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Los Iberos
Numerosos estudios revelan, hacia el I Milenio AdC, un fuerte poblamiento ibero en las
faldas de la Cresta del Gallo, esto es, el conjunto de las faldas de la cadena montañosa
que transcurre desde Los Garres hasta La Alberca, un espacio del que los arqueólogos
han rescatando numerosos artefactos arqueológicos. Se sabe que en sus inmediaciones
hubo un enclave, un pequeño poblado ibero; un poblado que podía tener todos los
elementos necesarios para su existencia: desde un abundante abastecimiento de aguas
surgidas de manantiales próximos hasta una zona de enterramientos funerarios pasando
por hitos para el culto religioso. Así, muy cerca de donde ahora se encuentra el
Santuario de la Fuensanta, existe constancia arqueológica de un pequeño templo
dedicado a una diosa local. En sus cercanías se localizaron figuritas humanas (exvotos)
de metal, que eran como ofrendas para pedir salud, agradecer alguna curación o algún
motivo de gracia.
Hacia finales de la República Romana (Siglo I AdC) -mientras César derrotaba a los
hijos de Pompeyo en Munda, cerca de Córdoba- el territorio murciano se encontraba en
proceso de latinización. Algunos restos arqueológicos hallados en las inmediaciones de
Alcantarilla y Monteagudo indican que el llano que se extendía hasta el río Thader,
como denominaban los romanos al Segura, pudo estar fuertemente roturado y cultivado
para atender a las necesidades alimentarias de las gentes de las montañas; con lo que
pequeñas granjas o villas (villae) pudieron salpicar nuestra llanura.
La provincia formada por los árabes 'la kura de Tudmir' fue el primitivo reino de
Murcia. Kura significa en árabe "provincia" o "territorio", y Tudmir era la
denominación que los árabes le dieron a Teodomiro. Como fue el que pactó y fue
reconocido como señor del territorio, durante los primeros años de dominación
musulmana, por accidente lingüístico, así denominaron al territorio y a su capital
Orihuela -antes Auriola-.
Hacia el 800, durante el reinado del emir al-Hakam, los enfrentamientos en la provincia
entre las diferentes facciones musulmanas asentadas desde la invasión del 711 llegaron
a su punto álgido. Ese clima de violencia, unido al terrible caos social producido por la
invasión y la progresiva desaparición de la aristocracia hispanogoda, con la consiguiente
vaivén de los cristianos hispanogodos estalló en un enfrentamiento en toda la región de
Tudmir. En torno al año 825 de la era cristiana, año 210 del calendario musulmán, la
situación se hizo insostenible. Un día, según dice una leyenda, un campesino de la
facción mudarí estaba tomando agua del río Sangonera y para tapar su cántaro arrancó
una hoja de parra de los viñedos de un yemení que había cerca. No apreciando el último
su idea, se enzarzaron en una pelea que acabó en tragedia. De esta anecdótica manera
narran los historiadores árabes el inicio de una pequeña guerra local extendida al resto
de la kuraLa respuesta de Córdoba no se hizo esperar y con un ejercito pacificó la zona.
Luego, para evitar nuevos enfrentamientos, el emir Abd al-Rahman II ordenó la
destrucción del que era, al parecer, foco de las querellas: la ciudad de Eio; a la vez
decretó al gobernador Abd al-Malik b. Labib la fundación de un emplazamiento que
sirviera para controlar desde un punto central la vega media del Segura, lugar de los
enfrentamientos, y, por extensión, toda la kura: nacía, de ese modo, Murcia.
Dada esa historia, algunos historiadores creen que en el actual partido de Algezares se
ubicaba la ciudad de Eio habiendo otra corriente de opinión que propugna otras
localizaciones mucho más alejadas de Murcia, concretamente en las cercanías de Hellín.
Con todo, Murcia fue fundada con el objeto de pacificar la zona. Se fundó un
campamento militar de gran envergadura, de nombre inicial;Misr al-Tudmir(el
campamento de Tudmir, en referencia a la provincia) el 25 de Junio del 825
restableciendo el orden en la zona a costa de una matanza de sediciosos.
Pero el yugo almorávide duró poco. En el 1147, el gobernador de Valencia Abd Allah
Muhammad b. Saad b. Mardanish expulsó a los almorávides aprovechando una revuelta
e inició el periodo más brillante de la historia de Murcia. El conocido como rey lobo
acabó siendo casi el señor de todo al-Andalus; pactó con los cristianos del Norte e
incluso firmó tratados comerciales con las repúblicas italianas. Probablemente fue el
responsable de las murallas que ahora afloran por la ciudad y de numerosas
fortificaciones que rodean la huerta como las del Puerto de la Cadena y el conjunto
fortificado de Monteagudo (Castillejo, Larache y el propio castillo). Tal fue el poderío
que alcanzó que Murcia se convirtió en la capital de al-Andalus integrando una gran
cantidad de población. Algunas estimaciones indican que, entonces, la ciudad era tan
populosa (28.000 habitantes) que desbordó su perímetro y absorbió a un pequeño
caserío al otro lado del río siendo, por ello, el antecedente del barrio del Carmen, su
nombre: al-Harilla. Fue tal el recuerdo de este rey que un siglo más tarde un Papa le
recordó como "el rey Lope, de gloriosa memoria".
De la misma manera que Murcia dio importantes reyes, también generó ilustres
personajes como Muhammad b. Arabí, el más prestigioso murciano de la Edad Media.
Nació en torno al 1165 y desde 1200 ya ejercía su actividad teológica, filosófica y
poética lejos de Murcia. Murió en Damasco en 1240, donde está enterrado y se le
considera en la actualidad como uno de los pensadores más influyentes del Islam.
Puede decirse, en verdad, que la historia de Murcia empieza en esta época si se plantea
desde una óptica antropológica. Pese al vasallaje del 1243, los mudéjares -los habitantes
moros en territorio castellano- se sublevaron contra Alfonso X en 1264. Tal fue la
magnitud de la revuelta que este rey debió pedir auxilio a su suegro Jaime I de Aragón,
que entró en Murcia en 1266 donde ahora se encuentra la placa que conmemora tal
suceso en Sta. Eulalia.
El hecho de que casi todos los musulmanes emigraran cuestiona el legado musulmán
que siempre se ha defendido; en verdad, la presencia de los cristianos en Murcia supuso
el abandono del refinamiento de aquellos: abandono de las alcantarillas, degradación de
las viviendas, desuso de tierras de cultivo y, casi, el abandono del importante sistema de
regadíos. Puede, por lo tanto, calificarse como una ruptura total con el pasado.
La propia idiosincrasia del reino, fronterizo, hacía que hubiese continuas correrías de los
granadinos apostados en Vera y Huercal-Overa, ocasionando una gran cantidad de
cautivos murcianos, que eran continuamente intercambiados por cautivos granadinos.
Esto llegó a convertirse en un lucrativo negocio para ciertos intermediarios. De los
mercaderes más comunes que se apostaron en el reino y concretamente en la ciudad de
Murcia, fueron los genoveses los que tan buen trato tuvieron con los castellanos; su
presencia avivó la economía de Murcia durante el siglo XV. De ésta, de la economía de
Murcia en la Baja Edad Media, se sabe que la seda cobró gran importancia y fue causa,
junto con otros productos, de esa presencia italiana en la ciudad. Se cree que como el
barrio de los artesanos, los mercaderes estaban agrupados en un lugar concreto de la
ciudad. Y es que la agrupación de oficios había respetado la tradicional organización
musulmana a fin de concentrar la industria contaminante en la periferia oeste de la
ciudad (barrios de San Andrés y San Antolín), de modo que con el paso del tiempo
algunas calles tomaron el nombre de los oficios.
Edad Moderna
Antes de que saliera el sol en el Imperio, los Reyes Católicos pusieron las bases de la
historia de los reinos de la Península Ibérica para los siguientes siglos. Su reinado fue
muy representativo para Murcia. Puede decirse que con ellos acabó la Edad Media para
empezar otra etapa histórica que los historiadores han denominado Edad Moderna; la
brillante época del Imperio Español.
La Murcia Imperial
La Murcia del Imperio heredó aspectos del pasado medieval como la influencia de las
grandes familias en la política local y la problemática del agua como generador de las
relaciones sociales de dependencia entre los diferentes estamentos de la sociedad. La
rebelión comunera de 1520-1521 fue uno de los ejemplos en el que las familias patricias
de Murcia se hallaban enfrentaban entre ellas, hecho cotidiano durante todo el siglo XVI
y XVII.
Por aquel entonces, un viajero francés, Jouvain, llegaba a escribir de Murcia en el siglo
XVII: "Murcia es el mejor país de España por la cantidad de frutas y de vinos que
abundan de tal modo que con justicia es llamado ese pequeño reino el jardín de España
(...) aquella [en referencia a Murcia capital]en que está el ayuntamiento es grande, tiene
la vista sobre el río, lo que hace que por la noche sirva de paseo y de punto de reunión
de los burgueses de la ciudad, y en otra próxima está la iglesia episcopal adornada con
una torre".Este crecimiento se manifestó en obras públicas de la época: el empedrado
de algunas calles en la centuria del 500, el encauzamiento del río a su paso por la Puerta
de Orihuela -localizada en la intersección de la calle Mariano Vergara y Obispo Frutos-
y la Condomina; encauzamiento que consistió en un recorte del meandro en 1648 a
causa de los problemas que originaban las repetidas inundaciones.
A la vez, mientras la ciudad y su huerta crecían en ocasiones surgieron pequeñas crisis
que ralentizaban el desarrollo del reino habiendo, durante el siglo XVI, dos focos de
peste (1524 y 1558-1559) que, incluso, obligaron al Concejo a evacuar la ciudad. Estas
puntuales catástrofes han quedado fielmente reflejadas en las Actas Capitulares del
Ayuntamiento de la ciudad a la vez que en los libros parroquiales que surgieron por esta
época. La aparición de los libros de parroquia surgió por decisión del célebre Concilio
de Trento en el que -además de condenar la reforma de Lutero y emprender el camino
de la Contrarreforma- se acordó hacer registros en toda la Cristiandad de todas aquellas
personas que pasaran por los principales sacramentos de la Iglesia: bautismo y
defunción fundamentalmente. De ahí que se conozca la población de la ciudad de
Murcia en, por ejemplo, 1586 que fue de 13.500 habitantes (censados 2.996 vecinos,
siendo un vecino aquél cabeza de familia que moraba y pagaba sus impuestos en la
ciudad). Gracias a estas fuentes de información, los historiadores ha logrado revelar que
por entonces había una mortalidad infantil muy elevada. Se sabe, también, que existía el
divorcio y que, pese a no estar muy bien visto, era empleado por algunos matrimonios
malavenidos, mientras la Inquisición vigilaba este tipo de actuaciones desde su palacio
ubicado en el actual Colegio de Arquitectos de Murcia.
Por aquel entonces, surgió otra de las fuentes de información de la época cuyos datos se
refieren a importantes sucesos del pasado y ese presente de Murcia: los Discursos
Históricos de la Real y Muy Leal Ciudad de Murcia, texto del Licenciado Francisco de
Cascales publicado en 1621 y que recogía la historia del reino de Murcia.
La crisis del siglo XVII
Durante el siglo XVII el sol se fue poniendo. El reino de Murcia sufrió un periodo de
crisis generalizada que llegó hasta el 1680. Fueron unos años muy duros; sobre todo los
comprendidos entre los años 1647 y 1653 que resultaron catastróficos en todos los
sentidos. El inicio remoto de la crisis de la época puede datarse de 1614 cuando
reinando Felipe III se expulsó a los moriscos. Se sabe que habían censados en el Valle
de Ricote unos 13.500 moriscos. Aunque en la actualidad se sabe que no se fueron
todos, lo cierto es que esta expulsión incidió en la agricultura pues había sido coto de
trabajo de los moriscos; igualmente la seda fue una de las actividades afectadas y
durante todo el siglo entró en una dinámica de baja producción a causa de la deficitaria
mano de obra. Ello no fue óbice para que se edificara el Contraste de la Seda,
emblemática construcción situada en la plaza de Santa Catalina hasta los años treinta.
Los censos que se conservan de la época se refieren a 23.352 vecinos en Murcia (unos
93.500 habitantes). Hacia 1648 llegó a Murcia, pese a las medidas de seguridad
adoptadas para prevenirla, la peste de Valencia, una peste que obligó al Concejo a
abandonar la ciudad y fue causa una elevada mortandad en todas las ciudades afectadas.
Para colmo de males, en 1651 se produjo la riada de San Calixto, que asoló toda la
ciudad con virulencia solo comparada a la de Santa Teresa de 1879. Sus efectos fueron
tan destructivos que acabó con los puentes de la ciudad y movió al Concejo a proyectar
un nuevo puente más resistente; también, ese año, una gran plaga de langosta asoló la
huerta y el campo de Murcia.
El Barroco Murciano
Puede decirse que el siglo XVII fue grave no solo para Murcia sino para el resto de
Europa. Muchos historiadores coinciden en señalar que en ese siglo hubo una alteración
climática significativa caracterizada por un descenso global de las temperaturas. Se ha
llegado a decir del siglo XVII que fue un periodo de crisis generalizada en todo el
planeta materializada en unos acontecimientos muy particulares: el agotamiento de las
minas peruanas, el derrocamiento de las dinastía Ming en China, la guerra de los treinta
años en Europa... etc.
La Guerra de Sucesión
Paradójicamente las fuentes escritas más directas como los libros de diezmos de la
Iglesia indican que el último tercio del siglo XVII fue de recuperación tanto para las
personas como para las cosechas. Sin embargo esta situación de superación de los males
no se correspondió con el panorama político ya que con el fin del siglo se producía el
fin de la dinastía de los Austrias. En efecto, con la muerte de Carlos II dos pretendientes
trataron de recoger su herencia: Felipe de Anjou y Carlos de Habsburgo. Este conflicto
fue especialmente virulento en el reino de Murcia a causa de la enconada defensa que de
los derechos del primero realizó el obispo Luis Belluga Moncada. Éste fue instituido
obispo en 1705 y virrey en 1706 contribuyendo a organizar la provincia para la causa
borbónica. Pese a la conquista de Alicante y Cartagena por los partidarios del
pretendiente austriaco, Murcia resistió derrotando a un ejercito del archiduque Carlos en
la célebre batalla del Huerto de las Bombas (4 de septiembre de 1706). Tras la victoria
borbónica en Almansa, el rey Felipe V concedió a la ciudad de Murcia, en sincero
agradecimiento, junto con un león portador de una flor de lis y la leyenda
"priscasnovissime exaltat et amor", la séptima corona en el escudo de la ciudad que le
había sido tan leal. Las otras seis coronas fueron logradas a cargo de Alfonso X (cinco)
y el desdichado Pedro I (una).
El reformismo borbónico
Tras la guerra, la Murcia del siglo XVIII emprendió un camino de crecimiento basado
en la aplicación del reformismo borbónico. Esto pudo ser así porque la centuria del 700
correspondió a la era de la Ilustración. Y como tal, las elites gobernantes, promovidas
por los propios Borbones -Felipe V, Fernando VI y Carlos III- se hicieron eco de esta
concepción universal; su materialización en Murcia fue rápida: La reforma y
consolidación del Malecón; política de arbolado con la creación de alamedas,
organización de una red de alcantarillado -el primero desde época islámica quinientos
años antes, en 1243-; etc. En parte gracias a estas iniciativas, la ciudad aumentó de la
población lo que obligó al Concejo a permitir la ocupación de la otra ribera del río:
entonces se acabó el Puente de los Peligros (1742) y se proyectó, en 1758, la Plaza de
Camachos iniciándose las obras en esa fecha hasta 1766. Su primera función fue la de
servir como plaza de toros ya que la antigua, ubicada en la Plaza de las Agustinas, se
había quedado pequeña. De ahí que la citada plaza conserve la planta cuadrada pese a
que en un principio se idease elíptica.
El siglo XVIII fue una época de clara recuperación de todo el reino de Murcia pese a
existir alguna calamidad aislada. Las mentalidades habían variado adaptándose a las
nuevas concepciones ideológicas que en Europa iban a desembocar en la Revolución
Francesa. No obstante, en España las estructuras de la sociedad, fuertemente ligadas a
linajes y grupos de poder como la nobleza y el clero aún persistían en su ideal de
sociedad fuertemente verticalizada sin posibilidad de evolución social pese a los
esfuerzos reales de dinamizar el ascenso social para aquellos individuos merecedores de
tal distinción. Ejemplo de esta situación fueron las dificultades impuestas por la
Inquisición contra dos murcianos, Melchor de Macanaz y José Moñino en su celo por
frenar sus propuestas reformadoras. Otro ilustre murciano sometido al escrutinio de
aquella institución fue el médico Diego Mateo de Zapata, célebre tratadista que
compaginó fe y ciencia con el patronazgo de la iglesia de San Nicolás de Bari de la
ciudad.
Pero los siglos XVII y XVIII fueron, verdaderamente, los siglos del Barroco, del
Barroco murciano, del Barroco llevado de la mano de la Iglesia. Una excelencia artística
nacida de la apuesta Contrarreformista del Concilio de Trento. Así, en Murcia, los
excedentes procedentes de las rentas de los territorios de la Iglesia -como los producidos
por las fundaciones de Belluga, esto es, las desecaciones y repoblaciones de la
desembocadura del Segura- permitió la reconstrucción de las viejas iglesias góticas y su
transformación en iglesias barrocas, la fabricación de la magnífica fachada de la
Catedral o, por un complejo efecto rebote socioeconómico, la realización de las célebres
imágenes pasionales de Francisco Salzillo.
Siglo XIX
A finales del siglo XVIII se produjeron dos de los acontecimientos más trascendentales
de la historia de la humanidad: las revoluciones americana y francesa. A partir de esa
fecha la historia del planeta y, concretamente, de Europa quedarían íntimamente ligadas
a sus consecuencias ideológicas y sociales. Consecuencias que se tradujeron en una
toma de conciencia de amplios grupos humanos de las posibilidades que le ofrecían las
ideas liberales y su defensa.
El comienzo del siglo fue bastante malo para la Región en general. De hecho puede
considerarse al XIX como un siglo muy difícil para toda España. La rotura del pantano
de Puentes en Lorca (1802) fue el catastrófico prólogo a la Guerra de la Independencia
que se inició seis años después. Una guerra que se tradujo en tres fases significativas
para la Murcia: una inicial de éxito (1808), otra de invasión y saqueo (1809), y una final
de derrota y retirada francesas (1812). Esta guerra, además de propiciar el continuo
saqueo del campo y la huerta de Murcia conoció breves momentos de actividad bélica
en la propia ciudad tal como la batalla de la calle de San Nicolás en la que fue muerto su
defensor, el general Martín De la Carrera, por las tropas del mariscal Soult; otra de las
actividades más comunes en la contienda fue la partida de Jaime Alfonso "el Barbudo"
quien tras la guerra continuó su actividad hasta caer en manos de la justicia que lo
ejecutó despedazándolo en la plaza de Santo Domingo el 5 de julio de 1824.
Con el fin de la guerra en 1812, comenzó otro conflicto tan importante como el anterior:
la pugna entre liberales y absolutistas, partidarios del estado burgués y partidarios del
Antiguo Régimen. Esta pugna vino, además, acompañada de un periodo de progresiva
modernización, en ocasiones a cargo de las clases dirigentes, de los pueblos y gentes de
Europa, que en mayor o menor medida se tradujeron en una paulatina evolución de
aspectos cotidianos. El hecho es que hacia 1834, la ciudad había mejorado en ciertos
aspectos urbanísticos pese a arrastrar arcaísmos tales como pozos negros -fundamento
de las epidemias de cólera en aquel año-. Además, la burguesía comprendió la
necesidad de realzar la calidad de su marco vital y emprendió su mejora potenciando y
adaptando ciertos elementos que se hacían patentes en la ciudad moderna; de tal manera
dio su aparición el alumbrado, aunque al principio fue de aceite; se normalizó la figura
del sereno y los horarios nocturnos; se crearon los cuerpos de bomberos y guardia
municipal; se controló el abastecimiento de agua de calidad; se veló por la calidad del
pan servido a las clases populares como medidas de garantizar el orden y prevenir
motivos que condujeran al levantamiento social. Las desamortizaciones -Madoz,
Mendizábal- permitieron la aparición de plazas como la de Santa Isabel, donde antes
estaba ubicado el convento de las Isabelas. Puede decirse que la calidad de vida en
Murcia capital mejoró sensiblemente con referencia al siglo pasado; mejora que podía
verse reflejado en los gastos municipales de 1864 que ascendían a 1.249.944 pesetas.
La serie de cambios solo vino a reforzar más todavía el papel de la burguesía mientras
las antiguas familias (Saorín, Puxmarín, Riquelme, Zarandona, Fontes, Rocafull,
Molina, Zamora...) intentaron maniobrar para sobrevivir en un marasmo social en el que
la burguesía absorbía crecientemente sus antiguos linajes. Con el siglo XIX se
consolidaron nuevas familias de una burguesía anteriormente subsidiaria de la nobleza
local de los siglos XVII y XVIII en vías de extinción. Este nuevo planteamiento de las
estructuras de poder en la ciudad y, por extensión, en la Región fue decisivo en la
reordenación territorial del reino de Murcia por Javier de Burgos en 1833 en el que los
limites territoriales de la Región de Murcia aparecían definidos tal y como hoy se
aprecia en Murcia y Albacete quedando algunos solares nobiliarios fuera de la nueva
entidad administrativa murciana.
La continuidad de conflictos en toda la Península durante el siglo cristalizó a partir de
1833 y 1834 en la I Guerra Carlista y durante los siguientes treinta años en una sucesión
de pronunciamientos militares de diversa tendencia. Este estado de cosas incidió
duramente en la población civil que, junto a los obstáculos de índole social antes
descritos, agravó la distancia de España con el eventual despegue europeo, de ahí el
secular atraso español. De ahí, también, que ciertos segmentos sociales acomodados y
conscientes de la necesidad de este progreso social se batieran en las filas del
liberalismo y el republicanismo con la esperanza que una radical transformación de las
estructuras de poder influyera en el Estado. Por ejemplo, la ciudad intentó combatir los
habituales males seculares tales como la baja escolaridad (en 1846, el analfabetismo era
del 87%) creando una universidad en 1840 donde se impartía matemáticas, filosofía,
latín, botánica, y leyes entre otras; universidad que fue clausurada al año siguiente de su
nacimiento al suponerse amenaza o centro irradiador de programas políticos liberales.
La I República y el Cantón
En 1868 estalló la revolución, la Gloriosa, que acabó con el reinado de Isabel II. Tras el
breve reinado de Amadeo de Saboya y su huida por Cartagena, se proclamó la I
República. Tal fue el furor democrático que en 1869 se instituyó el sufragio universal en
toda España. Sin embargo la República nació con grandes problemas internos, uno de
ellos tuvo su raíz en la región de Murcia: el cantonalismo, uno de cuyos exponentes fue
el murciano -de Torreagüera- Antonio Galvez Arce "Antonete Galvez". Éste desde
septiembre de 1869 comenzó su actividad. La escasa importancia de Murcia en esta
etapa histórica tiene su explicación a causa de la creciente industrialización de
Cartagena, entonces auténtico foco histórico de la Región. Cartagena y su término
sostuvieron un importante desarrollo desde el siglo XVIII a consecuencia del auge de la
minería; auge que se prolongó hasta el siglo XIX en que la ciudad portuaria comenzó a
englobar pequeñas industrias de transformación o manufactura del material minero. Ello
repercutió en su estructura humana vinculada cada vez más a esta industria floreciendo
una importante masa obrera que se hizo eco, precoz, de ideas renovadoras. El decisivo
protagonismo del incipiente proletariado cartagenero hizo desplazar el epicentro de los
acontecimientos de la Región allá. De hecho, no fue hasta 1873 cuando se acabó con el
Cantón de Cartagena, el más radical y duradero de cuantos se proclamaron en la
Península Ibérica.
Siglo XX
EL SIGLO XX EN MURCIA.
La Restauración
El pronunciamiento del General Pavía en 1876 acabó con la I República ya que con su
movimiento se restauraba la monarquía en la figura del hijo de Isabel II, Alfonso XII.
Con esta restauración se inició un periodo de paz y crecimiento sacudido por crisis
intermitentes de profundo calado social y político.
El final del siglo XIX significó un giro importante en el sistema de relaciones sociales.
Se consolidó la mentalidad burguesa en la que su hábitat natural, la ciudad, superaba
bagajes arcaizantes para ser marco de un estilo de vida del tipo semi-industrial:
aparecieron casinos, ateneos, teatros. La ciudad progresó técnicamente al recibir un
impulso el pequeño comerciante, los abastos modernos. Surgieron nuevos espacios
dedicados al recreo que generaron en cafés-tertulias. De éstos los más conocidos fueron
el de la Puerta del Sol y el Oriental, ambos en el Arenal (Glorieta y Plaza de Martínez
Tornel); hicieron su aparición, además, las primeras tascas y tabernas -tradición que se
ha perpetuado hasta hoy- en la calle de la Merced y zona de Sta. Eulalia. Elementos
todos ellos que empezarían a ser recogidos por las máquinas fotográficas de finales de
siglo.
Por su parte, la Murcia que conoció los primeros años del siglo XX curiosamente se
acerca en ciertos aspectos a las características de la prosperidad del liberalismo propias
de nuestra época: clases medias que se enfocaban hacia el funcionariado y trabajos de
"cuello blanco", mientras una importante masa obrera se hallaba dedicada al comercio,
industria y al campo y se ubicaba en los barrios de la ciudad: San Antolín, San Juan y El
Carmen. Un renqueante atraso social, apreciable, por ejemplo, en materia educativa en
cuanto al número de escuelas en la ciudad, once, fue combatido desde el propio Estado,
que, sin embargo, se hallaba lastrado por un sistema insuficientemente democrático hoy
intitulado como "Sistema Canovista" -de Cánovas del Castillo, artífice de la
Restauración-. Y aunque desde 1890 se instituyó el sufragio universal, el problema
residía en que pese al progreso social y económico alfonsino ciertos caciques locales se
resistían a ceder el control de aspectos de la vida cotidiana. Situación sumamente
explosiva contra la que intentaron luchar o apaciguar murcianos de la talla de Martínez
Tornel, Vicente Medina, Díaz Cassou, etc. desde las columnas de los periódicos "El
Liberal", "La Verdad", "El Diario de Murcia", etc.
Acabada la guerra en 1939 y mientras el mundo vivía los convulsos años de la guerra y
la posguerra, los sucesivos gobiernos franquista pusieron en marcha numerosas medidas
de índole social y económico destinada a acrecentar y consolidar a una clase media que
previnieran nuevos vaivenes revolucionarios -sindicalismo vertical, industrialización,
mejora del nivel de vida de un alto porcentaje de la población, educación universal, etc.-
.
Tanto los años veinte como las siguientes décadas vieron unos cambios en el paisaje
murciano. La consolidación de la burguesía se materializó, como venía haciéndose, en
una mejora de la calidad de las viviendas, de los servicios, del comercio menor, etc.
Esta indiscutible mejora se hizo patente cuando se observan las edificaciones de la
época: el inmortal Puente de Hierro (1901), el Hotel Victoria, el vistoso edificio de la
Plaza de Belluga, el palacete Díaz Cassou de la calle Santa Teresa, el edificio Celdrán
de la Plaza de Santo Domingo, etc. Pero, además, este desarrollo afectó a la
configuración de la ciudad vieja a causa de la progresiva desaparición de palacetes y
edificios emblemáticos -Palacio Riquelme, Contraste de la Seda, etc.- que fueron
sustituidos por otras edificaciones. A esto se debe añadir las violentas destrucciones por
elementos exaltados en el fragor de la Guerra Civil: así fue destruida la iglesia de San
Antolín; el claustro de los Hermanos Maristas, actual Facultad de Derecho, reducido a
cenizas, etc. La postguerra contempló la reparación y reacondicionamiento de estos
establecimientos mientras reorientaba la función de algunos; así el Palacio Almodóvar
dejó de ser Gobierno Civil para trasladarse a la avenida Teniente Flomesta; la
Universidad, de escasos veinte años, fue trasladada del Barrio del Carmen a su actual
emplazamiento en el Campus de la Merced, etc. El periodo de desarrollismo implicó un
crecimiento de la ciudad que se planteó en los primeros planes de ordenación urbana -
Cesar Cort, años veinte; plan Blein, modificación del anterior, de 1945-. En todos ellos
se veló por la necesidad de descongestionar el centro de la ciudad ante la presencia cada
vez mayor del automóvil y la necesidad de comunicar a los sectores de la sociedad. De
ahí la idea de abrir nuevas vías de comunicación en el centro de la ciudad tales como la
calle de Correos, la avenida Alfonso X el Sabio y la Gran Vía.
La Murcia actual, la Murcia del siglo XXI es heredera de todo este pasado acontecer.
Las calles, los monumentos, los edificios, el río... todos son parte indeleble de la ciudad
de Murcia. Y aunque el paso del tiempo no ha perdonado la ciudad conserva en el
corazón de sus habitantes el mejor testimonio de su historia. En pleno siglo XXI la
ciudad de Murcia, séptima de España en volumen poblacional, continúa cultivando su
historia y sus tradiciones ya no sólo en fechas significativas como la Semana Santa; el
Corpus o cuando celebramos la romería a la Fuensanta, día a día Murcia se abre y está
abierta a quien quiere conocernos.