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Santiago Arellano

CLAVES PARA COMPRENDER


LA SITUACIÓN POLÍTICA ACTUAL

REVOLUCIÓN LIBERAL Y CLAUDICACIÓN CATÓLICA


EN LOS SIGLOS XIX Y XX

Tradere
historia

cuadernos 5
Santiago Arellano

CLAVES PARA COMPRENDER


LA SITUACIÓN POLÍTICA ACTUAL

REVOLUCIÓN LIBERAL Y CLAUDICACIÓN CATÓLICA


EN LOS SIGLOS XIX Y XX

plura ut unum

TRADERE
2010
Edición en Tradere, octubre 2010

Tradere
historia
cuadernos 5

Diseño de cubierta: Tradere


Composición: Tradere
Contacto: tradereeditorial@gmail.com
A la memoria de nuestros padres,
con piedad filial

Para la mayor felicidad de nuestros hijos,


con amor paterno
Santiago Arellano Hernández

Catedrático de Lengua y Literatura Españolas.


Trabajó durante cuatro años en la Escuela Universitaria
del Profesorado de Pamplona, como profesor encargado
de la cátedra de Lengua y Literatura españolas y, tras sacar
las oposiciones, impartió clases en distintos institutos de
Huesca y Pamplona.
Ha ocupado distintos cargos directivos y de gestión:
Jefe de Estudios, Director de Instituto de Bachillerato,
Inspector de Bachillerato, Director General de Educación
de Navarra y, en Madrid, fue Director del INECSE.
Organizó la fundación del Movimiento de Renovación
Pedagógica “Amado Alonso” en Navarra.
Ha participado en numerosas conferencias, cursos y
publicaciones de tema literario o educativo.
Nuestra publicación recoge la conferencia habida en el
marco del XII Foro Alfonso Carlos I (Toledo, Convento de
los PP. Carmelitas), del 10 al 12 de septiembre de 2010.
Nuestro agradecimiento por su deferencia al publicar
sus palabras a través de esta editorial.

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1. Introducción
Buenas tardes nos dé Dios
Todos sabéis que me he dedicado a la enseñanza de la Literatura. No soy historia-dor.
Mi formación histórica es complementaria, como la filosófica, o la teológica, requisito para te-
ner una visión coherente y un sentido de la vida que ama con pasión la verdad, imprescindible
para poder enseñar aún entre los miembros de la propia familia, cuanto más como ejercicio de
una profesión. Debo aclarar que este sentido de la vida no lo da, por desgracia, la Universidad.
Quizás los datos sí, pero el sentido sólo puede darlos quien lo posee. En mi caso, mis padres,
campesinos sencillos y santos de la Ribera de Navarra, que en paz descansen.
No esperéis una exposición sistemática de lo acontecido en más de 200 años, ni tan
siquiera voy a recorrer los hechos más llamativos. Además, como comprobaréis en-seguida,
me falla la memoria, unas veces porque se me va el santo al cielo, otras porque me da asco el
suceso que debo recordar. Ya soy incapaz de situar, siguiendo a Don José Luís Comellas para
el sólo siglo XIX, por ejemplo:
-Los 130 gobiernos que se sucedieron
-Las 9 constituciones, fundamentos “eternos y sagrados” para la salvación de España,
según prometieron sus promotores
-Los Tres destronamientos, olvidándome de José Bonaparte, que se retiró a tiempo e
incluyendo a la Reina Mª Cristina, tras desterrarla Espartero y constituirse él mismo como
Regente
-Cinco guerras civiles
-Dos mil revoluciones

La sucesión de acontecimientos es tan prolija y caótica que es lo habitual desalen-tarse


y perderse. Sin embargo si en lugar de entretenernos en cada árbol contemplamos el bosque,
es más fácil encontrar las claves de sentido y las enseñanzas, que la Historia, como maestra de
la vida puede transmitir para hoy.
Voy a resaltar fundamentalmente la aparición de una, a modo de “escuela” política en
la corte española de Carlos III y Carlos IV, cuyos frutos envenenados han desquiciado el ser
de España y que han seguido desquiciándolo, mutatis mutandis, hasta nuestros días.

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Texto sin comparación en el conjunto de la literatura política europea, vio la luz al calor de los acontecimientos.
Es una crítica punto por punto del golpe de estado doceañista. Su primer firmante, don Bernardo Mozo de
Rosales, marcharía al destierro en las postrimerías de la Década Ominosa. Reproducido en diversas ocasiones
a lo largo del siglo XX, la edición (Pamplona, 1967) que aquí se reproduce es debida a los estudios de fuentes
impulsados por don Federico Suárez. Es uno de los textos en lista de espera de Tradere.

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2. Algunas aclaraciones previas


A primera vista, sin profundizar en un análisis más riguroso, la impresión que uno perci-
be es que España ha entrado, desde el último tercio del siglo XVIII hasta nuestros días, en un
frenesí ajeno a su historia anterior, un torbellino de acciones y reacciones, un vértigo, rayano
en la locura y que a estas alturas del cuento, porque seguimos en el mismo empeño, podemos
predecir el desenlace aunque no el final. Sobre todo en España, pero también en Europa y el
mundo occidental… (“Que yo bien sé la fonte que mana y corre, aunque es de noche”).
Una idea directriz conducía esta avalancha provocada: destruir todo lo anterior, sin más
causa que la de no ser moderno. Se comprende que, como reacción afortunada, surgiese la
Causa de la Tradición, viva y pujante en España, no así en otras naciones como Francia, que
cuando quisieron volver a ella tuvieron que inventársela, con graves peligros de contaminarse
de errores que al final la Iglesia condenó.
“Fausto”, protagonista de la obra trágica de Göethe, había optado, al traducir el pri-
mer versículo del Evangelio de San Juan, “En el principio existía la Palabra” por una versión
sobrecogedora: “En el principio existía la Acción”. He aquí la cuestión que resume la Edad
Contemporánea: o el Logos o la Acción. Revolución, cambio permanente, novedad, etc,
frente al Verbo de Dios, Alfa y Omega de la Historia, Príncipe de la Paz, garantía de los bie-
nes heredados, del orden social basado en el respeto a la naturaleza de las cosas y vocación a
perfeccionar todo.
Fausto había tomado esta decisión: “¡Lancémonos a la embriaguez del tiempo, a la su-
cesión de los acontecimientos! ¡Que se alternen como quieran el dolor y el placer, el logro y la
desazón!: solamente sin descanso se pone el hombre en actividad.”
La razón se estrella contra una alternativa evanescente que engaña con lo mismo que
promete. No es posible el diálogo, no es posible el debate. Son dos mundos contrarios. Ni lo
consiguió Balmes en sus días, ni lo consiguieron los que colaboraron en la transición de los
años 70-80 del siglo XX con la esperanza de una paz y de una unidad entre todos los españo-
les. El Doctor Canals, refiriéndose a los años posteriores a la primera guerra carlista, enseñaba
que cualquier intento de conciliación resultaría imposible “precisamente,- dice el Dr. Canals-,
porque la guerra civil había enfrentado mundos irreconciliables por su espíritu y por sus prin-
cipios”. Con ironía recuerda que las únicas reconciliaciones se fueron dando en la medida en
que familias, arruinadas tras las guerras y los destierros, entroncaban con los herederos de las
distintas desamortizaciones. Surgieron periódicamente las clases conservadoras de las revolu-
ciones anteriores. Diferentes unas de otras, pero al fin unidas por el mismo empeño: que no
quede ni rastro de la España Católica y Monárquica. Las actitudes de quienes han levantado la
bandera de la llamada “memoria histórica” demuestran que el perdón y la reconciliación vivida
desde los vencedores, no consiguió eliminar ni el resentimiento, ni el rencor, ni el olvido de
los vencidos.
Todos los días podemos contemplarlo en debates televisivos. Por eso cualquier aproxi-
mación ha sido un fracaso. Estos doscientos y pico años son una demolición sistemática
de España, ¡de La España, o de Las Españas! y de sus defensores. Lenguaje manipulador.
Habilidad verbal. Caricatura, sátira y menosprecio. La mentira se ha adueñado de la Historia.
El arte de mentir de Zapatero no es distinto del de Cánovas del Castillo, Sagasta, Prim,
Espartero, Zea Bermúdez, Martínez de la Rosa, Calomarde o Godoy. Y el fin, el mismo: que a

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aquella España no la conozca ni la madre que la parió, en palabras del entonces Vicepresidente
del Gobierno, Don Alfonso Guerra.
Anclada en la oscuridad había que llevarla a la Luz . “Velis, nolis”.
Os adelanto una cita que va a servir de línea directriz de mis palabras. Las reproduce don
José Mª Mundet en su introducción a La España en la presente crisis: “Si los moderados minan
la Iglesia, los progresistas la ametrallan: si aquéllos empujan algún tanto la revolución, previ-
niéndole que se detengan en el umbral de sus palacios; éstos permiten dar algunos pasos más,
pero a condición de que se pare delante de sus casas ... En todas las cuestiones la diferencia es
siempre de más o menos, de ir por el atajo o por algún sendero tortuoso; lo cual no cambia la
naturaleza de la cosa ... Los moderados doctrinarios y los doctrinarios progresistas proceden
de la misma escuela, siquiera los unos hayan salido más aprovechados que los otros ... “..
Hablaba el anónimo autor en los años 50 del siglo XIX.
Me voy a apoyar en dos documentos excepcionales: El Manifiesto de los persas y La España
en la presente crisis de don Vicente Pou, recientemente publicado por la Editorial Tradere. Tanto
el extenso manifiesto como el certero ensayo de don Vicente son unas joyas y una prueba
más de la contundencia racional de las producciones de unas mentes lúcidas y rigurosas, que
denuncian la Revolución por amor a España; frente a la vacuidad y el todo sirve de los que la
defienden. De una parte la razón; de otra los juegos verbales, las acciones innobles y tortice-
ras, las traiciones, las manipulaciones y el crimen y la crueldad.
Cuando se leen estos textos es fácil inundarse de sentimientos contrapuestos: admira-
ción y dolor. Es sorprendente la magnanimidad de ambos autores proclamando que en modo
alguno pretenden herir a las personas, pero sí a sus ideas. Por el contrario a ellos, persecución,
exilio, caricaturas y olvidos. El silencio. Para los liberales, la España Tradicional, Católica y
Monárquica debe ser borrada de la Historia. Delenda est. No ha existido. En todo caso ha sido
“ominosa” su historia “Gobernado por monjas y bribones.” Como dijo un Poeta satírico, don
Manuel de Palacios, a quien cito a pesar de que terminó medrando entre los liberales, porque
escribió sonetos con mucho gracejo y picardía:

La Profecía (Madrid, 1868)


Víctima de sus vicios fue Sodoma,
Jerusalem de su impiedad insana,
De su ambición Cartago la africana,
De su avaricia y su soberbia Roma.
Hoy por su propio peso se desploma
De Pelayo la herencia soberana,
Y hecho pedazos rodará mañana
El trono que de Dios origen toma.
Y nadie de la edad en el misterio
Buscará de esa ruina las razones
De fácil comprensión al hombre serio:
Lo que sí ha de admirar a las naciones,
Es cómo vivió siglos un imperio
Gobernado por monjas y bribones.

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Es verdad que me reconcilié con este poeta cuando leí el siguiente soneto de 1867, que
aunque no viene a cuento de mi tema, me resultó simpático:

La Recompensa
Hay en el valle que mi Laura habita
Un rincón entre arbustos escondido,
Donde tienen las tórtolas su nido
Y las auras se dan amante cita.
Levántase en su centro una casita,
Cuyo tejado, por el sol herido,
Brilla con el matiz de oro bruñido
Como torre de arábiga mezquita.
Cerca de esa mansión tan hechicera
Se abre en el bosque pabellón esbelto
Vestido de jazmín y enredadera.
Allí fue donde impávido y resuelto
Pinté á Laura mi afán de tal manera...
Que me dio un bofetón de cuello vuelto.

Mirada de eternidad. Sigamos con nuestro hilo. Os he citado al Fausto, porque Göethe,
sorprendentemente, explica los acontecimientos del mundo moderno desde la tentación de
Mefistófeles, el Diablo trasfigurado en la imagen de un joven caballero espa-ñol. Estoy con-
vencido de que no se pueden interpretar estos dos siglos últimos sin recor-dar las tentaciones
de “la antigua serpiente” reiteradamente repetidas en las aparentemente diversas tramas de los
acontecimientos políticos, sociales y culturales. “Si coméis del árbol del Bien y del Mal seréis
como Dioses”. Yo estoy convencido de que sólo desde esta mirada de eternidad, se puede
entender la aberrante historia de los dos últimos siglos, y por lo ya visto y oído también del
presente. No es insensato recordar “la apostasía de las Naciones” anunciada en el Apocalipsis
y en los escritos de San Pablo para comprender los acontecimientos. Vaya esto por delante.

3. Precedentes
El tercer instrumento de mi charla es la Historia del Tradicionalismo Español. Melchor
Ferrer y compañeros nos legaron un tesoro admirable. Del que han de partir siempre los es-
tudios sobre la Tradición.

3.1. Los “Borbones”


Mi primer asentimiento entusiasta con el Sr. Ferrer me llega cuando afirma que la venida
de los Borbones a España fue una desgracia y que tardaron 133 años en identificarse con la
España de los Austrias y la Tradición Española.
A la Dinastía Borbónica solo la engrandecen las egregias figuras de Los Reyes Proscritos
y exilados. Hasta ese momento la dinastía borbónica no se sintió heredera ni de la España

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forjada por los Reyes Católicos: El prodigio de la Monarquía Hispánica; ni de la misión ano-
nadante de la Dinastía de los Austrias en Europa y en el Nuevo Mundo.
Con Felipe V se abre España en sus clases dirigentes a Francia. El no va más de todo,
viene de Francia; incluidas las pelucas, las sedas y las mil cursilerías, que la atenta mirada
de Goya las supo plasmar en sus cuadros. Tuvo que estallar un motín contra el ministro
Esquilache, por suprimir la luenga capa española. Recordad la polémica sobre el afrancesa-
miento de la lengua castellana o la vigorosa defensa del teatro Español, del siglo de Oro frente
al Francés; el centralismo o la política de inmenso respeto de un Felipe II sobre las lenguas
amerindias, frente a la actitud impositiva de un Carlos III sobre el caste-llano cuando faltaban
unas décadas para la independencia.
Todo esto se hubiera quedado en una “bagatela” si no hubiera sido el camino por donde
penetró en este último tercio del siglo XVIII todo el veneno doctrinal que en Fran-cia produ-
jo la Ilustración, o El Enciclopedismo, o El Siglo de las Luces, evidenciado en su consecuen-
cias trágicas: la Revolución Francesa.

3.2. En la Corte de Carlos III y Carlos IV se forjó una escuela revolucionaria que
cambió la historia
En España, a pesar de las terribles consecuencias que sufrió la nación vecina, heredó
su bagaje doctrinal, como antorcha libertadora, una aristocracia envilecida y unos clérigos
corruptos, que han asolado el solar hispano. Nuestros preclaros ilustrados, escritores, o ensa-
yistas fueron moderados, según se dice, pero no la nobleza cortesana, que a pesar de los mil
vaivenes del transcurso de la Historia, ha adoptado siempre bajo una apariencia moderada y
conservadora, un menosprecio por el legado de las Españas. Horror a la España de siempre y
mayor horror a sus tradiciones.
Escuchemos las duras palabras de Melchor Ferrer – Domingo Tejera – José F. Acedo:
“Cuando la Revolución liberal llamaba a las puertas, se entretenían los ministros de los Reyes
y los aristócratas en destruir las fortalezas que defendían su « ciudad con f i a d a y a l e g
re». (Recordad el cuadro de Goya “La pradera de San Isidro” pintado en 1788, alegre jovial,
elegante, cortesano y festivo y comparadlo con espeluznantes de los fusilamientos del tres de
mayo o la carga de los mamelucos). Veinte años después.
“Las brechas no fueron nunca abiertas por los enemigos, sino por la traición de los guar-
dianes. La Revolución Francesa fue obra de traidores y de inconscientes, no del populacho, no
de los demagogos, sino de los frívolos, los livianos, los hombres que querían adornarse con un
escepticismo que creían ser demostración de inteligencia y buen gusto. Y España iba rodando
al abismo. Todo hacía suponer que había llegado a su más completa desespañolización. Se
confundía lo tradicional con la majeza en las costumbres, desaparecía el espíritu cristiano en
las altas esferas, con la licencia de una aristocracia que recibía el mal ejemplo de la Reina; en
vez de piedad, la superstición invadía el espíritu español: el Ejército estaba entregado, como el
Estado, al favoritismo. Nuestra bandera, que ondeaba en los buques de la Armada, no debía
tardar en sucumbir en Trafalgar, para servir intereses extranjeros y ambiciones de un favorito.
Entre la clase media circulaban, de mano en mano, papeles que reflejaban el pensamiento de
los revolucionarios franceses. Cierta parte del clero estaba esperando la hora de sacudir el
hábito y el traje talar; el jansenismo se había introducido en las altas dignidades eclesiásticas,
que gozaban de predicamento. El ministro Urquijo invitará a Carlos IV para que se proclame

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preste de la Iglesia Católica española, cuando la Familia Real estaba desunida y el tálamo de la
Reina manchado por las liviandades.”
Esta herencia ha perdurado en la monarquía isabelina. Nadie como la pluma de Valle
Inclán lo puso de Relieve en La Corte de los milagros o para los inicios del siglo XX, en el
esperpento de Luces de Bohemia. De los demás, no tardará la historia en desvelar sus miserias
y culpabilidades.

3.3. De nuevo la escuela para la revolución


Don Vicente Pou nos dirá de esta escuela de hombres: “Nadie ignora que los hombres
del justo medio español pertenecen a la antigua escuela, que desde el último tercio del siglo pa-
sado fue conocida en España por los nombres demasiado célebres de Aranda, Campomanes
y otros ilustres personajes que ostensiblemente la fundaron. Esta sola cualidad en que ponen
una de sus principales glorias bastara para mirar con desconfianza su capacidad y doctrina po-
líticas, siendo ya una cosa demostrada que de aquella escuela, como de otra caja de Pandora,
salieron casi todos los males que en medio siglo han arruinado la Nación en sus intereses
morales y materiales.
“A los discípulos de esta escuela se debe ese prurito de novedad, ese desdén por todo lo
nacional, y ese espíritu de licencia, que cundiendo poco a poco por las clases ilus-tradas han
preparado y hecho las sangrientas revoluciones en que ellos mismos se han hallado envuel-
tos.
“Si Napoleón en 1808 pudo hacer en España algunos prosélitos, los reclutó en di-cha
escuela, cuyos adeptos discrepando en los medios de conseguir el fin común, los unos se deci-
dieron por el usurpador contra su Rey y contra su Patria, y los otros reunidos en Cádiz, en vez
de trabajar por la unión entre todos los españoles con el santo fin de re-chazar las huestes del
tirano, echaron por primera vez la manzana de la discordia que tan caro cuesta a la generación
presente, y que tan funestas semillas deja para la venidera.”

3.4. Persistencia de la escuela en nuestros días


Esta escuela ha llegado hasta nuestros días. Siguen vigentes los mismos principios que
con tanta sagacidad y precisión nos delimitó Don Vicente Pou:
1º prurito de novedad,
2º desdén por todo lo nacional,
3º ese espíritu de licencia, que cundiendo poco a poco por las clases ilustradas han pre-
parado y contaminado, añado yo, al mismo pueblo llano.
A lo largo de esta larga Historia irán surgiendo nuevos sectores sociales capaces de
aunar su fervorosa presencia clerical con su apertura a las novedades de los tiempos, aunque
siempre con el lema “ne quid nimis”.

3.5. Un texto para meditar


Me vais a permitir que para hablaros de este espíritu de licencia os traiga un frag-mento
de aquella obra de Molière con la que intenta fustigar la hipocresía religiosa, El Tartufo. Lo
que en aquel momento se puede interpretar como sátira, cien años más tarde se ha converti-
do en estilo de vida, en radiografía de una sociedad que se cree en posesión de todo secreto
moral y religioso, que le permite estar por encima del bien y del mal, con ese orgullo y auto-
suficiencia que tan bien ha definido nuestro Melchor Ferrer: “un escepticismo que creían ser

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Editado por Tradere (Madrid, 2010), es la mejor literatura política de la época, junto con la del mercedario Magín
Ferrer, Las Leyes Fundamentales de la Monarquía española y El Protestantismo comparado con el Catolicismo y sus relaciones
con la Civilización Europea, de Jaime Balmes. Santiago Arellano toma esta obra como base de su disertación: Es el
moderantismo político quien entrega en manos de la revolución la conciencia y la sociedad españolas. La tesis
principal de la obra radica en sostener la vinculación esencial entre la tarea del absolutismo político de Fernando
VII y la afirmación política del liberalismo.

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demostración de inteligencia y buen gusto” Y por ello, pertenecer a las élites superiores de la
Humanidad.
“Elmira: -¿Y cómo consentir en lo que queréis sin ofender al Cielo, del que vos habláis
sin cesar?
Tartufo: -Si es sólo el Cielo lo que se me opone, poca cosa es para mí quitar tal obstácu-
lo. No retenga eso el ansia de vuestro corazón.
Elmira: -¡Nos infunden tanto terror con los decretos del Cielo!
Tartufo: -Yo puedo disipar esos menudos temores. Yo sé, señora, el arte de apartar tales
escrúpulos. Verdad es que el Cielo veda ciertas satisfacciones, pero cabe hallar acomo-
dos con él. Es ciencia saber extender, según las necesidades, los lazos de nuestra con-
ciencia, rectificando lo malo del hecho con lo puro de la intención. Yo sabré instruiros
en estos secretos, señora. No tenéis sino dejaros guiar. Satisfaced mi deseo y no temáis,
que yo respondo de todo y tomo el mal sobre mí”.

4. Comienzo del sainete trágico: las Cortes de Cádiz


Todavía asombra que España, ¡“absolutista” donde las haya habido!, se acostara como
nación representativa del antiguo régimen y se levantara como la más democrática y Liberal.
Es un ingenuo quien no crea que es la ejecución de una partitura pacientemente elaborada
y ejecutada con tal decisión que difícilmente pudiera reaccionarse. Como dijo Don Vicente:
“echaron por primera vez la manzana de la discordia que tan caro cuesta a la generación pre-
sente, y que tan funestas semillas deja para la venidera.”
La audacia fue tal que no les importó en absoluto que la nueva constitución fuera una
acomodación al solar hispano de la primera constitución de la Francia revolucionaria, ni que
tuviera tantas semejanzas con la que Napoleón presentó en Bayona, publicada en la Gaceta
de Madrid, aunque nunca entró en vigor, pero que tuvo sus prohombres salidos de la misma
escuela que los fautores de la Constitución doceañista. No les importó que la sangre derra-
mada fuera en contra de estas funestas filosofías para que fuera impuesta como el texto de la
libertad y el progreso para España.
Claro que fueron firmes las palabras de un Jovellanos al negarse a aceptar el minis-terio
del Interior que le ofreció Napoleón y rechazar una constitución como si España careciese
de hombres capaces de elaborar la propia; pero lo escandaloso es que mientras la España en
armas moría combatiendo contra la constitución napoleónica, en Cádiz los discípulos de la
aristocrática escuela establecían de manera artera una copia que vendía España al espíritu de
la revolución.

4.1 Visiones contrapuestas


La moderada, por ejemplo, Vicente Palacio Atard.
La Constitución de 1812 es muy extensa y prolija, con un total de 384 artículos. Las tres
materias claves, a su juicio, de la revolución política contenidas en el texto constitucional son
las siguientes: la soberanía nacional, la división de poderes y el derecho de representación.
El Art. 3.º declara: «La soberanía reside esencialmente en la nación y por lo mismo per-
tenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales».
El principio de división de poderes, según las modernas teorías del derecho político de-
sarrolladas en el siglo XVIII, distinguían entre poder legislativo, ejecutivo y judicial.

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El texto constitucional gaditano al establecer la división de poderes confió a las Cortes


el poder legislativo (arts. 132-141).
Al Rey se le reconocía en este punto la prerrogativa de promulgar las leyes y un derecho
de veto transitorio (arts. 142-147). También disponía el Rey de iniciativa para proponer
leyes a las cortes y de poder reglamentario.
El poder ejecutivo reside exclusivamente en el Rey.”

En nuestros días se presenta la Constitución de 1812 como modelo universal. Pre-


paraos para la inundación deformadora en las celebraciones conmemorativas del 200 ani-ver-
sario. Probablemente hasta se olviden de la crucial conmemoración para España de la batalla
de Las Navas de Tolosa.
Atendamos lo real, y para ello nada mejor que asomarnos al Manifiesto de los Persas.
La denuncia más contundente contra la Constitución del 12 vino de los 69 Diputados
que firmaron el famoso Manifiesto de los Persas, cuyo primer firmante y posible redactor fue
D. Bernardo Mozo de Rosales.
Ni jurídica, ni histórica ni en doctrina política española, se podía admitir un texto que
vulneraba todo el sistema jurídico y normativo vigente. La Constitución se había elaborado
desde la más absoluta ilegalidad y con la desfachatez de no respetar en la elección de diputa-
dos, no las de las Cortes españolas, ni tan siquiera las más elementales reglas del nuevo sistema
democrático. Para Don Vicente Pou La constitución de Cádiz es “un manantial fecundo de
trastornos y de sediciones”.
El Manifiesto presenta, en su encabezamiento, un resumen del mismo. Dice:
“Manifiesto
Que al Señor Don Fernando VII hacen en 12 de abril del año de 1814 los que sus-
criben como diputados en las actuales Cortes ordinarias de su opinión acerca de la so-
berana autoridad, ilegitimidad con que se ha eludido la antigua Constitución Española,
mérito de esta, nulidad de la nueva, y de cuantas disposiciones dieron las llamadas
Cortes generales y extraordinarias de Cádiz, violenta opresión con que los legítimos
representantes de la Nación están en Madrid impedidos de manifestar y sostener su
voto, defender los derechos del Monarca, y el bien de su Patria, indicando el remedio
que creen oportuno.”

Cuando valoro estos acontecimientos y considero la catadura moral de los respon-sables


que consiguieron imponer la Constitución gaditana, no puedo menos de recordar el diálogo
entre Ciro, que acaba de concluir sus estudios, y Cambises, su padre, al que le ha planteado
nada menos que la cuestión de cómo tiene que ser el Jefe que aspire a salir victorioso de sus
enemigos, según nos cuenta Jenofonte. El diálogo es sorprendente:
“Sabe bien -le dice Cambises a su hijo- que quien lo pretenda conseguir debe ser cons-
pirador, disimulado, tramposo, mentiroso, ladrón, bandido y superior en todo a sus
enemigos y Ciro, echándose a reír, dijo:
-Por Heracles, padre, ¡en qué clase de hombre dices tú que me debo convertir!
-Con tal conducta, hijo mío, serías el varón más justo y conforme a las normas es-
tablecidas.” (Jenofonte, Ciropedia, siglo V aC).

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En el punto 94 del Manifiesto que luego leeremos dice Mozo Rosales: “Sí, Señor, se
vieron engañados, por no advertir que tales filósofos son osados, porque miran con desprecio
una muerte que no recela ulterior juicio”

Veamos algunas joyas del Manifiesto:


Dice el punto 32.- “Principiamos a leer los trabajos de las Cortes de Cádiz, y el origen
que habían tenido, y observamos que olvidado el decreto de la Junta Central, y las
leyes, fueros y costumbres de España, los más de los que se decían representantes de
las Provincias, habían asistido al Congreso sin poder especial ni general de ellas; por
consiguiente no habían merecido la confianza del Pueblo a cuyo nombre hablaban,
pues solo se formaron en Cádiz unas listas o padrones (no exactos) de los de aquel
domicilio, y emigrados que casualmente o con premeditación se hallaban en aquel
puerto: y según la Provincia a que pertenecían, los fueron sacando para Diputados de
Cortes por ellas.”

En el 33.- “Leímos que al instalarse las Cortes por su primer decreto en la Isla a 24 de
septiembre de 1810 (dictado según se dijo a las once de la noche), se declararon los
concurrentes legítimamente constituidos en Cortes Generales y extraordinarias, y que
residía en ellas la soberanía nacional. Mas ¿quién oirá sin escándalo que la mañana del
mismo día, este Congreso había jurado a V. M. por Soberano de España sin condición,
ni restricción, y hasta la noche hubo motivo para faltar al juramento? Siendo así que no
había tal legitimidad de Cortes; que carecían de la voluntad de la Nación para establecer
un sistema de gobierno, que desconoció España desde el primer Rey constituido.
Sobrecoge la audacia de los Diputados doceañistas. Fue un auténtico trágala. Un no
respetar ni formas ni fondos. Mientras La España heroica seguía combatiendo al extranjero
invasor, una minoría lograba imponer una organización política contra la que estaba murien-
do el pueblo al que decían servir.
Pero la historia la cuentan los vencedores

Miren por dónde emplearon incluso el abucheo y la presión populachera contra los di-
putados disidentes. Dice el Manifiesto: 52.- Dijo el Artículo 126: que las sesiones serían públi-
cas, y solo en los casos que exigiesen reserva, podría celebrarse sesión secreta: esta publicidad
sin orden, sin número fijo de concurrentes, sin sujeción ni método, y, desenfre-nados a tomar
parte con gritos e insultos contra Diputados sensatos, ha sido el apoyo de la novación, y la que
ha producido la nulidad de cuanto se ha hecho, porque faltos estos de libertad, no se atrevían
a manifestar su dictamen; y las sesiones llamadas secretas, sobre escasearse todo lo posible, no
han merecido este nombre. Gritar alguna vez el Pueblo a la puerta sobre que se acabasen, y
cubrir de improperios a los que iban saliendo del Congreso, y no eran del número de los que
por lisonjear sus caprichos con voces sonoras y nada significantes merecían su aplauso en las
públicas, era el resultado.

4.2. La soberanía nacional


En el 41.- “Dice el Artículo 3: Que la soberanía reside esencialmente en la Nación, y
por lo mismo pertenece a esta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fun-
damentales. La primera parte queda demostrado ser alucinación y agravio a la felicidad

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del vasallo; aunque se pretextaba esta para la novedad. La segunda no es acomodable


en boca de los diputados, que carecían del voto de la Nación para ello, y no podía en al-
gún caso tratarse de leyes fundamentales nuevas; habiendo las antiguas, y más sensatas,
con las cuales se había celebrado un pacto entre la Nación y el Rey; y si bien el antiguo
despotismo ministerial había cometido abusos, este no fue defecto del sistema.”

No es el momento de entrar en el estudio de estos principios opuestos a la concepción


política de los siglos anteriores. Pero desde la perspectiva que da la historia sí que debemos
llamar la atención sobre lo que el concepto de soberanía nacional llevaba implícito en su po-
tencialidad revolucionaria. Supone que por encima del legislador no existía límite ni divino ni
humano.
Los fautores de la Constitución de Cádiz introdujeron el nombre de Dios y reconocie-
ron a la Iglesia católica como la oficial del Estado. Tiempo al tiempo. Era retórica y voluntad
de engañar. Tartufo. Por eso es tremendamente significativo que rechazaran por mayoría la
propuesta de Jovellanos que decía “derecho de supremacía originaria”. Lo mismo que la del
Cardenal Inguanzo que propuso que se substituyera el adverbio “esencialmente” por el de
“radicalmente” para que el poder del Rey no emanase directamente de la nación.
¿Acaso la libertad de imprenta no se emplearía para blasfemar contra Dios y vili-pendiar
a los ciudadanos honrados que disintiesen de la “sagrada” Constitución? Recuérdese el caso
del libelo de Gallardo, contra Dios y las cosas más sagradas, que si en un primer momento
por el enfado popular terminó en una prisión militar, poco tiempo después salió a hombros
del populacho victorioso y encerraron en prisión al juez que le había condenado.
La sorpresa y el desconcierto fue tal que “el concepto de soberanía nacional” salió vo-
tado por mayoría, tras el discurso inicial del Canónigo Muñoz Torrero, primer decreto de la
Constitución. Pronto se reaccionó, como prueba el Manifiesto.

4.3. El mandato imperativo en las antiguas Cortes españolas


Si grave es el tema de la Soberanía Nacional, no menos lo es la desaparición del mandato
imperativo. La auténtica representación de los pueblos desaparece. El Diputado, sin ninguna
cortapisa, puede resolver cuanto entendiere conducente para el bien general de la Nación,
que no es el de sus habitantes. Los pueblos perdieron la libertad y todos los hijos de la Patria.
Atendamos el asombro de los firmantes del Manifiesto:
“49.- En el Artículo 100 se fijó la fórmula del poder con que habían de presentarse
los nuevos Diputados reducida a que: puedan acordar y resolver cuanto entendieren
conducente al bien general de la Nación en uso de las facultades que la Constitución
determina y dentro de los límites que la misma prescribe, sin poder derogar, alterar
o variar alguno de sus artículos bajo ningún pretexto. ¿Y esto se llama libertad? ¿Es
esto acaso la igualdad tan decantada? ¿Unos emigrados sin representación legítima
han de atribuirse autoridad para sellar los labios a la Nación entera, cuando junta en
Cortes va a tratar de lo que más le interesa? ¿Cuándo jamás se puso tal coartación a
las Cortes de España, cuyo primer encargo era la concurrencia con amplios poderes?
¿Y aquí hubo valor de privar la libertad de las Provincias, para que cerrasen sus ojos a
cuanto en Cádiz se había escrito? Este es, pues, uno de los mayores vicios de la llamada
Constitución, y que más descubre el empeño de la innovación contra la repugnancia
general que preveían sus autores.

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51.- En el Artículo 117 se nota el empeño de que los nuevos Diputados jurasen guar-
dar y hacer guardar religiosamente esta Constitución, cuyo juramento es inconciliable
con la libre función de un Diputado de Provincia que no había intervenido en su
forma-ción, y que podía considerarla perjudicial a los derechos de esta, y a los previos
juramen-tos prestados al Soberano: así que el juramento en esta parte es ineficaz.”

4.4. Funcionamiento de la justicia


No me voy a detener en hablar sobre el Poder Judicial. Leo seguidamente del Manifiesto de
los Persas, y es posible que os parezca que se refieren al funcionamiento de nuestros Tribunales
del día de hoy.
“69.- El capítulo 3.º trata de la Administración de Justicia en lo criminal, y desde el
Artículo 287 se presenta el método con que ha de procederse contra los reos. Las ideas
en abstracto a veces aparecen con un colorido lisonjero; pero contraídas a la práctica
no permiten ejecución: así es, que dictada la Constitución, los caminos y poblados es-
tán llenos de malhechores, no se experimenta el castigo, los ofendidos miran como in-
fructuosa la queja, resueltos más bien a tomarse la justicia que a reclamarla, y los jueces
se consideran impedidos de aplicar remedio, hallando una dificultad en cada Artículo:
de forma, que solo hallamos libertad en el delincuente, y esclavitud en el buen vasallo.

70.- Los muchos delitos no son efecto de la revolución sino de la impunidad. Si ninguno
ha de ser preso, sin que preceda información sumaria (capaz de formar concepto sobre
ella, de que merece ser castigado con pena corporal), y asimismo un mandamiento del
juez por escrito que se notifique en el acto de la prisión: el juez no puede prender en un
pronto, y la queja está de más en el momento, porque no puede haber autoescrito sin
previa información escrita, y entre tanto escribir, el reo se ha fugado. El delito en des-
poblado queda impune; y el hecho en poblado, sin posibilidad de acusación: porque los
delincuentes no se han de presentar al público a cometer sus excesos, ni todo vasallo
puede ir rodeado de una guardia, para que le sirva de testigo en cuanto le ocurra.”

4.5. La España siempre tuvo Constitución


Que no estuviera escrita no quiere decir que no existiera. “¿Qué necesidad había de
escribirla cuando no era contestada su existencia?”, se pregunta Pou. En el Manifiesto se de-
clara:
“Se le ha hecho creer que nuestros Reyes no tenían ni se gobernaban por Constitución,
que eran unos déspotas, los súbditos esclavos, y que era menester arrancarles el cetro
de hierro, o atarlo para mantener ilesa la libertad, la igualdad, los derechos imprescripti-
bles del hombre (voces sonoras, pero nada significantes). Sí, Señor, Constitución había,
sabia, meditada, y robustecida con la práctica y consentimiento general, reconocida por
todas las naciones, con la cual había entrado España en el equilibrio de la Europa, en
sus pactos, en sus tratados, en las ventajas de su unión y libertades, en la observancia
de sus derechos de gentes, y en las obligaciones de sus relaciones políticas. Pero, Señor,
algún tiempo hubo despotismo ministerial digno de enmienda; mas este no es falta de
Constitución, ni defecto en ella, sino abuso de su letra. Constitución tienen hoy (según
apellidan a la de Cádiz), esta lisonjea sus deseos; y jamás hubo más despotismo, menos

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libertad, más agravios, y más peligros en la seguridad interior y exterior de la monar-


quía: será, pues, también abuso, porque el hombre no es perfecto, y esto no se salva con
mudar de Constitución cada día.”

Don Vicente sabía que la Religión y la Monarquía son las bases sobre las que está fun-
dada desde los tiempos más remotos la sociedad española, y el lazo estrecho que de provincias
muy diversas por su localidad, por su idioma y por sus costumbres e intereses particulares
forma un todo compacto y bien ordenado (pág. 119 y siguientes).

4.6. Apóstrofe
94.- Sorprendidos los españoles con estas noticias se preguntaban, no menos con-fusos
que en el 2 de mayo de 1808. ¿Qué nuevo torrente de males se despeña sobre noso-
tros? No ha levantado la suprema justicia el azote, pues que aún nos aprisiona con más
pesada cadena de infortunios. Nuevo luto cubrió a las Provincias, y volvieron a suspirar
por la presencia de V. M., que serenaría la borrasca. En este estado deseábamos indagar
la causa, y pudimos entender, que algunos pocos de los que habían eludido las veja-
ciones francesas insensibles al mal que no habían visto sus ojos, dormidos en delicias
que para los demás eran desgracias, y por casualidad entraron en las Cortes de Cádiz,
se vieron sorprendidos (a pesar del mejor deseo) de las máximas con que los filósofos
han procurado trastornar la Europa, y sin advertirlos, se hallaron contagiados de la
animosidad emprendedora de aquellos. Sí, Señor, se vieron engañados, por no advertir
que tales filósofos son osados, porque miran con desprecio una muerte que no recela
ulterior juicio: aman la novedad por ostentar la sabiduría de que no poseen más que el
prospecto, preocupados de ideas abstractas, ignoran lo que dista la teórica de la ejecu-
ción, principal punto de la ciencia de mandar. Están poseídos de odio implacable a las
testas coronadas; porque mientras existan, no puede tener pase una filosofía revolucio-
naria, cuyo blanco es la libertad de costumbres, la licencia de insultar por escrito y de
palabra, triunfar a costa del menos atrevido, y vivir en placeres con el sudor del mísero
vasallo, a quien se alucina con la voz de libre: para que no sienta los grillos con que se
le aprisiona, todo lo que produce la inquietud del Estado, y al fin su total ruina.”

5. Breve recorrido por la historia posterior


No es posible detenerse en el enloquecido proceso de los acontecimientos tras el regre-
so de Fernando VII, el Deseado. Los afrancesados fueron perseguidos y salieron al destierro.
Los verdaderos revolucionarios se cobijaron bajo la etiqueta de Patriotas. La osadía de la revo-
lución es inaudita. La llamada década ominosa estuvo en manos de los que luego constituirían
el partido cristino liberal, y aunque se llamaban demócratas como sagazmente denunció Don
Vicente Pou “existe una continuidad total entre el absolutismo fernandino y la revolución
liberal”.
Es en estos años cuando tiene lugar la agresión a los principios más constituyentes de
la España, de modo que la defensa obligada va haciendo patente los principios irrenunciables
de la Tradición política española.

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Con qué vigor describe Pou el comportamiento de los componentes del partido cristino
liberal, alumnos aventajados de la vieja escuela dieciochesca.
“Invocando la Monarquía eran desarmados y perseguidos los celosos defensores de ella:
se protestaba quererla pura y absoluta, y se encomiaban los principios y las doc-trinas
que la destruyen; el liberalismo continuaba proscrito en los actos públicos del gobier-
no, y sus más finos partidarios eran llamados casi exclusivamente al poder: se odiaba
a los demagogos, y se les favorecía y acariciaba: eran personalmente temidos, Y se
ponían las armas en sus manos. Se protestaba en los decretos el mayor afecto y respeto
por la Religión santa, por la moral cristiana, por las demás instituciones patrias que en
muchos Siglos habían hecho feliz al Pueblo Español, al paso que se aflojaba abierta-
mente las riendas a la impiedad y a la licencia, y se aplaudía al naciente reinado de Isabel
como el principio dichoso de una Era nueva de luces de reforma y de emancipación
política y social. En una palabra parecía quererse unir la licencia con el despotismo, el
Evangelio con las falsas ideas del siglo, y la Autoridad Real con un poder fantástico que
sin ser popular en sus formas, derivase en el fondo de la supuesta soberanía del pueblo
y se atemperase servilmente a las exigencias revolucionarias. Se pretendía contener a
los realistas por medio de los liberales y demagogos, y a estos por medio de aquéllos;
y como si la Nación estuviese toda dividida en partidos incapaces de representarla, el
nuevo go-bierno debía apoyarlos a todos indistintamente, sin apoyarse exclusivamente
en ninguno, mortificarlos Y halagarlos a todos a su vez hasta ganarlos a todos y reunir-
los en su sistema que no siendo ni monárquico ni republicano, absoluto ni represen-
tativo, religioso ni impío, sin principios fijos, sin antecedentes gloriosos, sin habitudes
nacionales, sin recuerdos lisonjeros, sin tendencia cierta, sin nombre, sin interés, sin
prestigio; era preciso para conseguirlo trastornar primero las cabezas, cambiar todos
los corazones, desarraigar todos los hábitos, los gustos y hasta los caprichos, o mejor
diré, era preciso refundir la naturaleza de los españoles.” (pág. 32-33)

Sólo faltaba la cuestión dinástica. Los sucesos de La Granja de 1832 prepararon el cami-
no al mayor latrocinio histórico que se conozca sobre los derechos a la Corona espa-ñola de
un pretendiente: Don Carlos María Isidro. Napoleón había enseñado al mundo que no existe
más Ley que la Voluntad. Ni más autoridad que el triunfo de las espadas. La causa nacional
estaba definida. Aparece el Carlismo en 1833, cuando desde Talavera de la Reina se da el grito
de sublevación. Toda España defiende la Causa de Don Carlos. Si alguien tiene alguna duda
que se lea el Examen razonado. El Carlismo defiende en un mismo programa la Causa de la
Tradición y la causa de la Legitimidad. Indisolublemente unidos.
La historia, en España, de la Revolución Liberal es un sainete cómico, si no estuviera
acompañado de tanta sangre, dolor y lágrimas. Los sables quitan y ponen reyes o reinas y
los mandan al destierro y si no, se trae uno del extranjero. Proféticas palabras de Donoso:
“Apostaron por el bienestar y se entregaron en brazos de la revolución”. Su destino es el des-
tierro.
No conozco libro nacido a la par que los acontecimientos -como el de Pou-, que descri-
ba de manera tan certera los acontecimientos, y de tal agilidad en la defensa de la Causa de
Don Carlos V al igual que en la de los principios de la Tradición.

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El genio de Melchor Ferrer consumaría una gran tarea editorial acometiendo la tarea ingente de historiar el tra-
dicionalismo español en 30 tomos. Acaba de ser reeditada (Pamplona, 2010) en edición limitada por Sancho el
Fuerte Publicaciones.

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Santiago Arellano Claves para comprender... 22

Destino de España
En la primera página de su ensayo se pregunta en 1842 don Vicente Pou sobre el futuro
de España
“¿Si deberá continuar arrastrando a la cola de su leal aliada la Gran Bretaña bajo el go-
bierno anárquico de Espartero y de su partido? ¿Si caerá de nuevo en manos del justo medio
ciegamente obstinado en hacer de la revolución un estado permanente de orden, y en conte-
ner los efectos dejando en pie las causas? ¿O si por fin será todavía tan afortuna-da en medio
de sus desgracias, que pasando rápidamente por todas las fases de la revolu-ción, sin dejarse
corromper por ella en su nativo carácter, vuelva al punto de donde ha salido, bajo el gobierno
paternal de sus Reyes y el saludable influjo de sus antiguas y sabias instituciones?
He aquí una de las grandes e importantes cuestiones del día, cuestión de vida o de muer-
te para la España, de paz o de trastorno para la Europa.” Comenta el autor.
Con sólo leer con atención la segunda opción, con palabras tan certeras, nos pare-cería
Don Vicente un comentarista político de la actualidad. Es genial: “¿Si caerá de nuevo en ma-
nos del justo medio ciegamente obstinado en hacer de la revolución un estado permanente de
orden, y en contener los efectos dejando en pie las causas?.
Aunque la Revolución permanece fiel a su empeño inicial, nuestra Historia asegura que
Roma no paga a traidores. Se convierten en objetos de usar y tirar. Permitidme volver al poeta
seleccionado, Manuel Palacio (los tres fechados en Madrid, 1869):

Los “Alfonsistas”
¡Miradlos! ¡Ellos son! Turba cobarde,
Que de su afán en el delirio insano,
Empuja á Robespierre con una mano
Y acaricia con otra á Calomarde.
Ayer luchaba con bizarro alarde
Contra un poder estúpido y tirano;
Hoy por resucitar se esfuerza en vano
Aquella estirpe, de que Dios nos guarde.
Para ser de sus culpas Cirineo
Nada encuentra mejor que un niño intonso,
Si no por él, por su familia reo;
Y mezclando el hosanna y el responso
Desdeña el nombre de Tomás por feo,
Y se llena la boca de Alfonso.

La restauración
Bien haces, Isabel, por vida mía,
En no abdicar tu cetro y tu corona,
Que los bravos que cercan tu persona
Bastan para salvar tu dinastía.

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Mientras les des el pan de cada día,


Y gocen junto á tí la vita bona,
Te ofrecerán su pluma ó su tizona,
Que de léjos insulta ó desafía.
Los conozco muy bien; acaso alguno,
Que si le nombro manchará mis labios,
Me pagó benefícios con agravios;
Y sé bien que entre todos, ó uno á uno,
Te llevarán con uñas ó con cuernos,
No digo yo á palacio, á los infiernos.

Los diamantes de la Corona


Que hubo en Palacio joyas es sabido,
Y aun se sabe también que eran muy bellas:
Solamente se ignora qué fué de ellas,
Pues, como ustedes saben, se han perdido.
Quién dice que Isabel las ha vendido,
Quién que se las llevó Pepe Botellas,
Quién que las han limpiado las doncellas,
Quién que al partir las empeñó el marido.
En esta confusión pasan las horas,
Crecen las dudas, los insultos crecen,
Hablan de honor cien voces seductoras,
Y al fin ¿qué resultado nos ofrecen?
Que hay muchos caballeros y señoras,
Pero que las alhajas no parecen.

¿Dónde se encuentra el verdadero pueblo español?


Os he de confesar que uno de los mayores gozos de los últimos tiempos me lo ha pro-
ducido la publicación y lectura del libro Requetés, subtitulado “de la trinchera al olvido”. Lo de
leer es un decir, porque las lágrimas emocionadas me impedían una lectura continuada.
Este es el pueblo español. No porque empuñe con heroicidad asombrosa un fusil o
asalte sin temor cualquier trinchera, y con un arrojo y una intrepidez admirables. De sus de-
claraciones se percibe no sólo al guerrero, sino al hijo, al trabajador, al creyente, al paisano, al
enamorado, al miembro de una familia, al vecino de un pueblo, al hombre arraigado en su
comarca, que ama con pasión a su región, a su Patria, a su España Católica y Monárquica, a
una sociedad cuajada en la Fe de la Iglesia. Isla superviviente de LA CRISTIANDAD.
No nos cansaremos de dar gracias a quienes han hecho posible la edición. ¿Quién podía
esperar que de una tierra quemada, política y moralmente en la que dirigentes políticos como
Azaña, podían eufóricos proclamar que España había dejado de ser católica, surgiesen hasta

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debajo de las piedras, una pléyade de héroes capaces de morir en defensa de sus más íntimos
amores? Estremece escuchar sus vítores a España y a Cristo Rey.

Son de la misma estirpe de combatientes que nos recuerda don Vicente Pou en la página 122:
“Yo no necesito hablar de los tiempos modernos, cuya memoria conservan los que han
presenciado los sucesos o los han oído de la boca de sus padres como testigos de vista
y parte de los mismos. Jamás los españoles hubieran pensado en resistir a las fuerzas
imponentes de Napoleón, ni hubieran luchado después con tanta firmeza y tenacidad
por el espacio de treinta años con varia fortuna contra la novedad y el impío error dis-
frazados bajo el nombre de liberalismo, de ilustración y de reforma, si la masa de este
pueblo poco conocido no estuviera profundamente arraigada en el principio religioso,
como la primera y más sólida base de su verdadera constitución, y en el monárquico
que, corno vamos a ver, puede llamarse la segunda” .

En estas citas –a modo de homenaje- vuelvo de nuevo a unas palabras admirables de


don Melchor Ferrer:
“Y, sin embargo, no había muerto la fe en nuestra España. Parecía que sólo un milagro
podía salvarla, y este milagro se produjo: al acicate de la espuela de Napoleón, España
resurgió vibrante en un impulso popular, acaudillada por curas desconocidos y frailes
ignorados, militares de poca graduación, y campesinos, y labradores y aristócratas, que
todos habían guardado íntegra su fe en la Religión, la Patria y la Monarquía, Y así se
produjo el fenómeno maravilloso de un pueblo moribundo escribiendo una epopeya.
El Tradicionalismo Político español se incorpora, reaccionando ante los fulgores del
incendio de la Revolución Francesa, cuando se presenta el problema que ya el príncipe
Hamlet, en su dilema inmortal se planteaba: ser o no ser. O es España, cristiana y espa-
ñola, o al ser feudo de teorías antinacionales y anticristianas, perdida su personalidad,
ebria, hechizada, se hundirá en el abismo. Haciendo justicia a los que tienen fe en la
virtualidad del primer enunciado de la alternativa, y por ella han luchado, han podido
decir [Carreras y Bulbena] que los tradicionalistas son los únicos que pueden preten-
der la sucesión de los que lucharon por la Casa de Austria en la Guerra de Sucesión,
y Cánovas del Castillo, con el mismo acierto y rindiendo la misma justicia, dirá que el
partido carlista es el heredero de los héroes de la Independencia.” (HTE, Sevilla, 1941,
tomo I, págs. 133-134).

Es una pena que el afán esteticista de Valle Inclán no llegara a acertar plenamente en la
transmisión de la gran epopeya que estos hombres y mujeres realizaron en el solar hispano,
generación tras generación. Ya vendrá un día el Homero que sabrá contarlo a las generaciones
futuras como legado inolvidable de una Historia verdadera.

La Madre, el fruto más sazonado de la Tradición


Leyendo al arriba mencionado libro Requetés me llamó la atención, indirectamente, la
importante actuación de la mujer, por ejemplo de las margaritas enfermeras en los hos-pitales
durante las guerras. Sin embargo yo quiero destacar a las madres de los requetés, las sublimes
heroínas anónimas de la Tradición Española. La continuidad de La Causa se debe en su ma-

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yor parte a la entrega callada y abnegada de estas mujeres a la educación familiar, en el ritmo
cotidiano de cada día.

Valle Inclán tiene páginas que no son fruto de su fantasía, sino realidad histórica. No
me resisto a reproduciros unos fragmentos de Los Cruzados de la Causa:
“— ¡Ladrones!... ¡Enemigos malos!... ¡Sacar a los mozos de la vera de sus padres para
luego hacerles ir contra la ley de Dios!
El centinela se detuvo mirando al camino. La vieja, una sombra menuda y negra, corría
ante el grupo de las mujeres, con los dedos enredados en los cabellos y la mantilla de
paño sobre los hombros, como en un entierro:
— ¡Arrenegados! ¡Más peores que arrenegados!
El centinela oía aquellas voces replegado en el hueco del portón, y mirando con inquie-
tud al camino. Los dos criberos agitaron los brazos asustando al asno:
— ¡Deja paso, Juanito!
Huyó el animal haciendo un corcovo, y su carga de aros bamboleó. La vieja, toda encor-
vada y con las manos tendidas hacia el centinela, clamaba rabiosa y llorosa:
— ¡Lástima de Inquisición! ¡Afuera de esa puerta, mal hijo! ¡He de hacerte bueno con
unas disciplinas, mal cristiano! ¡Vergüenza de tu madre!
Y llegando, le abofeteó en las dos mejillas. Después la vieja se volvió hacia los cri-beros
gritando desesperada:
— ¡Es mi hijo! ¡Es mi hijo!
Limpióse dos lágrimas, y con los brazos en alto, fue a sentarse en la orilla del camino:
— ¿Es ésa la crianza que recibiste?
Un sollozo le desgarró la voz. El centinela repuso con otro sollozo saliendo del hueco
del portón y reanudando su paseo:
—Es la Ordenanza...
— ¡Olvidaste la doctrina cristiana!
— Es la Ordenanza!
La voz se le hacía un nudo en la garganta, y la madre, sentada sobre la yerba, mirá-bale
con una gran congoja, cruzando las manos bajo la barbeta temblona:
— ¡Sacar a los mozos de la vera de sus padres para meterlos en la herejía!
El cribero murmuró con voz hueca: —Hay que considerar que el rapaz está sin culpa.
Es la Ordenanza.
Pasó una ronda levantando la centinela, y la vieja, toda encorvada, púsose a caminar tras
de su hijo, recriminándole con voz sombría:
— ¡Sé buen cristiano, rapaz! Si no eres buen cristiano, no podrás ajuntarte con tus pa-
dres, bajo las alas de los santos ángeles, cuando te llegue tu hora. ¡Ay, mi hijo, que la
muerte no avisa y si agora llegase para ti, arderías en el infierno! ¡Ay, que tu carne de
flor habría de ser quemada! ¡Ay, mi hijo, que cuando tu boca de manzana tuviese sede,
plomo hirviente le habrían de dar! ¡Ay, mi hijo, que tus ojos de amanecer te los sacarían
con garfios! ¡Vuélvelos a tu madre! ¡Mira cómo va arrastrada por los caminos para que
Dios te perdone!
La vieja se había hincado de rodillas y andaba así sobre la tierra, los brazos abiertos y
la cabeza bien tocada con primera mantilla. El hijo se volvió con los ojos en ascuas,
saliéndose de la fila.

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— ¡Álzase, mi madre!
Y arrojando el fusil, rompió a correr hacia las casas del pueblo, perdiéndose en la oscu-
ridad campesina mientras algunas mujerucas levantaban a la vieja, accidentada.
—jAlto! ¡Date! ¡Alto!
Era un grito que se escalonaba con el chascar de los fusiles al ser montados.
— ¡Alto! ¡Date! ¡Alto!
Las voces resonaban a lo largo de una callejuela oscura, y los pasos en las losas.
— ¡Alto! ¡Date!
Sonó un tiro y luego otro. El marinero llegaba a la esquina y la dobló. Los pasos de
los perseguidores resonaban en la calle. Muchas cabezas asomaron en las ventanas, se
enracimaban y tenían una expresión dolorida, como en los retablos de ánimas. Los per-
seguidores doblaron también la esquina y se detuvieron. El otro estaba caído sobre la
acera, boca abajo, en un charco de sangre. Las dos balas le habían entrado por la nuca,
y aún movía una pierna el marinerito.
……………
La vieja llegó a donde estaba el hijo muerto. y se derribó a su lado, batiendo con las ro-
dillas en las piedras. Dando alaridos le enclavijó los brazos y le besó en la boca inerte
y sangrienta:
— ¡Hijo!¡Prenda! ¡Bieitiño!
En lo alto del balcón resonó la voz de Don Juan Manuel Montenegro:
— ¡Pobre madre!
La vieja levantó los ojos y los brazos:
— No tenía otro hijo en el mundo, pero mejor lo quiero aquí muerto, como lo vedes
todos agora, que como yo lo vide esta tarde, crucificando a Dios Nuestro Señor.”

El testamento de don Carlos VII


Recientemente escribí en Ahora Información estas palabras sobre Carlos VII: “Mi venera-
ción y respeto a Don Carlos creció cuando conocí su testamento. Me emocionaba siempre que
oía cantar a los veteranos el “Don Carlos ha de venir, Don Carlos ha de vol-ver, Don Carlos
ha de traer, a España la cristiandad”. Sólo un pueblo hondamente tradi-cional, no conserva-
dor ni materialista, podía admirar y saber el verdadero sentido de su “Volveré”, como mirada
esperanzada de su herencia espiritual. La incomprensión, las risas y aún las burlas de nuestros
adversarios delataban la miseria de sus almas.
Cuánto debiéramos meditar la proposición condicional de su sentencia “Si España es
sanable, a ella volveré aunque haya muerto.” En esa condición encuentro la tarea del carlismo
hoy, para que nuestro Rey pueda volver. Tarea inconmensurable, muy superior a nuestras fuer-
zas. Mas posible si ponemos la confianza de nuestras acciones en manos de La Providencia.
Me sobrecoge, en su Testamento, la descripción profética de lo que el futuro podía
depararle a la legitimidad dinástica. Se cumplió todo, hasta que su heredero, Don Jaime, no
nos diera legítima descendencia. No podía ser más aciago el pronóstico y todo se cumplió.
“Apuradas todas las amarguras”.
Bien sabía que su Causa no se reducía a los derechos de unas personas concretas.
“Nuestra monarquía es superior a las personas. El Rey no muere. Aunque dejéis de verme a
vuestra cabeza, seguiréis, como en mi tiempo, aclamando al Rey legítimo, tradicional y español

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Santiago Arellano Claves para comprender... 27

y defendiendo los principios fundamentales de nuestro programa.” Bien lo seguimos cantando


en nuestro himno de identidad. “Defendiendo la bandera de la Santa Tradición y “que vuelva
el Rey de España a las Cortes de Madrid”. El Carlismo es una Causa Dinástica, pero al mismo
tiempo defiende un sistema político basado en la concepción cristiana de la sociedad y de cada
uno de sus componentes sean personas físicas o jurídicas, y cuyo fin es el logro, entre todos,
del bien común. Propone un modelo concreto de Autoridad y de sociedad, antípoda del que
sustentan las democracias constitucionales occidentales, especialmente las que se consideran
herederas de La Revolución Francesa.”
No todo lo que fue, como la llamaba don Vicente Pou, La España (no España, término
abstracto, sino La o Las Españas, realidad histórica concreta) volverá; pero sí los principios
que la sustentaron, los valores espirituales que la hicieron posible.

Quiero terminar con las palabras del Testamento Político de Don Carlos VII:
“¡Adelante mis queridos carlistas! ¡Adelante por Dios y por España! Sea ésta vues-tra
divisa en el combate, como fue siempre la mía, y los que hayamos caído en el combate,
imploraremos de Dios nuevas fuerzas para que no desmayéis.
“Mantened intacta nuestra fe y el culto a nuestras tradiciones y el amor a nuestra bande-
ra. Mi hijo Jaime, o el que en derecho, y sabiendo lo que ese derecho significa y exige,
me suceda, continuará mi obra. Y si aún así, si apuradas todas las amarguras, la dinastía
legítima que os ha servido de faro providencial, estuviera llamada a extinguirse, la di-
nastía vuestra, la dinastía de mis admirables carlistas, los españoles por excelencia, no
se extinguirá jamás. Vosotros podéis salvar a la Patria, como la salvasteis con el Rey a
la cabeza, de las hordas mahometanas y, huérfanos de monarca, de las huestes napo-
leónicas. Antepasados de los voluntarios de Alpens y de Lacar eran los que vencieron
en la Navas y en Bailen. Unos y otros llevaban la misma fe en el alma y el mismo grito
de guerra en los labios.”

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Claves
para comprender
la situación política actual, de
Tradere, se terminó de compo-
ner el año de gracia de 2010, cele-
brando la Fiesta de la Virgen del Pilar

ADVENIAT REGNUM TUUM!


VENI DOMINE IESU!

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