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I. El sueño y su interpretación.
Para el psicoanálisis, los sueños constituyen una de las fuentes más nutridas de material
que un paciente puede ofrecer a lo largo de las sesiones. Y es que prácticamente desde
los orígenes de la disciplina analítica, los sueños no resultaron indiferentes a Freud, el
cual vio en ellos una forma novedosa de acceder a lo más recóndito de nuestro
inconciente. En este sentido, Freud recoge una tradición casi tan antigua como la
humanidad misma, incorporándole un método que permite la interpretación. Así
concebidos, los sueños resultan una pieza fundamental del psiquismo humano, al
exhibir sus más oscuros miedos y deseos, con la gracia y riqueza del mejor de los
artistas plásticos. Por medio de los sueños es posible develar aquello que reside en el
inconciente, y de este modo, alcanzar el sentido de algunos elementos desconocidos de
la vida anímica para los pacientes.
En su capital publicación “La interpretación de los sueños” (1900), Freud no sólo sienta
las bases de la interpretación como futuro recurso técnico, sino que también da cuenta
de los fenómenos propiamente inconcientes a partir del modelo que el sueño otorga. En
el sueño, al igual que en cualquier otra formación de compromiso, tienen lugar una serie
de fenómenos y procesos que ocurren en los estratos más profundos del aparato
psíquico, y que son el sello de una lógica hasta ese momento desconocida para la
ciencia. El sueño como formación de compromiso, es expresión de un conflicto entre
fuerzas psíquicas antagónicas, distinguiéndose entre ellas las que quieren irrumpir en la
conciencia, versus las que intentan mantener a aquellas relegadas.
En un sentido amplio, Freud sostenía que el sueño venía a dar cumplimiento a un deseo
inconciente. Sin ambargo, dicha fórmula sólo se aplicaba a la gran mayoría de los casos,
existiendo sueños que perseguían otros fines. Añadiendo a este análisis los conceptos de
la segunda tópica freudiana, incluso se podría aventurar una clasificación
metapsicológica estructural del sueño, en la cual encontraríamos, básicamente, cuatro
tipos de sueños. Tales serían, el sueño de cumplimiento de deseo (acepción más clásica
desarrollada por Freud) que tiene por origen las mociones pulsionales del ello; el sueño
de angustia, que se genera a partir del padecimiento del yo; el sueño de castigo o
punitorio, que obedece a la sanción moral del superyó; y por último, el sueño
traumático, provocado por un acontecimiento que ha sobrepasado las capacidades de
tramitación del aparato psíquico. Por promisoria que resulte esta empresa, debemos
posponerla para una próxima ocasión, ya que supera extensamente el alcance del
presente trabajo.
En la obra publicada por Freud en 1911, “El uso de la interpretación de los sueños en el
psicoanálisis”, él nos habla del uso adecuado de los sueños. El autor indica que la
interpretación de sueños está al servicio del análisis, y no al revés, lo cual implica evitar
la utilización de este tipo de material a favor de las resistencias dentro del mismo. Freud
nos alienta a conformarnos en algunas oportunidades con los resultados parciales, vale
decir, con lo que se logre dentro de esa sesión. Lo verdaderamente importante, la
moción de deseo, va a reaparecer hasta que logre hacerse consciente en el paciente, por
lo que no debiéramos impacientarnos si esto no se consigue en el primer intento. Si por
el contrario, nos obsesionamos con descifrar un sueño específico, y destinamos a su
interpretación más tiempo que el de la sesión en el que es relatado, estaríamos
colaborando en hacer del análisis de tal material un foco de resistencias al desviar la
atención dentro del proceso.
Un segundo eje del presente ensayo tiene que ver con una de las tres instancias
fundamentales de la formación analítica, la supervisión. Pese a que Freud no fue todo lo
explícito como, por ejemplo, en relación al análisis didáctico, de todos modos es posible
extraer de algunos de sus trabajos técnicos ciertas pistas que nos permiten inferir a
posteriori la importancia que podría tener una actividad como la supervisión
psicoanalítica.
En la otra publicación, Freud (1912) insta a los médicos interesados en formarse como
analistas, a hacer de su propio inconciente un instrumento del análisis, para lo cual
resulta ser un requisito previo el trabajo de “purificación psicoanalítica”. Lo anterior se
lleva a cabo con el propósito de evitar que los propios conflictos y asuntos inconcientes
del terapeuta interfieran en el tratamiento de sus pacientes, y junto con ello, para que en
base a su experiencia sea más fácil poder aprehender los elementos inconcientes del
material de aquellos. Además se agrega otro dato, del cual se podría desprender el uso
de la supervisión, como es la noción de Stekel de “punto ciego” de la percepción del
analista.
Continuando con el tema de la formación del analista, aunque desde una perspectiva
distinta, se puede indicar que en un primer momento Freud se inclinaba a pensar que lo
que daba el pase como analista era la interpretación de los propios sueños; sin embargo,
posteriormente desiste de esta concepción, al reconocer que dicha preparación no es
suficiente en la gran mayoría de los casos. A partir de dicha rectificación, se desarrollan
y consolidan las actuales instancias de formación.
A continuación expondré el caso de una paciente de hace algunos años (que denominaré
Berta), la cual ofreció a través de un sueño, un material que había permanecido oculto a
mi intelección y que expresó en su momento el término del tratamiento, el que sólo se
hizo evidente a la luz de la supervisión.
Se trataba de una paciente, de unos 43 años, con la que venía trabajando hacía unos
pocos meses, y que había llegado a consultar por algunos síntomas sexuales como
frigidez y algún grado de anorgasmia, que le impedían llevar una vida sexual
satisfactoria con su actual pareja. Refería además, que a juicio de ella, dicha
sintomatología tenía que ver con dos episodios de abuso sexual sufridos en su niñez
temprana, en contextos diversos. Posteriormente, con el paso de las sesiones, fue
quedando en evidencia la absoluta claridad del recuerdo de uno de los eventos, la que
contrastaba de manera notoria con el restante suceso, sobre el cual reposaba un halo de
misterio. Pese a ciertas mejorías parciales y momentáneas, tras aproximarnos cada vez
de forma más decidida hacia el recuerdo del episodio difuso de abuso (que había sido
perpetrado por alguien muy cercano a la paciente, aún no identificado y que a mi me
sugería la figura del padre, quien había desarrollado una fuerte dependencia a la bebida
y se caracterizaba además por su trato violento, especialmente, con las mujeres de su
familia, entre otras cosas), la paciente tendió a empeorar y sus síntomas a reaparecer con
inusitada intensidad. Lo anterior, me alentaba a querer seguir con el trabajo analítico en
la dirección ya iniciada incluso con más fuerza, ya que a mi juicio, era señal de las
resistencias que antecedían a un fragmento considerable del recuerdo traumático.
Durante la última sesión con ella, y hacia el final de dicha sesión aparece el relato del
siguiente sueño, el cual para efectos de su exposición, alternaré con interpretaciones y
comentarios surgidos durante la supervisión del caso entre paréntesis.
El sueño de Berta.
“Tenía como cuatro años mi hija menor, la tenía en mis brazos y ella tenía como un
yogurt en la mano. Alguien nos estaba apuntando (por aquel entonces yo solía tomar
notas detalladas de todo lo que la paciente traía a las sesiones como material) a las
dos, y sabía que si disparaban mataban a mi hija, luego desperté. Antes hice todo un
recorrido con ella, alguien nos seguía, yo tenía que pasar por agua y por ríos (agua
elemento recurrente en sus sueños, padeció enuresis durante su niñez). Y lo otro es que
tenía un chivo (chivo expiatorio la hija, a quien posteriormente culparía por la
interrupción de su tratamiento. El término “chiva” además, es un chilenismo el cual
expresa el empleo de una mentira como excusa), un cordero (sacrificio de la hija al
padre) cuero y yo tenía que tirarlo dentro de un canal, de un río. El tener que botarlo
me angustiaba, pero como que tenía que hacerlo (se veía forzada) todo como escondido
(nuevamente alude a la situación traumática), como que si alguien me veía no era
bueno (lo oculto hasta ese momento de su intención de desertar al tratamiento, y
probablemente del suceso traumático). Bueno de ahí no recuerdo (el límite puesto por
el trauma), pero también el lugar donde tenía que hacerlo era una casa antigua donde
yo vivía de chica. Era un chivo que yo lo desenterraba, y que al tirarlo al río me sentía
como más segura, y el chivo no estaba completo era en dos partes (dos situaciones de
abuso?), estaba en dos partes (de la terapia?) que yo tenía que tirar al río. Así era más
seguro (su equilibrio psíquico peligraba por lo que habría desechado la posibilidad de
curarse a través de la terapia) de que no lo encontraran, pero no era un alivio, lo que
estaba haciendo yo sentía que era algo malo. Para sentirme más segura de que eso
estuviera en otro lugar. En esos momentos no estaba mi hija. Después recuerdo que yo
corría y ahí llevaba a mi hija en mis brazos, y recuerdo incluso el chaleco que llevaba
puesto, un chaleco que existió, pero de lo que estaba segura cien por ciento era de que
ella tenía cuatro años, y ella tenía un yogurt en la mano. Despertó asustada y justo su
hija también porque se había soltado algo del techo de su pieza, justo”.
Prosiguiendo con el análisis del presente material, es posible esbozar algunos nuevos
elementos tales como, las críticas reiteradas a la labor materna, en el yogurt (leche
agria); la madre que cambia-pierde-sacrifica a la hija; la casa vieja en la cual tienen
lugar los acontecimientos del sueño; la representación-palabra “como” que se repite de
manera llamativa como elemento sobredeterminado en su relato (y que apunta a la
relación más temprana con la madre, la oralidad).
Tras la sesión de supervisión grupal a la que sometí dicho material, se hizo muy patente
algo que quizá rondaba desde algún tiempo en las sesiones, pero que no era tramitado de
manera conciente por la paciente y que yo tampoco había logrado pesquisar. Ahora era
un hecho (psíquico), la paciente había decidido dejar el tratamiento y desistir de la cura,
debido a los temores altamente intensos que se apoderaban de ella al aproximarse al
suceso traumático no develado. Es así como se ausenta a la siguiente sesión, asistiendo
en su lugar, su actual pareja, el cual se deshizo en explicaciones antes de señalar que la
paciente no volvería. Ante esta situación, intenté persuadir -con éxito- a dicho
mensajero, de que le transmitiera a Berta la necesidad de reunirnos personalmente para
discutir acerca del curso del tratamiento. Finalmente la paciente concurrió a nuestro
encuentro fuera del horario habitual de las sesiones, y me comunicó esencialmente algo
muy similar a lo que dentro de la supervisión grupal habíamos logrado advertir.
Reconoció que se estaba sintiendo muy mal, lo cual le daba un poco miedo, pues dejaba
entrever que era capaz de intuir hacia donde se orientaba el proceso. Mencionó también
que debía estar en buenas condiciones para trabajar (era artesana y su período más
productivo dentro del año era justamente el que se avecinaba); y que había conseguido
un lugar para trabajar en el sur, donde residía su hija mayor a la cual quería a toda costa
acompañar. Yo me limité a mostrar las resistencias -exageradamente burdas para aquel
entonces- y a brindar mi opinión, en cuanto no era partidario de la interrupción del
tratamiento en ese punto. Le consulté por la posibilidad de una derivación, pero ella se
negó categóricamente, indicando que se trataba de una decisión ya tomada. Me
agradeció por mi trabajo y esbozó la idea que en un futuro quisiera retomar el proceso
conmigo.
IV. Discusión.
Dentro de los elementos que podemos destacar del sueño en este punto, encontramos
por ejemplo el valor comunicativo del sueño, el cual se amplía a través de la
supervisión. Vinculado a lo anterior podemos traer a colación la idea de comunicación
de incociente a inconciente propuesta por Freud en relación a la contratransferencia, la
cual estaría a la base de lo acontecido en las supervisiones. En las supervisiones
grupales tendría lugar un fenómeno análogo al de la asociación libre del paciente, ahora
al interior del grupo de supervisión, el cual estira el material dentro de sus propios
límites, favoreciendo con ello una comprensión más rica de la situación y de lo que
presenta el paciente.
La supervisión ofrece el espacio propicio para el despliegue de las fantasías y del uso de
la intuición, estando estas atravesadas por las teorías psicoanalíticas, y en un marco de
confianza y colaboración mutua.
En el caso del presente sueño, este marca un hito dentro de la terapia, el término del
proceso. Aquello que el paciente no puede o no sabe cómo decir (su pareja habla por
ella, el sueño habla por ella, el trauma habla por ella). En ese sentido resulta posible,
afirmar el rol de indicador o de marcador del proceso, que cumple el sueño. No
obstante, de inmediato se puede observar una doble finalidad en dicho sueño, puesto
que al mismo tiempo actúa como una forma de no pronunciarse sobre lo que está
pasando en la actualidad de la sesión. Es decir, opera como un mecanismo para desviar
la atención. Junto con ello, se advertían con relativa facilidad, fuerte resistencias
expresadas en los pensamientos oníricos latentes en este caso, las cuales terminan
imponiéndose al precipitar el fin del proceso. En relación con estos y otros asuntos
afines, Freud en 1922 con su publicación “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los
celos, la paranoia y la homosexualidad”, declara lo siguiente:
“El sueño se diferencia del pensamiento de vigilia en que puede acoger contenidos (del
ámbito de lo reprimido) cuya presentación en el pensamiento de vigilia no se
autorizaría. Aparte de ello, es sólo una forma del pensar, una remodelación del material
de pensamiento preconciente por obra del trabajo del sueño y sus condiciones”. (p.223).
Aplicado al caso, lo anterior indicaría que en le sueño apareció una versión onírica en la
que se condensaba algo que tenía que ver con su trauma infantil, con su deseo de volver
a enterrar los recuerdos que este despertaba. Muchas cosas de las que en dicho material
aflorar, habrían estado presentes presumiblemente hace tiempo en la mente de Berta.