría? ¿con alegría? ¿con aceite, con luz? ¿con esperanza? Este mundo puede ser “casi”
eterno, pero nosotros aquí no lo seremos. Estamos llamados a una “presencia de Dios” (parusía) y eso es como
unas bodas: debemos anhelar amorosamente ese momento o de lo contrario seremos unos necios (moroi) y no
podremos entender unos desposorios de amor eterno, de felicidad sin límites

DOMINGO XXXIII
Esperar nuestra salvación desde la luz

Este “penúltimo” domingo del año litúrgico nos mete de lleno en la esfera religiosa escatológica; nos instruye y
nos motiva a pensar en las últimas cosas de la vida, esas sobre las que no queremos hablar casi nunca, porque
nos parece que no forman parte de nosotros mismos; como si fueran de otro mundo. Pero, sin embargo, la
liturgia nos recuerda que son del nuestro, de nuestra intimidad más profunda, a la que debemos asomarnos con
fe y esperanza. Existen las últimas cosas, que llegan cuando nuestra vida, aquí, ya se ha agotado. Por ello, nos
permitimos una reflexión de más alcance sobre el concepto bíblico de “parusía” que impregna el sentido de las
lecturas de este día:

1) La palabra griega que sustenta este concepto no es directamente bíblica, sino que está tomada del helenismo
donde significaba la «visita» o la «presencia» del rey en una ciudad. Si un rey o un gran mandatario visitaba una
ciudad, se hacían grandes obras para el momento, se preparaban fiestas con alabanzas y sacrificios en los
templos; a esto se le llamaba «parusía». E incluso viene a simbolizar una nueva era para la ciudad o para la
provincia o territorio. De ahí la tomaron los cristianos, sin duda, ya que aparece muy poco en el AT (cuatro
veces en la Biblia griega de los LXX). Su sentido técnico es manifiesto, pero mucho más su sentido religioso. De
esa manera se aplicó a la venida de Cristo, a su vuelta al final de los tiempos, para llevar a cabo el triunfo sobre
este mundo y manifestar la grandeza y el poderío del reinado de Dios. Esta vuelta, tal como creían los primeros
cristianos, no estaba lejos (así en 1Tes 2,19; 3,13; 4,15; 5,23; 2Tes 2,9; 1Cor 15,23). Sin embargo, un cambio de
actitud se va imponiendo poco a poco hasta ir desapareciendo paulatinamente de la visión escatológica y de las
ideas del cristianismo. En los evangelios, ni el mismo Hijo del hombre conoce la fecha (Mc 13,32; Mt 24,36); y
en la 2Tes se intenta justificar el retraso de la parusía por algo que escapa a los cristianos. En realidad era una
forma de curar cierta fiebre apocalíptica ante dificultades y persecuciones. Ello fue beneficioso para valorar
mucho más la transformación que el Reino de Dios debía tener en la historia actual, según el mensaje del mismo
Jesús.

2) Sin embargo hay que decir que el cristianismo no bebe exclusivamente en el helenismo su visión de lo que
conocemos técnicamente como «parusía», sino que en el fondo es más fuerte un concepto bíblico de carácter
profético que se conoce como el «día de Yahvé», el «día del Señor» y así lo usa también San Pablo (1Tes 4,18).
Eso supone que los cristianos han reinterpretado un antiguo concepto bíblico de carácter escatológico y
apocalíptico.

3) ¿Qué es el día del Señor? Como en casi todas las culturas religiosas, el día del Señor tiene dos aspectos: uno
positivo, de salvación, de liberación, de triunfo de Dios sobre el mal y sobre los enemigos; por otra, desde la
perspectiva de la predicación profética monoteísta, es el día del juicio, por ejemplo, contra todo orgullo humano
(Is 2,6-22). Numerosos textos proféticos y apocalípticos apoyarían este doble sentido (cf Am 5,18-20; Jl 4,12ss;
Sof 1,7-14 de donde se toman la expresión «dies irae, dies illa»; Ez 7,7-27).

4) ¿Qué sentido, pues, tiene la parusía? Reinterpretando todo lo que el AT y el NT nos sugieren, debemos tratar
de entender que el día del Señor, el día de la parusía, nos es un tiempo cronológico de un momento, o una fecha
del calendario. Es una nueva situación que hay que aceptar por la fe y la esperanza en Dios. Es un concepto de
excelencia en el que la salvación de Dios anunciada por los profetas y manifestada en la vida de Jesucristo es
una realidad sin vuelta atrás. Por eso no es cuestión de ajustar el día de la parusía, o el día del Señor, o el día de
la salvación, a un momento, a una hora, a un día, a un año. Se trata de reconocer la acción de Dios por los
hombres. E incluso podemos afirmar, que desde la fe cristiana, supone reconocer la acción por la que Dios
transformará la historia. De ahí que debamos entender y aceptar que la parusía ha comenzado en la
Resurrección de Jesús y no terminará hasta que todos los hombres que existen y existirán serán resucitados
como Jesús (así lo ve ya Pablo en 1Tes 4,13 y en 1Cor 15). Y eso será el signo definitivo, el día por excelencia, en
el que la historia, es decir, la creación de Dios, habrá llegado a su plenitud.

Iª Lectura: Proverbios (31,10…31): La sabiduría de las grandes decisiones

I.1. El ejemplo del libro de los Proverbios (31, 10...31) nos presenta precisamente a una mujer, la “mujer
fuerte”, hija, hermana o madre en la que se puede confiar. Como la Biblia no es antifeminista, aunque su cultura
esté impregnada por una mentalidad patriarcal, sí acierta en ver a la mujer como más abierta a lo escatológico,
a lo espiritual, al amor por los pobres. Por eso, esta lectura, justamente, propone desde dónde se deben afrontar
las últimas cosas de la vida. No conviene, de ninguna manera, hacer una lectura “contracultural”. La mujer no
está reducida al hogar, a la casa, a los hijos… Lo importante en esta lectura es la gran capacidad de “decisión”.

I.2. La mujer judía, encargada de mantener el fuego en el hogar, y de encender las luces del shabat, experimentó
desde muy pronto lo que significó su llamado al Reino. Ella encarnaba en Israel la sofía de Dios y, por lo tanto,
debe enseñarla, iniciar a sus hijos en su camino. En el hebreo bíblico, espíritu (ruah) y sabiduría, (hokma), son
términos femeninos. Sofía, como una niña que danza ante Dios, (Prov 8,22ss), es el rostro humano del
pensamiento divino y por lo tanto es a la madre a quien corresponde la iniciación de sus hijos en la prudencia.
Israel valoró a la mujer como a una perla, desde su escondimiento e invisibilidad, pero también la apreció como
profetisa, guerrera y reina. A pesar del patriarcalismo de la Biblia, sus autores no callaron totalmente nombres
como el de Myriam, Débora, Judith, Ester, Ana... Ellas y muchas otras mujeres encarnaron el ideal de Israel,
quien llegó a identificarse como nación con la "amada" del Cantar. La amada de Yahvé a quien profetas y sabios
dieron nombres y destinos femeninos, al reprender en sus desvíos la respuesta del pueblo a un amor de
Alianza. Israel fue la elegida, la virgen, la esposa, la ramera... Oseas, Jeremías y Ezequiel vituperaron las
infidelidades de Israel con nombres femeninos.

I.2. La mujer es más religiosa que el hombre; siempre lo ha sido. Y el elogio de la mujer en el capítulo último de
los Proverbios es toda una analogía (y subrayo “analogía) para que demos importancia a lo que no queremos
darle, como si eso fuera cosa de mujeres. Las cosas que merecen la pena, y especialmente las cosas de Dios,
deben tener en nosotros la gran oportunidad que “la mujer”, la madre, la hija, la hermana, da a los suyos. Y
todos, varones o mujeres, tenemos que tomar grandes decisiones. En realidad aquí se habla de la mujer como si
se tratara de la “sabiduría”. Esa sabiduría bíblica, que es una sabiduría práctica, es la que se propone aquí en la
imagen de la mujer.

II Lectura: Tesalonicenses (5,1-6): Esperar en la luz, sin miedo

II.1. La segunda lectura, en continuación con la del domingo pasado, nos muestra al Pablo primitivo, al que la
comunidad de Tesalónica le plantea grandes cuestiones y, concretamente, en lo que se refiere a la venida del
Señor. Los primeros cristianos estuvieron obsesionados con ello. Esta es la segunda instrucción del apóstol
sobre dicho acontecimiento. Para su enseñanza se vale del lenguaje profético veterotestamentario, de la
literatura apocalíptica (mucho de ello lo encontramos en los textos de Qumrán): vendrá como cuando una
mujer da a luz, que casi siempre es un momento inoportuno, entre la luz y las tinieblas, entre el velar y el
dormir.

II.2. Pero el objetivo de Pablo es liberar la tensión que pesa sobre el momento y la hora de la venida e incidir en
la actitud que hay que tener, como lo más importante: ese debe ser un instante de luz, porque es evento de
salvación, para lo cual se debe estar preparado. Por eso, el falso problema de cuándo, con su angustia e
incerteza, se cambia por el cómo: desde la luz, desde la praxis del amor, la justicia, la solidaridad y el perdón.
Así viviremos con Cristo.

Evangelio: Mateo (25,14-30): No «enterrar» el futuro

III.1. El evangelio de Mateo (25,14-30) nos muestra, tal como lo ha entendido el evangelista, una parábola de
"parusía", sobre la venida del Señor. Es la continuación inmediata del evangelio que se leía el domingo pasado y
debemos entenderlo en el mismo contexto sobre las cosas que forman parte de la escatología cristiana. La
parábola es un tanto conflictiva, en los personajes y en la reacciones. Los dos primeros están contentos porque
“han ganado”; el último, que es el que debe interesar (por eso de las narraciones de tres), ¿qué ha hecho?
“enterrar”.

III.2. Los hombres que han recibido los talentos deben prepararse para esa venida. Dos los han invertido y han
recibido recompensa, pero el tercero los ha cegado y la reacción del señor es casi sanguinaria. El siervo último
había recibido menos que los otros y obró así por miedo, según su propia justificación. ¿Cómo entendieron
estas palabras los oyentes de Jesús? ¿Pensaron en los dirigentes judíos, en los saduceos, en los fariseos que no
respondieron al proyecto que Dios les había confiado? ¿Qué sentido tiene esta parábola hoy para nosotros? Es
claro que el señor de esta parábola no quiere que lo entierren, ni a él, ni lo que ha dado a los siervos. El siervo
que “entierra” los talentos, pues, es el que interesa.

III.3. Parece que la recompensa divina, tal como la Iglesia primitiva pudo entender esta parábola, es injusta: al
que tiene se le dará, y al que tiene poco se le quitará. Pero se le quitará si no ha dado de sí lo que tiene. Y es que
no vale pensar que en el planteamiento de la salvación, que es el fondo de la cuestión, se tiene más o menos; se
es rico o pobre; sino que la respuesta a la gracia es algo personal que no permite excusas. La diferencia de
talentos, no es una diferencia de oportunidades. Cada uno, desde lo que es, debe esperar la salvación como la
mujer fuerte de los Proverbios que se ha leído en primer lugar. Tampoco el señor de la parábola es una imagen
de Dios, ni de Cristo, porque Dios no es así con sus hijos y Cristo es el salvador de todos. Es una parábola, pues,
sobre la espera y la esperanza de nuestra propia salvación. No basta asegurarse que Dios nos va a salvar; o
aunque fuera suficiente: ¿es que no tiene sentido estar comprometido con ese proyecto? La salvación llega de
verdad si la esperamos y si estamos abiertos a ella.
ULTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
FESTIVIDAD DE CRISTO REY

Este domingo último del año litúrgico, desde la instauración de la fiesta de Cristo Rey del universo (en 1925, por
Pío XI), en un contexto social y religioso muy distinto al de hoy, nos introduce muy de lleno a una dimensión
salvífica de la historia de la humanidad. Esta historia no es simplemente una producción, aunque sea de los mejores
valores culturales, sino que los cristianos estamos llamados a dimensionar el mundo para que un día, Cristo, quien
ha dado su vida por todos, pueda presentarlo redimido y liberado de todo lo que hoy es oprobio e ignominia. Los
cristianos confesamos que nosotros, la humanidad sola, no puede hacer una historia hermosa y liberadora. Cristo
es nuestra esperanza.

Iª Lectura: Ez (34,11-12;15-17): Dios, nuestro pastor

La primera lectura es uno de los discursos proféticos más valorados del AT, que se pronuncia en el momento del
desastre del pueblo en el destierro de Babilonia. Es un oráculo de esperanza, porque el Dios de Israel ama
entrañablemente a su pueblo. Pero las cosas han de cambiar. El profeta Ezequiel presenta la alternativa a los
dirigentes de su pueblo, a los reyes, sacerdotes y clase dominante: el Señor será un pastor de verdad; un pastor que
buscará una a una a sus ovejas, las cuidará, las curará si es necesario. El Señor de Israel no es un rey sin corazón,
como los que hasta ahora condujeron al pueblo, sino quien sabe entregar su vida como verdadero pastor. Es verdad
que hay pastores sin corazón; pero para ser buen pastor hay que dar la vida por las ovejas.

IIª Lectura: Iª Corintios (15,20-26.28): En Cristo, la humanidad está llamada a la vida eterna

II.1. La segunda lectura nos habla de la clave de la vida escatológica: la resurrección de los muertos. Sabemos que
Pablo afronta este problema en la comunidad de Corinto ante un grupo ideológico de iluminados que negaban la
necesidad de la resurrección, quizás por influencias helenistas del desprecio del “cuerpo”. Pero el apóstol
distinguirá en este capítulo, de una manera nítida, entre el “cuerpo” y la “carne” (“la carne y la sangre no pueden
heredar el Reino de Dios” v. 40). Pablo, con toda el alma y todo el corazón, piensa que si no fuera así, ni Cristo
habría podido resucitar, porque El era un hombre, y nuestra fe no tendría sentido. ¿Es coherente este
planteamiento teológico? Desde luego que sí. La resurrección, en el fundamento de la fe cristiana, no es un añadido
estético, sino lo que explica la razón de nuestra fe y de nuestra esperanza.

II.2. En la lectura de hoy, Pablo hace algunas precisiones comparativas entre Adán y Cristo, para poner de
manifiesto que si ser descendientes de Adán implica necesariamente la muerte, y especialmente la muerte como
negatividad, el creer en Cristo nos introduce en la dinámica de la vida verdadera, que la podríamos expresar así: no
hemos nacido para la muerte, sino para la vida. Dios, en Cristo como primicia, nos ha revelado que su creación es
tan positiva, que no caeremos nunca en la nada, aunque tengamos que pasar por la muerte; la hermana muerte nos
lleva, necesariamente, a la vida que el Creador nos regala.

Evangelio: Mateo (25,31-46): Un “reino” de vida, por la justicia y la paz

III.1. El evangelio de hoy, de Mateo, el que se conoce como el “juicio de las naciones”, está en conexión con la
primera lectura en razón del papel de las ovejas y del futuro que les espera. Ahora, aquél pastor pasa a ser rey de
las naciones, del universo entero. El Hijo del hombre juzga como los reyes (“en su trono de gloria”)… pero en
realidad es un elemento no decisivo, ya que el “reinado de Dios”, clave del mensaje de Jesús, no expresa monarquía,
ni sistema político determinado aún en lo parlamentario, sino un planteamiento ético universal. Y todo lo que
muchas mentes fundamentalistas alimentan en un texto tan complejo como este (v.g. el juicio del valle de Josafat),
debería dejarse de lado para ir a lo fundamental. La teología del evangelista trata de presentar una dimensión
cósmica, universal, de la acción del Señor. Todo el mundo, toda la historia, pues, están bajo la acción salvadora y
redentora del Señor. No es solamente Israel, el pueblo judío o en nuestro caso los cristianos, como ya lo ha
manifestado antes (Mt 19,16-19).

III.2. El relato tiene una serie de acciones y símbolos que hacen pensar: derecha-izquierda, ovejas-cabras,
hermanos pequeños, benditos de mi padre, dar de beber, conmigo lo hicisteis. Así ha nacido una interpretación de
carácter “filantrópico” y de solidaridad que no presume o abusa de elementos “religiosos” en muchos casos.
Algunos se indignan porque ésta sería la lectura que plantea o justifica un seguimiento de Jesús casi “sin religión”; o
que cualquier hombre o mujer sin fe, están llamados a la salvación simplemente por solidaridad con sus hermanos.
En realidad el texto dice lo que dice y enseña lo que algunos “temen” o no quisieran oír ni aceptar. Y además, está
en Mateo, cuyo texto respira judaísmo por todos los poros. Es un texto, sin duda, que viene de Jesús, aunque la
elaboración mateana no deja lugar a dudas. Pero Mateo no ha podido ocultar la radicalidad contracultural con la
que Jesús pudo expresarse en su momento.

III.3. No negamos que es un texto difícil, pero nada alambicado. Es verdad que los “hermanos míos pequeños” son
los seguidores de Jesús que sufren y son perseguidos… pero los hermanos de Jesús “pequeños” son todos los
hombres y mujeres que sufren en el mundo de cualquier raza y religión. Y eso no significa que la religión salta por
los aires, sino que la religión del “reinado de Dios” es universal, y en la que caben aquellos que sin pertenecer a una
estructura religiosa confesional pueden hacer posible lo que el Reino de Dios pretende: hacer de este mundo un
“reinado de vida” por la justicia y la paz. Pensar que eso es un reduccionismo de la religión verdadera es no haber
entendido el mensaje evangélico de Jesús. El mensaje de Jesús seguirá siendo escandaloso siempre. Y si nunca pudo
ser encerrado de lleno en el judaísmo de la época es porque en Jesús comienza algo radicalmente nuevo, desde su
continuidad-discontinuidad con la religión de su pueblo y con el Dios de Israel.

III.4. Por lo mismo, tendríamos que ver aquí una afirmación rotunda, atrevida en cierta manera: todos los hombres,
sean creyentes o no, tienen que enfrentarse críticamente con el proyecto salvífico de Cristo. Y la pregunta podría
ser, ¿qué criterios pueden servir para los que no creen en Dios ni en Cristo? Pues el mismo criterio que para los
cristianos y creyentes: el amor y la misericordia con los hermanos. Ese es el único criterio divino y evangélico de
salvación y de felicidad futura: la caridad y la ayuda a los pobres, a los hambrientos y a los desheredados. El juicio
divino no tiene unas leyes que beneficien a unos y perjudiquen a otros, como a veces se da a escala mundial. Cristo,
es el rey de la historia y del universo, porque su justicia es la aspiración de todos los corazones.

COMENTARIO BÍBLICO
CICLO B

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO


VIGILAR: ESPERAR A DIOS COMO REDENTOR

Comenzamos desde ahora un nuevo tiempo litúrgico y el Adviento nos pone en sintonía con las realidades de
espera y esperanza que no se pueden sostener, desde luego, en la impronta que marca a una generación
frustrada. El Adviento es todo un símbolo que sirve para defender la dignidad de los hombres, de nuestra
naturaleza, de nuestras posibilidades e inteligencia, no a costa de Dios, sino porque aceptamos que la
humanidad no tiene futuro sin el Dios del Adviento, el Dios de la encarnación, el Dios que lo da todo por
nosotros. El Adviento, que viene de parte de Dios como diálogo previo de la Encarnación, es una llamada a
deshacer el “infierno de las tinieblas” que a veces nosotros, la humanidad, provocamos de mil formas y
maneras.

Iª Lectura: Isaías (63,16-17;64,1.3-8) : Dios Redentor y Padre

I.1. La primera lectura está entresacada del libro de Isaías (63,16-17;64,1.3-8), y es la reflexión de un profeta
(conocido por muchos como Tercer Isaías) que después del exilio de Babilonia sabe lo que es la crisis de
identidad de su pueblo. Un pueblo que vive sin Dios, buscando simplemente subsistir, no tiene futuro, porque
no tiene esperanza. El profeta, puesto en lugar de los sencillos y de las almas anhelantes, nos ofrece un “credo”
majestuoso sobre quién es Dios: nuestro padre y nuestro redentor. ¡Qué anhelo tan fuerte se siente! Quiere que
el cielo se rasgue y baje Dios en persona... Y ya percibe el profeta que esto ha sucedido.

I.2. Efectivamente Dios no se ha quedado en su cielo, sino que ha bajado para ser uno de nosotros y enseñarnos
a practicar la justicia y la solidaridad. Este Dios ha venido para salvarnos y liberarnos. Esto sucedió, en realidad,
en el s. I, con Jesús de Nazaret, el profeta nuevo de Galilea, desde cuando comienza a contarse una historia
nueva. Pero muchos siglos antes, hombres, profetas como el Trito-Isaías, lo intuyeron como si lo estuvieran
viendo con sus ojos. Desafiando, incluso, la memoria de los padres del pueblo, Abrahán e Israel (considerando
éste como uno de los antepasados) que ya no pueden proteger a los suyos (son solo recuerdo), no le queda más
remedio que recurrir a Dios. No puede ser de otra manera, porque es el único que puede responder, porque es
el único que sabe comprometerse.

I.3. El profeta repasa la situación anterior y comprende que el pueblo se ha olvidado de Dios. ¿Qué puede
ocurrir? En las religiones de dioses celosos, la venganza divina se hubiera dado por descontado. Pero cuando se
tiene un Dios de verdad, con entrañas de misericordia, que considera a los hombres como hijos, entonces sale a
relucir lo que Dios es: padre y redentor (go´el). Sin Dios, padre del pueblo, no hay nada que hacer. Es de los
pocos textos del AT que usa esta expresión para hablar de Dios como “padre” del pueblo. Dios siempre sabe
inventar algo nuevo para los suyos, y en este caso, el profeta, quita el título a los patriarcas para dárselo a Dios,
porque Dios es más “padre” que los epónimos, los antepasados. De eso no se vive y hay que reconocerlo. Así es
como se “rasgará” el cielo y vendrá el rocío que en tierra de “desierto” es como el maná, como el agua. Esta es
una de las imágenes del Adviento. Y entonces el hombre aprenderá a no ser más de lo que debe ser. De ahí que
teniendo a Dios como “padre y redentor”, no importa sentirse como el “barro en manos del alfarero”, porque de
sus manos siempre sale un vaso nuevo.

IIª Lectura: Iª Corintios (1,3-9): El “conocimiento” como experiencia de salvación

II.1 La segunda lectura es, concretamente, el proemio de la carta de Pablo a la comunidad de Corinto, aquella
que habría de darle mucho quehacer pastoral y teológico. En esas comunidades había grupos bien diversos;
algunos buscarán caminos de perfección y de conocimiento más altos y exigentes. Viven bajo la espera de la
venida de Jesucristo y el Apóstol los alienta para que sin perder esa dimensión tan esencial de su fe no olviden
que lo más importante, no obstante, es vivir la vida de Jesucristo. En esa tensión escatológica no valen de nada
las elucubraciones y los miedos: quien vive la vida del Señor; quien tiene sus sentimientos, heredará la
verdadera vida.

II.2. La comunidad, muy heterogénea, muy plural y muy problemática, se vanagloriaba de su elocuencia y de sus
carismas (cc. 12-14). Pablo menciona aquí el “conocimiento” de que hacen gala algunos de la comunidad. ¿Qué
conocimiento? Quizás el de la inteligencia (la gnosis, de los griegos). ¿Qué les falta? El conocimiento que viene
de la revelación de Dios y que los pondrá en trace de esperar el “día de nuestro Señor Jesucristo”, la “parusía”.
En aquellos momentos incluso Pablo pensaba que ese día vendría pronto, como manifestación de la acción
salvadora de Dios sobre este mundo y sobre la historia. Y para ese día no hay que prepararse con
“conocimiento”, sino desde la praxis de una vida llena de sentido.

Evangelio: Marcos (13,33-37): La vigilancia, una llamada a la esperanza

III.1. El evangelio de Marcos propio del Ciclo B que inauguramos con este Adviento, insiste en el tema de la
carta de Pablo. El c. 13 de Marcos se conoce como el “discurso escatológico” porque se afrontan las cosas que se
refieren al final de la vida y de los tiempos. Es un discurso que tiene muchos parecidos con la literatura del
judaísmo de la época que estaba muy determinada para la irrupción del juicio de Dios para cambiar el rumbo
de la historia. Los otros evangelistas lo tomarían de Marcos y lo acomodarían a sus propias ideas. En todo caso,
este discurso no corresponde exactamente a la idea que Jesús de Nazaret tenía sobre el fin del mundo o sobre la
consumación de la historia.

III.2. Es bastante aceptado que es un discurso elaborado posteriormente, en situaciones nuevas y de crisis,
sobre una “tradición” de Jesús y también de algo sucedido en tiempo del emperador Calígula. Aquí, el
evangelista, se vale de la parábola del portero que recibe poderes para vigilar la casa hasta que el dueño vuelva.
Estamos ante el final del discurso, y se ve que es como una especie de consecuencia que saca, el redactor del
evangelio, de la tradición que le ha llegado a raíz de los acontecimientos que han podido marcar la crisis de
Calígula, un hombre que no era agraciado ni en el cuerpo ni en el espíritu, como cuenta de él Suetonio (Calig., L).
Los judíos habían derribado un altar pagano en Yamnia, y el emperador mandó hacer en el templo de Jerusalén
un altar a Zeus. Para los judíos y los judeocristianos supuso una crisis de resistencia como oprimidos frente al
poder del mundo. En aquél entonces algunos judeo-cristianos no habían roto todavía con el judaísmo y con el
templo. No pueden desear otra cosa que legitimar su anhelo religioso en aras de una visión apocalíptica de la
historia: sobre todo, es necesaria la fidelidad a Dios antes que la lealtad a los poderes del mundo que oprimen.

III.3. En la historia de la humanidad siempre se repiten momentos de crisis; situaciones imposibles de dominar
desde el punto de vista social y político, cuando no es una catástrofe natural. La interpretación religiosa de esos
acontecimientos se presta a muchos matices y a veces a falsas promesas. El hecho de que no se pueda asegurar
el día y la hora pone en evidencia a los grupos sectarios que se las pintan muy bien para atemorizar a personas
abrumadas psicológicamente. El lenguaje apocalíptico, que no era lo propio de Jesús, se convierte para algunos
en la panacea de la interpretación religiosa en los momentos de crisis y de identidad.

III.4. Hoy, sin embargo, debemos interpretar lo apocalíptico con sabiduría y en coherencia con la idea que Jesús
tenía de Dios y de su acción salvadora de la humanidad. Se pide “vigilancia” ¿Qué significa? Pues que vivamos
en la luz, en las huellas del Dios vivo, en el ámbito del Dios de la encarnación como misterio de donación y
entrega. Ese es el secreto de la vigilancia cristiana y no las matemáticas o la precisión informática de nuestro
final. Esto último no merece la pena de ninguna manera. Pero vigilar, es tan importante como saber vivir con
dignidad y con esperanza. Hablar de la “segunda” venida del Señor hoy no tendría mucho sentido si no la
entendemos como un encuentro a nivel personal y de toda la humanidad con aquél que ha dado sentido a la
historia; un encuentro y una consumación, porque este mundo creado por Dios y redimido por Jesucristo no se
quedará en el vacío, ni presa de un tiempo eternizado. Dios, por Jesucristo, consumará la historia como Él sabe
hacerlo y no como los Calígula de turno pretenden protagonizar. Es esto lo que hay que esperar, y el Adviento
debe sacar en nosotros a flote esa esperanza cristiana: todo acabará bien, en las manos de Dios.

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO


LA NUEVA ESPERANZA DE LA CONSOLACIÓN

Iª Lectura: Isaías (40,1-5.9-11): El consuelo, camino de nuestro Dios

I.1. La primera lectura es el maravilloso canto de la consolación que el Segundo Isaías lanza en medio del pueblo
desterrado en Babilonia. El “segundo Isaías” no tiene nombre, está inserto en el libro que lleva el nombre de un
maestro, pero es un profeta nuevo para una situación nueva. El exilio había tirado por tierra todas las teologías
y las seguridades religiosas que hasta entonces se habían hecho sobre el Dios de Israel. Eso significaba poner en
entredicho el mismo credo fundacional, en el que se confiesa que Yahvé se comprometió a sacar al pueblo de la
esclavitud de Egipto y llega, nada más y nada menos, que hacer una "Alianza" con un grupo que no era nada en
la historia de la humanidad, ignorando a los grandes pueblos y a las grandes culturas. El Deutero-Isaías, pues,
vuelve a poner las cosas en su sitio y se atreve, en medio de aquella situación desesperada de los desterrados, a
hacer una promesa y a proponer una teología renovada en la que el Dios de la liberación de Egipto volvía a
revocar su Alianza como amor al pueblo.

I.2. Por eso se debe allanar el sendero, para que el pueblo vuelva bajo la experiencia de una nueva liberación
que es tan prodigiosa y más que la primera, la del Éxodo de Egipto. Aquí está Dios de nuevo -dice el profeta-,
porque no puede resistirse al clamor de los oprimidos y de los que sufren. Dios no falla nunca, aunque el pueblo
haya sido infiel. Por eso el Adviento es tiempo de consolación y esperanza. Estas palabras toman cuerpo para
una nueva esperanza, que es algo que necesitamos siempre. El camino del Señor (derek yahweh) es como el
marco de la nueva liberación. Y por eso ha venido a ser uno de los símbolos decisivos del Adviento. Hay que
comenzar de nuevo a andar el camino del retorno, de la nueva liberación y esto solamente puede hacerse con y
desde la esperanza.

I.3. En otro momento dirá este profeta, “mis caminos no son vuestros caminos” (Is 55,10-11), porque es verdad
que el profeta sabe ver los caminos de Dios con más lucidez que los hombres normales. Todo el mundo
entiende qué es el camino de Dios, el que lleva a la vida, a la felicidad. Sabemos que en la mentalidad del profeta
esto quiere decir que Dios se compromete, con la vuelta del destierro, a un nuevo Éxodo, el momento mágico y
definitivo de la libertad frente a la esclavitud, de la vida frente a la muerte, de la paz frente a la guerra, la justicia
frente a la impiedad. No es solamente volver a Jerusalén, tener un templo para dar culto a Dios. Los profetas son
más utópicos que todo eso. La humanidad solamente tiene futuro en el camino de Dios que hay que preparar y
recorrer.
IIª Lectura: 2Pedro (3,8-14): El día del Señor, más allá del tiempo

II.1. La segunda lectura está tomada de uno de los escritos más tardíos del NT; conoce las cartas de Pablo y
algunas otras. Se piensa que ha sido escrita para afrontar los problemas que suponía la dilación de la venida del
Señor, cuando se había esperado ansiosamente. Su mundo conceptual carece de los planteamientos vivos de la
primera y de la segunda generación cristianas y asoman en su perfil la trazas apocalípticas frente a doctrinas
que pueden ser peligrosas para aquellos momentos (s. II).

II.2. Es verdad que todo el texto y mensaje tienen su punto álgido en la afirmación de que para Dios el tiempo es
relativo: un día es como mil años. Y, de la misma manera, la apelación a la paciencia de Dios con nosotros
supera toda otra afirmación apocalíptica de carácter temporal o catastrófico. Porque después de tanto tiempo,
podemos estar en lo cierto, teológicamente hablando, cuando creemos que Dios no consumará la historia por
una destrucción, sino por una transformación, en la que debe estar implicada especialmente la transformación
de nuestra propia vida personal.

Evangelio: Marcos (1,1-8): El camino de Dios es el evangelio

III.1. Se inicia en todos los sentidos el evangelio de Marcos. Como prólogo sirve para marcar las diferencias y los
vínculos con el AT. Para ello se ha valido de la figura de Juan Bautista, que es una figura señera del Adviento.
Históricamente, sabemos que Juan el Bautista predicó la llegada de un tiempo decisivo, que él mismo no podía
alcanzar a ver con toda su radicalidad; pero de la misma manera que el AT es la preparación del NT, Juan
resume toda esta función. Marcos (quien sea esta figura del cristianismo primitivo) escribe una obra que llama
“evangelio”, buena noticia, (¡toda una proeza!). Pero esa buena noticia está en contraste con muchas cosas del
pasado, las mejores de las cuales las representa en este instante el profeta del desierto, Juan el Bautista.

III.2. El Bautista era un profeta apocalíptico, y en el texto se nos describe con los rasgos del gran profeta Elías (2
Re 1,8, Mal 3,23), por eso no podrá entender plenamente la grandeza del evangelio que viene, incluso después
de haber bautizado a Jesús. Juan está en el desierto, y el desierto es sólo una etapa de la vida del pueblo; es un
símbolo de retiro, de penitencia, de conversión. El desierto es lo que está antes de la “tierra prometida”, y así
hay que interpretarlo como semiótica certera. Pero también es verdad que es un marco adecuado para anhelar
y desear algo nuevo y radical. Eso le sucede a Juan: presiente que algo nuevo está llegando... para lo que pide
conversión.

III.3. Pero la conversión cristiana, la que propondrá Jesús, debe llevar también el signo de la alegría. No
obstante, los cristianos, cuando tuvieron que revisar la misma predicación de Juan el Bautista, supieron dotarla
de los elementos teológicos que marcaban la diferencia entre lo que él hacía y lo que haría aquél al que no era
capaz de desatar la sandalia de sus pies. El bautismo de Juan y el bautismo cristiano están diferenciados por el
Espíritu; no se trata solamente de penitencia. Los que seguían a Juan debían renunciar a su pasado. Los que
siguen a Jesús, además de eso, tendrán un “espíritu” nuevo. Por lo mismo, y aunque Juan representa lo mejor
del AT, también la esperanza que mana del mismo queda alicorta con respecto a lo que Jesús ha traído al
mundo.

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO


ADVIENTO: UN TIEMPO DE LIBERACIÓN Y DE GRACIA

Iª Lectura: Isaías (61,1-2.10-11): Nuestro futuro está en las manos de Dios

I.1. La primera lectura pertenece a la tercera parte del profeta Isaías (cc. 56-66), que refleja una época distinta
de las dos anteriores del libro, aunque no hay posturas unánimes sobre cuándo y cómo han surgido estos
textos. En todo caso, el de hoy, es uno de los más conocidos, ya que el evangelista Lucas lo ha aplicado con un
acierto insuperable a lo que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16ss). ¿Para qué? Para describir la
actividad del profeta definitivo que Dios había de enviar para anunciar la salvación a todos los hombres que
sufren, a los corazones atribulados, la amnistía y la libertad a los encarcelados. En nuestra lectura, como sucede
con la cita de Lucas en la sinagoga de Nazaret, se descarta la “venganza” de Dios y solamente se anuncia el
“shenat ratsón”, el año o el tiempo favorable. En el futuro que está en las manos de Dios, no caben venganzas ni
calamidades. Hasta las ideas proféticas del AT deben ser corregidas por Jesús.
I.2. Por lo mismo, el que se haya elegido este texto como pórtico de la liturgia de la palabra, denota que el
Adviento ha de tener el perfil de los grandes anuncios que crean esperanza; y servirá para apoyar la confesión
que Juan el Bautista - según el evangelio de Juan- nos ofrece en la lectura evangélica de hoy para describir a
Jesús, el que ha de venir. Si el evangelio, si el Adviento en este caso, no es una buena noticia para los pobres, los
ciegos, los que sufren, entonces no es un verdadero Adviento cristiano. El profeta se adueña de los sentimientos
divinos, sentimientos de alegría, como novio y como novia en el día más grande de su amor, porque percibe ese
día como un día de justicia para todos los pueblos.

IIª Lectura: Tesaloniceneses (5,16-24): Semper gaudete (¡siempre alegres!)

II.1. La Primera carta a los Tesalonicenses, en este final que leemos en este domingo, insiste en la alegría como
motivo predominante de la liturgia de hoy. El v. 16, “semper gaudete” ha dado nombre a este tercer domingo de
Adviento. La Navidad está a las puertas y la alegría, como impulso del Adviento, siempre ha sido el perfil de
identidad de este domingo. Pablo anima a la comunidad de Tesalónica para que no le falte el *espíritu” que es el
soplo de la profecía y sirve para discernir lo bueno de lo malo, las noticias de esperanza frente a las noticias de
augurios tenebrosos. La *parusía”, la venida del Señor, debe sorprendernos en estas actitudes.

II.2. Pablo había escrito gran parte de esta carta para aclarar algunas cosas sobre ese momento de la venida del
Señor. En este caso concreto, para nosotros, la venida del Señor es un acontecimiento de gracia que hemos de
vivir en la Navidad, que ya está cerca. Debemos preparar todo nuestro ser, como dice el Apóstol, para que el
misterio de la encarnación, que aconteció por nosotros, no sea en vano. Pero Pablo pone de manifiesto, en un
proceso bien construido, las actitudes fundamentales ante estas cosas importantes: estad siempre alegres
(pántote jaírete - semper gaudete), acción de gracias a Dios, no apagar el Espíritu para poder discernir lo malo
de lo bueno.

II.3. Deberíamos destacar esto último que Pablo pide a la comunidad de Tesalónica: no apagar el Espíritu. En el
contexto de aquella comunidad que tuvo que padecer mucho y ser perseguida por aceptar el evangelio, es más
relevante si cabe. Porque no hay evangelio, buenas noticias, si no se anuncia proféticamente. Incluso en la
adversidad, hay que experimentar que Dios está de parte de la humanidad. Para ello se necesita tener el
Espíritu, no apagarlo, como motivo de alegría.

Evangelio: Juan (1,6-8.19-28): Dar testimonio de la luz

III.1. El evangelio de hoy, como ya hemos apuntado previamente, es una confesión de Juan el Bautista sobre
Jesús. El testimonio de Marcos sobre Juan el Bautista es muy escueto, y por ello en la liturgia se recurre, como
en este caso, a otras tradiciones cristianas. Los primeros versos de esta lectura evangélica podrían pertenecer
con todo derecho al *prólogo” del evangelio, aunque literariamente surgen dificultades para que así sea. Por
ello es como el proemio a la narración del evangelio joánico que, con sus altos vuelos, no obstante, no se ha
permitido prescindir de lo que parece históricamente adquirido: Jesús viene después del Bautista, quizás
estuvo con él, pero su camino era otro bien distinto. Con Juan se cierra el AT y lo cierra el mismo Jesús
anunciando el evangelio, no simplemente penitencia.

III.2. El Logos, la Palabra de Dios que se hizo carne por nosotros, que vino a los suyos, recibió el testimonio del
profeta último del AT, pero los suyos no quisieron recibir la luz, porque esta luz iba a poner de manifiesto
muchas cosas sobre el proyecto verdadero de la salvación. La luz es un término muy profundo de la teología
joánica. El Bautista no era la luz, como algunos discípulos suyos pretendieron (y la polémica es manifiesta en el
texto), sino que venía como “precursor”, como amigo del esposo. La segunda parte de esta lectura nos sitúa ya
en la historia del Precursor que tuvo que aclarar que no era él quien había de venir para salvar, para iluminar,
para dar la vida. El era la voz que gritaba en el desierto.

III.3. Está latente en el evangelio de Juan como un juicio entre la luz y las tinieblas, y el autor quiere partir del
testimonio del Bautista para que su argumentación sea más decisiva. Su bautismo no era más que un rito
penitencial de agua. *El que había de venir” traería algo definitivo que no quedaría solamente en penitencia,
sino que llevaría a cabo el cumplimiento de lo que se anuncia en Is 61,1-10, como se nos ha leído previamente.
No es otro el sentido que debe tener la reinterpretación que la liturgia de hoy nos brinda del texto profético y
del evangelio joánico.

DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO


MARÍA NOS ENTREGA AL DIOS HUMANO

Iª Lectura: IIº Samuel (7,1-5.8b-12.14a.16): Dios no quiere ser “encerrado”

I.1. Se toma hoy la primera lectura del 2ºSamuel, que está centrada en la profecía de Natán, el profeta que
aconsejó al rey David durante gran parte de su vida; el que le prometió una casa, una dinastía, pero el que
también se opone a él cuando sus acciones no eran justas y no las consideraba en el plan de Dios. David había
trasladado el Arca de la Alianza hasta Jerusalén, pero quería rematar esta acción religioso-política con la
construcción de una “casa” (bayit) para Yahvé. Pero Dios no se lo habría de permitir, según el profeta, quizás
porque su proceder no fue digno, como en el caso de Betsabé y de censo del pueblo. No obstante, Dios le
promete una dinastía (bayit), que habría de servir, con el tiempo, como resorte ideológico para la teología
mesiánica que los profetas elevarían a la categoría más alta, en cuanto el Mesías que habría de venir traería la
justicia, la paz y la concordia. Lo que David quería, pero sus caminos eran distintos de lo que Dios quería.

I.2. Sabemos, pues, que este texto de hoy es uno de los hitos de esa teología mesiánica que recorre todo el AT.
Una teología que no tiene que ver nada con los planteamientos socio-políticos de la monarquía sagrada y su
descendencia, ya que Dios no elige, ni se compromete, con un sistema de gobierno, sino que los profetas se
valieron de ello como símbolo del “Reino de Dios”, acontecimiento de justicia y de paz. En el texto, a pesar de
todo, hay una crítica de Dios a estar “encerrado” en una “casa” construida por intereses político-religiosos. Dios
quiere y desea algo más humano y más digno. La respuesta, para nosotros los cristianos, la tenemos en el texto
del evangelio: Dios se construye una morada en el seno materno de María.

IIª Lectura: Romanos (16,25-27): El evangelio, misterio de salvación de Dios

II.1. La segunda lectura es de Romanos, concretamente la “doxología” final, un himno en definitiva, que
presenta varias dificultades textuales: algunos manuscritos la sitúan en otro momento (v.g. Rom 14,23; o Rom
15,33). Incluso, hay autores que piensan que es un remate extraño a la carta a los Romanos, propio de la
tradición paulina. Se recurre al “evangelio que proclama”, que es el punto focal de toda la carta. Pero el
evangelio no es de Pablo, no se lo ha inventado él, sino que se le ha manifestado para darlo a conocer. El
evangelio es Jesucristo que revela el misterio de Dios para que todos los pueblos, no solamente el pueblo judío
o la Iglesia, sean beneficiarios de los dones divinos. El evangelio debe ser la buena noticia que impregne todos
los corazones de los hombres.

II.2. En realidad, para entender la densidad de lo que se quiere decir aquí, habría que considerar toda la carta a
los Romanos, que es el escrito paulino más consistente de su pensamiento teológico y de su predicación de la
gracia salvadora de Dios. En Cristo se revela el misterio de Dios ¿Qué misterio? el de la salvación de todos los
hombres, judíos o paganos. Este es el tema fundamental de la carta a los Romanos, y por eso esta doxología o
himno final tiene en cuenta toda la teología de la carta a los Romanos, expresada ya desde 1,16-17. En este
sentido, pues, el evangelio, que es Jesucristo, nos revela el misterio de la salvación de Dios. Y este evangelio
comienza desde que es “hijo de David” (Rom 1,3), es decir, desde la Encarnación y nacimiento de Jesús para lo
que nos preparamos en Adviento.

Evangelio: Lucas (1,26-38): María, en manos de Dios

III.1. El evangelio de la “anunciación” viene a llenar una laguna, algo que muchos echan de menos en el
evangelio de Marcos. Por eso, en el último domingo de Adviento se recurre al tercer evangelio, que es el único
que nos habla de María como la auténtica mujer profética que va perfilando, con sus gestos y palabras, lo que
posteriormente llevará a cabo su hijo, el Hijo del Altísimo con que se le presenta en la anunciación. Esto ocurre
así, en la liturgia de hoy, previa a la Navidad, porque si Juan el Bautista es una figura iniciadora de este tiempo
litúrgico, es María la figura que lleva a plenitud el misterio y la actitud del Adviento. El relato de la anunciación
de Lucas no se agota en una sola lectura, sino que siempre implica una novedad inagotable. Esta mujer de
Nazaret (aldea desconocida hasta entonces en la historia) será llamada por Dios, precisamente para que ese
Dios sea el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios humano. (cf también el comentario a este texto en la Fiesta
de la Inmaculada).

III.2. No obstante, Dios no ha querido avasallar desde su grandeza; y, para ser uno de nosotros, ha querido ser
aceptado por esta mujer que, en nombre de toda la humanidad, expresa la necesidad de que Dios sea nuestra
ayuda desde nuestra propia sensibilidad. El papel de María en esta acción salvadora de Dios no solamente es
discreto, sino misterioso. Ella debe entregar todo su ser, toda su feminidad, toda su fama, toda su maternidad al
Dios de los hombres. No se le pide un imposible, porque todo es posible para Dios, sino una actitud confiada
para que Dios pueda actuar por nosotros, para nosotros. No ha elegido Dios lo grande de este mundo, sino lo
pequeño, para estar con nosotros. María es la que hace sensible y humano el Adviento y la Navidad.

III.3. En este texto de la “anunciación” vemos que a diferencia de David, piadosillo, pero interesado, es Dios
quien lleva la iniciativa de construirse una “morada”, una casa (bayit), una dinastía, en la casa de María de
Nazaret, una mujer del pueblo, de los sin nombre, de los sin historia. El ángel Gabriel que antes había sido
“rechazado” de alguna manera en la liturgia solemne del templo por el padre de Juan el Bautista, que era
sacerdote, es ahora acogido sencilla y humildemente por una mujer sin título y sin nada. Aquí sí hay respuesta y
acogida y aquí Dios se siente como en su casa, porque esta mujer le ha entregado no solamente su fama y su
honra, no solamente su seno materno, sino todo su vida y todo su futuro. Es ahora cuando se cumple la profecía
de Natán (“Dios le dará el trono de David, su padre”), pero sabemos que será sin dinastía ni títulos reales.

DOMINGO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD


DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA

Iª Lectura: Génesis (15,1-6;21,1-3): Un hijo, fruto de la fe

I.1. La historia de Abrahán, el padre del pueblo, está envuelta en la leyenda y en la teología. La tradiciones que
subyacen en estos textos no se pueden interpretar de cualquier manera, sino que necesitan un rigor
hermenéutico que haga posible aceptar la originalidad de los mismos. El de hoy nos quiere presentar el origen
de la “familia” más auténtica del patriarca. El texto que hoy ha sido seleccionado para la liturgia solamente
asume lo más positivo de una historia que está compuesta de elementos positivos y negativos. Se enmarca en
una “alianza” que Dios hace con Abrahán. Ya esto es, incluso, una etiología, pues el concepto de alianza, la del
Sinaí, es posterior. Pero el pueblo de Israel ha redactado su historia no solamente con el nacionalismo religioso
de todos los pueblos, sino con la intencionalidad teológica de saber que Dios siempre estaba de parte de ellos.
Por eso, si el pueblo tiene su identidad en una alianza que Dios hizo con ellos, presuponen que también eso
sucedió con el padre del pueblo.

I.2. Entre la promesa-alianza de Dios a Abrahán y su cumplimiento, está la historia de Agar e Ismael, el padre
del pueblo árabe, que queda descartado de esa promesa. Sara, la mujer de Abrahán, en su esterilidad, se había
valido de Agar para darle un hijo al patriarca. Después, tras una queja, Dios le promete un hijo de sus entrañas y
de su mujer: Isaac. En principio la historia parece edificante y tiene como objetivo ver cómo Dios ha premiado
la fe de Abrahán. Pero la historia, si es que podemos hablar en estos términos, desde los cc. 15 a 21, tiene
también elementos poco edificantes, rechazos y envidias de familia. Un pueblo nómada o seminómoda tiene
mucho de ancestral. No todo es perfecto, ni es posible. Es lógico que esta historia de familia se haya escrito y
reecristo para poner de manifiesto que el origen de la familia de la que procede el pueblo de Israel es como una
bendición de Dios.

IIª Lectura: Hebreos (11,8-19): Por la fe, la historia humana adquiere una dimensión nueva

II.1. El c. 11 es uno de lo más originales de la carta o exhortación “a los Hebreos”. Este escrito se permite una
reflexión sobre la importancia de la fe para entender la relación entre Dios y su pueblo. Es evidente que la fe es
el fundamento de toda religión, y por lo mismo de la fe bíblica, la emunah, que no es un simple asentimiento a
verdades, sino una “confianza” absoluta y radical en Dios, sobre las cosas que no se ven, que no son normales,
sino extraordinarias. El autor presenta la fe como el marco de la vida de los mayores, de los antepasados. Y por
esa misma razón, la fe, la confianza, es lo que mueve a Abrahán, el padre del pueblo, y todos los patriarcas a
ponerse en manos de “su Dios”, el Dios que después se habría de revelar extraordinariamente en el Éxodo y en
el Sinaí.
II.2. El texto nos presenta la peregrinación de Abrahán por la tierra prometida y la fe de Sara para recibir un
hijo cuando ya estaba agotada la fuente de su maternidad. E incluso nos presenta la fe como la actitud más
determinante para esta familia patriarcal cuando todavía no vieron con sus ojos la descendencia como “la
estrellas del cielo” y ni siquiera la promesa de la tierra estuvo a su alcance. Como muy bien comenta Sto. Tomas
en este capítulo de hebreos, la fe tiene como objeto las cosas que se esperan, la bienaventuranza y la felicidad
verdadera. Ese es el elogio del autor de Hebreos al presentarnos el ejemplo de la fe de Abrahán y de Sara, la
familia patriarcal que engendraría una descendencia como las estrellas del cielo. Y aunque ellos no la vieron, ni
tuvieron una “tierra prometida” para ellos, por la fe tuvieron su recompensa, la de la patria del cielo y la de la
felicidad que está más allá de aquí. Fe y esperanza, pues, van unidas, ya que las promesas de felicidad eterna
son el objeto de la esperanza, pero también de la fe como fuente de confianza en Dios. Sin confianza absoluta en
Dios, y esto es fe, no se alcanzará la felicidad verdadera, el bien supremo.

II.3. Pero el texto de hoy, escogido para la memoria de la “sagrada familia”, viene a poner de manifiesto el
sentido de “familia”: el patriarca, por su parte, que decide y se empeña como tal ante la promesa de Dios; y Sara,
la mujer, que tiene que aceptar ser madre cuando todo era imposible; ella lo sabría bien. Es una fe
“compartida”, una “comunión en la fe”. Porque estos dones son muy personales, pero también es decisivo
compartir la fe y la esperanza en una felicidad que no se toca casi nunca con las manos. La fe, la esperanza y el
amor no son virtudes para vivirlas solos, sino con los demás. Y es en la familia donde esto tiene primeramente
su sentido. El autor de Hebreos, en todo caso, no tiene en cuenta más que los elementos positivos de la historia
legendaria del AT; es una visión históricamente poco ajustada a la realidad pura y dura. Pero esta “historia de
familia” es también real, porque con el tiempo, mirando al pasado (nos sucede a todos), las historias de familias
cristalizan en lo bueno, en lo positivo, en lo que merece la pena. Lo negativo se olvida, se purifica o se
transforma con el tiempo y con los años.

Evangelio: Lucas (2,22-40): El Salvador ha crecido en familia

III.1. El evangelio de hoy, en su conjunto, es toda una historia familiar, con la que Lucas cierra lo que se conoce
como el “evangelio de la infancia” (aunque queda el último episodio en Jerusalén). La intencionalidad de esta
lectura para la liturgia de hoy es manifiesta; quizás por lo que se afirma de que cumplieron “lo que prescribe la
ley del Señor”. Es una familia que quiere ser fiel a Dios, y en aquella mentalidad la fidelidad a Dios se
manifestaba precisamente en el cumplimiento de todo aquello que exigía la ley del Señor. De hecho, el texto
podría reducirse a los primeros versículos y al final de este conjunto (vv.22-23”39-40). Entonces quedarían
descartados, a todos los efectos, el episodio de Simeón y de Ana, en el momento de la purificación de la madre y
de la presentación de Jesús al Señor en el templo. Por lo tanto habría que incidir en el sentido de la vida
familiar, de una familia judía, piadosa, probablemente de educación farisea, que era lo común, que no se sale de
la norma tradicional y religiosa. No es este un matiz a olvidar, porque deberíamos aproximarnos siempre a la
figura de Jesús desde la normalidad de una vida en el judaísmo de la época, en la normalidad de trabajo y de la
vivencia familiar.

III.2. Bien es verdad que Lucas concluye su relato con una expresión que va más allá de lo que es vivir
normalmente: “el niño crecía en sabiduría (sofía) y gracia (járis) Dios” (v.40; cf. 2,52). Hay mucha
intencionalidad en esto por parte del redactor del evangelio. Porque si bien quería presentar el marco normal
de una vida de crecimiento de un niño en una familia religiosa, por otra está apuntando a que este niño está
llamado a otra cosa bien distinta de los demás. No obstante Lucas ha relatado esta historia de familia con unos
pormenores que la hacen especial. En la presentación del niño se debía rescatar al primogénito (cf Nm 8,15-
18;18,16) mediante el pago de una pequeña cantidad, cosa que no se nos describe, ya que no lo entiende él
como “rescate”. Por otra parte, no era necesario en la presentación del primogénito, ni a la purificación de la
madre, hacerlo necesariamente en el templo. Pero el evangelista lo quiere así para darle más sentido y para que
los episodios de Simeón y Ana (absolutamente proféticos y originales) tengan el marco adecuado. No vamos a
incidir a este aspecto, ya que requeriría más explicaciones que las necesarias para liturgia de hoy.

III.3. Pero en la semiótica de todo esto vemos que el “relato de familia” se convierte en una propuesta de
fidelidad y cumplimiento, aunque con voces proféticas detrás, como la de Simeón y Ana, que están poniendo de
manifiesto que este niño está destinado a algo más que ser un judío cumplidor de la ley. Este viejo-visionario
vive de la esperanza de algo más que todo eso, y así logra lo que su fe y su esperanza le dictan: ver la luz que
alumbrará a todas las naciones. El canto de Simeón, el famoso “Nunc dimittis”, no deja lugar a dudas, ya que los
cantos en estos capítulos de Lucas desempeñan un papel primordial (así es el caso también del Magnificat y el
Benedictus). Y de la misma manera la profetisa Ana - cuando la profecía estaba muerta en Israel desde hacía
siglos, y una mujer además, no lo olvidemos-, anuncia cosas nuevas de este niño, en una familia, que no se
pueden reducir solamente en ser fieles a la ley del Señor, sino a la voluntad salvadora de Dios. Aquí se está
anunciando algo inaudito que, sin embargo, crece y se experimenta en la normalidad de una familia religiosa y
fiel a Dios.

SEGUNDO DOMINGO DE NAVIDAD


LA PALABRA DE DIOS ES LA LUZ VERDADERA

Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año
nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.

Iª Lectura: Eclesiástico (24,1-12): La Sabiduría, mano de Dios

I.1. La primera lectura se toma del libro del Eclesiástico (titulo popular) o de la Sabiduría de Ben Sirá, como se
le conoce, técnicamente, por el autor que lo escribió. Antes no se le conocía más que en griego, pero ya se han
descubierto los fragmentos hebreos (en la antigua Guenizá del Cairo) que certifican que esa es su lengua
original. Es un libro propio, con un género literario específico, tanto en el mundo bíblico como en la literatura
del Medio Oriente y de Egipto. Este tipo de obras intenta poner de manifiesto los valores más fundamentales de
la vida, de un comportamiento justo, honrado, humanista; en definitiva, eso es vivir con sabiduría.

I.2. La lectura de hoy nos habla de la Sabiduría, con mayúscula; no la del hombre, sino la de Dios. Es un himno
grandioso del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres. Debemos
tener en cuenta que los judíos no podían entender que hubiese alguien como Dios; la sabiduría, aunque
personificada, es, en el texto, una criatura como nosotros, aunque es la mano derecha de Dios, porque es la
confidente del saber divino y, por lo mismo, de su acción creadora, hálito del poder divino en todo el proyecto
que El tiene sobre el mundo. De hecho, en el judaísmo se identificaba a la Sabiduría con la Torah, la ley. No
podía ser de otra forma en un ambiente cerrado a los valores creativos y proféticos de Dios. Sin embargo, una
lectura cristiana de este texto, lo sabemos, apunta directamente a la Palabra de Dios, a Jesucristo. Y entonces, la
Torah, la ley, quedará en lo que es, un mundo de preceptos que a veces ni siquiera ponen de manifiesto la
voluntad de Dios.

IIª Lectura: Efesios (1,3-6.15-18): Elegidos, “en Cristo”, para ser hijos

II.1. Digamos que esta “parte” del himno a Cristo de la carta a los Efesios es lo equivalente del texto del Sirá
sobre la Sabiduría, aunque con una riqueza teológica y cristológica sin precedentes. Es una eulogía en su forma,
una alabanza a Dios por su proyecto de salvación sobre la humanidad. Se inspira en los himnos del AT, en
Qumrán, en las famosas berakak del judaísmo. Es un himno cristológico más que trinitario. Porque el corazón
del mismo es el papel de Cristo, ya que todo lo que se describe acontece en Cristo y por medio de Él.
Probablemente era un himno litúrgico, quizás bautismal, que ha sido elegido por el autor de la carta a los
Efesios para inaugurar este escrito que se pretende que sea “paulino” a todos los efectos. Los vv. 15-18 quieren
descender a lo concreto de la comunidad o comunidades que ha de escuchar esta alabanza a Dios por lo que ha
hecho en Cristo.

II.2. Jesucristo es la sabiduría y más que la sabiduría, porque por medio de Él está garantizado para nosotros el
amor de Dios como hijos suyos. De eso se alegra entrañablemente el autor de la carta a los Efesios. Es una
lectura, como todas las de hoy, de altos vuelos teológicos, pero que es verdaderamente apropiada para poner de
manifiesto la grandeza de la encarnación de Dios por nosotros. La verdadera sabiduría de este tiempo, todavía
de Navidad, es agradecer a Dios el misterio de su generosidad.

Evangelio: Juan (1,1-13): Dios acampó en nuestra historia

(Podemos volver a leer el texto comentado el día de Navidad)


III.1. El himno y las sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales judías. El
filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones,
pero en vez de sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios»
significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el
himno al Logos de Juan han podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en
el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible ligada a la
persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra
de Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.

III.2. El Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado
especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda una reflexión navideña del
cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del
mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la iniciativa, suyo el
proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos
nosotros. La especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone
su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT,
en la tienda del tabernáculo en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la
que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y esa imagen se pierde si la luz
no nos llega. Y esa luz es la Palabra, Jesucristo.

DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA


EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el
tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos
celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción
por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un
destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de
nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo.

Iª Lectura: Isaías (55,1-11): Buscadme y viviréis

I.1. El “poema” de la primera lectura del día, es uno de los textos maravillosos producidos por la teología
profética. El llamado Deuteroisaías nos habla de la Palabra de Dios, que como la lluvia, da vida, moviliza todas
las energías de la naturaleza. Es un texto que aparece varias veces en los ciclos litúrgicos. El poema es complejo,
es decir, no es una pieza homogénea y puede prestarse a varias lecturas y a interpretaciones simbólicas de
mucho calado, según las circunstancias. Cierra el ciclo de la parte que se considera el Deuteroisaías y por eso
mismo ha podido ser retocado en circunstancias distintas de la transmisión. Tiene dos partes bien claras (vv. 1-
5 y vv. 6-11; e incluso se completa con un epílogo vv. 12-13). La primera parte nos habla de la alianza y de su
renovación. La segunda es la descripción del camino de Dios por medio de la palabra que da vida.

I.2. Se puede poner de manifiesto en la liturgia de hoy, que quien se acerca a escuchar a Dios tendrá vida.
¿Cómo? Por medio de la Palabra que anuncian sus profetas, sus sabios e incluso toda la tierra. El simbolismo de
la lluvia y la nieve, símbolos de vida, es algo proverbial. Por eso, aplicado a Jesús que abandona Nazaret para
comenzar a hablar como profeta, tiene todo su sentido. A Dios hay que escucharlo por medio de los verdaderos
profetas que interpretan la historia, porque toda liberación y restauración es fruto de su palabra.

IIª Lectura: Iª Carta de San Juan (5,1-9): Creer en Cristo y amar a Dios en los hermanos

II.1. La segunda lectura es uno de los textos en los que el autor de esta carta, escribiendo a su comunidad, les
propone un cristianismo práctico. Creer en Dios, no es posible, sino aceptando a Jesucristo y por eso, deduce el
autor, se han de cumplir los mandamientos de Dios. La polémica está servida en este texto que no solamente es
teológico, sino cristológico y eclesiológico. A Dios se le encuentra por medio de Cristo, por la fe. Pero este creer
no es el gozo de un mundo estético ni la apologética extremista de que hay que creer en Dios y en Cristo porque
no hay más remedio. Porque solamente la fe en Cristo, revelador de Dios, hace posible una vida de fraternidad,
es decir, de amor entre los hermanos. A eso nos referimos con la expresión de un “cristianismo práctico”.

II.2. Los mandamientos de Dios, en plural, se reducen a un singular: el amor a los hijos de Dios. Así es como
crece la fe más ortodoxa para este cristianismo que se propone al mundo. Esa es la fuerza de la fe que vence al
mundo. Porque, para el autor, el mundo no son las cosas, la naturaleza, lo ecológico, sino que el mundo es el
desamor, el odio, la guerra, la maldad. Y todo esto no crece en la espesura del bosque o en las hendiduras de las
rocas: crece en el corazón humano y está absolutamente personalizado. Y la fe que vence a ese mundo es el
amor, que se apoya en Jesucristo y se ha revelado por medio de tres testigos: el Espíritu, el agua y la sangre (los
dos primeros hacen referencia al texto del evangelio de hoy; el tercero, a su muerte).

Evangelio: Marcos (1,7-11): El bautismo en el Espíritu

III.1. En las tradiciones cristianas primitivas, el evangelio del “Hijo de Dios” (como le llama Marcos (1,1), no
comienza de improviso, sin cerrar el pasado, sin romper los silencios y las noches de espera y esperanza de un
tiempo nuevo. Muchos creyeron que eso había llegado con Juan el Bautista. Y esto se conserva latente en el
cristianismo antes de que comenzaran a ponerse en pie las identidades de la religión nueva: el cristianismo.
Hoy no se discute que Juan el Bautista fue el precursor del Jesús, al menos en la interpretación fundamental.
Había, pues, que separar y decir algo de cómo todo comenzó en Galilea. Pero Jesús, que conoció al Bautista, que
incluso se interesó por su causa y su predicación, no se quedó con él… Por eso el texto muestra, por medio de la
escena del bautismo, la diferencia entre un proyecto penitencial y el proyecto evangélico: el bautismo en el
Espíritu de Dios.

III.2. El texto nos habla del testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús, quien llevará a cabo su obra, no por un
bautismo de agua (aunque sea un símbolo), sino por el bautismo en el Espíritu. Es una escena cristológica de las
primeras comunidades cristianas, que Marcos ha asumido como inauguración solemne del ministerio público
de Jesús. Es la presentación profética, pero sencilla, del que ha de revelar a Dios, sus mandamientos, su
proyecto de salvación y de gracia. Jesús vino al Jordán como hombre, pero al pasar por el Jordán, como el
pueblo, quedó «constituido» en el profeta definitivo del Dios de la salvación. Por eso se ha dicho que este es un
relato de “vocación” profética. La escena del Bautismo de Jesús, en los textos evangélicos, viene a romper el
silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un
silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia
y liberación.

III.2. El Bautismo de Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán
(el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el
perdón de los pecados, una etapa nueva, decisiva más bien, donde fuera posible volver a tener conciencia e
identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ello por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los
relatos evangélicos van a tener mucho cuidado de mostrar que ese acto del bautismo va a servir para que se
rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que Él no es un pecador más que viene a hacer
penitencia. El es el Hijo Eterno de Dios, que como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era
nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la
humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el «señor» de nuestra vida.

EL TIEMPO DE CUARESMA

MIÉRCOLES DE CENIZA

LA CONVERSIÓN PARA VIVIR LA RECONCILIACIÓN

Iª Lectura: Joel (2,12-18): La conversión desde lo más hondo

I.1. Joel es un profeta muy particular que podemos situar después del destierro, cuando ya se ha pasado por uno
de los trances más duros para la historia y la religión del pueblo de la Alianza. Ahora una nueva catástrofe viene
a poner en trance la experiencia religiosa del judaísmo: una plaga de langostas, o algo así, acecha con su
hambruna y el profeta pide "conversión" (shub). Pero esta vez se pone al descubierto que no basta con la
penitencia ritual a la que es tan dada la oficialidad religiosa… El hombre que surge misteriosamente de entre el
pueblo, con sus tonos apocalípticos, quiere que se dé un impulso más grande, desde los sacerdotes hasta los
niños… Se debe mirar al fondo del corazón, rasgarlo aunque sea de piedra. De esa manera se da un paso
importante en el concepto de "conversión" que tanto han pedido los profetas.

I.2. Se pone de manifiesto que el "volver a Dios" (shub) no puede hacerse desde fuera, desde la penitencia ritual,
desde el saco y ceniza. Si Dios es "compasivo y misericordioso", volver a Él significa un empeño como cambio de
vivir la vida. Esta descripción tradicional de los profetas y los salmos es una constante y se quiere poner de
manifiesto: el mismo honor de este Dios está en juego ante los otros pueblos; el profeta está seguro de que "la
bendición" de Dios es posible, pero para ello debe cambiar el rumbo de toda la comunidad, del pueblo, que se
entiende, no podía ser de otra forma, como una comunidad religiosa. Es el honor de Dios el que también está en
juego en esta teología tan primaria que el profeta está manifestando en su llamada a una religión con más
enjundia.

IIª Lectura: IIª Corintios (5,2-6,1): Una teología de la reconciliación por Cristo

II.1. En este pasaje de su carta, Pablo pone de manifiesto que la reconciliación es una iniciativa de Dios.
Señalemos que la idea de reconciliación no es muy paulina, en principio, sino que ha podido ser asumida en la
tradición prepaulina del mundo judeo-helenista, pero sí es paulino el hecho de acentuar la iniciativa divina en
este acontecimiento. Aún más si cabe, ya que Pablo quiere llegar a afirmar que es Dios mismo quien le ha
confiado este servicio de lo que Él ha hecho con todos los hombres. Esto lo define Pablo, en su caso, como
servicio (diakonía) y se refiere a su misión de predicador del evangelio de Jesucristo, lo que hace posible esa
acción reconciliadora de Dios. El tema lo remata maravillosamente Pablo con una fórmula tradicional sobre la
muerte redentora de Cristo (v.21). De alguna manera, Pablo piensa que está en sus manos también el misterio
de la reconciliación de Dios con los hombres. Él sabe que esto viene de Dios (v.19) y sabe que ello ha sido
posible mediante la muerte de Jesús (v. 21). La pregunta es ¿cómo reconciliarse con Dios? Aceptando el
mensaje de la salvación que Pablo está encargado de proclamar en el mundo. Este mensaje es el evangelio, y el
evangelio está centrado en la muerte y resurrección de Jesús.

II.2. El que recurra a esta fórmula cristológica tradicional sobre la muerte de Jesús no es fácil de entender. No
significa que Jesús se hiciera pecador, en cuanto no conoció pecado o no tuvo experiencia de pecado, sino que
Dios lo aceptó como “pecador” porque la Ley lo condenó como tal. Y aunque esté implicado el sentido “vicario”
de la muerte de Jesús por nosotros, no ha de entenderse su muerte, de ninguna manera, como una necesidad
divina. Este “pecador”, en cuanto rechazado y el crucificado (cf. Gál 3,13), es aceptado por Dios y, si nos unimos
a Cristo, Dios nos acepta a nosotros como a Él. Esta es la explicación más coherente que podemos ofrecer del
2Cor 5,21 que es un “credo cristiano soteriológico”. Es este credo la clave de su evangelio, de la palabra de
reconciliación como diakonía a las comunidades y a todos los hombres.

II.3. El v. 21 dice así: “a quien no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros (hyper hêmôn) para que llegásemos
a ser justicia de Dios en él”. No hay discusión en que el sujeto es Dios. La petición de reconciliación con Dios está
expresada en imperativo aoristo pasivo (katallághête) (v. 20), lo cual quiere decir que no está la reconciliación
en nuestras propias manos, a pesar pedir la reconciliación, sino que Dios sigue siendo sujeto activo de la misma.
Se pide, pues, que aceptemos lo que Dios ha hecho por nosotros. El hombre no tiene que inventar la
reconciliación, sino que ha sido ofrecida por Dios. Entonces ¿qué significa “lo hizo pecado” (hamartían
epoiêsen)? Sabemos que esto es una fórmula, y como tal debemos entenderla. Es posible que esté inspirada,
desde el punto de vista cristiano, en un texto como Is 53,10. Eso, pues, viene a significar que Dios se ha
implicado, por medio de Cristo, en el pecado del mundo. Y no le ha importado con tal de ganar a los hombres, a
todos los hombres, para sí. Quizás deberíamos recurrir a Gál 3,13 para dar sentido a esa expresión como
magnitud teológica: Cristo ha sido sometido a la maldición de la ley para que los hombres sean salvos. No se
puede negar que estamos ante una verdadera “metáfora sacrificial”, que se debe interpretar en el sentido del
sacrificio del AT, no de interpretaciones “jurídicas” posteriores sobre la redención. No obstante no debemos
subrayar, como a veces se hace o se interpreta, la perspectiva “sustitutoria” o “vicaria”, en lugar nuestro, como
lo definitivo. Lo que se debería señalar es que la muerte de Cristo pone ante Dios los pecados de la humanidad y
Dios nos concede la justicia que El tiene (porque diakaiosynê theou, es un genitivo de autor), la justicia dada
gratuitamente por Dios. Cristo no le paga la deuda que nosotros tenemos, sino que su muerte “por nosotros”
lleva a Dios también a un “por nosotros”, a ser gratuitamente reconciliador con la humanidad.

II.4. El servicio de Pablo, colaborador de Dios y de Cristo, vuelve a aparecer ahora con más fuerza y argumentos
(que abarca 2Cor 6,1-10), con una exhortación llena de sentido sobre la “gracia de Dios”, es decir, la salvación,
que es el efecto de la reconciliación. Este es el momento oportuno de parte de Dios para recibir su gracia y
salvación. Es lo que Is 49,8 había anunciado según Pablo quiere resaltar. Este tiempo es el tiempo del evangelio,
porque la salvación y la gracia de Dios son buena noticia para todo hombre. Y ese es el sentido de la cita del
Deuteroisaías (según los LXX) que ofrece el texto de 2Cor. Reconozcamos que 2Cor 6,1-2, tiene una fuerza
especial en su pretensión de exhortar a aceptar este tiempo oportuno de la salvación y la gracia de Dios. Pablo
se apoya en el texto profético, pero también en la experiencia de los “colaboradores” de Dios mismo. La
confirmación de que el “ahora” del anuncio profético se ha cumplido, llena de contenido esta exhortación.
Porque si no se acepta la misión apostólica, no se acepta tampoco su mensaje, es decir, el “kairós” divino de
salvación y liberación. ¿Cómo es posible que esta diakonía se ponga en duda? Pues es ahí donde Pablo quiere
concluir su apología sobre el ministerio. ¿Cómo se explica que, anunciando la reconciliación, haya algunos que
lo difamen? La razón no puede ser otra que el mismo evangelio y su efecto. Sin duda que hay apóstoles del
contra-evangelio. Para ello hay que recurrir, no queda más remedio, a ciertas “credenciales” que pongan de
manifiesto quiénes son los verdaderos servidores de Dios. Las dos afirmaciones: el “tiempo oportuno” (kairós
eyprósdektos) y el “día de la salvación” (hêméra sôterías) dan mucho sentido y firmeza a la vida nada cómoda
del apóstol o de los apóstoles y colaboradores de Dios y de Cristo. Eso viene a significar también que este es el
tiempo del evangelio que trae reconciliación y gracia.

III. Evangelio: Mateo (6,1-6.16-18): Ayuno, oración y limosna… pero de otra manera

III.1. Las tres propuestas para la "justicia", ayuno, oración y limosna son algo tradicional del judaísmo, que el
evangelio de Mateo ha querido integrar en el sermón de la Montaña con un énfasis muy particular. Este
evangelio se mantiene en las claves del mejor judaísmo cristiano y por ello no pretende ignorar ciertas
prácticas que muchas personas de buena voluntad han practicado siempre, pero no a cualquier precio y de
forma tan ritual o mecánica que no tengan vida. Sabemos que en este evangelio, incluso en este texto, resuena
una cierta polémica con el "fariseísmo" que busca la justicia desde la exterioridad, desde lo que llama la
atención de la gente, buscando ser alabados ante los hombres. El que todo esto se deba hacer para que tenga
sentido ante Dios, no es solamente una llamada al "recato", sino que debe tener más profundidad.

III.2. Se ha discutido mucho si estas palabras y su composición, son de Jesús, o de la comunidad, o redacción de
Mateo. Como cuando se habla de la oración se introduce el "Padrenuestro (6,9-13), se piensa que puede
tratarse de un texto judío asumido por la comunidad y a lo que se ha añadido el Padrenuestro, retocado. De
hecho no es el ayuno una característica defendida en el cristianismo, como podríamos cotejar por Mc 2,19s,
cuando son acusados los discípulos de Jesús de no ayunar como los fariseos y los mismos seguidores del
Bautista. El carácter sapiencial del texto, como algunos defienden, podría sugerir una discusión sobre el tema
que era tan explícito en el judaísmo, y sin rechazarlo se apunta claramente a lo que podría ser el criterio del
mismo Jesús que no desprecia las cosas de la religión cuando se hacen con sentido.

III.3. No se pueden relegar porque sí el ayuno, la oración y la limosna. Pero no cabe duda de que se propone
vivir esto de otra forma bien distinta. En el texto se da una identificación entre "justicia" y "limosna" (también
discutido) pero podría ofrecer una clave del sentido de la limosna como una forma de "hacer justicia" a los que
no tienen nada, aunque no seamos nosotros directamente responsables. Es verdad que se debería entender
más como misericordia, que como beneficencia. Y ello debe practicarse sin tocar la trompeta y todas esas cosas
hiperbólicas con que se adorna nuestro texto. Es una llamada a tener la misma generosidad de Dios frente a los
que les ha tocado vivir en el mundo la pobreza o la misma penuria. Y es por Dios, y ante Dios, como esto tiene
sentido… no para vanagloriarse, sino para tener el mismo corazón de Dios Padre al que se invoca en la oración.

III.4. Sobre la oración, podríamos entender su referencia clara al judaísmo y a la sinagoga como lugar de
oración. Pero el texto quiere profundizar más, ya que los cristianos, cuando se redacta este evangelio, no
podrían ya ir frecuentemente a la sinagoga ¿entonces? Se quiere dar sentido a la oración personal, íntima y sin
ostentación y que es una de las claves de la oración cristiana. Como podemos imaginarnos, no es el lugar (topos)
lo que puede perjudicar a nuestra oración, sino el modo (trópos), o si queremos el cómo y el para qué de la
oración. La interioridad (en la habitación, en uno mismo) es para poner de manifiesto algo esencial: la actitud
para que Dios nos ayude (aunque se hable de recompensa, pero sería lo mismo). Por eso se dice que lo
importante es orar teniendo presente que Dios es Padre y esta es la actitud básica de la oración, sea personal o
comunitaria (aunque el texto no explicita el asunto).

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA


EL DILUVIO, EL DESIERTO Y LA FIDELIDAD DIVINA

Iª Lectura: Génesis (9,8-15): Un diseño de liberación y de alianza


I.1. La primera lectura es el final del relato del diluvio (más amplio, porque abarca Gn 6,5-9,17), que es un texto
lleno de sugerencias sobre la necesidad de ver que Dios, a pesar del alejamiento de la humanidad de su
proyecto salvador, siempre ofrece oportunidades de gracia, como a Noé y su familia, que en este caso
representan una nueva humanidad. Es un relato que actualmente está tejido sobre las teologías de las
redacciones “yahvista” y “sacerdotal” (dos de las fuentes o tradiciones con las que se ha elaborado el
Pentateuco) y que tiene paralelos con relatos del Oriente. Los autores bíblicos se han podido inspirar en ellos,
pero dándole su tono teológico y catequético de acuerdo con la fe de Israel. Se busca poner de manifiesto que
del “pecado y castigo” por una parte, se ha de pasar a la misericordia liberadora por otra, lo cual se representa
extraordinariamente en la alianza con Noé y la humanidad.

I.2. El “arca” (tebah) es como una cesta, como la cesta en la que un día Moisés será salvado de las aguas. Siempre
en la Biblia hay una teología positiva frente al pecado de la humanidad: la fidelidad de Dios. Sabemos que el
relato del diluvio es mítico en el sentido que no ha existido un diluvio “universal”, sino que siempre ha habido
catástrofes que le han enseñado a la humanidad lo frágil de su existencia. Todas las culturas se remiten a un
tipo de relato como éste, porque en todos los pueblos se tiene conciencia del pecado de la humanidad, de la
necesidad de un castigo, y del anhelo de la justicia y la misericordia de los dioses. En el caso de nuestro relato, la
teología de la misericordia de Dios es manifiesta.

IIª Lectura: Iª Pedro (3,18-22): La victoria de Jesucristo

II.1. La segunda lectura presenta la acción redentora de Cristo en lo que se presiente una teología de la
confesión primitiva del “murió por nuestros pecados” (cf 1Cor 15,3; Rom 6,10; Heb 9,26-28 o Ef 2,18). Esta
muerte, sin embargo, no se debe interpretar en la lógica de una necesidad divina, como se hizo en la Edad
Media, sino de “pro-existencia”, de entrega a la humanidad sin condiciones. Por eso, “murió por nuestros
pecados”, debemos entenderlo en el sentido de que murió “a causa de nuestros pecados”, es decir, el pecado del
mundo que nos aleja de la misericordia y salvación de Dios

II.2. También se hace mención de los días de Noé y se explica como una cierta continuidad con la primera
lectura de hoy. Esta carta de Pedro, sea quien sea su autor, pone de manifiesto el ámbito de la existencia
cristiana en un mundo adverso, o en un mundo sin fe y sin esperanza. El cristiano, pues, debe saber responder
con valentía y vigor al reto de un mundo sin horizontes éticos, incluso debe estar dispuesto a dar su vida por
causa de la justicia. Es verdad que en el escrito se percibe un voluntarismo fuerte, un “deber” insustituible; pero
deberíamos subrayar también la dimensión “vocacional” cristiana. El hecho del bautismo, y de ahí quizá la
conexión con Noé, no puede quedar en un rito sin compromiso, sino que ser bautizados en Cristo significa llevar
una vida como la suya: la opción de estar entregado a los demás.

Evangelio: Marcos (1,12-15): Del desierto al evangelio

III.1. El evangelio, en todos los ciclos, el primer domingo de cuaresma, es el relato de las tentaciones de Jesús en
el desierto. Este de Marcos es el relato más sobrio de los sinópticos, sobre el que Mateo y Lucas construyeron
un episodio cargado de insinuaciones teológicas. Que Jesús estuviera en el desierto, como lo estuvo Juan el
Bautista, no es un hecho del que debamos dudar. Pero, no obstante, el desierto está cargado de simbolismo en
la teología de Israel: de la misma manera que es un tiempo de tentación, es también un tiempo de purificación.
El número cuarenta, los cuarenta días, señalan, evidentemente, a los cuarenta días del diluvio (por eso se ha
escogido en la liturgia de hoy el texto de Génesis sobre el diluvio), o a los cuarenta años del pueblo caminando
por el desierto hacia la libertad.

III.2. Debemos, pues, ponernos en esa clave simbólica para entender este momento previo a la vida pública de
Jesús que se prepara a conciencia para abordar la gran batalla de su existencia, es decir, la proclamación de la
llegada del Reino de Dios. Y es el Espíritu el que le impulsa al desierto (por consiguiente, no puede ser malo el
desierto); pero allí aparecen los animales adversos (alimañas) e incluso ese misterioso personaje, sin rostro y
sin identidad, Satanás; aunque también los ángeles que son, por el contrario, la fuerza de Dios. Este es un relato
tipo que quiere describir la actividad de Jesús en su pueblo, que vivía como en el desierto. Y es allí donde él
debe aprender la necesidad que tienen los hombres del evangelio.
III.3. Señalemos también que el mismo Espíritu, después, le impulsa a Galilea para proclamar el gran mensaje
liberador, como se puso de manifiesto en el tercer domingo de este ciclo B. Para vencer en el desierto es
necesaria la fidelidad a Dios por encima de todas las sugerencias de poder y de gloria. El simbolismo en el que
debemos leer hoy nuestro relato nos permite ver que el desierto y los cuarenta días es el mundo de Jesús, el
tiempo de Jesús con las fuerzas adversas (las de Satanás) y la de Dios (los ángeles). Eso es lo que está presente
en la vida, en toda sociedad. ¿Qué hacer? Pues, como Jesús, proclamar que el tiempo de Dios, el de la salvación y
la misericordia, no puede ser vencido por el de la maldad, la injusticia o la guerra. Si Jesús estaba guiado por el
Espíritu, eso quiere decir que es el Espíritu mismo la voz resonante del evangelio como buena noticia que llama
a salir de lo peor que tiene el desierto: las fuerzas del mal.

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA


EL MISTERIO DE LA CONFIANZA EN DIOS

Iª Lectura: Génesis (22): La fe como confianza en Dios

I.1. La primera lectura está recogida de un texto muy importante en el ciclo de Abrahán (Génesis 22),
probablemente el momento culminante de lo que Dios pide al padre del pueblo: la fe incondicional, hasta la
vida de su hijo, el heredero, por el que había soñado. No podemos menos de pensar que en este relato,
complejo, desconcertante pero hermoso a la vez, se ha querido plasmar todo una mentalidad de la época. Con el
hijo “heredero” Isaac, que ya ha desbancado a Ismael por mor de su madre Sara, se quiere mostrar que Dios es
quien conduce y quiere conducir esta historia de promesas. En realidad Dios es así para la mentalidad religiosa
antigua. Se pide lo imposible para que todo termine siendo mucho más humano, teológico y entrañable. Se
pretende mostrar que Abrahán, el padre del pueblo, sabe renunciar a todo. Es un relato, heroico donde los haya,
para poner de manifiesto la fuerza de la fe de un pueblo que todo se lo debe a Dios.

I.2. ¿Cómo es posible que Dios exija todas estas cosas? Esta pregunta, hoy, está de más. Son los hombres los que
sienten así las cosas y las expresan de acuerdo a una mentalidad religiosa. El sacrificio de Isaac ha sido
interpretado en toda la tradición judía y cristiana como anticipo de muchos anhelos y deseos de salvación y
redención. Si ahora a Abrahán se le pide que renuncie a su futuro, a su heredero, es porque se quiere poner de
manifiesto que nuestro futuro está en las manos del Dios de la promesa y la Alianza. ¿Acaso la fe debe ser
confianza ciega? Probablemente nos excedemos, o se excede la teología, cuando presentamos la fe en esa
tesitura; debe ser confianza absoluta, pero no ciega. Abrahán sabe que Dios siempre tiene salidas para uno.
También es verdad que este relato es contado como una especie de condena, a la inversa, de los sacrificios
humanos: Dios puede parecer que pide lo máximo, pero Dios no puede pedir vidas humanas; sería un Dios sin
corazón: por eso Dios siempre ofrece otro camino.

I.3. Muchos especialistas han subrayado este aspecto y consideran que la “situación” en que ha podido aparecer
esta tradición explica el rechazo que en Israel suponía, frente a ciertas religiones y cultos, los sacrificios
humanos que se daban en otros pueblos. Sería como un relato pedagógico para mostrar que aunque Dios pida
lo máximo al hombre, no puede ir en contra del hombre mismo ni de su vida. Por eso es como un relato en que
se intenta mostrar que Dios le devuelve “vivo” a su hijo, que es el hijo en el que se sustentan las promesas que
se le han hecho. Porque Dios es un Dios de vivos, no de muertos, como proclamará Jesús (Mc 12,27). La
tradición cristiana, en la lectura de este pasaje de la tradición judía, presintió el sacrificio de Cristo (es la famosa
“Aqedá” -”amarradura” u “ofrenda”-, porque Isaac fue “atado y sacrificado”). Los cristianos, no obstante,
debemos hoy hacer una lectura mucho más teológica de esta tradición, sin caer en los aspectos
fundamentalistas que todavía se alimentan en ciertas sinagogas.

IIª Lectura: Romanos (8,31-34): El amor de Dios se hace presente en la vida de Cristo

II.1. La segunda lectura, de Romanos, quiere volver sobre el sentido del sacrificio como ofrenda a Dios. Pablo,
en esta carta de la fe y la libertad humana, se expresa con una fuerza que desconcierta a veces. El texto de hoy
se nos presenta de una forma lírica y retórica, con una serie de preguntas que termina en una doxología o
alabanza (v. 39). Es un himno al amor de Dios que se nos ha revelado en Cristo, en su vida y en sus sufrimientos.
Porque es en los sufrimientos donde la prueba del amor llega a su punto culminante, donde deja de ser
romántico o estético y se hace en realidad esencia de amor: darlo y ofrecerlo todo. Dios lo ha hecho así por
medio de Cristo, su Hijo. Estamos en sintonía con el texto de Gn 22. Se debería tener en cuenta la totalidad de
este himno, con los vv. 35-39 que no entran en la lectura de hoy, culminando así uno de los capítulos más
extraordinarios de Romanos.

II.2. En realidad este capítulo es como un himno que canta la bondad de Dios con la humanidad, precisamente
para que no tengamos miedo de creer en ese Dios. Es verdad que se afirma que Dios no le ahorró el sacrificio de
su vida a Cristo; pero es para subrayar con mayor vigor que Dios es capaz de darlo todo por nosotros, de
renunciar a lo más querido. Podríamos ver aquí que Pablo puede haber hecho una lectura de la aqedá de Isaac,
sin que Cristo haya podido ser liberado de la muerte. Desde luego es un texto en el que se ha profundizado
mucho en la exégesis de Romanos y se ha visto un paralelismo, aunque otros lo discuten, con dicho
“teologúmeno” de la aqedá. Dios, pues, asume esa muerte redentora para que seamos libres. Pero se ha de
considerar que en esta especie de aqedá cristiana es Dios quien se ofrece, quien da, no quien pide como en el
caso de Abrahán e Isaac. Debemos reconocer que esta teología del sacrificio y de la muerte es muy difícil de
explicar en la catequesis y en la teología. Pero se ha de hacer un intento serio y audaz. Porque Dios no puede
“querer” esa muerte. El amor de Dios está por encima de todo lo que nos puede amargar nuestra existencia
humana y cristiana. Ni Dios, ni Cristo, muerto y resucitado, pueden condenar a la humanidad porque esa
muerte es el camino de la resurrección para El y para nosotros.

Evangelio: Marcos (9,1-9): Caminar hacia la Resurrección

III.1. El relato de la Transfiguración de Marcos nos asoma a una experiencia intensa de Jesús con sus discípulos,
camino de Jerusalén después de haber anunciado la pasión, para que esos discípulos puedan meterse de lleno
en el camino y en la verdadera misión de Jesús. Los discípulos, o bien desean los primeros puestos del reino, o
bien quieren quedarse en el monte de la gloria de la transfiguración, como Pedro. Jesús va al monte para orar y
entrar en el misterio de lo que Dios le pide; desde esa experiencia de oración intensa puede iluminar su vida
para saber que le espera lo peor, pero que Dios estará siempre con él. Es una escena importante y compleja que
viene a ser decisiva en el desarrollo del evangelio y de la vida de Jesús que ahora ya mira a Jerusalén como meta
de su existencia. Tenemos que pensar que más que otra cosa, (aunque haya una experiencia histórica de Jesús y
sus discípulos en un monte), esta escena es una construcción teológica del evangelista, con todas sus
consecuencias. En Jn 12,28-30 encontramos una experiencia de este tipo. Nuestro relato de la Transfiguración,
en una teofanía que abarca casi todo, tiene tres partes: a) vv.1-4 y b) vv. 5-8 y una conclusión c) vv. 9-10 sobre
el “secreto mesiánico”, que es muy propio de Marcos y la pregunta de los discípulos sobre la resurrección de
entre los muertos.

III.2. Los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, están allí para respaldar precisamente la acción de
Jesús. Y la voz misteriosa, entre las nubes, reafirma que, desde ahora, a quien hay que escuchar y seguir es a
Jesús. Los elementos del relato nos muestran los símbolos especiales de las teofanías propias del AT. Pedro
quiere quedarse, plantarse allí, haciendo tres tiendas, para Moisés, Elías y Jesús. El relato en sí es en el
evangelio de Marcos el comienzo del viaje hacia Jerusalén. Y aunque no diga, como en Lucas (13,33), que un
profeta no puede “morir fuera de Jerusalén” viene a ser como el asomarse a la meta de la vida de Jesús: la
resurrección. Pero a la resurrección, a la nueva vida, no se llega sino por la muerte. Una muerte que ya está
sembrada en la vida del profeta de Galilea y casi decidida (Mc 3,6). Pedro no quiere bajar del monte porque esa
vida nueva supone aceptar la muerte, y no una muerte cualquiera, sino la muerte en la cruz. La “gloria” divina
que se ha experimentado en el monte está llamando a otro monte, el del Calvario, para que se viva como
realidad plena. Jesús es el que tiene las ideas claras de todo ello, los discípulos no.

III.3. La decisión de Jesús de bajar del monte de la transfiguración y seguir caminando hacia Jerusalén, lugar de
la Pasión, es la decisión irrevocable de transformar el mundo, la religión y la vida. Es verdad que eso le llevará a
la muerte. Esa decisión tan audaz, como decisión de una misión que ahora se confirma en su experiencia con lo
divino, con la voz del Padre, no le llevará directamente al triunfo, sino a la muerte. Pero el triunfo de la
resurrección lo ha podido contemplar, a su manera, en ese contacto tan intenso con el misterio de Dios. Dios le
ha revelado su futuro, la meta, la victoria de la vida sobre la muerte. Y ahí está su confianza para seguir su
camino y hacer que le acompañen sus discípulos. Estos seguirán sin entenderlo, sin aceptarlo, preparándose o
discutiendo sobre un premio que no llegará de la forma que lo esperaban. Del cielo se ha oído un mandato:
“escuchadlo”, pero no lo escuchan, porque su mentalidad es bien otra. Jesús los ha asomado un poco a la “gloria”
de una vida nueva y distinta, pero no lo han entendido todavía. El relato, desde luego, es cristológico, ¡no hay
duda!, pero Marcos también quiere que sea pedagógico para la comunidad: la vida verdadera no se goza
“plantándose” en este mundo, en esta historia, en nuestros proyectos. Está en las manos de Dios.

DOMINGO TERCERO DE CUARESMA


LA RELIGIÓN VERDADERA ES DAR LA VIDA POR LOS OTROS

1ª Lectura: Éxodo (20,1-17): Dios y el hombre se encuentran en la Alianza

I.1. La primera lectura es el famoso Decálogo, corazón de un «código de la alianza» que ha venido a ser la
expresión más definida de la teología sacerdotal (a diferencia del Decálogo de Dt 5,6-21) y que ha jugado un
papel considerable en la evolución ética de la humanidad. Aún expresado en forma negativa y absoluta, tiene
unos objetivos bien determinados: proteger a la comunidad, al pueblo de la Alianza, para darle una identidad y
que no vuelvan a la esclavitud. Es eso lo que le espera al pueblo si adoran a otros dioses extraños, ya que todos
los imperios tenían sus dioses protectores, y los dominadores los imponían como signo de victoria.

I.2. Pero además, es un código en diez Palabras que expresa una relación dialogal, interpersonal. El Decálogo
intenta expresar unos derechos fundamentales, como hoy defendemos en el ámbito de la comunidad
internacional. Por ello, debemos valorarlo como una propuesta, en aquella época, que se adelanta siglos y siglos
a muchas conquistas humanas de nuestra época. Pretende que las relaciones entre Dios y el hombre, y la de los
hombres entre sí, estén dominados por la adoración y la religión verdadera, la justicia, en cuanto todo pecado
contra el prójimo es un pecado contra Dios. Es verdad que el decálogo en como un “escudo” que protege la
santidad de Dios, pero también la dignidad de todos los hombres, del prójimo en concreto.

I.3. Detrás de estas expresiones formuladas en esa teología sacerdotal, debemos ver la acción del Dios salvador,
que ha hecho alianza con el pueblo. Éste, por su parte, debe ser no solamente un buen intermediario, sino un
verdadero misionero de este proyecto salvador de Dios. Se ha dicho que en el fondo de todo debemos saber ver
la gratitud de Dios. Antes, pues, de que la humanidad se haya dotado de los derechos fundamentales, estos
intentos del “decálogo” muestran el anhelo de Israel por ser un pueblo fiel, un pueblo justo, aunque
dependiente de Dios. Pero es que en Dios está la fuente de toda la justicia y dignidad humana, según la mejor
teología bíblica.

2ª Lectura: Iª Corintios (1,22-25): Dios habla desde la sabiduría de la cruz

II.1 La segunda lectura nos propone la sabiduría de la cruz. Es un pasaje de la carta en donde Pablo afronta el
problema de la división de la comunidad en distintas facciones que se remiten a personajes del cristianismo
primitivo; unos a Pablo, otros a Pedro, otros a Apolo; e incluso otros (muy probablemente el mismo Pablo) a
Cristo como el único que puede dar consistencia a nuestra fe. El texto de hoy forma parte de un gran conjunto
(1Cor 1-4) que el apóstol afronta por informaciones de las “gentes de Cloe”, quizás una de las comunidades
domésticas. Y en vez de una reprimenda moralizante y sin sentido propone, para la unidad y la comunión de la
comunidad que “crux sola nostra theologia”, como decía Lutero. En la cruz, las divisiones, los partidos, los
grupos de élite de una comunidad, quedan a la altura de nuestras propias miserias.

II.2. Pablo habla del Cristo crucificado frente al que no caben las divisiones, el valer más o menos, el ser los
primeros o los últimos, porque en la cruz de Cristo se revela el Dios que se ha “abajado” a nosotros. Ese Cristo
crucificado, revelación del verdadero Dios, es locura para los judíos que siempre conciben a Dios desde la
grandeza; locura para la sabiduría de este mundo que es también una sabiduría de prepotencia inaudita. La
religión de la cruz, no obstante, no es la religión de la ignominia, sino de la condescendencia con los débiles y
con los que no cuentan en este mundo. Aunque algunos hayan tachado este planteamiento paulino como la
decadencia de la sociedad (Nietzsche) , ese es el único camino donde podemos reconocer a nuestro Salvador.
Con un estilo retórico, usando la “diatriba” de una forma clásica, pregunta Pablo con insistencia si los sabios, los
entendidos, los investigadores pueden ofrecer el sentido profundo y radical de nuestra vida. Porque nuestra
vida verdadera es mucho más que conocer el “genoma humano”.
II.3. No obstante, no se trata de la condena la sabiduría humana en sí, ni de la investigación y de la filosofía.
Tampoco se ha de entender la “theologia crucis” como la religión del masoquismo. ¡Nada de eso! No es así como
Pablo argumenta, sino de cómo es posible que nuestros criterios y nuestras decisiones humanas estén a la
altura de quien nos da vida y Espíritu. Por eso, su afirmación decisiva es que Dios ha hecho a Cristo, el
crucificado, no lo olvidemos: “poder y sabiduría de Dios”. Y conocemos que ese es un “poder sin-poder” y una
“sabiduría sin la lógica fría de este mundo”. Es el poder y la sabiduría de quien se ha entregado “por nosotros”.
Es ahí donde se construye la “theologia crucis” en la “pro-existencia”, en saber vivir para los demás, como hace
nuestro Dios. Desde ahí Pablo quiere curar la locura de las divisiones y de las arrogancias humanas que existen
en la comunidad de Corinto.

Evangelio: Juan (2,13-25): Jesús busca una religión de vida

III.1. El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan
menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. En el trasfondo
también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en
cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera
cómo se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios,
vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los a animales del culto. No debemos pensar que Jesús la
emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los
animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro:
Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso
dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el
pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.

III.2. El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y
renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma. En el marco de
la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una
escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla
asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin
corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin
espiritualidad, que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado
contra el templo, porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora Jesús, con esta
acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere
llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de
vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenado el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya
vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

III.3. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por
considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la
misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad lo que los otros evangelios proponen al final
(Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los
judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana,
liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente
hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar
la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el «cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí,
con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley
también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres
días lo levantaré”), está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia
teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta.
Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley, y la religión del templo y de
los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA


EL AMOR DE DIOS POR ENCIMA DE TODA CONDENA
Iª Lectura: 2º Crónicas (36,14-16.19-23): Dios no castiga con la guerra

I.1. La primera lectura toma, de una de las historias de Israel del AT (2 Crónicas 36,14-16.19-23), el tema de la
catástrofe final que llevó desterrado al pueblo judío a Babilonia (a. 586 a. C), en tiempo del rey Sedecías. Es una
visión más teológica que la que se nos ofrece en 2 Reyes 24,18-20. Esta situación -según los autores de estos
libros; una especie de escuela histórico-teológica-, se produjo porque Dios ya había perdido la paciencia con un
pueblo que era rebelde. Pero debe quedar claro que ni es Dios quien la provoca, ni es Él quien propone este
castigo de los babilonios. Es verdad que la concepción de la historia en la Biblia es una concepción sagrada y
nada pasa inadvertido a Dios. No podían pensar de otra manera y desde una visión profética, más lucida,
sabemos que siguiendo los “caminos de Dios” más que los intereses políticos y económicos, muchas cosas
podrían evitarse. Por eso no es falsa la interpretación “teológica” de la historia; diríamos más: es necesaria. Las
guerras no llegarían si hubiera justicia y no intereses espurios. No obstante, los pueblos mismos somos
protagonistas de esta situación.

I.2. En el caso de Judá, sus responsables habían jugado sus cartas y sus intereses. El profeta Jeremías había
advertido contra esta actitud: más que buscar reyes o emperadores en que apoyarse, había que buscar a Dios.
Esto es válido, desde luego, porque un pueblo que se dedica a poner en práctica la justicia, a evitar toda guerra,
encontrará caminos de paz y de armonía. Esta es la eterna lección de la historia de la humanidad. La misma
propuesta hizo en su tiempo Isaías (Is 7) con sus palabras al rey Acaz para que no entrase en la “coalición” de
guerra contra Asiria; era una temeridad, aunque podría ser razonable el ansia de libertad nacional. A los
autores del texto de hoy, “los cronistas”, les duele que los caldeos incendiaran la casa de Dios o no se pudiera
celebrar el sábado. Pero a Dios le duele que el pueblo sufra y se vea condenado a la guerra y a la violencia por
causa de sus dirigentes. Esa es la verdadera casa de Dios, el pueblo, donde Él habita. La “compasión de Dios”
debe ser la idea determinante que se debe poner de manifiesto, porque los “dirigentes” no sienten compasión
de su pueblo, sino de sus intereses nacionales y políticos.

I.3. Es lógico, por otra parte, que en esa interpretación se piense que el famoso decreto de Ciro, que permitía la
vuelta de los desterrados, tiene también que ver con la mano de Dios y el cumplimiento de las palabras
proféticas, en este caso de Jeremías. También es verdad que la imagen mítica del mundo que se tenía en el
Oriente y que compartían los profetas, no puede menos de afirmar que Dios actúa “ocultamente”. Y son los
profetas los que saben acoger el “sí” de Dios para la salvación y para poner de manifiesto que donde una vez
hubo un “no” de Dios, éste no es definitivo, sino que en una verdadera perspectiva profética el “sí” siempre es el
futuro del pueblo, de la historia y de la humanidad. La concepción científica de la historia no mirará las cosas
desde ahí, pero tampoco podrá contradecirlas. Porque este “sí” solamente se escribe con la mano de Dios en la
historia oculta de la creación. Eso quiere decir, que Dios no destruye la historia de un pueblo y de nadie; en todo
caso lo que debe quedar claro es que sin Dios la humanidad no sabrá encontrar la felicidad.

IIª Lectura. Efesios (2,4-10): La intervención misericordiosa de Dios

II.1. La segunda lectura nos ofrece una reflexión impresionante del misterio de la gracia de Dios a los hombres
por medio del misterio pascual, la muerte y la resurrección de Cristo. Se ha discutido si esta carta es de Pablo o
de alguno de sus discípulos, pero, en el caso concreto de este texto, nos encontramos con la teología paulina
fundamental, una especie de sumario de lo que él enseñaba como su evangelio, que había recibido directamente
de Dios y por lo que llevó adelante una lucha por la libertad de todos los hombres. Se habla de una reflexión
bautismal en la que se quiere poner de manifiesto cómo se pasa de la muerte a la vida por la gracia de Dios. Esa
es la significación más radical del bautismo y de la fe cristiana.

II.2. El poder que Dios ha mostrado resucitando a Jesús de entre los muertos es el que nos muestra a nosotros
cuando nos perdona y nos ofrece una vida nueva de gracia. Esto es lo más impresionante de esta teología
bautismal que se respira en esta lectura de hoy. Se habla de la misericordia (éleos), que en el mundo griego no
tenía el mismo alcance que en el ámbito cristiano; los estoicos la consideraban como una de las pasiones,
aunque muchos la prefieren o la recomiendan frente al odio: ¡qué menos! El autor habla de cómo los cristianos
han sido asociados a Cristo, a su muerte y a su resurrección. Y esto es consecuencia del proyecto de
misericordia que Dios tiene sobre la humanidad. Se pone de manifiesto que por medio del bautismo somos
asociados a la vida nueva de Cristo, por tanto a lo que ha significado y significa la resurrección de Jesús.
Evangelio: Juan (3,14-21): De la noche a la luz, con Cristo

III.1. El evangelio, sobre el diálogo con Nicodemo, el judío que vino de noche (desde su noche de un judaísmo
que está vacío, como se había visto en el relato de las bodas de Caná), para encontrar en Jesús, en su palabra, en
su revelación, una vida nueva y una luz nueva, es una de las escenas más brillantes y teológicas de la teología
joánica. Es importante tener en cuenta que Nicodemo es un alto personaje del judaísmo, aunque todo eso no
esté en el texto de hoy que se ha centrado en el discurso de Jesús y en sus grandes afirmaciones teológicas,
probablemente de las más importantes de este evangelio. Es necesario leer todo el relato de Jn 3,1-21, pues de
lo contrario se perdería una buena perspectiva hermenéutica. Digamos que este relato del c. 3 de Juan
seguramente fue compuesto en el momento en que personas, como Nicodemo, habían pedido a la comunidad
cristiana participar en ella. De ahí ha surgido esta «homilía sobre el bautismo» entre los recuerdos de Juan de
un acontecimiento parecido al que se nos relata y unas reflexiones personales sobre lo que significa el bautismo
cristiano. En los versículos 1 al 15 (vv. 1-15) tenemos el hecho de lo que podía suceder más o menos y palabras
de Jesús que los redactores de Juan han podido conservar o rescatar de la tradición. Desde los vv. 16-21 se nos
ofrecen unas reflexiones personales del teólogo (es realmente un monólogo, no un diálogo en este caso), el que
ha hecho la homilía de Juan, sobre la esencia de la vida cristiana en la que se entra por el bautismo.

III.2. Los vv. 16-21 aportan, pues, una reflexión del evangelista y no palabras de Jesús propiamente hablando.
Esto puede causar sorpresa, pero es una de las ideas más felices de la teología cristiana. Dios ha entregado a su
Hijo al mundo, y con ello ha mostrado lo que le ama. Además, Dios lo ha enviado no para juzgar o condenar, sino
salvar lo que estaba perdido. Si existe alguna doctrina más consoladora que esta en el mundo podemos
arrepentirnos de ser cristianos. Pero creo que no existe. El v.18 es una fuente de reflexión. La condena de los
hombres, el juicio, no lo hace Dios. Lo ha dejado en nuestras manos. La cuestión está en creer o no creer en
Jesús. El juicio cristiano no es un episodio último al que nos presentamos delante de un tribunal para que nos
diga si somos buenos o malos. ¡No! Sería una equivocación ver las cosas así, como muchos las ven apoyados en
una visión demasiado literal y, en todo caso, fundamentalista de Mt 25. Los cristianos experimentamos el juicio
en la medida en que respondemos a lo que el Señor ha hecho por nosotros. El juicio no se deja para el final, sino
que se va haciendo en la medida en que vivimos la vida nueva, la nueva creación a la que hemos sido
convocados. Estas imágenes de la luz y las tinieblas son muy judías, del Qumrán especialmente, pero a Juan le
valen para expresar la categoría del juicio.

III.3. El evangelio de Juan es muy sintomático al respecto, ya que emplea muchas figuras y símbolos (el agua, el
Espíritu, la carne, la luz, el nacer de nuevo, las tinieblas) para poner de manifiesto la acción salvadora de Jesús.
El diálogo es de gran altura, pero en él prevalece la afirmación de que el amor de Dios está por encima de todo.
Aquí se nos ofrece una razón profunda de por qué Dios se ha encarnado: porque ama este mundo, nos ama a
nosotros que somos los que hacemos el mundo malo o bueno. Dios no pretende condenarnos, sino salvarnos.
Esta es una de las afirmaciones más importantes de la teología del NT, como lo había sido la teología profética
del AT. Dios no lleva al destierro; Dios no condena; Dios, por medio de su Hijo que los hombres hemos
“elevado” (para usar la terminología teológica joánica del texto) a la cruz, nos salva y seguirá salvando siempre.
Incluso el juicio de la historia, como el juicio que todo el mundo espera, lo establece esta teología joánica en
aceptar este mensaje de gracia y de amor. El juicio no está en que al final se nos declare buenos o perversos,
sino en aceptar la vida y la luz donde está: en Jesús.

DOMINGO QUINTO DE CUARESMA


UN CORAZÓN NUEVO ES UNA VIDA ENTREGADA POR LOS DEMAS

Iª Lectura: Jeremías (31,31-34): Dios nos renueva

I.1. El texto de Jeremías está inserto en un bloque literario y teológico que se ha llamado el «libro de la
consolación» (Jr 30-33); y concretamente el de nuestra lectura litúrgica es una de las afirmaciones más
rotundas del AT sobre la necesidad de una alianza nueva. Jeremías fue un profeta al que le tocó vivir la
situación más dramática de su pueblo (los babilonios estaban a las puertas de Jerusalén para destruirla) y al
que la vocación de ser profeta no le vino precisamente como anillo al dedo, sino que fue lo más contrario a su
alma («no quería arrancar para plantar»). La lectura del profeta Jeremías, en estos términos, se muestra como
si solamente se hubiera empeñado en «arrancar», pero no en «plantar». No obstante, este libro de la
consolación es una llamada a la esperanza y nuestro texto el cenit teológico de esa esperanza contra toda
esperanza. El texto de hoy viene a continuación de una llamada a la responsabilidad personal (Jr 31,29-30) para
poner de manifiesto que, aunque cambien las cosas, Dios mantendrá su promesa de salvación.

I.2. Por tanto, Dios, a pesar de todo, no se echa atrás, sino que está dispuesto a poner la Alianza en el corazón de
cada uno de nosotros; es una forma de comprometerse más profundamente en su proyecto de salvación. Es una
llamada a la responsabilidad más personal, pero sin descartar el sentido comunitario de todo ello, porque todos
los que sientan esa Alianza en su corazón, se reconocerán del pueblo, de la comunidad del Dios vivo y
verdadero. El problema de una alianza nueva podría parecer un atentado al “dogma” de la Alianza del Sinaí,
donde Israel encontró su identidad. Pero ya se sabe que esos dogmas los usan los poderosos para ocupar el
lugar de Dios y para cosas peores. Al pueblo sencillo lo pueden engañar, pero a un profeta no, porque siempre
está alerta a la voz de Dios. Por eso el profeta, con este mensaje, no solamente le concede a Dios toda su
autonomía y libertad, sino que con ello defiende al pueblo para que también se sienta libre. La ley del corazón
quiere decir que es una “ley humana” lo que Dios pide, humana y a la par con nuestras debilidades.

I.3. El profeta describe esta nueva situación como algo que antes ha echado muy en falta, un nuevo
“conocimiento de Dios” (cf Jr 2,8; 4,22; 9,2), por tanto la nueva Alianza no estará en ritos y ceremonias o
sacrificios nuevos, sino en una “experiencia” nueva de Dios: más humana, más entrañable y misericordiosa que
se sienta en el corazón y que se exprese en la praxis de la justicia y la fraternidad con los que han sido
ignorados. Poner en el corazón “leb” (en hebreo), tiene mucha entraña y radicalidad en los profetas; es lo que el
cerebro para la antropología actual, porque todo se mueve desde ahí. Pero es más que el cerebro: tener corazón
o no tenerlo, todos sabemos lo que significa al nivel más popular; a nivel bíblico es como tener espíritu, alma o
no tenerla. La ley, sin alma, esclaviza; con alma libera. El profeta está hablando, pues, de una Alianza que estará
plasmada en la experiencia más profunda y humana de Dios en cada uno de los suyos.

IIª Lectura: Hebreos (5,7-9): Cristo, sacerdote solidario de la humanidad

II.1. Nuestra lectura forma parte de una sección que, comenzando en Heb 4,15, nos muestra a Jesucristo como
Sumo Sacerdote. Esta carta tan peculiar del Nuevo Testamento, que no es de San Pablo, aunque durante mucho
tiempo se la atribuyó la tradición, nos ofrece en este caso una teología del papel de Jesucristo. El sacerdocio de
Jesús, no obstante, tiene la innovación de no heredarse (como el de Melquisedec), sino que es nuevo, recién
estrenado, capaz de conseguir gracia y salvación, para lo que el sacerdocio hereditario y ritual no era válido. Es
el sacerdocio del Hijo de Dios, pero que habiéndose hecho uno de nosotros, padeciendo, llorando,
comprendiendo nuestras miserias, siendo absoluta y radicalmente humano, en contacto con nuestra debilidad,
nos introduce en el misterio misericordioso y amoroso de Dios.

II.2. La figura del Melquisedec, pues, escogida como modelo para el sacerdocio de Cristo sirve para poner de
manifiesto que Cristo es un sacerdote original: no se hereda, no se aprende el oficio y no se cansa de atender a
los que lo necesitan. El autor construye una cristología del sacerdocio de Cristo con citas de los Salmos 2,7 y
110,4. No es alguien que busque lo propio, que se glorifique personalmente: está para los demás. Y lo más
humano de todo: aprende a sufrir, como sufren los hombres. Es esto lo que lo hace digno de fe. La Pasión, de la
cual está hablando, se entiende como una prueba de solidaridad con la humanidad. Así, pues, nuestro autor
evoca la existencia humana de Jesús y nos da a comprender que esa existencia la pone al mismo nivel que los
demás hombres, frágiles y abocados a la muerte. De ahí que se diga que aprendió a “obedecer” o la “obediencia”.
Yo creo que quiere decir que aceptó, siendo perfecto moralmente, que debía ser sufriente, porque todos los
hombres lo somos.

III.ª Evangelio (Juan 12,20-33): La hora de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria

III.1. El texto de Juan nos ofrece hoy una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda
la «teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en cuanto los judíos, sus dirigentes,
ya han decidido que debe morir. La resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido
determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del evangelio de Juan no se deja dar
muerte de cualquier manera; no le roban la vida, sino que la quiere entregar Él con todas sus consecuencias.
Por ello se nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir, unos paganos
simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren
conocerle, como le comunican a Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide
definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El judaísmo, su mundo, su religión,
su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano
de trigo que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc 8,35; Mt 10,39; 16,25;
Lc 9,24; 17,33) y sobre el destino de los servidores junto con el del Maestro, abren el camino de una
“revelación” sobre el momento y la hora de Jesús.

III.2. Efectivamente las palabras que podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una
experiencia dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia de Getsemaní (Mc
14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este texto joánico, que tiene como testigos no solamente a
los discípulos que eran judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que escuchó algo
extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado, el Getsemaní de Juan que no está narrado en
el momento de la Pasión. En ese caso puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es
la hora de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de la opinión de Caifás tras la
resurrección de Lázaro de que uno debía morir por el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este
momento que se acerca. Ya está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe llegar,
sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.

III.3. Por tanto, era como si se Él esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se
ha venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de la pasión-glorificación. Y
Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no
puede dar fruto. La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es verdad que esta
decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse
a la muerte en aquellas condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y antes de que le
secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama su vida entregándola a los demás, poniéndola en
las manos de Dios y de los hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra
manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la verdad, porque confía plenamente
en el Padre, y advierte que los suyos tengan también esta misma disposición.

III.4. Los vv. 31-33 nos describen, con un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es
una teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús; al contrario, es desde la cruz
desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn 3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba
en la cruz, en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo, razonablemente, en
muchos escritos teológicos; sino porque la muerte de Jesús le confiere un poderío inconmensurable. La muerte
no se la imponen, no es la consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús quien la
“busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y porque provoca el juicio sobre el mundo,
sobre la falsedad del poder y la mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de
la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto. Pero Jesús “atraerá” a todos los
hombres hacia Él, hacía su hora, hacia su verdad, hacia su vida nueva.

DOMINGO DE RAMOS
LA PASIÓN SEGÚN SAN MARCOS: TEOFANÍA DIVINA

Hoy comienza la gran semana litúrgica que nos conduce a la Pascua, la muerte y resurrección del Señor,
centro de nuestra fe cristiana. La Semana Santa, pues, es un tiempo de profundas vivencias religiosas; el
misterio del Dios «entregado por nosotros» y la fuerza de su resurrección, como se expresaba San Pablo, nos
convocan ante la Cruz que es el triunfo del amor sobre el odio, la esperanza frente a toda desesperación.
El evangelio de la entrada en Jerusalén, con la procesión de la comunidad y los ramos, debe servir para
inaugurar la gran semana del cristianismo. Toda la “tradición” y hermosura de los ramos y palmas, no obstante,
nos invita a introducirnos en aquella experiencia de ir a Jerusalén que el profeta de Galilea no podía eludir.
Jesús, sin duda, ya sabía lo que le esperaba: el juicio, la condena y la muerte. Todo eso se ha representado y se
representa estéticamente muchas veces, pero en torno a aquella Pascua del año 30 no había nada teatral, sino la
dura realidad de “alguien” que sabe lo que quiere. Jesús no se deja ilusionar por los gritos de “Hosanna”, porque
no se sentía Mesías, y menos como algunos lo interpretaron. Estas aclamaciones justificarían más su juicio y su
condena ante los poderosos que estaban esperando que llegara el profeta de Galilea a Jerusalén. Y llegó…

Iª Lectura: Isaías (50,4-7): El siervo de Yavé: a sus espaldas el futuro

I.1. Los cuatro cantos del Deutero-Isaías (42,1-4.7.9; 49,1-6.9.13; 50,4-9.11; 52,13-53,12) abren la Pasión de
Jesús en este día de Domingo de Ramos. Estamos ante el tercer cántico del “Siervo de Yahvé”, donde se subraya
el sufrimiento, una figura que ha dado mucho que hablar en la teología veterotestamentaria, sin que se haya
llegado a una identificación precisa. Que los cristianos se atrevieran a identificar al Jesús crucificado con el
Siervo, era la única lógica teológica para poder defender que era el Mesías. La teología oficial del judaísmo no
podía aceptar de ninguna manera el sufrimiento como algo posible en el futuro Mesías. Por eso al cristianismo
se le abrieron las puertas de par en par para poder afirmar que si Jesús fue juzgado, condenado y crucificado…
se cumplían casi al pie de la letra las “revelaciones” o manifestaciones del Siervo de Yahvé. Esta fue la “biblia
básica” de los primeros cristianos, aunque sin descartar la lectura de La Ley y los Profetas. De esa “biblia
básica” pasaron poco a poco a redactar el primer relato de la pasión que leían en las celebraciones como
memoria de la muerte de su Señor.

I.2. ¿Cuál es su mensaje? nos abre a la ignominia de este mundo violento, cruel, frente a la fuerza de la
mansedumbre del discípulo, del siervo de Dios porque, en su «pasión», Dios siempre estará con él. Es una
lectura muy adecuada de preparación a la proclamación de la pasión del domingo de Ramos, ya que fueron los
primeros cristianos los que descubrieron en estos cantos que el Mesías habría de sufrir si quería que su
propuesta de salvación tuviera fuerza.

IIª Lectura: Filipenses: (2,6-11): El Himno del "abajamiento" divino

II.1. El himno de la carta a los Filipenses pone de manifiesto la fuerza de la fe con que los primeros cristianos se
expresaban en la liturgia y que Pablo recoge para las generaciones futuras como evangelio vivo del proceso de
Dios, de Cristo, el Hijo: El que quiso compartir con nosotros la vida; es más, el que quiso llegar más allá de
nuestra propia debilidad, hasta la debilidad de la muerte en cruz (añadiría Pablo), que es la muerte más
escandalosa de la historia de la humanidad, para que quedara patente que nuestro Dios, al acompañarnos, no lo
hace estéticamente, sino radicalmente. No es hoy el día de profundizar en este texto inaudito de Pablo. La
Pasión de Mateo debe servir de referencia de cómo el Hijo llegó hasta el final: la muerte en la cruz.

II.2. El himno tiene dos partes. La primera subraya la autohumillación de Cristo que, siendo de condición
divina, se convierte en esclavo. La segunda se refiere a la exaltación de Jesús por parte de Dios a la categoría de
Señor. Establece, además, una relación de causa a efecto entre humillación y exaltación: «Precisamente por eso»
(Flp 2, 9). Y aquí radica la gran paradoja: que quien no destacó en vida por gesta heroica alguna, quien no fue
soberano ni tuvo el título de Señor, quien termina sus días crucificado por vil y subversivo a los ojos del
Imperio y de su propia religión, es considerado «Señor» y Mesías. Y, paradoja todavía mayor: el anuncio del
Mesías crucificado se convierte en el núcleo de la predicación de Pablo y en el centro de la fe cristiana. Esto no
podía por menos que chocar a la mentalidad helenista que, en sus cultos, aclamaba a los «señores» que habían
tenido una existencia gloriosa. Tenía que sorprender igualmente al mundo judío, para quien el Mesías debía
tener una existencia gloriosa, que ciertamente Jesús no tuvo. Por eso, dirá Pablo que el anuncio de un Mesías
crucificado es «escándalo para los judíos, locura para los griegos» (1Cor 1, 23).

Evangelio: Marcos (14-15): Pasión según San Marcos

III.1. Hoy la lectura de la Pasión según san Marcos debe ser valorada en su justa medida. La lectura, en sí, debe
ser “evangelio”, buena noticia, y nosotros, como las primeras comunidades para las que se escribió, debemos
poner los cinco sentidos y personalizarla. La pasión según San Marcos es el relato más primitivo que tenemos
de los evangelios, aunque no quiere decir que antes no hubiera otras tradiciones de las que él se ha valido.
Debemos saber que no podemos explicar el texto de la Pasión en una “homilía”, sino que debemos invitar a
todos para que cada uno se sienta protagonista de este hermoso relato y considere dónde podía estar él
presente, en qué personaje, cómo hubiera actuado en ese caso. Precisamente porque es un relato que ha nacido
casi con toda seguridad para la liturgia, es la liturgia el momento adecuado para experimentar su fuerza
teológica y espiritual
III.2. No es, pues, el momento de entrar en profundidades históricas y exegéticas sobre este relato, sobre el que
se podían decir muchas cosas. Desde el primer momento, en los vv. 1-2 nos vamos a encontrar con los
personajes protagonistas. El marco es las fiestas de Pascua que se estaban preparando en Jerusalén (faltaban
dos días) y los sumos sacerdotes no querían que Jesús muriera durante la “fiesta”, tenía que ser antes; el relato,
no obstante, arreglará las cosas para que todo ocurra en la gran fiesta de la Pascua de los judíos ¡nada más y
nada menos! Los responsables, dice el texto, “buscaban cómo arrestar a Jesús para darle muerte!. Era lo lógico,
porque era un profeta que iba muy por libre. Era un profeta que estaba en las manos de Dios. Esto era lo que no
soportaban.

III.3. Pero si queremos organizar nuestra preparación, tanto a nivel personal como catequético y pastoral para
una lectura previa, pausada y reflexiva del relato de la Pasión de Marcos, aquí van algunas pautas que pueden
resultar “orientativas”:

Mc estructura el relato de la pasión y muerte de Jesús con un tríptico introductorio (14,1-11), seguido
de dos relatos en paralelo, situados el mismo día (14,12), que le sirven para mostrar la misma realidad bajo dos
aspectos diferentes. En el primer relato (14,12-26) se expone en clave teológica la voluntariedad y el sentido de
la entrega de Jesús (eucaristía); en el segundo (14,17-15,47) describe su entrega en forma narrativa.
El tríptico introductorio está enmarcardo por la decisión de los dirigentes de dar muerte a Jesús (14,1-
2) y la traición de Judas (14,10-11); en medio se encuentra la escena de la unción en Betania (14,3-9). Esta
última presenta las dos actitudes dentro de la comunidad de Jesús ante su muerte inminente. La primera,
reflejada en la mujer que unge la cabeza de Jesús, corresponde a la de los verdaderos seguidores, a los que
están dispuestos, como Jesús, a entregarse por entero a los demás, a aceptar como rey a Jesús crucificado; la
segunda, representada por los que protestan de la acción de la mujer, corresponde a los que ven en la muerte
sólo un fracaso, a los que están dispuestos a dar cosas, pero no su persona, a los que no comprenden que la
verdadera ayuda a los pobres está en la entrega por ellos hasta el fin.
El primer relato de la pasión (14,12-26), en clave teológica, forma también un tríptico, enmarcado por la
preparación de la última cena (14,12-16) y la eucaristía (14,22-26); en el centro, la denuncia del traidor (14,17-
21), en contraste con la figura de la mujer que unge la cabeza de Jesús (14,3-9). Este primer relato expresa la
voluntariedad de la entrega y muerte de Jesús. Al ofrecer a los discípulos «su cuerpo» (= su persona), los invita
a tomarlo a él y a su actividad como norma de vida; él mismo les dará la fuerza suficiente para ello
(pan/alimento). Al darles a beber «su sangre», expresión de su entrega total, los invita a comprometerse, como
él, en la salvación y liberación de los hombres, sin regateos y sin miedo a la muerte. El relato termina
encaminándose todos hacia el Monte de los Olivos, símbolo del estado glorioso (cfr. 11,1; 13,3) que constituye
la meta de Jesús y de todos cuantos lo sigan en el compromiso.
El segundo relato de la pasión (14,27-15,47), en forma narrativa, se compone de un tríptico inicial
(14,27-52) y tres secciones: el juicio ante el Consejo Judío (14,53-72), el juicio ante Pilato (15,1-21), y la
ejecución de la sentencia (15,22-47).
El tríptico inicial consta: a) 14,27-31: predicción de la huida de los discípulos y anuncio de la negación
de Pedro, b) 14,32-42: llegada a Getsemaní; oración de Jesús e insolidaridad y distanciamiento de los
discípulos; Jesús desea un final diferente, pero acepta desde el principio lo que el Padre decida; el Padre no
puede impedir su final porque su amor al hombre no fuerza la libertad humana, c) 14,43-50: prendimiento de
Jesús y defección de todos los discípulos; hay un intento de defender a Jesús con la violencia, que él rechaza
tajantemente; la detención de Jesús muestra la mala conciencia de las autoridades judías, que no se han
atrevido a apresarlo en público. El tríptico termina con un colofón (14,51-52), mediante el cual, en el momento
de comenzar la pasión, Mc señala simbólicamente su desenlace; el joven, en paralelo con el que aparece en el
sepulcro (16,5), es figura de Jesús mismo: hecho prisionero, deja en manos de sus enemigos su vida mortal («la
sábana», cfr. 15,46), pero sigue vivo y libre («huyó desnudo»).
La primera sección (14,50-72) describe el juicio de Jesús ante el Consejo judío y consta de las siguientes partes:
a) 14,53: Reunión del Consejo, autoridad suprema del pueblo.
b) 14,54: Pedro sigue «de lejos» a Jesús, mostrando así su adhesión a él, pero no la disposición a hacer
suyo el destino de Jesús.
c) 14,55-64: Juicio de Jesús; búsqueda inútil de una acusación que justifique la condena a muerte
preconcebida; silencio de Jesús ante la mala fe; pregunta decisiva del sumo sacerdote, formulada en
correspondencia al título del Evangelio (cfr. 1,1: Mesías, Hijo de Dios); Jesús declara ser ese Mesías, afirma su
realeza y condición divina y anuncia una venida gloriosa suya que sus jueces van a presenciar, en ella quedará
patente que Dios está con Jesús y en contra de la institución que ellos representan; Jesús es acusado de
blasfemia y unánimemente condenado a muerte.
d) 14,65: Jesús objeto de burla; se desata el odio contra él, se ridiculiza su calidad de profeta y la
profecía que acaba de pronunciar.
e) 14,66-72: Triple negación de Pedro.
La segunda sección (15,1-21) describe el juicio de Jesús ante Pilato y consta de las siguientes partes:
a) 15,1: Entrega de Jesús al poder pagano.
b) 15,2-5: Interrogatorio de Pilato.
c) 15,6-15: Entre Barrabás, un asesino conocido, y Jesús, la multitud, manipulada por sus dirigentes,
pide la condena a muerte de Jesús; debilidad de Pilato que traiciona su propia convicción y acaba condenando a
Jesús a la cruz.
d) 15,16-20: La burla de los soldados.
e) 15,21: Simón de Cirene, figura del seguidor de Jesús que ejerce la misión universal, es obligado a
cargar con la cruz, cumpliendo así la condición del seguimiento (cfr. 8,34).
La tercera sección (15,22-47) describe la crucifixión, muerte y sepultura de Jesús, y consta de las
siguientes partes:
a) 15,22-24: Crucifixión; Jesús rechaza el vino drogado; da su vida voluntariamente y con plena
conciencia; reparto de sus vestidos.
b) 15,25-32: Las burlas al rey de los judíos; los transeúntes, sumos sacerdotes y compañeros de suplicio
se burlan de la realeza de Jesús.
c) 15,33-41: Muerte de Jesús; su grito expresa su confianza plena de Dios en medio de su fracaso; los
presentes interpretan mal su grito y uno de ellos le ofrece vinagre, expresión del odio; al morir deja patente al
amor de Dios por el hombre («el velo del santuario se rasgó»); el centurión, representante del mundo pagano
descubre a Dios en Jesús muerto en la cruz; las mujeres miran «desde lejos» (cfr. 14,54), sin identificarse, por
falta de comprensión, con la muerte de Jesús.
d) 15,42-47: Sepultura de Jesús; la losa que tapa su sepulcro aparentemente acaba con la esperanza que
había suscitado su persona.

III.4. El recorrido por los relatos de la pasión del Señor, que Marcos ha preparado con tres anuncios a través de
su marcha hacia Jerusalén (8,31; 9,31; 10,33-34), no debería sorprender a sus discípulos, pero, sin embargo, les
desconcertará de tal modo, que abandonarán a Jesús, lo negarán, como en el caso de Pedro, y marcharán
Galilea. Parece como si la última cena con los suyos no hubiera sido más que un encuentro al que estaban
acostumbrados, cuando en ella Jesús les ha adelantado su entrega más radical. A la hora de la verdad, en el
Calvario, no estarán a su derecha los hijos del Zebedeo, como arrogantemente le habían pedido al maestro
camino de Jerusalén (10,35-40), sino dos malhechores. Esto obliga a Marcos a que el reconocimiento de quién
es Jesús, en el momento de su muerte, lo pronuncie un pagano, un ateo, el centurión del pelotón romano de
ejecución, quien proclama: «verdaderamente este hombre era el hijo de Dios» (15,39). Como vemos, el relato
no queda solamente en lo litúrgico, sino que lo teológico es de mucha más envergadura. ¿Nos hubiéramos
nosotros quedado allí, junto al Calvario, o nos habríamos marchado también huyendo a nuestra Galilea?

III.5. Todos los aspectos de la lectura de la pasión en Marcos, entre otros muchos posibles, muestran esa
teología de gran alcance cristiano, semejante a aquella que encontramos en Pablo, en la carta a los Corintios:
«su fuerza se revela en la debilidad». Es lo que se ha llamado, con gran acierto, la sabiduría de la cruz, que es una
sabiduría distinta a la que buscaban los griegos y los judíos. El Dios de la cruz, que es el que Marcos quiere
presentarnos, no es Dios por ser poderoso, sino por ser débil y crucificado. Es evidente que este es un Dios que
escandaliza; por ello se ha permitido que sea un pagano quien al final de la pasión, en el fracaso aparente de la
muerte, se atreva a confesar al crucificado como Hijo de Dios. Sin duda que el relato de la pasión de Marcos
busca su punto más alto en la muerte de Jesús como una «teofanía», en cuanto revela el poder de Dios que se
manifiesta en la debilidad. Marcos pone de manifiesto, pues, que la lógica de Dios es muy distinta de la lógica
humana. Pero es innegable que, desde la cruz, el Hijo de Dios confunde la sabiduría humana, la vanagloria, el
poderío desbordante, porque frente a tanta miseria, Dios no puede ser un triunfador, sino un apasionado por el
misterio de la muerte de Jesús que ha vivido para darnos la libertad.

CELEBRACIÓN DEL JUEVES SANTO


EL MISTERIO DEL AMOR ENTREGADO
Iª Lectura: Éxodo 11,1-8.11-14: Pascua: memoria histórica y espiritual de la liberación de Dios

I.1. La Pascua judía: es el primer mes, el de Abib (marzo-abril; cf. Ex 13.4), llamado también de Nisán (cf. Neh 2,1;
Est 3,7). Pascua del Señor: La fiesta de Pascua, por estar relacionada con la liberación de los israelitas de su
esclavitud en Egipto, es la conmemoración anual más importante para el pueblo hebreo (Lv 23,5; Nm 9,1-5; 28,16;
Dt 16,1-2). En el NT adquiere un significado especial para los cristianos, ya que se interpreta como figura de la obra
redentora de Cristo, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Pascua (heb. pésaj) se asocia con
el verbo pasaj, que significa saltar, pasar por alto o pasar de largo. Cf. v. 27. Estos son algunos de los elementos que
se nos recuerdan en este texto de Ex 12, de una importancia decisiva para la fe de Israel y que tiene sus resonancias
teológicas y espirituales para los cristianos en esta lectura del Jueves Santo.

I.1. La Pascua, antes, era la fiesta de la primavera; propiamente era fiesta de los pastores nómadas que debían
comenzar su nueva peregrinación con los ganados en busca de pastos, y para ello ofrecían sus primicias de ganados
buscando ser protegidos y bendecidos. Por tanto, el sentido de "salir", de "peregrinar" tenía ya un sentido ancestral
que el pueblo de Israel asumirá con la salida y la liberación de Egipto y con la ofrenda de los animales y su sangre
para que fueran protegidos por el "ángel del Señor". La fiesta de los panes sin levadura (v. 17), que duraba siete
días y seguía inmediatamente a la Pascua, llegó a considerarse como parte de ésta (Dt 16,1-8; Cf. Lv 23,6-8; Nm
28,17-25), aunque tenía un sentido distinto y era propio de grupos sedentarizados y no ya nómadas. En Ex 12,1-28
se nos narra la razón por la cual los judíos celebraban la fiesta pascual.

I.3. La narración está compuesta de diferentes relatos, que proceden de tiempos diversos. Se relacionó
estrechamente con la experiencia de fe de la liberación de los hebreos, esclavos en el Egipto: Ex 12,12-13.21-23. Y
ya no se celebró en función de los ganados (ni de las cosechas, en el caso de la fiesta de los campesinos), sino como
conmemoración de la liberación del éxodo. La fiesta comenzaba con la cena pascual y se extendía por siete días, de
acuerdo con la tradición de los ácimos: Ex 12,14-20. Este es el contexto más adecuado para todo lo que se celebra
en las grandes fiestas judías porque ha de coincidir con los últimos momentos de la vida de Jesús y con la última
cena de Jesús, fuera ésta una cena pascual o de despedida de los suyos.

IIª Lectura: 1 Corintios 11, 23-26: Memorial y vida de la última Cena del Señor

II.1. Se suele explicar el contexto de estas palabras o tradición de la "última cena" de Jesús según las divisiones
sociales e ideológicas que alimentaban los grupos de las comunidades de Corinto. El tratado más extenso de la Cena
del Señor lo encontramos en 1Corintios 10 -11. La profunda división de los creyentes corintios dio como resultado
que sus reuniones para la Cena del Señor causaran más daño que bien (11,17-18). Ellos estaban participando de la
Cena de una "manera indigna" (11,27). Evidentemente los ricos, no queriendo comer con las clases sociales más
bajas, venían más temprano a las reuniones y se quedaban en ellas por tanto tiempo que acababan borrachos. Para
empeorar las cosas, al momento que llegaba la clase trabajadora de creyentes, retrasados por las restricciones del
empleo, toda la comida ya se había acabado y ellos regresaban a sus hogares con hambre (11,21-22). Algunos de
los corintios fallaban en reconocer lo sagrado de la Cena, una comida de pacto (11,23-32). Los abusos eran tan
escandalosos que había dejado de ser la Cena del Señor y a cambio se había convertido en su "propia" cena (11,21).
Es así que Pablo pregunta, ¿acaso no tenéis casas donde comer y beber?" Si el objetivo era simplemente comer su
propia comida, eso se hubiera resuelto con una cena en casa. Su egoísmo de clases y divisiones, cuando no de
envidias, traicionó, de manera absoluta, la esencia misma de lo que significaba la Cena del Señor.

II.2. Sea como fuere, aquí tenemos en Pablo la tradición de las palabras de la última cena, unos de los pocos
testimonios que nos ofrece el apóstol sobre el Jesús histórico, de sus palabras o de sus hechos. Sabemos que esta
tradición está presente en Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,15-20. Pablo y Lucas forman una variante al respecto
de la que forman Mc y Mt., que quizás responde a sus orígenes, la paulino-lucana se conoce como "antioquena" y la
de Mc-Mt como "jerosolimitana". Pero es uno de los momentos decisivos de la vida de la comunidad, de la liturgia y
de la espiritualidad, donde la comunidad "recordando" las última palabras de Jesús experimenta todo su vida
histórica y la fuerza de la vida nueva que ahora nos entrega como Señor resucitado. No es un simple recordatorio
del pasado, sino un verdadero "zikkaron" que actualiza todo un proceso espiritual-salvífico. El ser humano puede
hacer "memoria viva" y con ello logra una presencia real, verdadera, como promesa del mismo Jesús en ese
mandato de "haced esto en memoria mía".

II.3. Por tanto, es un acto memorial por medio del cual el creyente se reafirma en el "pacto", en la "alianza" misma
que Cristo quiso hacer presente en aquella noche en que les entregó a los suyos su vida antes de que se la quitaran
o se la robaran injustamente por un proceso legal según ellos, pero injusto. Los profetas siempre han creado gestos
extraordinarios que van mucho más allá de un significado cerrado. Este pacto une a la Iglesia con Jesús, a todos sus
discípulos; hace a la misma Iglesia, como Pablo quiere recordar en todo el conjunto de 1Cor 10-11. Es algo que
acontece en la celebración litúrgica con la comunidad de fe a través del tiempo y el espacio, y con toda la
humanidad por la cual Cristo murió; ese es el sentido de su entrega, de su muerte de dar la vida y entregarla en el
pan y en la copa de la alianza. En la celebración de la Cena del Señor expresamos la plenitud de nuestra fe, es decir,
dramatizamos el evento decisivo de nuestra fe: ¿Cómo? Afirmando la presencia del Señor en medio de su Iglesia.
Nos unimos como miembros de la familia de Dios alrededor de la mesa comunitaria. Tenemos un momento de
comunión personal con el Señor. Afirmamos nuestra unidad con el cuerpo de Cristo. Proclamamos la victoria final
de Jesucristo como Señor de lo creado y vencedor sobre la muerte. Renovamos nuestro pacto con Dios por medio
de Jesucristo. porque todo lo mejor del ser humano en relación con Dios, debe renovarse continuamente.

III. Evangelio: Juan 13, 1-15: El servidor del amor, ceñido para la lucha

III.1. Juan no nos ofrece la tradición de las palabras de la última cena, pero sí una relato asombroso, un gesto
profético que está lleno de sentido como lo estaba la entrega de su vida en el pan y en la copa de aquella noche
última de su vida. San Juan dice que había llegado su “hora” de pasar de este mundo al Padre… y esa hora no es
otra que la del amor consumado. El lavatorio de los pies tiene toda la dimensión de entrega que la misma acción
del pan partido y repartido y la copa de la alianza nueva. Son dos gestos que pueden perfectamente
complementarse. No sabemos por qué los sinópticos no nos han ofrecido esta tradición, este gesto, ni podemos
conocer su origen, aunque podríamos rastrear algunos aspectos bíblicos que lo llenan todo de un sentido
especial, profético y creador. Es la escena inaugural de la pasión según San Juan, que si bien es la parte más
semejante a la de los sinópticos, tienes varias cosas muy diferentes, y una es esta del lavatorio de los pies.
Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre (¡que espléndida teología joánica de la
muerte!). Esta muerte, pues, ya no es una tragedia, como lo es para muchos… sino un triunfo que se apunta
desde este comienzo de la pasión joánica.

III.2. Jesús está dispuesto «a pasar de este mundo al Padre» y a vivir «su hora» (v. 1) con la clarividencia de su
libertad divina (¡alta cristología joánica!). Para dar fuerza a su decisión personal inquebrantable, incluso a
riesgo de no ser entendido por sus discípulos, va a poner en práctica una acción simbólica en tres actos, como
los antiguos profetas: despojándose de su manto, ciñéndose un paño (léntion) y lavando los pies a sus
discípulos secándoselos con el paño que se había ceñido. Todo esto se encierra apretadamente en los vv. 4-5.
Normalmente se ha dado relevancia casi exclusivamente al lavatorio de los pies, porque además de ser el acto
más humillante, culmina de forma escandalosa esta narración. Pero los otros signos no están ahí como adorno
estético, sino que merecen nuestra atención, porque de lo contrario, la narración simbólica quedaría
empobrecida. Juan quiere decirnos algo mucho más profundo cuando nos ofrece el dato de que Jesús «se ciñó
un paño» (léntion) y cuando les seca los pies con el paño que se había ceñido (kai ekmássein tô lentíô ô ên
diezôsménos). Como acción simbólica de la muerte que se quería significar hubiera bastado con que se hablara
exclusivamente de que Jesús fue lavando los pies de sus discípulos uno a uno. Sin embargo, ¿por qué se vuelve a
insistir en el léntion con que se había ceñido? Tampoco era necesario repetir esto cuando hubiera bastado con
decir que se los fue secando, puesto que se supone que se los tenía que haber secado con un paño o toalla. Pero
se vuelve a hablar del ceñimiento en el v. 5 en correspondencia con la acción del v. 4 entre las cuales se encierra
el lavatorio. Si estamos ante una narración simbólica de carácter profético, entonces debemos desentrañar
todas las acciones significantes. Y, sin duda, la acción de ceñirse es mucho más significante de lo que aparece a
primera vista, aunque hasta ahora apenas se haya hecho notar.

III.3. La hora de Jesús, que es la hora del amor consumado, exige una lucha, una guerra con los que le quieren
imponer el destino ciego del odio. Jesús no está dispuesto a que nadie le imponga su muerte, sino que es El
quien impone su hora como voluntad y proyecto de Dios. El Padre se lo ha entregado todo en sus manos (v. 3) y
no es posible que nadie se lo arrebate, porque la suya no es una muerte más, un asesinato de tantos como
impone el odio sobre el mundo, sino que es la muerte soteriológica por excelencia. No vienen las cosas como si
se tratara de una simple condena legal, como después aparecerá ante el juicio del procurador (Jn 19,7). Jesús,
ciñéndose como los antiguos guerreros, debe ganar la batalla de la muerte; he ahí la paradoja, pero de la muerte
redentora. Jesús no lucha para no morir, sino para que su muerte tenga sentido y no sea ciega y absurda como
la muerte que da el mundo.

III.4. Si, como parece la mejor explicación, el lavatorio de los pies es una acción simbólica de la muerte de Jesús,
entonces vemos cómo el Maestro se entrega a ellos, cuando deberían ser los discípulos los que deberían estar
dispuestos a dar la vida por el maestro, como ocurre en las mentalidades pedagógicas de entonces, incluso de
los fariseos. De ahí que en los vv. 6-11 se nos quiera explicar que Pedro no pueda entender que Jesús dé su vida
por los suyos; sólo lo entenderá después (v. 7), tras la muerte y la resurrección. De ahí que podamos optar
porque los vv. 6-10 representan la interpretación más antigua y acertada del lavatorio de los pies, según el
recurso estilístico de las falsas interpretaciones joánicas. Esta debería ser la interpretación del diálogo entre
Jesús y Pedro: «hay que aceptar la muerte de Jesús como una muerte salvífica». La interpretación posterior de
un acto de humildad no es desacertada, porque en realidad la muerte de Jesús a los ojos del mundo es una
humillación, un acto de humildad y un servicio de esclavo que hace el Hijo de Dios a los hombres. Pero la
significación inmediata es la libertad de Jesús de morir por nosotros, tal como se pone de manifiesto en el
lavatorio de los pies a sus discípulos, y para eso también era necesario que él se ciñera, porque era una guerra
contra lo proyectado por el mundo. Por consiguiente, los tres gestos van unidos los unos a los otros, dando
como resultado una acción profético-simbólica perfecta recogida en la narración de los vv. 4-5.

III.5. Es así como el lavatorio de los pies adquiere esa dimensión tan particular que representa su muerte, como
signo del amor consumado a sus discípulos. Diríamos que Jesús se ciñe para no morir odiando, sino amando.
Esta es la guerra, como hemos dicho, entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el del mundo. Jesús
va hacia su propia muerte, representada prolépticamente (adelantada proféticamenmte) en el lavatorio de los
pies, luchando, ceñido con el cinturón de la paz. Va a morir por todos, por eso lava también los pies a Judas que
está sentado a la mesa. Y Jesús les seca los pies con el paño ceñido, sin quitarlo, porque muere luchando; no le
han impuesto la muerte desde fuera según la visión joánica. Ese cinturón no volverá a quitarlo, es una imagen
más, como deja traslucir Jn 13,12, en el sentido de que lo llevará hasta el momento de la cruz en que se cumple
real y teológicamente su hora (cf. Jn 7,30; 8,20), que es también la hora de la glorificación (cf. Jn 12,23). Jesús,
pues, se ciñe para su muerte, para su hora, porque en su muerte está la victoria divina sobre el odio del mundo.
En su muerte está su glorificación, porque no es una muerte absurda, sino que se la ha impuesto el mismo Jesús
como una consecuencia de su vida entregada al amor de este mundo. Este mundo no deja que viva el amor.
Jesús también va a ser sacrificado por el mundo, como tantos hombres, pero no dejará que le arrebaten el amor
con que ha actuado en su vida. Por eso se ciñe antes del lavatorio de los pies que representa su muerte
soteriológica. Toda esta explicación se deduce por haber optado en el ceñimiento de Jesús por la tradición del
cinturón de la lucha, y de haber leído todo ello en la clave de Jn 13,1-3. Es posible que a algunos les parezca una
exégesis rebuscada, pero se debe considerar que estamos ante uno de los relatos más simbólicos de todo el
evangelio de Juan, que ya de por sí es bastante simbólico. Además, los gestos proféticos dan pie para ello y son
ciertamente inagotables en algunos aspectos. En Juan siempre nos encontramos con posibilidades
insospechadas. Con ello no ponemos en duda, aunque tampoco tratamos de excedernos, la tradición histórica
recogida en Jn 13,4-5 sobre el lavatorio de los pies.

VIERNES SANTO
EL TRONO DIVINO DE LA CRUZ

Iª Lectura: Isaías (52,13-53,12): El Siervo de Yahvé

I.1. El cuarto Canto del Siervo de Yahvé inaugura la liturgia del Viernes Santo. No podía ser de otra manera
porque los cristianos encontraron en estos Cantos toda la fuerza y el apoyo teológico y espiritual para poder
asumir en consecuencia la pasión y muerte del Maestro. Durante los días previos se han leído en la eucaristía,
como preparación a este momento y a este día incomparable, los otros tres (Is 42,1-7; 49,1-6; 50,4-9). Pero
como se reconoce, a nivel literario y teológico, éste del Viernes Santo es el más completo y decisivo en todos los
sentidos. Si en el judaísmo estos cantos no podían ser considerados "mesiánicos" a causa del sufrimiento del
"siervo", es por ello por lo que los cristianos encontraron una vía libre para deducir todo aquello que podía
explicar que el crucificado sí y por qué era el Mesías de Dios. Sabemos que la lectura o relectura hermenéutica
rastrea la reserva de sentido del texto, es decir, el sentido que -gracias a la polisemia (la pluralidad de
significados) de los textos y de los acontecimientos que éstos relatan- está en los textos, pero sólo sale a luz
cuando se los lee desde una perspectiva diferente.

II.1. Este es el caso de los Cantos del Siervo. Se puede tener en consideración que no siempre han tenido el
mismo significado. Durante el exilio en Babilonia, cuando probablemente los Cantos fueron escritos, el "Siervo"
era el grupo de judíos exiliados. Posteriormente, en la época en que Jerusalén estaba bajo el dominio griego, el
"Siervo" era el pueblo judío oprimido en su propia tierra. Pero nuestro cuarto Cantico, ya apunta a una persona
fiel, que es justo, entregado… Los primeros cristianos identificaron al "Siervo" con Jesús que llevará el peso de
la vida del pueblo que nace de la Pascua. Porque toda lectura es una producción de sentido. Quizás no se pueda
a afirmar que exista una lectura neutral; ni siquiera una traducción es neutral. La condición para que una
relectura sea válida como Palabra de Dios es que esté en consonancia con la totalidad de la Biblia y con la
personalidad de Dios. Por lo tanto, las únicas relecturas válidas son las que hacen del texto un mensaje de
salvación, liberación y amor, porque así es el mensaje de la Biblia como un todo y porque "Dios es amor" (1 Jn 4,
8), y es también Salvador y liberador.

IIª Lectura: Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9: El sacerdocio solidario de Cristo con sus hermanos

II.1. La combinación de dos textos cercanos de Hebreos en esta lectura sobre el Sumo Sacerdote, Jesús, es quizás
muy apropiada hoy, Viernes Santo, aunque podría leerse todo el conjunto en el que sobresale un aspecto
imprescindible: que el sacerdote no es solamente aquél que pueda estar muy cerca de Dios, sino también muy
cerca de sus hermanos los hombres. Esto es lo que se quiere resaltar en nuestro texto. Necesitamos que alguien
nos acerque a Dios (y el autor de Hebreos lo resalta muy bien), pero no puede estar muy alejado de nosotros.
Esta es una de las novedades más sobresalientes de la teología del sacerdocio de Jesús en la carta. La
solidaridad con sus hermanos los hombres es más importante de lo que podemos imaginarnos; hace al
sacerdocio de Jesús (que no era realmente de familia sacerdotal) mucho más humano para comprender qué es
lo que debía poner delante de Dios. No incienso, ni sacrificios, sino el sufrimiento de la humanidad en su propio
sufrimiento.

II.2. La semejanza de Cristo con sus hermanos comprenden todas las flaquezas, excepto, el pecado. No podía ser
de otra manera que se hiciera una afirmación cristológica de este tenor. Estar en todo con sus hermanos, menos
en el pecado… quiere decir mucho. Ha sido tentado como nosotros, ha pasado por la prueba, pero no se ha
apartado de Dios, que esa es la raíz del pecado y también de que sea considerado "sacerdote" capaz de estar con
Dios y entrar en lo más profundo del santuario celeste. Esta teología de un sacerdote humano, misericordioso,
es de una relevancia teológica sin parangón. ¿Por qué? Porque se quiere resaltar que ha sido tomado de entre
los hombres. Aunque sabemos que ese sacerdote, o sumo sacerdote incluso, es el Hijo, como se pone en claro al
comienzo de la carta a los Hebreos, se quiere resaltar ahora su humanidad. El autor no puede entender el
sacerdocio de Cristo sin poner en primer plano esa humanidad de Cristo, del Hijo, que veces se oculta en
manifestaciones o propuestas cristológicas de tendencia monofisita. Así, desde lo más humano, desde la prueba
y el dolor, puede entender mejor el dolor de los suyos.

Juan 18, 1-19,42: Pasión y Glorificación según San Juan

Hoy, el relato de la pasión según San Juan, es la gran meditación teológica del Viernes Santo. Habría que
hacer comprender a la asamblea la grandeza de este relato joánico.
El relato de la pasión es sin duda la parte de la historia de Jesús en la que el evangelio de Juan presenta más
semejanzas con los otros tres evangelios sinópticos. Pero basta una lectura detenida para darse cuenta de que las
diferencias entre ellos son también muy notables; tanto es así que no podríamos decir que lo que Juan ha tenido
como inspiración para confeccionar su maravilloso texto de la pasión, es, simplemente, el esquema de las escenas
fundamentales: la oración en el "jardín" (18,1-11); Jesús ante Anás (18,12-27); Jesús ante Pilato (18,28-19,26); la
exaltación de la crucifixión (19,16b-37) y el entierro glorioso en el "jardín" (19,38-41). Pero todo ello lo trata a su
modo y manera, con un ritmo, una dramaturgia, una simbología y una teología fuera de lo común.
En primer lugar, ciertos episodios significativos que aparecen en los sinópticos son omitidos por el cuarto
evangelio. Debemos destacar en ese caso la agonía de Jesús en Getsemaní (cf Jn 12,27, en que no se pasa por el
trance de agonía) y el juicio ante el Sanedrín por parte de las autoridades judías, al que el evangelista le otorga una
importancia secundaria, si no fuera porque ciertos acontecimientos como la negación y el llanto de Pedro tienen un
sentido real y profundo. Es de notar que algunas escenas de los sinópticos han sido profundamente modificadas.
Así, por ejemplo, en el prendimiento destaca la autoridad y la majestad con la que Jesús se enfrenta a los que vienen
a detenerle con una afirmación rotunda: "yo soy", para dar a entender que desde ese momento Jesús es quien se
revela manifiestamente y en que la pasión no se escapa a su voluntad de vivir con plena voluntad los
acontecimientos que se han de suceder; incluso, en esa escena, se permite liberar a sus discípulos, poniendo él su
vida por delate, para que sobre ellos no recaiga acusación alguna. El juicio ante Pilato (18,28ss), el prefecto romano,
es presentado de una forma absolutamente original, para mostrar que quien está juzgando a los acusadores judíos
y al mismo prefecto, es Jesús; aunque sea presentado como un "ecce homo" es verdaderamente el juez de esta
situación injusta.
Es verdad, por otra parte, que algunos datos se han valorado muy puntualmente como el que Jesús fuera
condenado y muriera antes de la fiesta de la Pascua (en la parasceve, cuando se sacrificaban los corderos, aunque
esto no esté desprovisto de simbolismo en Juan), como sin duda hubo de suceder, ya que es casi imposible que en la
noche de la celebración de la cena de Pascua se pudiera reunir el Sanedrín y que la condena se llevara a cabo en el
día más grande de la fiesta judía. Esto iría contra toda lógica por parte del Sanedrín (¿cómo podrían abandonar a
sus familias en aquella cena memorable para una reunión?) y del mismo Pilato que tenía que velar porque no se
produjeran disturbios en la ciudad Santa.

Adentrarse en la pasión de Jesús con ojos nuevos

No podemos arriesgarnos a hacer una valoración histórica de los momentos de la pasión en Juan. Los
hechos están ahí, pero la exactitud de los mismos no es lo que prima en un relato tan simbólico y teológico a la vez.
La dureza de la pasión, es decir, del juicio, la condena, la crucifixión y la muerte no pierde su ímpetu, pero en Juan la
pasión no está concebida sino desde la "gloria". Porque esta es la "hora" (13,1) de pasar de este mundo al Padre. Si
no es así, no entenderíamos lo que se nos presenta en este Viernes Santo. Porque esta Pasión joánica no está
concebida para llorar, sino para adentrarse en la melodía de lo inaudito y maravilloso, como sin duda logra a su
modo y manera Bach con su poema sinfónico. Para eso utiliza un riquísimo simbolismo que es necesario descifrar e
interpretar. Aunque el evangelio de Juan y los sinópticos hablen de los mismos hechos, Juan los contempla desde
una perspectiva diferente. Los mira con ojos nuevos.
Una de las cosas que más llama la atención en su relato es que Jesús es plenamente consciente de lo que se
le viene encima y sabe siempre aquello que va a ocurrir (Jn 18,4). Es Él quien domina en todo momento la
situación. Nada le pilla por sorpresa. No son los acontecimientos los que deciden el destino de Jesús. Es Jesús quien
maneja los hilos de la acción. No hay sitio para la improvisación. Todo sucede para que se cumpla lo que estaba
planeado de antemano y Él había anunciado con anterioridad (Jn 18,9.32).
Se diría que el calendario de la pasión está fijado con mucha antelación. Desde el principio del evangelio se
habla de la "hora" de Jesús como de algo que tendrá lugar en el momento oportuno (Jn 2,4). Es la hora de la muerte,
que pende sobre su cabeza como una sentencia inapelable. Pero mientras llega, Jesús estará a salvo y nadie se
atreverá a hacerle mal (Jn 7,30; 8,20). No son los hombres los que fijan los plazos para ejecutar esa sentencia.
Precisamente por eso, sorprende aún más la inquebrantable decisión de Jesús de llegar hasta el final. Todo se
explica si caemos en la cuenta de que la libertad con la que se entrega a la pasión es fruto de su obediencia al Padre.
Jesús no quiere otra cosa sino hacer la voluntad del que le ha enviado. Esa voluntad, que Él conoce perfectamente
porque está unido a Dios, pasa misteriosamente por la cruz. Por eso Jesús acepta beber la copa que el Padre le ha
preparado (Jn 18,11). La actitud de Jesús ante su muerte no es la de una víctima resignada frente a la fatalidad, sino
la de quien acepta con plena libertad un destino plenamente asumido por amor (Jn 13,1).
En la "Pasión según San Juan", todo está envuelto en un clima de serenidad. La solemnidad se explica si
caemos en la cuenta de que la libertad con la que se entrega a la pasión es fruto de su obediencia al Padre con la
que se suceden los acontecimientos no parece cuadrar con el dramatismo de la situación. En general, podemos
afirmar que el cuarto evangelio ha suavizado los aspectos más angustiosos o vergonzosos del relato. Pero, aunque
se resalte la divinidad de Jesús, eso no significa que no se tome en serio su muerte o que su verdadera humanidad
se ponga en duda.
Al contrario, seguramente no hay otro evangelio que se esfuerce tanto en mostrar que Jesús murió
realmente, a pesar de ser el Hijo de Dios. De todas maneras, lo que está en primer plano no es la tragedia humana
que supone el fin de la vida, sino el don libre y plenamente consciente que hace Jesús de la suya. Su grito final en la
cruz no demuestra sentimiento de desamparo, como en Marcos o Mateo (Mt 27,46; Mc 15,34), sino la convicción
plena de haber cumplido totalmente la voluntad del Padre.

Pasión y Gloria
La muerte de Jesús no significa el fracaso de su misión. Es la demostración de que la obra de la salvación ha
sido plenamente realizada. Es el signo de su victoria. Por eso, el autor del cuarto evangelio quiere mostrar con toda
claridad que el Crucificado es también el Glorificado (Jn 13,31-32; 17,1). Que la elevación de Jesús en la cruz revela
su exaltación definitiva al lado del Padre (Jn 8,28).
La hora de la pasión es al mismo tiempo la hora de la glorificación (Jn 12,23; 17,1-5). Es la hora en la que
Jesús abandona voluntariamente este mundo para volver al Padre que le había enviado (Jn 13,1). Es la hora en la
que va a revelarse la fecundidad de su entrega; la hora del triunfo definitivo sobre la muerte.
Como un experto dramaturgo, el autor del cuarto evangelio ha sabido superponer magistralmente los
planos y combinar escenas que en otros escritos del Nuevo Testamento aparecen separadas en el tiempo.
Anticipando los acontecimientos, ha logrado que el Jesús crucificado sea a la vez contemplado como el Cristo
resucitado que entrega el Espíritu. Por eso la cruz ya no es vista como un patíbulo, sino como un trono desde el que
Jesús reina (Jn 19,19). Desde esta situación aparentemente vergonzosa, pero realmente gloriosa para los que miran
con los ojos de la fe, Jesús atrae hacia sí a todos los que creen en Él y les comunica la vida eterna simbolizada en el
río de agua y sangre que brota de su costado abierto (Jn 3,14-15; 12,32-34). El Traspasado no es un hombre
derrotado, sino el Cordero de la Nueva Pascua cuya muerte nos ha abierto definitivamente el camino de la
liberación.
Por eso, la cruz de Jesús no es contemplada en Juan como el lugar donde se rompen todas las esperanzas,
como un escándalo insuperable para la fe, sino más bien como el escenario donde se demuestra el amor ilimitado
de Jesús por cada uno de nosotros (Jn 15,13). Un amor que, en definitiva, revela el amor del Padre que es capaz de
entregar a la muerte a su propio Hijo con tal de que nosotros lleguemos a disfrutar de la vida que no se acaba (Jn
3,16).

Entierro de "un rey" en el jardín de la vida


En este sentido también podemos ver como el "entierro" de Jesús es un apoteosis glorioso (19,38-42).
Partimos del hecho que este evangelio rezuma una alta cristología y es el que ha querido ofrecer a la
humanidad una lectura nueva de aquello que estaba sucediendo “en la preparación” (parasceve) de la Pascua
judía. Es el único evangelista que afirma que Jesús murió antes de la Pascua, no porque quiera desafiar una
cronología que hoy es debate de expertos y biblistas, sino porque entiende que la Pascua ya comienza en la
Cruz y para ello organiza una ekklesía en el mismo Calvario, hasta el sepulcro, con la disposición de José de
Arimatea y Nicodemo, los dos discípulos secretos de Jesús.
Pero hay otro discípulo presente en la escena, misteriosamente presente, porque es el que testifica todo
esto dándole un alcance sin precedentes. En realidad no habría que desviarse de lo teológico para definir al
personaje. No se descubre su nombre en todo el evangelio de Juan, es simplemente “el discípulo amado”. A este
misterioso personaje le confía el Crucificado a su madre…; después viene la muerte de Jesús, una muerte
presentada de manera distinta a los sinópticos; lejos queda una presentación apocalíptica y dramática de la
misma y todo se resuelve en esas palabras llenas de grandeza y triunfo del “consummatum est” (tetélestais) “e
inclinando la cabeza entregó su espíritu”. Ni siquiera la respuesta maliciosa del vinagre al “tengo sed” de Jesús
ha podido cargar de negrura o dramatismo esa muerte ignominiosa. La verdad es que no entenderíamos el final
del c. 19 (vv. 38-42) de Juan, sin tener en cuenta la totalidad del capítulo. Por lo mismo, el "entierro" no se
explica solamente por la procesión final al sepulcro, sino que exige contemplar este episodio final desde el
mismo momento de la crucifixión. La Crucifixión y muerte de Jesús en el Gólgota (que se describe en ese c. 19)
es la misma de los sinópticos, pero muy distinta en muchos aspectos significativos: el camino hacia el Gólgota a
penas se insinúa; pero después se resalta con fuerza la imposibilidad de dividir su túnica, el diálogo con el
discípulo amado y la entrega de su madre a ese discípulo misterioso con el que nos podemos identificar cada
uno, el “tengo sed” y el “todo está consumado”, la lanzada y el manar de sangre y agua…

Porque el autor (o los autores) del evangelio de Juan están contemplando la Pascua en la muerte de
Jesús, sencillamente porque la lectura que hacen de todo el misterio del Calvario se explica desde la gloria,
desde la hora de Jesús, que no es otra que “la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13,1). Ese personaje, el
discípulo amado, es un testigo especial de entonces y de todos los tiempos, que es cada cristiano o cristiana que
se llega al Calvario para sentirse salvado y redimido. Por eso hablábamos antes de esa ekklesía que el
evangelista nos quiere describir en esos acontecimientos. No de otra manera se explica que la escena de la
lanzada (Jn 19,34) está cargada de misterio e insinúa algo eclesial: de su costado manó sangre y agua. Ya desde
San Juan Crisóstomo se ha visto aquí el origen de esos dos sacramentos eclesiales por excelencia: el bautismo y
la eucaristía, que son los que fundamentan una comunidad eclesial. Y muchos exégetas modernos siguen
valorando con fuerza esa significación que los Santos Padres (más simbólicos que históricos a la hora de leer
estos relatos) siempre defendieron.

Y desde esta lectura eclesial podemos entender muy bien la “procesión” al sepulcro. Están las mujeres,
la “madre de Jesús”, la mujer que está a los pies de la cruz. Ya sabemos que es el único evangelista que se
permite este dato a diferencia de los sinópticos. En realidad estaba citada a la cruz desde el primer signo, el de
Canán (Jn 2,4), para cuando llegara su hora verdadera. Porque en las perspectivas simbólicas y teológicas de
este evangelio no podía ser de otra manera. Ella tenía que formar parte de esa ekklesía del Calvario, ya que allí
nace una nueva comunidad y ella, que le había dado a luz, debía ser también “madre” de nuevo pueblo, de la
Iglesia de la Pascua. Están las Marías, Magdalena y la de Cleofás… porque a diferencia de lo que sucedía en el
judaísmo, la mujer es decisiva e imprescindible en la nueva comunidad en la Iglesia, como de hecho podemos
ver que sucedió en el cristianismo primitivo. Y están allí desde el principio, en la “hora” de Jesús; no llegan a
última hora. Al contrario, algunos discípulos, incluso de los Doce, llegaron tarde a esa hora de Jesús, porque lo
abandonaron y algunos, incluso, marcharon a Galilea. Las mujeres no, las mujeres son discípulas desde la
primera hora sin abandonarlo en el monte de la muerte.

Y están esos discípulos secretos -como secreto es el “discípulo amado”-, José de Arimatea y Nicodemo.
No son discípulos de renombre, aunque puedan ser personajes del judaísmo… Sabemos que históricamente
estos ciudadanos de Jerusalén no habían podido escuchar a Jesús como los Doce y otros discípulos de Galilea,
pero respondieron con la dignidad y la grandeza de los que no aceptan una muerte injusta (aunque las
autoridades la refrendaran con la Ley en la mano: nosotros tenemos una ley… y se tiene por Hijo de Dios, Jn 19,7)
y no querían que Jesús fuera devorado por las aves carroñeras… Había muerto en la cruz quien tenía palabras
de vida, quien daba luz a los ciegos… El dramatismo de la muerte y no de cualquier muerte, sino la “mors
turpissima crucis”, se convierte en el Calvario, para el evangelista y para estos personajes, en esa procesión
Pascual.

El dato de que era la “Parasceve”, la preparación de las Pascua tiene también su significación: la muerte
de Jesús hizo de aquél año (muy probablemente el 30, en el mes de Nisán = Abril) algo distinto para el mundo.
Aquel día la Pascua nueva comenzó en el Calvario. Por ello, el texto afirma con una precisión teológica
indiscutible, porque históricamente no sería sostenible: “en el lugar donde había sido crucificado había un jardín
(kêpos)”. Es el único evangelista que habla de esta manera ¿Cómo es posible que hubiera un jardín en el lugar
de la crucifixión? ¡No! Era un lugar desolado, pisoteado y maldito para los crucificados que los romanos
exponían a escarnio y las burlas de la gente, a la salida de la puerta de Efraín. Es, por el contrario, la estética
teológica y pascual lo que aquí resuena con fuerza. La reflexión piadosa y la fuerza de la fe han hecho del lugar
de la muerte de Jesús, del Calvario, del Gólgota, un hermoso jardín de la vida. Mucho antes de que Constantino,
por deseo de su madre Elena, acotara aquél montículo de piedra para la construcción de la Basílica del Santo
Sepulcro y de la Anástasis (s. IV), ya lo había hecho la comunidad joánica (s. I), con este texto tan inspirado: se
quiere unir la muerte y la resurrección desde este momento inicial, ya que la fe cristiana no puede dar valor a la
muerte sin la fuerza de la resurrección. Y también se habla de un “sepulcro nuevo”, porque es el sepulcro para
la vida nueva y está allí a los pies de la cruz. Por ello, también es muy elocuente y significativo que la aparición a
María Magdalena en Jn 20,11ss insista en que ésta confunde al Resucitado con el “jardinero” de aquél jardín
divino de la vida resucitada.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Creer en la Resurrección es confiar en el Dios que da vida

Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva
historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo,
porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana
adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se
revela en nuestra propia resurrección.

1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección


I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42),
una familia pagana (“temerosos de Dios”, simpatizantes del judaísmo, pero no “prosélitos”, porque no llegaban a
aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el
proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el
“Pentecostés pagano”, a diferencia de lo que se cuenta en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el
mundo de entonces.

I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra
en una visión (Hch 10,1-33), tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es
“divina”, del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.

I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos
con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro
y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este
relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de
romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su
fe, como sucedió con los “helenistas”. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en
práctica.

I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la
novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.

I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad
con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la
muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos “conviven” con él, en
referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía
donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.
I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.

2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo

II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal,
que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en
nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia.

II.2. El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de
la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida
de Cristo y estamos en la estela de su futuro.

II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo
compuesto de gran expresividad en las teología paulina “syn-ergeirô”= “resucitar con”. Es decir, la resurrección
de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos
siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el
principal la resurrección como vida nueva, debe adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como
resucitados en medio de las miserias de este mundo.

II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante
este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que
encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en
Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente
para el final de los tiempos.

II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone
una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y
transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo
histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el
único que puede hacernos eternos.
III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero

III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a
María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el
asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida
para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25).
María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso,
por el simbolismo de ofrecer una primacía al “discípulo amado” y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá
en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a
Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y
personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

III.2. La figura simbólica y fascinante del “discípulo amado”, es verdaderamente clave en la teología del cuarto
evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante
todo, “discípulo”, y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como
suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el
Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que
ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de
otra manera absolutamente distinta y renovada.

III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la
búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad
teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería
ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha
destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No
solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en
una vida nueva para cada uno de nosotros.

III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en
nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido
todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí
nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida
verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una
fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la
resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha
sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

IIº DOMINGO DE PASCUA


La fe en la Resurrección no es puro personalismo

Iª Lectura: Hechos (4,23-35): La Resurrección crea comunión de vida

I.1. La primera lectura está tomada de Hechos 4,23-35 que es uno de los famosos sumarios, es decir, una
síntesis muy intencionada de la vida de la comunidad que el autor de los Hechos, Lucas, ofrece de vez en cuando
en los primeros capítulos de su narración (ver también Hch 2,42-47;5,12-16). ¿Qué pretende? Ofrecer un ideal
de la vida de la comunidad primitiva para proponerlo a su comunidad (quizá en Corinto, quizá en Éfeso) como
modelo de la verdadera Iglesia de Jesucristo que nace de la Resurrección y del Espíritu.

I.2 Tener una sola alma y un sólo corazón, compartir todas las cosas para que no hubiera pobres en la
comunidad es, sin duda, el reto de la Iglesia. ¿Es el idealismo de la comunidad de bienes? Algunos así lo han
visto. Pero debemos considerar que se trata, más bien, de un desafío impresionante y, posiblemente, una crítica
para el mal uso y el abuso de la propiedad privada que tanto se defiende en nuestro mundo como signo de
libertad. Es una lección que se debe sacar como praxis de lo que significa para nuestro mundo la resurrección
de Jesús. Eso, además, es lo que libera a los apóstoles para dedicarse a proclamar la Palabra de Dios como
anuncio de Jesucristo resucitado.
I.3 En este sumario, el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección está, justamente, en el centro del texto,
como cortando la pequeña narración de la comunidad de bienes y de la comunión en el pensamiento y en el
alma. Eso significa que la resurrección era lo que impulsaba esos valores fundamentales de la identidad de la
comunidad cristiana primitiva.

IIª Lectura: 1ª Carta de San Juan (5,1-6): El amor vence al mundo

II.1. En la segunda lectura se plantea el tema de la fe como fuerza para cumplir los mandamientos y como
impulso para vencer al mundo, es decir, su ignominia. Creer que Jesús es el Cristo no es algo que se pueda
«saber» por aprendizaje, de memoria o por inteligencia. El autor nos está hablando de la fe como experiencia, y
por ello, el creer es dejarse guiar por Jesucristo, que ha resucitado; dejarse llevar hacia un modo nuevo de vida,
distinta de la que ofrece el mundo. Por eso se subraya el cumplir los mandamientos de Jesús.

II.2. Pero se ha de tener muy en cuenta que no se trata de una propuesta simplemente moralizante que se
resuelve en los mandamientos. ¿Por qué? Porque el mandamiento principal del Jesús joánico es el amor; amar
(debemos subrayar el verbo, porque en la Biblia los verbos denotan la acción), como Él nos ha amado. Esta es la
victoria de la resurrección y la forma de poner de manifiesto de una vez por todas que la muerte es
transformada en vida verdadera. El amor, pues, no es solamente el mandamiento principal del cristianismo,
sino el corazón mismo que mueve las relaciones entre Dios y los hombres y entre los hombres entre sí.

IIIª Lectura (Jn 20,19-31): ¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba

III.1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25
sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en
ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de
Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por
miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de
oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La
“verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se
propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural
distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.

III.2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida
nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un
mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y
testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se
reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa
esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la
resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades
a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de
una vuelta a esta vida. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús
desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en
que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que
no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en
esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino
alguno para ver que Dios resucita y salva.

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades,
desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora
tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología;
concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos
que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender
nada, ni creer nada.
III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del
Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la
vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado
a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja
de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el
Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

III DOMINGO DE PASCUA


La Resurrección de Jesús presencia de salvación

Iª Lectura: Hechos (3,13-19): Anunciar que el crucificado vive, ¡sin miedo!

I.1. La primera lectura de hoy es el segundo discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles, el segundo
discurso kerigmático, después del de Pentecostés, porque «proclama» con claridad la fuerza del mensaje
pascual: la muerte y resurrección de Jesús. La ocasión es la curación extraordinaria de un cojo, alguien que está
impedido de andar, como si el evangelista Lucas, que tanto interés ha puesto en el camino, en el seguimiento,
quisiera decirnos que la resurrección de Jesús hace posible que todas las imposibilidades (físicas, psíquicas y
morales), no fueran impedimento alguno para seguir el camino nuevo que se estrena especialmente por la
resurrección de Jesús.

I.2. Pedro, pues, el primero de los apóstoles, es el encargado de este tipo de discursos oficiales en Jerusalén
para ir dejando constancia de que ahora yo no tendrán miedo para seguir a Jesús, el crucificado, ni ante las
autoridades judías, ni ante las autoridades romanas. Al contrario, deben anunciarlo ante el pueblo, para poner
de manifiesto que ellos están por este crucificado que es capaz de dar un sentido nuevo a su existencia. Es un
discurso en el que se pone de manifiesto que el Dios de los «padres», el Dios de la Alianza, el Dios de Israel, es el
que hace eso, no otro dios cualquiera. Que si quieren ser fieles a las promesas de Dios, el único camino es el de
Jesús muerto y resucitado.

IIª Lectura: 1Juan (2,1-5): La muerte redentora frente al mundo

II.1. La segunda lectura, al igual que el domingo pasado, insiste en los mandamientos de Jesús para vencer al
pecado. La comunidad joánica se enfrenta con el “pecado del mundo”, le abruma, y el autor pone ante sus ojos la
muerte redentora de Jesús como posibilidad excepcional de la victoria sobre el mismo.

II.2. Es verdad que no debemos entender la expiación de Jesús en un sentido jurídico, como una necesidad
metafísica para que Dios se sienta satisfecho, ya que Dios no necesita la muerte de su Hijo. Pero su muerte es un
sacrificio por nosotros, porque en ella está la fuerza que vence al mundo y el pecado del mundo, el pecado en el
que se estructura la historia de la humanidad y que los cristianos deben vencer desde la fuerza de la muerte
redentora de Jesús.

Evangelio: Lucas (24,35-48): Una nueva experiencia con el Resucitado

III.1. La lectura del texto lucano quiere enlazar, a su manera, con el del domingo pasado (el evangelio de
Tomás), ya que todo el capítulo lucano es una pedagogía de las experiencias decisivas de la presencia del
Viviente, Jesús el crucificado, en la comunidad. El que se mencione en esta escena el reconocimiento que
hicieron los discípulos de Emaús al partir el pan, viene a ser una introducción sugerente para dar a entender
que el resucitado se «presenta» en momentos determinados entre los suyos con una fuerza irresistible. El
relato de hoy es difícil, porque en él se trabaja con elementos dialécticos: Jesús no es un fantasma, enseña sus
heridas, come con ellos... pero no se puede tocar como una imagen; pasa a través de las puertas cerradas. Hay
una apologética de la resurrección de Jesús: el resucitado es la misma persona, pero no tiene la misma
“corporeidad”. La resurrección no es una “idea” o un invento de los suyos.

III.2. Esta forma semiótica, simbólica, de presentar las cosas, pretende afirmar una realidad profunda: el Señor
está vivo; las experiencias que tiene con los discípulos (aunque exageradas por la polémica apologética de que
los cristianos habían inventado todo esto) les fascina, pero no para concebirlas en términos de fantasía sobre la
resurrección, sino para convencerles de que ahora les toca a ellos proseguir su causa, anunciar la salvación y el
perdón de los pecados. Creer en la resurrección de Jesús sin estas consecuencias sería como creer en cosas de
espíritus. Pero no se trata de eso, sino de creer en la realidad profunda de que el crucificado está vivo, y ahora
les envía a salvar a todos los hombres.

III.3. No podemos olvidar que las apariciones pertenecen al mundo de lo divino, no al de las realidades
terrestres. Por lo mismo, la presentación de un relato tan “empirista” como este de Lucas requiere de una
verdadera interpretación. Lo divino, es verdad, puede acomodarse a las exigencias de la “corporeidad” histórica,
y así lo experimentan los discípulos. Pero eso no significa que, de nuevo, el resucitado da un salto a esta vida o a
esta historia. Si fuera así no podíamos estar hablando de “resurrección”, porque eso sería como traspasar los
límites de la “carne y de la sangre”, que no pueden heredar el reino de Dios (cf 1Cor 15,50). Los hombres
podemos aplicarle a lo divino nuestras preconcepciones antropológicas. Está claro que tuvieron experiencias
reales, pero el resucitado no ha vuelto a la corporeidad de esta vida para ser visto por los suyos. El texto tiene
mucho cuidado de decir que Jesús es el mismo, pero su vida tiene otra corporeidad; no la de un fantasma, sino
la de quien está por encima de la “carne y la sangre”.

III.4. La realidad y el sentido de las apariciones del resucitado están planteadas en el evangelio de hoy con todo
rigor, y debemos ser valientes para “predicar y proclamar” que las apariciones de Jesús a los suyos no pueden
ser entendidas como una vuelta a esta vida para que los suyos lo reconocieran. Se hizo presente de otra manera
y ellos lo experimentaron tal como eran ellos y tal como sentían. Esto es lo que pasa en estas experiencias
extraordinarias en las que Dios interviene. Jesús no podía comer, porque un resucitado, si pudiera comer, no
habría resucitado verdaderamente. Las comidas de las que se quiere hablar en nuestro texto hacen referencia a
las comidas eucarísticas en las que recordando lo que Jesús había hecho con ellos, ahora notan su presencia
nueva. En definitiva: la “corporeidad” de las apariciones de Jesús a sus discípulos no es material o física, sino
que reclama una realidad nueva como expresión de la persona que tiene una vida nueva y que se relaciona,
también, de forma nueva con los suyos. Esta capacidad nueva de relación de Jesús con los suyos y de éstos con
el resucitado es lo que merece la pena por encima de cualquier otra cosa.

IV DOMINGO DE PASCUA
Jesús, Pastor y Puerta del Encuentro con Dios, con la Vida

Iª Lectura: Hechos (4, 8-12): Jesús, piedra angular de la salvación de Dios

I.1. La lectura de Hechos, nos muestra la continuidad del discurso que Pedro ya había comenzado ante la gente
de Jerusalén, a causa de la curación de un tullido (c. 3). Ahora el testimonio es frente a las autoridades judías
que no pueden permitir que, en nombre de Dios, se hable de Jesús. Esa es la pregunta que les hacen a los
apóstoles: ¿en nombre de quién? Se entiende que en nombre de Jesús, pero implícitamente es en nombre de
Dios, que es quien ha resucitado a Jesús, que ellos habían condenado injustamente. La relación estrecha entre
Jesús y su Dios es aquí el paradigma teológico sobre el que se construye nuestro texto. Las autoridades
condenaron a Jesús para salvar el “honor” de su Dios… Pero la respuesta de Dios, por medio de la resurrección,
es radicalmente contraria a los planes que ellos urdieron.

I.2. Debemos fijarnos en las veces que aparece el “nombre” (aunque se usa explícitamente Jesucristo el
Nazareno) como elemento decisivo de lo que Pedro tiene que anunciar: el kerygma, es decir, la muerte y la
resurrección de Jesús. Esto nos recuerda lo que Pablo nos trasmite por medio del himno a los Filipenses: “un
nombre sobre todo nombre” (Flp 2,9-10). Al nombre de Jesús… todo rodilla se doble. La insistencia sobre el
nombre es provocativa e insinuante. Sabemos que Jesús significa “Dios salva” o “Dios es mi salvador”. Por tanto,
insistiendo en este discurso sobre “el nombre”, se está reivindicando al “condenado” por ellos, al “proscrito”
con su juicio. Ahora es, a partir de la muerte y la resurrección de Jesús, cuando el nombre de “Jesús” ejerce todo
su quehacer dinámico y absolutamente salvífico.

I.3. Dios lo ha convertido en piedra angular según la cita del Salmo 117. Así, pues, el discurso de Pedro ante las
autoridades judías es una acusación a los “pastores” de ese pueblo que no han sabido, o no han querido, aceptar
que en Jesús estaba el futuro de la salvación del pueblo. En realidad no han defendido el honor de Dios como
pretendían llevando a Jesús a juicio, sino que su culpabilidad clama al cielo. Los pastores, a causa de un falso
celo por Dios, han desechado la “piedra angular”. Es uno de los discursos más duros de los Hechos sobre los
responsables judíos. No se trata, pues, de “antisemitismo”, sino de proclamar la verdad de lo que le sucedió con
Jesús el Nazareno.

IIª Lectura: Iª de Juan (3, 1-2): El amor que nos hace hijos de Dios

II.1. El texto de la carta de San Juan está en el ámbito auténtico de la teología joánica, con todas sus
características y sus conceptos constantemente repetidos: amor, hijos de Dios, conocer, el mundo, “ver a Dios”.
La carta de Juan está cargada de todos esos términos que muestran una cosa clara: la comunidad joánica,
cristiana, está enfrentada al mundo. Se han insinuado muchas cosas acerca de las influencias sobre este escrito.
Se ha hablado del “círculo joánico” como un círculo selectivo, a semejanza con la comunidad de Qumrán. Pero
no están claras estos ascendientes, ni se puede hablar de un mundo exactamente dualista: amor/odio;
luz/tinieblas.

II.2. También podemos fijarnos en la correlación existente entre “amar” y “conocer” como si se quisiera afirmar
rotundamente que el conocer es lo mismo que amar en este caso. De alguna manera eso es verdad, pero no se
trata de un conocimiento de tipo “gnóstico” como encontramos en los evangelios apócrifos de Tomás o el
publicado ahora de Judas (algunos lo piensan), sino que hay que tener en cuenta el sentido profundo que el
“conocer” tiene en la Biblia como “experiencia de amor”; es el amor el conocimiento más profundo.

II.3. En todo caso, lo más importante es que el Padre nos hace hijos, porque nos ama. Esta afirmación teológica
encierra una densidad religiosa inigualable. Dios, el Dios de Jesús, el Dios del amor, no se guarda para sí lo
divino. De hecho, se insinúa una promesa todavía más intensa cuando se dice que, en la “manifestación” de Dios,
al final, o en el final de cada uno, todavía seremos algo más… Esta es la promesa de un Dios, Padre, que quiere
compartir su vida con nosotros; no como los “dioses” de este mundo que no quieren compartir nada.

Evangelio: Juan (10,1-10). Yo he venido para que tengan vida en plenitud

III.1. El evangelio de Juan (10,1-10), nos habla del «buen pastor» que es la imagen del día en la liturgia de este
cuarto domingo de Pascua. Comienza el evangelio con una especie de discurso enigmático – al menos para los
oyentes-, aunque es un texto bien claro: en el redil de las ovejas, el pastor entra por la puerta, los ladrones
saltan por la tapia. Es una especie de introducción para las propuestas cristológicas de Juan. Esas afirmaciones,
con toda su carga teológica, se expresan con el lenguaje de la revelación bíblica, con el «yo soy», que en el
evangelio de Juan son de gran alcance teológico. Está construido, el conjunto, en dos momentos 1) vv. 1-5 sobre
el buen pastor; 2) vv. 7-10 sobre Jesús como puerta.

III.2. En el AT Dios se reveló a Moisés con ese nombre enigmático de “Yhwh” (Yahvé) (el tetragrámaton divino)
(algunos piensan que significa “yo soy el que soy”, aunque no está claro). Ahora, Jesús, el Señor, según lo
entiende san Juan, no tiene recato en establecer la concretez de quién y de lo que siente. Y de la misma manera
que se ha presentado en otros momentos como la verdad, la vida, la resurrección, la luz (cf. especialmente el
discurso de revelación de Jn 14), ahora se nos presenta con la imagen del pastor, cuya tradición
veterotestamentaria es proverbial, como nos muestra el hermoso Salmo 23. Si en este salmo se dice que “el
Señor es mi pastor, nada me falta”, ahora el evangelista hace que Jesús lleve a cumpliendo ese deseo del
salmista. Jesús, pues, es el que trae lo que nos hace falta para la vida. El salmo 23 es un poema de confianza; por
tanto, las palabras de revelación del evangelio de hoy hablan a favor de una revelación para la confianza de los
que le oyen y le siguen.

III.3. La imagen segunda, de la puerta, es la imagen de la libertad y de la confianza también: no se entra por las
azoteas, por las ventanas, a hurtadillas, a escondidas. Sin puerta no hay entradas ni salidas, ni caminos ni
proyectos. En el Antiguo Testamento se habla de las puertas del templo: “¡Abridme las puertas del triunfo y
entraré para dar gracias al Señor! Esta es la puerta del Señor: ¡los vencedores entrarán por ella!” (Sal 118,19-
20). Las puertas del templo o de la ciudad eran ya el mismo conjunto del templo o de la ciudad santa (es una
metonimia = la parte por el todo). Por eso dice el Sal 122,2: “ya están pisando nuestros pies tus puertas
Jerusalén”; cf. Sal 87,1-2; 118,21; etc.). Pasar por la puerta era el ¡no va más! para los peregrinos. Ahora Jesús es
como la nueva ciudad y el nuevo templo para encontrarse con Dios. Porque a eso iban los peregrinos a la ciudad
santa, a encontrarse con Dios. Pero desde Jesús podremos encontrarnos con Dios escuchando su voz y viviendo
su vida allá donde estemos.
III.4. Jesús en este evangelio se propone, según la teología joánica, como la persona en la que podemos confiar;
por Él podemos entrar y salir para encontrar a Dios y para encontrar la vida. Quien esté fuera de esa puerta,
quien pretenda construir un mundo al margen de Jesús lo puede hacer, pero no hay otro camino para
encontrarse con el Dios de vida y con la verdad de nuestra existencia. No es una pretensión altisonante, aunque
la afirmación cristológica de Juan sea fuerte. Eso no quita que debamos mantener un respeto y una
comprensión para quien no quiera o no pueda entrar por esa puerta, Jesús, para encontrar a Dios. Nosotros, no
obstante, los que nos fiamos de su palabra, sabemos que él nos otorga una confianza llena de vida.

III.5. Se habla de un “entrar y salir” que son dos verbos significativos de la vida, como el nacer y el morir. En
Jesús, puerta verdadera de la vida, ésta adquiere una dimensión inigualable. Por la fórmula de revelación, del
“yo”, se quiere mostrar a Jesús que hace lo contrario de los ladrones que entran de cualquier manera en la casa,
para robar, para matar, para llevarse todo lo que pueden. Jesús, puerta, “viene” para dar, para ofrecer la vida en
plenitud (v. 10).

QUINTO DOMINGO DE PASCUA


JESUS VID VERDADERA

Iª Lectura: Hechos de los Apóstoles (9,26-31): El perseguidor es perseguido

I.1. La primera lectura nos presenta a Pablo que, después de su conversión, vuelve a Jerusalén. Sabemos, por el
mismo Pablo en Gál 1,16-24, que tuvo lugar a los “tres años”, tras una estancia en Arabia (donde se retira a
repensar su vida) y su ministerio en Damasco donde había tenido lugar su conversión. Pero Lucas tiene mucho
interés en poner pronto en comunicación a Pablo con los Apóstoles (poniendo como anfitrión a su compañero
Bernabé) para mostrar la comunión de todos en la predicación del evangelio. Lucas está preparando las cosas
para dejar poco a poco a Pablo como protagonista de los Hechos, como aquél que ha de llevar el evangelio hasta
los confines de la tierra. El relato de Hechos deja muchos cabos sueltos desde el punto de vista histórico. Pablo -
que vino a Jerusalén para “ver” a Pedro según nos confiesa él mismo en el texto de Gálatas-, tiene ocasión de
experimentar que los judeo-cristianos no se fían de él. Los judíos helenistas, como sucedió con Esteban,
provocaron un altercado que podía haberle costado la vida. Por eso lo encaminaron hacia Tarso (Pablo dice que
estaría catorce años en Siria y Cilicia), hasta que vuelve a Jerusalén para la asamblea apostólica (Hch 15). Lucas
insiste mucho, quizás demasiado, en la comunión de Pablo con los de Jerusalén.

I.2. En el texto de hoy es importante poner de manifiesto que Pablo, el perseguidor, ha tenido en el “camino”
una experiencia del Señor resucitado, como la han tenido los apóstoles y otros y está en disposición de anunciar
la Resurrección, incluso en la misma sinagoga que fue responsable de la acusación de Esteban. Esto es lo que a
Lucas le interesa sobremanera: si Esteban ha sido quitado de en medio por los intereses “religiosos” de los
responsables, Dios llama a otro (nada menos que al enemigo anterior del evangelio), a Saulo, para anunciar la
resurrección y llevar el mensaje a todos los hombres. La Iglesia, los discípulos -todavía no han recibido el
nombre de cristianos, como sucederá en Antioquia-, se fortalecerá en la persecución y el sufrimiento. Pero el
mensaje de la vida, como corazón del anuncio de la resurrección, ha de transformar el mundo.

IIª Lectura: 1ª de Juan (3,18-24): El amor a los hermanos criterio de conciencia

II.1. La segunda lectura nos habla de la praxis del amor y de la verdad. La vida cristiana no se puede resolver en
la ideología que se mantiene en la cabeza, sino en lo que uno vive de corazón. Para la Biblia, el corazón es la
sede de todas las cosas, del pensar y del obrar, y es el corazón el que nos juzga, el que dice si nuestro
cristianismo es verdadero o pura ideología. Es la sede de la conciencia y no podemos engañarnos. La religión
verdadera comienza siendo una cuestión de fe, pero se muestra en la praxis de una vida donde lo que se cree se
ha de llevar a efecto; de lo contrario no habría fiabilidad.

II.2. Lo principal de esta praxis es que la fe en Jesucristo implica necesariamente el amor a los hermanos como
El nos ha pedido, como ha exigido a los suyos en el discurso de la última cena: el mandamiento nuevo. Así es
como podremos saber que estamos con Dios y que tenemos su Espíritu. El amor a los hermanos, que en la
teología joánica es como el amor a Dios, garantiza la verdad de la vida cristiana. El amor a los hermanos es el
criterio de conciencia verdadera.
Evangelio: Juan (15,1-8): Cristo, vid donde está la vida

III.1. El evangelio de Juan nos ofrece uno de esos discursos llamados de “revelación”, porque en ellos éste
evangelista nos muestra quién es el Señor. Se enumera entre los famosos “yo soy” del evangelio de Juan (el
Mesías 4,26: el pan de vida 6,35.41.48.51; la luz del mundo 8,12; 9,5; la puerta de las ovejas 10,7.9; el buen
pastor 10,11.14; el Hijo de Dios 10,36; la resurrección 11,25; el Señor y el Maestro 13,13; el camino 14,6; la
verdad 14,6;la vida 11,25;14:6; el rey de los judíos 19,21). Esto ha planteado, de alguna manera, una
“cristología” y un discipulado de exclusividad. Aquí, en este discurso, Jesús se presenta con una imagen que era
tradicional en la Biblia, la de la viña. Conocemos un canto de la viña en el profeta Isaías (c.5) que tiene unas
constantes muy peculiares: la viña era el pueblo de Dios. Sabemos que la viña se compone de muchas cepas,
pero la viña no ha dado fruto bueno, es un fracaso; se debe arrancar. Ese es el canto de Isaías. ¿Lo arrancará
Dios? Debemos decir que desde la teología joánica, la respuesta a ese canto es distinta; no es necesario que Dios
la arranque: ahora Jesús se va a presentar como la clave curativa para que la viña produzca buenos frutos. Él se
presenta como la vid, y todos los hombres como los sarmientos para que sea posible dar buen fruto.

III.2. Escuchando su “palabra”, los sarmientos tendrán savia nueva, vida nueva, y entonces llevarán a cabo las
obras del amor. Porque fuera de El, de su palabra, de sus mandamientos, no podemos permanecer. Se respira,
pues, una gran seguridad frente al acecho de cortar y arrasar: Jesús está convencido que permanecer en El es
una garantía para dar frutos. El “permanecer” con El, el vivir de su palabra, de sus mandamientos, de su luz, de
su vida, hará que la viña, el pueblo de Dios, vuelva de nuevo a ser el pueblo de la verdadera alianza. Con esto se
complementa la enseñanza de la epístola en la que se propone a los discípulos permanecer en Dios. El camino
para ello es permanecer en Jesús y en su evangelio.

III.3. La fórmula “permaneced en mí y yo en vosotros”, muy típica de este evangelista, define la relación del
discípulo con Jesús como una reciprocidad personal. Esa relación personal con Jesús es la condición
indispensable para dar fruto. La transformación teológica que se opera desde la imagen de la viña de Israel a
esta propuesta simbólica del evangelio de Juan es muy peculiar. Una viña está compuesta de muchas cepas que,
una a una, tienen su vida propia y que no tienen comunicación entre si. En el caso de la simbología de la viña de
Juan la cepa, que es Jesús, hace que los pámpanos estén unidos a la cepa, a Jesús. Como Jesús es la vida, y la luz,
y el Hijo, entonces estar unido a El es tener vida.

III.4. ¿Se trata de un discipulado o de una comunidad intimista como algunos han señalado? No podemos negar
que el evangelio de Juan es de este tenor. El “seguimiento” de Jesús no se expresa de la misma manera, v.g. que
en Lucas, que es seguirle “por el camino”. Los discursos y las fórmulas de revelación del “yo soy” de esta
teología joánica no dejan otra opción. Bien es verdad que eso no significa que la “exclusividad” de Jesús, el Hijo
de Dios, no permita que esa luz de Jesús y esa vida que El ha traído precisamente, se convierta en un círculo de
discípulos elitistas o excluyentes. Esa luz de Jesús y esa vida tienen muchas formas de manifestarse y de
hacerse presente. Pero no es cuestión de exclusivismo, sino de confianza; la confianza de que en Jesús y con
Jesús, el Señor, encontraremos la vida verdadera.

SEXTO DOMINGO DE PASCUA


El amor, libro del cristianismo
Iª Lectura: Hechos de los Apóstoles (10,25-26.34-35.44-48):
El Espíritu abre caminos nuevos

I.1. La primera lectura de hoy es un resumen de un gran relato que Lucas, el autor de los Hechos, ha colocado
en su narrativa en un momento álgido de la vida de la primera comunidad. Los discípulos, en Jerusalén, habían
sido perseguidos por el nombre de Jesús; la comunidad había quedado limitada por la tensión que suponía el
tener que doblegarse a las exigencias rituales y legales del judaísmo: ¿qué sería del nuevo movimiento, del
«camino» que habían emprendido sus seguidores? Cada día se hacía más necesario que los discípulos
rompieran ese círculo de la ciudad santa y se lanzaran por caminos nuevos. Pero es el Espíritu, como en
Pentecostés, quien va a tomar la iniciativa para abrir el cristianismo a otros hombres y a otros pueblos.

I.2. Estando Pedro en Joppe (Jaffa), tras una visión que lo descoloca ideológica y prácticamente, es invitado a ir
a la ciudad romana de Cesarea Marítima, donde residía habitualmente el prefecto romano, para entrevistarse
con Cornelio (un jefe de la milicia) y su familia. Habían oído hablar de ese nuevo movimiento entre los judíos y
querían saber lo que proponían. Pedro se llegó hasta aquella ciudad y les anunció el mensaje cristiano. Y antes
de que los hombres pudieran tomar decisiones se adelantó el Espíritu de Dios para hacerse presente en medio
de ellos. Se conoce este relato como el “Pentecostés pagano”, ya que Lucas ha querido centrar la escena de Hch
2, en los judíos y su mundo.

I.3. El relato muestra la experiencia intensa de gozo, en la que pudieron notar la fuerza de la salvación que Dios
quiere ofrecer, incluso a los paganos. Es el Espíritu del resucitado, pues, quien lleva la iniciativa en la misión. Y
es que la Iglesia, si no se deja conducir por el Espíritu, no podrá tener futuro. Los que acompañan a Pedro,
judeo-cristianos, se asombran de que Dios, el Espíritu en este caso, pueda ofrecerse a los paganos. Pedro, en
realidad Lucas, tiene que justificar que Dios no hace acepción de personas porque tiene un proyecto universal
de salvación; de ahí que pida el bautismo para los paganos en nombre de Jesús, porque si el Espíritu se ha
adelantado es para abrir caminos nuevos.

IIª Lectura: Iª Carta de Juan (4,7-10):


La experiencia del amor, como experiencia divina

II.1. La segunda lectura, esta vez, es la que mejor va a interpretar el sentido del evangelio de este domingo. La
carta nos ofrece una de las reflexiones más impresionantes sobre el Dios cristiano: es el Dios del amor. El amor
viene de Dios, nace en él y se comunica a todos sus hijos. Por eso, la vida cristiana debe ser la praxis del amor. Si
verdaderamente queremos saber quién es Dios, la carta de Juan nos ofrece un camino concreto: aprendiendo a
ser hijos suyos; ¿cómo? amando a los hermanos.

II.2. La experiencia del amor es la experiencia divina por excelencia, y si los hombres quieren ser «divinos», en
la medida en que nos es permitido ser dioses (si entendemos esta expresión correctamente); si queremos ser
eternamente felices, no hay más que un camino: amando. Y sepamos, pues, que en ello, la iniciativa la ha tenido
Dios mismo: entregándonos a su Hijo, dándonos a nosotros lo que más ama. El autor nos habla del “nacer” de
Dios y “conocer” a Dios. Ya sabemos que el “conocer” es un verbo bíblico de tonos especiales que no contempla
primeramente lo intelectual, sino lo que hoy llamamos lo “experiencial”. Tener experiencia de Dios es sentir su
amor.

Evangelio: Juan (15,9-17): La experiencia del amor del Padre en Jesús

III.1. El evangelio de Juan, en esta parte del discurso de despedida de la última cena de Jesús con sus discípulos,
insiste en el gran mandamiento, en el único mandamiento que Jesús ha querido dejar a los suyos. No hacía falta
otro, porque en este mandamiento se cumplen todas las cosas. Forma parte del discurso de la vid verdadera
que podíamos escuchar el domingo pasado y, sin duda, aquí podemos encontrar las razones profundas de por
qué Jesús se presentó como la vid: porque en su vida, en comunión con Dios, en fidelidad constante a lo que
Dios es, se ha dedicado a amar. Si Dios es amor, y Jesús es uno con Dios, su vida es una vida de entrega.

III.2. Por ello, los sarmientos solamente tendrán vida permaneciendo en el amor de Jesús, porque Jesús no falla
en su fidelidad al amor de Dios. Jesús quiere repetir con los suyos, con su comunidad, lo que Dios ha hecho con
él. Jesús siente que Dios le ama siempre (porque Dios es amor) y una comunidad no puede ser nada si no se
fundamenta en el amor sin medida: dando la vida por los otros. Dios vive porque ama; si no amara, Dios no
existiría. Jesús es el Señor de la comunidad, porque su señorío lo fundamenta en su amor. La comunidad tendrá
futuro si ponemos en práctica el amor, el perdón, la misericordia de los unos con los otros. Ese es el signo de los
hijos de Dios.

III.3. Con una densidad, quizás no ajustada al lenguaje del Jesús histórico, el autor del cuarto evangelio nos
adentra en el mundo del amor y de la amistad con Dios, con Jesús y entre los suyos. Es un discurso que
establece unas relaciones muy particulares. Dios ama al Hijo, el Hijo ama a los suyos, éstos se llenan de alegría,
¿por qué? Porque estas son relaciones de amor de entrega, de amistad. Son términos que la psicología recoge
como los más curativos para el corazón y la mente humana. Todos sabemos lo necesario que es ser amado y
amar: es como la fuente de la felicidad. El Jesús de San Juan, pues, se despide de los suyos hablándoles de cosas
trascendentales y definitivas. No hay otro mensaje, ni otro mandamiento, ni otra consigna más definitiva para
los suyos. No está la cuestión en preguntarse solamente ¿qué tenemos que hacer?, aunque se formule en
mandamiento, sino ¿cómo tenemos que vivir? : amando.
III.4. ¿Es amor de amistad (filía) - como en los griegos-, o más bien es amor de entrega sin medida (ágapê)?
Sabemos que San Juan usa el verbo “fileô”, que es amar como se aman los amigos, en otros momentos. Pero en
este texto de despedida está usando el verbo agapaô y el sustantivo ágape, para dar a entender que no se trata
de una simple “amistad”, sino de un amor más profundo, donde todo se entrega a cambio de nada. El amor de
amistad puede resultar muy romántico, pero se puede romper. El amor de “entrega” no es romántico, sino que
implica el amor de Dios que ama a todos: a los que le aman y a los que no le aman. Los discípulos de Jesús deben
tener el amor de Dios que es el que les ha entregado Jesús. Este es el amor que produce la alegría (chara)
verdadera. El “permanecer” en Jesús no se resuelve como una simple cuestión de amistad, de la que tanto se
habla, se necesita y es admirable. El discipulado cristiano del permanecer no se puede fundamentar solamente
en la “amistad” romántica, sino en la confianza de quien tiene que dar frutos. Por eso han sido elegidos: están
llamados a ser amigos de Jesús los que aman entregándolo todo como El hizo. Esta amistad no se puede romper
porque está cristalizada en un amor sin medida, el de Dios.

III.5. Aunque en el texto de Juan del evangelio de hoy se juega, en cierta manera, con el concepto de amistad, el
autor está haciendo una crítica, nada “suave” sobre la amistad en contraste con la relación entre Dios, Jesús y
los discípulos. No se trata, pues, de la “amistad” de este mundo en la que el amor se elige y se modela a gusto y
capricho del amor (filew) que yo puedo rebajar a mis gustos, a mis humores y a mis elecciones (como cuando se
dice: “mis amigos los elijo yo”). Dios y el Hijo no pueden actuar así; ese es el amor romántico, que en ciertos
momentos puede disolverse como el azucarillo. Es el amor sin medida, sin pedir nada a cambio, que lo entrega
todo... es, si queremos, el amor “imposible” para una simple amistad. Por eso usa con tanta fuerza el sentido del
verbo cristiano ¢gap£w, que suele traducirse como “caridad”, el que no suelen usar los filósofos, ni los poetas,
aunque lo canten mucho. Es el amor del que habla Pablo en 1Cor 13.

DOMINGO FESTIVIDAD DE LA ASCENSIÓN

Iª Lectura: Hechos de los Apóstoles (1,1-11): La Ascensión

I.1. Es la primera lectura de esta fiesta del Señor la que nos describe ese acontecimiento, casi inexplicable,
conocido como la «Ascensión», un término que ha sido entendido como complemento de algo que ocurre en la
Resurrección de Jesús; como si durante cuarenta días Jesús resucitado se hubiera entretenido en este mundo.
¿Para qué? En la visión particular de Lucas, autor de los Hechos, para consolidar la fe de sus discípulos con
objeto de dejarlos «entonados» en la misión apostólica que les debería llevar hasta los confines de la tierra
predicando y haciendo discípulos.

I.2. En realidad, la Ascensión no es algo distinto de la Resurrección, porque es en la Resurrección donde Jesús
recibe el poder y la gloria de Señor del universo. Por lo mismo, la Ascensión, en el libro de los Hechos, viene a
significar el final de una etapa de experiencias muy especiales del Señor resucitado: Ahora es el momento de
que la Iglesia pueda emprender una nueva tarea en la que estará guiada por el Espíritu. Por lo mismo, el tiempo
litúrgico de la resurrección llega a su fin, como se pone de manifiesto en la fiesta de hoy, aunque eso no significa
que el Señor se desentiende de nosotros y de este mundo. La escena de los discípulos que miran hacia el cielo
viendo cómo desaparece su Señor evoca, para Lucas, la necesidad de mirar hacia el mundo, hacia la historia,
para cambiarla; porque ese Señor estará ayudando a los suyos mediante su Espíritu para cuya fiesta nos
preparamos ya desde hoy.

III.1. Es un texto que también, en una pedagogía muy particular, quiere resaltar una “ruptura” con los suyos,
con los que han tenido que rehacer su vida después de los acontecimientos de Pascua, para hacerles
comprender el papel que han de desempeñar en este mundo y en esta historia. Si bien es verdad que hablamos
de “Ascensión” en términos cristológicos, no podemos olvidar que la Ascensión apunta a la eclesiología de la
tarea de predicar y anunciar la salvación a todos los hombres. Bien es verdad que hay una promesa, la ayuda de
la fuerza de lo alto a donde Él se introduce para llevar adelante este compromiso. Quizás esa sea la razón por la
que Lucas se ha visto en la obligación de desdoblar el misterio de la Resurrección y el de la Ascensión con esos
“cuarenta” días que son más un tempo teológico que cronológico. Es un tiempo para llenarse de la fuerza de la
Pascua y después, con la ayuda del Espíritu, lanzarse a la misión.

IIª Lectura: Efesios (4,1-13): Nuestra vocación cristiana


II.1. La segunda lectura nos muestra una de las claves de la comunidad cristiana: la unidad en el Espíritu de una
misma fe y de una misma esperanza, y consiguientemente del amor. Éste es un pasaje que tiene un cuño
bautismal, litúrgico, en el que los nuevos cristianos son instruidos sobre su decisión de recibir el bautismo para
formar parte del «cuerpo de Cristo», de la Iglesia, que tiene su fuerza en el Espíritu. La carta nos habla de la
vocación a la que hemos sido llamados en la Iglesia, que es uno de los temas dominantes de este escrito del
Nuevo Testamento.

II.2. La aclamación y doxología de «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» resuena todavía en nuestros
cantos como uno de los textos mejor formulados del cristianismo primitivo. La Iglesia de la que se habla está
fundada en Cristo por medio de los apóstoles y profetas, que son ministerios de evangelización. En la Iglesia,
pues, hemos recibido el evangelio, en ella hemos conocido al Señor de nuestra vida y en ella debemos vivir la
experiencia de la salvación en este mundo.

Evangelio: Marcos (16,15-20): Ascensión y misión

El evangelio de hoy es una especie de síntesis de lo que sucedió a Jesús a partir de la resurrección; síntesis que
alguien ha añadido al evangelio de Marcos cuando ya estaba terminado. Esto se reconoce hoy claramente por su
estilo, e incluso, por su teología. Habla de la Ascensión según lo que hemos podido escuchar en el texto de los
Hechos de los Apóstoles. Pero lo que verdaderamente llama la atención de este evangelio es el encargo de la
misión del Resucitado a sus apóstoles para que hagan discípulos en todas las partes del mundo. Se describe esta
misión de la misma manera que Jesús la puso en práctica en el mismo evangelio de Marcos. Por tanto, Él es el
modelo de nuestra predicación y de nuestros compromisos cristianos. El Reino, ahora, se hace presente cuando
sus discípulos se empeñan, como Jesús, en vencer el mal del mundo y en hacer realidad la liberación de todas
las situaciones angustiosas de la vida por medio del evangelio.

DOMINGO DE PENTECOSTÉS
LA IGLESIA Y EL ESPÍRITU DEL SEÑOR

Introducción

El Domingo de Pentecostés (cincuenta días después de la Pascua) nos muestra, con la proverbial primera
lectura (Hechos 2,1-11), que las experiencias de Pascua, de la Resurrección, nos han puesto en el camino de la
vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al mundo, para transformar la historia, para fecundar a la
humanidad en una nueva experiencia de unidad (no uniformidad) de razas, lenguas, naciones y culturas. Lucas
ha querido recoger aquí lo que sintieron los primeros cristianos cuando perdieron el miedo y se atrevieron a
salir del «cenáculo» para anunciar el Reino de Dios que se les había encomendado. Todo el capítulo primero de
los Hechos de los Apóstoles es una preparación interna de la comunidad para poner de manifiesto lo
importante que fueron estas experiencias del Espíritu para cambiar sus vidas, para profundizar en su fe, para
tomar conciencia de lo que había pasado en la Pascua, no solamente con Jesús, sino con ellos mismos y para
reconstruir el grupo de los Doce, al que se unieron todos los seguidores de Jesús. Por eso, el día de Pentecostés
ha sido elegido por Lucas para concretar una experiencia extraordinaria, rompedora, decidida, porque era una
fiesta judía que recordaba en algunos círculos judíos el don de la Ley del Sinaí, seña de identidad del pueblo de
Israel y del judaísmo. La pretensiones para que la identidad de la comunidad de Jesús resucitado estuviera en la
fuerza y la libertad del Espíritu es algo muy sintomático. El evangelista sabe lo que quiere decir y nosotros
también, porque el Espíritu es lo propio de los profetas, de los que no están por una iglesia estática y por una
religión sin vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad apostólica y quien la configura
como comunidad profética y libre. Veamos algunos aspectos de los textos bíblicos:

Iª Lectura: (Hch 2,1-11): El Espíritu lo renueva todo

I.1. Este es un relato germinal, decisivo y programático; propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en
Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser espectadores neutrales o marginales a la
experiencia del Espíritu. Porque ésta es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro
de la lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace capaz de
relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para expresar esta realidad de la acción libre y renovadora de
Dios, la tradición cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los relatos bíblicos donde
Dios interviene en la historia humana. La manifestación clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la
liberación del Éxodo, que culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento del
don de la Alianza.

I.2. Pentecostés era una fiesta judía, en realidad la “Fiesta de las Semanas” o “Hag Shabu’ot” o de las primicias
de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por “quincuagésimo,” (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La
fiesta se describe en Ex 23,16 como “la fiesta de la cosecha,” y en Ex 34,22 como “el día de las primicias o los
primeros frutos” (Num 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua; es decir, cuarenta y nueve días y
en el quincuagésimo, el día es la fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev
23,15-19; Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno está el traerle al
Señor el “tributo de su libre ofrenda” (Dt 16,9-11). Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores
sobre el sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las antiguas
versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el
sentido de poner de manifiesto la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la
comunidad renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el cómputo farisaico que fijaba
la celebración de Pentecostés 50 días después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy
probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.

I.3. Pero ese es el trasfondo solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre
de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una importancia sustancial, ya que Lucas no se queda
solamente en los episodios exclusivamente israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc
3,1ss en que se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el
nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad entenderá
encontrará finalmente toda posibilidad de salvación.

I.4. Por eso mismo, no es una Ley nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de
Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don incomparable. El nuevo Israel y la
nueva humanidad, pues, serán conducidos, no por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el
viejo Israel, sino por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que todos los hombres,
no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch
10) -que se ha considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu adelantarse a
la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien todavía no habían podido liberarse de sus
concepciones judías y nacionalistas

I.5. Lo que Lucas quiere subrayar, pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la
habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda del redactor-, de
transformar el relato primitivo de un milagro de «glosolalia» (hablar lenguas casi celestiales, ¡para
entendernos!), en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda la humanidad representada en
Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es
un fenómeno profético por el que todos escuchan cómo se interpreta al alcance de todos la “acción salvífica de
Dios”; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto acontece en el corazón de los hombres.

I.6. El relato de Pentecostés que hoy leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas
experiencias a la vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua de su Señor, es
como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si no se confiesa ante el mundo en nombre de
quién hemos sido bautizados y el sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que se
celebraba la fiesta del don de la ley en el Sinaí como don de la Alianza de Dios con su pueblo, se nos describe
que en el seno de la comunidad de los discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del
Espíritu.

I.7. De esa manera se quiere significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia,
por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar una nueva identidad profética a
ese pueblo, que dejará de ser nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los
hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de Dios. De ahí que se
quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto
salvífico de Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante
de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su camino para “independizarse de Dios”. Eso
es lo que lleva a cabo el Espíritu Santo: la unificación armoniosa de la humanidad en un mismo proyecto
salvífico divino.

IIª Lectura: Gálatas (5,16-25): La dignidad de vivir en el Espíritu

2.1. La segunda carta a los Gálatas -la más personal y polémica de Pablo-, nos muestra en este pasaje la vida
según el Espíritu. Pablo ha mantenido un pulso a muerte con los adversarios de ésta comunidad galaica que
querían imponer otro evangelio en ausencia del Apóstol, que no era en realidad evangelio (buena noticia). La
llamada a la libertad es la primera afirmación de nuestro texto, que es la misma con que se abre este capítulo de
Gálatas (5,1). En una antítesis entre carne y espíritu, no se debe perder de vista la polémica entre la ley y la
gracia, que está a la base de todo el escrito paulino. El catálogo de virtudes y vicios tiene mucho, sin duda, de
retórico, pero es la vida misma la que nos muestra que eso es así. La lista podía ampliarse en uno y otro sentido.
Y lo importante no es solamente la enumeración de cada uno de los frutos, tal como suele hacerse, sino el
conjunto de todos, los que nos hace “vivir en Cristo” y “vivir en Dios”.

2.2. Pablo opone la vida según el Espíritu a la vida según la carne, concepto que no debemos entenderlo en
sentido sexual, sino que significa aquellos criterios del mundo que nos apartan de Dios y de la libertad
verdadera: de ahí nace adorar el dinero, el poder, la gloria, los placeres irracionales, en definitiva la vida más
egoísta que todos podemos imaginarnos. Pero la vida según el Espíritu, como alternativa cristiana, es para
Pablo la vida según el evangelio: amor, alegría, bondad, benevolencia y equilibrio; por consiguiente, la vida
abierta a la generosidad, como Dios ha hecho con nosotros. Esta es la parte práctica de la carta a los Gálatas
donde ha discutido el tema de la libertad cristiana que trae en su entraña el evangelio. Desde luego, merece la
pena resaltar los frutos del Espíritu, porque es lo que llena de dignidad el corazón humano. Esto podría dar
lugar a una reflexión sobre esos frutos o sobre los dones, si bien no es ahora el momento de emprender esa
tarea. Pero vemos que no se menciona la “glosolalia” como un don de la presencia del Espíritu. Es que no es
necesaria para sentir que la vida cristiana, como vida profética, no necesita muchas veces esos dones
extraordinarios a los que el mismo Pablo le ha puesto algún “pero” en la exposición de los carismas de 1Cor 12-
14. Si no hay “glosolalia” también el Espíritu se manifiesta en nuestra vida cristiana.

Evangelio: Juan (15,26-27; 16,12-15): El Espíritu de la verdad

III.1. El evangelio de este domingo está entresacado de Juan 15 y 16, capítulos de densa y expresiva teología
joánica, que se ha puesto en boca de Jesús en el momento de la despedida de la última cena con sus discípulos.
Habla del Espíritu que les ha prometido como «el Defensor» y el que les llevará a la experiencia de la verdad.
Cuando se habla así, no se quiere proponer una verdad metafísica, sino la verdad de la vida. Sin duda que quiere
decir que se trata de la verdad de Dios y de la verdad de los hombres. El concepto verdad en la Biblia es algo
dinámico, algo que está en el corazón de Jesús y de los discípulos y, consiguientemente, en el corazón de Dios. El
corazón es la sede de todos los sentimientos. Por lo mismo, si el Espíritu, como ha prometido Jesús, nos llevará
a la verdad plena, total, germinal, se nos ofrece la posibilidad de entrar en el misterio del Dios de la salvación,
de entrar en su corazón y en sus sentimientos. Por ello, sin el Espíritu, pues, no encontraremos al Dios vivo de
verdad.

III.2. El Espíritu es el “defensor” también del Hijo. Todo lo que Él, según San Juan, nos ha revelado de Dios, del
Padre, vendrá confirmado por el Espíritu. Efectivamente, el Jesús joánico es muy atrevido en todos los órdenes
y sus afirmaciones sobre las relaciones entre Jesús y Dios, el Padre, deben ser confirmadas por un testigo
cualificado. No se habla de que el Espíritu sea el continuador de la obra reveladora de Jesús y de su verdad, pero
es eso lo que se quiere decir con la expresión “recibirá de mí lo que os irá comunicando”. No puede ser de otra
manera; cuando Jesús ya no esté entre los suyos, su Espíritu, el de Dios, el del Padre, continuará la tarea para
que no muera la verdad que Jesús ha traído al mundo.

Domingo de la Santa Trinidad

El misterio insondable de Dios siempre ha apasionado a los grandes teólogos, porque la revelación de este Dios
en la historia se ha expresado culturalmente según las necesidades humanas e incluso según la defensa que se
ha debido hacer de Dios como garante de un pueblo, de una nación, de una religión. El pueblo de Israel hubo de
enfrentarse a esta realidad, porque sabía que era la garantía de su identidad. Cuando «llegó la plenitud de los
tiempos», con Jesucristo, se suavizan muchas expresiones, se manifiesta la dimensión amorosa de Dios al nivel
más misericordioso, pero Dios sigue siendo misterio. La fe cristiana de los primeros siglos tuvo que hacer
también su defensa de las imágenes bíblicas de Dios, como Padre, como Hijo y como Espíritu. Ello significa que
el mundo de Dios no es la soledad omnipotente y trascendente, sino que se expresa en el “humus” familiar, de
relaciones y de comunión; y si es familiar, es amorosa, porque la familia se realiza en el amor de entrega
absoluta. Por eso, la celebración de esta solemnidad nos asoma a ese misterio de la Santa Trinidad como un
misterio de relaciones de amor sin medida.

Iª Lectura: Deuteromio (4,32-40): Dios eligió a un pueblo marginal

I.1. Este texto de Dt es una exhortación muy doctrinal, desde luego, pero no menos entrañable y comunicativa
por parte de Dios. Los autores han querido presentar la elección de Israel como una decisión muy particular y
decisiva de Yahvé. Se pasa revista a los grandes acontecimientos que le han dado al pueblo una identidad: la
liberación de Egipto, la teofanía o manifestación en el Sinaí (o en el Horeb), el don de la tierra de Canaan. Todo
esto forma el “credo” fundacional de la fe israelita. Esto llama al pueblo a un destino.

I.2. Al contrario de lo que cabía esperar, nos habla del Dios cercano de Israel, del Dios que ha elegido a este
pueblo, sin méritos, sin cultura, sin pretensiones, para que haga presente su proyecto de salvación y liberación
sobre la humanidad. Esto lo interpretó Israel como un privilegio, pero en contrapartida, en este texto se exige el
guardar sus mandamientos para que esa nación pueda considerarse como privilegiada. El Dios que hace
escuchar su voz en medio de signos y prodigios, según expresiones bíblicas, es un Dios histórico, no se queda en
el arcano, porque es en la historia donde se encuentra con nosotros. El conjunto tiene un acento de condición
apasionada. No olvidemos que éste no es un texto muy antiguo, más bien se cree que pertenece a la escuela
deuteronomista que lo ha redactado en tiempos del Segundo Isaías. Es de raíces muy monoteístas, pero
debemos reconocer que es uno de los pasajes más bellos del libro del Deuteromio.

IIª Lectura: Romanos (8,14-17): El Espíritu nos hace sentirnos hijos de Dios

II.1. Pablo, inmediatamente antes de estos versos, habla de la lógica de la carne (que lleva a la muerte) y de la
lógica del Espíritu (que lleva a la vida). Por eso, los que se dejan llevar por el Espíritu sienten algo fundamental
e inigualable: se sienten hijos de Dios. Esta experiencia es una experiencia cristiana que va mucho más allá de
las experiencias de Israel y su mundo de la Torá. Se trata de una afirmación que nos lleva a lo más divino, hasta
el punto de que podemos invocar a Dios, como lo hizo Jesús, el Hijo, como Abbá. Que el cristiano, por medio del
Espíritu, pueda llamar a Dios Abba (cf Gál 4,6), viene a mostrar el sentido de ser hijo, porque hace suya la
plegaria de Jesús (especialmente tal como se encuentra en Mc 14,36, aunque también en Lc 11,2, mientras que
Mt ha preferido un tono más judío o más litúrgico, con “Padre nuestro”. Eso significa, a la vez, una promesa:
heredaremos la vida y la gloria del Hijo a todos los efectos. Ahora, mientras, lo vivimos, lo adelantamos,
mediante esta presencia de Espíritu de Dios en nosotros.

II.2. La carta de Pablo a los Romanos, pues, nos asoma a una realidad divina de nuestra existencia. Decimos
divina, porque el Apóstol habla de ser «hijos de Dios». Pero sentirse hijos de Dios es una experiencia del
Espíritu. Es verdad que nadie deja de ser hijo de Dios por el hecho de alejarse de El o a causa de vivir según los
criterios de este mundo. Pero en lo que se refiere a las experiencias de salvación y felicidad no es lo mismo
tener un nombre que no signifique nada en el decurso del tiempo, a que sintamos ese tipo de experiencia fontal
de nuestra vida. Y por ello el Espíritu, que es el «alma» del Dios trinitario, nos busca, nos llama, nos conduce a
Dios para reconocerlo como Padre (Abba), como un niño perdido en la noche de su existencia, y a sentirnos
coherederos del Hijo, Jesucristo. Por ello, el misterio del Dios trinitario es una forma de hablar sobre la riqueza
del mismo, que es garantía de que Dios, -como Padre, como Hijo y como Espíritu-, nos considera a nosotros
como algo suyo.

Evangelio: Mateo (28,16-20): El bautismo sacramento del amor trinitario

III.1. El evangelio del día usa la fórmula trinitaria como fórmula bautismal de salvación. Hacer discípulos y
bautizar no puede quedar en un rito, en un papel, en una ceremonia de compromiso. Es el resucitado el que
“envía y manda” a los apóstoles, en esta experiencia de Galilea, a anunciar un mensaje decisivo. No sabemos
cuándo y cómo nació esta fórmula trinitaria en el cristianismo primitivo. Se ha discutido mucho a todos los
efectos. Pero debemos considerar que el bautismo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo significa
que ser discípulos de Jesús es una llamada para entrar en el misterio amoroso de Dios.

III.2. Bautizarse en el nombre del Dios trino es introducirse en la totalidad de su misterio. El Señor resucitado,
desde Galilea, según la tradición de Mateo (en Marcos falta un texto como éste) envía a sus discípulos a hacer
hijos de Dios por todo el mundo. Podíamos preguntarnos qué sentido tienen hoy estas fórmulas de fe
primigenias. Pues sencillamente lo que entonces se prometía a los que buscaban sentido a su vida. Por lo
mismo, hacer discípulos no es simplemente enseñar una doctrina, sino hacer que los hombres encuentren la
razón de su existencia en el Dios trinitario, el Dios cuya riqueza se expresa en el amor.

Corpus Christi
La Eucaristía y la Comunidad
Iª Lectura: Éxodo (24,3-8): El misterio de la Alianza

En la primera lectura, Moisés, bajando del monte, comunica la experiencia que había tenido de Dios, de sus
palabras, que han de considerarse como palabras de la Alianza que Dios había sellado anteriormente con su
pueblo con el Código de la Alianza cuyo corazón es el Decálogo. Entonces, pues, se organiza una liturgia
sagrada, un banquete, que quiere significar la ratificación de la Alianza que Dios ha hecho con el que ha sacado
de la esclavitud. El misterio de la sangre, de su aspersión, expresa el misterio de comunión de vida entre Dios y
su pueblo ya que, según se pensaba, la vida estaba en la sangre. Por ello este texto se considera como
prefiguración de la Nueva Alianza que Jesús adelanta en la última cena.

IIª Lectura: Hebreos (9,11-15): El sacrificio de la propia vida

II.1. La carta a los Hebreos es uno de los escritos más densos del NT. En este texto se nos exhorta desde la
teología sacrificial, que pone de manifiesto que los sacrificios de la Antigua Alianza no pudieron conseguir lo
que Jesucristo realiza con el suyo, con la entrega de su propia vida. Y esto lo ha realizado «de una vez por todas»
en la cruz, de tal manera que los efectos de la muerte de Jesús, la redención y su amor por los hombres, se hacen
presentes en la celebración de este sacramento. El recurrir a las metáforas y al lenguaje de la acción sacrificial
puede que resulte hoy poco convincente, fruto de una cultura que no es la nuestra. No obstante, la significación
de todo ello nos muestra una novedad, ya que todo se apoya en un sacerdocio especial, el de Melquisedec y en
una entrega inigualable.

II.2. Es uno de los momentos álgidos de la argumentación de la carta. Está hablando del sacrificio de la propia
vida que logra una Alianza eterna. Es esa alianza que prometieron los profetas, porque ellos vieron que los
sacrificios rituales habían quedado obsoletos y la alianza antigua se había convertido en una “disposición”
ritual. Cristo no viene a instaurar nuevos sacrificios para Dios (no los necesita), sino a revelar que la propia vida
entregada a los hombres vale más que todo aquello. Así es posible entenderse a fondo con Dios. Es en la propia
vida entregada como se logra la comunión más íntima con lo divino, sin necesidad de sustitutivos de ninguna
especie. La muerte de Jesús, su vida entregada a los hombres y no a Dios, es el “testamento” verdadero del que
hacemos memoria.

Evangelio: Marcos (14,12-26): La muerte como entrega

III.1. El evangelio expone la preparación de la última cena de Jesús con los suyos y la tradición de sus gestos y
sus palabras en aquella noche, antes de morir. Sabemos de la importancia que esta tradición tuvo desde el
principio del cristianismo. Aquella noche (fuera o no una cena ritualmente pascual), Jesús hizo y dijo cosas que
quedarán grabadas en la conciencia de los suyos. Con toda razón se ha recalcado el «haced esto en memoria
mía». Sus palabras sobre el pan y sobre la copa expresan la magnitud de lo que quería hacer en la cruz:
entregarse por los suyos, por todos los hombres, por el mundo, con un amor sin medida.

III.2. Marcos nos ofrece la tradición que se privilegiaba en Jerusalén, mientras que Lucas y Pablo nos ofrecen,
probablemente, «las palabras» con la que este misterio se celebraba en Antioquía. En realidad, sin ser idénticas,
quieren expresar lo mismo: la entrega del amor sin medida. Su muerte, pues, tiene el sentido que el mismo
Jesús quiere darle. No pretendió que fuera una muerte sin sentido, ni un asesinato horrible. No es cuestión de
decir que quiere morir, sino que sabe que ha de morir, para que los hombres comprendan que solamente desde
el amor hay futuro. La Eucaristía, pues, es el sacramento que nos une a ese misterio de la vida de Cristo, de Dios
mismo, que nos la entrega a nosotros de la forma más sencilla.

EL TIEMPO ORDINARIO

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


SEGUIR A JESUS ES SENTIRSE “LLAMADOS”

Los textos de este domingo IIº del Tiempo Ordinario nos presentan el tema de la “vocación”, de la
llamada. Sabemos que Jesús llamó a algunos de los discípulos que le siguieron. Pero la llamada es para todos, no
solamente para privilegiados o para perfectos. Sin vocación la vida no tiene sentido y menos una vida
“religiosa” si ésta la entendemos como don y como gracia. Porque también hay que saber recibir los dones y las
gracias.

Iª Lectura: 1º Samuel (3,3-9.19): Habla Señor, que tu siervo escucha

I.1. La lectura de Samuel nos relata la vocación profética de Samuel, el niño que la madre consagró a Yahvé
como prenda por haberle concedido el don e la maternidad. Pero no basta, para ser un profeta u hombre de
Dios, que nuestros padres nos destinen a ello. Hace falta una “llamada”, la vocación, y la respuesta más personal
a la palabra de Dios. Samuel, que sería un profeta que habría de conducir al pueblo hasta la llegada de David,
vivía con el sacerdote Elí en el santuario donde estaba depositada el arca de la Alianza. Los hijos de Elí, por el
contrario, no seguirían los pasos de su padre, no heredarían su carisma; al contrario, sería Samuel el llamado
por Dios para ser su profeta; porque el profetismo no se hereda, ni es una institución que se aprenda, sino que
hay de descubrirla.

I.2. La vocación de Samuel se describe con rasgos propios de las leyendas antiguas, en las que se oye la voz de
Dios. En el silencio, en la noche. Es una experiencia fascinante que no le deja dormir al muchacho. Estima que es
Elí quien le llama, y es éste quien se da cuenta que es Yahvé quien está por medio en todo este asunto. Y así el
maestro le enseña a decir a discípulo, no como un rito, sino como el don de la propia vida: «habla, Señor, que tu
siervo escucha». Escuchar la voz de Dios en la vida personal es un verdadero reto, que no todos saben afrontar.
Elí, el viejo sacerdote-profeta, tiene experiencia de Dios y se la comunica a alguien que está en disposición de
ello; lo contrario de lo que sucede con sus hijos. No es lo mismo vivir con “vocación” que sin ella. Esta vocación
se descubre de muchas formas y de muchas maneras: unas veces buscando y otras sin que sepamos por qué. Es
evidente que estamos hablando en el contexto de una experiencia religiosa extraordinaria, lo que es respetable.
Debemos ser capaces de ver a Dios, de escucharle si queremos, en las realidades de nuestra vida personal y de
los que nos rodean. No habrá vocación, sin embargo, si no estamos dispuestos a escuchar a Dios.

IIª Lectura: 1Corintios (6,13-15.17-20): El cuerpo revela nuestra interioridad

II.1. La segunda lectura está tomada de 1ª Corintios, una carta muy compleja desde muchos puntos de vista. Y
para comprender esta carta y este texto de hoy debemos conocer algunas cosas de aquella comunidad de la
capital de Acaya, en la que Pablo se empeñó a muerte en su misión de apóstol y en ofrecer una identidad
verdaderamente cristiana a esta comunidad. Se trata de un texto que debemos saber contextualizar y conocer
por qué lo escribe San Pablo. Corinto era una ciudad famosa por su santuario a Afrodita, la diosa del amor, al
que acudían gentes que llegaban a la ciudad doblemente portuaria desde las regiones lejanas y limítrofes. El
hecho de la prostitución sagrada era una perversión del amor y de la sexualidad humana según san Pablo.
Precisamente por ello el apóstol hace una teología del «cuerpo» humano, que no es la carne y la sangre, aquello
que nos llevará a la muerte; sino de lo más interior a nosotros mismos, que es lo que no podemos entregar a la
irracionalidad. La “antropología” bíblica que subyace en esta concepción del cuerpo del texto paulino es
manifiesta: no es dicotómica, dualista, sino es una realidad única: interior-exterior, alma-cuerpo.
II.2. Esto, probablemente, lo escribe Pablo, porque algunos convertidos al cristianismo no veían inconveniente
en participar en esos ritos sagrados de la sexualidad, y por ello afronta la cuestión desde la clave más profunda
de la fe cristiana: la resurrección de los cuerpos, que volverá a afrontar en el c.15 de esta misma carta. La
sexualidad forma parte de nuestro ser; si la entregamos al comercio y a lo irracional, pierde todo el valor
positivo que el Creador ha puesto en ella; la reducimos a la animalidad. Pero ni lo irracional, ni lo animal están
llamados a la resurrección. El cuerpo no es simplemente lo exterior, lo que se ve, lo que se gasta: el cuerpo lleva
en su seno el misterio de la persona, de la interioridad, de la misma libertad. Por eso si entregamos nuestro
cuerpo a cualquiera o a cualquier cosa, eso es una idolatría. Es decir, estaremos sometidos a los ídolos, que no
son más que irracionalidad y ceguera. La actualidad de este tema hoy, sabemos que se puede cifrar en entregar
nuestro cuerpo, nuestra persona, nuestra mente y nuestra voluntad a la droga o al dinero. También aquí, con
esta simbología del “cuerpo”, se sugiere la verdadera dignidad de nuestra vocación humana y cristiana.

Evangelio: Juan (1,35-42): ¿Dónde habitas?

III.1. El evangelio de hoy nos presenta la forma en que Jesús acogió a sus primeros discípulos. No se hace por
medio de una llamada concreta de Jesús, - como sucederá después con Felipe, Jn 1,43ss-, sino de otra forma
distinta. Probablemente en el evangelio de Juan hay una intencionalidad manifiesta: el paso de los discípulos
del Bautista a Jesús. Es una escena que viene después de la presentación que Juan el Bautista ha hecho de Jesús
a sus seguidores. Por eso, como respuesta inmediata, dos de esos discípulos (uno de ellos se identifica como
Andrés, el hermano de Pedro), se interesan por la vida de Jesús. De ahí la pregunta: “Maestro ¿dónde habitas?”.
No es necesario entrar en la cuestión del “otro” discípulo, que, desde luego, no es necesario identificar con el
discípulo amado, y tampoco a éste con Juan el hijo del Zebedeo en cuanto autor de este evangelio, como muchos
han defendido y siguen defendiendo. El evangelista subrayaba así que Juan el Bautista había cumplido su
misión; ésta había terminado, y sus seguidores debían atender a aquél que él llama el «Cordero de Dios». No
podemos establecer con seguridad los puntos históricos de esta narración. No sabemos a ciencia cierta si eso
fue así, ya que la tradición de los evangelios sinópticos parece más primitiva y nos habla de la llamada directa
de Jesús a Pedro y a su hermano Andrés, para que dejaran sus redes y le siguieran.

III.2. ¿Dónde vivía Jesús? No se nos dice en el relato, porque su intención es poner de manifiesto que su modo
de vida es lo que se describirá a lo largo del evangelio. Han visto ya algo que fascina a estos discípulos, para
dejar al Bautista y seguir a Jesús, y comunicar la noticia al mismo Pedro. Con ello, el Bautista no se encuentra
desairado, porque en otro momento él mismo dice: «es necesario que El crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30).
Así, pues, una vez que Juan el Bautista ha cumplido la misión que le correspondía –según se piensa en la
tradición cristiana que Juan, como los sinópticos, recoge-, llega el momento de “seguir” a Jesús, de vivir con él,
de contemplar su morada. El simbolismo del evangelio joánico enriquece verdaderamente esta escena sobre la
iniciativa de los discípulos. No los ha llamado el Maestro, pero Juan sí les ha trazado el camino. A veces, alguien
puede descubrirnos nuestra “vocación”; lo importante es saber discernir y poder dedicarse a ello.

III.3. El encuentro de Pedro, con Jesús, es presentando en Juan de una forma muy particular, distinta a los
sinópticos. Aquí se adelanta su hermano Andrés en su decisión a seguir al Maestro. Pero lo que importa siempre
es la disposición. El que Pedro reciba un nombre nuevo “Kefas” (piedra), con todo lo que ello significa, forma
parte también del misterio vocacional. Un nombre nuevo es un destino, un camino, una vida nueva, una misión.
Todo esto está sugerido en esta escena vocacional. Desde luego, aceptar a Jesús, su vida, su ideas y su
experiencia de Dios, no puede dejarnos donde estábamos antes. Todo ha de cambiar, sin que haya que exagerar
actitudes espirituales o morales. Seguiremos a Jesús y su evangelio, y volveremos a sentir la necesidad del
perdón y de la gracia, porque la debilidad nos acompaña siempre. Pero con un nombre nuevo se nos dice que el
horizonte de nuestra existencia es Aquél que trae la luz y la vida al mundo, como se pondrá de manifiesto en
todo el evangelio joánico.

TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


LA CONVERSION AL EVANGELIO, UN NUEVO MODO DE VIDA

Iª Lectura: Jonás (3,1-5.10): Todos pueden convertirse…


I.1. La liturgia de hoy nos ofrece como primera lectura un texto del libro de Jonás, el profeta que debía ir a la
Nínive de los asirios, prototipo del pueblo opresor, para predicar la conversión. Este libro, que ha recibido
muchas interpretaciones, probablemente vio la luz en los tiempos postexílicos de Esdras y Nehemías, cuando
aparece una política religiosa de xenofobia. El que se elija Nínive, la capital del imperio Asirio, es un dato muy
curioso, ya que es el símbolo del imperio que destruyó Israel, el reino del norte, con Senaquerib. Por lo mismo,
cuando se escribe este libro no existía ya el imperio asirio; el autor, pues, hace una ficción con objeto de
exponer ideas teológicas: el profeta se dirige a los opresores de todos los tiempos para llamarlos a la
conversión.

1.2. No se trata de una conciencia misionera de universalismo todavía, sino que se empeña en poner de
manifiesto que Dios está abierto a todos, incluso a los opresores. Esta es una afirmación dura, pero nos muestra
que para Dios nada hay imposible. Desde luego, el mensaje también es para el pueblo de Israel o para todos los
que desde la seguridad de su religión piensan que Dios debe castigar como castigamos nosotros. Israel también
debe convertirse a un Dios que es capaz de perdonar a los enemigos de su pueblo. Este es el mensaje del texto
de hoy: la conversión, como un cambio de mentalidad radical.

IIª Lectura: 1ª Corintios (7,29-31): Este mundo pasará…

II.1. La segunda lectura es un texto en el que se refleja la tensión escatológica del cristianismo primitivo, y de
Pablo muy concretamente. Es un texto que está en el famoso c. 7, que es una respuesta de Pablo a lo que le han
preguntado sobre el matrimonio y la virginidad. Se necesitarían más precisiones y matices sobre la cuestión
literaria de este c. 7. E incluso no sabemos quiénes son los que piensan que es bueno no casarse, ni tener
relación con mujer. Se ha hablado de una corriente gnóstica llevada hasta el extremo en algún grupo de la
comunidad de Corinto como desprecio del cuerpo y de lo humano. Esta es una “vexata quaestio” que no se
resuelve fácilmente. Lo que Pablo propugna es que los cristianos casados deben vivir como tales, y los que han
elegido la “virginidad” sean consecuentes. Cada uno debe vivir según su elección, y ninguna vida es más
perfecta que la otra. Porque el referente es Dios y cada uno tiene que vivir su experiencia cristiana con sentido,
en armonía y en libertad.

II.2. El texto de la lectura de hoy pretende hacer ver a su comunidad que las preocupaciones de este mundo,
muy frecuentemente, nos hacen olvidar otra dimensión muy importante de la vida. Porque todos, casados o no,
tenemos que vivir un mundo de armonía, de espiritualidad, de esperanza. La vida cristiana tiene en su entraña
una tensión escatológica que hay que sabe vivir entre el “ya” y el “todavía no”. La experimentan unos y otros,
porque este mundo tira de nosotros y a veces nos atrapa. Este texto, hoy, podemos entenderlo muy bien,
acostumbrados como estamos a vivir las tensiones de nuestra época. Ya no existe preocupación por el final del
mundo, pero vivir radicalizados en las prisas, el consumismo, la productividad, anula el equilibrio humano, la
necesidad de la sabiduría interior y la felicidad verdadera.

Evangelio: Marcos (1,14-20): Convertirse es creer en el Evangelio

III.1. EL evangelio de hoy, de Marcos, tiene dos partes. La primera (vv.14-15), un sumario o síntesis, centrada en
lo que es el programa de Jesús cuando vino a Galilea: el evangelio de Dios. Jesús viene a proclamar buenas
noticias -eso significa evangelio-, de parte de Dios. Ello supone, pues, el anuncio de un tiempo nuevo y la llegada
del Reino de Dios. El segundo elemento determina al primero: el tiempo es nuevo porque el reino de Dios ha
comenzado. El tiempo es nuevo porque la soberanía de Dios sobre las miserias del hombre ha de ponerse de
manifiesto. Este es el empeño fundamental de Jesús: hacer posible que ese Reino, que no es un territorio, ni un
poder violento o material, llegue a los hombres. Dios se compromete profundamente, por medio de Jesús, en
hacer posible ese Reino de liberación y de gracia. Pero también, por nuestra parte, se necesitan respuestas:
convertíos y creed en el evangelio. Eso es lo que Jesús pedía y eso es lo que se nos pide aún. Ser cristianos, pues,
debe significar que en este mundo de miserias, el evangelio como buena noticia para los que sufren está en
acción.

III.2. Si analizamos a fondo este sumario, podremos darnos cuenta de su importancia. El redactor lo pone al
principio de todo, de la predicación de Galilea, porque está convencido de que cuando Jesús comienza a
predicar ha llegado el tiempo nuevo tanto tiempo esperado por el pueblo de Israel. Y el tiempo es nuevo,
porque Jesús trae “buenas noticias” de parte de Dios, lo que se centra en ese concepto abarcante del “reino o
reinado de Dios” (basileia tou theou). Jesús quiere decir que es Dios quien toma las riendas de esta historia, y ya
no deben ser los hombres “soberanos” y “reyes” quienes han de imponer a otros sus caprichos y sus leyes. Dios
entrega salvación y liberación por medio del profeta de Galilea. Hacía mucho tiempo que no se oía una voz
profética en Israel, porque los “soberanos” de turno lo habían impedido. La soberanía de Dios también
implicaba que se oyera una voz profética para interpretar la historia de las miserias humanas de otra forma y
de otra manera.

III.3. ¿Qué se pide a cambio de este tiempo nuevo? ¡Conversión! Que no es simplemente “hacer penitencia”. Si
traducimos de esa manera el verbo que está a la base del texto (metanoéô) le habremos quitado su sentido
primero y principal: cambiar de rumbo, de camino, de horizonte, de mentalidad. Convertirse, pues, no es
vestirse de saco y de ceniza. En Marcos, en el evangelio, en la predicación de Jesús, significa precisamente tomar
una actitud nueva, una mentalidad creadora. Y es el segundo término el que mejor lo define: (unido a la
conversión por un kai –y- “explicativo”) “creer en el evangelio”- Creer es “confiar” en las buenas noticias que
vienen de parte de Dios. Esa es la conversión primera y fundamental. Sin eso no hay conversión, aunque nos
vistamos de saco y ceniza.

III.4. La segunda parte del texto evangélico de hoy describe la llamada a ser discípulos (vv. 16-20) y también
pone de manifiesto varias cosas: el evangelio siempre ha contado con testigos, desde el principio, que forman
una comunidad. El anuncio del evangelio provoca decisiones personales, creando comunidad y fraternidad.
Jesús no es un solitario que anuncia ideas extrañas, sino algo que llega al corazón de los hombres, hasta el
punto de dejar su modo de vivir por la causa del Reino. Los que le siguen sentirán con él una experiencia nueva
de vida, para anunciarla a los otros («os haré pescadores de hombres»). No se trata simplemente de un Rabí
que tiene discípulos para que aprendan, sino que todo eso lo deben invertir en los demás. Jesús se impone en su
llamada, pero dejando libertad. El «sígueme» de Jesús, de su evangelio, es una palabra creadora, no es doctrina,
no son ideas, sino que provoca un estilo de vida. Esta primera llamada de los discípulos, aunque conocidos, no
debe interpretarse como el relato histórico de lo que sucedió realmente, aunque en cierta forma lo es; sino que
pretende ser el apoyo directo de la reacción al anuncio de las buenas noticias del evangelio predicado por Jesús
en Galilea.

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


JESUS ENSEÑA CON “AUTORIDAD” LIBERADORA

Iª Lectura: Deuteronomio (18,15-20): El anhelo de un “profeta” verdadero

I.1. La primera lectura es un texto de los llamados “programáticos” en la teología deuteronomista, una teología
de inspiración profética, que habría de dar como fruto una reforma en tiempos del rey Josías (621 a. C). Porque
el libro del Deuteronomio sirvió como apoyo a los israelitas piadosos, que trasladados a Judá después del 721 a.
C., traerían sus mejores tradiciones religiosas. Estos habrían de influir en algún círculo profético, que ponía su
mente y su corazón en una vida más concorde con la Alianza que Dios hizo con Moisés en beneficio del pueblo.
Aunque ahora ciertas cosas nos parezcan tradicionales, en aquél entonces eran verdaderamente renovadoras
frente a los círculos del poder religioso, social y político.

I.2. En este texto se nos habla de la comunicación directa con Dios y de la transmisión de su palabra. En él se
presenta a Moisés como mediador, pero anuncia un profeta definitivo que llevará a plenitud esa comunicación
con Dios. Es un texto que ha venido a ser muy sugerente y del que se han valido casi siempre los que esperaban
mucho más de la religión del Israel. El “profeta” no está definido y se presenta como verdadera alternativa al
mismo Moisés. No está definido el profeta, porque es una misión de mucha envergadura. Los cristianos, de una
forma muy particular, lo aplicaron a Jesús. Para muchos autores el texto de la sinagoga de Nazaret de Lc 4,16ss
tiene algo de ello, aunque sea otro texto, Is 61,1-2, el que lo sustenta realmente.

I.3. Israel siempre suspiró por ese profeta definitivo, escatológico, pero no supo verlo en el momento adecuado.
Es un texto que debe contemplarse como la gran alternativa a magos, adivinos, vaticinadores, etc.. El profeta no
es ese tipo de hombres, ni desempeña esa función, como muchas veces se ha interpretado erróneamente. Su
sintonía con Dios radica en saber escuchar sus palabras en lo más profundo de su ser, y de rastrear su impronta
en la historia de los hombres. Es verdad que ha habido profetas verdaderos y profetas falsos, pero el pueblo ha
sabido distinguir perfectamente entre unos y otros.

IIª Lectura: Iª Corintios (7,32-35): Para dedicarse a las cosas del Señor…

II.1. La segunda lectura es un texto que continúa con el tema de las preocupaciones de este mundo, como en el
domingo pasado. Le han preguntado a Pablo algunas cosas desde la comunidad de Corinto y debe responder
sobre el particular: ¿qué sentido tiene la virginidad, el no casarse con respecto al matrimonio? (7,1-40). ¿Qué es
lo mejor para un cristiano o una cristiana? El contexto de lo que significaba el celibato y el desprecio de la mujer
en una ciudad con fama de libertina, como era Corinto, no se puede obviar a la hora de valorar el conjunto.

II.2. Elegir el celibato con objeto de estar más libre para las cosas del Señor: predicación, compromiso
comunitario… no debe significar un grado de perfección o un desenfoque desmesurado de la vida cristiana.
Pablo habla desde su experiencia personal: si hubiera estado casado no podría haber trabajado de la misma
manera en la predicación y en la fundación de comunidades, con desplazamientos e incluso con persecuciones
por el anuncio del Reino… Pero su experiencia personal e intransferible no puede ser modelo legítimo más que
para aquellos o aquellas que quieren dedicarse con absoluta libertad a esta causa. Fuera de ello, dedicarse al
Señor y al Reino en la vida familiar es posible y necesario, pero no sería legítimo abandonar esas obligaciones
que en el texto se llaman “del mundo” y que debemos entender como las cosas perentorias de la vida de cada
día. Y entre ellas complacer al esposo o a la esposa y a los hijos

II.3. Sobre este texto se ha hablado mucho con respecto a la mentalidad ascética de Pablo. Desde luego, no
podemos decir que el apóstol considera la vida célibe como más perfecta que la vida matrimonial, pero llama la
atención sobre el hecho de que los que elijan no casarse -se está hablando de cristianos/as-, lo hagan con la
intención de dedicar su tiempo y su esfuerzo a la causa del evangelio, ya que las personas casadas han de
atender a las necesidades de la familia; sus preocupaciones por lo necesario para una familia son más fuertes.
La vida no matrimonial deja más libertad para las obligaciones religiosas. Sin embargo, eso que Pablo escribió
en la perspectiva de un final que se esperaba (es el texto inmediatamente anterior), cambia radicalmente en
nuestro mundo y en la visión actual del matrimonio y la familia cristiana, porque todos los cristianos, casados o
no, estamos llamados a dedicar nuestra vida a la causa del reino.

Evangelio: Marcos (1,21-28): Las Buenas noticias de Dios, “desdemonizan”, es decir, liberan.

III.1. El evangelio de Marcos nos presenta la primera actuación de Jesús después de haber llamado a los
discípulos. Entran en Cafarnaún y después en la sinagoga. Este es un relato que forma parte de un conjunto
teológico, formal y literario, que se conoce como la “jornada de Cafarnaún (1,21-3,6)”. El evangelio de hoy es
digno de consideración y de reflexión porque casi siempre se ha leído de una forma neutral o insustancial. Pero
esta escena tiene mucho de programa en el evangelio de Marcos. Cuando en Mc 1,14-15 se anunciaba el tiempo
nuevo, es ahora cuando se va a describir por qué es verdaderamente nuevo y cuál es su alcance. Los personajes
son la “gente” y un “endemoniado”, es decir, los sencillos y los oprimidos. No tendría sentido que tratemos de
identificar la “patología” de este enfermo, porque yo considero que la “patología”, además de psicológica, viene
a ser espiritual y teológica y, por lo mismo, no menos humana.

III. 2. Comienza en el día del sábado, dedicado al descanso para escuchar la palabra de Dios. Varias cosas
debemos retener de esta narración: Jesús es invitado a comentar las Escrituras, y desde el comienzo, su
enseñanza provoca la admiración, con toda seguridad por lo que dice. La gente le reconoce «autoridad»
(exousía), cuando sabemos que Jesús no se había formado a los pies de un rabino, sino que todo lo sacaba de sí
mismo, desde su experiencia interior. Ello pone de manifiesto que está en sintonía profética con Dios, y, por lo
mismo, que se está cumpliendo lo previsto en el texto de Dt 18. Debemos entender que aquí la autoridad tiene
ese sentido de fuerza profética que no se puede aprender en escuela alguna ni con ningún maestro de la ley. Al
principio y al final del relato el coro de la gente se hace testigo de algo nuevo e inaudito. El “exorcismo”, como
centro del relato, es la excusa “histórica” para que la gente respire con la llegada de este profeta a la sinagoga.

III.3. Le gente intuye que no es un comentador ramplón de textos de la Ley o de los Profetas, sino un verdadero
creador de buenas noticias, con las que ha de enfrentarse a todas las situaciones (en cumplimiento de Mc 1,14-
15). Es verdad que el texto no nos dice lo que Jesús hablaba, porque el objetivo en este caso es poner de
manifiesto la “fuerza” liberadora y salvadora de su palabra en aquel personaje misterioso que se siente
provocado por la explicación que Jesús hace de la Escritura. No sabemos si está comentando un texto de la
Torah (de la ley) o de los profetas, como sucede en la narración de Lucas, en Nazaret (Lc 4,16ss). Pero el
espíritu del relato apunta claramente al mismo tenor de las buenas noticias, por las que al hombre “enfermo” le
aflora lo “endemoniado” que siempre había creído ser, como le habían enseñado tradicionalmente los
“teólogos” y terapeutas de siempre.

III.4. La mentalidad de la época sobre el “endemoniado” debe tenerse muy en cuenta a la hora de leer e
interpretar este relato. La palabra profética de Jesús hace que de aquél hombre salgan sus males, su misma
mentalidad demoníaca, que le había provocado la “doctrina” tradicional y a-teológica de los encargados de la
sinagoga. Es muy posible que algunos interpreten la capacidad de Jesús para enfrentarse como un
psicoterapeuta al enfermo… pero sería demasiado técnico este asunto, Hay un trasfondo religioso y teológico,
que no podemos olvidar. Si era un enfermo, estaba pagando alguna falta; esa era la tesis tradicional en el
judaísmo de la época. ¿No era eso para endemoniarse? Jesús, pues, rompe barreras; pone de manifiesto la
falsedad de una teología que atribuye a Dios lo que es de los hombres, de sus mentalidades cerradas y
anquilosadas en el pasado y en un Dios sin corazón. Su interpretación hace de la sinagoga un verdadero ámbito
de libertad, donde se escuchan palabras de vida y no de muerte.

III.5. En este relato tan particular se enfrentan dos mundos, el del enfermo y endemoniado con su doctrina y su
mundo roto en mil pedazos y el del Jesús, el profeta que, de parte de Dios, anuncia un tiempo nuevo. Incluso los
enfermos se resisten a dejar de ser lo que eran, o los que los otros querían que fueran. Su venganza es decir
quién es Jesús, el “santo de Dios”, y esto en el evangelio de Marcos es como romper “el secreto mesiánico” que
solamente había de revelarse en el fracaso de la cruz (allí lo hará un centurión pagano, Mc 15). Pero ya aquí se
adelanta algo del triunfo de Jesús. Al revelar el “endemoniado” quién era Jesús, estaba poniendo de manifiesto
que era capaz de reconocer la mano de Dios, como la gente, donde los encargados y dirigentes de la “palabra” y
de las cosas de Dios solamente se ocupaban de condenar y de privar de dignidad y libertad a las personas. Este,
y no otro, es el sentido de este relato que, sin duda, tiene cosas históricas de la praxis de Jesús de Nazaret. Pero
lo más importante son sus significaciones, expresadas simbólicamente y no por ello menos reales, para los que
acogen el mensaje nuevo de Jesús: las buenas noticias de parte de Dios, liberan psíquica y espiritualmente.

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


EL EVANGELIO FRENTE A LAS MISERIAS DE LA VIDA

Iª Lectura: Job (7,1-4.6-7): Esperar contra toda esperanza

I.1. La primera lectura, del libro de Job, es lo que se ha llamado, con acierto, el lamento del “taedium vitae”, el
canto de la miseria que nos rodea en las situaciones más pesimistas de nuestra existencia. Para expresarlo, el
autor, un sabio que se asoma al mundo que nos rodea para observarlo en profundidad, recurre a tres oficios
duros y difíciles: la vida como un servicio militar y una disciplina inhumana, como esclavo que trabaja de sol a
sol y como jornalero que aspira al final de la jornada para recibir salario y descansar como en un oasis. Es
verdad que muchos viven así, quizás con el sentido escéptico de que no queda más remedio; sin valorar el
mismo misterio de la vida, de lo que significa abrir los ojos y vivir esta vida… que a veces es hermosa y otras,
desde luego, no lo es.

I.2. Job, quien vive el drama de una vida sin esperanza, como una lanzadera que va hacia la muerte, expresa los
sentimientos de muchos hermanos nuestros que viven situaciones semejantes. Al final del libro tendrá que
enfrentarse con Dios, y éste le hará ver que la vida, así tal como la hemos hecho y tal como queremos vivirla, no
ha salido de sus manos. Él nos has creado para la felicidad. Pero para ello, alguien (Jesús en el evangelio) y
nosotros, ahora, tenemos que romper la espiral de la fuerza negativa y caótica que ello supone. Hay que esperar
contra toda esperanza. Job no entiende, -porque la vida eterna estaba lejos de haberse hecho un sitio en la
teología de Israel-, de que al final sus ojos sí podrán ver la dicha deseada.

IIª Lectura: Iª Corintios (9,16-19.22-23): La pasión por el evangelio


II.1. La lectura de la carta a los Corintios no solamente es la contrarréplica al anti-evangelio de Job, sino a todo
lo que sea una llamada a lo más negativo de nosotros mismos. Pablo ha recibido la misión de anunciar el
evangelio, buenas noticias, y ello, no es un oficio que requiera salario, sino que lo entiende como un don para
ganar a todos los hombres. Él sabe que eso no se paga, que no vale dinero, sino que es una gracia del que lo
llamó a ser apóstol de los paganos y de todos los hombres. En otro momento él apunta la necesidad que tienen
los evangelizadores de ser acogidos en sus necesidades por la comunidad, pero aquí Pablo está defendiendo su
libertad más personal, la misma que nace del evangelio para no callar y para llevar a los hombres el mensaje de
la salvación.

II.2. ¿Se puede dejar de anunciar el evangelio porque esta vida es como es? ¡De ninguna manera! Esta confesión
personal de Pablo, escrita, desde luego, con retórica, viene a hablar de la “paga” de predicar el evangelio. ¿Cuál
es? Ninguna objetivamente hablando. Porque incluso Pablo no ha elegido este camino, esta misión o este
“oficio”. Lo ha elegido Dios mismo, en Cristo, que se lo ha impuesto. Ha perdido incluso su libertad, aunque
podría decir que no. Esta es una forma de hablar y por eso decimos que está construido el texto con retórica.
Pero esa es la pura verdad. Predicar el evangelio se ha convertido para él en una tarea cuya “paga” es el mismo
evangelio, es decir, la buena noticia que hay en sus entrañas. ¿Quién da más? ¡Nadie! Esto se ha convertido en
una pasión por nada; una pasión que le lleva incluso a cambiar su psicología personal para que el evangelio le
llegue a todos. Al final, lo sabemos, la paga es la pasión por el evangelio.

Evangelio: Marcos (1,29-39): El evangelio “cura” las miserias

III.1. El evangelio de hoy es la continuación de lo que se había iniciado el domingo pasado con la actuación de
Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Y lo que quiere ponerse de manifiesto es que aquella enseñanza liberadora
que se hizo en el ámbito del lugar sagrado y en el día del sábado, no puede quedar petrificado allí. En la vida de
cada día, enfermedad, muerte, opresión -como ha entonado desesperadamente Job-, nos acechan
continuamente, pero Jesús ha venido para traer el evangelio liberador. Con su actitud desafiante, que se relata
aquí como un ciclo de actuaciones de su vida, está poniendo en su sitio lo que debe ser el mensaje liberador de
las buenas noticias. La enfermedad no es consecuencia del pecado; lo más santo y sagrado no esta cegado para
nadie; Dios mismo busca a todas estas personas para llevarles esperanza. Eso es lo que significa esta jornada,
jornada teológica, por otra parte, de Jesús en Cafarnaún.

III.2. La enseñanza con autoridad (exousía) de la que se hablaba en la escena de la sinagoga ha salido, pues, de lo
sagrado y llega a la vida de cada día. Lo sagrado, lo religioso, lo espiritual tiene que ser humano. A Jesús, con
fama de taumaturgo, le llevan todos los enfermos. Ya se sabe lo que es la gente para estas cosas y más en
aquella sociedad y con aquella mentalidad. Pero no se trata solamente de la pura milagrería, sino de la pasión
por ser feliz que todos llevamos en nuestro corazón. Jesús rompe todas las normas, entra en las casas, toca a los
enfermos, aunque sean mujeres, sale a las puertas de la ciudad. La fuerza irresistible de evangelio, así lo ve
Marcos, ya no la pueden manejar las autoridades a su antojo. Las sanaciones de Jesús se explican en las
coordenadas de aquella mentalidad popular. Jesús “enseña” que hay que sanar a los enfermos (hoy lo hace la
medicina) y una sanación “milagrosa” no tiene por qué ser más importante que lo que Dios quiere que se haga
por el conocimiento de la naturaleza. Pero Dios pide, para todos los curados y liberados de sus males, una fe y
una esperanza que es la fuerza del evangelio.

III.3. El evangelista Marcos sabe que Jesús tenía que buscar una fuerza poderosa en la oración y en la intimidad
con Dios, para decir y hacer lo que hizo en aquella “jornada”: ir a las casas, a los lugares públicos como la puerta
de la ciudad, para liberar a los hombres de sus males. Ese y no otro, es el proyecto de Dios. Y aunque Jesús
aparezca aquí como un taumaturgo, o algunos lo confundan con un milagrero que busca su fama (sus mismos
discípulos así lo entendieron al principio), Jesús sabe retirarse para buscar en Dios la fuerza que le impulse a
llevar el evangelio por todos los pueblos y aldeas de Galilea. En definitiva, el evangelio está frente a las miserias
de la vida. Se ha hecho notar, con razón, que Jesús viene de parte de Dios como solidario con nuestras miserias.
Pero además, en una lectura más en profundidad se nos muestra a Jesús luchando contra un sistema de vida y
de ideas: los enfermos, los pobres, los marginados nos evangelizan; a ellos se acerca Jesús y con ellos nos llega a
nosotros el evangelio.

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


EL EVANGELIO FRENTE A LA MARGINACION SAGRADA

Iª Lectura: Lev 13,1-2.44-46: La lepra, entre higiene y maldición religiosa

I.1. El sentido de la primera lectura (Lev 13) no puede ser otro que ponernos sobre la pista de una ley de pureza
que pretendía mantener a los hombres que padecían la enfermedad de la lepra fuera del ámbito de lo sagrado y
de la identidad más radical del pueblo de Dios, del pueblo de la alianza. No se puede considerar que todo lo que
la Biblia llama lepra corresponda a la famosa y técnica “hanseniasis” (el mal de Hansen). Es verdad que los
Israelitas debían ser santos como su Dios era Santo, mandato que se refería a ser limpios física y moralmente
(Lev 11,46 y 20,26). Las medidas higiénicas concernían a la convivencia social (Dt 23,15 y Lev 19,11-18); la
construcción de sus ciudades y campamentos (Dt 23,9-14; Lev 11,1-33), basureros, dotación de agua, cuidado
del cuerpo, así como de aspectos laborales y del descanso (Dt 16,24.25), y otros. Se practicó el aislamiento de
enfermos contagiosos (Lev 13) mediante la desinfección de ropa, objetos, instrumentos y casas por medio de la
fumigación, el lavado o la ignición (Lev 20,26; Lev 14,32- 47).

I.2. Sin embargo, la injusticia o lo inhumano de una ley como ésta se explica porque todo el mundo sabe que
esta patología siempre ha sido una enfermedad de marginación, o como hoy diríamos, tercermundista. Es
verdad que siendo contagiosa podía afectar puntualmente a otras personas. De hecho, en la Biblia tenemos el
caso sintomático en Naamán el sirio (2 Re 5,1-27), que quizás no era técnicamente lepra, al que se acerca el
profeta Eliseo para mostrar que para Dios no hay distinción en lo que se refiere a las miserias, de entre los que
pertenecen al pueblo de la Alianza y los paganos. Es ahí donde debemos incidir a la hora de leer este relato de
hoy que ha de ser clave para la interpretación del evangelio.

IIª Lectura: Iª Corintios (10,31-11,1): La fuerza de los débiles en la comunidad

II.1. La comunidad de Corinto era una comunidad compleja, lo sabemos. Pablo tuvo que combatir en muchos
frentes, ante muchas situaciones: es el caso de los que eran fuertes, abiertos, capaces de compartir su fe y su
vida con no cristianos sin darle mayor importancia. Los otros, los “débiles” no lo entendían o no lo querían
entender. El contexto de este texto en el que Pablo mismo se presenta como “modelo” de inculturación pastoral
es muy sugerente. Está enmarcado en 1Cor 8,1-11,1 que ha dado pie a muchas opiniones, ya que trata de la
postura que han de mantener los cristianos en una ciudad pagana como Corinto, con sus templos, sus dioses,
sus sacrificios y otras cosas. Cómo tienen que vivir los cristianos en esta situación, ¿”a lo corinto” o, por el
contrario, con un puritanismo rayano en el fundamentalismo del gueto?

II.2. El texto de hoy insiste sobremanera en la actitud de Pablo de ser predicador del evangelio. Frente a su
mensaje liberador, no se entiende que los hombres estemos divididos y asustados por preconcepciones y
actitudes que reflejan las divisiones de la sociedad; esas divisiones que consagra este mundo no pueden
mantenerse frente al evangelio. Pablo sabe que hay débiles en la comunidad, pero se extraña, y mucho, que esos
débiles, luego sean fuertes para las cosas que no merecen la pena en lo que se refiere a lo religioso y a lo
sagrado. La lectura más en sintonía con los objetivos de Pablo es que muchas veces nos escandalizamos de
cosas que afectan a lo sagrado, y nos mantenemos indiferentes frente a injusticias, envidias y frente a los
pobres.

Evangelio: Marcos (1,40-45): Liberar a los marginados, praxis del Reino

III.1. Es el último episodio de la “praxis” de la famosa jornada de Cafarnaún, antes de pasar a las disputas (Mc
2,1-3,6). Quiere ser como el “no-va-más” de todo aquello a lo que se atreve Jesús en su preocupación por los que
sufren y están cargados de dolor, de miseria y de rechazo por una causa o por otra. En cierta manera es un
milagro “exótico” por lo que implica de que, quien fuera curado de una enfermedad como la lepra, tenía que
presentarse al sacerdote para ser “reintegrado” a la comunidad de la alianza. Los leprosos eran “muertos
vivientes”, privados de toda vida de familia, de trabajo y de religión. El leproso cae de rodillas delante de Jesús
(gonypetôn/gonypetéô=pedir arrodillado). Es verdad que nos encontramos ante un hecho taumatúrgico sin
discusión, pero es mucho más que eso. Incluso en razón de las exigencias de Lev 13-14, no basta con ser curado,
sino que este hombre debe ir al sacerdote, es decir, al templo para que de nuevo recupere la identidad como
miembro del pueblo elegido de Dios. Pero Jesús, con su “acción”, ya está haciendo posible todo ello; ha ido más
allá de lo que le permitía la ley; se ha acercado a la miseria humana, la ha curado pero, sobre todo, la ha acogido.
III.2. El relato evangélico está planteado, con mucho acierto, al final de la actividad de Jesús en esa jornada de
Carfarnaún que nos ha venido ocupando los últimos domingos. La narración sigue un proceso liberador, en el
que se ponen de manifiesto las actitudes de los hombres y los pensamientos de Dios. Un leproso, como ya
hemos dicho, estaba excluido de la asamblea del pueblo de la alianza y debía presentarse al sacerdote, en el
templo, en Jerusalén, el centro del judaísmo y de las clases poderosas. Aunque todo comenzara siendo una “ley
de sanidad”, como en Israel todo se sacralizaba, se llegó a dogmatizar de tal manera, que quien estaba afectado
por ella, era un maldito, pasando a ser una “ley de santidad”. Ya hemos dicho que esta es una enfermedad de
pobres y marginados. Nadie, pues, se acercaba a ellos: su soledad, su angustia, sus posibilidades ¿quién podía
compartirlas? Es el momento de romper este círculo infernal.

III.3. Jesús, que trae el evangelio, va a enfrentar a los hombres de su tiempo con todo lo que significa marginar a
los pobres en nombre de Dios. Jesús se acerca a él, le toca (expresamente se dice que extendió la mano y le tocó,
lo que implicaría que desde ese instante Jesús también quedaba bajo la ley sagrada de la contaminación); pero
le cura y, con una osadía inaudita, le envía al sacerdote (a los que representan lo sagrado y el poder) para que
sea un testimonio contra ellos y contra todo lo que pueda sacralizar las leyes sin corazón. El evangelio es un
escándalo y pone de manifiesto eso de que los pobres nos evangelizan. Dios, pues, se hace vulnerable. Nos
encontramos, pues, ante la fuerza poderosa de un “sistema” que debe ser vencido por la debilidad del evangelio.
Lo lógica del sistema que está detrás de esa ley de santidad-sanidad, es la de autoconservación, hasta el punto
de ser inexorable. Con esas realidades se encuentra Jesús en su vida y tiene que hacer opciones como las que
aquí se muestran. La fuerza del Jesús taumaturgo, o médico, pasa a un segundo plano frente a su opción por los
que viven día a día la miseria a la que son reducidos todos los desgraciados.

III.4. En este relato de Marcos no es menos sugerente el mandato de Jesús de que no diga nada a nadie y el poco
caso que hace de ello el “leproso” curado. El “secreto a voces” lleva la intencionalidad de este evangelista,
porque pretende poner de manifiesto que más importante que la aceptación por parte del sacerdote de su
curación, es proclamar (se usa, incluso, el verbo kêrýssein, que es propio del anuncio del evangelio en el
cristianismo primitivo) que ha sido Jesús, el profeta de Galilea, quien le ha llenado el alma y el corazón de
gratitud y de acción de gracias a Dios. La ley, aquí, frente al evangelio, también queda mal parada y, en cierta
forma, anulada. Y si queremos, podemos ver que el “leproso” curado, ni siquiera va al templo, al sacerdote (el
texto, desde luego, no lo explicita y yo opino que intencionadamente); no le hace falta, porque el evangelio que
Jesús trae en sus manos es más que esa religión que antes lo ha marginado hasta el extremo.

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


LO NUEVO, SIEMPRE VIENE DE DIOS

Iª Lectura: Isaías (43,18-19.21-22.24-25): Lo de Dios siempre es nuevo, nunca viejo

I.1. El texto del Deuteroisaías está lleno de virtualidades significativas. Un profeta como éste sabe muy bien que
el pueblo necesita un futuro y éste está en las manos de Dios, solamente en las manos de Dios. El pasado
glorioso de Israel no le va a valer de nada si el pueblo no se confía a Dios de nuevo. La memoria narrativa, que
es tan valorada en las tradiciones ancestrales y populares, tiene que valer de impulso a algo nuevo, pues de lo
contrario puede llegar la muerte, la esclavitud; podría ocurrir que estemos pensando que hay vida cuando no es
así. El texto es hermoso pero radical. Mirar al pasado con nostalgia sería inútil si no somos capaces de
comprender que a Dios no lo podemos manejar a nuestro antojo. Se necesitan ojos nuevos para un futuro nuevo
y salvador.

II.2. Es eso lo que quiere expresar el texto profético, especialmente en los vv. 24-25: se trata de la parte del
reproche que Dios hace por boca del profeta. Israel se ha acostumbrado a un dogma divino y salvífico y no
entiende que la iniciativa es de Dios. Incluso las expresiones literarias de los verbos hebreos están cargadas, en
forma causativa, de reproches, porque es como si hubieran querido someter a Dios a esclavitud (verbo hebreo:
´abad = “hacer esclavo”, “someter como vasallo”) y han hartado a Dios, lo han cansado (verbo hebreo: yaga´)
como si Dios fuera su esclavo o su siervo. Pero la protesta de Dios por boca del profeta es contundente: “Soy yo,
y sólo yo, quien por mi cuenta borro tus delitos, y dejo de recordar tus pecados” (v. 25). La iniciativa de la
misericordia, de lo nuevo, es de Dios, porque de Dios siempre podemos esperar lo mejor, lo extraordinario, lo
inaudito.
IIª Lectura: IIª Corintios (1,18-22): El “sí” del apóstol a su comunidad

II.1. El “sí”, el “amén” de Pablo y sus colaboradores a la comunidad de Corinto toma su ejemplo del “sí” de Cristo
a la humanidad. Este pequeño texto es la “captatio benevolentiae” de Pablo a una reconciliación con la
comunidad en la que se han sembrado sospechas y malentendidos. Forma parte de una pequeña y última carta
de Pablo a esta comunidad después de haber pasado por malos momentos. Pero no hay mayor gozo para un
“apóstol” que decir “sí” a su comunidad, una comunidad que él ha engendrado en el evangelio de Cristo por
medio del Espíritu.

II.2. El “no”, desde luego, no ha existido si entendemos que Pablo hubiera querido ignorar o renunciar a esta
comunidad de Corinto. ¡De ninguna manera! Si alguien les ha dicho alguna vez que Pablo ya no los quiere, no los
ama, entonces es que habría perdido el sello de su apostolado que Dios le encomendó en nombre de Jesucristo y
por medio del Espíritu. Que se cure la comunidad de sus sospechas. Un “apóstol” de verdad, aunque nazcan
incomprensiones, no dice “no”. Los falsos maestros o los falsos profetas, puede, pero Pablo y los suyos tienen a
Cristo como el “sí” divino del que se alimentan.

Evangelio: Marcos (2,1-12): Lo nuevo de Dios: el perdón gratuito

III.1. Hoy el evangelio de Marcos nos presenta lo que se ha llamado un relato “contracultural”, porque la cultura
humana y religiosa de su ambiente no podían soportar todo lo que en esta narración se pone de manifiesto. Es,
por tanto, la cultura “contracultural” del evangelio vivo que trae el profeta de Galilea: algo nuevo,
absolutamente nuevo. Por eso viene muy bien el texto de la primera lectura de hoy (Is 43,18ss). La curación del
paralítico que es llevado por cuatro personajes desconocidos, con una “gran fe”, pone de manifiesto que el
mensaje del evangelio en Galilea está rompiendo moldes. Es el comienzo de una serie de disputas que se
engarzan todas ellas en una continuidad narrativa y teológica sin precedentes (2,1-3,6) para mostrar la fuerza
de su palabra, el mensaje liberador de las conciencias, la curación de enfermedades interiores que tienen a los
hombres hundidos y sin capacidad para confiar en lo nuevo de Dios.

III.2. Los simbolismos del relato no son de menor importancia. El perdón se va a ofrecer al “paralítico” en una
“casa”, no en la sinagoga o en el templo, que serían un marco más adecuado para la cultura religiosa de
entonces. No deberíamos dejar de lado este detalle de la “casa”, por lo que en ella se ha de realizar: ahí
concretamente llega el perdón y la liberación del paralítico. Todavía no era una casa “iglesia”, como es ahora el
lugar tradicional que podemos visitar en Cafarnaún. No hay sitio en esa casa (eran muy pequeñas) para
introducir una camilla, pero los que la llevan tienen fe (confianza) como para trasladar montañas. Puede que en
el fondo del relato “histórico”, los portadores del paralítico estuvieran poseídos de ese fanatismo popular y
milagrero de aquellas gentes. Pero el relato de Marcos pretende decir otra cosa bien distinta: se trata de la fe
verdadera que hace posible el milagro del Dios vivo y verdadero que cura el alma y el corazón de los que están
sometidos. No han podido entrar por la puerta, como las personas normales, porque alguien “tapa” esa puerta
de la casa, el gentío, y entre ellos especialmente, los “letrados” que todo lo controlan y están a la que salta para
que el profeta de Galilea no embauque a los que ellos dominan desde hace tiempo. La religión nueva que trae el
profeta puede cambiar todo y por eso “tapan” el camino al que está “paralítico” en todo, en el espíritu y en el
cuerpo. Los que le acompañan no se rinden y deciden romper las normas y hacer una puerta “nueva” por el
techo.

III.3. Un salto cualitativo se da ahora: “tus pecados te son perdonados”, afirma Jesús; es lo primero y definitivo
del relato. No dice, en primer lugar, levántate y toma tu camilla. ¿Por qué? Podríamos hacer varias
interpretaciones, pero nos parece que la más coherente con el redactor es porque Jesús no vino a curar
enfermedades físicas, aunque lo hiciera. En aquella mentalidad, quien padecía enfermedad de ese tipo o había
nacido disminuido, era casi un maldito, tenía alguna razón para padecerla y era como un castigo o el pago de
una deuda de él o de los suyos (tesis teológica tradicional). ¡Era demasiado! En el Reino que Jesús anuncia había
que deshacer este nudo gordiano y demoníaco, ¿cómo? Perdonando los pecados gratuita y generosamente.
Porque no era verdad y no es verdad que las enfermedades sean castigos de Dios. Esa doctrina, ese dogma, se
suponía intocable para los letrados y para las clases dominantes de la religión y de la sociedad que eran los
mismos. Lo nuevo, pues, es que había que comenzar por curar el alma, el interior, la conciencia, y “deificar” a los
desgraciados y marginados. En esto le va la vida a Jesús, porque ese es el signo del Reino.
III.4. Al final de todo esto podemos subrayar una cosa: desde el punto de vista exegético, un relato de milagro
de Jesús se ha convertido, lo ha convertido el redactor Marcos, y previamente la tradición popular, en una
controversia sobre el perdón de los pecados que podía tener otro contexto distinto en la vida de Jesús. Esto es
lo que hace precisamente que el mensaje de este tipo de relatos (“una controversia”) mantenga vivo su valor
teológico, espiritual y catequético. Lo nuevo en este caso es que el “Hijo del hombre” perdona los pecados en
nombre de Dios y no hay ¡blasfemia! en ello. Decir “hijo del hombre” es una afirmación del “yo” de Jesús, pero
del yo personal y humano, porque él se presenta como hombre; era en ese momento Jesús de Nazaret, el
profeta de Dios en Galilea.

III.5. Y como la figura simbólica del Hijo del hombre también hace referencia a todo hombre, entonces cada vez
que nosotros nos perdonamos los unos a los otros se realiza el milagro de la reconciliación y del perdón de
Dios. Por eso concluye el relato muy acertadamente: ¡jamás habíamos visto cosa igual! Pero esto no sólo por la
curación física (como normalmente se piensa), sino por el perdón gratuito de Dios que Jesús ha revelado. Esto
es muy importante en las consecuencias catequéticas que debemos inferir, para mostrar el valor que tiene
entre nosotros el que debemos perdonarnos los unos a los otros. Cuando nosotros nos perdonamos, entonces
Dios nos perdona, de lo contrario… tampoco surte efecto el perdón de Dios. Por ello debemos apreciar muy
mucho la eficacia de este perdón “extra-sacramental” efectivo (sin desprecio alguno al sacramento eclesial de la
penitencia y a su valor litúrgico y celebrativo), que se apoya en las mismas palabras del Padrenuestro:
“perdónanos nuestras ofensas… como nosotros perdonamos…”. Pues esa figura del “hijo del hombre” podemos
ser cada uno de nosotros frente al hermano ofendido (paralizado y humillado) y necesitado de nuestro perdón.

III.6. También llama la atención la insistencia en que el paralítico tome su camilla y la lleve a su casa. La
“semiótica” nos habla de “casa a casa”; tiene que llevar a su casa el símbolo de su peso, de su pecado, que
durante tanto tiempo le ha esclavizado a una situación incomprensible. Muchas veces habrá lanzado
maldiciones sobre su vida, sobre su situación, sobre su mala suerte y sobre los suyos, a los que habrá ofendido
de una u otra manera. El llevarse la camilla hasta su casa es el símbolo que podemos leer en el relato de cómo el
“perdón” se extiende de casa en casa, para anunciar lo nuevo de parte del evangelio. En realidad, a la presencia
de Jesús, lo habían llevado unos desconocidos que confiaban en las palabras liberadoras y salvíficas que le
habían oído al profeta de Galilea… Ahora es el paralítico quien tiene que trasmitir esa liberación de “su camilla”,
ese perdón que ha recibido, a su casa, entre los suyos que han sifrido con él. No es solamente la alegría de una
curación física… sino el perdón que debemos otorgarnos entre nosotros.

VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


LO NUEVO DEL EVANGELIO, DEBE LIBERAR DE VERDAD

Iª Lectura: Oseas (2,16.17b.21-22): Dios siempre comienza de nuevo

I.1. Este poema de amor (Oseas 2) del profeta puede ser una experiencia personal vivida por él con su esposa
(todavía se sigue defendiendo en la interpretación actual), pero más bien es una creación de alcance para
describir la relación entre Dios y el pueblo de Israel. El profeta se mete en las entrañas de Dios, se adentra en su
seno materno, en su corazón de esposo, enamorado “a morir” de la esposa: Israel. ¿Cómo es posible que se
describan así unas relaciones religiosas? Es verdad que se necesita mucha sensibilidad y ternura; y a la vez,
poseer mucha valentía teológica para expresarse como lo hace el profeta. Presentar a un varón arrepentido y
capaz de cambiar la dureza y la venganza por poemas de amor, casi nunca es fácil en el amor herido. Esto le da
al texto del poeta-profeta una originalidad y una envergadura inusitadas: estamos hablando de una teología
afectiva. Y cuando la teología no es así, tampoco lo es la religión.

I.2. Dios, dice el profeta, volverá a “desposarse” de nuevo con su mujer que lo ha abandonado por otros dioses
del entorno pagano. El verbo que usa el texto tiene el sentido de desposar a una joven-virgen, en los vv. 21-22
como si nada hubiera pasado, cuando precisamente la joven ya no es tal, sino que ha estado con otros “dioses”.
El enamoramiento divino es un comenzar de nuevo, como si nada hubiera pasado, cuando han pasado ¡tantas
cosas! Pero en el verdadero amor esta es la única solución y realidad. En amores inferiores no es posible la
complacencia. Se recuerdan los tiempos primeros, cuando Israel, el pueblo, en el desierto, no tenía otro apoyo
que Dios mismo y estaba en sus manos. Esta es la propuesta que ahora hace el profeta para comenzar una
nueva historia de amor. Dios, cuando perdona, da la oportunidad de comenzar, de estrenarse, de enamorarse
como si fuera la primera vez. Lo viejo, lo antiguo, lo malo ha pasado, comienza algo nuevo. Eso será lo que
también se nos proponga en el evangelio.

IIª Lectura: 2ª Corintios (3,1b-6). La comunidad, carta del Espíritu escrita por el apóstol

II.1. En esta lectura de la 2Cor, Pablo, frente a adversarios que llegaron con cartas de recomendación a la
comunidad que él había fundado, se muestra como el verdadero apóstol o emisario. El apóstol interpela a la
misma comunidad, la cual es el testimonio vivo y eficaz de lo que ha hecho por ellos. No llegó a Corinto con
cartas de recomendación, como sin duda llegan ahora esos adversarios, después de lo que la comunidad ha
sufrido en Corinto frente a los mismos judíos y paganos. ¿Qué carta de recomendación es necesaria para quien
les ha llevado el evangelio vivo del que ha nacido la misma comunidad? Por eso Pablo se expresa así en una de
las imágenes más logradas (3,2-3). Por ello debemos resaltar: 1) que la comunidad es la carta viva que
recomienda al apóstol o a los apóstoles; 2) es una carta escrita en los corazones que todos pueden leer; 3) es,
ante todo y sobre todo, una carta de Cristo que tiene como “secretario” (aunque no se utilice este término) al
apóstol o emisario; 4) es una carta escrita en el Espíritu, no con tinta (mélani), es decir, que puede borrarse con
el tiempo, como la que portan consigo los adversarios.

II.2. Efectivamente, los vv.4-6 plantean con toda solemnidad lo que se está discutiendo de fondo. Si antes se ha
interpelado a la comunidad como testigo, ahora se recurre a Dios y a Cristo. Dios, pues, es quien capacita y
autoriza al apóstol para ser servidor de una nueva alianza, que no es algo que pueda estar escrito (grámmatos),
sino que se realiza en el Espíritu, ya que lo escrito (bien en tinta o bien en tablas de piedra), mata, lleva a la
muerte, mientras que el Espíritu da vida (dsôopoiei). En esto, sin duda, Pablo y su escuela se han valido en esta
reflexión de Jr 31,31ss (en realidad se ha seguido el texto de los LXX, y consiguientemente debemos hablar en
este caso de Jr 38,31ss.). La alianza nueva escrita en los corazones delatan las expresiones del texto del profeta.
Este es un conjunto midráshico (eso significa, pues, una relectura actualizada de textos del AT), concretamente
del texto del Éxodo sobre la revelación de la ley en el Sinaí (cf Ex 24,12; 31,18; 34,28-29) que, a su vez, viene
enriquecido con la argumentación del profeta Jeremías.

Evangelio: Marcos (2,18-22): El evangelio es un vino nuevo que no cabe en odres viejos

III.1. Este relato, tercero de las famosas controversias de la jornada de Cafarnaún, tiene como marco una
comida y una discusión sobre el ayuno. Es un conjunto que está compuesto de distintos elementos, en cierta
medida dispares. Deberíamos tener en cuenta que la discusión sobre el ayuno no es lo mismo que las palabras
de Jesús sobre los “viejo y lo nuevo”, aunque al final todo cobra su sentido, ya que el ayuno de fariseos y
discípulos de Juan representa el tipo de religión externa, antigua, mientras que vivir del evangelio es
verdaderamente “lo nuevo”. Hay un trasfondo histórico en todo ello, porque no podemos olvidar que algunos
discípulos de Juan, que defendían a su maestro y lo veneraban, pasaron a ser cristianos y tuvieron que “pasar”
también a ver las cosas nuevas que Jesús marcó respecto del Bautista. La referencia al ayuno cristiano, cuando
el esposo les será “arrebatado”, obedece, sin duda, a las discusiones, no del tiempo de Jesús, sino de la
comunidad primitiva frente al judaísmo.

III.2. Compartir la mesa era una forma de compartir intimidades y proyectos. Por eso los fariseos no invitaban a
su mesa sino a personas definidas y bienpensantes. Jesús era invitado y asistía sin remilgos allí donde le
invitaban. Su fama de “comilón y bebedor”, no obstante, es una maldad propia de los que querían
desprestigiarle, porque Jesús pasaría muchos días sin comer ni beber anunciando el Reino de Dios por pueblos
y aldeas. Aquí Jesús va a salir en defensa de los discípulos, probablemente porque esta escena está retocada en
razón de las discusiones que se dieron en el seno de la misma comunidad cristiana primitiva. La tensión
judaísmo, discípulos de Juan y cristianismo, influye en la elaboración actual de nuestro texto, antes de que el
redactor de Marcos lo haya asumido como controversia sobre la fuerza liberadora del evangelio.

III.3. La nueva doctrina de Jesús, con autoridad (exousía), de la que se hablaba en la sinagoga de Cafarnaún (Mc
1,21ss), marca aquí un clímax que resulta bastante evidente. Después de haber hablado del perdón de los
pecados como primera acción de la predicación del evangelio y de la llegada del reinado de Dios, se quiere
poner de manifiesto también la alegría que ello produce en los que comparten la mesa, la casa y la misma vida
con Jesús. El es el novio que ya está presente para siempre entre los suyos, aunque lo quitarán de en medio, y
nos enseña que una humillación ante Dios consistente en cosas externas, como el ayuno, sirve solamente para
producir tristeza. El ayuno es aquí el símbolo de unas estructuras que reflejan un tiempo viejo impuesto por los
fariseos -ayunaban lunes y jueves-, para ganarse el favor de Dios. Lo que Jesús propone es creer en el evangelio,
algo que rompe todos los esquemas religiosos. Es el tiempo de una mentalidad nueva, inaudita, que llega con
Jesús. Para ganar el favor de Dios hay que compartir con él su mesa y su vida: esa es la verdadera religión. Ahí
está la presencia del Dios vivo en “alguien” que sabe compartir una experiencia nueva de vida con los que lo
necesitan. Y él y los que le siguen, están construyendo una humanidad nueva, que no puede encerrarse en odres
viejos.

III.4. Los de fuera (los escribas y los fariseos están “fuera”, para no contaminarse, pero están siempre al acecho),
saben que eso va en contra de todas las normas religiosas de la humanidad, de todos los grupos. Pero jus-
tamente así es como se quiere poner de manifiesto la novedad del evangelio, que está fuera de todos los
esquema con los que se funciona en este mundo: el acceso a Dios se hace por otros caminos, de otras maneras,
con otros sentimientos, dejando que sus proyectos los revele Él, sin que se impongan desde una teología sin
corazón. También los cristianos “judaizantes”, que siempre los ha habido y los habrá, tienen que aprender que
no pueden quedarse “fuera” al acecho de lo mal que lo hacen los que están con Jesús compartiendo su mesa, su
vida, su alegría y su preocupación por la causa del evangelio. Esto, sin duda, está presente en el texto del
evangelio de hoy y no debe pasar desapercibido.

IX DOMINGO
LA RELIGIÓN DEBE SER VIDA PARA NOSOTROS

Iª Lectura: Deuteronomio (5,12-15): El significado del Sábado

I.1. No existe una teoría o un consenso para explicar el origen del sábado en la tradición bíblica. En la Torá del
AT nos encontramos con dos Decálogos (Ex 20,3-17 y Dt 5,7-21). Y entre sus preceptos está el cuarto que se
refiere a la santificación del sábado (el shabat judío); sobre ello se centra nuestra lectura. Si nos asomamos al
texto del Éxodo 20,8-11 y al Deuteronomio 5,12-15 sobre el sábado nos podíamos preguntar: ¿Qué matices
proponen cada decálogo? Se apunta a acontecimientos bíblicos diferentes. En el caso del Éxodo el sábado está
unido especialmente con el acto divino de la creación del mundo (cf Gn 2,1-3); en el Deuteronomio el sábado
enlaza, no con la creación, sino con la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Una comparación
cuidadosa de los textos muestra que, en ambos casos, también los siervos deben descansar el sábado. En
Deuteronomio, las palabras acerca del descanso de los siervos actúa como la transición para recordarles a los
hebreos su esclavitud en Egipto. De este modo, así como se les dio en un sentido "descanso" de su trabajo, ellos
debían dar también descanso a sus siervos.

I.2. Si leemos el Salmo 92 valoraremos también el sentido y la teología del tema. El Sábado, pues, tiene una
teología como día de acción de gracias por la creación, por la vida, por la existencia; e incluso el sentido de una
liberación, cuyo "tipo" es la liberación de la esclavitud de Egipto y del trabajo despiadado. El trabajo es
necesario, bueno… pero existe otra dimensión y otros valores de la vida que pueden tenerse en cuenta en esta
teología y espiritualidad del sábado. Ya sabemos que los cristianos hemos trasladado todo ese sentido del
shabat judío al domingo cristiano. Y esos valores espirituales se reinterpretan desde la nueva Pascua y la nueva
libertad que va más allá de la muerte. El trabajo de cada día, hoy, no deja lugar a esa otra dimensión de la vida, a
la interioridad, a Dios, a la comunidad religiosa de la que formamos parte e incluso a la familia y los hijos. La
tradición bíblica interpreta el sábado como el día dedicado a la "santidad", y aunque esto lo debamos descubrir
hoy en una dimensión antropológica y espiritual distinta, debemos darle todo su sentido.

IIª Lectura: IIª Corintios (4,6-11): La grandeza de la debilidad del ministerio apostólico

II.1. Es un texto de defensa del ministerio apostólico frente a unos adversarios. El contexto general lo tenemos
en 2Cor 4,7-5,10; es una unidad literaria bien definida. Estamos ante una de las páginas más hermosas que
jamás se hayan escrito sobre el papel y la misión que tiene aquél que ha sido elegido, “por misericordia”, para
anunciar el evangelio. Porque este evangelio es su tesoro, pero ese tesoro se lleva en “vasos de barro” (v.7).
Pablo se dedica, no obstante, a mostrar el misterio de la debilidad humana en el anuncio de la “gloria” de Dios.
Es como la otra cara de la moneda a todos los efectos. Porque no son poderosos los elegidos para el ministerio.
Como dejará bien claro después, están sometidos a más peligros y dificultades de lo que algunos piensan. Por
eso comienza con esa afirmación poética de los “recipientes de barro” o de arcilla. Ni siquiera ha elegido el
cristal trasparente, que también es muy vulnerable. Pero el barro o la arcilla expresan mejor lo que el apóstol
quiere confidenciar: el tesoro oculto en la rudeza y la debilidad del barro. El cristal, aun siendo débil, es
trasparente y no ocultaría el misterio. Es, desde luego, una metáfora “polisémica y paradójica”, porque
normalmente no se esconde un tesoro en vasos de barro a causa de su precariedad. Aunque es precisamente
por esa paradoja por lo que la metáfora en Pablo tiene toda su fuerza. Se trata, pues, de mostrar la debilidad de
la persona, pero que lleva a cabo un ministerio que es todo un tesoro.

II.2. ¿Por qué se ocupa Pablo ahora de la debilidad del ministro de la nueva alianza, el que anuncia el evangelio
de la salvación?, ¿Es necesario? Desde luego que sí, ya que Pablo no supera a Moisés como persona. No puede
estar pensando eso, y nunca lo insinúa. Pero Moisés debía “velar” su rostro y el servidor del evangelio debe ir a
cara descubierta. No es el ministro de la nueva alianza más grande que el de la antigua; pero sí lo es el
ministerio y el mensaje. No obstante, la experiencia personal sí es distinta, precisamente por lo que el ministro
de la nueva alianza hace presente con su servicio: la gloria de Dios se hace presente ahora por el evangelio que
anuncia; es ese, en definitiva, el tesoro que lleva consigo. La retórica le impone, pues, una apología de la
experiencia personal que debe hacer captar toda la atención de la comunidad. Porque es precisamente el
ministerio, el suyo y del sus colaboradores, lo que está siendo vituperado de alguna manera en el seno mismo
de la comunidad que ha nacido de ministros como ellos. Por eso se necesita el elogio de la debilidad del
ministro, del apóstol, del emisario, para resaltar más el papel que desempeña; es decir, la fuerza de la debilidad,
en expresión de lo que se dirá en 2Cor 12,9.

II.3. Para hablar de este ministerio (en los vv.8-9) se apunta una lista de calamidades con las que se quiere
ilustrar la metáfora del vaso de barro. Pero esas calamidades no destruyen -se entiende que por la ayuda y la
acción de Dios-, ese vaso de debilidad que es el apóstol que predica el evangelio. Es decir, el tesoro, que es el
evangelio o el mismo servicio del evangelio, hace posible que el apóstol o los apóstoles no vivan angustiados
(stenochôroymenoi), ni desesperados (exaporoymenoi), ni abandonados (egkataleipómenoi), ni perdidos
(apollymenoi). Se trata de un catálogo que algunos han comparado con las adversidades que relatan los
filósofos cínico-estoicos. Pero la verdad es que no está hablando de una propuesta de ataraxía o
imperturbabilidad por parte de Pablo, sino que es una descripción de identificación con el misterio de Cristo,
para poder participar así también, con esperanza, del triunfo de la resurrección.

II.4. Si los adversarios, de alguna manera, se han cebado en la debilidad de Pablo, la teología reivindicativa del
misterio de la debilidad ministerial, a imagen de la vida de Jesús, da respuesta adecuada a los oponentes. No es
la debilidad un elemento en contra, sino que viene a ser un signo de experiencia reivindicativa del apóstol
verdadero. Esta es, a su vez, carta de identidad del ministerio de la nueva alianza, que no solamente ha de
anunciar la muerte y la resurrección de Jesús, sino que asume también el vivir el “mysterium mortis” como
autentificación. En la medida en que el apóstol muere por el anuncio del evangelio, por el evangelio mismo, la
comunidad experimenta el “mysterium vitae”. De la misma manera que la resurrección es como un parto de la
muerte, así también el ministerio apostólico que entrega, muriendo, el evangelio de la salvación de Dios, es un
parto maternal a una vida nueva que acontece en la misma comunidad. El apóstol muere por el evangelio, que
es el tesoro encerrado en su cuerpo, en su historia personal, en sus trabajos y fatigas, en sus persecuciones y en
la misma incomprensión de la comunidad que le discute su verdadera misión.

III. Evangelio: Marcos (2,23-3,6): La verdadera religión está al servicio del hombre

III.1. Jesús tuvo un mensaje definitivo como alternativa del Reino a la religión judía y a sus grupos. El
acontecimiento del evangelio no es simplemente una reforma a medías, sino que es algo escatológicamente
definitivo. Sobre ello se quiere insistir en orden a poner de manifiesto las consecuencias liberadoras de la
religión evangélica. Sobre el fondo semiótico espacio-temporal del sábado, que ya había sido usado en la
primera escena del conjunto (Mc 1,21ss), se quiere proclamar que el sábado o la religión, que es lo mismo en
este caso, están al servicio de la humanidad. Si el sábado es el signo de la elección de Israel en algunas
tradiciones judías, no se entiende que haya podido convertirse en una pesada carga. Los discípulos que van con
Jesús, que comparten su camino y su vida, como hemos venido repitiendo, entienden que pueden coger espigas
y comerse sus granos, porque el sábado es un día de alegría y un canto al Creador. El mismo Jesús participa de
esto, pues él va caminando en sábado, sin preocuparse de lo que en este caso le está permitido. Jesús no
descansa ni en sábado de anunciar el evangelio, y por eso a los suyos les está permitido comer lo que la ley les
prohíbe.

III.2. Los fariseos, como en el trasfondo, sin exponer sus rostros, sin decir de dónde vienen ni a dónde van,
porque ellos nos tienen la libertad de caminar, hacen preguntas que son leyes insoportables. Están ahí, pero sin
estar, para controlar la libertad del evangelio. Ellos quieren amargar la alegría de los "caminantes" en la
libertad del acontecimiento del Reino. No entienden que a Dios se le honra de una manera nueva. La narración
pone de manifiesto que tanto Jesús y los suyos, corno David y sus hombres, se encuentran ante la libertad de
romper la ley. Este es el tema clave: la libertad del sábado, la libertad de la religión, la libertad humana como
derecho inalienable. Jesús predica, y su doctrina hace crecer la libertad interior cara a Dios y frente a las leyes
que mandan honrarlo. De ello se infiere claramente una enseñanza inaudita: la religión debe proporcionar
libertad, o de lo contrario se convierte en una ley insoportable. Efectivamente, no se trata ni de abolir la
religión, ni el sábado, ni las leyes que lo configuran, sino de permitir que el hombre en todo esto siga siendo él
mismo, y el que decide cómo buscar y dar honra a su Creador. Porque el hombre que es esclavo del legalismo
religioso no ha entendido que él es más importante que la religión, simplemente porque así lo ha decidido el
Creador. Los que deciden por otros cuál debe ser el bien del hombre, sin tener en cuenta el evangelio,
posiblemente no saben respetar la libertad creadora.

III.3. De nuevo nos encontramos en la sinagoga, como en Mc 1,21, desde donde arranca todo este proceso
dramático (Mc 1,21-3,6); se trata de una jornada teológica. Ésta está a punto de llegar a su cénit en esta
antítesis paradigmática de hacer el bien o hacer el mal. Ahora, el centro de todo es un hombre que tiene la mano
paralizada, seca, y que Jesús sitúa en medio de la sinagoga para que puedan elegir todos entre el bien y el mal,
entre la vida y la muerte. Aquel hombre, justamente por estar en la sinagoga, lugar de la palabra, de la oración,
representa muchas cosas en este caso, y todos lo saben, aunque parezca que existe una indeterminación de
personajes y de significaciones. Todos están al acecho, esperando la oportunidad, y Jesús se va directamente al
asunto, que es más importante para él y para su causa que para los mismos escribas, fariseos, hombres. Ahora
no se especifica, ya es todo el mundo el que espera la oportunidad de que Jesús rompa las leyes establecidas
para la convivencia del sistema religioso, inventado por algunos y aceptado por casi todos. Y no se dan cuenta
que aquel hombre de la mano sin vida es el ejemplo de sus vidas y sus historias.

III.4. Jesús pregunta, provoca, estimula, anuncia: ¿Está permitido en sábado hacer el bien hacer el mal, salvar
una vida o matar? No puede haber respuesta, porque la respuesta sería el final de las leyes que ellos mismos se
han impuesto. Es un silencio de muerte, el silencio de la “pôrôsis tês kardías” (dureza, obstinación del corazón)
de la maldad casi absoluta de los que ven que el evangelio rompe sus esquemas en mil pedazos. El silencio de
los que ven que ya no pueden manejar al pueblo con las leyes religiosas que asustan. El silencio de los que
quieren ser neutrales, pero teniendo mucho que perder. El silencio más pernicioso, el de la obstinación, porque
no quieren aceptar que Dios tiene sus propios proyectos, sus propias maneras de salvar y de amar. Aquí está en
juego toda la causa de Jesús, que es la del evangelio. Aquí hay que decidirse entre la vida y la muerte. Jesús, en
aquel hombre, le está ofreciendo la verdadera alternativa, la única posible, al judaísmo. Aquel hombre es su
mismo retrato, la sequedad de su religión. La obstinación, sin embargo, los dejó no sólo indecisos, sino
imposibilitados para el bien. La mirada airada de Jesús está absolutamente justificada, porque les ha ofrecido la
libertad, lo que más les une a Dios, y han preferido las cadenas.

III.5. Desde estos planteamientos, se comprende perfectamente que su suerte está echada, y así se encarga de
verificarlo el texto: “Y saliendo los fariseos, al instante se confabularon con los herodianos contra él, para acabar
con él” (3,6). Se trata de dos mundos representados en estos dos grupos, el poder religioso simbolizado en los
fariseos y el poder político en los herodianos (posiblemente la policía de Herodes Antipas de Galilea). Es un
adelanto de lo que al final sucederá en Jerusalén, cuando se unan el Sanedrín y el poder romano para darle
muerte. En función de la coherencia de todo el relato narrativo de Marcos, lo que Jesús trae como evangelio,
como Buena Noticia, se convierte en su persona en un signo de contradicción. El evangelio sirve para liberar las
conciencias oprimidas por el pecado, o para liberar a la misma religión de todos sus aspectos angustiosos y
siniestros. Para Jesús, como el sábado, se convierte en misterio de muerte. El verdadero evangelio pasa por la
cruz, no por necesidad divina, sino por necesidad de los esquemas y las estructuras de este mundo.

X DOMINGO
LA FUERZA SANADORA Y LIBERADORA DEL REINO

Iª Lectura: Génesis (3,9-15): El egoísmo del pecado

I.1. Esta lectura (que se usa en la fiesta de la Inmaculada) es la manifestación teológica de un autor llamado
"yahvista” que se limita a poner por escrito toda la tradición religiosa de siglos, en ambientes culturales
diversos, sobre la culpabilidad de la humanidad: Adán-Eva. Hoy ya se acepta claramente que no es necesario
entender todo esto como si se tratara de una sola pareja humana. Los simbolismos del relato nos permiten todo
eso y más, ya que científicamente el monogenismo no resiste un anális coherente. El pecado, pues, nos abruma,
nos envuelve, nos fascina, nos empapa en libertad desmesurada, hasta que vemos que estamos con las manos
vacías, desnudos y sin nada de lo que pensábamos que íbamos a conseguir fuera de lo que Dios quiere.
Entonces empiezan las culpabilidades: la mujer, el ser débil frente al fuerte, como ha sucedido en casi todas las
culturas. Y por medio aparece el mito de la serpiente, como símbolo de una inteligencia superior a nosotros
mismos, o de una oscura fuerza que puede con nosotros, que no es divina, pero que parece.

II.2. El mal siempre ha sido descrito míticamente. Pero en realidad el mal lo hacemos nosotros y lo proyectamos
al que está frente a nosotros, especialmente si es más débil, según la una visión cultural equivocada. ¿Quién
podrá liberarnos de ello? Siempre se ha visto en este texto una promesa de Dios; una promesa para que
podamos percibir que el mal lo podemos vencer, sin proyectarlo sobre el otro, si sabemos amar y valorar a
quien está a nuestro lado; en este caso el hombre a la mujer y la mujer al hombre, y así sucesivamente, grupos
familiares, pueblos, razas. Todos estamos convocados a amar el bien y a trasmitirlo… pero desgraciadamente
nuestros caminos su tuercen. Sólo Dios puede garantizarnos lo mejor y debemos tenerlo en cuenta, acogerlo,
obedecerle, buscarlo siempre.

IIª Lectura: IIª Corintios (4,13-5,1): La muerte se va transformando en vida

II.1. El tema "escatológico" que plantea Pablo en este momento de 2Cor es de verdadera trascendencia. El
apóstol está más abierto que nunca a su propia muerte y ya no está preocupado por la "Parusía" (como se
puede constatar en 1Tes y en 1Cor), porque siente que su vida como persona y como apóstol se gasta poco a
poco. Por ello no va a echar mano de un planteamiento filosófico, sino de la experiencia personal que todo
creyente debe tener con Jesucristo, con su muerte y su resurrección. Pero más aún, el “emisario” del evangelio
debe estar en disposición de vivir esta vida en Cristo: entregarse a la muerte, para que los otros vivan de ese
evangelio. Así se dice clara y manifiestamente en 4,12: “de este modo, la muerte acontece (energeitai) en
nosotros, y en vosotros la vida”. Significa que mientras el apóstol, por causa del evangelio, va gastando su vida,
en esa medida siembra vida en la comunidad que acoge ese mensaje. Pablo ha expresado esta identificación con
Cristo en otros momentos, como en Gál 2,20 o en Flp 3,7-11. Pero el hecho de que ahora apoye su ministerio en
el kerygma: muerte y resurrección de Jesús, es porque sirve extraordinariamente a la metáfora paradójica del
“vaso de barro” y del “tesoro”. El predicador del evangelio, pues, experimenta personalmente la soteriología en
su doble dimensión de muerte y de vida. No se puede vivir sino muriendo, de la misma manera que Cristo no ha
podido resucitar o “ser resucitado”, sino pasando por la debilidad de la muerte. Si todos los cristianos, pues,
tienen que acoger esta experiencia soteriológica de identificación con Cristo, no puede ser menos el apóstol que
está encargado de este ministerio.

II.2. De ahí que el apóstol ligue su suerte y su salvación a la de la comunidad. Es lo que va a expresar con el
apoyo, además, de una fórmula de resurrección: “aquel que resucitó (egeíras) a Jesús, nos resucitará (egerei)
con Jesús y nos presentará juntamente con vosotros” (4,14). Esta fórmula primitiva de tono apocalíptico, sin
duda, parece retocada por Pablo en esa última parte al unir su futuro al de la comunidad. Lo cual se confirma
con creces en 4,15, ya que ha vivido y vive esta experiencia personal-apostólica para que la comunidad pueda
alabar a Dios. Es una de las páginas escatológicas de Pablo, probablemente la más alejada del comienzo, de 1Tes
4 e incluso de 1Cor 15, y la que más ha dado que hablar en torno a los conceptos escatológicos de la vida
después de la muerte, juntamente con Flp 1,22-25. La conciencia de la nékrôsis, es decir, de la afirmación de la
experiencia de la muerte, bajo la imagen de la casa y del vestido, es una aportación sustancial vivida como
persona y como apóstol. Las dos cosas, pues, son inseparables. Debemos apostar por leer aquí una persuasión
de Pablo de que ya no es necesaria la Parusía como en 1Tes 4,15. En el horizonte de su vida y bajo los
sufrimientos, la enfermedad, su misión mira al futuro, no solamente desde el punto de vista existencial, sino
verdaderamente escatológico. Pablo no habla dualísticamente, ni solamente del hombre interior, sino de todo
su ser, de toda su persona.

III. Evangelio: Marcos (3,20-35): Frente a lo "demoniaco", la familia de los hijos de Dios

III.1. De entre las sanaciones de Jesús, merece la pena hablar de la "desdemonización" como clave del anuncio
de la presencia del Reino. Pero esto, hoy, no se puede abordar simplemente como de "expulsión de demonios",
fenómeno de "exorcistas" que tanta curiosidad provoca a veces, sino de la liberación de la mente y del corazón
de que todo el que sufría y padecía estaba bajo la égida del demonio, de Beelzebul como personalización de
todo ello. La cultura de la enfermedad en el judaísmo y en Galilea especialmente, tenía estos tonos tan
dramáticos de personas desquiciadas. El drama es que esto se concebía como un castigo y un abandono de Dios.
Es ahí donde actúa Jesús con su acción "desdemonizadora". Y si el Reino de Dios no se queda simplemente en
un concepto, sino que es una fuerza que transforma, Jesús libera a toda esta gente estigmatizada por sus
vecinos, y deben ser los primeros en experimentar la misericordia de Dios.

III.2. Por eso, la acusación de que Jesús actúa en nombre de Belzebú es negarle todo el pan y la sal del Reino que
anuncia y de su misericordia. La parábola, pues, es sintomática: no puede actuar en nombre del Belzebú y
expulsarlo. Tiene que ser en nombre de una fuerza mayor; pero es eso lo que no le quieren aceptar. No hay
poderes mágicos ni ocultos, sino una palabra de vida, de acercamiento, de misericordia, de gratuidad en
nombre del mismo Dios que niegan a esos desgraciados. Es una terapia psicológica, pero más que eso, teológica
y espiritual, que sus adversarios no pueden resistir. No hace falta entrar en los términos técnicos de esas
enfermedades de la mente, porque lo eran también del corazón. En realidad era una enfermedad cultural y
también religiosa, de entonces, que Jesús no estaba dispuesto a aceptar frente a su mensaje evangélico de
alegría y amor.

III.3. Esa acusación, quiere entender el redactor del evangelio, es justamente lo que viene a ser la blasfemia
contra el Espíritu Santo. Se trataría, sin duda, de un "dicho" de Jesús independiente que ahora cobra su sentido
aquí: acusarlo de estar de parte de Satanás porque libera a los "endemoniados" es faltar a toda la verdad. Es
ponerlo del lado de las tinieblas cuando viene a traes luz; es ponerlo de parte de los cobardes, cuando viene a
ser la misma fuerza salvadora y liberadora de Dios; es ponerlo en el ámbito de la cultura malsana de Satanás,
cuando todo lo experimenta y lo hace en nombre de Dios y de su bondad. Ese es el pecado contra el Espíritu.

III.4. La escena que leemos de Marcos se remata con esa dosis de maldad hasta el punto de que pretenden
responsabilizar a la misma familia de Jesús para que ponga remedio al asunto. "Su madre y sus hermanos" han
llegado para llevárselo y convencerle que deje ese camino. Es una noticia escueta, dura, realista, sin duda. El
que parte de su familia no le apoyara en su actividad de profeta itinerante, no debe sorprendernos; es uno de
los puntos que hoy se dan como asumidos en la aproximación a la vida histórica de Jesús. La sociedad galilea
tenía sus propias identidades socio-culturales y no se perdona ni a una persona ni a su familia en estos casos.
Pero Jesús responde como había de responder. Sin renunciar a su madre y a sus hermanos… extiende su familia
a todos los enfermos y desvalidos que han encontrado en su "terapia espiritual" una familia nueva que les acoja
y les cuide. Son los seguidores del reino de Dios que liberándose de esa cultura demoníaca inaceptable, sienten
que de verdad Dios está con ellos en sus sufrimientos.

XI DOMINGO
EL REINO DE DIOS CRECE MISTERIOSAMENTE Y LO TRANSFORMA TODO

Iª Lectura: Ezequiel (17,22-24): Algo nuevo surge de lo viejo, por obra de Dios

I.1. El texto de Ezequiel debemos situarlo como una promesa de restauración después de la catástrofe. Todo el
c. 17 tiene esa dimensión y se explica ante la calamidad del destierro de Babilonia que tiene sus etapas.
Ezequiel, con este enigma del "águila y el cedro" va a plantar cara a ciertas expectativas de algunos que
pensaban que la salvación podría venir de Egipto al que algunos miraban, bien en el destierro, bien en la misma
tierra de Judá que todavía no habían sido desterrados hasta la caída de Sedecías. Estamos en el año 588 a. C. y la
parábola del "cogollo del cedro" viene a responder, a su manera, a los que no han entendido la verdadera
historia de lo que ha pasado.

I.2. Y esa historia de ruina solamente la puede arreglar Dios, contando con un pueblo que se fíe de su palabra
manifestada por los profetas verdaderos. Dios es capaz de lo viejo, de lo antiguo, sacar algo nuevo y entonces lo
viejo dejará su arrogancia, como el cedro altísimo. De un cogollo insignificante nacerá un cedro nuevo, en lo
más alto de la montaña, que no puede ser más Sión, Jerusalén. Esta teología de lo viejo y lo nuevo tiene sus
resonancias, ya que de esa manera siempre se mantiene la promesa y la fidelidad de Dios.

IIª Lectura: IIª Corintios (5,6-10): Lo mortal será revestido de vida

II.1. Las reflexiones escatológicas de Pablo frente a su ministerio siguen siendo las claves de este texto de 2Cor.
Se habla del encuentro con el Señor "post mortem", en el mismo momento de la muerte. Es verdad que la
antropología subyacente a este conjunto de 2Cor 4,7-5,10 se nos escapa un poco entre las manos. Expresiones
como el “hombre interior" sugieren un lenguaje propio de la filosofía griega, pero también hay diferencias
notables, en cuanto no se está hablando en este caso con un leguaje dualista de alma y cuerpo. Por eso mismo
debemos interpretar el misterio de la “interioridad” en una relación de interconexión con los conceptos sôma y
ánthrôpos, que son claves en toda esta perícopa. El sôma es la persona en su integridad. En toda esta trama de
conceptos antropológicos y apocalípticos, lo más decisivo es la expresión de 2Cor 5,4: “para que así esto mortal
sea consumido (katapothê) por la vida”. El sentido del verbo katapínô, en aoristo pasivo, debe tener la fuerza de
la acción de Dios. Como muchas veces ocurre en el NT por el aoristo pasivo, y más cuando se trata de los temas
escatológicos, no debemos olvidar que es Dios el sujeto de esa acción. De hecho, no nos seduce la traducción
que escoge el sentido de “tragar” o “devorar”, porque no es la vida lo que engulle lo mortal; es la vida en cuanto
acción de Dios sobre toda muerte y sobre todo los hombres que pasan por la muerte. Esto se confirma muy bien
por el v.5, que pone a Dios como garante de ello, dándonos las "arras" del Espíritu. La vida está sembrada en
nuestro cuerpo mortal, en nuestra mismidad. No vamos a la nada, porque Dios nos garantiza, pues, que hemos
sido creados, hemos nacido, para la vida y no para la muerte.

II.2. La garantía para el cristiano es, sin duda, el Espíritu, que es un adelanto de todo lo que nos espera en la
nueva vida, en la vida escatológica. Es verdad que aquí no se habla de resurrección, que es un concepto más
apocalíptico y que está mucho más presente en 1Cor 15. Digamos, mejor, que se contempla el paso de la muerte
a la vida como una “transformación” personal, no al final de los tiempos, ni en el momento de la Parusía como
se da a entender en 1Tes 4,15 y 1Cor 15,51. ¿Por qué? Porque eso va desapareciendo poco a poco del horizonte
de los textos paulinos. Ello significa que en Pablo se produce una evolución personal en este tema escatológico.
No obstante, mientras todo eso llega, vivimos de la fe, exiliados del Señor. Quiere decir de la vida total y especial
que tiene ahora el Señor, Cristo. Se usa la expresión de ir a “habitar junto al Señor” (v. 8), es decir, nos
revestiremos, poseeremos la vida que ahora tiene el Señor, porque la identificación entre Cristo y la vida lo
podemos ver en 2Cor 4,11. Pablo se está expresando, sin duda, en una mística cristológica de tonos proféticos.
¡No hay miedo a la muerte! Después de las expresiones que había inventado sobre el particular en 1Cor 15,55,
sobre la victoria de la muerte, esta mística cristológica es un cántico a la victoria de la vida en Cristo.

III. Evangelio: Marcos (4,26-34): El Reino como un grano que crece en esperanza

III.1. Las parábolas de Jesús son toda una escusa para hablar del misterioso crecimiento del reino que anuncia.
Es verdad que había anunciado con una seguridad inquebrantable que "ya está aquí" o que "en medio de
vosotros". Mc 1,14-15 lo pone como frontispicio de todo y como programa, a la vez que exige conversión y
confianza en ese anuncio. Pero podían preguntarle, como de hecho sucedió ¿dónde está ese Reino? De ahí que
las dos parábolas del crecimiento, mediante los símbolos de un grano (aunque un grano es pequeño, no se
resalta este punto) y una semilla de mostaza (que es como una cabeza de alfiler) vengan a decirnos algo
significativo de sus comienzos, de sus logros y de su consumación. Se da una cierta disimilitud y contraste en el
final de las dos comparaciones: la del grano en lo que se refiere a lo que, a causa del crecimiento y la
consumación final, no tendrá sentido (se desechará) y la de la mostaza nos habla del final en términos más
positivos, porque se hará grande y vendrá a ser "hogar" y protección de multitudes de pájaros.

III.2. El reino está ya aquí, pero solo como una semilla que espera confiadamente un final grandioso o
apropiado. No son parábolas o comparaciones deslumbrantes, pero están llenas de sentido. Debemos aceptar la
misma naturalidad de este mensaje en cuanto es algo que ya está sembrando, que está creciendo y por eso tiene
misterio. Como tiene misterio la comparación de la levadura (cf Mt 13,33; Lc 13,20-21) que poco a poco
impregna la masa. Eso quiere decir que está "germinando" y por eso se alumbrará un mundo nuevo, tanto en el
caso de acabar algo que no tiene sentido en la historia (y por eso de meterá la hoz) o en el caso de que se
construya un "hábitat" donde vengan todas las aves a protegerse. Incluso deberíamos entender que se trata de
toda clase de aves y por lo mismo que se estaría apuntando a los paganos. Son los dos aspectos del Reino y de
su transformación de la historia: algo quedará caduco, pero lo más importante es la imagen de los pájaros que
anidan.

III.3. Es ese final bueno y liberador el que debemos proponer como mensaje de las parábolas de hoy. Es verdad
que se nos habla de "meter la hoz", pero es lógico que esta historia humana debe dejar aquí todo aquello que no
tiene sentido, que es opuesto al proyecto y a la plenitud del Reino de Dios. Pero en la parábola de la mostaza,
que comienza con el sentido de la "nimiedad", de lo insignificante y de lo mínimo, todo se transforma hasta
ofrecernos la imagen de un árbol cósmico donde todos puedan encontrar no solamente el hábitat humano, sino
la verdadera felicidad del Reino. Así, pues, quiere decirnos Jesús, son las cosas de Dios. Esta es la propuesta de
esperanza que forma parte de la entraña del Reino, por insignificante que parezca. En estas metáforas, pues,
proponía Jesús un mensaje que llenaba los corazones de los sencillos.
DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO
La fe en medio de la lucha por el Reino

Iª Lectura: Job (38,1-11): En las manos de Dios

La primera lectura de hoy nos habla de la tempestad, del poder del mal, de las fuerzas de la naturaleza que, a
veces, parecen desatarse y no hay nadie que las pueda contener. Sabemos que el libro de Job pone al prueba al
creyente que se fía de Dios y no puede explicar por qué ocurren una serie de desgracias en el mundo. Job es ese
tipo de persona que el autor del libro ha escogido para que se asombre; porque, a pesar de que no podemos
explicar muchas cosas de las que pasan en el mundo, sin embargo, nuestro Dios pone sus propios límites a la
naturaleza de las cosas y a la misma naturaleza humana. Ello implica que debemos asombrarnos de dónde
estamos y de cómo somos. Nuestra vida, en definitiva, está en las manos de Dios, aunque algunos quieran
pedirle explicaciones de por qué ha debido ocurrir así. Pero ¿acaso alguien se ha dado la vida a sí mismo? Job no
encontrará otra respuesta que aceptar el poder de Dios frente a todo lo que existe. Y ello no es para
abrumarnos, sino para saber que, por encima de toda desgracia, nuestro Dios nos espera con las manos
abiertas.

IIª Lectura: 2ª Corintios (5,14-15): La muerte por amor

II.1. Este capítulo quinto de la carta (este texto sería la continuación del domingo 11) es uno de los más bellos y
persuasivos, porque en él Pablo nos habla del amor de Cristo que ha sido derramado sobre nosotros.
Efectivamente, los vv. 14-17 son una reflexión cristológica centrada en la “theologia crucis”. Pablo habla (v. 14)
del amor de Cristo que llega hasta la muerte en la cruz por todos. Se usa la fórmula tradicional del “uno por
todos”, que es una metáfora de calado sustitutorio, vicario, que tanto ha de influir en la teología de la redención.
Quizás lo más sorprendente es la afirmación de que, como uno murió, “todos murieron”, cuando lo que
podíamos esperar es algo así como “por eso todos viven”. Es esto último lo que se ha de entender, sin duda, tal
como se expone en el v. 15. El sentido es que la muerte de Jesús “por nosotros” nos hace morir al pecado, a la
enemistad y a la sinrazón de la vida. Para ello debemos recurrir a la teología de la muerte y resurrección que
encontramos en Rom 6,1ss. La cristología soteriológica que nos propone Pablo, apoyado en fórmulas de fe
tradicionales, es una cristología de solidaridad con la humanidad.

II.2. El Apóstol, pues, presenta la muerte de Cristo desde la eficacia del amor como comunión en su vida y en su
resurrección. Con ello se quiere significar que lo negativo que pueda tener la muerte para nosotros ya ha sido
asumido por Cristo, y que, desde entonces, no debemos tenerle miedo a la muerte, porque para nosotros queda
la victoria de su resurrección. Hablar de la muerte siempre ha sido un reto humano y teológico. En esta carta,
pues, Pablo se atiene a las consecuencias de lo que es inevitable. Cristo nos ha asegurado un triunfo por su
amor. Por ello debemos ser hombres nuevos que, aunque pasemos por la muerte, nunca seremos destruidos o
aniquilados.

Evangelio: Marcos (4,35-41): La fuerza del Reino nos libera

III.1. El evangelio de Marcos narra el episodio de la travesía del lago de Galilea después que Jesús ha hablado a
las gentes en parábolas acerca del Reino de Dios. Es como si Jesús quisiera poner a prueba la fe de sus
discípulos, a ellos que les explicaba el sentido profundo de sus parábolas. El lago, el bello lago de Galilea, en
torno al cual se anuncia el evangelio, se convierte aquí en el misterioso y tremendo símbolo de una tormenta,
que como en el caso del profeta Jonás 1, de donde se toman algunos rasgos del episodio, viene a aquilatar cosas
importantes. Otras barcas le seguían, pero parece como si solamente quisiera centrarse todo en la barca donde
estaban Jesús y los discípulos que había elegido. El mar de Galilea, a veces, es como una caldera hirviendo, por
el viento. En la barca se muestran dos actitudes: la de Jesús que duerme tranquilo y la de los discípulos que
están aterrados.

III.2. ¿Por qué esto? Porque Jesús sabe que su causa por el Reino de Dios debe levantar tormentas, como ésta
del viento, que harán temblar a los discípulos; Jesús está tranquilo porque confía en su causa, la causa de Dios.
Es, pues, esta una escena pedagógica que pone de manifiesto una actitud y otra. Los discípulos son como Job, y
no se explican muchas cosas que ocurren en la vida, llenándose de miedo. Jesús, que conoce la voluntad y el
proyecto de Dios, se entrega a él con una gran serenidad porque sabe que ha de vencer, como de hecho sucede
con su “conminación” a la tormenta. Los Santos Padres siempre interpretaron esta escena de la barca como una
imagen de la Iglesia que debía pasar por estos trances, pero que siempre encontraría a su Señor a su lado para
otorgarle la serenidad de la fe.

DOMINGO TRECE
LA MUERTE HERMANA DE LA VIDA

Iª Lectura: Sabiduría (1,13-15; 2,23-24): Creados para la eternidad

I.1. El libro de la Sabiduría nos ofrece hoy una de las reflexiones más hermosas sobre la vida y la muerte. Este es
un libro tardío del Antiguo Testamento, escrito en griego, que recoge una gran tradición judeo-helenista y que
ha marcado un hito en la gran cuestión de la existencia humana. Su afirmación de que Dios ha creado al hombre
para la “inmortalidad” viene aminorada por el tópico de que la muerte no depende de Dios, sino de la envidia
del “diablo”. Esto respondería al afán de no aplicar a Dios los males y sufrimientos de este mundo. Evocaría el
sentido mítico de Gn 3. El concepto que se usa en este libro para hablar de la vida después de la muerte es el de
“athanarsía”, inmotarlidad, que no es exactamente lo mismo que “resurrección” desde el punto de vista de la
corporeidad o la antropología bíblica. Lo positivo, no obstante, es precisamente que la muerte para el justo no
es el canto final de la vida.

I.2. Pero de ¿qué muerte habla aquí el autor del libro? Indiscutiblemente de las dos muertes de nuestra
existencia. El considera muerte, también, la vida sin sentido, la que viven los impíos; mientras que la vida vivida
con sabiduría es la vida que Dios otorga. Saber morir, pues, es lo mismo que saber vivir según la reflexión del
autor de este extraordinario escrito. Pero sigue siendo absolutamente irrenunciable una cosa: Dios nos ha
creado para la vida y no para la muerte, porque «es un Dios de vivos».

IIª Lectura: 2ª Corintios (8,7.9.13-15): La ayuda en lo necesario como comunión

II.1. La segunda lectura está entresacada de una especie de “billete” que Pablo escribió para organizar una
colecta para los pobres de Jerusalén, a lo que él se había comprometido en la asamblea apostólica de la ciudad
santa, cuando se distribuyeron el campo de trabajo entre los apóstoles de origen judeo-palestinos y los
helenistas que habían de trabajar entre los paganos (Gal 2). Era una forma de mantener la comunión con la
comunidad madre desde la que el evangelio debía anunciarse a todos los hombres, además de ser una ayuda
necesaria y efectiva a los pobres. Los judeo-cristianos de Jerusalén lo eran de verdad, ya que no tenían
oportunidad de beneficiarse de la “caritas” judía del templo y sus instituciones. De ahí su compromiso, un
compromiso de evangelio, un compromiso de justicia y de verdadera comunión.

II.2. Pablo habla de generosidad, porque nuestro Señor se ha mostrado muy generoso con nosotros; lo ha dado
todo, absolutamente todo, por nosotros ¿no debemos hacer lo mismo los unos con los otros? Incluso, en una
propuesta no demasiado radical, se permite pedir lo imprescindible, solamente lo que les sobra, para ayudar a
los que lo necesitan. Por ahí se debe empezar, desde luego, como ámbito de la justicia más elemental. Sabemos
que la caridad cristiana puede llegar a más y exigirse más, pero comenzar por lo mínimo es, también, un signo
de comunión en la justicia.

Evangelio: Marcos (5,21-43): La muerte nos despierta a una vida nueva

III.1. El evangelio de Marcos (5,21-43) nos presenta hoy todo un proceso pedagógico de cómo debemos
afrontar la vida y la muerte desde la fe. Estos milagros que se nos relatan requieren su interpretación conjunta
y exigen respuestas. Jairo le pide a Jesús que ponga la mano a su hija enferma, y en el camino una mujer de la
multitud se empeña en «arrancar» a Jesús una curación para una enfermedad que le llevaba a la muerte. Como
es lógico, esto retarda la llegada de Jesús y se produce la muerte. Todo es intencionado. Pero tanto Jesús, como
el evangelista, quieren poner un correctivo a esa forma de acercarse a Jesús, de creer en él, como si fuera un
simple curandero, y de enfrentarse a la muerte. El relato, pues, tiene tres partes bien delimitadas. 1) vv. 21-24;
2) vv. 25-34; 3) vv. 35-43. Es una composición muy particular; no sabemos si anterior a Marcos o del mismo
redactor. Pero es curioso que el caso de la mujer que sufre flujos de sangre es más importante de lo que parece:
los dos casos están unidos por la confianza o la fe que debe aflorar en el contacto o relación con Jesús. Si Jesús
se entretiene con esta mujer, ante la urgencia de la niña que está casi muerta, es precisamente para dar tiempo
a que muera porque los dos relatos nos quieren llevar precisamente ante el misterio de la muerte. La muerte,
sin la fe y la confianza en Jesús, solamente trae lágrimas y dolor.

III.2. La mujer que le ha tocado el vestido a Jesús tiene que enfrentarse con Él, en un tu a tu, para que la fe se
llene de contenido. Probablemente su obsesión por tocar a Jesús le ha llevado al convencimiento de que está
curada. Pero Jesús no trata a las personas desde la parasicología, sino como sujetos que deben aceptar desde la
fe a un Dios de vida. Esta mujer es ejemplo de cómo tienen que estar ante la muerte los que se desesperan. Ella
también estaba en peligro de muerte, porque su enfermedad la dejaba sin vida, además de ser una enfermedad
maldita, impura (cf Lv 15,19.25). La mujer, entre todas las personas que apretujan a Jesús tiene su corazón
abierto al misterio de una acción que sin duda, debe venir de Dios. Aunque el relato, históricamente hablando,
fuera un caso aislado y contado como una acción taumatúrgica de Jesús, se ha convertido en “pedagogía” de fe
para esta mujer que tiene coraje y valentía para desafiar a todo el mundo, incluso a Jesús. El relato nos la ha
convertido en prototipo de los que luchan y las que luchan contra la muerte indigna. Todo esto y mucho más
puede decirnos hoy el relato. Si Jesús se entretiene con ella, es porque “sabe” que está cambiado ese mundo
injusto e inmisericorde. Es verdad que también parece que está dando tiempo a que la hija de Jairo muera. Pero
el drama lo exige y es en el drama de la muerte donde tiene que aparecer la fe y la confianza.

III.2. Así, se ofrecen los presupuestos para la siguiente escena: cuando Jesús llega a la casa Jairo, el llanto de las
plañideras de oficio y la pena de los padres cubren la muerte de negrura. Esta niña que está en la edad de doce
años, precisamente en el momento de una plenitud, para dejar de ser niña y empezar a ser mujer y ser amada
por un hombre, está a punto de no ser nada de eso. Pero no es así la muerte: es una puerta a la vida. El que
Jesús, con sus famosas palabras en arameo (Talitha kum) haga que le niña se levante, no puede quedar en una
cuestión de magia, sino que es un signo de cómo ve Jesús la muerte: un sueño, un paso, una hermana de la vida.
La niña despierta, sí; pero volverá a morir un día y entonces ya no volverá a esta vida, no estará allí a sus pies
un taumaturgo que la levante de nuevo. En aquél entonces había muchos taumaturgos que hacía cosas
extraordinarias y también se cuenta de ellos que levantaban a los muertos. Es la otra vida la que interesa; la
niña tendrá que pasar a una vida distinta. Y a esa vida no se entra sino desde la fe, desde la confianza en el Dios
que nos ha creado para vivir eternamente como nos ha insinuado el autor del libro de la Sabiduría.

III.4. Estos relatos, que en realidad son como uno, vienen a enseñarnos que hemos nacido para la vida y no para
la muerte. Pero la muerte es necesaria, y es ahí donde Jesús deja de ser un simple taumaturgo, como muchos
creyeron que era, para ser maestro de la vida nueva que está en las manos de Dios. Es verdad que las escenas
están contadas con el realismo popular del ambiente cultural de la época. Hoy, sin embargo, no podemos cerrar
los ojos ni el corazón a lo que significan para nosotros. Ahora la medicina y la técnica hacen cosas asombrosas y
casi taumatúrgicas, pero al final siempre está la muerte. Y esta no se puede afrontar como un volver a este
mundo o a prolongar nuestra vida de aquí. Por eso, las palabras de Jesús: “la niña no está muerta, está dormida”
puede darnos la clave de todo: la muerte es el sueño, el paso a la vida nueva. ¿Se resuelve, así, el problema de la
muerte? Para los que no creen ni esperan, no; para los que se fían de Jesús, el Señor, sí. El problema de la
muerte no se puede solucionar biológicamente. Jesús con este “milagro” de “revivificación” no ha solucionado
biológicamente el problema de la muerte, porque la mujer y la niña volverán a morir, pero sí lo ha hecho
poniéndonos en la camino de la “resurrección”. Resucitar no es revivificar; es algo más profundo y más
hermoso: es ponerse en las manos de Dios para que nos de una vida nueva: Y esto solamente se puede lograr
desde la esperanza y la fe.

Otra lectura

III. Evangelio: Marcos (5,21-43): El verdadero significado de la muerte

III.1. El evangelio de Marcos nos presenta hoy todo un proceso pedagógico de cómo debemos afrontar la vida y
la muerte desde la fe. Son dos relatos en uno que el redactor del evangelio o probablemente una tradición
anterior había reunido con toda la intencionalidad del mundo, para que el retraso de una cosa extraordinaria
que “entretiene” a Jesús, lleve así a otra cosa más extraordinaria aún: la vuelta a la vida de alguien que se
consideraba muerta. Estos milagros que se nos relatan requieren su interpretación conjunta y exigen códigos
hermenéuticos bien definidos. Jairo le pide a Jesús que ponga la mano a su hija enferma, y en el camino una
mujer de la multitud se empeña en poner la mano sobre la orla, con la intención de «arrancar» a Jesús una
curación para una enfermedad que le llevaba a la muerte. Como es lógico, esto difiere la llegada de Jesús y se
produce la muerte. Todo es intencionado. Pero tanto Jesús, como el evangelista, quieren poner un correctivo a
esa forma de acercarse a Jesús, de creer en él, como si fuera un simple curandero, y de enfrentarse a la muerte.
Si la enfermedad no se ataja nos morimos… pero curar las enfermedades no soluciona el drama de la vida. La
cuestión está en enfrentar la muerte en su verdadera dimensión. Tanto la mujer curada, como la hija de Jairo
volverán a morir. No se trata de negar el valor del “milagro”, ni el poder extraordinario de Jesús. Pero, fuera del
ámbito de la fe, por los milagros Jesús no pasaría de ser un “mago” más, un taumaturgo más de los de aquella
época. Los milagros, los prodigios, pueden ser signo de parte de Dios…

III.2. La mujer que le ha tocado el vestido a Jesús tiene que enfrentarse con él, en un tu a tu, para que la fe se
llene de contenido. Probablemente su obsesión por tocar a Jesús le ha llevado al convencimiento de que está
curada. Pero Jesús no trata a los hombres desde la parasicología, sino como personas que deben aceptar desde
la fe a un Dios de vida. Jesús no quiere, pues, que se le considere solamente un taumaturgo al que se puede
tocar como se tocaban las estatuas de los dioses (y eso que en la religión judía no se podía representar a Dios).
Lo extraordinario que le ha sucedido a la mujer debe reconducirse a la fe: “tu fe te ha curado”. ¿Y cuando la fe
no cura? ¡Nada está perdido! Es ahí cuando le fe tiene más sentido y debe expresar toda la confianza de nuestra
vida en Dios.

III.3. Así, se ofrecen los presupuestos para la siguiente escena: cuando llega a la casa Jairo, el llanto de las
plañideras de oficio y la pena de los padres cubren la muerte de negrura. Pero no es así la muerte: es una puerta
a la vida. El que Jesús, con sus famosas palabras en arameo (Talitha kum) haga que le niña se levante, no puede
quedar en una cuestión de magia, sino que es un signo de cómo ve Jesús la muerte: un sueño, un paso, una
hermana de la vida. La niña despierta, sí; pero volverá a morir un día y entonces ya no volverá a esta vida, no
estará allí a sus pies el profeta de Galilea que la levante de nuevo de esa postración. Por eso no se debería usar
el término “resurrección” para este caso de la niña que “vuelve a esta vida”. Solamente el milagro de la
verdadera muerte nos lleva a la verdadera resurrección.

III.4. Entonces es cuando asumirán todo su sentido las palabras de Jesús: “la niña no está muerta, sino que está
dormida”. Entonces logrará pasar a una vida distinta. Y a esa vida no se entra sino desde la fe, desde la
confianza en el Dios que nos ha creado para vivir eternamente. El verdadero significado de la muerte no se
afronta con el interés de volver a esta vida, a esta historia. El verdadero significado de la muerte se afronta
desde otra dimensión: morir no es un drama de plañideras… aunque es hermoso llorar la muerte de verdad.
Morir es el drama de nuestra vida histórica, el parto auténtico de nuestra existencia que nos llevará a una vida
nueva. Eso es lo que debemos hacer: asumir la muerte, desde la fe, no como una tragedia, sino como la puerta
de la verdadera resurrección.

DOMINGO CATORCE
El espíritu del verdadero profeta

Iª Lectura: Ezequiel (2,2-5): El profeta, el hombre sin miedo

I.1. La primera lectura de este domingo la tomamos de Ezequiel, y viene a ser como una especie de relato de
llamada profética; así es el caso de otros profetas de gran talante (Isaías 6 en el templo; Jeremías 1), porque se
debe marcar una distinción bien marcada entre los verdaderos y falsos profetas. En la Biblia, el verdadero
profeta es el que recibe el Espíritu del Señor. De esa manera, pues, el profeta no se vende a nadie, ni a los reyes
ni a los poderosos, sino que su corazón, su alma y su palabra pertenecen el Señor que les ha llamado para esta
misión. Por ello sabemos que los verdaderos profetas fueron todos perseguidos. Es probable que padezcan una
“patología espiritual” que no es otra que vivir la verdad y de la verdad a la que están abiertos.

I.2. El pueblo «rebelde» se acostumbra a los falsos profetas y vive engañado porque la verdad brilla por su
ausencia. Por eso es tan dura la misión del verdadero profeta. Quizás, para entender todo lo que significa una
llamada profética, que es una experiencia que parte en mil pedazos la vida de un hombre fiel a Dios, debemos
poner atención en que a ellos se les exige más que a nadie. No hablan por hablar, ni a causa de sus ideas, sino
que es la fuerza misteriosa del Espíritu que les impulsa más allá de lo que es la tradición y la costumbre de lo
que debe hacerse. Por eso, pues, el profeta es el que aviva la Palabra del Señor.
IIª Lectura: 2ª Corintios (12,7-10): La fuerza de la debilidad

II.1. La segunda lectura es probablemente una de las confesiones más humanas del gran Pablo de Tarso. Forma
parte de lo que se conoce como la carta de las lágrimas (según lo que podemos inferir de 2Cor 2,1-4;7,8-12). Es
una descripción retórica, pero real. Se habla del «aguijón (skolops, algo afilado y punzante) de su carne», toda
una expresión que ha confundido a unos y a otros; muchos piensan en una enfermedad. Es la tesis más común,
de una enfermedad crónica que ya arrastraba desde lo primeros tiempos de la misión (cf Gal 4,13-15). Pero no
habría que descartar un sentido simbólico, lo que apuntaría probablemente a los adversarios que ponen en
entredicho su misión apostólica, ya que habla de un «agente de Satanás». Aunque bien es verdad que en la
antigüedad el diablo escudaba los tópicos de todos los males, reales o imaginarios. ¿Es algo biológico o
psicológico? En todo caso Pablo quiere decir que aparece “débil” ante los adversarios, que están cargados de
razones. Quiere combatir, por el evangelio que anuncia y por él mismo, desde su experiencia de debilidad; las
que los otros ven en él y la que él mismo siente.

II.2. Para ello, el apóstol recurre, como medicina, a la gracia de Dios: “te es suficiente mi gracia (charis), porque
la potencia (dynamis) se lleva a cabo en la debilidad (astheneia)” (v. 9); una de las expresiones más logradas y
definitivas de la teología de Pablo. Esa gracia le hace fuerte en la debilidad; le hace autoafirmarse, no en la
destrucción, ni en la vanagloria, sino en aceptarse como lo que es, quién es, y lo que Dios le pide. Pablo
construye, en síntesis, una pequeña y hermosa teología de la cruz; es como si dijera que nuestro Dios es más
Dios cuanto menos arrogantemente se revela. El Dios de la cruz, que es el Dios de la debilidad frente a los
poderosos, es el único Dios al que merece la pena confiarse. Esa es la mística apostólica y cristiana que Pablo
confiesa en este bello pasaje. Es como cuando Jesús dice: «quien guarda su vida para sí, la perderá» (cf Mc 8,35).
Es un desafío al poderío del mundo y de los que actúan de esa manera en el seno mismo de la comunidad.

Evangelio: Marcos (6,1-6): Nazaret: nadie es profeta en su tierra

III.1. El texto del evangelio de Marcos es la versión primitiva de la presencia de Jesús en su pueblo, Nazaret,
después de haber recorrido la Galilea predicando el evangelio. Allí es el hijo del carpintero, de María, se
conocen a sus familiares más cercanos: ¿de dónde le viene lo que dice y lo que hace? Lucas, por su parte, ha
hecho de esta escena en Nazaret el comienzo más determinante de la actividad de Jesús (cf Lc 4,14ss). Ya
sabemos que el proverbio del profeta rechazado entre los suyos es propio de todas las culturas. Jesús, desde
luego, no ha estudiado para rabino, no tiene autoridad (exousía) para ello, como ya se pone de manifiesto en Mc
2,21ss. Pero precisamente la autoridad de un profeta no se explica institucionalmente, sino que se reconoce en
que tiene el Espíritu de Dios.

III.2. El texto habla de «sabiduría», porque precisamente la sabiduría es una de las cosas más apreciadas en el
mundo bíblico. La sabiduría no se aprende, no se enseña, se vive y se trasmite como experiencia de vida. A su
vez, esta misma sabiduría le lleva a decir y hacer lo que los poderosos no pueden prohibir. En el evangelio de
San Marcos este es un momento que origina una crisis en la vida de Jesús con su pueblo, porque se pone de
manifiesto «la falta de fe» (apistía). No realiza milagros, dice el texto de Marcos, porque aunque los hiciera no lo
creerían. Sin la fe, el reino que él predicaba no puede experimentarse. En la narrativa del evangelio este es uno
de los momentos de crisis de Galilea. Por ello el evangelio de hoy no es simplemente un texto que narra el paso
de Jesús por su pueblo, donde se había criado. Nazaret, como en Lucas también, no representa solamente el
pueblo de su niñez: es todo el pueblo de Israel que hacía mucho tiempo, siglos, que no había escuchado a un
profeta. Y ahora que esto sucede, su mensaje queda en el vacío. No quieren un profeta, sino que desean un
milagrero asequible.

III.3. Sigue siendo el hijo del carpintero y de María, pero tiene el espíritu de los profetas. Efectivamente los
profetas son llamados de entre el pueblo sencillo, están arrancados de sus casas, de sus oficios normales y de
pronto ven que su vida debe llevar otro camino. Los suyos, los más cercanos, ni siquiera a veces lo reconocen.
Todo ha cambiado para ellos hasta el punto de que la misión para la que son elegidos es la más difícil que uno
se pueda imaginar. Es verdad que el Jesús taumaturgo popular y exorcista es, y seguirá siendo, uno de los temas
más debatidos sobre el Jesús histórico; probablemente ha habido excesos a la hora de presentar este aspecto de
los evangelios, siendo como es una cuestión que exige criterios contrastados. Pero en el caso que nos ocupa del
texto de Marcos no podemos negar que se quiere hacer una “crítica” (ya en aquél tiempo de las comunidades
primitivas) a la corriente que considera a Jesús como un simple taumaturgo y exorcista. Es el profeta del reino
de Dios que llega a la gente que lo anhelaba. En esto Jesús, como profeta, se estaba jugando su vida como los
profetas del Antiguo Testamento.

DOMINGO QUINCE
La misión como vocación de ser discípulo

I ª Lectura. Amós (7,12-15): La palabra de Dios es el pan del profeta

I.1. La lectura del profeta Amós es toda una revelación de su vocación y de su misión. Este relato forma parte de
un texto biográfico que marca las diferencias en un libro que está muy cargado de visiones y revelaciones (7,10-
17). La llamada de un profeta verdadero siempre provoca admiración y desconcierto. Amós era un hombre del
pueblo de Tecua en el reino de Judá, al sur de Jerusalén, que fue enviado por Dios al reino del norte, en el
momento de mayor esplendor de Samaría, su capital; pero precisamente cuando más injusticias y tropelías
podían constatarse. Porque la historia nos demuestra que en esas situaciones los egoísmos y el afán de poder y
dinero de unos pocos prevalece sobre la situación límite de los pobres y la viudas. Amós se presenta en la
ciudad de Betel, santuario real del reino de Israel, en el que el sacerdote Amasías le reprocha que venga a poner
malos corazones y a juzgar a la monarquía, la corte entera y los oficios sagrados de los sacerdotes del santuario;
porque pone en entredicho el statu quo. Amasías tenía a sus profetas o teólogos oficiales ya amaestrados para
decir y agorar lo que él quería.

I.2. Amós, sin embargo, no es un profeta de este estilo; él ha sido llamado por Dios y le ha hecho abandonar sus
campos y su rebaño, para ir a anunciar la Palabra de Dios. Por eso Amós se defiende con que “no es profeta ni
hijo de profeta”; quiere decir que no es profeta de los que dicen lo que los poderosos quieren que se diga, para
que el pueblo acate sus decisiones. Amós es un profeta verdadero que no puede callar la verdad de Dios. El
verdadero profeta no tiene miedo a los reyes ni a los que detentan la ortodoxia religiosa. En esa escena de Betel
(7,10-17), este campesino, bien cultivador de sicómoros o bien pastor de ganado bovino, no ha de dar tregua a
las injusticias que se quiere legalizar de una forma religiosa. El profeta no trabaja por ganar de comer, porque
quien así lo hiciera revelaría un interés de falso profeta. El verdadero pan del profeta verdadero es la “palabra
de Dios”. Incluso, Amós tiene que salir de su territorio, Judá, para ir al de Israel y anunciar allí ese pan de la
palabra viva de Dios que debe quemar la conciencia de los instalados. El verdadero profeta pasa hambre de pan,
con tal de anunciar la palabra de Dios.

II ª Lectura: Efesios (1,3-14): Dios nos “mira” desde su Hijo

II.1. Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy,
aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad
teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En
realidad lo que hoy nos toca proclamar de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es
un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos
del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp
2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para
alabar a Dios.

II.2. Se necesitarían un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia
cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su
ritmo literario y su estética teología. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus
elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación,
redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad: son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las
que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los
pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en Cristo hemos sido marcados con el sello del
Espíritu hasta llegar a experimentar la misma gloria de Dios en los tiempos finales.

II.3. ¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que
sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde
su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. Hay en el texto toda una
“mirada” del Dios vivo. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de
comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de
Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues,
predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da
gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el
efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.

Evangelio: Marcos (6,7-13): El evangelismo itinerante

III.1. El evangelio de Marcos es una de esas piezas evangélicas que más han dado que hablar. Se trata del envío
a la misión de los Doce discípulos que Jesús se había escogido (cf Mc 3,13-19). Es una misión en itinerancia, ya
que el reino de Dios que deben anunciar y que Jesús está haciendo presente debe tener un carácter de
peregrinación. Se ha dicho que las condiciones espartanas de este envío han sido cultivadas por los discípulos
itinerantes que tuvieron que ser rechazados en muchos lugares del judaísmo. Incluso se ha pensado que para
entender estas exigencias se han tenido en cuenta unas condiciones que la Mishná (libro que recoge en el s. II d.
C. la enseñanzas de los rabinos) establece para la peregrinación al templo cuando todavía existía. La diferencia
es que Jesús propone que se lleve bastón y sandalias, a diferencia de lo que se exige para peregrinar al templo
de Jerusalén (de hecho están ausentes en el texto de Mt 10,10; Lc 9,3; 10,4). Y es que los discípulos cristianos no
van a un lugar santo, sino que deben llevar un bastón para andar por todos los caminos del mundo y unas
sandalias para que no se destrocen los pies.

III.2. La peregrinación cristiana, pues, es al mundo entero, a donde viven los hombres, para que conozcan el
mensaje de salvación que Jesús ha traído para todos los hombres sin excepción. Los elementos más negativos,
probablemente, se han podido añadir después en el mundo de los “carismáticos itinerantes” que eran
rechazados por los círculos y comunidades judías o judeo-cristianas más estabilizadas. Pero el sentido genuino
de las palabras de Jesús debemos valorarlo en su alcance positivo y universal. Es verdad que nos encontramos
ante lo que parece un programa de crítica radical de la sociedad. Algunos han visto en estas palabras una
especie de oposición entre itinerantes y sedentarios; entre carismáticos ambulantes y simpatizantes locales. No
debemos cerrar los ojos a estas tensiones, pero también es verdad que el movimiento de Jesús, donde estas
palabras encontraron su climax, hasta transformarlas y adaptarlas, muestran la relación entre el reino de Dios
que Jesús había predicado y las opciones apocalípticas y escatológicas de algunos grupos del cristianismo
primitivo. ¿Siguen teniendo valor en nuestro mundo y en nuestra cultura? ¡Claro! El valor que Jesús les dio: que
el reino llegaba y la mejor manera para los suyos era un “desapego” de las cosas del mundo que no eran
necesarias.

III.3. El mundo de los pobres, de los desapegados, de los “contraculturales” es algo que no podemos perder de
vista en la lectura de este texto evangélico, sobre palabras de Jesús, para no entender el reino de Dios a la
manera en que los hombres entienden el poder del dinero y de la efectividad. Algunos autores modernos, en la
lectura de un texto como este, han recurrido a la comparación con el grupo itinerante de los “cínicos” en el
mundo griego. Pero consideramos que no se debe exagerar la comparación. Los itinerantes del reino tienen
otra identidad, sin duda. El radicalismo con que están formuladas estas palabras tiene acogida de muchas
formas y de muchas maneras. Algunos hablan de los desarraigados sociales y de que el evangelio solamente
puede vivirse desde ahí. Pero ¿no es posible “desarraigarse” sin tener que abandonar casa, familia y hogar?
Desde luego que sí. El evangelio es para todos y el reino es para todos. Pero debemos aceptar que hay personas
que esto no lo pueden entender sin un “desarraigo” más alternativo. Es, no una cuestión de estética, sino de
conciencia personal y de libre opción en la manera de vivir el ser discípulos de Jesús.

III.4. Construir una “comunidad” sobre esta itinerancia es una de las claves de los seguidores de Jesús. El fue un
itinerante que proclamaba el reino en aldeas y pueblos. La itinerancia habla en favor de algo nuevo, de algo no
estable para siempre. El reino al que Jesús dedica todas sus fuerzas exige una libertad soberana que va más allá
de lo que las personas normales pueden vivir. Por eso mismo no sería acertado decir que el “movimiento del
reino” –como un famoso exegeta llama a los seguidores de Jesús, lo que me parece muy en consonancia con lo
que Jesús predicó-, es algo semejante al movimiento “cínico”. Jesús pudo conocerlo en la Galilea urbana, en
Séforis, la capital antes de su destrucción, pero sin relación con ellos; después, los que se consideraron de este
“movimiento del reino”, pudieron tener algunos contactos. Lo que sucede es que la historia social y
antropológica muestra unas coincidencias a veces sorprendentes. Querer entender este evangelio de la
“radicalidad” desde las claves de movimiento cínico no es pertinente. En el cristianismo primitivo hubo, sin
duda, distintas corrientes y algunas ideas se apoderaron de las palabras de Jesús y las aplicaron a rajatabla.
Pero el evangelismo verdadero no es interpretar a rajatabla, al pie de la letra o de forma fundamentalista, todas
las expresiones.

III.5. ¿Enseña nuestro texto eso de “la felicidad por la libertad”? Sin duda que sí. Entonces algunos dirán que eso
mismo era lo que pretendían los cínicos. Pero no se debe olvidar que el cristianismo verdadero no se resuelve
solamente desde esta ética radical del desarraigo y el desapego. Lo más importante y decisivo es el amor,
incluso a los enemigos, por muy alternativos que seamos. Jesús era un profeta con todo lo que esto significa en
el mundo bíblico. Y desde luego debemos ser libres de verdad y esto es lo que Jesús inculca a los suyos.
Debemos ser libres de verdad de las cosas que nos atan a este mundo. Pero el reino no se puede construir
solamente desde el desarraigo alternativo y menos si este desarraigo llevara a burlarse de las costumbres y los
convencionalismos de los otros (como hacían los cínicos). El reino se construye en la libertad personal y
comunitaria, pero mucho más todavía sobre la misericordia y el amor a los otros en sus debilidades.

DOMINGO DIECISEIS
Jesucristo, Pastor y Salvador en la justicia
Iª Lectura: Jeremías (23,1-6): El pastor de la unidad

I.1. La primera lectura del profeta Jeremías es uno de los pasajes que se refieren a la casa de Judá, a la que el
profeta juzga, pero a la que también anuncia un tiempo ideal, en que al pueblo dispersado, maltrecho y sin
esperanza se le promete unos pastores que reúnan de nuevo al pueblo. Lo que más llama la atención son los vv.
5-6, pues todo se concreta en una persona, en un pastor, a lo que antes se ha insinuado. ¿Se trata de un texto
mesiánico? Discuten los autores, porque consideran que es un añadido a los vv. 1-4. Pero lo que debemos
considerar es que Dios mismo interviene en medio de su pueblo, valiéndose de nuevos y mejores pastores y,
más concretamente, de un pastor que restaure la unidad de Judá y de Israel.

I.2. Eso no se consiguió nunca si lo entendiéramos en un sentido histórico estricto; pero si tenemos en cuenta
un valor simbólico que va más allá del nacionalismo de Judá y de Israel, se propone un pastor, un rey, que con
cualidades éticas (no estrictamente políticas, ni guerreras), traiga la justicia y el derecho, que son los ideales de
un buen rey de Oriente y de todas las naciones. Se habla de salvación y de paz, porque la verdadera salvación se
fundamenta en la paz y la justicia. Reinará con sabiduría y le darán un nombre, ya que darle un nombre a
alguien significa reconocer lo que ha hecho; es como un oficio bien aprendido y vivido con vocación singular.
Ese nombre es «El Señor nuestra salvación». Es decir, esa persona idílica tiene que estar en relación con el Dios
que salva. Así quedamos emplazados para ver en Jesucristo este proyecto misterioso del oráculo. Porque no
olvidemos que él ha de llevar el nombre de “Jeshua”: Dios salva, o es mi salvación.

IIª Lectura: Efesios (2,13-18): El es nuestra paz

II.1. La segunda lectura, de Efesios, nos ofrece también una verdadera teología de la paz. Incluso se hace una de
las afirmaciones teológicas más impresionantes del NT: El, es nuestra paz. El primer efecto de la pacificación
(aquí entre judíos y paganos), no es primeramente entre ellos mismos, sino de toda la humanidad con Dios (vv.
13-18), como muerte de la enemistad, acercamiento a Dios, reconciliación con El, evangelización de la paz.
Independientemente de la forma literaria del texto, para algunos es un himno sobre la pacificación de la
humanidad. Por eso el v. 14 comienza de una forma enfática, refiriéndose a Cristo, “él es nuestra paz” (ipse est
pax nostra, como traduce la Vulgata). ¿Por qué? Porque ha hecho de los dos pueblos uno. Se refiere a judíos y
paganos que era, entonces, la división abismal e irreconciliable para la teología ortodoxa judía.

II.2. ¿Qué ha hecho Jesucristo para ello? De entre estos términos, el más expresivo es el de «reconciliación»,
puesto que revela uno de los temas más expresivos de San Pablo (cf 2Cor 5,18-20; Rom 5,10-11; 11,15; Col
1,20-22), aunque no podamos decir que sea eje de su teología. Con ello se presenta la obra de Cristo como una
restauración de las relaciones amistosas entre Dios y el hombre rotas por el pecado. El fruto de la reconciliación
es la paz y la amistad. La reconciliación es un proceso objetivo y real, antes de toda colaboración del hombre
creado por Dios. Es Cristo mismo el signo y la realidad de esa reconciliación de Dios y la humanidad. El autor de
Efesios quiere poner de manifiesto que el don de la paz es un don de Dios y ese don es Cristo mismo, porque
gracias a El todos los hombres, en todas las culturas y religiones pueden vivir en paz. Si no es así, no es por
exigencia del Dios de Jesús, sino porque los hombres se niega a la misma paz.

Evangelio: Marcos (6,30-34): Sedientos de su palabra

III.1 Este es un relato de transición, propio del redactor del evangelio de Marcos, que quiere preparar la
primera multiplicación de los panes. Los Doce (aquí les llama apóstoles) vuelven de su misión, contentos de lo
que han dicho y han hecho. Ya sabemos que lo que han proclamado tiene que referirse a las cosas que Jesús les
ha enseñado y que se centra en el anuncio de la llegada el reino de Dios. Lo que han hecho es liberar a las gentes
de sus males, como han visto hacer a Jesús. En ese momento, por el desgaste que ello significa, Jesús quiere
compartir con ellos en un lugar solitario pero, de pronto, aparece la multitud y deben marchar en una barca. La
experiencia de la travesía, para quien la haya hecho, sabemos que es verdaderamente restauradora. Pero la
escena nos asoma casi de inmediato de nuevo a la multitud que está sedienta y ansiosa de esta experiencia que
los Doce tienen con Jesús.

III.2. Considero que el redactor de nuestro evangelio está jugando, simbólicamente, con este contraste entre la
suerte de los discípulos que pueden gozar de la paz de la palabra de Jesús (aunque bien es verdad que después
de desgastarse en el anuncio del reino) y la necesidad que tiene la multitud de esta palabra. Todo esto es para
mostrarnos que, tras la travesía restauradora, Jesús tiene compasión de la multitud porque la ve como ovejas
sin pastor (cf Num 27,17). Ahora Jesús ha “restaurado” a los suyos, que tienen que volver, cuando sea, a la
itinerancia para anunciar de nuevo el reino. Y entonces ve a la multitud y ya no puede huir, tiene que
entregarles su palabra, su persona, como se la ha entregado a los discípulos. Jesús se nos presenta como
cumpliendo un anhelo y un deseo que muchas veces en el AT hacía referencia al pueblo que estaba siendo
defraudado por sus jefes e incluso por los que tenían una responsabilidad más religiosa: eran como ovejas sin
pastor y sin guía (cf Num 27,17; 1Re 22,17; Ez 34,5; 2Cro 18,16; Jud 11,19).

III.3. El evangelio, por otra parte, nos muestra el hambre que tenía la gente de escuchar un mensaje de
salvación y de gracia, el que Jesús ofrecía por todas las aldeas y pueblos de Galilea, a lo que habían contribuido
también sus discípulos, enviados para llegar a donde no podía llegar él. Es sintomático cómo el texto busca un
lugar solitario para gustar más profundamente esta experiencia de la misión, ya que muchos iban y venían, sin
dejarles personalizar esta experiencia. Pero al final, al desembarcar de nuevo en la orilla del lago, el texto nos
muestra que Jesús ve a la gente con tal anhelo de escucharle, que la compasión del pastor puede más en su
corazón. Sin duda que habría gente dirigida por alguna sintonía populista, como sucede con todos los
fenómenos sociales y religiosos; pero en medio de todo Jesús detecta la falta de orientación y la necesidad de
salvación de los abandonados. De esa manera, por medio de nuevos pastores, se cumple con más o menos
precisión el texto de Jr 23,1-6: por una parte los pastores, los apóstoles; por otra el pastor, el nuevo rey, del que
parte el mensaje fundamental del reino. De esa manera se explica maravillosamente la continuación de la
narración del evangelio con la primera multiplicación de los panes, que es un relato que se introduce con esta
actitud de Jesús al compadecerse de la multitud.

DOMINGO DIECISIETE

Compartir el pan, compartir la vida


Iª Lectura: 2Reyes 4,42-44: El milagro de repartir lo poco que se tiene
I.1. La primera lectura de este domingo forma parte de un ciclo de milagros de Eliseo, el discípulo de Elías, que
muy posiblemente se trasmitió entre sus discípulos. Esas tradiciones se transformaron, sin duda, para poner de
manifiesto la grandeza de este hombre de Dios. Se ha escogido el final de ese ciclo, en acuerdo para este
domingo, con objeto de servir de preparación al relato de la multiplicación de los panes que se ha de leer en el
evangelio. Si nos fijamos bien, el relato no describe o especifica ningún gesto extraordinario por el que se lleve a
cabo el dar de comer a todos los que siguen al profeta, sino que toda la fuerza de lo que se ha de hacer está en
las palabras de Dios, a las que hace referencia el profeta como si se tratara de un dicho popular y sagrado. El
mismo salmo interleccional del día (Sal 144) podría ser un apoyo a esta apelación profética. Ellos comieron, se
saciaron y sobró, según las palabras del Señor.
I.2. El relato es legendario, sin duda, y probablemente se conservaba como una historia religiosa testimonial y
ejemplar en los círculos de profetas, los que en los momentos más difíciles piden al pueblo que confíen en Dios
por encima de todas las cosas. De hecho, en la lectura de hoy se describe como situación previa una gran
hambre que había en la región. Los primeros frutos de la cosecha sirvieron para que todos, al compartir lo
necesario, pudieran subsistir. Porque en estas situaciones límites lo más injusto es que unos pocos acumulen y
otros pasen hambre; esta, creemos, es la lección de esta historia religiosa de Eliseo. Confiar y repartir; eso es lo
que pide el profeta y por ello acontece lo extraordinario de que haya para todos. Estas historias han sido muy
proverbiales en los círculos religiosos y de los santos. Lo importante no es verificar los detalles de su
historicidad, sino cómo pueden servir de modelo para ayudar a los necesitados y compartir lo poco que se
tiene. El hombre que le trajo al profeta los panes y la harina quería hacerle a él un don personal para que no
pasara hambre. Pero el profeta lo repartió entre todos (este es el milagro) y todos se saciaron.
IIª Lectura: Efesios (4,1-6): La unidad de la Iglesia
II.1. La segunda lectura, de la carta a los Efesios, es el comienzo de la sección parenética, es decir, aquella en la
que después de una gran reflexión teológica sobre Cristo y la Iglesia, se pide a la comunidad cómo llevar a la
práctica toda aquella teología. Es una exhortación a mantener la unidad por encima de todas las cosas, ya que
Dios nos ha llamado a una gran esperanza. La exhortación inicial (v.1) apela a la vocación cristiana que todos
hemos recibido. Y por lo mismo, en los vv. 2-6 se describe en qué consiste la vida interna de la Iglesia. Se
señalan la humildad, la mansedumbre, la magnanimidad y el amor. Son valores de identidad verdadera que
introducen los vv.4-6: la unidad de la Iglesia (cuerpo) en el Espíritu.
II.2. Todos hemos escuchado muchas veces ese canto que proclama «un sólo Señor, una sola fe, un sólo
bautismo»; es nuestro texto de hoy de la carta a los Efesios. Se afirma que es una cita litúrgica que se cantaba en
la liturgia bautismal, y que tiene unas ciertas reminiscencias de la confesión de fe que encontramos en el Shema
de Israel (es la oración judía por antonomasia. Está formada por tres pasajes: Dt 6,4-9; 11,13-21; Num 15,37-
41): Yahvé es nuestro único Dios y no hay otro fuera de El, que los judíos piadosos repiten dos o tres veces al
día. Lo que se quiere poner de manifiesto, pues, con el texto cristiano de la carta a los Efesios es la unidad de la
comunidad como cuerpo de Cristo: un sólo Señor, una sola fe y un solo bautismo, que fundamenta su unidad en
Dios como Padre de todos.
Evangelio: Juan (6,1-15): Saciar el hambre sin dinero

III.1. El evangelio de hoy está tomado de San Juan. Sabemos que el c. 6 es una de las obras maestras de la
teología y la catequesis de San Juan, y por ello se ha escogido este capítulo, que se nos servirá en cinco
domingos para que la comunidad pueda enriquecerse con esta alta y hermosa catequesis del pan de vida. Hoy
se nos lee el milagro (el signo, mejor) de la multiplicación, que sirve de introducción a toda la reflexión
posterior. Es uno de los signos con los que está elaborada la narrativa del evangelio de Juan y que ha sido muy
comentada entre los especialistas. En realidad es el que más semejanzas tiene con los relatos de la
multiplicación de los panes de los sinópticos (cf Mc 6,30-44; 8,1-10), aunque nos propone algunos detalles que
pueden servir muy bien a la teología propia de este evangelista.
III.2. Estaba cercana la Pascua, la gran fiesta judía, lo que enmarca muy bien las pretensiones teológicas del
evangelista. De hecho, hay algunos elementos que nos recuerdan momentos de la vida del pueblo en el desierto:
las penurias, el hambre, la intervención de Moisés, el maná… Jesús pregunta a sus discípulos qué pueden hacer
con tanta gente como les sigue e inquiere cómo darles de comer. Es como el relato de Eliseo de la primera
lectura; y Andrés, uno de los primeros discípulos, señala, no inocentemente, a alguien que tiene como un tesoro
en aquella situación: cinco panes y dos peces ¿se los puede guardar para sí? ¡No es posible! Vemos que la
solución del dinero para comprar pan para todos es irrealizable, porque el dinero muchas veces no es la
solución del hambre en el mundo.
III.3. El milagro de Jesús consistirá precisamente en hacer que el pan se comparta y se multiplique sin medida.
No se saca de la nada, sino de poco (aunque para aquél joven es mucho). Pero el joven no se lo ha guardado
para sí, y Jesús ha hecho realidad que el compartir el pan sea compartir la vida. La gente vio a Jesús como un
profeta (otra referencia al texto de Eliseo) y considerando que querían hacerlo rey por este gesto
extraordinario, se marcho a la soledad. Lo que vendrá después será una reflexión de la teología de cómo Dios
comparte su vida con nosotros, por medio de Jesucristo. ¿Es posible decir muchas más cosas de este relato o
signo milagroso? No es útil hacer grandes alardes de tipo histórico sobre cómo han nacido este tipo de relatos
de la multiplicación de los panes y qué hecho concreto y memorable sustenta una narración o una tradición
como esta.

III.4. En este caso de Juan sabemos muy bien que a las pretensiones del evangelista, como es su costumbre, este
“signo/sêmeion” (él no les llama milagros) le sirve de base y de apoyo para construir el extraordinario discurso
del pan de vida, como el maná que viene del cielo, que ha de leerse en domingos sucesivos, y que vine a
continuación de nuestro relato. Todas las aportaciones originales o difíciles que se han dado sobre el particular
no nos llevaría ni a solucionar la historicidad de este tipo de hechos, ni a remediar el hambre en el mundo. Pero
sí hay una cosa clara: sea así o de otra manera lo que sucediera en un hecho memorable de Jesús, entre sus
discípulos y las gentes que le seguían, el hambre no se arregla con milagros ni con dinero. El camino es, como el
texto lo pone de manifiesto: compartir lo que se tiene en beneficio de todos. ¿Podría ser de otra manera? ¡desde
luego que no! La Iglesia y la humanidad entera están llamadas a “reproducir” este milagro, este “signo” del
compartir, entre tantos grupos y tantos pueblos que no pueden comer ni pagar la deuda que los empobrece.
Otro tipo de lectura e interpretación de nuestro relato no tendría sentido hoy. La “apologética” del poder divino
y extraordinario de Jesús o de Dios no daría de comer a tantos que hambrean lo necesario.

DOMINGO DIECIOCHO
Jesús, el verdadero Pan de Vida

Iª Lectura: Éxodo (16,2-15): El don del maná o la providencia divina

I.1. La primera lectura está tomada del libro del Éxodo, en la que se describe que el pueblo, tras su salida de
Egipto, ya en el desierto, desesperado, protesta contra Moisés porque los ha llevado a una libertad que viene a
ser para ellos una esclavitud mayor. Es lo que se conoce como las tentaciones del desierto, lo que va a ser
proverbial en la tradición bíblica y en algunos salmos (v. g. Sal 94). Moisés, como intermediario, pide a Dios su
intervención y se le comunican las decisiones. Dios no abandona a los suyos y les envía las codornices y el
maná, cosas naturales por otra parte, aunque después se le ha dado un valor significativamente teológico y
espiritual. Los recuerdos y las tradiciones del desierto han marcado la historia de la “liberación” de la
esclavitud para poner de manifiesto que si bien es verdad que lo pasaron muy mal, nunca Dios los abandonó.

I.2. Todos sabemos que estas cosas pueden ser consideradas como sucesos naturales, ya que una banda de aves
que van de paso pueden servir de alimento para ellos. Y de la misma manera en el desierto, por razones de la
ecología misma, del contraste entre sus altas temperaturas del día y las bajas de la noche ciertas plantas tienen
un proceso de producción de néctares, los cuales recogidos y cocinados puede ser como unos panecillos. Los
beduinos del desierto lo saben. Pero lo importante en un relato popular religioso como éste y poner de
manifiesto la providencia de Dios que no abandona a su pueblo y les pide la fidelidad. Y esa es la lección
constante de la vida. Por ello, en la tradición bíblica, el maná estará cargado de una teología que el evangelio de
Juan transformará en una de las claves de su capítulo sobre el pan de vida.

IIª Lectura: Efesios (4,17-24): El hombre viejo versus el hombre nuevo

II.1. La segunda lectura de Efesios prosigue la parte exhortativa de la carta a los Efesios del domingo anterior. El
autor de la carta deja la reflexión de alcance eclesial propiamente dicha, para exhorta al sentido personal
(aunque siempre comunitario) de la existencia cristiana. Son como las exigencias de la vida cristiana, en un
conjunto muchos más amplio (4,17-5,20). Es una exhortación ética en plena regla, pero desde la ética cristiana.
Se han usado los criterios literarios propios de la época, incluso con un estilo retórico bien definido para
resaltar los contrastes entre la vida cristiana y la vida mundana. Eso quiere decir que la ética humana es
asumida plenamente en el cristianismo primitivo, pero con las connotaciones que el Espíritu de Jesucristo
“acuña” en el corazón del cristiano, que le hace sentirse una persona nueva. Toda ética propugna una persona
nueva, pero esto no se puede conseguir solamente con la fuerza de voluntad. El cristiano tiene que ponerse en
manos del Espíritu de Jesucristo.

II.2. El autor, pues, les convoca a vivir como personas nuevas, no como viven los paganos, que no tienen la
experiencia del Espíritu por la que los cristianos están marcados. Aquí, como en casi toda la literatura
neotestamentaria, se presenta el contraste entre el hombre viejo y el hombre nuevo con un énfasis particular
sobre la “banalidad de la vida”, la vida vacía, la vida sin sentido y la vida entregada a los poderes de este mundo.
Porque debemos reconocer que los no-creyentes o no religiosos no son triviales por naturaleza; por el
contrario, hay personas que no siendo religiosas o cristianas tienen una ética envidiable; y muchos religiosos e
incluso cristianos tienen más de personas viejas que de hombres nuevos. En esto debemos tener cuidado a la
hora de presentar estos valores. Es verdad que entonces, con un dualismo exagerado, se pensaba que los
«otros» que están fuera, que no son de los nuestros, no están en el camino verdadero. Pero a pesar de todo, lo
fundamental de la lectura de hoy es una exhortación a ser discípulos de Jesús viviendo su Espíritu, porque no
tener ese Espíritu significa estar sometidos a los criterios de este mundo en el que ya sabemos que no hay lugar
para el amor, el perdón, la misericordia, la paz y la entrega sin medida.

Evangelio: Juan (6,24-35): El pan de vida frente a la ley


III.1. El evangelio de Juan nos lleva de la mano hasta la ciudad de Cafarnaún a donde Juan quiere traernos
después de la multiplicación de los panes, cuando Jesús huye de los que quieren hacerle rey evitando un
mesianismo político. Todo es, no obstante, un marco bien adecuado para un gran discurso, una penetrante
catequesis sobre el pan de vida, en la que confluirán elementos sapienciales y eucarísticos. Este discurso es de
tal densidad teológica, que se necesita ir paso a paso para poder asumirlo con sentido. Jesús no quiere que le
busquen como a un simple hacedor de milagros, como si se hubieran saciado de un pan que perece. Jesús hacía
aquellas cosas extraordinarios como signos que apuntaban a un alimento de la vida de orden sobrenatural. De
hecho, en el relato se dice que Moisés les dio a los israelitas en el desierto pan, por eso lo consideran grande;
esa era la idea que se tenía. Jesús quiere ir más allá, y aclara que no fue Moisés, sino Dios, que es quien tiene
cuidado de nuestra vida.

III.2. Aunque el pan que sustenta nuestra vida es necesario, hay otro pan, otro alimento, que se hace eterno para
nosotros. Juan, por su parte, quiere ir a lo cristológico, bajo la figura del Hijo del hombre. Los rabinos
consideraban que el maná era el signo de la Ley y ésta, pues, el pan de vida; el evangelista combate dicho
simbolismo en cuanto el maná es un alimento que perece (como lo hace notar el texto de Ex 16,20) y, por la
misma razón, en esta oposición entre Jesús y la Ley, se pone de manifiesto que la ley es un don que perece para
dar paso a algo que permanece para siempre. Jesús es el verdadero pan de vida que Dios nos ha dado para dar
sentido a nuestra existencia. El pan de vida desciende del cielo, viene de Dios, alimenta una dimensión germinal
de la vida que nunca se puede descuidar. La revelación joánica de Jesús: “yo soy” (ego eimi) es para escuchar a
Jesús y creer en El, ya que ello, en oposición a la Ley, nos trae el sentido de la vida eterna.

III.3. El discurso refleja toda la entraña polémica de la escuela o la comunidad joánica. No estamos ante un
discurso estético o simplemente literario. Ya vimos el domingo pasado que el relato de la multiplicación de los
panes era la “excusa” del autor o los autores del evangelio de Juan para este discurso de hoy que llevará a una
de las crisis en el entorno del mismo Jesús (y según la interpretación de la escuela joánica). Estamos, sin duda,
ante un discurso que todavía es “sapiencial” para acabar siendo “eucarístico” a todos los efectos como
reconocen los grandes intérpretes (Jn 6,53-58). Diríamos que en esta parte del discurso de Jn 6 se nos está
hablando del “pan de la verdad”, que es la palabra de Jesús en oposición a la Ley como fuente de verdad y de
vida para los judíos. Antes, pues, de pasar a hablarnos del pan de la vida, se nos están introduciendo en todo
ello, por medio del signo y la significación del maná, del pan de la verdad. Y el pan de la verdad nos ha venido,
de parte de Dios, por medio de Jesús que nos ha revelado la fuente y el misterio de Dios, del misterio de la vida.

DOMINGIO DIECIOCHO DEL TIEMPO ORDINARIO


LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR (Ciclo B- 2006)

Iª Lectura: Daniel (7,9.13-14): La visión apocalíptica del Reino

I.1. Sabemos que este es un texto muy polémico y que ofrece materia para las mentes y tendencias
apocalípticas. El libro de Daniel fue alimento de la apocalíptica judía y cristiana. El mismo concepto de Reino de
Dios, tan usado por Jesús, es determinante a este respecto. Hay una concepción del Reino de Dios que aparece
en momentos de singular tribulación del pueblo, en el momento del exilio, reflejado en el Deutero-Isaías, y en el
momento de la terrible opresión de los Seleúcidas, como se refleja en el libro de Daniel. En estos momentos el
Reino de Dios se proclama en neto contraste con los reinos opresores del presente, pretende suscitar la
resistencia y esperanza de un pueblo que sufre y se refiere a una intervención futura y liberadora de Dios, que
cambiará la historia.

I.2. Esta era una manera de resistir a la tiranía y al poder dominante. El pueblo judío, como los otros pueblos
tenían a sus profetas para expresar otra alternativa, en este caso, a los babilonios (Baltasar), aunque era en
tiempos de la helenización de los Seléucidas. En realidad esta era una forma “teologal” de decir que nadie en
este mundo puede suplantar el poder de Dios (de Yahvé)… Por ello se lo entrega a un “hijo de hombre”, alguien
que “no tiene poder”. Era una forma de “combatir” pacífica y de condenar la tiranía de los imperios. La lectura, a
“posteriori”, de Jesús como “hijo de hombre”, proclamador del Reino de Dios, es una identificación propia de la
época, pero que deja claro que el “poder” de Dios está en la justicia y la paz, el poder de la tiranía está en las
armas y la guerra. Por eso Dios, en esa visión magistral, se lo entrega a un “don nadie”, un “hijo de hombre”.
Luego el poder no puede divinizarse.
IIª Lectura: 2Pedro (1,16-19): Siempre debemos esperar una transfiguración de nuestra vida

II.1. Este texto de la 2Pe es un comentario al relato sinóptico de la transfiguración. Pero no debemos perder de
vista que estamos leyendo, no una carta del apóstol Pedro, sino de un cristiano anónimo de finales del s. I,
quizás más tardío (ni siquiera se considera el autor de la 1Pe), que está haciendo una lectura de esa tradición
precristiana en perspectiva de la parusía a la que se aguarda con pasión. Si el relato de la transfiguración se ha
considerado como un relato pascual en cierta forma, transformado en un hecho de la vida de Jesús que se
prepara para ir a Jerusalén para morir y resucitar, se comprende que setenta años más tarde sea el referente
para la parusía o la vuelta de Jesús para transformar esta historia y este mundo.

II.2. El lenguaje delata estas expectativas que alimentaban momentos difíciles para los cristianos, en aquellos
momentos, en que ya habían comenzado las persecuciones locales, para dar testimonio de su fe. Un día, el Jesús
trasfigurado, resucitado, debía venir, no solamente para ayudar a los suyos, sino también para que terminaran
los sufrimientos de la humanidad. No eran fábulas, se afirma. Pero la verdad es que eso de “ser testigo ocular de
su grandeza” se dice porque Pedro, efectivamente, se nos presenta como testigo de la transfiguración, como de
la resurrección, aunque no sea el autor de este escrito neotestamentario. El texto recuerda el lenguaje bíblico
de Is 42,1 y el Sal 2,7, de la misma manera que el relato de los sinópticos. No obstante, se quiere llamar también
la atención sobre palabras de los profetas cristianos, que al contrario de los falsos augures, traen luz que
ilumina la vida cristiana. Son los profetas cristianos los que mantienen viva la esperanza de las comunidades.

Evangelio: Marcos (9,1-9): La transfiguración es asomarse a la resurrección

III.1. El relato de la Transfiguración de Marcos nos asoma a una experiencia intensa de Jesús con sus discípulos,
camino de Jerusalén después de haber anunciado la pasión, para que esos discípulos puedan meterse de lleno
en el camino y en la verdadera misión de Jesús. Los discípulos, o bien desean los primeros puestos del reino, o
bien quieren quedarse en el monte de la gloria de la transfiguración, como Pedro. Jesús va al monte para orar y
entrar en el misterio de lo que Dios le pide; desde esa experiencia de oración intensa puede iluminar su vida
para saber que le espera lo peor, pero que Dios estará siempre con él. Es una escena importante y compleja que
viene a ser decisiva en el desarrollo del evangelio y de la vida de Jesús que ahora ya mira a Jerusalén como meta
de su existencia. Tenemos que pensar que más que otra cosa, (aunque haya una experiencia histórica de Jesús y
sus discípulos en un monte), esta escena es una construcción teológica del evangelista, con todas sus
consecuencias. En Jn 12,28-30 encontramos una experiencia de este tipo. Nuestro relato de la Transfiguración,
en una teofanía que abarca casi todo, tiene tres partes: a) vv.1-4 y b) vv. 5-8 y una conclusión c) vv. 9-10 sobre
el “secreto mesiánico”, que es muy propio de Marcos y la pregunta de los discípulos sobre la resurrección de
entre los muertos.

III.2. Los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, están allí para respaldar precisamente la acción de
Jesús. Y la voz misteriosa, entre las nubes, reafirma que, desde ahora, a quien hay que escuchar y seguir es a
Jesús. Los elementos del relato nos muestran los símbolos especiales de las teofanías propias del AT. Pedro
quiere quedarse, plantarse allí, haciendo tres tiendas, para Moisés, Elías y Jesús. El relato en sí es en el
evangelio de Marcos el comienzo del viaje hacia Jerusalén. Y aunque no diga, como en Lucas (13,33), que un
profeta no puede “morir fuera de Jerusalén”, viene a ser como el asomarse a la meta de la vida de Jesús: la
resurrección. Pero a la resurrección, a la nueva vida, no se llega sino por la muerte. Una muerte que ya está
sembrada en la vida del profeta de Galilea y casi decidida (Mc 3,6). Pedro no quiere bajar del monte porque esa
vida nueva supone aceptar la muerte, y no una muerte cualquiera, sino la muerte en la cruz. La “gloria” divina
que se ha experimentado en ese monte (que en las tradiciones primitivas probablemente quería emular al
Sinaí; por ello aparecen Moisés y Elías: cf Ex 19-20; 1Re 19) está llamando a otro monte, el del Calvario, para
que se viva como realidad plena. Jesús es el que tiene las ideas claras de todo ello, los discípulos no.

III.3. La decisión de Jesús de bajar del monte de la transfiguración y seguir caminando hacia Jerusalén, lugar de
la Pasión, es la decisión irrevocable de transformar el mundo, la religión y la vida. Es verdad que eso le llevará a
la muerte. Esa decisión tan audaz, como decisión de una misión que ahora se confirma en su experiencia con lo
divino, con la voz del Padre, no le llevará directamente al triunfo, sino a la muerte. Pero el triunfo de la
resurrección lo ha podido contemplar, a su manera, en ese contacto tan intenso con el misterio de Dios. Dios le
ha revelado su futuro, la meta, la victoria de la vida sobre la muerte. Y ahí está su confianza para seguir su
camino y hacer que le acompañen sus discípulos. Estos seguirán sin entenderlo, sin aceptarlo, preparándose o
discutiendo sobre un premio que no llegará de la forma que lo esperaban. Del cielo se ha oído un mandato:
“escuchadlo”, pero no lo escuchan, porque su mentalidad es bien otra. Jesús los ha asomado un poco a la “gloria”
de una vida nueva y distinta, pero no lo han entendido todavía. El relato, desde luego, es cristológico, ¡no hay
duda!, pero Marcos también quiere que sea pedagógico para la comunidad: la vida verdadera no se goza
“plantándose” en este mundo, en esta historia, en nuestros proyectos. Está en las manos de Dios.

DOMINGO DIECINUEVE
De la sabiduría a la Eucaristía

Iª Lectura: 1Reyes (19,4-8): La fuerza de Dios en el corazón del profeta

I.1. La primera lectura nos narra una de las escenas más maravillosas y excepcionales del profeta Elías, el
prototipo del profetismo del Antiguo Testamento, quien en tiempo de Ajaz y la reina fenicia Jezabel, su esposa
(en el reino del norte, Israel), luchó a muerte por el yahvismo (la religión judía) que la reina quería “sincretizar”
con sus creencias paganas. El profeta Elías, un defensor a ultranza del monoteísmo (sólo existe un Dios, Yahvé,
y ninguno más) y de sus exigencias éticas, se enfrenta con la reina y sus lacayos. Sabemos que, en el fondo, es
una guerra de religión, un enfrentamiento de culturas, donde el profeta Elías había derrotado a espada a los
profetas de Baal (dios cananeo-fenicio) y eso le hace huir hacia el Horeb, que es el monte Sinaí en una tradición
bíblica.

I.2. Elías va al encuentro de las verdaderas raíces del yahvismo, como podemos encontrar en Ex 19. El ángel de
Dios le anima, le pone un pan y agua para que prosiga en esta huida, como Moisés, hacia el monte de Dios (en el
Horeb), para beber en la verdadera fuente del yahvismo. Hay mucho de simbólico en esta narración, como se ha
reconocido en la interpretación de los expertos. No todo lo que hay en la historia de Elías y su lucha por el
yahvismo es hoy aceptable desde el punto de vista teológico, aunque defender los principios de una religión
que se fundamenta en la justicia, como hace Elías en otras ocasiones, sí es ejemplo de radicalidad. Dios viene en
ayuda del profeta, porque la lucha es “a muerte”. Defender una causa justa en nombre de Dios, no es apologética
o fundamentalismo, o no debe serlo al menos, sino que es humanizar la religión.

IIª Lectura: Efesios (4,30-5,2): Dios, inspirador de nuestra vida

II.1. La segunda lectura prosigue con la exhortación a la vida nueva que lleva consigo el sello del Espíritu que
deben poseer los cristianos. Lo que el autor pide, como consecuencia de esta identidad cristiana en el Espíritu,
es determinante para conocer lo que hay que hacer como cristianos; es lo que se llama la praxis: evitar la
agresividad, el rencor, la ira, la indignación, las injurias, y toda esa serie de maldades o miserias.
II.2. La alternativa es ser imitadores de Dios, es decir, bondadosos, compasivos y perdonadores. No es un
imposible lo que se propone en el sentido de que Él sea nuestra vara de medir, sino tener los mismos
sentimientos que Dios, como Padre, tiene con todos nosotros; así los debemos tener los unos con los otros. Nos
recuerda algunos aspectos del Cristo joánico: como el Padre me ha amado, así os amo yo.

Evangelio: Juan (6,41-51): "Yo soy" el pan de vida

III.1. El contraste entre la Ley del AT y la persona de Jesús es una constante en el evangelio de Juan. Frente a la
Ley y su mundo, y especialmente frente a la interpretación y manipulación que hacían los judíos, el evangelio
propone a Jesús como verdadera “verdad” de la vida. Por eso mismo, los autores de San Juan se inspiran en la
Sabiduría divina a la hora de interpretar el AT y de lo que Jesús ha venido hacer como Palabra encarnada. En el
AT se hablaba de la Sabiduría divina que habría de venir a este mundo (cf Pro 1,20ss; 8; 9,1ss; Eclo 24,3ss.22ss;
Sab 7,22-8,8; 9,10.17) como Palabra para iluminar y enseñar la forma de llevar a cabo el proyecto salvífico de
Dios. Por eso mismo, en este discurso de Jn 6 se tienen muy en cuenta estas tradiciones sapienciales como de
más alto valor que el mismo cumplimiento de los preceptos de la Ley. Y en Jn 6 se está pensando que Jesús, la
Palabra encarnada, es la realización de ese proyecto sapiencial de Dios.

III.2. El evangelio de hoy nos introduce en un segundo momento del discurso del pan de vida. Como es lógico,
Juan está discutiendo con los «judíos» que no aceptan el cristianismo, y el evangelista les propone las
diferencias que existen, no solamente ideológicas, sino también prácticas. Su cristología pone de manifiesto
quién fue Jesús: un hombre de Galilea, de Nazaret, hijo de José según se creía ¿cómo puede venir del cielo? Es la
misma oposición que Jesús encuentra cuando fue a Nazaret y sus paisanos no lo aceptaron (Mc 6,1ss). Las
protestas de los oyentes le da ocasión al Jesús joánico, no de responder directamente a las objeciones, sino de
profundizar más en el significado del pan de vida (que al final se definirá como la eucaristía). Pero ahí aparece
una de las fórmulas teológicas joánicas de más densidad: yo soy el pan de vida. Y así, el discurso sapiencial se
hace discurso eucarístico.

III.3. La presencia personal de Jesús en la eucaristía, pues, es la forma de ir a Jesús, de vivir con El y de El, y que
nos resucite en el último día. El pan de vida nos alimenta, pues, de la vida que Jesús tiene ahora, que es una vida
donde ya no cabe la muerte. Y aunque se use una terminología que nos parece inadecuada, como la carne, la
«carne» representa toda la historia de Jesús, una historia de amor entregada por nosotros. Y es en esa historia
donde Dios se ha mostrado al hombre y le ha entregado todo lo que tiene. Por eso Jesús es el pan de vida.
Harían falta muchas más páginas para poder exponer todo lo que el texto del evangelio de hoy proclama como
“discurso de revelación”. El pan de vida, hace vivir. Esta es la consecuencia lógica. Casi todos los autores
reconocen que estamos ya ante la parte eucarística de Jn 6.

III.4. Aparece aquí, además, uno de los puntos más discutidos de la teología joánica: la escatología, que es
presentista y futura a la vez. La vida ya se da, ya se ha adelantado para los que escuchan y “comen” la “carne”
(en la participación eucarística). Pero se dice, a la vez, que será “en el último día”. Esto ha traído de cabeza a
muchos a la hora de definir qué criterios escatológicos se usan. Pero podemos, simplificando, proponiendo una
cosa que es muy importante. La vida que se nos da en la eucaristía como participación en la vida, muerte y
resurrección de Jesús no es un simulacro de vida eterna, sino un adelanto real y verdadero. Nosotros no
podemos gustarla en toda su radicalidad por muchas circunstancias de nuestra vida histórica. La eucaristía,
como presencia de la vida nueva que Jesús tiene como resucitado, es un adelanto sacramental de la vida eterna.
Tendremos que pasar por la muerte biológica, pero, desde la fe, consideramos que esta muerte es el paso a la
vida eterna. Y en la eucaristía se puede “gustar” este misterio.

Solemnidad de La Asunción de María

1ª Lectura: Apocalipsis 11,11-12,1.3-6

“... Apareció un figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce
estrellas. Estaba encinta, le llegó la hora, y gritaba entre los espasmos del parto... Dio a luz a un varón, destinado a
gobernar con vara de hierro a los pueblos... Y se oyó una voz en el cielo: “Ya llega la victoria, el poder y el reino de
nuestro Dios, y el mundo de su Mesías”
Una primera lectura de este texto ha de referirse a la Iglesia fundada por Cristo sobre los apóstoles. Y otra
lectura, propia de la tradición cristiana, añade a ese primer sentido la presencia de María Virgen en la historia
de nuestra salvación, como Madre de Cristo, Mesías.

2ª Lectura: Primera a los Corintios 15,20-26

“Hermanos: Cristo ha resucitado, primicia de todos los que son de Cristo... Por Cristo, todos volverán a la vida. Pero
cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos...”
El triunfo de Cristo es la fuente y punto de partida de todos los triunfos de los creyentes. Quienes creemos en
Cristo, Hijo de Dios, resucitado y triunfador, estamos seguros de nuestro triunfo con Él y en Él. La Virgen María,
es la primera privilegiada, por ser Madre.

Evangelio según san Lucas 1,39-56

“María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado
la humillación de su esclava.
Desde ahora, me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí..., y su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación...”

Una de las obras grandes que el Poderoso hizo en María, fue elevarla al cielo como un hijo eleva a la gloria a su
madre que le acompañó en el camino de amor y salvación.
De las Homilías de San Beda el Venerable, presbítero

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. Con estas palabras, María
reconoce en primer lugar los dones singulares que le han sido concedidos, pero alude también a los beneficios
comunes con que Dios no deja nunca de favorecer al género humano.
Proclama la grandeza del Señor el alma de aquel que consagra todos sus afectos interiores a la alabanza y al
servicio de Dios y, con la observancia de los preceptos divinos, demuestra que nunca echa en olvido las proezas
de la majestad de Dios.
“Se alegra en Dios, su salvador”, el espíritu de aquel cuyo deleite consiste únicamente en el recuerdo de su
creador, de quien espera la salvación eterna.
Estas palabras, aunque son aplicables a todos los santos, hallan su lugar más adecuado en los labios de la
Madre de Dios, ya que ella, por un privilegio único, ardía en amor espiritual hacia aquel que llevaba
corporalmente en su seno.
Ella con razón pudo alegrarse, más que cualquier otro santo, en Jesús, su salvador, ya que sabía que aquel
mismo al que reconocía como eterno autor de la salvación había de nacer de su carne, engendrado en el tiempo,
y había de ser, en una misma y única persona, su verdadero hijo y Señor.
“Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.- su nombre es santo”. No se atribuye nada a sus méritos,
sino que toda su grandeza la refiere a la libre donación de aquel que es por esencia poderoso y grande, y que
tiene por norma levantar a sus fieles de su pequeñez y debilidad para hacerlos grandes y fuertes.
Muy acertadamente añade: “Su nombre es santo”, para que los que entonces la oían y todos aquellos a los que
habían de llegar sus palabras comprendieran que la fe y el recurso a este nombre había de procurarles, también
a ellos, una participación en la santidad eterna y en la verdadera salvación, conforme al oráculo profético que
afirma: Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará, ya que este nombre se identifica con aquel del que
antes ha dicho: "Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador".
Por esto se introdujo en la Iglesia la hermosa y saludable costumbre de cantar diariamente este cántico de
María en la salmodia de la alabanza vespertina, ya que así el recuerdo frecuente de la encarnación del Señor
enardece la devoción de los fieles y la meditación repetida de los ejemplos de la Madre de Dios los corrobora en
la solidez de la virtud. Y ello precisamente en la hora de Vísperas, para que nuestra mente, fatigada y tensa por
el trabajo y las múltiples preocupaciones del día, al llegar el tiempo del reposo, vuelva a encontrar el
recogimiento y la paz del espíritu.

****
Hoy, en esta fiesta que es la fiesta de las fiestas de María, porque se quiere celebrar su “Asunción”, su vida
nueva, en definitiva su resurrección, hemos querido ofrecer la homilía de San Beda el Venerable (monje inglés
del s. VIII), quien con su lectura medieval nos traslada a una comprensión del Magnificat altamente espiritual.
No es una lectura exegética en el pleno sentido de la palabra, pero es sustanciosa. No hay duda que Beda, que es
uno de los autores más significativos para la lectio divina, entiende que el Magnificat sale así del alma de María,
sin ocuparse de las fuentes que Lucas haya usado para componer este hermoso canto, que es programa e
itinerario del evangelio mismo

DOMINGO VEINTE
El Pan de Vida, sabiduría y donación de resurrección

Iª Lectura: Proverbios (9,1-6): El banquete de la Sabiduría

I.1. La primera lectura nos presenta a la Sabiduría, casi personalizada, que ha preparado un banquete para
inaugurar una casa que, sobre siete columnas (número perfecto en la Biblia), es un dechado de solidez y de
inteligencia. La Sabiduría en el AT es la experiencia más profunda de la vida. Es como Dios; su mejor asistente
en todo lo que hace, hasta el punto que en los extremos de monoteísmo de la religión judía debemos entender
que cuando se habla de la Sabiduría se está hablando de acciones divinas, de lo que Dios hace con los que son
inexpertos y los necios. Si se fían de El asistirán a un banquete de vida.

I.2. El pan y el vino son los signos más sencillos, los más reales para compartir lo mejor de la Sabiduría. Por lo
tanto es todo un canto, bajo el símbolo de un banquete, para compartir la vida de Dios. Aunque no parezca un
texto de tipo cultual, viene a ser una especie de adelanto del banquete eucarístico. No es un banquete para
sabios de este mundo y según la inteligencia de este mundo, sino precisamente para los que con menos
capacidad se sienten en este mundo. Así es de generosa la Sabiduría, porque se está hablando de la generosidad
de Dios.

IIª Lectura: Efesios (5,12-20): Vivir en la luz e iluminados

II.1. La segunda lectura es una invitación a la comunidad, en primer lugar, a actuar como envuelta en la luz,
concretamente, en la luz de Cristo. Es un canto, pues, a Cristo luz en que resuenan ciertos elementos del libro de
Isaías (26,19; 51,17; 52,1; 60,1). Es un canto que se cita como apoyo al planteamiento ético de cómo tienen que
vivir los cristianos, ya que han sido iluminados en el bautismo, y no pueden andar por el mundo como personas
que no tuvieran luz, ni sabiduría, ni Espíritu.

II.2. El tema de la sabiduría cristiana es contemplado de nuevo como praxis de los que han sido bautizados y no
pueden vivir en el mundo de cualquier manera, cegados por lo que quita la razón, el juicio y el discernimiento
(por ello se usa el simbolismo negativo del vino, la embriaguez como necedad), sino que deben estar abiertos a
una esperanza en que, unidos, alaban a su Dios con cánticos, himnos y salmos.

Evangelio: Juan (6,51-58): La comunión de vida con el Hijo

III.1. El evangelio de Juan lleva a su punto culminante del discurso del pan de vida, porque aparecen con un
realismo indiscutible los elementos sacramentales de la eucaristía. Es, probablemente, el texto más explícito
sobre este sacramento que se practicaba en la comunidad, por el que probablemente eran criticados los
cristianos. Juan no nos describe la institución de la eucaristía en la última cena; por ello, los especialistas han
visto aquí el momento elegido por el evangelista para poner de manifiesto sus ideas teológicas sobre este
sacramento que hace a la comunidad. En este momento se usa el verbo “trogein” (comer; en el tema del maná,
en los versículos anteriores, se ha usado el verbo fagein) que tiene un verdadero sentido sacramental, ya que
comer “la carne” y beber “la sangre” no pueden hacerlo los humanos (está prohibido cf Lv 17,10) más que en
sentido simbólico-sacramental. El valor semítico del la palabra “carne” sirve para designar la condición
humana, la vida humana, del Hijo del Dios.

III.2. Nos encontramos ante la radicalización del discurso de Cafarnaún: la carne, en este caso es lo mismo que
el cuerpo, y el cuerpo representa a la persona y la historia misma de Jesús que se ha sacrificado y entregado por
“el mundo”. El autor nos pone frente al sacrificio redentor de la cruz, sin mencionarlo directamente, más que
por medio de “dar” o “entregar”. El sentido del “comer” al Hijo del hombre es una expresión de muchos quilates
que apunta a poseer su vida, su palabra, sus opciones, sus sentimientos filiales. Este es el desarrollo lógico y
teológico de todo lo anterior, aunque bien ha podido ser añadido en un segundo momento de la reflexión de
este evangelio, que no se ha compuesto de una sola vez.

III.3. Es una comunión con su vida, esa vida que entrega por todos los hombres y que en la eucaristía vuelve a
entregar como el resucitado. Si El Hijo vive por el Padre que le entrega su vida, nosotros vivimos por Jesús que
nos entrega la que ha recibido. Es todo, pues, un misterio de donación el que acontece en la realización de la
eucaristía. De ahí que sea el sacramento que nos va resucitando día a día, para que la muerte no sea nuestro
destino, sino que nuestra meta es tener la vida que Jesús posee ahora como Señor de la muerte. Ahí reside la
sabiduría del misterio de la eucaristía en la comunidad: ser una donación sin medida. En Juan este discurso está
en sintonía con el mismo misterio de la Encarnación. Es posible que muchas expresiones muestren un
“realismo” exagerado para explicar lo que siendo real, se lleva a cabo de forma sacramental. Porque es real la
donación de la vida

DOMINGO VEINTIUNO
La Eucaristía, Pacto de Vida

Iª Lectura: Josué (24,1-18): Israel en las manos de Dios

I.1. La primera lectura nos habla del famoso pacto de Siquén en el que el sucesor de Moisés al frente del pueblo
liberado de la esclavitud de Egipto, y ya introducido y poseedor de la tierra prometida, convoca a todas las
tribus para hacer un pacto, una alianza con Yahvé. ¿Por qué? Cuando los israelitas llegaron a Canaá se
encuentran con que sus habitantes tienen sus dioses, sus santuarios, lo cual ha de influir bastante en los
advenedizos; no se cambia de la noche a la mañana una cultura religiosa acendrada en la situación social y
antropológica de ese pequeño territorio. Este pacto, desde luego, es presentado en la Biblia como el prototipo
de la unidad de tribus, cada una de las cuales tenía sus intereses sociales y políticos; e incluso, lo más probable,
es que no todas las tribus hubieran tenido la experiencia de la esclavitud de Egipto y del paso por el desierto.

I.2. Habría que considerar en el marco de la lectura de este texto de Josué una serie de propuestas sobre el
origen de “Israel” en la tierra prometida, que hoy se proponen desde la arqueología y desde un planteamiento
de sociología religiosa. Se ha llegado a hablar que el origen de Israel en Palestina es el fruto de una “revuelta
campesina” (cito los autores más famosos: G. Mendenhall y N. K. Gottwald) que se ha trasmitido a la posteridad
bajo un pacto religioso de las tribus para dar coherencia y unidad. No quiere decir que las tesis tradicionales de
la Biblia: un grupo de esclavos que sale de Egipto bajo el liderazgo de Moisés se deba descartar. Pero la forma
en que la Biblia narra las cosas no han de ser aceptadas sin tener en cuenta los datos de la arqueología, la
antropología y la sociología religiosa. La Biblia ha escrito su “historia” desde arriba, desde el proyecto de Dios,
eso es lo importante. Pero eso no significa que “Israel” sea un puro proyecto divino en sus pormenores.

I.3. El autor de este relato quiere decir que la unidad de las tribus había que conseguirla con un pacto religioso
con el que se comprometían en servir a Yahvé y abandonar a los dioses cananeos. Es lo que algunos han
llamado la “anfictionía” a imagen de lo que se conoce de Grecia e Italia, en torno a un santuario común. No está
claro este asunto y hoy es históricamente menos interesante. Lo que importa para el autor deuteronomista, es
el reto constante de la religión de Israel, nunca conseguido, como combaten frecuentemente los profetas y los
encargados de la ortodoxia religiosa de Israel y Judá. El texto de hoy es propio de una escuela teológico-
catequética, llamada deuteronomista (porque se inspira en el libro de Deuteronomio), idealizando los orígenes
y las fidelidades del pueblo a su Dios. Es una propuesta, además, de futuro: sólo Dios puede salvar a su pueblo
en todas las situaciones. ¿Es eso así? Para un pueblo que ha construido su vida en torno a Yahvé como identidad
no es y no debe ser nada extraño. Desde el punto de vista teológico y espiritual tener confianza (emunah) en
Dios es decisivo.

IIª Lectura: Efesios (5,21-32): La familia cristiana vive en el amor de entrega

II.1. La segunda lectura es uno de los textos más expresivos y polémicos del NT, ya que el simbolismo de la
cabeza y el cuerpo (Cristo y la Iglesia), aplicado a las relaciones hombre y mujer en el matrimonio, ha dado
mucho que hablar en estos tiempos de reivindicaciones de los derechos de la mujer. Pero este texto no está
escrito en esos términos polémico-reivindicativos. Se trata de hacer una lectura de la familia (técnicamente se
le conoce como «código familiar») aplicando los principios de la eclesiología: la Iglesia no es nada sin su Señor,
que ha dado su vida por ella. Eso no es lo mismo en el matrimonio, donde hombre y mujer están en el mismo
plano de igualdad, pero donde cada uno desempeña su papel y su misión. La sumisión es de uno a otro si se
entiende positivamente, ya que en el matrimonio no hay sumisión, sino entrega mutua.

II.2. Pues a pesar de todo, como el prototipo de esta forma de hablar es el romance de Cristo con su Iglesia, el
matrimonio debe entenderse así en su realidad radical; es un romance de amor, de entrega, de generosidad, de
dar la vida el uno por el otro, como Cristo y la Iglesia. Este romance de amor tiene todo su sentido si el amor de
los esposos toma como prototipo el de Cristo a su Iglesia. Quiere eso decir que el amor del que aquí se habla no
es el erótico, ni el de pura amistad, ni siquiera el amor “familiar” que es un amor específico. Los cristianos viven,
pueden vivir todos esos amores, sin duda, y los necesitan. Pero el que da sentido al matrimonio “cristiano” es el
amor de entrega absoluta a ejemplo de cómo Cristo se ha entregado por la Iglesia.

Evangelio: Juan (6,60-69): Eucaristía y vida

III.1. El evangelio del día es la última parte del capítulo sobre el pan de vida y la eucaristía. Como momento
culminante, y ante las afirmaciones tan rotundas de la teología joánica sobre Jesús y la eucaristía, la polémica
está servida ante los oyentes que no aceptan que Jesús pueda dar la vida eterna. Se habla, incluso, de discípulos
que, escandalizados, abandonan a Jesús. Deberíamos entender, a su vez, que abandonan la comunidad que
defendía esa forma de comunicación tan íntima de la vida del Señor resucitado. Pero la eucaristía es solamente
un anticipo, no es toda la realidad de lo que nos espera en la comunión con la vida de Cristo. Por ello se recurre
al símil del Hijo del hombre que ha de ser glorificado, como nosotros hemos de ser resucitados.
III.2. Ahora, el autor o los autores, se permiten una contradicción con las afirmaciones anteriores de la “carne”:
“el Espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada”. Nunca se han podido explicar bien estas palabras en
todo el contexto del discurso de pan de vida, donde la identidad “carne” es el equivalente a la vida concreta que
vivimos en este mundo. Es la historia del Hijo del hombre, de Jesús, en este mundo. ¿Por qué ahora se descarta
en el texto? Porque en este final del discurso se carga el horizonte de acentos escatológicos, de aquello que
apunta a la vida después de la muerte, a la resurrección y la vida eterna. Y la vida eterna, la de la resurrección,
no es como vivir en este mundo y en esta historia. Tiene que ser algo nuevo y “recreado”. Es una afirmación
muy en la línea de 1Cor 15,50: “la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”.

III.3. Este es uno de los grandes valores de la eucaristía cristiana y en este caso de la teología joánica. La
eucaristía no se celebra desde la memoria del pasado solamente: la muerte de Jesús en la cruz. Es también un
sacramento escatológico que adelanta la vida que nos espera tras la muerte. Esto es lo admirable de la
eucaristía. Jesús, pues, les pide a sus discípulos, a los que le quedan, si están dispuestos a llegar hasta el final, a
estar con él siempre, más allá de esta vida. E incluso les da la oportunidad de poder marcharse libremente. Las
palabras de Pedro, que son una confesión de fe en toda regla, descubren la verdadera respuesta cristiana: "¿A
dónde iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!". Todo esto acontece en la eucaristía cuando se celebra como
mímesis real y verdadera de lo que Jesús quiere entregar a los suyos, por ello es un pacto de vida eterna.

DOMINGO VEINTIDOS
La verdadera religión es liberadora

Iª Lectura: Deuteronomio (4,1-8): La grandeza de los mandamientos

I.1. El libro del Deuteronomio, que es uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco cristiano, nos
ofrece una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos de Dios. Este libro tuvo una historia
muy movida, ya que parece que estuvo escondido (al menos una parte) en el Templo de Jerusalén por miedo a
las actitudes antiproféticas de algún rey de Judá, hasta que Josías (s. VII a. C), un gran rey, abrió las puertas de la
reforma religiosa. Entonces, los círculos proféticos volvieron sus ojos a este libro, que recogía tradiciones
religiosas muy importantes.

I.2. La lectura de hoy era el comienzo del libro en aquella época y se invita al pueblo a considerar con sabiduría
los mandamientos de Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como prohibiciones, sino
como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por ello éste debe escucharlo, servirlo y buscarlo. La
lectura nos invita, pues, a no avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad
salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido demasiado legalista y, entonces, a
algunos, les parecen insoportables. Y será Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada,
con objeto de acercar a Dios a todos nosotros.

IIª Lectura: Santiago (1,17-27): Abrirse a los dones divinos

II.1. La carta de Santiago recoge la enseñanza de los dones de Dios. Su comparación con los astros del cielo que
se eclipsan en momentos determinados, no afecta al Padre de las luces. Es un texto lleno de claves sapienciales
en la mejor tradición de la teología judía. Dios ha querido darnos los dones verdaderos y se revelan, para el
autor de la carta, en la palabra de Dios.

II.2. Valoramos aquí una legítima teológica de la palabra, ya que en ella está la salvación. Es una palabra que
opera la salvación de nuestro corazón y de nuestras mentes. Es verdad que pide, para que pueda salvarnos,
ponerla en práctica. Sabemos que la carta de Santiago es de una efectividad incomparable, como sucede en su
discusión sobre la fe y las obras. ¿Cómo es posible ponerla en práctica? Atendiendo a los que nos necesitan: los
huérfanos, viudas y los que no tienen nada. Y eso, por otra parte, es la verdadera religión, es decir, la verdadera
adoración de Dios.

Evangelio: Marcos (7,1-23): La voluntad de Dios humaniza


III.1. El evangelio, después de cinco domingos en que hemos estado guiados por Jn 6, retoma la lectura continua
del segundo evangelio. El tema es la oposición entre mandamientos de Dios y tradiciones humanas. La cuestión
es muy importante para definir la verdadera religión, como se ha puesto de manifiesto en la carta de Santiago.
El pasaje se refiere a la pregunta que los fariseos (cumplidores estrictos de la tradiciones de los padres)
plantean a Jesús, porque algunos seguidores suyos no se lavan las manos antes de comer. La verdad es que esta
es una buena tradición sanitaria, pero convertida en precepto religioso, como otras, puede llegar a ser
alarmante. Es el conflicto entre lo esencial y lo que no lo es; entre lo que es voluntad de Dios y lo que es
voluntad de los hombres en situaciones religiosas y sociales distintas.

III.2. Este conjunto de Mc 7,1-23 es bastante complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de
tradiciones distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos cuestiones las que se plantean: 1) la
fidelidad a las tradiciones antiguas; 2) el lavarse las manos. En realidad es lo primero más importante que lo
segundo. El ejemplo que mejor viene al caso es el del Qorbán (vv.9-13): el voto que se hace a Dios de una cosa,
por medio del culto, lo cual ya es sagrado e intocable, si no irreemplazable. Si esto se aplica a algo necesario a
los hombres, a necesidades humanas y perentorias, parece un “contra-dios” que nadie pueda dispensar de ello.
Si alguien promete algo a Dios que nos ha de ser necesario para nosotros y los nuestros en tiempos posteriores,
no tendría sentido que se mantenga bajo la tradición del Qorbán. Los mismos rabinos discutían a fondo esta
cuestión. La respuesta de Jesús pone de manifiesto la contradicción entre el Qorbán del culto y el Decálogo
(voluntad de Dios), citando textos de la Ley: Ex 20,12; 21,17; Dt5,16; Lv 20,9. Dios, el Dios de Jesús, no es un ser
inhumano que quiera para sí algo necesario a los hombres. Dios no necesita nada de esas cosas que se ponen
bajo imperativos tradicionales. La religión puede ser una fábrica inhumana de lo que Dios no quiere, pero sí lo
quieren los que reemplazan la voluntad de Dios para imponer la suya.

III.3. Los mandamientos de Dios hay que amarlos, porque los verdaderos mandamientos de Dios son los que
liberan nuestras conciencias oprimidas. Pero toda religión que no lleva consigo una dimensión de felicidad,
liberadora, de equilibrio, no podrá prevalecer. Si la religión, de alguna manera, nos ofrece una imagen de Dios, y
si en ella no aparece el Dios salvador, entonces los hombres no podrán buscar a ese Dios con todo el corazón y
con toda el alma. La especulación de adjudicar cosas que se presentan como de Dios, cuando responden a
intereses humanos de clases, de ghettos, es todo un reto para discernir la cuestión que se plantea en el
evangelio de hoy. Esta es una constante cuando la religión no es bien comprendida. Jesús lo deja claro: lo que
mancha es lo que sale de un corazón pervertido, egoísta y absurdo. La verdadera religión nace de un corazón
abierto y misericordioso con todos los hermanos.

DOMINGO VEINTITRES
El evangelio liberador de miserias

Iª Lectura: Isaías (35,4-7): El Dios de la vida

I.1. La primera lectura se toma del libro de Isaías y forma parte del llamado pequeño Apocalipsis de ese libro
(cc. 34-35); como tal se expresa en unas imágenes que pueden sorprendernos de parte de Dios. Probablemente
estos capítulos no pertenecen al gran profeta del s. VIII a. C, sino que corresponderían mejor a los tiempos del
Deutero-Isaías, que es quien continua el libro. Lo que verdaderamente llama la atención es la actuación
personal de Dios sobre la ciudad de Sión-Jerusalén, que ha sido sometida al desastre.

I.2. Pero en la mentalidad de los profetas verdaderos, al juicio siempre sigue la salvación, la restauración, ya que
el juicio de Dios nunca es definitivamente de destrucción, ni sobre las personas, ni sobre los pueblos. Los que
están viviendo la depresión, serán curados por la salvación de Dios; los que padecen un mal físico serán
liberados. Y todo culmina con la expresión del agua en el páramo, en la estepa, en el desierto. La vida es el signo
más claro y contundente de la vida en un pueblo rodeado de desiertos. Este oráculo de esperanza, pues, es todo
un precedente para los signos mesiánicos que Jesús llevó a cabo.

IIª Lectura: Santiago (2,1-5): La fe que vivifica y hace justicia

II.1. La segunda lectura de la carta de Santiago es una de las exhortaciones que ponen de manifiesto el objetivo
pragmático de esta carta cristiana. La polémica que provoca en la comunidad la división de clases, la atención a
los ricos en detrimento de los pobres, es un problema tan viejo como la vida misma. Pero es ahí donde la
comunidad cristiana tiene que mostrar su identidad más absoluta. El pragmatismo de la carta de Santiago no
nos da la posibilidad de matices de ningún género, y es que en estas exigencias de favoritismo no debe haberlo.
Santiago lo plantea desde la fe en Jesucristo. Entre las pocas veces que se nombra a Jesucristo en esta carta, esta
es una, y precisamente en uno de los momentos más significativos de lo que debe ser la praxis cristiana en la
“asamblea”, que es donde se retrata una comunidad. Aunque esto debe aplicarse a toda la vida de la comunidad
en el mundo.

II.2. La fe debe mostrarse en la práctica, porque de lo contrario la fe se queda en una cuestión ideológica y es
eso lo que en nombre del Señor no se puede justificar. Los pobres, en la asamblea, deben tener la misma
dignidad, porque en ella son elevados a la dignidad que el mundo no quiere otorgarles, pero la comunidad
cristiana no puede caer en el mismo favoritismo por los ricos.

Evangelio: Marcos (7,31-37): El Effatá del Reino

III.1. El evangelio de Marcos (7,31-37) nos narra la curación de un sordomudo en territorio de la Decápolis
(grupo de diez ciudades al oriente del Jordán, en la actual Jordania), después de haber actuado itinerantemente
en la Fenicia. Se trata de poner de manifiesto la ruptura de las prevenciones que el judaísmo oficial tenía contra
todo territorio pagano y sus gentes, lo que sería una fuente de impureza. Para ese judaísmo, el mundo pagano
está perdido para Dios. Pero Jesús no puede aceptar esos principios; por lo mismo, la actuación con este
sordomudo es un símbolo por el que se va a llegar hasta los extremos más inauditos: Va a tocar al sordomudo.
No se trata simplemente de una visita y de un paso por el territorio, sino que la pretensión es que veamos a
Jesús meterse hasta el fondo de las miserias de los paganos.

III.2. Vemos a Jesús actuando como un verdadero curandero; incluso le cuesta trabajo, aunque hay un aspecto
mucho más importante en el v. 34, cuando el Maestro “elevó sus ojos al cielo”. Es un signo de oración, de pedir
algo a Dios, ya que mirar al cielo, como trono de Dios, es hablar con Dios. Y entonces su palabra Effatá, no es la
palabra mágica simplemente de un secreto de curandero, sino del poder divino que puede curarnos para que se
“abran” (eso significa Effatá) los oídos, se suelte la lengua y se ilumine el corazón y la mente. Y vemos que el
relato quiere ser también una lección de discreción: no quiere ser reconocido por este acto taumatúrgico de
curación de un sordomudo, sino por algo que lleva en su palabra de anunciador del Reino. Dios actúa por él,
curando enfermedades, porque el Reino también significa vencer el poder del mal. Los enfermos en aquella
sociedad religiosa, eran considerados esclavos de “Satanás” o algo así.

III.3. Su «tocar» es como la mano de Dios que llega para liberar los oídos y dar rienda suelta a la lengua. La
significación, pues, por encima de asombrarnos de los poderes taumatúrgicos, es poner de manifiesto que con
los oídos abiertos aquél hombre podrá oír el mensaje del evangelio; y soltando su lengua para hablar, advierte
que, desde ahora, un pagano podrá también proclamar el mensaje que ha recibido de Jesús al escucharlo en la
novedad de su vida. Esta es una lección que hoy debemos asumir como realidad, cuando en nuestro mundo se
exige la solidaridad con las miserias de los pueblos que viven al borde de la muerte.

EXALTACION DE LA SANTA CRUZ


14 de Septiembre (Domingo)

Iª Lectura: Números (21,4b-9): De paso por el desierto

I.1. Este texto del libro de los Números nos resulta hoy una verdadera leyenda religiosa, casi pagana, propia de
un pueblo del desierto que tiene que defenderse contra los adversarios más naturales de ese hábitat. No podía
ser de otra manera y no merecería la pena entrar en una interpretación historicista del relato (como sería el
pensar que esta tradición habría nacido en contacto con las minas de cobre en la Arabá, en Timna, cuando el
pueblo pasa por allí). Sabemos que a la religión se le ha dotado de tradiciones y leyendas que a veces pueden
resultar demasiado culturalistas. Eso es lo que sucede en este caso. Los hombres siempre han recurrido a artes
extrañas e incluso las han plasmado en ritos religiosos con los que quiere expresar que solamente es posible
que Dios nos defienda.

IIª Lectura: Filipenses (2,6-11): La solidaridad divina se ha humanizado


II.1. Son muchos los que piensan que Filipenses 2:6-11 es en su esencia un antiguo himno cristiano. Pablo lo
tomó, lo adaptó y lo retocó, con objeto de que sirviera para poner ante la comunidad de Filipos el “modelo” de
la deidad velada en el misterio de su anonadamiento. Los creyentes alababan al Hijo de Dios: porque “se
despojó a sí mismo” (v.7) y escogió dejar de lado sus propios derechos y privilegios para convertirse en
hombre. Y no cualquier hombre, sino un siervo humilde, esclavo, con lo que ello significaba en aquél ambiente.
Y murió, pero no con una muerte humana, sino inhumana: la “mors turpissima” que se despreciaba en aquella
sociedad, como se repudiaba a los esclavos y a los que hambreaban tener la dignidad que su conciencia y su
corazón les dictaban.

II.2. No es determinante que insistamos o pongamos de manifiesto si las dos estrofas del himno tienen el mismo
equilibrio; tampoco el trasfondo (background) que las sustenta, aunque resulte erudito. Es una pieza, sin
embargo, que quiere cantar antes que nada la kénosis (el vaciamiento, el despojamiento) de lo divino en lo
humano. No se trata tampoco de que ésto lo entendamos ontológicamente, porque no es la ontología del ser
divino y el humano lo que aquí prevalece. Es verdad que antes de que Jesús, el Señor y el Hijo de Dios, fuera uno
de nosotros, preexiste en una “prehistoria” divina a la que renuncia para llegar a la kénosis. Esa, y no otra, es la
razón de la alabanza de este himno que se cantaba en alguna comunidad paulina. Esa prehistoria es importante,
porque no se está hablando simplemente de la aparición de un hombre extraordinario, como otros hombres
maravillosos han aparecido en la historia. ¡No! “Apparuit Deus in humanitatem suam”.

II.3. Entonces ¿qué significa kénosis? Entre las muchas cosas que se pueden decir elegimos ésta: la
solidaridad con los que no son nada en este mundo. Esa es la razón por la que se compuso este himno. Y no se
trata de una simple solidaridad social, sino de radicalidad antropológica. Si se hizo esa opción antropológica es
porque a Dios le interesa el hombre, la humanidad y, de la humanidad, aquellos que han sido reducidos a lo
inhumano. La muerte en la cruz es la máxima expresión de lo inhumano y hasta ahí llegó. Y ello no es una
simple representación estética. Por medio está toda una vida y unas opciones proféticas en medio de un pueblo
que adora a Dios, pero que le llevan a una condena. No eligió concretamente la muerte en la cruz en el misterio
de su kénosis; eso quedaba a decisiones de los que podían resolver y decidían sobre la vida y la muerte de las
personas. Y esos precisamente, emperadores y reyes, querían recorrer un camino opuesto al del Hijo: dejar de
ser hombres para ser adorados como dioses. Algunos lo consiguieron con mucha sangre y crueldad, pero su
divinidad se ha esfumado. Que Pablo haya añadido “y una muerte de cruz” – como muchos creen-, es para dejar
bien asentada esa solidaridad radical.

II.4. Por eso se le dio un nombre nuevo. El nombre es una misión. Su nombre es Jesús, el que tuvo siendo
hombre en esta historia, pero desde la cruz ese nombre viene a ser fuente de salvación: Dios es mi salvador,
significa. El crucificado, pues, ya no es un maldito, sino el bendito porque ha sabido llegar a “entregarse” por
todos. Y al nombre de Jesús… La cruz no es adorada, no puede serlo. La cruz es un patíbulo y sigue siendo un
patíbulo para muchos. En la cruz hay que poner un nombre, una persona, una historia real, un Hijo, que es lo
que le da sentido. Allí, en la cruz, se resuelve toda una historia de amor de Dios por la humanidad. Y esa historia
la realiza Jesús, el crucificado, que por su solidaridad con la humanidad es glorificado.

Evangelio Juan (3,13-17): El amor crucificado es glorificado

III.1. El diálogo con Nicodemo es una de las estampas más significativas del evangelio de Juan. Nicodemo, desde
“su noche”, viene –según el evangelista- a encontrarse con Jesús ¿por qué? Habría que pensar en el trasfondo de
la comunidad joánica, así como en el acercamiento de algunos judíos a los cristianos, para poder entender esta
escena. Hubo enfrentamientos muy fuertes entre judíos y cristianos, y esto se refleja en este evangelio. Pero
también hubo judíos que con toda su carga religiosa y su tradición querían buscar la verdad, la luz, el agua viva,
el nuevo maná. Los israelitas en el desierto protestaban contra el maná y vinieron serpientes. Estos conceptos
teológicos son muy propios del evangelio de Juan.

III.2. En concreto, los vv. 13-17 corresponden a una reflexión teológica, sobre palabras de Jesús, que tienen una
carga soteriológica de envergadura. Aquí se ha querido ir más allá de lo que el mismo Jesús pudo decir en su
vida histórica. Porque no podemos olvidar que este evangelio se construye con una ideología soteriológica que
se pone de manifiesto desde la misma presencia de Jesús en la “encarnación”. Jesús es el “revelador” de la
salvación y quien se encuentra con él y cree en él, se encuentra con la vida. El texto, además, intenta superar la
escena religioso-culturalista de la primera lectura (Núm 21,8). Ahora los hombres no tienen que mirar a una
serpiente en su “abrasador” (saraf: cf Is 30,6), sino al trono de la cruz, donde ha sido elevado el Hijo del hombre.
Ahora la salvación no queda en mirar a un animal venenoso, por mucho simbolismo que tuviera en la
antigüedad y en la Biblia.

III.3. En la cruz esta el “hijo del Hombre”. El “abrasador” es una cruz que los hombres han levantado para quien
revelaba a Dios de una forma nueva e inaudita. Y esto lo explica la teología joánica como “amor” de Padre al
mundo. Es, probablemente, la afirmación soteriológica más decisiva de estas palabras del evangelio. El Hijo de
Dios ha venido entregado por el Padre “para salvar” al mundo. El mundo en San Juan son los hombres que no
aceptan el proyecto salvífico de Dios. Bien, pues ese Dios no odia al mundo, sino que lo ama y así lo muestra en
el misterio de la entrega del Hijo. Podríamos atrevernos a decir que el texto evangélico de hoy es una “versión”
joánica del himno de la carta a los Filipenses, ni más, ni menos. Con un trasfondo distinto, pero que viene a
sostener la misma verdad.

III.4. Se ha dicho que este es también un texto de profundo calado escatológico, muy propio de la teología
joánica. ¡Es verdad! El juicio de nuestra salvación futura no es una decisión jurídica y enrevesada de última hora
ante un ficticio tribunal divino. Esa es una imagen apocalíptica poco feliz. Es en el presente donde se está
decidiendo nuestro porvenir salvífico. Ello es posible al aceptar por la fe al que ha sido “elevado a lo alto”, en la
cruz, donde se inicia su gloria. En la teología del cuarto evangelio la elevación en la cruz es la glorificación; por
eso se permite proclamar: “y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para
significar de qué muerte iba a morir.” (Jn 12,32-33). Todo con una garantía que teológicamente es
irrenunciable: el Dios de nuestra salvación es un Dios que ama al mundo que lo rechaza. No es un dios perverso
o rencoroso. Es un Dios que quiere ser aceptado, que quiere ser amado, desde el amor que Él mismo ha
mostrado en su Hijo entregado hasta la muerte en la cruz. Esa es su gloria y esa es nuestra garantía.

DOMINGO VEINTICUATRO
EL DISCIPULADO DE LA CRUZ COMO IDENTIDAD CRISTIANA

Iª Lectura: Isaías (50,5-9): Entrega y decisión a Dios y a los suyos

I.1. Estamos ante es uno de los famosos cantos del Siervo de Yahvé (cf Is 42; 49; 52-53), una de las cumbres
teológicas del Antiguo Testamento desde todos los puntos de vista. Pertenecen a la segunda parte del libro de
Isaías, al llamado Deutero-Isaías (40-55), en que aparece este misterioso personaje que encuentra el sentido a
su misión apoyándose en la palabra de Dios. Si en la primera parte del libro de la consolación se pensaba que el
emperador Ciro (emperador persa) sería el elegido de Dios para liberar a su pueblo (pues él dio el decreto del
retorno desde Babilonia), a partir del momento en que aparece la figura del Siervo, ya no será necesario
apoyarse en un rey o emperador humano para la libertad que Dios ofrece a su pueblo. Las resonancias de estos
famosos “cantos del Siervo” son evidentes en pasajes del NT

I.2. Por eso mismo la fidelidad a Dios, a la escucha atenta de su palabra, por encima de las afrentas que debe
sufrir, ponen de manifiesto el misterio del dolor como la capacidad que se debe tener frente a toda violencia.
Los perfiles de este personaje no están definidos, ni está claro si se habla de un individuo o del pueblo mismo
que debe mantenerse atento a la palabra de Dios. Pero los cristianos supieron aplicarlo a Cristo, porque
encontraron en esta descripción del Siervo una semejanza inigualable con la vida de Jesús. Lo que para el
judaísmo oficial y su teología no podía ser mesiánico, para los cristianos, después de la pasión y la resurrección,
preanuncia al Mesías que pude llevar sobre sus hombres los sufrimientos del pueblo y del mundo entero.

IIª Lectura: Santiago (2,14-18): Fe verdadera y compromiso cristiano

II.1. La segunda lectura (Santiago 2,14-18) nos enfrenta de nuevo con la parenesis, o la praxis de la vida
cristiana. Nos encontramos con uno de los pasajes más determinantes de este escrito en el que se ha visto una
polémica con la teología de la fe de Pablo. Se ha dicho que es la parte más importante de la carta, porque se
quiere poner de manifiesto que la fe sin obras no lleva a ninguna parte en la vida cristiana. Esto es
absolutamente irrenunciable, y a nadie, y menos a Pablo se le podría pasar por la mente algo así como “cree y
peca mucho”. Esa falacia no es de Lutero, sino la leyenda de los malpensantes. Creer es confiar verdaderamente
en el Dios de la gracia. Pero es posible que algunos quisieran poner a Pablo a prueba en alguna comunidad
cristiana y este escrito posterior quiere poner las cosas en su sitio.

II.2. El enfrentamiento no es entre Santiago y Pablo, sino entre interpretaciones que provocan equívocos. Pablo,
es verdad, ha puesto la fe en Jesucristo como principio de salvación, y eso es axiomático (elemental y decisivo)
en el cristianismo frente a la Ley judía; porque la salvación no puede venir sino de Jesucristo, en ningún caso de
la Ley y sus preceptos (esto también es elementalmente cristiano). Pero la fe lleva a los compromisos más
radicales, en razón de la gracia de la salvación. De lo contrario el cristianismo sería absurdo, porque el
cristianismo no es una ideología, sino una praxis verdadera para cambiar los corazones de los hombres.

Evangelio: Marcos (8,27-35): Seguir a Jesús desde nuestra cruz

III.1. El evangelio nos presenta un momento determinante de la vida de Jesús en que debe plantear a los suyos,
a los que le han quedado, las razones de su identidad para el seguimiento: ¿a dónde van? ¿a quién siguen? El
texto, pues, del evangelio, tiene cuatro momentos muy precisos: la intención de Jesús y la confesión mesiánica
de Pedro en nombre de los discípulos (vv.27-30); el primer anuncio de la pasión (v. 31); el reproche de Jesús a
Pedro y a los discípulos por pretender un mesianismo que no entran en el proyecto de Dios (vv.32-33), que
Jesús asume hasta las últimas consecuencias, como el mismo Siervo de Yahvé. Y, finalmente, los dichos sobre el
seguimiento (vv.34-37). Este es uno de los momentos estelares de la narración del evangelio de Marcos. La
crisis en Galilea se ha consumado y el seguimiento de Jesús se revela abiertamente en sus radicalidades. Galilea
ha sido un crisol… ahora están a prueba los que le han quedado, cuyas carencias son manifiestas en este
confesión mesiánica. Por eso las palabras sobre el seguimiento de Jesús son para toda la gente, no solamente
para sus discípulos. Es el momento de comenzar al camino a Jerusalén, con todo lo que ello significa para Jesús
en su proyecto del anuncio del Reino.

III.2. Pedro considera que confesarlo como Mesías sería lo más acertado, pero el Jesús de Marcos no acepta un
título que puede prestarse a equívocos. El Mesías era esperado por todos los grupos, y todos creían que sería el
liberador político del pueblo. Jesús sabe que ni su camino ni sus opciones son políticas, porque no es ahí donde
están los fundamentos del Reino de Dios que ha predicado. Por eso, para aclarar el asunto viene el primer
anuncio de la pasión; de esa manera dejaría claro que su mesianismo, al menos, no sería como lo esperaban los
judíos y, a la vez, sus discípulos debían aprender a esperar otra cosa. Ya Jesús veía claro que su vida en Dios
debía pasar por la muerte. No porque Dios quisiera o deseara esa muerte. El Dios Abbá no podía querer eso.
Pero los hombres no dejarían otra alternativa a Jesús, en nombre de su Dios.

III.3. El reproche de Jesús a Pedro, uno de los más duros del evangelio, porque su mentalidad es como la de
todos los hombres y no como la voluntad de Dios, es bastante significativo. Jesús les enseña que su papel
mesiánico es dar la vida por los otros; perderla en la cruz. Eso es lo que pide a los que le siguen, porque en este
mundo, triunfar es una obsesión; pero perder la vida para que los otros vivan solamente se aprende de Dios
que se entrega sin medida. El triunfo cristiano es saber entregarse a los demás. No sabemos si Jesús pudo
hablar directamente de cruz o estos dichos están un poco retocados en razón de lo que ocurrió en Jerusalén con
la muerte histórica de Jesús siendo crucificado bajo Poncio Pilato, quien decidió esa clase de muerte. Pero Jesús
sí que contaba ya con la muerte, no veía otra salida.

III.4. Por eso, la cruz, en los dichos, es la misma vida. Nuestra propia vida, nuestra manera de sentir el amor y la
gracia, el perdón y la misericordia, la ternura y la confianza en la verdad y en Dios como Padre. Eso es “una
cruz” en este mundo de poder y de ignominia. La cruz no es un madero, aunque para los cristianos sea un signo
muy sagrado. La cruz está en la vida: en amar frente a los que odian; en perdonar frente a la venganza. Esa es
una cruz porque el mundo quiere que sea una cruz; no simplemente un madero. La cruz de nuestra vida,
nuestra cruz (“tome su cruz”, dice el dicho de Jesús), sin pretender ser lo que no debemos; sin vanagloriarnos
en nosotros mismos. La cruz es la vida para los que saben perder, para los que saben apostar. Por eso se puede
hablar con sentido cristiano de “llevar nuestra cruz” y no debemos avergonzarnos de ello. No porque nuestro
Dios quiera el sufrimiento… pero el sufrimiento de los que dan sentido a su vida frente al mundo, viene a ser el
signo de identidad del verdadero seguimiento de Jesús.
DOMINGO VEINTICINCO
La religión verdadera es acoger desde la solidaridad

Iª Lectura: Sabiduría (2,12.17-20): El justo piensa como vive

I.1. La primera lectura se toma concretamente de un pasaje que pone de manifiesto el razonamiento de los
impíos, de los que están instalados en la sociedad religiosa y política y que no aceptan que un hombre justo,
honrado, simplemente con el testimonio de su vida, pueda ser una contrarréplica de la ética, de la moral y de las
tradiciones ancestrales con las que se consagra, muy a menudo, la sociedad injusta y arbitraria de los
poderosos. Como el libro de la Sabiduría es propio de la literatura religiosa griega, algunos han pensado que a la
base de esta lectura está el razonamiento práctico de una filosofía que se muestra en la ética de los epicúreos,
quienes defendían una praxis de justicia y honradez en la sociedad.

I.2. En todo caso, la lectura cristiana de este pasaje ha dado como resultado la comparación con los textos del
Siervo de Yahvé de Isaías (52-53) y más concretamente, se apunta a la inspiración que ha podido suponer para
los cristianos sobre la Pasión del Señor, ya que en ese justo del libro de la Sabiduría se ha visto la actuación de
Jesús, tal como podemos colegir de la lectura misma del evangelio de hoy. Los “no sabios” saben muy bien
condenar a muerte ignominiosa a los justos. Esa es la única sabiduría que entienden de verdad: el desprecio y la
ignominia; es una sabiduría contracultural: ni divina ni humana. Y esta es ya una historia muy larga en la
humanidad que tanto se valora a sí misma, hasta quedarse ciega.

IIª Lectura: Santiago (3,16-4,3): Sabiduría: justicia y paz

II.1. La carta de Santiago (3,16-4,3), sigue siendo el hilo conductor de esta segunda lectura litúrgica. Además,
como es una carta que pretende establecer un cristianismo práctico, ético y moral, nos pone en contraste dos
sabidurías: la que nace de este mundo y anida en el corazón del hombre (envidias, desorden, guerras,
asesinatos) y la sabiduría que viene de lo alto (pacificadora, limpia de corazón, condescendiente, dócil y
misericordiosa). En realidad a la primera no se le debe llamar sabiduría sino insensatez y negatividad. Son dos
mundos y podríamos preguntarnos, de verdad, si el corazón humano no está anidado por estas dos tendencias
(dualismo). Nuestra propia experiencia personal podría darnos la respuesta.

II.2. El autor considera que el ser humano, guiado por sus instintos (es el misterio de nuestra debilidad, aunque
le atribuye un débito especial al “diablo” para no caer en el principio de maldad en el corazón humano), va
hacia la perdición por la envidia con la que nos destrozamos los unos a los otros. Pero el autor propone la
sabiduría, que se adquiere por la oración para llegar a esas actitudes positivas que ha mencionado antes. No se
trata, pues, de leer este texto en clave moralizante para rebajarlo. Es uno de los textos fuertes del NT, de ese
calibre es el cristianismo que pide la paz fundamentada en la justicia.

Evangelio: Marcos (9,30-37): El que se entrega debe ser el primero

III.1. El evangelio de Marcos nos muestra un segundo paso de Jesús en su camino hacia Jerusalén, acompañado
por sus discípulos. El maestro sabe lo que le espera; lo intuye, al menos, con la lucidez de un profeta. Sí, le
espera la pasión y la muerte, pero también la seguridad de que estará en las manos de Dios para siempre,
porque su Dios es un Dios de vida. Bien es verdad que ese anuncio de la pasión se convierte en el evangelio de
hoy en una motivación más para hablar a los discípulos de la necesidad del servicio.

III.2. No merece la pena discutir si este segundo anuncio de la pasión son “ipsissima verba” o son una
adaptación de la comunidad a las confidencias más auténticas de Jesús. Hoy se acepta como histórico que Jesús
“sabía algo” de lo que le esperaba. Que la comunidad, después, adaptara las cosas no debería resultar extraño.
Este segundo anuncio de la pasión lo presenta el evangelista como una enseñanza (edídasken= les enseñaba).
Pero los discípulos ni lo entendían ni querían preguntarle, ya que les daba pánico. Este no querer preguntarle
es muy intencionado en el texto, porque no se atrevían a entrar en el mundo interior y profético del Maestro.
Jesús tuvo paciencia y pedagogía con ellos y por eso Marcos nos ha presentado “tres” anuncios en un corto
espacio de tiempo (8,27-10,32).

III.3. Tampoco Pedro, en el primer anuncio (8,27-33), lo había entendido cuando quiere impedir que Jesús
pueda ir a Jerusalén para ser condenado. No encajaba ese anuncio con su confesión mesiánica, que tenía más
valor nacionalista que otra cosa. Marcos ha emprendido, desde ahora, en su narración, una dirección que no
solamente es reflejo histórico del camino de Jesús a Jerusalén, sino de “enseñanza” para la comunidad cristiana
de que su “Cristo” no se fue de rositas a Jerusalén. Que confesar el poder y la gloria del Mesías es o puede ser un
tópico religioso poco profético. En realidad eso es así hasta el final, como se muestra en la escena de Getsemaní
(14,32-42) y en la misma negación de Pedro (14,66-72). Los discípulos no entendieron de verdad a Jesús, ni
siquiera por qué le siguieron, hasta después de la Pascua.

III.4. En Carfarnaún, en la casa, que es un lugar privilegiado por Marcos para las grandes confidencias de Jesús,
porque es el símbolo donde se reúne la comunidad, (como cuando les explica el sentido de las parábolas), les
pregunta por lo que habían discutido por el camino; seguramente de grandezas, de ser los primeros cuando
llegase el momento. Sus equivocaciones mesiánicas llegaban hasta ese punto. Jesús tomó a un niño (muy
probablemente el que les servía) y lo puso ante ellos como símbolo de su impotencia. Es verdad que el niño,
como tal, también quiere ser siempre el primero en todo, pero es impotente. Sin embargo, cuando los adultos
quieren ser los primeros, entonces se pone en práctica lo que ha dicho el libro de la Sabiduría. Y es que el
cristianismo no es una religión de rangos, sino de experiencias de comunión y de aceptar a los pequeños, a los
que no cuentan en este mundo.

III.5. Acoger en nombre de Jesús a alguien como un niño es aceptar a los que no tienen poder, ni defensa, ni
derechos; es saber oír a los que no tienen voz; son los pobres y despreciados de este mundo. La tarea, como
muy bien se pone de manifiesto en la praxis cristiana que Marcos quiere trasmitir a su comunidad, no está en
sopesar si los que se acogen son inocentes o no, sino que debemos fijarnos en su vulnerabilidad. Quizás los
pequeños, los niños, los pobres, los enfermos contagiosos, no son inocentes. Tampoco los niños lo son. Es el
misterio de la vulnerabilidad humana lo que Jesús propone a los suyos. Pero los “suyos” –en este caso los Doce-,
discutían por el camino quién sería el segundo de Jesús en su ”mesianidad” mal interpretada. Esta es una
enseñanza para el cristianismo de hoy que se debe plasmar en la Iglesia. La opción por los “vulnerables” (¡los
pobres!) es la verdadera clave de la moral evangélica.

DOMINGO VEINTISEIS
Una religión de apertura a todos los hombres

Iª Lectura: Números (11,25-29): El Espíritu "en el pueblo"

I.1. La primera lectura, del libro de los Números (11,25-29) nos cuenta un episodio extraño, propio de las
religiones ancestrales, en el que un grupo de ancianos, recibiendo el espíritu de Moisés, se ponen a profetizar.
Era como una ayuda que Moisés tuvo para atender a los problemas de impartir justicia y orientar al pueblo en
el desierto. Pero quizás lo más importante de esta lectura sea poner de manifiesto que el Espíritu, como don de
Dios, no se puede reducir a unas formas exclusivamente institucionales. Esos dos personajes llamados Eldad y
Medad representan a aquellos que han recibido un don carismático fuera de los ámbitos institucionales.

I.2. En realidad, no son los protagonistas de esta lectura los ancianos, ni Moisés, ni estos dos personajes
mencionados, sino que es el Espíritu que impulsa a los hombres. Por ello es muy digna de consideración la
actitud de Moisés quien, ante el escándalo de su asistente Josué, afirma que es todo el pueblo el que está
llamado a profetizar. Y profetizar, en primer lugar, significa abrirse al don del Espíritu, y después ponerse al
servicio de todos para trasmitir la voluntad salvadora de Dios.

IIª Lectura: Santiago (5,1-6): Contra los ricos

II.1. La carta de Santiago nos ofrece uno de sus textos más famosos y más duro sobre los ricos y las riquezas.
Hay toda una filosofía y una dialéctica sobre si lo peor es ser ricos o es la misma riqueza. En realidad la riqueza
¿qué es? ¿es en sí mala? Se ha dicho que la riqueza no existe si alguien no la practica. El texto de Santiago habla
a los ricos, y la riqueza es su condena. El problema, pues, es acumular injustamente bienes, robando, matando o
impidiendo que otros tengan los necesario. Ese es el ejemplo de la riqueza con el que se opera en la carta de
hoy.

II.2. Existen cosas bellas acumuladas, que no son de nadie, o son patrimonio de un pueblo o de la humanidad, o
de museos, y sabemos que esa riqueza no afecta a la injusticia del mundo. La riqueza de la que aquí se habla es
aquella que se posee por la injusticia y la sin razón. Por ello, pues, son los ricos los que caen bajo las palabras
directas de esta invectiva moralizante del autor de la carta de Santiago. Por lo tanto, ser ricos en esas
condiciones en las que se pone de manifiesto la injusticia, la acumulación de lo que no es necesario, mientras
otros pasan hambre o no tienen trabajo, es verdaderamente antievangélico.

Evangelio: Marcos (Mc 9,38-43.45.47-48): El evangelio contra el puritanismo

III.1. El evangelio de hoy nos cuenta una pequeña historia, parecida a la que hemos encontrado en la vida de
Moisés sobre el espíritu que se da libremente a dos personajes que no pertenecían al grupo de los ancianos. En
este caso, Juan, ha encontrado a alguien que hace milagros o exorcismos y quiere impedírselo como si eso fuera
exclusivo de Jesús, el profeta de Nazaret. Pero Jesús, en una respuesta que se asemeja a la de Moisés exige que
no se le impida, porque todo el que hace el bien (ese es el sentido que puede tener el hacer milagros en nuestro
texto) no puede estar contra Jesús que vino a hacer el bien a los hombres. Es verdad que existe otra sentencia
de Jesús, de la fuente Q, que no estaría en esta línea (cf Mt 12,30; Lc 11,23): “quien no está conmigo, está contra
mí” y que expresaría la radicalidad de algunos profetas itinerantes que defendieron un exclusivismo como el de
Juan.

III.2. Hay que aceptar que el conjunto de dichos que se concentran en Mc 9,42-50 se prestan a muchas lecturas.
Están expresados con los giros semíticos propios del lenguaje de contraste. Nadie debe tirarse al mar atado a
una piedra; como nadie puede odiar a los suyos por amar a Jesús y su evangelio. El escándalo del que nos habla
el evangelio de hoy no está relacionado con un puritanismo moralizante que lleva a excesos inhumanos. Es un
escándalo de los “pequeños”, los que pueden ser “exorcistas extraños”, pero que no son contrarios al evangelio, a
la bondad, a la sabiduría divina. Con sus obras, con sus actitudes y sus luchas deben ser considerados en toda su
dignidad, aunque no sean de los nuestros. Se quiere poner de manifiesto, por parte de Jesús, que en ellos
también hay algo del reino que él ha venido a traer.

III.3. Esta enseñanza del evangelio de hoy pone de manifiesto que la praxis cristiana no puede defenderse como
exclusivismo y como independencia absoluta. Todos los hombres son capaces del bien, porque todos los
hombres han recibido los dones de Dios. Por lo mismo, allí donde se trabaja por los demás, donde se abren las
puertas a los hambrientos y los sedientos, aunque no conozcan al Dios de Jesús, allí los cristianos pueden
participar sin exigir garantías jurídicas que justifiquen sus compromisos. La comunidad cristiana, la Iglesia, no
debe presentarse como el “gheto” de los salvados o redimidos con criterios de puritanismo y legalismo, porque
esta promesa es para todos los hombres.

DOMINGO VEINTISIETE
El amor verdadero, meta del hombre y la mujer

Iª Lectura: Génesis (2,18-24): Amor verdadero frente a la soledad

I.1. El relato de Génesis 2,18-24 -desde una cultura religiosa de la época, por lo tanto, no de manera científica-,
nos diseña la aparición de la pareja humana. Y debemos recalcar ese verbo “diseñar”, porque no se trata de otra
cosa. Es la mano de Dios la que lo hace y la que permite un diseño de amor. El creador de este relato –o una
escuela catequética que llamamos «yahvista», porque desde el principio le da a Dios el nombre propio de Yahvé,
que aparecerá con Moisés-, parte de la experiencia humana, de eso que se ha llamado la media naranja, y que
responde a una cultura bien determinada del Oriente. Pero por encima de las imágenes casi infantiles en que se
expresa el relato, se nos ofrece un mensaje que es muy digno de mérito en este tiempo de reivindicaciones de la
dignidad humana, de la mujer y de los pequeños.

I.2. El hombre, el varón, no es nada sin la mujer; es o sería la pura soledad. Dios, lógicamente, no ha creado a la
mujer del hombre, sino que es una forma de poner de manifiesto que tienen la misma dignidad y mutuamente
encuentran en el diálogo, en el afecto, en el amor, lo que en Dios es pura unidad de paternidad y maternidad a la
vez. Eva, como Adán, son nombres genéricos, no significan una pareja exclusiva al principio de la humanidad.
Dios, pues, ha comprometido todo su ser en la creación del hombre y la mujer, de la humanidad, que han de
unirse en amor creador de paternidad y maternidad, para que este mundo sea ámbito de felicidad.

IIª Lectura: Hebreos (2,9-11): El Hijo que viene a ser “nuestro hermano”
II.1. El texto de la segunda lectura, de la carta a los Hebreos (2,9-11), es la conclusión de un himno con que
comienza esta famosa carta neotetamentaria. Precisamente en ese himno se había puesto de manifiesto la
grandeza de Cristo, lo que se llama su preexistencia, porque estaba junto a Dios, es el Hijo de Dios. Sin embargo,
el autor de la carta quiere acercar este Hijo de Dios a los hombres, hasta ponerlo a nuestra altura (un poco
inferior a los ángeles) para que sintamos en él la fuerza de nuestro hermano.

II.2. En la fe cristiana es tan importante confesar a Jesús como Hijo de Dios, que como hermano nuestro, que se
compadece de nosotros y da la vida por nosotros. Su muerte en favor de toda la humanidad nos habla de la
solidaridad de Dios con nosotros, como se había comprometido a ello desde la misma creación. El, Jesús, es el
que nos ha abierto el camino de la salvación.

Evangelio: Marcos (10,2-16): La ruptura del amor no es evangélica

III.1. El evangelio de hoy nos muestra una disputa, la del divorcio, tal como se configuraba en el judaísmo del
tiempo de Jesús. La interpretación de Dt 24,1, base de la discusión, era lo que tenía divididas a las dos escuelas
rabínicas de la época; una más permisiva (Hillel) y otra más estricta (Shamay). Para unos cualquier cosa podía
ser justificación para repudiar, para otros la cuestión debería ser más sopesada. Pero al final, alguien salía
vencedor de esa situación. Naturalmente el hombre, el fuerte, el poderoso, el que hacía e interpretaba las leyes.

III.2. Pero a Jesús no se le está preguntando por las causas del repudio que llevaba a efecto el hombre contra la
mujer, o por lo menos desvía el asunto a lo más importante. Recurrirá a la misma Torah (ley) para poner en
evidencia lo que los hombres inventan y justifican desde sus intereses, y se apoya en el relato del Génesis de la
primera lectura. Dios no ha creado al hombre y a la mujer para otra cosa que para la felicidad. ¿Cómo, pues,
justificar el desamor? ¿Por la Ley misma? ¿En nombre de Dios? ¡De ninguna manera!

III.3. Por ello, todas las leyes y tradiciones que consagran las rupturas del desamor responden a los intereses
humanos, a la dureza del corazón; por lo mismo, el texto de Dt 24,1 también. Jesús aparece como radical, pero
precisamente para defender al ser inferior, en este caso a la mujer, que no tenía posibilidad de repudio, ni de
separación o divorcio. Como la mujer encontrada en adulterio que no tiene más defensa que el mismo Jesús (Jn
8,1ss). Jesús hace una interpretación profética del amor matrimonial partiendo de la creación, que todos hemos
estropeado con nuestros intereses, división de clases y de sexo. Y es que el garante de la felicidad y del amor es
el mismo Creador, quiere decirnos Jesús.

DOMINGO VEINTIOCHO
La sabiduría del seguimiento de Jesús

Iª Lectura: Sabiduría (7,7-11): La sabiduría nos hace "divinos"

I.1. Esta lectura nos ofrece uno de los pensamientos más bellos sobre la sabiduría. Forma parte de una reflexión
más amplia sobre la igualdad de los hombres en su naturaleza, y cómo esta nos perfecciona humanamente. Se
supone que el autor es como un rey (algunos han pensado que era Salomón, pero no es así). Y este rey se
considera igual a todos los hombres, porque los reyes y cualquier ser humano nacen lo mismo que todos y
mueren lo mismo que todos, como le sucede a los animales. Pero lo que hace a los seres humanos distintos en la
vida y en la muerte es la sabiduría, por la que compartimos la vida misma de Dios.

I.2. Este don no solamente enseña a gobernar a los reyes, sino a ser divinos a los hombres, porque es la riqueza
más alta. Con ello se aprende a discernir lo que vale y lo que no vale en la existencia. Las personas sin
«adentros» prefieren el oro, la plata y las piedras preciosas; el dinero y el poder. Pero quien elija la sabiduría
habrá aprendido un sentido distinto de la vida y de la muerte; del dolor y del hambre; del sufrimiento y la
desesperación. Con ella vienen riquezas, valoraciones y sentimientos que no se pueden comprar con todo el oro
del mundo. Porque la verdadera sabiduría enseña a tener y vivir con dignidad.

IIª Lectura: Hebreos (4,12-13): La fuerza de la palabra de Dios

La lectura de Hebreos nos ofrece una reflexión sobre la Palabra de Dios que se entiende como el anuncio de las
promesas del AT y, en nuestro caso, la predicación cristiana. El autor está exhortando a la comunidad a
peregrinar, sabiendo que nos acompaña Cristo, el Sumo Sacerdote. Por lo mismo, es con la Palabra del Señor
con la que podemos caminar por la vida. Esa Palabra es como una espada de dos filos que llega hasta lo más
profundo del corazón humano; descubre nuestros sentimientos, nuestras debilidades, y por impulso de la
misma podemos confiarnos a nuestro Dios. Pues esa palabra no es ideología, ni algo vacío. En este caso,
debemos decir que nuestro texto tiene mucho que ver con el pasaje de la Sabiduría (Sab 7,22-8,1). La Palabra
de Dios, pues, es para el cristiano la fuente de la sabiduría.

Evangelio: Marcos (10,17-30): El seguimiento, sabiduría frente a las riquezas

III.1. El evangelio nos ofrece una escena muy conocida: el joven rico y su pretensión de obtener la salvación
(“heredar la vida eterna”). Es verdad que este texto es un conjunto no demasiado homogéneo. Los grandes
maestros han pensado, no sin razón, que son varios textos en torno a palabras de Jesús sobre el peligro de las
riquezas y sobre la vida eterna, las que se han conjuntado en esta pequeña historia. Es muy razonable distinguir
tres partes: a) la escena del joven rico (vv.17-22); b) la dificultad para entrar en el Reino de Dios (vv. 23-27); c)
las renuncias de los verdaderos discípulos (vv.28-30). Todo rematado sobre el dicho “los últimos serán los
primeros y los primeros los últimos” (v. 31). Las dos primeras tienen una conexión más fuerte entre sí que la
tercera. Es verdad que todo el conjunto gira en torno a las claves del verdadero seguimiento. No se trata de una
enseñanza sobre el voto de pobreza de los monjes, sino de algo que afecta a la salvación para todos.

III.2. Entre las muchas lecturas que se pueden hacer, señalemos que no podemos olvidar como decisivo para
entender este pasaje la llamada al "seguimiento" y tener un tesoro en el cielo. Se ha comentado en alguna parte
que este joven está buscando la sabiduría. Jesús le propone otro camino distinto, un camino de radicalidad, que
implica sin duda renunciar a sus riquezas, que están sustentadas, incluso, en la praxis y en la forma de entender
los mandamientos que siempre ha cumplido. Es una llamada a hacerlo todo de otra manera, con sabiduría. No
es una llamada a una vida de pobreza absoluta entendida materialmente, sino de pobreza que no se apoye en la
seguridad del cumplimiento formal de la ley. De hecho, la escena nos muestra que si el joven cumplía los
mandamientos y además era rico, no debería haberse preocupado de nada más. Pero no las tiene todas consigo.
Por ello pregunta a Jesús… y encontrará un camino nuevo.

III.3. Las riquezas, poseerlas, amarlas, buscarlas es un modo de vida que define una actitud contraria a la praxis
del Reino de Dios y a la vida eterna: es poder, seguridad, placer... todo eso no es la felicidad. La alternativa, en
este caso, es seguir a Jesús en vez de los preceptos de la ley, que le han permitido ser un hombre rico. En la
mentalidad judía, ser un hombre de riquezas y ser justo iban muy unidos. Es eso, por lo mismo, lo que
desbarata Jesús para este joven con su planteamiento del seguimiento como radicalidad. Pensar que el
seguimiento de Jesús es una opción de miseria sería una forma equivocada de entender lo que nos propone este
historia evangélica. Este joven es rico en bienes materiales, pero también morales, porque cumple los
mandamientos. ¿Es eso inmoral? ¡No! Pero esa riqueza moral no le permite ver que sus riquezas le están
robando la verdadera sabiduría y el corazón. No tiene la sabiduría que busca, porque debe estar todavía muy
pendiente de “sus riquezas”. Siguiendo a Jesús aprenderá otra manera de ver la vida, de vez las riquezas y de
ver la misma religión.

III.4. Por eso tiene sentido lo que después le preguntarán los discípulos cuando Jesús hable de que es muy
difícil que los ricos entre en el Reino de los Cielos; porque no son capaces de descodificarse de su seguridad
personal, de su justicia, de su concepción de Dios y de los hombres. No es solamente por sus riquezas
materiales (que siguen siendo un peligro para el seguimiento), sino por todo su mundo de poder y de
seguridad. Y reciben la aclaración, por otra parte definitiva, de que "lo que es imposible para el hombre, en
cambio es posible para Dios" (v. 27). Por consiguiente, la respuesta de Jesús al joven rico es una llamada a este
hombre concreto a que le siga de una manera especial; pero, a su vez, un criterio para todos desde la
radicalidad y la sabiduría del seguimiento.

DOMINGO VEINTINUEVE
La grandeza del Dios que sirve a los hombres

Iª Lectura: Isaías (53,10-11): Un Mesías que ha de sufrir

I.1. La primera lectura corresponde a un texto que se conoce actualmente como Trito-Isaías, un discípulo
lejano, quizá después del destierro de Babilonia (s. VI) del gran maestro del s. VIII, que ha dado nombre al libro.
Pero además, este es uno de los textos más claros en los que se pone de manifiesto el valor redentor del
sufrimiento (forma un conjunto con Is 52,13-53,12), de tal manera que es la Iglesia primitiva, después de lo que
sucedió con la muerte y resurrección de Jesús, quien se atrevió a desafiar a la teología oficial del judaísmo y
hablar de un Mesías que podía sufrir para salvar a su pueblo.

I.2. Esto era lo que no admitía el judaísmo y lo que encontró la Iglesia primitiva como la identidad de su Mesías
salvador. ¿Cómo podía ser eso que el Mesías no participara de los sufrimientos del pueblo? Un Mesías que
viniera a pasearse en medio del pueblo sin experimentar sus llantos no sería un verdadero liberador. Si Dios
sufre con su pueblo, también debía sufrir su enviado.

IIª Lectura: Hebreos (4,14-16): La misericordia sacerdotal de Jesús

II.1. La segunda lectura continúa con la carta a los Hebreos en la que se nos muestra el papel del Hijo de Dios
como Sumo Sacerdote. El autor quiere marcar las diferencias con el sumo sacerdote de esta tierra, que tenía el
privilegio de entrar en el “Sancta Sanctorum” del templo de Jerusalén. Pero allí no había nada, estaba vacío. Por
ello, se necesitaba un Sumo Sacerdote que pudiera introducirnos en el mismo seno del amor y la misericordia
de Dios que está en todas partes, cerca de los que le buscan y le necesitan. Para ser sacerdote no basta estar
muy cerca de Dios, sino también muy cerca de los hombres y de sus miserias. Es eso lo que se muestra en este
momento en el texto de la carta a los Hebreos en que se comienza una sección sobre la humanidad del Sumo
Sacerdote.

II.2. Este Sumo Sacerdote, aprendió en la debilidad, como nosotros, aunque nunca se apartó del camino recto y
verdadero: ¡nunca pecó!. Es uno de los pasajes más bellos en esta teología que el autor de la carta hace sobre el
sacerdocio de Jesús. Esto da una confianza en el Dios al que El nos lleva, que supera la rigidez de un sacerdocio
ritualista o simplemente formal. El sacerdocio de Jesús se amasa en la debilidad de nuestra existencia para
conducirnos al Dios vivo y verdadero, al que no le importan los sacrificios rituales, sino el corazón del hombre.
Si bien el título de Sumo Sacerdote no es muy halagüeño y se usa poco en el NT, debemos reconocer que estos
versos de la carta a los Hebreos logran una teología nueva del verdadero sacerdocio de Jesús: es sumo
sacerdote, porque es misericordioso.

Evangelio: Marcos (10,35-45): La propuesta de la gloria "sin poder"

III.1. El evangelio nos ofrece una escena llena de paradojas, en las que se ponen de manifiesto los intereses de
sus discípulos y la verdadera meta de Jesús en su caminar hacia Jerusalén. Ha precedido a todo esto el tercer
anuncio de la pasión (Mc 10,33). La intervención de los hijos del Zebedeo no estaría en sintonía con ese anuncio
de la pasión. Es, pues, muy intencionado el redactor de Marcos al mostrar que el diálogo con los hijos del
Zebedeo necesitaba poner un tercer anuncio. El texto tiene dos partes: la petición de los hijos del Zebedeo
(vv.35-40) y la enseñanza a los Doce (vv. 42-45). Es un conjunto que ha podido componerse en torno al
seguimiento y al poder. De la misma manera que antes se había reflexionado sobre el seguimiento y las
riquezas (10,17ss), en el marco del “camino hacia Jerusalén”.

III.2. Pensaban los discípulos que iban a conseguir la grandeza y el poder, como le piden los hijos del Zebedeo:
estar a su derecha y a su izquierda, ser ministros o algo así. Incluso están dispuestos, decían, a dar la vida por
ello; la copa y el martirio es uno de los símbolos de aceptar la suerte y el sufrimiento y lo que haga falta. Es
verdad que en el AT la “copa” también puede ser una participación en la alegría (cf Jr 25,15; 49,12; Sal 75,9; Is
51,17). Podemos imaginar que los hijos del Zebedeo estaban pensando en una copa o bautismo de gloria, más
que de sufrimiento. Sin embargo la gloria de Jesús era la cruz, y es allí donde no estarán los discípulos en
Jerusalén. Lo dejarán abandonado, y será crucificado en medio de dos bandidos (fueron éstos lo que tendrían el
privilegio de estar a la derecha y la izquierda), como ignominia que confunde su causa con los intereses de este
mundo. Esta es una lección inolvidable que pone de manifiesto que seguir a Jesús es una tarea
inconmensurable.

III.3. Es verdad que los discípulos podrán rehacer su vida, cambiar de mentalidad para anunciar el evangelio,
pero hasta ese momento, Jesús camina hacia Jerusalén con las ideas lúcidas del profeta que sabe que su causa
pude ser confundida por los que le rodean y por los que se han convertido en contrarios a su mensaje del Reino.
Los grandes tienen una patología clara: dominan, esclavizan, no dejan que madure nadie en la esencia ética y
humana. Por el contrario, el Dios del Reino, trata a cada uno con amor y según lo que necesita. Ahí está la clave
de lo que quiere llevar adelante Jesús como causa, aunque sea pasando por la cruz. Un Dios que sirve a los
hombres no es apreciado ni tenido como tal por lo poderosos, pero para el mensaje del evangelio, ese Dios que
sirve como si fuera el último de todos, merece ser tenido por el Dios de verdad. Es eso lo que encarna Jesús, el
profeta de Nazaret.

III.4. Llama la atención el v. 45, “el dicho” sobre el rescate (lytron) por todos. Este dicho puede estar inspirado
en Is 53,12. No se trata propiamente de sacrificio ni de expiación, porque Dios no necesita que alguien pague
por los otros. No es propiamente hablando una idea de sustitución, aunque algunos insisten demasiado en ello.
Es, en definitiva, una idea de solidaridad con la humanidad que no sabe encontrar a Dios. Y para ello Él debe
pasar por la muerte. No porque Dios lo quiera, sino porque los poderosos de este mundo no le han permitido
hacer las cosas según la voluntad de Dios. Pensar que Jesús venía a sufrir o quería sufrir, sería una concepción
del cristianismo fuera del ámbito y las claves de la misericordia divina. El Hijo del Hombre debe creer en el ser
humano y vivir en solidaridad con él. El Cur Deus homo? (por qué Dios se hizo hombre) de Anselmo de
Canterbury, debería haberse inspirado mejor en esta idea de la solidaridad divina con la humanidad que en la
visión “jurídica” de una deuda y un pago, que sería imposible. Dios no cobra rescates con la vida de su Hijo, sino
que lo ofrece como don gratuito de su amor.

DOMINGO TREINTA
El milagro de la fe

Iª Lectura: Jeremías (31,7-9): En las manos de Dios, que es Padre

I.1. Esta lectura, de profeta Jeremías, nos ofrece un mensaje de salvación que es digno de resaltar, ya que a este
profeta le tocó vivir la tragedia más grande de su pueblo: el destierro de Babilonia. El destierro y su vuelta es
semejante al éxodo. El destierro ha marcado a Israel casi como el éxodo. En realidad estos veros que hoy
leemos no los podríamos clasificar de fáciles. Se habla ¿a Israel o a Judá? ¿son de Jeremías o de sus discípulos?
La vuelta se describe no solamente como posesión de de la tierra, sino también como nueve hermanamiento de
los del norte y los del sur, de Israel y Judá. Es un retorno idílico, utópico que solamente está en las manos de
Dios. Para un profeta verdadero toda la historia está en las manos de Dios y el pueblo debe estar abierto a las
mejores sorpresas.

I.2. Jeremías fue un profeta crítico, radical, pero en este caso saca de su corazón la mejor inspiración para poner
de manifiesto que de un «resto», de lo que es insignificante, puede resurgir la esperanza, e incluso el antiguo
pueblo del norte, Israel, volverá a unirse al del sur, Judá, para juntos emprender un marcha hacia la fuente de
agua viva, que es Dios. Desde los cuatro puntos cardinales afluirán hacia una gran asamblea (que no se dice
dónde), en la que caben ciegos, cojos, mujeres encinta; es decir, todos están llamados a la esperanza. ¿Por qué?
La razón de este oráculo la encontramos al final: porque Dios es un Padre. Esta será también la teología de
Jesús. Dios está cerca de los suyos como un padre, algo a lo que no se había atrevido la teología oficial judía. Y la
verdad es que mientras no experimentemos a Dios como un padre y como una madre, no entenderemos que
creer en Dios tiene sentido eterno.

IIª Lectura: Hebreos (5,1-6): Solidaridad sacerdotal de Jesús

II.1. La carta a los Hebreos sigue ofreciéndonos la teología de Jesucristo como sumo
sacerdote, que es uno de los temas claves de esta carta. Como sacerdote debe ser sacado de entre los hombres.
No comienza siendo sacerdote “desde el cielo”, sino desde la tierra, desde lo humano. Y además, este sacerdote
“humano”, para introducirnos en lo “divino”, no ofrece cosas extrañas o externas a él, sino su propia vida como
“expiación” porque se siente compasivo con sus hermanos y los pecados del pueblo. Es un lenguaje sacrificial,
imprescindible para aquella mentalidad, pero que va más allá de lo puramente sacrificial o ritual. En su vida
sacerdotal, Jesús, no necesito más que su propia vida para ofrecerla a Dios. Esta es la verdadera solidaridad con
sus hermanos los hombres.

II.2. En la lectura de hoy, pues, se resalta especialmente que este sacerdote está «entre los hombres», no está
alejado de nosotros. Y aquí es donde Jesús es único, porque sabemos que entre los hombres se viven las
miserias de pecado. Y está ahí, justamente, para intervenir en favor nuestro, nunca estará contra nosotros. Está
ahí para disculparnos, para explicar nuestras debilidades, para defendernos contra toda arrogancia. Estando
entre nosotros, percibe mejor que nadie que muchas veces nos equivocamos por ignorancia o por debilidad.
Esta tarea de Cristo como Sumo Sacerdote viene a poner de manifiesto que no era así en las instituciones del
pueblo judío y que los sacerdotes hicieron todo más difícil para el pueblo alejándose de él. Sabemos que los
sacrificios son signos y símbolos de lo que se busca y de lo que se tiene en el corazón, y es ello lo que Jesús (que
recibe esta misión de Dios) realiza ante Dios por nosotros.

III. Evangelio: Marcos (10,46-52): El seguimiento y la fe de un ciego

III.1. En el evangelio de hoy, Marcos nos relata la última escena de Jesús en su camino hacia Jerusalén. Se sitúa
en Jericó, la ciudad desde la que se subía a la ciudad santa en el peregrinar de los que venían desde Galilea.
Jesús se encuentra al borde del camino a un ciego. Por razones que se explican, incluso ecológicamente, los
ciegos abundaban en aquella zona. Está al borde del camino, marginado de la sociedad, como correspondía a
todos los que padecían alguna tara física. Pero su ceguera representa, a la vez, una ceguera más profunda que
afectaba a muchos de los que estaban e iban tras Jesús porque realizaba cosas extraordinarias. El camino de
Jesús hasta Jerusalén es muy importante en todos los evangelios (más en Lucas). En ese camino encontrará
mucha gente. Los ciegos no tienen camino, sino que están fuera de él. Jesús, pues, le ofrecerá esa alternativa: un
camino, una salida, un cambio de situación social y espiritual.

III.2. El gesto del ciego que abandona su manto y su bastón, donde se apoyaba hasta entonces su vida, contrasta
con la fuerza que le impulsa a “ir a Jesús” que le llama. ¿Por qué le “llamó” Jesús y no se acerca él hasta el ciego?
La misma gente vuelve a repetirle: él te llama. Las palabras y los gestos simbólicos de la narración hay que
valorarlos en su justa medida. Diríamos que hoy en el texto son más importantes de lo que parece a primera
vista. Jesús “le llama”. La llamada de Jesús, al que el ciego interpela como “hijo de David” tiene mucho trasfondo.
Jesús ha llamado a seguirle a varias personas; ahora “llama” a un ciego para que se acerque. No le llama,
aparentemente, para seguirle, sino para curarle, pero la curación verdadera será el “seguirle” camino de
Jerusalén, en una actitud distinta de los mismos discípulos que habían discutido por el camino “quién es el
mayor”. El ciego no estará preocupado por ello. De ahí que la escena del ciego Bartimeo en este momento, antes
de subir a Jerusalén, donde se juega su vida, es muy significativa.

III.3. La insistencia del ciego en llamar a Jesús muestra que lo necesita de verdad y lo quiere seguir desde una
profundidad que no es normal entre la multitud. Jesús le pide que se acerque, le toca, lo trata con benevolencia;
entonces su ceguera se enciende a un mundo de fe y de esperanza. Después no se queda al margen, ni se
marcha a Jericó, ni se encierra en su alegría de haber recuperado la vista, sino que se decide a seguir a Jesús;
esto es lo decisivo del relato. En el evangelio de Marcos el camino que le lleva a Jerusalén le conducirá
necesariamente hasta la muerte. La vista recuperada le hace ver un Dios nuevo, capaz de iluminar su corazón y
seguir a Jesús hasta donde sea necesario. Vemos, pues, que un relato de milagro no queda solamente en eso,
sino que se convierte en una narración que nos introduce en el momento más importante de la vida de Jesús: su
pasión y muerte en Jerusalén.

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS


Saber ser hijos de Dios como programa de santidad

La liturgia de este día nos brinda la celebración de una de las fiestas más populares y entrañables: la
festividad de todos los Santos y es, a la vez, la ocasión para reconsiderar nuestra vida cristiana mirando hacia
adelante, hacia el final de la historia de cada uno y de la humanidad.

Iª Lectura: Apocalipsis (7,2-4.9-14):El canto de los redimidos

I.1. En nuestra primera lectura, en dos visiones, se nos muestra la apertura del misterio de la historia con la
visión del ángel que trae el sello para guardar a aquellos que deben ser liberados de la destrucción. El libro del
Apocalipsis, como sucede en la literatura de este tipo, literatura religiosa por excelencia, pero radicalmente
mítica, necesita ser interpretado con la riqueza de los símbolos. Este tipo de literatura se produce en tiempos
de crisis y debemos estar atentos a no confundir simbolismo con realidad. El sello sobre los siervos de Dios
sella su pertenencia a El y, por lo mismo, la garantía de ser salvados.- La visión de la multitud inmensa,
incontable, es un paso más en este simbolismo y probablemente propone algo que se relaciona con las
diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la antigua y la nueva Alianza. Por eso se dice que si en
la primera visión se habla 144.000 era para hablar del pueblo de la Antigua Alianza, mientras que el “número
incontable” representa al nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo, el Cordero sacrificado, con su sangre. Los
ángeles, los mensajeros de Dios, realizan sus planes del juicio y de salvación, por eso, cuatro de ellos están en
los cuatro puntos cardenales, dispuestos a desencadenar los vientos que destruyan el mal de la historia; pero
de Oriente llega otro mensajero (donde nace el Sol: Dios), que trae la gran noticia, de que antes deben poner un
señal, como sucedió a los israelitas en el momento de la Pascua de Egipto, en las puertas. Estamos, pues, ante
una famosa liturgia Pascual, del día del Señor, en la que el autor nos ha querido situar al principio de su obra.

I.2. En el texto se nos quiere hablar mártires, pero también de todos aquellos que han pasado por la tribulación
de la historia, se han lavado en el bautismo, en nombre de Jesucristo, en el misterio Pascual...Y están ante el
trono de Dios. Las palmas, en la antigüedad, son signo de los vencedores, y aunque pudiera centrarse en los que
han sido martirizados, y han vencido por el martirio, no se puede pensar que todos son mártires. Por eso, más
bien se trata de una palma para alabar a Dios y a Cristo, que son los auténticos vencedores de la historia. El
tema que se propone es el de la salvación (aparece aquí y en Ap 12,10 y 19,1). Se insinúa algo de los Salmos
118, 25, 3,9. El sentido es que Dios ha liberado a los hombres, del poder del mal representando en el Imperio,
como Satanás y como la gran prostituta en las otras dos citas que hemos mencionado. La victoria, pues, de los
hombres y de los mártires, pertenece muy especialmente al Cordero, quien ha dado su vida, precisamente para
que sea vencido el poder de los hombres que engendra el odio y la muerte.

I.3. Pero la “palma” se la lleva el himno, que es una confesión de fe: la salvación se debe a Dios y al Cordero. La
salvación, la liberación... no dependen de los hombres, sino que es una gracia de Dios que ellos han acogido y se
han mantenido fieles a la fuerza salvífica del amor crucificado, de la Pascua. Y por eso, lo proclaman en la
liturgia celeste. Y entonces, toda la asamblea celeste (ángeles, ancianos y vivientes), se prosterna ante Dios y lo
adoran cantando: Amen… Bendición y gloria, sabiduría y acción de gracias, honor, poder y fortaleza a nuestro
Dios por los siglos de los siglos. Amen (v. 12). Los que han muerto fieles a Dios y a Cristo, bien en el martirio, bien
en su fidelidad a la fe cristiana centrada en el misterio Pascual: han pasado por la tribulación de la historia,
donde reina el poder del mal, pero ahora gozan de la fidelidad eterna, aunque hayan pasado por la muerte.
Lavar sus vestiduras en la sangre del Cordero, es una teología bautismal, pero también eucarística, inspirada en
algunos textos del AT (Ex 19,10.14).

I.4. La muerte y la resurrección de Cristo son el punto clave de la teología del bautismo y de la eucaristía. La
imagen que se ha escogido para expresar la felicidad es que están ante el trono: y Dios los cobija en su tienda, la
shekiná, la presencia de Dios, como Jn 1,14 había escogido para expresar el misterio de la encarnación. Ahora es
cuando se cumple la profecía del Enmanuel verdaderamente, porque Dios estará con los resucitados para
siempre. No tendrán más hambre, ni tendrán más sed: expresiones de debilidad, de necesidad; ni caerá sobre
ellos el sol como si estuvieran en el desierto, porque Dios mismo es la razón de su existencia. Y Cristo, el
Cordero, será el que apaciente a su pueblo, será pastor siendo Cordero, para llevarlos a las fuentes de agua viva.
Efectivamente, los vv. 15-17 son las imágenes escogidas por el autor del Ap para hablar de la vida futura,
escatológica, de la victoria sobre la muerte según muchas expresiones que podemos encontrar en los textos del
AT (v.g. Is 25, 8) y de la teología joánica (Jn 4,14; 7,38), que son las fuentes de la revelación.

IIª Lectura: Iª de Juan (3,1-3): La imagen de hijos de Dios

II.1. Este texto es una teología sobre la vida cristiana que se representa bajo la imagen y la experiencia de “ser
hijos de Dios”; se trata de una alta teología como corresponde al círculo de las comunidades cristianas de Juan,
tanto del evangelio como de las cartas. Y en este marco teológico deberíamos pensar que precisamente el
misterio de la santidad que hoy se celebra hace referencia directa a que lo más importante de la vida cristiana
es ser, y no perder, la imagen de hijos de Dios.

II.2. Si el título cristológico más coherente de la teología joánica, justamente, es lo que afecta a la filiación divina
de Jesús, también para sus seguidores debe existir una posibilidad de vivir en el ámbito de las relaciones entre
el Padre y el Hijo; por ello se dice que seremos semejantes a Él. Muchos santos desconocidos para nosotros lo
son, porque han sabido guardar, sencillamente, la imagen de hijos de Dios en sus vidas. Por eso, la expresión
“veremos a Dios tal cual es” viene a ser una de las afirmaciones más teológicas. El misterio de Dios se hará luz, y
no tendremos miedo los “hijos de Dios” de contemplar el “rostro” de Dios, la intimidad de Dios, la misericordia
de Dios. Para eso se nos ha creado y para eso hemos nacido. ¡Vivamos con esperanza!

Evangelio: Mateo (5,1-12): Las opciones del Reino

III.1. El evangelio de esta fiesta es ya proverbial; se trata de las bienaventuranzas de Mateo, cuyo texto, además,
tiene la solemnidad de una proclamación, sobre un monte (de ahí el Sermón de la Montaña en que está
contextualizado), y para toda la multitud, como sería la multitud incontable del texto de Apocalipsis que se ha
leído en la primera lectura. Es la carta magna del discipulado, de la vida cristiana, del seguimiento de Jesús, de
la salvación futura. Las bienaventuranzas son creativas, no cuantitativas. Son los puntos más determinantes con
los cuales Jesús ha pretendido una nueva humanidad, un nuevo pueblo. No se trata de proponer algo exótico,
mágico o taumatúrgico, sino algo bien humano. Pero es verdad que se plantea, no obstante, un auténtico
esfuerzo por conquistar la gloria, la libertad y la paz. Se propone la pobreza que libera el corazón de muchas
ataduras; la misericordia que introduce en las relaciones humanas la benevolencia y el perdón; la limpieza de
corazón para juzgar y ser juzgados; la lucha por la justicia, porque Dios es justo. Se proclaman bienaventurados
por haber elegido lo que el mundo no elige, simplemente porque odia; por haberse decidido por el sentido
mejor de la vida. Y se trata de una posibilidad de santidad que se debe vivir ya desde ahora, aquí en nuestra
historia; no queda para después que todo haya acabado.

III.2. Se ha insistido mucho en los aspectos literarios y exegéticos de las bienaventuranzas de Mateo (5,1-12) y
de Lucas (6,20-22); sobre el tenor original, es decir, aquellas que están más cerca de las palabras de Jesús. Todo
tiene su sentido, sin duda, pero quedan muchas preguntas siempre sobre la mesa, porque se permiten
diferentes interpretaciones. El texto original que se tomó de Q podría estar bien representado en Lucas, pero no
es algo absoluto. Sabemos que las bienaventuranzas tienen un ámbito muy coherente en la literatura sapiencial,
la que enseña a vivir, a comportarse, a elegir lo que da o no da sentido a la vida. La propuesta de Jesús, por lo
tanto, no está lejos de este contexto sapiencial: con las bienaventuranzas Jesús quiere proclamar el Reino de
Dios y quiere enseñar a vivir en ese Reino al que dedica su vida. Son expresiones que nos muestran a un Jesús
“profeta escatológico” (no necesariamente apocalíptico), que quería anunciar lo que debería cambiar esta
historia.

III.3. Algunos especialistas han hecho una traducción sobre las bienaventuranzas en las que siempre es
determinante el verbo “elegir”. Considero que puede ser discutible, pero es esclarecedor. Eso significa que
proclamar bienaventurado (makários) a alguien no es porque sí, por su cara bonita, porque es un desgraciado o
porque es o ha nacido en esta o aquella situación. En las bienaventuranzas, por su tono sapiencial, es muy
importante las opciones: elegir ser pobre y no rico en este mundo; elegir la justicia y no otra cosa; elegir la paz.
Aquí están representados los valores del reino, los valores de la vida ante Dios. Esto, independientemente de las
bienaventuranzas auténticas de Jesús o las añadidas por la tradición catequética de la comunidad de Mateo. Es
verdad que el término “elegir” no está en el texto, pero lo implica necesariamente. ¿Por qué? Porque no se trata
de una proclamación sin contar con la voluntad soberana del hombre que vive y hace la historia.

III.4. Un factor muy importante de lectura e interpretación sería hacer el intento de traducir a un lenguaje de
hoy el texto de las bienaventuranzas; teniendo en cuenta ese sentido sapiencial del que hemos hablado y esa
“opción” o “elección” que hemos planteado como necesaria. Debemos conservar las palabras del evangelio, de
Mateo o de Lucas, si es posible en su tenor y en su sentido original. Pero hoy debemos enriquecer nuestra
comprensión de las mismas con el “espíritu” que emana de ellas. Es como cuando hemos vivido y atravesado un
puente romano durante todo la vida, pero ahora, sin destruir ese puente, porque la ciudad ha crecido, hacemos
uno nuevo, con tecnología punta. Subsisten los dos, pero quizás por el romano no pueden pasar todos los
vehículos pesados de hoy. Los limpios de corazón, por ejemplo, son dichosos porque están abiertos a los demás
y los valoran como hijos de Dios. Es decir, seamos creativos y proféticos al interpretar las bienaventuranzas del
Reino.

CONMMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS


La experiencia de la hermana muerte
Hoy la liturgia del domingo, el día del Señor, se reviste con la esperanza escatológica a la que nos enfrenta la
muerte, la de nuestros antepasados y la nuestra. La escatología de la vida es una dimensión esencial de nuestra
fe cristiana.

Iª Lectura: Lamentaciones (3,17-26): ¡Que bueno (tob) esperar en Dios!

I.1. Muy probablemente las Lamentaciones no fueron escritas lágrima a lágrima por Jeremías. El tema del
templo destruido y de la nación subyugada, hizo nacer este pequeño libro de origen litúrgico, compuesto de
cinco lamentaciones (en “acrósticos”, con las letras del alfabeto hebreo), con el tema central de la caída de
Jerusalén en el año 587 a.C. Después de la ruina de Jerusalén y de las cosas tristes que sucedieron con esta
ocasión, los judíos trataron de comprender el significado religioso de la catástrofe. Ven las ruinas como un
merecido castigo de Dios, y reafirman el amor a Yahvé para con su pueblo. Cuando los desterrados volvieron a
su patria, en el año 530 a.C. muy posiblemente, se reunían para orar en común con estos lamentos. Después
siguieron rezándolos cada año en la fecha que recordaba la catástrofe, y más tarde la Iglesia se acostumbró a
proclamarlos en la Semana Santa, para recordar la muerte de Jesús. La tradición judía atribuía a Jeremías este
poema, no tanto porque sea de él, sino porque el espíritu y el sentimiento de las lamentaciones son muy
parecidos al estilo del profeta.

I.2. En tema del c. 3, del que se toma esta primera lectura, es de carácter personal. Sobresalen la expresiones
que ponen de manifiesto el lamento que expresa la derrota personal del ser humano; para un creyente en Dios,
en Yahvé, el silencio que se siente cuando las cosas no salen como uno esperaba. El diálogo con el “alma”, con
uno mismo, le lleva a recordar. Este recordar y hacer memoria es en Israel la clave teológica para recuperar lo
perdido. Sin el recuerdo no se hace historia humana, ni la religión tendría sentido. Recordar (zkr) en la Biblia es
todo un mundo de posibilidades por lo que el hombre vuelve a Dios, enumera sus gestas y sus intervenciones y
espera que de nuevo Dios venga y actúe. El hombre que no recuerda no solamente es una persona sin historia,
sino sin futuro. El recuerdo atrae el pasado y lo actualiza.

I.3. ¿Qué recuerda el poeta-lamentador y orante?: “que el amor de Dios no acaba”. El hesed (amor) y la ternura
o compasión (raham, que es como el seno materno) de Dios no pasan, no terminan. Por consiguiente ante la
catástrofe, ante la muerte, tenemos que estar nosotros para experimentar que Dios ama y es tierno como una
madre. Si la muerte nos llevara a la nada, entonces no tendría sentido el amor y la ternura de Dios. El poeta y
orante, es posible que todavía no pudiera asomarse a una vida tras la muerte, porque Israel tardó tiempo en
descubrirlo, pero aquí la “inspiración divina” de la oración va revelando la escatología de que no hemos nacido
simplemente para morir. Porque morir es pasar a sentir, de verdad, el hesed y el raham de Dios. Por eso
debemos “buscar” a Dios siempre, hasta en la muerte, porque quien lo busca encontrará lo que más ha anhelado
en la vida: amar y ser amado. Todo eso lo trae a la memoria (zkr) el orante para esperar.

IIª Lectura: Romanos (6,3-9): La vida nueva en Cristo

II.1. Se ha dicho que no hay teología más extraordinaria sobre el sentido y el significado del bautismo que este
c. 6 de Romanos, aunque no todo sino 6,1-14. El texto de hoy sí está centrado en la experiencia de muerte que
simboliza el bautismo. Morir, por el bautismo, el morir al hombre viejo, al hombre bajo la ley y el pecado, al
hombre heredero de un antropología cultural y religiosa que le ha cegado el corazón y el alma; al hombre que ni
siquiera la religión lo ha liberado de verdad de la muerte del pecado. Este hombre, en realidad todos los
hombres, están llamados a una nueva vida en Cristo. Mientras caminamos en esta vida, el bautismo es el
“sacramento” que nos adelanta este misterio escatológico. Porque se muere para resucitar. Se muere para ser
“criatura nueva”.

II.2. La primera destrucción del pecado es la muerte. Cuando se muere, el “poder” del pecado, que en Pablo es
toda una magnitud mítica, deja de tener eficacia. Y es verdad, el pecado no cuenta ya en la muerte. Es como la
magia encontrada por Dios para liberar a los suyos de esta potencia que los destruye. A partir de ese momento,
de la muerte, todo es nuevo: el hombre es nuevo, la vida es nueva, la conciencia es nueva y el pecado ya no
puede actuar. El pecado está unido al tiempo, y sin tiempo no es nada. Por eso la vida nueva es una vida eterna.
La resurrección, pues, no es la victoria sobre la muerte, sino sobre el pecado que nos persigue y nos
deshumaniza. La muerte es más humana de lo que pensamos y vivimos. La muerte es un parto que nos libera
del tiempo y, consiguientemente, del poder dinámico del pecado en todos sus formas.
II.3. En el bautismo, el cristiano se muere para vivir resucitado; como todavía estamos en el tiempo, estaremos
también bajo el pecado; pero en esperanza real apuntamos a la meta escatológica de la vida nueva, de la
resurrección de Jesús, que se nos adelanta en nuestra propia existencia para experimentar lo que nos aguarda.
El bautismo, en esa dimensión cristológica en que lo presenta Pablo, es estar bajo la fuerza de su muerte y de su
resurrección. La muerte de Jesús es una victoria descomunal sobre el poder de este mundo. Morir
“entregándose” es morir para vivir la vida nueva de la resurrección. Hay que saber morir así, todo lo demás no
tendría sentido.

Evangelio: Juan (Jn 14,1-6): Yo soy el camino, la verdad y la vida

III.1. El evangelio de hoy de Juan, es uno de los discursos de revelación más densos de su obra. Está inserto en
el testamento de Jesús a los discípulos en la última cena, que es un relato muy particular de este evangelista. Es
un discurso de despedida. Aquella noche, entiende Juan, Jesús comunicó a los suyos las verdades más profundas
de su vida, de su existencia y de su proexistencia (existir para los otros). Jesús se propone, se autorevela, como
el camino que lleva a Dios; se presenta igual a Dios, igual al Dios que es Padre. El centro del mismo es la
afirmación de Jesús como «camino, verdad y vida». Nos encontramos en uno de los momentos culminantes de la
teología joánica a todos los efectos. Sabemos que Jesús de Nazaret no habló exactamente así; lo hizo de otra
manera más sencilla o más directa. Pero la “escuela joánica” reinterpreta, de forma nueva, la experiencia
fundamental de Jesús: yo os llevaré a Dios, os llevaré a la vida.

III.2. Ya sabemos que el camino es para andar y llegar a una meta; la vida es para vivirla, gustarla y disfrutarla;
la verdad es para experimentarla como bondad frente a la mentira, que engendra desazón e infelicidad. En el
mundo bíblico la verdad (emet) no es una idea, sino una realidad que se hace, se realiza, se lleva a la práctica. En
el mundo de la filosofía helenista puede que la verdad sea algo más ideológico. Camino, verdad y vida, pues, son
formas concretas que se viven, que se hacen, que se realizan. Estas son cosas que todos buscamos en nuestra
historia: queremos caminos que nos lleven a la felicidad; amamos la verdad, porque la mentira es la negación
del ser y de lo bueno; queremos vivir, no morir, vivir siempre, eternamente. No nos es suficiente tener una
“biografía” del pasado y de nuestros hechos del pasado, por muy importante que haya sido ésta. La propuesta
del Jesús joánica de ir y preparar una existencia nueva (las moradas) ponen estas afirmaciones teológicas en su
auténtica clave escatológica. Es un aspecto decisivo de la religión cristiana.

III.3. Nadie puede llegar al Padre sino por Jesús (“por mi”). Los hombres buscan a Dios, necesitan a Dios; pero
no a cualquier dios, sino el Padre. Jesús lo ha revelado de esa forma y en ello ha empeñado su palabra y su vida:
esta es su verdad. San Juan, pues, está afirmando que no es posible experimentar a Dios sino por medio de
Jesús. Este absolutismo joánico se explica porque en este momento de la cena, de la despedida, del testamento o
última voluntad, Jesús está revelando todo en beneficio nuestro, en beneficio de los que “son de la verdad” (Jn
18,37), como dirá a Pilato en el momento de ser juzgado. Escuchar su voz, es confiar en su palabra de vida.

III.4. A Jesús, lo propone el evangelio de Juan, con estos conceptos tan consistentes, como el que puede
liberarnos en nuestra existencia agobiada, esquizofrénica. Podemos decir que esta alta teología joánica sobre
quién es Jesús para la comunidad cristiana, es una propuesta de fe (“creed en mí”); pero no una propuesta de
experiencias abstractas, sino de las realidades que buscamos siempre y en todas partes. El es el camino que nos
lleva a Dios como Padre, porque de otro forma hubiera seguido siendo un dios desconocido para nosotros. Jesús
se atrevió más que nadie, y precisamente por ello es la verdad de nuestra existencia cristiana y la vida de
nuestra experiencia de fe.

DOMINGO XXXI
EL DIOS QUE QUIERE SER AMADO EN EL PROJIMO

Iª Lectura: Deuteronomio (6,2-6): Israel se identifica con su Dios

I.1. La primera lectura forma parte de lo que se conoce como los mandamientos deuteronómicos, que son una
especie de catequesis de una escuela, que encierra el famoso Shema (¡escucha Israel!), de la religión
deuteronómica, que los israelitas piadosos recitan todos los días, que está en los pequeños rollitos de las
puertas de las casas, en las cajitas de las filacterias (tefillim) que se ponen para rezar en el muro del templo. La
afirmación rotunda de monoteísmo es propia de la teología de esta escuela que inspiró la reforma del rey Josías,
cuando el libro ¿se encontró? (cf. 2Re 22,10ss) en unas obras del templo. Se invita a Israel a pensar en su Dios, a
guardarle fidelidad en cada instante, a amarlo sobre todos las cosas y sobre todos los dioses, porque este texto
combate claramente el politeísmo.

I.2. Los israelitas deben llevar esto en su corazón, y por ello copiaron la costumbre oriental de hacer como
amuletos y símbolos en las manos y en los brazos. Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas
sus fuerzas, como veremos en el evangelio, es dedicarle nuestro ser. ¿Es el monoteísmo de Israel un verdadero
valor? No nos quedemos en la palabra, ni en el concepto. Israel es monoteísta por muchas razones socio-
religiosas. No obstante no comenzó así su historia. Los patriarcas, los epónimos o padres del pueblo era
politeístas o al menos tenían sus dioses familiares con respecto a otros. Los valores de un Dios creador y
hacedor del mundo se introduce después en la religión de Israel. Para Israel, independientemente de la teología
de la revelación, el llegar a ser monoteísta se explica por sus vidas, sus sufrimientos en la esclavitud de Egipto y
por la fuerza que encontraron en el Dios Yahvé, que les llevó a la libertad.

IIª Lectura: Hebreos (7,23-28): Un sacrificio vivo

II.1. La segunda lectura vuelve sobre la carta a los Hebreos. Es, probablemente, el c. 7 de Hebreos una de las
cumbres de esta carta. En el texto de hoy compara a los sacerdotes de la antigua Alianza y a Jesús. En el texto es
muy importante la permanencia del sacerdocio de Cristo “para siempre”. El autor, que es un gran exegeta apoya
casi todo el c. 7 en el Sal 110 como oráculo del sacerdocio de Cristo, superior y más perfecto que el sacerdocio
levítico. Este “para siempre” determina, incluso, la perfección del ministerio sacerdotal de Jesús: su sacrificio no
es de cosas, de víctimas, sino de entrega absoluta de sí mismo.

II.2. La lectura nos ofrece los tonos polémicos que el autor quiere poner sobre la mesa: es una polémica contra
el sacerdocio levítico y ritual. Aquellos morían y eran sucedidos por sus hijos y familiares, lo cual denota la
precariedad de ese sacerdocio. Pero con Jesucristo no puede suceder así, porque su sacrificio de amor, llevado a
cabo en la cruz, es un sacrificio eterno, que abarca toda la historia. Ya no son necesarios los sacrificios rituales a
Dios, porque Jesucristo los ha hecho ineficaces. Los sacerdotes antiguos debían purificarse personalmente antes
de ofrecer un sacrificio por el pueblo, pero Jesús, el Hijo de Dios, ha puesto fin a una religión que no salva.
Solamente salva, y para siempre, el sacrificio de su amor por todos nosotros, ofrecido a Dios.

III. Evangelio: Marcos (12,28-34): Dios quiere ser amado en los hermanos

III.1. El evangelio nos presenta al escriba que quiere profundizar de lleno en la Torah, la ley del judaísmo, ¿con
qué intención? ¿sabiendo que Jesús sería capaz de ofrecerle una interpretación profética? Ya hemos visto la
importancia que tenía y tiene en el judaísmo el primer mandamiento expresado con el Shema Israel, que es
parte de nuestra primera lectura. La cuestión no quedará en una simple disputa escolástica, como alguno ha
sugerido. El alcance de esta discusión y la pregunta del escriba (¡insólita!) ponen en evidencia muchas cosas del
judaísmo que también nos afecta a nosotros. Lo primero que salta a la vista es que el segundo mandamiento no
le va a la zaga al primero, que pone el acento en el amor de Dios. La versión de Marcos no está calcada ni del
texto hebreo, ni de la versión griega de los Setenta… con algunas variantes de tipo helenista quiere llegar a una
propuesta decisiva.

III.2. El realidad, el texto de Mateo 22,39s (que habría usado a Marcos como fuente) lo ha dejado mucho más
claro: “de estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas”. El escriba, en verdad, no pretendía poner
una trampa a Jesús como querían los saduceos, un momento antes, a propósito de la resurrección. Pero en su
búsqueda de aclaración se ha quedado una cosa clara: el amor a Dios y el amor al prójimo no tiene “esencias”
distintas. El amor, en el NT es de un “peso” extraordinario que no queda ni en “eros”, ni en “amistad”. Es un
amor de calidad el ágape que tiene que ser el mismo para Dios y para los hombres, aunque los mandamientos
se enumeren en primero y segundo. Esta sería la ruptura que Jesús quiere hacer con la discusión de los letrados
sobre el primero o el segundo, sobre si el prójimo son los de “mi pueblo” o no.

III.3. Porque no sería una novedad que Jesús simplemente subrayara una cosa que se repetía hasta la saciedad.
El que se añada el segundo mandamiento, de amor el prójimo, viene a ser lo original; porque con ello se ha
revelado que el amor a Dios y el amor el prójimo es lo más importante de la vida, son un solo mandamiento, en
realidad, y así podríamos entender el final del v.31 : ”No hay otro mandamiento más importante que éstos”,
pues el ?ντολ? (mandamiento) está en singular y nos permitiría entender que el mandamiento más importante
por el que preguntaba el escriba son los dos primeros que vienen a ser uno sólo. Porque no hay dos tipos de
amor, uno para Dios y otro para el prójimo, sino que con el mismo amor amamos a Dios y a los hombres.
Diríamos que son inseparables, porque el Dios de Jesús, el Padre, no quiere ser amado El, como si fuera un ser
absoluto y solitario. Así resuelve Jesús la gran pregunta del escriba, de una manera profética e inaudita.

III.4. Lo que el evangelio de hoy quiere poner de manifiesto es que el amor a Dios debe también ser amor a los
hombres. Muchos se contentan con decir que aman a Dios, pero muchas veces se encuentran razones para no
amar al prójimo. Aquí es donde el evangelio se hace novedad maravillosa para todos los seguidores de Jesús y
para todos los hombres. Se pueden sacar las consecuencias, al hilo de la carta a los Hebreos, que si Jesús ha
ofrecido un sacrificio eterno, si no son necesarios los sacrificios rituales a Dios, es porque Jesús ha hecho
posible la religión del amor, pero no solamente a Dios, sino a todos los hombres. Eso es lo que identifica al Dios
verdadero de los dioses falsos: quiere ser amado en los hermanos. Es eso lo que el autor de la 1Jn pone de
manifiesto en su teología de que Dios es amor y no podemos amar a Dios a quien no vemos si no amamos al
hermano a quien vemos. Pero esta teología la puso en marcha el profeta de Galilea, Jesús de Nazaret… y por ello
dio la vida.

DOMINGO XXXII
EL CULTO VERDADERO, ES ENTREGAR LA VIDA

Iª Lectura: 1Reyes (17,10-16): Dios está con los que le necesitan

I.1. Esta lectura es del ciclo del profeta Elías, el profeta más venerado de la tradición de Israel, aquél que se
esperaba para anunciar le llegada del Mesías y abrirle camino. El profeta Elías lucha contra los falsos dioses y
los cultos cananeos que se prodigaban en territorio de Israel. El marco en que aparece este relato es una sequía
que estaba a punto de matar de hambre a los habitantes del pueblo. Lo curioso de todo ello es que aquí, el
profeta, anuncia el fin de esa sequía, pero no precisamente en territorio del pueblo elegido, sino en Fenicia, en
Sidón, en una aldea llamada Sarepta, donde una viuda a penas puede atender a la petición del profeta, que se
vale de este signo para anunciar que Dios hará que no falte el pan y el aceite (porque vendrá la lluvia y habrá
trigo y el olivo dará su fruto).

I.2. Esta escena, podemos recordarlo, es la que Lc 4,14-30 ha elegido como paradigma para defender la libertad
de la gracia de Dios que llega a todos los hombre y a todos los pueblos, en la famosa escena de Nazaret. Elías,
pues, en vez de hacer este signo en territorio del pueblo de la Alianza, es a una viuda (en el AT las viudas
representas a los pobres y necesitados) a la que le llega esta gracia. El profeta le pide pan que la mujer está a
punto de hacer para ella y su hijo, aunque cree que no sobrevivirán. ¿Le pide el profeta un imposible? Todo es
un simbolismo del relato, para poner de manifiesto que Dios no abandonará a sus hijos. Con ello, el relato de
hoy quiere poner de manifiesto que los pobres siempre son más generosos para compartir que los que gozan de
todo.

IIª Lectura: Hebreos (9,24-28): El sacrificio de nuestra misma vida

II.1. La segunda lectura del día prosigue con la teología del sacerdocio de Cristo, que es primordial en esta carta.
En esta lectura se subraya, más que en ningún otro momento, la diferencia entre lo que hace Cristo como
sacerdote y el papel del sacerdocio de la antigua Alianza. El texto está construido con una serie de elementos de
contraste entre lo antiguo y lo nuevo, el tipo y el anti-tipo, para resaltar la originalidad de la acción de Cristo en
su misión sacerdotal de borrar el pecado del mundo. El que Cristo pudiera entrar en la intimidad de Dios, el
santuario celeste, con su propia vida, y no con sangre ajena de los sacrificios de animales, es de un valor
imperecedero. Ello pone de manifiesto que lo que Dios quiere es el corazón del hombre, ya que Cristo le ha
ofrecido su vida a Dios de una vez para siempre.

II.2. Ya, pues, no son necesarios los sacrificios de animales, porque no valen para nada. Si tiene valor el concepto
sacrificio y todo lo que ello significa es porque se apunta a una entrega de la vida y de la existencia a Dios y a los
hermanos. Esta forma de hablar, que en cierta manera no se desprende de un lenguaje ritual, demanda la
abolición del pecado. Eso no quiere decir que el “pecado” no siga existiendo y apoderándose del corazón
humano, pero el pecado no ha de triunfar sobre este mundo, ni sobre el corazón del hombre. El mal está
vencido en ese acto de amor de Cristo. Este mundo, pues, se consumará un día y entonces el pecado habrá
desaparecido. Pero mientras vivimos y este mundo sea mundo, tenemos la fuerza de Cristo para vencer el
pecado. Esta es, pues, una exhortación para vivir el misterio de la gracia que Cristo nos ha ganado.

Evangelio: Marcos (12,36-44): La religión sin fe, no es verdadera

III.1. Marcos, antes del discurso escatológico y de la pasión, nos ofrece una escena que está cargada de
simbolismo. Se retoma, en cierta forma, el papel de la viuda y el profeta Elías, como en el texto de 1Re 17,10.
Las palabras contra los escribas que buscan los primeros puestos… y más cosas, es probablemente una
advertencia independiente, pero que se entiende en nuestro texto con la narración que describe la acción de la
viuda. Jesús, en el Templo, está mirando a las personas que llegan para dar culto a Dios. A Jerusalén llegaban
peregrinos de todo el mundo; judíos piadosos, pudientes, de la cuenca del Mediterráneo, que contribuían a la
grandeza de Jerusalén, de su templo y del culto majestuoso que allí se ofrecía. Siempre se ha pensado que el
culto debe ser impresionante e imperecedero.

III.2. ¿Está Jesús a favor o en contra del culto? Esta pregunta puede parecer hoy capciosa, pero la verdad es que
debemos responder con inteligencia y sabiduría. ¡No! ¡No está Jesús contra el culto como expresión o
manifestación de la religión! Pero también es verdad que no hace del culto en el templo un paradigma
irrenunciable. Jesús respeta y analiza… y saca las consecuencias de todo ello. No dice a la mujer que se vaya a su
casa… porque todo aquello es mentira. No era mentira lo que ella vivía, sino lo que vivían los “prestigiosos” de
la religión que no eran capaces de ver y observar lo que él hizo aquella mañana y enseñó a los suyos con una
lección de verdadera religión y culto.

III.3. Si nos fijamos, Jesús está proponiendo el culto de la vida, del corazón, ya que aquella viuda pobre ha
echado en el arca del tesoro lo que necesitaba para vivir. Ella estaba convencida, porque así se lo habían
enseñado, que aquello era para dar culto a Dios y entrega todo lo que tiene. Es, si queremos, un caso límite, con
todo el simbolismo y la realidad de lo que ciertas personas hacen y sienten de verdad. Lo interesante es la
“mirada” de Jesús para distraer la atención de todo el atosigamiento del templo, del culto, de los vendedores, de
lo arrogantes escribas que buscan allí su papel. Esa mirada de Jesús va más allá de una religión vacía y sin
sentido; va más allá de un culto sin corazón, o de una religión sin fe, que es tan frecuente.

III.4. Esa es, pues, la interpretación que Jesús le hace a sus discípulos. Los demás echan de lo que les sobra, pero
la vida se la reservan para ellos; la viuda pobre entrega en aquellas monedas su vida misma. Ese es el verdadero
culto a Dios en el templo de la vida, en el servicio a los demás. Sucede, pues, que la viuda (con todo lo que esto
significa en la Biblia) ofrece una religión con fe, con confianza en Dios. Y solo Jesús, en aquella barahúnda, es
capaz de sentir como ella y de tener su mirada en penetrante vigilancia de lo que Dios desea y quiere. Una
religión, sin fe, es un peligro que siempre nos acecha… que tiene muchos adeptos, a semejanza de los escribas
que buscan y explotan a los débiles, precisamente por una religión mal vivida e interpretada. Jesús ha leído la
vida de aquella pobre mujer, y desde esa vida en unas pocas monedas, ha dejado que lleve adelante su religión,
porque estaba impregnada de fe en Dios.

DOMINGO TREINTAITRES
El final del mundo será el triunfo del bien sobre el mal

Iª Lectura: Daniel (12,1-3): Dios triunfa salvando

I.1. La lectura del libro de Daniel nos introduce en un contexto que habla del final de los tiempos, de los tiempos
escatológicos. Es la expresión de un mundo apocalíptico, que fue una corriente que aparece en el s. II a. C. con
objeto de responder a tiempos difíciles y de angustia para el pueblo elegido. El libro de Daniel no es
propiamente el libro de un profeta, sino de un apocalíptico, cuya sintonía con la historia es a veces difícil de
descifrar. En esta literatura se habla de una gran conmoción de la historia y se recurre a unos signos
extraordinarios para animar a los que sufren y proteger su fidelidad a Dios. Su visión de la historia está
sombreada por una visión dualista de la misma que puede llamar a engaño. Este mundo solamente –parece-,
tiene solución si Dios interviene y termina con todo en beneficio de los buenos, o del pueblo elegido o de los
que han impuesto su criterio. Es una solución que tiene ciertos esquemas poco adecuados, aunque, por otra
parte, palpita un deseo ardiente de ver a Dios intervenir en la historia que ha creado; y esto es positivo. Pero
esa intervención no será según quieren los hombres, sino en la libertad soberana de Dios.

I.2. En nuestra lectura de hoy, Miguel “¿quién como Dios?”, el protector del pueblo según aquella mentalidad,
vendrá para proclamar salvación y resurrección para los elegidos. Es en este libro donde aparece por primera
vez la resurrección y la vida más allá de la muerte en la fe de Israel. Es esto lo más importante a señalar. Porque
en esta lectura apocalíptica hay un mensaje de esperanza y salvación. Es verdad que en aquél momento la
teología no daba más de sí, y solamente se proclamaba para los elegidos; pero desde una lectura del Nuevo
Testamento, la resurrección y salvación de Dios está abierta a todos los hombres que confían en El.

I.3. Efectivamente, a Israel le costó mucho llegar a una solución de la vida humana después de la muerte. Y eso
que tenemos salmos y oraciones que podrían conducir a ver que ello estaba implicado en el mensaje de
esperanza más certero de la misma antropología bíblica. Por tanto, si hay resurrección, una vida después de la
muerte, una vida en las manos de Dios, entonces los textos e imágenes apocalípticas deben leerse como el
resultado de una conquista humana y religiosa, por la cuál se responde al anhelo que todos llevamos en nuestro
corazón. Estamos hablando de “experiencias” religiosas de una época y de una cultura. Lo importante es la
verdad que en ello hay, no las imágenes míticas con las que se reviste el lenguaje apocalíptico. El oprobio, la
condenación, el juicio… es el ropaje de la época para hablar del triunfo de Dios. Pero como creemos, por el
mensaje del NT, el triunfo de Dios no tiene que ser necesariamente así; el juicio de Dios sobre los hombres y la
historia ha de ser salvando y humanizando.

II ª Lectura: Hebreos (10,11-14.18): Sacrificio nuevo: vida entregada a Dios y a los hombres

II.1. La segunda lectura nos ofrece el último texto de la carta a los Hebreos en este ciclo que está a punto de
terminar. Se vuelve a insistir en la diferencia entre el sacerdocio y los sacrificios de la antigua Alianza y el
sacerdocio y el sacrificio de Cristo. Lo que el autor de la carta a los Hebreos nos quiere señalar es que los ritos,
las ceremonias, los sacrificios de animales, están vacíos porque no consagran nuestra vida al Dios vivo y
verdadero. El autor de la carta quiere apoyar su tesis de la fuerza del sacrificio de Cristo que une
verdaderamente a Dios y a los hombres, en el Sal 110. Por eso, a diferencia de los sacrificios de la antigua ley, el
de Cristo lleva a la perfección (téléioun) lo que deben ser las ofrendas a Dios; no deben ser de animales que
nada comprometen ni a quién se ofrecían ni a los mismos oferentes (aunque muchos lo hacían muy de
corazón). La ofrenda de la vida es lo que vale, como decía Oseas 6,6: “misericordia quiero y no sacrificio;
conocimiento de Dios…”.

II.2. Se habla de que Cristo está junto al Padre, en el santuario celeste, para interceder por nosotros, porque su
sacrificio de amor en la cruz permanece eternamente. Ese es el sacrificio que ha perdonado de antemano los
pecados de todos los hombres. Saber que seremos perdonados, pues, es todo un impulso de confianza en el que
se muestra que el valor no está en el sacrificio o el rito que se haga, sino en poder estar en comunión con Aquél
que ha dado su vida por nosotros. Es muy importante en todo sacrificio lo que uno siente, ¡es verdad! Pero no
basta con “sustituir” la comunión con Dios y con los hermanos con cosas externas. Lo externo puede llevarnos a
la decadencia o a la inmutabilidad; ofrecemos cosas, pero nuestra mente y nuestro corazón siguen
imperturbables a la acción divina y santificadora.

Evangelio: Marcos (13,24-32): La historia se transforma, no se aniquila

III.1. El evangelio de hoy forma parte del discurso apocalíptico de Marcos con que se cierra la actividad de
Jesús, antes de entrar en la pasión. Es propio de la liturgia con la que culmina el año litúrgico usar esos textos
apocalípticos que plantean las cuestiones finales, escatológicas, del mundo y de la historia. Jesús no fue muy
dado a hablar de esta forma, pero en la cultura de la época se planteaban estos asuntos. Por ello le preguntan
sobre el día y la hora en que ha de terminar este mundo. Jesús –según Marcos-, no lo sabe, no lo dice,
simplemente se recurre al lenguaje simbólico de los apocalípticos para hablar de la vigilancia, de estar alertar, y
de mirar “los signos de los tiempos”. No podemos negar que aquí hay “palabras” de Jesús, pero hoy se reconoce
que en la comunidad primitiva, en algunos círculos de profetas-apocalípticos, se cultivaron estos dichos de
Jesús y los acomodaron a su modo de vivir en una itinerancia constante y en la adversidad y el rechazo de su
mensaje de Dios.

III.2. Tenemos que reconocer que Mc 13, lo que se llama el apocalipsis sinóptico, se presta a muchas
interpretaciones de distinto perfil histórico, literario y teológico. Se reconoce que no es propiamente de Jesús,
sino de los cristianos que, ante una crisis, de guerra, de persecución, escribieron este texto así. Pusieron
palabras de Jesús que se mantenían en la tradición para tratar de afrontar los problemas que se presentaban
para judíos y cristianos. Es posible que la base del mismo pueda explicarse en la crisis de Calígula el 40 d. C., en
tiempos de Petronio, legado de Siria, para llevar a cabo la orden de poner una estatua del emperador en el
templo para ser adorado como dios. Esta es una hipótesis entre otras, pero razonable. No obstante no todo el
texto se explica en este momento. Posteriormente y separados ya judíos y cristianos, se vuelve sobre el mismo
ante nuevas dificultades. Las opiniones son muy diversas y, a veces, extravagantes. El cristianismo primitivo
estuvo muy influenciado por la corriente apocalíptica. Esto no se niega. Para la iluminación de la historia y de la
vida de los hombres no debería tomarse al pie de la letra todo esto. Pero una cosa sí es cierta: ante la tiranía,
todos los hombres, de cualquier clase y religión, estamos llamados a resistir en nombre de Dios.

III.3. Los signos de los tiempos siempre han sido un criterio profético de discernimiento de cómo vivir y de qué
esperar. ¿Por qué? Porque los profetas pensaban que Dios no había abandonado la historia a una suerte
dualista donde la maldad podría imponerse sobre su proyecto de creación, de salvación o liberación. Pero los
signos de los tiempos hay que saberlos interpretar. Es decir, hay que saber ver la mano de Dios en medio del
mundo, en nuestra vida personal y en la de los demás. La historia se “transforma” así, no acaba ni tiene por qué
acabar de buenas a primeras con una catástrofe mundial. Y Dios interviene en la historia “por nosotros” y nunca
“contra nosotros”. De la misma manera que el anuncio del “reino de Dios” por parte de Jesús -su mensaje
fundamental-, es una convicción de su providencia y de su fidelidad a los hombres que hacen la historia.

III.4. Cierto tipo de mentalidades siempre han creído y propagado que el final del mundo vendrá con una gran
catástrofe en la que todo quedará aniquilado. Pero eso no nos obliga necesariamente a creer que eso será así.
Dios tiene sus propios caminos y sus propias maneras de llevar hacia su consumación esta historia y nuestra
vida. El discurso está construido sobre palabras de Daniel 7,13-14 en lo que se refiere a la venida del Hijo del
Hombre. Sin embargo, en los términos más auténticos de Jesús se nos invita a mirar los signos de los tiempos,
como cuando la higuera echa sus brotes porque el verano se acerca; a descubrir un signo de lo que Dios pide en
la historia. Dios tiene sus propios caminos para poner de manifiesto que en esta historia nada pasa
desapercibido a su acción y de que debemos vivir con la espera y la esperanza del triunfo del bien sobre el mal;
que no podemos divinizar a los tiranos ni deshumanizar a los hijos de Dios. Los tiranos no pueden ser dioses,
porque todos los hombres son “divinos” como imagen de Dios. Así es como se transformará esta historia a
imagen del “reinado de Dios” que Jesús predicó y a lo que dedicó su vida.

DOMINGO DE CRISTO REY


La verdad del Reinado de Dios

La festividad de Cristo Rey cierra el año litúrgico y se pretende poner en el horizonte de nuestra historia a
Aquél que ha hecho presente en este mundo el reinado de Dios, que no es un estado, sino una situación en la
que los hombres deben aprender a vivir en solidaridad.

Iª Lectura: Daniel (7,13-14): El reino eterno no es de los hombres

I.1. La primera lectura de hoy, tomada del libro de Daniel, es una visión en la que el autor de este libro
apocalíptico contempla a una figura, llamada Hijo de hombre, al que se le confía el destino del mundo. La visión
es muy particular: por una parte se habla de “reino” y “poder”. Pero esto lo entrega Dios a una figura misteriosa,
como un Hijo de hombre. Su “reino no será destruido jamás”. No ha habido ni habrá sobre la tierra un imperio
que permanezca eternamente, porque los imperios de la tierra no son ni siquiera humanos, aunque pretenden
ser divinos. Tienen los pies de barro, de insolidaridad y de injusticia. El sueño, la visión, no es otra cosa que lo
que deseamos todos, pero ese reino tiene que venir de Dios (el Anciano en la visión), pues de lo contrario no
será eterno.

I.2. Sabemos que la tradición cristiana, después de la resurrección, ha visto en esta figura humana a Jesucristo.
Es un poder que en aquél tiempo estaba en manos de fieras, que representaban los imperios de este mundo. Ya
sabemos que esos imperios han desaparecido, aunque han venido otros. Pero lo importante es saber que un día
el poder estará en manos de Aquel, que hecho hombre, ha ganado para siempre un reino de justicia y de
hermandad. No usará el poder para esclavizar como han hecho los poderosos de este mundo, sino para
liberarnos y hacernos dignos hijos de Dios.

IIª Lectura: Apocalipsis (1,5-8): Jesucristo nos convoca al cielo

II.1. La segunda lectura, el Apocalipsis, se enmarca en la asamblea litúrgica, reunida en nombre del Señor, en la
eucaristía, en el domingo, día de la resurrección, en que aparece Jesucristo, el testigo fiel. Este es un texto
litúrgico lleno de matices cristológicos, en que se proclama la grandeza del que ha de ser alabado en un himno
que encontramos en el v. 7 de la lectura de hoy. El vidente de Patmos, pues, va a escribir a las siete Iglesias de
Asia, y las saluda en nombre de Jesucristo, quien con su propia sangre ha abierto un camino nuevo en este
mundo en el que el mal parece “reinar” con una cierta soberanía. Pero Jesucristo, el “traspasado”, vive ya para
siempre; es el alfa y la omega (las dos letras con las que comienza y termina el alfabeto griego), porque en Jesús
ha comenzado una historia nueva y en El se consumará nuestra historia.

II.2. No deberíamos olvidar, a pesar de lo que se cree comúnmente, que las descripciones del Ap descubren algo
que debe llegar en el futuro, sino que es algo que se cuenta como ya sucedido, aunque en clave de futuro. Se ha
escrito para hablar de Jesucristo el “traspasado” y no de catástrofes; para hablar del triunfo de aquél que ha
puesto el amor por encima del poder y la política de la época. Y otra cosa, es el mismo Jesús el que habla de sí
mismo y de las cosas de Dios y del cielo. ¿Para qué? Para que sigamos teniendo esperanza en su vuelta, en el
triunfo definitivo de Dios. ¿Con que garantías? Pues con la garantía de la “muerte y resurrección” de Jesús. En
este libro se habla del cielo, no del infierno. Es el cielo el que se presenta al vidente y el vidente a sus lectores:
los cristianos que sufren en este mundo y en esta historia. Estas con las claves de la lectura del Apocalipsis y de
este hermoso texto de la liturgia de hoy. Todas las imágenes litúrgicas que se acumulan y los títulos
cristológicos como rosario de cuentas de zafiro es para afirmar el triunfo de Dios y de Jesucristo sobre nuestra
vida y nuestra muerte.

Evangelio: Juan (18,33-37): La verdad del reinado de Jesús

III.1. El evangelio de hoy forma parte del juicio ante el prefecto romano, Poncio Pilato, que nos ofrece el
evangelio de Juan. Es verdad que desde esa clave histórica, el evangelio de Juan tiene casi los mismos
personajes de la tradición sinóptica, entre otras cosas, porque arraigó fuerte la Pasión de su Señor en el
cristianismo primitivo. La resurrección que celebraban los primeros cristianos no se podía evocar sin contar y
narrar por qué murió, cuándo murió y a manos de quién murió. La condena a muerte de Jesús fue pronunciada
por el único que en Judea podía hacerlo: el prefecto de Roma, como representante de la autoridad imperial. En
esto no cabe hoy discusión alguna. Pero los hechos van mucho más allá de los datos de la tradición y el
evangelio de Juan suele hurgar en cosas que están cargadas para los cristianos de verdadera trascendencia. El
juicio de Jesús ante Pilato es para Juan de un efecto mayor que el interrogatorio en casa de Anás y Caifás. En ese
interrogatorio a penas se dice nada de la “doctrina” de Jesús. El maestro remite a sus discípulos, pero sus
discípulos, como hace Pedro, lo niegan. Y entonces el juicio da un vuelco de muchos grados para llevar a Jesús al
“pretorio”, el lugar oficial del juicio, a donde los judíos no quisieron entrar, cuando ellos lo llevaron allí con toda
intención.

III.2. El juicio ante Pilato, en Juan, es histórico y no es histórico a la vez. Es histórico en lo esencial, como ya
hemos dicho. Pero la “escuela joánica” quiere hacer un juicio que va más allá de lo anecdótico. El marco es
dramático: los judíos no quieren entrar y sale Pilato, pregunta, les concede lo que no les podía conceder:
“tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley”. Pero ellos no quieren manchar “su ley” con la sangre de un
profeta maldito. Pilato tampoco, aparentemente, quiere manchar el “ius romanum” con la insignificancia de un
profeta judío galileo que no había hecho nada contra el Imperio. El drama que está en juego es la verdad y la
mentira. Ese drama en el que se debaten tantas cosas de nuestro mundo. Pero “los autores” del evangelio de
Juan van consiguiendo lo que quieren con su teología. Todo apunta a que Jesús, siempre dentro del “pretorio”,
parece como una marioneta, pero inmediatamente nos percatamos de que no es así y de que allí está él
plantado con verdadero “señorío” ante los poderosos que quieren juzgarlo. En realidad la marioneta es la
mentira de los judíos y del representante de la ley romana. Es la mentira, como sucede muchas veces, de las
leyes injustas e inhumanas.

III.3. Al final de toda esta escena, pues, vemos que el verdadero juez y señor de la situación es Jesús, tal como
pretende claramente la teología joánica del relato. Los judíos, aunque no quisieron entrar en el “pretorio”, para
no contaminarse, se tienen que ir con la culpabilidad de la mentira de su ley y de su religión sin corazón, tal
como ellos la interpretan y la viven. Esa es la mentira de una religión que no lleva al verdadero Dios. Esto ha
sido una constante en todo el evangelio joánico. Pilato entra y sale, pero no como dueño y señor, lo que debería
ser o lo que fue históricamente por su cargo (además de haber sido un prefecto venal y ambicioso). El “pobre”
Jesús, el profeta, no tiene otra cosa que su verdad y su palabra de vida. El drama lo provoca la misma presencia
de Jesús que, cuando cae bajo el imperio de la ley judía, no la pueden aplicar y cuando está bajo el “ius
romanum” no se le puede juzgar porque no hay hechos objetivos, sino verdades existenciales para vivir y vivir
de verdad. Es verdad que al final Pilato aplicará el “ius”, pero ciegamente, sin convicción, como muchas veces se
ha hecho para condenar a muerte a los hombres. Esa es la mentira del mundo con la que solemos convivir en
muchas circunstancias de la vida.

III.4. Jesús aparece como dueño y señor de una situación que se le escapa al juez romano. Es el juicio entre la
luz y las tinieblas, entre la verdad de Dios y la mentira del mundo, entre la vida y la muerte. La acusación contra
Jesús de que era rey, mesías, la aprovecha Juan teológicamente para un diálogo sobre el sentido de su reinado.
Este no es como los reinos de este mundo, ni se asienta sobre la injusticia y la mentira, ni sobre el poder de este
mundo. Allí, pues, donde está la verdad, la luz, la justicia, la paz, allí es donde reina Jesús. No se construye por la
fuerza, ni se fundamenta políticamente. Es un reino que tiene que aparecer en el corazón de los hombres, que
es la forma de reconstruir esta historia. Es un reino que está fundamentado en la verdad, de tal manera que
Jesús dedica su reinado a dar testimonio de esta verdad; la verdad que procede de Dios, del Padre. Sólo cuando
los hombres no quieren escuchar la verdad, se explica que Jesús sea juzgado como lo fue y sea condenado a la
cruz. Esa es la verdad que en aquél momento no quiso escuchar Pilato, pues cuando le pregunta a Jesús qué es
la verdad, sale raudo de su presencia para poder justificar su condena posterior. ¡Está claro! Juan nos quiere
decir que Jesús es condenado porque los poderosos no quieren escuchar la verdad de Dios.

COMENTARIOS BÍBLICOS
CICLO C

ADVIENTO

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO


UNA LLAMADA A CONVERTIRSE AL DIOS DE LA LIBERACIÓN

Iª Lectura: Jeremías (33,14-15): El Señor es nuestra justicia

I.1. Forma parte esta hermosa lectura de los oráculos de salvación del profeta, oráculos que presentan al
pueblo la restauración, oráculos de esperanza (cc. 30-33). Todos estos epígrafes encuentran su equivalencia en
esos oráculos que proponían la restauración del reino del Norte, Israel y también para Judá. Quizá no
responden a una etapa demasiado concreta de su vida de profeta “quemado” por la palabra de Dios. Pero un
profeta no sería verdadero si además de anunciar el “juicio” no se atreviera también con la salvación y la
restauración. Jeremías, asimismo, tenía alma y sensibilidad para ello. Un profeta perseguido como él siempre se
atreve a ver más allá de lo que los demás ven o experimentan. Es un oráculo que se repite en su obra como
podemos cotejar en Jr 23,5-6. El profeta juega con el nombre nuevo que ha de llevar el descendiente de David:
“Señor, justicia nuestra” (Yhwh sidquenû), de la misma manera que Isaías 7,14 le pondrá, simbólicamente, al
descendente de Acaz, “Dios con nosotros” (Inmanûel), y ya sabemos la trascendencia que ese nombre ha tenido
para la teología mesiánica cristiana. Los nombres significan mucho en la Biblia y si son simbólicos con más
razón.

I.2. El exhorto del profeta Jeremías reza así: el Señor es nuestra justicia. No es un título, sino el proyecto y el
compromiso del Dios de la Alianza, con Israel y con todos los pueblos. Ese es el Dios que se encarna, el que hace
justicia. Que es más que dar a cada uno lo que le pertenece. Esa idea de justicia (sdq) es algo pobre para el Dios
de Jesucristo. Significa mucho más: Dios levanta al oprimido; hace valer al que no vale, porque a Él todos los
seres humanos le importan como hijos; hace abajarse al que se ha levantado hasta las nubes sin valer,
apoyándose en un poder que no le pertenece. Ese proyecto y ese compromiso divino, sin embargo, no se
impone por la fuerza, como hacen los poderosos de este mundo con su estrategia preventiva, sino que se nos
llama en el Adviento a considerarlo como una espera y esperanza para convertirnos a El. Así podemos precisar
el primer paso del Adviento: la conversión al Dios de una justicia prodigiosa. Y la conversión es mucho mas que
hacer penitencia; es un cambio de mentalidad, un cambio de rumbo en nuestra existencia, un cambio de
valores. Porque cuando se cambian los valores de nuestra vida, transformamos nuestra forma de ser, de vivir y
de actuar.

IIª Lectura: Iª Tesalonicenses (3,12-4,2): La dedicación a lo divino


II.1. Esta es una invocación de Pablo, urgido y urgiendo a la comunidad para preparase a la pronta “venida del
Señor”. Hoy día no cabe duda que Pablo pensó ver este momento con sus ojos. Como la mayoría de los primeros
cristianos pensaba que la “parusía”, la presencia efectiva del Señor resucitado estaba a punto de llegar. Después
fue cambiando poco a poco esa mentalidad influida por un perfil apocalíptico por una visión histórica más
concorde con la realidad de “transformar” el mundo y “transformarse” personalmente a imagen de Cristo, por
medio del amor y de la muerte. Eso es lo que se infiere del final de esta invocación que habla de la
“manifestación (parousía) de nuestro Señor Jesucristo”. Después Pablo llegaría a la conclusión personal de que
esa experiencia de la manifestación había que vivirla personalmente en el momento de la muerte (cf 2Cor 4,7-
15; Flp 3,7-11).

II.2. En todo caso ¿qué requiere como punto práctico?: pues una disposición que hay que tener para el día del
encuentro del Señor (también expresado en lenguaje apocalíptico); un amor más grande a todos los hombres,
porque esa es la forma de progresar en la santidad. Muchas veces nos preguntamos qué es ser santo. Pues aquí
encontramos una buena respuesta: es vivir amando siempre, cada vez más, sin excepción, como Dios mismo
hace. Por eso se le define a Él como el Santo: porque no excluye a nadie de su amor. Sin duda que el Apóstol nos
habla de algo inconmensurable, utópico: ¡cuando amemos a todos los hombres! Así es la respuesta, la
conversión, al Dios de la justicia, al Dios de la encarnación, al Dios de la Navidad, para lo que nos prepara el
Adviento. ¿Cómo podemos, pues, vivir dedicados a Dios? Amando a todos los hombres. Esa es la dedicación del
cristiano a lo divino.

Evangelio: Lucas (21,25-28.34-36): Se acerca nuestra liberación

III.1. Todos los años comenzamos el nuevo ciclo litúrgico con el Adviento, que es presencia y es llegada. Es una
presencia de siempre y constantemente renovada, porque nos preparamos para celebrar el misterio del Dios
que se encarna en la grandeza de nuestra miseria humana. En el Primer Domingo de Adviento, "Ciclo C" del año
litúrgico, que estará apoyado fundamentalmente en el evangelio de Lucas, se ofrece un mensaje lleno de fuerza,
una llamada a la esperanza, que es lo propio del Adviento: Levantad vuestras cabezas porque se acerca vuestra
liberación. Esa es la clave de la lectura evangélica del día. No son los signos apocalípticos los que deben
impresionar, sino el mensaje de lo que se nos propone como oferta de parte de Dios. Los signos apocalípticos,
en este mundo, siempre han ocurrido y siempre estarán ocurriendo.

III.2. Lucas también nos ha trasmitido el discurso apocalíptico en boca de Jesús (c. 21) a semejanza de lo que
hace Mc 13. En Lucas comienza con una enseñanza que contrasta con la actitud de algunos que están mirando y
contemplando la grandeza del templo (21,5ss). Los vv. 25-28 se centran en la famosa venida (parousía) del Hijo
del hombre que ha de arrancar de los cristianos, ¡no pánico!, sino una actitud contraria: ¡levantar la cabeza,
porque ese es el momento de la liberación!. Digamos que esta última expresión es propia de Lucas ante las
palabras que le ha suministrado la tradición apocalíptica sobre la llegada misteriosa del Hijo del hombre. Lucas
es muy conciso sobre los signos extraordinarios que acompañarán ese momento. Pero no puede sustraerse
totalmente a esos signos.

III.3. Especialmente significativo es en Lucas la actitud que se ha de tener ante todo eso: vigilad (agrypneô) con
la oración (v.36). Es lo propio de Lucas: la vigilancia que pide es teológica, la que mantiene abiertos los ojos del
alma y de la vida. En la obra de Lucas, el talante de oración es la clave de las grandes decisiones de Jesús y de la
comunidad. Y este momento que describe es clave en cada historia personal y de toda la humanidad. En
definitiva, la llamada a la “vigilancia en la oración” responde muy bien a la visión cristológica del tercer
evangelista: eso quiere decir que la conducta del cristiano debe inspirarse más en la esperanza que en el temor.
No en vano Lucas se ha cuidado mucho de presentar a Jesús, en este caso sería el mismo Hijo del hombre, más
como salvador de todos que como juez de todos.

III.4. A los hombres, continuamente se nos escapan muchas cosas por los "agujeros negros" de nuestro
universo personal, pero la esperanza humana y cristiana no se puede escapar por ellos, porque eso se vive en la
mismidad de ser humano. Lo apocalíptico, mensaje a veces deprimente, tiene la identidad de la profunda
conmoción, pero no es más que la expresión de la situación desamparada del ser humano. Y sólo hay un camino
para no caer en ese desamparo inhumano: vigilar, creer y esperar que del evangelio, del mensaje de Jesús, de su
Dios y nuestro, nos viene la salvación, la redención, la liberación. Por eso, en la liturgia del Primer Domingo de
Adviento se pide y se invoca a la libertad divina para que salga al encuentro del impulso desvalido de nuestra
impotencia.

Solemnidad de la Inmaculada (al final)

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO


El Evangelio, experiencia de alegría en la historia

Iª Lectura. Baruc (5,1-9): Dios nos conduce con alegría, a la luz de su gloria

I.1. La primera lectura está tomada del libro de Baruc, conocido como el secretario de Jeremías. Este libro
representa una serie de oráculos que algunos sitúan casi en el s. II a. C. Lo que leemos hoy forma parte de una
liturgia de acción de gracias, expresada en un oráculo de restauración de Jerusalén. Aunque se hace referencia
al destierro de Babilonia, que es la experiencia más dura que tuvo que vivir el pueblo de Dios, el texto se puede
y se debe actualizar en cada momento en que la comunidad pasa por un trance semejante. Es esta una
ensoñación, una fascinación profética por llenar Jerusalén de justicia, de paz y de piedad. Si este libro se
pudiera garantizar que pertenece al secretario de Jeremías (cf Jr 36), podríamos decir que ahora las penas y las
lágrimas que vivió junto al maestro se han convertido en milagro y en utopía, no solamente mesiánica, sino
cósmica, como en Is 52.

I.2. Por su visión esplendorosa fluyen palabras y conceptos de contraste: frente al luto y la aflicción, la gloria de
Dios (la doxa, que el hebreo sería el famoso kabod si el libro se hubiera encontrado en hebreo). Hasta cinco
veces se repite este concepto tan germinal de la teología del AT y especialmente de la teología profética.
Sabemos que es uno de los términos más densos y que entraña distintos matices. En este caso deberíamos
hablar de la acción de Dios en la historia que cambia la suerte de Jerusalén, del pueblo, del mundo, para
siempre. Si Dios no actúa, mediante su kabod, entonces todo es aflicción, luto, miseria, llanto. Tener la
experiencia de la gloria de Dios es lo contrario de tener la experiencia del “infierno”, es decir, la guerra, el
hambre, el destierro.

I.3. Paz y justicia, pues, de la gloria de Dios. Están ahí para infundir ánimo y esperanza. Estas dos palabras
expresan uno de los conceptos más teológicos y humanos del Adviento cristiano. Y de entre todas las promesas
que se hacen a Jerusalén, en este caso a la comunidad cristiana, debemos retener aquello de “paz en la justicia y
gloria en la piedad”. Se invita a Jerusalén que crea en su Dios, que espere en su Dios, que siempre tiene una
respuesta a las tragedias que los hombres provocamos en el mundo por la injusticia y las opresiones. Sus armas
son la misericordia y la fuerza salvadora de Dios que se expresa por el concepto de gloria. Aunque la gloria
(kabod) sea la majestad con la que Dios se muestra a los hombres, digamos que expresa el poder que Dios tiene
por encima de los poderosos de este mundo. Porque los dioses y los hombres de este mundo quieren gloria
para esclavizar, mientras que la gloria de Dios es para liberar y salvar.

IIª Lectura: Filipenses (1,4-11): Convocados a la alegría

II.1. La segunda lectura expresa la alegría de Pablo porque el evangelio los ha unido entrañablemente, de tal
manera que así reconocen juntos lo que Dios comenzó en aquella comunidad, mientras el apóstol espera que se
mantengan fieles hasta la venida del Señor. El proemio de esta carta resuena, pues, en el Adviento con la
energía de quien está orgulloso de una comunidad, sencillamente por una cosa, porque han acogido el
“evangelio”. El afecto que Pablo muestra por su comunidad, desde la cárcel, desde las cadenas, es muy
elocuente. Es un orgullo que él esté en la cárcel por el evangelio y que la comunidad de Filipos se haya
interesado vivamente por él. De esa manera se da cuenta Pablo que su misión de Apóstol, de emisario del
evangelio, es su “gloria”; todo ello vale su peso en oro; no hay consuelo como ese. La retórica del texto deja
traslucir, sin embargo, la verdad de su vida.

II.2. Por otra parte, mantenerse a la espera de la venida del Señor, no es estar pendientes de catástrofes
apocalípticas, sino de estar unidos siempre al Señor que ha traído la justicia a este mundo que se pierde en su
injusticia. Jesucristo, pues, es el horizonte de la justicia en el mundo; eso por lo que luchan muchos creyentes y
también personas que no creen. Y ese, en definitiva, es el “evangelio” del que habla Pablo. El lenguaje
escatológico que Pablo usa en estos versos no le hacen desviar su mirada de la historia concreta de los
cristianos que tienen que mantenerse fieles hasta el final. Y todo con alegría (chara), un tema verdaderamente
recurrente en esta carta (cf 1,4.18.25; 2,2,17-18.28-29; 3,1; 4,1.4), que fue escrita en la cárcel de Éfeso con toda
probabilidad. Y porque la alegría es una de las claves del Adviento, es por lo que se ha escogido este texto
paulino.

Evangelio: Lucas (3,1-6): La salvación llega a la historia humana

III.1. El evangelio de hoy nos ofrece el comienzo de la vida pública de Jesús. El evangelista quiere situar y
precisar todo en la historia del imperio romano, que es el tiempo histórico en que tienen lugar los
acontecimientos de la vida de Jesús y de la comunidad cristiana primitiva. Los personajes son conocidos: el
emperador Tiberio sucesor de Augusto; el prefecto romano en Palestina que era Poncio Pilato; Herodes
Antipas, hijo de Herodes el Grande, como tetrarca de Galilea, donde comenzó a resonar la buena noticia para los
hombres; al igual que Felipe, su hermano, que lo era de Iturea y Traconítide; los sumos sacerdotes fueron Anás
y Caifás. De todos ellos tenemos una cronología casi puntual. Es un “sumario” histórico, muy propio de Lucas ¿Y
qué?, podemos preguntarnos. Es una forma de poner de manifiesto que lo que ha de narrar no es algo que
puede considerarse que ocurriera fuera de la historia de los hombres de carne y hueso. La figura histórica de
Jesús de Nazaret es apasionante y no se puede diluir en una piedad desencarnada. Sería una Jesús sin rostro, un
credo sin corazón y un evangelio sin humanidad.

III.2. El evangelio es absolutamente histórico y llega como mensaje de juicio y salvación para los que lo
escuchan. Incluso hubo toda una preparación: Juan el Bautista, un profeta de corte apocalíptico que anuncia, en
nombre de Dios, apoyándose en el profeta Isaías, que algo nuevo llega a la historia, a nuestro mundo. Dios
siempre cumple sus promesas; lo que se nos ha presentado en el libro de Baruc comienza a ser realidad cuando
los hombres se abren al evangelio. Juan el Bautista es presentado bajo el impacto de Is 40,3-5, para llegar a la
última expresión “y todo hombre verá la salvación de Dios”. Mt 3,3 no nos ha trasmitida la cita de Isaías más
que haciendo referencia a “voz que clama en el desierto: preparad el camino al Señor y haced derechas sus
sendas”. Lucas se engolfa, fascinado, en el texto del Deutero-Isaías para poner de manifiesto que ya desde Juan
el Bautista la “salvación” está a las puertas. En la tradición cristiana primitiva, Juan el Bautista es el engarce
entre el AT y el NT. Eso significa que no viene a cerrar la historia salvífica de Dios en el pasado, sino que quiere
hace confluir en el profeta de Nazaret toda la acción salvadora que Dios ya había realizado en momentos
puntuales y volvía a prometer por los profetas, en una nueva dimensión, para el futuro.

III.3. Efectivamente, para Lucas, la salvación “sôtería”, si cabe, es la clave de su evangelio. Jesús, al nacer,
recibirá el título de “salvador” (sôtêr) (Lc 2,11) y su vida no debe ser otra cosa que hacer posible la salvación de
Dios. Por eso mismo se encuentra muy a gusto el tercer evangelista cuando, al presentar la figura de Juan el
Bautista, que es la de un profeta de juicio, subraye que ese juicio será, con Jesús, un juicio de salvación para toda
la humanidad. Para Lucas, Juan el Bautista, que era un profeta de penitencia, quiere entregar el testigo para que
el profeta de salvación, Jesús, entre en escena. Todo eso independientemente de si Jesús tuvo algo que ver,
alguna vez y por corto tiempo, como discípulo del Bautista. De hecho, Lucas no está muy interesado en la
actividad penitencial o bautismal de Juan, sino que más bien le importa su actividad de predicador, de profeta,
por eso lo presenta amparado por todo el texto de Is 40,3-5 que Mt se ahorra en parte y en lo más positivo. Juan
el Bautista, para Lucas, es pre-anunciador de la salvación de Dios.

III.4. Y no podemos menos de poner de manifiesto, al hilo de la cita de Isaías y del término “todo” (pas: todo
valle, todo monte y colina, todo hombre –aunque el texto griego diga “toda carne”-), que aparece tres veces, ese
carácter universal de la salvación que ahora preanuncia Juan. ¿Qué significa esto? Pues que esa salvación no es
para un pueblo, ni está encerrada en una tradición religiosa determinada. Lo que ha de ocurrir rompe todos los
esquemas con que se esperaba que Dios actuara. Los oráculos proféticos de salvación, como el de Baruc de hoy,
todavía se quedan estrechos, aunque sean muy hermosos y esperanzadores. Jerusalén, aún bajo un simbolismo
especial, seguía siendo el centro del judaísmo y de un pueblo que se empeñaba en que él era diferente, por
elegido. Ahora el pas del texto isaiano nos descubre un secreto, el verdadero proyecto del Dios de la salvación:
todos serán salvados. Todos “verán” es como decir “experimentarán”.

Solemnidad de la Inmaculada (al final)


TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
El Domingo de la Alegría

La liturgia del Tercer Domingo de Adviento está sembrada de llamadas a la alegría. Por eso, en la
tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido éste como el Domingo de "Gaudete!", según el mensaje de la carta
a los Filipenses (4,4-5) que introduce la celebración y, asimismo, es el texto de la segunda lectura del día,
diciéndonos que el Señor esta cerca. Ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un
cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está
cerca. La liturgia es expresiva.
Este domingo Tercero de Adviento nos envuelve en el proceso de las condiciones de la verdadera
alegría. El Adviento tiene mucha razón al proclamar este mensaje que es más necesario que nunca. Bajemos de
todos los pedestales y de todas las petulancias para reconocer el valor de nuestros límites. En el fondo, es una
cosa bien concreta: dejemos de vivir por encima de nuestras posibilidades, porque así no es posible la
verdadera alegría.

Iª Lectura: Sofonías (3,14-18): No tengas miedo a la paz ¡Jerusalén!

I.1. En la primera lectura del profeta Sofonías, la llamada es tan ardiente y tan profética como en Pablo a su
comunidad. Es una llamada a Jerusalén, la ciudad de la paz, la hija de Sión, porque si quiere ser verdaderamente
ciudad de Dios y de paz, tiene que caracterizarse frente a las otras ciudades del mundo como ciudad de alegría.
¿Quién rompe hoy el corazón de Jerusalén? ¿La religión, el fanatismo, el fundamentalismo? Ya en su tiempo, el
del rey reformador Josías (640-609 a. C.), el profeta debe hablar contra los que en tiempo de Manasés y Amón
habían pervertido al “pueblo humilde”. El profeta no solamente es el defensor, la voz de Dios, sino del pueblo
sin rostro y que no puede cambiar el rumbo que los poderosos imponen, como ahora. Fue un tiempo
prolongado de luchas, de sometimientos religiosos a ídolos extraños y a los señores sin corazón. El profeta
reivindica una Sión nueva donde se pueda estar con Dios y no avergonzarse. Y lo que suceda en Jerusalén puede
ser en beneficio de todos: ¡como ahora!

I.2. ¡Qué lejos está ahora la ciudad de esa realidad teológica! Hoy sería necesario que judíos, musulmanes y
cristianos dejaran clamar al profeta para escuchar su mensaje de paz. Es verdad que el profeta ofrecía la única
alternativa posible, ya entonces, y que es decisiva ahora: sólo el Dios de unos y otros, que es el mismo, es quien
puede hacer posible que las tres religiones monoteístas alaben a un mismo Señor: el que nos ofrece el don de la
alegría en la fraternidad y en la esperanza. Porque solamente podrá subsistir una ciudad, todos sus habitantes,
si se dejan renovar por el amor de su Dios, como pide el profeta a los israelitas de su tiempo. ¿Es esto
realizable? Pues hay que proponer que una religión que no proporciona alegría, no es una verdadera religión.
Más aún: una religión que no proponga la paz, con todas sus renuncias, no es verdadera religión. ¡Jerusalén, no
tengas miedo a la paz!

IIª Lectura: Filipenses (4,4-5): La terapia teológica de la alegría

II.1. El texto de la carta viene a ser como una conclusión, casi proverbial en la tradición y religiosidad cristiana:
Así traduce la Vulgata: gaudete in Domino semper el “chairete en Kyríô pántote” (alegraos siempre en el Señor).
Incluso no sabemos si estos versos están en su sitio, porque parece ser que Pablo escribe en distintos
momentos algunas notas a la comunidad de Filipos. Sea como fuere desde el punto de vista literario, lo que el
apóstol pide a su querida comunidad, sigue siendo decisivo para nosotros los cristianos de hoy. Dos veces
repite el “gaudete” ¡qué más se puede pedir! Pero es verdad que hay alegrías y alegría. Pablo dice “en el Señor” y
esto no debe ser simplemente estético o psicológico. Bien es verdad que la terapia humana de la alegría es muy
beneficiosa. Pues con más razón la terapia religiosa de que el Señor nos quiere alegres. Es una terapia teológica
muy necesaria.

II.2. No podemos olvidar que ésta debe ser la actitud cristiana, la alegría que se experimenta desde la
esperanza, de tal manera que de esa forma nunca se teme al Señor, sino que nos llenamos de alegría, como
recomienda San Pablo a su querida comunidad de Filipos. Nuestro encuentro definitivo con el Señor, cuando
sea, debe tener como identidad esa alegría. Ya sabemos que la alegría es un signo de la paz verdadera, de un
estado de serenidad, de sosiego, de confianza. De ahí que nuestro encuentro con el Señor no puede estar
enmarcado en elementos apocalípticos, sino en la serenidad y la confianza de la alegría de encontrarnos con
Aquél que nos llama a ser lo que no éramos y a vivir una felicidad que procede de su proyecto liberador. Es
decir, encontrarse con el Señor del Adviento debe ser una liberación en todos los órdenes. Por tanto, el hombre,
y más el hombre de hoy, debe tomarse en serio la alegría, como se toma en serio a sí mismo. El hombre sin
alegría no es humano; y la persona que no es humana, no es persona.

Evangelio. Lucas (3,10-18): La alegría del compartir

III.1. El evangelio es la continuación del mensaje personal del Bautista que ha recogido la tradición sinóptica y
se plasma con matices diferentes entre Mateo y Lucas. Nuestro evangelio de hoy prescinde de la parte más
determinante del mensaje del Bautista histórico (3,7-9), en coincidencia con Mateo, y se centra en el mensaje
más humano de lo que hay que hacer. Con toda razón, el texto de los vv. 10-18 no aparece en la fuente Q de la
que se han podido servir Mateo y Lucas. Se considera tradición particular de Lucas con la que enriquece
constantemente su evangelio. No quiere decir que Lucas se lo haya inventado todo, pero en gran parte
responde, como en este caso, a su visión particular del Jesús de Nazaret y de su cristología.

III.2. Por tanto, podemos adelantar que Lucas quiere humanizar, con razón, el mensaje apocalíptico del Bautista
para vivirlo más cristianamente. En realidad es el modo práctico de la vivencia del seguimiento que Lucas
propone a los suyos. Acuden al Bautista la multitud y nos pone el ejemplo, paradigmático, de los publicanos y
los soldados. Unos y otros, absolutamente al margen de los esquemas religiosos del judaísmo. Lucas no ha
podido entender a Juan el Bautista fuera de este mensaje de la verdadera salvación de Dios. Este cristianismo
práctico, de desprendimiento, es una constate en su obra.

III.3. Nos encontramos con la llamada a la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, extraña, pero no
menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio. El mensaje del Bautista, la figura despertadora del Adviento,
es bien concreto: el que tiene algo, que lo comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que no
robe, sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan tener lo necesario para vivir en
dignidad; el soldado, que no sea violento, ni reprima a los demás. Estos ejemplos pueden multiplicarse y
actualizarse a cada situación, profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el rumbo de
nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y exigimos nosotros a los responsables el
bienestar de la sociedad. No es solamente un mensaje moralizante y de honradez, que lo es; es, asimismo, una
posibilidad de contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría.

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO


EL SILENCIO DE MARÍA EN LA FE Y LA ESPERANZA

Iª Lectura: Miqueas (5,1-4): El misterio de lo pequeño

I.1. Las lecturas de este domingo quieren magnificar todo esto que está llegando como lo más concreto de la
Navidad. El profeta Miqueas, contemporáneo del gran profeta Isaías, con palabras menos brillantes que ese
maestro, pero con intuición no menos radical, presenta los tiempos salvíficos desde la humildad de Belén, donde
había nacido David. Por lo mismo, el Mesías, debe venir de otra manera a como se le esperaba. Su experiencia de la
invasión asiria y su escándalo de cómo siente y vive Jerusalén, la capital, le inspira un mensaje que ha sido
“adaptado” como oráculo mesiánico sobre Belén, el pueblo donde nació el rey David.

I.2. Como sucede en muchos oráculos proféticos no hay nitidez entre el presente inmediato y el futuro. Si miramos
el texto en profundidad se podrían inferir algunos aspectos interesantes y teológicos: Del nuevo rey se destaca: 1)
sus orígenes humildes, como humildes fueron los orígenes de David, significados en la aldea de Belén; 2) su
continuidad con la dinastía davídica, que gobierna al pueblo "desde tiempo inmemorial"; 3) será el final del tiempo
actual de abandono y dispersión: el pueblo entero, incluso el Reino del Norte destruido, será nuevamente reunido;
4) en él se manifestará la obra de Dios que, a través de este rey, velará por su pueblo; 5) el objetivo es que el pueblo
pueda vivir en paz, liberado de las angustias que ahora sufre: por eso este rey tiene como nombre la misma paz.

I.3. Este oráculo del profeta Miqueas sobre Belén de Éfrata es asumido en la tradición cristiana por el uso que hacen
de él claramente Mateo (2,5-6) y Juan (7,42), con una pregunta con la que se quiere parafrasear una tradición judía.
Se consigna la villa de Belén de Judá como el lugar de nacimiento del Mesías esperado. Pero la verdad es que Jesús
nunca dio a entender que hubiera nacido en Belén de Judá y más bien parece nacido en Nazaret (cf. Jn 1,45-46;
19,19). Por eso habría que pensar que, fuera de este texto que la tradición cristiana valora en profundidad, el
judaísmo oficial pensaba más en Jerusalén, como “ciudad de David” que le pertenecía por conquista. Luego, los
cristianos, al aceptar a Jesús como Mesías, después de la resurrección, vieron lógico que naciera en Belén. Pero,
asimismo, quisieron ver en el cumplimiento de este oráculo el sentido de lo pequeño y de lo insignificante frente al
poder de la capital, donde se decidió la muerte de Jesús. Porque ese es, sin duda, el sentido que también tiene el
texto del profeta Miqueas.

IIª Lectura: Hebreos (10,5-10): Una vida personal para unirnos a Dios

II.1. En la carta a los Hebreos (10,5-10) aparece otro lenguaje distinto para hablar también de la encarnación y de la
disponibilidad del Hijo eterno de Dios para ser uno de nosotros, para acompañarnos en ser hombres. Su vida es
una ofrenda, no de sacrificios y holocaustos, que no tienen sentido, sino de entrega a nosotros. El texto está
construido con el apoyo en el Salmo 40. El autor de la carta rechaza los sacrificios (cuatro géneros de sacrificios)
para mostrar su inoperancia: en realidad todos los sacrificios de animales y ofrendas de cualquier tipo, y presenta
la vida de Cristo, el Sumo Sacerdote, como verdadero sacrificio: porque es personal.

II.2. El autor considera que es un oráculo de la venida y de la presencia de Cristo: “He aquí que vengo para hacer tu
voluntad”. La “encarnación”, pues, viene a sustituir los sacrificios antiguos, porque “Alguien” ha venido de parte de
Dios para personalizar humanamente la voluntad de Dios. El culto ritual, pues, frente a la encarnación es lo que el
autor infiere de todo este contexto del Sal 40. De esa manera, ya desde su “venida”, desde su encarnación, desde su
nacimiento, se muestra el misterio de la ofrenda que va a la par con la conciencia más radical. Por eso, en virtud de
esta voluntad de Dios, la historia humana y religiosa no se resuelve con la inoperancia de ofrendas sin alma y sin
corazón. Dios tenía un proyecto de estar con nosotros para siempre (de una vez por todas). El “cuerpo” en este caso
es la persona, su historia desde el primer momento hasta el final.

Evangelio: Lucas (1,39-45): María: confianza absoluta en Dios

III.1. El evangelio de Lucas relata la visita de María a Isabel; una escena maravillosa; la que es grande quiere
compartir con la madre del Bautista el gozo y la alegría de lo que Dios hace por su pueblo. Vemos a María que no se
queda en el fanal de la “anunciación” de Nazaret y viene a las montañas de Judea. Es como una visita divina, (como
si Dios saliera de su templo humano) ya que podría llevar ya en su entrañas al que es “grande, Hijo del Altísimo” y
también Mesías porque recibirá el trono de David. ¡Muchos títulos, sin duda! Es verdad que discuten los
especialistas si el relato permite hacer estas afirmaciones. Podría ser que todavía María no estuviera embarazada y
va a la ciudad desconocida de Judea para experimentar el “signo” que se le ha dado de la anunciación de su pariente
en su ancianidad. Por eso es más extraño que María vaya a visitar a Isabel y que no sea al revés. La escena no puede
quedar solamente en una visita histórica a una ciudad de Judá. Sin embargo, esa visita a su parienta Isabel se
convierte en un elogio a María, “la que ha creído” (πιςτεύςαςα). Gabriel no había hecho elogio alguno a las
palabras de María en la anunciación: “he aquí la esclava del Señor…”, sino que se retira sin más en silencio.
Entonces esta escena de la visitación arranca el elogio para la creyente por parte de Isabel e incluso por parte del
niño que ella lleva, Juan el Bautista.

III.2. Vemos a María ensalzada por su fe; porque ha creído el misterio escondido de Dios; porque está dispuesta a
prestar su vida entera para que los hombres no se pierdan; porque puede traer en su seno a Aquél que salvará a los
hombres de sus pecados. Este acontecimiento histórico y teológico es tan extraordinario para María, como para
nosotros. Y tan necesario para unos y para otros como la misma esperanza que ponemos en nuestras fuerzas. Eso
es lo que se nos pide: que esa esperanza humana la depositemos en Jesús. Pero es verdad que leído en profundidad
este relato tiene como centro a María, aunque sea por lo que Dios ha hecho en ella. Dios puede hacer muchas cosas,
pero los hombres pueden “pasar” de esas acciones y presencias de Dios. El relato, sin embargo, quiere mostrarnos
el ejemplo de esta muchacha que con todo lo que se le ha pedido pone su confianza en Dios. Por el término que usa
Lucas en boca de Isabel “? πιςτε?ςαςα”, la que ha creído, significa precisamente eso: una confianza absoluta en
Dios. Si no es así, la salvación de Dios puede pasar a nuestro lado sin darnos cuenta de ello. María y Dios, o Dios en
María, son la esencia de este relato. No es que carezca de su dimensión cristológica, pero todavía no es el momento,
para Lucas, de conceder el protagonismo necesario a su hijo Jesús. Asimismo, el salto en el vientre de Juan también
es primeramente por la “confianza” de María en Dios. Eso es lo que la hace, pues, la “hija de Sión” del profeta
Sofonías.

III.3. Porque hoy también hay una "hija de Sión" y una presencia de Dios en nuestro mundo: Es la comunión de los
servidores, de las personas audaces, de los profetas sin nombre, de los que hacen la paz y de los que sufren por la
justicia. Una hija o comunidad que supera los límites de cualquier Iglesia determinada y configurada como perfecta.
Son como la prolongación de María de Nazaret ante la necesidad que Dios tiene de los hombres para estar cercano
a cada uno de nosotros. De ahí que en el Cuarto Domingo de Adviento la liturgia expone el misterio de Dios a
nuestra devoción. Y debemos aprender, no a soportar el misterio, sino a amarlo, porque ese misterio divino es la
encarnación. Ello significa que la vida se realiza en conexiones mayores de las que el hombre puede disponer y
comprender. La vida tiene cosas más profundas para que el hombre pueda gobernarlas, comprenderlas o
producirlas a su antojo. Y es que todo lo que nosotros creemos que es lo último, en realidad es lo penúltimo; así nos
sucede casi siempre. Y por eso es tan necesaria la fe. De ahí que, con toda razón, este Domingo propone como clave
de vivencias la fe; fe en la encarnación, en que Dios siempre esta a nuestro lado, en que debe existir un mundo
mejor que este. Y esa fe se nos propone en María de Nazaret, para que advirtamos que el hombre que quiere ser
como un dios, se perderá; pero quien acepte al Dios verdadero, vivirá con El para siempre.

III.4. El Cuarto Domingo de Adviento es la puerta a la Navidad. Y esa puerta la abre la figura estelar del Adviento:
María. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese misterio sea humano, accesible, sin dejar de ser divino y de
ser misterio. Y por eso María es el símbolo de una alegría recóndita. En la anunciación, acontecimiento que el
evangelio de hoy presupone, encontramos la hora estelar de la historia de la humanidad. Pero es una hora estelar
que acontece en el misterio silencioso de Nazaret, la ciudad que nunca había aparecido en toda la historia de Israel.
Es en ese momento cuando se conoce por primera vez que existe esa ciudad, y allí hay una mujer llamada María,
donde se llega Dios, de puntillas, para encarnarse, para hacerse hombre como nosotros, para ser no solamente el
Hijo eterno del Padre, sino hijo de María y hermano de todos nosotros.

DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD


Sagrada Familia

La tradición litúrgica reserva este primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. El
tiempo de Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que deja en lo recóndito de esa ciudad de Galilea,
desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en el relato de la Anunciación de Lucas y en el
evangelio de hoy, una carga muy peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde Jesús se hace hombre
también, donde su personalidad psicológica se cincela en las tradiciones de su pueblo, y donde madura un
proyecto que un día debe llevar a cabo. Sabemos que históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un
secreto que guarda Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar, que significa vigilar o florecer; el
nombre de Nazaret sería flor o vigilante). En todo caso, Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una
llamada eterna a escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María.

Iª Lectura: Eclesiástico (3,3-7;14-17): El misterio creador de ser padres

I.1. La primera lectura de este domingo está tomada del Ben Sirá o Eclesiástico. Tener un padre y una madre es
como un tesoro, decía la sabiduría antigua, porque sin padre y sin madre no se puede ser persona. Por eso Dios,
a pesar de que lo confesamos como Omnipotente y Poderoso, no se encarnó, no se acercó a nosotros sin ser hijo
de una madre. Y también aprendió a tener un padre. La familia está formada por unos padres y unos hijos y
nadie está en el mundo sin ese proceso que no puede reducirse a lo biológico. No tenemos otra manera de venir
al mundo, de crecer, de madurar y ello forma parte del misterio de la creación de Dios. Por eso el misterio de
ser padres no puede quedar reducido solamente a lo biológico. Eso es lo más fácil, y a veces irracional, del
mundo. Ser padres, porque se tienen hijos, es un misterio de vida que los creyentes sabemos que está en las
manos de Dios.

I.2. Como el relato de Lucas estará centrado en la respuesta de Jesús a “las cosas de mi Padre”, se ha tenido en
cuenta el elogio del padre humano de Jesús, que no es otro que José, tal como se le conocía perfectamente en
Nazaret. Aunque Jesús, o Lucas más bien, ha querido decir que el “Padre” de Jesús es otro, no se quiere pasar
por alto el papel del “padre humano” que tuvo Jesús en Nazaret. Incluso la arqueología nos muestra esa casa de
José dónde se llevó a María; donde Jesús vivió con ellos hasta que, contando como con unos treinta años,
abandonó su hogar para dedicarse a la predicación del Reino de Dios; donde posteriormente se reúne una
comunidad judeo-cristiana para vivir sus experiencia religiosas.

IIª Lectura: Colosenses (3,12-21): Los valores de una familia cristiana

II.1. La lectura de este domingo es de Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y
doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en la comunidad. Lo que se pide
para la comunidad cristiana -misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el
“Cuerpo de Cristo”, son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han sido
llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se puede decir que se quede en lo humano. No
es eso lo que se exige precisamente a nivel social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar
desde esa vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana, sino religiosa. Es posible
que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido cosas como estas, pero el autor de Colosenses está
hablando a cristianos y trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de ello se
deben “revestir”.

II.2. El segundo momento es, propiamente hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de
miras, ya que las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias de una época
que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son significativas. Todos somos iguales ante el Señor y
ante todo el mundo, de esto no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar contra la
liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser cristianos, no podemos construir una ética familiar
que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el código familiar cristiano debe tener un perfil
que asuma los valores que se han pedido para “revestirse” y construir el “cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto,
la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda familia, lo
deben ser con más razón para una familia que se sienta cristiana. Si los hijos han de obedecer a sus padres,
tampoco es por razones irracionales, sino porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura
para ellos.

Evangelio: Lucas (2,41-52): "Las cosas de mi Padre"

III.1. Esta escena del evangelio, “el niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación exegética.
Para los que hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy, sería solamente el ejemplo de cómo Jesús es
“obediente”. Pero la verdad es que esa sería una lectura poco audaz y significativa. El relato tiene mucho que
enseñar, "muchas miga", como diría algún castizo. Es la última escena de evangelio de la Infancia de Lucas y no
puede ser simplemente un añadido “piadoso” como alguno se imagina. Desde el punto de vista narrativo, la
escena ofrece muchas posibilidades. Lo primero que debemos decir que es hasta ahora Jesús no ha podido
hablar en estos capítulos (Lc 1-2). Siempre han hablado por él o de él. Es la primera palabra que Jesús va a
pronunciar en el evangelio de Lucas.

III.2. El marco de referencia: la Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano, la purificación
(Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar la tesis de algunos autores de prestigio que se
han aventurado a considerar la escena como un añadido posterior. Reducirla simplemente a una escena
anecdótica para mostrar la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su contenido dinámico. Es
verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese sentido viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte
a la edad de los doce años, en realidad según el texto podríamos interpretarlo “después de los doce”, es decir,
los treces años, que es el momento en que los niños reciben su Bar Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento,
es decir, de la ley) y se les considera ya capaces de cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y
responsable de sus actos y debe cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que este
simbolismo esté en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se debe tener muy en cuenta. De ahí que
se nos muestre discutiendo con los “los maestros” en el Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su madre-,
estaban buscándolo angustiados (odynômenoi). En todo caso, las referencias a los acontecimientos de la
resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en principio, debe más a su simbología de la pascua que
a la anécdota histórica de la infancia de Jesús. Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de la vida
de Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa sería una exégesis ajustada del pasaje,
sin que por ello se cierren las posibilidades de otras lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2, viene a
ser una introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen de todo ello.

III.3. Las palabras de Jesús a su madre se han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que debo ocuparme
de las cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no sabíais que debo estar en la casa de mi padre?”,
como han hecho muchos y con buenos argumentos. El sentido cristológico del relato apoya la primera
traducción. Jesús está entre los doctores porque debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los preceptos
que ellos interpretan y que sin duda son los que, al final, le llevarán a la muerte y de la muerte a la resurrección.
Es verdad que con ello el texto quiere decir que es el Hijo de Dios, de una forma sesgada y enigmática, pero así
es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que Lucas permite hablar al “niño” y lo hace para revelar
qué debe hacer y quién es. Por eso debemos concluir que ni se ha perdido, ni se ha escapado de casa, sino que
se ha entregado a una causa que ni siquiera “sus padres” pueden comprender totalmente. Y no se diga que
María lo sabía todo (por el relato de la anunciación), ya que el mismo relato nos dirá al final que María:
“guardaba todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque María en Lc 1-2, no es solamente María de Nazaret la
muchacha de fe incondicional, de confianza absoluta en Dios, sino que también representa a una comunidad
que confía en Dios y debe seguir los pasos de Jesús.

III.4. Y como la narración de Lc 2,41-52 da mucho de sí, no podemos menos de sacar otras enseñanzas posibles.
Si hoy se ha escogido para la fiesta de la Sagrada Familia, deberíamos tener muy en cuenta que la alta
cristología que aquí se respira invita, sin embargo, a considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y se ha hecho
“persona” humana en el seno de una familia, viviendo las relaciones afectivas de unos padres, causando
angustia, no solamente alegría, por su manera de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización
de lo divino lo que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo de Dios no hubiera sido nada
para la humanidad si no hubiera nacido y crecido en familia, por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que
solamente sucede a partir de la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi Padre”, esto no
sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa, respetar y venerar a sus padres y decidir un día
romper con ellos para dedicarse a lo que Dios, el Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el reinado de Dios.
Es esto lo que se preanuncia en esta narración, antes de comenzar su vida pública, en que fue necesario salir de
Nazaret, dejar su casa y su trabajo… Así es como se ocupaba de las cosas del Padre.

SEGUNDO DOMINGO DE NAVIDAD


LA PALABRA DE DIOS ES LA LUZ VERDADERA

Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año
nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.

Iª Lectura: Eclesiástico (24,1-12): La Sabiduría, mano de Dios

I.1. La primera lectura se toma del libro del Eclesiástico (titulo popular) o de la Sabiduría de Ben Sirá, como se
le conoce, técnicamente, por el autor que lo escribió. Antes no se le conocía más que en griego, pero ya se han
descubierto los fragmentos hebreos (en la antigua Guenizá del Cairo) que certifican que esa es su lengua
original. Es un libro propio, con un género literario específico, tanto en el mundo bíblico como en la literatura
del Medio Oriente y de Egipto. Este tipo de obras intenta poner de manifiesto los valores más fundamentales de
la vida, de un comportamiento justo, honrado, humanista; en definitiva, eso es vivir con sabiduría.

I.2. La lectura de hoy nos habla de la Sabiduría, con mayúscula; no la del hombre, sino la de Dios. Es un himno
grandioso del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres. Debemos
tener en cuenta que los judíos no podían entender que hubiese alguien como Dios; la sabiduría, aunque
personificada, es, en el texto, una criatura como nosotros, aunque es la mano derecha de Dios, porque es la
confidente del saber divino y, por lo mismo, de su acción creadora, hálito del poder divino en todo el proyecto
que El tiene sobre el mundo. De hecho, en el judaísmo se identificaba a la Sabiduría con la Torah, la ley. No
podía ser de otra forma en un ambiente cerrado a los valores creativos y proféticos de Dios. Sin embargo, una
lectura cristiana de este texto, lo sabemos, apunta directamente a la Palabra de Dios, a Jesucristo. Y entonces, la
Torah, la ley, quedará en lo que es, un mundo de preceptos que a veces ni siquiera ponen de manifiesto la
voluntad de Dios.
IIª Lectura: Efesios (1,3-6.15-18): Elegidos, “en Cristo”, para ser hijos

II.1. Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy,
aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad
teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En
realidad lo que hoy nos toca proclamar de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es
un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos
del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp
2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para
alabar a Dios.

II.2. Se necesitaría un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia
cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su
ritmo literario y su estética teológica. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus
elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación,
redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad: son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las
que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los
pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en Cristo hemos sido marcados con el sello del
Espíritu hasta llegar a experimentar la misma gloria de Dios en los tiempos finales.

II.3. ¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que
sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde
su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. Hay en el texto toda una
“mirada” del Dios vivo. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de
comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de
Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues,
predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da
gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el
efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.

II.1. Podemos añadir que esta “parte” del himno a Cristo de la carta a los Efesios es lo equivalente del texto del
Sirá sobre la Sabiduría, aunque con una riqueza teológica y cristológica sin precedentes. Es una eulogía en su
forma, una alabanza a Dios por su proyecto de salvación sobre la humanidad. Se inspira en los himnos del AT,
en Qumrán, en las famosas berakak del judaísmo. Es un himno cristológico más que trinitario. Porque el
corazón del mismo es el papel de Cristo, ya que todo lo que se describe acontece en Cristo y por medio de Él.
Probablemente era un himno litúrgico, quizás bautismal, que ha sido elegido por el autor de la carta a los
Efesios para inaugurar este escrito que se pretende que sea “paulino” a todos los efectos. Los vv. 15-18 quieren
descender a lo concreto de la comunidad o comunidades que han de escuchar esta alabanza a Dios por lo que ha
hecho en Cristo.

II.2. Jesucristo es la sabiduría y más que la sabiduría, porque por medio de Él está garantizado para nosotros el
amor de Dios como hijos suyos. De eso se alegra entrañablemente el autor de la carta a los Efesios. Es una
lectura, como todas las de hoy, de altos vuelos teológicos, pero que es verdaderamente apropiada para poner de
manifiesto la grandeza de la encarnación de Dios por nosotros. La verdadera sabiduría de este tiempo, todavía
de Navidad, es agradecer a Dios el misterio de su generosidad.

Evangelio: Juan (1,1-13): Dios acampó en nuestra historia

(Podemos volver a leer el texto comentado el día de Navidad)

III.1. Esta es una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que
es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se
hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su
Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella
llama, como su le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto;
con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva,
como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una
tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse
teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la
palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos
dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo
mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que
expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de
luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro confidente
de Dios.

III.2. El himno y las sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales judías. El
filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones,
pero en vez de sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios»
significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el
himno al Logos de Juan han podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en
el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible ligada a la
persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra
de Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.

III.3. El Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado
especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda una reflexión navideña del
cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del
mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la iniciativa, suyo el
proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos
nosotros. La especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone
su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT,
en la tienda del tabernáculo en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la
que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y esa imagen se pierde si la luz
no nos llega. Y esa luz es la Palabra, Jesucristo.

DOMINGO PRIMERO
EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de
Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el
acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra
humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y
a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos
quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo.

Iª Lectura: Isaías (42,1-4.6-7): Te he hecho luz de las naciones

I.1. De las lecturas de la liturgia de hoy, debemos resaltar que el texto profético, con el que comienza una segunda
parte del libro de Isaías (40) -cuya predicación pertenece a un gran profeta que no nos quiso legar su nombre, y
que se le conoce como discípulo de Isaías (los especialistas le llaman el Deutero-Isaías, o Segundo Isaías)-, es el
anuncio de la liberación del destierro de Babilonia. Este mensaje, después, se propuso como símbolo de los tiempos
mesiánicos, y los primeros cristianos acertaron a interpretarlo como programa del profeta Jesús de Nazaret, que
recibe en el bautismo su unción profética.

I.2. Este es uno de los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 42, 1-7); nos presenta a ese personaje misterioso del que
habla el Deutero-Isaías, que prosiguió las huellas y la escuela del gran profeta del s. VIII a. C.) como el mediador de
una Alianza nueva. Los especialistas han tratado de identificar al personaje histórico que motivó este canto del
profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de los persas, que dio la libertad al pueblo en el exilio de Babilonia. Pero la
tradición cristiana primitiva ha sabido identificar a aquél que puede ser el mediador de una nueva Alianza de Dios
con los hombres y ser luz de las naciones: Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.
IIª Lectura: Tito (2,11ss): la maravilla de la “gracia de Dios”

II.1. La lectura tomada de la carta a Tito es verdaderamente magistral y en ella se habla de la “gracia de Dios” como
salvación de todos los hombres. Dios es nuestro Salvador, que ha manifestado su bondad y su ternura con los
pecadores. Esta lectura pretende ser, en la liturgia de este domingo, como la forma práctica de entender qué es lo
que supone el bautismo cristiano: un modo de entroncarnos en el proyecto salvífico de Dios; un acto para
acogernos a la misericordia divina en nuestra existencia; un símbolo para expresar un proyecto de vida que se
fundamenta en una vida justa y religiosa y no en la impiedad mundana; una opción por la salvación que viene de
Dios, como gracia, como regalo, y no por nuestros méritos.

II.2. La teología de la gracia que se nos propone en esta segunda lectura de la fiesta del Bautismo de Jesús, pues,
marca expresamente la dimensión que llama al hombre a la vida y a la felicidad verdadera. Quien se adhiere a la
Palabra de Dios toma verdadera conciencia de ser su hijo. Si no somos capaces de vivir bajo esa conciencia de ser
hijos de Dios, estamos expuestos a vivir sin identidad en nuestra existencia.

Evangelio. Lucas (3,15-16;21-22): Bautismo: ponerse en las manos de Dios

III.1. La escena del Bautismo de Jesús, en los relatos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios
años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra,
palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación. El Bautismo de
Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo
del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una era nueva
donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ese
movimiento por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado de
mostrar que ese acto del Bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda
escuchar que él no es un pecador más que viene a hacer penitencia; Es el Hijo Eterno de Dios, que como hombre,
pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que
cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el “señor”
de nuestra vida.

III.2. Es eso lo que se quiere significar en esta escena del Bautismo del evangelio de Lucas, donde el Espíritu de Dios
se promete a todos los que escuchan. Juan el Bautista tiene que deshacer falsas esperanzas del pueblo que le sigue.
El no es el Mesías, sino el precursor del que trae un bautismo en el Espíritu: una presencia nueva de Dios. Lucas es
el evangelista que cuida con más esmero los detalles de la humanidad de Jesús en este relato del bautismo en el
Jordán, precisamente porque es el evangelista que ha sabido describir mejor que nadie todo aquello que se refiere
a la Encarnación y a la Navidad. No se duda en absoluto de la historicidad del bautismo de Jesús por parte de Juan,
pero también es verdad que esto, salvo el valor histórico, no le aporta nada a Jesús, porque es un bautismo de
penitencia.

III.3. Jesús sale del agua y “hace oración”. En la Biblia, la oración es el modo de comunicación verdadera con Dios.
Jesús, que es el Hijo de Dios, y así se va a revelar inmediatamente, hace oración como hombre, porque es la forma
de expresar su necesidad humana y su solidaridad con los que le rodean. No se distancia de los pecadores, ni de los
que tensan su vida en la búsqueda de la verdadera felicidad. Por eso mismo, a pesar de que se ha dicho muy
frecuentemente que el bautismo es la manifestación de la divinidad de Jesús, en realidad, en todo su conjunto, es la
manifestación de la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Diríamos que para Lucas, con una segunda intención, el
verdadero bautismo de Jesús no es el de Juan, donde no hay diálogo ni nada. Incluso el acto de “sumergirse” como
acción penitencial en el agua del Jordán pasa a segundo término. Es la oración de Jesús la que logra poner esta
escena a la altura de la teología cristiana que quiere Lucas.

III.4. El bautismo de Jesús, en Lucas, tiene unas resonancias más proféticas. Hace oración porque al salir del
agua (esto se ha de tener muy en cuenta), y estando en oración, desciende el Espíritu sobre él. Porque es el
Espíritu, como en los verdaderos profetas, el que cambia el rumbo de la vida de Jesús, no el bautismo de
penitencia de Juan. Lucas no ha necesitado poner el diálogo entre Juan y Jesús, como en Mt 3,13-17, en que se
muestra la sorpresa del Bautista. Las cosas ocurren más sencillamente en el texto de Lucas: porque el
verdadero bautismo de Jesús es en el Espíritu para ser profeta del Reino de Dios; esta es su llamada, su unción y
todo aquello que marca una diferencia con el mundo a superar del AT. Se ha señalado, con razón, y cualquiera lo
puede leer en el texto, que la manifestación celeste del Espíritu Santo y la voz que “se oye” no están en relación
con el bautismo, que ya ha ocurrido, sino con la plegaria que logra la revelación de la identidad de Jesús. El Hijo
de Dios, como los profetas, por haber sido del pueblo y vivir en el pueblo, necesita el Espíritu como “bautismo”
para ser profeta del Reino que ha de anunciar.

TIEMPO DE CUARESMA

MIÉRCOLES DE CENIZA
LA CONVERSIÓN PARA VIVIR LA RECONCILIACIÓN

Iª Lectura: Joel (2,12-18): La conversión desde lo más hondo

I.1. Joel es un profeta muy particular que podemos situar después del destierro, cuando ya se ha pasado por uno
de los trances más duros para la historia y la religión del pueblo de la Alianza. Ahora una nueva catástrofe viene
a poner en trance la experiencia religiosa del judaísmo: una plaga de langostas, o algo así, acecha con su
hambruna y el profeta pide "conversión" (shub). Pero esta vez se pone al descubierto que no basta con la
penitencia ritual a la que es tan dada la oficialidad religiosa… El hombre que surge misteriosamente de entre el
pueblo, con sus tonos apocalípticos, quiere que se dé un impulso más grande, desde los sacerdotes hasta los
niños… Se debe mirar al fondo del corazón, rasgarlo aunque sea de piedra. De esa manera se da un paso
importante en el concepto de "conversión" que tanto han pedido los profetas.

I.2. Se pone de manifiesto que el "volver a Dios" (shub) no puede hacerse desde fuera, desde la penitencia ritual,
desde el saco y ceniza. Si Dios es "compasivo y misericordioso", volver a Él significa un empeño como cambio de
vivir la vida. Esta descripción tradicional de los profetas y los salmos es una constante y se quiere poner de
manifiesto: el mismo honor de este Dios está en juego ante los otros pueblos; el profeta está seguro de que "la
bendición" de Dios es posible, pero para ello debe cambiar el rumbo de toda la comunidad, del pueblo, que se
entiende, no podía ser de otra forma, como una comunidad religiosa. Es el honor de Dios el que también está en
juego en esta teología tan primaria que el profeta está manifestando en su llamada a una religión con más
enjundia.

IIª Lectura: IIª Corintios (5,2-6,1): Una teología de la reconciliación por Cristo

II.1. En este pasaje de su carta, Pablo pone de manifiesto que la reconciliación es una iniciativa de Dios.
Señalemos que la idea de reconciliación no es muy paulina, en principio, sino que ha podido ser asumida en la
tradición prepaulina del mundo judeo-helenista, pero sí es paulino el hecho de acentuar la iniciativa divina en
este acontecimiento. Aún más si cabe, ya que Pablo quiere llegar a afirmar que es Dios mismo quien le ha
confiado este servicio de lo que Él ha hecho con todos los hombres. Esto lo define Pablo, en su caso, como
servicio (diakonía) y se refiere a su misión de predicador del evangelio de Jesucristo, lo que hace posible esa
acción reconciliadora de Dios. El tema lo remata maravillosamente Pablo con una fórmula tradicional sobre la
muerte redentora de Cristo (v.21). De alguna manera, Pablo piensa que está en sus manos también el misterio
de la reconciliación de Dios con los hombres. Él sabe que esto viene de Dios (v.19) y sabe que ello ha sido
posible mediante la muerte de Jesús (v. 21). La pregunta es ¿cómo reconciliarse con Dios? Aceptando el
mensaje de la salvación que Pablo está encargado de proclamar en el mundo. Este mensaje es el evangelio, y el
evangelio está centrado en la muerte y resurrección de Jesús.

II.2. El que recurra a esta fórmula cristológica tradicional sobre la muerte de Jesús no es fácil de entender. No
significa que Jesús se hiciera pecador, en cuanto no conoció pecado o no tuvo experiencia de pecado, sino que
Dios lo aceptó como “pecador” porque la Ley lo condenó como tal. Y aunque esté implicado el sentido “vicario”
de la muerte de Jesús por nosotros, no ha de entenderse su muerte, de ninguna manera, como una necesidad
divina. Este “pecador”, en cuanto rechazado y el crucificado (cf. Gál 3,13), es aceptado por Dios y, si nos unimos
a Cristo, Dios nos acepta a nosotros como a Él. Esta es la explicación más coherente que podemos ofrecer del
2Cor 5,21 que es un “credo cristiano soteriológico”. Es este credo la clave de su evangelio, de la palabra de
reconciliación como diakonía a las comunidades y a todos los hombres.

II.3. El v. 21 dice así: “a quien no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros (hyper hêmôn) para que llegásemos
a ser justicia de Dios en él”. No hay discusión en que el sujeto es Dios. La petición de reconciliación con Dios está
expresada en imperativo aoristo pasivo (katallághête) (v. 20), lo cual quiere decir que no está la reconciliación
en nuestras propias manos, a pesar pedir la reconciliación, sino que Dios sigue siendo sujeto activo de la misma.
Se pide, pues, que aceptemos lo que Dios ha hecho por nosotros. El hombre no tiene que inventar la
reconciliación, sino que ha sido ofrecida por Dios. Entonces ¿qué significa “lo hizo pecado” (hamartían
epoiêsen)? Sabemos que esto es una fórmula, y como tal debemos entenderla. Es posible que esté inspirada,
desde el punto de vista cristiano, en un texto como Is 53,10. Eso, pues, viene a significar que Dios se ha
implicado, por medio de Cristo, en el pecado del mundo. Y no le ha importado con tal de ganar a los hombres, a
todos los hombres, para sí. Quizás deberíamos recurrir a Gál 3,13 para dar sentido a esa expresión como
magnitud teológica: Cristo ha sido sometido a la maldición de la ley para que los hombres sean salvos. No se
puede negar que estamos ante una verdadera “metáfora sacrificial”, que se debe interpretar en el sentido del
sacrificio del AT, no de interpretaciones “jurídicas” posteriores sobre la redención. No obstante no debemos
subrayar, como a veces se hace o se interpreta, la perspectiva “sustitutoria” o “vicaria”, en lugar nuestro, como
lo definitivo. Lo que se debería señalar es que la muerte de Cristo pone ante Dios los pecados de la humanidad y
Dios nos concede la justicia que El tiene (porque diakaiosynê theou, es un genitivo de autor), la justicia dada
gratuitamente por Dios. Cristo no le paga la deuda que nosotros tenemos, sino que su muerte “por nosotros”
lleva a Dios también a un “por nosotros”, a ser gratuitamente reconciliador con la humanidad.

II.4. El servicio de Pablo, colaborador de Dios y de Cristo, vuelve a aparecer ahora con más fuerza y argumentos
(que abarca 2Cor 6,1-10), con una exhortación llena de sentido sobre la “gracia de Dios”, es decir, la salvación,
que es el efecto de la reconciliación. Este es el momento oportuno de parte de Dios para recibir su gracia y
salvación. Es lo que Is 49,8 había anunciado según Pablo quiere resaltar. Este tiempo es el tiempo del evangelio,
porque la salvación y la gracia de Dios son buena noticia para todo hombre. Y ese es el sentido de la cita del
Deuteroisaías (según los LXX) que ofrece el texto de 2Cor. Reconozcamos que 2Cor 6,1-2, tiene una fuerza
especial en su pretensión de exhortar a aceptar este tiempo oportuno de la salvación y la gracia de Dios. Pablo
se apoya en el texto profético, pero también en la experiencia de los “colaboradores” de Dios mismo. La
confirmación de que el “ahora” del anuncio profético se ha cumplido, llena de contenido esta exhortación.
Porque si no se acepta la misión apostólica, no se acepta tampoco su mensaje, es decir, el “kairós” divino de
salvación y liberación. ¿Cómo es posible que esta diakonía se ponga en duda? Pues es ahí donde Pablo quiere
concluir su apología sobre el ministerio. ¿Cómo se explica que, anunciando la reconciliación, haya algunos que
lo difamen? La razón no puede ser otra que el mismo evangelio y su efecto. Sin duda que hay apóstoles del
contra-evangelio. Para ello hay que recurrir, no queda más remedio, a ciertas “credenciales” que pongan de
manifiesto quiénes son los verdaderos servidores de Dios. Las dos afirmaciones: el “tiempo oportuno” (kairós
eyprósdektos) y el “día de la salvación” (hêméra sôterías) dan mucho sentido y firmeza a la vida nada cómoda
del apóstol o de los apóstoles y colaboradores de Dios y de Cristo. Eso viene a significar también que este es el
tiempo del evangelio que trae reconciliación y gracia.

Evangelio: Mateo (6,1-6.16-18): Ayuno, oración y limosna… pero de otra manera

III.1. Las tres propuestas para la "justicia", ayuno, oración y limosna son algo tradicional del judaísmo, que el
evangelio de Mateo ha querido integrar en el sermón de la Montaña con un énfasis muy particular. Este
evangelio se mantiene en las claves del mejor judaísmo cristiano y por ello no pretende ignorar ciertas
prácticas que muchas personas de buena voluntad han practicado siempre, pero no a cualquier precio y de
forma tan ritual o mecánica que no tengan vida. Sabemos que en este evangelio, incluso en este texto, resuena
una cierta polémica con el "fariseísmo" que busca la justicia desde la exterioridad, desde lo que llama la
atención de la gente, buscando ser alabados ante los hombres. El que todo esto se deba hacer para que tenga
sentido ante Dios, no es solamente una llamada al "recato", sino que debe tener más profundidad.

III,2. Se ha discutido mucho si estas palabras y su composición, son de Jesús, o de la comunidad, o redacción de
Mateo. Como cuando se habla de la oración se introduce el "Padrenuestro (6,9-13), se piensa que puede
tratarse de un texto judío asumido por la comunidad y a lo que se ha añadido el Padrenuestro, retocado. De
hecho no es el ayuno una característica defendida en el cristianismo, como podríamos cotejar por Mc 2,19s,
cuando son acusados los discípulos de Jesús de no ayunar como los fariseos y los mismos seguidores del
Bautista. El carácter sapiencial del texto, como algunos defienden, podría sugerir una discusión sobre el tema
que era tan explícito en el judaísmo, y sin rechazarlo se apunta claramente a lo que podría ser el criterio del
mismo Jesús que no desprecia las cosas de la religión cuando se hacen con sentido.

III.3. No se pueden relegar porque sí el ayuno, la oración y la limosna. Pero no cabe duda de que se propone
vivir esto de otra forma bien distinta. En el texto se da una identificación entre "justicia" y "limosna" (también
discutido) pero podría ofrecer una clave del sentido de la limosna como una forma de "hacer justicia" a los que
no tienen nada, aunque no seamos nosotros directamente responsables. Es verdad que se debería entender
más como misericordia, que como beneficencia. Y ello debe practicarse sin tocar la trompeta y todas esas cosas
hiperbólicas con que se adorna nuestro texto. Es una llamada a tener la misma generosidad de Dios frente a los
que les ha tocado vivir en el mundo la pobreza o la misma penuria. Y es por Dios, y ante Dios, como esto tiene
sentido… no para vanagloriarse, sino para tener el mismo corazón de Dios Padre al que se invoca en la oración.
III.4. Sobre la oración, podríamos entender su referencia clara al judaísmo y a la sinagoga como lugar de
oración. Pero el texto quiere profundizar más, ya que los cristianos, cuando se redacta este evangelio, no
podrían ya ir frecuentemente a la sinagoga ¿entonces? Se quiere dar sentido a la oración personal, íntima y sin
ostentación y que es una de las claves de la oración cristiana. Como podemos imaginarnos, no es el lugar (topos)
lo que puede perjudicar a nuestra oración, sino el modo (trópos), o si queremos el cómo y el para qué de la
oración. La interioridad (en la habitación, en uno mismo) es para poner de manifiesto algo esencial: la actitud
para que Dios nos ayude (aunque se hable de recompensa, pero sería lo mismo). Por eso se dice que lo
importante es orar teniendo presente que Dios es Padre y esta es la actitud básica de la oración, sea personal o
comunitaria (aunque el texto no explicita el asunto).

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA


LA FIDELIDAD A DIOS NOS OTORGA LA LIBERACIÓN DE LA PASCUA

La Cuaresma es uno de los tiempos litúrgicos más determinantes de la vida cristiana porque nos prepara para
celebrar la Pascua: es decir, la muerte y la resurrección del Señor. Alguna vez hemos oído que se llama
“cuaresma” porque recuerda el número cuarenta, bien los cuarenta años del pueblo en el desierto antes de
entrar en la tierra prometida y gustar definitivamente la liberación de Egipto; o bien los cuarenta días en que
Jesús se nos presenta en el desierto preparándose, como el pueblo, para su gran misión.

Iª Lectura: Deuteronomio (26,4-10): Dios libera a su pueblo

I.1. En este primer domingo de Cuaresma nos encontramos, primeramente, con una lectura muy significativa,
porque es uno de los textos más primitivos del Antiguo Testamento. En esa lectura se nos da una “confesión de
fe”, lo que el pueblo creía y repetía frecuentemente: que ellos son descendientes de un arameo errante, un
hombre oriental, nuestro padre Abrahán, que lo dejó todo por el Dios que se acercó a los hombres para
reconducir la historia de la humanidad, que había perdido su rumbo. La confesión de fe, aparentemente, es
pobre, porque es una fórmula y como tal no ofrece detalles; pero tiene la fuerza de la experiencia vital, de los
que consideran que su vida tiene una orientación determinada y determinante. El pueblo descendiente de
Abrahán ha pasado por numerosas vicisitudes hasta ser un pueblo, una nación.

I.2. Importante es poner de manifiesto también que todo se lo deben a Dios. No a un dios innominado, sino a un
Dios que se compromete en la historia de un pueblo concreto y de una comunidad concreta. Ese pueblo es
Israel, quien ha dado a la humanidad una de las experiencias religiosas más radicales: porque es un pueblo que
ha sentido la liberación de Dios. Ha sido Dios quien se ha hecho notar primero, quien buscó a este pueblo, no ha
sido el pueblo quien buscó a Dios. Es verdad que éste no es un privilegio de elección para encerrarse en él
mismo, ni para presumir orgullosamente, ya que debe abrirse a todos los demás pueblos y naciones para que
conozcan a ese Dios: Yahvé, liberador de Israel y liberador de todos los hombres. Todo lo expresa el
Deuteronomio en esa formulación de su fe más radical.

IIª Lectura. Romanos (10,8-13): Toda la humanidad, en Cristo

La segunda lectura es muy expresiva, es confesión de fe también, pero va mucho más allá de lo que Dios puede
hacer por nosotros. Lo que hizo con Israel es solamente una pequeña manifestación de lo que ha proyectado
sobre todos los hombres. Y eso que piensa hacer con nosotros, lo ha hecho con Jesucristo, su Hijo, a quien ha
resucitado, lo ha liberado de la muerte. Es eso lo que nos espera a todos de parte del Dios de Israel y del Dios de
Jesucristo. Todos, judíos y paganos, deben encontrarse en ese Dios resucitador, porque hemos sido llamados a
la vida verdadera. Ese es el sentido de la Pascua cristiana que marca todo el horizonte de este tiempo
cuaresmal.

Evangelio: Lucas (4,1-13): En las manos de Dios

III.1. La lectura del evangelio de Lucas nos expone el relato de las tentaciones, una de las narraciones más
expresivas, aunque bien es verdad que no exenta de dificultades. Podemos resumir así el significado del
evangelio: Jesús afronta tres tentaciones. Esto viene de la tradición. No es que el número tres sea determinante
y no se explica solamente recurriendo al pueblo en el desierto, aunque es posible que esa es la inspiración de
este relato. Pero en definitiva son el simbolismo de toda la lucha entre el bien y el mal, entre la elección de uno
mismo y la opción por Dios. Todas las tentaciones tienen como objetivo, en definitiva, romper la "comunión"
con Dios. Para Lucas, Jesús es el nuevo Adán, como se expresa por su genealogía (Lc 3,1ss), por eso no tiene
otro proyecto de vida que el vivir la comunión con Dios, que el primer Adán había perdido.

III.2. Lucas ha leído esta escena de la tradición según su perspectiva personal. Para él no se trata especialmente
de releer en Jesús las pruebas del desierto (como en el caso muy evidente de Mateo) y ni siquiera de
contemplar a Jesús vencedor sobre Satanás como el Mesías que rechaza el mesianismo glorioso y político. Lo
que él considera en Jesús en el desierto es esencialmente el designio del Padre que está cumpliéndose. Y esto lo
interpreta según la mentalidad de que no puede suceder sin que se encuentre en su camino al adversario, el que
trabaja para que la humanidad se pierda en sí misma.

III.3. Este encuentro es solamente la anticipación de otro que será definitivo: en la Pasión y la Cruz, que es la
consecuencia de su vida. De ahí que haya reorganizado la tradición primitiva para que todo acabe en Jerusalén,
donde Jesús vivirá su Pasión. En el caso de Mateo el orden de las tentaciones es distinto y termina en un monte
muy alto, que es toda una figuración. Ambos han leído este episodio en el evangelio galileo de Q (algunos
prefieren llamarlo así). En Lucas todo termina en Jerusalén porque para este evangelista Jerusalén es el final y
el comienzo de la vida de de Jesús y de la comunidad cristiana primitiva. Es en Jerusalén, además, donde han de
tener lugar las experiencias del Resucitado a los discípulos y, por lo mismo, este triunfo de Jesús en lo más alto
del Templo es todo un apunte de la victoria sobre la muerte que ha de anunciarse desde Jerusalén hasta los
confines de la tierra.

III.4. Si Lucas ha querido presentar la filiación divina de Jesús en la dimensión del nuevo Adán (como en la
genealogía), su relato de las tentaciones debe leerse en esa clave. De ahí que su cristología, con sus intereses
parenéticos, no es descriptiva, sino que busca llevar a la comunidad las posibilidades de vivir una experiencia
como la de Jesús. La Iglesia que escucha este relato, la comunidad, vive también bajo el Espíritu, como Jesús, y
es conducida por El. Por eso, bajo esa experiencia, los poderes del mal también quieren envolverla en una
carrera ciega hacia una desobediencia radical a Dios. En definitiva: Lucas quiere que aprendamos a ser
personas libres, como Jesús, en nuestra fidelidad a Dios. Porque Dios es para el hombre, como para Jesús, el que
garantiza nuestra libertad y nuestra realización.

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA


LA TRANSFIGURACIÓN: UNA EXPERIENCIA INTENSA DE DIOS

Las lecturas de este segundo domingo de Cuaresma están enmarcadas en unos simbolismos que son propios de
unos tiempos lejanos, donde lo religioso, lo legendario, lo mítico y lo real se dan cita en la búsqueda constante
por el sentido de la vida, por el futuro y por aquellos aspectos que nos trascienden, que van más allá de lo que
cada día sentimos y vivimos.

Iª Lectura: Génesis (15,5-18): Promesa y Alianza a los que se fían de Dios

I.1. En esta lectura de hoy se nos presenta a Abrahán al que se le da a contar las estrellas del cielo para significar
que todos los que se fíen de Dios serán su pueblo, su familia. Eso es lo que se quiere representar muy
especialmente y ese es el sentido de la “alianza” que Dios hace con él. La narración es muy del estilo bíblico,
recuerda incluso la revelación de Yahvé en el Éxodo, pero aplicada a Abrahán llamándolo desde su tierra
babilónica. El drama del padre del pueblo lo resuelve Dios prometiéndole alianza, y en ella, un hijo, porque la
alianza no puede perdurar sino de generación en generación. Es un relato ancestral en algunos aspectos, pero
actualizado con el tema del compromiso de Dios por medio del berit (alianza). La teología se impone, desde
luego, a la narrativa, en todos los aspectos. La “intriga” del relato se resuelve en promesa; la angustia del padre
creyente encuentra en Dios lo que la vida de cada día no le ofrece: un hijo, un futuro, un nombre de generación
en generación.

I.2. Algunos elementos de esta narración solamente pueden ser del narrador creyente, el elohista, (aunque los
vv. 5-6 sean de la tradición yahvista) que adelanta en Abrahán una experiencia y un sentido de lo religioso que
es muy posterior en Israel. Otro texto de la alianza con Abrahán lo tenemos en Gn 17 (pero este relato es de la
tradición sacerdotal). Abrahán no podía ser tan definidamente “monoteísta”, pero eso no quiere decir que el
relato no tenga todos los ingredientes religiosos de la antigüedad para poner de manifiesto que en la vida lo
religioso cuenta mucho. La fe tiene que ver con el ser humano y con el misterio de la vida y de la descendencia.
El hombre no puede darse un futuro por sus propias fuerzas. Abrahán, desde su religión de dioses o Dios
familiar no le queda más que contemplar las estrellas; es un signo de que Alguien conduce nuestra existencia.
Bajo el símbolo del animal dividido, en rito ancestral, pasa Dios bajo el símbolo de la brasa encendida.

I.3. Vemos, en nuestra lectura, una iniciativa exclusivamente divina; es lo que se ha llamado un compromiso
“unilateral” de Dios; aunque bien es verdad que se cuenta con la confianza (emunah) del padre del pueblo. La
teología de la alianza, como sabemos, es determinante en el pueblo bíblico, y aunque la alianza más originaria
es la del Sinaí, para sellar la liberación de Egipto, tampoco podía faltar un signo que expresara la alianza y el
compromiso de Dios con el padre de un pueblo de creyentes. Así lo verá muy acertadamente San Pablo en su
carta a los Gálatas (Gal 3) cuando considera que las promesas que se hicieron a Abrahán se cumplen cuando
todos los hombres, judíos o paganos, puedan formar parte de ese pueblo, sencillamente por la fe en Dios, como
Abrahán.

IIª Lectura: Filipenses (3,17-4,1): La Transfiguración de Pablo por la cruz

II.1. Nuestra lectura tiene unas resonancias bien características: Pablo invita a la comunidad a que sea
imitadora de sus sentimientos, y no seguidora de sus adversarios, que son enemigos de la cruz de Cristo.
Porque es la cruz de Cristo, a pesar de su aparente fracaso, lo único que nos garantiza una vida verdadera, una
vida que va más allá de la muerte, y que nos hará ciudadanos del cielo. El Dios de la cruz es el único que puede
transformar nuestra historia, nuestros anhelos, nuestros fracasos, nuestra debilidad en un grito de libertad y de
vida más allá de esta historia, porque es el único Dios que se ha comprometido con la humanidad.

Evangelio: Lucas (9,28-36): La Transfiguración desde la oración

III.1. ¿A dónde nos lleva el evangelio de hoy? Si seguimos el texto en sus inicios: subió al monte a orar. Esto es
muy propio de Lucas y siempre en momentos importantes de la vida de Jesús. No hay nombre para el monte en
ninguno de los evangelistas (cf Mt 17,1-9; Mc 9,2-10). El evangelista Lucas, a su manera, quiere asomarnos, por
un pequeño instante, con los discípulos, a esa vida que no está limitada por nada ni por nadie. Quien escucha,
hoy, en este domingo de Cuaresma este pasaje del evangelio, quedará sorprendido, porque no le será fácil
entender todo lo que en él acontece. Pero debemos pensar que Lucas, recogiendo la tradición de Marcos, que es
el primer evangelista que la asumió de otros, sabe que en su comunidad habrá dificultades para entenderla. De
todas formas ha limado un poco su lenguaje y su intención catequética. La Transfiguración es una escena llena
de contenidos simbólicos. Es como un respiro que Dios le concede a Jesús en su camino hacia Jerusalén, hacia la
pasión y la muerte, con objeto de que alcance a experimentar previamente la meta. Solo desde la oración,
entiende Lucas, es posible vislumbrar lo que sucede en el alma de Jesús. Ese coloquio que Jesús mantiene con
los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, representan la Ley y los Profetas y con ellos se entabla
un diálogo en profundidad sobre su “partida” (éxodo), sobre su futuro, en definitiva, sobre su muerte.

III.2. La Transfiguración, pues, quiere ser una preparación para la hora tan decisiva que le espera a Jesús. Los
discípulos más conocidos acompañan a Jesús en este momento, como sucederá también en el relato de
Getsemaní, en el momento de la pasión, pero tanto aquí como allí, el verdadero protagonista es Jesús, porque es
él quien afronta las consecuencias de su vida y del evangelio que ha predicado. No obstante, aquí los discípulos
se ven envueltos en una experiencia profunda, trascendente, que les hace evadirse de toda realidad. Dos
personajes, Moisés y Elías, que subieron cada uno en su momento al Sinaí para encontrarse con Dios, ahora se
hacen testigos de esta experiencia. La presencia de estos personajes “adorna” la escena, pero no la llenan. En
realidad la escena se llena de contenido con la voz divina que proclama algo extraordinario. Quien está allí es
alguien más importante que el mismo Moisés y Elías, la Ley y los Profetas ¡que ya es decir! En realidad la escena
se configura sencillamente con un “hombre” que ora intensamente a Dios para que no le falten las fuerzas en su
“éxodo”, en su ida a Jerusalén. Todo en un monte que no tiene nombre y que no hay que buscarlo, aunque la
tradición posterior haya designado el Tabor.

III.3. Todo ha sucedido, según san Lucas, “mientras oraba”. Esto es especialmente significativo. Estas cosas
intensas, espirituales, transformadoras, no pueden ocurrir más que en la otra dimensión humana. Es la
dimensión en la que se revela que, sin embargo, el Hijo de Dios está allí. Los discípulos han vivido algo intenso,
algo que no se esperaban (aunque de ellos no se dice que oren y esa es una diferencia digna de tener en
cuenta); pero Jesús, que ha vivido esta experiencia más intensamente que ellos, sin embargo, sabe que debe
bajar del monte misterioso de la Transfiguración para seguir su camino, para acercarse a los necesitados, para
dar de beber a los sedientos y de comer a los hambrientos la palabra de vida. Su “éxodo” no puede ser como le
hubiera gustado a Pedro, a sus discípulos, que pretenden quedarse allí instalados. Queda mucho por hacer, y
dejar huérfanos a los hombres que no han subido a las alturas espirituales y misteriosas de la Transfiguración,
sería como abandonar su camino de profeta del Reino de Dios. Probablemente Jesús vivió e hizo vivir a los
suyos experiencias profundas; la de la transfiguración que se describe aquí puede ser una de ellas, pero
siempre estuvo muy cerca de las realidades más cotidianas. No obstante, ello le valió para ir vislumbrando,
como profeta, que tenía que llegar hasta dar la vida por el Reino.

TERCER DOMINGO DE CUARESMA


Merece la pena convertirse al Dios de la salvación

Iª Lectura: Éxodo (3,1-15): Yahvé, el Dios que da su nombre al hombre

I.1. La lectura de Éxodo nos introduce en uno de los momentos más significativos de la historia del pueblo de
Israel: la revelación de Dios a Moisés, para que éste comunicara al pueblo su decisión y su proyecto liberador. Es
un episodio determinativo de ese pueblo, que ha definido siempre su vida en razón de su fe en el Dios, Yahvé, que
lo sacó de la esclavitud de Egipto y le dio una tierra para que pudiera vivir en libertad. También es un episodio
que, en el conjunto de las experiencias religiosas de la humanidad, marca un hito decisivo y original. Este capítulo,
pues, prepara la gran narración de la liberación de Egipto, que es el momento culminante de las relaciones de
Dios, Yahvé, con Moisés y con su pueblo.

I.2. El Dios, Yahvé -nombre misterioso, que puede tener muchos significados-, no se revela para dar a conocer un
nombre extraño e impenetrable, sino porque ha escuchado el clamor de un pueblo en esclavitud y quiere
comprometerse con los pueblos que viven esa opresión. Egipto, entonces, era una potencia impresionante, y sus
dioses, los más magníficos del mundo. Sabemos que en el trasfondo de esta narración, que corresponde a la
llamada tradición elohista, se apunta a la magia de conocer el nombre de la divinidad, que en las religiones
ancestrales tenía un significado especial; quien conocía el nombre de la divinidad lo atrapaba de alguna manera.
Podíamos señalar que en nuestro texto el nombre de Yahvé (el famoso tetagramaton divino, compuesto de cuatro
letras yhwh, impronunciable para los judíos) tiene una raíz verbal, es decir, dinámica. No es, pues, una definición.
Pero es Dios quien dice su nombre, quien se revela, quien descubre el misterio. No es un Dios egoísta de su
nombre o de su esencia, al menos aquí. Es un Dios que se da: es el que hace existir, el que crea, el que desvela el
misterio… pero eso no significa que ese Dios pueda ser manipulado por el hombre a su antojo. Ahora lo dice para
poder conducir a Moisés desde la zarza ardiendo hasta la esclavitud de Egipto para liberar.

I.3. Por tanto el Dios, Yahvé, es un Dios que se da nombre a sí mismo, no lo ha descubierto el hombre escrito en un
templo (y eso que los especialistas piensan que podía ser un dios local de Madián). No es ahora el momento de
explicar en sus pormenores el origen del yahvismo como religión. En realidad es el que hace venir a la existencia
lo que no existe; es quien da libertad a quien no la tiene; es quien libera de la esclavitud; es un Dios que se
compromete en la historia, con los hombres y con los pueblos de la historia. Esta es la fuerza de la lectura de este
domingo de Cuaresma. En las narraciones de la liberación de Egipto, y una de ellas es nuestra lectura, Israel nos
trasmite una teología bien determinada: la experiencia de que su Dios, Yahvé, se manifiesta como un Dios que no
solo salva de las amenazas de los enemigos, sino que también viene en ayuda de las cosas más elementales de la
vida: libertad, pan, paz y justicia. Por eso Israel aprenderá en esta teología a identificar el “pan de la vida” con el
“pan de la salvación”. Todo eso es lo que significa esta revelación de Yahvé a Moisés.

IIª Lectura: Iª Corintios (10,1-12): El pasado se revive, se actualiza

II.1. Pablo, que había comenzado una polémica sobre la carne sacrificada a los ídolos (1Cor 8,1), comienza aquí
(1Cor 10,1) un nuevo período de reflexión para llevar a sus últimas consecuencias cómo tienen que comportarse
frente a la idolatría. Para ello se ha valido de un proceso exegético, que se llama midrash, una actualización de un
texto del AT, en este caso la epopeya del éxodo; en realidad son varios textos los que Pablo comenta y actualiza
(Ex 13,20-22; Ex 14,19; Sal 104,39). Entiende que todo aquello fue un “bautismo” para renacer como pueblo en la
libertad que Dios le ofrecía. Pero no todos lo vivieron así, sino que murmuraron contra Moisés y contra Dios. El
desierto era duro, es verdad; pero la libertad siempre debe tener un precio.
II.2. Todo eso era un anticipo -un “tipos”-, para lo que ahora deben vivir los cristianos. Entonces Pablo intenta
sacar las consecuencias parenéticas para la comunidad de Corinto que de nuevo, como el pueblo en desierto, no
está lejos de ciertas actitudes idolátricas. La tipología es un ejemplo para que aprendamos, quiere decir Pablo,
porque algunos pueden ir a banquetes paganos y comer de algo que se ha consagrado a los ídolos. Esta es una
tentación constante en todos los procesos religiosos. Una lectura actual ya no podría referirse a un problema de
carnes y participaciones en banquetes sagrados, sino en otros banquetes de poder y de gloria que pueden robar la
identidad cristiana.

Evangelio: Lucas (13,1-9): Vivir con sentido siempre

III.1. El evangelio de Lucas viene hoy a hacer una llamada a la fidelidad de ese Dios salvador de la historia, que se
ha jugado todo su prestigio y toda su divinidad con el pueblo. Se narran dos episodios de acontecimientos que
ocurrieron, muy probablemente en tiempos de Jesús: unos galileos que el Prefecto romano mandó masacrar
mientras ofrecían un sacrificio. Algunos apuntan a la sospecha de tipo político que tenía que ver con el terrorismo
zelote, pero no es fácilmente aceptable esta tesis. Sí es importante el dato de que ocurrió mientras ofrecían un
sacrificio, un acto religioso. No sabemos a qué se refiere, aunque tenemos noticias de que Pilato (por Flavio Josefo
especialmente), responsable directo de la crucifixión de Jesús, fue uno de los políticos más perversos y venales de
la administración romana. El otro episodio es mucho más normal, un accidente de trabajo, de tantos como
ocurren en la vida, en el trabajo y ante los que uno se pregunta por qué.

III.2. ¿Qué pueden significar estos episodios narrados por Lucas? ¿Tiene que ver algo Dios en estos? ¡Desde luego
que no! Eso es lo primero que debemos inferir en la lectura del texto ¿Por qué, pues, son narrados? Pues
sencillamente para poner de manifiesto que Dios no es sobornable como Poncio Pilato y no tiene nada que ver con
el accidente de la torre de Siloé, en el muro que rodeaba la ciudad de Jerusalén; esas cosas pasan en la vida. Ello
nos descubre que somos lábiles y que no podemos vivir nuestra vida sin sentido y sin interioridad. Todo el
conjunto del evangelio de hoy va en esa dirección de una llamada a la conversión y a contar con Dios en nuestra
vida. Jesús no ve, en los samaritanos sacrificados ni en los obreros de la torre, maldad alguna para ser castigados
por ello. No es el anuncio del Dios juez el que aquí aparece. Jesús habla de los “signos” de terror de la vida. Es una
lectura realista de lo que ocurre y de lo que siempre ocurrirá, unas veces por la maldad humana y otras porque no
podemos dominar la naturaleza. Pero ¿acaso esto no nos debe hacer pensar que debemos estar preparados
siempre? ¿Para qué? No diríamos que para morir (aunque pueda parecer que ese es el sentido del texto), sino
para vivir con dignidad, con sabiduría, con fe y esperanza. Y si llega la muerte, no nos ha de afanar con las manos
vacías.

III.3. El tercer momento de la lectura evangélica se centra en una especie de parábola sobre la higuera plantada
en una viña que, al cabo de tres años, no da fruto y se la quiere arrancar. La parábola de la higuera estéril es de la
tradición (cf Mc 11, 12-14.20-26; Mt 21,18-22). Es curioso y original que Lucas se haya decidido por unirla a esos
episodios anteriores. ¿Por qué? Para dar a entender que nuestra vida es como un tiempo que Dios permite (el
dueño de la higuera) hasta el momento final de nuestra vida. Los Santos Padres entendieron que Jesús era el
agricultor que pide al dueño un tiempo para ver si es posible que la higuera saque higos de sus entrañas. Sabemos
que la higuera era símbolo de Israel en el AT, concretamente en los profetas. Por tanto resuena aquí, de alguna
manera, la interpelación profética a la conversión. Nuestro evangelista le da mucha importancia en su obra al
“hoy” y al “ahora” de la salvación. Por eso ese tiempo concedido a la higuera… es para un hoy y un ahora de
salvación y de gracia.

III.4. Las conexiones de estos episodios se establecen en razón de la necesidad de estar siempre en actitud de
responsabilidad y preparados para cambiar de vida, para arrepentirse; unas veces porque los hombres perversos
aniquilan y otras porque ocurren catástrofes. Jesús, con sus palabras, exculpa a los que han sufrido la maldad de
Pilato o la mala suerte del accidente, en el sentido de que no son responsables individualmente de lo que ha
sucedido. Esto era importante entonces, donde todo se explicaba en razón de conexiones entre responsabilidad
personal y castigo. No, los galileos o los trabajadores de la torre de Siloé no eran peor o más responsables que
aquellos a los que no les sucedió nada. Por el contrario, todos debemos estar siempre en actitud de conversión,
porque Dios siempre ofrece oportunidades, como es el caso de la parábola de la higuera estéril. Siempre, con el
Dios de la salvación, tenemos oportunidad de convertirnos y de buscar el bien.
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
EN EL SENO MATERNO DE DIOS

Iª Lectura: Josué (5,10-12): Pascua en la tierra prometida

I.1. La primera lectura pretende recordar un hecho bien determinado de la historia primitiva del pueblo de Israel
cuando se celebró la Pascua, fiesta de la liberación, en Guilgal. Es la primera Pascua en la tierra prometida, para
señalar que desde ahora se terminan los dones extraordinarios del desierto, como el maná, porque el pueblo no
puede vivir exclusivamente de cosas extraordinarias, sino que tiene que vivir su fe en Dios, en Yahvé, desde la
experiencia de cada día, desde la lucha de cada día, del trabajo de cada día. La confianza en Dios no puede
alimentarse de cosas que estén fuera de lo normal, sino que debemos acostumbrarnos a ver la mano de Dios en
todos los momentos de nuestra vida.

I.2. Si la primera Pascua, la del Éxodo (Ex 12), es la de la liberación, esta Pascua en Guilgal es un memorial de
acción de gracias porque ha terminado el tiempo del desierto, de la esclavitud. Es muy probable que el autor
deuteronomista, redactor de los libros históricos (como es el caso de Josué), quiera hacer presente que la tierra es
también un don de la Pascua de la liberación. Es una fiesta de unidad, de alegría: Dios ha cumplido su promesa. Un
día escuchó el lamento del pueblo y hoy el pueblo debe hacerle una fiesta porque es un Dios consecuente. Es
probable que la historicidad de este relato deje muchos cabos sueltos, pero lo importante es su significado.

IIª Lectura: 2ª Corintios (5,17-21): La salvación como reconciliación

II.1. La lectura pone como tema dominante la reconciliación, a lo que Pablo dedica toda su vida apostólica, toda su
pasión por Cristo. Eso es lo que él ha querido trasmitir a su comunidad frente a algunos adversarios que lo ponen
en duda. El evangelio de Cristo, para Pablo, se centra precisamente en la reconciliación de todos los hombres con
Dios; por ello da Cristo su vida y eso es lo que los cristianos celebramos en las Pascua, a la que nos prepara este
tiempo de Cuaresma. La Pascua de Cristo abre, pues, una nueva era: la era de la reconciliación.

II.2. La teología de la reconciliación ha dado mucho que hablar y se presta a muchas lecturas según el mundo
religioso de la época y de la sociedad de esclavos y libres de entonces. Pablo, sin duda, ha teologizado estas
fórmulas y le ha dado su sentido. El tema lo remata maravillosamente con una fórmula tradicional sobre la
muerte redentora de Cristo (v.21). De alguna manera, el apóstol piensa que está en sus manos el misterio de la
reconciliación de Dios con los hombres. Él sabe que esto viene de Dios (v.19) y sabe que ello ha sido posible
mediante la muerte de Jesús (v. 21). Pero la reconciliación por la muerte no es una necesidad que tenga Dios de
la misma muerte, sino porque así lo han querido los hombres en el rechazo de Cristo. La pregunta es ¿cómo
reconciliarse con Dios? Aceptando el mensaje de la salvación que Pablo está encargado de proclamar en el
mundo. Este mensaje es el evangelio, y el evangelio está centrado en la muerte y resurrección de Jesús.

III.2. Veamos el significado que tiene el v. 21, que es difícil de entender a primera vista; dice así: “a quien no
conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros (ὑπὲρ ἡμῶν) para que llegásemos a ser justicia de Dios en él”. No hay
discusión en que el sujeto es Dios. La petición de reconciliación con Dios está expresada en imperativo aoristo
pasivo (καταλλάγητε) (v. 20), lo cual quiere decir que no está la reconciliación en nuestras propias manos, a
pesar pedir la reconciliación, sino que Dios sigue siendo sujeto activo de la misma. Se pide, pues, que aceptemos
lo que Dios ha hecho por nosotros. El hombre no tiene que inventar la reconciliación, sino que ha sido ofrecida
por Dios. ¿Qué significa “lo hizo pecado” (ἁμαρτίαν ἐποίηςεν)? Sabemos que esto es una fórmula, y como tal
debemos entenderla. Es posible que esté inspirada, desde el punto de vista cristiano, en un texto como Is 53,10.
Eso, pues, viene a significar que Dios se ha implicado, por medio de Cristo, en el pecado del mundo. Y no le ha
importado con tal de ganar a los hombres, a todos los hombres, para sí. Quizás deberíamos recurrir a Gál 3,13
para dar sentido a esa expresión como magnitud teológica: Cristo ha sido sometido a la maldición de la ley para
que los hombres sean salvos

Evangelio: Lucas (15,1-3. 11-32): El Dios, Padre, pródigo de sus hijos

III.1. En este domingo nos encontramos en el corazón de la Cuaresma, y de alguna manera, en el corazón del
evangelio de Lucas, que es la lectura determinante del Ciclo C del año litúrgico. En el corazón, porque Lc 15,
siempre se ha considerado el centro de esta obra, más por lo que dice y enseña en su catequesis, que porque
corresponda exactamente a ese momento de la narración sobre Jesús. La otras lecturas de hoy simplemente
acompañan a la grandeza y radicalidad de lo que hoy se nos comunica en el evangelio. Por eso, el misterio de la
reconciliación, diríamos que se expresa maravillosamente en el evangelio de este día: Lc 15,11-32. Esta es una de
las piezas maestra de la literatura narrativa del Nuevo Testamento, y una maravillosa historia de amor de padre
frente a egoísmos y rencores de hijos. Jesús, ante las acusaciones de los que le reprochan que le da oportunidades
a los publicanos y pecadores, cosa que no entra en los cálculos de las tradiciones más exigentes del judaísmo,
contesta con esta parábola para dejar bien claro que eso es lo que quiere Dios y eso es lo que hace Dios por medio
de él.

III.2. Se podrían escribir páginas enteras de la narración, de su intriga asombrosa, de los “tempi” narrativos, de su
desenlace. Se podría recurrir a hermenéuticas sofisticadas de las formas en las que esto se ha logrado y del
lenguaje y el arte de la misma intriga divina. De hecho, hay libros maravillosos que pueden servir no solamente
para preparar el texto a nivel literario y exegético, sino también teológico y espiritual (cf v.g. F. CONTRERAS
MOLINA, Un padre tenía dos hijos, Estella, Verbo Divino, 1999). Hay textos clásicos de escritores y predicadores
que dan en la tecla verdadera de la armonía y la polifonía del texto bíblico. La hermenéutica podría decirnos que
no es un texto sagrado, sino de simple humanidad. Pero no es verdad que en boca de Jesús no sea precisamente
sagrado: es describir lo divino por lo humano.

III.3. Es toda una justificación y una defensa incuestionable de Dios, de Dios como Padre. Por eso no es,
propiamente hablando, la parábola del hijo pródigo, del hijo que vuelve, del hijo que se arrepiente, aunque esto es
muy importante en la narración y en su profundidad simbólica. Es la parábola del Padre, de Dios, que nunca
abandona a sus hijos, que nunca los olvida. De ahí que algunos autores, con razón, han señalado que deberíamos
comenzar a entender la parábola fijándonos en el hijo mayor; el que no quiere entrar a la fiesta que da el padre
por haber encontrado a su hijo. Él, que siempre se ha quedado (simplemente se ha reducido a "estar") con el
padre en la casa, tiene unos derechos legales que nadie le niega, pero le falta la capacidad del padre para tener la
alegría de ver que su hermano ha vuelto. No tiene mentalidad de hijo, de hermano; es alguien que está centrado
en sí mismo, sólo en él, en su mundo, en su salvación. Se ha quedado en casa del padre, pero está enfermo de
soberbia.

III.4. El hijo mayor, en el fondo, no quiere que su padre sea padre, sino juez inmisericorde. Porque esto es lo
importante de la parábola, por encima de cualquier otra cosa: que se ha organizado una fiesta por un hermano
perdido, y no está dispuesto a participar en ella. Jesús está hablando de Dios y es la forma de contestarle a los
escribas y fariseos que se escandalizan de dar oportunidades a los perdidos: el Dios que él trae es el de la
parábola; el que viendo de lejos que su hijo vuelve, sale a su encuentro para hacerle menos penosa y más humana
su conversión, su vuelta, su cambio de mentalidad y de rumbo. Esta es su significación última y definitiva.
¿Estaríamos nosotros dispuestos a entrar a esa fiesta de la alegría? ¿Queremos para los otros el mismo Dios que
queremos para nosotros?

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA


EL GOZO EN EL DIOS DE LA MISERICORDIA

Antes de entrar en la gran semana de nuestra Redención, el quinto domingo de Cuaresma nos ofrece, en sus
lecturas, esa dimensión inaudita e irrepetible de lo que es el proyecto de salvación sobre nosotros. Del libro de
Isaías, de la carta a los Filipenses y del evangelio de Juan, emanan los tonos más íntimos del proyecto de Dios que
quiere renovar todas las cosas, que perdona hasta el fondo del ser sin otra contrapartida que la mejor
disponibilidad humana.

Iª Lectura: Isaías (43,16-21): Memoria liberadora

I.1. El texto de Isaías recuerda el momento culminante de la actuación de Dios en el AT: la liberación de Egipto.
Aquí, la sabemos, el pueblo esclavo recibió su identidad en su libertad. Ese es el credo de su fe que se repite de
generación en generación. No hay cosa más grande para el pueblo de Dios que recordar esa hazaña liberadora
divina. Pues eso se quedará en mantillas ante lo que Dios tiene que hacer por nosotros, por la humanidad, por la
historia. Y el Dios que promete una cosa, la cumple. Será ese lenguaje simbólico de la liberación, del paso del mar,
del agua y el maná en el desierto, el que se use para anunciar lo nuevo que hará con nosotros.
I.2. Hacer memoria del pasado es bueno, no para la nostalgia, sino precisamente para renovarse. Eso es lo que el
Deuteroisaías propone. Las raíces están precisamente en el pasado y no se puede cortar la trama de la historia de
un pueblo, de una religión que es en esencia liberadora. Un pueblo sin historia es un pueblo sin raíces; pero la
memoria para ser auténtica debe hacerse y leerse en clave profética, no precisamente jurídica o nostálgica.
Cuando los cristianos leemos la historia de Jesús y la intervención de Dios en su vida, y muy especialmente en su
muerte hacemos memoria profética que muestra que el Dios de Israel, el de Egipto, no se ha dormido, sino que
siempre está dando vida donde los hombres sembramos esclavitud o tragedias.

II ª Lectura: Filipenses (3,8-14): La experiencia verdadera del Señor

II.1. Este es uno de los pasajes más íntimos y personales del apóstol Pablo, nos habla de lo que supone para él
“haber conocido a Cristo”; por Él todo le parece pérdida, por Él todo lo que en este mundo es relumbrón, le parece
una nadería. Lo curioso es que un capítulo tan decisivo como este de Filipenses se presta a unas ciertas dudas de
autenticidad: ¿es de Pablo? ¿no es, más bien, otra carta distinta de lo que venimos leyendo en continuidad desde
Flp 1,1-3,1a? Yo me inclino, claramente, por una carta distinta de la que se puede leer hasta 3,1a.. Desde luego, el
cambio de tono que se produce en 3,1b no es justificable con el tono entrañable de todo el texto anterior de la
carta. Pero de ahí a pensar que Pablo no está hablando con estas palabras, las de la lectura de hoy, a mi entender,
no se justificaría. Es un retrato muy personal, muy decisivo, de sus opciones, de su conversión, de cómo dejó de
ser un fanático de la ley para ser un “enamorado” de Cristo, de su pasión y su resurrección. No tenemos una
descripción de lo que Pablo sintió en su alma al “convertirse” y muchos autores nos dice que esta es la mejor
estampa de lo que el apóstol sintió en su alma al pasar del judaísmo al cristianismo.

II.2. Conocer a Cristo, su evangelio, vivir en el horizonte de la fe pascual, es haber encontrado el sentido de su vida
y de la felicidad por la que luchó en el judaísmo. Ahora, dice Pablo, todo es distinto: no tiene que aparentar, ni
justificarse a sí mismo, ni intentar ser el primero o el mejor... eso no vale para nada. Eso era lo que vivía antes de
su conversión llegando, incluso, a perseguir a los cristianos por tratar de ser el primero de los judíos, como buen
discípulo rabínico. Haber “conocido” a Cristo es haber experimentado la fuerza del amor de Dios. No olvidemos
que conocer, aquí, no tiene el sentido de “gnosis” o conocimiento intelectual, sino el sentido bíblico de yd‘ y el daat
Elohim de los profetas (Os 4,1.6; 5,4; 8,2 ; Jr 2,8; 4,22; 9,2.5 en oráculos de amenaza o bien de salvación: Os 2,22; Jr
31,34 o Is 28,8) experiencia de Dios, de lo santo; o la misma experiencia del amor entre hombre y mujer). Ahora
ha sentido la verdadera liberación de todo lo que mata y esclaviza en este mundo.

Evangelio: Juan (8,1-11): El Dios de la dignidad de los pequeños

III.1. El pasaje de la mujer adúltera (muy probablemente un texto de Lucas que en el trasiego de la transmisión de
los textos pasó al de Juan), es una pieza maestra de la vida; es una lección que nos revela, de nuevo, por qué Pablo
hablaba así al haber conocido al Señor. Porque aunque el Apóstol se refería al Señor resucitado, en ese Señor
estaba bien presente este Jesús de Nazaret del pasaje evangélico. El libro del Levítico dice: si adultera un hombre
con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte (Lv 20,10); y el
Deuteronomio, por su parte, exige: los llevaréis a los dos a las puertas de la ciudad y los lapidaréis hasta matarlos
(Dt 22,24). Estas eran las penas establecidas por la Ley. No tendríamos que dudar de que Dios esto no lo ha
exigido nunca, sino que la cultura de la época impuso estos castigos como exigencias morales. Jesús no puede
estar de acuerdo con ello: ni con las leyes de lapidación y muerte, ni con la ignominia de que solamente el ser más
débil tenga que pagar públicamente. La lectura “profética” que Jesús hace de la ley pone en evidencia una religión
y una moral sin corazón y sin entrañas. No mandó Jesús buscar al “compañero” para que juntos pagaran. Lo que
indigna a Jesús es la “dureza” de corazón de los fuertes oculta en el puritanismo de aplicar una ley tan injusta
como inhumana.

III.2. Vemos a una mujer indefensa enfrentada sola a la ignominia de la mentira y de la falsedad. ¿Dónde estaba su
compañero de pecado? ¿Solamente los débiles -en este caso la mujer- son los culpables? Para los que hacen las
leyes y las manipulan sí, pero para Dios, y así lo entiende Jesús, no es cuestión de buscar culpables, sino de rehacer
la vida, de encontrar salida hacia la liberación y la gracia. Los poderosos de este mundo, en vez de curar y salvar,
se ocupan de condenar y castigar. Pero el Dios de Jesús siente un verdadero gozo cuando puede ejercer su
misericordia. Porque la justicia de Dios, muy distinta de la ley, se realiza en la misericordia y en el amor
consumado. Es ahí donde Dios se siente justo con sus hijos. Presentimos que en la conciencia más personal de
Jesús se siente en ese momento, sin decirlo, como el que tiene que aplicar la voluntad divina. Lo han obligado a
ello los poderosos, como en Lc 15,1 le obligaron a justificar por qué comía con publicanos y pecadores. Jesús
perdona su pecado (¡que nadie se escandalice de su permisividad!), pero de qué distinta forma afronta la
situación y el pecado mismo.

III.3. Jesús escucha atento las acusaciones de aquellos que habían encontrado a la mujer perdiendo su dignidad
con un cualquiera (probablemente estaba entre los acusadores, pero él era hombre y parece que tenía derecho a
acusar), y lo que se le ocurre es precisamente devolvérsela para siempre. Eso es lo que hace Dios constantemente
con sus hijos. Así se explica, pues, aquello que decía el libro Isaías de que todo quedará pequeño con lo que Dios
ofrecerá a los hombres. Son estas pequeñas cosas, las que dejan en mantilla las actuaciones del pasado, aunque
sea la liberación de Egipto. Porque el Dios de la liberación de Egipto tiene que ser eternamente liberador para
cada uno desde su situación personal. Eso es lo que sucede en el caso concreto con la mujer del pasaje evangélico
de hoy. De nada le valía a ella que se hablara del Dios liberador de Egipto, si los escribas, los responsables, la
dejaban sola para siempre. Jesús, pues, es el mejor intérprete del Dios de la liberación que se apiada y escucha los
clamores y penas de los que sufren todo el peso de una sociedad y una religión sin misericordia.

III. 4. ¿Qué significa “el que esté libre de pecado tire la primera piedra”? ¿Por qué reacciona Jesús así? No podemos
imaginar que los que llevan a la mujer son todos malos o incluso adúlteros. ¡No es eso! Pero sí pecadores de una u
otra forma. Entonces, si todos somos pecadores, ¿por qué nos somos más humanos al juzgar a los demás? No es
una cuestión de que hay pecados y pecados. Esto es verdad. Pero por muy simple que sea nuestro pecado todos
queremos perdón y misericordia. Los grandes pecados también piden misericordia, y desde luego, ningún pecado
ante Dios, exige la muerte. Por tanto deberíamos hacer una lectura humana y teológica. Toda religión que exige la
pena de muerte ante los pecados… deja de ser verdadera religión, porque Dios no quiere la muerte del pecador.
Esto debería ya ser una conquista absoluta de la humanidad.

DOMINGO DE RAMOS
UN PROFETA NO PUEDE MORIR FUERA DE JERUSALÉN

Todos los años, durante la Semana Santa, la liturgia de la Iglesia nos invita a introducirnos en el misterio
de la pasión y la muerte de Jesús. En este Domingo de Ramos leemos el relato de la Pasión de Lucas, como
corresponde al año litúrgico. Es una narración que ha venido precedida por la importancia que Jesús comunicó a
los suyos de ir a Jerusalén, porque un profeta no puede morir fuera de Jerusalén (Lc 13,33), la ciudad santa donde
se decidían todas las cosas importantes de la religión judía.
Es necesario que el pueblo cristiano escuche la “proclamación” de la Pasión como lo hacían los primeros
cristianos. El texto es lo primero. Si fueran necesarias algunas palabras, aquí ofrecemos ciertas claves de la
teología de Lucas sobre la Pasión del “profeta” de Galilea. Pues como profeta fue a la muerte, por su vida y por sus
palabras.

Iª Lectura: Isaías (50,4-7): El siervo de Yavé: a sus espaldas el futuro

I.1. Los cuatro cantos del Deutero-Isaías (42,1-4.7.9; 49,1-6.9.13; 50,4-9.11; 52,13-53,12) abren la Pasión de
Jesús en este día de Domingo de Ramos. Estamos ante el tercer cántico del “Siervo de Yahvé”, donde se subraya
el sufrimiento, una figura que ha dado mucho que hablar en la teología veterotestamentaria, sin que se haya
llegado a una identificación precisa. Que los cristianos se atrevieran a identificar al Jesús crucificado con el
Siervo, era la única lógica teológica para poder defender que era el Mesías. La teología oficial del judaísmo no
podía aceptar de ninguna manera el sufrimiento como algo posible en el futuro Mesías. Por eso al cristianismo
se le abrieron las puertas de par en par para poder afirmar que si Jesús fue juzgado, condenado y crucificado…
se cumplían casi al pie de la letra las “revelaciones” o manifestaciones del Siervo de Yahvé. Esta fue la “biblia
básica” de los primeros cristianos, aunque sin descartar la lectura de La Ley y los Profetas. De esa “biblia
básica” pasaron poco a poco a redactar el primer relato de la pasión que leían en las celebraciones como
memoria de la muerte de su Señor.

I.2. ¿Cuál es su mensaje? nos abre a la ignominia de este mundo violento, cruel, frente a la fuerza de la
mansedumbre del discípulo, del siervo de Dios porque, en su «pasión», Dios siempre estará con él. Es una
lectura muy adecuada de preparación a la proclamación de la pasión del domingo de Ramos, ya que fueron los
primeros cristianos los que descubrieron en estos cantos que el Mesías habría de sufrir si quería que su
propuesta de salvación tuviera fuerza.

IIª Lectura: Filipenses: (2,6-11): El Himno del "abajamiento" divino

II.1. El himno de la carta a los Filipenses pone de manifiesto la fuerza de la fe con que los primeros cristianos se
expresaban en la liturgia y que Pablo recoge para las generaciones futuras como evangelio vivo del proceso de
Dios, de Cristo, el Hijo: El que quiso compartir con nosotros la vida; es más, el que quiso llegar más allá de
nuestra propia debilidad, hasta la debilidad de la muerte en cruz (añadiría Pablo), que es la muerte más
escandalosa de la historia de la humanidad, para que quedara patente que nuestro Dios, al acompañarnos, no lo
hace estéticamente, sino radicalmente. No es hoy el día de profundizar en este texto inaudito de Pablo. La
Pasión de Mateo debe servir de referencia de cómo el Hijo llegó hasta el final: la muerte en la cruz.

II.2. El himno tiene dos partes. La primera subraya la autohumillación de Cristo que, siendo de condición
divina, se convierte en esclavo. La segunda se refiere a la exaltación de Jesús por parte de Dios a la categoría de
Señor. Establece, además, una relación de causa a efecto entre humillación y exaltación: «Precisamente por eso»
(Flp 2, 9). Y aquí radica la gran paradoja: que quien no destacó en vida por gesta heroica alguna, quien no fue
soberano ni tuvo el título de Señor, quien termina sus días crucificado por vil y subversivo a los ojos del
Imperio y de su propia religión, es considerado «Señor» y Mesías. Y, paradoja todavía mayor: el anuncio del
Mesías crucificado se convierte en el núcleo de la predicación de Pablo y en el centro de la fe cristiana. Esto no
podía por menos que chocar a la mentalidad helenista que, en sus cultos, aclamaba a los «señores» que habían
tenido una existencia gloriosa. Tenía que sorprender igualmente al mundo judío, para quien el Mesías debía
tener una existencia gloriosa, que ciertamente Jesús no tuvo. Por eso, dirá Pablo que el anuncio de un Mesías
crucificado es «escándalo para los judíos, locura para los griegos» (1Cor 1, 23).

LA PASIÓN SEGÚN SAN LUCAS


Algunos rasgos de la teología de la Pasión de Lucas

El relato de la pasión de San Lucas tiene como fuente el texto más primitivo de Marcos, o quizás también
un “primer relato” que ya circulaba desde los primeros años del cristianismo para ser leído y meditado en las
celebraciones cristianas. A eso se añaden otras escenas y palabras de Jesús que completan una “pasión” profunda
y coherente, en la que si bien los datos históricos están más cuidados que en Marcos y en Mateo, no faltan los
puntos teológicos claves.
Se pretende explicar, no solamente por qué mataron a Jesús, sino el sentido que el mismo Jesús dio a su
propia muerte, como sucede en el relato de la última cena con sus discípulos. Lucas nos ofrece la tradición
litúrgica de las palabras eucarísticas en esa cena, que son muy semejantes a las de Pablo en 1 Corintios 11, pero
además presenta las palabras de Jesús sobre el servicio en las que considera que su muerte “es necesaria” para
que el Reino de Dios sea una realidad más real y efectiva.
Es el evangelista se ha cuidado de poner en relación muy estrecha al Señor con sus discípulos y con el
pueblo, mientras que deja bien claro que son los dirigentes, los jefes, los que han decidido su muerte. Ni siquiera
nos relata la huida de los discípulos, quizás porque quiere preparar el momento de las apariciones del resucitado
que tienen lugar en Jerusalén.
Por lo mismo, en este relato de Lucas sobre la pasión del Señor debemos leer algunas escenas especiales
con interés, como corresponde al cuidado que ha puesto el evangelista y al sentido catequético que tienen ciertos
episodios de la narración. La cena de Jesús es más personal, más testimonial: se pide el servicio, la entrega, como
Jesús va a hacer con los suyos.

Una pequeña estructura de Lc 22-23, podía ser esta:


I.- Introducción y preparación (22, 1-13)
II.- La última cena y despedida de Jesús (22, 14 -38)
III.- Getsemaní: oración y prendimiento (22, 39-53)
IV.- Las negaciones de Pedro (22,54-62)
V.- El juicio religioso (22,63-71)
VI.- El juicio político ( 23,1-25)
VII.- Crucifixión, muerte y sepultura de Jesús (23,33-48)
En la cena de Jesús con sus discípulos, Lucas sigue una línea bastante libre con respecto a los otros dos
evangelios sinópticos: vemos las diferencias en unos versículos que introducen la bendición del pan y de la
copa (22,14-18); además pospone el texto de la traición de Judas hasta después de las palabras de bendición
(22,21-23) y lo ensambla con el testimonio del servicio (22,24-27), la promesa del banquete en el Reino (22,28-
30), el anuncio de la traición de Pedro (22,31-34), y el anuncio de su fin (22,35-38). En esto podemos notar que
Lucas narra la traición de Pedro durante la cena, mientras que Mateo y Marcos después de la cena (Mt 26, 30-
35; Mc 14,26-31). Pero lo más específico: Lucas menciona una copa más que los otros dos sinópticos antes de
las palabras de bendición (22,17), además agrega las palabras “por vosotros” (22,19b.20c) que Marcos no
apunta, mientras Mateo dice “por muchos” (Mt 26,28), y cambia por “Nueva Alianza”(22,20) en lugar de
simplemente “alianza” (Mc 14,24; Mt 26,28). Por otra parte, tenemos las semejanzas con el texto de Juan: la
actitud de los apóstoles ante el anuncio de la traición de Judas (Lc 22,23; Jn 13,22), un discurso de despedida
muy breve (Lc 22,24-38; Jn 14-17), y la costumbre que tenía Jesús de orar en un huerto (Lc 22,39; Jn 18,2).

El episodio de Jesús en el huerto de Getsemaní nos ofrece el consuelo que supone para Jesús la presencia
misma de Dios, simbolizada por el ángel, con objeto de poner de manifiesto que Dios no lo entrega a la pasión
ignominiosa, que son los hombres los que quieren deshacerse de él, a causa de la provocación de su mensaje
sobre la misericordia y la gracia de Dios. Jesús lucha en su agonía como un atleta que debe cruzar la meta y saldrá
victorioso. Debemos resaltar, como sucede en la Transfiguración, la oración de Jesús. Había pedido a los suyos que
oraran también, pero… Así, desde la oración entra en “agonía”; todo es bien distinto de la escena de la
Transfiguración. Es como si desde la oración viviera todo su sufrimiento. Pero en realidad, este momento en
Lucas, no es “gore” (sangre coagulada) como ahora está de moda de decir, después de esa película reciente que ha
leído la Pasión sin elementos críticos y sin llegar al “alma” y la teología. En realidad es una escena fuerte, pero
armoniosa. Cuando Jesús acaba este momento, siempre en oración, sale fortalecido y dueño de todas las
situaciones que han de venir. El “trance” de la pasión lo ha vivido en esta escena extraordinaria.

El juicio de Jesús se nos presenta en dos momentos, ante Pilato y ante su señor galileo, Herodes Antipas.
En realidad, el Prefecto romano no debería haber enviado a Herodes a Jesús; jurídicamente no tiene sentido. ¿Qué
busca Lucas con esta escena? Él nos ha descrito la presencia de Jesús ante Herodes Antipas, el Tetrarca de Galilea,
con el simbolismo del vestido blanco para burlarse del nazareno. El silencio de Jesús se hace palabra, quizás
evocando el texto de Is 53,7 del Siervo de Yahvé y del Sal 39,10: es un silencio de radicalidad ante la maldad de los
poderosos. Jesús dueño de su silencio para los ante los que está acostumbrados a arrancar las palabras y las
entrañas de la gente. Por eso se hacen amigos los que se odian (23,12). Los injustos se “juntan” en la injusticia; el
justo vive su injusticia en la dignidad de su silencio.

Los poderosos se burlan de él, pero los sencillos, como las mujeres, le acompañan hasta el lugar donde se
revelará el misterio de nuestra salvación y redención. El camino de la cruz está contemplado no desde la soledad
de Jesús, sino que acuden las mujeres de Jerusalén, las madres, para compadecerse de aquél, que como en el caso
de sus hijos, es injustamente tratado por los poderes religiosos y políticos. Así se cumplen aquellas palabras suyas
en las que da gracias a Dios porque ha revelado su proyecto salvador a las gentes sencillas. No podía pasar por
alto Lucas esta actitud de las mujeres que han tenido tan gran relevancia en su obra. Y, por otra parte, porque así
hubo de suceder en Jerusalén aquél día de la condena a muerte: las mujeres, las madres, tuvieron que llorar por la
dureza y la vesania de los poderosos.

La escena de la crucifixión y muerte, en Lucas, es, con respecto a Marcos y Mateo, mucho más humana. De
ahí que las palabras de Jesús sean: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (23,46), tomadas del Salmo 31;
quizás para que no se interprete que Dios pueda abandonar a nadie que sufre, ya que Marcos había usado las
palabras del Sal 22: “Dios mío ¿por qué me has abandonado?”, que, no obstante, son de plena confianza. Pero Lucas
considera que otras palabras de más confianza cuadraban mejor con su oración primera en la cruz: “Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen” (23,34), que es un texto que falta en buenos manuscritos, pero que
encaja perfectamente con la teología de Lucas, como una síntesis de su verdadera teología: ¡no debe desaparecer
de nuestras traducciones!
En la escena de la crucifixión sobresale muy especialmente el diálogo de Jesús con el buen ladrón. Esta
narración de los dos malhechores con Jesús es un desarrollo del versículo de Marcos y Mateo: “también le
injuriaban los que con él estaban crucificados” (Mt 27,44; Mc 15,32). Es uno de los momentos culminantes de la
pasión en nuestro evangelista que refleja muy bien su teología: Jesús está siempre abierto a comunicar la
misericordia divina. Por eso ha sido considerado como el evangelista de la misericordia. Y además, con la
propuesta del “hoy” de la salvación que es también muy determinante en Lucas: “hoy estarás conmigo en el
paraíso”. Tiene ese sentido escatológico inmediato para mostrar que la salvación de Dios no está a la espera del fin
del mundo. Desde la misma muerte estaremos en las manos salvadoras de Dios.

Pero no habría que olvidar las palabras de perdón a los ejecutores, la confianza que Jesús muestra en Dios
en ese momento de la muerte. El evangelista va buscando poner de manifiesto que aquello fue un “espectáculo”
(23,48) para el pueblo, porque es allí donde han visto, con sus ojos, que el Dios salvador se revela no desde el
poder, sino en la debilidad. El malhechor que supo percatarse de ello le pidió la vida, la vida para siempre, y Jesús,
desde su patíbulo de condenación se la ofreció para aquél mismo momento. Es por ello que el pueblo bajo del
Calvario arrepentido.

Como decíamos, pues, se ha logrado con este relato explicar, en una catequesis muy apropiada a su
comunidad, que la Pasión del Señor no es una tragedia, sino el acontecimiento que imprime a la historia la fuerza
necesaria del proyecto salvador para todos los hombres. A la vez, nos explica que Jesús dio a su muerte un sentido
de entrega y de fidelidad a Dios, pero para que Dios fuera siempre el Dios de los hombres.

JUEVES SANTO
El misterio del Amor entregado
Iª Lectura: Éxodo 11,1-8.11-14: Pascua: memoria histórica y espiritual de la liberación de Dios

I.1. La Pascua judía: es el primer mes, el de Abib (marzo-abril; cf. Ex 13.4), llamado también de Nisán (cf. Neh 2,1;
Est 3,7). Pascua del Señor: La fiesta de Pascua, por estar relacionada con la liberación de los israelitas de su
esclavitud en Egipto, es la conmemoración anual más importante para el pueblo hebreo (Lv 23,5; Nm 9,1-5; 28,16;
Dt 16,1-2). En el NT adquiere un significado especial para los cristianos, ya que se interpreta como figura de la obra
redentora de Cristo, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Pascua (heb. pésaj) se asocia con
el verbo pasaj, que significa saltar, pasar por alto o pasar de largo. Cf. v. 27. Estos son algunos de los elementos que
se nos recuerdan en este texto de Ex 12, de una importancia decisiva para la fe de Israel y que tiene sus resonancias
teológicas y espirituales para los cristianos en esta lectura del Jueves Santo.

I.2. La Pascua, antes, era la fiesta de la primavera; propiamente era fiesta de los pastores nómadas que debían
comenzar su nueva peregrinación con los ganados en busca de pastos, y para ello ofrecían sus primicias de ganados
buscando ser protegidos y bendecidos. Por tanto, el sentido de "salir", de "peregrinar" tenía ya un sentido ancestral
que el pueblo de Israel asumirá con la salida y la liberación de Egipto y con la ofrenda de los animales y su sangre
para que fueran protegidos por el "ángel del Señor". La fiesta de los panes sin levadura (v. 17), que duraba siete
días y seguía inmediatamente a la Pascua, llegó a considerarse como parte de ésta (Dt 16,1-8; Cf. Lv 23,6-8; Nm
28,17-25), aunque tenía un sentido distinto y era propio de grupos sedentarizados y no ya nómadas. En Ex 12,1-28
se nos narra la razón por la cual los judíos celebraban la fiesta pascual.

I.3. La narración está compuesta de diferentes relatos, que proceden de tiempos diversos. Se relacionó
estrechamente con la experiencia de fe de la liberación de los hebreos, esclavos en el Egipto: Ex 12,12-13.21-23. Y
ya no se celebró en función de los ganados (ni de las cosechas, en el caso de la fiesta de los campesinos), sino como
conmemoración de la liberación del éxodo. La fiesta comenzaba con la cena pascual y se extendía por siete días, de
acuerdo con la tradición de los ácimos: Ex 12,14-20. Este es el contexto más adecuado para todo lo que se celebra
en las grandes fiestas judías porque ha de coincidir con los últimos momentos de la vida de Jesús y con la última
cena de Jesús, fuera ésta una cena pascual o de despedida de los suyos.

IIª Lectura: 1 Corintios 11, 23-26: Memorial y vida de la última Cena del Señor

II.1. Se suele explicar el contexto de estas palabras o tradición de la "última cena" de Jesús según las divisiones
sociales e indeológicas que alimentaban los grupos de las comunidades de Corinto. El tratado más extenso de la
Cena del Señor lo encontramos en 1Corintios 10 -11. La profunda división de los creyentes corintos dio como
resultado que sus reuniones para la Cena del Señor causaran más daño que bien (11,17-18). Ellos estaban
participando de la Cena de una "manera indigna" (11,27). Evidentemente los ricos, no queriendo comer con las
clases sociales más bajas, venían más temprano a las reuniones y se quedaban en ellas por tanto tiempo que
acababan borrachos. Para empeorar las cosas, al momento que llegaba la clase trabajadora de creyentes,
retrasados por las restricciones del empleo, toda la comida ya se había acabado y ellos regresaban a sus hogares
con hambre (11,21-22). Algunos de los corintios fallaban en reconocer lo sagrado de la Cena, una comida de pacto
(11,23-32). Los abusos eran tan escandalosos que había dejado de ser la Cena del Señor y a cambio se había
convertido en su "propia" cena (11,21). Es así que Pablo pregunta, ¿acaso no tenéis casas donde comer y beber?" Si
el objetivo era simplemente comer su propia comida, eso se hubiera resuelto con una cena en casa. Su egoísmo de
clases y divisiones, cuando no de envidias, traicionó, de manera absoluta, la esencia misma de lo que significaba la
Cena del Señor.

II.2. Sea como fuere, aquí tenemos en Pablo la tradición de las palabras de la última cena, unos de los pocos
testimonios que nos ofrece el apóstol sobre el Jesús histórico, de sus palabras o de sus hechos. Sabemos que esta
tradición está presente en Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,15-20. Pablo y Lucas forman una variante al respecto
de la que forman Mc y Mt., que quizás responde a sus orígenes, la paulino-lucana se conoce como "antioquena" y la
de Mc-Mt como "jerosolimitana". Pero es uno de los momentos decisivos de la vida de la comunidad, de la liturgia y
de la espiritualidad, donde la comunidad "recordando" las última palabras de Jesús experimenta todo su vida
histórica y la fuerza de la vida nueva que ahora nos entrega como Señor resucitado. No es un simple recordatorio
del pasado, sino un verdadero "zikkaron" que actualiza todo un proceso espiritual-salvífico. El ser humano puede
hacer "memoria viva" y con ello logra una presencia real, verdadera, como promesa del mismo Jesús en ese
mandato de "haced esto en memoria mía".

II.3. Por tanto, es un acto memorial por medio del cual el creyente se reafirma en el "pacto", en la "alianza" misma
que Cristo quiso hacer presente en aquella noche en que les entregó a los suyos su vida antes de que se la quitaran
o se la robaran injustamente por un proceso legal según ellos, pero injusto. Los profetas siempre han creado gestos
extraordinarios que van mucho más allá de un significado cerrado. Este pacto une a la Iglesia con Jesús, a todos sus
discípulos; hace a la misma Iglesia, como Pablo quiere recordar en todo el conjunto de 1Cor 10-11. E salgo que
acontece en la celebración litúrgica con la comunidad de fe a través del tiempo y el espacio, y con toda la
humanidad por la cual Cristo murió; ese es el sentido de su entrega, de su muerte de dar la vida y entregarla en el
pan y en la copa de la alianza. En la celebración de la Cena del Señor expresamos la plenitud de nuestra fe, es decir,
dramatizamos el evento decisivo de nuestra fe: ¿Cómo? Afirmando la presencia del Señor en medio de su Iglesia.
Nos unimos como miembros de la familia de Dios alrededor de la mesa comunitaria. Tenemos un momento de
comunión personal con el Señor. Afirmamos nuestra unidad con el cuerpo de Cristo. Proclamamos la victoria final
de Jesucristo como Señor de lo creado y vencedor sobre la muerte. Renovamos nuestro pacto con Dios por medio
de Jesucristo, porque todo lo mejor del ser humano en relación con Dios, debe renovarse continuamente.

III. Evangelio: Juan 13, 1-15: El servidor del amor, ceñido para la lucha

III.1. Juan no nos ofrece la tradición de las palabras de la última cena, pero sí una relato asombroso, un gesto
profético que está lleno de sentido como lo estaba la entrega de su vida en el pan y en la copa de aquella noche
última de su vida. San Juan dice que había llegado su "hora" de pasar de este mundo al Padre. y esa hora no es otra
que la del amor consumado. El lavatorio de los pies tiene toda la dimensión de entrega que la misma acción del pan
partido y repartido y la copa de la alianza nueva. Son dos gestos que pueden perfectamente complementarse. No
sabemos por qué los sinópticos no nos han ofrecido esta tradición, este gesto, ni podemos conocer su origen,
aunque podríamos rastrear algunos aspectos bíblicos que lo llenan todo de un sentido especial, profético y creador.
Es la escena inaugural de la pasión según San Juan, que si bien es la parte más afín a la de los sinópticos, tiene varias
cosas muy diferentes, y una es ésta del lavatorio de los pies. Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre (¡que espléndida teología joánica de la muerte!). Esta muerte, pues, ya no es una tragedia, como lo
es para muchos. sino un triunfo que se apunta desde este comienzo de la pasión joánica.

III.2. Jesús está dispuesto «a pasar de este mundo al Padre» y a vivir «su hora» (v. 1) con la clarividencia de su
libertad divina (¡alta cristología joánica!). Para dar fuerza a su decisión personal inquebrantable, incluso a riesgo de
no ser entendido por sus discípulos, va a poner en práctica una acción simbólica en tres actos, como los antiguos
profetas: despojándose de su manto, ciñéndose un paño (léntion) y lavando los pies a sus discípulos secándoselos
con el paño que se había ceñido. Todo esto se encierra apretadamente en los vv. 4-5. Normalmente se ha dado
relevancia casi exclusivamente al lavatorio de los pies, porque además de ser el acto más humillante, culmina de
forma escandalosa esta narración. Pero los otros signos no están ahí como adorno estético, sino que merecen
nuestra atención, porque de lo contrario, la narración simbólica quedaría empobrecida. Juan quiere decirnos algo
mucho más profundo cuando nos ofrece el dato de que Jesús «se ciñó un paño» (léntion) y cuando les seca los pies
con el paño que se había ceñido (kai ekmássein tô lentíô ô ên diezôsménos). Como acción simbólica de la muerte
que se quería significar hubiera bastado con que se hablara exclusivamente de que Jesús fue lavando los pies de sus
discípulos uno a uno. Sin embargo, ¿por qué se vuelve a insistir en el léntion con que se había ceñido? Tampoco era
necesario repetir esto cuando hubiera bastado con decir que se los fue secando, puesto que se supone que se los
tenía que haber secado con un paño o toalla. Pero se vuelve a hablar del ceñimiento en el v. 5 en correspondencia
con la acción del v. 4 entre las cuales se encierra el lavatorio. Si estamos ante una narración simbólica de carácter
profético, entonces debemos desentrañar todas las acciones significantes. Y, sin duda, la acción de ceñirse es mucho
más significante de lo que aparece a primera vista, aunque hasta ahora apenas se haya hecho notar.

III.3. La hora de Jesús, que es la hora del amor consumado, exige una lucha, una guerra con los que le quieren
imponer el destino ciego del odio. Jesús no está dispuesto a que nadie le imponga su muerte, sino que es El quien
impone su hora como voluntad y proyecto de Dios. El Padre se lo ha entregado todo en sus manos (v. 3) y no es
posible que nadie se lo arrebate, porque la suya no es una muerte más, un asesinato de tantos como impone el odio
sobre el mundo, sino que es la muerte soteriológica por excelencia. No vienen las cosas como si se tratara de una
simple condena legal, como después aparecerá ante el juicio del prefecto romano (Jn 19,7). Jesús, ciñéndose como
los antiguos guerreros, debe ganar la batalla de la muerte; he ahí la paradoja, pero de la muerte redentora. Jesús no
lucha para no morir, sino para que su muerte tenga sentido y no sea ciega y absurda como la muerte que da el
mundo.

III.4. Si, como parece la mejor explicación, el lavatorio de los pies es una acción simbólica de la muerte de Jesús,
entonces vemos cómo el Maestro se entrega a ellos, cuando deberían ser los discípulos los que deberían estar
dispuestos a dar la vida por el maestro, como ocurre en las mentalidades pedagógicas de entonces, incluso de los
fariseos. De ahí que en los vv. 6-11 se nos quiera explicar que Pedro no pueda entender que Jesús dé su vida por los
suyos; sólo lo entenderá después (v. 7), tras la muerte y la resurrección. De ahí que podamos optar porque los vv.
6-10 representan la interpretación más antigua y acertada del lavatorio de los pies, según el recurso estilístico de
las falsas interpretaciones joánicas. Esta debería ser la interpretación del diálogo entre Jesús y Pedro: «hay que
aceptar la muerte de Jesús como una muerte salvífica». La interpretación posterior de un acto de humildad no es
desacertada, porque en realidad la muerte de Jesús a los ojos del mundo es una humillación, un acto de humildad y
un servicio de esclavo que hace el Hijo de Dios a los hombres. Pero la significación inmediata es la libertad de Jesús
de morir por nosotros, tal como se pone de manifiesto en el lavatorio de los pies a sus discípulos, y para eso
también era necesario que él se ciñera, porque era una guerra contra lo proyectado por el mundo. Por consiguiente,
los tres gestos van unidos los unos a los otros, dando como resultado una acción profético-simbólica perfecta
recogida en la narración de los vv. 4-5.

III.5. Es así como el lavatorio de los pies adquiere esa dimensión tan particular que representa su muerte, como
signo del amor consumado a sus discípulos. Diríamos que Jesús se ciñe para no morir odiando, sino amando. Esta
es la guerra, como hemos dicho, entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el del mundo. Jesús va hacia
su propia muerte, representada prolépticamente (adelantada proféticamenmte) en el lavatorio de los pies,
luchando, ceñido con el cinturón de la paz. Va a morir por todos, por eso lava también los pies a Judas que está
sentado a la mesa. Y Jesús les seca los pies con el paño ceñido, sin quitarlo, porque muere luchando; no le han
impuesto la muerte desde fuera según la visión joánica. Ese cinturón no volverá a quitarlo, es una imagen más,
como deja traslucir Jn 13,12, en el sentido de que lo llevará hasta el momento de la cruz en que se cumple real y
teológicamente su hora (cf. Jn 7,30; 8,20), que es también la hora de la glorificación (cf. Jn 12,23). Jesús, pues, se
ciñe para su muerte, para su hora, porque en su muerte está la victoria divina sobre el odio del mundo. En su
muerte está su glorificación, porque no es una muerte absurda, sino que se la ha impuesto el mismo Jesús como
una consecuencia de su vida entregada al amor de este mundo. Este mundo no deja que viva el amor. Jesús también
va a ser sacrificado por el mundo, como tantos hombres, pero no dejará que le arrebaten el amor con que ha
actuado en su vida. Por eso se ciñe antes del lavatorio de los pies que representa su muerte soteriológica. Toda esta
explicación se deduce por haber optado en el ceñimiento de Jesús por la tradición del cinturón de la lucha, y de
haber leído todo ello en la clave de Jn 13,1-3. Es posible que a algunos les parezca una exégesis rebuscada, pero se
debe considerar que estamos ante uno de los relatos más simbólicos de todo el evangelio de Juan, que ya de por sí
es bastante simbólico. Además, los gestos proféticos dan pie para ello y son ciertamente inagotables en algunos
aspectos. En Juan siempre nos encontramos con posibilidades insospechadas. Con ello no ponemos en duda,
aunque tampoco tratamos de excedernos, la tradición histórica recogida en Jn 13,4-5 sobre el lavatorio de los pies.
VIERNES SANTO
EL TRONO DIVINO DE LA CRUZ

Iª Lectura: Isaías (52,13-53,12): El Siervo de Yahvé

I.1. El cuarto Canto del Siervo de Yahvé inaugura la liturgia del Viernes Santo. No podía ser de otra manera
porque los cristianos encontraron en estos Cantos toda la fuerza y el apoyo teológico y espiritual para poder
asumir en consecuencia la pasión y muerte del Maestro. Durante los días previos se han leído en la eucaristía,
como preparación a este momento y a este día incomparable, los otros tres (Is 42,1-7; 49,1-6; 50,4-9). Pero
como se reconoce, a nivel literario y teológico, éste del Viernes Santo es el más completo y decisivo en todos los
sentidos. Si en el judaísmo estos cantos no podían ser considerados "mesiánicos" a causa del sufrimiento del
"siervo", es por ello por lo que los cristianos encontraron una vía libre para deducir todo aquello que podía
explicar que el crucificado sí y por qué era el Mesías de Dios. Sabemos que lectura o relectura hermenéutica
rastrea la reserva de sentido del texto, es decir, el sentido que -gracias a la polisemia (la pluralidad de
significados) de los textos y de los acontecimientos que éstos relatan- está en los textos, pero sólo sale a luz
cuando se los lee desde una perspectiva diferente.

II.1. Este es el caso de los Cantos del Siervo. Se puede tener en consideración que no siempre han tenido el
mismo significado. Durante el exilio en Babilonia, cuando probablemente los Cantos fueron escritos, el "Siervo"
era el grupo de judíos exiliados. Posteriormente, en la época en que Jerusalén estaba bajo el dominio griego, el
"Siervo" era el pueblo judío oprimido en su propia tierra. Pero nuestro cuarto Cantico, ya apunta a una persona
fiel, que es justo, entregado… Los primeros cristianos identificaron al "Siervo" con Jesús que llevará el peso de
la vida del pueblo que nace de la Pascua. Porque toda lectura es una producción de sentido. Quizás no se pueda
a afirmar que exista una lectura neutral; ni siquiera una traducción es neutral. La condición para que una
relectura sea válida como Palabra de Dios es que esté en consonancia con la totalidad de la Biblia y con la
personalidad de Dios. Por lo tanto, las únicas relecturas válidas son las que hacen del texto un mensaje de
salvación, liberación y amor, porque así es el mensaje de la Biblia como un todo y porque "Dios es amor" (1 Jn 4,
8), y es también Salvador y liberador.

IIª Lectura: Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9: El sacerdocio solidario de Cristo con sus hermanos

II.1. La combinación de dos textos cercanos de Hebreos en esta lectura sobre el Sumo Sacerdote, Jesús, es quizás
muy apropiada hoy, Viernes Santo, aunque podría leerse todo el conjunto en el que sobresale un aspecto
imprescindible: que el sacerdote no es solamente aquél que pueda estar muy cerca de Dios, sino también muy
cerca de sus hermanos los hombres. Esto es lo que se quiere resaltar en nuestro texto. Necesitamos que alguien
nos acerque a Dios (y el autor de Hebreos lo resalta muy bien), pero no puede estar muy alejado de nosotros.
Esta es una de las novedades más sobresalientes de la teología del sacerdocio de Jesús en la carta. La
solidaridad con sus hermanos los hombres es más importante de lo que podemos imaginarnos; hace al
sacerdocio de Jesús (que no era realmente de familia sacerdotal) mucho más humano para comprender qué es
lo que debía poner delante de Dios. No incienso, ni sacrificios, sino el sufrimiento de la humanidad en su propio
sufrimiento.

II.2. La semejanza de Cristo con sus hermanos comprenden todas las flaquezas, excepto, el pecado. No podía ser
de otra manera que se hiciera una afirmación cristológica de este tenor. Estar en todo con sus hermanos, menos
en el pecado… quiere decir mucho. Ha sido tentado como nosotros, ha pasado por la prueba, pero no se ha
apartado de Dios, que esa es la raíz del pecado y también de que sea considerado "sacerdote" capaz de estar con
Dios y entrar en lo más profundo del santuario celeste. Esta teología de un sacerdote humano, misericordioso,
es de una relevancia teológica sin parangón. ¿Por qué? Porque se quiere resaltar que ha sido tomado de entre
los hombres. Aunque sabemos que ese sacerdote, o sumo sacerdote incluso, es el Hijo, como se pone en claro al
comienzo de la carta a los Hebreos, se quiere resaltar ahora su humanidad. El autor no puede entender el
sacerdocio de Cristo sin poner en primer plano esa humanidad de Cristo, del Hijo, que veces se oculta en
manifestaciones o propuestas cristológicas de tendencia monofisita. Así, desde lo más humano, desde la prueba
y el dolor, puede entender mejor el dolor de los suyos.

Juan 18, 1-19,42: Pasión y Glorificación según San Juan


Hoy, el relato de la pasión según San Juan, es la gran meditación teológica del Viernes Santo. Habría que
hacer comprender a la asamblea la grandeza de este relato joánico.
El relato de la pasión es sin duda la parte de la historia de Jesús en la que el evangelio de Juan presenta más
semejanzas con los otros tres evangelios sinópticos. Pero basta una lectura detenida para darse cuenta de que las
diferencias entre ellos son también muy notables; tanto es así que no podríamos decir que lo que Juan ha tenido
como inspiración para confeccionar su maravilloso texto de la pasión, es, simplemente, el esquema de las escenas
fundamentales: la oración en el "jardín" (18,1-11); Jesús ante Anás (18,12-27); Jesús ante Pilato (18,28-19,26); la
exaltación de la crucifixión (19,16b-37) y el entierro glorioso en el "jardín" (19,38-41). Pero todo ello lo trata a su
modo y manera, con un ritmo, una dramaturgia, una simbología y una teología fuera de lo común.
En primer lugar, ciertos episodios significativos que aparecen en los sinópticos son omitidos por el cuarto
evangelio. Debemos destacar en ese caso la agonía de Jesús en Getsemaní (cf Jn 12,27, en que no se pasa por el
trance de agonía) y el juicio ante el Sanedrín por parte de las autoridades judías, al que el evangelista le otorga una
importancia secundaria, si no fuera porque ciertos acontecimientos como la negación y el llanto de Pedro tienen un
sentido real y profundo. Es de notar que algunas escenas de los sinópticos han sido profundamente modificadas.
Así, por ejemplo, en el prendimiento destaca la autoridad y la majestad con la que Jesús se enfrenta a los que vienen
a detenerle con una afirmación rotunda: "yo soy", para dar a entender que desde ese momento Jesús es quien se
revela manifiestamente y en que la pasión no se escapa a su voluntad de vivir con plena voluntad los
acontecimientos que se han de suceder; incluso, en esa escena, se permite liberar a sus discípulos, poniendo él su
vida por delate, para que sobre ellos no recaiga acusación alguna. El juicio ante Pilato (18,28ss), el prefecto romano,
es presentado de una forma absolutamente original, para mostrar que quien está juzgando a los acusadores judíos
y al mismo prefecto, es Jesús; aunque sea presentado como un "ecce homo" es verdaderamente el juez de esta
situación injusta.
Es verdad, por otra parte, que algunos datos se han valorado muy puntualmente como el que Jesús fuera
condenado y muriera antes de la fiesta de la Pascua (en la parasceve, cuando se sacrificaban los corderos, aunque
esto no esté desprovisto de simbolismo en Juan), como sin duda hubo de suceder, ya que es casi imposible que en la
noche de la celebración de la cena de Pascua se pudiera reunir el Sanedrín y que la condena se llevara a cabo en el
día más grande de la fiesta judía. Esto iría contra toda lógica por parte del Sanedrín (¿cómo podrían abandonar a
sus familias en aquella cena memorable para una reunión?) y del mismo Pilato que tenía que velar porque no se
produjeran disturbios en la ciudad Santa.

Adentrarse en la pasión de Jesús con ojos nuevos

No podemos arriesgarnos a hacer una valoración histórica de los momentos de la pasión en Juan. Los
hechos están ahí, pero la exactitud de los mismos no es lo que prima en un relato tan simbólico y teológico a la vez.
La dureza de la pasión, es decir, del juicio, la condena, la crucifixión y la muerte no pierde su ímpetu, pero en Juan la
pasión no está concebida sino desde la "gloria". Porque esta es la "hora" (13,1) de pasar de este mundo al Padre. Si
no es así, no entenderíamos lo que se nos presenta en este Viernes Santo. Porque esta Pasión joánica no está
concebida para llorar, sino para adentrarse en la melodía de lo inaudito y maravilloso, como sin duda logra a su
modo y manera Bach con su poema sinfónico. Para eso utiliza un riquísimo simbolismo que es necesario descifrar e
interpretar. Aunque el evangelio de Juan y los sinópticos hablen de los mismos hechos, Juan los contempla desde
una perspectiva diferente. Los mira con ojos nuevos.
Una de las cosas que más llama la atención en su relato es que Jesús es plenamente consciente de lo que se
le viene encima y sabe siempre aquello que va a ocurrir (Jn 18,4). Es Él quien domina en todo momento la
situación. Nada le pilla por sorpresa. No son los acontecimientos los que deciden el destino de Jesús. Es Jesús quien
maneja los hilos de la acción. No hay sitio para la improvisación. Todo sucede para que se cumpla lo que estaba
planeado de antemano y Él había anunciado con anterioridad (Jn 18,9.32).
Se diría que el calendario de la pasión está fijado con mucha antelación. Desde el principio del evangelio se
habla de la "hora" de Jesús como de algo que tendrá lugar en el momento oportuno (Jn 2,4). Es la hora de la muerte,
que pende sobre su cabeza como una sentencia inapelable. Pero mientras llega, Jesús estará a salvo y nadie se
atreverá a hacerle mal (Jn 7,30; 8,20). No son los hombres los que fijan los plazos para ejecutar esa sentencia.
Precisamente por eso, sorprende aún más la inquebrantable decisión de Jesús de llegar hasta el final. Todo se
explica si caemos en la cuenta de que la libertad con la que se entrega a la pasión es fruto de su obediencia al Padre.
Jesús no quiere otra cosa sino hacer la voluntad del que le ha enviado. Esa voluntad, que Él conoce perfectamente
porque está unido a Dios, pasa misteriosamente por la cruz. Por eso Jesús acepta beber la copa que el Padre le ha
preparado (Jn 18,11). La actitud de Jesús ante su muerte no es la de una víctima resignada frente a la fatalidad, sino
la de quien acepta con plena libertad un destino plenamente asumido por amor (Jn 13,1).
En la "Pasión según San Juan", todo está envuelto en un clima de serenidad. La solemnidad se explica si
caemos en la cuenta de que la libertad con la que se entrega a la pasión es fruto de su obediencia al Padre con la
que se suceden los acontecimientos no parece cuadrar con el dramatismo de la situación. En general, podemos
afirmar que el cuarto evangelio ha suavizado los aspectos más angustiosos o vergonzosos del relato. Pero, aunque
se resalte la divinidad de Jesús, eso no significa que no se tome en serio su muerte o que su verdadera humanidad
se ponga en duda.
Al contrario, seguramente no hay otro evangelio que se esfuerce tanto en mostrar que Jesús murió
realmente, a pesar de ser el Hijo de Dios. De todas maneras, lo que está en primer plano no es la tragedia humana
que supone el fin de la vida, sino el don libre y plenamente consciente que hace Jesús de la suya. Su grito final en la
cruz no demuestra sentimiento de desamparo, como en Marcos o Mateo (Mt 27,46; Mc 15,34), sino la convicción
plena de haber cumplido totalmente la voluntad del Padre.

Pasión y Gloria

La muerte de Jesús no significa el fracaso de su misión. Es la demostración de que la obra de la salvación ha


sido plenamente realizada. Es el signo de su victoria. Por eso, el autor del cuarto evangelio quiere mostrar con toda
claridad que el Crucificado es también el Glorificado (Jn 13,31-32; 17,1). Que la elevación de Jesús en la cruz revela
su exaltación definitiva al lado del Padre (Jn 8,28).
La hora de la pasión es al mismo tiempo la hora de la glorificación (Jn 12,23; 17,1-5). Es la hora en la que
Jesús abandona voluntariamente este mundo para volver al Padre que le había enviado (Jn 13,1). Es la hora en la
que va a revelarse la fecundidad de su entrega; la hora del triunfo definitivo sobre la muerte.
Como un experto dramaturgo, el autor del cuarto evangelio ha sabido superponer magistralmente los
planos y combinar escenas que en otros escritos del Nuevo Testamento aparecen separadas en el tiempo.
Anticipando los acontecimientos, ha logrado que el Jesús crucificado sea a la vez contemplado como el Cristo
resucitado que entrega el Espíritu. Por eso la cruz ya no es vista como un patíbulo, sino como un trono desde el que
Jesús reina (Jn 19,19). Desde esta situación aparentemente vergonzosa, pero realmente gloriosa para los que miran
con los ojos de la fe, Jesús atrae hacia sí a todos los que creen en Él y les comunica la vida eterna simbolizada en el
río de agua y sangre que brota de su costado abierto (Jn 3,14-15; 12,32-34). El Traspasado no es un hombre
derrotado, sino el Cordero de la Nueva Pascua cuya muerte nos ha abierto definitivamente el camino de la
liberación.
Por eso, la cruz de Jesús no es contemplada en Juan como el lugar donde se rompen todas las esperanzas,
como un escándalo insuperable para la fe, sino más bien como el escenario donde se demuestra el amor ilimitado
de Jesús por cada uno de nosotros (Jn 15,13). Un amor que, en definitiva, revela el amor del Padre que es capaz de
entregar a la muerte a su propio Hijo con tal de que nosotros lleguemos a disfrutar de la vida que no se acaba (Jn
3,16).

Entierro de "un rey" en el jardín de la vida


En este sentido también podemos ver como el "entierro" de Jesús es un apoteosis glorioso (19,38-42).
Partimos del hecho que este evangelio rezuma una alta cristología y es el que ha querido ofrecer a la
humanidad una lectura nueva de aquello que estaba sucediendo “en la preparación” (parasceve) de la Pascua
judía. Es el único evangelista que afirma que Jesús murió antes de la Pascua, no porque quiera desafiar una
cronología que hoy es debate de expertos y biblistas, sino porque entiende que la Pascua ya comienza en la
Cruz y para ello organiza una ekklesía en el mismo Calvario, hasta el sepulcro, con la disposición de José de
Arimatea y Nicodemo, los dos discípulos secretos de Jesús.
Pero hay otro discípulo presente en la escena, misteriosamente presente, porque es el que testifica todo
esto dándole un alcance sin precedentes. En realidad no habría que desviarse de lo teológico para definir al
personaje. No se descubre su nombre en todo el evangelio de Juan, es simplemente “el discípulo amado”. A este
misterioso personaje le confía el Crucificado a su madre…; después viene la muerte de Jesús, una muerte
presentada de manera distinta a los sinópticos; lejos queda una presentación apocalíptica y dramática de la
misma y todo se resuelve en esas palabras llenas de grandeza y triunfo del “consummatum est” (tetélestais) “e
inclinando la cabeza entregó su espíritu”. Ni siquiera la respuesta maliciosa del vinagre al “tengo sed” de Jesús
ha podido cargar de negrura o dramatismo esa muerte ignominiosa. La verdad es que no entenderíamos el final
del c. 19 (vv. 38-42) de Juan, sin tener en cuenta la totalidad del capítulo. Por lo mismo, el "entierro" no se
explica solamente por la procesión final al sepulcro, sino que exige contemplar este episodio final desde el
mismo momento de la crucifixión. La Crucifixión y muerte de Jesús en el Gólgota (que se describe en ese c. 19)
es la misma de los sinópticos, pero muy distinta en muchos aspectos significativos: el camino hacia el Gólgota a
penas se insinúa; pero después se resalta con fuerza la imposibilidad de dividir su túnica, el diálogo con el
discípulo amado y la entrega de su madre a ese discípulo misterioso con el que nos podemos identificar cada
uno, el “tengo sed” y el “todo está consumado”, la lanzada y el manar de sangre y agua…

Porque el autor (o los autores) del evangelio de Juan están contemplando la Pascua en la muerte de
Jesús, sencillamente porque la lectura que hacen de todo el misterio del Calvario se explica desde la gloria,
desde la hora de Jesús, que no es otra que “la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13,1). Ese personaje, el
discípulo amado, es un testigo especial de entonces y de todos los tiempos, que es cada cristiano o cristiana que
se llega al Calvario para sentirse salvado y redimido. Por eso hablábamos antes de esa ekklesía que el
evangelista nos quiere describir en esos acontecimientos. No de otra manera se explica que la escena de la
lanzada (Jn 19,34) está cargada de misterio e insinúa algo eclesial: de su costado manó sangre y agua. Ya desde
San Juan Crisóstomo se ha visto aquí el origen de esos dos sacramentos eclesiales por excelencia: el bautismo y
la eucaristía, que son los que fundamentan una comunidad eclesial. Y muchos exégetas modernos siguen
valorando con fuerza esa significación que los Santos Padres (más simbólicos que históricos a la hora de leer
estos relatos) siempre defendieron.

Y desde esta lectura eclesial podemos entender muy bien la “procesión” al sepulcro. Están las mujeres,
la “madre de Jesús”, la mujer que está a los pies de la cruz. Ya sabemos que es el único evangelista que se
permite este dato a diferencia de los sinópticos. En realidad estaba citada a la cruz desde el primer signo, el de
Canán (Jn 2,4), para cuando llegara su hora verdadera. Porque en las perspectivas simbólicas y teológicas de
este evangelio no podía ser de otra manera. Ella tenía que formar parte de esa ekklesía del Calvario, ya que allí
nace una nueva comunidad y ella, que le había dado a luz, debía ser también “madre” de nuevo pueblo, de la
Iglesia de la Pascua. Están las Marías, Magdalena y la de Cleofás… porque a diferencia de lo que sucedía en el
judaísmo, la mujer es decisiva e imprescindible en la nueva comunidad en la Iglesia, como de hecho podemos
ver que sucedió en el cristianismo primitivo. Y están allí desde el principio, en la “hora” de Jesús; no llegan a
última hora. Al contrario, algunos discípulos, incluso de los Doce, llegaron tarde a esa hora de Jesús, porque lo
abandonaron y algunos, incluso, marcharon a Galilea. Las mujeres no, las mujeres son discípulas desde la
primera hora sin abandonarlo en el monte de la muerte.

Y están esos discípulos secretos -como secreto es el “discípulo amado”-, José de Arimatea y Nicodemo.
No son discípulos de renombre, aunque puedan ser personajes del judaísmo… Sabemos que históricamente
estos ciudadanos de Jerusalén no habían podido escuchar a Jesús como los Doce y otros discípulos de Galilea,
pero respondieron con la dignidad y la grandeza de los que no aceptan una muerte injusta (aunque las
autoridades la refrendaran con la Ley en la mano: nosotros tenemos una ley… y se tiene por Hijo de Dios, Jn 19,7)
y no querían que Jesús fuera devorado por las aves carroñeras… Había muerto en la cruz quien tenía palabras
de vida, quien daba luz a los ciegos… El dramatismo de la muerte y no de cualquier muerte, sino la “mors
turpissima crucis”, se convierte en el Calvario, para el evangelista y para estos personajes, en esa procesión
Pascual.

El dato de que era la “Parasceve”, la preparación de las Pascua tiene también su significación: la muerte
de Jesús hizo de aquél año (muy probablemente el 30, en el mes de Nisán = Abril) algo distinto para el mundo.
Aquel día la Pascua nueva comenzó en el Calvario. Por ello, el texto afirma con una precisión teológica
indiscutible, porque históricamente no sería sostenible: “en el lugar donde había sido crucificado había un jardín
(kêpos)”. Es el único evangelista que habla de esta manera ¿Cómo es posible que hubiera un jardín en el lugar
de la crucifixión? ¡No! Era un lugar desolado, pisoteado y maldito para los crucificados que los romanos
exponían a escarnio y las burlas de la gente, a la salida de la puerta de Efraín. Es, por el contrario, la estética
teológica y pascual lo que aquí resuena con fuerza. La reflexión piadosa y la fuerza de la fe han hecho del lugar
de la muerte de Jesús, del Calvario, del Gólgota, un hermoso jardín de la vida. Mucho antes de que Constantino,
por deseo de su madre Elena, acotara aquél montículo de piedra para la construcción de la Basílica del Santo
Sepulcro y de la Anástasis (s. IV), ya lo había hecho la comunidad joánica (s. I), con este texto tan inspirado: se
quiere unir la muerte y la resurrección desde este momento inicial, ya que la fe cristiana no puede dar valor a la
muerte sin la fuerza de la resurrección. Y también se habla de un “sepulcro nuevo”, porque es el sepulcro para
la vida nueva y está allí a los pies de la cruz. Por ello, también es muy elocuente y significativo que la aparición a
María Magdalena en Jn 20,11ss insista en que ésta confunde al Resucitado con el “jardinero” de aquél jardín
divino de la vida resucitada.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Creer en la Resurrección es confiar en el Dios que da vida

Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva
historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo,
porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana
adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se
revela en nuestra propia resurrección.

1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección

I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42),
una familia pagana (“temerosos de Dios”, simpatizantes del judaísmo, pero no “prosélitos”, porque no llegaban a
aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el
proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el
“Pentecostés pagano”, a diferencia de lo que se cuenta en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el
mundo de entonces.

I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra
en una visión (Hch 10,1-33), tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es
“divina”, del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.

I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos
con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro
y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este
relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de
romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su
fe, como sucedió con los “helenistas”. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en
práctica.

I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la
novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.

I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad
con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la
muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos “conviven” con él, en
referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía
donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.

I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.
Al prinicpio, los apóstoles solamente tenían como “palabra” radical este anuncio ante el mundo. La fuerza de
este mensaje, poco a poco cambió el mundo.

2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo

II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal,
que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en
nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia.

II.2. El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de
la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida
de Cristo y estamos en la estela de su futuro.

II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo
compuesto de gran expresividad en las teología paulina “syn-ergeirô”= “resucitar con”. Es decir, la resurrección
de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos
siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el
principal la resurrección como vida nueva, debe adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como
resucitados en medio de las miserias de este mundo.

II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante
este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que
encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en
Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente
para el final de los tiempos.

II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone
una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y
transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo
histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el
único que puede hacernos eternos.

III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero

III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a
María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el
asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida
para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25).
María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso,
por el simbolismo de ofrecer una primacía al “discípulo amado” y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá
en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a
Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y
personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

III.2. La figura simbólica y fascinante del “discípulo amado”, es verdaderamente clave en la teología del cuarto
evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante
todo, “discípulo”, y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como
suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el
Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que
ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de
otra manera absolutamente distinta y renovada.

III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la
búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad
teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería
ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha
destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No
solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en
una vida nueva para cada uno de nosotros.

III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en
nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido
todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí
nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida
verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una
fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la
resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha
sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

IIº DOMINGO DE PASCUA


La fe en la Resurrección no es puro personalismo

Iª Lectura: Hechos (5,11-16): La Resurrección crea comunión de vida


I.1. La primera lectura está tomada de Hechos 5,12-16 que es uno de los famosos sumarios, es decir, una
síntesis muy intencionada de la vida de la comunidad que el autor de los Hechos, Lucas, ofrece de vez en cuando
en los primeros capítulos de su narración (ver también Hch 2,42-47). ¿Qué pretende? Ofrecer un ideal de la
vida de la comunidad primitiva para proponerlo a su comunidad (quizá en Corinto, quizá en Éfeso) como
modelo de la verdadera Iglesia de Jesucristo que nace de la Resurrección y del Espíritu.

I.2 En este segundo domingo de Pascua, la lectura de los Hechos es uno de los resúmenes ideales de la iglesia
primitiva, tal como la ve Lucas en su obra. La resurrección de Jesús es determinante para recomponer el grupo de
los discípulos que se habían dispersado tras su muerte. Es el resumen que expresa, quizás, los elementos menos
significativos de la vida auténtica de los discípulos (no habían recibido aún el nombre de cristianos), que todavía
acudían al templo a orar porque no se habían separado del judaísmo, pero poco a poco se va viendo que
adquirirán una identidad nueva. Se la da precisamente el Señor. Lo importante es que por ellos, muchos “se
adherían al Señor” con el significado de que el testimonio de los apóstoles sigue polarizado en la resurrección de
Jesús. Y de alguna manera comienzan a hacer aquellas cosas extraordinarias que hizo Jesús en su vida.

IIª Lectura: Apocalipsis (1,9-19): Liturgia de Resurrección

II.1. La lectura de Apocalipsis es como una liturgia celestial que presencia Juan, el vidente-profeta de Patmos, en
el día del Señor, en domingo, cuando se celebra la resurrección. Porque esa experiencia de la que habla el profeta
es precisamente una experiencia de resurrección en la Eucaristía, el momento más determinante para que el
Señor se haga presente en su comunidad. Así es como comenzaron los primeros cristianos a "experimentar" que
el crucificado era el Viviente. Su muerte era la victoria de la vida verdadera.

II.2. En medio de los símbolos judíos, como el candelabro de los siete brazos, signo de plenitud luminosa, el Señor
habla a los suyos, les habla de vida, de la vida que ha recibido y que quiere comunicar a las comunidades a las que
debe escribir el autor de esta obra tan extraña de la literatura cristiana, que tiene sus antecedentes en la literatura
judía de este tipo. Todas las comunidades del mundo entero, en el día del Señor, nos unimos en ese misterio de
vida y resurrección, como las siete iglesias del Apocalipsis.

IIIª Lectura (Jn 20,19-31): ¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba

III.1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25
sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en
ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de
Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por
miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de
oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La
“verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se
propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural
distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.

III.2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida
nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un
mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y
testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se
reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa
esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la
resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades
a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de
una vuelta a esta vida. Algunos todavía la quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe
tenga sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante que debe tener una cierta racionalidad
(fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los
Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su
soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les
hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder
comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el
personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita
y salva.

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades,
desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora
tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología;
concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos
que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender
nada, ni creer nada.

III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del
Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la
vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado
a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja
de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el
Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

TERCER DOMINGO DE PASCUA


La Resurrección desde la experiencia del amor

Iª Lectura: Hechos (5,27-32.40-41): Testigos: El Espíritu y la Comunidad

I.1. La primera lectura nos presenta el discurso de defensa que Pedro hace ante el Sanedrín judío, que ha
comenzado a perseguir a los primeros cristianos, después que los saduceos y las clases sacerdotales (los
verdaderos responsables también de la condena de Jesús) se han percatado de que lo que el Nazareno trajo al
pueblo no lo habían logrado hacer desaparecer con su muerte. Los discípulos, que comenzaron tímidamente a
anunciar el evangelio, van perdiendo el miedo y están dispuestos a dar razón de su fe y de su nuevo modo de vida.
Fueron encarcelados y lograron su libertad misteriosamente.

I.2. Para dar razón de su fe, de nuevo, recurren al kerygma que anuncia con valentía la muerte y la resurrección de
Jesús, con las consecuencias que ello supone para los responsables judíos que quisieron oponerse a los planes de
Dios. La resurrección, pues, no es ya solamente que Jesús ha resucitado y ha sido constituido Salvador de los
hombres, sino que “implica” también que su causa continúa adelante por medio de sus discípulos que van
comprendiendo mucho mejor lo que el Maestro les enseñó. Esta es una expresión que ha marcado algunas de las
interpretaciones sobre el acontecimiento y que no ha sido admitida. Pero en realidad se debe tomar en
consideración.

I.3. No podemos centrarnos solamente en el “hecho” de la resurrección en la persona de Jesús, sino que también
debemos considerar que la resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de sus discípulos. Y esto es muy
importante igualmente, ya que sin ello, si bien se proclame muchas veces que “Jesús ha sido resucitado” no se
hubiera ido muy lejos. Es decir, la resurrección de Jesús también da una identidad definitiva a la comunidad
cristiana. Ahora la causa de Jesús les apasiona, les fascina, y logran dar un sentido a su vida, que es,
fundamentalmente, “anunciar el evangelio”.

IIª Lectura: Apocalipsis (5,11-14): Liturgia pascual en el cielo

II.1. La segunda lectura nos narra una segunda visión del iluminado de Patmos, en la que se adentra en el
santuario celeste (una forma de hablar de una experiencia intensa de lo divino y de la salvación) donde está Dios y
donde aparece una figura clave del Apocalipsis: el cordero degollado, que es el Señor crucificado, aunque ya
resucitado. Con él estaba toda la plenitud de la vida y del poder divino, como lo muestra el número siete: siete
cuernos y siete espíritus.

II.2. La visión, pues, es la liturgia cósmica (en realidad todo el libro del Apocalipsis es una liturgia) del misterio
pascual, la celebración y aclamación del misterio de la muerte y resurrección del Señor. Toda la liturgia cristiana
celebra ese misterio pascual y por medio de la liturgia los hombres nos trasladamos a aquello que no se puede
expresar más que en símbolos. Pero para celebrar y vivir lo que se ha hecho por nosotros.

Evangelio: Juan (21,1-19): La Resurrección, experiencia de amor

III.1. El evangelio de este domingo, como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya
estaba terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo estilo, lenguaje y las
mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al
que les obligó a volver a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una forma de
resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el momento de la Pasión. Es muy importante
que el “discípulo amado”, prototipo del seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de
Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe escapar, porque como muchos
especialistas leen e interpretan, no se trata de una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura
prototipo de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este escrito maravilloso.

III.2. Pedro, al contrario que en la Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había
oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito para reivindicar a Pedro; es el gran
protagonista, hasta el punto de que él sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo
está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” (v. 7) el
que delata o revela la situación. Si antes se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el
discípulo amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una palabra de fe y de confianza. Es
el que señala el camino, el que descubre que “es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.

III.3. El relato nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de
Emaús. Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por eso no se les ocurrió
preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo
tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los hombres.
También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una simbología muy determinada: la cena, la
eucaristía, aunque aquí parezca que es una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor
resucitado. Probablemente el relato de Lc 24 está más conseguido a nivel literario y teológico. En todo caso los
discípulos descubrieron al Señor como el resucitado por ciertos signos que habían compartido con El.

III.4. Todo lo anterior, pues, prepara el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su
fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Pedro, pues,
se nos presenta como el primero, pero entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la
experiencia base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el juego encadenado entre
los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos) han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo,
estas tres interpelaciones a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión (Jn
18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea. Sus negaciones, sus miserias, su debilidad,
no impiden que pueda ser el guía de la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el
evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su pasado, sus negaciones. En
realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la
resurrección, porque en Tiberíades, quien se hace presente con sus signos y pidiendo amor y dando amor, es el
Señor resucitado.

CUARTO DOMINGO DE PASCUA


El Buen Pastor es quien da la vida

Iª Lectura: Hechos (13,43-52): La gracia de Dios es para todos los hombres

I.1. La primera lectura de este cuarto domingo de Pascua es la consecuencia de otro discurso axial, kerygmático,
de los que aparecen frecuentemente en el libro de los Hechos. Pero esta vez es Pablo su artífice y ante un auditorio
judío, si bien con presencia de paganos que se habían hecho prosélitos o temerosos de Dios. Ya se han roto las
barreras fundamentales entre cristianismo y judaísmo. Los seguidores de Jesús han recibido un nombre nuevo, el
de “cristianos”, en la gran ciudad de Antioquía de Siria, y esta comunidad ha delegado a Bernabé y Pablo para
anunciar el evangelio entre los paganos. Es una opción muy determinada y determinante de dicha comunidad.
I.2. Todavía son tímidas estas iniciativas, pero resultarán concluyentes. Ahora, en la otra Antioquía, en la de
Pisidia, se nos ofrece un discurso típico (independientemente del de Pedro en casa de Cornelio, c. 10). El sábado
siguiente, el número de paganos directos se acrecienta, y los judíos de la ciudad no lo podrán soportar. Sobre el
texto de Is 49,6 se justifica que los cristianos proclamen el evangelio de la vida a aquellos que la buscan con
sincero corazón. El evangelio es ese juicio crítico contra nuestras posturas enquistadas en privilegios que son
signos de muerte más que caminos de vida. La consecuencia del primer discurso de Pablo en los Hechos de los
Apóstoles no se hará esperar. El autor, Lucas, le ha reservado este momento en que ya se dejan claras ciertas
posturas que han de confirmarse en Hch 15, sobre la aceptación definitiva de los paganos en el seno de la
comunidad judeo-cristiana.

IIª Lectura: Apocalipsis (7,9.14-17): Dios enjugará las lágrimas de la muerte

II.1. La visión de este domingo, siguiendo el libro del Apocalipsis , no es elitista, es litúrgica, como corresponde al
mundo simbólico, pero se reúnen todos los hombres de toda raza, lengua y lugar: son todos los que han vivido y
han luchado por un mundo mejor, como hizo Jesucristo. Los vestidos blancos y la palma en la mano denotan vida
tras las muerte violenta, como la victoria del mismo Señor resucitado.

II.2. Si en su vida cada uno pudo luchar por una causa, el iluminado de Patmos ve que ahora todos viven en
comunión proclamando y alabando la causa del Señor Jesús como la suya propia. No habrá más hambre, ni sed, y
todos beberán de la fuente de agua viva. Es toda una revelación de resurrección. Eso es lo que nos espera tras la
muerte, por eso merece la pena luchar aquí por la causa de Jesús.

Evangelio: Juan (10,27-30): Dios da su vida a los hombres en Jesús

III.1. Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las
ovejas, retomando el comienzo de Jn 10,1-10. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura
también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y
le acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa
pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más
radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.

III.2. No viene para ser un personaje nacionalista, sino como el que sabe bien la necesidad que tienen los hombres
de vida y de vida verdadera; es una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. Los judíos
nunca esperaron un Mesías que sufriera y que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en
hacer. El evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una concepción equivocada de mesianismo y nos descubre
la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el
pueblo.

III.3. Esta polémica, pues, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la
gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con
el Padre”, es una provocación teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer
que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo hace en Juan; ni siquiera hablaba de sí mismo, aunque
siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el evangelio de Juan tiene otro tono, menos histórico, si bien más
teológico. No entramos en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el Padre y yo
somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le
discuten los adversarios.

III.4. Es un escándalo, porque toda la vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía
ajustarse a su dogmática. Así, pues, lo que decide de un modo definitivo el sentido de este evangelio es la actitud
que debemos tener ante la verdad que Jesús propone: quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios.
Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por
nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas palabras de Jesús, sino que estamos ante el “dador de
vida”.

DOMINGO QUINTO DE PASCUA


Resurrección es amarse como hermanos
Iª Lectura: Hechos (14,21-27): La Iglesia, comunión de comunidades

I.1. Esta es la descripción del primer viaje apostólico en que Lucas ha resumido la actividad misionera de la
comunidad de Antioquía, y de Pablo más concretamente. Durante este primer viaje apostólico se nos presenta a
Pablo y a Bernabé trabajando denodadamente por hacer presente el Reino de Dios en ciudades importantes de
Cilicia, y de la provincia romana de la Capadocia, al sur de Turquía. En realidad deberíamos tener muy presente
los cc. 13-14 de los Hechos, que forman una unidad particular de esta misión tan concreta. Son dignos de destacar
los elementos y perfiles de esta tarea, que implica a todos los cristianos, que por el hecho de serlo, están llamados
a la misión evangelizadora. Resalta el coraje para anunciar la palabra de Dios y el exhortar a perseverar en la fe.
Todo se ha preparado con cuidado, la comunidad ha participado en la elección y, por lo mismo, es la comunidad la
que está implicada en esta evangelización en el mundo pagano. Está a punto de terminar el primer viaje
apostólico con el que Lucas ha querido resumir una primera etapa de la comunidad primitiva.

I.2. Jerusalén, de alguna manera, había quedado a la espera de este primer ciclo en que ya los primeros paganos se
adhieren a la nueva fe. Y es la comunidad de Antioquía, donde los discípulos reciben un nombre nuevo, el de
cristianos, la que se ha empeñado, con acierto profético, en abrirse a todo el mundo, a todos los hombres, como
Jesús les había pedido a los apóstoles (Hch 1,8). La iniciativa, pues, la lleva la comunidad de Antioquía de Siria, no
la de Jerusalén. Pero en definitiva es la “comunidad cristiana” quien está en el tajo de la misión. Ya sabemos que
algunos de Jerusalén, ni siquiera veían con buenos ojos estas iniciativas, porque parecían demasiado arriesgadas.

I.3. No obstante, no se debe olvidar el gran protagonista de todo esto: el Espíritu, que se encarga de abrir caminos.
Por eso, si no es Jerusalén y los Doce, será Antioquía y los nuevos “apóstoles” quienes cumplirán las palabras del
“resucitado”: ¿por qué? porque el mensaje no puede encadenarse al miedo de algunos. En esas ciudades
evangelizadas, algunos judíos y sinagogas no aceptarán a éstos con su doctrina, porque todavía pensaban que
eran judíos. Pero ni siquiera en la comunidad cristiana de Jerusalén, por parte de algunos, se aprobarán estas
iniciativas. Es más, al final de este “viaje” habrá que “sentarse” a hablar y discernir qué es lo que Dios quiere de los
suyos. La asamblea de Jerusalén está esperando (Hch 15).

IIª Lectura : Apocalipsis (21,1-5): En Dios, todo será nuevo

II.1. Esta es una lectura grandiosa, porque es una lectura típica de este género literario. Leemos, pues, un texto
que tiene todas las connotaciones de la ideología apocalíptica. Supone toda la poesía de lo utópico y de lo
maravilloso. En realidad es algo idílico, no puede ser de otra manera para el “vidente” de Patmos, como para todos
los videntes del mundo. Jerusalén, lugar de la presencia de Dios para la religión judía, alcanza aquí el cenit de lo
que ni siquiera David había soñado cuando conquistó la ciudad a los jebuseos. Todo pasará, hasta lo más sagrado.
Porque se anuncia una ciudad nueva, un tabernáculo nuevo, en definitiva una “presencia” nueva de Dios con la
humanidad.

II.2. Un cielo nuevo y una tierra nueva, de la que desciende una nueva Jerusalén, que representa la ciudad de la
paz y la justicia, de la felicidad, en la línea de muchos profetas del Antiguo Testamento. Se nos quiere presentar a
la Iglesia como el nuevo pueblo de Dios, en la figura de la esposa amada, ya no amenazada por guerras y hambre.
Es el idilio de lo que Pablo y Bernabé recomendaban: hay que pasar mucho para llegar al Reino de Dios. Dios hará
nueva todas las cosas, pero sin que sea necesario dramatizar todos los momentos de nuestra vida. Es verdad que
para ser felices es necesario renuncias y luchas. El evangelio nos dará la clave.

Evangelio: Juan (13,31-35): La batalla del amor

III.1. Estamos, en el evangelio de Juan, en la última cena de Jesús. Ese es el marco de este discurso de despedida,
testamento de Jesús a los suyos. La última cena de Jesús con sus discípulos quedaría grabada en sus mentes y en
su corazón. El redactor del evangelio de Juan sabe que aquella noche fue especialmente creativa para Jesús, no
tanto para los discípulos, que solamente la pudiera recordar y recrear a partir de la resurrección. Juan es el
evangelista que más profundamente ha tratado ese momento, a pesar de que no haya descrito la institución de la
eucaristía. Ha preferido otros signos y otras palabras, puesto que ya se conocían las palabras eucarísticas en los
otros evangelistas. Precisamente las del evangelio de hoy son determinantes. Se sabe que para Juan la hora de la
muerte de Jesús es la hora de la glorificación, por eso no están presentes los indicios de tragedia.
III.2. La salida de Judas del cenáculo (v.30) desencadena la “glorificación” en palabras del Jesús joánico. ¡No!, no es
tragedia todo lo que se va a desencadenar, sino el prodigio del amor consumado con que todo había comenzado
(Jn 13,1). Jesús había venido para amar y este amor se hace más intenso frente al poder de este mundo y al poder
del mal. En realidad esta no puede ser más que una lectura “glorificada” de la pasión y la entrega de Jesús. Y no
puede hacerse otro tipo de lectura de lo que hizo Jesús y las razones por las que lo hizo. Por ello, ensañarse en la
pasión y la crueldad de su sufrimiento no hubiera llevado a ninguna parte. El evangelista entiende que esto lo hizo
el Hijo del hombre, Jesús, por amor y así debe ser vivido por sus discípulos.

III.3. Con la muerte de Jesús aparecerá la gloria de Dios comprometido con él y con su causa. Por otra parte, ya se
nos está preparando, como a los discípulos, para el momento de pasar de la Pascua a Pentecostés; del tiempo de
Jesús al tiempo de la Iglesia. Es lógico pensar que en aquella noche en que Jesús sabía lo que podría pasar, tenía
que preparar a los suyos para cuando no estuviera presente. No los había llamado para una guerra y una
conquista militar, ni contra el Imperio de Roma. Los había llamado para la guerra del amor sin medida, del amor
consumado. Por eso, la pregunta debe ser: ¿Cómo pueden identificarse en el mundo hostil aquellos que le han
seguido y los que le seguirán? Ser cristiano, pues, discípulo de Jesús, es amarse los unos a los otros. Ese es el
catecismo que debemos vivir. Todo lo demás encuentra su razón de ser en esta ley suprema de la comunidad de
discípulos. Todo lo que no sea eso es abandonar la comunión con el Señor resucitado y desistir de la verdadera
causa del evangelio.

DOMINGO SEXTO DE PASCUA


El don ilimitado de la gracia de Dios

Iª Lectura (Hechos 15,1-1.22-29): El "espíritu" del "Concilio" de Jerusalén

I.1. Hoy leemos uno de los episodios más conocidos y de los más importantes del libro de los Hechos de los
Apóstoles: el Concilio de Jerusalén, que viene provocado por la libertad con que actuó en la misión
evangelizadora la comunidad de Antioquía de Siria, donde trabajaban apostólicamente Pablo y Bernabé.
Rompiendo los tabúes de un judeo-cristianismo todavía demasiado judío y menos cristiano –el de Jerusalén-, en
cuanto a su identidad, se admitían a los paganos sin necesidad de que antes tuvieran que circuncidarse. Eso
escandalizaba, porque se pensaba que para ser cristiano, primeramente se debía ser judío, admitir la ley de
Moisés y otras muchas más tradiciones inherentes a ese modo de vida. ¿Dónde quedaba, pues, lo que Jesucristo
había hecho por los hombres? ¿De qué valdría la muerte y la resurrección de Jesús? En definitiva, la cuestión
era dónde estaba la posibilidad de la salvación, en la ley, o en Cristo.

I.2. Pablo, desde el principio (cf Gal 1-2), se va a oponer a esta distinción tan incoherente y no menos injusta
desde todos los puntos de vista, deshaciendo con su teología de la gracia y de la fe en Cristo toda ventaja
fundamental respecto de la salvación y la reconciliación del hombre con Dios. Pablo quiere decir que todos
partimos de cero, que no cuenta ya ser de origen judío o ser pagano; es decir, de ser "justo" según la ley, o lo
que es lo mismo, por herencia, por tradición; y ser pagano, por consiguiente pecador, expuesto a la ira de Dios,
porque lo diga una “dogmática” inmemorial. Ante Dios, ante Cristo, estamos todos en igualdad de condiciones.
Lo único que existe es una diferencia cultural, pero eso no es ninguna ventaja ante el Dios de la misericordia y
de la gracia; eso no es una prerrogativa de salvación. En realidad, Pablo, en este texto de Hch 15, no habla, lo
hace Pedro en su lugar inspirado (no olvidemos que es Lucas su autor) en el texto de Gal 2,15-21. Lucas, en la
famosa decisión de no imponer “cargas” a los paganos, lo apoya en el papel del Espíritu.

I.3. No obstante, la decisión estaba tomada: no es necesaria la Ley para la salvación. No hay que obligar a los
paganos a someterse a la circuncisión, sino a abrirse a la gracia de Dios. Esta es la gran lucha por la libertad
cristiana que comienza ya en los primeros años de la Iglesia. De esta manera, Pablo está rompiendo
seguridades, fronteras, ilusiones elitistas de un pueblo que considera que la salvación les pertenece a ellos y a
los que ellos den acceso a la "situación de ley". El texto de hoy solamente es un resumen y nos da la conclusión
más importante. Y desde luego, nadie debe ser acusado de “antisemitismo” por este motivo. Es verdad que los
que prefieran estar con la Ley… lo hacen desde su libertad y desde su fidelidad. Pero no se debe olvidar que
Jesús y Pablo estuvieron sometidos a la Ley y decidieron abandonar ese camino. El cristianismo encontró su
identidad abandonando la Ley (la Torah judía) por un Cristo crucificado y resucitado. Eso es irrenunciable, no
es antisemitismo. ¡Y no debe existir antisemitismo nunca!
IIª Lectura: Apocalipsis (21,10-23): Lo nuevo en las manos de Dios

II.1. Se continúa la esplendorosa visión del domingo anterior sobre la nueva Jerusalén. Es una nueva Jerusalén,
sin templo, porque el templo es el mismo Señor, presencia viva de amor y fidelidad. Es la utopía de la felicidad
que todos los hombres buscan, pero presentada desde la visión cristiana del mundo y de la historia. Es una
afirmación con todos los ingredientes simbólicos necesarios, pero eso no quiere decir que no será una realidad
absoluta; porque Dios, el Dios de Jesucristo, es el futuro del hombre.

II.2. Hablar del futuro, sin recurrir al pasado y al presente, sería perder el sentido de la historia. Y la humanidad
tiene historia, pero será transformada. Incluso Dios, en cuanto vivido y experimentado, está encarnado en esa
historia humana. Aunque lo importante de esta visión es poner de manifiesto que todo será como Dios ha
previsto, y no como sucedía en la historia donde, por respetar la libertad humana, los hombres han querido
manipular hasta lo más santo y sagrado. La nueva Jerusalén es una forma simbólica de hablar de un futuro que
estará plenamente en las manos de Dios.

III. Evangelio: Juan (14,23-29): El amor debe transformar el mundo

III.1. Estamos, de nuevo, en el discurso de despedida de la última cena del Señor con los suyos. Se profundiza en
que la palabra de Jesús es la palabra del Padre. Pero se quiere poner de manifiesto que cuando él no esté entre
los suyos, esa palabra no se agotará, sino que el Espíritu Santo completará todo aquello que sea necesario para
la vida de la comunidad. Según Juan, Jesús se despide en el tono de la fidelidad y con el don de la paz. En todo
caso, es patente que esta lectura nos va preparando a la fiesta de Pentecostés.

III.2. Esta parte del discurso de despedida está provocada por una pregunta “retórica” de Judas (no el Iscariote)
de por qué se revela Jesús a los suyos y no al mundo. El círculo joánico es muy particular en la teología del NT.
Esa oposición entre los de Jesús y el mundo viene a ser, a veces, demasiado radical. En realidad, Jesús nunca
estableció esa separación tan determinante. No obstante es significativa la fuerza del amor a su palabra, a su
mensaje. El mundo, en Juan, es el mundo que no ama. Puede que algunos no estén de acuerdo con esta manera
de plantear las cosas. Pero sí es verdad que amar el mensaje, la palabra de Jesús, no queda solamente en una
cuestión ideológica.

III.3. Sin embargo, debemos hoy hacer una interpretación que debe ir más allá del círculo joánico en que nació
este discurso. La propuesta es sencilla: quien ama está cumpliendo la voluntad de Dios, del Padre. Por tanto,
quien ama en el mundo, sin ser del “círculo” de Jesús, también estaría integrado en este proceso de
transformación “trinitaria” que se nos propone en el discurso joánico. Esta es una de las ventajas de que el
Espíritu esté por encima de los círculos, de las instituciones, de las iglesias y de las teologías oficiales. El mundo,
es verdad, necesita el amor que Jesús propone para que Dios “haga morada” en él. Y donde hay amor verdadero,
allí está Dios, como podrá inferirse de la reflexión que el mismo círculo joánico ofrecerá en 1Jn 4.

DOMINGO SEPTIMO DE PASCUA


LA ASCENSIÓN
"Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra"

Iª Lectura: Hechos (1,1-11): La comunidad aprende a resucitar


Evangelio: Lucas (24,46-53): Resurrección-Exaltación

Como ya no se celebra la Ascensión del Señor en el “jueves” precedente a este domingo, su liturgia se
traslada a lo que debería ser el VII Domingo de Pascua. Los textos de este día, pues, están determinados por esta
fiesta del Señor. Es Lucas, tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, el único autor que habla de
este misterio en todo el Nuevo Testamento. Sin embargo, las diferencias sobre el particular de ciertos aspectos y
símbolos en el mismo evangelista sorprenden a quien se detiene un momento a contrastar el final del evangelio
(Lc 24,46-53) y el comienzo de los Hechos (1,1-11), que son las lecturas fundamentales de la fiesta de este día. En
realidad, los discursos no son opuestos, pero resalta, en concreto, que la Ascensión se posponga “cuarenta días”,
en los Hechos de los Apóstoles, mientras que en el Evangelio todo parece suceder en el mismo día de la Pascua.
Esto último es lo más determinante ya que la Ascensión no implica un grado más o un misterio distinto de la
Pascua. Es lo mismo que la Resurrección, si ésta se concibe como la “exaltación” de Jesús a la derecha de Dios.
Debemos reconocer que no es fácil el uso de los textos de hoy y el significado de los mismos para la
predicación actual.
¿Qué es lo que pretende Lucas? Simplemente establecer un período determinado, simbólico, de cuarenta
días (no contables en espacio y en tiempo), en que lo determinante es lo que se refiere a hablarles del Reino de
Dios y a prepararlos para la venida del Espíritu Santo. En ese sentido, en lo esencial, las dos lecturas que se hacen
hoy del acontecimiento coinciden: Jesús instruye a sus discípulos de nuevo, confirmándolos en su fe todavía frágil,
demasiado tradicional respecto al proyecto salvífico de Dios, para estar alerta. El tiempo Pascual extraordinario,
nos quiere decir Lucas, está tocando a su fin y el Resucitado no puede estar llevándolos de la mano como hasta
ahora. Deben abrirse al Espíritu porque les espera una gran tarea en todo el mundo, hasta los confines de la tierra
(Hc h 1,8).
Es verdad que en los primeros siglos de la Iglesia (quizás hasta el s. V) no se puso mucho énfasis en esta
distinción entre Resurrección y Ascensión. Es a partir de ese s. V, con el apoyo de la narración lucana, cuando se
hace un uso litúrgico y catequético en clave que llega a ser narración histórica. ¿Por qué? Consideramos que
depende mucho de la concepción antropológica de la resurrección. En algunos ámbitos teológicos la resurrección
de Jesús se concibió como “una vuelta a la vida”, a esta vida, para que sus discípulos pudieran verificar que había
resucitado. Quedaba, pues, el segundo paso: la ruptura con este mundo y con esta historia de una forma definitiva.
Apoyándose en la narración de Lucas, se vio en la Ascensión la definitiva “subida”: la exaltación a la gloria de Dios.
Pero eso no es muy coherente, ya que la exaltación acontece en la misma resurrección.
Todo lo que se refiere a la Ascensión del Señor se evoca en el relato de los Hechos, que es el más vivo, con
un simple verbo en pasiva: «fue elevado», sin decirnos nada en lo que respecta a la clase de prodigio. En Lc 24,31
se dice que «se les hizo invisible». Todo ello apunta a una terminología sagrada de la época, para describir la
intervención de Dios por encima de todas las cosas. Ya se ha dicho que la Ascensión no añade nada nuevo con
respecto a la Pascua, a la Resurrección. En todo caso, la pedagogía lucana, para las necesidades de su comunidad,
apuntan a que la Resurrección de Jesús, más que la de cualquier otra persona, no supone un romper con la tierra,
con la historia, con todo lo que ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo.
A pesar de que este misterio se comunica por una serie de códigos bíblicos que nos hablan de la presencia
misteriosa de Dios (en la nube, como revelación de su gloria, en la que entra Jesús por la Resurrección o la
Ascensión), el tiempo Pascual ha sido necesario para que los discípulos rompan con todos los miedos para salir al
mundo a evangelizar. Pero en todo caso, hay una promesa muy importante: recibirán la fuerza de lo alto, el
Espíritu Santo, que les acompañará siempre. Lucas, pues, usa el misterio de la Ascensión para llamar la atención
sobre la necesidad de que los discípulos entren en acción. Hasta ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios con él; pero
ha llegado el momento de una ruptura necesaria para la Iglesia en que tiene que salir de sí misma, de la pasividad
gloriosa de la Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.
¿Podemos seguir manteniendo este tipo de lectura? ¿Es correcta? Creo que el NT nos permite otras claves.
El mismo Lucas ha usado los “cuarenta días” en sentido pedagógico.
1) Entendemos, en primer lugar, que “cuarenta días” no es un tiempo real, espacio-temporal, sino
teológico. Es un tiempo de espera y esperanza para que la comunidad viva intensamente el acontecimiento de la
resurrección y se prepare para anunciar al mundo entero el mensaje de Jesús (Hch 1,8). Lucas ha buscado, pues,
ese “tiempo pedagógico” que ponga de manifiesto algo importante en el seno de la comunidad: la resurrección de
Jesús no es algo que afecta a Él exclusivamente, sino que tiene otra dimensión: la de la comunidad. También la
comunidad de los seguidores de Jesús tienen que “resucitar” de sus miedos, de sus ideas poco acertadas sobre
Jesús y sobre su mensaje. Jesús fue resucitado por Dios, pero también Jesús resucitado quiere hacerse presente
desde esa nueva vida en su comunidad. La “Ascensión” era el momento adecuado para “dejar” a la comunidad
resucitada ya, y en manos del Espíritu que debe llevarla hasta el final.
2) Por otra parte, en segundo lugar, como muchos autores han puesto de manifiesto, se debe contemplar
la respuesta de lo que significan esos “cuarenta días” para subsanar un problema que tuvo la comunidad cristiana
primitiva con respecto a la Parusía o la vuelta de Jesús e inaugurar el “final de los tiempos”. Se produjo en los
primeros años cierta decepción cristiana porque la Parusía, la vuelta de Jesús, no acontecía y el fin del mundo no
llegaba. Lucas entiende que el fin del mundo no tenía por qué llegar, ya que era necesaria la acción de la Iglesia
para comunicar el mensaje de salvación a todos los hombres. Es lo que se conoce como la “descatologización”
(más bien des-apocaliptización) de la teología lucana. Es decir: no debemos estar preocupados por la Parusía, por
el fin del mundo, sino por transformar esta historia por medio de la Palabra y el Espíritu de Jesús. De esa manera
se explica el reproche a los discípulos de estar mirando al cielo… pensando en su vuelta, cuando hay que mirar a la
tierra, a los hombres, para llenar este mundo de vida.

Otra reflexión
(Hch 1,1-11) constituye la introducción general al libro de los Hechos de los Apóstoles, que enlaza
directamente con el final del evangelio de Lucas (Hch 1,1; cf. Lc 24,45-53: «Ya traté en mi primer libro querido
Teófilo todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que subió al cielo...»). De esta forma
Lucas sigue el uso literario de la época de introducir el segundo volumen de una obra con una introducción que
resumía el libro anterior. Para Lucas, la actividad terrena de Jesús concluye no con el momento de su muerte,
sino con su ascensión al cielo, que incluye naturalmente la experiencia pascual de las apariciones. Por eso de
ahora en adelante serán los apóstoles, aquellos que han visto al Señor y han sido instruidos por él «bajo la
acción del Espíritu Santo» (Hch 1,2), los testigos autorizados de la palabra de Jesús y de su resurrección. En
efecto, Lucas insiste en el realismo de las apariciones y en la enseñanza de Jesús Resucitado a los apóstoles
antes de subir al cielo: «Después de su pasión, Jesús se les presentó muchas veces con muchas y evidentes
pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios» (Hch 1,3).
Estos «cuarenta días» son un número simbólico que evoca un tiempo perfecto y arquetípico. El tiempo
necesario para pasar de una etapa a otra en la historia de la salvación y, por tanto, el tiempo de las
manifestaciones divinas importantes y decisivas. El número evoca los cuarenta años que Israel caminó en el
desierto siendo probado y educado por Dios (Dt 8,2-6); los cuarenta días que pasó Moisés en el monte Sinaí
para recibir la Ley de parte de Dios (Ex 24,18); los cuarenta días de Jesús en el desierto antes de iniciar su
misión (Lc 4,1-2). «Cuarenta» indica el tiempo de la prueba y de la enseñanza necesaria. En los Hechos, sin
embargo, se insiste solamente en la segunda dimensión. En la tradición de los rabinos el número «cuarenta»
también tenía, en línea con la tradición bíblica, un valor simbólico para indicar un período de aprendizaje
completo y normativo. Lucas quiere poner de manifiesto que los apóstoles han recibido del Señor resucitado
aquella formación autorizada y completa que los prepara para continuar su obra y ser testigos del reino de Dios
en la historia. Jesús les recomienda no apartarse de Jerusalén y esperar la promesa del Padre, el don del
Espíritu Santo (v. 4). Jerusalén, la ciudad en la cual Jesús concluyó su camino, se convierte en el punto de
partida de la misión de la iglesia. En Jerusalén los apóstoles recibirán el don escatológico del Espíritu Santo y
desde allí comenzarán a ser testigos de Jesús hasta los confines de la tierra. Jerusalén es y permanecerá para
siempre la madre de todas las iglesias. La misión de la comunidad cristiana, en efecto, echa sus raíces en aquella
misma ciudad santa, sede del Templo y centro de toda la tierra santa, porque como anunció Isaías: «de Sión
saldrá la Ley, de Jerusalén la Palabra del Señor» (Is 2,3). En Jerusalén los apóstoles serán «bautizados en el
Espíritu Santo», es decir, serán inmersos en la potencia divina y vivificante del Espíritu que los llenará
plenamente (Hch 2).
El texto hace referencia a la mentalidad de los apóstoles, enraizada en la esperanza mesiánica del
Antiguo Testamento, en relación a la instauración del reino mesiánico en favor del pueblo elegido: «Señor, ¿vas
a restablecer ahora el reino de Israel?» (v. 6). Esta expectativa no era necesariamente nacionalística o política,
sino que reflejaba la estrecha concepción del pueblo de la primera alianza que limitaba la salvación a Israel. Al
mismo tiempo la pregunta evoca un interrogante de la iglesia primitiva y que en nuestro tiempo vuelve a
resultar de actualidad: «¿cuándo va a ser reconstruido el Reino?». Jesús rechaza categóricamente todas las
especulaciones apocalípticas sobre la fecha del fin del mundo. Ese momento definitivo del reino sólo lo conoce
el Padre que guía la historia de la salvación: «No les toca conocer a ustedes los tiempos y momentos que ha
establecido el Padre con su autoridad» (v. 7). En un segundo momento Jesús les enseña que no hay conexión
temporal directa entre el don del Espíritu y la llegada del reino. La experiencia del Espíritu más bien servirá
para dar inicio al tiempo de la iglesia, a la misión de la comunidad cristiana (Hch 1,8).
Después de este diálogo con Jesús Lucas relata la ascensión del Señor (vv. 9-11). Para comprender la
narración de Lucas hay que tener en cuenta que utiliza un conocido esquema simbólico presente en tantas
religiones y también en la Biblia, que coloca en lo «alto», en el «cielo», todo aquello que es mejor y que domina
el ámbito «horizontal», de «abajo», de nuestro mundo, en el cual se coloca el mal y la muerte. Por eso la Biblia
habla muchas veces que Dios «baja» del cielo (Gen 11,5; Es 19,11-13; Sal 144,5) para hablar con el hombre y
vuelve a «subir» (Gen 17,22) después de realizar su obra. Por tanto, el lenguaje simbólico de la ascensión no
tenemos que interpretarlo en base a esquemas espaciales, que representan solamente la envoltura externa. Es
necesario leer la ascensión desde la óptica de la pascua y captar en este misterio el mensaje fundamental: Jesús
ha sido introducido eternamente en el ámbito de la trascendencia y en el mundo de lo divino. Lucas ha
intentando hacer visible la afirmación de fe en relación con la plenitud divina del Resucitado y su señorío
absoluto en el mundo. Sin embargo, en el texto el acento está puesto sobre todo en la «despedida». Se trata de
una «separación». El Señor Jesús ya no está presente en medio de nosotros en forma física; su cuerpo
glorificado está presente ahora en la historia con la fuerza vivificante de Dios. La «nube» que oculta a Jesús de la
vista de los discípulos es precisamente el signo de esta nueva forma de presencia. Un signo que al mismo
tiempo «esconde» y «revela» la trascendencia de Dios. En el Antiguo Testamento la nube indica la cercanía de
Yahvéh: una presencia escondida y majestuosa, pero cierta y salvadora para su pueblo (cf. Ex 13,21; 24,16.18;
33,9-11; 34,5; Ez 1,4; Sal 96/97,2; etc.). Los apóstoles aparecen «mirando atentamente» a Jesús hasta el último
momento (v. 10). Este «mirar» no debe ser entendido en sentido material. Con esta indicación Lucas quiere
subrayar que ellos son testigos de toda la historia de Jesús, incluido el momento de la plenitud del misterio
pascual, cuando Jesús es glorificado e introducido en el mundo de Dios. Así como Eliseo que, mirando a Elías
que era llevado al cielo en un carro de fuego, fue digno de recibir los dos tercios de su espíritu (2 Re 2,9-12),
también los apóstoles que «miran» a Jesús recibirán el Espíritu de Jesús. El Resucitado continuará estando
presente en los apóstoles mediante el Espíritu.
El texto de los Hechos, en síntesis, invita a superar una fe pasiva y demasiado ligada a lo espectacular:
«Por qué se han quedado mirando al cielo?» (Hch 1,10). Estas palabras son un llamado indirecto a no perder el
tiempo cuando hay que ser testigos de Jesús y a no esperar del cielo soluciones milagrosas o revelaciones
especiales. La desaparición material de Jesús marca el inicio de la misión y del compromiso de la iglesia. La fe
verdadera se basa, según las palabras de Jesús en el v. 8, en la fuerza del Espíritu, en el testimonio cristiano en
el mundo y en la apertura universal de la iglesia. La ascensión, más que recuerdo, es exigencia y llamado a la
misión y al compromiso.

IIª Lectura: Hebreos (9,24..10,23):

El texto de la carta a los Hebreos quiere recoger algo de esta tradición de la Ascensión como exaltación
definitiva de Jesucristo resucitado para interceder por nosotros delante de Dios. Bajo el simbolismo del Sumo
Sacerdote eterno, que no necesita ofrecer continuamente sacrificios, como en la Antigua Alianza, su Ascensión es
un beneficio incalculable para nosotros, porque con Él siempre podemos estar delante de nuestro Dios, dándole
gracias o pidiéndole piedad y misericordia por nuestros pecados, con la seguridad de que todo eso se nos concede.
Es una forma de interpretar la Ascensión, aunque la carta a los Hebreos no use esa terminología.

O bien Efesios 1,17-23: A la derecha de Dios

Se nos muestra una plegaria de intercesión (vv. 17-19); la confesión cristológica (vv. 20-22) y un apunte
eclesiológico (v. 23). Debemos resaltar de este texto de Efesios la intervención de Dios en Cristo para poner
todo bajo sus pies. Para ello lo ha debido “sentar a su derecha en el cielo”. Es la expresión bíblica que apunta
justamente a la exaltación como resultado de la Ascensión. Es una fórmula que se inspira, sin duda, en el Sal
110,1 como “entronización” y que apunta a que desde ese momento Cristo ya tiene el mismo poder
soteriológico o salvador de Dios, incluso siendo hombre. Sería otros de los aspectos teológicos de lo que puede
significar la Ascensión.

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Ven, Espíritu divino,


manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones espléndido,
luz que penetra las almas,
fuente del mayor consuelo (Secuencia)

El Domingo de Pentecostés (cincuenta días después de la Pascua) nos muestra, con la proverbial
primera lectura (Hechos 2,1-11), que las experiencias de Pascua, de la Resurrección, nos han puesto en el
camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al mundo, para transformar la historia, para
fecundar a la humanidad en una nueva experiencia de unidad (no uniformidad) de razas, lenguas, naciones y
culturas. Lucas ha querido recoger aquí lo que sintieron los primeros cristianos cuando perdieron el miedo y se
atrevieron a salir del «cenáculo» para anunciar el Reino de Dios que se les había encomendado. Todo el capítulo
primero de los Hechos de los Apóstoles es una preparación interna de la comunidad para poner de manifiesto
lo importante que fueron estas experiencias del Espíritu para cambiar sus vidas, para profundizar en su fe, para
tomar conciencia de lo que había pasado en la Pascua, no solamente con Jesús, sino con ellos mismos y para
reconstruir el grupo de los Doce, al que se unieron todos los seguidores de Jesús. Por eso, el día de Pentecostés
ha sido elegido por Lucas para concretar una experiencia extraordinaria, rompedora, decidida, porque era una
fiesta judía que recordaba en algunos círculos judíos el don de la Ley del Sinaí, seña de identidad del pueblo de
Israel y del judaísmo. Las pretensiones para que la identidad de la comunidad de Jesús resucitado se mostrara
bajo la fuerza y la libertad del Espíritu es algo muy sintomático. El evangelista sabe lo que quiere decir y
nosotros también, porque el Espíritu es lo propio de los profetas, de los que no están por una iglesia estática y
por una religión sin vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad apostólica y quien la
configura como comunidad profética y libre. Veamos algunos aspectos de los textos bíblicos:

Iª Lectura: (Hch 2,1-11): El Espíritu lo renueva todo

I.1. Este es un relato germinal, decisivo y programático; propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en
Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser espectadores neutrales o marginales a la
experiencia del Espíritu. Porque ésta es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro
de la lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace capaz de
relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para expresar esta realidad de la acción libre y renovadora de
Dios, la tradición cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los relatos bíblicos donde
Dios interviene en la historia humana. La manifestación clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la
liberación del Éxodo, que culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento del
don de la Alianza.

I.2. Pentecostés era una fiesta judía, en realidad la “Fiesta de las Semanas” o “Hag Shabu’ot” o de las primicias de
la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por “quincuagésimo,” (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La
fiesta se describe en Ex 23,16 como “la fiesta de la cosecha,” y en Ex 34,22 como “el día de las primicias o los
primeros frutos” (Num 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua; es decir, cuarenta y nueve días y
en el quincuagésimo, el día es la fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev
23,15-19; Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno está el traerle al
Señor el “tributo de su libre ofrenda” (Dt 16,9-11). Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores
sobre el sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las antiguas
versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el
sentido de poner de manifiesto la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la
comunidad renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el cómputo farisaico que fijaba
la celebración de Pentecostés 50 días después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy
probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.

I.3. Pero ese es el trasfondo solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre
de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una importancia sustancial, ya que Lucas no se queda
solamente en los episodios exclusivamente israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc
3,1ss en que se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el
nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad entera
encontrará finalmente toda posibilidad de salvación. De hecho, tiene muchas posibilidades teológicas el
reclamo y el trasfondo a Gn 11,1-9 sobre la torre de babel. Porque Babel, Babilonia, ha sido para el pueblo
bíblico el prototipo de la idolatría, del poder contaminante y tirano, opuesto a Dios. Podemos ver una
contraposición entre la “globalización” de Babel y cómo ahora viene el Espíritu a la comunidad en Jerusalén.
Ahora, ya no para conquistar a los pueblos, sino para mostrar como Dios se incultura en todas las razas y
lenguas por medio de su Espíritu. Cada uno lo “entiende” en su propia cultura, en su propio ser, incluso en su
propia religión, podíamos decir.

I.4. Por eso mismo, no es una Ley nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de
Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don incomparable. El nuevo Israel y la
nueva humanidad, pues, serán conducidos, no por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el
viejo Israel, sino por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que todos los hombres,
no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch
10) -que se ha considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu adelantarse a
la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien todavía no habían podido liberarse de sus
concepciones judías y nacionalistas
I.5. Lo que Lucas quiere subrayar, pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la
habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda del redactor-, de
transformar el relato primitivo de un milagro de «glosolalia» (hablar lenguas casi celestiales, ¡para
entendernos!), en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda la humanidad representada en
Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es
un fenómeno profético por el que todos escuchan cómo se interpreta al alcance de todos la “acción salvífica de
Dios”; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto acontece en el corazón de los hombres.

I.6. El relato de Pentecostés que hoy leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas
experiencias a la vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua de su Señor, es
como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si no se confiesa ante el mundo en nombre de
quién hemos sido bautizados y el sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que se
conmemora el don de la ley en el Sinaí como garantía de la Alianza de Dios con su pueblo, se nos describe que
en el seno de la comunidad de los discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.

I.7. De esa manera se quiere significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia,
por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar una nueva identidad profética a
ese pueblo, que dejará de ser nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los
hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de Dios. De ahí que se
quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto
salvífico de Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante
de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su camino para “independizarse de Dios”. Eso
es lo que lleva a cabo el Espíritu Santo: la unificación armoniosa de la humanidad en un mismo proyecto
salvífico divino.

IIª Lectura: Iª Corintios (12,3-7.12-13): La comunión en el Espíritu

II.1. Pablo presenta a la comunidad de Corinto la unidad de la misma por medio del Espíritu. En realidad esta
sección responde a un problema surgido en las comunidades de Corinto, en las que algunos que recibían dones
o carismas extraordinarios, competían entre ellos sobre cuáles era los más importantes. Pablo va a dedicarle
una reflexión prolongada (cc. 12-14), pero poniendo todo bajo el criterio de la caridad (c. 13). Con toda
probabilidad, la misma comunidad le ha pedido un pronunciamiento ante ciertos excesos de cosas
extraordinarias que rompían la armonía espiritual

II.2. La diversidad (diairesis, en griego) de gracias y dones comunitarios no deben romper la unidad de la
comunidad, porque todos necesitamos tener algo fundamental, sin la cual no se es nada: el Espíritu del Señor
Jesús para confesar nuestra fe; sin el Espíritu no somos cristianos, aunque creamos tener gracias
extraordinarias y hablemos lenguas que nadie entiende. La diversidad, pues, recibe su identidad propia en el
Espíritu primeramente. Así es como se construye la primera parte del texto hablando sobre la diairesis, de
dones extraordinarios, de ministerios y funciones, pero un mismo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios.
No se trata de una construcción estética de Pablo, aunque, con razón, algunos han hablado de la “catedral”
comunitaria; es la polifonía teológica de todo lo que hace que la comunidad cristiana tenga vida e identidad.

II.3. Los dones espirituales, los carismas, no son algo solamente estético, pero bien es verdad que si no se viven
con la fuerza y el calor del Espíritu no llevarán a la comunión. Y una comunidad sin unidad de comunión, es una
comunidad sin el Espíritu del Señor. Así se hace el “cuerpo” del Señor, desde la unidad en la pluralidad. Eso es lo
que sucede en nuestro propio cuerpo: pluralidad en la unidad ¿Quién garantiza esa unidad? ¡Desde luego, el
Espíritu!

Evangelio Juan (20,19-23): La paz y el gozo, frutos del Espíritu

III.1. El evangelio de hoy, Juan (20,19-23), nos viene a decir que desde el mismo día en que Jesús resucitó de
entre los muertos su comunicación con los discípulos se realizó por medio del Espíritu. El Espíritu que «insufló»
en ellos les otorgaba discernimiento, alegría y poder para perdonar los pecados a todos los hombres.
III.2. Pentecostés es como la representación decisiva y programática de cómo la Iglesia, nacida de la Pascua,
tiene que abrirse a todos los hombres. Esta es una afirmación que debemos sopesarla con el mismo cuidado con
el que San Juan nos presenta la vida de Jesús de una forma original y distinta. Pero las afirmaciones teológicas
no están desprovistas de realidad y no son menos radicales. La verdad es que el Espíritu del Señor estuvo
presente en toda la Pascua y fue el auténtico artífice de la iglesia primitiva desde el primer día en que Jesús ya
no estaba históricamente con ellos. Pero si estaba con ellos, por medio del Espíritu que como Resucitado les
había dado.

SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD


Dios se experimenta en las relaciones de amor

El misterio de la Trinidad, cuya solemnidad celebramos hoy, es como la aparente negación de aquello
que los teólogos medievales decían acerca de la simplicidad de Dios: si Dios es lo primero de todo, antes que
toda la creación, antes que todo ser, antes que toda vida, antes que todo movimiento, entonces es imposible que
sea compuesto.
Entonces ¿cómo puede ser compuesto, tener tres personas? Digamos que la esencia de Dios no es sino su ser o
esencia de “ser” Padre, Hijo y Espíritu. Confesamos que Dios es uno, pero su esencia es de Padre (este concepto
abarca todo lo que es un padre y una madre, aunque en plenitud); pero también es Hijo, la esencia de ser un
hijo como misterio de generación; y también, por encima de cualquier otra cosa es Amor, se expresa a sí mismo,
se dice a sí mismo como amor, como Espíritu. Todo ello en Dios es esencial: no puede ser Padre sólo; no puede
ser Hijo sólo; no puede ser Espíritu solamente.
El misterio insondable de Dios siempre ha apasionado a los grandes teólogos, porque la revelación de
este Dios en la historia se ha expresado culturalmente según las necesidades humanas e incluso según la
defensa que se ha debido hacer de Dios como garante de un pueblo, de una nación, de una religión. El pueblo de
Israel hubo de enfrentarse a esta realidad, porque sabía que era la garantía de su identidad. Cuando “llegó la
plenitud de los tiempos”, con Jesucristo, se suavizan muchas expresiones, se manifiesta la dimensión amorosa
de Dios al nivel más misericordioso, pero Dios sigue siendo misterio. La fe cristiana de los primeros siglos tuvo
que hacer también su defensa de las imágenes bíblicas de Dios, como Padre, como Hijo y como Espíritu. Ello
significa que Dios tiene una entidad familiar, y si es familiar, es amorosa, porque la familia se realiza en el amor
de entrega absoluta. Por eso, la celebración de esta solemnidad nos asoma a ese misterio de la Santa Trinidad
como un misterio de relaciones de amor sin medida.
Las lecturas de la liturgia de hoy acompañan con un tono cálido a esta solemnidad.

Iª Lectura: Proverbios (8,22-31): ¡Mi alegría era estar con los hombres!

I.1. Dios es sabiduría creadora, ya que sin ella, no podemos ni admirar a Dios, ni admirarnos de nosotros
mismos. Este texto de la sabiduría personificada antes de la creación del mundo, juntamente con otros textos
veterotestamentarios (Eclo 24; Sab 7-9) se ha visto como una especie de puente en AT de la gran revelación de
Jesucristo como palabra creadora y eterna (Jn 1,1-2) y como sabiduría de Dios (Mt 11,29-20; Lc 11,49; 1Cor
1,24-30). Pero podemos decir que es un poema de amor divino en lo humano. Dios no se complace en su
mismidad, sino en estar con nosotros.

I.2. La sabiduría es vida; es decir, el misterio de Dios es vida para el hombre, no muerte. No es Dios, sabiduría de
vida, una esencia encerrada, sino que se complace en derramarse y en que todos los hombres la posean. En ese
sentido, la sabiduría se ha acercado a los hombres en Jesucristo. Toda la creación, toda la inteligencia humana,
todos los descubrimientos del mundo, son la manifestación de esta sabiduría. Pero si la "ofendemos" creyendo
que podemos construir un mundo al margen de la sabiduría de Dios, y desde nuestras propias posibilidades
humanas, vamos camino de la destrucción, de la muerte.

El Salmo 8, que es el salmo responsorial, una de las piezas maestras de la literatura religiosa, canta todo esto
con grandeza y humildad. Merecería la pena una alusión teológica y catequética en la homilía.

IIª Lectura: Rom (5,1-5): Porque al darnos al Espíritu, Dios ha derramado su amor en nuestros
corazones
II.1. Aquí Pablo comienza en su carta a los Romanos a poner de manifiesto lo que ha significado el
acontecimiento de gracia revelado en Jesucristo, y al cual accedemos por la fe. Esta es la experiencia de la gloria
de Dios, de su sabiduría de Dios y de su amor. Esto es real solamente porque el misterio de Dios es un darse sin
medida por nosotros. Se ha dado en Jesucristo y se da continuamente por su Espíritu.

II.2. La puerta de acceso a ese misterio es solamente la fe, no hay nada previo que impida el acceso a la paz y a la
gloria de Dios, ni siquiera el pecado, que existe y tiene su poder. Dios, pues, no hace el misterio de su vida
inaccesible para nosotros. Dios no es avaro de su mismidad, de su misterio, de su sabiduría o de su gracia, sino
que se complace en entregarse. Esto es vivir la realidad de Dios que es salvación y redención, como Pablo se
encarga de proclamar en este momento.

Evangelio: Juan 16,12-15: El Espíritu de la verdad, nos ilumina

III.1. Este último anuncio del Paráclito en el discurso de despedido del evangelio de Juan responde a la alta
teología del cuarto evangelio. ¿Qué hará el Espíritu? Iluminará. Sabemos que no podemos tender hacia Dios,
buscar a Dios, sin una luz dentro de nosotros, porque los hombres tendemos a apagar las luces de nuestra
existencia y de nuestro corazón. El será como esa "lámpara de fuego" de que hablaba San Juan de la Cruz en su
"Llama de amor viva".

III.2. Es el Espíritu el que transformará por el fuego, por el amor, lo que nosotros apagamos con el desamor.
Aquí aparece el concepto "verdad", que en la Biblia no es un concepto abstracto o intelectual; en la Biblia, la
verdad "se hace", es operativa a todos los niveles existenciales, se siente con el corazón. Se trata de la verdad de
Dios, y esta no se experimenta sino amando sin medida. Lo que el Padre y el Hijo tienen, la verdad de su vida, es
el mismo Padre y el Hijo, porque se relacionan en el amor, y la entregan por el Espíritu. Nosotros, sin el amor,
estamos ciegos, aunque queramos ser como dioses.

DOMINGO FIESTA DE CORPUS CHRISTI


Iª Lectura: Génesis (14,18-20): Un culto sencillo y original

I.1. Todos los textos ancestrales de AT tienen algo especial en la tradiciones de Israel, hasta el punto de poder
considerar que un texto como el de Melquisedec podría ser una campaña militar, antigua, en la que se ha
querido ver que los grandes, en este caso el rey de Salem, también han querido ponerse a los pies del padre
del pueblo, de Abrahán. Con los gestos del pan y el vino que se ofrecen, las cosas más naturales de la tierra, el
rey misterioso le otorga a Abrahán un rango sagrado, casi de rey-sacerdote. Será en este sentido cómo la carta
a los Hebreos c. 7,1-10 se permitirá hacer una lectura nueva de Jesucristo, de su sacerdocio no-dinástico,
absolutamente distinto y original, que no tiene parangón como el sacerdocio ministerial. En el mismo sentido
lo había ya intuido el Sal 110,4. Se ha discutido mucho sobre quién es este personaje, incluso tenemos un texto
en Qumrán (11Q) que lo ve como un ser celeste.

I.2. El valor, pues, de nuestro texto es que sirve como plataforma teológica para un sentido nuevo y una
actualización de la religión inaugurada por la vida de Cristo. El hecho de que en esa ofrenda de Melquisedec
no se usen animales, sino las cosas sencillas de la tierra, apunta a una dimensión ecológica y personalista.
Jesús, antes de morir, ofrecerá su vida ¡tal como suena! en un poco de pan y en un poco de vino. No hacía falta
más que la intención misma de entregarse, de donarse, de “pro-existir” para los demás. Con ello se alza una
protesta radical contra un culto de sacrificios de animales que no lleva a ninguna parte. Es la vida de Dios y de
los hombres la que tiene que estar en comunión. El ser humano se fascina ante lo divino y deja de ser humano
muchas veces, pero la “comunión vital” entre Dios y la humanidad no tiene por qué esclavizarnos a un culto
externo y a veces inhumano. Porque lo que es inhumano, es antidivino.

I.3. En realidad es todo el texto de Heb 7 el que puede generar una lectura interesante en una fiesta como hoy.
Quizás muchos hubieran preferido otro texto para esta fiesta. Pero debemos reconocer que la intención de la
elección litúrgica del mismo se explica porque el gesto de Melquisedec es como un signo anticipado de los
gestos del pan y el vino de Jesús en la última cena con sus discípulos. Se ha hablado de que la intención del
autor de la carta a los Hebreos era mostrar que el sacerdocio de Cristo, a imagen de Melquisedec, logra una
verdadera “téléiôsis”, que se puede traducir de muchas formas, como “perfección” o incluso como
“transformación”. Preferimos esto último, porque Jesús, con su vida, con sus palabra, con sus gestos,
transforma una religión de culto sacrificial de animales, en una verdadera donación de vida, para
introducirnos en la vida misma de Dios.

IIª Lectura: Primera Corintios (11,23-26): La tradición del Señor es vida

II.1. El cristianismo primitivo tuvo que hacerse “recibiendo” tradiciones del Señor. Pablo, que no lo conoció
personalmente, le da mucha importancia a unas pocas que ha recibido. Y una de esas tradiciones son las
palabras y los gestos de la última cena. Porque el apóstol sabía lo que el Vaticano II decía, que “la Iglesia se
realiza en la Eucaristía”. Todos debemos reconocer que aquella noche marcaría para siempre a los suyos.
Cuando la Iglesia intentaba un camino de identidad distinto del judaísmo, serán esos gestos y esas palabras las
que le ofrecerá la oportunidad de cristalizar en el misterio de comunión con su Señor y su Dios. Esta tradición
“recibida”, según la mayoría de los especialistas, pertenece a Antioquía (como en Lc 22,19-20), donde los
seguidores de Jesús “recibieron” por primera vez el nombre de “cristianos”. Un poco distinta es la de Jerusalén
(Mc y Mt).

II.2. Los gestos del Señor Jesús eran los que se hacían en cualquier comida judía; incluso si fue una cena
pascual, lo que se hacía en aquella fiesta, de recuerdo impresionante. Pero lo importante son las “palabras” y
el sentido que Jesús pone en los gestos. Jesús, en la noche “en que iba a ser entregado”, se “entregó” él a los
suyos. El término es elocuente. En los relatos de la pasión aparece frecuentemente este “entregar”. No
obstante lo verdaderamente interesante es que antes de que lo entregaran a la muerte y le quitaran la vida, él
la ofreció, la entregó, la donó a los suyos en el pan y en el vino, de la forma más sencilla y asombrosa que se
podía alguien imaginar.

II.3. ¿Por qué se ha proclamar la muerte del Señor hasta su vuelta? ¿Para recordar la ignominia y la violencia
de su muerte? ¿Para resaltar la dimensión sacrificial de nuestra redención? ¿Para que no se olvide lo que le ha
costado a Jesús la liberación de la humanidad? Muchas cosas, con los matices pertinentes, se deben considerar
al respecto. Tienen el valor de la memoria “zikarón” que es un elemento antropológico imprescindible de
nuestra propia historia. No hacer memoria, significa no tener historia. Y la Iglesia sabe que “nace” de la muerte
de Jesús y de su resurrección. No es simplemente memoria de un muerto o de una muerte ignominiosa, o de
un sacrificio terrible. Es “memoria” (zikarón) de vida, de entrega, de amor consumado, de acción profética que
se adelanta al juicio y a la condena a muerte de las autoridades; es memoria de su vida entera que entrega en
aquella noche con aquellos signos proféticos sin media. Precisamente para que no se busque la vida allí donde
solamente hay muerte y condena. Es, por otra parte y sobre todo, memoria de resurrección, porque quien se
dona en la Eucaristía de la Iglesia, no es un muerto, ni repite su muerte gestualmente, sino el Resucitado.

Evangelio: Lucas (9, 11-17): La Eucaristía, experiencia del Reino de Dios

III.1. Lucas ha presentado la multiplicación de los panes como una Eucaristía. En este sentido podemos hablar
de que este gesto milagroso de Jesús ya no se explica, ni se entiende, desde ciertos parámetros de lo mágico o
de lo extraordinario. Los cinco verbos del v. 16: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir y dar”, denotan el tipo de
lectura que ha ofrecido a su comunidad el redactor del evangelio de Lucas. Quiere decir algo así: no se queden
solamente con que Jesús hizo un milagro, algo extraordinario que rompía las leyes de la naturaleza
(solamente tenían cinco panes y dos peces y eran cinco mil personas). Por tanto, ya tenemos una primera
aproximación. Por otra parte, es muy elocuente cómo se introduce nuestro relato: los acogía, les hablaba del
Reino de Dios y los curaba de sus males (v.11). E inmediatamente se desencadena nuestra narración. Por tanto
la “eucaristía” debe tener esta dimensión: acogida, experiencia del Reino de Dios y curación de nuestra vida.

III.2. Sabemos que el relato de la multiplicación de los panes tiene variantes muy señaladas en la tradición
evangélica: (dos veces en Mateo: 14,13-21;15,32-39); (dos en Marcos: 6,30-44; 8,1-10); (una en Juan, 6,1-13)
y nuestro relato. Se ha escogido, sin duda, para la fiesta del Corpus en este ciclo por ese carácter eucarístico
que Lucas nos ofrece. Incluso se apunta a que todo ocurre cuando el día declinaba, como en el caso de los
discípulos de Emaús (24,29) que terminó con aquella cena prodigiosa en la que Jesús resucitado realiza los
gestos de la última Cena y desaparece. Pero apuntemos otras cosas. Jesús exige a los discípulos que “ellos les
den de comer”; son palabras para provocar, sin duda, y para enseñar también. El relato, pues, tiene de
pedagógico tanto como de maravilloso.
III.3. La Eucaristía: acogida, experiencia del Reino y curación de nuestra vida. Deberíamos centrar la
explicación de nuestro texto en ese sumario introductorio (v. 11), que Lucas se ha permitido anteponer a la
descripción de la tradición que ha recibido sobre una multiplicación de los panes. Si la Eucaristía de la
comunidad cristiana no es un misterio de “acogida”, entonces no haremos lo que hacía Jesús. Muchas personas
necesitan la “eucaristía” como misterio de acogida de sus búsquedas, de sus frustraciones, de sus anhelos
espirituales. No debe ser, pues, la “eucaristía” la experiencia de una élite de perfectos o de santos. Si fuera así
muchas se quedarían fuera para siempre. También debe ser “experiencia del Reino”; el Reino anunciado por
Jesús es el Reino del Padre de la misericordia y, por tanto, debe ser experiencia de su Padre y nuestro Padre,
de su Dios y nuestro Dios. Y, finalmente, “curación” de nuestra vida, es decir, experiencia de gracia, de
encuentro de fraternidad y de armonía. Muchos vienen a la eucaristía buscando su “curación” y la Iglesia debe
ofrecérsela, según el mandato mismo de Jesús a los suyos, en el relato: “dadles vosotros de comer”.

III.4. Son posible, desde luego, otras lecturas de nuestro texto de hoy. No olvidemos que en el sustrato del
mismo se han visto vínculos con la experiencia del desierto y el maná (Ex 16) o del profeta Eliseo y sus
discípulos (2Re 4,42-44). Y además se ha visto como un signo de los tiempos mesiánicos en que Dios ha de dar
a su pueblo la saciedad de los dones verdaderos (cf Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; 132, 15; Jr 31,14). De ahí que
nos sea permitido no esclavizarse únicamente a un tipo de lectura exclusivamente cultual envejecida. El Oficio
de la liturgia del Corpus que, en gran parte, es obra de Sto. Tomás de Aquino, nos ofrece la posibilidad de tener
presente estos aspectos y otros más relevantes si cabe. La Eucaristía, sacramento de Cuerpo y la Sangre de
Señor, debe ser experiencia donde lo viejo es superado. Por eso, la Iglesia debe renovarse verdaderamente en
el misterio de la Eucaristía, donde la primitiva comunidad cristiana encontró fuerzas para ir rompiendo con el
judaísmo y encontrar su identidad futura.

EL TIEMPO ORDINARIO

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


JESÚS INAUGURA UNA RELIGIÓN DE VIDA

Después de Navidad y Epifanía, y antes de llegar a la Cuaresma, se intercala un tiempo intermedio, en la


liturgia de los domingos, que se toma del tiempo común en el que se siguen las lecturas del Ciclo C. Pero en realidad
este “segundo domingo” siempre ha sido un domingo de transición que ha tenido como marco los capítulos
primeros del evangelio de Juan, que es leído, normalmente, en los tres ciclos, durante el tiempo de Cuaresma y
Pascua.

Iª Lectura: Isaías (62,1-5): El enamoramiento de Dios desde la justicia

I.1. La lectura profética está tomada de la tercera parte del libro de Isaías (se le llama el Tritoisaías); y el profeta
discípulo, o de la escuela de Isaías en sentido amplio, anuncia una nueva Jerusalén, la ciudad de Sión, bajo el
lenguaje poético del enamoramiento y el amor divinos. La gran pasión del profeta Isaías fue Jerusalén, donde
estaba el templo de Dios o, lo que es lo mismo, su presencia más determinada según la teología de los especialistas.
Pero ni siquiera la presencia de Dios se garantiza eternamente en un lugar o en una ciudad, si allí, sus habitantes y
todos los que deseen venir a ella, no se percatan de la necesidad de la justicia como signo de salvación. La estrecha
unión, en los profetas, entre la presencia de Dios y la justicia es algo digno de resaltar. Es evidente que Dios no
puede comprometerse con un pueblo que no cuida a los pequeños, a los desgraciados y a los que no tienen casi
nada. Si la religión es “religarse” a Dios… entonces debemos hacerlo con sus deseos.

I.2. Conceptos y palabras fuertes son las que podemos oír en este bello poema profético (que debemos leer desde
61,10): amor, justicia, salvación. Es como la descripción de la boda de un rey victorioso con su esposa, que en este
caso es Sión, Jerusalén. La boda, en realidad, es una victoria, la victoria de la justicia (sdqh). Esa es su corona y su
triunfo: desposar a la amada Jerusalén. Por lo mismo, hablar de una Jerusalén nueva es anunciar una religión
nueva, revivida por el amor eterno de Dios. Jerusalén es la esposa, pero ¿qué hace una esposa desposada si en sus
bodas falta el vino nuevo del amor? Eso es lo que sucedió en las bodas de Caná, en Jerusalén, en la religión judía,
hasta que interviene Jesús ofreciendo el vino nuevo del amor divino. Una religión sin amor es como unas bodas sin
amor. Y muchas veces nos acostumbramos a practicar ese tipo de religión: vacía, sin sentido, sin enamoramiento.

IIª Lectura: 1Corintios (12,4-11): Los carismas y el bien común de la comunidad

II.1. En el pasaje de la carta a los Corintios de San Pablo que leemos hoy encontramos la teología de los carismas en
la comunidad. Este texto está elaborado por dos conceptos que se atraen: unidad y diversidad. Hay diversidad de
carismas, de ministerios y de funciones, pero en un mismo Espíritu, en un mismo Señor, en un mismo Dios (he aquí
la unidad). Pero sobresale el papel del Espíritu como fuente inmediata de los carismas, servicios y actuaciones. No
es ahora el momento de fijarnos en la diversidad o en la misma enumeración y orden que Pablo establece. Podría
ser curioso el orden y el sentido de los mismos, pero no es el momento de hacer una lectura exegética que, además,
debería tener en cuenta todo el conjunto de 1Cor 12-14 para mayor alcance. Quizás los dos últimos, el de hablar en
lenguas (glosolalia) y el de interpretarlas estarían en el fondo de un problema que se ha suscitado en la comunidad
y sobre lo que han consultado al apóstol. El criterio, no obstante, es que los dones especiales que cada uno tiene,
por el Espíritu, deben estar al servicio de la comunidad cristiana.

II.2. El fenómeno de la glosolalia es extático y tiene que ver con algunos elementos de este tipo en el mundo
helenista, como en Delfos o las Sibilas. Quizás habría de tomar en consideración las palabras de K. Barth, quien
decía que este tipo de oración podría llamarse «expresión de lo inexpresable». El apóstol san Pablo en 1Cor 14,18
apunta, incluso, que él mismo es capaz de «hablar en lenguas» y no parece que haya ironía en sus palabras. Algunos
corintios estaban deslumbrados con este carisma que consideraban de los más brillantes y celestes, casi como un
meterse en lo divino. Pero ¿quién lo puede entender? Tiene que haber alguien que lo interprete. Pablo no habla con
ironía sobre este caso, repetimos, pero su criterio es decisivo: el bien de la comunidad.

II.3. Estamos ante una teología que pone de manifiesto la vitalidad de una comunidad cristiana donde el Espíritu
(como el vino nuevo de la vida) concede a cada uno su papel en el servicio en beneficio de los otros: unos predican,
otros alaban, otros consuelan, otros profetizan, otros se dedican a los pobres y desheredados; todo bajo el impulso
del Espíritu de Jesús. Pablo les habla de esta manera a una comunidad que no era precisamente un prodigio de
unidad, sino que había algunos que pretendían imponerse sobre los otros en razón de roles que podían resultar
extraños y donde se buscaba más el prestigio personal que el servicio a la comunidad. Estos dones, pues, si no
saben ponerse al servicio de todos no vienen del Espíritu.

EVANGELIO: Juan (2,1-11): Llenar la religión de alegría y vida

III.1. El evangelio de hoy nos propone el relato de las bodas de Caná como el primer signo que Jesús hace en este
evangelio y que preanuncia todo aquello que Jesús realizará en su existencia. Podríamos comenzar por una
descripción casi bucólica de una fiesta de bodas, en un pueblo, en el ámbito de la cultura hebrea oriental. Así lo
harán muchos predicadores y tienen todo el derecho a ello. Pero el evangelio de Juan no se presta a las
descripciones bucólicas o barrocas. Este es un relato extraño que habla de unas bodas y no se ocupa, a penas, de los
novios. La novia ni se menciona. El novio solamente al final para reprocharle el maestresala que haya guardado el
vino bueno. La “madre y su hijo” son los verdaderos protagonistas. Ellos parecen, en verdad, “los novios” de este
acontecimiento. Pero la madre no tiene nombre. Quizás la discusión exegética se ha centrado mucho en las
palabras de Jesús a su madre. “¿qué entre tú y yo”? o, más comúnmente. “¿qué nos va ti y a mi”? Y el famoso “aún no
ha llegado mi hora”. Cobra mucha importancia el “vino” que se menciona hasta cinco veces, ya que el vino tiene un
significa mesiánico. Y, además, esto no se entiende como un milagro, sino como un “signo” (sêmeion), el primero de
los seis que se han de narrar en el evangelio de Juan.

III.2. La fuerza del mensaje del evangelio de este domingo es: Jesús, la palabra de vida en el evangelio joánico,
cambia el agua que debía servir para la purificación de los judíos -y esto es muy significativo en el episodio-, según
los ritos de su religión ancestral, en un vino de una calidad proverbial. El relato tiene unas connotaciones muy
particulares, en el lenguaje de los símbolos, de la narratología y de la teología que debemos inferir con decisión. El
“tercer día” da que pensar, pues consideramos que es una expresión más teológica que narrativa. El tercer día es el
de la pascua cristiana, la resurrección después de la muerte. No es, pues, un dato estético sino muy significativo.
También hay una expresión al tercer día en el Sinaí (Ex 19,11) cuando se anuncia que descendería Yahvé, la gloria
de Dios.
III.3. La teología del evangelio de Juan quiere poner de manifiesto, a la vez, varias cosas que solamente pueden ser
comprendidas bajo el lenguaje no explícito de los signos. Jesús y su madre llegan por caminos distintos a estas
bodas; falta vino en unas bodas, lo que es inaudito en una celebración de este tipo, porque desprestigia al novio; la
madre (no se nos dice su nombre en todo en relato, ni en todo el evangelio) y Jesús mantienen un diálogo decisivo,
cuando solamente son unos invitados; incluso las tinajas para la purificación (eran seis y no siete) estaban vacías.
Son muchos vacíos, muchas carencias y sin sentidos los de esta celebración de bodas. El “milagro” se hace presente
de una forma sencilla: primero por un diálogo entre la madre y Jesús; después por la “palabra” de Jesús que ordena
“llenar” las tinajas de unos cuarenta litros cada una.

III.4. María actúa, más que como madre, como persona atenta a una boda que representa la religión judía, en la que
ella se había educado y había educado a Jesús. No es insignificante que sea la madre quien sepa que les falta vino.
No es una boda real, ni un milagro “fehaciente” lo que aquí se nos propone considerar primeramente: es una
llamada al vacío de una religión que ha perdido el vino de la vida. Cuando una religión solamente sirve como rito
repetitivo y no como creadora de vida, pierde su gloria y su ser. Jesús, pues, ante el ruego de las personas fieles,
como su madre, que se percatan del vacío existente, adelanta su hora, su momento decisivo, para tratar de ofrecer
vida a quien la busca de verdad. Su gloria no radica en un milagro exótico, sino en salvar y ofrecer vida donde
puede reinar el vacío y la muerte. Esa será su causa, su hora y la razón de su muerte al final de su existencia, tal
como interpreta el evangelio de Juan la vida de Jesús de Nazaret. De una religión nueva surgirá una comunidad
nueva.

III.5. Podríamos tratar de hacer una lectura mariológica de este relato, como muchos lo han hecho y lo seguirán
haciendo. El hecho mismo de que este relato se haya puesto como el segundo de los “misterios de luz” del Rosario
de Juan Pablo II es un indicio que impulsa a ello. Pero no debemos exagerar estos aspectos mariológicos que en el
evangelio de San Juan no se prodigan, aunque contemos con la escena a los pies de la cruz (Jn 19,26-27) que se ha
interpretado en la clave de la maternidad espiritual de María sobre la Iglesia. Nuestro relato es cristológico, porque
nos muestra que los “discípulos creyeron en él”. Eso quiere decir que la mariología del relato (el papel de María en
las bodas de Caná) debe estar muy bien integrada en la cristología. María en el evangelio de Juan puede muy bien
representar a una nueva comunidad que sigue a Jesús (como el discípulos amado) y que ve la bodas de esos novios
que se quedan sin vino como una lectura crítica de un “judaísmo” al que combaten “los autores” del evangelio de
Juan. De ahí que la respuesta de Jesús a su madre en el relato, si lo hacemos con la traducción más común: “¿qué
nos va a ti y a mí?”, puede tener todo su sentido si el evangelista quiere marcar diferencias con un judaísmo que se
está agotando como religión, porque ha perdido su horizonte mesiánico. Y unas preguntas finales: ¿y a nuestra
religión qué le está sucediendo? ¿es profética; trasmite vida y alegría?.

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


EL EVANGELIO: UNA BUENA NOTICIA DE SALVACIÓN

Iª Lectura: Nehemías (8,1-10): La identidad de un pueblo en la Ley

I.1. La primera lectura está tomada del libro de Nehemías (8,1ss) y se quiere poner de manifiesto que cinco siglos
antes el escriba Esdras había inaugurado la praxis de leer la Palabra de Dios, en esta caso la Torah (el Pentateuco),
que es lo que le dio identidad a este pueblo después del destierro de Babilonia. Este es un dato incontrovertible, el
pueblo de Israel tiene su identidad en la fidelidad a la Torah y de ahí nacerá el judaísmo como religión que llegará a
nuestros días. Es solamente después del destierro de Babilonia cuando se puede hablar de la Torah como elemento
determinante. Ni siquiera en tiempos de Josías, con su reforma y el descubrimiento del libro del Deuteronomio en
el templo podíamos hablar de que ya existiera

I.2. Es esto lo que ha creado el tópico de la “religión del libro” en el judaísmo que tiene su parte de verdad, aunque
requiere sus matices. En el fondo, la descripción de la lectura de hoy es propia de una época que quiere exaltar un
momento determinado. De hecho, si los sacrificios y holocaustos fueron muy importantes en la religión de Israel, la
lectura y meditación de la Ley va a convertirse en el primer elemento de identidad de un buen judío. Esto sigue
siendo hoy determinante. Y debemos decir que es una aportación religioso-cultural del judaísmo que tiene un gran
valor. Es la espiritualización de una religión, donde ya no se ven de igual manera los sacrificios de animales, aunque
se seguirá practicando hasta la destrucción de templo de Jerusalén por los romanos en el a. 70 de la C. E. Pero la
identidad del nuevo pueblo no radica en la Ley, sino en el evangelio de Jesucristo, que es más liberador y más
humano. Los cristianos leeremos el evangelio como identidad, no la Torah, porque entre una cosa y otra existe una
diferencia profética.

IIª Lectura: 1Corintios (12,12-30): La diversidad vivida en comunión

II.1. La lectura segunda, vuelve sobre la 1ª Carta a los Corintios como relato continuo que se va a ir desmenuzando
estos domingos. Para explicar la distribución de los dones y la necesidad de un buen funcionamiento de los
diversos servicios y ministerios, recurre a un símil: la Iglesia, la comunidad, es como el cuerpo (sôma) humano,
organismo que no puede subsistir mas que gracias a la diversidad de sus órganos y de sus funciones, y que a pesar
de su multiplicidad, es una unidad inquebrantable en razón de sus misma diversidad: ¿quien quisiera estar sin
manos, o sin pies, o sin ojos, o sin oído? Pues de la misma manera sucede con el cuerpo de Cristo, con la comunidad
cristiana. La fuerza de su argumentación sobre la metáfora del cuerpo no es otra que la unidad y la pluralidad. Pues
lo que sucede en el cuerpo, dice Pablo, “así es también en Cristo” para dar a entender la unión entre Cristo y la
Iglesia. La Iglesia debe estar en Cristo y es su “cuerpo”.

II.2. Unos valdrán más que otros; unos pueden estar más preparados que otros; algunos gozar de una mayor
dignidad; pero todos unidos forman la unidad del cuerpo de Cristo. Eso significa que en la Iglesia no podemos
prescindir de nadie. Porque, como en el cuerpo humano, si un miembro sufre, todos sufren y todos nos
necesitamos. Ese pluralismo en la unidad –que no uniformidad-, debe ser tenido muy en cuenta a la hora de saber
vivir la experiencia cristiana en la Iglesia. El “vosotros sois el cuerpo de Cristo” es una afirmación que tiene su
sentido en el contexto en que está hablando Pablo: los distintos carismas, servicios y actuaciones en la Iglesia. Esto,
a su vez significa que el papel que cada uno juegue en la comunidad cristiana no es para sentirse superior a otros.
La pluralidad se cura en la unidad, sin llegar a ser unificación de vida o de ideas; y la pluralidad se cura, como
veremos en otro momento (1Cor 13), con la caridad.

Evangelio: Lucas (1,1-4.14-21): La fuerza liberadora del evangelio

III.1. La lectura del evangelio se introduce con un prólogo (Lc 1,1-4) en el que el evangelista expone el método que
ha seguido para componer su obra: ha usado tradiciones vivas, orales y escritas, e incluso, sabemos hoy, que ha
usado el evangelio de Marcos como fuente. No quiere decir que lo siga al pie de la letra aunque, en grandes bloques,
le sirve como estructura. Lo que sí está claro es que Lucas, con su mentalidad occidental, cuidadosa, historicista (en
lo que cabe en aquella época) se ha informado cuanto ha podido para escribir sobre Jesús de Nazaret. No obstante,
su obra no es la “historia de Jesús”, una historia más, sino que, como en el caso de Marcos, es el evangelio, la buena
noticia de Jesús lo que importa. Por eso, en realidad, la lectura del evangelio tiene su fuerza en el episodio de Jesús
en la sinagoga de Nazaret, donde se había criado (Lc 4, 14-21), después de presentarlo como itinerante en las
sinagogas de Galilea, donde se comenzó a escuchar esa buena noticia para todos los hombres.

III.2. Es ya significativo que el evangelio no se origina, no aparece en Jerusalén, sino en el territorio que, como
Galilea, tenía fama de influencias paganas y poco religiosas, de acuerdo con las estrictas normas de Jerusalén. De
ahí el dicho popular: “y todo comenzó en Galilea”. Lucas, no obstante, concederá mucha importancia al momento en
que Jesús decide ir hacia la capital del judaísmo, (9,51ss) ya que un profeta no puede evitar Jerusalén. Y Lucas es
absolutamente consciente que Jesús es el profeta definitivo de la historia de la humanidad. Así nos lo presenta,
pues, en ese episodio de la sinagoga del evangelio de hoy: dando la gran noticia de un tiempo nuevo, de un tiempo
definitivo en que aquellos que estaban excluidos del mensaje salvífico de Dios, son en realidad los primeros
beneficiarios de esa buena nueva.

III.3. El relato de la sinagoga de Nazaret, lo que leemos hoy (4,14-21) es una construcción muy particular de Lucas;
una de las escenas programáticas del tercer evangelista que quiere marcar pautas bien definidas de quién es Jesús
y lo que vino a hacer entre los hombres. Eso no quiere decir que la escena no sea histórica, pero está retocada por
activa y por pasiva por nuestro autor para lograr sus objetivos. Es el programa del profeta de Galilea que viene a su
pueblo, Nazaret y desde la sinagoga, lugar de la proclamación de la palabra de Dios, lanzar un mensaje nuevo. Por
ello, el mensaje que nos propone Lucas sobre lo que Jesús pudo decir en Nazaret y en las otras sinagogas se inspira
en textos bien precisos (Is 61,1-2; 58,6) que hablan de la buena nueva para los ciegos, cojos, pobres, excluidos o
condenados de cualquier raza o condición.
III.4. Resaltemos, pues, que el texto que se lee en la sinagoga,-el que le interesa citar a Lucas-, es un texto profético,
aunque también se leía y proclamaba la Ley (había una lectura continua que se conoce como parashâh). El
cristianismo, -no olvidemos la primera lectura de hoy-, encuentra su fuente de inspiración más en las palabras de
los profetas que en las tradiciones jurídicas del Pentateuco (halaka). Esto no lo podemos ignorar a la hora de
entender y actualizar un texto como este que Lucas ha construido sobre la predicación de Jesús en la sinagoga de
Nazaret. Jesús era un profeta y el pueblo lo veía como tal. Es eso lo que Lucas quiere subrayar en primer lugar y por
eso ha “empalmado” dos textos de Isaías para ajustar su mensaje liberador y de gracia.

III.5. Incluso se va más allá, ya que Jesús, como profeta definitivo, corrige las mismas experiencias de los profetas
del Antiguo Testamento. En esos textos citados por Lucas se hace caso omiso de la ira de Dios contra aquellos que
no pertenecen al pueblo de Israel. Dios, pues, el Dios de Jesús, no ama a un pueblo excluyendo a los otros, sino que
su proyecto es un proyecto universal de salvación para todos los hombres. Por eso su mensaje es evangelio, buena
nueva. Así concluye el mensaje fundamental del evangelio de este domingo, aunque la escena es mucho más
compleja y determinante (no obstante, la continuación de la misma se guarda como lectura evangélica para el
próximo domingo). Lo importante está dicho: en Galilea, Jesús profeta, rompiendo el silencio de Nazaret, nos trae la
buena nueva a todos los que la anhelamos, aunque seamos pecadores. Nadie está excluido de la salvación de Dios.

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO


EL PROFETA Y LA RELIGION LIBERADORA

Iª Lectura: Jeremías (1,4-5.17-19): Llamada y misión profética

I.1. La primera lectura de hoy nos refiere la vocación del profeta Jeremías de Anatot en el s. VII a. C. Era un hombre
de descendencia sacerdotal, de los sacerdotes de Anatot o levitas, un pequeño pueblo a unos cinco km. al norte de
Jerusalén. Jeremías mismo profetizó contra su pueblo (11,21-23), donde compró un campo, que era todo un signo
en la situación por la que pasaba el profeta (Jr 32,7-9). Senaquerib lo había conquistado antes de rodear Jerusalén
(Is 10,30). Hoy el texto del libro nos habla de la vocación (vv.4-5) y de la misión (vv.17-19). Era un muchacho
cuando sintió la “llamada” de Dios para ser profeta de los pueblos, de los gentiles. La vocación profética es un
desafío, y en el caso del profeta Jeremías se hace más palpable por la situación tan contradictoria que tuvo que vivir
existencialmente ante la catástrofe que se veía venir sobre Judá. Aunque al principio pudiera estar de acuerdo con
el joven rey Josías para impulsar la reforma necesaria después de más cincuenta años de abandono y opresión por
parte de su abuelo Manasés, Jeremías es un hombre que siente en su vida la fuerza de la palabra de Dios por encima
de cualquier proyecto político. El mismo Pablo se inspira en estas palabras de profeta para ilustrar su llamada a ser
apóstol de los gentiles (Gal 1,15).

I.2. Un profeta lo es a pesar de él mismo; siente miedo por lo que tiene que vivir en su interior y lo que tiene que
comunicar en nombre de su Dios. Sin duda que debe ser así, porque no podrá regalar el oído a nadie. Si fuera
verdad que su primera actuación, como defienden algunos, hubiera sido el discurso contra el templo (Jr 7),
comprenderíamos la experiencia tan intensa y determinante de su vida. Dios, sin embargo, no admite excusas;
llama a quien tiene que llamar, a quien le va ser fiel hasta el final: lo llama para “arrancar y destruir, edificar y
plantar”. El profeta no destruye por destruir, sino para convertir. Es un hombre próximo a la teología de Oseas.
Jeremías ha sido llamado para entregarse a los demás, o si queremos, para sentir la pasión de la palabra de Dios y
entregarla a los demás.

IIª Lectura: I Corintios (12,31-13,13): El amor será lo eterno

II.1. La segunda lectura es probablemente una de las páginas más bellas que jamás se hayan escrito en la historia de
la humanidad, sobre la experiencia más determinante y decisiva de la vida de todo hombre: amar y ser amado. No
podemos olvidar que no se habla del amor bello y hermoso de la amistad (filía), cantado por los griegos y todos los
poetas. Es una expresión que el cristianismo ha rescatado como algo propio (ágape, de agapáô) y que se ha
plasmado con el término “caridad”, una de las virtudes teologales. Y aunque suena mejor el término “amor” y el
verbo “amar” (pues para caridad no existe un verbo directo adecuado), no deberíamos renunciar los cristianos a
ese sentido de “caritas”, que está cargado de originalidad. Es el ágape y no solamente la filía, sencillamente porque
es un amor sin medida: todo lo perdona y siempre se entrega, aunque no haya respuesta. Por eso, como se lee en la
Vulgata “caritas numquam excidit”, el amor no pasa nunca (v.8a). Pablo quiere mostrar el “camino más excelente”,
en realidad el “carisma” al que todos deberían aspirar. Ese es el camino, el sendero por el que hay que marcar los
criterios de los dones espirituales.

II.2. El apóstol nos habla del amor en el contexto de los carismas de la comunidad de Corinto, que le ha planteado la
cuestión de una praxis personal y comunitaria: ¿cuál es el carisma que se debe preferir? ¿qué servicio es el más
perfecto en la comunidad? Pablo está hablando a una comunidad donde existe un problema bien manifiesto: el
desprecio de los débiles, de los que no valen, de los que no tienen altos vuelos. Por eso mismo el campo de acción
del amor en una comunidad cristiana es ejemplificador. Podemos presumir de educación, cultura, intelectualidad,
pero eso, que sin duda perfecciona al hombre, no le da los quilates verdaderos para ser más humano y, desde luego,
para ser mejor cristiano. Y no se puede pretender ser cristiano para uno mismo y en uno mismo. Eso está
descartado previamente. Se es cristiano desde la comunidad y en la comunidad, en la ekklesía o de lo contrario no
se es cristiano para nada. Y es precisamente en ella donde no tiene sentido la forma más sutil de egoísmo espiritual.
El amor es la fuerza de la comunidad, pero también lo es para que uno mismo sea comunidad. Lo es de cualquier
comunidad, pero muy especialmente se debe entender de cualquier tipo o variante de comunidad cristiana. No
podemos, pues, menos de pensar que esto que se dice muy en concreto para la comunidad de Corinto, se debe
aplicar a la comunidad cristiana matrimonial, que es todo un símbolo y realidad de la comunidad eclesial. Es más,
es ahí donde se gesta muy concretamente una de las experiencias más íntimas de la comunidad eclesial.

Evangelio: Lucas (4,21-30): El evangelio liberador, palabra de gracia

III.1. “Esta escritura comienza a cumplirse hoy” (v. 21). Así arranca el texto del evangelio que complementa de una
forma práctica el planteamiento que se hacía el domingo pasado sobre la escena-presentación de Jesús en su
pueblo, donde se había criado, en Nazaret. Esta escena prototipo de todo lo que Jesús ha venido a hacer presente,
apoya que las palabras sobre la gracia, exclusivamente las palabras liberadoras, se convierten en santo y seña de su
vida y de su muerte. El “hoy”, el ahora, es muy importante en la teología de evangelio de Lucas. Lo que Jesús
interpreta en la sinagoga es que ha llegado el tiempo (cf Mc 1,14) de que las palabras proféticas no se queden
solamente en “escritura sagrada”. De eso no se vive solamente. Son realidad de que Dios “ya” está salvando por la
palabra de gracia.

III.2. El v.22 ha sido objeto de discusiones exegéticas, que actualmente apuntan claramente a entenderlo de la
manera siguiente: todos lo criticaban (daban testimonio de él, -martyréô- pero en sentido negativo), a causa de las
palabras sobre la gracia. ¿Por qué? Precisamente porque en la cita del texto de Is 61,1-2 (Lc 4,18) han desaparecido
aquellas palabras que hacían mención de la ira de Dios contra los paganos. El testimonio de sus paisanos de
Nazaret, pues, no es favorable sino adverso. Y es contrario porque Jesús se atreve a anunciar la salvación, no
solamente de su pueblo, sino del hombre, de cualquier hombre, de todos. Los ejemplos posteriores –después del
reproche “médico cúrate a ti mismo”-, de Elías y Eliseo en beneficio de personas paganas (no de Israel) vienen a
iluminar lo que Jesús ha querido proclamar en la sinagoga de Nazaret. La consecuencia de todo ello no es otra que
el intento de apedrear a Jesús. ¿Por qué? ¿Porque les ha puesto el ejemplo de los profetas abiertos al mundo
pagano? ¡Sin duda! Porque ha proclamado el evangelio de la gracia.

III.3. Se ha dicho, con razón, que este es un relato programático. No quiere decir que no sea histórico, que no haya
ocurrido una escena de rechazo en Nazaret (así lo muestra Marcos 6,1-6). Pero en Lucas es una escena que quiere
concentrar toda la vida y toda la predicación de Jesús hasta el momento de su rechazo, de su juicio y de su muerte.
Nazaret no es solamente su patria chica; en este caso representa a todo su pueblo, sus instituciones, su religión, sus
autoridades, que no aceptan el mensaje profético de la gracia de Dios que es y debe ser don para todos los hombres.
Lucas ha puesto todo su genio literario, histórico y teológico para darnos esta maravilla de relato que no tiene
parangón. Todo lo que sigue a continuación, la narración evangélica, es la explicitación de lo que sucede en esta
escena.

III.4. Jesús, como Jeremías, ha sido llamado para arrancar de la religión de Israel, y de toda religión, la venganza de
Dios, y para plantar en el mundo entero una religión de vida. Los ejemplos que Lucas ha escogido para apoyar lo
que Jesús hace –lo del gran profeta Elías y su discípulo Eliseo-, muestran que la religión que sigue pensando en un
Dios manipulable o nacionalista, es una perversión de la religión y de Dios mismo. El itinerario vital de Jesús que
Lucas nos describe en esta escena, muestra que el Reino que a partir de aquí ha de predicar, es su praxis más
comprometida. La salvación ha de anunciarse a los pobres, como se ve en la primera parte de esta escena de
Nazaret, y ello supone que Jesús, en nombre de Dios, ha venido a condenar todo aquello que suponga exclusión y
excomunión en nombre de su Dios. Lucas, pues, sabe que era necesario presentar a Jesús, el profeta de Nazaret, en
la opción por un Dios disidente del judaísmo oficial. Eso será lo que le lleve a la muerte como compromiso de toda
su vida. Y así se pre-anuncia en el intento de apedreamiento en Nazaret. Pero no es la muerte solamente lo que se
anuncia; también la resurrección: “pero él, pasando por medio de ellos, se marchó” (v.30). Esta no es una huida
cobarde, sino “entre ellos”, pasando por la entraña de la muerte… se marchó… a la vida nueva.

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


TODOS SOMOS LLAMADOS A SER PROFETAS Y PESCADORES DE HOMBRES

En el centro de las lecturas de este domingo aparece como mensaje fundamental la fuerza de la Palabra de
Dios para cambiar la vida de aquellos que la escuchan, la acogen y la siguen. Esto es bien manifiesto en el evangelio
y en la primera lectura profética; pero no lo es menos en el “credo” que Pablo propone a la comunidad de Corinto,
recordándoles que si ellos son una comunidad de creyentes, se debe a que han acogido el mensaje, que él, a su vez,
había recibido de los testigos de Jesús: que Cristo murió por nosotros y ha resucitado para darnos a todos la vida.

Iª Lectura: Isaías (6,1-2ª.3-8): La palabra de Dios que transforma

I.1. En la lectura profética se nos describe la experiencia de Isaías en el templo de Jerusalén cuando es llamado para
ser enviado y hablar al pueblo en nombre de Dios. El profeta se siente indigno, porque ha tenido una experiencia
tan intensa de lo que es Dios, de lo que es su Palabra, que no se atreve a hablar a un pueblo infiel, ya que él mismo
se considera parte de ese mismo pueblo. Pero con un simbolismo de purificación de uno de los serafines (serafín
tiene una raíz hebrea que significa “arder”), en definitiva de la acción curativa y purificadora de la Palabra de Dios,
se siente impulsado a hablar a los hombres de Dios. La Biblia sabe muy bien expresar la transformación de la
situación de pecado del hombre por medio de la intervención salvífica de Dios.

I.2. Lo que se quiere poner de manifiesto en esta experiencia del propio profeta, no es algo que solo vivirá él, sino
todo el pueblo a causa de su palabra profética, que es Palabra de Dios. Quien es llamado a ser profeta siente que le
arde el alma y el corazón. ¡Da miedo!, claro, pero la misma Palabra transforma el miedo en valentía y audacia.
Cuando ruge el león ¿quién puede callar? (como dice Amós 3,8 “Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor
Yahvé, ¿quién no profetizará?). Dios tiene esas intervenciones extraordinarias, en base a ciertas experiencias
personales que despierta o arranca de la indolencia y la trivialidad. El profeta que tiene esa “suerte”, que es un
riesgo, no dormirá tranquilo. Ya verá la vida y la religión de otra manera. A cada uno le ocurre en su “status”. Es
probable que Isaías fuera de familia distinguida, quizás sacerdotal. Ahí llega también la palabra de Dios para
purificar y transformar.

IIª Lectura: Iª Corintios (15,1-11): El credo fundamental del cristianismo primitivo

I.1. En el contexto de 1Cor 15, estos versos iniciales marcan una pauta determinante porque están construidos en
torno a la fe primitiva de los cristianos que se resumen, con solemnidad, anunciando la muerte y resurrección de
Jesús. ¿En que se apoyan? En la experiencia que tienen de Él después de su muerte. La muerte no ha sido para Él
una derrota; no es necesaria, ni lo será para nadie una segunda muerte. No sería justo ni para Dios, ni para ningún
hombre. Por tanto, tampoco para Jesús. La resurrección se impone en sus vidas como una experiencia de vida. Esto
es una revelación de Dios, que tienen que aceptar por la fe. Así fue y así lo recibió Pablo, y de la misma manera se lo
trasmitió a su querida comunidad de Corinto en el mismo momento de la fundación. A eso le llama Pablo,
concretamente, el Evangelio.

I.2. Como ya hemos dicho es un "credo", una confesión de fe trasmitida por Pablo. Es verdad que Pablo pretende
legitimar su papel de Apóstol para combatir a algunos que niegan la necesidad de la resurrección y, por lo mismo,
el hecho fundamental de que Jesucristo hubiera resucitado de entre los muertos. Él, Pablo, se considera como un
apóstol abortivo (significa que la experiencia del Señor resucitado para él es como un nacimiento imprevisto,
inesperado, casi imposible, ya que él estaba bien convencido de su judaísmo y del valor de la ley, e incluso había
perseguido a la comunidad que confesaba a Jesús resucitado), no lo merecía. Pero ahí está dando a conocer en el
mundo entero la gran noticia de la resurrección de Jesús y de todos los hombres.
I.3. Pablo les recuerda esto, porque está poniendo unas premisas indiscutibles, ya que intenta responder a una
noticia que le ha llegado: que algunos no ven necesario hablar de la resurrección con lo que esto significa desde la
mentalidad antropológica de un judío, pero en confrontación con la mentalidad griega. Si comienza así, con esa
solemnidad, es porque este “Evangelio” es el principio y la base de toda su argumentación posterior. Debemos
reconocer que esta es una de las piezas maestras de los textos de Pablo. Si no se acepta que Cristo ha sido
resucitado por Dios, el cristianismo que ellos han aceptado, el evangelio, no tiene sentido. Si Cristo no vive con una
vida nueva entonces… el cristianismo no tiene nada que ofrecer a los hombres. ¡Pero no! Cristo ha resucitado… y él
mismo ha tenido experiencia de ello, de la misma manera que los otros apóstoles la tuvieron antes que él.

Evangelio: Lucas (5,1-11): La palabra de Dios que cambia la vida de los hombres

III.1. El evangelio nos relata la vocación de Pedro en un pasaje propio de Lucas, distinto de la vocación de los
primeros discípulos narrada por Mc 1,16-20; está más próximo de Jn 21,1-11 sobre el momento de las experiencias
que tuvieron los apóstoles después de la resurrección de Jesús. Los inconvenientes que Pedro pone a salir a pescar
con Jesús y echar las redes en el agua tienen cierto parecido con la objeción de Isaías para desempeñar la misión de
profeta. Han estado toda la noche y no han encontrado nada; ahora, casi de día, es más difícil aún, los peces no
acuden. Pero en este caso van con Jesús, con el Señor que trae la Palabra viva de Dios. Es eso lo que les hará dejarlo
todo para seguirle; dejarán incluso la pesca milagrosa que han recogido para emprender una misión nueva, para
pescar a los hombres en el mar de la vida y anunciarles la salvación de Dios.

III.2. Ciertos detalles del texto son dignos de mención: Jesús está en el lago, y la muchedumbre acude para
escuchar la “palabra de Dios” (logos tou theou, que es una expresión que es frecuente en la obra de Lucas:
8,11.21;11,28, Hch 4,31; 6,2.7; 8,14; 11,1; 13,5.7.44.46; 16,32; 17,13; 18,11). Pero esa palabra de Dios, se va a
convertir es una fuerza transformadora que haga que Simón y los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, tengan que
dejar de ser pescadores, que estaban asociados (koinoi) en el lago, para seguir a Jesús como “pescadores de
hombres”. Lo extraordinario de la pesca también tiene su significado, especialmente porque no era la hora de
pescar, por la noche, sino a la luz del día. La orden de Jesús, su palabra, hace posible lo que no es normal. Así
sucede, pues, con el evangelio que trasforma el miedo en alegría. Pedro se confiesa pecador, indigno, como los
profetas. Pero eso no importa… lo importante es seguir a Jesús.

III.2. Por lo mismo, en todas las lecturas, vemos cómo se impone la Palabra de Dios, Dios mismo, Jesucristo
resucitado, en la vida de todos aquellos que deben colaborar en el proyecto salvífico sobre este mundo y
transforma la existencia de cada uno. La Palabra de Dios tiene una eficacia que motiva la respuesta de Isaías, de
Pedro y los apóstoles y de Pablo. No eran santos, sino pecadores y alejados de la “santidad divina”. La Palabra,
Jesucristo, su evangelio, se impone en nuestra vida, pero no nos agrede: nos interpela, nos envuelve
misteriosamente, nos renueva, cambia los horizontes de nuestra existencia y nos lleva a colaborar en la misión
profética del evangelio, que es la misión fundamental de la Iglesia en el mundo. Si al principio dan un poco de
miedo las respuestas, estas se hacen radicales, porque no es necesario ser santo o perfecto para colaborar con Dios.
Hace falta prestarle nuestra voz, nuestro trabajo y todo será distinto. Se nos propone una vida nueva, en
perspectiva de futuro, sin cálculos...y todo cambiará, como cambiaron Isaías y como cambiaron Pedro y Pablo. No
somos santos, no somos perfectos ¿cómo podremos? Cuando aprendemos a fiarnos de Jesús y de su evangelio;
cuando queremos salir de nuestros límites, la Palabra de Dios es más eficaz que nuestras propias razones para no
echar las redes en el agua, en la vida, en la familia, entre los amigos, en el trabajo... y seremos profetas, y seremos
pescadores.

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


LAS BIENAVENTURANZAS, CORAZÓN DEL EVANGELIO

Iª Lectura: Jeremías (17,5-8): Feliz quien se fía de Dios

I.1. Con ese texto tan bello, del hombre que confía en el Señor, el texto de Jeremías nos prepara para abrir el alma al
texto evangélico. Un contraste entre makarismo y lamentación construyen este texto profético, que tiene mucho de
radical y de sapiencial. El simbolismo del desierto como ámbito de muerte, de sequedad, es una lección que debe
aplicarse a la vida del creyente, en este caso del israelita. Una serie de términos hebreos describen el mundo del
desierto (el hombre –adam-, carne -bashar- y corazón leb); en la otra parte está Dios. Es en Yahvé en quien hay que
tener confianza (ybth/bth), porque en él está la experiencia del agua en el desierto de la vida.

I.2. Poner la confianza (el corazón) en el mundo de la carne, del hombre y sus intereses es un desafío moral y
antropológico. El mensaje no tiene dobleces; es simple y directo, de escuela elemental: es el mundo del Dios y el
mundo de los hombres lo que está en la palestra del profeta que aquí se vale de la experiencia sapiencial para
comunicar su mensaje de confianza. Es tan sencillo como lo que podemos aprender en la escuela de la vida de cada
día. ¿No es así? El dualismo entre el mundo de Dios y el mundo del hombre es un desafío. Si queremos tener vida
hay que estar junto a la corriente, de lo contrario seremos como el tamarisco de la Arabá (que es un desierto
inmenso).

IIª Lectura: Iª Corintios (15,12.16-20): Sin resurrección no hay futuro

II.1. La carta de Pablo a los Corintios, segunda lectura de este domingo, continúa después el “credo” de la
resurrección (vv. 1-11) con sus consecuencias para todos los hombres. Si no hay resurrección de Jesucristo no hay
perdón de los pecados y no habrá vida eterna. Entonces ¿qué nos espera?, ¿la nada?, ¿el caos? Algunos niegan la
resurrección de los muertos, no la ven necesaria. Por lo tanto tampoco sería la de Cristo (v.12). Con eso el
cristianismo pierde su sentido y Pablo lo hace ver con claridad meridiana. Porque la lógica se impone: si los
muertos no resucitan, tampoco Cristo debía haber resucitado.

II.2. Pero si Cristo no ha resucitado la fe de los cristianos no tiene sentido; la lógica sigue imponiéndose frente a los
que se permiten esas afirmaciones. Y si ponemos en Cristo nuestra esperanza únicamente para esta vida, somos los
más tontos de todos los hombres. Estamos en el centro del debate: si no hay resurrección ¿para qué ser cristianos?
¿Para vivir con un sentido ético en esta vida? No sería totalmente negativo, pero se empobrecería sobremanera el
sentido de la fe y de la vida cristiana. Y se arruinaría una dimensión fundamental del cristianismo: ofrecer vida
verdadera, vida eterna a los hombres. La resurrección de Jesucristo es el paradigma de la oferta verdadera de Dios
a los hombres.

II.3. Cristo no ha venido a otra cosa sino a “resucitarnos” en el mejor sentido de la palabra. No solamente a
resucitarnos moralmente (que así ha sido), sino para que resucitemos como Él. Es verdad que la acción de la
resurrección recae directamente en Dios. Pero de alguna manera, como apunta Sto. Tomas, la resurrección de Jesús
es la causa de nuestra resurrección (S. T. q. 56). Habría que precisar algunos aspectos de las afirmaciones
teológicas de Tomás de Aquino, porque la antropología actual y la hermenéutica lo requieren. Su resurrección,
poder de Dios, es la fuerza transformadora de nuestra historia de pecado y de muerte. Pero si no hay resurrección
de los muertos tampoco podríamos hablar del valor eficiente de la resurrección de Jesús para todos los hombres
¡no habría futuro para nadie! ¡ni siquiera para Dios!, porque nadie lo buscaría y nadie diría su nombre. Pero la
resurrección de Jesucristo nos ha revelado que sí hay futuro para todos, para Dios y para nosotros.

Evangelio: Lucas (6,20-26): Las opciones del Reino

III.1. Hoy la liturgia, y muy concretamente el evangelio, nos ofrece uno de los textos más impresionantes de la
historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida y por el que otros han detestado al cristianismo y a
Jesús de Nazaret. El texto de las bienaventuranzas de Lucas es escueto, dialéctico, radical. Pero en el fondo se trata
simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados
en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura
(Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un
lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.

III.2. Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hizo
con el sermón de la montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas
nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones, viene del hebreo hôy y en
latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que
caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas.
Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar
de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto. No debemos entrar, pues, en la discusión de si
las “malaventuranzas” o lamentaciones son palabras auténticas de Jesús o de los profetas itinerantes cristianos que
predicaban con esta radicalidad tan genuina. Hay opiniones muy diversas al respecto. Ahora están en el evangelio y
deben interpretarse a la luz de lo que Lucas quiere trasmitir a su comunidad.

III.3. Jesús hablaba así, casi como las escuchamos hoy en el texto de Lucas, más directo y menos recargado que el
de Mateo. Jesús habló así al pueblo, a la gente: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres y piensa y vive
desde ese mundo para liberarlos. El pobre es ´ebîôn/´anaâw en hebreo; ptôchos en griego, pauper en latín: se trata
de quien no tiene alimento, casa y libertad y en el AT es el que apela a Dios como único defensor. Así debemos
entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad
teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela. Y
lógicamente, Dios no quiere, ni puede revelarse en el mundo de los ricos, del poder y de la ignominia. ¡El Reino que
Jesús anuncia es así de escandaloso! No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente.
Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los
poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Las lamentaciones, pues, significan que no
intentemos o pretendamos encontrar a Dios en las riquezas, en el poder, en el dominio, en la corrupción; allí
solamente encontraremos ídolos de muerte.

III.4. La teología de la liberación ha sabido expresar estas vivencias para dar esperanza a los pobres del Tercer
Mundo. Y la verdad es que la fe más evangélica la viven los pobres que creen; los pueblos más ricos y poderosos
están más descristianizados. Es el mundo de los pobres y de las miserias, el que más espera en Jesucristo; en el
mundo de los poderosos habita un gran vacío. El evangelio de Lucas hoy, pues, nos propone dos horizontes: un
horizonte de vida y un horizonte de muerte. ¿Dónde encontrar a Dios? Todos lo sabemos, porque la equivocación
radical sería buscarlo donde El ha dicho que no lo encontraremos. El texto de Jeremías es suficientemente explícito
al respecto: ¿como podría crecer un árbol de vida en el mundo de las lamentaciones?.

III.5. La luz no es lo que se ve, pero es aquello que produce el milagro para que veamos. Y las bienaventuranzas de
Jesús son la luz de su predicación del Reino. Con las bienaventuranzas se hará posible ver a Dios; desde el mundo
de las lamentaciones nunca encontraremos al Dios verdadero, aunque Él no rechace a nadie. El mundo de las
bienaventuranzas nos impulsa a confiar en un Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y, por eso
mismo, a cada uno de nosotros nos resucita y resucitará. Pero a ese Dios ya sabemos dónde debemos buscarlo: no
en la ignominia del poder de este mundo, sino en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los afligidos y de los
que son perseguidos a causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de vida, el Dios de la resurrección. Y esto es así,
porque Dios ha hecho su opción, y un Dios con corazón solamente puede aparecer donde está la vida y el amor.

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


LA MISERICORDIA: CLAVE DEL SERMON DE LA LLANURA

I Lectura: Iº Samuel (26,2.7-9.12-13.22-23): El valor de la fidelidad

I.1. En esta primera lectura se narra un episodio muy importante de la vida de David, el gran rey de Israel y Judá,
quien en su carrera hacia el reinado quiere respetar al ungido de Dios, hasta entonces, Saúl, y no quiere matarlo en
una ocasión propicia cuando dormía en el desierto. Es una lectura, con rasgos de leyenda, que quiere hablarnos de
lo importante que es la magnanimidad y generosidad en la vida; mensaje que de alguna manera nos prepara a
escuchar el evangelio de día. No sabemos cómo estas escenas entre Saúl y David han circulado en las tradiciones
previas. Es manifiesto que los redactores “deuteronomistas” ha querido exaltar la fidelidad de David al ungido de
Dios, porque él lo sería un día.

I.2. Probablemente hay un cierto “fingimiento” en la actitud de Saúl con respecto a David; en realidad eran más
enemigos de lo que podemos pensar. Cada uno tenía su parcela, sus intereses familiares y de tribu y sus hombres
de confianza. Pero también podríamos pensar que se quiere “canonizar” al “santo” rey David, quien sería el hombre
que les dio una identidad y un futuro a las tribus que hasta entonces no habían tenido unidad. La historia se
construye así muchas veces. Pero eso no quiere decir que David no hubiera respetado a Saúl como rey, hasta el
momento en que cae en la batalla ante los filisteos (1Sm 31). No obstante la lección debe ser para nosotros lo
importante: hay que ser magnánimos y respetar la vida de todos los hombres

II Lectura: Iª Corintios (15,45-49): Cristo vivificador


I.1. Esta lectura es la unidad penúltima de la disertación paulina sobre este misterio de la vida (1Cor 15): no hemos
nacido para quedarnos en la tierra, sino para ser seres espirituales, donde la muerte no nos lleve a la nada. Es eso lo
que se propone bajo la imagen de los dos Adanes: el de la tierra y el del cielo. Pablo ha querido recurrir al Gn 2,7
para sacar unas consecuencias entre el hombre natural, biológico, genético si cabe, y el hombre espiritual (el de la
resurrección). No podríamos aplicar aquí, con rigor, unos esquemas científicos. Porque el hombre natural, la
especie humana, creado a imagen de Dios, es y debe ser también espiritual. ¡De esto no debe caber la menor duda!
No existe un hombre natural, aunque muchos hagan depender este texto de la expresión anterior: “si hay un
cuerpo natural, lo hay también espiritual” (v. 44).

II.2. ¿Cómo resolver este dilema? El hombre espiritual es el de la resurrección, que en 1 Cor 15 es precisamente
Cristo. Por tanto, se impone una consecuencia: de Gn 2,7 sale el hombre (Adam) para esta vida, con toda su
dignidad, con toda su creaturalidad que no es simplemente la vida biológica de los seres vivientes. Pero no se ha
acabado ahí el misterio de ser “imagen de Dios”. No llegaremos a ser la imagen plena de Dios sino en la
resurrección, como lo es Cristo ya resucitado según este texto de 1Cor 15. Dios no habrá acabado su proyecto
creador sino por la “recreación” del hombre que superando lo biológico, psíquico y espiritual de este mundo, llega a
la plenitud de lo espiritual por la resurrección. Cristo, pues, es la imagen, el modelo y al paradigma de lo que nos
espera a todos. Hemos sido creados, pues, para la vida eterna y no para la muerte. Cristo es el Adam vivificado por
la resurrección y vivificante en cuanto en él seremos todos vivificados. Dios hará en nosotros lo que ha hecho en Él.

Evangelio: Lucas (6,27-38): Evangelio frente a violencia

III.1. Este mini-catecismo radical fue muy valorado en el cristianismo primitivo, hasta el s. II. Se recoge en el
Evangelio Q (de ahí lo toman Mateo y Lucas), y algo también en el Evangelio de Tomás y en la Didajé. Se ha dicho
que la “regla de oro” es como el elemento práctico que encadena estos dichos, aunque no sea lo más original, ya que
tiene buenas raíces judías: no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti. Lucas, no obstante, propondrá
como fuerza determinante el “sed misericordiosos como Dios es misericordioso”. Algunos especialistas intuyen que
estas palabras eran como el catecismo de los profetas itinerantes. No es el momento de discusiones intrincadas
para reconstruir el tenor original de las palabras de Jesús, tal como fueron vividas e interpretadas en los dos
primeros siglos. Desde luego aquí se refleja mucho de lo que Jesús pedía a quien le seguía. Su mensaje del reino de
Dios implicaba renuncia al odio, a la violencia y a todo lo que Dios no acepta.

III.2. Se trata, junto con las bienaventuranzas, del centro del mensaje evangélico en su identidad más
absolutamente cristiana, en su exigencia más radical, en cuanto expresa lo que es la raíz del evangelio. Y la raíz es
aquello que da vida a una planta; que recoge el “humus de la tierra”. Frecuentemente, cuando se habla de radical, se
piensa en lo que es muy difícil o heroico. Si fuera así el cristianismo, entonces estaríamos llamados casi todos a una
experiencia de fracaso. Por el contrario, en las exigencias radicales y utópicas del sermón es cuando el cristiano
sabe y experimenta qué camino ha elegido verdaderamente. Y no es lo importante la dificultad de llevar todo esto a
la praxis, sino saber identificarse con el proyecto de Jesús, que es el proyecto de Dios.

III.3. Por eso mismo, el amor, incluso a los enemigos; el renunciar a la violencia cuando existen razones subjetivas e
incluso objetivas para tomar disposiciones de ese tipo es una forma de poner de manifiesto que el proyecto de
evangelio se enraíza en algo fundamental. Nadie ha podido proponer algo tan utópico, tan desmesurado, como lo
que Jesús les propone a hombres y mujeres que tenían razones para odiar y para emprender un camino de
violencia. La sociedad estaba dominada por el Imperio de Roma, y unas cuantas familias se apoyaban en ello para
dominar entre el pueblo. La pobreza era una situación de hecho; las leyes se imponían en razón de fuerzas
misteriosas y poderosas, de tradiciones, de castas y grupos. El mensaje de Jesús no debería haber sido
precisamente de amor y perdón, sino de revolución violenta. Y no es que Jesús no pretendiera una verdadera
revolución; su mensaje sobre el reino de Dios podía sonar en tonos de violencia para muchos. Pero ¿cómo es
posible que Jesús pida a las gentes que amen a los enemigos? Porque el Reino se apoya en la revolución del amor;
así es como el amor del Reino no es romanticismo; así es como el Reino es radical; así es como el evangelio no es
una ideología del momento, sino mensaje que perdura hasta nuestros días. Jesús quería algo impresionante, y no
precisamente irrealizable a pesar de la condición humana. Es posible que durante mucho tiempo se haya pensado
que la práctica del sermón de la montaña o del llano no es posible llevarla a cabo en este mundo y se considere que
su utopía nos excusa de realizarlo. Pero utopía no quiere decir irrealizable, quiere decir que está fuera de la forma
común en que nos comportamos los hombres.
III.4. El amor a los enemigos y la renuncia a la violencia para hacer justicia es lo que Dios hace día y noche con
nosotros. Por eso Dios no tiene enemigos, porque ama sin medida, porque es misericordioso (hace salir el sol sobre
malos y buenos y llover sobre justos e injustos añade Mateo en este caso para ilustrar su comportamiento). La
diferencia con Mateo es que Lucas no propone “ser perfectos” (que, en el fondo, tiene un matiz jurídico, propio de la
mentalidad demasiado arraigada en preceptos y normas), sino ser misericordiosos: esa es la forma o el talante para
amar incluso a los enemigos y renunciar a la venganza, a la violencia, a la impiedad. Ser cristiano, pues, seguidor de
Jesús, exige de nosotros no precisamente una heroicidad, como muchas veces se ha planteado; exige de nosotros,
como algo radical, ser misericordiosos. Así, pues, la propuesta lucana tiene su propia estrategia: ¿cómo amar a los
enemigos? ¿cómo renunciar a la venganza de quien sea mi enemigo y me ofende y me hace injusticia? No es
cuestión de que se imponga porque sí todo esto como precepto. En la pedagogía de Lucas se expresa así: ser
cristiano, seguidor de Jesús, significa ser capaz de amar incluso a los enemigos, requiere la praxis de “llegar a ser,
hacerse, misericordioso, como lo es Dios”.

VIII DOMINGO
LA RESURRECCIÓN, UN PURO DON DE DIOS

Iª Lectura: Ben Sirac - Eclesiástico (27,4-7): Palabra y sabiduría

I.1. El libro de Ben Sirac nos ofrece una serie de sentencias de tipo sapiencial que quieren poner de manifiesto la
importancia de lo que decimos, de la palabra, como fruto de los que somos. La criba, el horno, la reflexión, el fruto
del árbol son las imágenes de comparación de lo que verdaderamente tiene sentido. No es el oropel de lo externo,
sino de lo interno y lo permanente lo que tiene sentido en la vida. La tiranía de la exterioridad es algo que el sabio
no soporta. La sabiduría no viene de las cosas que se hacen o se sienten a medias. La sabiduría viene de lo más
profundo. Por eso la palabra de sabiduría vale su peso en oro.

II.1. Efectivamente, la palabra en el ser humano es tan importante porque en ello se expresan nuestros
pensamientos y deseos; el amor y el odio; la verdad y la mentira; la exhortación y la calumnia. Con la palabra se
mata la fama y la honra de otros y con la palabra se resucita a los que han sido calumniados. Sentencias llenas de
sabiduría que no podemos menospreciar, y que son el fruto de la experiencia y la reflexión. La palabra dice lo que
llevamos en el corazón.

II Lectura: Iª Corintios (15,54-58): Resurrección y corporeidad

II.1. Esta lectura de San Pablo a los Corintios podría ser la que en este domingo sirva como clave interpretativa y
como mensaje cristiano en el contexto de la eucaristía. Porque la eucaristía es el marco adecuado para celebrar el
misterio de la resurrección de Jesús y de los muertos. El texto de Pablo podría completarse mejor con otros
versículos anteriores del mismo capítulo que se ha venido leyendo durante varios domingos y, desde cuya
perspectiva globalizante, ofrecemos esta reflexión. Pablo habla del paso de lo corruptible a lo incorruptible; de lo
mortal a lo inmortal. Aunque cada uno de los términos tiene su significación, y cada uno de ellos hay que
entenderlos por su contrario; la realidad no es una descripción puntual de lo que somos y de lo que seremos, es una
descripción totalizante. Es decir: aquí la corporeidad psíquica está determinada por la corruptibilidad, lo mísero y
lo débil. No se trata de una maldición, de un modo de ser maldito, sino del ser tal como somos creados por Dios. Si
no fuéramos así, no existiríamos; por lo tanto, no es algo que expresa negatividad radical, sino limitación creatural:
seres vivientes, pero a los que les queda ser todavía seres pneumáticos, inmortales.

II.2. Por el contrario, la corporeidad de la resurrección es pneumática; es decir, incorruptible, gloriosa y dinámica.
Es el ser completado en su creaturalidad por la acción creadora de Dios, que tiene en cuenta quiénes somos. En la
muerte debemos ser tratados por Dios como una necesidad decisiva. Entonces Pablo, apoyado en la resurrección
de Jesús, tiene la seguridad de la fe de que la muerte no es lo último; es lo último que vemos si no existe fe; pero si
existe fe y esperanza, entonces es lo penúltimo. La muerte expresa lo poco que somos todavía aquí; pero la
resurrección habla de que seremos la misma persona, porque Dios seguirá con nosotros "a través de la muerte". La
identidad de mi mismidad, y la discontinuidad con la historia y el tiempo en que he sido "yo mismo", es uno de los
grandes misterios de la resurrección. No se trata de que desaparezca totalmente "lo que yo era", sino de que siga
siendo "yo mismo", pero liberado, necesariamente, de la positiva corporeidad creacional, ya que desde ella nadie
tiene futuro ("la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios", v. 50), sería abocarse a la nada. ¿Quiere decir
que Dios nos ha creado imperfectamente? No debería entenderse así en absoluto, sino que Dios no ha terminado de
crearnos hasta que lleguemos a ser resucitados. No se trata de un mecanismo natural de la esencia humana, ya que
la resurrección no se realiza "desde abajo", sino "desde arriba", desde Dios Creador; todo se apoya en el acto del
Dios que resucita.

II.3. El nuevo cuerpo, el nuevo ser, es un puro don de Dios (1Cor 15,38ss; 2Cor 5,1), como es nuestra primera
creación; pero Dios se lo hace al difunto, y éste es reconocible para sí mismo y para los otros. La resurrección
significa así, fundamentalmente, el don de una nueva existencia (una existencia total, salvada, solidaria y
perfeccionada). Los hombres reciben una existencia nueva y definitiva, plena y perfecta, en su vida y en sus
relaciones interpersonales. Cuando muchos hombres le dan todas las cartas a la muerte, Pablo se las ofrece a Dios.
No triunfa la nada en la muerte; es Dios, Dios resucitador, el que triunfa en la muerte de mí mismo. Es eso lo que ha
sucedido con Jesucristo resucitado de entre los muertos. Por eso Pablo acaba pidiendo que nuestra fatiga en el
Señor no será vana. Confiar en el Señor de la vida es una opción muy importante de ser cristiano. Es eso lo que
debemos aprender a vivir y experimentar en la eucaristía, porque en ella se adelanta sacramentalmente esa gran
experiencia de vida que el Señor ya tiene y nos ofrece a nosotros.

III. Evangelio: Lucas (6,39-45): La sabiduría de la misericordia

III.1. Este texto, final del sermón del llano lucano, nos invita a poner en práctica las palabras de Jesús. Se habla
de una parábola, que en realidad son dos comparaciones (mashal, proverbio). En primer lugar la del ciego y en
segundo lugar la del discípulo y maestro. Después vemos una construcción que se nos presenta con un
paralelismo antitético, centrada sobre el árbol bueno y el malo (vv.43-45), poniendo de manifiesto que todo
árbol se valora de verdad por sus frutos. Ninguno puede dar un fruto distinto de su esencia: los higos no se
buscan en las espinas, ni las uvas en los zarzales. Todo este conjunto es sapiencial, como el texto de Ben Sirac.
Esto lo encontramos, aunque no exactamente así, en Mt 7,1ss (el sermón de la montaña).

III.2. En el mundo judío el discípulo no estaba llamado a superar al maestro como sucede a veces en el mundo
occidental no bíblico. Más bien se trata de imitar la sabiduría del maestro que le ha enseñado. Pero en este
discurso, previamente, está el famoso dicho de "sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc
6,36). Es ahí donde se apoya esta enseñanza de los dichos de Jesús: que los ciegos, que los discípulos, traten de
imitar la misericordia del Padre. Es, pues, una llamada a ser discípulos de la misericordia. De esa manera no
estaremos preocupados de ver y agrandar el mal o los fallos de los otros y pasar por alto los nuestros. "Sed
misericordiosos" es no admitir esa clase de ceguera patológica que tenemos para querer guiar a los que ven o
tienen más sabiduría que nosotros. No reconocer eso es ser como los ciegos y los discípulos que sin sabiduría
quieren ser más sabios que su maestro.

III.3. Aunque el cristianismo no es una religión de la perfección o de la efectividad malsana, no quiere decir que
no se empeñe en la vida de cada día, en las relaciones humanas. El no juzgar a los demás no significa dejar pasar
las cosas como si se estuviera proponiendo una "liberalidad" extrema. Vuelve a tener sentido que la "imitatio
Dei" en la misericordia es lo que debe hacernos verdaderos hermanos. De hecho en estos dichos aparece varias
veces el término "hermano". Y es para el hermano para quien se debe tener un corazón fraterno y abierto. El
corazón es clave en la última de las comparaciones, sobre el fruto bueno. Porque es del corazón, hablando en
términos bíblicos, de donde salen los frutos de nuestra vida. ¿Qué es lo que debemos tener en el corazón? Por
decirlo en una sola palabra: misericordia. De ahí salen los frutos de nuestra vida para que los demás los recojan.

IX DOMINGO
LA FE Y LA GRACIA QUE NOS SAVAN

I ª Lectura: 1 Reyes (8,41-43): La aceptación del extranjero

I.1 Es la plegaria de Salomón a Dios, que es uno de los hitos religiosos y espirituales de la teología
"deuteronomista". Sabemos que esta escuela así llamada se apoya en el libro del Deuteronomio, o quizás en la
parte central que se encontró en la reforma del rey Josías (s. 622 a. C.). Es una corriente de pensamiento crítica
con la monarquía y con la religión institucional; se trataría de una corriente de corte profético que propone
modelos, como los de David y Salomón, pero que sabe también mostrar la debilidad y los pecados; la necesidad
del arrepentimiento y de volver al Señor. Por eso, este c. 8 de 1Re se ha considerado como una de las
manifestaciones más propias de su pensamiento.
I.2. El texto en cuestión es una petición por los "extranjeros" que no son del pueblo de Israel y que pueden
llegar a Jerusalén, donde el rey había construido finalmente la casa de Dios, el templo. En este sentido podemos
admirarnos en cierta manera de ese particular "ecumenismo" de la teología deuteronomista, cosa que no
aparecerá con la misma intensidad cuando después del destierro de Babilonia se imponga un "judaísmo" más
radicalmente fundamentalista. Entonces el extranjero, el pagano, el que no está bajo la ley y en el pueblo de la
Alianza no será mirado con los mismos ojos. Esta puede ser una lección muy importante para los retos que
tenemos los cristianos ante este hecho mundial.

IIª Lectura: Gálatas (1,1-10): La verdad del evangelio

II.1. Estamos ante el comienzo de la carta a los Gálatas, con un prodigioso arranque de fuerza y contenido
profético, aunque también debamos tener en cuenta la retórica propia con que se quiere impresionar a la
comunidad que ha sido engendrada en el evangelio. Pablo está dispuesto a todo desde el comienzo en este
escrito. Ha sido informado de que se pone en duda su evangelio y, por los mismo, su misión apostólica. Sabe que
tiene que cargar las tintas y recurre a todos los afectos que la retórica le permite, pero por dentro le quema la
fuerza del evangelio que se le ha revelado y que han trasmitido a su comunidad.

II.2. En primer lugar apunta a Dios y a su acción en la resurrección de Jesucristo, pues es la resurrección, su
experiencia, la que le ha constituido "apóstol", emisario de un mensaje que debe transformar el mundo y para
lo que se siente llamado por encima de todas las cosas. Entonces, entra en materia directamente: ¿cómo?
Mostrando su escándalo de que hayan abandonado el evangelio de la gracia que los ha emplazado también a
ellos y los ha hecho una comunidad cristiana. ¿Por qué? Se adivina que han llegado "algunos" apuntándoles que
el evangelio en que han sido engendrados no es el verdadero evangelio ¿Por qué? Porque se fían solamente de
la gracia y no de la ley. Ahí está el meollo de toda la carta a los Gálatas, problema que Pablo pone con claridad
sobre la mesa.

II.3. Pero no hay otro evangelio. Esta es su afirmación retórica, pero más que eso su convicción teológica: no
puede existir otro evangelio que el de la verdad, el de la gracia, el que anuncia la muerte y la resurrección de
Cristo. Por ello él ha cambiado su vida de arriba abajo y no es posible que ni el mismo Dios (¡qué fuerte!)
cambie ese evangelio de la libertad por el evangelio de la ley, como otros han llegado diciendo (lo judaizantes),
a la vez que poniendo en entredicho la misma misión apostólica del Pablo. El anatema, pues, no es solamente un
recurso literario, sino una afirmación para tomarla en serio en este caso.

III. Evangelio: Lucas (7,1-10): La fe no tiene fronteras y salva

III.1. La escena de la curación del centurión es un texto que encierra una carga especial para la acción curativa
de Jesús, ¿por qué? Es un texto que curiosamente se presenta como la única narración de Q (cf Mt 8,5-13) que
está compuesta de dichos y enseñanzas, aunque también es verdad que existe una narración parecida en Jn
4,46-54, si bien se trata de un funcionario real que pide la curación de su hijo. El tono es distinto y no sabemos
si es la misma narración transformada por la tradición joánica. En el caso de Lucas se relaciona con un "siervo".
Pero toda la fuerza de la narración está en la persona del "centurión". Parece ser un pagano (no un centurión de
Herodes Antipas), porque los ancianos del lugar interceden por él, por su actitud de respecto a los judíos del
entorno, hasta el punto de haber contribuido, según el texto, a construirles la sinagoga. Lucas podría estar
pensando en este caso en un "temeroso de Dios", de lo que se hablará más puntualmente en los Hechos de los
Apóstoles (cf Hch 10, el caso de Cornelio) que aceptaban la religiosidad del judaísmo, aunque no estuvieran
identificados con todos sus pormenores y por ello no llegaban a circuncidarse.

III.2. El relato lo quiere unir muy intencionadamente al sermón del llano (6,20-41), casi sin solución de
continuidad, como todo lo que se nos narra en el c. 7: la resurrección del hijo de la viuda de Naín (7,11-17) o la
pecadora perdonada (7,36-50), como dando a entender que las "palabras" de Jesús no quedan solamente en
palabras, sino que tienen la fuerza curativa de la presencia del Reino en los paganos, los pobres, la viudas, los
pecadores… Palabra y acción, pues, van unidas según esta redacción que Lucas nos propone, como esas tres
narraciones que llaman poderosamente la atención, ya que se trata de personas muy especiales: un pagano
(aunque fuera ya un simpatizante del judaísmo, una viuda pobre y una pecadora cuya narración se desarrolla
en casa de un fariseo. Todo lo que se ha enseñado en el sermón del llano, pues, tiene un alcance que va más allá
de lo que las mentes ortodoxas pudieran imaginarse.
III.3. El centurión de nuestro relato manda emisarios a Jesús, porque no se considera digno de pedir esto a un
personaje de la talla de profética de Jesús. Pero cuando se entera de que el mismo profeta, rompiendo moldes,
ha decidido entrar en su casa, se entiende que la casa de un pagano, no duda impedírselo de alguna manera,
porque no se considera digno por ser un hombre con poder que tiene siervos y soldados a su cargo y sabe lo
que es mandar y deshacer; es verdad que no es él personalmente quien lo hace, sino por medio de emisarios,
pero son estos los que traducen a Jesús todos sus mejores sentimiento y actitudes. Piensa en Jesús como un
hombre importante y no quiere sino ser como un siervo que suplica por alguien al que quiere de verdad. Y es
ahí cuando finalmente dice algo Jesús, al final de todo: os digo que en Israel no he encontrado a alguien con
tanta fe… podríamos pensar en la emunah o confianza bíblica que se le pide al pueblo respecto a Dios. Sin duda
que la mano de Lucas ha tenido sus retoques para que esta escena tenga la fuerza con la que aparece en el
evangelio.

III.4, Digamos que en este centurión, pagano, encontramos la primera respuesta al discurso del Reino del que
hemos hablado y tiene el valor de adelantar algo que posteriormente, la comunidad cristiana, debe tener en
cuenta para abrir el mensaje a todos los hombres. De esa manera la curación, si cabe, pasa a segundo plano,
porque de lo que se trataba es de proclamar la fe o la confianza en las palabras de Jesús, en su vida, en su acción
para que el Reino de Dios se haga presente en medio de todos los hombres, incluso sobrepasando la frontera de
Israel. La última expresión del v. 10 da a entender claramente que Jesús ya no se acercó a la casa; la curación
había sucedido, pero todo porque el centurión era un hombre de fe, de esa fe que muchos en Israel no tenían en
el mensaje y la palabra de Jesús.

X DOMINGO
NUESTRA VIDA ESTÁ EN MANOS DEL DIOS DE LA VIDA

Iª Lectura: I Reyes (17,17-24): La fuerza de Dios que da vida

I.1. No hay mucho que decir de este relato sobre Elías y la viuda de Sarepta de Sidón, ya que se escoge en la
liturgia de hoy para acompañar al texto del evangelio, puesto que muchos autores han visto una serie de
conexiones o modelos. En realidad es muy distinta la semiótica en que uno y otro se enmarcan. Elías está en
territorio pagano, ayuda a una mujer pagana, como lo pone Lucas de manifiesto en el relato de la escena de
Nazaret de Jesús (Lc 4,14ss). Elías ya había ayudado a la viuda a matar el hambre para que no faltara la harina
en la orza. Pero es claro que el relato quiere ir a más: la harina asegura no morir de hambre, pero la muerte
siempre está al acecho… y la muerte es peor que el hambre para la mujer que se queda desamparada.

I.2. Todos los gestos taumatúrgicos de Elías de dar calor y vida al joven con su cuerpo podrían ser mirados
como actos de "reanimación", de choque, como se suele hacer con aquellos que han perdido el conocimiento o
han dejado de respirar. Pero el relato no quiere quedarse en lo que solamente serían "primeros auxilios", sino
que busca algo más. El profeta pide la ayuda de Dios para que el alma, mejor, el soplo vital (nefesh), vuelva a él.
La antropología bíblica no contempla separación de alma y cuerpo en la muerte, sino que falta ese soplo vital
que Elías, el profeta de Dios, el anunciador de Dios, quiere trasmitir al joven. Es como si se quisiera enseñar que
Elías se desprende de algo tan esencial a su misión profética, de esa fuerza divina que le abrasaba, para
trasmitirla al moribundo. Y esa era, sin duda, la fuerza de Dios que es quien da vida a los muertos.

IIª Lectura: Gálatas (1,11-19): Pablo no inventa el evangelio

II.1. Pablo, en su carta a los Gálatas defenderá "su evangelio", el evangelio o buena noticia de la gracia, con todo
su empeño. El problema se había presentado en la comunidad que había fundado porque unos intrusos querían
imponer otro evangelio, el de la ley, del que él había desertado desde su fariseísmo el día que "se encontró" con
el Señor Jesús, en una experiencia de "revelación", de misericordia. El venía de ser perseguidor de ese
evangelio, o de aquellos que lo anunciaban y de pronto se encuentra con las manos vacías… pero Cristo le hizo
ver y experimentar el evangelio de la gracia con todas sus consecuencias. El texto autobiográfico que hoy
leemos quiere poner todo esto de manifiesto. El evangelio no le llega por una "enseñanza" de otros. Es verdad
que la retórica afirmación de Pablo no excluye que él fuera informado de muchas cosas por los Apóstoles, pero
en lo que se refiere a la "esencia" del evangelio de la gracia, de la libertad, a la verdad del mismo, eso le viene
por "inspiración", por revelación como le gusta decir. La afirmación es todo lo retórica que queramos, pero
incuestionable.

II.2. Sea o no, lo que sigue, un relato autobiográfico o más bien una argumentación autobiográfica, lo cierto es
que él nos define algunas cosas que confirman su existencia: su vida en el judaísmo estaba fundamentalmente
en contra de este evangelio que ahora anuncia con toda el alma; su persecución a la "iglesia", es decir, a los
cristianos, tampoco se puede negar y, por lo mismo, su conversión es algo que solamente puede entenderse
como una gracia de Dios. Nada tenía a favor, a no ser que Dios mismo cambiara el horizonte de su vida y le
descubriera que había nacido para otra cosa que para ser un buen judío o un perfecto fariseo. Estaba llamado a
ser apóstol del evangelio de la gracia, como Jeremías, desde el vientre de su madre, había sido llamado a ser
profeta. Pablo se expresa en los mismos términos y usa esos simbolismos que muestran el destino o la
"llamada" de Dios. Puede que el Pablo que nos habla aquí sea mirado por algunos como muy personalista; sin
duda que lo es, pues ni siquiera ha confrontado este evangelio con los otros apóstoles. Pero se trata
precisamente de poner los puntos sobre la íes desde el momento en que algunos que han llegado a Galacia le
niegan el pan y la sal de ser apóstol y de anunciar la verdad del evangelio. Dirá más adelante: no hay otro
evangelio.

III. Evangelio: Lucas (7,11-17): La muerte llorada, la muerte vencida

III.1. El relato de la "resurrección" o mejor, de la "vuelta a esta vida" del hijo de la viuda de Naín tiene una
peculiaridades que llaman la atención. Su tono bíblico, sus efectos deben resaltarse por encima de cualquier
otra lectura. Es una aldea que sale únicamente aquí en toda la biblia. El entierro del joven y su cortejo no tiene
parangón, ya que la madre, viuda por más señas, es la estampa más dramática que podíamos imaginar. No era
frecuente que la mujeres formaran parte del cortejo judío… por tanto es importante el encuentro entre Jesús y
la madre viuda. Es, además, elocuente que Jesús se compadezca de esta situación y para ello se usa el verbo
"conmoverse" (splagchnizomai) que encontramos en el relato del Samaritano (Lc 10,33), siendo también la
expresión para el padre de la parábola del hijo pródigo (Lc 15,20). Jesús se acercó y tocó el féretro ¿era
necesario? Se ha visto aquí un signo de cómo Jesús no teme quedar impuro por tocar a un muerto (aunque sea
el féretro). Pero es su palabra lo que hace que el joven se levante. Y es especialmente significativo cómo el joven
"comenzó a hablar" y Jesús se lo entregó a la madre. La semiótica, es decir, los signos y símbolos del relato
tienen su fuerza y su sentido. Jesús le entrega a aquella viuda todo lo que ella tenía para vivir, su hijo, que
podría ganar el pan de nuevo para los dos.

III.2. Desde esta lectura semiótica, podríamos entender que aquí no sea exclusivo el sentido del milagro, del
prodigio, o que el título de "profeta" con que se aclama a Jesús al final se entienda solamente como un
taumaturgo, al estilo de Apolonio de Tiana y otros "taumaturgos" de la época. Jesús es profeta de la muerte y de
la vida. De la muerte porque la afronta con la fuerza de quien está seguro, cree, que debe ser vencida por la vida.
Es una manera, una lección de aproximarse a la muerte sin el espanto y el miedo con que muchas veces se
afronta. Es verdad que el relato presenta a Jesús en su humanidad; "se conmueve" ante el dolor de una madre,
porque la muerte se debe llorar; pero también se debe asumir y se debe resucitar. Pero en realidad el profeta de
Galilea todavía no puede "resucitar" a alguien en el pleno sentido de la palabra. Lo que hace es "devolver a esta
madre su hijo, su apoyo… porque no tiene otra cosa". Esto es todo un símbolo de la misma humanidad del
reino… pero hubo otros muchos muertos que Jesús no devolvió a la vida y a los que "devolvió", según los relatos
de milagros, les esperaba de nuevo la muerte. La aclamación de la gente: "Dios ha visitado a su pueblo" es muy
bíblica (cf Lc 1,68.78; Hch 15,14; o Ex 32,34; Sal17,3; Is 10,12; Jr 9,24; Zac 10,3) y se usa para hablar de una
acción salvadora y liberadora de Dios. Eso es lo que se quería mostrar especialmente, más que un simple poder
taumatúrgico

III.3. Teológicamente hablando, cuando la catequesis nos solicita hablar de la "resurrección", no podemos caer
en el equívoco de presentar la resurrección del hijo de la viuda de Naín o la de Lázaro, como si estuviéramos
hablando de la resurrección de Jesús y de todos los muertos. No es posible, aunque el término para hablar de
cómo el muchacho se "levantó" (egeirô), ponerse en pie, sea el mismo que se usa para hablar de la resurrección
de Jesús en las experiencias pascuales (Lc 24,6.34). No obstante, debemos tener muy presente que la
resurrección de Jesús es mucho más que la mera reanimación de un cadáver (a lo que con frecuencia se la reduce
en el imaginario popular y en ciertas teología): existe una disparidad absoluta entre la resurrección de Jesús y la
resurrección de Lázaro o la del hijo de la viuda de Naín, aunque tantas veces se hayan identificado agrupándolas
bajo la categoría, puramente apologética, de milagro. El realidad, Lázaro o el de Naín, al revivir, retornan hacia el
pasado de la vida terrena, hacia la existencia cotidiana, mientras que la resurrección de Jesús significa el avance
absoluto hacia el futuro sin retorno, hacia Dios Padre como meta última a la vez que origen primero de su caminar
histórico. Se trata, pues, de dinamismos contrapuestos. De Lázaro o del Naín podemos decir que reviven o son
«reanimados»; de Jesús hay que decir mucho más: es «consumado» (cf. Jn 19,30), ya que por su muerte y su
resurrección alcanza la meta suprema de la plenitud y la consumación total.

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO


DIOS HACE QUE LA RELIGIÓN TENGA VIDA

Iª Lectura: 1Samuel (12,7-10.13): Dios perdona… a quien confiesa su culpa

I.1. El profeta Natán no fue, desde luego, el "profeta de bolsillo" del rey David, a pesar de famoso oráculo de
2Sam 7 que tánto tiene que ver con el establecimiento de la monarquía davídica en Judá, y con la teología del
mesianismo posterior. Es verdad que los reyes dispusieron a su antojo de "profetas", que en realidad no eran
profetas. Los autores o el autor "deuteronomista" (los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes) que tiene muy
en cuenta la sabida de David al trono judío, no podía pasar por alto que el rey pudiera disponer a su antojo de la
vida de nadie. Este es el caso de Urías, un hitita, puesto en primera fila en la batalla, por orden de David, para
que muriera en la guerra y así llevarse consigo a Betsabé como esposa (la que sería la madre de Salomón su
sucesor). El relato que se nos propone, pues, tiene toda la carga profética y moral de condenar los crímenes del
rey David, el prototipo, el modelo para los judíos. Pues ahí tenemos al profeta de Dios que no esconde la palabra
y el juicio contra los crímenes del rey poderoso. David no era un santo y la subida al trono fue una verdadera
tragedia para sus contrincantes, como la misma familia de Saúl (el primer rey del pueblo elegido, contra la
misma voluntad de Samuel, otro profeta).

I.2. Es verdad que la pretensión del relato tiene un doble objetivo: mostrar la fuerza persuasiva de la palabra
profética, como palabra que viene de Dios, que no se vende, siendo juicio de condena y salvación según las
circunstancias. Natán tendrá que ver con la situación política del reinado davídico, pero no a costa de silenciar
el juicio contra el rey que actúa injustamente. Es un rasgo bien definido del verdadero profeta que tiene
conciencia de que la palabra viene de Dios, dura y exigente en muchos casos, como fuego ardiente… Esta es su
seguridad frente a reyes y poderosos. Y así ocurre fehacientemente en el caso de Natán y David. Es probable
que Natán tuviera ciertas predilecciones por David y que influyera en un momento determinado por Salomón
como sucesor de su padre… pero no hasta el punto de poder vender ante él la palabra de Dios.

I.3. Pero también tiene, el relato, un tono moralizante necesario: quien se arrepiente, aunque sus crímenes sean
grandes, encontrará el perdón. Porque sea el rey de "dos reinos" y haya conquistado todo "un mundo" para él y
para los suyos, no le está permitido ir contra Dios y contra sus súbitos. Estos tienen de parte al profeta, es decir
a Dios mismo, pues el profeta es el único que pone enfrente a Dios y al rey. Es lo primero y decisivo en esta
escena de tipo religioso, entre el profeta y el rey como individuo. Después tendrá consecuencias en la historia
misma de la familia de David, en la rebelión de sus hijos, en los intereses políticos de la misma Betsabé para que
Salomón sea preferido sobre otros. Es verdad que esto no se contempla aquí, sino la necesidad de reconocer la
culpa y arrepentirse ante Dios, que es lo que busca el profeta. El profeta ha conseguido lo que quería, no
precisamente humillar en nombre de Dios, sino que se imponga la justicia, el derecho de Dios y de los hombres.
Arrepentido… el rey, el hombre, es perdonado.

IIª Lectura: Gálatas (2,16.19-21): En Cristo he encontrado al Dios vivo y verdadero

II.1. El texto de la carta a los Gálatas es una de las maravillas teológicas del apóstol en la defensa que hace del
evangelio al que dedica su vida. Cristo crucificado se revela en su vida como la fuerza de Dios y desde entonces
prefiere vivir crucificado -siendo un maldito como tal ante la Ley-, que vivir agarrado a preceptos que no tienen
nada que ver con la gracia. En estos versos está recogida la "tesis" que se defiende con todas sus fuerzas en esta
carta paulina. Son los versos que concluyen el c. 2, después de toda una serie de datos biográficos
imprescindibles; su oposición a los judaizantes que llegaron a Antioquía en nombre de Santiago y de
enfrentarse al mismo Pedro por tal de no perder la libertad que los cristianos han conquistado en Cristo Jesús.
II.2. La dialéctica entre vivir en Dios y vivir en la Ley es descomunal. Se trata, muy probablemente, de una de las
expresiones más fuertes y logradas de Pablo. Antes, cuando vivía según la Ley, pensaba que vivía en Dios y con
Dios; vivía en la Alianza y en la fidelidad de un buen judío. Pero este vivir en la Alianza puede ser algo cultural y
metódico, sin que se llegue a la raíz verdaderamente religiosa de unión con Dios. Jeremías ya había hablado de
una lianza nueva en el corazón (Jr 31,31-34), con todo lo que eso significa proféticamente. Ahora todo ha
cambiado al descubrir Pablo a Cristo, el Hijo crucificado. Ahora es cuando se ha encontrado verdaderamente
con Dios. ¿Es esta una ruptura? Sí, es una ruptura definitiva. La cuestión no está, pues, en aceptar o no aceptar
la Ley, sino en este planteamiento cristológico. Si los oponentes hubieran podido pedir una fórmula de
compromiso o conciliación, Pablo por el contrario, plantea las cosas como alternativa y contraposición. Se debe
elegir, pues, entre la Ley o Cristo. Y está claro cómo se expresa Pablo: solamente es posible optar por Cristo, es
decir, crucificarse con él, como exigencia radical del evangelio.

II.3. La cuestión se centra en el hecho de que compara lo que es vivir según la Ley, y lo que es vivir crucificado
con Cristo. Y la conclusión es nítida: prefiere estar crucificado con Cristo, a vivir según la Ley. Viviendo en la Ley
él sabe que no le espera más que la muerte espiritual sin sentido. Por el contrario, viviendo crucificado le
espera una vida verdadera. Viviendo según la Ley no es posible, para Pablo, encontrarse con el Dios vivo y
verdadero, con el Dios salvador. Viviendo «crucificado» uno se encuentra con el Dios vivo y verdadero, el Dios
salvador y liberador, porque Dios se ha revelado realmente en la vida del crucificado. ¿Por qué? nos
preguntamos todavía. La respuesta está en Gal 2,20, porque es en la cruz donde el Hijo le ha mostrado su amor
y su entrega. Y si el Hijo es la revelación de Dios, entonces es en la cruz donde el Dios real se entrega a todos los
hombres, independientemente de su raza y religión.

III. Evangelio: Lucas (7,36-8,3): Jesús, profeta del perdón y la misericordia

III.1. Esta escena, una de las más hermosas y significativas del evangelio de Lucas ha sido muy valorada,
reinventada varias veces, evocada en la poesía, la pintura y el drama. La verdad es que estamos ante un
"capolavoro" del arte narrativo. En el marco de una comida a la que es invitado Jesús, el narrador enfrenta a un
fariseo (en realidad muchos fariseos) y a una mujer pecadora. ¿Con quién estará Jesús, el profeta? Es el fariseo
el que hace pública la maldad de la mujer. Esta pecadora anónima (no identificada, de ninguna manera, con
María Magdalena, aunque de ella se nos hable a continuación) parece que sea una prostituta. Es lo que exige el
guión moralista y así se ha tratado casi siempre el pecado de ésta; parece que es lo que pega. Pero en verdad no
tiene por qué estar marcada con esa indignidad que afecta tan marginalmente a la mujer. Y si en realidad lo
fuera, ¡mejor!, porque de esa manera Jesús se cubre de gloria profética. Jesús desde luego, no es un invitado de
piedra, aunque se trata de un enfrentamiento, entre un hombre y una mujer; un puritano, uno que tiene
conciencia de que no se contamina como el profeta que se deja secar los pies por una mujer pecadora. Enfrente,
o mejor, postrada, esa mujer sin nombre (el hombre curiosamente tiene nombre, Simón, y con ello dignidad
social y religiosa). Ya esto es significativo. Al final serán Simón (con los fariseos) y Jesús (con los pecadores) los
que se quedan frente a frente.

III.2. Está claro que el fariseo pretende desacreditar a su invitado, quizás porque su invitación obedecía más
bien a cierta buena fama de profeta de la que Jesús gozaba en Galilea entre la gente. No interviene, en primera
instancia, porque todo va saliendo según ciertas previsiones; todo esto vale para dejar en evidencia al profeta.
Parece que aquí, en el marco de una comida, y con testigos presenciales, toda esa fama va a acabar. Ya sabemos
que Jesús tiene fama de comedor y ser amigo de publicanos y pecadores; se ha afirmado un momento antes (Lc
7,34). Pero Jesús no se dirige primeramente a la mujer, sino a Simón, con esa breve parábola de los dos
deudores con deudas desproporcionadas. La enseñanza es meridiana: a quien más se le perdona más agradece.
Los gestos de la mujer pueden ser todo lo ambiguos que queramos, pero no para Jesús, ni para el fariseo, que
representa todo un mundo religioso y una mentalidad. Para los rabinos de la época… ¡no digamos!

III.3. Jesús, este Jesús de Lucas, que se nos presenta tan cercano a la mujer, a los débiles, tan abierto a la
misericordia… después de haber dejado bien claro en la parábola hasta dónde quiere llegar, se pone de parte de
la mujer. Lo que le reprocha a Simón, lo pone a cuenta de la mujer, de la pecadora, ¡algo inaudito! En realidad, la
narración parece insinuar que Jesús no ha sido invitado con buenas intenciones a casa del fariseo. Al final son
dos mundos los que se enfrentan: el de los fariseos y el de Jesús. Y quien dictamina este enfrentamiento, la juez,
es una mujer pecadora. No ha sido tratado Jesús con dignidad por parte de los fariseos, de hombres. Y resulta
que esta mujer viene a restituir toda la dignidad para este profeta amigo de publicanos y pecadores. Parece
como si la mujer se hubiera enterado de que Jesús no ha sido tratado con toda la dignidad que merece y ella
viene a suplirlo. Es verdad que se trata de una pecadora en toda regla (por lo que sea, ¡es igual!), porque Jesús le
perdona sus pecados y por ello explota el auditorio de hombres y de fariseos: ¡solamente Dios puede perdonar
pecados!

III.4. El fariseo, los fariseos, los puritanos, no se sienten perdonados… porque no sienten necesidad y no pueden
agradecer. La mujer sí siente la necesidad de comprensión, de perdón, de misericordia y, consiguientemente,
ama mucho. Debemos resaltar la fuerza del v. 47, incluso en una buena traducción: no es su amor lo que
provoca el perdón, sino el perdón de Jesús lo que le lleva a amar con toda el alma y todo el corazón. Ella ha
pedido comprensión, perdón, misericordia… y se le ha concedido. Ella lo necesitaba y ha llevado a cabo todo
aquello que le acercaba a quien consideraba que se lo podía ofrecer de parte de Dios. Los "fariseos" (no
solamente Simón, aunque éste los representa) no se acercan a Jesús, no le ofrecen ni siquiera la hospitalidad
dignificadora, sino una hospitalidad para ser cazado y ser juzgado. El profeta, amigo de publicanos y pecadores,
de la mujer y de gente sencilla y necesitada, ha salido ileso… pero no sin escándalo de los que no se sienten
pecadores. Y no saben que esa dignidad estirada y legal… puede ser también pecado. Y podrían tener el mismo
perdón como la mujer. Pero eso sería rebajarse a una moral débil que no pueden soportar.

DOMINDO XII DEL TIEMPO ORDINARIO


Las opciones proféticas del cristianismo

Iª Lectura (Zac 12,10-11;13,1): Mirarán al que "traspasaron"

I.1. El texto de la primera lectura del día pertenece al conjunto de Za 9-14, el Deutero-Zacarías, como se conoce
en el ambiente de los estudios proféticos, porque denota un contexto distinto de Za 1-8. Estamos, pues, ante
una época diferente, de especial preocupación por el mesianismo; quizás ante la crisis del imperio helenista que
hace reflexionar a un hombre incorporado a una corriente profética como es la del libro de Zacarías. De la
misma manera que tenemos el Deutero-Isaías (40-55) podemos hablar en este sentido del libro de Zacarías. La
lectura de hoy forma parte de una serie de oráculos sobre Jerusalén, una Jerusalén signo de contradicción.
Tiene unos tonos apocalípticos indiscutibles. Pero en este oráculo, la figura es "el que traspasaron". ¿De quién
se trata?. Si hacemos una lectura como la de Jn 19,37, se ajustaría a Jesús crucificado de cuyo costado manaron
sangre y agua: una vida nueva y un espíritu nuevo, como el mismo texto de Zacarías apunta, a su manera, sobre
la casa de David y sobre la misma Jerusalén.

I.2. Bien es verdad que en el texto hebreo se dice “al que traspasaron”, aunque las traducciones griega y latina
(LXX y la Neovulgata) señalan “al que insultaron” (Quem confixerunt); quizás porque entendieron que los
paganos que conquistaron Jerusalén “insultaron” a su Dios. No obstante, debemos mantener el misterioso
“traspasaron” del texto hebreo. En la lectura teológica del judaísmo oficial, los oráculos proféticos que hablaban
del sufrimiento, como Is 53, no se consideraron mesiánicos porque no podían aceptar que el Mesías sufriera.
Fue el cristianismo primitivo el que aceptó su valor mesiánico y redentor. El espíritu de gracia y de súplica
sobre los habitantes de Jerusalén, para contemplar al que "traspasaron", para purificarse, es un reto que sigue
ahí sobre esa ciudad milenaria, simbólica, religiosa y teologal.

I.3. Los cristianos sabemos quién fue traspasado en Jerusalén para traer al mundo entero la paz y la
fraternidad. Pero Jerusalén no es todavía la ciudad de la paz, porque no está "traspasada" por el perdón y la
gracia. Por el contrario, es ciudad discutida, centro religioso del monoteísmo, pero muy lejos de estar
traspasada por el amor y la justicia. El oráculo sigue siendo un reto ecuménico también para judíos, cristianos y
musulmanes..., pues sólo en el Dios vivo y verdadero es posible sentirse habitantes de una Jerusalén nueva
"traspasada" por la fraternidad. El Dios monoteísta de judíos, cristianos y musulmanes, sigue “traspasado” por
la violencia y más aún si esa violencia la justifican algunos desde la religión.

IIª Lectura (Gal 3,26-28): “Los bautizados os habéis revestido de Cristo”

II.1. ¿Qué significa revestirse de Cristo? En el texto, primeramente, significa liberarse de la esclavitud de la ley,
de la pertenencia nacionalista o religiosa a un pueblo, a una raza, a un “estatus” social. Significa que todo
hombre puede ser hijo de Abrahán, pertenecer a Dios y ser salvado por Él. Este texto es una opción teológica sin
precedentes, con todas sus consecuencias. La alternativa que Pablo plantea al judaísmo, y a los que aún siendo
cristianos quieren mantener el “exclusivismo” del judaísmo, salta por los aires. La religión puede ser usada para
muchas cosas que no son precisamente consecuentes con el proyecto de salvación de Dios. El bautismo, en
nombre de Cristo, es un bautizarse en su vida, en su compromiso, en sus experiencias de perdón y misericordia.

II.2. Todo esto significa, pues, según Gal 3,28, que todo hombre o mujer, esclavo o libre, creyente o ateo, tienen
una dignidad inigualable en Cristo. Es uno de los textos cuyas consecuencias todavía no se han dejado sentir
radicalmente en la Iglesia y en la sociedad. Cristo ha hecho posible lo imposible: todos sois hijos de Dios en
Cristo Jesús mediante la fe. Si Pablo interpretó en su momento el acontecimiento cristiano, expresado bajo la
imagen del bautismo, como una ruptura con los esquemas sociales y religiosos del judaísmo, ahora debemos
expresarlo y vivirlo así en la Iglesia que es una "comunión" y está guiada por el Espíritu. Todo lo que sea perder
de vista este misterio de comunión, para privilegiar el aspecto de la Iglesia institución, es cortar las raíces por
donde se alimenta ese misterio de liberación y de gracia.

IIIª Evangelio (Lc 9,18-24): Perder, en el cristianismo, es vivir

III.1. La escena de la confesión mesiánica, en Lucas, es semejante a los otros evangelios, pero con los matices
propios de este evangelista. Jesús está en oración, está viviendo una experiencia muy personal, muy humana,
está preguntándose por su vida, por su misión, por lo que hace en este mundo. La oración, en Lucas, siempre
subraya momentos importantes. La confesión de Pedro de que Jesús es el Mesías tiene su correctivo en la
escena del "traspasado" del texto de Zacarías. Un Mesías que ha de sufrir ¿puede ser el Mesías? Oficialmente no.
Y es que Jesús no se presenta con los papeles en regla para el judaísmo oficial. Y quiere sacar a sus discípulos de
ciertos equívocos: No basta simplemente la confesión mesiánica y religiosa, porque ello puede quedar en un
simple nacionalismo.

III.2. La vida de Jesús es una vida profética y, como tal, no concuerda con la ley y la tradición. Ni su Dios, ni su
predicación, ni sus ideas son oficiales. La oración le enseña otra cosa, otra forma de ser Mesías: está dispuesto a
perderlo todo. Jesús es un hombre de opciones fuertes y sus seguidores deben saberlo: en la vida del Reino,
perder es ganar. El mundo social se construye de otra manera y los verbos “subir” y “ganar” se convierten en la
garantía de haber logrado el “estatus” necesario. En la construcción del Reino los verbos que debemos tener
muy presente son “bajar” y “perder”. El mesianismo de Jesús que la comunidad reconoció después de la
resurrección ya no era nacionalista, sino profético y por eso cabía la renuncia, el sufrimiento y la muerte.

III.3. El mesianismo de Jesús encuentra su “estatus” en los marginados, los pecadores, los débiles, los que no
tienen derechos... y que con toda seguridad no son los mejores; pero para ellos, antes que para nadie, el
evangelio es anuncio de liberación y salvación. Los buenos de verdad se alegrarán de ello, porque es como un
acto de justicia divina. Aunque de esta propuesta salvadora de Jesús nadie, absolutamente nadie, queda
excluido.

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO


El "seguimiento" como experiencia de libertad

Iª Lectura: 1Reyes (19,16-21): Eliseo "sigue" a Elías

I.1. La lectura nos presenta una narración que ofrece todos los indicios de la mentalidad de una época, pero que
pone de manifiesto esa ruptura que los profetas expresan en sus vidas como ejemplo a seguir. En la narración
aparece el gran profeta Elías que, con el signo ancestral de su manto, capta a su discípulo Eliseo para que le siga;
porque, cuando Elías desaparezca, Eliseo debe mantener viva la llama de la profecía, la voz de Dios. El signo del
manto es el signo evidente de para qué sirve un manto, para proteger, para acoger. El manto de Elías es toda su
vida, sus opciones por el Dios vivo, su defensa de la justicia.

I.2. Toda llamada implicará un cambio de mentalidad y una opción por lo que merece la pena. Habrá que romper
con ideologías de mentalidades ancestrales, rutinarias, incluso familiares (no se refiere a los sentimientos, desde
luego) para seguir el proyecto de Dios.

IIª Lectura (Gálatas 5,1-18): Nuestra vocación es la libertad


II.1. La carta de la libertad cristiana, tal como es designada la carta a los Gálatas, nos habla precisamente de ese
don por el que luchó Pablo contra los que se oponían al evangelio que se le había revelado. El Apóstol sabe que la
libertad puede malinterpretarse con el libertinaje; ¡todos lo sabemos! No obstante, el evangelio es el don de la
libertad más grande que el hombre tiene que recuperar constantemente como don de Dios. El “apóstrofe” con que
Pablo reclama a los cristianos la consecuencia de su vocación a la libertad es de una fuerza inaudita. Y deja claro
que la libertad debe experimentarse en el amor. Sin el amor, la libertad cristiana también estaría herida de
muerte. No se trata solamente de matices o de pura retórica: ¿De qué nos vale la libertad desde el odio? ¿Dónde
nos lleva la libertad sin reconciliación?

II.2. Durante toda la carta, Pablo se ha mantenido en una actitud irrenunciable a los valores del evangelio que él
predica, que recibió por revelación y por el que da la vida. Ese evangelio es la experiencia más grande de libertad
que jamás hubiera podido soñar. Ahora, en la parte práctica de la carta (cc. 5-6) vuelve de nuevo sobre el tema. La
libertad verdadera es un don del Espíritu; el libertinaje es una consecuencia del egoísmo (de la carne, como a
Pablo le parece bien decir). La carne es todo ese mundo que nos ata a cosas sin sentido. El cristiano, como hombre
que debe ser del Espíritu, está llamado a ser libre y a no esclavizarse en lo que no tiene sentido.

IIIª Evangelio (Lucas 9,51-62): Seguir a Jesús: renuncia a la violencia y a ideologías de muerte

III.1 La lectura del evangelio expone una ocasión clave de la vida de Jesús. Es el momento de ir a Jerusalén; es el
comienzo del “viaje hacia la ciudad Santa” que en el tercer evangelista se recarga de un sentido teológico especial:
porque se intenta presentar, de la forma más efectiva, la actividad de Jesús como profeta, a la vez que el
evangelista se vale de la pedagogía de ese viaje para enseñarnos a ser discípulos de Jesús. No están claras las
referencias geográficas del viaje (9,51-19,28). Nos encontramos con una insistencia clara en que Jesús se dirige
a Jerusalén (9, 51-57; 10, 38; 18, 31.35; 19, 1). Estamos casi en el centro del evangelio y Lucas, a diferencia de
Marcos, quiere privilegiar toda la “subida” a Jerusalén que será, en realidad, una “bajada” al abismo de la
condena y de la muerte. El texto de hoy está formado por dos narraciones: la repulsa de Jesús en Samaría y las
exigencias del discipulado. Él no hizo discípulos enseñándoles una doctrina, como los rabinos, sino enseñándoles
a vivir de otra forma y manera.

III.2. La renuncia a la violencia que propugnan los hijos del Zebedeo porque no ha sido Jesús recibido en Samaría
es ya una declaración de intenciones. Lo es también que el profeta galileo vaya a Jerusalén pasando por el
territorio de los herejes samaritanos para anunciarles también el mensaje del Reino. Son rechazados y Jesús
cuenta con ello, pero no se le ocurre incitar a la condena y a la violencia. Éste es un aspecto determinante del
“seguimiento” de Jesús según Lucas. Merecería la pena comentar este episodio como paradigma de la actitud
básica de Jesús en su decisión de ir a Jerusalén.

III.3. Por eso, inmediatamente después de la decisión de Jesús, se nos presenta el conjunto de las llamadas de
Jesús a seguirle. La forma y la manera es distinta de lo que sucede entre Elías y Eliseo. Aquí es la palabra directa de
Jesús, o la petición de los que quieren ser discípulos, o los que quieren informarse, como si fueran candidatos.
Pero la radicalidad es la misma. Es una llamada para seguir a Jesús que ha decidido jugarse su vida como portavoz
de Dios delante de los jefes y señores de este mundo que están en Jerusalén. Lucas quiere que los discípulos
también tomen conciencia de lo que es este viaje, este proyecto y esta tarea. ¿Para qué seguir a Jesús? ¿Por qué
romper con las ideologías familiares? ¿Por qué no mirar hacia atrás? Porque la tarea del Reino de Dios exige una
mentalidad nueva, liberadora. Los seguidores de Jesús tienen que estar en camino, como Él; el camino es la vida
misma desde una experiencia de fraternidad.

III.4. Los textos del seguimiento que Lucas ha tomado del evangelio de itinerantes, probablemente galileos
radicales (Q), no tienen por qué ser caracterizados como los de los filósofos cínicos. Desde luego, Jesús no lo era, ni
lo podía ser. Pero en esos dichos se refleja toda la crítica hacia las instituciones sociales y el desapego, incluso, de
lazos familiares que puedan desviar la atención de las exigencias de Reino de Dios. No se trata de odio familiar,
pues eso estaría contra el amor a los enemigos que Jesús defendió expresamente (Lc 6,27ss). Es, más bien, poner
las cosas en su sitio cuando se trata de sacar adelante el proyecto de Dios, que puede no coincidir con intereses
religiosos institucionales e incluso familiares. El discípulo de Jesús se abre a un horizonte nuevo, a una familia
universal, a una religión de vida y no de muerte. Las palabras del seguimiento son rupturistas, pero no
angustiosas; son radicales, utópicas si queremos, porque van a la raíz de la vida y porque son las que transforman
nuestra vida y nuestro entorno social y religioso. Jesús quiere que le sigamos para hacer presente el reinado de
Dios en este mundo. Y el Reino de Dios es lo único que puede traer la libertad a quien la anhela.

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO


LA ALEGRÍA DE LA MISIÓN EVANGELIZADORA

Iª Lectura: Isaías (66,10-14): Una Jerusalén nueva

I.1. La primera lectura del libro de Isaías nos habla de una restauración de Jerusalén, después del luto, que implica
un designio de catástrofe y de muerte. Dios mismo, bajo la fuerza de Jerusalén como madre que da a luz un pueblo
nuevo, se compromete a traer la paz, la justicia y, especialmente, el amor como la forma de engendrar ese pueblo
nuevo. Toda la alegría de un parto se encadena en una serie de afirmaciones teológicas sobre la ciudad de
Jerusalén. Desde ella hablará Dios; desde ella se podrá experimentar la misma “maternidad de Dios” con sus hijos.
Porque Dios, lo que quiere, lo que busca, es la felicidad de sus hijos.

I.2. Pero esa Jerusalén no existe, hay que crearla en todas partes, allí donde cada comunidad sea capaz de sentir la
acción liberadora del proyecto divino. El profeta desconocido para nosotros (la lectura de hoy pertenece al tercer
Isaías, alguien de la escuela que dejó el gran profeta y maestro del siglos VIII), siente lo más íntimo de Dios y así
quiere animar a la comunidad post-exílica para crear una Jerusalén nueva.

IIª Lectura: Gálatas (6,14-18): La fuerza de la cruz

II.1. La segunda lectura viene a ser el colofón a la carta más polémica de San Pablo. Una polémica que se hace en
nombre de la cruz de Cristo, por la que hemos ganado la libertad cristiana, como se ponía de manifiesto el
domingo pasado. Pablo se despacha ahora, con su propia mano, para firmar la carta con una verdadera
“periautología”, una confidencia personal de su vida, de su amor por Cristo y por lo que le ha llevado a ser apóstol
de los paganos. La cruz, aquello que antes de su conversión era una vergüenza, como para cualquier judío, se
convierte en el signo de identidad del verdadero mensaje cristiano. Los cristianos debemos “gloriarnos” en esa
cruz, que no es la cruz del “sacrificio” sin sentido, sino el patíbulo del amor consumado. Allí es donde los hombres
de este mundo han condenado al Señor, y allí se revela más que en ninguna otra cosa ese amor de Dios y de Jesús.

II.2. Por eso Pablo no puede permitir que se oculte o se disimule la cruz del evangelio. Es más, la cruz se hace
evangelio, se hace buena noticia, se hace agradable noticia, porque en ella triunfa el amor sobre el odio, la libertad
sobre las esclavitudes de la Ley y de los intereses del este mundo; en ella reina la armonía del amor, que todo lo
entrega, que todo lo tolera, que todo lo excusa, que todo lo pasa. Pablo, pues, habla desde lo que significa la cruz
como fuerza de amor y de perdón. Aquí se marca el punto álgido que acredita la verdadera identidad cristiana. El
que vive de la Ley, en el fondo, se encuentra sólo consigo mismo; el que vive en el ámbito del evangelio, deja de
estar sólo, para vivir "con Cristo" o "Cristo en mí". Y ¿quién es Cristo? Pablo lo revela al principio de la carta: "el
que se entregó a sí mismo por nosotros, por nuestros pecados", para darnos la gracia de la salvación.

Evangelio: Lucas ( 10, 1-12.17-20): La alegría de anunciar el evangelio

III.1. El evangelio (Lucas 10,1ss) es todo un programa simbólico de aquello que les espera a los seguidores de
Jesús: ir por pueblos, aldeas y ciudades para anunciar el evangelio. Lucas ha querido adelantar aquí lo que será la
misión de la Iglesia. El “viaje” a Jerusalén es el marco adecuado para iniciar a algunos seguidores en esta tarea que
Él no podrá llevar a cabo cuando llegue a Jerusalén. El evangelista lo ha interpretado muy bien, recogiendo varias
tradiciones sobre la misión, que en los otros evangelistas están dispersas. El número de enviados (70 ó 72) es
toda una magnitud incontable, un número que expresa plenitud, porque todos los cristianos están llamados a
evangelizar. Se recurre a Num 11,24-30, los setenta ancianos de Israel que ayudan a Moisés con el don del
Espíritu; o también a la lista de Gn 10 sobre los pueblos de la tierra. No se debe olvidar que Jesús está atravesando
el territorio de los samaritanos, un pueblo que, tan religioso como el judío, no podía ver con buenos ojos a los
seguidores de un judío galileo como era Jesús.

III.2. El conjunto de Lc 19,2-12 es de la fuente Q, sus expresiones, además, lo delatan. Eso significa que las palabras
de Jesús sobre los discípulos que han de ir a anunciar el evangelio fue vivida con radicalidad por profetas
itinerantes judeocristianos, antes que Lucas lo enseñase y aplicase a su comunidad helenista. Las dificultades, en
todo caso, son las mismas para unos que para otros. El evangelio, buena noticia, no es percibido de la misma
manera por todos los hombres, porque es una provocación para los intereses de este mundo. El sentido de estas
palabras, con su radicalidad pertinente, muestra a los mensajeros con el saludo de la paz (Shalom). Y además debe
ser desinteresado. No se puede pagar un precio por el anuncio del Reino: ¡sería un escándalo!, aunque los
mensajeros deban vivir y subsistir. Y, además, se obligan a arrostrar el rechazo… sin por ello sembrar discordias u
odio.

III.3. Advirtamos que no se trata de la misión de los Doce, sino de otros muchos (72). Lo que se describe en Lc 10,1
es propio de su redacción; la intencionalidad es poner de manifiesto que toda la comunidad, todos los cristianos,
deben ser evangelizadores. No puede ser de otra manera, debemos insistir mucho en ese aspecto del texto de hoy.
El evangelio nos libera, nos salva personalmente, por eso nos obligamos a anunciarlo a nuestros hermanos, como
clave de solidaridad. Resaltemos un matiz, sobre cualquier otro, en este envío de discípulos desconocidos:
volvieron llenos de alegría (v. 20), “porque se le sometían los demonios”. Esta expresión quiere decir
sencillamente que el mal de mundo se vence con la bondad radical del evangelio. Es uno de los temas claves del
evangelio de Lucas, y nos lo hace ver con precisión en momentos bien determinados de su obra. Los discípulos de
Jesús no solamente están llamados a seguirle a Él, sino a ser anunciadores del mensaje a otros. Cuando se anuncia
el evangelio liberador del Señor siempre se percibe un cierto éxito, porque son muchos los hombres y mujeres
que quieren ser liberados de sus angustias y de sus soledades. ¡Debemos confiar en la fuerza del evangelio!

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO


LA LEY DE DIOS ES DAR VIDA

Iª Lectura: Deuteronomio (30,10-14): La Ley en el corazón

I.1. La primera lectura está tomada de uno de los libros que más ha influido en la vida y la teología del pueblo del
Antiguo Testamento, el Deuteromonio (30,10-14). Fue un libro que se escribió para catequizar, la “leyenda”
admite que en momentos determinados y de dificultades se escondió en el templo de Jerusalén, y que apareció
después de muchos años, lo que motivó una reforma religiosa en tiempo de rey Josías (cf 2Re 22,3-4ss), cuando
vivía el profeta Jeremías. Pudiera ser que el Deuteronomio no fuera encontrado por el sacerdote Jilquías bajo los
cimientos del templo de Jerusalén en el año 622 ac. Según algunos expertos estos escritos (la obra
deuteronomista) fueron redactados para proporcionarle al rey Josías una base de autoridad en la que
fundamentar su reforma religiosa, que centralizo la religión alrededor de un solo templo y altar, el de Jerusalén.
Algunos, defienden que el recopilador y autor de la literatura deuteronomista pudo ser el profeta Jeremías,
colaborador de la reforma religiosa que el rey Josías emprendió en el año 621 ac.

I.2. El texto de hoy es de los más densos, profundos y expresivos. Los sabios siempre habían comparado la ley de
Dios a la Sabiduría, y ésta se consideraba inaccesible. En esta exhortación de hoy se quiere poner de manifiesto
que aquello que Dios quiere para su pueblo y para cada uno de nosotros es muy fácil de entender, con objeto de
que se pueda llevar a la práctica. Lo que Dios quiere que hagamos no hay que ir a buscarlo más allá del cielo o a las
profundidades del mar: lo bueno, lo hermoso, lo justo, es algo que debe estar en nuestro corazón; debe nacer de
nosotros mismos. Y esa es la voluntad de Dios. En la liturgia de hoy resonará con fuerza una concepción de la ley,
de la voluntad de Dios, que nada tiene que ver con un determinismo o un fundamentalismo irracional. Dios no nos
obliga a hacer cosas porque sí, porque El sea Dios y nosotros criaturas, sino que pretende conducirnos con
libertad para ser liberados de una inercia social y religiosa en la que hasta lo más hermoso se quiere determinar
de una forma puntual.

IIª Lectura: Colosenses (1,15-20): Cristo imagen del Dios invisible

II.1. La carta a los Colosenses nos ofrece hoy un himno cristológico de resonancias inigualables: Cristo es la
imagen de Dios, pero es criatura como nosotros también. Lo más profundo de Dios, lo más misterioso, se nos hace
accesible por medio de Cristo. Y así, El es el “primogénito de entre los muerto”, lo que significa que nos espera a
nosotros lo que a El. Si a El, criatura, Dios lo ha resucitado de entre los muertos, también a nosotros se nos dará la
vida que El tiene.

II.2. Entre las afirmaciones o títulos sobre Cristo que podrían parecernos alejadas de nuestra cultura y de nuestra
mentalidad, podemos escuchar y cantar este “himno” como una alabanza al “primado” de Cristo en todo: en su
creaturalidad, en su papel salvífico, en su resurrección de entre los muertos. Para los cristianos ello no debe ser
extraño, porque nuestra religión, nuestro acceso a Dios, está fundamentada en Cristo. Puede que en el trasfondo
se sugiera alguna polémica para afirmar la “plenitud” de todas las cosas en Cristo. Pero es como un grito necesario
este canto, porque hoy, más que nunca, podemos seguir afirmando que Cristo es el “salvador” del cosmos.

Evangelio: Lucas (10,25-37): ¿A quién debemos amar?

III.1. Y ahora el evangelio del día una de las narraciones más majestuosas de todo el Nuevo Testamento y del
evangelio de Lucas. Una narración que solamente ha podido salir de los labios de Jesús, aunque Lucas la sitúe
junto a ese diálogo con el escriba que pretende algo imposible. El escriba quiere asegurarse la vida eterna, la
salvación, y quiere que Jesús le puntualice exactamente qué es lo que debe hacer para ello. Quiere una respuesta
“jurídica” que le complazca. Pero los profetas no suelen entrar en esos diálogos imposibles e inhumanos. Ya la
tradición cristiana nos puso de manifiesto que Jesús había definido que la ley se resumía en amar a Dios y al
prójimo en una misma experiencia de amor (cf Mc 12,28ss). No es distinto el amor a Dios del amor al prójimo,
aunque Dios sea Dios y nosotros criaturas. Pero el escriba, que tenía una concepción de la ley demasiado legalista
quiere precisar lo que no se puede precisar: ¿quién es mi prójimo, el que debo amar en concreto? Aquí es donde la
parábola comienza a convertirse en contradicción de una mentalidad absurda y puritana.

III.2. Dos personajes, sacerdote y levita, pasan de lejos cuando ven a un hombre medio muerto. Quizás venían del
oficio cultual; quizás no querían contaminarse con alguien que podía estar muerto, ya que ellos podrían venir de
ofrecer un culto muy sagrado a Dios. ¿Era esto posible? Probablemente sí (es una de las explicaciones válidas).
Pero eso no podía ser voluntad de Dios, sino tradición añeja y cerrada, intereses de clase y de religión. Entonces
aparece un personaje que es casi siniestro (estamos en territorio judío), un samaritano, un hereje, un maldito de
la ley. Este no tiene reparos, ni normas: ha visto a alguien que lo necesita y se dedica a darle vida. Mi prójimo -
piensa Jesús-, el inventor de la parábola, es quien me necesita; pero más aún: lo importante no es saber quién es
mi prójimo, sino si yo soy prójimo de quien me necesita. Jesús, con el samaritano, está describiendo a Dios mismo
y a nadie más. Lo cuida, lo cura, lo lleva a la posada y la asegura un futuro.

III.3. Una religión que deja al hombre en su muerte, no es una religión verdadera (la del sacerdote y el levita); la
religión verdadera es aquella que da vida, como hace el Dios-samaritano. Algunos Santos Padres hicieron una
interpretación simbólica muy acertada: vieron en el “samaritano” al mismo Dios. Por tanto cuando Jesús cuenta
esta historia o esta parábola, quiere hablar de Dios, de su Dios. Y si eso es así, entonces son verdaderamente
extraordinarias las consecuencias a las que podemos llegar. Nuestro Dios es como el “hereje” samaritano que no le
importa ser alguien que rompa las leyes de pureza o de culto religiosas por tal de mostrar amor a alguien que lo
necesita. La parábola no solamente hablaba de una solidaridad humana, sino de la praxis del amor de Dios. Fue
creada, sin duda, para hablar a los "escribas" de Israel del comportamiento heterodoxo de Dios, el cual no se
pregunta a quién tiene que amar (como hace el escriba, nómikos del relato), sino que quiere salvar a todos y
ofrecerles un futuro.

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO


EL SEÑOR NO PASA SIN DEJAR HUELLA EN NUESTRA VIDA

Iª Lectura: Génesis (18,1-10): Abrahán, a la escucha de Dios

I.1. En la primera lectura nos encontramos con una de las estampas más evocadoras de los relatos en torno al
padre del pueblo de Israel, Abrahán. Es un relato que tiene todas las connotaciones de leyenda sagrada, pero que
expresa el misterio de la vida de este personaje que todo se lo jugó apoyado en la palabra de Dios, en su promesa
de darle un tierra y una heredad. Tres personajes aparecen a lo lejos, que son como uno, porque es uno el que al
final le habla al Patriarca. Se pone en funcionamiento la sagrada ley de la hospitalidad en el Oriente, y muy
especialmente en el desierto, aunque aquí nos encontremos en Mambré. Son varias las experiencias religiosas que
Abrahán tiene en Mambré, que han sellado el nombre y el lugar como algo religioso.

I.2. La iconografía de la tradición cristiana ortodoxa ha visto aquí el misterio de la Trinidad, e incluso de la
Eucaristía ante los dones que ofrece Abrahán. Todo ello se ha reproducido en un bello Icono, que es de los más
conocidos del mundo. Efectivamente se ha querido representar la visita del Señor para hacerle la promesa de que
tendrá un verdadero heredero. El paso de Dios a nuestro lado, por nuestra vida, constantemente o en momentos
puntuales, es una experiencia de la cuál han hablado grandes y pequeños personajes de la historia de la
humanidad. Ese es el tema teológico de las lecturas de este domingo.

IIª Lectura: Colosenses (1,24-28): El misterio de Dios y su revelación

II.1. La segunda lectura pone de manifiesto que el misterio de Dios se ha revelado a los suyos, a la Iglesia, por
medio de su ministro. Es pablo, aunque no sea precisamente el autor de esta carta, el que se ha dedicado a
contemplar ese misterio, que es Cristo, para darlo a conocer a los hombres. No se trata, claro está de una elección
esotérica, reservada a algunos, sino que todo el que quiera conocer a Dios lo puede hacer por medio de Cristo.
Pablo subraya con énfasis que este misterio se abre de par en par a todos los hombres y nadie está excluido.

II.2. El “misterio de Dios” se ha hecho presente en Cristo, y de alguna manera ha dejado ya de estar velado y de ser
algo imposible para los hombres. Es verdad que sigue siendo misterio, pero está humanizado; está humanizado en
Cristo y está humanizado en el servicio de proclamarlo a los hombres. Dios ¡misterio escondido! No es una esencia
sin entrañas, al contrario es un “personaje” que se siente el verdadero Dios en la medida en que puede
comunicarse y no guardarse para sí su bondad. Aquí se cumple aquello del «Bonum est difusivum sui» : El bien es
de suyo difusivo. Para ello, Dios tiene a Cristo y al apóstol, para comunicarse.

EVANGELIO: Lucas (10,38-42): Saber elegir lo que Dios desea

III.1. El evangelio de Lucas nos presenta a Jesús, en su camino a Jerusalén, que hace una pausa en casa de Marta y
María. Ya es sintomático que se nos describa esta escena en la que el Señor entra en casa de unas mujeres, lo que
no podía ser bien visto en aquella sociedad judía. Pero el evangelista Lucas es el evangelista de la mujer y pone de
manifiesto aquellos aspectos que deben ser tenidos en cuenta en la comunidad cristiana. Sin la cooperación de la
mujer, el evangelio hubiera sido excluyente. El sentido de este episodio ha dado mucho que hablar, dependiendo
del tipo de traducción que se adopte del original griego: “una sola cosa es necesaria”, o por el contrario “pocas
cosas son necesarias”, dependiendo de los manuscritos. La primera opinión parece más coherente. Muchos
pensaron que se trataba de defender la vida contemplativa respecto de la vida activa o apostólica. Esta es ya una
vieja polémica que no tiene sentido, porque las dos cosas, los dos aspectos, son necesarios en la vida cristiana. La
opción polémica entre la vida activa y la vida contemplativa sería empequeñecer el mensaje de hoy, porque
debemos armonizar las dos dimensiones en nuestra vida cristiana.

III.2. Lo que Lucas subraya con énfasis es la actitud de escuchar a Jesús, al Maestro, quien tiene lo más importante
que comunicar. No quería decir Jesús que “un solo plato basta”, como algunos han entendido, sino que María
estaba eligiendo lo mejor en ese momento que él las visita. Este episodio, todavía hoy, nos sugiere la importancia
de la escucha de la Palabra de Dios, del evangelio, como la posibilidad alternativa a tantas cosas como se dicen, se
proponen y se hacen en este mundo. Jesús es la palabra profética, crítica, radical, que llega a lo más hondo del
corazón, para iluminar y liberar. Ya es sintomático, como hemos apuntado antes, el detalle que Lucas quiera poner
de manifiesto el sentido del discipulado cristiano de una mujer en aquél ambiente.

III.3. Tampoco se debería juzgar que Marta es desprestigiada, ¡ni mucho menos!, ¡está llevando a cabo un servicio!,
pero tiene que saber elegir. Muchas veces actitudes contemplativas pueden ocultar ciertos egoísmos o inactividad
de servicio, que otros deben hacer por nosotros. Porque Jesús, camino de Jerusalén, ha pasado por su lado y es
posible que en su afán no supiera, como María, que tenía que dejar huella en su vida. María se siente auténtica
discípula de Jesús y se pone a escuchar como la única cosa importante en ese momento. Y de eso se trata, de ese
ahora en que Dios, el Señor, pasa a nuestra lado, por nuestra vida y tenemos que acostumbrarnos a elegir lo más
importante: escucharle, acogerle en lo que tiene que decir, dejando otras cosas para otros momentos. Lucas, sin
duda, privilegia a María como oyente de la palabra y eso, en este momento de subida a Jerusalén es casi decisivo
para el evangelista. Se quiere subrayar cómo debemos, a veces, sumergirnos en los planes de Dios. De eso es de lo
hablaba Jesús camino de Jerusalén (según Lucas) y María lo elige como la mejor parte. Marta… no ha podido
desengancharse… y ahora debiera haberlo hecho.

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO


LA ORACION, INTIMIDAD CON DIOS COMO PADRE ENTRAÑABLE
Iª Lectura: Génesis (18,20-32): Interceder ante Dios en beneficio de los otros

I.1. La primera lectura de este domingo es la continuación del anterior. Se trata del célebre relato de la destrucción
de Sodoma y Gomorra, las ciudades con fama de depravadas en el valle del Siddim, en el sur del Mar Muerto. Es un
relato que se ha prestado a todo tipo de hipótesis arqueológicas en torno a esa depresión del valle del Jordán, que
es uno de los fenómenos más originales de la naturaleza, a 400 metros bajo el nivel del Mediterráneo. La Biblia lo
llama el yâm hammélah (mar de la Sal), y popularmente se le conoce por Muerto, desde el tiempo de los griegos,
porque no hay vida, debido a la gran densidad de sal.

I.2. Todo esto explica la leyenda de este lugar, de la estatua de sal de la mujer de Lot y otros pormenores.
Probablemente es una leyenda para explicar lo terrible de la vida allí, aunque la industria de todos los tiempos ha
logrado del asfalto y otros minerales sus beneficios. Pero la lectura de hoy viene para poner de manifiesto la
intercesión de Abrahán a Dios por los justos, por sus familiares. Es una explicación de cómo el hombre de todos los
tiempos, y muy especialmente el de la antigüedad recurre a lo divino frente a las leyes de la naturaleza que se
presenta tan atroz en momentos determinados.

IIª Lectura: Colosenses (2,12-14): El bautismo: sumergirse en la vida de Cristo

La carta a los Colosenses prosigue con su mensaje. En este caso es un texto bautismal, una pequeña catequesis
sobre el bautismo cristiano, sobre el efecto de este sacramento: nos incorpora al misterio de Cristo, a su muerte y
resurrección. Es un mensaje que se parece mucho al de Rom 6. Dios nos da la vida en Cristo y esto se expresa en la
mediante el bautismo.

Evangelio: Lucas (11,1-13): Dios como Padre: ¡un misterio de intimidad!

III.1. El evangelio de Lucas nos ofrece hoy uno de los pasajes más bellos y entrañables de ese caminar con Jesús y de
la actitud del discipulado cristiano. En Lucas, el Padrenuestro se halla dentro del marco de un catecismo sobre la
oración (11, 1-13). Está dividido en cuatro partes y abarca: la petición «¡Enséñanos a orar!», juntamente con el
Padrenuestro (11, 1-4); la parábola del amigo que viene a pedir, y que Lucas entiende como exhortación a ser
constantes en la oración (11, 5-8); una invitación a orar (11,9s) y la imagen del padre generoso, que es una
invitación a tener confianza en que se nos va a escuchar (11,11-13). Ya sabemos que el Padrenuestro está en
Mateo (6,9-13) y que se ha tomado, en ambos casos, de la fuente de los profetas itinerantes de Galilea que
conservaron los dichos de Jesús (fuente o evangelio Q). Pero esta catequesis de la oración, tal como la tenemos
en el conjunto, se la debemos a Lucas que es el evangelista que más ha valorado este aspecto de la religión e
identidad cristiana.

III.2. Cuando Jesús está orando, los discípulos quieren aprender. Sienten que Jesús se transforma. Jesús, en el
evangelio de Lucas, ora muy frecuentemente. No se trata simplemente de un arma secreta de Jesús, sino de una
necesidad que tiene como hombre de estar en contacto muy personal con Dios, con Dios como Padre. Todos
conocemos cuál es la oración de Jesús, y cómo esa oración no se la guarda para sí, sino que la comunica a los suyos.
Por lo mismo, la predicación de Jesús ha de revelar el sentido del Padrenuestro. Este es el primer fundamento en
que se basa la explicación que se ha de dar. Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús, quiere decir Lucas, sabrá rezar el
Padrenuestro con el espíritu de Jesús. Y sólo sabrá rezarlo quien sepa escuchar primeramente la predicación de
Jesús.

III.3. Debemos notar que el Padre es "la oración específica del discípulo de Jesús", ya que Lucas nos dice con
claridad que los discípulos se lo han pedido y él les ha enseñado. Y los discípulos se lo pidieron para que ellos
también tuvieran una oración que los identificara ante los demás grupos religiosos que existían. En consecuencia es
una oración destinada para aquellos que "buscaron" el Reino de Dios, con plena entrega de vida; para aquellos que
convirtieron el Reino de Dios en el contenido exclusivo de su vida. Pues cuando Jesús nos enseña cómo y qué es lo
que hemos de orar, entonces nos está enseñando implícitamente cómo deberíamos ser y vivir, para poder orar de
esta manera.

III.4. No podemos entrar en los pormenores exegéticos del Padrenuestro que ha logrado el consenso de muchas
lecturas distintas, diferentes, originales, extraordinarias. No es que Jesús inventara la invocación de Dios como
"Padre"… pero es quien la pone sobre la mesa de la experiencia religiosa de su tiempo, con sentido de reto, de cómo
debemos entender a Dios y de cómo debemos relacionarnos con Él. Las diferencias entre Mateo y Lucas inclinan la
balanza a un texto más primitivo en el caso de nuestra lectura de hoy: corta, directa, menos estructurada, pero más
intimista y radical; quizás más cercana a la experiencia de Jesús tal como se la escucharon sus discípulos.

III.5. ¿Qué significa Padre (Abba)? No es un nombre de tantos para designar a Dios, como ocurría en las plegarias
judías. Lo de Lucas, pues, no es más que el original arameo de la invocación de Jesús. Y era la expresión de los niños
pequeños, con la significación genuina de "Padre querido". Así, pues, Jesús habla con Dios en una atmósfera de
intimidad verdaderamente desacostumbrada. Y enseña a sus discípulos a hacer otro tanto. Toda la predicación de
Jesús está confirmando esto mismo. Jesús, con palabras estimulantes, alienta a que los discípulos estén persuadidos
previamente en la oración de una confianza sin límites. No se trata, pues, de un título más, frío o calculado, sino de
la primera de las actitudes de la oración cristiana. Si no tenemos a Dios en nuestras manos, en nuestros brazos,
como un padre o una madre, tienen a su pequeño, no entenderemos para qué vale orar a Dios.

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO


LA SOLIDARIDAD COMO EXIGENCIA DEL REINO DE DIOS

Iª Lecturas: Eclesiastés (1,1.2.23): La sabiduría de la vida

I.1. ¿Quién no conoce la célebre reflexión del libro del Eclesiastés, el sabio llamado Qohélet, de ese superlativo
expresado en “vanidad de vanidades”? Esa es la primera lectura de hoy. Es toda una filosofía la que está a la base de
este juicio; un escepticismo ante tantos afanes y tantas angustias. ¿Qué actitud tomar? ¿Pasar de todo? Posturas
como las de Qohélet las ha habido siempre y no son negativas radicalmente, sino que expresan, a veces, una actitud
“sabia” en la que se intuye que debemos tomarnos la vida de otra manera: sin envidias, afanes, comparaciones con
las riquezas de los otros.

I.2. Pero eso parece una actitud burguesa del que nada le falta. La de aquellos que no tienen para comer ni vestir no
sería exactamente así. Hay una razón más profunda por la que debemos no afanarnos por tantas cosas, una razón
más radical y humana. No se trata simplemente de llevar una vida más cómoda y menos tensa. Por eso al juicio de
Qohélet le falta una dimensión, la que Jesús nos ofrece en la parábola evangélica.

IIª Lectura: Colosenses (3,1-11): Personas nuevas por el bautismo

La segunda lectura apunta de nuevo a las claves bautismales de la vida cristiana, a lo que significa haber resucitado
con Cristo por el bautismo, y a lo que nos obliga vivir en cristiano. El bautismo es un compromiso de vida o muerte.
¿Qué significa que nuestra vida está escondida en Cristo? Pues que es El quien nos inspira, quien nos va liberando
de todo aquello que en la tierra nos enfrenta los unos a los otros. El bautismo nos hace personas nuevas, porque
nos situamos ante los horizontes de lo que Jesús vivió.

Evangelio. Lucas (12,13-21): Acumular riquezas: ¡el anti-evangelio!

III.1. El relato del evangelio de Lucas es como la respuesta a los planteamientos de Qohélet. Efectivamente, Lucas es
un evangelista que ha marcado la diferencia en el Nuevo Testamento como juicio de la riqueza y sus peligros para
la verdadera vida cristiana. Lucas es defensor de los pobres, aunque no de la pobreza. Jesús, el profeta, no ha venido
para ser juez de causas familiares, o empresariales, o sociales, ya que esas leyes de herencia, de impuestos, de
salarios justos, se establecen a niveles distintos. Y no quiere ello decir que en las exigencias del Reino de Dios se
excluya la justicia, especialmente para los pobres y oprimidos.

III.2. La parábola del rico que acumula la gran cosecha y engrandece sus graneros, en vez de distribuirlo entre los
que no tienen para comer, es toda una lección de cómo Jesús ve las cosas de esta vida, aunque él persiga objetivos
más grandes. El que acumula riquezas, pues, no entiende nada de lo que Jesús propone al mundo. Los que siguen a
Jesús, pues, tienen que sacar, según Lucas, las conclusiones de este seguimiento. Si no se desprenden de las
riquezas, si se preocupan de amasarlas constantemente, además de cometer injusticia con los que no tienen, se
encontrarán, al final, con las manos vacías ante Dios, porque todo su corazón estará puesto en tener un tesoro en la
tierra. No tendrán tiempo para vivir, para ser sabios… para entregarse a los demás como se entregan a la
producción de riquezas. Este criterio de sabiduría va más allá de lo que propone el mismo Qohélet.
III.3. Con referencia a la actitud de Qohélet, Jesús nos dice que quien se afana por las cosas de este mundo y no por
lo que Dios quiere, al final, ¿cómo podrá llenar su vida? ¿cómo se presentará ante Dios? La acumulación de
riquezas, pues, es una injusticia y la injusticia es contraria al Reino de Dios. Por lo tanto, este evangelio es una
llamada clara a la solidaridad con los pobres y despreciados del mundo; una llamada a compartir con los que no
tienen.

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO


La fe y nuestra responsabilidad cristiana en el mundo

Iª Lectura: Sabiduría (18,6-8): Memoria de la pascua liberadora

I.1. La lectura de este día quiere describir la noche de salvación para Israel, la noche pascual, que se ha
convertido en el paradigma nostálgico de un pueblo que siempre ha recurrido a su Dios para que lo liberara de
todas las esclavitudes; que anhela salvación y que encuentra en el Dios comprometido con la historia la razón
de ser de su identidad. Es, probablemente, un texto cultual, es decir, nacido en la liturgia. El c. 18 de este libro
escrito en griego, para la comunidad judía de Egipto, es una memoria litúrgica de la noche pascual, de la noche
de la libertad y de la noche de la luz. Nada hay tan celebrado en Israel como la noche pascual.

I.2. “Memoria” es mirar al pasado. Pero es más que eso; es tener presente que Dios siempre puede encender la
luz de la salvación para su pueblo en cualquier momento que lo necesite. Se hace memoria para actualizar y
para “sentir” la misma presencia liberadora de Dios, porque el pueblo, la comunidad, las personas, siempre
pueden estar amenazadas de esclavitud. Sólo en Dios es posible poner la esperanza, porque en sus manos está
la luz.

IIª Lectura: Hebreos (11,1-2.8-19): La fe, por encima de la muerte

II.1. Hoy, la segunda lectura, tomada de Hebreos 11, llena de contenido esta parte de la celebración, con su
visión práctica de la fe evocada a la luz de las grandes figuras de la “historia de la salvación” y de todos aquellos
que, por amor de lo que esperaban y de las realidades invisibles, renunciaron a los honores terrenos. Se dice
que con este capítulo, el autor de la carta a los Hebreos, que no es San Pablo desde luego, sino un maestro
desconocido, compuso este sermón para mover a la fe a la comunidad, al igual que los padres del pueblo, pero
ahora con la esperanza que procura Jesús y su obra. Él es el ejemplo de nuestra fe en Dios y de nuestra entrega
a los hombres al comprender todas las flaquezas. Por esto es Sumo Sacerdote, porque siendo Hijo de Dios,
superior a los ángeles, a Moisés y a Aarón ,comprendió más que nadie los pecados de los hombres.

II.2. En nuestra peregrinación hacia Dios, en la tipología hacia el santuario celeste, tenemos un mediador y una
seguridad que no tuvieron los padres del pueblo: al mismo Jesús. Por eso, creer, según lo que se propone en
Hebreos 11, no es mirar al pasado, ni conservarlo, sino avanzar hacia el futuro. Quiere decir que debemos estar
en camino, que no hay puntos muertos en la historia de la salvación. Como es lógico, la lectura de hoy
solamente toma algunos aspectos de ese capítulo, y se debe leer el mismo en su totalidad. La figura de Abrahán,
el padre del pueblo al que se le pidió todo, es el ejemplo. Si fuéramos realistas y lógicos, diríamos que Dios no
pide la muerte de un hijo, el de las promesas. Eso es un “género simbólico” para decir que todo está en manos
de Dios. Pero precisamente es en las manos de Dios donde está la resurrección, y ésa es la gran cuestión de la fe
en Dios y una de las afirmaciones de más alcance de este texto de la carta a los Hebreos.

Evangelio: Lucas (12,32-48): La sabiduría de la vigilancia

III.1. El evangelio de Lucas nos ofrece aquí una serie de elementos que están en el Sermón de la Montaña, en
Mateo, y un conjunto de parábolas (los criados que esperan a que su amo vuelva de unas bodas, el amo que
vigila su casa por si llega un ladrón, y el administrador fiel al que se le ha confiado repartir el trigo) sobre la
vigilancia y la fidelidad al Señor. La exhortación primera, que concluye con el dicho “donde está vuestro tesoro,
allí está vuestro corazón”, es toda una llamada a la comunidad sobre el comportamiento en este mundo con
respecto a las riquezas. Lucas es un evangelista que cuida, más que ningún otro, este aspecto tan determinante
de la vida social y económica, porque escribía en una ciudad (Éfeso o Corinto) donde los cristianos debían
tomar postura frente a la injusticia y la división de clases.
III.2. El dicho del tesoro y el corazón es un dicho popular que encierra mucha sabiduría de siglos. Pero es propio
de estos dichos -el llamado “Evangelio Q” como algunos lo llaman actualmente-, poner de manifiesto la
radicalidad sapiencial y escatológica que se vivió en aquellos momentos. Si bien es verdad que el rigor
apocalíptico ya no es determinante, sí lo es el sentido que mantienen estas palabras. Vigilar, ahora, ya no es
estar preocupados por el fin del mundo, sino estar preocupados por no poner nuestro corazón en los poderes y
las riquezas. Son dichos para comprometerse en nuestro mundo, aunque sin perder la perspectiva del mundo
futuro.

III.3. Lucas sitúa esto en el programa de buscar el Reino de Dios, pidiendo y exigiendo al cristiano no desear las
mismas cosas que desean y tienen los poderosos de este mundo. El Reino exige otros comportamientos. Así,
pues, las parábolas sobre la vigilancia y la fidelidad vienen a ser como el comentario a esa actitud. Es una
llamada a la responsabilidad en todos los órdenes, pero especialmente la responsabilidad de saberse en la línea
de que la vida tiene una dimensión espiritual, trascendente, sabiendo que hay que ponerse en las manos de
Dios. Eso no es una huida de lo que hay que hacer en este mundo; pero, por otra parte, tampoco se ha de
ignorar que nos espera Alguien que un día se ceñirá para servirnos si le hemos sido fieles. Ése de quien habla
Jesús en la parábola es Dios. Nosotros, mientras, administramos, trabajamos, ayudamos a los más pobres y
necesitados, como una responsabilidad muy importante que se nos ha otorgado.

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO


LA FE COMO UN COMBATE DE VIDA

Las lecturas de hoy llevan, como santo y seña, el signo de contradicción, lo que a veces es el evangelio y el proyecto
de Dios frente al proyecto del mundo.

Iª Lectura: Jeremías (38,4-10): La palabra profética no se pudre

I.1. Esta primera lectura nos relata el famoso pasaje biográfico (aunque escrito por sus discípulos) de la experiencia
amarga del profeta Jeremías en una cisterna, de esas cisternas que recogen el agua en Jerusalén para poder
subsistir. Un día el profeta había hablado precisamente contra el pueblo, especialmente contra sus dirigentes, que
prefieren a otros dioses, otros proyectos, y comparaba esta actitud con el cambio entre beber de la fuente de agua
viva o beber de las cisternas, donde el agua no corre. Incluso el rey Sedecías es impotente contra ellos. La situación
de Jerusalén era catastrófica, y un grupo poderoso cerraba los ojos a la realidad que el profeta veía venir, no porque
aceptase la derrota de Babilonia que estaba llegando, pero tampoco era partidario de echarse en manos de otro
poderoso como Egipto.

I.2. Dios, Yahvé, es la fuente viva, y los otros dioses, las cisternas agrietadas y de aguas estancadas (Jer 2,13). Ahora,
quiere decirnos el texto, recibe el profeta su merecido por hablar contra la clase dominante, por proclamar la
palabra de Dios y no acomodarse a los mandatos humanos. Pero los profetas aman lo propio, su religión, pero de
otra manera. Los otros, los opositores, los situados, quieren encerrar la palabra de vida en una cisterna para ver si
se pudre. Pero la palabra profética nunca muere. Alguien se compadece de Jeremías, y el rey, quizá por respeto, lo
permite liberar.

IIª Lectura: Hebreos (12,1-4): Jesús, un creyente de verdad

II.1. La segunda lectura viene a completar aspectos de la liturgia del domingo anterior y del famoso c. 11 de la carta
sobre el tema de la fe; la fe como combate en el largo caminar del pueblo cristiano que peregrina hacia el futuro.
Pero el autor de la carta sabe presentar bien las cosas y habla de Jesús como de nuestro modelo, superando a todos
los antepasados, y por eso se le llama « iniciador y consumador de nuestra fe». Esto se debe interpretar en el
sentido con el que Jesús, en las tentaciones, en Getsemaní, tuvo que mantener ese combate de la fe que le llevará a
la victoria. No lo tenía todo conquistado, tuvo que luchar, era humano, muy humano, aunque fuera Dios. Este
aspecto es, cristológicamente hablando, muy sugerente y siempre se habla de Jesús como si no hubiera tenido fe,
confianza, emunah en Dios. Eso sería negar la humanidad de Jesús, la fuerza de la realidad de la encarnación.
II.2. Eso significa, pues, que la fe es imprescindible para vivir, para dar sentido a la vida. La fe, por tanto, no es
aceptar fórmulas, sino que es un combate entre la vida y la muerte, entre la vida ética y la vida sin sentido. Es de esa
manera como se presenta a Jesús, en ese combate que le lleva hasta dar la vida. El autor trata de ser práctico o
parenético: Jesús no hubiera dado su vida por nosotros, para vencer el pecado del mundo, si no hubiera sido un
gran creyente. No era un “dios que se pasea por la tierra”, sino el creyente verdadero “capaz de Dios” (capax Dei) en
su vida hasta la consumación de todo. El antagonismo contra el pecado (usa el verbo antagônidsomai) se ha
convertido en la fuerza trasformadora de su vida y esa debe ser la actitud cristiana para el autor de Hebreos.

Evangelio: Lucas (12,49-53): El fuego del amor que trasforma el mundo

III.1. Y en este ámbito de radicalidades que la lecturas de este domingo ponen de manifiesto, aparece el texto del
evangelio de Lucas (12,49-53) con todas sus contradicciones semíticas, con su lenguaje de símbolos, de contrastes
orientales: paz-guerra, amor-odio. Jesús profetiza prendiendo fuego al mundo; trayendo una guerra, un combate,
mejor, al que invita a participar. Estas palabras de Jesús nos hablan de la radicalidad de su mensaje evangélico. Este
es radical porque busca la raíz de las cosas. En todo caso no debemos evitar la pregunta en lo que respecta al qué
hacer para llevar a la práctica el seguimiento de Jesús y, en consecuencia, la radicalidad por la que hay que optar.
Sabemos que estas palabras se trasmiten en el ámbito de un grupo apocalíptico, radicales itinerantes cristianos de
primera hora, al menos en una primera fase, que muestra lo en serio que se tomaron el evangelio de Jesús.

III.2. Consideramos que el espíritu de la radicalidad de estas palabras de Jesús permanece y debe mantener su vigor
en medio del realismo que sin duda nos apremia. La radicalidad obedece a una mentalidad, a unas circunstancias,
que no pueden ser las mismas para el s. XXI. Jesús era un hombre de su tiempo que usaba también el lenguaje de su
tiempo. Él hablaba sirviéndose de metáforas, imágenes y comparaciones entendidas en aquella época. Porque ¿a
dónde nos llevaría una interpretación literal del evangelio de hoy, o un dicho como "si alguno viene a mi y no odia a
su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, no puede ser discípulo mío" (Lc 14,26), cuando él mandó amar a todos,
incluso a los enemigos? No se puede pedir amar a los enemigos y “odiar” a los padres o hermanos, ¡sería absurdo!
Pero el espíritu de lo que Jesús quería expresar permanece: frente a este mundo, el evangelio es un signo de
contradicción. Hay que amar, no odiar; pero el amor, frente a este mundo injusto y de desamor, es una guerra. Lo
será siempre. En realidad es una guerra en la que no caben medias distintas y en la que los lazos familiares pueden
saltar por los aires.

III.3. No es posible olvidar que estamos hablando desde la analogía, del contraste y el simbolismo. Los profetas
itinerantes, casi como unos filósofos cínicos para algunos, se expresaban así: ¿los míos o Jesús? ¿yo o el evangelio?
Son palabras proféticas que siempre mantendrán su vigencia, sin que las rebajemos a lo inútil. Algunos han
hablado del “terrorismo” o el “fundamentalismo” de la ética cristiana. Es posible que los conceptos de actualidad
puedan resultar explicativos… pero no es ni terrorismo ni fundamentalismo, sino que cuando el evangelio se vive
con radicalidad nuestra vida no puede ser como siempre, como se ha aprendido de los “nuestros”, porque los
“nuestros” pueden estar lejos del proyecto profético de Jesús. Lo que se ha mamado en nuestro ámbito no siempre
es lo mejor. Los “nuestros” son más nuestros cuando vivimos la radicalidad del amor y eso trae fuego a la tierra. A
los nuestros los amamos, pero sin renunciar a lo que Dios desea. Eso lo vivió Jesús como experiencia liberadora que
quiso trasmitir a los suyos, para cambiar una religión “nuestra” que no tenía vida. Y si “los nuestros” no nos aceptan
en esta guerra de amor, desde el evangelio y con el evangelio, seguirán siendo los nuestros, pero no haremos lo que
ellos quieren. Los nuestros, a veces, piden odio o venganza: ahí está la guerra, el fuego del evangelio. Esa fue la
experiencia del profeta de Galilea.

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO


LA SALVACION ES UNA GRACIA DE DIOS

Iª Lectura: Isaías (66,18-21): Abrirse a todos los pueblos

I.1. Nuestra primera lectura de hoy es el del último capítulo del libro de Isaías que corresponde a un tercer Isaías,
de la escuela del gran maestro que ha dado nombre a este libro en su totalidad. Es un oráculo que se dirige a los
que ha retornado del exilio de Babilonia; es una llamada de esperanza universal. El fracaso del pueblo, con toda su
identidad, debería haberles enseñado a abrirse a todas las pueblos, razas y lenguas, para que el proyecto universal
de salvación de Yahvé, el Dios de Israel, se cumpliese.
I.2. Es esto lo que se anuncia en esta lectura; es una llamada a la misión, que no van a escuchar los dirigentes y
responsables. Se cerrarán en una teocracia sacerdotal, con el tiempo, y frustrarán muchas esperanzas. Comenzará a
surgir una mentalidad cultual, legalista; una religión que no llegará al corazón reemplazará estas palabras
proféticas, hasta que llegue el profeta definitivo, Jesús, quien volverá a recuperar para su pueblo y para el mundo lo
que significa este oráculo.

IIª Lectura: Hebreos (12,5-7.11-13): ¡Tengamos esperanza!

La lectura de Hebreos es una amplia exhortación a vivir la fe en medio de las dificultades que deben soportar. Los
destinatarios son, muy probablemente, judíos convertidos que se encuentran un poco desasistidos de los apoyos
que encontraban en la praxis del judaísmo, en la antigua religión. Ahora se les reprocha que no sean capaces de
soportar algunas cosas. Por eso se les exhorta a que cuando reciban una corrección deben asumirla con paciencia,
porque a pesar de desconcierto primero, el final siempre es positivo. El fruto verdadero de la corrección y la
paciencia es una esperanza firme para no abandonar la fe.

Evangelio: Lucas (13,22-30): Dios nos espera para salvarnos

III.1. El evangelio puede sonar un poco desconcertante, dependiendo en gran parte del dicho aislado “esforzaros de
entrar por la puerta estrecha”. El pasaje se sitúa en el camino que Jesús emprende hacia Jerusalén y el seguimiento
que ello implica, es una catequesis lucana del verdadero discipulado. Pero ¿para qué es necesario ser discípulo de
Jesús? ¿para salvarse, para salvarnos? ¿Esa era la mentalidad del tiempo de Jesús heredada en ciertos círculos
cristianos rigoristas? ¿Son pocos los que se salvan? Conociendo el mensaje de Jesús y su confianza en Dios,
tendríamos que afirmar que Jesús no respondía a preguntas que se resolvieran desde el punto de vista legal.

III.2. En realidad la lectura a fondo de este evangelio plantea cuestiones muy importantes desde el punto de vista
de la actitud cristiana. Jesús no responde directamente a la pregunta del número, porque no es eso algo que pueda
responderse. Lo de la puerta estrecha es un símil popular y no debe producir escándalo, porque los caminos de
Dios no son lo mismo que los caminos de los hombres: esto es evidente. Esta es una llamada a la “radicalidad” en
todo caso, que pudiéramos transcribir así: quien quiera salvarse debe vivir según la voluntad de Dios. Eso lo dice
todo, aunque para algunos no resuelve la cuestión. Por ello deberíamos decir que esa preocupación numérica fue
más de los discípulos que trasmitieron estas palabras de Jesús (el Evangelio Q para algunos especialistas), que
estaban más o menos obsesionados con un cierto legalismo apocalíptico y no bebían los vientos del talante
profético de Jesús.

III.3. Siempre se ha dicho que Jesús lo que busca son los corazones y la actitudes de los que le siguen. Les pone una
parábola de contraste, la del dueño de la casa que cierra la puerta. La mentalidad legalista es la de esforzarse por
entrar por la puerta estrecha. En la parábola se adivina un mundo nuevo, un patrón, Dios en definitiva, que no
entiende las cosas como nosotros, por números, por sacrificios, por esfuerzos personales de lo que se ha llamado
“do ut des” (te doy para que me des). Muchos pensarán que han sido cristianos de toda la vida, que han cumplido
los mandamientos de Dios y de la Iglesia de toda la vida (si es que eso se puede decir), que han sido muy
clericales… pero el “dueño” no los conoce. ¿No es desesperante la conclusión? El contraste es que podemos estar
convencidos que estamos con Dios, con Jesús, con el evangelio, con la Iglesia, pero en realidad no hemos estado más
que interesados en nosotros mismos y en nuestra salvación. Eso es lo que la parábola de contraste pone de
manifiesto.

III.4. ¿Las cosas deberían ser de otra manera? ¡Sin duda! Debemos aprender a recibir la salvación como una gracia
de Dios, como un regalo, y a estar dispuestos a compartir este don con todos los hombres de cualquier clase y
religión. Eso es lo que aparece al final de esta respuesta de Jesús. Los que quieren “asegurarse” previamente la
salvación mediante unas reglas fijas de comportamiento no han entendido nada de la forma en la que Dios actúa.
Por eso no reconoce a los que se presentan con señas de identidad legalistas, que ocultan un cierto egoísmo. No es
una cuestión de número, sino de generosidad. En la mentalidad legalista y estrecha del judaísmo, que también ha
heredado en muchos aspectos el cristianismo, la salvación se quiere garantizar previamente como si se tratara de
un salvoconducto inmutable e intransferible. No se trata de desprestigiar una moral, una conducta o una
institución, como si el evangelio convocara a la amoralidad y el desenfreno para poder salvarse. Esta conclusión de
moralismo barato (la “gracia barata” le llamaba Bonhoeffer) no es lo que piden las palabras de Jesús. Pero sí
debemos afirmar rotundamente: si la salvación no sabemos recibirla como una “gracia”, como un don, no
entenderemos nada del evangelio.

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO


LA VERDADERA HUMILDAD
COMO GENEROSIDAD Y CONDESCENDENCIA

Iª Lectura: Eclesiástico (3,19-21.31.33): La humildad para dejar vivir a los otros

I.1. Este domingo se nos presenta enmarcado en planteamientos muy humanos de la vida; se propone a la
comunidad la praxis de la humildad, una de las virtudes que menos estima recibe en este mundo de competencias
infernales, de luchas a muerte por los primeros puestos, por las grandes producciones, por los estilos arrogantes de
comportamiento. Quien carezca de este estilo, hoy, parece que no tiene futuro.

I.2. La primera lectura , del Sirácida, es una colección de dichos y refranes de sabiduría, como casi todo el libro, en
que se hace el elogio de la humildad, la reflexión y la limosna. Si tienes conciencia de ser grande, de valer algo,
procura manifestarte ante los otros con humildad. Es una virtud ésta, no para aparentar lo que no se es, sino para
no apabullar a los otros.

IIª Lectura: Hebreos (12,18-19.22-24):

II.1. Se prosigue con la alta teología de la carta a los Hebreos sobre la fe. Esta exhortación fervorosa a una
comunidad judeo-cristiana que está pasando por un mal momento, por dificultades internas y externas, pone de
manifiesto la obra redentora de Cristo, el Sumo Sacerdote, en comparación con la liturgia, ya muerta e irreversible,
del antiguo templo de Jerusalén. Ahora la liturgia que se propone es de tipo celeste, vital, existencial.

II.2. Se quiere subrayar que la comunidad cristiana, llamada a la santidad, no tiene que tener miedo, porque puede
entrar en el misterio de la santidad divina, ya que Jesucristo ha hecho posible que nuestros pecados se borren. No
tenemos que tener miedo a la santidad (como les sucedía a Moisés y a los israelitas en el Sinaí frente a la santidad
de Yahvé). Ahora con Jesucristo, la santidad de Dios es cercanía, misterio curativo que humaniza la misma religión.
Los ángeles, los cielos, la Jerusalén celeste, son los signos para hablar de una experiencia que no debemos perder de
vista, una nueva alianza.

Evangelio: Lucas (14,1.7-14): La humildad ofrece dignidad a los otros

III.1. Nos encontramos con dos parábolas del buen comportamiento en la mesa. El texto de Lucas está bien
construido. En la primera Jesús se dirige a los comensales a propósito del puesto que deben ocupar cuando son
invitados (vv. 7-11) y en la segunda se dirige a quien invita para que haga una buena elección de los invitados
(vv.12-14). Claro, que nada es lógico en estas parábolas, porque sucede que cuando somos invitados nos gustaría
ser de los principales; y cuando invitamos nos gustaría hacerlo teniendo en cuenta la importancia de los mismos.
No es eso lo que se propone en este conjunto, que toma la “mesa” como símbolo casi religioso. Las famosas
“comunidades” fariseas (havurah/ havurot, de haver, amigo), tenían cuidado de no invitar a nadie que no
cumplieran con normas estrechas de comportamiento, de preceptos, de comidas kosher, etc.. No era admitido
cualquiera a estos havurot. Por eso tiene mucho sentido las propuestas “alternativas” de Jesús a los suyos. En la
mesa se compartía amistad e ideas, y por eso tenía tanta importancia.

III.2. El evangelio, como ya se ha puesto de manifiesto, se nos propone la humildad. ¿Por qué, para ser un buen
seguidor de Jesús es necesario ser el último, el servidor de todos? ¿No es una falsedad aparentar lo que no se es?
Aquí no cabe otra explicación que el mismo misterio de la condescendencia divina, que siendo poderoso, se ha
hecho como uno de nosotros. La parábola de los primeros y los últimos puestos en un banquete le sirve a Jesús
para poner de manifiesto la humildad. El marco de esta parábola es la de un sábado en que Jesús es invitado a casa
de un fariseo. Los fariseos, sus escribas, no gozan de buen nombre en el evangelio (Lc 20,46-47). ¿No es bueno
aspirar a ser el primero, el mejor, el más perfecto? Si lo miramos desde la perspectiva de los deportistas en las
Olimpiadas parecería que no es muy acertada la proposición de Jesús, aunque hoy sabemos que solamente gana
uno; y muchos deportistas nos dan la lección de que es tan importante participar como ganar.
III.3. De alguna forma este ejemplo lo podíamos aplicar a la vida cristiana: todos valen en una comunidad, todos
tienen algo positivo, todos tienen algo bueno. No importa ser los primeros si ser el primero nos lleva a ser
arrogantes e inmisericordes. Por eso la segunda parábola de la lectura de hoy pide que no invitemos o
compartamos nuestra amistad con los que nos van a pagar, sino con aquellos que no pueden responder a nuestra
generosidad. Y es que el tema de la humildad, cristianamente hablado, se resuelve en la generosidad. El que es
humilde es generoso, misericordioso con los otros. Esa es la razón por la que la humildad cristiana es actitud sabia
y principio de amor.

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


EL VERDADERO DISCÍPULO DE JESÚS TIENE QUE AMAR LO QUE ÉL AMA

Iª Lectura: Sabiduría (9,13-19): Con Dios, el hombre es más que los dioses

I.1. Este lectura del libro de la Sabiduría forma parte de una reflexión de tipo filosófico y teológico, en que el ser
humano entra dentro de sí mismo para preguntarse por las cosas más importantes: ¿qué es el hombre frente a
Dios? La experiencia nos demuestra que lo que hacemos y tocamos es frágil, pero intuimos que debe haber algo
que no fenece, el misterio de Dios. Para ello se necesita, no facticidades mecánicas, sino Sabiduría para discernir lo
que tiene sentido y lo que no tiene.

I.2. La debilidad humana no es un misterio de negatividad, sino de necesidad de Alguien que nos busca. La
debilidad reclama salvación, ayuda, necesidad de Alguien a quien se le atribuye la creación y la salvación. Esto que
es obvio, solamente lo decimos o lo aprendemos en la medida en que la vida se nos escapa de las manos. El deseo
natural de trascendencia, de cielo, es algo que llevamos en el corazón, y solo con sabiduría y espíritu lograremos
que no muera nunca.

IIª Lectura: Filemón (vv. 9-10.12-17): La libertad de ser cristiano

II.1. La segunda lectura es de Filemón, un escrito muy breve de Pablo mientras estaba en prisión, probablemente en
Éfeso, hacia el año 55. Parece un escrito privado sin relevancia doctrinal, pero que, no obstante, revela una temática
enteramente cristiana. Mientras Pablo estaba prisionero llega un esclavo, Onésimo, que había huido de la casa de
su patrón, Filemón. El esclavo se convierte y Pablo entiende que ha adquirido con la libertad de los hijos de Dios,
como se expresa en Gal 4,19, su libertad social. Si vuelve a su amo, según el sistema de entonces, debería sufrir un
gran castigo. Pablo, sintiéndose responsable de su libertad humana, pide la misma manumisión social que ha
adquirido el esclavo con su conversión.

II.2. Este pequeño escrito puede ser considerado como el manifiesto cristiano contra la esclavitud. Al cristianismo
se le ha acusado siempre de que no había hecho nada por abolir la esclavitud, pero en cierta forma es injusto. Pablo,
en pocas líneas, pide al “dueño” de un esclavo que lo tenga como hermano. Es verdad que no hay una propuesta
“jurídica” para aquellos momentos ante el terrible problema de la esclavitud. Pero aquí Pablo envía a Onésimo a su
dueño Filemón, no para que se someta al rigor jurídico de la esclavitud, sino al calor humano y teológico de ser
libre, por ser persona, por ser cristiano como Filemón y porque es hijo de Dios con todas las consecuencias. Es
verdad que se debería haber hecho más a través de la historia del cristianismo contra esta lacra. Pero en la entraña
misma del evangelio la esclavitud está condenada.

Evangelio: Lucas (14,25-33): ¡Radicalidad del Reino!

III.1. El evangelio de Lucas de hoy está formado por otro de los conjuntos fuertes de su narración del viaje del
profeta hacia Jerusalén, como propuesta del verdadero discipulado y el seguimiento de Jesús. No se nos oculta la
dificultad que supone centrar todo el significado de lo que se quiere decir y poner de manifiesto en este conjunto de
dichos y parábolas. La ruptura con la ideología familiar, que no con los sentimientos y lazos familiares, (cf Lc
18,20), en principio, no tiene nada que ver con la parábola del que quiere construir una torre o con la del rey que
debe ir a la guerra. Estos textos están aquí reunidos por Lucas, aunque Jesús los pronunciara en ocasiones bien
distintas. Por lo mismo, Lucas pretende que una cosa se entienda por la otra. Ha escogido dichos del famoso
Evangelio Q (vv. 26-27; en Mt 10,37-38 están más suavizados al cambiar “odiar” por “amar… más que”) sobre el
odio familiar y la cruz. Finalmente ha rematado todo con el v. 33 sobre “renunciar a todos los bienes”, que es algo
exclusivo de Lucas, aunque redactado con el mismo tenor de los vv. 26-27 (tipo condicional de prótasis: “si alguien
viene a mí”… y apódosis: “no puede ser mi discípulo”). Las dos parábolas de los vv. 28-32 ilustran un poco el
empeño que hay que poner en estas propuestas radicales. Lucas, pues, ha confeccionado un catecismo del
seguimiento y la identidad cristiana en este mundo que no deja lugar a dudas: quiere impresionar y ser claro.

III.2. Quizás fueran necesarias algunas explicaciones exegéticas para poder medir el alcance de este evangelio de
hoy. El hecho de que Mateo haya preferido “amar… más que a mí” (filéô… hyper eme) al término “odiar” (miséô) que
tenemos en Lc, denota que ha habido una corrección. La mayoría de autores piensa que el tenor original, más
semítico si cabe, propio de los predicadores itinerantes que pusieron muy en práctica la vida de Jesús, se ha
mantenido en Lucas (también se usa “odiar” en el Evangelio de Tomas 55 y 101). E incluso la mayoría piensa que
Jesús nunca pudo demandar a sus seguidores que odiaran a su padre, a su madre o a sus hermanos. Algunos
profetas itinerantes llevaron hasta el extremo la renuncia al estatus familiar y hablaron de odiar, con todo el
semitismo que ello comporta. Pero Jesús no pudo pedir “odiar”, cuando había exigido amar incluso a los enemigos
(cf Lc 6,27; Mt 5,44). Esto está hoy bastante bien asumido, sin que ello denote “edulcorar” la radicalidad del Reino y
del seguimiento de Jesús.

III.3. Desde luego, ser discípulo de Jesús significa un valor absoluto como alternativa a todo proyecto de este mundo
e incluso familiar. Es verdad que la palabra odiar, en este caso al padre, a la madre y a los hermanos, es un
semitismo, propio del trasfondo arameo de las palabras de Jesús que ponen en evidencia la pobreza de ese
vocabulario. Por eso, muchos han traducido el odiar por "preferir". Efectivamente, si alguien quiere ser discípulo de
Jesús, pero prefiere las claves familiares, los intereses de familias, las ataduras sociales y culturales de ese mundo,
entonces no puede ser un auténtico discípulo de Jesús. Las familias (en sentido general y cultural) trasmiten amor;
pero a veces las familias, los clanes, los grupos, trasmiten otros valores muy negativos (incluso odio de unas
familias contra otras), que un discípulo de Jesús no puede asumir, ni honestar. Ese es el sentido de saber y poder
“llevar su cruz” siguiendo a Jesús. Es una ruptura la que se propone. Por eso, el discípulo, como el hombre que
construye una torre, o el rey que debe ir a una guerra, debe clarificarse y prever lo que pretende en el compromiso
del seguimiento. Jesús propone una nueva forma de vida, de sentimientos, de preferencias, que a veces suenan a
escándalo, pero así es el verdadero discípulo de Jesús y la radicalidad absoluta del evangelio. Y no es precisamente
odio lo que Jesús pide a los suyos, sino amor, incluso a los enemigos.

III.4. Lucas ha sacado en conclusión de todo esto lo que afirma en el v. 33: “quien no renuncia (apotássomai: se
separa) de todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” ¿Por qué?¿quería enseñar a odiar la riqueza o amar la
pobreza? Pues ni una cosa ni la otra. Jamás Lucas pide amar la pobreza en sí. Quiere que todo se ponga en común,
como señala en Hch 4,34, para que no haya indigentes entre los cristianos; o sea, la razón de renunciar a los bienes
es para que no haya pobres e incluso para que haya justicia en el mundo. Es verdad que no debemos atenuar la
fuerza del texto, y la lectura que podemos hacer del evangelio tendrá distintos tonos según el contexto cultural y
social donde se viva. Debemos ser conscientes de que la pobreza y la riqueza existen personificadas: hay ricos,
pocos; y muchos pobres. Pero hay bienes suficientes en el mundo para que todos tengan lo necesario. El mundo es
injusto por causa de los que aman las riquezas y el poder; en muchos casos esos amores los trasmite la familia, el
clan, el entorno, los intereses de clase y de grupo. Ese mundo se desmorona ante la radicalidad del Reino y de la
vida de Jesús. Buscar la seguridad en los bienes de este mundo es poner el corazón en aquello que nos aleja de Dios
(ponerlo en Mammón, el dios del dinero). La renuncia a la familia y a los bienes, tiene su lógica y su espiritualidad
profética. Supone, es verdad, un cierto escándalo: el escándalo del reino de Dios.

III.5. Por tanto, el redactor del evangelio de Lucas, como catequesis en su lectura de la tradición de Jesús a su
comunidad cristiana, ha sacado sus consecuencias prácticas: decidirse por Jesús debe ser primordial. Y en
momentos determinados de la vida, quizás en situaciones límites o concretas, debemos preferir la radicalidad del
evangelio, que es la radicalidad del Reino de Dios (de la voluntad de Dios) a las imposiciones religiosas, sociales y
políticas de los “nuestros”. Eso no significa odiarlos, pero no podemos tener problema de conciencia, en nombre del
evangelio, de “separarnos” (apotássomai) de su mundo y de sus imposiciones. Eso es lo que debe significar hoy, sin
duda, el “odiar”: separarnos de sus criterios, de sus imposiciones injustas y de sus caprichos o de tradiciones
ancestrales y sagradas, a veces, que no se pueden mantener si no dignifican o liberan de verdad. Esto, para la
actitud de los cristianos en el mundo, contra la injusticia, la guerra, el mercantilismo o una globalización
inmisericorde, debe ser la verdadera alternativa de identidad. Si no lo hacemos, por no traicionar el entorno de “los
nuestros”, habremos perdido nuestra identidad como seguidores del Jesús y de su evangelio.
DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
LA GENEROSIDAD DE DIOS CON LOS PECADORES

Iª Lectura: Éxodo (32,7-14): No nos hagamos un dios inferior a nosotros

I.1. En esta lectura podemos percibir resonancias especiales. Moisés está en la montaña del Sinaí dialogando
con Dios y recibiendo instrucciones para desarrollar el código de la Alianza, y esas resonancias son valoradas
de forma variada en una lectura crítica del texto. En realidad desde el c. 24 del Éxodo hasta este capítulo 32 que
leemos hoy, se nos ofrece un ciclo sobre el culto que deja al pueblo sin el apoyo del profeta Moisés. Entonces el
pueblo, alentado por Aarón, se hace un becerro de oro. Ya es significativa esa separación, ese momento de
Moisés lejos del pueblo; sin la voz profética que le señale el camino, el pueblo se pierde.

I.2. Dios le reprocha a Moisés la actitud del pueblo, y Moisés, sin bajar a conocer la realidad, intercede ante Dios
y éste perdona al pueblo de la Alianza. ¿Qué significa todo esto? Son muchas las corrientes y actitudes que se
quieren representar en esta lectura. ¿Quién es el Dios de Israel? ¡Un ser libre, absolutamente libre! El pueblo se
hace un dios a su antojo, recurre a un dios tangible, manipulable, como una estatua, para poderlo manejar.
Cuando no se escucha la voz de Dios cercana, el hombre se pierde. Se hace un dios, pero un dios que ni siente ni
padece. Sin duda que todo esto está presente en esa escena famosa del becerro de oro. Este fue el primer
pecado del pueblo de la Alianza, después de ese gran acontecimiento liberador del Éxodo. Pero el Dios de Israel
sabe perdonar, aunque exija fidelidad.

IIª Lectura: Iª Timoteo (1,12-17): Apóstol, para predicar la gracia

La segunda lectura es una densa presentación de la vocación apostólica de Pablo, el que persiguió a la Iglesia,
por ignorancia de que en Cristo Jesús estaba la salvación del hombre y la suya propia. El autor de esta carta,
identificándose con Pablo hasta los tuétanos, resalta una cosa muy particular y que no debemos olvidar nunca
en la proclamación del mensaje cristiano: que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Es lo que se ha
llamado siempre, y muy especialmente en la Orden de Predicadores y de su fundador Santo Domingo, la
“predicación de la gracia”. Eso es lo que siempre debe proclamar la Iglesia y tenemos que tener presente
continuamente los evangelizadores.

Evangelio: Lucas (15): Jesús habla de Dios

III.1. El evangelio del día nos lleva a lo que se ha llamado, con razón, el corazón del evangelio de Lucas (c. 15).
Tres parábolas componen este capítulo. Hoy, a elección, se puede o no leer la última también, sin duda la más
famosa y admirada, la parábola conocida como la del “hijo pródigo”. Pero en realidad esa parábola se lee mejor
en el tiempo de Cuaresma como preparación a la Pascua. En todo caso queda de manifiesto que Lucas 15 es un
capítulo clave en la narración de este evangelista. Como corazón, es el que impulsa la vida, el ardor, la fuerza del
evangelio o de la predicación de Jesús. Es un capítulo que se confecciona para responder a las acusaciones
críticas de los que escuchan y ven a Jesús actuar de una forma que pone en evidencia su concepción de Dios y
de la religión.

III.2. Las dos parábolas “gemelas” (de la oveja y la dracma perdidas, respectivamente), que preceden a la del
hijo pródigo (que debería llamarse del padre misericordioso), vienen a introducir el tema de la generosidad y
misericordia de Dios con los pecadores y abandonados. En las dos narraciones, la del pastor que busca a su
oveja perdida (una frente a noventa y nueva) y la de la mujer que por una moneda perdida (que no vale casi
nada), pone patas arriba toda la casa hasta encontrarla, se pone de manifiesto una cosa: la alegría por el
encuentro. Estas parábolas, junto a la gran parábola del padre y sus dos hijos, intentan contradecir muchos
comportamientos que parecen legales o religiosos, e incluso lógicos, pero que ni siquiera son humanos. El Reino
de Dios llega por Jesús a todos, pero muy especialmente a los que no tienen oportunidad de ser algo. Jesús, con
su comportamiento, y con este tipo de predicación profética en parábolas, trasmite los criterios de Dios. Los
que se escandalizan, pues, no entienden de generosidad y misericordia.

III.3. Comienza todo con esa afirmación: “se acercaba a él todos los publicanos y pecadores” (Ἦςαν δὲ αὐτῷ
ἐγγίζοντεσ πάντεσ οἱ τελῶναι καὶ οἱ ἁμαρτωλοὶ). Es muy propio de Lucas subrayar el “todos/ πάντεσ”, como en
14,33 cuando decía que quien no se distancia (ἀποτάςςεται) de todos los bienes… Y también merece la pena
tener en cuenta para qué: “para escucharle (ἀκούειν αὐτοῦ)” . Escuchar a Jesús, para aquellos que todo lo tienen
perdido, debe ser una delicia. También se acercaban, como es lógico, los escribas de los fariseos, pero para
“espiar”. Serían éstos, según las palabras de Is 6,9-10, los que escuchaban pero no podían entender, porque su
corazón estaba cerrado al nuevo acontecimiento del Reino que Jesús anunciaba en nombre de su Dios, el Dios
de Israel. Con esas palabras se despide Pablo del judaísmo oficial romano de la sinagoga en Hch 28. No debemos
olvidar que en las tres parábolas de Lc 15 se quiere hablar expresamente del Dios de Jesús. Por tanto, no
solamente en la parábola del padre de los dos hijos (entre ellos el pródigo), sino también en la del pastor y en la
de la pobre mujer que pierde su dracma.

III.4. Así, pues, se acercaban a él, para escucharlo (ἀκούειν αὐτοῦ), los publicanos y pecadores, porque Jesús les
presentaba a un Dios del que no les hablaban los escribas y doctores de la ley. Un Dios que siente una inmensa
alegría cuando recupera a los perdidos es un Dios del que pueden fiarse todos los hombres. Un Dios que se
preocupa personalmente de cada uno (como es una oveja o una dracma) es un Dios que merece confianza. El
Dios de la religión oficial siempre ha sido un Dios sin corazón, sin entrañas, sin misericordia, sin poder
entender las razones por las cuales alguien se ha perdido o se ha desviado. Es curioso que eso lo tengan que
hacer ahora las terapias psicológicas y no esté presente en la experiencia religiosa oficial. No se trata de decir
que Dios ama más a los malos que a los buenos. Eso sería una infamia del un fundamentalismo religioso
irracional. Lo que Dios hace, según Jesús, según el evangelista Lucas, es comprender por qué. La terapia del
reino debería ser la clave del cristianismo. Y la mejor manera para abandonar la vida sin sentido no es hablar de
un Dios inmisericorde, sino del Dios real de Jesús que espera siempre sentir alegría por la vuelta, por la
recomposición de la existencia y de la dignidad personal.

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO


NO SE PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES

Iª Lectura: Amós (8,4-7): Contra el dinero como religión

I.1. Hoy nos enfrentan los textos de la liturgia con esa realidad que se valora tanto en la vida de los hombres: el
poder, el dinero y la vanagloria. Sabemos que la religión debe estar inmersa en la vida de cada día como
planteamiento ético y no podemos soslayar los criterios más determinantes que deben identificar a una comunidad
cristiana en el mundo. En este sentido, la primera lectura, tomada del profeta Amós, es una buena muestra de lo
que decimos. Sabemos que el profeta de Tekoa de Israel es el representante más cualificado del profetismo social.
Es una invectiva contra los mercaderes y negociantes que se percatan que la religión les estorba a sus planes;
quieren que pasen las fiestas sagradas, el sábado, día del Señor, para poder emprender su tarea financiera, y con
ello, las injusticias que conlleva la avaricia de los que son amantes del dinero.

I.2. No quiere decir que todos los empresarios sean avariciosos, pero el profeta sabe el terreno que pisa. El tema
que el profeta vislumbra es que su religión y su dios son el dinero, pero no obstante no quieren saltarse ciertas
reglas de comportamiento religioso en los días festivos religiosos; incluso algunos pueden aparentar ser muy
religiosos, pero su corazón está donde está su tesoro. El profeta Amós pone el dedo en la llaga y sigue siendo bien
actual.

IIª Lectura: Iª Timoteo (2,1-8): ¡Para que vivamos en paz!

II.1. Seguimos la lectura de la 1Tim del domingo pasado con un trozo que es bien actual a causa de las
responsabilidades de los que dirigen las naciones. Se piden oraciones por ellos para que acierten en sus decisiones.
Hoy, en estos momentos, en que el mundo vive la confrontación armada en distintos territorios; en que las
decisiones de los jefes de Estado ya no es solamente una responsabilidad política, sino ética; o es ética en cuento es
política, no podemos ignorar el sentido de esta lectura de hoy. El mundo vive en guerra; la guerra se hacen con
armas poderosas: se venden, se compran, mueren muchos inocentes; se hacen promesas de tregua y siguen
hablando los cañones. Sobran intereses internacionales en esos conflictos. Es necesario elevar las manos al cielo
para pedir la paz y la concordia, sin cólera, sin odios ni rencores.
II.2. Dios, el Señor del mundo, tiene otra estrategia para la humanidad: la salvación y la paz. La afirmación de que
“Dios quiere que todos los hombres se salven” no debería perderse nunca de vista en el planteamiento de la vida
ética y social de la humanidad. El proyecto de Dios es un proyecto de vida, de felicidad y de solidaridad. El autor de
la carta lo plantea –como si fuera Pablo-, como un verdadero proyecto ético cristiano. Debemos aceptar a los
dirigentes, especialmente los que han sido elegidos democráticamente (aunque en el texto se hable con la
mentalidad de reyes y gobernantes). Pero no tenemos por qué callar ante sus injusticias y estrategias de poder. El
cristiano vive en el mundo y debe saber vivir en libertad. Pero esa libertad está inserta en su corazón, porque el
cristiano se siente verdaderamente hijo de Dios.

EVANGELIO: Lucas (16,1-13): ¡Con el dinero no se juega!: Otra lectura del dicho

III.1. El evangelio de hoy es uno de los momentos más sociales de la obra de Lucas, en consonancia con el mensaje
del profeta Amós. Corresponde este texto a la primera parte de Lc 16, y quiere mostrar el planteamiento nuevo de
cómo los discípulos tienen que comportarse en este mundo, en el que uno de los valores más deseados por todos es
la riqueza (lo que es lo más estimable para los hombres). El ejemplo del administrador sagaz, listo, inteligente, que
no injusto propiamente hablando, es el punto de partida de toda la enseñanza de los vv. 9-13 (que es lo que se
propone propiamente para el evangelio de hoy, en que se puede omitir la lectura de la parábola, aunque es ésta la
que debía explicarse en profundidad); aquí se desestabiliza prácticamente la tradición representada por los
fariseos, justificada desde hacía tiempo por la tesis de que la riqueza era considerada como una bendición de Dios
(Cf Prov 3,16; 8,18; 10,22; 11,16; 21, 17; 22,4), olvidando la crítica profética contra los que amontonan poder y
riquezas.

III.2. Al final de la parábola del administrador sagaz, el v.8 plantea el interrogante de cómo ha podido ser alabado
un hombre que ha actuado de forma y manera que la fortuna del "hombre rico" va a quedar reducida, ya que los
dos casos que se nos presentan solamente sirven de modelo paradigmático de todos los deudores - "y llamando a
cada uno de los deudores de su señor" v.5, es decir a “todos”. La parábola, muy probablemente, ha sido
transformada desde una historia singular de un administrador de un hombre rico, a una narración en la que
indirectamente está presente Dios como "señor", quien ha puesto las riquezas de la creación al servicio de los
hombres, y nosotros solamente somos administradores que un día debemos dar cuentas de nuestra actuación.
Todo lo que sea acumular riquezas es una injusticia, una falsedad. Esa es la razón por la cual es alabado el ad-
ministrador tras haber sido informado "el señor" de su proceder. Porque este Señor de la parábola no es un vulgar
terrateniente, que acumula riquezas injustamente, sino el dueño del mundo. La acusación o difamación que se
había hecho de este ecónomo, se va a volver en contra de los mismos difamadores. Este hombre es el que ha
entendido de verdad la forma en que deben tratarse y usarse las riquezas en este mundo: con equidad. Por eso, el
hombre rico de esta parábola ha pasado a ser el Señor, el juez de todos los hombres ricos de este mundo, que en
vez de ser administradores "que actúan sagazmente", se han quedado en ser ricos, acumulando riquezas,
endeudando a los pobres cada vez más y exigiéndoles más de lo que pueden dar.

III.3. El administrador, por el contrario, es un ejemplo. El ha podido enriquecerse sin medida y, sin embargo, a la
hora de entregar las cuentas de su administración, se encuentra con las manos vacías. En lo único en que puede
confiar es en haber actuado con prudencia, con sagacidad, con sabiduría y equidad con los deudores. La aplicación
del v.9 : "y yo os digo: haceos amigos con el Mammona (dinero) de la injusticia, para que cuando venga a faltar os
reciban en las moradas eternas", es lo mismo que ha hecho el administrador de la parábola, según la reflexión que
él mismo se hace en el v. 4. El v. 9, siempre ha planteado problemas de traducción: pero lo que llanamente se
quiere decir es que en vez de hacerse con las riquezas, que son engañosas, lo que debemos es preocuparnos de
hacer amigos, es decir, hacer el bien con ellas, cuando se poseen o se administran. Con las riquezas, lo que uno
debe pretender es hacerse amigos, haciendo el bien, en vez de acumular poder. Esto es, en verdad, lo más práctico
(phrónimos), lo más justo y lo más positivo que los cristianos deben hacer con los bienes que Dios nos ha
encomendado en este mundo. No se puede hacer amigos, si no es compartiendo con ellos los bienes; es la mejor
manera de usar las riquezas. Lo contrario, además de ser un escándalo en la perspectiva del Reino, nos cierra el
futuro que está en las manos de Dios.

III.4. Podemos entender ahora que “el señor” –que claramente en la parábola no puede ser más que Dios-, haya
felicitado al gerente, porque ha sabido actuar de manera que las riquezas no vengan a ser injustas o engañosas.
Casi todos consideran las riquezas en este mundo como el futuro más seguro, y debe ser verdad, si no fuera
porque un día debemos enfrentarnos con la realidad de que tenemos que desprendernos de todo y dar cuentas al
Señor. Se hace mención de Mammona, que es un juego de palabras; en su raíz aramea expresa esa seguridad, y de
ahí su injusticia, porque ellas roban toda la armonía, la equidad y la sabiduría humana. Un día hay que dejarlo
todo; por eso, lo verdaderamente inteligente es hacer lo que hizo el administrador, quien, al contrario de los
criterios de los que sirven a dos señores, a Dios y a la seguridad del dinero, ha preferido servir a su señor, usando
las riquezas que se le han encomendado para hacerse amigo de los hombres, en vez de contribuir a acumular
riquezas engañosas para él o para el señor.

III.5. Se dice que la imagen de la comunidad lucana es un reflejo del objetivo social concreto que afecta a toda su
obra: el equilibrio económico intracomunitario. Ello no significa, sin embargo, que tuviera "in mente" un programa
de tipo socio-político para toda la sociedad. Los intereses profundos que mueven a Lucas se reducen a
planteamientos de una ética que se implica en el seguimiento, en el discipulado cristiano; tratando, por otra parte,
de dar respuesta a problemas concretos de las relaciones entre ricos y pobres, y de las opciones que debía tomar su
comunidad respecto de las riquezas para vivir de acuerdo con los criterios del Reino de Dios. Lucas lo tiene claro:
no se puede servir a Dios y al dinero.

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO


LA JUSTICIA, AHORA, TIENE QUE VER CON NUESTRA FELICIDAD FUTURA

Iª Lectura: Amós (6,1-7): Invectiva profética por la justicia social

I.1. Una de las “invectivas” más fuertes y acres del profeta Amós es ésta que se lee en este domingo y que nos
recuerda las situaciones más escandalosas de la sociedad de consumo. El profeta de la justicia social sabe advertir
contra aquellos que se refugian en un “boom económico” como está viviendo en esos instantes el reino del Norte,
Israel, cuya capital, Samaría, era muy lujosa. Una sociedad de consumo es bien injusta desde todos los puntos de
vista: los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres en la medida en que el lujo, el dinero, el poder, es sólo de
unos pocos. El profeta no callará.

I.2. Pero vemos que el profeta no pretende pedir apretarse el cinturón ante una crisis que se avecina; el problema
es más de raíz: el pueblo elegido tiene que vivir según los criterios de Dios que pide la justicia y la igualdad para
todos. Su ideología no es la de un hombre desfasado, sino la de aquél que siente que Dios no puede soportar la
irresponsabilidad humana. Llegará, como llegó, la crisis, la destrucción por medio de la gran potencia Asiria. La
injusticia trae destrucción; siempre ha sido así. La conciencia crítica de los profetas es una alerta siempre necesaria.
Molestan nuestra comodidad, pero son imprescindibles para nuestra conciencia adormecida.

IIª Lectura: Iª Timoteo (6,11-16): Perseverancia en la fe, como confianza

El texto de la carta a Timoteo es una llamada a la lucha por la fe. El hombre piadoso, religioso, sabe que en este
mundo, mantener la fe, no es fácil, porque las cosas de Dios y del evangelio no se imponen por sí mismas. Otros
dioses, otros poderes, roban el corazón de los hombres y es necesario mantener la perseverancia. Pero esta virtud
no es la cerrazón en una ideología, sino la dinámica que nos abre al proyecto futuro de Dios. Este mundo tiene que
ir consumándose en la justicia, en la solidaridad, en el amor...hasta que llegue la manifestación de la plenitud de
Dios, que nos ha revelado Jesucristo.

EVANGELIO: Lucas (16,19-31): ¡Construyamos el cielo como Dios quiere, no el infierno!

III.1. El evangelio de Lucas cierra el famoso capítulo social que el domingo pasado planteaba cuestiones concretas
para los cristianos, como el amor al dinero o a las riquezas y la actitud que se debe mantener (Lc 16). Se cierra con
la famosa parábola del pobre Lázaro y el rico epulón, que es lo opuesto a la parábola con la que se abría el mismo.
El rico epulón es el motivo para poner de manifiesto, en la mentalidad de Lucas, lo que espera a los que no son
capaces de compartir sus riquezas con los pobres. Y no ya solamente dando limosnas, sino que la parábola es
mucho más concluyente: la situación de Lázaro se produce por la actitud del que se viste de púrpura y lino y
celebra grandes fiestas. Esta narración parabólica da mucho de sí para hablar, hoy más que nunca, de las
diferencias sociales; del empobrecimiento mundial, de la deuda que muchos pueblos del Tercer y Cuarto mundo no
pueden soportar. Y se hablará, incluso, del “infierno” que muchos se merecen… Veamos algunos aspectos.
III.2. La culpabilidad del rico siempre está en oposición a alguien que vive miserablemente y a quien él debería
haber sacado de ese mal. De ahí que la figura de Lázaro, el pobre, aparezca en toda la narración como punto de
referencia del rico, no solamente mientras están los dos en este mundo, sino muy especialmente en el más allá.
Cuando el rico vive su situación de desgracia, ya irreversible según la ideología del texto, pide y ruega que Lázaro
le refresque su lengua con la punta de sus dedos (v. 24); o que se le mande para que advierta a sus hermanos (v.
27). ¿Es un adorno literario, pasivo, para confirmar lo que se ha definido en el v.25? Es mucho más que eso. No
intentemos definir el “infierno” al pie de la letra de la narración, con llamas o algo así: ¡sería una equivocación
teológicamente imperdonable! Consideramos que se quiere poner el dedo en la llaga como conciencia crítica
expresada de una forma semiótica por la figura del pobre, que tiene un nombre propio, a quien él debería haber
liberado. Y es que la riqueza en sí no es neutra, ni se recibe nunca como bien discriminatorio, como muchos defen-
dían en la mentalidad del judaísmo del tiempo de Jesús y del cristianismo primitivo.

III.3. La acumulación de riquezas es injusta; pero es más injusta todavía cuando al lado (y hoy, al lado, por los
medios de comunicación, son miles de kilómetros) hay personas que ni siquiera tienen las migajas necesarias para
comer. A nosotros nos parece que la culpabilidad de los ricos (o de los pueblos ricos) que se comportan frente a los
miserables como el de nuestro ejemplo está absolutamente presente desde el principio al final de la narración, y
esto sin recurrir a una alegorización excesiva de la misma. Pero no deja de ser curioso que el rico ni siquiera tiene
nombre. Es un rico sin nombre… ¡qué curioso!. En la parábola, por el contrario, quien tiene nombre propio es
Lázaro. No es eso lo que sucede precisamente en nuestro mundo de relaciones sociales injustas. Los ricos salen en
todos los periódicos y hablan de ellos todas las revistas financieras y del corazón. Y además, el rico sin nombre bien
que sabe el nombre que tiene el pobre: ¡Lázaro!, signifique lo que signifique (Eleazar, en hebreo significa “Dios es
mi ayuda”). ¡Todo esto da que pensar en la parábola que Jesús ha inventado, no solamente de una historia, sino de
muchas historias reales!

III.4. El rico es culpable frente a Lázaro, no frente a los pobres en general, que siempre puede ser una excusa; frente
a una persona con nombre propio que se ha encontrado en su vida. Eso, desde luego, no quita que también se
pueda hablar de la esperanza de los pobres frente al Dios justo, aquí representado por Abrahán. El abismo, pues,
entre los ricos y los pobres, según Lucas quiere poner de manifiesto, puede y debe cambiarse en el presente. El
futuro se hace en el presente y quien sabe cambiar su presente, cambia también el futuro. Este es el objetivo final
también de la narración sobre el rico epulón y el pobre Lázaro, como lo era del administrador de la injusticia que
supo repartir el dinero acumulado de su señor para hacerse amigos; no se lo guardó para él. Pero los que usan las
riquezas sólo para sí... se están cerrando el futuro.

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO


LA FE COMO DON Y GRACIA

Iª Lectura: Habacuc (1,2-3; 2,2-4): El justo vivirá por su fe

I.1. La primera lectura de este domingo está tomada del profeta Habacuc (1,2-3;2,2-4). Es una lectura reconstruida
sobre el texto del profeta, en la que aparece primeramente una lamentación, una queja por la opresión y la
violación del derecho en Judá. Habacuc es un profeta de los siglos VII-VI a. C. Pero es un profeta que no habla al
pueblo, sino que habla con Dios; le pregunta, le interpela ante lo que ven sus ojos. Así es todo el libro. ¿Hay
respuestas para el hombre de Dios que quiere defender los valores radicales de la vida? La respuesta de Dios,
según la experiencia teológica y espiritual del profeta, el hombre de Dios, es que quien sepa mantenerse fiel, en
medio de la injusticia y la violación de los derechos, vivirá. La promesa de vida es la síntesis más completa de toda
la predicación del profeta. Es una promesa a Israel, pero es una promesa que incumbe a todos los cristianos: el mal
nunca se apoderará de la historia definitivamente.

I.2. El texto de Hab 2,4 tendrá un carácter germinal en el planteamiento decisivo de la teología paulina, tanto en Gal
3,11, como en Rom 1,17 cuando se enuncia el tema que ha de desarrollar en toda la epístola: el evangelio de la
salvación por la fe y no por las obras. La fe en la Biblia (emunah) no es defender una doctrina, sino tener una
experiencia radical de “confianza” en Dios. Eso es lo que propone el profeta, y en ese sentido es como lo entendió
Pablo para lanzar al judaísmo o al judeo-cristianismo de su tiempo el reto que habría de darle la identidad religiosa
verdadera.
IIª Lectura: IIª Timoteo (1,6-14): El depósito evangélico de la libertad

La segunda lectura de este domingo es el comienzo de la 2ª carta a Timoteo, en la que se ponen de manifiesto los
elementos pastorales del que, según la tradición, ha recibido el encargo de Pablo para dirigir una comunidad
cristiana. Se habla del don de Dios que ha recibido, y que no es un don para temer, sino para luchar con fuerza y
energía por los valores del evangelio frente a este mundo. Defender los valores éticos en nombre del Señor Jesús
debe ser una tarea decisiva para quien es responsable de una comunidad cristiana. Existe un “depósito de la fe”.
Ese depósito, no obstante, no es una doctrina extraña al Evangelio; es el evangelio de Jesucristo liberador. Es eso lo
que hay que defender con energía frente a otros evangelios mundanos que no liberan.

Evangelio: Lucas (17,5-10): La fe, reto de la “confianza” en Dios

III.1. El evangelio de este domingo se toma de Lucas, que es un conjunto literario con dos partes: 1) el diálogo sobre
la petición de los apóstoles para que aumente la fe de los mismos y la comparación con un pequeño grano de
mostaza; 2) la parábola del siervo inútil. Lo primero que debemos considerar en este aspecto es que la fe no es una
experiencia que se pueda medir en cantidad, en todo caso en calidad. La fe es el misterio por el que nos fiamos de
Dios como Padre, ahí está la calidad de la fe; ponemos nuestra vida en sus manos sencillamente porque su palabra,
revelada en Jesús y en su evangelio, llena el corazón. Por eso, la fe se la compara aquí con un grano de mostaza,
pequeño, muy pequeño, porque en esa pequeñez hay mucha calidad, en la que puede encerrarse, sin duda, el fiarse
verdaderamente de Dios. Puede que objetivamente no se presenten razones evidentes para ello. No es que la fe sea
ilógica, o simplemente ciega, es una opción inquebrantable de confianza. Es como el que ama, que no puede
explicarse muchas veces por qué se ama a alguien. Por tanto, existe una razón secreta que nos impulsa a amar,
como a creer.

III.2. La fe que mueve montañas debe cambiar muchas cosas. La comparación del que, por la fe, arranca una morera
o un sicómoro y lo planta en el mar, da que pensar. ¿Qué sentido puede tener? Un sicómoro no puede crecer en el
mar. En realidad es un símbolo de Israel y este no es un pueblo del mar; no hay tradición de ello. La frondosidad
que tiene, como la de la higuera, que protege con su sombra, es como un reto: son árboles de secano, de estío,
protectores… pero no pueden estar en el mar, se pudrirían. Es un imposible, como un “imposible” es el misterio de
la fe, de la confianza en Dios. Cuando todo está perdido, cuando lo imposible nos avasalla, “confiar en Dios” pone en
entredicho una religiosidad de oropel, de cosas, de ritos, de ceremonias, de purificación. La fe es algo del corazón,
donde está la sede de lo mejor y de lo peor en la Biblia. Por ello, tener fe, confianza (emunah), y pensar que una
morera puede ser trasladada al mar y crecer allí, es poner en entredicho la religión vacía. Sin la fe, la religión no
lleva a ninguna parte. Y muy frecuentemente sucede que se tiene “una religión”, pero en ella no habita la fe.

III.3. La parábola conocida como del “siervo inútil” no es una narración absurda. No es propiamente la parábola del
siervo inútil, porque no es ese su sentido, sino del que acepta simplemente en su vida que es un siervo y no
pretende otra cosa. El amo que llega cansado del trabajo, es servido por su criado; el criado tiene la conciencia de
haber cumplido su oficio; esas eran la reglas de contratación social. ¿Qué sentido puede tener ésto en el
planteamiento de la fe y la recompensa? No podemos aplicar aquí la lógica reivindicativamente social de que el
patrón y el siervo no pueden relacionarse tal como se propone en esta lectura. El juicio moral sobre la servitud o la
misma esclavitud de aquellos tiempos, está demás a la hora de la interpretación. Se parte de la costumbre de
aquella época para mostrar que el siervo, lo que tenía que hacer era servir (se usa el verbo diakoneô), porque era su
oficio, y el amo ser servido.

III.4. Jesús quería partir de esta experiencia cotidiana para mostrar al final algo inusual: por ello, la vida cristiana no
se puede plantear con afán de recompensa; no podemos servir a Dios y seguir a Jesús por lo que podamos
conseguir, sino que debemos hacernos un planteamiento de gracia. El buen discípulo se fía de Jesús y de su Dios.
Cuando se da esa razón secreta para seguir a Jesús, no se vive pendiente de recompensas; se hace lo que se debe
hacer y entonces se es feliz en ello. Existe, sin duda, la secreta esperanza e incluso la promesa de que Dios nos
sentará a su mesa (símbolo de compartir sus dones), pero sin que tengamos que presentar méritos; sin que sea un
salario que se nos paga, sino por pura gracia, por puro amor. Así es como Lucas ha entendido este conjunto en que
pone en conexión el diálogo sobre la fe con la parábola del siervo (que no es inútil). Con Dios no vale do ut des, sino
lo que cuenta es abrirse a Él como lo que somos y con lo que somos… y se nos invita, por gracia, a sentarnos a su
mesa, lo que no ocurre precisamente en las relaciones sociales de este mundo de clases.
DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
LA NECESIDAD DE LA ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS

Iª Lectura: IIº Reyes (5,14-17): El acceso a Dios de los malditos

I.1. La lectura del Libro de los Reyes nos presenta una narración del ciclo del profeta Eliseo -discípulo del gran
profeta Elías-, en la que se nos muestra la acción beneficiosa para un leproso extranjero; nada menos que Naamán,
el general de Siria, pueblo enemigo eterno de Israel. La enfermedad de la lepra era una de las lacras de aquella
sociedad, como existen hoy entre nosotros pandemias de enfermedades malditas, especialmente para pueblos sin
acceso a los medicamentos imprescindibles. Por eso era considerada la enfermedad más impura y diabólica. ¿Cómo
tratar a este enfermo, que además es un maldito extranjero? Eliseo, a diferencia de su maestro Elías, que era un
profeta de la palabra, se nos presenta más taumatúrgico y recurre el mítico Jordán, el río de la tierra santa, para que
se bañe o se bautice en sus aguas curativas, casi divinas, para aquella mentalidad. Es como un baño en la fe de
Israel; este es el sentido del texto.

I.2. Pero lo importante es la acción de gracias a Dios, ya que el profeta no quiere aceptar nada para sí. Este ejemplo,
concretamente, había sido puesto ante los ojos de sus paisanos en Nazaret (Lc,4,14ss) para mostrar el proyecto
nuevo del reino de Dios que no se atiene a criterios de raza y religión para mostrar su gratuidad y su paternidad
para todo ser humano. Toda persona, ante Dios, es un hijo verdadero. Ese es el Dios de Jesús. El ejemplo moral de
Eliseo de no despreciar a un extranjero es un adelanto profético de lo que había de venir con la predicación del
evangelio. Por ello, cuando las religiones dividen y justifican guerras y odios, entonces las religiones han perdido su
razón de ser y de existir.

IIª Lectura: IIª Timoteo (2,8-13): Morir y vivir con Cristo

II.1. La segunda lectura es uno de los textos cristológicos más sublimes del Nuevo Testamento. Seguramente
procede de una antigua fórmula de fe; un credo que confiesa no solamente la descendencia davídica de Jesús, sino
principalmente su resurrección, a partir de la cual viene al mundo la salvación. Pero es una fórmula que no se
queda exclusivamente en la proclamación ideológica de una cristología al margen de la vida del apóstol y de los
hombres. Este acontecimiento de la resurrección es lo que llevó al apóstol a abandonar su vida de seguridad en el
judaísmo y a luchar hasta la muerte para que el mundo encuentre en este acontecimiento la razón última de la
historia futura. El quiere ayudar a salvarse a los hermanos.

II.2. Eso significa que la resurrección de Jesús es determinante. Su opción por el crucificado es una opción para la
salvación y por la vida eterna. Así, en la estrofa de cuatro miembros, se va proponiendo la actitud y la forma de vivir
una de las experiencias más radicales de la vida cristiana: morir con El, lleva a la vida; sufrir con El, nos llevará a
reinar; si le negamos, nos negará, pero si somos infieles, El siempre es fiel. Por lo mismo, pues, no hay razón para la
desesperación. En sus manos está nuestro futuro.

EVANGELIO: Lucas (17,11-19): La verdadera religión: ¡Saber dar gracias a Dios!

III.1. El relato de los leprosos curados por Jesús, tal como lo trasmite Lucas, que es el evangelio del día, quiere
enlazar de alguna manera con la primera lectura, aunque es este evangelio el que ha inducido, sin duda, la elección
del texto de Eliseo. Y tenemos que poner de manifiesto, como uno de los elementos más estimados, la acción de
gracias de alguien que es extranjero, como sucede con Naamán el sirio y con este samaritano que vuelve para dar
gracias a Jesús. El texto es peculiar de Lucas, aunque pudiera ser una variante de Mc 1,40-45 y del mismo Lc 5,12-
16. Nos encontramos en el territorio entre Galilea y Samaría, cuando ya Jesús está camino de Jerusalén desde hace
tiempo. Lo de menos es la geografía, y lo decisivo la acción de gracias del extranjero samaritano, mientras que los
otros, muy probablemente judíos (eso es lo que se quiere insinuar), al ser curados, se olvidan que han compartido
con el extranjero la misma ignominia del mal de la lepra.

III.2. Ahora, liberados, se preocupan más de cumplir lo que estaba mandado por la ley: presentarse al sacerdote
para reintegrarse a la comunidad religiosa de Israel (cf Lev 13,45; 14,1-32), aunque Jesús se lo pidiera. ¿Es esto
perverso, acaso? ¡De ninguna manera! En aquella mentalidad no solamente era una obligación religiosa, sino casi
mítica. Y es algo propio de todas las culturas hasta el día de hoy. No son unos indeseables los que hacen esto, pero
ello muestra, justamente, las carencias de esa religiosidad mítica y a veces fanática que tan hondo cala en el
sentimiento de la gente, y especialmente de la gente sencilla. No obstante, la crítica evangélica a esta reacción
religiosa tan legalista o costumbrista es manifiesta. Antes de nada quieren integrarse de nuevo en su religión
nacionalista y se olvidan de algo más decisivo.

III.3. El samaritano, extranjero, casi hereje, sabe que si ha sido curado ha sido por la acción de Dios. Pero además, el
texto pone de manifiesto que no es la curación física lo importante sino que, profundizando en ella, se habla de
salvación; y es este samaritano quien la ha encontrado de verdad viniendo a Jesús antes de ir a cumplir preceptos.
Quien sabe dar gracias a Dios, pues, sabe encontrar la verdadera razón de su felicidad. Es verdad que los judíos
leprosos también darían gracias a Dios en su afán de cumplir con lo que estaba mandado, no debe caber la menor
duda. Lo extraño de relato, como alguien ha hecho notar, es que mientras estaban enfermos de muerte, estaban
juntos, pero ahora curados cada uno va por su camino, casi con intereses opuestos. La intencionalidad del relato es
mostrar que la verdadera acción de gracias es acudir a quien nos ha hecho el bien. Lo hace un hereje samaritano,
que para los judíos era tan maldito como el tener todavía la lepra.

III. 4. Sabemos que estar enfermo en aquella cultura de Galilea y Samaría era pensar que Dios les había castigado
casi de por vida. Jesús, con el anuncio del Reino, no viene a ser un simple taumaturgo o curandero, sino un
“curador” (del latín cura “curare”), un cuidador que llega hasta lo más profundo del alma y del corazón, de los
sentimientos personal y religiosos de aquellas personas que se preguntaban por qué Dios les había castigado. La
acción de “curar” de Jesús les enseña que Dios no les había castigado y que era un Dios de la vida y la fidelidad. Y es
este “samaritano” (un hereje a los ojos del judaísmo oficial) quien se percata de este Dios que trae Jesús a los
enfermos y angustiados por el peso de su enfermedad. Por eso viene a dar gracias a quien le ha ofrecido esta gran
noticia con su curación o incluso sanación. Este samaritano ha llegado a saber ahora que el Dios de Jesús les
bendice y les libera del peso de unos pecados que ni siquiera han cometido, como se les hacía creer.

III.5. Es, pues, ese maldito samaritano quien muestra un acto religioso por excelencia: la acción de gracias a quien le
ha dado vida verdadera: a Jesús y a su Dios. El Dios de Jesús, desde luego, no siempre coincide con el Dios de la ley,
de los ritos y de los mitos. Es el Dios personal que, con entrañas de misericordia, acoge a todos los desvalidos y a
todos los que la sociedad margina en nombre, incluso, de lo más sagrado. La lepra en aquella época, por impura,
alejaba de la comunidad santa de Israel. Pero en el evangelio se nos quiere decir que no alejaba del Dios vivo y
verdadero. Por eso el samaritano "hereje" -sin religión verdadera para la teología oficial del judaísmo-, expresa su
religión de corazón agradecido y humano. Porque una religión sin corazón, sin humanidad, sin entrañas, no es una
verdadera religión.

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO


LA PERSEVERANCIA EN LA ORACION MANTIENE LA FE EN EL MUNDO

Iª Lectura: Éxodo (17,8-13): la victoria no está en las armas, sino en Dios

I.1. Esta lectura puede resultar demasiado extraña para los tiempos que vivimos. La historia, en este caso, salta por
los aires en cuanto que la victoria del pueblo en el desierto, contra las tribus beduinas de los amalequitas, depende
de un gesto casi mágico en que el caudillo Moisés levantaba su brazo bendiciendo sus tropas para que la consigan.
Sabemos que Dios no entregó la tierra prometida a Israel de esa manera, sería absurdo. Pero las leyendas y los
mitos se fundamentan en algo extraño o extraordinario que sucede de vez en cuando. Israel no hace simplemente
historia, sino historia sagrada, y en ésta el protagonista principal es Dios.

I.2. Nuestra visión, pues, de estos acontecimientos no debe ser fundamentalista, como puede dar a entender el texto
de la Escritura. Lo que se quiere resaltar es que los objetivos del pueblo de la Alianza no se consiguen con la fuerza,
las armas y la guerra. Aquí sí que deberíamos escuchar la Escritura con reverencia. A veces la victoria y la salida de
lo imposible dependen de valores de confianza en el bien y en Dios. Es verdad que se trata de un texto a purificar en
lo que se refiere a la unión entre religión y guerra; pero también es verdad que es una tradición en la que se pone
de manifiesto que si el pueblo no hubiera contado con Dios, en su paso por el desierto, nunca habría llegado a la
tierra prometida.

IIª Lectura: IIª Timoteo (3,14-4,2): El Espíritu inspira nuestra vida


II.1. Este es un texto bien explícito que muestra una de las afirmaciones más importantes en lo que se refiere a la
Sagrada Escritura. Es un texto clásico que siempre se ha tenido en cuenta para hablar de la "inspiración divina" de
la Biblia, de las Escrituras. Esto es verdad, tanto para los judíos como para los cristianos. Pero volviendo sobre el
fundamentalismo, esa inspiración no se entiende como si Dios o el Espíritu hubieran “dictado” el texto. Se trata del
resultado de unas experiencias religiosas, personales o comunitarias, que se han plasmado en la Biblia. Conviene
que tengamos una idea lógica y moderna de la inspiración, sin negar algo fundamental: la inspiración de Dios se
hace en la vida y en la historia de los hombres o de las comunidades y ellos las plasman en su texto. Ahí es donde
Dios, por el Espíritu, actúa. No en pergaminos o pellejos muertos, aunque esos libros merecen respeto.

II.2. Esas experiencias de inspiración divina se han vivido en la historia del pueblo de Israel y de las comunidades
cristianas primitivas. El autor de la carta a Timoteo (que según la tradición es Pablo, aunque hoy ya no hay ninguna
razón para unir inspiración y autenticidad de un texto) exhorta para que al leer las Escrituras se vea en ellas la
mano de Dios con objeto de exhortar, educar y conducir a la salvación que nos ha manifestado Jesucristo. Esta
exhortación de la epístola de hoy es una llamada para que todos los predicadores, catequistas y educadores
cristianos tengan como base de su acción y compromiso la Sagrada Escritura.

Evangelio: Lucas (18,1-8): Dios sí escucha a los desvalidos

III.1. El evangelio de Lucas sigue mostrando su sensibilidad con los problemas de los pobres y los sencillos. En el
Antiguo Testamento, las historias entre jueces y viudas, especialmente en los planteamientos de los profetas, se
multiplican incesantemente. Son bien conocidos los jueces injustos y las viudas desvalidas (Am 5,7.10-13; Is 1,23;
5,7-23; Jer 5,28; Is 1,17; Jer 22,3). El mismo Lucas es el evangelista que más se ha permitido hablar de mujeres
viudas en su evangelio (Lc 2,36-38;4,25-26;7,11-17;20,47; 21,1-4). En lo que se refiere a la parábola que nos
propone, no hay por qué pensar que se tratara de una viuda vieja. Eran muchas las que se quedaban solas en edad
muy joven. Su futuro, pues, lo debían resolver luchando. Si a ello añadimos que la mujer no tenía posibilidades en
aquella sociedad judía, entenderemos mejor los propósitos de Lucas, que es el evangelista que mejor ha plasmado
el papel de la mujer en la vida de la comunidad cristiana primitiva y de la misma sociedad.

III.2. Nos podemos preguntar: ¿quién es más importante aquí, el juez o la viuda? Por una parte la mujer que no se
atemoriza e insiste para que se le haga justicia. Pero también es verdad que este juez, a diferencia de los que se
presentan en el Antiguo Testamento, llega a convencerse que esta mujer, con su insistencia, puede llegar a hacerle
la vida muy incómoda o casi imposible. Lo hace desde sus armas: su palabra y su constancia o perseverancia; no
usa métodos violentos, pero sí convicción de que tiene derechos a los que no puede renunciar. Por eso al final, sin
convencimiento personal, el juez decide hacerle justicia. La comparación es más o menos como en la parábola del
amigo inoportuno de medianoche (Lc 11, 5-8): la perseverancia puede conseguir lo que parece imposible. Pero si
eso lo hacen los hombres injustos, como el juez, ¿qué no hará Dios, el más justo de todos los seres, cuando se pide
con perseverancia? Es esa perseverancia lo que mantiene la fe en este mundo hasta que sea consumada la historia.

III.3. Lo que busca la parábola, pues, es comparar al juez con Dios. El juez, en este caso, no representa
simbólicamente a Dios, sería absurdo. Pero es de Dios de quien se quiere hablar como co-protagonista con la viuda.
Indirectamente se hace una crítica de los que tienen en sus manos las leyes y las ponen al amparo de los poderosos
e insaciables. De esto sabe mucho la historia. Dios, a diferencia del juez, es más padre que otra cosa; no tiene oficio
de juez, ni ha estudiado una carrera, ni tiene unas leyes que cumplir a rajatabla. Dios es juez, si queremos, de
nombre, pero es padre y tiene corazón. De esa manera se entiende que reaccionará de otra forma, más sensible a la
actitud de confianza y perseverancia de los que le piden, y especialmente de los que han sido desposeídos de su
dignidad, de su verdad y de su felicidad.

III.4. ¿Tiene que ver algo en este texto el tema de la plegaria, de la oración perseverante? Todo depende del tipo de
lectura que se haga y habrá variantes de ello. La verdad es que no podemos reducir el texto y la parábola a una
cuestión reivindicativa de justicia. El final del texto es sintomático: “Dios hará prontamente justicia a los que le
piden” (v.8). Dios no dilatará el concedernos lo que le pedimos, Dios sí tendrá el corazón abierto a ello. Es una
parábola para inculcar la “confianza” en Dios más que en los hombres y sus leyes. ¿Se puede ir por el mundo con
esa confianza en Dios? ¡Claro que sí! La respuesta debemos ofrecerla desde nuestra experiencia personal, desde
nuestra experiencia cristiana. Y tendrá pleno sentido esta acción de Dios frente a muchas situaciones que debemos
vivir en lo más íntimo, sabiendo que mientras otros nos despojan de nuestra justicia, de nuestra dignidad y de
nuestros derechos, Dios está con nosotros. A muchos es posible que no les valga esta experiencia personal en la que
Dios “nos hace justicia”, pero en otros muchos casos será una victoria interior y dinámica de la verdad que
buscamos.

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO


EL PERDON ES UNA ACCION DE LA MISERICORDIA DE DIOS

Iª Lectura: Eclesiástico (35,12-14.16-18): El culto que agrada a Dios

El texto del Eclesiástico o Sirácida que se enmarca originariamente en la descripción de la verdadera religión. Se
pretende poner de manifiesto la relación estrecha que debe haber entre el culto y la vida moral. Por ello, por una
parte, aparece la relación entre justicia y plegaria; de ahí que en primer lugar se hable de la rectitud y la justicia del
Señor que se preocupa de los pobres y los débiles, de los humildes e indefensos. Y es después cuando se ensalza la
plegaria perseverante de quien se siente pobre delante de Dios, de quien necesita de El por encima de todas las
cosas. Pero ¿hay alguien que no necesita de su misericordia y bondad? Dios no tiene preferencias de personas,
aunque se preocupe especialmente de los indefensos, y el culto que le agrada debe estar en sintonía con la voluntad
sincera de conversión.

IIª Lectura: IIª Timoteo (4,6-8.16-18): La victoria del evangelio

II.1. Leemos el texto de la IIª Timoteo en que el autor, como si fuera el mismo Pablo, se nos presenta en los últimos
días de su vida, antes del martirio, sintiéndose abandonado de casi todos, pero no está solo: el Señor le acompaña.
Es uno de los textos más elocuentes y bellos del epistolario paulino. La tradición es segura en cuanto al martirio del
Apóstol de los gentiles, y aquí es descrita como una experiencia martirial. Es como un examen de conciencia
evangélico lo que podemos escuchar y meditar en este domingo, que se proyecta elocuentemente en una
dimensión sacramental de la vida cristiana, que debe ser una vida verdaderamente apostólica.

II.2. Con metáforas e imágenes desbordantes se habla de la muerte como la victoria del evangelio. Se percibe
claramente que la muerte del Apóstol no es el final; como tampoco es para nosotros nuestra muerte. Su vida ha
sido como una carrera larga, competitiva, por una corona, la de la justicia, que Dios otorga a los que se mantienen
fieles. Por otra parte, los elementos autobiográficos de que se encuentra abandonado y en disposición de ser
juzgado, son también parte de esa lucha hasta el final de quien ha hecho una opción por el evangelio con todas sus
consecuencias. No le preocupa su autodefensa, sino que el evangelio sea conocido en todas partes.

Evangelio: Lucas (18,9-14): La verdadera religión según Jesús

III.1. El texto del evangelio es una de esas piezas maestras que Lucas nos ofrece en su obra. Es bien conocida por
todos esta narración ejemplar (no es propiamente una parábola) del fariseo y el publicano que subieron al templo a
orar. No olvidemos el v. 9, muy probablemente obra del redactor, Lucas, para poder entender esta narración:
“aquellos que se consideran justos y desprecian a los demás”. Los dos polos de la narración son muy opuestos: un
fariseo y un publicano. Es un ejemplo típico de estas narraciones ejemplares en las que se usan dos personajes: el
modelo y el anti-modelo. Uno es un ejemplo de religiosidad judía y el otro un ejemplo de perversión para la
tradiciones religiosas de su pueblo, sencillamente porque ejerce una de las profesiones malditas de la religión de
Israel (colector de impuestos) y se “veía obligado” a tratar con paganos. Es verdad que era un oficio voluntario,
pero no por ello perverso. Las actitudes de esta narración “intencionada” saltan a la vista: el fariseo está “de pie”
orando; el publicano, alejado, humillado hasta el punto de no atreverse a levantar sus ojos. El fariseo invoca a Dios
y da gracias de cómo es; el publicano invoca a Dios y pide misericordia y piedad. Es necesario saber, pues, que la
semiótica de los signos y actitudes está a la vista de todos.

III.2. Lo que, para Lucas, Jesús proclama delante de los que le escuchan, es tan revolucionario que necesariamente
debía llevarle a la muerte y, sin embargo, hasta un niño estaría de parte de Jesús, porque no es razonable que el
fariseo “excomulgue” a su compañero de plegaria. Pero la ceguera religiosa es a veces tan dura, que lo bueno es
siempre malo para algunos y lo malo es siempre bueno. Lo bueno es lo que ellos hacen; lo malo lo que hacen los
otros. ¿Por qué? Porque la religión del fariseo se fundamenta en una seguridad viciada y se hace un monólogo de
uno mismo. Es una patología subjetiva, envuelta en el celofán de lo religioso, desde donde ve a Dios y a los otros
como uno quiere verlos y no como son en verdad. En realidad solamente se está viendo a sí mismo. Esto es más
frecuente de lo que pensamos. Por el contrario, el publicano tendrá un verdadero diálogo con Dios; un diálogo
personal donde descubre su “necesidad” perentoria y donde Dios se deja descubrir desde lo mejor que ofrece al
hombre. El fariseo, claramente, le está pasando factura a Dios. Esto es patente y esa es la razón de su religiosidad. El
publicano, por el contrario, le pide, humildemente, su factura a Dios para pagarla. El fariseo, claro, no quiere pagar
factura, porque considera que ya lo ha hecho con los “diezmos y primicias” y ayunos, precisamente lo que Dios no
tiene en cuenta o no necesita. Eso se ha inventado como sucedáneo de la verdadera religiosidad del corazón.

III.3. El fariseo, en vez de confrontarse con Dios y con él mismo, se confronta con el pecador; aquí hay un su vicio
religioso radical. El pecador que está al fondo y no se atreve a levantar sus ojos, se confronta con Dios y consigo
mismo, y ahí está la explicación de por qué Jesús está más cerca de él que del fariseo. El pecador ha sabido entender
a Dios como misericordia y como bondad. El fariseo, por el contrario, nunca ha entendido a Dios humana y
rectamente. Este extrae de su propia justicia la razón de su salvación y de su felicidad; el publicano solamente se fía
del amor y de la misericordia de Dios. El fariseo, que no sabe encontrar a Dios, tampoco sabe encontrar a su
prójimo porque nunca cambiará en sus juicios negativos sobre él. El publicano, por el contrario, no tiene nada
contra el que se considera justo, porque ha encontrado en Dios muchas razones para pensar bien de todos. El
fariseo ha hecho del vicio virtud; el publicano ha hecho de la religión una necesidad de curación verdadera.
Solamente dice una oración, en pocas, muy pocas palabras: “ten piedad de mí porque soy un pecador”. La retahíla
de cosas que el fariseo pronuncia en su plegaria ha dejado su oración en un vacío y son el reflejo de una religión
que no une con Dios.

Solemnidad de todos los Santos (al final)

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO


TODOS ESTÁN LLAMADOS A LA SALVACIÓN

Iª Lectura: Sabiduría (11,23–12,2): La bondad del ser creado

I.1. Hermoso texto del libro de la Sabiduría. Hermosa reflexión y plegaria a la vez que canta la grandeza de Dios
en la creación como misterio de su “sabiduría”. Lo creado tiene sentido, no solamente porque sale de las manos
de Dios, sino porque es bueno y tiene un sentido positivo. Es verdad que el texto viene a culminar un repaso a la
historia del pecado de Egipto, que tuvo en sus manos al pueblo elegido. Dios podía haber reducido a la “nada” a
ese pueblo. Pero no fue así. El autor, probablemente escribe en Alejandría y ve todavía la grandeza de ese
pueblo, aunque ahora en manos helenistas.

I.2. Por eso el final de este capítulo impresiona: Dios no puede destruir nada que haya creado con su poder. Se
refiere al pueblo, a la humanidad, a los hombres, a las personas. Dios, el Dios de la Sabiduría, no puede destruir
a nadie para triunfar Él; aunque se le haya presentado así muchas veces. Este texto respira sabiduría religiosa y
contempla cómo todo tiene un sentido y cómo de la mano de Dios también salen las oportunidades para
cambiar, para ser otras personas, para emprender un camino nuevo. El mundo vive de la mano de Dios y el
hombre, de cualquier raza o religión, es un canto a la dignidad que cada uno lleva en su corazón. Por eso la
religión debe ser lumbrera cuando se asoma a la interioridad de la persona, porque en esa interioridad es
donde habita el “espíritu”, la “sabiduría” –que sería lo mismo-, de Dios.

IIª Lectura: 2ª Tesalonicenses (1,11–2,2): La vocación cristiana no debe ser la apocalíptica

II.1. La II Tes es una carta sobre la que existen verdaderas dudas de su autenticidad paulina. Esta opinión está
cada día más extendida. Son numerosas las muestras literarias e incluso el sentido pastoral de las mismas. Se
piensa que los discípulos de Pablo se vieron en la obligación de escribir a una comunidad que estaba pasando
una verdadera crisis de identidad. Y especialmente estaba turbada por cuestiones escatológicas sobre la venida
del Hijo del hombre o del fin del mundo. Pablo había abordado el tema escatológico en su primera carta (1Tes
4,15ss), tal como la suerte de los difuntos. Esto incrementó en alguna comunidad una crisis y un deseo por fijar
cuándo y cómo acabará todo.
II.2. La referencia a “revelaciones” o a un supuesto escrito de Pablo debe interpretarse con verdadero cuidado.
Es verdad que es eso lo que se intenta corregir, y todavía muchos autores piensan que Pablo mismo sale al paso
de una falsa interpretación de sus palabras. Sobre ello habría mucho que decir, pero no es el momento. Pablo,
de alguna manera, se vio envuelto también en esa tensión escatológica de los primeros años cristianos. E
incluso esperó la pronta venida del Señor. Pero él mismo tuvo que centrarse en otras cosas y poco a poco fue
precisando su pensamiento sobre estas cuestiones que apasionaba a las mentes apocalípticas. Lo que a Pablo le
interesaba, de verdad, es la vocación cristiana, la suya y la de todos aquellos que aceptaban al Señor como el
verdadero salvador. Es eso lo que se pone de manifiesto en los versos finales de 2Tes 1, y que corresponden a
nuestra lectura.

Evangelio: Lucas (19,1-10): El Reino exige un pacto de justicia

III.1. El relato de Zaqueo es otro de esos episodios de Lucas que no tiene desperdicio. Es tan logrado, a todos los
niveles, que habría que leerlo varias veces y cada una de ellas nos encontraríamos con matices que podrían dar
para una reflexión tras otra, con matices diferentes. No es un relato histórico simplemente porque Jesús “tenía” que
pasar por allí, para ir a Jerusalén. Pero el que sea en la frontera de esta ciudad milenaria es un marco digno de
consideración, porque la salvación llega hasta los confines de la tierra. Se enfrentan dos personajes… pero no
solamente eso. También hay gente que está a la expectativa de qué hará Jesús. Aunque Jesús parece que no hace
nada más que invitarse a casa de un “pecador”, tendrá la última palabra. Con esto está dicho todo. Zaqueo es un
pecador para los puritanos, para los de religión legal. Para Jesús, y sin duda, para Lucas, es un “rico”. Pero ¿también
de los ricos es el Reino de los cielos? He aquí la gran cuestión de este episodio. Si los ricos renuncian a ello (dando
la mitad de los bienes a los pobres y haciéndose como la gran mayoría de la gente) entonces sí.

III.2. Los bienpensantes de siempre especulaban que si Jesús entraba a casa de un publicano, se contaminaba, ya
que los publicanos trataban con las autoridades romanas, que les concedían los privilegios de recolectores de
impuestos. Pero para Lucas Jesús va buscando el verdadero “pecado”: haber acumulado riquezas y poder a costa de
los otros. Y es eso lo que debe cambiar Zaqueo. No tiene por qué renunciar a hacer su trabajo de ser colector de
impuestos, o a tratar con los paganos o los impuros los romanos, sino a no hacerse poderoso con las riquezas
injustas. El tema es muy querido para Lucas, como sabemos. Y eso, sin duda, porque en su comunidad debía ser una
cuestión puesta sobre la mesa de cómo se puede ser un buen seguidor de Jesús en este mundo donde hay riquezas
y todo lo que ello conlleva.

III. 3. El narrador de este episodio nos muestra su maestría literaria, pero la instancia narrativa va mucho más allá
de lo que podíamos esperar. El que ponga en labios de Jesús elementos que son muy característicos de su teología
centra con precisión las perspectivas globales de su obra evangélica: mostrar a Jesús como profeta y salvador. El
que seleccione sus informaciones es un indicio de buen narrador; insinúa las cosas y aunque no describa la
psicología teológica de la conversión de Zaqueo no significa que no haya llegado hasta el fondo de las cosas: está,
justamente, en la decisión de dar la mitad a los pobres. Esto no es signo de liberalidad solamente, sino de justicia.
No pretende Lucas presentar a Zaqueo simplemente como un hombre desprendido o magnánimo (porque antes
del encuentro con Jesús no lo había sido), sino como un convertido a la causa del Reino. También aquí las
insinuaciones se transparentan: en la casa han hablado a fondo Jesús y Zaqueo, porque querían conocerse
mutuamente. Esta es, pues, una propuesta para los ricos (no para dirigirlos espiritualmente), aunque la con-
versión también se apoya, y mucho, en la magnanimidad, precisamente la que no muestran los controladores
ortodoxos de los pecadores. Es un relato de grandes iniciativas: Zaqueo que quiere conocer a Jesús; Jesús que
busca a Zaqueo; Zaqueo que renuncia a ser rico (sic: porque no de otra manera se ha de entender ofrecer la mitad
de los bienes a los pobres, y restituir la injusticia) y, finalmente, Jesús (y desde luego Lucas está detrás), que le
muestra que ese es el camino de la salvación.

III. 4. En el texto, los ricos y los poderosos se sienten aludidos hic et nunc. Y sabemos que Lucas quiere reconciliar
a gente rica y poderosa con el mensaje cristiano y con las exigencias del Reino desde algo que esté de acuerdo con
la exigencia social propia de su situación. El sentido práctico de lo que pide no puede obviarse con inter-
pretaciones o escapatorias que no lleven a una praxis determinada. Lucas lo ha dejado bien sentado en su obra: la
riqueza es muy peligrosa para vivir en cristiano, por injusta, como en el caso de Zaqueo, y porque los pobres no
podrán nunca salir de su condición si no cambian las situaciones sociales, o mejor dicho, si los ricos no invierten
«la mitad» de sus riquezas en los pobres. Esa es la forma en que los ricos se convierten y la manera en que hacen
justicia con los que no conocen ya después de haberles exaccionado. Eso significa, asimismo, que Lucas mantiene
un debate crítico con los ricos: su afán de dinero (philargyría) y su codicia (pleonexía), como le sucede a los
fariseos (Lc 16,14), es la causa de su pecado, no el que traten con paganos y pecadores; de ahí que su conversión
está adecuada a la de un hombre rico, porque cada uno debe tener la suya, según su historia y el sentido de su
vida.

III. 5. Es una propuesta a nivel de la comunidad, o de personas concretas, de la que hay que extraer consecuencias
inmediatas de alcance social; a posteriori debe tener reflejo en la sociedad que nos ha tocado vivir en el mundo de
hoy, como es en el caso de los pueblos del Tercer Mundo y de su deuda externa frente a los países ricos y
poderosos. Lucas debe tener claro que en la comunidad cristiana no puede haber desequilibrios y que los ricos y
pudientes deben compartir sus bienes como una exigencia de conversión verdadera. Esto significa, pues, que
cuando Lucas se propone describir el tiempo nuevo como un tiempo de salvación, en esta historia, esa salvación
se hace efectiva para él, para aquella casa, para aquella familia o para aquella comunidad, por la praxis de la
justicia como ética de verdadera solidaridad.

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO


Hemos sido creados para la vida no para la muerte

Iª Lectura: 2º Macabeos (7,1-14): El martirio como experiencia de vida

I.1. Desde la fiesta de Todos los Santos, la liturgia del año comienza a introducirnos en los temas llamados
escatológicos, los que se preocupan de las últimas cosas de la vida y de la fe, del futuro personal y de esta historia. Y
hay que poner de manifiesto que sobre esas ultimidades es necesario preguntarse, y debemos relacionarnos con
ellas como planteamiento base de la existencia cristiana: ¿Qué nos espera? ¿En quién está nuestro futuro? ¿Será
posible la felicidad que aquí ha sido imposible? La liturgia de hoy quiere ofrecernos respuesta, más bien
aproximaciones, de lo que fue uno de los descubrimientos más grandes de la fe de Israel y de los mismos
planteamientos personales de Jesús, el Señor.

I.2. Esta lectura de los Macabeos nos cuenta la historia del martirio de una familia piadosa judía del s. II a. C. que no
consintió en renunciar a sus tradiciones religiosas de comer algo impuro y someterse a la mentalidad pagana de los
griegos. Es una de las epopeyas religiosas en que se descubre que, cuando se da la vida por algo, siempre se hace
porque se considera que la vida aquí en la tierra no lo es todo, que debe haber otra vida. Esta creencia le costó
mucho descubrirla al pueblo de Dios. Durante mucho tiempo se creía en Dios, pero no fue fácil dar un paso hacia la
afirmación de que ese Dios nos ha creado para la vida y no para la muerte.

IIª Lectura: 2ª Tesalonicenses (2,15 -3,5): Dios, nuestro consuelo y esperanza

La segunda lectura nos ofrece un texto de consolación. El autor, en este caso puede ser un discípulo de Pablo, más
que Pablo mismo, habla de un consuelo eterno y una esperanza espléndida. Sin duda que se refiere a lo que se trata
en la carta: el final de los tiempos y la suerte de los que han muerto. La Palabra del Señor trae a los hombres esa
esperanza, esa posibilidad, esa opción que hay que hacer frente a ella. Porque en este mundo, en lo más radical de
nosotros mismos, debemos elegir entre la nada o esa esperanza que Dios nos ofrece. El autor se apoya
precisamente en que Dios es fiel y nunca falta a sus promesas; si Él ha prometido la vida, debemos vivir con esa
esperanza espléndida.

Evangelio: Lucas (20,27-38): Nadie, desde su muerte, vive en la "nada"

III.1. En el evangelio de este día es donde encontramos una de las páginas magistrales de lo que Jesús pensaba
sobre esas ultimidades de la vida. El profeta Jesús, como persona, como ser humano, se pregunta, y le preguntaban,
enseñaba y respondía a las trampas que le proponían. La ley de la halizah (Dt 25,5-10) es a todas luces inhumana,
no solamente antifeminista. La ridiculez de la trampa saducea para ver de quién será esposa la mujer de los siete
hermanos no hará dudar a Jesús. En este caso son los saduceos, el partido de la clase dirigente de Israel, que se
caracterizaba, entre otras cosas, por una negación de la vida después de la muerte, los que pretenden ponerle en
ridículo. En ese sentido, los fariseos eran mucho más coherentes con la fe en el Dios de la Alianza. Es verdad que la
concepción de los fariseos era demasiado prosaica y pensaban que la vida después de la muerte sería como la de
ahora; de ello se burlaban los saduceos que solamente creían en esta vida. En todo caso, su pensamiento
escatológico podría ceñirse a la supervivencia del pueblo de Dios en este mundo, en definitiva… un mundo sin fin,
sin consumación. Y, por lo mismo, donde el sufrimiento, la muerte y la infelicidad, nunca serían vencidas. Sabemos
que Lucas ha seguido aquí el texto de Marcos, como lo hizo también Mateo.

III.2. Jesús es más personal y comprometido que los fariseos y se enfrenta con los materialistas saduceos; lo que
tiene que decir lo afirma rotundamente, recurre a las tradiciones de su pueblo, a los padres: Abrahán, Isaac y Jacob.
Pero es justamente su concepción de Dios como Padre, como bondad, como misericordia, lo que le llevaba a
enseñar que nuestra vida no termina con la muerte. Un Dios que simplemente nos dejara morir, o que nos dejara
en la insatisfacción de esta vida y de sus males, no sería un Dios verdadero. Y es que la cuestión de la otra vida, en el
mensaje de Jesús, tiene que ver mucho con la concepción de quién es Dios y quiénes somos nosotros. Jesús tiene un
argumento que es inteligente y respetuoso a la vez: no tendría sentido que los padres hubieran puesto se fe en un
Dios que no da vida para siempre. El Dios que se reveló en la zarza ardiendo de Sinaí a Moisés es un Dios de una
vez, porque es liberador; es liberador del pueblo de la esclavitud y es liberador de la esclavitud que produce la
muerte. De ahí que Jesús proclame con fuerza que Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Para Él “todos están
vivos”, dice Jesús afirmando algo (según Lucas lo entiende) que debe ser el testimonio más profundo de su
pensamiento escatológico, de lo que le ha preocupado al ser humano desde que tiene uso de razón: hemos sido
creados para la vida y no para la muerte.

III.3. Es verdad que sobre la otra vida, sobre la resurrección, debemos aprender muchas cosas y, sobre todo,
debemos “repensar” con radicalidad este gran misterio de la vida cristiana. No podemos hacer afirmaciones y
proclamar tópicos como si nada hubiera cambiado en la teología y en la cultura actual. Jesús, en su
enfrentamiento con los saduceos, no solamente se permite desmontarles su ideología cerrada y tradicional,
materialista y “atea” en cierta forma. También corrige la mentalidad de los fariseos que pensaban que en la otra
vida todo debía ser como en ésta o algo parecido. Debemos estar abiertos a no especular con que la
resurrección tiene que ocurrir al final de los tiempos y a que se junten las cenizas de millones y millones de
seres. Debemos estar abiertos a creer en la resurrección como un don de Dios, como un regalo, como el final de
su obra creadora en nosotros, no después de toda una eternidad, de años sin sentido, sino en el mismo
momento de la muerte. Y es necesario estar abiertos a “repensar”, como Jesús nos enseña en este episodio, que
nuestra vida debe ser muy distinta a ésta que tanto nos seduce, aunque seamos las mismas personas, nosotros
mismos, los que hemos de ser resucitados y no otros. Sería muy lúcido, a su vez, “repensar” cómo debemos
relacionarnos con nuestros seres queridos que ya no están con nosotros y hacer del cristianismo una religión
coherente con la posibilidad de una vida después de la muerte. Y esto, desde luego, no habrá teoría científica
que lo pueda explicar. Será la fe, precisamente la fe, lo que les faltaba a los saduceos, el gran reto a nuestra
cultura y a nuestra mentalidad deshumanizada. No seremos, de verdad, lo que debemos de ser hasta que no
sepamos pasar por la muerte como el verdadero nacimiento. Si negamos la resurrección, negamos a nuestro
Dios, al Dios de Jesús que es un Dios de vivos y que da la vida verdadera en la verdadera muerte.

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


ESTA HISTORIA HAY QUE VIVIRLA CON DIGNIDAD

Iª Lectura: Malaquías (3,19-20): El día de Yahvé, comienza algo nuevo

I.1. En la línea litúrgica de presentar los temas sobre las últimas cosas de la vida y de la historia, al final del año
litúrgico, la lecturas de este domingo pecan un poco de apocalípticas. Este es un género literario religioso que tiene
sus contradicciones, acertado en algunas cosas por su inspiración profética y desenfocado en otras. Es una
literatura para tiempos de crisis, en que se ambiciona una identidad frente a culturas nuevas que pretenden
arrasar con todo el pasado; refugio, en otros momentos, de mentalidades fundamentalistas. En la Biblia existe de
todo eso un poco y a lo largo de la historia siempre ha habido grupos y personas que se encuentran demasiado a
gusto en esos perfiles.

I.2. La lectura de Malaquías es un buen ejemplo de ese tipo de presentación. Es un texto que se centra en un
término consagrado de la teología profética del Antiguo Testamento: el día de Yahvé, el día de la actuación de Dios.
Para aquella mentalidad se trataba de presentar el final de la historia. Y son obvias sus afirmaciones: para los que
han vivido arrogantemente, en la injusticia, en la ceguera del poder y la corrupción, será su final. Pero los que han
vivido según el proyecto de Dios no tienen por qué temer. Es lógico pensar que alguien tiene que denunciar a los
arrogantes y soberbios que un día todo eso se acabará; en ese sentido los mensajes apocalípticos tienen mucho de
profético. Es, a veces, el grito reivindicativo de los que han soportado la injusticia y el oprobio.
IIª Lectura: 2ª Tesalonicenses (3,7-12): ¡No tengamos miedo al futuro! ¡Vigilemos!

II.1. La segunda lectura es un texto continuación del domingo anterior. Supone una lección muy concreta,
precisamente para corregir ciertos abusos que se dieron en algunas comunidades donde, personas con mentalidad
apocalíptica que esperaban el fin del mundo, se cruzaban de brazos o se aprovechaban de los que eran más
sensatos y conscientes de que, mientras el mundo sea mundo y la historia sea historia real, se debe vivir en ella con
dignidad y responsabilidad. Bajo la mentalidad religiosa desenfocada se pueden producir abusos que no deben ser
tolerados en la comunidad.

II.2. El autor -se pretende que sea Pablo- da su testimonio personal de que él, aún siendo apóstol y teniendo
derecho a vivir de ese trabajo (Cf 1Cor 9,6ss; Gal 6,6), sin embargo trabajó lo necesario para subsistir (Hch 18,3;
1Cor 4,12). Este texto, pues, viene bien para no preocuparse demasiado por el final del mundo y para no vivir en la
fiebre de una mentalidad apocalíptica. Esto sigue interesando mucho a ciertos grupos sectarios, que más allá de lo
religioso, embaucan a muchos por nada.

Evangelio. Lucas (21,5-19): No toda la felicidad está en esta historia

III.1. El texto del evangelio de Lucas corresponde a lo que se ha llamado el discurso escatológico de Jesús que
aparece en los tres evangelios sinópticos, aunque con visiones diferentes entre uno y otro. El de Lucas es el más
explícito en cuanto a corregir los abusos de algunos que se presentaban en Jerusalén o en cualquier comunidad
para decir que llegaba el día del Señor, el fin del mundo, para que les siguieran a ellos. Lucas tuvo mucho cuidado
de catequizar a su comunidad al respecto, en el sentido de que no fue un evangelista que se dejó impresionar
demasiado por el lenguaje y los símbolos apocalípticos. Conserva, eso sí, el talante profético de este discurso que se
pone en boca de Jesús como en Mc 13. El discurso base de Mc 13 pudo ser redactado, tal como lo tenemos ahora, en
un momento de la crisis que Calígula provoca en la comunidad judía, y por lo mismo en la comunidad cristiana:
mandó que se le levantara una estatua en la explanada del templo. Pero Lucas, por su parte y mucho más tarde de
estos acontecimientos, trata de serenar y tranquilizar, máxime teniendo en cuenta que él conoció o tuvo noticia de
la destrucción de Jerusalén en el año 70 de nuestra era. Esta es una tesis no aceptada por todo el mundo, pero que
parece lógica. De hecho, Lucas es el autor del NT que mejor ha sabido asumir el mensaje profético-apocalíptico de
Jesús mirando a la historia como lo más positivo, sin estar obsesionados por el final catastrófico de movimientos
sectarios.

III.2. Con la destrucción de Jerusalén no llegó el fin del mundo, ni del judaísmo siquiera. Los judíos pensaban que el
día que el templo fuera destruido desaparecería el pueblo de Israel. ¡No fue así! Porque sin templo, una religión
puede tener mucho sentido. Luego, había que reinterpretar todos esos acontecimientos. Lucas prepara a su
comunidad para las persecuciones, ya que los cristianos serán perseguidos; pero eso no es el final. Las urgencias
apocalípticas no son la mejor manera para catequizar o hablar de Dios y de su salvación; pero tampoco debemos
vivir con la pretensión de instalarnos aquí para siempre. El anhelo de un mundo mejor es lo radicalmente cristiano.
Y ese mundo mejor se ampara en una vida nueva, en una experiencia nueva de vida que no podemos programar…
como casi todo se programa hoy. No podemos avergonzarnos, los cristianos, de decir y proclamar que eso está en
las manos del Dios “amigo de la vida”, que para eso nos ha creado.

III.3. No podemos menos de tener cuidado cuando nos adentramos en el sentido de un texto como este. De hecho,
el fin del mundo y de la historia, que en algunos círculos cristianos surgía de vez en cuando, no se ha consumado. Es
seguro que Jesús nunca se definió por un fin del mundo y de la historia con la llegada del reinado de Dios. No era un
iluso, aunque fuera un “profeta” escatológico. Pero con ello hay que entender que algo nuevo y “definitivo” estaba
surgiendo con su llamada a la conversión y a buscar a Dios con toda el alma y todo el corazón. Porque los reinos de
este mundo solamente provocan guerras y catástrofes, pero el Reino de Dios, al que él le dedica su vida, nos trae la
justicia y la paz. Si no es así es porque los poderosos de este mundo quieren ocupar el lugar de Dios en la historia. Y
es eso lo que se condena con este discurso. Los cristianos deben saber que estarán en conflicto con los que
dominan en el mundo. En el caso de Lucas, el discurso prepara a los cristianos, no para el fin del mundo, sino para
estar dispuestos a la persecución y a la lucha si en verdad son fieles al mensaje de profeta de Galilea. Por ello hay
que mantenerse “vigilantes”, pero no en previsión de catástrofes apocalípticas, sino porque el reinado de Dios es
una instancia crítica que no se puede aceptar en muchos ambientes de este mundo.
DOMINGO TREINTA Y CUATRO DEL TIEMPO ORDINARIO
JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Termina el año litúrgico, el ciclo del evangelio de Lucas, y la Iglesia lo dedica a Jesucristo, ya que en El convergen
todas las causas justas del mundo. Es una fiesta en sí reciente, pero que poco a poco ha ido perfilándose como lo
más adecuado para cerrar el tiempo litúrgico de la Iglesia. Por encima de las catástrofes y de la destrucción,
aparece en el horizonte nuestro Señor Jesucristo, un rey sin poder, sin reino, entendido éste como espacio o nación
donde reinar. Jesús, en este momento nuevo de nacionalismos, pretende que todos los hombres sean hermanos,
que los pueblos no tengan fronteras. Su reinado solamente se puede celebrar y entender desde la solidaridad más
universal.

Iª Lectura: 2º Samuel (5,1-3): Dios busca un rey para la paz

I.1. La lectura se ambienta en Hebrón, donde según la tradición, se conservan las tumbas de los Patriarcas del
pueblo de la Alianza. Los del sur, a cuya tribu de Judá pertenecía David, ya lo había proclamado rey. Ahora vienen
las tribus del norte, las de Israel, para pedirle que lo quieren también como rey. Es muy compleja la “historia” de
David, su subida al trono, las razones por las cuales fue primeramente elegido por Judá y después vinieron a
ofrecerle el reino del norte, Israel, que había tenido una historia distinta. Hay cosas seguras o bien aceptadas, desde
luego, pero no podemos negar que la “leyenda” de cómo David fue “ungido” rey se convierte en una leyenda
religiosa a medida de la concepción del soberano en Oriente, como representante de los dioses. El Dios de Israel,
Yahvé, no tiene preferencias por un tipo de gobierno… pero la historia antigua no puede prescindir de lo religioso y
de suponer una intervención de Dios en casi todo.

I.2. La historia en este caso es bien explícita: David tenía fama de buen defensor y sobre él se tejerá la leyenda
sagrada de rey justo y capaz de alcanzar la unidad. Él conquista la paz; aunque, lógicamente, la paz de David es una
paz efímera, lo mismo que la solidaridad entre las tribus, entre el norte y el sur, se resiente de muchos defectos.
Pero es el primer apunte de una teología de pacificación y solidaridad que solamente se encontrará con Jesús de
Nazaret. Aquí, a continuación de nuestro texto, se habla de los treinta años que tenía cuando comenzó a reinar
sobre Hebrón y de los treinta y tres sobre Israel. Quizá Lucas haya podido tener esto en cuenta cuando en Lc 3,23
nos habla de la edad de Jesús para enlazar con la genealogía que justificaría que Jesús era, por José, descendiente de
la línea de David.

IIª Lectura: Colosenses (1,12-20): Cristo, como hombre, es el relato de Dios

II.1. La carta a los Colosenses nos ofrece hoy un himno cristológico de resonancias inigualables: Cristo es la
imagen de Dios, pero es criatura como nosotros también. Lo más profundo de Dios, lo más misterioso, se nos hace
accesible por medio de Cristo. Y así, El es el “primogénito de entre los muertos”, lo que significa que nos espera a
nosotros lo que a El. Si a él, criatura, Dios lo ha resucitado de entre los muertos, también a nosotros se nos dará la
vida que él tiene.

II.2. Entre las afirmaciones o títulos sobre Cristo que podrían parecernos alejadas de nuestra cultura y de nuestra
mentalidad, podemos escuchar y cantar este “himno” como una alabanza al “primado” de Cristo en todo: en su
creaturalidad, en su papel salvífico, en su resurrección de entre los muertos. Para los cristianos ello no debe ser
extraño, porque nuestra religión, nuestro acceso a Dios, está fundamentada en Cristo. Puede que en el trasfondo
se sugiera alguna polémica para afirmar la “plenitud” de todas las cosas en Cristo. Pero es como un grito necesario
este canto, porque hoy, más que nunca, podemos seguir afirmando que Cristo es el “salvador” del cosmos.

III.3. Cristo ha traído la salvación y la liberación, no solamente para un pueblo, sino para todos los pueblos, para
todas las naciones. ¿Por qué? Porque el es la imagen del Dios invisible. Este concepto, siempre discutido, se carga
de contenido para mostrar la diferencia entre los reyes del pueblo del Antiguo Testamento y Cristo. Naturalmente
que nos encontramos ante una confesión de fe, cantada y vivida por las comunidades primitivas y recogida en esta
carta paulina. El primado de Jesús le viene de la creación y de su papel en el proyecto redentor y liberador de Dios.
De la creación, porque ha vivido en profundidad la dignidad que Dios siempre ha querido para todo ser humano. De
todas las afirmaciones que sobre el particular se nos presentan, lo más definitivo es que todo se sustenta en El. En
la redención porque se ha sometido siempre a la voluntad de Dios y así, además de ser el primero en la Iglesia, es el
primogénito de entre los muertos: su resurrección, pues, es el prototipo de lo que nos espera a todos nosotros.

Evangelio: Lucas (23,35-43): El Salvador crucificado, ese es nuestro rey

III.1. El evangelio de Lucas forma parte del relato de la crucifixión, diríamos que es el momento culminante de un
relato que encierra todo la teología lucana: Jesús salvador del hombre, y muy especialmente de aquellos más
desvalidos. Lucas, con este relato nos quiere presentar algo más profundo y extraordinario que la simple
crucifixión de un profeta. Por ello se llama la atención de cómo el pueblo “estaba mirando” y escuchando. Y
comienza todo un diálogo y una polémica sobre la “salvación” y el “salvarse” que es uno de los conceptos claves de
la obra de Lucas. Los adversarios se obstinan en que Jesús, el Mesías según el texto, no puede salvarse y no puede
salvar a otros. Además está crucificado y ya ello es inconveniente excesivo para que el letrero de la cruz (“rey de los
judíos”=Mesías) pierda todo su sentido jurídico y se convierta en sarcasmo. Está claro por qué ha sido condenado:
por una razón política, acusado de ir contra Roma, en nombre de un mesianismo que ni pretendió, ni aceptó de sus
seguidores.

III.2. Todo, en el relato, convoca a contemplar; emplaza al “pueblo” (testigo privilegiado de la pasión en Lucas) para
que sea espectador del fracaso de este profeta que ha dedicado su vida al reinado de Dios, sin derecho alguno, y
rompiendo las normas elementales de las tradiciones religiosas de su pueblo. Los profetas verdaderos no pueden
acabar de otra manera para las religiones oficiales. Por lo mismo está en juego, según la teología de Lucas, toda la
vida de Jesús que es una vida para la salvación de los hombres. La psicología del evangelista se percibe a grandes
rasgos. El pueblo será “secretario” cualificado del fracaso de éste que se ha atrevido a hablar de Dios como nadie lo
ha hecho; porque ha osado recibir a los publicanos y pecadores, compartir su vida con hombres y mujeres que le
seguían hasta Jerusalén. Este era el momento esperado… y, de pronto, un “diálogo” asombroso rompe, antes de la
hora “nona”, el “nudo gordiano” de la salvación. No va a ser como Alejandro Magno con su espada a tajo, en Gordion
de Frigia, para dominar el mundo por esa decisión drástica. Será con la oferta audaz y valiente de la salvación en
nombre del Dios de su vida.

III.3. El diálogo con los malhechores (vv. 39-43), y especialmente con aquél que le pide el “paraíso”, es un episodio
propio de Lucas que ha dado al relato de la crucifixión una fisonomía inigualable. La comparación que hemos
mencionado con Alejandro Magno y el “nudo gordiano” sigue estando en pie a todos los efectos. Quien crucificado,
la muerte más ignominiosa del imperio romano, pueda ofrecer la salvación al mundo, podrá dominar el mundo con
el amor y la paz, no con un imperio grandioso fundamentado en la guerra, la conquista, la muerte y la injusticia.
Lucas es consciente de esta tradición que ha recogido y que ha reinventado para este momento y en este “climax”.
Cuando ya está dictada la sentencia de impotencia y de infamia… la petición de uno de los malhechores ofrece a
Jesús la posibilidad de dar vida y salvación a quien irá a la muerte innoble como él. No es un libertador militar…
está muriendo crucificado, porque ha sido condenado a muerte. Los valientes militares morían a espada; los
esclavos y los parias, en la “mors turpissima crucis”.

III.4. El malhechor lo invoca con su nombre propio ¡Jesús!, no como el de Mesías o el de Rey o incluso el de Hijo de
Dios. Esto es algo que ha llamado poderosamente la atención de los intérpretes. Es verdad que en la Biblia, en el
nombre hay toda una significación que debe ser santo y seña de quien lo lleva. “Jesús” significa: “Dios salva” o “Dios
es mi salvador”. Es una plegaria, pues, al crucificado, pero Lucas entiende que en todo aquello está Dios por medio.
Es decir, que Dios no está al margen de lo que está aconteciendo en la cruz, en el sufrimiento de Jesús y de los
mismos malhechores. La interpelación del buen ladrón como plegaria es para Lucas toda una enseñanza de que el
crucificado es el verdadero salvador y de que por medio de su vida y de su muerte, Dios salva. Por tanto
encontraremos salvación y salvación inmediata: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Esta es una fórmula bíblica
cerrada para expresar la vida después de la muerte. No sabemos cómo ha llegado a Lucas este diálogo de la cruz,
pero la verdad es que es lo más original de todos los evangelistas sobre esta escena de la pasión. Jesús es
verdaderamente rey, aunque al margen de todas las expectativas políticas. El “nudo gordiano” se rompe, si
queremos a tajo, por la palabra de vida que Jesús ofrece en nombre de Dios.

III.5. Este relato majestuoso tiene muy poco de deshonor. Lucas no entiende la muerte de Jesús como un fracaso. Y
no lo es en verdad. Es el momento supremo de la entrega a una causa por la que merece dar la vida. Cuando todos
los que están al lado de la cruz le han retado a que salve tal como ellos entienden la salvación, Jesús se niega a
aceptarlo. Cuando alguien, destrozado, aunque haya sido un bandido o malhechor, le ruega, le pide, le suplica,
ofrece todo lo que es y todo lo que tiene. Desde su impotencia de crucificado, pero de Señor verdadero, ofrece
perdón, misericordia y salvación. Esta teología de la cruz es la clave para entender adecuadamente a Jesucristo
como Rey del universo. Es un rey sin poder, es decir, el “sin-poder” del amor, de la verdad y del evangelio como
buena nueva para todos los que necesitan su ayuda. “Hoy estarás conmigo en el paraíso” es la afirmación más
rotunda de lo que este rey crucificado ofrece de verdad. No es la conquista del mundo, sino de nuestra propia vida
más allá de este mundo.

APÉNDICE
FIESTAS Y SOLEMNIDADES
FESTIVIDAD DE LA INMACULADA
María, Madre desde la gracia de Dios

La festividad de la Inmaculada, en medio del Adviento, desata, religiosamente hablando, todos los resortes más
sensibles y utópicos de lo que ha perdido la humanidad. Si analizamos todo ello psicológicamente, habría que
recurrir a muchos elementos culturales, ancestrales, pero muy reales, del pecado y de la gracia. El contraste
entre la mujer del Génesis que se carga de culpabilidad y la mujer que aparece en la Anunciación, resuelve,
desde el proyecto del Dios del amor, lo que las culturas antifeministas o feministas no pueden resolver con
discusiones estériles.

Iª Lectura: Génesis (3,9-15.20): El egoísmo del pecado

I.1. La primera lectura de Génesis 3,9-15.20 es la exposición catequética y teológica de un autor llamado
“yahvista” (la tesis más extendida), que se limita a poner por escrito toda la tradición religiosa de siglos, en
ambientes culturales diversos, sobre la culpabilidad de la humanidad: Adán-Eva. Lo prohibido o lo vedado nos
abruma, nos envuelve, nos fascina, nos empapa en libertad desmesurada, hasta que vemos que estamos con las
manos vacías. Entonces empiezan las culpabilidades: la mujer, el ser débil frente al fuerte, como ha sucedido en
casi todas las culturas, carga con más culpa por parte del varón, pero no por parte de Dios. Y por medio aparece
el mito de la serpiente, como símbolo de una inteligencia superior a nosotros mismos, que no es divina, pero lo
parece.

I.2. Es muy razonable que debamos desmitologizar muchas cosas del relato, pero eso no quiere decir que esté
falto de sentido. Es verdad que hoy no podemos concebir que el “pecado original” consista en comer o no comer
de un árbol prohibido. Pero el relato deja ciertas pistas que son elocuentes: el ser humano, instigado por la
serpiente, quiere absolutizar su vida, quiere absolutizarse a sí mismo y apoderarse de lo creado como un ser
divino, prescindiendo del Dios creador. A la vez, la “experiencia de alteridad” se muestra en que el otro es peor
que yo; esto sí que explica muchos males en la historia de la humanidad. Así comienza un camino de
despropósitos, sencillamente porque el ser humano, con su chispa divina en el corazón y en el alma, no es nada
sin Dios. ¿Quién podrá devolver a la humanidad todo su sentido? Dios mismo, pero cuando la humanidad se
abra profundamente a su creador.

I.2. El mal siempre ha sido descrito míticamente. Pero en realidad el mal lo hacemos nosotros y lo proyectamos
al que está frente de nosotros, especialmente si es más débil, según la una visión cultural equivocada. ¿Quién
podrá liberarnos de ello? Siempre se ha visto en este texto una promesa de Dios; una promesa para que
podamos percibir que el mal lo podemos vencer, sin proyectarlo sobre el otro, si sabemos amar y valorar a
quien está a nuestro lado; en este caso el hombre a la mujer y la mujer al hombre.

IIª Lectura: Efesios (1,3-6.11-12): Dios nos ha destinado a ser hijos

II.1. La segunda lectura se toma del himno de Efesios. Los himnos del NT se cantaban como confesiones de fe,
en alabanza al Dios salvador, que por Jesucristo se ha revelado a los hombres. Esta carta que se atribuye a
Pablo, o a uno de sus discípulos mejor, ha recogido este himno en el que se nos presenta a Cristo ya desde los
orígenes, antes incluso de la creación el mundo y con Cristo se tiene presente a toda la humanidad. Se alaba a
Dios porque, en Cristo, nos ha elegido para ser santos y sin tacha (diríamos sin pecado) en el amor. Como
santos nos parecemos a Dios, y por eso estamos llamados a vivir sin la culpabilidad y el miedo del pecado. Esto
lo logra Dios en nosotros por el amor. Porque Dios nos ha destinado a ser sus hijos, no sus rivales.

II.2. Por lo mismo, esa historia de culpabilidades entre los fuertes y los débiles, entre hombre y mujer, es
atentar contra la dignidad de la misma creación. Cristo, pues, viene para romper definitivamente esa historia
humana de negatividad, y nos descubre, por encima de cualquier otra cosa, que todos somos hijos suyos; que
los hijos de Dios, hombre o mujer, esclavos o libres, estamos llamados a la gracia y al amor. Esta es nuestra
herencia.

Evangelio: Lucas (1,26-38): La respuesta a la gracia, cura el pecado

III.1. El evangelio de la “Anunciación” es, sin duda, el reverso de la página del Génesis. Así lo han entendido
muchos estudiosos de este relato maravilloso lleno de feminismo y cargado de símbolos. Aunque
aparentemente no se usen los mismos términos, todo funciona en él para reivindicar la grandeza de lo débil, de
la mujer. Para mostrar que Dios, que había creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, tiene que
decir una palabra definitiva sobre ello. Es verdad que hay páginas en el mundo de la Biblia que están redactadas
desde una cultura de superioridad del hombre sobre la mujer. Pero hay otras, como este evangelio, que dejan
las cosas en su sitio. Cuando Dios quiere actuar de una forma nueva, extraordinaria e inaudita para arreglar
este mundo que han manchado los poderosos, entonces es la mujer la que se abre a Dios y a la gracia.

III.2. Se han hecho y se pueden hacer muchas lecturas de este relato asombroso. Puede ser considerado como la
narración de la vocación a la que Dios llama a María, una muchacha de Nazaret. Todo en esta aldea es
desconocido, el nombre, la existencia, e incluso el personaje de María. Es claro que, desde ahora, Nazaret es
punto clave de la historia de la salvación de Dios. Es el comienzo, es verdad, no es final. Pero los comienzos son
significativos. En el Génesis, los comienzos de la “historia” de la humanidad se manchan de orgullo y de miedo,
de acusaciones y de despropósitos. Aquí, en los comienzos del misterio de la “encarnación”, lo maternal es la
respuesta a la gracia y abre el camino a la humanización de Dios. María presta su seno materno a Dios para
engendrar una nueva humanidad desde la gracia y el amor. ¿Cómo? Entregando su ser humano a la voluntad de
Dios… Querer decir más sería entrar en una elucubración de conceptos y afirmaciones “dogmáticas” que nos
alejarían del sentido de nuestro relato.

III.3. El relato tiene todo lo mítico que se necesita para hablar de verdades profundas de fe (si aparece un ángel
es por algo); no debemos ser demasiado “piadosillos” en su interpretación. En realidad todo acontece de parte
de Dios, pero no en un escenario religioso. Por eso es más asombrosa esta narración que, sin duda, tiene de
histórico lo que le sucede a María en su vida. Ella es una criatura marginal que ha sido elegida por Dios, y esto
es tan real como histórico. Su hijo será también un judío marginal. Es un relato que no está compuesto a base de
citas bíblicas, pero sí de títulos cristológicos: grande, Hijo del Altísimo, recibirá el trono de David su padre. Todo
eso es demasiado para una muchacha de Nazaret. Y todo ocurre de distinta manera a como ella lo había
pensado; ya estaba prometida a un hombre… Ella pensaba tener un hijo, ¡claro!, pero que fuera grande, Hijo del
Altísimo y rey (Mesías en este caso), iba más allá de sus expectativas. Pero sucede que cuando Dios interviene,
por medio del Espíritu, lo normal puede ser extraordinario, lo marginal se hace necesario. Esa es la diferencia
entre fiarse de Dios como hace esta joven de Nazaret o fiarse de “una serpiente” como hizo la mítica Eva.

III.4. María de Nazaret, pues, la “llena de gracia”, está frente al misterio de Dios, cubierta por su Espíritu, para
que su maternidad sea valorada como lo más hermoso del mundo. Sin que tengamos que exagerar, es la mujer
quien más siente la presencia religiosa desde ese misterio maternal. Y es María de Nazaret, de nuestra carne y
de nuestra raza, quien nos es presentada como la mujer que se abre de verdad al misterio del Dios salvador. Ni
los sacerdotes, ni los escribas de Jerusalén, podían entenderlo. La “llena de gracia” (kejaritôménê), con su
respuesta de fe, es la experiencia primigenia de la liberación del pecado y de toda culpa. Dios se ha hecho
presente, se ha revelado, a diferencia del Sinaí, en la entraña misma de una muchacha de carne y hueso. No fue
violada, ni maltratada, ni forzada... como otras como ella lo eran por los poderosos soldados de imperio romano
que controlaban Galilea. Fue el amor divino el que la cautivo para la humanidad. Por eso, en un himno de San
Efrén (s. IV) se la compara con el monte Sinaí, pero el fuego devorador de allí y la llama que los serafines no
pueden mirar, no la han quemado. Esta “teofanía” divina es otra cosa, es una manifestación de la gracia materna
de Dios.
NAVIDAD

SOLEMNIDAD DE LA NAVIDAD DE NUESTRO SEÑOR


NAVIDAD SE ESCRIBE CON LA MANO DE DIOS
MISA DE MEDIA NOCHE

Iª Lectura: Isaías (9,1-3.5-6): Siempre brillará una gran luz

I.1. El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, por su descaro para proponer lo que no se toca con las
manos, pero que siempre se sueña. Lo profetas siempre son utópicos, pero realistas cuando es necesario. Como
canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un
pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un
horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la
salvación, y por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.

I.2. La luz es, por otra parte, el signo de la gran liberación que el profeta propone al pueblo en nombre de Dios.
Liberación que habla de la utopía de la justicia; y con la justicia la paz, shalom, esa palabra clave de la Biblia y de
todo corazón humano. La paz nunca se puede dar sin justicia. Bien es verdad que es algo más que el “orden”: es
un bien “mesiánico” con todas las de la ley. La tiranía del opresor, su vara, las botas del soldado y el manto
manchado de sangre han sido destruidos. La luz siempre evoca la acción creadora y salvadora de Dios. No
olvidemos que a muchos esclavos del pueblo les habían sacados los ojos… para no ver; así habían caminado a
un destierro.

I.3. ¿Quién trae todo esto? “un niño”. El profeta, desde luego, no piensa en el niño de Belén. Nosotros, sin
embargo, solamente podemos leer este poema desde Belén. Es uno de los privilegios de la hermenéutica
cristiana. Tenemos todo el derecho a ello, porque podemos ir más allá del poema y de las circunstancias
históricas (probablemente se refería al niño que sería después el rey Ezequías). La utopía se realiza en la
historia concreta, humana, entrañable: un niño, un hijo, uno de nosotros es quien puede traer todo esto.
Probablemente se ha podido inspirar el profeta en poemas de “entronización”... pero es un canto a la justicia y a
la paz. Y esto en la tierra no se hace presente si Dios no interviene y nosotros le dejamos intervenir: eso es
Navidad.

IIª Lectura: Tito (2,11-14): Se ha hecho presente la gracia de Dios

II.1. En la noche de Navidad, esta especie de confesión de fe primitiva, recogida en el texto de la carta a Tito,
evoca la grandeza del misterio de esta noche santa. El texto, que viene después de una exhortación a los
esclavos, habla de una epifanía (epiphanía), así comienza; y a continuación se desgranan una serie de
expresiones llenas de sentido: la gracia (charis) de la salvación (sôtería) de Dios “para todos” (pasin) los
hombres. El pensar que la salvación de Dios es para todos los hombres, para la humanidad, es muy importante.
Porque Dios se ha hecho hombre por todos. Esto conviene resaltarlo a todos los efectos, porque en el corazón
humano es donde debe reinar esa gracia de la salvación de Dios. Por tanto, todos los hombres, esclavos o libres,
estamos llamados a ser nosotros mismos en Cristo nuestro salvador.

II.2. Todo esto recuerda el hecho de una liberación que el pueblo de Israel ha sentido en sus carnes (cf Dt 14,2).
Ahora acontece algo semejante, o mejor, mucho más grandioso: ¿por nada? (Desde luego que no!, Nadie puede
ver a Dios, ni a su salvador Jesucristo, viviendo en la impiedad y en la injusticia (asebeia - adikía). No es es
simplemente por el pago de una vida ética y moral, como en cierta forma se puede leer el texto. Es algo que va
mucho más allá de la vida del mundo, de los criterios del mundo y de la impiedad del mundo. Se trata de tener
una experiencia nueva del Dios que tiene un proyecto absoluto: la salvación de todos los hombres. Y esto
comenzó a ser realidad en la “encarnación”. Todo esto se escribe con la mano de Dios. Y la historia “nueva” de la
humanidad no puede escribirse sin el Dios salvador.

Evangelio: Lucas (2,1-14): Cur Deus homo? ¿Por qué Dios está entre nosotros?

III.1. Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre
en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta
narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del
solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto”) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de
gloria como escritor y como teólogo, quizá no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e
interpretar el conjunto, que en realidad debería contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para
otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo
que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que
llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exégetico y
narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.

III.2. El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la
autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los
oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás
no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres
de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer
ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas
puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe
llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”,
controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Y es eso lo que pretende
Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no
tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del
“dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.

III.3. El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser
bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el
proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo
su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del
ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se
representa. Se podía haber elegido unos emisarios más dignos del testimonio que habían de dar. La
intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando parece que todo está perdido para los
sin ley, sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los suyos. Cuando María no encuentra
“acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni
siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera interpretado que la ciudad de David era
Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, la que
había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva recogida por Lucas es Belén, pero
nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad teológica que histórica.

III.4. Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre
(phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y
Señor (kyrios) con este signo? ¡Desde luego que sí! Pero solo para quien tiene el alma y la conciencia de los
pastores y los marginados, de los “sin poder”. Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de
Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya
hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que
hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para
reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La
historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica,
en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos,
humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios
entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del
Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.

MISA DE DÍA

Iª Lectura: Isaías (52,7-10): Los pies del mensajero de paz

Este es un himno que el profeta, quien sea, porque estamos leyendo el Deuteroisaías, compone porque en su
mente aparece un mensajero que trae los pies cansados. Pero son esos pies, benditos, los que traen la gran
noticia, al pueblo, a la ciudad a Sión: paz, salvación. Más aún: Dios reina. Cuando Dios reina todo es distinto. Los
reyes de este mundo no saben reinar, porque no son capaces de sellar la paz. Cuando lo han hecho ha sido una
paz a medias, no dilatada en el tiempo y en la eternidad. Es eso lo que el profeta proclama ahora a Sión que ha
pasado por lo peor. Jerusalén será liberada, el profeta es el vigía del mensajero que llega, un mensajero idílico
de la victoria de Dios.

IIª Lectura: Hebreos (1,1-6): Dios nos habla en su Hijo

II.1 El famoso “exordio” de la carta a los Hebreos, magníficamente construido, en una sola frase en griego (vv.1-
4), en un buen griego, es la lectura de este día de Navidad. Es explicable, porque se trata de un texto cristológico
de altos vuelos con que se comienza esta especie de “exhortación” que es la carta a los Hebreos, sea quien sea su
autor. La densidad de esta frase no quita sentimiento a lo que aquí se expresa. Antes Dios había hablado por
profetas. Si tenemos en cuenta el texto de la primera lectura todo cobrará más sentido. Los profetas son
extraordinarios, poetas, creativos, renovadores, no conformistas con la situación. Pero ahora es distinto, es algo
que va mucho más a lo esperado. Los profetas y sus visiones, sus ilusiones y sus deseos, se quedan en mantillas,
porque ahora Dios tiene una forma de comunicarse con nosotros muchos más audaz: es su Hijo quien nos habla
de El y quien nos hace hablar con Él.

II.2. ¿Por qué todo es distinto? Porque el Hijo es heredero de todas las cosas. Y lo que él nos diga, eso es lo que
nos dice el mismo Dios. Los profetas, incluso, podrían equivocarse y de hecho algunos no acertaron en sus
juicios. Dios ha pensado que esto necesita una decisión más determinante. La humanidad debe sentir la misma
voz de Dios, y la voz de Dios es la voz de su Hijo. Esta alta cristología del exordio de hebreos llena de sentido la
liturgia de Navidad. es verdad que este texto de Hebreos está escrito desde la experiencia pascual de Cristo.
Pero en la liturgia cristiana el misterio de la resurrección y de la pascua ilumina toda la vida de Jesús, su
encarnación y el nacimiento. No puede ser de otra manera. Este no es un texto histórico, sino teológico. Como
teológico ha de ser el evangelio del día.

Evangelio: Juan (1,1-18): La Palabra humana de Dios

III.1. El evangelio es el prólogo del evangelio de Juan (1,1-18), una de las páginas más gloriosas, profundas y
teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho
de la encarnación, en esa expresión inaudita de el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación
se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de
manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como le sucede a Abrahán, el padre de los
creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre
en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela
el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos
de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios
mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella
podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la
muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de
amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros
sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de
misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro confidente de
Dios.

III.2. Un prólogo se escribe normalmente cuando la obra ya está completa; de esta manera, en el prólogo se
expresan las ideas fundamentales de la obra que viene a continuación. Supongamos esto para el prólogo del
cuarto evangelio. Puede parecer que tiene una cierta unidad, pero suprimid los vv. 6. 7. 8 y 15 que tratan de
Juan Bautista y que fueron añadidos posteriormente. La razón es que hubo algunos discípulos que se
mantuvieron fieles a Juan el Bautista y le otorgaban cierta preponderancia sobre Jesús. Era una secta baptista
que tuvo cierta fuerza, sobre todo en el s. II (d.C.). De esta manera tendremos un prólogo lleno de fuerza y de
lógica.

A) DIOS Y EL VERBO (vv. 1-5): Es la primera enseñanza de este himno. Quizás el prólogo nació en la celebración
del culto. Sería como una especie de credo de la comunidad en la que vive Juan. Dios y su Palabra. Verbo =
PALABRA. Esta expresión de Logos no tiene sus raíces en la filosofía griega, sino que es eminentemente bíblica.
En la Biblia, en el AT, se dice que las divinidades paganas no hablan: *tienen boca, pero no hablan” (Salmo 115,
5). El Dios de la Biblia es el único que habla, que se expresa en el mundos. No está todavía personificada esta
Palabra, pero se nota que Dios da vida al mundo por su PALABRA. Posteriormente, en una imagen semejante,
casi se personifica esta fuerza de Dios bajo el nombre de SABIDURÍA. La Sabiduría es la que ha creado *con”
Dios todas las cosas (Cf. Prov 3,19ss; 8, 22-31; 14,31;17,5). De todas formas, ni la Palabra, ni la SABIDURÍA se
identifican plenamente con Dios en el AT. ¿Cuál es la novedad de Juan? Pues que la identifica con Dios, “estaba
en Dios”. La personaliza. No es solamente una comparación, sino que la PALABRA (El Verbo o el Logos) es Dios
mismo. Hay una relación entre Dios y la Palabra. Dios no está cerrado en Él mismo, sino que se pluraliza. Es una
riqueza de Dios. Y, además, esta Palabra es creadora, como en el AT. Vemos que la fuente de inspiración de Juan
es el AT y no la filosofía griega (v.3). La Palabra es la riqueza de Dios y del mundo (vv. 4 y 5). Es la vida y la vida
es la luz de los hombres. Luego la Palabra de Dios es la fuente del mundo, toda la vida procede de Él y esa vida
es la luz que los hombres han perdido. En este primer asomo al misterio de Dios en el himno de Juan, se revela
una cosa fundamental. Es una idea revolucionaria para los judíos, que solamente eran monoteístas. Dios es más
rico todavía. Dios es una pluralidad en la unidad. La Palabra es ALGUIEN esencial es Dios y para el mundo.

B) SOBRE LA ENCARNACIÓN (vv. 9.10.11.14 y 18): En estos versos se encierra todo el evangelio de Juan: la
teología de la Encarnación. ¿Qué es esto? Es la reflexión que Juan ha hecho sobre Cristo. Se parte de un
principio: Cristo-Jesús es la Palabra de Dios. Dios no se ha quedado en el cielo, sino que se ha hecho hombre y
ha venido al mundo. Nosotros creemos en el Dios más humano que se ha podido imaginar en toda la historia de
la religiones. La Palabra ha venido a “lo suyo”, a lo que había creado. Pero lo suyo no la ha recibido. Este es el
drama de la Encarnación: la lucha entre la luz y las tinieblas que recorre todo el cuarto evangelio. El v. 14 tiene
una enseñanza que puede rezar así: La palabra no solamente se ha hecho carne, “sarx”, debilidad, sino que se ha
introducido en el misterio del pecado del mundo. Este es el sentido exacto y radicalmente fuerte. Se ha
encarnado y ha tomado nuestros pecados. Es la idea más bella y original de nuestro misterio cristiano. Para un
griego era impensable, ya que despreciaban el cuerpo. Lo mismo que para un judío, que no concebía que Dios se
pudiera llegar a la impureza de los hombres. (Qué misterio y qué fuerza!. Y lo curioso es que, en la carne, los
hombres que lo han acogido han podido ver la gloria de Dios. La gloria (kabod) era para los judíos como el
poder de Dios. En el AT los judíos tenían que taparse la cara para no ver el resplandor de la gloria de Dios (v.g.
en el Sinaí; o el profeta Isaías en el momento de su vocación). El v. 18 nos explica más: Dios se ha revelado por
el Hijo y el Hijo es la Palabra, porque a Dios nadie lo ha visto jamás. Aunque esto es judío, se da un paso, porque
nosotros lo podemos conocer por Jesús, que es el Hijo. Nosotros sólo podemos conocer a Dios por Jesús que nos
lo ha revelado, ya que Jesús es el Hijo y el Hijo es la Palabra y la Palabra estaba desde el principio en Dios y Él
mismo es Dios. Desde ahora, los cristianos hemos de saber que, para conocer a Dios, primero hemos de conocer
a Jesús: cómo vive y cómo actúa. Ser cristiano es reconocer, en el acontecimiento histórico de Jesús, en este
hombre de nuestra carne, tan próximo, tan fraternal, el rostro, la Palabra y la gloria de Dios: *quien me ha visto
a mi ha visto al Padre”

C) SOBRE LA FE: (vv. 12.13.16.17): Todo esto que hemos expuesto no puede ser entendido sino por la fe.
Deberíamos dejar el prólogo para el final del año litúrgico, porque después de conocer a Jesús y haber
escuchado su palabra, nosotros nos decidimos por Él y creemos en Dios. Pero se ha de asumir el riesgo de la fe y
aceptar así a Jesús y a Dios, de primeras. También porque, a pesar de todo, la fe es un don de Dios y debemos
pedirle a Él que nos la dé y nos la fortalezca. Pero la fe en estos versos no se nos presenta en forma de creencia
en verdades, sino en forma de vida: porque nos hace hijos de Dios. Es un tema que recorre todo el Evangelio de
Juan.

OCTAVA DE NAVIDAD
SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

La solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primera fiesta mariana que podemos constatar en la Iglesia
occidental. Probablemente, la fiesta remplazaba la costumbre pagana de las «strenae» (estrenas, dádivas), bien
distinta del sentido de las celebraciones cristianas. El «Natale Sanctae Mariae» comenzó a celebrarse en Roma
hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación de una de las primeras iglesias marianas de Roma, esto
es, Santa María Antigua, en el Foro Romano. La última reforma del calendario trasladó al 1 de enero la fiesta de
la maternidad divina, que desde 1931 se celebraba el 11 de octubre en memoria del Concilio de Efeso (431),
donde se proclama a María “Theotokos”, la que dio a luz al Salvador, el Hijo de Dios.
Celebramos también la Jornada mundial de la Paz ( ), ya que al comenzar el año siempre se celebra esta jornada
de la paz, cuyo mensaje no puede ser ignorado por los cristianos que deben trabajar denodadamente por la paz
amenaza en el mundo.

Iª Lectura: Números (6,22-27): El Señor nos conceda la paz

I.1. Esta formula de bendición que Moisés, en el texto, dicta a Aarón debe ser considerada como lo que es, una
fórmula litúrgica. Esa es la razón por la que Yahvé se la inspira a Moisés y éste a Aarón, para darle toda la
relevancia y solemnidad necesarias. Sabemos que en ella podemos rastrear expresiones de otros textos
bíblicos, de salmos especialmente (cf 121,7-8; 4,7; 31,17; 122,6). Tres veces se repite el nombre de Dios, de
Yahvé. Y se pide la bendición que guarde al pueblo, que ilumine con su rostro. Hay toda una teología bíblica del
“rostro de Dios” que ha influido mucho en la espiritualidad y en la verdadera actitud cristiana del seguimiento.
Buscar el rostro de Dios, el que Moisés no podía mirar, se convierte así en la fórmula teológica de un Dios
salvador y misericordioso, protector de Israel y dador de la paz. La paz que era lo que el pueblo podía desear
más que otra cosa, sigue siendo el don maravilloso para el mundo.

I.2. Pero el texto que se ha escogido del libro de los Números, está orientado, hoy especialmente, sobre la
bendición que se pide a Dios. Esa bendición es la paz. En las lenguas semitas, con la raíz shlm —de donde deriva
shalom-paz— se indica una dimensión elemental de la vida humana, sin la cual ésta pierde gran parte de su
sentido, si no todo. Con la palabra paz se indica “lo completo, íntegro, cabal, sano, terminado, acabado,
colmado”. La paz, así entendida, designa todo aquello que hace posible una vida sana armónica y ayuda al pleno
desarrollo humano. En los textos, sin embargo, no aparece siempre con este significado tan denso. De ahí viene
la palabra griega eirênê. Desde luego, desde el punto de vista bíblico, la paz, e incluso la “pax” como término
latino, no es solamente el orden establecido. Es un don mesiánico, implica necesariamente ausencia de guerra.
Pero es, sobre todo, un estado de justicia y fraternidad. En el Nuevo Testamento el término eirênê aparece
acompañado también de otros sustantivos con los que se coordina y complementa. De la mano de eirênê van
amor y alegría (Gal 5,22); gloria y honor (Rom 2,20); vida (Rom 8,6); honradez y paz (Rom 14,17); alegría (Rom
15,13); amor (2 Col 13,11; Ef 6,23); misericordia (Gal 6,16); favor/gracia y misericordia (1Tim 1,2; 2Tim 1,2;
2Pe 1,2; Jn 3); rectitud, fe y amor (2Tim 2,22). Eirênê se muestra de este modo como el ámbito propio para el
desarrollo de una vida en plenitud, donde no puede admitirse ni la violencia político-social, ni la violencia
económica del mundo (de la globalización inhumana). Efectivamente sigue siendo un “don mesiánico”,
fundamentado sobre la justicia y la fraternidad. Es un don que viene de lo alto, con todo lo que esto significa.

IIª Lectura: Gálatas (4,4-7): La plenitud de los tiempos trae la libertad

II.1. La carta a los Gálatas es paradigma de la opción apostólica de Pablo por la salvación de Jesucristo, en
contra de la ley. Y este texto de hoy es un “axioma” teológico de su mensaje y de su predicación. El salvador, el
liberador, “ha nacido de mujer”, es un hombre como nosotros en el sentido más determinante. Se ha dicho que
esta es la “navidad” de Pablo. No deja de ser curiosa, por escueta. Pero la verdad es que nos encontramos ante
un texto paradigmático por su afirmación teológica. Nada de esto tiene desperdicio. Todo está medido y tasado
en el planteamiento que viene haciendo el apóstol sobre los que han de pertenecer al pueblo de Dios y de las
promesas. Es decir, todos los hombres que habiendo nacido fuera de Israel, serán llamados a beneficiarse de las
promesas hechas a Abrahán. Por eso se habla de la “plenitud de los tiempos” (tò plêrôma tou jronou); y
entonces un hombre (porque es nacido de mujer), nacido en Israel (bajo la Ley), va abrir las puertas de la gracia
y la salvación a toda la humanidad.

II.2. No podríamos hablar de un texto mariológico en el sentido estricto del término. De hecho, Pablo es más
bien cristológico. Pero no hay verdadera cristología sin la historia real de Jesús de Nazaret (al que no conoció
Pablo), un judío, como él. Un judío que habría de enfrentarse, en nombre de Dios, a la manipulación de le ley,
para hacer posible que el verdadero proyecto de Dios se realizara plenamente. Para “rescatar a los que estaban
bajo la ley”: he aquí el objetivo de la encarnación y el sentido de la navidad para Pablo. Es algo que se respira en
toda la carta. Y muy especialmente en este texto donde inmediatamente antes describe el tiempo anterior a
Cristo como un estar sometidos a un “pedagogo” (la ley), porque no quedaba más remedio. Pero Dios, como
Padre, tiene prevista otra cosa bien diferente para sus hijos.

Evangelio: Lucas (2,15-21): Y encontraron al Salvador del pueblo


III.1. Hoy se nos propone la continuación del relato del nacimiento de Jesús, que se leyó la noche de Navidad,
que se compone de tres partes (1ª vv.1-6; 2ª vv. 7-14; 3ª vv. 15-21). Nos permitimos señalar que esta tercera
parte del relato de Lucas tiene un cierto sentido por sí mismo, en cuanto muestra la respuesta humana al
momento anterior que es todo él mítico, revelador, divino, angelical y extraordinario. Los pastores ¿qué harán?
¿buscarán al Salvador? ¿dónde? ¿es suficiente el signo que se les ha dado? ¡Desde luego que si!, lo buscarán y lo
encontrarán. Pero lo buscarán y lo encontrarán con el instinto de los sencillos, de los que no se obsesionan con
grandezas; diríamos que lo encontrarán, más bien, por instinto profético. El narrador no deja lugar a dudas,
porque quiere precisamente mostrar la respuesta humana al anuncio celeste. Los pastores se dicen entre ellos
algo muy importante: «lo que nos ha revelado el Señor”. Y se van derechos a Belén ¿a Belén? ¿era esa acaso la
ciudad de David? Sí; lo fue, pero ya no lo era de hecho, porque Jerusalén había ganado la partida. Pero como por
medio está el anuncio del Señor, recuperan el sentido genuino de las cosas. Y van a Belén, de donde procedía
David, para “ver” al Mesías verdadero. Es verdad, todo es demasiado ajustado al proyecto teológico de Lucas,
que quiere poner de manifiesto el designio salvador de Dios.

III.2. Ahora los pastores, al llegar, encontraron el “signo”, aunque algo distinto: encontraron a sus padres, de lo
que no había hablado la voz celeste. Podría pensarse o podrían pensar que encontrarían un niño abandonado,
pero no; están sus padres con él. Y ya no se mencionan los “pañales”, sino el niño acostado en un pesebre. Lo
más curioso de todo esto es que los pastores son los que vienen a interpretar el hecho a todos los que lo
escuchan. Son como los intérpretes del mensaje que han recibido del cielo. No podemos menos de considerar
que la escena es muy formal desde el punto de vista narrativo. ¿Por qué? Porque Lucas quiere que sean
precisamente estos pastores, de fama canallesca en aquellos ambientes religiosos, los que anuncien la alegría
del cielo a todo el pueblo. Eso es lo que se dijo en el v. 10 y el encargo que se les encomienda: tienen que aceptar
el “signo” e interpretarlo para todo el pueblo. ¿Serán capaces? Si no hubieran sido los pastores, probablemente
la alegría le habría sido birlada al pueblo sencillo. Pero los pastores, en este caso, son garantía de la
inculturación del mensaje divino en el pueblo sencillo.

III.3. ¡Hasta María se asombra de esta noticia!, como si ella no supiera nada, después de lo que le había
“anunciado” (que no confidenciado) Gabriel. No obstante, Lucas quiere ser solidario hasta el final. María
también es del pueblo sencillo que, de unos extraños pastores, sabe recibir noticias de parte de Dios. Y las
guarda en su corazón. Dios tiene sus propios caminos y de ahora en adelante veremos a María “acogiendo” todo
lo que se dice de su hijo (como en el caso de Simeón y Ana) y lo que le dice su mismo hijo al dedicarse a las
cosas que tiene que hacer y anunciar, desde el momento de la escena de Jerusalén en el templo. Dios está
escondido en este “niño” y los pastores lo reconocen y alaban a Dios. ¡Quién iba a decirlo!.

III.4. El relato termina con el v. 21 donde lo más importante y decisivo es poner el nombre del niño; la
circuncisión pasa a segundo plano. Un nombre que no es cualquier cosa, aunque no sea un nombre original, ya
que el de Jesús es bien conocido (es versión griega del hebreo Josué). Pero como en la Biblia los nombres
significan mucho, entonces el que se le ponga el nombre que se le había anunciado, y no el que María elige,
quiere decir que acepta, más si cabe, que este niño, este su hijo, ha de ser el Salvador del pueblo que anhela la
salvación y que los poderosos le han negado. Es verdad que no se dice explícitamente que María le puso ese
nombre, aunque así aparece en la Anunciación. Sabemos que el nombre se lo ponen sus padres (aunque el
esposo de María también queda en segundo término en el relato, como la circuncisión). Incluso podíamos
inferir que es todo el pueblo el que se encarga de aceptar este nombre revelado que significa: Dios es mi
salvador o Yahvé salva. Es una “comunidad” la que reconoce en el nombre todo lo que Dios le regala. Por tanto,
en su nombre está escrito su futuro: ser el Salvador de los hombres. Por eso María guardaba todas estas cosas
en su corazón.

FIESTA DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


TODOS VERÁN LA SALVACIÓN DE DIOS

Iª Lectura: Isaías (60,1-6): Dios de todos los pueblos

I.1. El texto del libro del profeta Isaías adelanta el sentido de la fiesta: el universalismo de la salvación de Dios.
El Trito-Isaías (la tercera parte del libro de Isaías, con oráculos de un profeta desconocido), se vale de la imagen
de Jerusalén, símbolo de la presencia de Dios, para afirmar que todos los pueblos buscarán a ese Dios. Pero no
se hace por la apologética barata de que el Dios nacional de Israel sea el único y verdadero. El Dios del profeta
no es un Dios nacionalista, y con ello cae por tierra ese nacionalismo religioso que muchas veces se ha usado
para grandes despropósitos. Si el profeta se vale de Jerusalén, es porque el profeta no puede dejar de ser un
judío en su mundo y en su cultura.

I.2. Pero la intuición del profeta se perfila en el sentido de que Jerusalén ha sido humillada muchas veces en su
historia. Comparada con las grandes ciudades de la cultura y la religión que la han rodeado ha sido humillada,
postrada, asediada y ha sido pasada a cuchillo. Ahora, teniendo Dios allí su morada (cosa que el profeta
entiende al pie de la letra, pero nosotros no estamos obligados a ello) es testigo de cómo vienen todos los
pueblos, todas las religiones, todas las culturas, para ver la luz de Dios, trayendo sus dones. Dios, pues, escoge a
la Jerusalén maltrecha para decir quién es y qué quiere de la humanidad entera. Este es el evangelio, el
misterio, del Trito-Isaías para sus contemporáneos. El texto resonará en el evangelio de Mateo del día de hoy.

IIª Lectura: Efesios (3,2-3.5-6): El misterio de Dios se revela a todos

II.1. El texto de Efesios nos habla del “misterio” que le ha sido encomendado al Apóstol para que lo lleve a todos
los pueblos, a los paganos, a los gentiles (diríamos a los que no tienen Dios). ¿Cómo es posible? El texto es un
texto paulino, una “confesión” que retrata a Pablo, si bien la carta a los Efesios es muy posible que no haya sido
escrita por él, sino por un discípulo que quiere mantener en alto la antorcha de la vocación y la misión del
Apóstol. Efectivamente, vemos un interés especial en describir la originalidad de la misión paulina. Y en esto no
hay nada que objetar. Las cartas auténticas de Pablo nos revelan, por activa y por pasiva, que esta ha sido la
vocación y la historia de Pablo, por lo que ha dado su vida “en Cristo”.

II.2. Se habla del “don de la gracia”, de una “revelación” que ha recibido el apóstol. Esta es la verdad si
comparamos nuestro texto con Gal 1,12.16. Aquí se refiere al camino de Damasco como punto focal de esta
iniciativa divina. Dios lo ha llamado para ser apóstol de los paganos y para ello le ha entregado el evangelio de
la salvación. Lo que en nuestro texto de hoy se llama “misterio”, es lo mismo. Porque el evangelio es la buena
noticia de que Dios ha decidido salvar a todos los hombres, de cualquier raza y religión. Es eso lo que el autor
de Efesios llama misterio y lo que Pablo llama varias veces “mi evangelio”.

Evangelio: Mateo (2,1-12): La estrella de la salvación de la humanidad entera

III.1. Texto complicado, simbólico, arcaico, prefigurativo, midráshico. Todos estos adjetivos se usan a la hora de
leer e interpretar el relato de Mateo sobre los magos (magoi, en griego, no reyes) que vienen en busca de una
estrella. Y la verdad es que la exégesis bíblica ya ha dado numerosas muestras de madurez a la hora de
interpretar un relato de este tipo, que desde luego, no puede leerse histórica o fácticamente, al menos con
opciones fundamentalistas. Tenemos que reconocer que nos encontramos ante una magnífica página teológica,
con sabor oriental y con una cristología de las primeras comunidades cristianas, especialmente la de Mateo, que
vio en el texto de Miqueas (5,1) la prefiguración de Jesús como Mesías, por su nacimiento en Belén. La
comunidad de Mateo, de origen judeo-cristiano, necesitó leer mucho las Escrituras, el AT, para rastrear su
identidad de aceptar a Jesús como el Mesías en todos los sentidos. Consiguientemente, es posible que en una
comunidad de este tipo se viera necesario, como causa-efecto, que si Jesús es considerado el Mesías, tenga que
nacer en Belén.

III.2. Pero ¿qué papel desempeñan los magos? Pues el de aquellos que extraños al judaísmo y a su religión, han
buscado, han interpretado los signos de los tiempos y se han arriesgado también a aceptar al niño de Belén
como su luz. Es verdad que estos textos de Mateo, como los de Lucas, no pueden haber sido escritos sino
después de que las comunidades cristianas proclamaran a Jesús resucitado. No podía ser de otra manera. Pero
el texto de Mateo es más especial, si cabe, porque está “empedrado” de alusiones a textos veterotestamentarios
que se leen con el sentido de cumplimiento o de alusiones significativas. Todos los grandes personajes de la
historia han tenido su “estrella”, como Alejandro Magno, Augusto, y el “rey de los judíos” no podía ser menos a
la hora de presentarlo ante toda la humanidad. Desde luego no es necesario pensar o defender que en el
momento del nacimiento de Jesús se produjo una gran conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de
Piscis; es bastante hipotético que sea así, y tampoco podemos decir que esté contemplado en nuestra narración.
Además, si esta conjunción pudiera probarse para el año 7 a.C. (como algunos sostienen), todavía no se
“buscaría” a Jesús como el “rey de los judíos”, porque este título no podía aplicársele desde su nacimiento, sino
después de la muerte (es el título de la condena en la cruz) y la resurrección.

III.3. Desde el significado de la fiesta de hoy es mucho más iluminador leer el texto sin buscar exageradamente
coincidencias históricas. Por eso interesa resalta su tejido midráshico (actualización y adaptación de textos
bíblicos). Así podemos ver que nuestro relato ha podido confeccionarse teniendo en cuenta al profeta Balaam
(Num24,17), un extranjero llamado por Balaq para maldecir a Israel; pero sucede lo contrario: lo bendice
preanunciando la estrella de Jacob, el padre de las tribus. De la misma manera, el texto de Is 60,6 (nuestra
primera lectura) con los camellos y dromedarios cargados de dones que vienen a Jerusalén y, no menos, el
sentido del Sal 72,10.15 sobre los reyes de tierras lejanas que traen regalos al rey del futuro. La fe de los
primeros cristianos tuvo que formularse de esta forma y de esta manera, expresarse simbólicamente. La verdad
es que los cristianos aceptaron a Jesús como el Mesías verdadero, el que traería la salvación a todos. No había
más remedio que rebuscar en la Escritura para dar sentido a todo ello.

LA PRESENTACION DEL SEÑOR (2 de Febrero)

Este domingo se celebra la fiesta de la “presentación” del Señor. La fiesta es de origen oriental: Se le conocía
como “Hipapanto = Encuentro”. Hasta el s. VI se celebraba el 15 de Febrero, por contar cuarenta días desde la
Epifanía, pero después comenzó a contarse desde la Navidad y de ahí que pasase a celebrarse el 2 de Febrero.
En realidad es una fiesta de sentido cristológico, aunque no está descartada, desde luego, la significación
mariológica; por eso se la conoce como “La Candelaria”. Es a partir del s. VII cuando se introduce en la liturgia
de Occidente, si bien algunos afirman que el papa Gelasio (s. V), ya había instituido esta fiesta.

Iª Lectura: Malaquías (3,1-4): El mensajero de la Alianza

I.1. El texto de este profeta posterior al destierro, no solamente habla del famoso “día de Yahvé” con tonos
apocalípticos, sino desde una perspectiva más audaz y esperanzadora para este mundo y esta historia. Se
refiere, claro está, a la historia de Israel y su pueblo, esa experiencia que es la base de todos los mensajes
proféticos. El libro de Malaquías abunda en visiones futuras sobre el tiempo escatológico en el que se reunirán
en torno a Yavé las naciones para adorarle. El texto que nos ocupara de esta primera lectura litúrgica se ha
escogido porque se considera como la “profecía” de cumplimiento del relato de Lucas sobre la presentación de
Jesús en el templo. Un relato, que como veremos, tiene más de simbólico y teológico que de histórico, aunque no
quiere decir que el hecho no sea histórico en sí.

I.2. Son tres los personajes que se anuncian en el texto: “mi mensajero... el Señor.. el mensajero de la alianza”, y
se ha discutido si se refiere a la misma persona o son enviados previos. El mensajero, sin embargo, se ha
identificado en la tradición cristiana con Juan el Bautista (Mt 11,10), hasta el punto que la figura del Bautista
es una de las más apreciadas en el Adviento. Pero sobre todo se describe con imágenes enérgicas, propias del
mensaje apocalíptico, la obra de purificación que Yavé llevará a cabo para separar el mal del bien, y concluye
con el resultado final: será posible ofrecer a Dios, definitivamente, una ofrenda agradable, porque el pueblo
será también definitivamente según lo que Yahvé espera de él.

I.3. Interesa especialmente el “mensajero de la alianza”, porque es una constante de la teología profética,
aunque tenga los tonos apocalípticos de esta que nos ocupa. Pensar que Dios ha de enviar a alguien para que
restaure la Alianza es como empezar de nuevo, como si la Alianza del Sinaí ya no tuviera valor. Este es uno de
los motivos por lo que fueron rechazados los profetas. La Alianza no es algo que acontece sin el compromiso
de un pueblo por la justicia y el proyecto de Dios. Si no se vive la Alianza, esta se ha roto por parte del pueblo…
Pero Dios siempre está empeñado en rehacer la Alianza y el proyecto de salvación con su pueblo.

IIª Lectura: Hebreos (2,14-18): Como sus hermanos… por eso el “digno de fe”

II.1. Este hermoso texto de la carta a los Hebreos es muy significativo por varias razones. Principalmente
porque quiere mostrar a Jesús que desde ahora se le va a presentar como “Sumo Sacerdote”. Todavía no
estamos en el c. 7 de esta carta o sermón a los Hebreos, donde se describe de una forma extraordinaria el
papel de Jesús como Sumo Sacerdote, original, capaz de hacer lo que los sacerdotes de la Antigua Alianza no
han sabido y no han podido llevar a cabo: introducirnos en el “sancta sanctorum”, en la intimidad de la
santidad de Dios, donde se pensaba que nadie antes podía llegar. Nuestro sacerdote, sin embargo, lo ha
logrado. Y todo esto porque Jesús es de nuestra carne y de nuestra sangre.

II.2. Ese “Sumo Sacerdote”, pues, título poco efectivo para describir la obra de Jesús, pero lleno de contenido, es
de nuestra familia, de nuestra carne, vive nuestra historia, conoce nuestros pecados y nuestras miserias. Ha
aprendido todo lo nuestro –sin ser pecador-, para poder llegar al corazón de la maldad humana y cambiarla
radicalmente. Es, sobre todo, “compasivo y fiel (pistos)”. Se ha discutido mucho cómo ha de entenderse el
adjetivo “fiel”; creo que se debe interpretar, especialmente, como “digno de fe”, de absoluta confianza para
nosotros. ¿Por qué dice esto? Porque si bien Jesús de Nazaret no es de familia sacerdotal, lo que ha hecho por
nosotros, por nuestra liberación lo hace verdaderamente “digno de fe y confianza”. Nos ha traído la salvación y
ha hecho posible nuestra reconciliación con Dios, destruyendo el mal (el diablo), dice el texto. Y especialmente
es digno de fe, porque ha sabido vivir nuestra misma vida, sin sentirse alejado del pueblo y de sus miserias.

Evangelio: Lucas (2,22-40): Luz de todos los corazones

III.1. Estamos ante una verdadera obra maestra de la teología de Lucas (ya se comentó el texto en el domingo
después de Navidad, la Sagrada Familia). Queremos resaltar que narrativamente es un texto evangélico y,
como tal, con un mensaje que va mucho más allá del hecho histórico de la presentación de un recién nacido
para cumplir la ley de Moisés (o la ley de Dios como se dice a continuación). Se ha de tener en cuenta que no
era necesario que el niño fuera llevado al templo para cumplir con el precepto de esa ley de la purificación de
la madre (cf Lv 12,1-8), porque lo de la presentación del niño no era algo requerido por la ley de Moisés. Se
quiere, pues, mostrar que los padres de Jesús se atienen en todo a esa ley y pretenden “consagrarlo al Señor”
según lo que establecía un precepto (Ex 13,2.12.15), con el rescate del primogénito (Ex 13,13; 34,20) con el
pago de cinco siclos (Num 18,15-16); aunque Lucas no dice expresamente que se llevara a cabo ese rescate así.
Lo importante era poner de manifiesto que los padres de Jesús querían incardinar a su hijo a todo aquello que
era considerado como una vida de fidelidad a Dios cumpliendo ciertos preceptos.

III.2. Pero es eso precisamente lo que va a ser puesto en entredicho en esta narración lucana. Los padres que
viven de esa fidelidad se van a encontrar, de pronto, con personajes que viven y sienten al margen de esos
preceptos. Son el viejo Simeón y la profetisa Ana, quienes con su mensaje van a poner en “solfa” todo lo que
manda la ley y exige la tradición. Porque no basta con eso para ser fieles a Dios. Y esta es una lección
“teológica” que sus padres aprenden con admiración y con la misma fidelidad con que intentaban ser fieles a la
tradición y a la religión de su pueblo. Estos personajes de la narración aparecen como por ensalmo, pero no se
quedan en la pura estética. No son los sacerdotes los que acogen a Jesús en este momento en que es llevado al
templo, sino dos personajes que nada tienen que ver con la ceremonia que se realiza. Primeramente, un
anciano que esperaba la “consolación de Israel”. No podemos menos de unir esos dos elementos: anciano y
quien espera la consolación (según Is 40,1; 51,12; 61,2 designa la salvación de Israel). Su canto del “Nunc
dimittis” encierra todos los tonos del Espíritu, quien pasa a ser protagonista a partir de este momento. Por eso
mismo debemos saber leer nuestro relato acentuando cómo se pasa desde la ley de Moisés al Espíritu. Esta
será una constante en la obra de Lucas. La salvación no llegará por la ley, sino por el Espíritu de Dios. Cuando
los padres van a consagrar al niño a Dios, es Simeón quien aparece para “arrebatar” al niño de las manos
maternas y presentarlo él con su “palabra” y con su canto, bendiciendo a Dios. No debemos pasar por alto este
detalle, con toda su significación.

III.3. El canto de Simeón, el “Nunc dimittis” está cargado de resonancias bíblicas y especialmente por lo que se
refiere a presentar a Jesús como “luz” de todas las naciones (Is 52,10). Es la primera vez que aparece en la
obra de Lucas y será como una línea dorada en su doble obra (Evangelio-Hechos). Jesús no ha venido
solamente para salvar al pueblo de Israel, sino a todos los hombres. Es una salvación que ilumina a todos los
pueblos. Ese carácter universalista de la salvación es, debe ser, central en el mensaje de esta fiesta.

III.4. El papel de Ana, la profetisa, no es tampoco un adorno narrativo, aunque no está falto de estética
teológica. Viene en apoyo de lo que Simeón anuncia. No olvidemos que es una “profetisa”, que está día y noche
en el templo. El templo como lugar de la presencia de Dios, de los sacrificios y peregrinaciones. Ahora a esta
mujer –debemos resaltar lo de ser mujer-, se le enciende el alma y el corazón de una forma profética para
proclamar la liberación (el rescate) de Jerusalén o de Israel, el pueblo de Dios. Ya no es simplemente la mujer
que en silencio ora y asiste a las ceremonias sagradas, sino que rompe muchos silencios de siglos, con la
llegada de este niño al templo. Su voz femenina le da entraña a todo aquello que podía haber quedado en un
rito más de purificación.

III.5. No entramos en las palabras de Simeón a María (vv. 34-35), del signo de Jesús, bandera discutida, que
habla de su historia concreta, de su predicación, de su experiencia de Dios, de sus ofertas de salvación a los
pecadores. Y de la “espada” (cf Ez 14,17) de María, que es la espada de la palabra salvadora que lleva a la
pasión. Sabemos que todo esto no ha podido formularse sino después de los acontecimientos de la Pascua.
Porque, como todo el conjunto de Lc 1-2, esta es una escena programática que habrá de desarrollarse a lo
largo de la vida de Jesús. Y no podemos olvidar que la historia concreta de Jesús es la historia de un Mesías
rechazado. María, en ese momento, para Lucas, no solamente es una figura histórica, que lo es como madre
que lleva a su hijo, sino que representa a la nueva comunidad que fiel a Dios, pasa desde su experiencia de la
fidelidad a la ley a la experiencia de la fidelidad al Espíritu. Por eso la palabra de Jesús y su vida, es una espada
de identidad para esta comunidad.

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


La mano del Señor estaba con él

Iª Lectura: Isaías (49,1-6): Luz de las naciones

I.1. Este es el segundo canto del Siervo de Yahvé que es una de las originalidades del famoso Deutero-Isaías. Se
trata de una llamada, de una elección desde el seno materno. Los nombres de Jacob y Israel que se identifican,
pero que, por otra parte eran personas distintas como "epónimos" del pueblo elegido, suenan un poco a
artificio literario y formal y, en todo caso, simbólico. El "siervo" es un individuo, una persona, aunque también
se sugiere, de alguna manera, que se está contemplando una colectividad. El "siervo" lleva el nombre, pues, de
Israel, para reunir a Israel (o Jacob) a una misión: ser luz de las naciones. Para ello debe reunir de nuevo al
pueblo.

I.2. Todo esto, pues, es una llamada a una verdadera misión profética. Los profetas no se hacen, no estudian, no
aprenden en escuela… los profetas tienen una sintonía con Dios que les llama, les impulsa, les arranca de lo
normal y les encomienda una misión que va más allá de lo de siempre. El profeta rompe barreras, atraviesa
esquemas imposibles, porque desde el "seno materno" estaba tocado por el dedo de Dios para algo muy
especial. No de otra manera se nos han presentado las llamadas a la misión profética del mismo Isaías, de
Jeremías, de Amós, pero de la misma manera nos encontramos una descripción parecida en Pablo a ser apóstol
de los gentiles (Gal 1,15), cuya misión profética es patente en el cristianismo primitivo.

I.3. Como podemos percibir, es una llamada a la predicación, a la palabra, esa palabra que debe ser "como una
espada afilada" (así nos lo recordará también el autor de Hebreos 4,12) y una "fecha bruñida" que apunta lejos,
muy lejos, porque la palabra no tiene límites, es como el viento, como el Espíritu. Y es aquí donde la
pesadumbre del profeta, que se siente cansado y quizás fracasado, encuentra el consuelo de la misma palabra
de Dios que le anima a no darse por derrotado. Ya sabemos que los verdaderos profetas no encajan con la
realidad y el statu quo de aquellos que no quieren cambiar nada y piensan que Dios no cambia. Para eso es para
lo que Dios elige y "llama" a los profetas, para dar una vuelta a la realidad anquilosada. Ellos son
contraculturales, marginales frente a los poderosos… y presiente, con sudor y lágrimas, que Dios está con ellos.
Así ha sucedido siempre con los verdaderos profetas.

I.4. Y es una misión a la universalidad: "luz de las naciones". No basta con reunir a Jacob o a Israel, es decir, al
pueblo elegido. El nacionalismo se queda estrecho. Los profetas de luz, los profetas de la palabra viva y
verdadera, tienen que ir más allá de los círculos cerrados de pueblos y clanes, de razas privilegiadas. El "siervo"
misterioso del poema plantea, pues, un camino que no se agarra al espíritu nacional de una religión doméstica
¡Sería el empobrecimiento del proyecto salvador y universal de Dios! Todos los pueblo, todas las razas, todos
los caminos, deben llevar al Dios vivo y verdadero. Es una "globalización" teológica sin precedentes en un sueño
universal: por la justicia y por la paz, en el derecho y en la libertad, en el desarrollo sostenible de un mundo
económico que, desde la crisis, apunta a una utopía que no debe cesar.
IIª Lectura: Hechos de los Apóstoles (13,22-26): Han comenzado a cumplirse las promesas

II.1. Este discurso de Pablo ante los judíos en la sinagoga de Antioquía de Pisidia (en el sur de Turquía), es el
primero que Lucas, el autor de los Hechos, le concede a Pablo con una intencionalidad manifiesta. Lucas
entiende que la primera tarea de los "apóstoles" era trasmitir el mensaje de la salvación a los judíos y después a
los paganos. Es un planteamiento esquemático que no siempre se cumplía. Pero lo obvio para Lucas era así y
por ello traza un discurso a los judíos de la diáspora en el sábado y ante la petición de los jefes de la sinagoga,
después de la lectura de la Ley y los Profetas. El discurso es kerygmático, es decir, tiene un núcleo fundamental
en el anuncio de la muerte y la resurrección de Jesús como liberación y salvación.

II.2. Y por ser un discurso ante un auditorio judío, se necesita una justificación teológica de la mesianidad de
Jesús, descendiente de David; por ello se parte del texto de 2Sam 7,12. No es una cita exacta, como se hace otras
veces con los textos de la Escritura, sino que se trata simplemente de una alusión. Porque es en David y su
unción donde se pone el origen tradicional del mesianismo real judío en el sentido de una promesa que ha de
cumplirse en el Mesías de Dios. Para los cristianos, y para Lucas concretamente, este Mesías es Jesús de
Nazaret. Por lo mismo, el autor de los Hechos y de este discurso, sin duda, quiere proponer no simplemente una
comparación entre David y Jesús, sino entre promesa y cumplimiento.

II.3. El texto, hoy, ha sido escogido por la mención del papel de Juan el Bautista, el último profeta del AT, aquél
que todavía exhortaba a la espera de "alguien" bajo la iniciativa divina. Es verdaderamente curioso que la figura
de Juan el Bautista sea usada en estos discursos, aunque se explica en razón de ese auditorio tan determinado.
Juan el Bautista pertenece al tiempo de las promesas, después, ya viene el tiempo nuevo que inaugura Jesús. El
profeta, a quien la tradición cristiana presenta como pariente de Jesús (las madres del Bautista y de Jesús se
encuentra al principio de la obra de Lucas 1), cierra el AT para nuestro autor.

II.4. ¿Por qué menciona Lucas a Juan el Bautista en este discurso? ¿Quizás contra algunos discípulos de Juan que
no aceptaban la mesianidad de Jesús defendida a ultranza por los cristianos? ¡No está claro! En realidad, lo que
ha hecho Lucas es sintetizar lo que ha escrito en el evangelio y se nos presenta en la frontera entre promesa y
cumplimiento. Los judíos deben saber que se han cumplido las promesas en Jesús (e incluso los discípulos del
Bautista), precisamente desde el momento en que el Bautista hace morir su profecía apocalíptica por el
cumplimiento salvador y liberador del anuncio del Reino por parte del profeta definitivo de Dios. Lucas mismo
lo ensalza y lo ve así (Lc 16,16).

IIIª: Evangelio: Lucas (1,57-66.80): ¡Juan es su nombre! Dios nos ofrece misericordia

III.1. La "historia" del nacimiento de Juan en Lc 1 se ha prestado mucho a la piedad o, por el contrario, es una de
las cuestiones históricas más debatidas. En realidad la descripción del nacimiento de Juan se hace en paralelo
con la de Jesús, pero con las diferencias pertinentes. No podemos menos de notar lo escueto que es el
evangelista para narrar el "nacimiento" de Juan (Lc 1,57-58), en dos versículos, mientras que al nacimiento de
Jesús le dedica veinte (Lc 2,1-20). Las consecuencias del nacimiento de Juan y la imposición de su nombre se
explican como contrarréplica a la escena del anuncio de su nacimiento y a la mudez de su padre Zacarías.
Zacarías debe hablar y escribir para dimensionar el nombre divino y el papel que el niño ha de tener. Lo
extraño y curioso es que Lucas concede menos peso al nacimiento de Juan y mucho más al rito judío de la
circuncisión y la imposición del nombre (vv. 59-66), mientras que en el caso de Jesús sucede al contrario: el
nacimiento y sus consecuencias tienen un peso extraordinario y del rito judío de la circuncisión le basta con
una simple evocación (Lc 2,21). Además, se subraya que la imposición del nombre corresponde al padre de la
criatura, en el caso de Juan. Pero en el caso de Jesús se le encomienda a María (Lc 1,31). Estas diferencias, sin
duda, marcan la teología de lo que Lucas quiere expresar: aunque son dos anuncios y nacimiento paralelos, lo
de Jesús es distinto de lo de Juan el hijo de un sacerdote.

III.2. Algunos autores no están seguros de que en tiempos de Jesús la imposición del nombre se realizara en el
momento de la circuncisión, ya que en el AT parece que era en el momento del nacimiento (Cf Gn 21,3). En todo
caso, la afirmación de Zacarías: ¡Juan es su nombre! pretendería explicar que la vida de Juan estaría en manos de
Dios y no de sus padres o de su familia. Según la tradición que Lucas recoge, Zacarías era de familia sacerdotal,
como sabemos, y el futuro de este niño debería ser el mismo: servir al culto y el templo; tenía derecho. Pero
como se quiere poner de manifiesto en Lc 1,80, este niño no será sacerdote, sino profeta, aunque un profeta
muy especial: en el desierto y llamando a un bautismo de conversión a todo Israel. ¿Qué es histórico en todo
esto? No lo sabemos, porque la verdad es que el nacimiento no ocupa mucho interés; casi todo se centra en
poner el nombre previo acuerdo entre Isabel y Zacarías después, con la tablilla; todo para contradecir a la gente
e imponer un nombre que no sabemos que viene "del cielo", como el de Jesús, pero lo parece, según la estética
de nuestro narrador.

III.3. ¿Qué significa Juan? Un nombre es muy importante en la Biblia. El nombre es todo un programa, un diseño
de vida… Jesús significa "Dios salva o es mi salvador" y su vida estará dedicada a la salvación. Juan (Yôhanan)
viene a significar: "Dios es propicio o Dios se ha apiadado", o bien, "Dios es misericordia". Desde esta
explicación y significado es cómo podemos entender el canto del Benedictus que Lucas ha puesto a
continuación, donde la visita de Dios a su pueblo es la idea que exhorta a bendecir y a alabar a Dios. Este cántico
de Zacarías, sin duda compuesto de Lucas, con todas las resonancias de los cantos del AT viene a mostrar que
toda la historia del pueblo de las promesas no ha sido en vano y que ha llegado el momento en que Dios, de
nuevo, estará con los suyos. Juan, pues, tiene esa misión en su nombre mismo: anunciar que Dios ha de llegar
para visitar, liberar… es lo que hará Jesús, quien con su nombre y su vida ha de llevar a cumplimiento todo el
proyecto salvador de Dios.

Solemnidad de San Pedro y San Pablo


Iª Lectura: Hechos 12,1-11: La liberación del Pedro de su “judaísmo”

I.1. El relato que Lucas ha elaborado sobre la liberación de Pedro de la cárcel, en torno a las fiestas de Pascua
(fiestas liberación), es uno de los más sugerentes y delicados que el autor de Lucas-Hechos nos ha querido
trasmitir. De esa forma va mostrando cómo los “discípulos”, por causa de Jesús, el Señor, el Mesías, tienen que
huir, no solamente de Jerusalén, sino también de un judaísmo y de una religión que podía llevar a encadenar al
movimiento cristiano en las “aspiraciones” de los judíos y de las autoridades políticas que saben usar la religión
en beneficio propio. Este relato viene después que Pedro ya ha abierto el camino a los paganos (en la familia de
Cornelio Hch 10-11) y la fundación de la comunidad de Antioquia que se va a convertir en la alternativa a
Jerusalén, en todos los sentidos. Conviene que lleguemos al sentido último de este relato que Lucas nos
presenta, que no es simplemente la liberación “milagrosa” de Pedro de la cárcel, sino que va mucho más allá

II.1. Pedro, en la cárcel, está todavía en medio de esta situación: la esperanza del pueblo judío. Y con Pedro,
gran parte de la Iglesia que vive en Judea. Podemos decir que para Lucas, Pedro es como la punta del iceberg, y
por ello es golpeado directamente en la persecución de Herodes. De ahí que las consecuencias definitivas de
esta persecución, urdida desde el judaísmo oficial y ortodoxo, le llevará a Lucas a esclarecer la identidad de la
Iglesia frente al judaísmo. La descripción de la liberación milagrosa de Pedro (vv. 6 11) es todo un canon que
sugiere un esquema progresivo de significaciones: 1) Pedro está preso durante las fiestas de Pascua y los
Ázimos (los días siguientes a la Pascua), lo cual es revelador como confrontación entre la fuerza de la Pascua
judía y la Pascua cristiana, donde Jesús ha vencido las cadenas de la muerte resucitando de entre los muertos.
Mientras el judaísmo oficial espera que pasen las fiestas, el Señor de los cristianos va a actuar en medio de la
situación de opresión que vive la Iglesia y Pedro a la cabeza, para manifestar dónde está la verdadera vida y la
verdadera libertad. 2) El papel de Pedro en esta liberación es meramente pasivo, porque es Dios quien se
convierte en verdadero protagonista por medio de su ángel. Así sucede siempre en los relatos de liberación
milagrosa, como en el éxodo y en otros momentos (Cf. Ex 3,8; 18,4 10; Dt 25,11; 32,29; Jos 9,26; Dn 3).

I.3. Luego la liberación de Pedro no es más que la ocasión para describirnos el proceso de liberación de la
Iglesia que se expresa magistralmente en el v. 11: “... y me ha liberado... de todas las esperanzas del pueblo judío”.
Como este es un versículo redaccional (es decir, propio de Lucas) podemos entender mejor la lección más
importante que debemos sacar de la lectura de esta narración. La clave es el hecho bíblico de la intervención de
Dios en favor de su pueblo, que ahora es la Iglesia representada por Pedro. Por ello, desde el c. 10 se venía
describiendo el proceso de liberación divina sobre el nuevo pueblo (la Iglesia), de tal manera que la protesta de
los circuncisos (11,2 s.) era una muestra del sueño que invadía a la comunidad de Jerusalén, mientras Dios daba
muestras de su voluntad liberadora. Lucas ha querido terminar de describir todo esto bajo el proceso
semiológico de la cárcel, en el contexto de las fiestas de Pascua, para dar más fuerza teológica de la liberación
de la esclavitud, como en los tiempos del éxodo. Pedro se ha de marchar de Jerusalén, de lo que representa la
ciudad santa para el judaísmo. Es el signo que ha escogido Lucas para decir que comienza una nueva etapa para
la Iglesia primitiva.

IIª Lectura: 2ª Timoteo 4,6-8.17-18: El elogio del predicador del evangelio

II.1. La 2ª Timoteo es de un discípulo que no puede olvidar a Pablo, que lo tiene en su corazón y en su memoria,
que vive pensando que el “predicador” del evangelio está vivo y lo estará siempre. En eso lleva razón sea quien
sea el autor de este escrito “pospaulino”. Pablo ha sufrido el martirio, sin duda; pero, como su Señor, sigue vivo
y su historia se hace “memoria” viva. Él fue quien, “sacado” de su judaísmo, de su vida personal, de su manera
de entender a Dios y la salvación, ha dado la vida por el evangelio, hasta la muerte.

II.2. Este “autoelogio” de Pablo es, desde nuestro punto de vista, una mímesis: “una imitación que se hace de
una persona, repitiendo lo que ha dicho y remedándola en el modo de hablar y en gestos y ademanes,
ordinariamente con el fin de ridiculizarla”. Esta definición del DRAE se ajusta en todo a esta mímesis, menos en
el objetivo final. En el caso de nuestro texto, no es precisamente para ridiculizarla, sino para elogiar al “apóstol”
que lo abandonó todo por el evangelio de la gracia y la salvación para todos los hombres. El autor quiere hacer
ver a una comunidad cómo se sintió Pablo al final de su vida: desde luego, no desesperado, sino entregado en
“libación” al Señor salvador de todos los hombres. La muerte, así, no es más que el camino que lleva a la
verdadera vida. Pablo no hizo carrera en el cristianismo, sino que le ofreció a hombres y mujeres de todos los
ámbitos religiosos y humanos la liberación de la angustia a la que estaban sometidos.

Evangelio: Mateo 16,13-19: La “confesión” de Pedro es la “piedra”

III.1. El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de
Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras
sobre el “primado”. Es evidente que la tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la
sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el
sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que
significa “roca”. El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo,
no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo.
Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su
ministerio.

III.2. Pero el texto en cuestión de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes. No lo
debemos ocultar. Y las interpretaciones corresponden a las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los
católicos siempre interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que
petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”.
¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay
muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de
Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos
parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de
pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una
confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.

III.3. Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las
de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias
de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego,
tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar
la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se
hace frecuentemente, que los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús nos llevan directamente a las
mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega de estas palabras
es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos ante la teología de
un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús histórico.

III.4. Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a
las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En
Cristo, claro está (cf 1 Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo,
no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios
que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los
sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este
tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma
metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los
que son recalcitrantes y rompen la comunión.

III.5. En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido
por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la “infalibilidad” doctrinal, sino al
servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la
interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que
afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeo-cristiana que
necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los
seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace
Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y
desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa.
Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro
tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.

FESTIVIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL

Iª Lectura: Hechos (4, 33; 5, 12.27-33; 12, 2): El primer apóstol de Jesucristo mártir
I.1. La primera lectura de esta fiesta está entrelazada con un conjunto de datos que los Hechos nos ofrecen del
testimonio de la primitiva comunidad, especialmente de los apóstoles (los Doce), que son los únicos que Lucas,
su autor, reconoce como tales en esta segunda parte de su obra. Ellos daban testimonio de la resurrección de
Jesús, no podía ser de otra manera, porque de lo contrario no se explicaría lo que se ha dicho sobre Pentecostés
y las consecuencias que esto supuso para los seguidores de Jesús, que todavía no tenían ni siquiera un nombre
como seguidores. Será en Antioquía donde recibirán el de “cristianos”. Santiago, uno de los hijos del Zebedeo,
debía ser, sin duda, en esos primeros momentos, un personaje influyente en la comunidad de Jerusalén, hasta
que Santiago, el hermano del Señor se hizo con las riendas de los cristianos que pudieron quedarse en Jerusalén
a causa de las persecuciones.

I.2. La muerte de Santiago, el Zebedeo, se nos relata escuetamente en Hch 12,1-2 y pone de manifiesto que fue el
primero de los Doce que sufrió el martirio a manos de Herodes Agripa, el nieto de Herodes el Grande, quien
había recibido el poder de Roma por unos años. Lucas no se preocupa demasiado en describir cómo sucedió, a
diferencia de lo que sucede con Esteban (Hch 7). En todo caso, la noticia sirve de introducción al hermoso relato
de la liberación de Pedro de manos de las intenciones del judaísmo, en el contexto de la Pascua. Y es la
consecuencia, sin duda, del anuncio de la resurrección por parte de los Apóstoles. De hecho, la noticia
sorprende en el sentido de que no fuera Pedro precisamente el primero en recibir el bautismo de sangre en
nombre de Jesucristo. No hay explicaciones satisfactorias sobre el particular: ¿por qué Santiago y no Pedro?
¿era el más señalado por su ideología frente al judaísmo? Esta es una explicación que algunos han tratado de
justificar, pero no es posible asegurarlo.

IIª Lectura: 2Corintios (4,7-15): El tesoro de ser apóstol, en vasos de barro

II.1. En la defensa que Pablo tiene que hacer de su apostolado ante la comunidad de Corinto, porque han llegado
“algunos” con cartas de recomendación para “dirigir” a la comunidad, se expresa la pasión que el “apóstol” de
los gentiles por el mensaje de la salvación. Es un texto de una precisión inigualable. Todo se inicia (vv.8-9) con
una lista de calamidades con las que se quiere ilustrar la metáfora del vaso de barro. Pero esas calamidades no
destruyen -se entiende que por la ayuda y la acción de Dios-, ese vaso de debilidad que es el apóstol que predica
el evangelio. Es decir, el tesoro, que es el evangelio o el mismo servicio del evangelio, hace posible que el
apóstol o los apóstoles no vivan angustiados ni desesperados ni abandonados ni perdidos. Se trata de un catálogo
que algunos han comparado con las adversidades que relatan los filósofos cínico-estoicos. Pero la verdad es que
no está hablando de una propuesta de ataraxía o imperturbabilidad por parte de Pablo, sino que es una
descripción de identificación con el misterio de Cristo, para poder participar así también, con esperanza, del
triunfo de la resurrección. Por ello va a echar mano de la experiencia personal que todo creyente debe tener
con Jesucristo, con su muerte y su resurrección.
II.2. Pero más aún, el “emisario” o “apóstol” del evangelio debe estar en disposición de vivir esta vida en Cristo:
entregarse a la muerte, para que los otros vivan de ese evangelio. Así se dice clara y manifiestamente en 4,12:
“de este modo, la muerte acontece en nosotros, y en vosotros la vida”. Significa que mientras el apóstol, por causa
del evangelio, va gastando su vida, en esa medida siembra vida en la comunidad que acoge ese mensaje. Pablo
ha expresado esta identificación con Cristo en otros momentos, como en Gál 2,20 o en Flp 3,7-11. Pero el hecho
de que ahora apoye su ministerio en el kerygma: muerte y resurrección de Jesús, es porque sirve
extraordinariamente a la metáfora paradójica del “vaso de barro” y del “tesoro”. El predicador del evangelio,
pues, experimenta personalmente la soteriología en su doble dimensión de muerte y de vida. No se puede vivir
sino muriendo, de la misma manera que Cristo no ha podido resucitar o “ser resucitado”, sino pasando por la
debilidad de la muerte (v.10). Si todos los cristianos, pues, tienen que acoger esta experiencia soteriológica de
identificación con Cristo, no puede ser menos el apóstol que está encargado de este ministerio.

Evangelio: Mateo (20,20-28): Beber el cáliz de Jesucristo: servir dando vida

III.1. Este episodio de la vida de Jesús con la madre de los hijos del Zebedeo, pasa a la historia de la tradición
con todas las connotaciones de algo que pone de manifiesto que ha podido ser escrito, o al menos retocado,
después del martirio de Santiago a manos de Herodes Agripa. Por eso mismo, algunos consideran que Jesús
pudo anunciar que seguirle a él, tomar la cruz, es “beber la copa” y, sin duda, palabras como estas tuvieron que
oír los suyos en el camino hacia Jerusalén. Quizá lo extraño de nuestro relato es que sea la madre de lo
Zebedeos, y no éstos directamente (como sucede en Mc 10,35-45), la que hace la petición de sentarse a la
derecha y a la izquierda en su gloria. ¿Será para rebajar la tensión entre los mismos discípulos y hacer más
aceptable que una petición como ésta, por parte de la madre, es más verídica? Desde luego que el texto de
Marcos debe ser más primitivo, ya que no se explicaría que Marcos hubiera prescindido de la madre. E incluso
en la redacción se nota que la petición era de los hijos: “¡no sabéis lo que pedís!”. Una madre, desde luego,
siempre puede exagerar en el deseo de lo mejor para sus hijos.

III.2. Pero lo que está en juego en este episodio es cómo los discípulos de Jesús nunca entendieron, antes de su
pasión, lo que se estaba tramando en la vida íntima de Jesús y en su misión de anunciar y hacer presente el
reinado de Dios. Quizás, para rebajar este equívoco, la tradición posterior ha introducido en escena a la madre.
El discutir sobre los primeros puestos; el entender el mesianismo de Jesús como algo social y político, es algo
que responde a la historia verdadera de los seguidores de Jesús. Pedro mismo, en Marcos 8,33, recibe el
reproche más fuerte que podamos imaginar para el primero de los Doce, precisamente por no aceptar que el
Mesías (Jesús en concreto), pudiera sufrir; esa no era la tesis oficial del judaísmo que ellos, desde luego,
compartían. Se habla de cuando “reines”, lo cual denota la visión política del asunto y lo que los discípulos
compartían cuando “seguían” al profeta de Galilea.

III.3. El sentido del reinado que Jesús anuncia, reinado de Dios precisamente y no de él directamente, queda
truncado con la expresión de lo único que pudo prometerles a los hijos del Zabedeo, y a los Doce, y a todos los
que sean sus discípulo: “beber la copa” (cf Is 51,17; Lm 4,21) que es “pasar todo un trago”. Es el anuncio de una
prueba dolorosa que a Jesús no se le escapaba, tanto para él como para los suyos. Esto nos recuerda,
inmediatamente, la escena de Getsemaní, que él mismo tuvo que afrontar desde su experiencia y psicología
humana. ¿Por predicar un Dios así, un mensaje de liberación, las bienaventuranzas para los pobres y limpios de
corazón, se debe pasar por este “trago”? ¡Sin duda! Eso es lo que les puede prometer Jesús a Santiago y Juan y a
los Doce. Porque esa “copa” es la única que los hombres permiten al profeta del reinado de Dios. Y con ello se
deshace el deseo ardiente de los primeros puestos, de triunfar, del poder… El mensaje de Jesús lleva en su
entraña el desposeerse de muchas cosas, pero especialmente el desposeerse de “triunfar” o al menos de
triunfar venciendo a los demás. Con el mensaje de Jesús se gana perdiendo; es decir, dando la vida a los otros
como “pro-existencia” verdadera.

III.4. El desmontaje del poder, poniendo como ejemplo la actitud de los jefes de este mundo, es proverbial. Los
verbos que se usan son elocuentes: tiranizar y oprimir. Esa es la historia verdadera de los jefes y los imperios o
reinos de los hombres. El reinado de Dios, causa de Jesús, tiene un verbo más elocuente “servir”. La aplicación
que se hace en el dicho al Hijo del hombre, es decir, al mismo “yo” de Jesús, no deja lugar a dudas. Se trata de
“servir dando la vida”. No es simplemente el verbo “servir” a secas que puede sonar simplemente a esclavitud.
Porque no se trata tampoco en el cristianismo de “ser esclavos”. No es ese el sentido. El cristiano no es “esclavo”
ni del mismo Dios, porque Jesús no quiso hacernos esclavos de Dios. Por tanto “servir dando la vida” por
muchos, es decir, por todos, es lo específico de Jesús y lo debe ser de sus seguidores. Eso es triunfar y beber la
copa, y pasar el trago del seguimiento. Por eso la palabra “rescate” (lýtron) debe tener ese sentido de redención
o liberación. Es el término técnico para que los prisioneros de guerra o lo esclavos lograran su libertad. Por
tanto, redención (lýtron) debe significar “vivir haciendo vivir a los demás”, “dando vida a los demás”; es el
precio, ese es el lýtron cristiano. Eso es lo que Jesús promete a los Zebedeos.
SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA

1ª Lectura: Apocalipsis 11,19a;12,1-6.10: ¡El cielo siempre nos espera!

I.1. Se ha querido comenzar esta lectura poniendo la manifestación celestial del Arca de la Alianza, que ya había
desaparecido del Santuario de Jerusalén, probablemente con la conquista de los babilonios. ¡Es imposible
encontrarla en alguna parte, a pesar de que se alimente la leyenda de mil maneras! Y ni siquiera será necesaria
en un cielo nuevo, porque entonces habrá perdido su sentido. En nuestro texto es todo un símbolo de una
nueva época escatológica que revela las nuevas relaciones entre Dios y la humanidad.

I.2. Y si de signos se trata, el de la mujer encinta ha sido identificado en María durante mucho tiempo. Esta
lectura ya no tiene sentido, aunque se haya escogido este texto para la fiesta de la Asunción. No es posible que
el niño que ha de nacer se identifique con Jesús que sería arrebatado al cielo para evitar que sea destrozado por
el dragón. Si fuera así, toda la historia de Jesús de Nazaret, el Señor encarnado que vivió como nosotros y fue
crucificado, perdería todo su sentido. La transposición no sería muy acertada.

I.3. El símbolo del cielo, apocalíptico desde luego, es el de la nueva comunidad, la Iglesia liberada y redimida por
Dios que engendra hijos a los que les espera una vida nueva más allá de la historia. También María es “hija” de
esa Iglesia liberada y salvada que vive como nosotros, siente con nosotros y es "resucitada" como nosotros,
aunque sea madre de nuestro Salvador. Y por eso es también “madre” nuestra. La asunción de María, pues, es su
resurrección.

2ª Lectura: Primera a los Corintios 15,20-26: En Cristo, todos tendremos una vida nueva

II.1. Cuando Pablo se enfrenta a los que niegan la resurrección de entre los muertos, se apoya en la resurrección
de Cristo que ha proclamado como kerygma en los primeros versos de esta carta (1Cor 15,1-5). En el v. 20 el
apóstol da un grito de victoria, con una afirmación desafiante frente a los que afirman que tras la muerte no hay
nada. Si Cristo ha resucitado, hay una vida nueva. De lo contrario, Cristo que es hombre como nosotros,
tampoco habría resucitado.

II.2. Podríamos decir muchas más cosas que Pablo sugiere en este momento. Él le llama “primicia” (aparchê), no
en el sentido temporal, sino de plenitud. En Cristo es en quien Dios ha manifestado de verdad lo que nos espera
a sus hijos. Él es el nuevo Adán, en él se resuelve el drama de la humanidad; por eso es desde aquí desde donde
debe arrancar la verdadera teología de la Asunción, es decir, de la resurrección de María. Porque la Asunción no
es otra cosa que la resurrección, que tiene en la de Cristo su eficiencia y su modelo; lo mismo que sucederá con
nosotros.

Evangelio según san Lucas 1,39-56: Un canto de "enamorada" de Dios

III.1. La visitación da paso a un desahogo espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido
demasiado!. El Magnificat es un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar la originalidad
literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de copistas que ha llevado a algunos intérpretes a
opinar que, en realidad, es un canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por los
mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad existen indicios de que podía ser así,
pero la mayoría piensa que Lucas se lo atribuye a María a causa de la bendición, como respuesta a las palabras
de Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto propio de María en aquel momento
y para esa ocasión que hoy se nos relata. Es un canto de la comunidad posterior que alaba a Dios con María y
por María.

III.2. Se dice que el canto puede leerse en cuatro estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de
vista teológico como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva intervención de Dios en la
historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a
Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilé”, sino plenamente
entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se mire desde donde se mire, que Lucas ha
querido mostrarnos con este canto (no sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de
otra manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es una joven “enamorada de
Dios”. Esa es su fuerza.

III.3. Los temas, pues, podrían exponerse así: (1) la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su
bendición personal; (2) el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le aceptan; (3) su
soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de los hombres y mujeres; y (4) su especial
misericordia para con Israel, que no ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es
que Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde, para cumplir la esperanza de
toda doncella judía, pero representando a todas las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el
judaísmo la maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su maternidad es en
expectativa de un Liberador.

III.4. Este canto liberador (no precisamente libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida,
todo es posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no pertenecen a
los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal, fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un
canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso se nota. No se
trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión feminista y de maternidad de la que pueden
aprender hombres y mujeres. Es, desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús.
De alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS


Saber ser hijos de Dios como programa de santidad

La liturgia de este día nos brinda la celebración de una de las fiestas más populares y entrañables: la festividad
de todos los Santos y es, a la vez, la ocasión para reconsiderar nuestra vida cristiana mirando hacia adelante,
hacia el final de la historia de cada uno y de la humanidad.

Iª Lectura: Apocalipsis (7,2-4.9-14): El canto de los redimidos

I.1. En nuestra primera lectura, en dos visiones, se nos muestra la apertura del misterio de la historia con la
visión del ángel que trae el sello para guardar a aquellos que deben ser liberados de la destrucción. El libro del
Apocalipsis, como sucede en la literatura de este tipo, literatura religiosa por excelencia, pero radicalmente
mítica, necesita ser interpretado con la riqueza de los símbolos. Este tipo de literatura se produce en tiempos
de crisis y debemos estar atentos a no confundir simbolismo con realidad. El sello sobre los siervos de Dios
sella su pertenencia a El y, por lo mismo, la garantía de ser salvados.- La visión de la multitud inmensa,
incontable, es un paso más en este simbolismo y probablemente propone algo que se relaciona con las
diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la antigua y la nueva Alianza. Por eso se dice que si en
la primera visión se habla 144.000 era para hablar del pueblo de la Antigua Alianza, mientras que el “número
incontable” representa al nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo, el Cordero sacrificado, con su sangre. Los
ángeles, los mensajeros de Dios, realizan sus planes del juicio y de salvación, por eso, cuatro de ellos están en
los cuatro puntos cardenales, dispuestos a desencadenar los vientos que destruyan el mal de la historia; pero
de Oriente llega otro mensajero (donde nace el Sol: Dios), que trae la gran noticia, de que antes deben poner
una señal, como sucedió a los israelitas en el momento de la Pascua de Egipto, en las puertas. Estamos, pues,
ante una famosa liturgia Pascual, del día del Señor, en la que el autor nos ha querido situar al principio de su
obra.

I.2. En el texto se nos quiere hablar de mártires, pero también de todos aquellos que han pasado por la
tribulación de la historia, se han lavado en el bautismo, en nombre de Jesucristo, en el misterio Pascual...Y están
ante el trono de Dios. Las palmas, en la antigüedad, son signo de los vencedores, y aunque pudiera centrarse en
los que han sido martirizados, y han vencido por el martirio, no se puede pensar que todos son mártires. Por
eso, más bien se trata de una palma para alabar a Dios y a Cristo, que son los auténticos vencedores de la
historia. El tema que se propone es el de la salvación (aparece aquí y en Ap 12,10 y 19,1). Se insinúa algo de los
Salmos 118,25, 3,9. El sentido es que Dios ha liberado a los hombres, del poder del mal representando en el
Imperio, como Satanás y como la gran prostituta en las otras dos citas que hemos mencionado. La victoria, pues,
de los hombres y de los mártires, pertenece muy especialmente al Cordero, quien ha dado su vida,
precisamente para que sea vencido el poder de los hombres que engendra el odio y la muerte.
I.3. Pero la “palma” se la lleva el himno, que es una confesión de fe: la salvación se debe a Dios y al Cordero. La
salvación, la liberación... no dependen de los hombres, sino que es una gracia de Dios que ellos han acogido y se
han mantenido fieles a la fuerza salvífica del amor crucificado, de la Pascua. Y por eso, lo proclaman en la
liturgia celeste. Y entonces, toda la asamblea celeste (ángeles, ancianos y vivientes), se prosterna ante Dios y lo
adoran cantando: Amen… Bendición y gloria, sabiduría y acción de gracias, honor, poder y fortaleza a nuestro
Dios por los siglos de los siglos. Amen (v. 12). Los que han muerto fieles a Dios y a Cristo, bien en el martirio, bien
en su fidelidad a la fe cristiana centrada en el misterio Pascual, han pasado por la tribulación de la historia,
donde reina el poder del mal, pero ahora gozan de la fidelidad eterna, aunque hayan pasado por la muerte.
Lavar sus vestiduras en la sangre del Cordero, es una teología bautismal, pero también eucarística, inspirada en
algunos textos del AT (Ex 19,10.14).

I.4. La muerte y la resurrección de Cristo son el punto clave de la teología del bautismo y de la eucaristía. La
imagen que se ha escogido para expresar la felicidad es que están ante el trono: y Dios los cobija en su tienda, la
shekiná, la presencia de Dios, como Jn 1,14 había escogido para expresar el misterio de la encarnación. Ahora es
cuando se cumple la profecía del Enmanuel verdaderamente, porque Dios estará con los resucitados para
siempre. No tendrán más hambre, ni tendrán más sed: expresiones de debilidad, de necesidad; ni caerá sobre
ellos el sol como si estuvieran en el desierto, porque Dios mismo es la razón de su existencia. Y Cristo, el
Cordero, será el que apaciente a su pueblo, será pastor siendo Cordero, para llevarlos a las fuentes de agua viva.
Efectivamente, los vv. 15-17 son las imágenes escogidas por el autor del Ap para hablar de la vida futura,
escatológica, de la victoria sobre la muerte según muchas expresiones que podemos encontrar en los textos del
AT (v.g. Is 25, 8) y de la teología joánica (Jn 4,14; 7,38), que son las fuentes de la revelación.

IIª Lectura: Iª de Juan (3,1-3): La imagen de hijos de Dios

II.1. Este texto es una teología sobre la vida cristiana que se representa bajo la imagen y la experiencia de “ser
hijos de Dios”; se trata de una alta teología como corresponde al círculo de las comunidades cristianas de Juan,
tanto del evangelio como de las cartas. Y en este marco teológico deberíamos pensar que precisamente el
misterio de la santidad que hoy se celebra hace referencia directa a que lo más importante de la vida cristiana
es ser, y no perder, la imagen de hijos de Dios.

II.2. Si el título cristológico más coherente de la teología joánica, justamente, es lo que afecta a la filiación divina
de Jesús, también para sus seguidores debe existir una posibilidad de vivir en el ámbito de las relaciones entre
el Padre y el Hijo; por ello se dice que seremos semejantes a Él. Muchos santos desconocidos para nosotros lo
son, porque han sabido guardar, sencillamente, la imagen de hijos de Dios en sus vidas. Por eso, la expresión
“veremos a Dios tal cual es” viene a ser una de las afirmaciones más teológicas. El misterio de Dios se hará luz, y
no tendremos miedo los “hijos de Dios” de contemplar el “rostro” de Dios, la intimidad de Dios, la misericordia
de Dios. Para eso se nos ha creado y para eso hemos nacido. ¡Vivamos con esperanza!

Evangelio: Mateo (5,1-12): Las opciones del Reino

III.1. El evangelio de esta fiesta es ya proverbial; se trata de las bienaventuranzas de Mateo, cuyo texto, además,
tiene la solemnidad de una proclamación, sobre un monte (de ahí el Sermón de la Montaña en que está
contextualizado), y para toda la multitud, como sería la multitud incontable del texto de Apocalipsis que se ha
leído en la primera lectura. Es la carta magna del discipulado, de la vida cristiana, del seguimiento de Jesús, de
la salvación futura. Las bienaventuranzas son creativas, no cuantitativas. Son los puntos más determinantes con
los cuales Jesús ha pretendido una nueva humanidad, un nuevo pueblo. No se trata de proponer algo exótico,
mágico o taumatúrgico, sino algo bien humano. Pero es verdad que se plantea, no obstante, un auténtico
esfuerzo por conquistar la gloria, la libertad y la paz. Se propone la pobreza que libera el corazón de muchas
ataduras; la misericordia que introduce en las relaciones humanas la benevolencia y el perdón; la limpieza de
corazón para juzgar y ser juzgados; la lucha por la justicia, porque Dios es justo. Se proclaman bienaventurados
por haber elegido lo que el mundo no elige, simplemente porque odia; por haberse decidido por el sentido
mejor de la vida. Y se trata de una posibilidad de santidad que se debe vivir ya desde ahora, aquí en nuestra
historia; no queda para después que todo haya acabado.

III.2. Se ha insistido mucho en los aspectos literarios y exegéticos de las bienaventuranzas de Mateo (5,1-12) y
de Lucas (6,20-22); sobre el tenor original, es decir, aquellas que están más cerca de las palabras de Jesús. Todo
tiene su sentido, sin duda, pero quedan muchas preguntas siempre sobre la mesa, porque se permiten
diferentes interpretaciones. El texto original que se tomó del texto de Q (sea simplemente Documento o
Evangelio como algunos defiende hoy) podría estar bien representado en Lucas, pero no es algo absoluto.
Sabemos que las bienaventuranzas tienen un ámbito muy coherente en la literatura sapiencial, la que enseña a
vivir, a comportarse, a elegir lo que da o no da sentido a la vida. La propuesta de Jesús, por lo tanto, no está lejos
de este contexto sapiencial: con las bienaventuranzas Jesús quiere proclamar el Reino de Dios y quiere enseñar
a vivir en ese Reino al que dedica su vida. Son expresiones que nos muestran a un Jesús “profeta escatológico”
(no necesariamente apocalíptico), que quería anunciar lo que debería cambiar esta historia.

III.3. Algunos especialistas han hecho una traducción sobre las bienaventuranzas en las que siempre es
determinante el verbo “elegir”. Considero que puede ser discutible, pero es esclarecedor. Eso significa que
proclamar bienaventurado (makários) a alguien no es porque sí, por su cara bonita, porque es un desgraciado o
porque es o ha nacido en esta o aquella situación. En las bienaventuranzas, por su tono sapiencial, es muy
importante las opciones: elegir ser pobre y no rico en este mundo; elegir la justicia y no otra cosa; elegir la paz.
Aquí están representados los valores del reino, los valores de la vida ante Dios. Esto, independientemente de las
bienaventuranzas auténticas de Jesús o las añadidas por la tradición catequética de la comunidad de Mateo. Es
verdad que el término “elegir” no está en el texto, pero lo implica necesariamente. ¿Por qué? Porque no se trata
de una proclamación sin contar con la voluntad soberana del hombre que vive y hace la historia.

III.4. Un factor muy importante de lectura e interpretación sería hacer el intento de traducir a un lenguaje de
hoy el texto de las bienaventuranzas; teniendo en cuenta ese sentido sapiencial del que hemos hablado y esa
“opción” o “elección” que hemos planteado como necesaria. Debemos conservar las palabras del evangelio, de
Mateo o de Lucas, si es posible en su tenor y en su sentido original. Pero hoy debemos enriquecer nuestra
comprensión de las mismas con el “espíritu” que emana de ellas. Es como cuando hemos vivido y atravesado un
puente romano durante todo la vida, pero ahora, sin destruir ese puente, porque la ciudad ha crecido, hacemos
uno nuevo, con tecnología punta. Subsisten los dos, pero quizás por el romano no pueden pasar todos los
vehículos pesados de hoy. Los limpios de corazón, por ejemplo, son dichosos porque están abiertos a los demás
y los valoran como hijos de Dios. Es decir, seamos creativos y proféticos al interpretar las bienaventuranzas del
Reino.

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE SAN JUAN LETRÁN

Iª Lectura: Ezequiel (Ez 47,1-2.8-9.12): La fuente de agua viva

I.1. Ezequiel es un profeta de visiones extraordinarias que mira al Templo, la casa de Dios, como fuente de
aguas que han de llegar hasta el abismo de la Arabá, del Mar Muerto, para que vuelva a nacer un nuevo paraíso.
El manantial del templo que el profeta posexílico nos describe en este c. 47 ha encendido una inspiración
sublime. Los discípulos ordenaron su obra, sus oráculos e inspiraciones y ésta es la última visión del profeta,
antes de ofrecer una lista final de las tribus (c. 48). Tiene esta visión unas conexiones muy refinadas y
particulares con el c. 37 sobre la efusión del Espíritu. Agua y Espíritu vienen a vivificar al pueblo que vive
“desierto” o alejado de Dios. El desierto rodea al pueblo de la Biblia y las aguas del paraíso (Gn 2,10-14) han
sido siempre una nostalgia en la teología profética del AT.

I.2. El agua que mana, al lado del altar, se hace un río hacia Oriente, hacia el desierto de Judea porque es agua
divina, regalo de Dios para el desierto y el destierro de su pueblo. La imagen de que esta agua ha de llegar a las
aguas fétidas y mortíferas del Mar Muerto es todo un canto y una inspiración de los dones divinos. Donde no
hay vida, Dios donará vida; donde no hay Espíritu, Dios suscitará algo realmente nuevo. Este profeta, que tiene
mucho de sacerdote, no podía menos que imaginar que la fuente estaba en el Templo de la ciudad Santa, la
Jerusalén poética que él siempre se imaginó. Pero es, puede ser, un sacerdote profeta; eso significa que no se
contenta con ofrecer sacrificios a Dios en nombre del pueblo y que todo siga igual. Propone la visión de un Dios
que “ofrece” agua para la vida.

IIª Lectura: Iª Corintios (3,9c-11.16-17): La comunidad, templo de Dios

II.1. Si extraordinaria es la visión de Ezequiel, no es menos original la teología del “templo” que nos ofrece
Pablo en estos versos de 1Cor. Pero ¡qué diferencia! Ahora no hay templo, ni altar, sino el “cuerpo” y el
“espíritu”. Sobre estos símbolos bien significantes se carga todo el peso de una teología cristiana que es un
descubrimiento sin precedentes. En todo caso sería una deducción de que el ser humano ha sido creado a
imagen de Dios. El hombre, la persona, es “un cuerpo”, material y espiritual a la vez. El cuerpo nos identifica,
nos personaliza, pero también nos lleva a la muerte si es un cuerpo “sin espíritu”.

II.2. ¿Qué podemos inferir de la lectura? Que la presencia de Dios en el mundo se realiza, sobre todo y ante
todo, por nosotros, por nuestro cuerpo, por nuestra historia. Somos nosotros, según esta teología –sin caer en
panteísmo alguno-, presencia viva del Dios vivo. Y como que Pablo está hablando en sentido plural, de la
comunidad que no es otra que la de Corinto, podemos hacer la misma aplicación a la Iglesia. Los corintios están
llamados, pues, después de la “edificación” que hizo el Apóstol, poniendo como fundamento a Cristo, a ser el
templo o santuario de la presencia de Dios por medio de su Espíritu. El edificio, la comunidad, es lo que es,
porque está fundamentada en Cristo. Pero son personas las que han hecho posible este santuario de presencia
divina. No obstante, la comunidad sin el Espíritu de Dios tampoco sería nada.

Evangelio: Juan (2,13-22): Un nuevo templo: una religión más humana

III.1. El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan
menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. Este episodio viene a
continuación del relato de las bodas de Caná, donde el vacío de la boda lo llena Jesús con el “vino” nuevo sacado
del agua. Las tinajas estaban allí para la purificación de los judíos. El relato de la expulsión del Templo se
encadena pues a lo anterior, porque se quiere insistir más en el vacío de una religión, que aunque “celebre” y
llene el templo, puede que haya perdido su sentido verdadero y sea necesario algo nuevo. No olvidemos que
este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación
determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha
adelantado al comienzo de su actividad, lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-
13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús.
Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e
incluso verdaderamente espiritual.

III.2. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar
este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del
Señor. Es de esa manera cómo se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo,
culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los a animales del culto. No debemos
pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más
este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del
texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de
“sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar
como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.

III.3. El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y
renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma. En el marco de
la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una
escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla
asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin
corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin
espiritualidad, que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado
contra el templo, porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora Jesús, con esta
acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere
llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de
vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenado el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya
vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

III.4. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de
culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el
«cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó
su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en
el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el Dios de Jesús el
verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a
Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos
prefiriendo el Dios de la ley, y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos
ofreció una religión de vida.

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