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La Niñera del Rey Vampiro

Un Romance paranormal

T.S. Ryder
Índice
Capítulo uno - Thomas
Capítulo dos - Adrielle
Capítulo tres - Thomas
Capítulo cuatro - Adrielle
Capítulo cinco - Thomas
Capítulo seis - Adrielle
Capítulo siete - Thomas
Capítulo ocho - Adrielle
Capítulo nueve - Thomas
Capítulo diez - Adrielle
Capítulo once - Thomas
Capítulo doce - Adrielle
Capítulo trece - Thomas
Capítulo catorce - Adrielle
Capítulo quince - Thomas
Capítulo dieciséis - Adrielle
Capítulo uno - Thomas

Thomas levantó la mirada a la luna y contempló las estrellas, casi


imperceptibles por el resplandor de las luces de la ciudad. Condenados seres
humanos. No sabían lo afortunados que eran por ser capaces de caminar
libremente bajo el cielo abierto. En su lugar, ocultaban las estrellas y llenaban
el aire con gases putrefactos. Aunque no podía culparlos por usar
automóviles. Él había puesto a unos ingenieros a trabajar para lograr que sus
vehículos favoritos funcionaran con electricidad, pero había algo sobre el
rugir de un motor que le ponía los pelos de punta.
Un placer prohibido, incluso para el rey, estaba saliendo a la superficie.
Los olores a su alrededor eran tentadores; por ellos se le hizo agua la boca y
sus colmillos comenzaron a palpitar. Si a su gente se le permitiera tener
acceso libre aquí, incluso los más fuertes se sentirían tentados. Los más
débiles se volverían locos. Después de todos estos años practicando el
autocontrol, hasta a él se le hacía difícil no sucumbir a los deseos que se
encontraban al acecho en las partes más oscuras de su alma.
Thomas se volvió hacia la puerta del callejón ante la que se encontraba
esperando y trató de echar esos pensamientos a un lado. Tenía un trabajo que
hacer. Cuando se abrió la puerta, él mostró su invitación y se le permitió
entrar. Su difunta esposa se horrorizaría al verlo entrar en uno de estos
lugares, pero necesitaba una mujer. No era como si él no pudiera salir a la
calle y raptar una o concertar entrevistas para encontrar una candidata
dispuesta a dejar todo atrás para irse a vivir bajo tierra.
—Viniste.
La familiar y fingida voz hizo que los pelos de Thomas se le pusieran
de punta, pero igual se volvió hacia el hombre de ojos azules e inclinó la
cabeza secamente antes de decir: —Samuel.
En cuanto Thomas obtuviera la mujer que necesitaba, llamaría a las
fuerzas de paz humanas de forma anónima para hacerles saber de este lugar.
No solo porque personas como Samuel lo frecuentaban, sino por lo que era.
Solo las peores personas frecuentarían lugares como este. Él sabía que era un
hipócrita por haber venido por invitación de Samuel con el propósito de
comprar una mujer, pero todo se justificaría una vez que terminara y les
dijera a las autoridades dónde rescatar al resto de las mujeres... ¿cierto?
Se sentó en una mesa y pidió una bebida. Si su corazón no estuviera
muerto, estaría latiendo tan fuerte en su pecho que sus palmas estarían
sudando debido a lo fuerte que estaría latiendo en su pecho. Esto estaba mal.
Pero necesitaba una mujer. No estaba aquí por su propio bien, sino por el de
su hija.
—Tienen una buena selección, ¿no te parece? —dijo Samuel luego de
sentarse a su lado—. Me gusta mucho la pequeña pelirroja.
Thomas se quedó callado mientras observó a las mujeres que estaban
desfilando por el escenario como si se tratara de un concurso de belleza.
Apretó las manos y gruñó en voz baja cuando vio el miedo en sus ojos. Hubo
una época en la que simplemente habría matado a todos los presentes y
enviado a estas mujeres a sus casas, pero ese Thomas había quedado en el
pasado. Después de todo lo que le había pasado, sabía que la compasión no
era recompensada.
Tenía que proteger a los suyos, velar por su reino, su gente. Si él
mataba a este grupo de delincuentes, otro grupo terminaría tomando su lugar.
Lo había visto suceder innumerables veces. Luchar contra el mal era una
batalla perdida. Y aunque creía que no se estaba uniendo al mal, se
preguntaba si solo se estaba engañando a sí mismo y en realidad sí lo estaba
haciendo. Estaba demasiado cansado como para seguir luchando. Reprimir la
oscuridad dentro de él ya era una batalla lo suficientemente dura. Estaba
cansado. Demasiado enojado y demasiado amargado como para preocuparse
por lo que estaba sucediendo en la superficie. Todos a su alrededor se sentían
igual de cansados y enojados que él.
Excepto Clarissa, por supuesto. Los músculos rígidos de Thomas se
relajaron al pensar en su preciosa hijita. Clarissa aún veía belleza en el
mundo, aunque vivía bajo tierra en un palacio vigilado del cual nunca salía.
Sin embargo, seguía intentando hacer felices a todos los que estaban a su
alrededor. Trataba de hacerlo sentirse feliz a él. Y por esa razón necesitaba
una mujer. Necesitaba a alguien que aún fuera capaz de ser tierna y amable.
Alguien que pudiera nutrir esa luz dentro de ella.
Si se encargaba solo él de esa tarea, esa luz se desvanecería y se
apagaría por completo. Terminaría igual de desalmada que su padre.
—¿Te gusta alguna? —preguntó Samuel, mirándolo fijamente en vez
de estar mirando a las mujeres—. No me mires así, Tommy. Aunque intentes
fingir lo contrario, sé que tienes las mismas necesidades que el resto de
nosotros. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste relaciones sexuales? ¿Hace
dos, tres años? Yo sé que solías subir a buscar una que otra prostituta, pero no
has salido de tu palacio…
—No estoy aquí para ser tu amigo —espetó Thomas—. Si crees que
compraría una mujer robada para convertirla en mi esclava sexual como tú lo
has...
Su voz se quebró al ver a las mujeres colocarse en fila india. Luego
una de ellas fue llevada al frente del escenario. Sus ojos grandes recorrieron
la multitud, su cabello castaño corto y ondulado al estilo de los años
cincuenta enmarcando su rostro. Llevaba un abrigo blanco y tacones que
combinaban con su lápiz labial color rojo cereza. Thomas se imaginó que
estaba desnuda bajo ese abrigo. Estaba erguida, sus manos tensadas a sus
costados.
La mujer era muy voluptuosa. Su figura era como la de Marilyn
Monroe, pero mucho más bella. Hermosas caderas. Senos apenas ocultados
por el abrigo. Llevaba puesto un collar, que Thomas imaginó entre sus
exuberantes senos mientras sus muslos lo apretaban con fuerza y ella...
Negó con la cabeza cuando comenzaron las pujas. Se sentía muy
culpable, y tenía náuseas por esa misma razón. Él no era mejor persona que el
resto de estos hombres, viniendo a este lugar para comerse con los ojos a
mujeres que habían sido raptadas de sus hogares y puestas a la venta como si
fueran ganado. ¿Cómo podía tener tales pensamientos sobre esta mujer en
particular luego de haber visto su miedo reflejado en todos los músculos de
su cuerpo?
¿Este era el tipo de padre que quería ser para Clarissa?
—Dos millones —gruñó cuando el subastador pidió las primeras pujas.
Lo mejor era comprar a la mujer lo más pronto posible, salir de allí y
llamar a las autoridades humanas para que estos seres repugnantes pagaran
por lo que habían hecho. Se llevaría a la humana al palacio y ella sería capaz
de ayudar a Clarissa... No volvería a tener otro pensamiento sexual sobre ella.
—¿Dos millones? ¡Vendida!
La mujer fijó su mirada en él y sus ojos se abrieron de par en par. Ella
dio unos pasos atrás, pero no le quitó la mirada de encima. Un hombre se le
acercó a Thomas para que realizara la transferencia electrónica. Él estaba al
tanto de las reglas y ya había autorizado la cantidad exacta a ser transferida.
Todo se realizó rápidamente y luego le trajeron a la mujer.
Thomas se puso de pie, con la intención de irse de inmediato. Ya tenía
lo que quería. La mujer se encogió de miedo cuando él colocó un brazo
alrededor de su cintura, así que la soltó.
—¿Cuál es tu nombre?
—Adrielle.
—¿Puedes caminar, o quieres quitarte esos zapatos? —preguntó
Thomas luego de echarle un vistazo a sus tacones.
—¿Pagaste dos millones por ella? —preguntó Samuel, reclinándose en
su silla y sonriendo—. Es un poco más gorda que las otras que has escogido,
Tommy. Yo pensaba que tenías buen gusto para las mujeres, con lo bonita
que era E...
Thomas perdió los estribos en ese momento.
Con un rugido, se abalanzó sobre Samuel. No podía creer que el
hombre había estado a punto de decir su nombre. ¡No tenía derecho ni
siquiera a pensar en ella! Adrielle dio un salto y gritó cuando su puño golpeó
la cara de Samuel. Los humanos reaccionaron rápidamente. Dos oficiales de
seguridad se abalanzaron sobre Thomas antes de que pudiera dar otro
puñetazo decente.
Entre risas, Samuel se alejó. Thomas gruñó, golpeando la cara de uno
de los guardias con su codo en su intento de liberarse. El otro sacó una pistola
paralizante y rozó el cuello de Thomas con ella. Sintió sacudidas de dolor por
todo su cuerpo, que liberaron a la bestia que estaba encerrada dentro. En un
solo movimiento, se volvió hacia el guardia y lo golpeó con fuerza. Sintió su
mandíbula fracturarse y gruñó de satisfacción.
Gritos resonaron desde el escenario. Las mujeres estaban siendo
sacadas del escenario mientras más guardias se le abalanzaron. Otro de los
hombres agarró a Adrielle, alejándola de la pelea. Thomas se arrodilló para
lanzar al que tenía la mandíbula fracturada sobre sus colegas y luego saltó
sobre la mesa.
Estaban tratando de llevarse a Adrielle, moviéndola rápidamente hacia
el escenario. No dejaría que eso sucediera. ¡Ella era suya!
Un gruñido salió de la boca de Thomas. Pateó a un hombre en la cara y
luego utilizó su cuerpo para lanzarse sobre la multitud. Los tablones del
escenario crujieron bajo su peso cuando aterrizó y luego se puso de pie a
meros centímetros de Adrielle.
Sus ojos eran color avellana. Sus labios rojo cereza se abrieron de
sorpresa.
Thomas la enganchó por la cintura para alejarla del hombre que se la
estaba llevando antes de meterle un cabezazo. Los clientes estaban huyendo y
Thomas gruñó de nuevo. Levantó a la humana, la cual le pareció
ridículamente liviana a pesar de sus abundantes curvas, y se la puso sobre el
hombro.
Su grito desgarrador resonó por todo el lugar mientras él corría hacia la
puerta, lanzando a un lado a todas las personas que se encontraban en su
camino. Le hervía la sangre, y sus colmillos palpitaban y le dolían. Soltó otro
gran gruñido desde lo más profundo de su ser y, por un momento, una niebla
roja comenzó a nublarle la vista. Alcanzó a romperle el cuello a la persona
más cercana, pero la mujer que tenía sobre su hombro volvió a gritar,
haciéndolo calmar su sed de sangre.
Retrocedió, la niebla roja desvaneciéndose, y se apresuró a abrir las
puertas. Otro de los guardias intentó detenerlo, así que Thomas lo levantó con
una sola mano y lo lanzó a un lado. Luego corrió a su auto y metió a Adrielle
en el asiento trasero antes de apresurarse al asiento delantero. Ella hizo un
ruido suave y luego se quedó en silencio. Su abrigo se había abierto, dejando
al descubierto la parte superior de una blusa sedosa. Así que no estaba
desnuda... Eso probablemente era lo mejor.
Thomas gruñó, su adrenalina aún al tope. Su corazón ya no latía, pero
su sangre aún bombeaba por todo su cuerpo, estimulándolo. Sus pantalones
se sentían demasiado apretados. La violencia siempre tenía ese efecto en él,
haciéndolo querer enterrarse dentro de una mujer. Cuando Erela estaba viva,
ella lo abrazaba y le susurraba palabras calmantes hasta que lograba volver a
encerrar a la bestia. Luego le daba lo que él necesitaba para mantenerse
cuerdo.
Pero ella no estaba aquí. La humana sí. Grandes ojos color avellana, un
pulso en su garganta. Olía demasiado bien. A té chai y rosquillas, de esas
cubiertas con azúcar en polvo. Los colmillos de Thomas se alargaron,
palpitando con el deseo de morderla y beberse su sangre. Tenía que luchar
contra esto, su corazón estaba bajo las garras de la bestia y tenía que luchar
contra ella. Si sucumbía ahora, mataría a la humana.
—¿Adónde me llevas? —susurró la mujer, su voz ronca.
Su terror hizo que la bestia asomara su cabeza a la superficie, y
Thomas luchó para no dejarla salir. Sus nudillos se pusieron blancos. Por esta
razón odiaba ser vampiro. Controlar su hambre era difícil hasta en el mejor de
los casos, pero era casi imposible hacerlo cuando la bestia lo acechaba de esta
forma.
Sin embargo, no lo haría. No era un monstruo. No era un asesino
despiadado.
—No te preocupes por eso —gruñó en voz baja—. ¿Vives en la
ciudad?
—S-sí.
Thomas asintió y dijo: —Vamos a tu apartamento para que puedas
empacar una maleta. Luego te irás conmigo. Nada de celulares.
—Pero...
La mujer se encogió de miedo a lo que él soltó otro gruñido. Sus ojos
se abrieron de par en par y se encorvó en el asiento trasero, lloriqueando.
Thomas se concentró en la carretera.
«La necesito», se dijo a sí mismo. «No. Clarissa la necesita. Ella
necesita a alguien que no sea una bestia para que le enseñe las cosas buenas
del mundo...».
Agarró el volante con más fuerza. La humana definitivamente se iría
con él.
Capítulo dos - Adrielle

«Cuando abra los ojos, habré despertado de esta pesadilla», pensó


Adrielle.
Presionó sus palmas sobre sus ojos mientras yacía en la cama. Tenía
frío a pesar de las mantas que la cubrían, así que se estremeció. Olía a
minerales y el aire se sentía denso. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Deseaba
que existiera alguna forma de poder convencerse de que estaba soñando. Que
no acababa de ser raptada por un... un... Ni siquiera quería pensarlo, incluso
cuando la imagen del rostro hermoso del hombre con largos colmillos se le
vino a la mente. Era un demente, sin duda un tremendo loco…
Escuchó a alguien arrastrando los pies cerca de su cama y se enderezó
de inmediato, pegando un grito. Apretó los puños, lista para derribar al loco
si trataba de acercársele. Dejó de gritar abruptamente cuando vio a la persona
que estaba de pie al lado de su cama.
Era una niña de no más de once años. Podría tener unos nueve años,
pero era difícil determinarlo con exactitud. Adrielle no tenía mucha
experiencia con niños. La niña era bastante pequeña, con grandes ojos azules
y una cara demasiado pálida. Llevaba un vestido de verano verde con una
chaqueta de punto blanca encima. También llevaba puesto un relicario con
forma de corazón que colgaba de una larga cadena de oro que le llegaba casi
al ombligo.
—Hola —dijo la niña—. Soy Clarissa.
—Eh... yo soy Adrielle. ¿Cómo...? ¿Quién...?
¿Qué estaba haciendo la niña aquí?
Clarissa inclinó su cabeza a un lado. Sus largos rizos, que parecían de
la época victoriana, rebotaban en sus hombros. La niñita arrugó la nariz y se
metió en la cama.
—Papá me dijo que eres mi nueva niñera, pero yo ya no necesito una
—dijo—. ¿Es cierto?
Adrielle no estaba segura de qué decir o hacer. Esto se estaba
volviendo cada vez más extraño.
Una puerta se abrió. El enorme hombre que la había comprado en la
subasta entró dando zancadas. Adrielle soltó un grito ahogado y se aferró a
Clarissa. Empujó a la niña detrás de ella y se puso de pie con los puños
levantados. Había estado asistiendo a algunas clases de artes marciales y no
dejaría que este demente les hiciera daño.
—Ya estás despierta. Excelente.
Vio sus colmillos mientras hablaba. Colmillos de verdad.
Adrielle se sintió un poco mareada, pero se plantó firmemente en su
lugar y dijo: —No sé quién te crees que eres...
—Mi nombre es Thomas y soy el rey de este lugar —dijo con una voz
monótona, desprovista de emociones—. Supongo que ya lo adivinaste, pero
también soy vampiro.
—¿Rey de qué lugar?
El hombre-vampiro-rey Thomas se acercó un poco y dijo: —No tiene
nombre. Le decimos... el reino. Te traje aquí para ser la niñera de mi hija.
Necesita una influencia pura en su vida, y tú serás esa influencia. No se te
permitirá comunicarte con el mundo exterior mientras vivas aquí, así que lo
mejor es que te vayas acostumbrando a vivir sin el sol ni las estrellas.
Clarissa, ¿ya te presentaste?
—Sí, papá.
Adrielle se volvió para mirarla. Se encogió de miedo cuando la niña
comenzó a sonreír, pero no vio colmillos en su boca. Sintió ira y se volvió
hacia el rey. Si tan solo tuviera un cuchillo, una pistola... Hasta podría utilizar
un candelero para golpear al hombre y sacar a esta pobre niña de aquí.
—¿Así que también raptaste a una niña? —espetó—. Eres tremendo
enfermo.
Los ojos de Thomas se oscurecieron al mirarla y le dijo: —Clarissa es
mi hija.
—¡Sí, claro! Me acabas de decir que eres un... un...
—Vampiro —gruñó Thomas.
—Ella no se parece nada a ti. Ella no es tu hija. Eres un secuestrador
y...
Sintió un pequeño puñetazo en sus riñones que la sobresaltó. Clarissa
la había pateado, haciéndola caerse de la cama. Adrielle levantó sus manos
para defenderse mientras la niña le daba puñetazos, con el rostro enfurecido
mientras la golpeaba con fuerza.
—¡Jamás vuelvas a insultar a mi papá de esa forma! —gritó, pateando
a Adrielle en la cadera.
—¡Clarissa!
La niña ignoró a Thomas, así que él se acercó y la tomó en brazos, su
ceño fruncido. Adrielle se quedó de rodillas, sobando su mandíbula
adolorida. Clarissa era muy fuerte para su edad. La niña gruñó, dejando sus
dientes al descubierto, y Adrielle no vio ningún colmillo. Thomas le dio la
vuelta, resguardándola de la mirada de Adrielle. Se dejó caer sobre una
rodilla y la agarró por los hombros.
—No atacamos a las personas por lo que dicen —espetó el grandulón.
Eso le pareció cómico, dada la forma en que había atacado a ese
hombre la noche anterior.
—Ahora discúlpate. Adrielle es tu niñera y le harás caso, ¿entendido?
Adrielle se puso de pie cuando Thomas se hizo a un lado y bajó a la
niña. Clarissa le hizo una mueca y espetó unas disculpas, pero Adrielle no le
respondió. Tal vez la niña era vampira como su padre. Saboreó bilis en su
garganta y su cabeza le daba vueltas, así que se dejó caer sobre la cama.
Thomas la miró durante un momento antes de darle un codazo a Clarissa,
indicándole que saliera de la habitación.
Thomas cerró la puerta. Adrielle se la quedó mirando, preguntándose
qué exactamente había al otro lado. Sabía que debería estar aterrada por el
hecho de estar sola en una habitación con un hombre que la duplicaba en
tamaño, por no mencionar el hecho de que había derribado a un montón de
guardias en la subasta. Sin embargo, se encontraba entumecida, incapaz de
procesar su situación. Tal vez estaba soñando.
—Te quedarás aquí y cuidarás de Clarissa —repitió—. Si quieres irte,
los guardias no te lo impedirán. Pero debes saber que aquí, en el
inframundo... —Thomas esbozó una pequeña sonrisa, como si esto se tratara
de una broma—, no somos las únicas criaturas que acechan en la oscuridad.
También hay vampiros salvajes que han sucumbido a su sed de sangre y te
beberían todita con tan solo olerte.
Entonces era libre de irse, pero moriría si lo hacía… Así que realmente
no estaba libre, especialmente dado que no tenía permitido comunicarse con
nadie... Pero ¿a quién llamaría de todos modos?
—También existen otras bestias que te harían cosas peores —continuó
Thomas—. Estarás a salvo dentro de mis muros. Nadie te hará daño y tendrás
todo lo que necesitas.
—Y... soy tu prisionera.
Thomas inclinó la cabeza hacia un lado. Sus ojos oscuros eran
insondables. Sintió un escalofrío, pero le sorprendió que no era uno de miedo.
Contempló el cuerpo de su secuestrador. Era un hombre grande, eso era
evidente. También era... ¿atractivo? No, definitivamente no. Adrielle
retrocedió, negando con la cabeza. ¡No codiciaría al vampiro que la había
secuestrado!
—Te dejaré para que te acostumbres al lugar —le dijo Thomas con
frialdad—. Eres libre de explorar el palacio.
Con eso salió de la habitación, y Adrielle alcanzó a ver el rostro de
Clarissa antes de que la puerta se cerrara detrás de él. Se quedó sentada allí en
estado de shock por un momento antes de sacudir la cabeza y observar toda la
habitación. Estaba sentada en una cama con baldaquino tamaño king con
cortinas rojas entre los pilares. Parecía una escena de una de sus novelas
románticas. La colcha también era roja, pero la alfombra era blanca. Había un
sofá eduardiano en una esquina. A su lado había una mecedora y una
estantería llena de docenas de libros. También había un escritorio con una
computadora de escritorio y un mural de un atardecer pegado a una pared.
Adrielle tragó saliva mientras se puso de pie y caminó por la
habitación. El baño adjunto tenía un plato de ducha y una bañera de
hidromasaje. Definitivamente era una prisión muy elegante. Al menos aquí
nunca sería encontrada por...
«No pienses en él», se recordó a sí misma, temblando.
Sin embargo, era imposible no hacerlo. Ella estaba en fuga, y había
acabado en la subasta por esa misma razón. Había prestado una gran cantidad
de dinero para no solo cambiar su identidad, sino también para borrar su
identidad anterior y empezar una nueva vida muy lejos de la que tenía antes.
Su plan había sido publicar las novelas románticas que tanto amaba escribir
de forma totalmente independiente, pero no le quedó dinero para pagar el arte
de la cubierta ni para promocionar su trabajo. Sin ninguna experiencia laboral
aparte de la escritura, terminó sumida en deuda.
Y luego su cobrador de deudas, un mafioso turbio del inframundo, le
dijo que tenía dos opciones: o ser subastada al mejor postor para pagar sus
deudas o la muerte. Evidentemente no le quedó de otra que ser subastada.
¿Thomas le pagaría por su labor? Realmente era una pregunta ridícula. Sin
embargo, la mafia no la encontraría aquí, así que eso era una ventaja...
Adrielle se derrumbó en la cama. Su cabeza le dolía, y sentía
escalofríos en lo más profundo de sus huesos. Nadie la encontraría. Sería una
de esas mujeres que simplemente desaparecieron sin dejar rastro. Eso ya lo
había hecho una vez... nadie la buscaría. Al menos no las personas que ella
quería que la buscaran y encontraran. No tenía familia. Tampoco tenía
amigos. Ni trabajo.
Así que no importaba.
Ella presionó sus palmas sobre sus ojos. Lo único que había logrado
demostrar una y otra vez en su vida llena de problemas era que era una
superviviente. Había sobrevivido a su pasado y también sobreviviría a esto.
Eso era lo más importante. Aprender las reglas. Encontrar maneras de
soportar. Ella tenía una computadora, lo que significaba que sería capaz de
seguir escribiendo. Tenía libros, lo que significaba que podía seguir leyendo.
Ahí estaba. Todavía tenía a su disposición sus dos estrategias de
afrontamiento más importantes.
Y encontraría la forma de escaparse de este lugar extraño una vez que
se aprendiera las reglas. Se iría de aquí y se llevaría a Clarissa consigo. Era
evidente que la niña había sido secuestrada, y que el vampiro también le
había lavado el cerebro.
Adrielle se puso de pie, sintiéndose decidida. Era el momento de
comenzar.
Capítulo tres - Thomas

Té chai y rosquillas. A Thomas se le hizo agua la boca mientras se


acercó a los aposentos de Adrielle. Era tan deliciosa que le costaba no
sucumbir a sus deseos de agarrarla y ponérsela sobre su regazo y besarla y
acariciarla hasta que ella accediera a darle un pequeño trago de su sangre. Se
detuvo frente a la puerta, luchando para controlarse. No podía permitirse
tener pensamientos como esos.
La humana estaba aterrada. Le tenía miedo, y también le aterrorizaba
el hecho de estar aquí. ¿Besarla y acariciarla hasta que cambiara de opinión?
Ella probablemente se fracturaría los dedos golpeándolo en la garganta si
trataba de tocarla. Podría estar aterrada, pero eso no le quitaba lo fiera. La
forma en que se había puesto entre él y Clarissa, pensando que tenía que
defenderla, aliviaba el nudo que tenía en la garganta.
Forzó una sonrisa a lo que entró en la habitación. La humana estaba
sentada en el escritorio, tecleando en la computadora. Lo miró con furia y
luego se puso de pie.
—¿No sabías que se debe tocar antes de entrar? —espetó.
Thomas miró la puerta, y luego a ella. Por un momento no entendió a
qué se había referido, pero luego entendió que los sentidos de Adrielle no
estaban tan desarrollados como los suyos ya que era humana. Creyó que ella
ya había sabido que venía por el pasillo. Pero, claramente, ese no había sido
el caso. Se aclaró la garganta, sin ninguna intención de disculparse, ya que
eso solo lo haría parecer débil. Le entregó el bolso que llevaba.
—Tu uniforme —gruñó—. Póntelo para ver qué ajustes necesita.
Adrielle se mordió el labio inferior y le dijo: —No me cambiaré
delante de ti.
—Puedes hacerlo detrás de esa cortina.
Adrielle entrecerró los ojos por un momento antes de irse detrás de la
cortina de seda para desvestirse. Thomas se dio la vuelta, curioso por saber lo
que había estado escribiendo. Sus cejas se unieron.
Su pulso estaba agitado, y el gran hombre rozó sus labios contra su
muñeca para sentirlo. Aunque aún estaba aterrorizada, sintió un destello de
placer cuando sus dientes tocaron su piel. También sintió un fuego entre sus
piernas y esto es tan estúpido y cliché... ¿Qué diablos estoy escribiendo?
Una sonrisa entretenida iluminó el rostro de Thomas. Estaba
escribiendo una novela romántica. Dudando de sí misma también, al parecer.
Le parecía extraño que la mente de la humana estuviera vagando en tal
dirección en medio de esta situación. Tal vez no lo temía tanto como él
pensaba. Tal vez... o tal vez esta solo era su forma de fingir que todo estaba
bien. Se dio la vuelta en ese momento.
—Así que... —dijo Adrielle antes de aclararse la garganta—. ¿Dónde
está la mamá de Clarissa? ¿Por qué necesitas una niñera?
Thomas reflexionó por un momento. Eran preguntas que
particularmente no quería responder, pero tenía sentido que Adrielle las
hiciera ya que formaría parte de la vida de Clarissa. Thomas se sentó en el
borde del escritorio.
—La madre de Clarissa... se llamaba Erela. Ella era mi esposa y murió.
Dejó de escuchar el susurro de tela tocando piel. El ritmo cardíaco de
Adrielle aumentó y Thomas se tensó. Ya sabía lo que iba a preguntar antes de
que dijera una sola palabra.
—¿Tú la mataste?
Su acusación aterrada hizo que le hirviera la sangre. Thomas saltó del
asiento y se dirigió a la cortina. La echó a un lado para poder darle una
mirada fulminante. Ella soltó un pequeño aullido y se lo quedó mirando con
ojos bien abiertos. El rey acercó un dedo a su cara, luego retrocedió. Tuvo
que recordarse a sí mismo que ella era una humana frágil e, incluso en su
estado natural, podría matarla fácilmente.
«No la puedes tocar», pensó. Ni un solo dedo podría rozar su piel.
—¡La amé! Ella fue mi mundo. No te atrevas a acusarme de haberle
hecho daño. ¡No te atrevas ni siquiera a pensarlo! Ella lo fue todo para mí, yo
fui su esclavo voluntario y...
Adrielle se encogió de miedo. Thomas respiró profundo y se obligó a
dar un paso atrás, y luego otro. Su olor lo envolvía, sentía el olor
nauseabundo del miedo en sus fosas nasales. Volvió a respirar profundo, esta
vez por la boca. Era evidente que aterraba a la humana, y era lógico el
porqué. Aun así, Thomas se sintió desilusionado. Quería que Adrielle se
sintiera cómoda aquí. Gritarle como lo estaba haciendo no ayudaría en nada.
Estaba actuando como un tremendo patán.
—Me disculpo por haber perdido los estribos —dijo con frialdad—. La
madre de Clarissa... hace aflorar un montón de emociones que no debería
sentir.
Ella soltó un pequeño chirrido; Thomas sintió verdadero
arrepentimiento en sus entrañas y dio otro paso atrás.
—Deberías vestirte.
Thomas contempló su cuerpo voluptuoso casi que automáticamente.
Sintió un fuego a lo que bajó la mirada a su escote y hermosa figura. Tragó
grueso. Sí, era tremendo patán.
—Tu ropa interior... Tendrá que ser reemplazada.
El sostén que llevaba, que una vez pudo haber sido blanco, ahora era
gris. Estaba totalmente estirado. Sus pantis no estaban en condiciones mucho
mejores, demasiado grandes para su cuerpo, estiradas hasta más allá de su
ombligo. Dudaba de que fueran cómodas y negó con la cabeza, obligándose a
apartar la mirada.
—Te compraré ropa interior Victoria's Secret —dijo.
Era una de las marcas favoritas de las mujeres que solía subir a la
superficie a buscar. Dejó de hacerlo una vez que Clarissa comenzó a
preguntarle adónde iba y qué hacía. ¿Cómo podría explicarle que pagaba para
disfrutar de los cuerpos de muchas mujeres?
—Victoria's Secret —repitió Adrielle antes de terminarse de colocar el
uniforme—. Bueno, lamento no haber gastado cientos de dólares en un
conjunto de lencería antes de haber venido. No sabía que me convertiría en
una esclava sexual.
Sus palabras estuvieron llenas de sarcasmo, pero Thomas también
detectó una pizca de miedo en ellas. Tensó las manos y dijo: —¿Crees que
voy a abusar de ti?
Adrielle no apartó la mirada y volvió a morderse el labio inferior. Ella
retrocedió de nuevo, aunque Thomas no se había movido.
—Entras aquí sin tocar la puerta, me entregas este... uniforme que debo
ponerme, dices que vas a sustituir mi ropa interior con unas de Victoria's
Secret mientras me comes con la mirada... ¿Qué se supone que debo pensar?
Los vampiros tienen un apetito sexual insaciable, ¿no es cierto?
Su voz se quebró, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Por favor, no...
—No lo voy a hacer —dijo Thomas, dándole la espalda y negando con
la cabeza.
Sintió dolor en el sitio donde solía latir su corazón, así como también
muchas ganas de golpear algo.
—Yo no abuso de las mujeres. No voy a tocarte, Adrielle. Jamás lo
haré.
Ella se quedó callada.
—Estás aquí para Clarissa —continuó Thomas—. Asesinaré a
cualquier persona que te toque en contra de tu voluntad. Te robé tu vida, eso
lo reconozco. Entiendo que estés asustada y sientas incertidumbre sobre lo
que se espera de ti, pero estás aquí para proporcionarle a Clarissa lo que ella
necesita: amabilidad, compañerismo, una visión más amplia del mundo.
—¿Y no pudiste haber contratado a alguien? ¿Tuviste que ir a un lugar
donde mujeres jóvenes son vendidas como esclavas? Mejor dicho, vendidas
como esclavas sexuales. Tú me compraste, aunque sabías que no estaba allí
por voluntad propia. ¿Qué te da ese derecho?
Thomas negó con la cabeza. Sabía que la humana no lo entendería. El
mundo en el que había crecido era muy diferente al de ahora. Incluso
entonces había estado consciente de las injusticias que sucedían a su
alrededor, pero igual sufría un choque cultural cada vez que subía a la
superficie y se percataba de las diferencias.
—Si no yo no te hubiera comprado, otra persona lo hubiera hecho.
Detuve la subasta, llamé a las fuerzas de paz humanas para informarles de lo
que estaba ocurriendo. Dudo que servirá de algo, pero al menos le di una
oportunidad a esas mujeres. Más oportunidad de la que yo...
Se detuvo, ya que no había necesidad de contarle su historia. Sintió
otra punzada de dolor al recordar a su madre entregándolo al hombre de
barba puntiaguda cuyos ojos negros brillaron mientras miraba al niño que le
acababan de vender. Thomas sabía que había tenido suerte. Lo peor que
experimentó como esclavo fueron unas golpizas. Su dueño fue estricto, pero,
en la mayoría de los casos, justo.
—Igual soy tu prisionera —dijo Adrielle, inconsciente de la procesión
que Thomas llevaba por dentro—. Me robaste. ¿Ese es el ejemplo que quieres
darle a tu hija? ¿Que los hombres deben tratar a las mujeres como su
propiedad?
Thomas se volvió de nuevo a la humana. Vio que se había terminado
de poner el uniforme. Era una casaca negra cruzada sobre una camisola
blanca que le llegaba a medio muslo y unas mallas negras debajo. Los
zapatos que había elegido eran de cuero pulido con suela antideslizante. El
uniforme acentuaba muy bien su linda figura, pero, después de su
conversación, pensó que tal vez era demasiado atractivo... Él apretó los
dientes al pensar en los otros vampiros del palacio mirándola de la misma
forma que él lo estaba haciendo en este momento. La deseaba demasiado.
—Los vampiros sí tienen un apetito sexual insaciable —dijo,
esforzándose por no titubear, ignorando la última pregunta que le había hecho
ya que no se sentía capaz de responderla—. Todos nuestros apetitos son
insaciables. Pero todos aquí en el palacio tenemos la bendición de poder
controlar nuestras mentes, así que nos mantenemos bajo control. Si alguien se
acerca a ti, házmelo saber para caerle a latigazos. Clarissa y yo somos los
únicos autorizados para mandarte. Todos los demás deben hacer lo que tú
digas.
Los ojos color avellana de Adrielle se abrieron de par en par. Retorció
las manos y luego respiró profundo antes de decir: —Clarissa tendrá que
enterarse de que el mundo no es solo este lugar. Tengo que llevarla a la
superficie para que pueda ver el sol e ir a un zoológico... jugar con otros
niños.
Thomas se tensó. Odiaba la idea de que su hija saliera del palacio. El
mundo era un lugar peligroso y podría suceder cualquier cosa si él no estaba
a su lado. Pero Adrielle tenía razón.
—Los vampiros deben evitar la luz solar —gruñó.
Thomas sufriría una muerte agonizante si subía a la superficie durante
el día. Hasta de noche, la luz de luna era muy incómoda. La luna llena era
como tener una llama demasiado cerca de tu piel. La luz solar directa era
como estar en medio de un incendio.
Sin apartar la mirada, se acercó un poco y le dijo: —Pero Clarissa no
es vampira, ¿cierto?
Thomas abrió la boca para negarlo, pero se contuvo. Tenía los
hombros caídos.
—No —admitió—. Los vampiros... son incapaces de tener hijos. Pero
no importa cómo ella llegó a mí. Es mi hija. No dejaré que nada le pase.
Adrielle se veía sorprendida. Se acercó un poco más a él y le tocó el
brazo. Thomas no pudo evitar estremecerse ante su toque. Era suave y
vacilante. Ella seguía mirándolo a los ojos. A pesar de que él la aterrorizaba,
estaba dispuesta a acercarse de esta forma. Eso le parecía extraño. Y lo
confundía.
—Clarissa necesita saber que el mundo no es solo esta oscuridad.
Thomas vaciló un momento, y luego asintió con la cabeza.
—Es por eso que te compré... Quiero que mi hija sepa de la luz que
existe. Supongo que no lo vi desde ese punto de vista literal, pero tienes
razón. Tiene que sentir el sol en su rostro. Sin embargo, no las dejaré ir solas.
Una amiga mía las acompañará. Madrid se ve feroz, pero no tienes nada que
temer... siempre y cuando no intentes secuestrar a mi hija o alertar a los seres
humanos sobre la existencia del reino.
—Entendido.
—Está bien. Madrid te vendrá a buscar dentro de poco.
Se fue sin decir más. Los sirvientes se inclinaron a lo que pasó, pero él
ni los miró. Tenía el estómago revuelto de la preocupación y no pudo evitar
preguntarse por qué había aceptado la petición de Adrielle. Solo había pasado
un día aquí. No había ninguna razón para creer que no intentaría huir y
llevarse a Clarissa.
¿Había sido un error? Esperó que el terror lo inundara, el
presentimiento que lo haría cambiar de parecer y prohibir que Adrielle se
llevara a su hija, pero nunca llegó.
Capítulo cuatro - Adrielle

Thomas tenía razón, Madrid se veía muy feroz. Cuando Adrielle la vio
por primera vez, las palabras ‘vikinga asesina’ se le vinieron a la mente. La
mujer era tan alta como el rey vampiro y se veía muy fuerte. Sus brazos eran
del tamaño de los de un gorila e igual de peludos. Su cabello rubio estaba
trenzado, su rostro era un poco peludo, y sus dientes caninos eran más
afilados que los de un humano común y corriente. No eran colmillos, pero
tampoco eran dientes normales. Estaba vestida de cuero de pies a cabeza. Las
personas en la playa las evitaron mientras pasaban.
Adrielle estaba disfrutando de la sensación del calor en sus brazos,
sintiéndose sorprendentemente cómoda con Madrid. Tal vez era porque la
enorme mujer le recordaba a su propia tía, quien había pertenecido a una
banda de motoristas hasta que murió en un tiroteo policial. La tía Cherry
contaba las mejores historias y siempre se aseguró de que estuviera siendo
atendida.
Después de su muerte, no quedaba nadie más que pudiera cuidar de
ella. Ese fue el comienzo de la espiral descendente de Adrielle.
—Vamos a comprar helado —sugirió Adrielle, tomando a Clarissa de
la mano.
La niñita arrugó la nariz cuando vio el cono de helado que Adrielle le
compró.
—¿Qué sentido tiene esto? —preguntó Clarissa antes de lamerlo—. Es
pura azúcar. Supongo que no tiene ningún valor nutritivo.
—Comer no solo se trata del valor nutritivo de los alimentos —dijo
Adrielle—. También se trata de disfrutar.
Clarissa arrugó la nariz y dijo: —Eso no me parece bien.
—A tu mamá le encantaba el helado, dale una oportunidad — dijo
Madrid, soltando una risita y comprándose dos conos de helado para sí
misma.
Clarissa hizo una mueca, pero siguió lamiendo el helado. Adrielle miró
a su alrededor mientras caminaban. Si pudiera conseguir un teléfono celular
de cualquiera de los bañistas, entonces tal vez podría llamar a la policía. A
pesar de la advertencia de Thomas, simplemente no se entregaría atada y
aceptaría que esta sería su vida de ahora en adelante. Se había escapado de un
loco y estaba segura de que podría volverlo a hacer.
Sin embargo, ¿qué le diría a la policía si lograba comunicarse? Si tan
solo mencionaba la palabra ‘vampiro’, la ignorarían por loca.
Las olas del lago rompieron la orilla, atrayendo la atención de Adrielle.
Probablemente no tenía sentido pedir ayuda. La policía no hizo nada por ella
cuando llamó informando que otro ser humano la estaba amenazando, y
mucho menos lo harían ahora por un vampiro.
Thomas era un rey vampiro. Adrielle frunció el ceño. Sabía que él
debería asustarla, que debería estar huyendo entre gritos. Pero ese mismo día,
cuando la miró fijamente en ropa interior, lo único que vio en sus ojos fue
lujuria. Y también un poco de culpa. Solo un poco, pero definitivamente
estaba presente en su mirada.
—¿Sabes qué sería muy divertido? —espetó, tratando de sacarse al
enigmático rey vampiro de su mente—. Podemos quitarnos los zapatos,
subirnos los pantalones y caminar por el lago. El día está caluroso, así que
sería genial.
Los ojos azules de Clarissa se abrieron de par en par y exclamó: —
¡Pero nos ensuciaremos los pies!
Si no fuera tan trágico que una niña de once años de edad estuviera
preocupada por ensuciarse, Adrielle se habría reído.
—Yo a tu edad hacía pasteles de lodo. Ensuciarse es parte de la
infancia. Además, es solo arena. Vamos, será divertido.
Clarissa miró el agua y se mordió el labio inferior. Luego tomó a
Adrielle por la cintura con fuerza, quedándose allí por un rato. Esto
sorprendió tanto a Adrielle que se puso rígida al principio. Sintió un impulso
ridículo de empujar a la niña, pero la abrazó en su lugar. Estaba a punto de
preguntarle qué le pasaba cuando Madrid soltó un gruñido.
Un hermoso hombre rubio se acercó a ellas. Su rostro era conocido,
aunque no recordaba dónde lo había visto antes. Estaba mirando a Clarissa
fijamente y Adrielle sintió un enorme impulso protector apoderarse de ella.
Se enderezó y se colocó delante del hombre cuando se acercó demasiado. El
hombre la chocó.
—¿Qué quieres? —exigió Adrielle.
El hombre la miró y su rostro se iluminó con una sonrisa.
—Hola. Tú debes ser la nueva niñera.
Madrid colocó su mano gigante sobre el hombro de Adrielle y la jaló
hacia atrás. La mujer era mucho más alta que el rubio. El gruñido en su
garganta se volvió más intenso. Adrielle rodeó a Clarissa con sus brazos y la
echó hacia atrás, estremeciéndose en el proceso. Este hombre le daba mala
vibra.
—¿Qué quieres, Samuel? —preguntó Madrid.
—¿Tiene algo de malo entablar una conversación amistosa? —le
respondió a Madrid, sin quitarle la mirada de encima a Adrielle.
Los pelos se le pusieron de punta. Aunque no veía lujuria en sus ojos, y
aunque estaba completamente vestida, su mirada se sentía más depredadora y
peligrosa que la que Thomas le había dado casi desnuda. Tenía la sensación
de que Thomas podría estar tocándose a sí mismo con una mano mientras la
miraba y la acariciaba con la otra y aún no se sentiría tan sucia como se sentía
en este momento, bajo la mirada de este hombre.
No es que quería que Thomas la acariciara... Eso le parecía
completamente insólito.
—Debo decir que Thomas tiene buen gusto, después de todo —dijo
Samuel con una sonrisa.
En ese momento Adrielle recordó dónde lo había visto antes. En esa
subasta. Se sintió más intranquila cuando su mirada comenzó a vagar por
todo su cuerpo.
—Eres mucho más sexy de cerca. Puedes venir a buscarme cuando te
aburras del vampiro, me encantaría tener a otra mujer en mi cama.
Adrielle quedó boquiabierta. ¿Qué tipo de persona podría decir una
cosa tan desagradable delante de una niñita? Tapó los oídos de Clarissa, ya
que tenía la intención de decirle a este tipo lo que pensaba de él, y no sería
nada apropiado. Pero Samuel se echó a reír como si fuera una broma y
Adrielle se sintió demasiado avergonzada como para arriesgarse a empeorar
la cosa.
—Thomas no te va a tocar —dijo el hombre—. Créeme. Lo sé. Tiene
esta ridícula idea de que si obra bien se librará de la maldición de ser
vampiro. Pero no puede luchar con el diablo que tiene adentro. Es un
monstruo, sin importar lo que se diga a sí mismo.
Adrielle estuvo a punto de responderle, pero Madrid agarró a Samuel
por el brazo y lo lanzó a un lado.
—¡Déjanos en paz! —le gritó.
¿Adrielle se lo estaba imaginando o el pelo que cubría el cuerpo de
Madrid estaba espesándose? Todos los que estaban en la playa se detuvieron
a mirar, pero Samuel se limitó a reírse mientras se puso de pie y se sacudió la
ropa. Ignoró a Madrid, y volvió a mirar a Adrielle, haciéndole un guiño.
Luego apretó sus dedos pulgar e índice, doblando los pulgares hacia dentro
para hacer un corazón, y le sonrió a Clarissa.
Clarissa se puso a llorar. Aunque la niña era muy grande como para
cargarla, Adrielle la tomó en sus brazos y se fue caminando en la otra
dirección. Estaba temblando, y se sentía agradecida por la presencia enorme e
imponente de Madrid. Volvieron al auto y, en vez de aceptar volver al
inframundo como Madrid había sugerido, Adrielle insistió en que fueran a su
apartamento. Allí calmó a Clarissa y encendió el televisor antes de llevarse a
Madrid aparte.
—¿Qué fue todo eso? —le preguntó—. ¿Quién era ese tipo?
Madrid miró por encima de su cabeza antes de responder.
—Se llama Samuel. Él fue el que engendró a Clarissa.
Adrielle dio un salto, sintiéndose conmocionada. Esa noticia la había
dejado boquiabierta. Miró a Clarissa. Pelo rubio, ojos azules. Era obvio.
Sintió náuseas, así que se cruzó de brazos y miró a Madrid.
—Entonces ¿por qué Clarissa le tiene tanto miedo? ¿Qué le hizo a
ella?
Madrid negó con la cabeza y dijo: —Nada, excepto abandonarla. La
reina, Erela... Era quería un hijo. Los vampiros son incapaces de engendrar,
así que acudió a él. Eso destruyó el corazón del rey... Thomas jamás se
recuperó completamente de esa traición. Pero Samuel...
—Lo odio —dijo Clarissa, apartándose de la televisión y mirando a las
mujeres—. Odio a ese hombre. Mi madre murió por su culpa. Él es la razón
por la que papá... siempre está tan solo y enojado. Ojalá se muriera.
La crueldad que oyó en la voz de Clarissa la sorprendió, pero Adrielle
no le dijo que debía ser más misericordiosa. Sentía que esta no era toda la
historia. Pero si lo era, Clarissa tenía derecho a sus propios sentimientos.
Adrielle había tenido sus propios deseos despiadados, así que sabía que
reprenderla solo empeoraría lo que sentía en su interior.
—No es un vampiro —dijo Adrielle en voz baja—. Sino no sería capaz
de engendrar un hijo... ni caminar en la luz del sol. ¿Qué es entonces?
—Es peor que un hombre lobo en luna llena —dijo Madrid a lo que
Clarissa comenzó a acercarse a ellas—. Y créeme cuando te lo digo, ya que
yo soy una mujer loba.
Adrielle quería seguir hablando, pero Madrid no tenía pinta de querer
responder más preguntas. La enorme mujer loba tomó a Clarissa en sus
brazos y le sobó la espalda. Adrielle se fue en silencio al baño, su cabeza
dando vueltas de la confusión. Esto era demasiado para su pequeño cerebro
humano. Vampiros, hombres lobo y hombres atractivos que parecían más
peligrosos que ambos combinados.
Unos momentos después recordó que su teléfono celular estaba sobre
el mostrador junto al lavabo, justo donde lo había dejado antes de irse a la
subasta. Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras miraba el pequeño
dispositivo negro. Cogió el teléfono luego de echarle un vistazo a la puerta.
Thomas no la había dejado tocarlo cuando habían venido a empacar algunas
de sus cosas antes de su viaje al inframundo, pero él no estaba aquí. Podía
llamar a quien quisiera.
Pero ¿a quién?
No tenía sentido llamar al 911, ya que pensarían que estaba loca. Podía
decir que estaba prisionera sin siquiera mencionar la palabra 'vampiro', pero
¿podía dirigirlos por el laberinto del inframundo que los llevaría al palacio
vampiro? Recordó que todo había estado negro cuando condujeron por ahí.
Quizá había fosas gigantes esperando capturar personas que no conocían el
camino. Y también estaban los 'salvajes' que Thomas había mencionado. ¿Sus
salvadores solo terminarían muertos allí abajo?
Mientras miraba su teléfono, sin saber qué hacer con él, la pantalla se
iluminó. El tono de llamada resonó en el pequeño baño. El número que vio en
la pantalla la hizo jadear. Conocía ese número. Sintió sudor en su rostro y se
le puso la piel de gallina. William.
La había encontrado. A pesar de todo lo que había hecho para
mantenerlo alejado, la había encontrado. Estaba sudando frío.
La puerta del baño se abrió justo cuando su celular cayó al piso. Se
estrelló en el suelo embaldosado, la batería acabando por un lado y la carcasa
por otro. Madrid lo miró y luego gruñó.
Adrielle no tenía miedo, a pesar de estar en la presencia de una mujer
loba enojada. Sintió bilis en su garganta y se quedó congelada. Madrid entró
a zancadas al baño y la sacó por el brazo.
—Volveremos al palacio ahora mismo.
Sí. De vuelta al palacio. Donde estaría a salvo. Sintió una risa histérica
en su garganta, pero logró contenerla, decidida a no sucumbir. ¿A salvo? Sí...
esa era la verdad. Estaba más segura como prisionera en el palacio de
Thomas que si se quedaba aquí en libertad.
Este era el gran lío en el que se había convertido su vida.
Capítulo cinco - Thomas

—Mi señor —dijo el jefe de seguridad de Thomas, Richard, antes de


inclinarse ante él.
El vampiro estaba serio, lo que significaba que no tenía buenas
noticias. Thomas trató de no reaccionar. Hace menos de una hora habían
recibido una llamada de uno de los pueblos periféricos, pidiéndoles ayuda.
Ese pueblo estaba compuesto por un grupo de vampiros que no lo reconocían
como su rey. Había varios de estos grupos, y vivían muy lejos del palacio
detrás de muros propios para protegerse de los salvajes. La relación que tenía
con estos vampiros no era la mejor pero, cuando llamaron pidiendo ayuda,
Thomas enseguida les envió sus mejores hombres.
—¿Hay noticias del pueblo? —preguntó el rey.
—Sí. El pueblo... Los muros fueron derribados, sus casas quemadas, su
gente masacrada. No hay sobrevivientes.
—¿Qué?
—Encontraron huesos en los incendios y cuerpos atravesados con
flechas de plata. —dijo Richard antes de tragar grueso, su expresión
tornándose aún más seria.
—¿Los salvajes ahora están fabricando armas?
—No, esto no fue obra de los salvajes.
Thomas luchó por reprimir el gruñido que tenía en la garganta y que
tanto quería soltar. Respiró profundo y cogió su teléfono. Los teléfonos
celulares no funcionaban aquí, pero mantenía una red telefónica fija en toda
la ciudad. Su línea personal llegaba a la superficie, donde vivía un demonio
particularmente desagradable.
—Avísales a todos los pueblos periféricos que los demonios se están
agitando.
Se percató del escalofrío de Richard, pero él no dijo nada al respecto.
Todos los vampiros odiaban y temían a los demonios. Después de todo, si no
fuera por ellos, habrían vivido sus vidas como seres humanos sin este deseo
abrumador de matar y mutilar a todos los que conocían. Habrían sido capaces
de vivir en la luz solar, enamorarse y tener hijos. Envejecer y morir después
de haber vivido vidas plenas en lugar de estar atrapados como hojas podridas
bajo el lecho de rocas de un arroyo.
Thomas marcó el número que se sabía de memoria. Odiaba esto, pero
hacía lo necesario cuando los demonios atacaban a su gente. Volvió a su
trabajo después de dejar un mensaje. Varias horas después, una sirvienta
delgada y ratonil lo interrumpió y le dijo que su invitado lo estaba esperando
en su oficina.
Thomas tuvo que armarse de autocontrol para no atacarlo. El demonio
estaba sentado en su silla, con los pies sobre el escritorio. Le dio una sonrisa
arrogante y casual, mientras que Thomas le dio su propia mirada fulminante.
Había un acuerdo entre ellos, pero eso no significaba que le agradaba más
que el resto de los otros demonios. En realidad le agradaba mucho menos.
Este odio era personal. Si no fuera por Samuel, Erela todavía estaría viva.
Jamás entendería porqué lo había elegido a él para ser el padre de su hija.
—¿Necesitas otra humana? —preguntó Samuel—. ¿Llevaste a la
suculenta Adrielle a la cama y te la bebiste toda mientras te la tirabas?
—Cállate —espetó Thomas—. Estás aquí porque tienes que mantener
a tus demonios a raya, no por mis asuntos personales.
—¿Mis demonios?
—Un pueblo fue aniquilado el día de hoy por demonios. Tú eres el
‘archi-demonio’ de esos lares. Encárgate.
Samuel entrecerró los ojos y se quedó callado durante un buen rato.
Luego una sonrisa iluminó su rostro. Se puso de pie y agitó una mano como
si esto no fuera gran cosa.
—Te haré el favor de encargarme de esto. Y ni siquiera te pediré nada
a cambio. Por mucho que quiero probar a Adrielle...
Thomas gruñó, apenas conteniéndose, y le dijo:
—Creí que te parecía gorda.
—Mi error. Logré echarle un mejor vistazo el otro día... Hermosas
curvas. Dime, ¿esos muslos se sienten tan bien como yo me los imagino? ¿O
no has aprovechado todo lo que Adrielle tiene para ofrecer?
—Solo encárgate de tus demonios.
Samuel rio por lo bajo y dijo: —También vi a Clarissa. Es el vivo
retrato de su madre, ¿no te parece?
Thomas reaccionó sin pensar. Saltó sobre su escritorio y comenzó a
golpear a Samuel en la cara. El rey lo agarró por el cuello, lo alzó, lo presionó
contra la pared y clavó una daga en su abdomen. El demonio hizo un sonido
como si se estuviera ahogando y se veía adolorido, pero luego se echó a reír.
Matar demonios menores era fácil ya que solo había que decapitarlos, pero un
archi-demonio como Samuel... era casi imposible de matar. Incluso la plata,
la cual afectaba a todos los demonios y vampiros, solo lo irritaba.
—No tienes derecho a decir su nombre —dijo Thomas.
Samuel volvió a reírse.
—¿Qué nombre? ¿Erela o Clarissa?
—¡Ambos!
—Erela fue la que acudió a mí, Thomas —dijo Samuel en voz baja—.
Ella acudió a mí.
Thomas clavo la daga más profundo, gruñendo. No estaba seguro de lo
que sucedió después, pero los ojos de Samuel se pusieron rojos y de repente
Thomas fue lanzado al otro lado de la oficina. Chocó con la pared de piedra
con tanta fuerza que la derribó por completo. Se quedó sin aire y, a pesar de
que trató de ponerse de pie, sus piernas no cooperaron. Samuel se ajustó la
chaqueta y se puso delante del cuerpo retorcido de Thomas.
—Yo me encargaré de los demonios por ti. Ojalá pudiéramos ser
amigos, Thomas. Realmente deseo eso.
¡Ja! Thomas esperó que se fuera antes de tratar de moverse de nuevo.
Soltó un gemido mientras se puso de pie lentamente. Todo su cuerpo estaba
adolorido. Algún día encontraría una forma de matar a ese demonio. Se dejó
caer en la silla de su escritorio, sintiendo un nudo de miedo en su corazón.
Él sabía muy bien que Erela había acudido a Samuel. Ella misma le
había contado toda la historia. Todavía recordaba cómo se veía con ese
vestido de verano blanco que la hacía verse tan inocente y pura. Le había
contado todo sin siquiera titubear.
Pero ella tenía morales distintos…
Oyó un pequeño golpe en la puerta y levantó la mirada para ver a
Adrielle en la puerta. Se enderezó rápidamente.
—¿Qué quieres? —espetó.
—Hice una lista de las cosas que necesito de la superficie —dijo la
humana entre dientes mientras lo miraba a los ojos—. Creo que Clarissa y yo
deberíamos ir juntas de nuevo, con Madrid por supuesto, para que ella misma
escoja algunas de estas cosas. No le has proporcionado la diversión
suficiente, así que voy a enseñarle a pintar con los dedos y dibujar en las
paredes...
Thomas frunció el ceño.
—¿Para que vuelvas a intentar comunicarte con alguien? Madrid me
dijo que atendiste una llamada telefónica la última vez que subieron.
Adrielle se encogió de miedo y dijo: —No... Yo no llamé a nadie. Mi
celular se dañó. Solo iremos a una tienda.
—¿Quién...?
—Oí la conversación que tuviste con ese hombre —espetó Adrielle,
encogiéndose nuevamente—. El padre biológico de Clarissa. Es un demonio,
¿no es cierto? Madrid no me quiso decir lo que era, pero...
Thomas se tensó, empuñó las manos y dijo en un tono tranquilo: —Sí.
Samuel es un demonio.
—Es por eso que le tiene tanto miedo —susurró Adrielle, sus ojos
llenándose de lágrimas—. Esa pobre niña.
Le sorprendió el agradecimiento que sintió por la mujer en ese
momento. Luego la contempló sin decir nada. Su expresión era distante, y su
rostro estaba lleno de compasión. Había tomado la decisión correcta. Era
exactamente la influencia que su hija, quien era mitad diabla y estaba
creciendo entre vampiros, necesitaba. Tener a Adrielle significaba tener algo
de pureza en su vida. De lo contrario, la luz de su propia alma se apagaría por
completo. ¿Y entonces qué sería de ella?
—Tu esposa se acostó con otro hombre, pero igual te quedaste con su
hija...
—Clarissa es mi hija.
Adrielle se inclinó sobre el escritorio, poniendo su mano sobre la suya.
El toque lo hizo dar un salto, pero ella no pareció darse cuenta.
—La amas mucho.
—Sí —susurró Thomas—. La amo demasiado.
Sus dedos acariciaron su muñeca, y luego presionaron más abajo,
donde debería haber un pulso. Thomas no dejó de mirarla a los ojos y estaba
temblando, ya que no podía creer que ella lo estuviera tocando por su propia
voluntad. Hasta ahora, solo la había aterrado.
—¿Alguna vez seré libre de irme, Thomas? —dijo en una voz suave—.
¿Alguna vez confiarás en mí lo suficiente como para darme esa libertad?
Quería decirle que ella era libre de irse en cualquier momento, pero las
palabras se quedaron atascadas en su garganta. Ambos sabían que eso no era
cierto. Ella no era más libre de irse que él, quien estaba atrapado por los
salvajes, por sus miedos y sus limitaciones físicas debido a fuerzas que no
podía controlar. ¿Era realmente mejor persona que el demonio que lo había
convertido en un vampiro, el que lo había obligado a vivir su vida como
inmortal en la oscuridad?
El rey se apartó. Tomó la lista que ella había hecho, pero se le resbaló
entre sus dedos. Le temblaban las manos, y le dolía el pecho. Su corazón
estaba tratando de latir, pero no podía. En ese momento quiso contárselo
todo. Se acercó a ella, su cuerpo reaccionando a sus deseos. No podía
contarle nada, así que la tomó en sus brazos y la sentó sobre el escritorio. Ella
jadeó bruscamente, y luego él la besó.
El beso duró solo medio segundo. Thomas tenía sus manos en sus
caderas, y ella estaba acariciando su piel. Él presionó contra sus rodillas
cerradas y ella se quedó mirándolo con sus grandes ojos color avellana. Ella
se inclinó hacia delante con un gemido, rozando su boca con la suya. Thomas
la acercó más, y luego la soltó. Se alejó tan repentinamente que ella perdió el
equilibrio.
Thomas se pasó una mano temblorosa por el cabello.
—Lo siento. Lo... lo siento.
Adrielle estaba totalmente sonrojada y su pecho jadeaba. Sin decir una
palabra, se bajó del escritorio y se fue corriendo. Los músculos de Thomas se
tensaron, y se volvió y le metió un puñetazo a la pared. ¿Por qué? ¿Por qué
había hecho eso? Golpeó la pared una y otra vez. No tenía ningún control
sobre su apetito. Con razón la atemorizaba tanto…
Capítulo seis - Adrielle

Adrielle colocó un marcador de libros en la última página del capítulo


y luego miró a la niña. Los ojos de Clarissa estaban muy abiertos mientras
yacía en su cama, retorciendo las cobijas en sus manos.
—¿Qué haces? —dijo Clarissa a lo que Adrielle colocó el libro a un
lado.
—Ya no más por esta noche. Mañana descubriremos lo que le pasa a
Harry.
—Un capítulo más —rogó Clarissa.
—No. Ya es tarde y tienes que dormir —dijo Adrielle, sonriendo
mientras arropaba a la niña.
Clarissa estaba muy crecidita para los cuentos para dormir, pero ambas
disfrutaban de esta rutina nocturna. Era uno de los pocos momentos en que
Clarissa se comportaba como una verdadera niña, en lugar de una pequeña
adulta. Cualquier cosa que la ayudara a tener una verdadera infancia era
positiva.
—Recuerdo que mi madre me leía cuentos —susurró mientras Adrielle
le besó la frente—. Ella me leía cuentos todo el tiempo.
—Entonces tu mamá debió haberte amado mucho.
—Sí, me amó mucho —dijo Clarissa, quien comenzó a temblar y
morderse los labios con fuerza—. Papa dejó de amarme cuando ella murió.
Dejó de darme besos y llamarme su preciosura. Solía cargarme sobre sus
hombros y decirles a todos que yo era su hija. Ya no hace eso. Él cree que
mamá murió por mi culpa y me odia.
—No, cariño —dijo Adrielle, tomando a la niña en sus brazos.
Sintió un nudo en la garganta y no supo qué responder. Era evidente
que necesitaba tener una charla seria con Thomas pero, en este momento,
Clarissa necesitaba consuelo.
—No, él no cree que es tu culpa. Él te ama, corazón. Es solo que... está
triste.
Clarissa resopló y enterró su rostro en el hombro de Adrielle antes de
decir: —Pero sí es mi culpa que mamá murió.
—No.
—Sí —dijo Clarissa, temblando y abrazando a Adrielle con fuerza—.
Es porque soy media diabla. Murió porque quedó embarazada de mí. Yo la
maté.
Comenzó a llorar y Adrielle la consoló lo mejor que pudo. Sollozó
durante horas y, una vez que finalmente se calmó, Adrielle se quedó con ella
hasta que se durmió. Estaba totalmente revuelta para cuando regresó a su
habitación.
¿Era cierto? ¿Erela había muerto por esa razón? No podía ser cierto.
Dijo que recordaba que su mamá le leía cuentos, así que Erela no pudo haber
muerto hace tantos años. Haberse embarazado no fue lo que la mató. Pero
¿por qué Clarissa se culpaba por su muerte?
Mañana, cuando se sintiera un poco menos sensible, le contaría todo a
Thomas. Necesitaba cambiar su manera de actuar con su hija. No había
ninguna razón para que ella creyera que él no la amaba cuando era muy
evidente para los demás lo mucho que ella le importaba.
Adrielle se dejó caer en la silla enfrente de su computadora y la
encendió. Aunque se sentía muy agotada, buscó el archivo de la novela
romántica que había estado escribiendo desde su llegada. Esta noche
necesitaba algo que la distrajera de las cosas que Clarissa le había dicho o
sino no podría dormir.
Por desgracia, no tenía ganas de escribir. Tecleó unas frases y luego se
detuvo, sacudiendo la cabeza. Se desplazó hacia arriba y volvió a leer algunas
de las cosas que ya había escrito. Se detuvo en la escena de sexo que había
escrito la noche anterior, justo después del beso que había compartido con
Thomas. Todavía saboreaba su boca y tuvo que contener un gemido.
Esa sí era tremenda distracción, pero una que no era bienvenida en este
momento. Tenía muchas preocupaciones en su mente.
¿Era sano estar escribiendo una novela romántica cuando básicamente
era una prisionera? Esto estaba mal. No debía estar sintiendo cosas por el
hombre que la había comprado. Se llevó las manos a las sienes, gimiendo.
Bueno, esta novela romántica era su fantasía... Thomas era el héroe y la
heroína... Bueno, no era exactamente Adrielle, pero se parecía mucho a ella.
Era un error estar reaccionando a ser prisionera de esta forma.
“Ella gritó de placer cuando la penetró de repente, sorprendida por lo
bien que su cuerpo se acoplaba al suyo”.
Adrielle dio un salto ante el sonido de la voz de Thomas. Se volvió
para encontrarlo de pie justo detrás de ella, mirando la pantalla fijamente. Se
veía desconcertado, y esto la hizo sonrojarse. Desconectó el monitor
rápidamente. Estaba tan avergonzada y enrabietada que no pudo hablar. Soltó
unos chirridos cuando los ojos negros del rey pasaron a su cara.
—Las escenas de sexo que escribes te hacen parecer virgen.
Esa fue la gota que derramó el vaso. Adrielle se puso de pie y tocó su
hombro con fuerza.
—¡Deja de entrar en mi habitación sin tocar! De hecho, deja de venir a
mi habitación sin mi permiso. No te pedí que leyeras mi novela. No me
interesa tu opinión, así que, si lo único que vas a hacer es venir aquí para
asustarme e insultar mi trabajo, ¡date la vuelta y vete de una buena vez!
Ella resopló y se llevó las manos a las caderas. Thomas la miró, sus
ojos abiertos de par en par. El shock en su rostro habría sido cómico si no
estuviera tan molesta.
—Adrielle...
—¿Qué? ¿No estás acostumbrado a que la gente te conteste?
—Bueno, no estoy acostumbrado a que tú me contestes —respondió
Thomas, sonriendo de repente—. Me gusta.
Su ritmo cardíaco se disparó y sintió debilidad en las rodillas. ¡Maldita
sea! ¿Por qué no podía obligar a su cuerpo a comportarse? Ella se irguió y
señaló la puerta.
—Vete.
Thomas levantó las manos y dijo: —Lo siento. Solo se me olvida lo
privada que eres. Pero la puerta estaba abierta, así que pensé que... Bueno,
tocaré para la próxima. Solo vine a disculparme. No debí haberte besado
ayer.
—¿De qué beso hablas? —dijo Adrielle, sonrojándose mientras
contemplaba sus labios… sus labios perfectos, carnosos y besables—. Y no
sé de qué estás hablando, ya que mi escritura no es nada inexperta. He tenido
relaciones sexuales. Muchas veces.
—Bueno, puede que sí, pero no creo que hayas tenido buenas
experiencias. Tu escritura es poco realista. Cualquier hombre que penetre a
una mujer sin hacer ningún esfuerzo para prepararla no la hará sentir placer.
Está siendo egoísta. En ese acto no hay amor.
—Repito, no me importa lo que piensas —dijo Adrielle antes de tragar
grueso—. Bueno, tal vez tienes razón. Solo he... Bueno, he tenido una sola
pareja y él... nunca lo disfruté...
¿Por qué le estaba contando esto? Adrielle se chupó el labio inferior y
luego comenzó a mordérselo. No era de su incumbencia. Sí, tal vez había
algo de magnetismo animal entre ellos, pero sentirse de esta manera era
impropio. Tal vez si se hubieran conocido en un bar. Tal vez si se hubieran
conocido de cualquier otra forma que en una subasta donde resultó su
comprador. Tal vez si él prometía dejarla ir, para que así no fuera ni su
prisionera ni su esclava. Así podría convertirse en su invitada... Sin embargo,
estaba segura de que no se iría aún si él le diera su libertad, ya que William
estaba buscándola y Clarissa la necesitaba.
El rey era diferente de lo que esperaba. Detrás de esa máscara sin
emociones había mucho dolor. Estaba quebrantado y ella quería ayudarlo a
sentirse mejor. Tendría que estar ciega para no notar la forma en que la
miraba, lujuria viviente en sus ojos mientras su mirada vagaba por su figura.
Tal vez divertirse no sería tan mala idea después de todo...
Adrielle echó la silla a un lado y empujó la bandeja para el teclado
debajo del escritorio. Ella era una escritora romántica que carecía de romance
en su vida. Tal vez si tenía más experiencia sería capaz de escribir mejores
historias y vender más libros...
—Tal vez puedas ayudarme a hacer que mi escritura sea más realista
—dijo Adrielle con voz ronca.
Thomas empuñó las manos. Tragó grueso, su mirada fijada en su
figura. La casaca celeste que llevaba realzaba su figura. Y más ahora que se
había quitado las mallas, ya que se las había llenado de pintura hace un rato.
El rey gimió y dio un paso atrás.
—No deberías tentarme de esta forma.
Saber que le parecía tentadora produjo un fuego en su interior. Se sentó
en el escritorio, empujó el monitor a un lado y abrió las piernas. Nunca se
había sentido como una seductora. Nunca se había considerado una criatura
sexual. El fuego en la mirada de Thomas hizo que su piel se sintiera
demasiado apretada. Le encantaba esa mirada y le sorprendió lo mucho que la
calentaba.
—¿Por qué no? —dijo con esa misma voz ronca.
Con un gruñido, Thomas se volvió. Se dirigió a la puerta con pasos
firmes y Adrielle se sintió desilusionada... hasta que él cerró la puerta y
regresó. Su corazón se alegró y soltó un jadeo sobresaltado cuando Thomas la
agarró por las caderas. Se puso entre sus piernas y comenzó a estrujarla.
Tenía la mandíbula apretada, los músculos tensados. Adrielle gimió.
—No deberías tentarme, recuerda que soy vampiro —gruñó Thomas
—. Te dije que tenemos apetitos insaciables. Por el sexo, la sangre, la
violencia. Para nosotros, todo está conectado. Si te toco, querré beberme tu
sangre. Si bebo tu sangre, querré tener sexo contigo. Si tengo sexo contigo...
podría matarte. Eres pequeña y frágil. Te partiría en dos.
—Entonces déjame atarte a la cama y montarte —espetó Adrielle.
Movió sus caderas, aferrándose a él mientras la apretaba con fuerza.
¿Qué importaba si esto era demasiado repentino? Lo deseaba y ella muy poco
perseguía las cosas que deseaba.
Thomas soltó otro gruñido, este más profundo que el anterior.
—Dime que me vaya.
—No quiero que te vayas.
—Si no lo haces, entonces beberé tu sangre. Te montaré, hundiré mis
colmillos en tu cuello y beberé tu sangre. Una vez que lo haya hecho, te
quitaré la ropa y te comeré completa.
La cabeza de Thomas cayó sobre su pecho, y mordió la tela mientras
su mano empujó entre sus muslos.
—Sí —dijo Adrielle entre gemidos, su cabeza cayendo hacia atrás y
empujando sus caderas para encontrarse mejor con su mano—. Por favor.
Thomas soltó un gruñido profundo que hizo que los pelos de sus
brazos se le pusieran de punta y sintiera un fuego más intenso entre sus
piernas. Comenzó a moverse más rápido, encantándole la fricción que estaba
creando entre ellos. Aliviaba la sensación en su interior y hacía que todo se
sintiera más apretado.
Thomas rasgó su casaca y sus dedos presionaron su piel desnuda.
Adrielle jadeó cuando empezaron a frotar su clítoris suavemente. Gimoteó al
sentir el fuego y la presión dentro de ella intensificarse. Los ojos oscuros de
Thomas brillaban mientras lo frotaba con un dedo y luego con otro,
finalmente decidiéndose por el pulgar. Comenzó a moverlo suavemente de un
lado a otro antes de presionar con más fuerza en movimientos circulares.
Adrielle jadeó y comenzó a temblar. Tenía sus manos alrededor de los
hombros de Thomas, mientras él la sostenía en su lugar. Su sangre fluyó con
fuerza a sus oídos. Su boca rozó la de ella, y luego se fue a su cuello. Sus
músculos se tensaron debajo de su chaqueta y, aunque Adrielle quería
arrancársela, simplemente se agarró de la tela con las dos manos. Thomas le
metió un dedo, queriendo complacerla, y ella sintió una sacudida de placer.
Arqueó la espalda y gritó.
Los labios de Thomas presionaron su piel, produciendo escalofríos por
toda su espalda. Movió sus caderas contra su mano, sorprendida por lo rápido
que había encontrado la forma correcta de tocarla. Cuando estuvo con
William, él nunca...
«No pienses en él», se recordó a sí misma.
—Beberé de ti ahora —dijo Thomas, sonando enojado y excitado al
mismo tiempo.
Sintió un dolor agudo en el cuello, haciéndola gritar de nuevo. Thomas
aumentó la velocidad de sus movimientos en su clítoris, haciendo que sus
ojos se pusieran en blanco. La penetró con otro dedo, y luego comenzó a
meterlos y sacarlos con rapidez. Adrielle movió sus caderas al son de los
movimientos de Thomas, literalmente montando su mano. Estaba jadeando
mucho, pero no le importaba. Thomas se bebió su sangre a sorbos. Adrielle
sabía que debería darle asco o asustarla, pero el efecto fue todo lo contrario,
ya que cada vez se sentía más excitada.
Con un gruñido, Thomas le soltó el cuello y dejó de tocarla, haciéndola
gemir. La mirada en sus ojos hizo que dejara de hacerlo. Sus labios estaban
llenos de sangre. La misma le corría por la barbilla, haciendo que pareciera
un personaje de una película de terror. Adrielle lo había despelucado y sus
ojos estaban brillantes. Con otro gruñido, Thomas agarró los bordes de su
abrigo y lo rasgó por la mitad. Los botones salieron volaron por todas partes,
algunos rebotando en su cuerpo. Adrielle jadeó al sentir frío.
Pero Thomas no la dejó sentir frío por mucho tiempo. Se dejó caer
sobre una rodilla, chupando primero un pezón y luego el otro. Su mano
volvió a su lugar entre sus muslos, reanudando sus movimientos anteriores.
Adrielle tomó su cabello en sus manos y gimió. Su piel estaba demasiado
apretada. La presión que sentía en su núcleo la iba a partir en dos. Su rostro
se contrajo mientras contuvo la respiración.
Volvió a gemir cuando Thomas mordisqueó su seno con sus largos y
hermosos colmillos. Luego bajó más, sus manos agarrando sus muslos,
separándolos con una fuerza excesiva. Adrielle cayó de espaldas sobre el
escritorio, golpeando el monitor, pero a ninguno de los dos les importó.
Thomas enterró su cara entre sus muslos, su lengua moviéndose hábilmente
por su clítoris.
Adrielle arqueó la espalda. Soltó un grito cuando todo se puso negro.
Un terremoto de placer destruyó sus huesos. Ni siquiera estaba consciente de
que seguía moviendo sus caderas, queriendo más, necesitando más. Ahora
tenía tres dedos dentro de ella y él seguía lamiendo su clítoris. Oía sus
gruñidos, y oyó otro sonido que no pudo distinguir.
Cuando por fin recuperó la vista, lo vio de pie sobre ella. Tiras de su
camisa colgaban de su cuerpo y no veía sus pantalones por ningún lado.
Thomas le abrió más las piernas. Lo único que veía en sus ojos era lujuria.
Comenzó a acariciarla, deteniéndose para pellizcar sus pezones,
soltando un gruñido en el proceso. Le encantaba el sonido y soltó un suspiro
de satisfacción cuando se presionaron entre sí. Sus caricias la habían
preparado para lo que estaba por venir, pero su pulgar seguía frotando su
clítoris, más lento ahora. Sus ojos se pusieron en blanco cuando comenzó a
moverse.
La presión que había estallado hace instantes ya iba en aumento, esta
vez más intensa que antes. Thomas agarró sus caderas con ambas manos, su
cabeza moviéndose hacia atrás mientras aceleraba el ritmo. Adrielle se agarró
del borde del escritorio, tratando de mantenerse en su lugar. Ella gimió,
encantada con la forma en que se veían sus músculos esculpidos; encantada
con la forma en que la tocaba, aumentando la presión dentro de su núcleo.
Thomas se dejó caer sobre ella. Sus colmillos volvieron a perforar su
piel y ella gritó cuando estalló de placer. Todo se puso negro. Justo cuando
creyó que todo había terminado, sintió otra ola de placer.
Y, de repente, dejó de sentirla. Thomas se retiró lentamente, sangre
goteando por su barbilla. Se enderezó y la miró. Adrielle yacía sobre el
escritorio, jadeando, esperando que siguiera.
Pero no lo hizo.
En su lugar, tragó de nuevo y dio un paso atrás. Y luego otro.
Capítulo siete - Thomas

¿Qué demonios estaba haciendo?


Thomas se quedó mirando el cuerpo desnudo de Adrielle. Sus pezones
estaban duros, sus piernas abiertas dándole una vista perfecta. Tenía los ojos
caídos, la cara enrojecida. Sus senos se veían maravillosos. Cuando se
humedeció los labios, dio otro paso atrás. Tenía muchas ganas de seguir
bebiendo de ella. Todavía saboreaba su sangre, y quería beber hasta llenarse
y penetrarla con fuerza como un animal, olvidándose de todo menos su
propio placer.
Pero no podía. Ya había perdido el control. Sangre goteaba del cuello
de Adrielle. No tenía idea de lo cerca que había estado de drenarla... Esto
había sido un error, un terrible error. Lo había sabido desde antes de su
primer beso, pero no se había detenido de todos modos.
Era un monstruo. Esto era una prueba de ello.
—No te vayas —dijo Adrielle con voz suave, provocándole escalofríos
—. Thomas...
—No es seguro —dijo Thomas. —Yo no debería... podría perder el
control.
Ya había perdido el control, pero había logrado detenerse a tiempo. Era
imposible saber si podría volverlo a hacer.
Adrielle se puso de pie. Se sacudió lo que quedaba de su uniforme y se
acercó a él, mirándolo fijamente a los ojos. Thomas volvió a tragar grueso.
Incluso ahora se encontraba luchando con sus ganas de lanzarla sobre la cama
y cogérsela como un animal. Pero no podía hacerlo. Él era un vampiro. No
tenía mucho autocontrol.
—Entonces usemos una mordaza y unas cuerdas —le susurró mientras
se acercaba—. Si tienes miedo...
—No tengo miedo —dijo, cerrando los puños y negando con la cabeza
—. ¿No me estás oyendo? No quiero matarte, Adrielle. No quiero tener que
buscar otra humana para que cuide a Clarissa. Eres tentadora, pero puedo
controlarme.
—Si puedes controlarte, entonces no entiendo cuál es el problema.
Thomas se apartó de ella cuando intentó tocarlo y gritó: —¡Te dije que
no!
Adrielle se encogió de miedo. Excelente. Finalmente estaba mostrando
el miedo apropiado. Thomas se puso los pantalones y salió de la habitación
sin mirar atrás. Sus manos comenzaron a temblar, así que se las metió en los
bolsillos. ¿Qué diablos le pasaba a la humana? ¿Adrielle no tenía ningún
sentido de auto preservación? ¿Será que los humanos tienen menos control
sobre sí mismos que los vampiros?
Él sabía exactamente por qué ella lo estaba afectando de esta manera.
Era más que el hecho de que era muy hermosa y que su cuerpo lo hacía
pensar en puras cochinadas. Esta era la primera mujer que había tenido en sus
espacios personales desde Erela. Madrid no contaba, ya que la mujer loba era
su amiga y sujeta, además de que tenía pareja. Sin embargo, cuando se
trataba de Adrielle...
«Erela», pensó. Se apoyó contra la pared para mantenerse erguido.
Le hervía la sangre de la rabia. Ella era la que lo había elegido. Ella era
la que se le había acercado e insinuado. No le había pedido que lo eligiera.
No le había pedido que se enamorara. No pudo hacer otra cosa que amarla
desde que le puso los ojos encima. Verla pasear por los campos con los pies
descalzos, vestida con una bata blanca como la nieve. ¿Quién era él para
negársele? Nadie.
Ella lo había elegido y eso había destruido su vida.
—¡Thomas!
No. Se enderezó y siguió caminando, pero Adrielle lo alcanzó
rápidamente. Ella jadeó mientras él aumentó la velocidad. ¿Por qué no lo
dejaba en paz? Creía que estaría a salvo de la tentación ante haberla visto tan
asustada de él. Si tan solo hubiera seguido atemorizada, nada de esto estaría
sucediendo.
Adrielle lo agarró del brazo y lo detuvo.
—Espera. Háblame, por favor.
—No hay nada de qué hablar.
—Sí, sí tenemos que hablar.
El rey jaló su brazo para soltarse y le respondió: —No. Yo soy el rey y
tú harás lo que yo diga. Ahora vuelve a tu habitación.
—No soy tu esclava, así que no me estés mandando —le dijo sin
siquiera parpadear—. Y tampoco soy una adolescente que puedes enviar a su
habitación solo porque no puedes lidiar con tus emociones. No quieres hablar
de lo que acaba de pasar, está bien. Dijiste que no. Está bien. No es no, sin
importar quién lo diga. Así que se acabó.
Thomas entrecerró los ojos. ¿Realmente lo dejaría así? No lo creía,
pero al menos podía aceptar la concesión. Sin embargo, la expresión de su
cara decía lo contrario, que no dejaría las cosas así. Tenía algo bajo las
mangas de la bata de seda que realzaba sus curvas y sus pezones duros...
«Mordaza y cuerdas, ¿eh?», pensó. Sonaba humillante. Estar atado y
atragantándose con un pedazo de goma mientras Adrielle lo montaba, sus
exuberantes senos rebotando por el movimiento...
Gimió de frustración al sentir una nueva erección. ¡Maldita sea! ¿Por
qué su cuerpo no podía cooperar con él? Cuando se dio la vuelta para irse,
Adrielle se colocó delante de él. Gruñó para advertirle, pero ella lo ignoró.
—Tú no solo tienes miedo, es más que eso.
—No tengo...
—Hablo de no querer tener relaciones sexuales conmigo. Creo que
nadie te ha hablado de esto, ya que tú te la vives gruñendo —le dijo,
chasqueando los dedos y llevándose las manos a las caderas—. Así que no te
presionaré mucho ahora mismo, pero tú necesitas a alguien que te ayude a ser
normal.
Su bata se abrió un poco, y Thomas se obligó a no mirar.
—¿Qué quieres decir con eso, humana?
Ella resopló y puso los ojos en blanco, evidentemente nada intimidada
por su tonito. Deseaba poder saber lo que ella estaba pensando. ¿Antes estaba
tan aterrorizada de él que ni siquiera lo miraba y ahora le estaba rogando que
se la cogiera y gritándole en el pasillo?
—Tienes que aprender a permitirte sentir y mostrar tus emociones. Yo
sé que tu esposa te traicionó, pero estás hiriendo a las personas a tu alrededor
con esta actitud machista.
—¿Ya terminaste? —gruñó.
—No —dijo Adrielle, ablandándose un poco, un destello de dolor en
su rostro—. Debí haberte hablado de esto antes de que las cosas... se fueran
de las manos.
También se arrepentía de lo sucedido. Eso debería haberlo consolado,
pero lo único que sintió fue una punzada amarga de desilusión. El cuello de
su bata estaba manchado de sangre. Entendía su arrepentimiento. Entonces,
¿por qué se sentía tan mal?
—Continúa pues —dijo bruscamente.
Adrielle le dio una mirada de odio.
—Mira, sé que amas a Clarissa. Pero ella no lo cree.
Thomas abrió la boca para discutir, pero no tenía respuesta para eso.
Su estómago se retorció mientras miraba a Adrielle fijamente. La mujer
enojada y desafiante de hace unos momentos ya no estaba. Lo único que veía
era verdadera compasión en su rostro. Cuando le puso la mano en el hombro,
él no se apartó.
—Cuando la estaba acostando hoy, me dijo que dejaste de amarla
cuando su madre murió. Ella cree que tú la culpas por su muerte.
—No —dijo Thomas, negando con la cabeza—. No, no es su culpa.
Erela murió por culpa de ella misma. Deseó tanto tener un hijo que no pensó
en las consecuencias. Pero Clarissa...
Adrielle estaba silenciosa, mirándolo fijamente con sus hermosos ojos.
Thomas sintió su amargura desvanecer. Se apoyó contra la pared otra vez,
esta vez sin importarle si presenciaba su momento de debilidad. Clarissa era
la persona más importante en su mundo. Ella era su razón para seguir
existiendo en este infierno en el que había quedado atrapado. Y él no estaba
haciendo su trabajo.
—No quiero que se vea afectada por la oscuridad que habita dentro de
mí —admitió—. Odio ser vampiro. Soy malo. Quiero que conozca la bondad
y...
—Eres demasiado duro contigo mismo por ser vampiro. Si quieres
sentirte mal por algo, entonces hazlo por el hecho de que me raptaste, no
porque eres un vampiro. No puedes cambiar lo que eres, pero aún estás a
tiempo de cambiar cómo reaccionas a eso. ¿Es realmente peligroso que nos
acostemos?
—Sí. ¿No lo sentiste la segunda vez que bebí de ti? Pude haberte
arrancado la garganta.
Ella lo miró con desilusión, pero se limitó a encogerse de hombros
antes de decir: —Está bien. Tú me dijiste que los vampiros tienen apetitos
insaciables. Y sin embargo, bebiste de mí y luego te detuviste. Decidiste que
no te acostarías conmigo, a pesar de que era evidente que querías hacerlo,
porque estabas dándole prioridad a mi seguridad. Un monstruo no haría eso,
Thomas. Haría todo lo contrario.
Los hombros de Thomas se relajaron a su pesar. Exhaló en ese
momento, aunque no estaba consciente de que había estado conteniendo la
respiración. Una pequeña sonrisa iluminó su rostro mientras miraba a la
hermosa humana que había traído aquí para su hija. Pero, al parecer, ella no
solo estaba trayéndole luz a Clarissa…
—Gracias —susurró—. Y, para que conste, lamento haberte raptado.
—Gracias —dijo Adrielle entre risas—. Aprecio tus disculpas. Pero...
si no lo hubieras hecho, probablemente estaría muerta.
Thomas frunció el ceño, pero vio a Madrid corriendo hacia él por el
pasillo, interrumpiendo la conversación. Pelaje largo y grueso cubría su
cuerpo y comenzó a gruñir.
—Su Majestad —dijo Madrid, inclinándose solo un poco, algo que
solo hacía cuando necesitaba al rey, no a su amigo—. Estamos siendo
atacados. Un enjambre de demonios traspasó los muros exteriores.
—¿Demonios? —dijo Adrielle antes de jadear.
A Thomas se le congeló la sangre y exclamó: —¡Clarissa!
Capítulo ocho - Adrielle

Thomas y Madrid comenzaron a correr hacia la habitación de Clarissa,


dejando a Adrielle atrás. Su bata se estaba moviendo bastante mientras corría,
apenas cubriéndola, pero no le importaba. Tenía el corazón en la garganta,
pero albergaba la esperanza de que Clarissa estuviera bien. ¿Y si Samuel
había venido a llevársela? ¿Qué le pasaría a Clarissa si eso sucediera?
Para cuando logró alcanzarlos, vio que ambos estaban luchando.
Adrielle parpadeó y se detuvo en seco. Los demonios con los que luchaban
eran sombras y ráfagas de imágenes. Se convirtieron en una mujer amable, un
hombre guapo, un perro de tres cabezas con fuego en sus ojos.
Le costó mucho apartar la mirada. Ella corrió a la habitación de
Clarissa y encontró una criatura flotando sobre su cama. Su cuerpo estaba
encogido. Era pálida como un cadáver, con ojos negros y dientes afilados que
llenaban su boca de gran tamaño. Trató de alcanzar a la niña dormida con sus
dedos largos y cadavéricos. Adrielle dio un salto hacia adelante con un grito
ahogado. Jaló la lámpara de la mesa de noche de la pared.
El demonio levantó la mirada justo cuando Adrielle golpeó su rostro
con la lámpara, lanzándolo contra la pared. Adrielle agarró a Clarissa por los
hombros y la sacudió.
—¡Despierta! ¡Clarissa, despierta!
Su cabeza colgaba hacia un lado.
—¡Clarissa!
El demonio se abalanzó sobre ella. Un chillido horrible la tenía
congelada en su lugar. El sonido la inundó. Sentía que su sangre estaba
congelada, y por eso no podía moverse. Estaba boquiabierta, pero incapaz de
gritar. Tenía las garras afiladas del demonio a centímetros de su rostro...
Y vio a Thomas llegar en ese mismo momento. Agarró al demonio por
el cuello y lo lanzó contra la pared, golpeándolo en la cabeza sin parar hasta
que se escuchó un crujido y su cráneo se desmoronó. Cayó al suelo y no se
movió más. El rey corrió a la cama. Clarissa estaba empezando a moverse, y
él la tomó en sus brazos. Madrid agarró a Adrielle por la cintura, lo que la
hizo chillar en protesta, y luego se pusieron en marcha.
No logró distinguir nada de lo que estaba pasando en los pasillos.
Adrielle estaba completamente desorientada cuando por fin se detuvieron. Se
habían movido con tanta rapidez que ni siquiera sabía dónde estaban. Su
cabeza le daba vueltas. Madrid la colocó en el suelo. Thomas, todavía con
Clarissa en brazos, entró en una habitación llena de espejos. Adrielle
parpadeó y quedó boquiabierta ante lo que vio.
No eran espejos en absoluto. Era una habitación de plata. Todo era de
plata: el piso, las paredes, el techo. Vio en su imagen reflejada que apenas
estaba cubierta, así que se enderezó la bata mientras Thomas colocó a
Clarissa sobre la cama en el centro de la habitación. Estantes cubrían la pared
posterior, los cuales estaban llenos de todo tipo de cosas, desde agua
embotellada a barras de granola.
—¿Papá? —dijo Clarissa, aún adormilada—. ¿Por qué estamos en la
habitación del pánico? Te hará daño.
—Estoy bien, cariño —dijo Thomas, acariciado su cabello y dándole
un beso en la frente.
Estaba respirando con dificultad y tenía una mueca en el rostro.
¿Estaba así por la plata?
—Hay un problema, pero lo resolveremos, así que quédate tranquila.
Su mano tembló un poco, pero el temblor desapareció cuando se
enderezó. Su rostro se endureció mientras se dirigió a una caja fuerte y la
abrió. Los ojos de Adrielle se abrieron de par en par cuando sacó un arma y
se la entregó. Pesaba bastante, más de lo que creía posible.
—Está cargada con balas de plata. La plata es un metal puro, sagrado.
Mata demonios, vampiros y cualquier otra criatura impía. Si alguien abre la
puerta sin antes decir ‘lámpara de araña’, dispárale.
Adrielle asintió. Abrió la boca para preguntarle algo, pero Thomas
salió corriendo, cerrando la puerta detrás de él. Clarissa le dio una palmadita
en el hombro, sobresaltándola. La niña sonrió, viéndose bizarramente
tranquila dada la situación.
—No te preocupes. Yo sé qué hacer, Adrielle. No tienes que tener
miedo.
Esto era una locura. Adrielle era la que debía estar consolándola a ella,
no al revés. Regresó a la niña a su cama y rebuscó en el clóset hasta que
encontró ropa que le quedaba medio bien. La camisa que escogió le quedaba
un poco grande en los hombros, pero se sentía apretada en sus senos.
Probablemente era una de las camisas de Thomas, aunque no entendía por
qué guardaría ropa en una habitación donde no podía estar. No ayudaría en
nada si le tocaba luchar con un demonio, pero estar vestida la ayudaba a
concentrarse mejor.
—Están cerca —dijo Clarissa, completamente tranquila—. Prepárate.
Antes de que Adrielle pudiera preguntarle a qué se refería, se oyó un
golpe en la puerta. Un chirrido horrible resonó en la habitación. Adrielle
tembló y se plantó delante de Clarissa. Levantó el arma cuando vio que la
puerta se había agrietado. El chirrido continuó, acompañado de golpes y
gritos al otro lado de la puerta. La puerta se agrietó un poco más.
Cuando se desplomó por completo, Adrielle cerró los ojos y apretó el
gatillo. Sintió el retroceso en sus brazos, sacudiendo sus hombros y haciendo
sonar sus dientes. Oyó más gritos, tan fuertes que no le sorprendería si sus
oídos comenzaran a sangrar. Siguió apretando el gatillo, disparando una
ronda tras otra hasta que la pistola hizo clic.
Sus ojos se abrieron a lo que algo le pasó por al lado. Clarissa golpeó
un demonio que trató de agarrarla, y luego pasó por debajo de los brazos de
otro. Desapareció en cuestión de segundos. Los demonios se dieron la vuelta,
corriendo por el pasillo. Adrielle los persiguió, gritando el nombre de
Clarissa. Su corazón latía con fuerza, jadeando mientras corría lo más rápido
posible. Los demonios viraron en una esquina y apenas fue capaz de ver por
dónde se habían ido.
Había unas escaleras al final del pasillo. Eran tan empinadas que
Adrielle estuvo a punto de perder el equilibrio dos veces. Escuchaba el
chirrido de los demonios arriba, así que aceleró el paso. Se imaginaba a
Clarissa siendo despedazada por las criaturas, dificultándole la respiración
aún más.
Llegó a una puerta que se había derrumbado. Dos demonios yacían
retorciéndose en el suelo, arañando sus propios pechos. Adrielle se resbaló en
su sangre. Cayó al lado de uno de ellos, el cual trató de tocarla. Ella le dio un
puñetazo en la cara y se puso de pie a toda prisa. Huellas de sangre le
mostraron el camino a seguir. Tenía que subir otras escaleras. Sus piernas le
temblaban, sus pulmones estaban adoloridos. El esfuerzo excesivo tenía su
cabeza dando vueltas, pero no se daría por vencida.
Cuando llegó a la parte superior de las escaleras, se encontró afuera.
Estaban en un pico elevado, en una plataforma ancha. Había luces en los
costados, iluminando debajo de ellos. Los sonidos de gritos y peleas
resonaban desde muy abajo. Adrielle se concentró en los demonios. Estaban
en un semicírculo de espaldas a ella, esta vez seres físicos en lugar de las
sombras cambiantes que había visto antes. A través de los espacios entre sus
cuerpos, vio a Clarissa de pie en el borde de la torre.
—¡Clarissa! ¡Adrielle!
Escuchó la voz de Thomas desde algún lugar debajo de ellas.
—¡Estamos aquí arriba! —le respondió ella.
Cuando Adrielle habló, un destello cegador de luz estalló en el aire. La
luz salió emanada del cuerpo de Clarissa. Su cabello dorado enmarcaba su
rostro como un halo. La niña extendió sus manos, elevándose varios metros
sobre la tierra. Los demonios chillaron y se encogieron de miedo. La luz los
alcanzó y ellos explotaron, pedazos volando en toda las direcciones antes de
volverse ceniza.
Adrielle se dejó caer de rodillas, gritando cuando la luz le quemó los
ojos. Sin embargo, las criaturas se recuperaron rápidamente. Alrededor de la
gran ciudad debajo de ellos, oyó demonios chillando y retorciéndose de
dolor. Los vampiros también cayeron al suelo entre gritos. Las manos de
Clarissa produjeron oleada tras oleada de luz, haces extendiéndose desde su
lugar en el aire.
—¡Clarissa!
Escuchó una voz desde abajo. Era Thomas, y sonaba adolorido.
Los demonios no eran los únicos siendo afectados por la luz de
Clarissa. Los vampiros también estaban sufriendo, Thomas también estaba
sufriendo. Los ojos de Clarissa estaban cerrados, su rostro inclinado hacia
arriba. La luz era tan hermosa, tan perfecta. Adrielle no quería que se
apagara, pero supo que tenía que actuar cuando Thomas volvió a gritar. Se
precipitó hacia delante, agarrando el brazo de Clarissa.
Sus ojos se abrieron de golpe. Cuando la miraron, vio algo mucho más
antiguo en ellos, algo que Adrielle jamás había visto en los ojos de la niña:
sabiduría, compasión y algo más. Era como si fuera alguien completamente
diferente, algo completamente diferente.
—Clarissa —jadeó Adrielle—. Tienes que detenerte. Estás lastimando
a los vampiros, estás lastimando a tu padre.
—¿A papá?
—Sí, lo estás lastimando. Tienes que detenerte. Estamos a salvo. Estás
a salvo. ¡Pero tienes que detenerte!
Clarissa bajó los brazos. El resplandor brillante a su alrededor se
desvaneció y la niña se dejó caer. Adrielle la atrapó y la bajó suavemente a
tierra firme. Clarissa apoyó su cabeza en los hombros de Adrielle, su
respiración suave y profunda, como si hubiese estado dormida todo este
tiempo.
Thomas se arrastró por las escaleras unos instantes después. Tenía el
pecho ensangrentado y una herida abierta justo debajo de su cuello. Cojeó
hacia ellas y se puso de rodillas. Adrielle le entregó a su hija. El rey le tocó la
cara y verificó su pulso. Una mirada de puro alivio inundó su rostro. Adrielle
se quedó callada mientras abrazó a Clarissa y empezó a llorar.
Adrielle se dejó caer en el suelo, repentinamente mareada.
—¿Qué fue eso? —preguntó—. ¿Qué...? ¿Qué es ella?
Thomas acarició el cabello de Clarissa, y luego miró a Adrielle.
—Mitad diabla. Mitad ángel.
Capítulo nueve - Thomas

Clarissa dormía tranquilamente. Tenía una pequeña sonrisa en su


rostro, como si no estuviera consciente de lo que había sucedido. Thomas
estaba sentado en una silla al lado de su cama, con los puños cerrados.
Parecía estar luchando contra las ganas de golpear la pared.
Era la primera vez que Clarissa utilizaba poderes angelicales. La luz
que había emanado de ella era tan hermosa... pero mortal para criaturas como
él. No era correcto mantener a alguien con tanta luz en el inframundo,
rodeada de tanta oscuridad. Un buen padre renunciaría a ella, la dejaría vivir
su vida en la superficie donde pudiera florecer.
Pero esa no era una opción. Este ataque demoníaco tuvo que haber sido
instigado por Samuel. Estaba tratando de llevársela. Si el archi-demonio
venía a reclamarla en persona, ¿alguno de ellos sería lo suficientemente fuerte
como para detenerlo? Sus poderes eran incomparables.
Thomas se sobresaltó al sentir una mano en el hombro. Adrielle se
encogió de miedo cuando él se puso de pie, con los puños levantados en una
posición defensiva. El rey parpadeó sorprendido y negó con la cabeza. Había
estado tan inmerso en sus pensamientos que no la había oído entrar.
—Lo siento, no fue mi intención asustarte —le dijo a la mujer.
Adrielle se sentó en el borde de la cama de Clarissa y le acarició el
cabello.
—Tienes que contarme.
Thomas no tuvo que preguntarle a qué se refería y le respondió: —Es
una larga historia.
—Soy toda oídos.
No quería dejar a Clarissa sola, pero la perturbarían aún si hablaran en
voz baja. Clarissa se movió, gimió y su sonrisa se desvaneció. Thomas tomó
la mano de Adrielle y la llevó al pasillo antes de cerrar la puerta suavemente
detrás de ellos. Se volvió hacia ella, sin saber por dónde empezar. Sus
grandes ojos color avellana estaban mirándolo fijamente, esperando. Una
ráfaga de emociones lo inundó.
Ella era extraordinaria. Tal vez a primera instancia se había sentido
atraído por ella debido a su cuerpo, pero no se había equivocado en pensar en
que sería capaz de iluminar la vida de Clarissa. ¿Cuántas personas aún
sentirían la compasión que él veía en sus ojos después de todo esto?
—Es una larga historia —repitió—. Así que creo que lo mejor es que
no me interrumpas.
Cerró los ojos, abrió la boca, y comenzó a hablar.

***

La frescura del atardecer traía consigo la promesa de descanso en la


oscuridad de la noche. Thomas se pasó una mano por la frente y se
humedeció sus labios agrietados. Había sido un día muy caluroso, y su amo
no le había permitido descansar mucho durante el mediodía, como castigo
por haberse ido a nadar en vez de trabajar el día anterior. Normalmente no
trabajaba en los campos en absoluto.
Aunque se le había dado agua con regularidad durante todo el día, se
sentía débil y mareado. Tal vez su amo se apiadaría de él mañana y lo
dejaría descansar. Aunque no disfrutaría del descanso si todavía se sentía
así.
Se enderezó y se sobó la espalda. Luego se quedó congelado al ver la
mujer más hermosa que jamás había visto en el campo, a poca distancia de
él. Iba descalza y llevaba un vestido blanco que casi era una bata. Su cabello
oscuro se movía al son del viento. La sonrisa en su rostro lo capturó al
instante. Dejó caer su cesta, las aceitunas que había recolectado rodando
por todas partes. Una extraña luz parecía brillar a su alrededor. Era tan
hermosa que sintió el impulso de ponerse de rodillas a llorar.
La mujer se acercó a él y le dijo: —Hola, Thomas.
Sintió una sacudida de sorpresa. ¿Cómo se sabía su nombre?
—¿No me vas a saludar? —le dijo ella con una sonrisa
—Hola —murmuró Thomas.
Dada su hermosura, debía ser una princesa o una dama. Apartó la
mirada, sabiendo que no era digno de mirarla. Para su sorpresa, ella colocó
una mano debajo de su barbilla y levantó su mirada.
—¿Quién eres tú? —espetó Thomas.
—Mi nombre es Erela —dijo la mujer entre risas—. Llevo mucho
tiempo observándote, Thomas. He decidido que tú eres el que quiero.
—¿Me quieres? —preguntó, su mente dando vueltas—. Mi maestro
está en la casa si quieres comprarme...
—No habrá ninguna compra. Un ser humano no puede ser la
propiedad de otro —dijo Erela, poniéndose de puntillas y rozando sus labios
con los suyos.
Thomas gimió, el beso encendiendo un fuego en su sangre. Se acercó a
ella, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura y abrazándola. Erela
puso sus manos sobre su pecho y sonrió. Negó con la cabeza, sus ojos
brillando.
—No hasta que estemos casados, Thomas.
—Entonces casémonos de una vez.
Erela se echó a reír y dijo: —Eso haremos. Y luego me darás una hija.
—Sí —respondió—. Te daré todo lo que desees.
Ella se apartó de él y se lo llevó del campo. Thomas ni siquiera pensó
en su amo, quien estaría esperando que regresara pronto. No pensó en las
consecuencias de volver a ser catalogado como esclavo fugitivo. La luz de
Erela lo había impulsado, y estaba impotente ante su presencia.
—¿Qué eres? —le preguntó—. ¿Un ángel?
—Lo fui —le dijo con una sonrisa—. Ya no lo soy, no desde que llegué
aquí. Soy un serafín. Las hijas de Dios tienen prohibido acercarse a los hijos
de los hombres, pero quiero una hija. Y te he elegido a ti para ese propósito.
—Una hija —dijo Thomas, sintiendo un calorcito en el pecho.
Él deseaba una esposa e hijos, pero no quería que sus hijos nacieran
esclavos. Sería un hombre libre antes de casarse. Su maestro había
prometido liberarlo en unos años. Le diría a Erela eso pronto, pero en este
momento se conformaba con estar bajo su luz.
—¿Nuestra hija será un ángel?
Erela negó con la cabeza y dijo: —Nuestra hija será angelical, pero
no un ángel. Ella será un nefilim y tendrá poder sobre el infierno. Será una
guerrera de la luz, y luchará contra la oscuridad. Hará del mundo un lugar
mejor.
Caminaron toda la noche y se casaron la mañana siguiente. Thomas
siguió a Erela a una pequeña arboleda y se tendió de espaldas sobre una
colina cubierta de hierba mientras, y ella lo besó.

***

Thomas se estremeció ante todos esos recuerdos que le llegaron de


golpe, cada uno ocasionando su propio dolor.
—Cuando terminamos, ella se puso a llorar. Me dijo que no había
vuelta atrás para ella después de eso. Me sentí... malvado. Como si hubiera
cometido un crimen terrible. La abracé mientras lloraba, y yo también lloré.
Pero hasta ese momento fui libre. En realidad fui suyo desde el momento en
que la vi. Era mi ama y yo su esclavo voluntario, su mascota. Obedecí todas
sus órdenes con gusto, tan deseoso de agradarla que no tenía nada propio.
Adrielle finalmente habló. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Eso no me parece sano.
—Pues no lo fue —dijo con una risa amarga—. Y entonces llegó
Samuel...
—¿Y ella se acostó con él?
—No. No de inmediato. Sabía la razón por la que ella estaba allí, así
que se aseguró de que no pudiera tener un hijo con su esposo. Me convirtió
en vampiro y nos quitó todo.
Los hombros de Thomas se encogieron, su cuerpo rendido ante su
peso. Sus piernas se doblaron, incapaz de sostenerlo, y terminó en el piso.
—Me convirtió en un vampiro, junto con docenas más. Destrozamos el
campo, matando a cientos antes de que Erela me logró encontrar. Utilizó la
luz que le quedaba para devolvernos nuestras mentes. Me ayudó a construir
este reino. Un refugio seguro para todos nosotros. Desde entonces, recibimos
a miles en nuestros muros para que fueran bendecidos por Erela y así
pudieran recuperar sus mentes.
Adrielle se arrodilló a su lado, sin juicios ni lástima en su rostro, solo
compasión.
—Tocarla era doloroso, como tocar hierro fundido, pero no pude
mantenerme alejado de ella. Y ella se quedó a mi lado. Erigió los muros
como protección contra los demonios, y estuvimos a salvo de nuestra propia
sed de sangre aquí en la oscuridad, lejos de la humanidad. Descubrimos que
beber uno del otro saciaba nuestra sed de sangre, y pudimos mantener alguna
parte de nuestra humanidad.
—¿Entonces fue capaz de salvarte después de todo?
Thomas tomó la mano de Adrielle y le dijo: —No hay forma de
salvarnos. Nuestras almas están corrompidas. Lo único que podemos aspirar
es mantener nuestras mentes y no volvernos a convertir en salvajes.
—No creo que...
—Erela también creyó que había una forma de revertir las obras del
demonio. Pero estaba equivocada.
Adrielle se quedó en silencio por un momento. Luego, con un suspiro
tembloroso, se acercó más a Thomas y le dijo: —Si Samuel fue el que te
convirtió en vampiro, ¿por qué Erela...?
—Ella quería tener una hija —susurró—. Pudo haberse convencido a sí
misma de que quería tener una hija para que luchara contra la oscuridad, pero
la verdad es que simplemente quería ser madre. No la culpo por eso. Un día,
regresé de un viaje a la superficie. Me había llevado unos cuantos hombres a
destruir una red de trata de blancas intocable para la policía. Todavía
recuerdo lo serena que se veía, sentada en la silla con las manos en la barriga.
Lo supe al instante. La luz que siempre la rodeaba había desaparecido. Pero
yo no lo quise creer, no hasta que ella misma me lo dijo.
—Thomas...
Thomas se pasó una mano por el cabello y se echó a reír. Su pecho
estaba tan apretado que se sentía como si tuviera un cuchillo alojado en su
corazón muerto. Qué no daría por sentirlo latir solo una vez más...
—Ella me dijo que se había acostado con el demonio para poder tener
una hija, y que estaba embarazada. Al acostarse con Samuel, renunció a los
últimos poderes celestiales que le quedaban. Se hizo mortal. Sabía que ese era
el precio, y lo pagó de todos modos. Luego nació Clarissa.
Adrielle apretó su mano.
—Era tan pequeña, tan hermosa. Se parecía a él, no a Erela, pero no
me importó. La amé desde el instante en que la vi y prometí que nunca
dejaría que nada le pasara. Erela la quiso tanto. Olvidé cómo llegó a
nosotros... hasta que Erela se enfermó. Sucedió de repente. Se murió antes de
que siquiera entendiera lo que estaba pasando… —Thomas soltó un gruñido,
y sus ojos se oscurecieron al recordar lo que pasó después—. Después,
Samuel vino a llevarse a Clarissa, pero decidió que no la quería luego de
echarle un solo vistazo.
—¿Por qué? Digo, eso fue lo mejor que pudo pasar, pero...
—Dijo que no tenía poderes sobre el cielo o el infierno. Le doy gracias
a Dios todas las noches por eso, Adrielle. Pero ahora... está desarrollando ese
poder angelical y no sé cómo puedo protegerla de él. Ella es poderosa, más
que hasta Erela lo fue alguna vez.
Adrielle lo abrazó con ternura. Thomas se aferró a ella. Jamás se había
sentido tan débil. Ni siquiera se sintió de esta forma cuando Erela murió. Si
no podía proteger a su hija, entonces ¿para qué servía? Enterró su rostro en su
hombro, temblando todo.
—Me siento tan solo —susurró, su voz ronca—. Llevo demasiado
tiempo solo.
—Pues ya no estás solo. Y jamás volverás a estarlo.
Adrielle se apartó un poco. Acarició su rostro y se dio cuenta de que
estaba secando lágrimas que no había sabido estaban ahí. Luego se acercó y
lo besó con fuerza. Thomas le devolvió el beso, desesperado por su
consolación.
Capítulo diez - Adrielle

¿Qué estaba haciendo aquí?


Adrielle se agarró la cabeza mientras miraba el techo de su habitación.
Nunca había sido capaz de dormir con cualquier luz encendida antes de venir
aquí. Pero jamás había vivido en esta oscuridad tan profunda. Aquí en el
inframundo, necesitaba una luz de noche para poder quedarse dormida. Sin
embargo, en este momento, creía que nada la ayudaría a descansar. Su mente
le daba vueltas, sus pensamientos la atormentaban.
Él era un vampiro. Había admitido que era peligroso. Había visto lo
mortal que podía ser. Había despedazado demonios.
Entonces ¿por qué anhelaba tanto estar en sus brazos? Durante el
tiempo que había pasado con él, había descartado la idea de que él le haría
daño. Pero ¿y si pasaba? E incluso si pudiera mantener el control cuando
estuvieran juntos, ¿qué haría con todos sus antecedentes emocionales? ¿Era
lo suficientemente fuerte como para ayudarlo a superar el dolor que aún
sentía por la traición de Erela? ¿Especialmente considerando su propio
pasado?
Adrielle también tenía una historia. ¿Thomas podría ayudarla a superar
ese dolor?
Ella había pasado por esto antes, esto de estar con un hombre que
pensaba que creía tenía que salvar. Eran sus novelas románticas favoritas.
Chica conoce a chico. El chico está lleno de dolor y angustia y tiene un
pasado oscuro. La chica es la única capaz de derribar sus muros de ira y dolor
y hacerlo volver a la luz, mostrándole que puede ser feliz y que merece ser
amado.
¿Y si solo se estaba engañando? Thomas tenía mucho dolor y angustia,
pero no podía salvar a alguien que no quería ser salvado. William era la
prueba viviente de eso. ¿Y si le entregaba su corazón al rey vampiro y él la
trataba como William lo había hecho? Sintió dolor fantasma en sus costillas y
en el brazo que él le había fracturado. Por un momento, sintió sus manos
alrededor de su cuello y no pudo respirar.
Tembló y se quitó las cobijas. Hubo señales de advertencia con
William, un presentimiento que ella ignoró. No había tenido ese mismo
presentimiento con Thomas... o eso creía.
Necesitaba verlo. Había compartido su historia con ella, pero
necesitaba saber más. ¿Todavía estaba enojado con Erela por su traición? No
dejó de hablarle de la oscuridad que habitaba dentro de él... ¿Era porque era
un vampiro? ¿O porque había hecho cosas peores cuando estaba en sus cinco
sentidos? Fue un esclavo de humano y había participado en misiones para
acabar con la trata de blancas, pero igual la había comprado. ¿Cómo se
justificaba a sí mismo el haberlo hecho? ¿O eso era otra cosa que lo hacía
sentirse culpable?
Lo encontró en la habitación al lado de la de Clarissa. Era grande y
estaba bien amueblada, pero parecía que no era utilizada a menudo. Los ojos
del vampiro se abrieron de par en par cuando cerró la puerta tras ella, y tragó
grueso.
—Adrielle... —dijo con una sonrisa tímida—. Hola. ¿Qué se te ofrece?
Thomas no era William. Adrielle sintió todos sus miedos disiparse, y
ella corrió hacia él. Él la tomó en sus brazos, totalmente sorprendido.
—¿Adrielle?
Ella enterró su rostro en su cuello. Sus ojos le ardían. Le dijo a
Thomas: —No te lo merecías.
—¿Qué?
—¡Todo lo que te pasó! —Ella lo miró a los ojos y lo abrazó con más
fuerza—. No me importa lo que pienses. Ser un vampiro no te hace malo. No
tuviste opción. Samuel no puede volverte malo. No puede cambiar quien eres.
—Adrielle...
—Tienes un buen corazón —continuó ella, deseando y necesitando que
él lo entendiera—. Es por eso que Erela te eligió. Sabía de la luz que había
dentro de ti. Crees que la luz de Clarissa se apagaría si se quedara sola aquí
contigo, pero es una niña hermosa, amable y dulce porque eres su padre.
Nuestras decisiones son las que nos hacen buenas o malas personas, y tienes
tanto amor en tu corazón... Solo tienes que aprender a confiar en ti mismo.
Thomas frunció el ceño mientras negaba con la cabeza. —Tú no
entiendes...
—Entiendo lo suficiente. Eres un buen hombre, Thomas. Confío en ti.
Yo... veo cuánto amas a tu hija. Veo lo mucho que te importan las cosas a
pesar de todo lo que te ha pasado —Adrielle inclinó la cabeza hacia atrás,
dándole acceso a su cuello—. Confío en ti. Tienes que confiar en ti mismo.
Thomas bajó la cabeza, viéndose un poco indeciso, y luego dijo: —
Adrielle, podría matarte.
—Pero no lo harás. No me harás daño.
Thomas se acercó lentamente. No apartó la mirada mientras le dio un
beso suave en la boca. Adrielle quería besarlo con fuerza y subírsele encima
para abrazarlo, pero sabía que no podía. Tenía que hacer esto a su propio
ritmo para que supiera que podía confiar en sí mismo.
Sus brazos rodearon su cintura, acercándola más. Los ojos de Adrielle
se cerraron mientras sus labios carnosos y besables se movieron de su boca a
su mandíbula, luego hasta su cuello. Su piel se apretó cuando sus colmillos la
rasparon y ella no pudo evitar gemir. Adrielle enterró sus dedos en su cabello
y sintió una presión en su núcleo.
—¿Estás segura? —le preguntó Thomas con voz suave y vulnerable.
—Sí —le respondió—. Confío en ti.
Sus colmillos parecieron alargarse contra su piel, y luego se produjo un
fuerte pellizco. Al instante, todo se apretó dentro de ella. Sintió un fuego en
su cuerpo que la inundó completa. También sintió ese fuego en su núcleo y
humedad entre sus piernas. Soltó otro gemido y lo abrazó con más fuerza.
Thomas succionó su cuello, intensificando todas las sensaciones. Tenía que
recordarse a sí misma por qué no podía simplemente desgarrarle la ropa.
Comenzó a gimotear cuando la mano de Thomas se deslizó debajo de
su falda. Empujó su ropa interior a un lado, buscando su clítoris. Los ojos de
Adrielle se pusieron en blanco. No pudo aguantarse más. Se agarró de la
camisa de Thomas y la rasgó por la mitad. Sus botones salieron volando por
todos lados. Su acción estimuló a Thomas, y él dejó de tocarla. Ella hizo un
sonido de protesta, el cual se convirtió en un grito de placer cuando él rasgó
su vestido. Bajó su cabeza a sus senos y...
La puerta se abrió de golpe.
Adrielle soltó un grito cuando Madrid y un hombre con uniforme de
guardia entraron a la habitación. Los ojos del guardia saltaron cuando la vio
con su vestido roto y casi todo su cuerpo expuesto. Llevaba un conjunto de
Victoria's Secret de encaje blanco, casi transparente. Su boca se abrió, y se la
comió con la mirada. Adrielle trató de cerrarse el vestido.
Thomas gruñó mientras se paró frente a ella, obstaculizando la vista
del guardia.
—¡Sálganse o los enviaré a las mazmorras! ¡Les arrancaré los ojos de
la cabeza! ¡Les...!
Adrielle puso su mano en su codo y dijo: —Thomas.
El guardia se dio la vuelta, pero Madrid sonrió. Le hizo un guiño a
Adrielle, pero su expresión se volvió seria rápidamente.
—Te lo estoy advirtiendo… —comenzó Thomas.
—Sí, sí. No quieres que se coman a Adrielle con los ojos —dijo
Madrid, negando con la cabeza—. Mira, por mucho que me alegra que estés
pasando la página... Realmente pasando la página, no acostándote con
prostitutas...
—¿Prostitutas? —repitió Adrielle.
Thomas la miró con una expresión tímida y pesarosa. Se veía tan
avergonzado de sí mismo que Adrielle no pudo evitar sonreírle. Ella negó con
la cabeza. Dada su situación, eso era lo que menos le preocupaba.
—Podemos hablar de eso después.
Thomas respiró profundo y dijo: —Después de la muerte de Erela...
—Está bien —dijo Adrielle, levantando una mano.
No había sido una sorpresa agradable, pero estaba segura de que
Thomas lo había hecho por una buena razón. Los vampiros tenían apetitos
insaciables. Sabía lo difícil que era resistirse cuando uno estaba hambriento
por algo.
—Podemos hablar de eso después, Thomas —le dijo, entrecerrando los
ojos—. Así como también porqué está bien tener relaciones sexuales con
prostitutas, mientras que yo soy demasiado delicada.
Madrid se echó a reír.
—¿Por qué viniste? —espetó Thomas, aunque tenía una sonrisa en sus
labios.
Adrielle se dio la vuelta y se cerró los botones que habían sobrevivido.
Desafortunadamente, más de la mitad no lo habían hecho.
—Encontramos un intruso —dijo el guardia.
—¿Qué? —preguntó Adrielle, dándose la vuelta sin importarle que su
vestido no estaba completamente cerrado—. ¿Otro demonio?
Clarissa se le vino a la mente a lo que hizo la pregunta. Dio un paso
adelante, con la intención de ir a ver si estaba bien, pero Madrid negó con la
cabeza. No miró a Adrielle, ya que tenía la mirada fijada en Thomas. El rey
estaba tenso, pero callado. Sus fosas nasales estaban ensanchadas y tenía el
ceño fruncido. Evidentemente sabía algo que ella no. Se mordió el labio,
preguntándose qué estaba pasando.
—Vamos —dijo Thomas, haciendo un gesto.
Adrielle se quedó cerca de Thomas mientras siguieron a Madrid.
Anduvo a zancadas y Adrielle estaba jadeando de lo mucho que se estaba
esforzando para no quedarse atrás. Esa era una de las desventajas de sus
curvas. Sabía que estaban bien proporcionadas, pero que dos grandes bolsas
de grasa reboten mientras tratas de correr no era nada divertido, sin importar
la mucha diversión que sus senos le proporcionaban en otros momentos.
—No sabemos cómo logró pasar a los salvajes —dijo Madrid,
volviéndose para mirar a Thomas—. Los guardias creyeron que era un
demonio y lo golpearon bastante. Luego se dieron cuenta de lo que era.
Estaba inconsciente cuando me llamaron, pero el daño no es muy grave. Le
administré una poción de la verdad, así que obtendremos respuestas justo
cuando se despierte, que será dentro de poco.
Fueron llevados a una torre alta. En algún punto, Thomas puso un
brazo alrededor de Adrielle y la arrastró por las escaleras. Ella se sintió
agradecida por el gesto. También se sintió agradecida por el hecho de que no
le había pedido que regresara. Probablemente sabía que le preocuparía
demasiado no saber lo que estaba ocurriendo. Finalmente se detuvieron en
una de las habitaciones de la torre. Estaba completamente vacía, custodiada
por una gran puerta de madera.
Una persona yacía en el centro de la habitación. Gimió en ese
momento, indicando que se había despertado. Adrielle se quedó en la puerta
y Thomas entró.
—¿Quién eres tú y qué haces en mi reino?
El hombre levantó la cabeza. El corazón de Adrielle se detuvo y se le
congeló la sangre. Parecía que había envejecido diez años desde la última vez
que lo había visto, pero era él. Mandíbula fuerte, pómulos afilados, grandes
ojos marrones. Pelo castaño que estaba un poco descuidado, un rastro de
barba. Dio un paso atrás, chocando con Madrid en el proceso. Él no la miró,
pero eso no era nada nuevo. Nunca la había visto realmente.
—Estoy aquí por mi esposa —dijo William con voz ronca—. Sé que la
tienes y estoy aquí para recuperarla.
Sintió náuseas al ver a Thomas congelarse. Se quedó sin aliento
mientras dio un paso atrás, y luego otro. Ella quería explicarle, pero las
palabras se quedaron atrapadas en su garganta. Dio otro paso atrás, y esta vez
el movimiento llamó la atención de William, quien comenzó a mirarla.
—Adrielle… —dijo amorosamente, como si realmente la quisiera—.
Gracias a Dios que estás viva.
Capítulo once - Thomas

Nunca se había sentido tan traicionado.


Ni siquiera con Erela, ya que no le había quedado más remedio que
aceptar sus acciones y perdonarla. Sí, había sentido dolor y confusión. Había
sentido que la había decepcionado, que era su culpa que había tenido que
acudir al demonio para poder tener una hija. No se había enojado tanto con
ella a pesar de todo.
Ahora lo único que sentía era ira.
—Thomas escúchame, por favor.
Ignoró a Adrielle mientras corría tras él. No podía mirarla, no podía
soportar la idea de tocarla. Después de todo lo que le había dicho, no podía
creer que había hecho esto. Quería acostarse con él aunque estaba casada con
otro hombre. La ira dio paso al dolor, pero él lo echó a un lado. No
importaba. Le alegraba haberse enterado antes de haber profundizado sus
sentimientos por ella. Sus fosas nasales se ensancharon al oler su sangre. Si
tanto confiaba en él, ¿por qué no le había dicho que estaba casada?
—¡Thomas! —exclamó Adrielle, agarrándolo por el brazo.
Se lo habría arrancado de sus manos, pero temía herirla. No importaba
quién era ella, no importaba lo que había hecho, él simplemente no era ese
tipo de hombre. No le haría daño, ni siquiera accidentalmente. No importaba
lo enojado que estuviera. Ella lo agarró con fuerza y se acercó más. Thomas
volvió su cabeza para no tener que mirarla.
—Thomas. Escúchame, por favor. No es lo que crees.
—¿Estás casada con él?
Adrielle se encogió de miedo y dijo: —No es...
—¿Estás casada con él?
—Sí —dijo en un susurro—. Pero...
Liberó su brazo, permitiéndose mirarla por primera vez. Si no supiera
la verdad, su corazón se habría suavizado ante la expresión en su rostro.
Rogándole, implorándole. Pero había estado equivocado respecto a ella.
¿Cómo podía tener luz en su interior si era capaz de serle infiel a su esposo?
—¿Samuel te puso en esa subasta?
Los ojos de Adrielle se abrieron de par en par.
—¿Por eso trataste de seducirme? Estás trabajando con él, tratando de
hacerme bajar la guardia para que pueda llevarse a mi hija.
Los ojos de Adrielle se endurecieron y dijo: —Nunca pondría a
Clarissa en riesgo.
—Haz tus maletas. ¡No tendré a una mujer como tú cerca de mi hija!
Thomas vio ira en los ojos de Adrielle.
—¿Una mujer como yo?
Thomas empuñó las manos. Quería golpear la pared, pero se obligó a
controlarse. No se dejaría provocar.
—Sí, una mujer que traicionaría a su esposo.
—Yo no soy Erela. Si tan solo me escucharas...
—¿Por qué debería escucharte?
Ella no respondió. No necesitaba hacerlo. Sus ojos se llenaron de
lágrimas, y se dio la vuelta y salió corriendo. Por un instante breve y loco,
quiso ir tras ella. Decirle que solo estaba enojado, triste y confundido. Que no
lo había dicho en serio. Pero se quedó en su lugar, viéndola alejarse. La
necesidad de golpear algo regresó e hizo su camino al gimnasio.
Ella le había mentido. Se arrancó su camisa ya arruinada y atacó un
saco de boxeo, ignorando las miradas de los otros vampiros. Normalmente
solo iba al gimnasio cuando las cosas estaban muy mal. De lo contrario,
utilizaba sus propias máquinas para entrenar. Hoy, ese espacio se sentía
demasiado pequeño. Y demasiado cerca de Adrielle. Le dolía el pecho, y eso
le dificultaba la respiración. El tejido muerto de su corazón se retorció, los
recuerdos de sus labios y el sabor de su sangre haciéndolo sentirse enfermo.
¿Por qué le había mentido? ¿Qué estaba esperando conseguir al
acostarse con él? ¿Estaba tratando de escapar? ¿Ganarse su confianza para
poder huir? ¿Llevarse a Clarissa? El gimnasio se vació rápidamente mientras
golpeaba el saco de boxeo. ¿Había estado trabajando con Samuel todo este
tiempo, o era que estaba tan aterrada de Thomas que no le había querido decir
que estaba casada?
Pasó mucho rato en el gimnasio antes de percatarse del olor a hombre
lobo. Miró por encima del hombro, jadeando, y vio a Madrid. Estaba sentada
en un banco, observándolo. Como era de esperar, no se encogió de miedo
cuando él gruñó. Ella se había unido al palacio poco antes de que Erela
acudiera a Samuel. Se había enterado de que había alguien que sería capaz de
detener la locura que le producía la luna llena todos los meses, así que había
acudido a Erela, quien fue capaz de devolverle su autocontrol. Madrid fue
curandera antes de ser convertida en mujer loba, así que decidió asumir ese
mismo rol en el palacio.
—¿El hombre está en las mazmorras? —le espetó.
—Por supuesto. Richard ha estado preguntándole cómo logró pasar los
salvajes, pero hasta ahora no tenemos respuestas. ¿Quieres interrogarlo
personalmente?
¿Realmente quería hablar con el esposo de Adrielle?
—No.
No quería oír hablar de lo mucho que el hombre amaba a su esposa,
que debido a ese gran amor por ella había logrado encontrar su camino hasta
aquí para rescatarla y luego volver a sus vidas felices en la superficie donde
podían reír y bailar ante el sol, hacer el amor sin miedo, tener hijos...
—Dile a Richard que venga —dijo antes de secarse la frente—. Los
demonios atacaron el palacio. Nos hemos vuelto complacientes. Es el
momento de luchar. Exterminarlos.

***

Dos días después

Sus brazos estaban adoloridos por lo mucho que se había esforzado


despedazando al grupo de demonios. Su sangre estaba salpicada en su cuerpo,
pero todavía sentía una sensación de insatisfacción en la boca del estómago.
Sus hombres gimieron cuando entraron en el palacio, algunos de ellos
diciendo que querían ver a sus esposas, otros que querían irse a dormir.
Thomas solo quería volver allá afuera. La única vez que podía dejar de
pensar en Adrielle era cuando estaba lejos del palacio, luchando para
acercarse más a la residencia de Samuel. Había llamado a todos los pueblos
vecinos para ofrecerles seguridad en el palacio mientras libraba su guerra.
Casi todos aceptaron su oferta, y muchos de sus hombres se unieron a su
ejército.
Habían avanzado bastante. Acababan de matar a un batallón completo
con un mínimo de pérdidas. Había regresado con los heridos, pero todos
estarían listos para volver al campo de batalla dentro de doce horas. Lo único
que estos hombres necesitaban era un poco de descanso y sangre.
Él se separó de sus hombres y se dirigió a sus aposentos. Luego de
ducharse, obtendría un poco de sangre de Madrid. Ella había estado
recolectando bolsas de sangre donadas para que se mantuviera fuerte. Sabía
horrible, ya que era la sangre ya muerta de otros vampiros. En ese momento
recordó a Adrielle y sus colmillos se alargaron, queriendo enterrarse en su
piel suave.
Con un gruñido, se sacó a la humana de su mente. Jamás volvería a
beber de ella.
Oyó llanto cuando llegó a su piso. Se puso tenso. Clarissa estaba
llorando. Se precipitó por el pasillo, su nombre brotando de sus labios.
Derribó la puerta de su habitación y adoptó una postura ofensiva, dispuesto a
destruir a la persona que estaba haciendo llorar a su hija.
La encontró sola en su habitación. Estaba arropada, su pequeño rostro
lo único visible en la cama. Él corrió a su lado y la tomó en sus brazos.
—¿Estás herida?
Clarissa se echó a llorar de nuevo. Abrazó a su padre con fuerza y
enterró su rostro en su hombro. Todo su cuerpo temblaba. Trató de decir
algo, pero no pudo entenderla por los sollozos. Thomas le sobó la espalda,
solo queriendo que se sintiera mejor. Finalmente se calmó y apoyó su cabeza
en su hombro, mirándolo con lágrimas en los ojos.
—Papá, ¿por qué están peleando tú y Adrielle?
Thomas sintió un nudo en la garganta, pero tragó grueso. No hablaría
mal de Adrielle delante de su hija, ya que eran bastante unidas.
—Cariño, es... es complicado. Lamento que estemos peleando, pero
eso no es de tu incumbencia.
—Adrielle se va.
Sintió un dolor agudo en el pecho que lo dejó sin aliento, pero trató de
echarlo a un lado. Cerró los ojos, negándose a pensar en todas las formas que
podía convencerla de que se quedara. El hecho era que era una mujer casada
y que no podía tener nada que ver con ella. Y realmente solo estaba
obedeciendo a la orden que le había dado hace dos días: que empacara sus
maletas.
—Es lo mejor —dijo, casi creyéndoselo—. Es solo una de esas cosas...
Todo mejorará cuando se vaya.
Clarissa jadeó. Sus ojos se abrieron de par en par, y luego se
entrecerraron. Se alejó de él y le dio un puñetazo en la cara. Thomas lo
bloqueó por instinto, y luego hizo una mueca. Antes de que pudiera verificar
si estaba herida, ella se puso de pie y comenzó a patearlo y golpearlo con
todas sus fuerzas. Se vio obligado a retirarse, tratando de tomar sus muñecas
sin hacerle daño.
—¿Cómo puedes decir eso? —le gritó Clarissa—. ¡La necesitamos!
¡Se va por tu culpa! ¡Te odio!
—Clarissa...
—¡No quiero ni mirarte! —exclamó Clarissa con una última patada,
dándose la vuelta y tapándose la cara—. Te odio. Te odiaré por siempre.
Espero que mi verdadero padre venga a buscarme.
Esas palabras fueron como balas de plata para Thomas. Se quedó allí,
boquiabierto. El pecho le dolió tanto que no pudo mantenerse erguido. Por un
momento estaba seguro de que iba a morir, pero los vampiros no podían tener
ataques al corazón. Clarissa comenzó a llorar de nuevo. Estaba hecha añicos,
pero esta vez no se le acercó. Ella no quería tener nada que ver con él.
Sus pies lo llevaron a la habitación de Adrielle antes de darse cuenta
adónde se dirigían. Levantó la mano para tocar, pero se detuvo. ¿Por qué
habría de hacerlo? Una sensación de ira lo inundó de nuevo, así que abrió la
puerta y entró. Encontró a Adrielle metiendo ropa en una mochila.
—¿Te dije que podías irte? —espetó Thomas con voz ronca.
—Me dijiste que empacara.
—No te dije que te fueras.
Los ojos de Adrielle estaban rojos e hinchados, pero le dio una mirada
fulminante y siguió empacando su maleta.
—¿Entonces realmente soy tu esclava ahora?
—Yo te compré. Me perteneces.
—No te pertenezco —dijo, apretando los puños—. No soy de nadie.
No eres mi dueño. No soy tu propiedad. Me voy… Su Majestad. No me
quedaré aquí solo para atestiguar tu muerte y pretender que no me importa.
No lo haré. Tengo ganas de llevarme a Clarissa, alejarla de ti.
Thomas se rio a través de otra oleada de ira, sus propios puños
apretándose.
—¿No que era un buen hombre?
—Creo que me equivoqué. Gran sorpresa. —Negó con la cabeza y
comenzó a llorar—. Soy una idiota por haber creído que eras diferente.
Supongo que debí haberte escuchado.
¿Qué derecho tenía de estar enfadada con él?
—Deja de hacerte la víctima. Tú eres la que traicionó a su esposo.
—Y si tú me hubieses escuchado...
—No hay excusa para lo que hiciste.
—¿Sabes lo que creo? Creo que ves a Erela cuando me miras. Estás
enojado conmigo. Lo entiendo y tienes ese derecho. Pero no estás tan
enojado conmigo. Estás más enojado contigo mismo. Estás enojado con Erela
ahora mismo por lo que te hizo, pero en lugar de dirigir tu ira hacia ella,
¡decidiste que soy yo la que no puedes perdonar!
—¡Cállate!
Lo que había dicho era cierto, y eso lo hirió. Dio un paso adelante,
pero luego se volvió y se alejó en el último segundo. No podía tocarla. No
podía hacerle daño.
—No sabes de lo que estás hablando. No sabes nada. ¿Sabes lo que
creo? Creo que eres igual que Samuel, retorciendo las cosas para no quedar
mal. ¿También te acostaste con él? Y yo que creía que...
Thomas creía que ella se estaba enamorando de él. Adrielle soltó un
jadeo de sorpresa. Y luego comenzó a golpearlo en la espalda.
—¡Idiota! —gritó—. ¡Estúpido! ¡Imbécil! ¡Si tan solo me escucharas!
Thomas se dio la vuelta, dejando que sus puños golpearan su pecho.
Lágrimas corrían por sus mejillas. El dolor en su pecho se intensificó. Si
seguía golpeándolo, ¿reviviría su corazón? ¿Como una especie de RCP
violento?
—¡Idiota! —volvió a gritar—. ¿Cómo pude haberme enamorado de ti?
Y allí estaba. Era un tonto por haberlo creído posible. ¿Se había
enamorado de él? Era imposible.
Capítulo doce - Adrielle

¿Cómo? ¿En qué había estado pensando? ¿Cómo había podido


permitirse volver a enamorarse del hombre equivocado?
Siguió golpeándolo en el pecho, odiándose por estarlo haciendo, pero
disfrutando del dolor que producía en sus manos cada vez que chocaban con
su cuerpo. Comenzó a sollozar y siguió golpeándolo una y otra vez. ¿Así se
había sentido William durante cada una de las golpizas que le había
propiciado? ¿En qué tipo de persona se estaba convirtiendo si era capaz de
hacerle lo mismo a otra persona?
Finalmente dejó de golpearlo. Se dejó caer sobre la cama, todo su
cuerpo temblando. Su cerebro se sentía como si estuviera siendo exprimido
por todos lados, su garganta demasiado pequeña, sus pulmones ardiendo por
aire. Se acurrucó, odiando todo lo que estaba pasando.
—No puedo creer que me permití enamorarme de ti —susurró—. Creí
que eras diferente. Creí que realmente te importaba. Creí que realmente
podrías ser capaz de amarme. Pero eres igual a todos los demás. ¿Qué está
mal en mí que nadie puede amarme? ¿Qué de mí es tan repugnante, tan
imposible de amar?
No hubo respuesta. Cuando levantó la mirada, vio que Thomas se
había ido. ¿Se había ido antes o después de su confesión? Respiró profundo y
se estremeció. ¿Siquiera importaba? Ella entendía por qué estaba tan enojado.
Debió haber sido una gran sorpresa enterarse de que estaba casada... Aunque,
por su parte, consideraba todo su matrimonio una farsa. La persona con la
que creyó se estaba casando resultó no ser la persona con la que se casó.
Si tan solo Thomas la escuchara, le dejara explicar... Había
desperdiciado años y años tratando de cambiar a William, culpándose por
cada vez que la golpeó. No podía volver a pasar por eso con Thomas. Si no
iba a escuchar, entonces ella no iba a hablar.
Su corazonada seguía diciéndole que podía confiar en él, pero estaba
demasiado frágil como para confiar en ella. Ni siquiera podía confiar en sí
misma. Se secó los ojos y siguió empacando. Tenía que irse de este lugar. La
oscuridad la había mantenido prisionera durante demasiado tiempo. Tenía
que alejarse antes de que la consumiera.
—¿Adrielle?
La voz de Clarissa la sobresaltó. Su corazón se retorció de nuevo a lo
que la niña avanzó por la habitación.
—No te vayas.
Adrielle se sentó en la cama y extendió sus brazos a Clarissa. Resopló
y se sentó en el regazo de Adrielle, acurrucándose y abrazándola.
—No quiero que te vayas —susurró Clarissa.
—Lo sé. Yo tampoco me quiero ir. Pero tengo que hacerlo.
La niña apretó los puños y dijo: —Por culpa de papá. Él te está
alejando.
—No —dijo Adrielle, negando con la cabeza.
Tal vez su pelea con Thomas estaba presionándola para que se fuera,
pero no le echaría toda la culpa a él.
—Cariño, no es culpa de tu padre. Esto es... complicado, y es mi
decisión. Me voy. Thomas no me está obligando a irme.
—Pero tampoco te está pidiendo que te quedes —respondió Clarissa
con un resoplido—. Adrielle... Lo odio en este momento. Lo odio tanto y no
me gusta.
La niña comenzó a temblar.
—No —dijo Adrielle al instante—. No, no puedes odiarlo. Él te ama,
Clarissa. Él... él es una buena persona. Yo sé que sí.
—Entonces ¿por qué te vas?
Adrielle suspiró. Ella se estaba preguntando lo mismo. Le dolía la
cabeza. Si no podía quedarse por temor a lo que Thomas pudiera estar
escondiendo debajo de la superficie, ¿cómo podría dejar a Clarissa aquí?
Destruiría a Thomas si se llevaba a su hija. Sin embargo, él mismo lo había
dicho. Necesitaba luz. No estaba segura de lo que estaba pasando por la
cabeza de Thomas, pero sus idas regulares a combatir demonios para solo
llegar lleno de sangre... Tampoco era sano para su hija.
Tal vez si se iban, se daría cuenta de qué era lo más importante. Quizá
recordaría que debía pensar en su hija. Quizá la escucharía.
—Te empacaré una mochila —dijo Adrielle, indecisa si estaba
haciendo lo correcto—. Pero tenemos que decirle a tu padre que te irás
conmigo, ¿de acuerdo?
El rostro de Clarissa se endureció un poco, pero asintió. Se apresuraron
a la habitación de Clarissa, y Adrielle empacó ropa suficiente para un par de
días. Después de ese tiempo, volverían. Soltó una respiración profunda que
no sabía que había estado conteniendo. Volvería. No estaba huyendo para
siempre. Solo estaba haciendo esto para permitirles a ambos el tiempo
suficiente para respirar y pensar. Luego volvería y lo obligaría a escucharla.
¿Y William? ¿Debería llevarlo con ella a la superficie?
No. El corazón de Adrielle se endureció. Se merecía todo lo que le
pasara aquí abajo.
Clarissa se puso la mochila y agarró la mano de Adrielle antes de
decir: —Estoy lista.
—Está bien. Ahora vámonos a ver a tu papá.
Tenía el estómago revuelto mientras se dirigían hacia la oficina de
Thomas. Estaría furioso. Sabía que era bastante probable que no las dejaría
irse. Sus pasos vacilaron cuando se acercaron. El ataque demoníaco en el
palacio había sido por Clarissa. ¿En qué estaba pensando, tratando de
llevársela de donde estaba a salvo?
Adrielle tragó saliva y miró a la niña. Clarissa le devolvió la mirada,
con incertidumbre en sus propios ojos.
—No —susurró Adrielle—. No, esto está mal. Thomas no es William.
Él jamás...
—Él jamás ¿qué?
—Me lastimaría.
Los ojos de Clarissa se abrieron de par en par y le dijo: —¡Por
supuesto que no! Papa nunca le haría daño a nadie a menos que se lo
mereciera, como los demonios o aquellos bajo la influencia demoníaca.
—Lo sé. Solo está enojado y herido. No puedo huir de él como si fuera
un monstruo. No lo es. Es una buena persona, y esto está... Esto está mal —
Se dejó caer de rodillas, abrazando a Clarissa—. Nos quedaremos, cariño. Y
vamos a hablar con tu papá. Aunque me aterra que no me escuche, tengo que
intentarlo.
Con una sonrisa de alivio, Adrielle regresó sus mochilas a la habitación
de Clarissa y luego se dirigió a la oficina de Thomas. Clarissa se aferró a su
mano, pero sus ojos azules estaban brillantes y emocionados. Iban a decirle a
Thomas cómo se sentían y él las iba a escuchar. No hablaría de sus propios
problemas con Clarissa presente, pero eso no importaba. El punto era que se
sentía indigna de ser amada, y Thomas se sentía exactamente igual.
Quebrantado. Indeseable. Por fuerzas fuera de su control.
—Thomas... —dijo a lo que llegó a la oficina.
Pero Thomas no estaba allí, sino Samuel. Le sonrió a las dos. Adrielle
abrió la boca para gritar, pero una mano cadavérica la detuvo. La jaló a la
oficina, y otro demonio saltó y agarró a Clarissa. Un guardia vampiro yacía
en el suelo, con sangre debajo de su cabeza.
Adrielle abrazó a Clarissa y la alejó de los demonios.
—Hola, Clarissa —dijo Samuel, sonriéndole—. Me enteré que querías
que viniera a buscarte, así que aquí estoy. Llevo mucho tiempo esperando
esto. Mi hija finalmente se está dando cuenta con quién debe estar y será la
más grandiosa de todas.
—Aléjate de ella —dijo Adrielle entre dientes, dando unos pasos atrás
—. No te atrevas a acercarte a nosotras.
—Ella es la que quiere irse, Adrielle —respondió el demonio con una
gran sonrisa—. Estoy aquí para cumplir su deseo.
Clarissa se aferró a Adrielle con más fuerza y exclamó: —¡No! Yo no
quiero irme. Quiero quedarme con Adrielle. ¡No te me acerques!
—Ya hiciste el deseo y no puedes hacer nada para detenerlo.
Samuel hizo un gesto con la barbilla. Los demonios que lo
acompañaban saltaron hacia delante y agarraron a Adrielle por los brazos. La
alejaron de Clarissa. Ella gritó, y Adrielle jaló para liberar un brazo. Le dio
un cabezazo al demonio más cercano y luego se abalanzó sobre Samuel,
gritándole a Clarissa para que saliera corriendo.
Una sombra negra salió disparada de las manos de Samuel. Golpeó el
pecho de Adrielle con fuerza. Su corazón se detuvo. Se estaba ahogando, su
pecho sintiéndose como si un elefante lo estuviera aplastando. Se dejó caer de
rodillas, dolor retorciendo su corazón. Clarissa gritó. Los ojos de Adrielle se
pusieron en blanco y se desplomó.
Capítulo trece - Thomas

Thomas se amarró su espada de plata, con cuidado de no rozarse con la


hoja afilada. Ya había dormido y bebido sangre, así que era el momento de
volver a la lucha. Richard había informado que otros cien vampiros estaban
listos para batallar. Los acompañaría, y esto le permitiría a muchos de sus
soldados regresar y descansar antes de volver a la refriega en doce horas.
Todavía sentía rabia en sus venas, pero menos intensa que antes. Más
bien era un dolor profundo que tenía su estómago revuelto y su cuerpo
pesado. Aún no entendía por qué Adrielle le había mentido. ¿Por qué no le
contó sobre su esposo cuando la trajo al palacio? ¿Por qué no se lo contó la
primera vez que le sonrió de forma seductora en su escritorio?
Soltó un resoplido. La había comprado como una esclava y luego
traído aquí contra su voluntad. Obviamente no compartía información
personal con él. Al menos, no de inmediato. Sin embargo, ella fue la que lo
sedujo la primera vez que estuvieron juntos, y lo hizo estando casada con otro
hombre.
Pero si realmente estaba casada, ¿por qué no vio ni un solo rastro de su
esposo en su apartamento cuando la llevó allí para que empacara? Su
apartamento había olido a rosquillas con azúcar en polvo y té chai. No vio
rastros de ninguna otra persona. Y también le había dicho que no había
experimentado el placer sexual en su totalidad. No entendía cómo era posible
que un esposo no se asegurara de que su esposa se sintiera satisfecha.
Necesitaba oír la historia, y sabía que lo mejor era que él mismo se la
preguntara. Pero la idea de pedirle que hablara con él luego de que había sido
tan cruel con ella lo hizo hacer un gesto de dolor. También temía que volvería
a perder los estribos. Todavía sentía rabia, aun si ahora se había calmado lo
suficiente como para hacerlo querer respuestas.
Pero había otro lugar donde podía ir en busca de respuestas. Terminó
de ponerse la armadura y se dirigió a la prisión en la torre más alta.
Thomas miró al humano que estaba en la esquina de la celda cuando
entró dando zancadas. El hombre se puso de pie. Sus guardias lo habían
golpeado bastante y estaba muy moreteado. Por un instante, Thomas sintió
ganas de burlarse por el hecho de que el esposo de Adrielle era tan débil, pero
luego se sintió avergonzado. El hombre solo estaba protegiendo a su esposa.
—¿Cuál es tu nombre?
El hombre se humedeció los labios y dijo: —William.
—Bueno, William. Definitivamente la amas si fuiste capaz de
aventurarte en el reino de vampiros en completa oscuridad para buscarla —le
espetó el rey.
William se veía sorprendido, luego negó con la cabeza. Thomas
entrecerró los ojos. ¿El hombre iba a tratar de negar que amaba a Adrielle
después de lo que había hecho? Esperó a que hablara, sabiendo que el
silencio podría ser aún más aterrador que las amenazas.
—No vine solo —jadeó William con voz ronca, ya sea por sed o por
tanto gritar—. Un hombre llamado Samuel me ayudó. Me guio a través de la
oscuridad y me dejó en tu puerta.
¿Samuel? ¿El demonio había planeado esto? ¿Para qué?
Thomas se lanzó hacia delante, agarró a William por el cuello y lo
lanzó contra la pared.
—¿Qué le prometiste a cambio? ¿Le dijiste que podría acostarse con
Adrielle? ¿Le vendiste tu alma?
—No sé de qué estás hablando —respondió William.
«Cálmate», pensó Thomas. Respiró profundo, soltó al humano, y
caminó a la puerta. No podía permitirse el lujo de matarlo.
—Samuel nunca hace nada sin recibir algo a cambio. Entonces, ¿qué le
prometiste?
William se frotó la garganta y negó con la cabeza.
—Nada. Me dijo que Adrielle había sido secuestrada por una secta y
que yo tenía que salvarla. Es lo menos que podía hacer, dado que...
—¿Qué?
El hombre se veía sorprendido y le preguntó: —¿Ella no te lo contó?
Thomas trató de ignorar el nudo que tenía en el estómago y entrecerró
los ojos. Adrielle había tratado de decirle algo... Él sabía que era un tonto por
no haberla escuchado. Pero no, ella estaba casada. ¿Qué podía decir para
revertir eso?
—Bueno, no pareces el líder de una secta —dijo William, negando con
la cabeza—. Vampiros... O estoy loco o estoy en el purgatorio.
—¿Contarme qué? —gritó Thomas—. ¿Qué fue lo que Adrielle no me
contó?
William se encogió de miedo. Él cerró los ojos y respiró profundo
antes de responder: —Que yo abusaba de ella.
¿Abusaba de ella? No podía ser. Le hirvió la sangre. No, estaba
mintiendo. Tenía que estar mintiendo. Adrielle... ella se lo habría dicho... Ella
trató de decírselo. Ella trató de decírselo y él no la escuchó.
No se la merecía. Sus pulmones no estaban funcionando bien. Su
cabeza daba vueltas y sintió la necesidad de colapsar. O tirarse de la torre.
Intentó darle sentido a todo esto. ¿Por qué alguien querría hacerle daño a
Adrielle a propósito? Ella era tan dulce y amable. Pero este hombre lo estaba
admitiendo. Por eso es que Adrielle había decidido irse. ¿Por qué querría
quedarse si él estaba actuando de tal manera? Su pecho le dolía.
—Nos conocimos cuando ella tenía dieciséis años y yo treinta y dos.
Sus padres no estaban mucho en casa, y estaba muy necesitada de atención.
Ojalá pudiera decir que no sabía lo que estaba haciendo, pero no es cierto. Yo
sabía exactamente lo que estaba haciendo. Sabía que no era lo correcto. Tenía
la mitad de mi edad y no tenía las experiencias de vida para poder protegerse
a sí misma. Nos casamos poco después de conocernos. Yo creía que me hacía
feliz, pero en realidad solo quería controlar a otra persona porque no podía
controlarme a mí mismo.
Thomas negó con la cabeza. ¿Eso era lo que él le estaba haciendo a
Adrielle? No. No la estaba controlando. Era muy cuidadoso de eso... ¿cierto?
El dolor en su pecho se intensificó.
« Realmente soy un monstruo » , pensó.
—Fui muy cruel con ella —continuó William.
Se veía atormentado. Se arrepentía de lo que había hecho.
—Dejarme fue lo mejor que pudo haber hecho.
—Pudo haberse divorciado de ti.
William negó con la cabeza y dijo: —Ella intentó hacerlo. El estado
mental en el que me encontraba... Siempre tan enojado, siempre drogado y
borracho... Encontré los documentos de divorcio y estuve a punto de matarla.
Si hubiera vuelto a intentarlo, probablemente lo habría hecho.
Thomas contuvo el impulso de romperle el cuello. ¿Cómo se había
atrevido a ponerle un dedo encima?
—Vine para tratar de compensar esos errores, aunque sé que no hay
forma de hacerlo. Ella huyó porque no le quedó otra opción.
Thomas soltó un aullido. Sus rodillas se doblaron y se dejó caer contra
la pared. Ella había temido por su vida. ¡Con razón no le había hablado de su
esposo! No era un esposo, sino un esclavista que había tenido las cadenas de
su esposa en sus manos. Se enrabietó en ese momento, queriendo matar a esta
criatura repugnante que le había hecho daño a Adrielle. Pero sabía que no
estaba enojado con William, sino consigo mismo.
Porque, aunque William le había hecho mucho daño, Thomas había
empeorado todo. ¿Por qué no la había escuchado?
Erela. Thomas se dio la vuelta, cerrando los ojos. Adrielle tenía razón.
No estaba enojado con ella. Estaba enojado con la mujer que había arrancado
su corazón hace todos esos años. Erela nunca le había dado la oportunidad de
estar enfadado con ella. Ni siquiera se disculpó con él por lo que hizo. Y, en
esta situación, lo único que veía era el rostro de Erela en vez del de Adrielle.
—Solo te estoy contando esto porque vi la forma en que se miraron
antes —dijo William—. No cometas los mismos errores que yo. Adrielle
merece amor verdadero. Si no puedes ofrecerle eso, entonces déjala ir.
Thomas se volvió hacia él, estudiándolo por un momento. Al menos el
hombre había reconocido los errores que había cometido. Pero eso no
significaba que merecía ser perdonado.
«¿Y yo? ¿Merezco ser perdonado?», pensó.
—Gracias —le dijo antes de salir corriendo de la celda.
Los guardias cerrarían las puertas detrás de él. No le importaba lo que
pensaban de la conversación que había tenido con William. Necesitaba
encontrar a Adrielle. Tal vez era demasiado tarde, pero igualmente rogaría ser
perdonado. Se pondría de rodillas, admitiría que estaba equivocado y le
pediría una segunda oportunidad. Una que no se merecía, no después de la
forma en que la había tratado. Le pediría perdón, y ella decidiría si lo
perdonaría o no.
Si decidía no perdonarlo, él lo aceptaría. Y tan pronto como todo
estuviera seguro, enviaría a Clarissa a vivir con ella en la superficie para
librarla de esta oscuridad.
¿Y si Adrielle lo perdonaba? Si lo hacía, la compensaría por todo lo
que había hecho.
—¡Adrielle! —dijo al irrumpir en su habitación, recordando
tardíamente que debió haber tocado.
Estaba vacía. La mochila que había estado empacando ya no estaba. Se
quedó sin aliento. ¿Había llegado demasiado tarde? Corrió a la habitación de
Clarissa. También estaba vacía, y vio dos mochilas junto a la puerta. Se le
heló la sangre, pero vio que el peluche favorito de Clarissa todavía estaba
encima de ellas. Todavía estaban aquí. Estaban listas para irse, pero todavía
no lo habían hecho. Eso significaba que había llegado a tiempo.
Quizás estaban tratando de encontrarlo. Se precipitó a su oficina y se
detuvo en el umbral. Su respiración estaba agitada y la sangre empezó a
tronarle en los oídos. Un guardia yacía muerto en el suelo. Por el olor y
cantidad de sangre que vio debajo de él, supo que solo llevaba unas horas
muerto.
Su teléfono empezó a sonar. Thomas se sobresaltó ante el sonido y
luego corrió a atender. De alguna forma ya sabía lo que estaba pasando.
Escuchó la voz de Samuel cuando atendió la llamada.
—Thomas, solo quería darte las gracias. Fue muy amable de tu parte
empujar a Clarissa hacia mí. Jamás habría sido capaz de llevármela si ella no
hubiera deseado irse de tu palacio. Y ahora tengo el arma que había estado
esperando. Ella es poderosa. Obviamente tendré que deshacerme de esa
molesta luz que tiende a producir, pero eso tomará tiempo.
Por eso había traído a William aquí. Porque sabía que crearía una
división entre Thomas y Adrielle, y que Clarissa sufriría por ello. Thomas
gruñó.
—¡No te atrevas a hacerle daño! ¡Te mataré, lo juro! ¡Te...!
—No puedes matarme —dijo Samuel—. Sabes tan bien como yo que
no eres lo suficientemente fuerte. Sí, eres un vampiro poderoso. Quizá te sea
fácil acabar con mis ejércitos, pero no puedes conmigo. Eres como una
hormiga tratando de detener una avalancha. He vagado por este mundo desde
que los humanos eran monos. Solo un ángel puede destruir un archi-demonio.
Thomas apretó el teléfono con fuerza y dijo: —Devuélvemela. Por
favor. Haré lo que sea, solo devuélveme a mi hija.
—¿Lo que sea? ¿Entonces me dejarías quedarme con Adrielle y
prometerías nunca tratar de recuperarla?
Adrielle. No.
—Puedes quedarte solo con una. No con las dos. ¿A quién escoges?
¿Adrielle o Clarissa?
—Recuperaré a ambas. No las dejaré en tus garras. ¡Juro que
encontraré una forma de matarte!
Samuel se echó a reír y dijo: —Ahora, ¿dónde he oído eso antes? Ah,
sí. Después que la adorable Erela acudió a mí. Llegaste echando espuma por
la boca, jurando que me matarías algún día. No funcionó en ese entonces, y
tampoco funcionará ahora.
—No me rendiré. ¡Las recuperaré!
—No, no lo harás —respondió Samuel con una risa sarcástica antes de
colgar, dejando a Thomas con el teléfono en mano.
Se sintió completamente aterrorizado, y estaba congelado en su lugar.
Tenía que ir tras el demonio y recuperar a Clarissa y Adrielle. Si algo les
sucedía...
«Es mi culpa. Todo esto es mi culpa», pensó.
No, no se rendiría. Marcó el número de Richard. Habían avanzado
bastante, pero no lo suficiente. Era el momento. Ya era hora de que esta
guerra alcanzara su punto álgido. Esta vez no daría marcha atrás.
Capítulo catorce - Adrielle

Todo le dolía.
Sudor goteaba por el cuello de Adrielle, acumulándose en su clavícula
mientras se encontraba contra la pared. El aire estaba helado, pero sentía un
fuego en su interior. Ni siquiera podía respirar bien. Su espalda estaba
apretada, y sentía un dolor punzante a la izquierda de su columna vertebral.
Apretó los puños y, a pesar de que ya había vomitado todo en su estómago,
seguía arqueando.
Sabía que se estaba muriendo y estaba enfurecida. Quería envolver sus
manos alrededor del cuello de Samuel y apretarlo con fuerza hasta dejarlo sin
vida. Quería fracturar los huesos de William antes de cortarle la yugular.
Quería encontrar al hombre que la había puesto en la subasta y dispararle en
la cabeza, y luego localizar a cada hombre que había estado allí y asegurarse
de que sufrieran muertes agonizantes.
La puerta se abrió y Samuel entró. Adrielle contuvo el impulso de
gruñir y sisear como un animal, acurrucándose más en su lugar.
—Tuve una pequeña charla con Thomas —dijo sonriéndole—. Creo
que deberías saber lo que me dijo.
El demonio levantó un teléfono celular y pulsó unos botones. No
entendía cómo había logrado que un celular funcionara aquí. La voz de
Thomas resonó en la pequeña habitación. Adrielle soltó un grito de alivio,
demasiado absorta en escuchar su voz al principio como para entender lo que
estaba diciendo.
—No te daré nada, así no pueda recuperarla —dijo Thomas, aunque
sonaba extraño—. Prefiero matarla que darte lo que quieres.
Adrielle se congeló. No se lo creía, y su incredulidad le impidió
respirar. Su ritmo cardíaco estaba irregular, y no pudo evitar soltar un aullido
de dolor. Se le abalanzó encima, sus dedos doblados como garras. Samuel se
echó a reír, evitándola fácilmente. Se tropezó como una borracha,
maldiciéndolo aunque respiraba con dificultad.
—No te molestes conmigo, Adrielle. Eso lo dijo Thomas, no yo.
Thomas. Él no le creía. Él no la escucharía.
—¡No! —gritó, abalanzándosele de nuevo.
Esta vez, Samuel la empujó a un lado. Tropezó en la pared y se
desplomó allí, su vista nublada.
—No. No. No.
Respiraba con dificultad y, para cuando fue capaz de ver de nuevo,
Samuel se había ido. Estaba llorando, y eso estaba dificultándole la
respiración aún más. Sintió un entumecimiento en sus manos y pies, pero
estaba tan débil que no pudo detenerlo. Se dejó caer allí, llorando indefensa
mientas comenzó a sentir la parálisis en su columna vertebral.
Él no la escucharía.
Después de todo lo que había aguantado con William, de todas las
noches que había pasado acostada a su lado completamente aterrorizada de
que la próxima vez la mataría, Thomas no la escucharía. Ella le había dado
todo, pero él ni siquiera le daría la oportunidad para explicarle. Su rabia la
calentó, acabando con el entumecimiento de sus manos. La presión en su
pecho se alivió un poco. ¿Quién se creía que era? ¿Por qué no la escuchaba?
Y ahora no levantaría ni un dedo para salvarla.
«¡No! Thomas no dijo eso. Samuel manipuló su voz de alguna manera.
Ese tipo de cosas pasan todo el tiempo, incluso sin magia demoníaca»,
pensó.
La puerta se abrió de nuevo y algo fue lanzando adentro. Movió su
cabeza a lo que olió un aroma rico y profundo. Era una persona. Un hombre.
Le dolía la mandíbula, y dos puntos en su mandíbula superior comenzaron a
latir. Soltó un gemido. El hombre la miraba con los ojos muy abiertos. Ella se
puso en cuclillas, gruñendo por lo bajo.
—¡Tú! Tú me obligaste a participar en la subasta.
Oyó un chasquido extraño mientras hablaba. Algo se trabó en su
lengua. Dos colmillos afilados alargándose en su boca.
Le corrió hielo por las venas. Ahora todo tenía sentido. El dolor. La
ira. El hambre que sintió al mirar el hombre en su celda. Samuel había
convertido a Thomas en vampiro. Ahora le estaba haciendo lo mismo a ella.
El hambre la estaba azotando. Quería sangre, y la quería ahora mismo.
—¡Lo siento! —balbuceó el hombre, alejándose de ella.
La puerta estaba abierta, y un demonio asomó la cabeza. Adrielle
avanzó poco a poco, mirando al humano fijamente. Olía su sangre dulce
corriendo por sus venas, haciendo que su estómago rugiera. Una probada...
Eso era lo que necesitaba... Una sola probada... ¿Así se sentía Thomas cada
vez que estaba cerca de ella? ¿Sentía este anhelo, este deseo? ¿De querer
bebérsela toda? Y se había alimentado de ella de todos modos…
«Porque yo se lo pedí. Porque yo confié en él», pensó.
—Por favor, por favor. Lo siento. Tengo una esposa. Tengo hijas. Si
no te hubiese vendido, habrían terminado en esa misma subasta. Yo también
tengo deudas.
Adrielle soltó un chillido penetrante cuando atacó. La velocidad con la
que se movió la sorprendió. Olió orina cuando lo agarró por los brazos. Su
corazón latía con fuerza... Sus colmillos ansiaban clavarse en su piel, pero
una risita detrás de ella llamó su atención. El demonio.
La puerta estaba abierta. Con otro grito, soltó al hombre y corrió hacia
allá. Se derrumbó cuando su cuerpo chocó contra ella. El demonio al otro
lado chilló como un cerdo, y sus manos estaban alrededor de su garganta
antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Lo lanzó en la habitación
detrás de ella y cerró la puerta. Se detuvo solo un momento para
recomponerse y luego corrió por el pasillo. Aunque no había luces ni
antorchas, veía todo perfectamente bien.
El aroma de flores frescas la hizo girar a la izquierda, y no tardó en oír
sollozos. Su corazón, que estaba latiendo cada vez menos, dio un batacazo.
Clarissa. Adrielle corrió hacia el sonido. ¡Tenía que sacar a Clarissa de aquí!
—Esa es la razón por la que Thomas nunca te amó, Clarissa —escuchó
a Samuel decir—. ¿Cómo podría querer a alguien tan débil como tú? Eres
tan cría, tan estúpida. Nadie te ama porque eres indigna. Deja de llorar o te
daré mil razones para hacerlo.
Las voces venían de la izquierda. Adrielle se arrojó contra una puerta.
No logró derrumbarla, así que intentó el pomo. Sus manos estaban sudadas,
pero finalmente logró girarlo. Clarissa estaba sentada en una silla, cubierta
con batas gruesas. Lágrimas corrían por sus mejillas. El corazón de Adrielle
dio otro salto y se abalanzó sobre Samuel.
Como había pasado en el palacio, una sombra negra salió disparada de
su mano. Atravesó su pecho con fuerza. Sin embargo, esta vez no quedó
inconsciente y lo atacó de nuevo. Samuel la eludió y la agarró por la garganta
antes de estrellarla contra la pared.
—¡No, no lo hagas! —gritó Clarissa—. ¡Déjala en paz!
Adrielle arañó la cara de Samuel, luchando por respirar. Él le dio un
puñetazo en el abdomen. El dolor fue insoportable.
—¡Detente! —gritó Clarissa.
En ese momento vio un estallido de luz. Hermoso, como luz solar pura.
Entonces empezó a arderle. Era como si alguien estuviera apuñalando sus
ojos con atizadores ardientes. Como si alguien estuviera golpeándola con
hierros de marcar. La luz la atravesó completa y comenzó a desgarrarla.
Adrielle se arrodilló, agarrándose la cabeza. Un grito silencioso desgarró su
garganta. Era demasiado, demasiado brillante.
—¡Detente! —jadeó Samuel—. Clarissa... ¡Deja de hacer eso ahora
mismo! ¡Estás matando a tu amiga!
La luz brilló con más fuerza, y esta vez Adrielle no pudo evitar gritar.
Luego desapareció. Adrielle se dejó caer al suelo, temblando. Los sollozos de
Clarissa le partieron el corazón. Fue difícil obligarse a moverse, pero se las
arregló para ponerse en cuatro patas. Samuel estaba de rodillas, su rostro
pálido. Adrielle se arrastró hasta Clarissa. Las cuerdas estaban tan apretadas
que no pudo desatarlas.
—No llores —jadeó Adrielle, envolviendo sus brazos alrededor de
Clarissa y abrazándola con fuerza—. Clarissa, no eres débil. Eres perfecta y
compasiva. No tienes nada de qué avergonzarte. Él quiere que creas que tu
bondad y tu corazón de oro son debilidades. No lo son, sino más bien todo lo
contrario. Te hacen más fuerte que él. Nunca será tan fuerte como tú. Te
amamos. Yo te amo, Thomas te ama.
—Aléjate de ella —gruñó Samuel—. ¡Aléjate de ella ahora mismo!
Adrielle besó la frente de la niña. Lágrimas corrían por sus mejillas.
—No lo escuches. No escuches nada de lo que te diga. Solo quiere
destruir tu luz. ¡Pero eres más fuerte que eso!
Samuel gruñó. Adrielle trató de darle otro beso a Clarissa, pero el
demonio se le abalanzó. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello y cintura,
jalándola hacia atrás. La estaba sosteniendo con tanta fuerza que se estaba
ahogando. Clarissa gritó mientras Samuel arrastró a Adrielle fuera de la
habitación. La volvió a lanzar contra la pared cuando llegaron al pasillo.
Sus ojos se le pusieron rojos, su hermoso rostro distorsionándose
cuando sus dientes se afilaron y su piel se empalideció.
—No te metas en esto, niña —dijo entre dientes—. Te hice un favor
convirtiéndote en vampira. No me obligues a quitarte la inmortalidad que te
acabo de otorgar.
Adrielle luchó para librarse. La rabia que sintió en ese momento le dio
fuerza y logró zafarse. No era la misma rabia con la que había luchado antes.
Esa había sido una rabia salvaje que había atacado todos sus pensamientos.
Esta rabia estaba centrada... no en Samuel por haberla convertido en vampira
ni por sus intentos de enloquecerla, sino más bien en su determinación por
proteger a Clarissa.
—¡Jamás me detendré! —le gritó—. Sé lo que se siente ser abusada,
ser tratada como si no fuera nada. Sé lo que estás haciendo. Estás tratando de
quebrantarla para que no conozca su propia fuerza. Quieres controlarla.
Samuel la miró con furia y gruñó antes de decir: —Ella es mi hija y
existe para servirme.
—¡No! ¡Tú no eres su padre!
Samuel gruñó y golpeó su rostro con fuerza. Adrielle gritó cuando la
lanzó al suelo y la pateó dos veces en el abdomen.
—Si no puedo quebrantarte, entonces no me sirves de nada —le dijo
antes de darle otra patada—. Pero antes de que mueras, veamos cómo te va
con el hambre enloquecedora. Creo que tu adorado Thomas merece verte
como una bestia, ¿no te parece? Me rogará que te salve... pero él mismo te
matará a la final.
Con eso, le dio otra patada y se echó a reír.
Capítulo quince - Thomas

La espada que había reclamado cuando ganó su primera batalla contra


los demonios le había servido bien en todos sus años en el inframundo, y esta
pelea no había sido la excepción. La hoja afilada cercenaba los demonios
limpiamente, dejándolos tambaleando y gritando en el piso hasta terminar
aplastados. Decapitó a otro con rapidez. El olor nauseabundo de azufre y
sangre lo azotó.
Thomas giró su espada, atravesando un demonio que venía por detrás.
Se le acercó otro, y logro pasar por debajo de sus brazos largos y patear sus
rodillas antes de romperle el cuello. A su lado, Richard recuperó la espada y
se la arrojó al rey antes de volverse contra otra ola de demonios. Madrid
rugió, abriéndose paso entre los demonios. El resto de sus soldados se
encontraban luchando con los demonios en una mezcla caótica de gritos.
La fortaleza de Samuel estaba cerca. Vio más demonios enfrente de
ellos, obviamente tratando de detener a los vampiros, pero ellos no se darían
por vencidos. Esto se acabaría hoy de una vez por todas. Tal vez no era lo
suficientemente fuerte como para derrotar a Samuel solo, pero quizá lo
lograría con el apoyo de los otros vampiros.
Con un grito, Thomas se abrió paso entre otro enjambre de demonios.
Movió su espada cubierta de sangre en círculos, acabando con un montón de
demonios. Una gran criatura se le abalanzó por detrás, pero logró eludirla y
apuñalarla.
Madrid aulló, su hocico elevado. Dos demonios intentaron derribarla,
pero logró partir a uno en dos y desgarrar al otro con sus dientes. La
distracción permitió a Thomas avanzar.
Se abrió paso entre los demonios que quedaban, acabando con cuatro
más antes de finalmente lograr atravesar los muros y llegar a la fortaleza de
Samuel. Los terrenos estaban iluminados, casi dolorosamente brillantes.
Siempre creyó que su fortaleza estaría compuesta de colinas y un gran castillo
de hadas rodeado por un foso con un lago cercano con cisnes nadando en él.
Thomas se quedó congelado en su lugar, indeciso. Los demonios que
había pasado ni siquiera habían regresado para perseguirlo, y tampoco había
resistencia aquí. Se volvió de nuevo, sabiendo que necesitaría ayuda para
acabar con Samuel.
En ese momento, un grito de Adrielle resonó en los terrenos.
Thomas dejó de pensar en ayuda y corrió hacia el castillo, su nombre
en sus labios. Oyó el rugido del viento mientras corrió, sujetando su espada
con firmeza. Thomas derribó dos demonios que estaban justo dentro de las
puertas del castillo. Su grito era penetrante. Thomas lo siguió, sintiendo un
nudo de pánico en su garganta. Si algo le pasaba...
Encontró a Adrielle desplomada en el piso. Tenía una daga clavada en
el abdomen, el extremo afilado perforando su espalda. Thomas gritó de dolor
y rabia, corriendo hacia ella. La tomó en sus brazos y se sorprendió al ver que
su pecho aún se estaba moviendo. No oyó ningún latido. Sus ojos se llenaron
de lágrimas.
—Adrielle —jadeó—. Adrielle, lo siento mucho.
Sus dedos rozaron sus labios. Él la besó con fuerza, retirando la espada
mientras lo hizo. Ella gritó, su cabeza yéndose hacia atrás. Por un momento
se sintió seguro de que estaba muerta, pero luego ella levantó la cabeza.
¿Cuánto tiempo le quedaba? Si tan solo hubiera llegado un poco antes...
—Thomas... —dijo, recostando su cabeza en su cuello—. Thomas,
necesito...
—Adrielle, lo siento mucho. No debí haber...
Algo penetró su cuello. Thomas se quedó sin aliento cuando Adrielle
lo mordió con dos dientes afilados, agarrándolo con fuerza y gruñendo. Se le
abalanzó encima, inmovilizándolo en el piso. Adrielle lo estaba sorbiendo, y
él sintió una presión en su núcleo. Era una vampira.
Thomas la agarró por los brazos y trató de quitársela de encima. No.
Esto era peor que la muerte. Erela no estaba aquí para bendecirla, así que
perdería la cabeza y dejaría de ser Adrielle.
—Sabes tan bien —jadeó Adrielle.
Le goteaba sangre de los labios y una sonrisa iluminaba su rostro. —
Ahora podemos tener sexo, ¿cierto?
Ella alcanzó las hebillas de su armadura y luego se estremeció. Sus
ojos se pusieron en blanco y se desplomó. Thomas la atrapó y la acostó en el
piso. Se arrodilló sobre ella para verificar dónde había sido apuñalada, pero
su herida ya se había cerrado.
Ya no era ella. No recordaba mucho de sus días de salvaje. Si pudiera,
se habría suicidado para no tener que pasar por eso. El hambre insaciable, el
odio ardiente. No podía permitir que Adrielle sufriera lo mismo.
—Adrielle —susurró Thomas—. Lo siento mucho. Te amo. Me
arrepiento de haberme comportado como un idiota. Ojalá me hubiera dado
cuenta antes.
Tomó su espada y la colocó en la garganta de Adrielle. Sería rápido e
indoloro ahora que estaba inconsciente. Y no tendría que perder su mente
poco a poco debido al hambre que se apoderaría de ella. Thomas comenzó a
sollozar.
—¡Papá!
Thomas levantó la cabeza y vio a Clarissa al final del pasillo. Sus ojos
azules estaban muy abiertos. Ella negó con la cabeza, lágrimas corriendo por
sus mejillas. Samuel estaba a su lado, con una mano en su hombro. Se veía
triunfante.
—Ahí tienes, ¿lo ves? —dijo, mirando a la niña—. Este es el
verdadero Thomas. Un monstruo que mataría a la única persona que te ama
de verdad.
—La convertiste en vampira —espetó Thomas—. Ella no querría...
—No te preocupes, mi angelito precioso —dijo Samuel, acariciando el
cabello de Clarissa—. Yo la salvaré.
El demonio se echó a correr. Thomas se puso de pie y levantó su
espada, pero el demonio logró eludirla. Comenzó a golpear el pecho y
abdomen de Thomas. El vampiro se tambaleó hacia atrás. Recuperó el
equilibrio el tiempo suficiente para bloquear otro golpe y acertar uno propio
en la barbilla del demonio. Se abalanzó sobre Samuel con un grito,
tumbándolos a ambos al suelo. Golpeó a su enemigo en la garganta,
interrumpiendo su risa sarcástica.
Incluso con estas pequeñas victorias, Thomas sabía que no iba a ganar.
Agarró su espada y cortó a Samuel en el pecho, y luego corrió hacia Clarissa.
Se dejó caer de rodillas ante ella y la agarró de las manos. No tenían mucho
tiempo, pero tenía mucho que decirle.
—Te amo.
—Papá... —dijo Clarissa entre sollozos.
Thomas le secó las lágrimas y continuó: —Te amo, Clarissa. Siempre
fuiste mi hija. Lo más precioso que jamás tuve la bendición de tener en mi
vida. Te amo más que cualquier otra cosa en este mundo. Y lamento mucho
no haber sido lo suficientemente fuerte. Por favor nunca olvides que te amo.
—Yo también te amo, papá.
Clarissa se movió para abrazarlo, pero Samuel lo agarró y se lo llevó.
Los ojos rojos del demonio lo miraban con furia. Negó con la cabeza, con
una mirada de repugnancia en su rostro.
—Tú ibas a ser mi lucero. Mi mayor logro. Perfeccioné al vampiro
contigo, y Erela me arrebató todo. Bueno, al fin logré vengarme de ella. Y
ahora, Thomas, ya que no podemos ser amigos...
Samuel lo tiró al piso y luego levantó una espada de plata. Clarissa
gritó y lo único que Thomas quiso hacer en ese momento fue voltearla para
que no tuviera que presenciar su muerte. Unos instantes después, Samuel le
perforó el corazón. Un golpe mortal. Se quedó sin aliento y sintió un dolor
terrible. Luego vio una luz blanca.
La luz quemaba. Samuel retiró la espada de un tirón, pero aún sentía
dolor en cada rincón de su cuerpo. La luz inundó su sangre, llevándola a
ebullición. Arqueó la espalda mientras la luz lo atravesaba, partiéndolo en
dos. Soltó un grito, y oyó la voz de Adrielle gritando con él.
—¡No! —gritó Samuel.
Clarissa dio un paso adelante. Estaba completamente iluminada. Su
cabello dorado brillaba, sus ojos parecían dos llamas ardientes. No había ira
en su rostro, ni repudio ni miedo. Ya no parecía su niñita. Se parecía... a
Erela. Parecía algo inmenso y poderoso, muy superior a los humanos. Le
dolía el pecho como si alguien le hubiera metido una patada. Oyó un
golpeteo.
—No vas a lastimar a nadie más —susurró Clarissa mientras se acercó
a Samuel.
Clarissa solo tuvo que tocarlo una vez. Samuel gritó algo incoherente,
y luego desapareció. Su forma se desintegró, ni siquiera dejando rastros de
polvo. Thomas sintió alivio. Sus ojos se cerraron.
—Papá —dijo Clarissa, tocando su pecho—. ¡Papá!
Clarissa. Thomas abrió los ojos de golpe. Tenía que decirle que se
fuera antes de que muriera. No quería que lo viera morir... Pero el dolor en su
pecho había desaparecido. Había sido sustituido por una sensación extraña de
estar demasiado lleno. Con un suspiro, se sentó en posición vertical. Clarissa
se arrodilló a su lado. Con un sollozo, ella envolvió sus brazos alrededor de él
y comenzó a llorar en su hombro.
Adrielle estaba en cuclillas cerca. La locura vampiresca había
desaparecido de sus ojos, y le sonrió cuando sus miradas se encontraron. Él le
devolvió la sonrisa mientras sobaba la espalda de Clarissa. Adrielle se acercó
y le tomó la mano. Se sentía... fría. Tan diferente a su calidez normal. Ya no
olía a té chai.
—¿Que pasó? —preguntó, notando algo extraño mientras lo hizo.
Se pasó la lengua por los dientes. Todos eran normales. Sus ojos se
abrieron de par en par.
—No sé cómo —susurró Adrielle—. Pero... soy humana de nuevo.
Clarissa retrocedió y se secó los ojos.
—Te convertí en humana. Sabía que su maldad se estaba apoderando
de ti, así que acabé con ella.
El corazón de Thomas latió una vez. Y luego volvió a latir. Sus ojos se
llenaron de lágrimas y una sonrisa iluminó su rostro. Era humano.
—Clarissa... —dijo con emoción mientras la abrazaba—. Gracias.
Muchas gracias.
Al fin había recuperado su humanidad.
Capítulo dieciséis - Adrielle

—No, papá, así no. Hazlo así.


Adrielle sonrió desde donde yacía sobre una toalla de playa, viendo a
Thomas y Clarissa tratando de hacer un castillo de arena. Era un día brillante
y soleado. Hacía bastante calor, pero no había otro lugar donde preferiría
estar. Era la primera vez en más de mil años que Thomas veía el sol y, para
Adrielle, era como si ella también lo estuviera experimentando por primera
vez. Los ojos de Thomas brillaban mientras llenaba un cubo con arena
húmeda. Clarissa palmeó un poco de arena mientras hacía el castillo.
—Tenemos que volver a echarnos protector solar para no quemarnos
—les dijo Adrielle.
—Quemarnos. ¡Ja! —le respondió Thomas, sonriendo de oreja a oreja
—. Solía quemarme tanto que me salían ampollas en la espalda y se me
pelaba la piel. Pero solo me quemaba así una vez cada verano. ¿Por qué crees
que me veía tan bronceado como vampiro?
Adrielle lo apuntó con un dedo y dijo: —Protector solar. No dejaré
que te de cáncer de piel.
Resultó que Clarissa era más poderosa de lo que ambos habían creído.
Fue capaz de revertir la enfermedad vampiro en toda la población del
inframundo, incluyendo los salvajes. Estaban tomando un pequeño descanso
de la intensa labor que habían estado haciendo, capturando los salvajes y
llevándolos al palacio para que Clarissa pudiera devolverles su humanidad.
Mientras que algunos de los vampiros habían ofrecido quedarse así hasta que
todos los demás recuperaran su humanidad, la mayoría de ellos habían
rogado que le levantaran la maldición para poder volver a la superficie.
El proceso de reintegración sería largo, pero valdría la pena. Adrielle
no había estado consciente de la gran cantidad de personas que habían
quedado atrapadas debajo de la superficie por las acciones de Samuel. Había
miles de ellos ahí abajo. Hasta Madrid fue dotada con un mayor control sobre
sus habilidades, así que ya no se volvería a convertir por accidente.
Jugaron en la playa durante horas hasta que empezó a oscurecer.
Adrielle les dijo que ya era hora de volver a casa. Ni Clarissa ni Thomas
querían irse, pero estaban bastante agotados por haber pasado todas esas
horas bajo el sol. Volvieron a la cueva que conducía al inframundo y fueron
escoltados al palacio por Richard y algunos de los otros guardias.
—Yo acostaré a Clarissa esta noche —le dijo Thomas una vez que
llegaron y mandaron a Clarissa a darse un baño—. Un nuevo grupo de seres
humanos restaurados será llevado a la superficie esta noche... y he decidido
enviar a William con ellos.
Adrielle reprimió un escalofrío. Envolvió sus brazos alrededor de su
cintura y negó con la cabeza. No se estaba negando, simplemente indicando
sus propias emociones. William había sido tan cruel con ella durante tantos
años. El mero pensamiento de mirarlo la hizo temblar. Una parte de ella
quería enfrentarlo, pero otra parte quería huir y esconderse en el agujero más
oscuro donde nunca jamás tendría que ver su rostro.
—Puedo ir contigo si quieres.
Adrielle tragó grueso y volvió a negar con la cabeza.
—No, digo, me gustaría eso, pero... creo que estoy lista para
enfrentarlo sola.
Thomas había estado con ella cuando ambos firmaron los documentos
de divorcio que la habían librado oficialmente de él. Casi había vomitado
aunque Thomas había pasado todo el rato entre ellos y William no le había
hablado. Se estremeció cuando Thomas la abrazó, pero ella estaba preparada.
Al menos creía que lo estaba. Solo un rato más en los brazos de su rey...
Cuando fue a ver a William, su primer pensamiento fue lo
insignificante que se veía. No pudo entender por qué había sido capaz de
cautivarla tanto hasta el extremo de permitirle tener tanto control sobre ella.
Pero había sido joven e inexperta y, para cuando se había dado cuenta de lo
que él realmente era... había sentido que no le quedaba otra opción. Huir
había sido lo mejor y, como resultado, había sido vendida en una subasta.
—Adrielle.
Mantuvo sus manos en los bolsillos, y sus hombros estaban encorvados
mientras la miraba. Había envejecido mucho.
—William.
Suspiró, pero no la miró.
—Sé que no significa nada, pero lo siento mucho. Lamento todo lo que
te hice. Estoy en terapia, en un programa. Me está ayudando bastante. Solo
quería decirte que eres... mi mayor arrepentimiento.
Adrielle se encogió de hombros y le dijo: —Y tú eres el mío... pero eso
no significa que puedo perdonarte.
—Lo sé. Y prometo que jamás me volverás a ver. Te deseo lo mejor.
—Gracias. Espero que puedas sanar, William. Y espero que jamás
vuelvas a hacerle a nadie lo que me hiciste a mí.
No tenía nada más que decirle, así que se dio la vuelta y se alejó.
Exhaló mientras lo hizo. A pesar de que todavía estaba temblando, sentía que
se había quitado un gran peso de encima. Esto solo destacaba las diferencias
entre William y Thomas. Incluso en su estado más enojado, Thomas jamás le
pondría un dedo encima. No solo eso, sino que hablaban como una pareja
normal. En su relación no sucedía lo mismo que en la suya con William,
donde él se disculpaba y juraba que no volvería a golpearla, y ella se
disculpaba por cosas que ni siquiera había hecho. Thomas reconocía sus
errores sin tratar de justificarlos o hacer sentir a Adrielle culpable hasta el
punto en el que ella terminaba reconfortándolo a él.
Thomas sabía que se había equivocado al no escucharla. No había
intentado poner excusas, a pesar de que ella sabía que él había actuado así
porque no había sanado su dolor con Erela. Para ser su primera pelea, más
bien todo había salido bien. Pero, si habían sido capaces de superar eso,
serían capaces de superar cualquier cosa.
Para cuando llegó a su habitación y se duchó, Thomas había regresado.
Envolvió sus brazos alrededor de ella sin decirle ni una sola palabra.
—Te amo mucho —susurró Adrielle.
—Yo también te amo —le dijo Thomas, besándole la cabeza—.
¿Cómo te sientes?
—Bien, bastante bien —le respondió Adrielle entre risas, mirándolo a
los ojos—. —Me siento libre. Me siento segura. Me siento amada.
Thomas rozó su boca con la suya y le dijo: —¿Lo suficientemente bien
como para hablar de tu novela?
—Mi... —dijo Adrielle, echándose a reír.
Había terminado de escribir su novela... y la había impreso para que
Thomas la leyera.
—¿Todavía escribo escenas de sexo como una virgen?
—Para nada —dijo Thomas con un gemido—. Tuve que darme una
ducha fría después de leerla. Me encantó. No me gustan mucho las novelas
románticas, pero es que... me llegó. No me sorprendería verla hecha película
en unos años.
Adrielle se sonrojó. Puso sus brazos alrededor de su cuello,
sonriéndole.
—Creo que solo lo dices porque quieres una recompensa.
Con eso, las manos de Thomas agarraron sus caderas para acercarla a
su cuerpo. La sobó toda, haciéndola jadear. Comenzó a sentir una presión
familiar en su núcleo. Se sentía demasiado apretada, y tuvo que contenerse
para no arrancarle la ropa. Tenía planes para esta noche, y no dejaría que él
los arruinara.
—No lo dije porque quiero una recompensa, pero no me opondré si
quieres recompensarme...
Su voz se quebró y le dio un beso en la boca antes de trasladarse a su
cuello. Se estremeció, y la presión en su núcleo aumentó. Sintió mucha
humedad entre sus piernas y se acurrucó contra él, disfrutando de la
sensación de sus senos contra su pecho.
—¿Qué tipo de recompensa tenías en mente?
—Tal vez algo así como... mmm. Lo sé. Te acostaré en esa cama y te
montaré como un caballo. Pero primero quiero que te quedes quietecito
mientras te desvisto. Besaré cada rincón de tu cuerpo y... ¡Ay!
Se estremeció cuando Thomas le besó el cuello. Se sentía demasiado
excitada como para desvestirlo lentamente, así que le rasgó la camisa, sus
botones volando por todas partes. Thomas se echó hacia atrás con una sonrisa
mientras sus manos exploraban sus muslos con voracidad.
—Me estás dejando sin ropa —le dijo, sus manos aún en sus caderas.
—Mala suerte. Tienes mucho dinero, así que puedes comprarte más.
Adrielle bajó a su pecho, lamiendo sus pezones duros. Sus manos
jalaron su correa para quitarle los pantalones. Thomas le sobó la nuca con
una mano mientras le agarraba el cabello con la otra.
Tuvo que contener un gemido cuando lo vio completamente desnudo.
Era una lástima que la ropa le impedía verlo así todo el tiempo. Pero tenía
que admitir que no le gustaba la idea de que nadie más lo viera. Tomó su
mano, lo llevó a la cama y lo hizo sentarse. Luego se quitó su propia ropa
lentamente. Se quitó el sostén con estilo, haciendo sus senos rebotar, y
Thomas gimió. Su pene se puso más duro cuando lo hizo, y Adrielle no pudo
evitar reírse. Le encantaba tener ese efecto en él.
Se quitó la tanga y se metió en la cama. Ella se inclinó sobre él,
metiéndoselo en la boca. El efecto fue instantáneo, y Thomas gimió mientras
ella chupaba. Lo sintió endurecerse más en su boca. Tenía una mano en su
nuca, y otra sobándole las nalgas. Las apretó brevemente antes de deslizar su
mano entre sus piernas.
Lo chupó duro, y él encontró su clítoris. Ya estaba hinchado, y un solo
toque fue suficiente para que ella jadeara y se estremeciera toda. Adrielle
comenzó a acariciarlo con la mano, dándose el espacio para gemir mientras le
tocaba el clítoris con su pulgar. Thomas apretó su nuca. Su cabeza cayó hacia
atrás, soltó un gemido ronco y comenzó a mover sus caderas.
—Adrielle —dijo entre gemidos—. Oh, Adrielle...
Ella sabía exactamente lo que quería decir sin él tener que decirlo.
Comenzó a chuparlo de nuevo mientras la tocaba. Todo estaba apretado, y
cada vez se encontraba más cerca del clímax. Sentía un calor agradable en
todo su núcleo.
—Necesito estar dentro de ti —susurró Thomas—. Por favor.
Adrielle quería que Thomas acabara en su boca, pero su súplica la hizo
reconsiderar. Lo montó a horcajadas, gimiendo mientras él se concentraba en
sus senos. Aun sosteniéndolo con fuerza con una mano, se deslizó lentamente
sobre su pene. Thomas agarró sus muslos, levantándola un poco para poder
moverse, pero ella se deslizó sobre él con fuerza, tomando el control.
El rey se estremeció. Su cabeza cayó hacia atrás y soltó otro gran
gemido. Adrielle enterró su cara en su cuello, besando y chupando mientras
lo montaba, jadeando por el esfuerzo. Se sentía a punto de acabar, así que se
mordió el labio, determinada a no hacerlo antes que él esta vez. Thomas se
movió con ella, pero se veía contento de no estar en control esta vez.
Sus ojos se encontraron mientras se movían, ambos jadeando y
gimiendo. Thomas tomó uno de sus senos y chupó su pezón. No pudo
contenerse y volvió a recostarse en su cuello. Sus dientes rasparon su
clavícula y luego presionaron la coyuntura entre su hombro y cuello.
Él se volvió a estremecer debajo de ella. Con un gran gemido, lo sintió
acabar. Eso la hizo perder el control, y todo su cuerpo se estremeció cuando
el orgasmo poderoso la alcanzó. Su espalda se arqueó y echó su cabeza hacia
atrás, gimiendo de placer. Todo se puso negro y se desplomó sobre su cuerpo.
Ambos cayeron sobre la cama, jadeando.
Cuando pudo volver a respirar, Adrielle besó su mandíbula y se le
quitó de encima. Thomas la abrazó con fuerza. Con una sonrisa, le apartó el
cabello de la cara.
—Hay algo que quiero preguntarte —dijo ella, disfrutando de su
calidez.
Thomas asintió con la cabeza para demostrar que la estaba escuchando.
—Me preguntaba si podemos tener más hijos ahora que somos
humanos.
—Sí.
—¿Y quieres más hijos?
Thomas sonrió y le dijo: —Sí. ¿Y tú?
—Sí —dijo Adrielle, asintiendo con la cabeza—. Quiero que Clarissa
tenga una hermanita y un hermanito.
Luego lo besó y le dijo: —Te amo, Thomas. Te amo mucho.
—Yo también te amo. Y ansío pasar el resto de mi vida contigo.

*****

FIN
¡Gracias por leer! Espero que te hayas divertido tanto leyendo este libro
como tuve que escribir el libro. Por favor, considere dejar una reseña en
Amazon. ¡Significa mucho saber de ti!

T.S. Ryder

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