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Visión social
Pero un Papa anciano del que nada se esperaba, Juan XXIII (958-1963),
aportó un soplo de aire fresco. Él abrió las puertas y las ventanas de la
Iglesia al afirmar: “No es un museo respetable; tiene que ser la casa de
todos, aireada y agradable para vivir”.
El Concilio Vaticano II representó, en palabras de Juan XXIII,
un aggiornamento, es decir, una actualización y reconstrucción de su
auto comprensión, de sus instituciones, de su lenguaje, de sus ritos y
del tipo de presencia en el mundo.
Aquí no se trata de resumir los elementos principales que introdujo el
Concilio. Nos interesa cómo acogió y tradujo la Iglesia latinoamericana
ese aggiornamento. Ese proceso, llamado de recepción, nunca es una
simple adaptación o aplicación de las decisiones oficiales, sino una
relectura y una remodelación de intuiciones del Concilio en el contexto
latinoamericano, muy diferente del contexto europeo en el que se habían
elaborado todos los documentos. Vamos a enfatizar solamente algunos
puntos esenciales, a modo de una lectura de ciego que capta solo lo que
es realmente importante.
El primero, sin duda, fue la profunda transformación de la atmósfera
eclesial: antes predominaba la Gran Disciplina, la uniformización romay
el aire sombrío y severo de la vida eclesial. Las Iglesias de América
Latina, África y Asia eran iglesias-espejo de la Iglesia Romana. De
repente, comenzaron a sentirse iglesias-fuente. Podían hacer
inculturación y crear nuevos lenguajes. Por ello, ahora irradian la
alegría, el entusiasmo y el coraje de crear. Finalmente, la Iglesia Católica
ha encontrado su lugar en el mundo actual, participando de sus alegrías
y tristezas, de sus búsquedas y avances.