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�Qu� resuena, nos asombra o nos da sombra hoy precisamente mediante su altura?
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Vicente Verd�
27 JUL 2018 - 20:12 CEST
Los niveles del horizonte han estabilizado una misma elevaci�n sobre la que reposa
nuestro actual caudal de creatividad, nuestro fast and furious mental o nuestro
�ndice de velocidad e intercambio.
Atravesamos por una �poca en que lo urgente y cuantioso priva sobre la mejor
calidad y sobre su posible textura, hoy impotente o revoltosa.
Desde hace medio siglo, por lo menos, este latifundio mundial en el pensamiento y
el arte, en los cr�menes y en la ambici�n, han cambiado el technicolor de la
parcela admirable en una mon�tona y gigantesca plantaci�n.
Ya pues toda esa �poca y su mundo orondo han perdido su cara particular para
uncirse a una misma carreta cuya visi�n obstaculiza su deseable horizonte. Poco a
Poco la sociedad ha perdido as� la imagen de sus hitos m�s ejemplares para
plasmarse en una postal cuya visi�n emborrona a�n m�s la indiferencia de alturas.
Todos los elementos sagrados de ayer yacen moribundos y tambi�n medio difuntos los
enso�ados confites por los que se llamaba a combatir. Venir. En el interregno no
hay reyes. Hay bufos, pederastas o impostores con sus figura de yeso.
�A d�nde asirse pues para no atontarse m�s? �De qu� fe valerse para no resbalar? La
respuesta se halla en las mismas generaciones que antes dejaron la huella de sus
talones sobre los lodos del solar. Antes era la queja de la soledad en medio de
nuestra sociedad orteguiana. Despu�s fue La muchedumbre solitaria de David Riesman,
Nathan Glazer y Reuel Denney en 1950, cuando la masa se hab�a apelmazado ya. Ahora,
la muchedumbre embarazada. Su interior se ha convertido en vecindario y su
personalidad es la marca blanca de encarar el desayuno.