Вы находитесь на странице: 1из 26

LAS ARMAS DE DIOS (Ef 6, 10-18)

Rm 13, 12:
Despojémonos, pues, 1.- Cinturón de (Ef 6, 14);
(Jn14,16-17;
de las obras de las la VERDAD 1Tim 3,15;
tinieblas y revistámonos Is11,5).
de las armas de la luz.

2.- Coraza de (Ef 6, 14);


(Sab 5, 19;
la JUSTICIA Is 59,17)

3.- Calzados con


(Ef 6, 15);
el celo por EL (Is 52,7;
EVANGELIO Is 40,8-9)
de la paz

4.- Escudo (Ef 6, 16);


(1Pe 5, 8-9)
de la FE

5.- Yelmo
(casco) de la (Ef 6, 17);
SALVACIÓN (Is 59,17)
(PALABRA
de Dios)

6.- Espada del (Ef 6, 17);


(Mt 4,4)
Espíritu que es (2 Co 6,7;
La PALABRA 2 Co10, 4-5;
de Dios. 1Jn 2, 14-17;
Hb 4, 12)

Ga 3, 27:
Todos los bautizados 7.- Siempre en (Ef 6, 18);
en Cristo os habéis ORACIÓN (Mt 26,40-41;
y Súplica Lc 1,8-13;
revestido de Cristo. Col 4, 2)

(A. S. S. A.)
LA ARMADURA DEL CRISTIANO
Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar firmes contra los engaños.

Por: Omar Jimenez Castro | Fuente: www.mensajespanyvida.org

LAS ARMAS DE DIOS (Ef 6, 10-18).


1.- El cinturón de la VERDAD.
(Jn14, 16; 1 Tim 3,15; Is 11, 5 ).
2.- La coraza de la JUSTICIA.
(Is 59, 17)
3.- El calzado, (fervor en propagar) el EVANGELIO
de la paz
(Is 52, 7; Is 40, 8-9)
4.- El escudo de la FE.
(1 Pe 5, 8-9)
5.- El yelmo (casco) de la SALVACIÓN.
(Is 59, 17)
6.- La espada del Espíritu: La PAPABRA de Dios.
(Mt 4,4); (2 Co 6,7; 2 Co 10, 4; 1 Jn 2, 14-17;
Hb 4, 12)
7.- Siempre en ORACIÓN y SÚPLICA.
(Mt 26, 40; Lc 1, 8; Col 4, 2)
Y ahora, hermanos, háganse fuertes en unión con el Señor por medio de su fuerza
poderosa. Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan
estar firmes contra los engaños del diablo. Porque no estamos luchando contra la
gente de carne y hueso, sino en contra de malignas fuerzas espirituales del cielo,
las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre este mundo oscuro. (Efesios
6, 10-12).

¿Por qué dijo San Pablo que la vida espiritual es una batalla?

Tomando la figura de la armadura de Dios. San Pablo puso al alcance de los


efesios la fórmula necesaria para mantenernos firmes y les rogó que usaran esta
armadura para defenderse de Satanás.

Esta armada que nos habla San Pablo también nos sirve a nosotros en el tiempo
que estamos, es urgente usar para defendernos no de los humanos, sino de la
guerra que se vive en lo espiritual, en donde somos bombardeados
constantemente.

San Pablo nos aconseja:

“La justicia y la verdad” como cinturón (Isaías 11, 5)


“La rectitud” como una “coraza” (59, 17);
“Noticias de paz” para calzar los pies.
“Casco de la salvación” para cubrirse la cabeza
“Y finalmente, que tomaran “la espada del Espíritu", que es la Palabra de Dios.

De estos cinco armamentos de guerra, cuatro son de protección y uno solo –la
espada del Espíritu- es de ataque. San Pablo entendió que el carácter cristiano
correcto está cimentado en la verdad, la honradez y la integridad como la primera
línea de defensa contra las tentaciones de Satanás. La segunda línea de defensa
es nuestra experiencia de la gracia y la paz con Dios que actúa en la vida del
creyente. Y la última línea de defensa es la capacidad de esgrimir la Palabra de
Dios como una espada de doblo filo, para descortezar nuestras convicciones
acerca de Cristo y poner al descubierto las acusaciones y engaños que Satanás
usa para tratar de embotar la mente del cristiano y hacerlo caer en tentación. Y la
defensa que tenemos más poderosa es la Eucaristía, en donde recuperamos las
fuerzas en la batalla y nos hace más fuerte para enfrentar las tentaciones. No
olvidemos esta última porque tiene un gran poder a favor nuestro.

¿Cuáles de los armamentos estamos usando en la batalla?

No podemos olvidar que para mantenernos firmes en esta guerra depende de la


firmeza de nuestra fe y confianza que pongamos en la gracia y en el poder del
Espíritu Santo, porque el esfuerzo humano no es capaz de triunfar.
;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;

LAS ARMAS DEL ESPÍRITU


Ing. Benjamín Sepúlveda

La batalla que combatimos es la batalla de Cristo. Cristo es quien la combate contra el gran
Enemigo, en nosotros, con nosotros y a través de nosotros.

Por esto el Apóstol nos exhorta: “Revestíos más bien del Señor Jesucristo” (Rm. 13, 14).

Es importante insistir en este “revestirse” de Cristo, como por otra parte insiste san Pablo.
. “En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestidos de Cristo” (Ga 3, 27) les dice
a los gálatas;
. “revestíos del hombre nuevo” (Col 3, 10), les dice a los colosenses.

A quien está revestido de Cristo le son entregadas “las armas de la luz” (Rm 13, 12) para que
pueda luchar contra las tinieblas.

Quien lucha con Cristo, vence. Pero la victoria es concedida no por la voluntad del hombre, no
por su capacidad le luchar y competir, sino únicamente por el “poder” de Cristo que opera en
él. De aquí la necesidad de mantenerse “firmes” en Él, “sentados” con Él, “unidos” a Él.

Y ahora volvemos a la armadura espiritual descrita por el Apóstol en el texto a los efesios.
(Ef 6, 10-18). (Rm13, 12; St 4, 7; Ef 1, 21-23;
Ef 6, 10 Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder.
Ef 6:11 Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo.
Ef 6:12 Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las
Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que
están en las alturas.
Ef 6:13 Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber
vencido todo, manteneros firmes.
Ef 6:14 ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como
coraza,
Ef 6:15 calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz,
Ef 6:16 embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los
encendidos dardos del Maligno.
Ef 6:17 Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra
de Dios;
Ef 6:18 siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con
perseverancia e intercediendo por todos los santos,

Encontramos 7 piezas de “revestimiento” que son como armas de defensa en la lucha.

1.- El cinturón de la VERDAD (Jn14, 16; 1 Tim 3,15; Is 11, 5 ).


2.- La coraza de la JUSTICIA (Is 59, 17)
3.- El calzado, (fervor para propagar) el EVANGELIO de la paz (Is 52, 7; Is 40, 8-9)
4.- El escudo de la FE. (1 Pe 5, 8-9)
5.- El yelmo (casco) de la SALVACIÓN (Is 59, 17)
6.- La espada del Espíritu: La PAPABRA de Dios. (Mt 4,4); (2 Co 6,7; 2 Co 10, 4; 1 Jn 2, 14-
17; Hb 4, 12)
7.- Siempre en ORACIÓN y súplica (Mt 26, 40; Lc 1, 8; Col 4, 2)

Isa 11:5 Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos.
Isa 59:17 Se puso la justicia como coraza y el casco de salvación en su cabeza. Se puso como túnica
vestidos de venganza y se vistió el celo como un manto.
Sab 5:17 Tomará su celo como armadura, y armará a la creación para rechazar a sus enemigos;
Isa 52:7 ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae
buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu Dios!»

1Jn 2:14 Os he escrito a vosotros, hijos míos, porque conocéis al Padre, Os he escrito, padres, porque
conocéis al que es desde el principio. Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de
Dios permanece en vosotros y habéis vencido al Maligno.

Heb 4:12 Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos.
Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los
sentimientos y pensamientos del corazón.
Luc 21:36 Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que
está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.»
Luc 18:1 Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer.
Col 4:2 Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias;
Col 4:3 orad al mismo tiempo también por nosotros para que Dios nos abra una puerta a la Palabra, y
podamos anunciar el Misterio de Cristo, por cuya causa estoy yo encarcelado,
Col 4:4 para darlo a conocer anunciándolo como debo hacerlo.

;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;
SACRAMENTOS
1.- CONFESIÓN:
1.- Jn 20,21: Da esp. Santo y envía para perdonar pecados, como el padre lo envió a él.
Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.»
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos.»
2.- 2Co 5, 18-20:
Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la
reconciliación.
Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las
transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la
reconciliación.
Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En
nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!

Lc 15, 7:
Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión.

3.- Mt 9, 1-8:
Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad.
En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al
paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados.» Pero he aquí que algunos
escribas dijeron para sí: «Este está blasfemando.» Jesús, conociendo sus pensamientos,
dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: "Tus
pecados te son perdonados", o decir:
"Levántate y anda"?
Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -
dice entonces al paralítico -: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".»
Él se levantó y se fue a su casa.
Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

Lv 5,5-6:
el que es culpable en uno de estos casos confesará aquello en que ha pecado,
y como sacrificio de reparación por el pecado cometido, llevará a Yahveh una hembra de
ganado menor, oveja o cabra, como sacrificio por el pecado. Y el sacerdote hará por él
expiación de su pecado.

Hb 5, 1-2: El sacerdote es pecador para comprender a los fieles.


Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los
hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados;
y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en
flaqueza.
;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;

2.- EUCARISTÍA O ACCIÓN DE GRACIAS:

Lc 22, 19-20:
Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es
entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»
De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi
sangre, que es derramada por vosotros.

1 Co 10, 16-22:
La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el
pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de
un solo pan.
Fijaos en el Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en
comunión con el altar?
¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo?
Pero si lo que inmolan los gentiles ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que
entréis en comunión con los demonios.
No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la
mesa del Señor y de la mesa de los demonios.
¿O es que queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?

Jn 6, 51-58:
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan
que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.»
Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.
Jua 6:55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
Jua 6:56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
Jua 6:57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el
que me coma vivirá por mí.
Jua 6:58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y
murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.»

;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;
3.- UNCION ENFERMOS

Mc 6, 12-13:
Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran;
expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Stgo 5, 13-:

¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. ¿Está alguno alegre? Que cante salmos.
¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él
y le unjan con óleo en el nombre del Señor.
Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido
pecados, le serán perdonados.
;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;

4.- ORDEN SACERDOTAL

NT:
1Pe 2, 5-: (Sacerdocio Común de los fieles)
1Pe 2:5 también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio
espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios
por mediación de Jesucristo.

AT:
Ex 19, 6: (Sacerdocio Común de los fieles)
Éxo 19:6 seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa." Estas son las palabras
que has de decir a los hijos de Israel.»

Hb 7, 11-12: (Sacerdocio ministerial)


Heb 7:11 Pues bien, si la perfección estuviera en poder del sacerdocio levítico - pues sobre él
descansa la Ley dada al pueblo -, ¿qué necesidad había ya de que surgiera otro sacerdote
a semejanza de Melquisedec, y no «a semejanza de Aarón»?
Heb 7:12 Porque, cambiado el sacerdocio, necesariamente se cambia la Ley.

Gn 14, 18:
Gén 14:18 Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote
del Dios Altísimo,
Gén 14:19 y le bendijo diciendo: «¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de cielos y
tierra,
Gén 14:20 y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!» Y diole
Abram el diezmo de todo.

Lc 22, 19-20:
Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es
entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»
De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi
sangre, que es derramada por vosotros.

Hb 10, 8-10:

Heb 10:8 Dice primero: Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no
los quisiste ni te agradaron - cosas todas ofrecidas conforme a la Ley -
Heb 10:9 entonces - añade -: He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para
establecer el segundo.
Heb 10:10 Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez
para siempre del cuerpo de Jesucristo.

;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;;

IGLESIA:
Gal 4,4: Dios tuvo su hijo de una mujer.
Mt 16,18-19: Funda su Iglesia, quiere que todos se salven.
1Tim 3, 15: Columna y base de la verdad
Ef 3, 20-21: Para darle la gloria a Dios en la Iglesia, en cristo, por los siglos de los siglos.
Mt 28, 19-20: Hagan discípulos a todas las naciones, estoy con Uds., hasta el fin del mundo.
Jn 20, 21-23: Como el padre me envió, también yo os envío, dio esp. Santo, a quienes
perdonéis los pecados….
(Satanás, no quiere que sean perdonados (salvados) = protestantes).
+ Algunos católicos ignorantes dicen que es igual ser católicos o protestantes:
Cristo dice:
Lc 22, 19-20: Esto es mi cuerpo
Jn 6, 26-33: Trabajen por la comida que da vida eterna y permanece. (Eucaristía).
SANTO
1 2 3 4
01.- Nm 20,1-13 05.- Os 11,9 12.- 2Tes 1,10 38.- Jn 17,11
02.- Éx 19,3-20 06.- Is 6,1-5 15.- 1Cor 6,2s 40.- Lc 1,49
03.- 1Sa 6,19s 07.- ls 10,20 20.- Ap 21,2 42.- Lc 1,72
04.- 2Sa 6, 7-11 09.- Am 4,2 22.- 1Tes 3,13 43.- Mc 8,38
08.- Éx 3,14 10.- Is 5,24 31.- 2Cor 1,12 44.-Mc 6,20
13.- Lv 22,31-33 11.- Zc 14,20s 35.- Flp 3,10-14 47.- Mt 6,9
14.- 1Re 8,10ss 17.- Is 8,13 39.- Ap 4,8 48.- Lc 1,35
16.- Dt 20, 12 19.- Ez 20,12-24 41.- Rm 7,12 50.- Mc 3,11
18.- Nm 4,1.20 25.- Ez 1,1-28 45.- 1Cor 3,17 51.- Jn 6,69
21.- Lv 11,31 27.- Is 7,9 46.- 1Pe 1,15s 52.- Lc 4,1
23.- Lv 16,1-16 28.- Is 41,14-20 49.- Hch 10,38 53.- Lc 5,8
24.- Éx 33,12-17 29.- Is 43,3-14 54.- Hch 4,27.30 58.- Jn 17,11
26.- Dt 7,1-6 30.- Is 60,9-14 55.- Hch 3,14s 59.- Mc 16,19
32.- Lv 17,11 36.- Dan 7,18-22 56.- Flp 2,9 61.- Jn 17, 11
33.- Dt 6,4-9 37.- Is 4,3 57.- Rm 1,4 62.- Jn 17,19-24
34.- Lv 19,2 60.- Ap 6,10 64.- Jn 17,19
63.- Hb 9,11-14 68.- Lc 3,16
65.- 1Cor 1,30 74.- Lc 7,28
66.- 1Cor 1,2
67.- 1Cor 3,16s
69.- Hch 2,16-38
70.- 1Tes 4,3
71.- 1Cor 6,11.20
72.- 2Cor 13,13
73.- Rm 8,14-17
75.- Hch 9,13
76.- Hch 9,31-41
77.- Rm 16,2
78.- 1Pe 2,9
79.- Rm 12,1
80.- Rm 1,7

SANTO
01.- Nm 20,1-13 41.- Rm 7,12
02.- Éx 19,3-20 42.- Lc 1,72
03.- 1Sa 6,19s 43.- Mc 8,38
04.- 2Sa 6, 7-11 44.- Mc 6,20
05.- Os 11,9 45.- 1Cor 3,17
06.- Is 6,1-5 46.- 1Pe 1,15s
07.- ls 10,20 47.- Mt 6,9
08.- Éx 3,14 48.- Lc 1,35
09.- Am 4,2 49.- Hch 10,38
10.-Is 5,24 50.- Mc 3,11
11.- Zc 14,20s 51.- (Jn 6,69
12.- 2Tes 1,10 52.- Lc 4,1
13.- Lv 22,31-33 53.- Lc 5,8
14.- 1Re 8,10 54.- Hch 4,27.30
15.- 1Cor 6,2s 55.- Hch 3,14s
16.- Dt 20, 12 56.- Flp 2,9
17.- Is 8,13 57.- Rm 1,4
18.- Nm 4,1.20 58.- Jn 17,11
19.- Ez 20,12-24 59.- Mc 16,19
20.- Ap 21,2 60.- Ap 6,10
21.- Lv 11,31 61.- Jn 17, 11
22.- 1Tes 3,13 62.- Jn 17,19-24
23.- Lv 16,1-16 63.- Hb 9,11-14
24.- Éx 33,12-17 64.- Jn 17,19
25.- Ez 1,1-28 65.- 1Cor 1,30
26.- Dt 7,1-6 66.- 1Cor 1,2
27.- Is 7,9 67.- 1Cor 3,16s
28.- Is 41,14-20 68.- Lc 3,16
29.- Is 43,3-14 69.- Hch 2,16-38
30.- Is 60,9-14 70.- 1Tes 4,3
31.- 2Cor 1,12 71.- 1Cor 6,11.20
32.- Lv 17,11 72.- 2Cor 13,13
33.- Dt 6,4-9 73.- Rm 8,14-17
34.- Lv 19,2 74.- Lc 7,28
35.- Flp 3,10-14 75.- Hch 9,13
36.- Dan 7,18-22 76.- Hch 9,31-4
37.- Is 4,3 77.- Rm 16,2
38.- Jn 17,11 78.- 1Pe 2,9
39.- Ap 4,8 79.- Rm 12, 1; 15
40.- Lc 1,49 80.- Rm 1,7

SANTO
01.- Nm 20,1-13
02.- Éx 19,3-20
03.- 1Sa 6,19s
04.- 2Sa 6, 7-11
05.- Os 11,9
06.- Is 6,1-5
07.- ls 10,20
08.- Éx 3,14
09.- Am 4,2
10.-Is 5,24
11.- Zc 14,20s
12.- 2Tes 1,10
13.- Lv 22,31-33
14.- 1Re 8,10
15.- 1Cor 6,2s
16.- Dt 20, 12
17.- Is 8,13
18.- Nm 4,1.20
19.- Ez 20,12-24
20.- Ap 21,2
21.- Lv 11,31
22.- 1Tes 3,13
23.- Lv 16,1-16
24.- Éx 33,12-17
25.- Ez 1,1-28
26.- Dt 7,1-6
27.- Is 7,9
28.- Is 41,14-20
29.- Is 43,3-14
30.- Is 60,9-14
31.- 2Cor 1,12
32.- Lv 17,11
33.- Dt 6,4-9
34.- Lv 19,2
35.- Flp 3,10-14
36.- Dan 7,18-22
37.- Is 4,3
38.- Jn 17,11
39.- Ap 4,8
40.- Lc 1,49
41.- Rm 7,12
42.- Lc 1,72
43.- Mc 8,38
44.- Mc 6,20
45.- 1Cor 3,17
46.- 1Pe 1,15s
47.- Mt 6,9
48.- Lc 1,35
49.- Hch 10,38
50.- Mc 3,11
51.- (Jn 6,69
52.- Lc 4,1
53.- Lc 5,8
54.- Hch 4,27.30
55.- Hch 3,14s
56.- Flp 2,9
57.- Rm 1,4
58.- Jn 17,11
59.- Mc 16,19
60.- Ap 6,10
61.- Jn 17, 11
62.- Jn 17,19-24
63.- Hb 9,11-14
64.- Jn 17,19
65.- 1Cor 1,30
66.- 1Cor 1,2
67.- 1Cor 3,16s
68.- Lc 3,16
69.- Hch 2,16-38
70.- 1Tes 4,3
71.- 1Cor 6,11.20
72.- 2Cor 13,13
73.- Rm 8,14-17
74.- Lc 7,28
75.- Hch 9,13
76.- Hch 9,31-4
77.- Rm 16,2
78.- 1Pe 2,9
79.- Rm 12, 1; 15
80.- Rm 1,7

SANTO
01.- (Nm 20,1-13; Ez 38, 2lss)
02.- Éx 19,3-20
03.- 1Sa 6,19s
04.- 2Sa 6, 7-11
05.- Os 11,9
06.- (Is 6,1-5; Éx 33, 18-23)
07.- ls 10,20
08.- (Éx 3,14; Am 2,7)
09.- Am 4,2
10.- (Is 5,24; Hab 3,3)
11.- Zc 14,20s
12.- (2Tes 1,10; 2,14)
13.- Lv 22,31-33
14.- (1Re 8,10ss; Lv 9,6-23)
15.- 1Cor 6,2s
16.- Dt 20, 12
17.- Is 8,13
18.- Nm 4,1.20
19.- Ez 20,12-24
20.- Ap 21,2
21.- (Lv 11,31; 15, 4.27)
22.- (1Tes 3,13; Ap 22,11)
23.- Lv 16,1-16
24.- Éx 33,12-17
25.- Ez 1,1-28
26.- Dt 7,1-6
27.- Is 7,9
28.- Is 41,14-20
29.- Is 43,3-14
30.- Is 60,9-14
31.- 2Cor 1,12
32.- Lv 17,11
33.- (Dt 6,4-9; ls 1,4-20)
34.- (Lv 19,2; 20,26)
35.- Flp 3,10-14
36.- Dan 7,18-22
37.- Is 4,3
38.- Jn 17,11
39.- Ap 4,8
40.- Lc 1,49
41.- Rm 7,12
42.- Lc 1,72
43.- Mc 8,38
44.- (Mc 6,20; Rm 1,2; Lc 1,70)
45.- (1Cor 3,17; Ap 21,2)
46.- (1Pe 1,15s = Lv 19,2)
47.- Mt 6,9
48.- (Lc 1,35; Mt 1;18)
49.- (Hch 10,38; Lc 3, 22)
50.- Mc 3,11
51.- (Jn 6,69; Mt 16,16)
52.- Lc 4,1
53.- (Lc 5,8; Is 6,5)
54.- Hch 4,27.30
55.- Hch 3,14s
56.- Flp 2,9
57.- Rm 1,4
58.- Jn 17,11
59.- Mc 16,19
60.- Ap 6,10
61.- Jn 17, 11
62.- Jn 17,19-24
63.- Hb 9,11-14
64.- Jn 17,19
65.- (1Cor 1,30; Ef 5,26; 1Jn 2,20)
66.- (1Cor 1,2; Flp 1,1)
67.- (1Cor 3,16s; Ef 2,22)
68.- (Lc 3,16; Hch1,5; 11,16)
69.- Hch 2,16-38
70.- 1Tes 4,3
71.- 1Cor 6,11.20
72.- 2Cor 13,13
73.- Rm 8,14-17
74.- Lc 7,28
75.- (Hch 9,13; 1Cor 16,1; Ef 3,5)
76.- (Hch 9,31-41)
77.- (Rm 16,2; 2Cor 1,1; 13,12)
78.- (1Pe 2,9; Ef 2,21)
79.- (Rm 12, 1; 15,16; Flp 2,17).
80.- (Rm 1,7; lCor 1,2)

SANTO
La liturgia aclama al Dios tres veces Santo; proclama a Cristo, «solus sanctus»; celebra a los
santos. Nosotros hablamos también de los santos evangelios, de la semana santa; estamos
además llamados a ser santos. La santidad parece, pues, ser una realidad compleja que
atañe al misterio de Dios, pero también al culto y a la moral; engloba las nociones de sagrado
y de puro, pero las des-borda. Parece reservada a Dios, inaccesible, pero constantemente se
atribuye a las criaturas.

La voz semítica qodes, cosa santa, santidad, derivada de una raíz que significa sin duda
«cortar, separar», orienta hacia una idea de separación de lo profano; las cosas santas son
las que no se tocan, o a las que no nos acercamos sino en ciertas condiciones de pureza
ritual. Estando cargadas de un dinamismo, de un misterio y de una majestad en la que se
puede ver algo sobrenatural, provocan un sentimiento mixto de sobrecogimiento y de
fascinación, que hace que el hombre adquiera conciencia de su pequeñez ante estas
manifestaciones de lo «numinoso».

La noción bíblica de santidad es mucho más rica. La Biblia, no contenta con comunicar las
reacciones del hombre frente a lo divino y con definir la santidad por negación de lo profano,
contiene la revelación de Dios mismo: define la santidad en su misma fuente, en Dios, de
quien deriva toda santidad. Pero por el hecho mismo la Escritura plantea el problema de la
naturaleza de la santidad, que es finalmente el del misterio de Dios y de su comunicación a
los hombres. Esta santidad derivada, primeramente, exterior a las personas, a los lugares y
objetos que hace «sagrados», no resulta real e interior sino por el don del mismo Espíritu
Santo; entonces el amor que es Dios mismo será comunicado, triunfando del pecado que
impedía la irradiación de su santidad.

AT.

I. DIOS ES SANTO; SE MUESTRA SANTO.

La santidad de Dios es inaccesible al hombre. Para que éste la reconozca es preciso que Dios
«se santifique», es decir, «se muestre santo», manifestando su gloria. Creación, teofanías,
pruebas, castigos y calamidades, pero también protección milagrosa y liberaciones
inesperadas revelan en qué sentido es Dios santo.
La santidad de Yahveh, manifestada primero en las majestuosas teofanías del Sinaí, aparece
como un poder a la vez aterrador y misterioso, capaz de aniquilar todo lo que se le acerque,
pero también capaz de bendecir a los que reciben el arca donde reside. No se confunde,
pues, con la trascendencia o con la ira divina, puesto que se manifiesta tanto en el amor como
en el perdón: «No desencadenaré todo el furor de mi ira... porque yo soy Dios, no soy un
hombre: en medio de ti está el Santo».
En el templo aparece Yahveh a Isaías como un rey de majestad in-finita, como el *creador
cuya gloria llena toda la tierra, como objeto de un culto que sólo los serafines pueden
tributarle. Por otra parte, éstos no son bastante santos para contemplar su rostro, y el hombre
no puede verlo sin morir. Y, sin embargo, este Dios in-accesible colma la distancia que le
separa de las criaturas: es el «santo de Israel», gozo, fuerza, apoyo, salvación, redención de
este pueblo al que se ha unido por la Alianza.

Así la santidad divina, lejos de reducirse a la separación o a la trascendencia, incluye todo lo


que Dios posee en cuanto a riqueza y vida, poder y bondad. No es uno de tan-tos atributos
divinos, sino que caracteriza a Dios mismo. Consiguientemente su *nombre es santo, Yahveh
jura por su santidad. La lengua misma refleja esta convicción cuando, ignorando el adjetivo
«divino», considera como sinónimos los nombres de Yahveh y de santo.

II. DIOS QUIERE SER SANTIFICADO.

Dios, celoso de su derecho exclusivo al culto y a la obediencia, quiere ser reconocido como
santo, ser tratado como único verdadero Dios, y manifestar así por los hombres su propia
santidad. Si reglamenta minuciosamente los detalles de los sacrificios y las condiciones de
*purezas necesarias para el culto, si exige que no sea profana-do su santo nombre, es porque
una liturgia bien celebrada hace que resplandezca su gloria y pone de relieve su majestad.
Pero este culto sólo vale si expresa la obediencia a la ley, la fe profunda, la alabanza
personal: esto es *temer a Dios, santificarlo.

III. DIOS SANTIFICA, COMUNICA LA SANTIDAD.

1. Santidad y consagración.
Yahveh, prescribiendo las reglas cultuales por las que se muestra santo, se reservó lugares
(tierra santa, santuarios, templo), personas (sacerdotes, levitas, primogénitos, nazires,
profetas), objetos (ofrendas, vestidos y objetos de culto), tiempos (sábados, años jubilares)
que le están consagrados con ritos precisos (ofrendas, sacrificios, dedicaciones, unciones,
aspersiones de sangre) y, por lo mismo, prohibidos a los usos profanos. Así el arca de la
alianza no debe ser mirada ni siquiera por los levitas; los sábados no se deben «profanar»; el
comportamiento de los sacerdotes está regulado por reglas particulares, más exigentes que
las leyes comunes.

Todas estas cosas son santas, pero pueden serlo - en diferentes grados, según el vínculo que
las une con Dios. La santidad de estas personas y de estos objetos consagrados no es de la
misma naturaleza que la de Dios. En efecto, a diferencia de la impureza contagiosa, no se
recibe automáticamente por contacto con la santidad divina. Es resultado de una decisión libre
de Dios, según su ley, según los ritos fijados por él. La distancia infinita que la separa de la
santidad divina se expresa en los ritos: así el sumo sacerdote sólo puede penetrar una vez al
año en el santo de los santos después de minuciosas purificaciones. Hay, pues, que distinguir
entre la santidad verdadera que es propia de Dios y el carácter sagrado que sustrae a lo pro-
fano a ciertas personas y ciertos objetos, situándolos en un estado intermedio, que vela y
manifiesta a la vez la santidad de Dios.

2. El pueblo santo.
Elegido y puesto a parte entre las naciones, Israel viene a ser la propiedad particular de Dios,
pueblo de sacerdotes, «pueblo santo». Dios, por un amor inexplicable, vive y marcha en
medio de su pueblo; se le manifiesta por la nube, el arca de la alianza, el templo, o
sencillamente su gloria, que le acompaña aun en el exilio: «en medio de ti yo soy el santo».
Esta presencia activa de Dios confiere al pueblo una santidad que no es mera-mente ritual,
sino una dignidad que exige una vida santa. Para santificar al pueblo promulga Yahveh la *ley.
Israel no podría dejar-se arrastrar a los vicios de las gentes cananas; debe rechazar todo
matrimonio con muchachas extranjeras y aniquilar por anatema todo lo que pudiera
contaminarlo. Su fuerza reside, no en los ejércitos o en una hábil diplomacia, sino en su fe en
Yahveh, el Santo de Israel. Éste da no sólo lo que lo distingue de los otros pueblos, sino todo
lo que posee en cuanto a seguridad de orgullo, finalmente en cuanto a esperanza invencible.

IV. ISRAEL DEBE SANTIFICARSE.


A la libre elección de Dios que quiere su santificación debe responder Israel santificándose.
1. Debe en primer lugar purificarse, es decir, lavarse de toda impureza incompatible con la
santidad de Dios, antes de asistir a teofanías o participar en el culto. Pero en definitiva es Dios
solo quien le da la pureza, por la sangre del sacrificio o purificando su corazón.

2. Los profetas y el Deuteronomio repitieron sin cesar que los sacrificios por el pecado
no bastaban para agradar a Dios, sino que se requería la justicia, la obediencia y el amor.
Así el mandamiento: «Sed santos, pues yo, Yahveh, soy santo» debe entenderse no sólo de
una pureza cultual, sino ciertamente de una santidad vivida según las múltiples prescripciones
familiares, sociales y económicas, como también rituales, contenidas en los diferentes
códigos.

3. Finalmente, la santificación de los hombres es susceptible de progreso; por eso sólo


podrán llamarse «santos» los que hayan pasado por la prueba y tengan participación en el
reino escatológico. Serán los sabios que hayan temido a Yahveh, el «pequeño resto» de los
salvados de Sión, a los que haya Dios «inscrito para sobrevivir».

NT.
La comunidad apostólica se asimiló las doctrinas y el vocabulario del AT. Así Dios es el
Padre Santo, el Pantocratór trascendente y el juez escatológico. Santo es su nombre, así
como su ley y su alianza. Santos también los ángeles, los profetas y los hagiógrafos. Santo es
su templo, así como la Jerusalén celestial. Puesto que Dios es santo, los que ha elegido
deben ser santos, y la santidad de su nombre debe manifestarse en el advenimiento de su
reino. Sin embargo, parece que pentecostés, manifestación del Espíritu de Dios, dio origen a
la concepción propia-mente neotestamentaria de la santidad.

I. JESÚS, EL SANTO.

La santidad de Cristo está íntimamente ligada con su filiación divina y con la presencia del
Espíritu de Dios en él: "concebido del Espíritu Santo, será santos y llamado Hijo de Dios. En el
bautismo de Juan el «Hijo muy amado» recibe la unción del Espíritu Santo. Expulsa los
espíritus impuros y éstos lo proclaman «el santo de Dios» o «el Hijo de Dios», dos
expresiones que ahora ya son equivalentes. Cristo, «lleno del Espíritu Santo», se manifiesta
por sus obras; milagros y enseñanzas no quieren tanto ser signos de poder, que se admiren,
cuantos signos de su santidad; delante de él se siente uno pecador como delante de Dios.

Cristo, «santo siervos de Dios, habiendo sufrido la muerte con ser autor de la vida, es por
excelencia «el santo». «Por lo cual Dios lo exaltó»; resucitado según el espíritu de santidad,
no es de este mundo. Consiguientemente, el que está sentado a la diestra de Dios puede ser
llama-do «el santo» al igual que Dios. La santidad de Cristo es por tanto de un orden muy
distinto que la de los santos personajes del AT, totalmente relativa; es idéntica a la de Dios, su
Padre santo: igual poder espiritual, iguales manifestaciones prodigiosas, igual profundidad
misteriosa; esta santidad le 'hace amar a los suyos hasta comunicarles su gloria recibida del
Padre y hasta sacrificarse por ellos; así es como se muestra santo: «Yo me santifico... para
que ellos sean santificados».

II. CRISTO SANTIFICA A LOS CRISTIANOS.

El sacrificio de Cristo, a diferencia de las víctimas y del culto del AT, que sólo purificaban
exteriormente a los hebreos, santifica a los creyentes «en verdad», comunicándoles
verdaderamente la santidad. En efecto, los cristianos participan de la vida de Cristo
resucitado, por la fe y por el bautismo, que les da «la unción venida del santo». Igualmente
son «santos en Cristo», por la presencia del Espíritu en ellos; son, en efecto, «bautizados en
el Espíritu Santo», como lo había anunciado Juan Bautista.

III. EL ESPÍRITU SANTO.

El agente principal de la santificación del cristiano es por tanto el Espíritu Santo; a las
primeras comunidades las colma de «dones y de carismas. Su acción en la Iglesia difiere, sin
embargo, de la del Espíritu de Dios en el AT. La amplitud y la universalidad de su efusión
significan que los tiempos mesiánicos se han cumplido a partir de la resurrección de Cristo.
Por otra parte, su venida está ligada con el bautismo y la fe en el misterio de Cristo muerto y
resucitado. Su presencia es permanente, y Pablo puede afirmar que los rescatados son
«templos del Espíritu Santo», «templos de Dios» y que tienen verdadera comunión con él. Y
como «todos los que anima el Espíritu de Dios son hijos de Dios», los cristianos no son
únicamente profetas sometidos a la acción temporal del Espíritu, sino hijos de Dios, que
tienen siempre en sí mismos la fuente de la santidad divina.

IV. LOS SANTOS.


Esta palabra, empleada absolutamente, era excepcional en el AT; estaba reservada a los
elegidos de los tiempos escatológicos. En el NT designa a los cristianos. Atribuida
primeramente a los miembros de la comunidad primitiva de Jerusalén y especialmente al
pequeño grupo de pentecostés, fue extendida a los hermanos de Judea y luego a todos los
fieles. En efecto, por el Espíritu Santo participa el cristiano de la misma santidad divina.
Formando los cristianos la verdadera «nación santa» y el «sacerdocio regio», constituyendo el
«templo santo», deben tributar a Dios el culto verdadero, ofreciéndose con Cristo en
«sacrificio santo».
Finalmente, la santidad de los cristianos, que proviene de una elección, les exige la ruptura
con el pecado y con las costumbres paganas: deben obrar «según la santidad que viene de
Dios y no según la prudencia carnal». Esta exigencia de vida santa forma la base de toda la
tradición ascética cristiana; no reposa en un ideal de una ley todavía exterior, sino en el hecho
de que el cristiano, «alcanzado por Cristo», «debe participar en sus sufrimientos y en su
muerte para llegar a su resurrección».

V. LA CIUDAD SANTA.

La santidad de Dios, adquirida ya de derecho, lucha en realidad contra el pecado. Todavía no


ha llegado el tiempo, en el que «los santos juzgarán al mundo». Los santos pueden y deben
todavía santificarse para estar prontos para la parusía del Señor. Ese día aparecerá la nueva
Jerusalén, «ciudad santa», en la que florecerá el árbol de vida y de la que será excluido todo
lo que es impuro y profano; y el Señor Jesús será glorificado en sus santos.

-> Culto - Elección - Espíritu de Dios - Puro - Sacrificio.


SANTO
La liturgia aclama al Dios tres veces Santo; proclama a Cristo, «solus sanctus»; celebra a los
santos. Nosotros hablamos también de los santos evangelios, de la semana santa; estamos
además llamados a ser santos. La santidad parece, pues, ser una realidad compleja que
atañe al misterio de Dios, pero también al culto y a la moral; engloba las nociones de sagrado
y de puro, pero las des-borda. Parece reservada a Dios, inaccesible, pero constantemente se
atribuye a las criaturas.

La voz semítica qodes, cosa santa, santidad, derivada de una raíz que significa sin duda
«cortar, separar», orienta hacia una idea de separación de lo profano; las cosas santas son
las que no se tocan, o a las que no nos acercamos sino en ciertas condiciones de *pureza
ritual. Estando cargadas de un dinamismo, de un misterio y de una majestad en la que se
puede ver algo sobrenatural, provocan un sentimiento mixto de sobrecogimiento y de
fascinación, que hace que el hombre adquiera conciencia de su pequeñez ante estas
manifestaciones de lo «numinoso».

La noción bíblica de santidad es mucho más rica. La Biblia, no contenta con comunicar las
reacciones del hombre frente a lo divino y con definir la santidad por negación de lo profano,
contiene la revelación de *Dios mismo: define la santidad en su misma fuente, en Dios, de
quien deriva toda santidad. Pero por el hecho mismo la Escritura plantea el problema de la
naturaleza de la santidad, que es finalmente el del misterio de Dios y de su comunicación a
los hombres. Esta santidad deriva-da, primeramente exterior a las personas, a los lugares y
objetos que hace «sagrados», no resulta real e interior sino por el don del mismo Espíritu
Santo; entonces el *amor que es Dios mismo (Un 4,18) será comunicado, triunfando del
*pecado que impedía la irradiación de su santidad.

AT.
I. DIOS ES SANTO; SE MUESTRA SANTO.

La santidad de Dios es inaccesible al hombre. Para que éste la reconozca es preciso que Dios
«se santifique», es decir, «se muestre santo», manifestando su *gloria. Creación, teofanías,
*pruebas, *castigos y *calamidades (Núm 20,1-13; Ez 38, 2lss), pero también protección
milagrosa y liberaciones inesperadas re-velan en qué sentido es Dios santo.

La santidad de Yahveh, manifestada primero en las majestuosas teofanías del Sinaí (Éx 19,3-
20), aparece como un poder a la vez aterrador y misterioso, capaz de aniquilar todo lo que se
le acerque (1Sa 6,19s), pero también capaz de bendecir a los que reciben el arca donde
reside (2Sa 6, 7-11). No se confunde, pues, con la trascendencia o con la *ira divina, puesto
que se manifiesta tanto en el *amor como en el *perdón: «No desencadenaré todo el furor de
mi ira... porque yo soy Dios, no soy un hombre: en medio de ti está el Santo» (Os 11,9).
En el templo aparece Yahveh a Isaías como un *rey de majestad in-finita, como el *creador
cuya gloria llena toda la tierra, como objeto de un culto que sólo los serafines pueden
tributarle. Por otra parte éstos no son bastante santos para contemplar su *rostro, y el hombre
no puede verlo sin morir (Is 6,1-5; Éx 33, 18-23). Y, sin embargo, este Dios in-accesible colma
la distancia que le separa de las criaturas: es el «santo de Israel», *gozo, *fuerza, apoyo,
*salvación, *redención de este pueblo al que se ha unido por la *Alianza (l s 10,20; 17,7;
41,14-20).

Así la santidad divina, lejos de reducirse a la separación o a la trascendencia, incluye todo lo


que Dios posee en cuanto a riqueza y vida, poder y bondad. No es uno de tan-tos atributos
divinos, sino que caracteriza a Dios mismo. Consiguientemente su *nombre es santo (Sal
33,21; Am 2,7; cf. Éx 3,14), Yahveh jura por su santidad (Am 4,2). La lengua misma refleja
esta convicción cuando, ignorando el adjetivo «divino», considera como sinónimos los
nombres de Yahveh y de santo (Sal 71,22; Is 5,24; Hab 3,3).

II. DIOS QUIERE SER SANTIFICADO.


Dios, celoso de su derecho exclusivo al *culto y a la obediencia, quiere ser reconocido como
santo, ser tratado como único verdadero Dios, y manifestar así por los hombres su propia
santidad. Si reglamenta minuciosamente los detalles de los sacrificios (Lev 1-7) y las
condiciones de *pureza necesarias para el culto (Lev 12-15), si exige que no sea profana-do
su santo nombre (Lev 22,32), es porque una liturgia bien celebrada hace que resplandezca su
gloria (Lev 9,6-23; 1Re 8,10ss; cf. Lev 10,1ss; 1Sa 2,17; 3,11ss) y pone de relieve su
majestad. Pero este culto sólo vale si expresa la obediencia a la *ley (Lev 22,31ss), la fe
profunda (Dt 20, 12), la alabanza personal (Sal 99,3-9): esto es *temer a Dios, santificarlo (Is
8,13).

III. DIOS SANTIFICA, COMUNICA LA SANTIDAD.

1. Santidad y consagración.
Yahveh, prescribiendo las reglas *cultuales por las que se muestra santo, se reservó lugares
(*tierra santa, santuarios, *templo), personas (sacerdotes, levitas, primogénitos, nazires,
*profetas), objetos (ofrendas, vestidos y objetos de *culto), *tiempos (*sábados, años jubilares)
que le están consagrados con ritos precisos (ofrendas, *sacrificios, dedicaciones, *unciones,
aspersiones de sangre) y, por lo mismo, prohibidos a los usos profanos. Así el *arca de la
alianza no debe ser mirada ni siquiera por los levitas (Núm 4,1.20); los sábados no se deben
«profanar» (Ez 20,12-24); el comportamiento de los sacerdotes está regulado por reglas
particulares, más exigentes que las leyes comunes (Lev 21).

Todas estas cosas son santas, pero pueden serlo - en diferentes grados, según el vínculo que
las une con Dios. La santidad de estas personas y de estos objetos consagrados no es de la
misma naturaleza que la de Dios. En efecto, a diferencia de la impureza contagiosa (Lev
11,31; 15, 4.27), no se recibe automáticamente por contacto con la santidad divina. Es
resultado de una decisión libre de Dios, según su ley, según los ritos fijados por él. La
distancia infinita que la separa de la santidad divina (Job 15,15) se expresa en los ritos: así el
sumo sacerdote sólo puede penetrar una vez al año en el santo de los santos después de
minuciosas purificaciones (Lev 16,1-16). Hay, pues, que distinguir entre la santidad verdadera
que es propia de Dios y el carácter sagrado que sustrae a lo pro-fano a ciertas personas y
ciertos objetos, situándolos en un estado intermedio, que vela y manifiesta a la vez la santidad
de Dios.

2. El pueblo santo.
Elegido y puesto a parte entre las *naciones, Israel viene a ser la propiedad particular de Dios,
pueblo de *sacerdotes, «pueblo santo». Dios, por un amor inexplicable, vive y marcha en
medio de su pueblo (Éx 33,12-17); se le manifiesta por la *nube, el *arca de la alianza, el
*templo, o sencillamente su *gloria, que le acompaña aun en el exilio (Ez 1,1-28): «en medio
de ti yo soy el santo» (Os 11,9). Esta *presencia activa de Dios confiere al pueblo una
santidad que no es mera-mente ritual, sino una dignidad que exige una vida santa. Para
santificar al pueblo promulga Yahveh la *ley (Lev 22,31ss). Israel no podría dejar-se arrastrar
a los vicios de las gentes cananas; debe rechazar todo matrimonio con muchachas
extranjeras y aniquilar por anatema todo lo que pudiera contaminarlo (Dt 7,1-6). Su *fuerza
reside, no en los ejércitos o en una hábil diplomacia, sino en su fe en Yahveh, el Santo de
Israel (Is 7,9). Éste da no sólo lo que lo distingue de los otros pueblos, sino todo lo que posee
en cuanto a seguridad (Is 41,14-20; 54,1-5) de orgullo (Is 43,3-14; 49,7), finalmente en cuanto
a esperanza invencible (Is 60,9-14).

IV. ISRAEL DEBE SANTIFICARSE.


A la libre elección de Dios que quiere su santificación debe responder Israel santificándose.
1. Debe en primer lugar purificarse, es decir, lavarse de toda impureza incompatible con la
santidad de Dios, antes de asistir a teofanías o participar en el culto (Éx 19,10-15). Pero en
definitiva es Dios solo quien le da la *pureza, por la sangre del sacrificio (Lev 17,11) o
purificando su corazón (Sal 51).
2. Los profetas y el Deuteronomio repitieron sin cesar que los sacrificios por el pecado
no bastaban para agradar a Dios, sino que se requería la *justicia, la *obediencia y el *amor
(ls 1,4-20; Dt 6,4-9). Así el mandamiento : «Sed santos, pues yo, Yahveh, soy santo» (Lev
19,2; 20,26) debe entenderse no sólo de una pu-reza cultual, sino ciertamente de una
santidad vivida según las múltiples prescripciones familiares, sociales y económicas, como
también rituales, contenidas en los diferentes códigos (p.e. Lev 17-26).
3. Finalmente, la santificación de los hombres es susceptible de progreso; por eso sólo podrán
llamarse «santos» los que hayan pasado por la *prueba y tengan participación en el reino
escatológico (Dan 7,18-22). Serán los sabios que hayan temido a Yahveh (Sal 34,10), el
«pequeño resto» de los salvados de Sión, a los que haya Dios «inscrito para sobrevivir» (Is
4,3).

NT.
La comunidad apostólica se asimiló las doctrinas y el vocabulario del AT. Así Dios es el
Padre Santo (Jn 17,11), el Pantocratór trascendente y el juez escatológico (Ap 4,8; 6, 10).
Santo es su nombre (Lc 1,49), así como su ley (Rom 7,12) y su alianza (Lc 1,72). Santos
también los ángeles (Mc 8,38), los profetas y los hagiógrafos (Lc 1,70; Mc 6,20; Rom 1,2).
Santo es su templo, así como la Jerusalén celestial (ICor 3,17; Ap 21,2). Puesto que Dios es
santo, los que ha *elegido deben ser santos (IPe 1,15s = Lev 19,2), y la santidad de su
*nombre debe manifestarse en el advenimiento de su reino (Mt 6,9). Sin embargo, parece que
pentecostés, manifestación del Espíritu de Dios, dio origen a la concepción propia-mente
neotestamentaria de la santidad.

I. JESÚS, EL SANTO.

La santidad de Cristo está íntimamente ligada con su *filiación divina y con la presencia del
Espíritu de Dios en él: "concebido del Espíritu Santo, será santos y llamado Hijo de Dios (Lc
1,35; Mt 1;18). En el bautismo de Juan el «Hijo muy amado» recibe la *unción del Espíritu
Santo (Act 10,38; Lc 3, 22). Expulsa los espíritu impuros y éstos lo proclaman «el santo de
Dios» o «el Hijo de Dios» (Mc 1,24; 3,11), dos expresiones que ahora ya son equivalentes (Jn
6,69; cf. Mt 16,16). Cristo, «lleno del Espíritu Santo» (Lc 4,1), se manifiesta por sus *obras;
milagros y enseñanzas no quieren tanto ser signos de poder, que se ad-miren, cuanto signos
de su santidad; delante de él se siente uno pecador como delante de Dios (Lc 5,8; cf. Is 6,5).

Cristo, «santo *siervos de Dios (Act 4,27.30), habiendo sufrido la muerte con ser autor de la
vida, es por excelencia «el santo» (Act 3,14s). «Por lo cual Dios lo exaltó» (Flp 2,9);
resucitado según el espíritu de santidad (Rom 1,4), no es de este mundo (Jn 17,11).
Consiguientemente, el que está está sentado a la diestra de Dios (Mc 16,19) puede ser llama-
do «el santo» al igual que Dios (Ap 3,7; 6,10). La santidad de Cristo es por tanto de un orden
muy distinto que la de los santos personajes del AT, totalmente relativa; es idéntica a la de
Dios, su Padre santo (Jn 17, 11): igual poder espiritual, iguales manifestaciones prodigiosas,
igual profundidad misteriosa; esta santidad le 'hace amar a los suyos hasta comunicarles su
gloria recibida del Padre y hasta sacrificarse por ellos; así es como se muestra santo: «Yo me
santifico... para que ellos sean santificados» (Jn 17,19-24).

II. CRISTO SANTIFICA A LOS CRISTIANOS.


El *sacrificio de Cristo, a diferencia de las víctimas y del culto del AT, que sólo purificaban
exteriormente a los hebreos (Heb 9,11-14; 10,10), santifica a los creyentes «en verdad» (Jn
17,19), comunicándoles verdaderamente la santidad. En efecto, los cristianos participan de la
vida de Cristo resucitado, por la *fe y por el *bautismo, que les da «la unción venida del
santo» (ICor 1,30; Ef 5,26; lJn 2,20). Igualmente son «santos en Cristo» (ICor 1,2; Flp 1,1),
por la presencia del Espíritu en ellos (iCor 3,16s; Ef 2,22); son, en efecto, «bautizados en el
Espíritu Santo», como lo había anunciado Juan Bautista (Le 3,16; Act .1,5; 11,16).

III. EL ESPÍRITU SANTO.


El agente principal de la santificación del cristiano es por tanto el *Espíritu Santo; a las
primeras comunidades las colma de «dones y de *carismas. Su acción en la Iglesia difiere, sin
embargo, de la del Espíritu de Dios en el AT. La amplitud y la universalidad de su efusión
significan que los tiempos mesiánicos se han cumplido a partir de la resurrección de Cristo
(Act 2,16-38). Por otra parte, su venida está ligada con el bautismo y la fe en el misterio de
Cristo muerto y resucitado (Act 2,38; 10,47; 19;1-7). Su presencia es permanente, y Pablo
puede afirmar que los rescatados son «*templos del Espíritu Santo», «templos de Dios» (ICor
6,11.20; cf. 3, 16s) y que tienen verdadera comunión con él (2Cor 13,13). Y como «todos los
que anima el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rom 8,14-17), los cristianos no son
únicamente profetas sometidos a la acción temporal del Espíritu (Le 1,15; 7,28), sino hijos de
Dios, que tienen siempre en sí mismos la fuente de la santidad divina.

IV. LOS SANTOS.


Esta palabra, empleada absolutamente, era excepcional en el AT; estaba reservada a los
elegidos de los tiempos escatológicos. En el NT designa a los cristianos. Atribuida
primeramente a los miembros de la comunidad primitiva de Jerusalén y especialmente al
pequeño grupo de *pentecostés (Act 9,13; lCor 16,1; Ef 3,5), fue extendida a los hermanos de
Judea (Act 9,31-41) y luego a todos los fieles (Rom 16,2; 2Cor 1,1; 13,12). En efecto, por el
Espíritu Santo participa el cristiano de la misma santidad divina. Formando los cristianos la
verdadera «nación santa» y el «*sacerdocio regio», constituyendo el «templo santo» (IPe 2,9;
Ef 2,21), deben tributar a Dios el *culto verdadero, ofreciéndose con Cristo en «sacrificio
santo» (Rom 12, 1; 15,16; Flp 2,17).
Finalmente, la santidad de los cristianos, que proviene de una *elección (Rom 1,7; lCor 1,2),
les exige la ruptura con el *pecado y con las costumbres paganas (lTes 4,3): deben obrar
«según la santidad que viene de Dios y no según la prudencia carnal» (2Cor 1,12; cf. ICor 6,
9ss; Ef 4,30-5,1; Tit 3,4-7; Rom 6, 19). Esta exigencia de vida santa forma la base de toda la
tradición ascética cristiana; no reposa en un ideal de una ley todavía exterior, sino en el hecho
de que el cristiano, «alcanzado por Cristo», «debe participar en sus sufrimientos y en su
muerte para llegar a su resurrección» (F1p 3,10-14).

V. LA CIUDAD SANTA.

La santidad de Dios, adquirida ya de derecho, lucha en realidad contra el pecado. Todavía no


ha llegado el tiempo, en el que «los santos juzgarán al mundo» (iCor 6,2s). Los santos
pueden y deben todavía santificarse para estar prontos para la parusía del Señor . (lTes 3,13;
Ap 22,11). Ese *día aparecerá la nueva Jerusalén, «ciudad santa» (Ap• 21,2), en la que
florecerá el *árbol de vida y de la que será excluido todo lo que es impuro y profano (Ap 21-
22; cf. Zac 14,20s); y el Señor Jesús será glorificado en sus santos (2Tes 1,10; 2,14).

-> Culto - Elección - Espíritu de Dios - Puro - Sacrificio.


I. «Santificado sea tu nombre»
Lc 1, 49
Ef 1, 9
Ef 1, 4
Is 6, 3
Gn 1, 26
Rm 3, 23
Col 3, 10
Hb 6, 13
Ex 3, 14
Ex 15, 1
Ex 19, 5-6
Lv 19, 2
Ez 20, 36
(Mt 1, 21; Lc 1, 31)
(Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19)
Jn 17, 19
Jn 17, 6
(Ez 20, 39; 36, 20-21)
Flp 2, 9-11
1Co 6, 11
1Ts 4, 7
1Co 1, 30
Lv 20, 26
(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22)
(Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26)

I. «Santificado sea tu nombre»

2807 El término “santificar” debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido causativo
(solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido estimativo: reconocer como
santo, tratar de una manera santa. Así es como, en la adoración, esta invocación se entiende
a veces como una alabanza y una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta
petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que
Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos
sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra
humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en “el benévolo designio que
Él se propuso de antemano” (Ef 1, 9) para que nosotros seamos “santos e inmaculados en su
presencia, en el amor” (Ef 1, 4).

2808 En los momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero lo revela
realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en nosotros más que si su
Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.

2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que se manifiesta


de Él en la creación y en la historia, la Escritura lo llama Gloria, la irradiación de su Majestad
(cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26), Dios “lo corona de
gloria” (Sal 8, 6), pero al pecar, el hombre queda “privado de la Gloria de Dios” (Rm 3, 23). A
partir de entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir
al hombre “a la imagen de su Creador” (Col 3, 10).

2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios
se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14)
y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los egipcios: “se cubrió de Gloria”
(Ex 15, 1). Desde la Alianza del Sinaí, este pueblo es “suyo” y debe ser una “nación santa” (cf
Ex 19, 5-6) (o “consagrada”, que es la misma palabra en hebreo), porque el Nombre de Dios
habita en él.

2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2: “Sed
santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo”), y aunque el Señor “tuvo respeto a su
Nombre” y usó de paciencia, el pueblo se separó del Santo de Israel y “profanó su Nombre
entre las naciones” (cf Ez 20, 36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que
regresaron del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.

2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la carne, en Jesús,
como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que Él es, por su Palabra y por su
Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su oración sacerdotal: “Padre
santo ... por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la
verdad” (Jn 17, 19). Jesús nos “manifiesta” el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque “santifica”
Él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su Pascua, el Padre le da el
Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-
11).

2813 En el agua del bautismo, hemos sido “lavados [...] santificados [...] justificados en el
Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co 6, 11). A lo largo de
nuestra vida, nuestro Padre “nos llama a la santidad” (1 Ts 4, 7) y como nos viene de Él que
“estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros [...] santificación” (1 Co 1, 30), es
cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nombre sea santificado en nosotros y por
nosotros. Tal es la exigencia de nuestra primera petición.

«¿Quién podría santificar a Dios puesto que Él santifica? Inspirándonos nosotros en estas
palabras “Sed santos porque yo soy santo” (Lv 20, 26), pedimos que, santificados por el
bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días
porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros pecados por una santificación
incesante [...] Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad permanezca en
nosotros» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 12).

2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea
santificado entre las naciones:

«Pedimos a Dios santificar su Nombre porque Él salva y santifica a toda la creación por medio
de la santidad. [...] Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido, pero nosotros
pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si
nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado,
según las palabras del apóstol: “el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre
las naciones”(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras
almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San Pedro Crisólogo, Sermo
71, 4).

«Cuando decimos “santificado sea tu Nombre”, pedimos que sea santificado en nosotros que
estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para
conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros enemigos. He
ahí por qué no decimos expresamente: Santificado sea tu Nombre “en nosotros”, porque
pedimos que lo sea en todos los hombres» (Tertuliano, De oratione, 3, 4).

2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo, como
las otras seis que siguen. La oración del Padre Nuestro es oración nuestra si se hace “en el
Nombre” de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26). Jesús pide en su oración s

Вам также может понравиться