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El sacrificio más sublime

Cristo en el Jardín: El arresto del Salvador

Juan 18:1-11

Introducción:

Con el capítulo 18 inicia la última sección del Evangelio de


Juan.

El capítulo 1 es la introducción, los capítulos 2 al 12


registran el ministerio de Cristo en Palestina, los capítulos
13 al 17 presentan a Cristo con sus discípulos,
preparándolos para la hora de la prueba y para su partida de
este mundo; y los capítulos 18 al 21 se centran en su
crucifixión, su sepultura y resurrección.

Al igual que en el resto de las secciones, Juan se enfocará


en mostrar la elevada dignidad y la gloria divina del Dios-
hombre.

Luego del extenso discurso de la noche del jueves, y de la


oración Sumo Sacerdotal de Jesús; Juan pasa a relatarnos
los sufrimientos finales y la crucifixión de Jesús.

Los sacerdotes tenían la responsabilidad de enseñar,


interceder en oración y ofrecer los sacrificios.
Y esto es lo que hace el Sumo Sacerdote celestial: Primero
enseñó la doctrina del Reino, luego intercedió por sus
discípulos, y ahora va camino a su propio sacrificio
expiatorio.

Sin los acontecimientos de estos capítulos finales ninguna


de las gloriosas verdades que ya hemos visto en el
Evangelio tendrían sentido o cumplimiento.

Sin estos sucesos Jesús no podría dar vida eterna, no podría


ser el pan de vida, ni el agua viva, ni el buen pastor, ni la
vid verdadera.

Sin estos sucesos él no podría enviar al Espíritu Santo, ni


restaurar a Israel, ni prometer cielos y tierra nueva, no nos
revelaría al Padre, ni tendríamos la manifestación más
grande del amor de Dios.

En esta primera parte de Juan 18, deseo que nos


enfoquemos en observar los siguientes aspectos
fundamentales:

Primero, la intensa vida de oración del Salvador (v. 1-2):


Muchas veces Jesús se reunió en el huerto

Segundo, la extrema dureza del corazón a la que puede


llegar un apóstata (v. 3): El caso de Judas
Tercero, el desprecio que los hombres manifestaron hacia el
Salvador (v. 3): Lo trataron como a un peligroso criminal al
buscarlo con armas

Cuarto, la entrega voluntaria del Salvador (v. 4): Salió al


encuentro de sus captores

Quinto, la gloria divina e irresistible del Salvador (v. 5-6):


Cuando les dijo: Yo Soy, retrocedieron, y cayeron a tierra

Sexto, el cuidado pastoral de Jesús por sus discípulos (v. 7-


8): si me buscáis a mí, dejad ir a éstos (v. 8-9)

Séptimo, la sumisión absoluta de nuestro Salvador a la


voluntad del Padre (v. 9-11): la copa que el Padre me ha
dado, ¿no la he de beber?

Primero, la intensa vida de oración del Salvador (v. 1-


2): Muchas veces Jesús se reunió en el huerto

“Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos


al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto,
en el cual entró con sus discípulos” (v. 1). Luego que Jesús
terminó su oración de intercesión, y todos los discursos que
dio en la noche previa a la cruz, en el Aposento Alto; Juan
nos dice que él salió de la casa rumbo al huerto.
Los otros evangelistas nos dicen que era el huerto de
Getsemaní, el cual estaba ubicado al pie del Monte de los
Olivos, es decir, un monte donde había un huerto lleno de
Olivos de cuyo fruto se extraía el aceite de oliva.

Ahora, es importante resaltar que Juan nos dice que Jesús


pasó por el torrente de Cedrón, ya que en este lugar
sucedieron muchos acontecimientos de gran significado en
la historia del pueblo del Señor.

Cedrón significa, oscuro o turbulento. Era especie de un


canal por donde corría el agua durante la temporada de
lluvias.

Estaba ubicado sobre un valle con el mismo nombre. En


Jeremías 31:40 se le llama “el valle de los cuerpos muertos
y de la ceniza”.

Pero, uno de los acontecimientos más importantes fue el


paso que hizo David por ese torrente cuando huía llorando
y profundamente entristecido de su rebelde hijo Absalón (2
S. 15:23). Siendo David un prototipo de Cristo, pasó ese
valle en un acto de humillación y sufrimiento.

Juan sólo nos dice que Jesús entró en el huerto, de


Getsemaní, pero omite contar lo que podemos encontrar en
los otros evangelios, es decir, que allí Jesús sufrió una
profunda agonía.

Juan mismo, junto con Pedro y Santiago vivieron de cerca


la oración sufriente de Jesús, sus gotas de sudor como de
sangre y la súplica incesante al Padre para que, si fuese
posible, pasase de él esa amarga copa.

Es interesante notar que Adán cayó en un huerto, y en un


huerto empezó la pasión del segundo Adán, a través de la
cual curaría para siempre la enfermedad que trajo el
primero.

El primer Adán estaba rodeado de un placentero Edén, y


cayó; mientras que el segundo Adán, rodeado de
persecución y angustia, pero triunfó.

“En Edén, Adán y Eva conversaron con Satanás, en


Getsemaní, el segundo Adán buscó el rostro de Su Padre.

El conflicto en Edén tuvo lugar en el día, en Getsemaní,


durante la noche.

En Edén se perdió la carrera, en Getsemaní, el Salvador


dijo: De los que me diste no perdí a ninguno.

En Edén Adán se escondió, en Getsemaní Cristo se mostró


valientemente.
En Edén Dios buscó a Adán, en Getsemaní el segundo
Adán buscó al Padre”1.

“Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel


lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con
sus discípulos.” (v. 2). Al parecer, Jesús y sus discípulos
habían convertido este huerto en un lugar de reunión y de
oración, en especial, por las noches, pues, era un sitio
tranquilo. “Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los
Olivos” (Lc. 22:39).

El famoso himno “A solas al huerto yo voy” recuerda los


huertos especiales que los evangelios nos mencionan como
sitios de oración y de encuentro con el Señor.

Es por esa razón que Judas, el traicionero, pudo conocer de


antemano el lugar donde Jesús y sus discípulos
acostumbraban reunirse por las noches, cuando estaban en
Jerusalén.

Judas sabía que Jesús era un hombre de oración, y lo iba a


encontrar en el Jardín de la oración.

1
Pink, Arthur. Commentary on John. Extraído de:
https://www.biblebelievers.com/Pink/John/john_61.htm en Mayo 4
de 2019
Pero Jesús también sabía que Judas conocía ese lugar, y que
iría allí para prenderlo; no obstante, Jesús fue para
entregarse voluntariamente en sacrificio expiatorio por el
pecado.

Esto nos deja ver que cuando él oró pidiendo al Padre si era
posible pasar esa copa, no estaba rehuyendo cobardemente
de ir a la cruz; si hubiese sido así, no habría ido al huerto
tan conocido por el traicionero.

Segundo, la extrema dureza del corazón a la que puede


llegar un apóstata (v. 3): El caso de Judas

“Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y


alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos,
fue allí con linternas y antorchas, y con armas” (v. 3).

Por lo tanto, Judas, habiendo convenido con los líderes del


Templo, enemigos acérrimos de Jesús, entregarlo a cambio
de unas monedas de plata, va al lugar acompañado por una
compañía de soldados, es decir, una buena cantidad de
ellos, tal vez 300 o un poco menos.

Soldados provistos por el gobernador romano a petición de


los sacerdotes. Y también le acompañaban alguaciles del
Sanedrín o guardas del Templo. Judíos y gentiles unidos en
contra del Salvador.
Judas era el guía de ellos, iba con la turba, con los asesinos,
con los enemigos del Maestro.

El que había sido llamado por Jesús para ser un discípulo,


el tesorero, el que había visto sus milagros y escuchado sus
enseñanzas; él era uno de los que acompañaban a esta turba
de perros rabiosos.

Se había unido a los poderes del príncipe de las tinieblas.

¡Para la peor acción que jamás se haya cometido Judas


escogió la noche más sagrada (la de la Pascua), el lugar
más sagrado (el santuario de las devociones del Maestro), y
el símbolo más sagrado, un beso!

Tercero, el desprecio que los hombres manifestaron


hacia el Salvador (v. 3): Lo trataron como a un
peligroso criminal al buscarlo con armas

fue allí con linternas y antorchas, y con armas. Es


interesante ver que estos hombres iban armados, como si
fuesen a prender a un peligroso criminal, además, llevaban
linternas o lámparas.

“!Linternas y antorchas… para buscar a la Luz del mundo!


¡Y había luna llena!
¡Espadas y porras… para someter al Príncipe de paz! Era
una ofensa cruel.

Para el Varón de Dolores, la presencia misma de este grupo


de rufianes, que lo consideraban como su presa, significaba
sufrimiento indescriptible.

Habían salido contra él como si fuera un criminal… un


ladrón… Vio el acercamiento del poder de las tinieblas (Lc.
22:53)”2.

Indudablemente, al Juan describirnos cómo iban estos


soldados, quería resaltar cuánto sufrió nuestro Salvador,
sumado a la aflicción que le causó Judas, Pedro, Caifás,
Anás, Pilato y la multitud, entre otros.

Cuarto, la entrega voluntaria del Salvador (v. 4): Salió


al encuentro de sus captores

“Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de


sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis?” (v.
4).

Jesús acaba de orar al Padre en el huerto y de


encomendarse a Él.

2
Hendriksen, Willian. Juan. Página 650
Ya había empezado el desenlace final de sus sufrimientos
como Cordero de Dios, él lo sabía, pues, en calidad de Dios
encarnado tenía todo conocimiento.

Y esto acrecentó más su dolor, pues, siempre que veía los


sacrificios en el Templo él sabía que un día sería
sacrificado y torturado.

Él supo desde el principio que le esperaban los latigazos, la


corona de espinas, la Cruz, y, por sobre todo, llevar sobre sí
los pecados de todos los elegidos por gracia.

Por esa razón él sale de las sombras de los árboles y la


noche, de su rincón de oración, para entregarse
voluntariamente al sacrificio,

él sale para encontrarse con la turba que lo venía a arrestar;


y Judas, el traicionero, comete uno de sus actos más viles y
despreciables.

El comentario de J. C. Ryle, dice, a propósito: “Cuando el


pueblo intentó obligarle a llevar una corona y deseó
convertirle en Rey, Él se apartó y se escondió (Juan 6:15).

Sin embargo, cuando vinieron a llevarle por la fuerza a la


Cruz, Él se entregó. Vino a este mundo a sufrir y se fue al
otro a reinar…
El primer Adán se escondió en el huerto, mientras que el
segundo Adán salió al encuentro de sus enemigos. El
primero se sentía culpable, el segundo era inocente”3.

A pesar de que Jesús sabe que Judas había acordado este


santo y seña con la turba, amablemente les dice. ¿A quién
buscáis?

Él daba su vida a cambio de muchos, sin titubear, y


mostrando el control que tenía de la situación.

Esto debió sorprender tremendamente a la turba, pues, se


dieron cuenta que no se encontraban ante una persona
común.

Quinto, la gloria divina e irresistible del Salvador (v. 5-


6): Cuando les dijo: Yo Soy, retrocedieron, y cayeron a
tierra

“Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy.


Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba.
Cuando les dijo: Yo Soy, retrocedieron, y cayeron a tierra”
(v. 5-6). La respuesta oficial fue: A Jesús nazareno, es
decir, “La orden que nos dieron las autoridades es arrestar a
Jesús, el de Nazaret.

3
Ryle, Juan Carlos. Meditaciones sobre los Evangelios. Juan 13-21.
Página 257
Jesús no se ocultó, sino que dijo: Yo soy.

Jesús es el Rey supremo y ahora estaba entregando su vida


por los suyos, por lo tanto, no tenía temor en identificarse.

Pero, hay un hecho que solo Juan narra: Cuando Jesús se


presentó y dijo: Yo Soy, la turba pierde el equilibrio,
retroceden y caen al suelo.

Al escuchar su voz serena, majestuosa y divina; no


ocultándose, sino identificándose con la dignidad de un
Rey; ellos se sorprenden y un poder especial los sobrecoge,
de manera que caen de espaldas, incapaces de resistir el
poder de su voz, su mirada escrutadora y su santidad
abrumadora.

He aquí otra prueba que nos brinda Juan de la divinidad de


Jesús.

Es bueno aprovechar esta oportunidad para corregir una


práctica muy popular, pero equivocada que se presenta hoy
dentro del pueblo evangélico:

La costumbre de caer de espaldas o desmayarse,


supuestamente por la ministración del Espíritu Santo.

En la Biblia solo se mencionan unos pocos casos, como el


de Juan en Apocalipsis 1:17, y el de Daniel en Daniel 8:15,
18, 27; pero, cuando estos creyentes tuvieron una visión
especial de la majestad divina, no se desmayaron cayendo
de espaldas, sino que cayeron postrados, inclinando el
rostro delante de la majestad divina que los sobrecogía.

Solo de los enemigos del Señor se nos dice que cayeron de


espaldas al ver o sentir su presencia.

Sexto, el cuidado pastoral de Jesús por sus discípulos (v.


7-8): si me buscáis a mí, dejad ir a éstos

“Volvió, pues, a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y Ellos


dijeron: A Jesús nazareno. Respondió Jesús: Os he dicho
que yo soy¸ pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos; para
que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me
diste, no perdí ninguno” (v. 7-9). Incapaces de acercarse
para arrestarlo, por el poder de su voz y la majestad de su
santidad, él los obliga a responderle, por segunda vez, a
quién buscan.

Varios objetivos se pueden ver de esta segunda pregunta


del Maestro:

Primero, dejar en claro que nadie podía arrestarlo a Él si él


no se entrega voluntariamente;
y segundo, proteger a los suyos, es decir, si vienen por
Jesús el nazareno, dejen a ir a mis discípulos.

Aquí vemos a Jesús en su calidad de Sumo sacerdote


cuidando los suyos.

Para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que


me diste, no perdí ninguno. para que así se cumpliera lo que
él había dicho. Es interesante observar dos elementos muy
importantes:

Primero, Juan usa la misma fórmula para referirse a las


palabras de Jesús que los evangelistas usaron para referirse
a las profecías del Antiguo Testamento, poniéndolos en el
mismo nivel de revelación y autoridad.

Y, segundo, aunque Jesús cuando habló de esta protección


de manera que ninguno de sus discípulos se perdió, sino el
hijo de perdición, estaba hablando de la protección
espiritual;

en este contexto, Juan consideró que aplicaba a la


protección del arresto, pues, ellos aún no estaban
preparados para semejante prueba, pues, su fe aún era muy
débil.
Luego, ellos serían arrestados y martirizados, pero aún no
estaban listos; por esa razón Jesús los protege.

Él no permite que seamos probados más allá de lo que


podemos resistir.

Séptimo, la sumisión absoluta de nuestro Salvador a la


voluntad del Padre (v. 10-11): la copa que el Padre me
ha dado, ¿no la he de beber?

“Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la


desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó
la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco. Jesús
entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa
que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (v. 10-11).

¡Cuánto tenía aún que aprender el humilde pescador quien


luego sería uno de los principales líderes de la naciente
Iglesia cristiana!

Luego él aprendería que no debería matar sino morir por su


Señor.

Además, “Este acto de Pedro manifiesta su carácter


impetuoso. Actúa precipitadamente, con fervor y celo, sin
tener en cuenta las consecuencias; pero pronto se le
enfriarán los ánimos y se acobardará.
La religiosidad más profunda no es la de quienes son más
enérgicos y fervorosos.

Juan nunca golpeó a nadie con una espada, pero jamás negó
al Señor; y estuvo al pie de la Cruz cuando Él murió…

se trató de un acto impulsivo en el que no medió una


reflexión previa.

Muchas veces, cuando el celo no está en consonancia con


los conocimientos, las personas se comportan neciamente
para luego tener que arrepentirse de ello”4.

Luego Jesús reprende fuertemente a Pedro, y le ordena


envainar su espada o daga.

Jesús aprovecha la ocasión para darle algunas lecciones


muy importantes, que los cristianos perseguidores y
amantes del uso de la espada para defender la fe han
olvidado en el transcurso de la historia (Espada que cambia
de forma según el momento histórico: la pira, la horca, la
guillotina, el Facebook, entre otros):

a. La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?,


es decir, el Padre envió a su Hijo con la misión de beber la

4
Ryle, Juan Carlos. Meditaciones sobre los evangelios. Juan 13-21.
Páginas 262, 263
copa amarga, de sufrir el martirio de la cruz y el desprecio
de los hombres; de manera que no debe ahuyentarse al
enemigo con la espada.

Él se entrega voluntariamente como el buen pastor que su


vida da por sus ovejas.

b. El reino de Cristo no es de este mundo, por lo tanto, él


no usa las armas del mundo.

Si así fuera, sus seguidores pelearían por él. El evangelio


no se debe propagar por medio de armas carnales o la
violencia.

c. El Rey del universo tiene armas más poderosas que la


espada, pues, él puede pedir legiones de ángeles, los cuales
destruirían a los infieles, en caso de que él quisiera
defenderse de los enemigos.

d. Todos los que tomen espada, a espada morirán (Mt.


26:52). Sus perseguidores habían tramado un plan
malévolo, y estaban haciendo este arresto de manera
cobarde, lejos de la multitud que sentía algún aprecio por el
Salvador.
El Padre estaba en control, el Hijo se entregaba
voluntariamente; por lo tanto, esto no era derrota, sino
victoria.

La historia es testigo que cuando los creyentes han decidido


asumir la espada, y todo lo que ella puede representar, para
luchar en contra de sus enemigos, la misma clase de espada
se vuelca contra ellos.

Aplicaciones:

Hermanos, aprendamos la lección que nos deja la dureza


del corazón de Judas. A pesar de haber tenido los
privilegios más grandes, cayó en las profundidades más
bajas de la apostasía.

Podemos conocer toda la verdad doctrinal y enseñar a otros


y, sin embargo, tener un corazón corrupto y acabar en el
infierno junto con Judas.

Quizá nos bañe la luz de los privilegios espirituales y


oigamos la mejor enseñanza cristiana y, sin embargo, no
demos fruto para gloria de Dios y seamos pámpanos secos
de la vid que solo sirven para la quema…

por encima de todo, cuidémonos de no alentar en nuestros


corazones ningún pecado oculto como el amor al dinero o
al mundo… Una pequeña vía de agua puede hundir un
buque. Un solo pecado sin contrición puede llevar a la
destrucción a alguien que profesa ser cristiano”5.

Amados hermanos, ¡Cuánto consuelo inunda nuestra alma


al saber que el bendito Jesús sufrió y murió en la cruz
voluntariamente.

“No murió porque no pudiera evitarlo; no sufrió porque no


tuviera otra escapatoria. Ni todos los soldados del ejército
de Pilato habrían podido prenderle de no haberlo permitido
Él mismo. No podrían haber tocado un solo cabello de su
cabeza si Él no lo hubiera autorizado…

Jesús sufrió voluntariamente. Se había propuesto


redimirnos. Nos amaba y se entregó por nosotros
deliberadamente y de buena gana a fin de expiar nuestros
pecados.

Fue “el gozo puesto delante de él” lo que le llevó a soportar


la Cruz, menospreciar el oprobio y entregarse a sus
enemigos sin oponer resistencia (Hebreos 12:2).

Recordemos estas cosas de corazón y sírvannos como


tónico para nuestras almas. Tenemos un Salvador que

5
Ryle, Juan Carlos. Meditaciones sobre los evangelios. Juan 13-21.
Páginas 248-249
estaba mucho más dispuesto a salvarnos que nosotros a ser
salvados”6.

6
Ryle, Juan Carlos. Meditaciones sobre los Evangelios. Juan 13-21.
Página 250

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