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UNA CAJA DE MARIPOSAS

Luces y sombras en el feminismo de Victoria Ocampo


Dos señoras misteriosas llegaron al hall en momentos en que me
despedía de una amiga: colocaron en mis manos un gran paquete,
murmuraron una musical pero ininteligible advertencia acerca de que
tenían que entregármelo en mano propia, y desaparecieron. Puse por
lo menos diez minutos en darme cuenta que se trataba de su regalo:
mariposas sudamericanas. Nada hubiese podido ser más
fantásticamente inadecuado (carta de Virginia Woolf a Victoria
Ocampo).

Introducción
Victoria Ocampo fue, sin lugar a dudas, una impulsora de la vida cultural argentina del
siglo XX. Promovió activamente la difusión de obras filosóficas y literarias: trajo al país
a autores reconocidos por su producción en esos campos, tradujo sus obras y las
difundió a través de la Revista Sur, publicando muchas de ellas bajo el sello de la
editorial homónima. Pero, además, se pronunció reiteradamente y a través de diversos
medios, en favor de la igualdad de derechos de las mujeres.
Sin embargo, aún hoy, su figura despierta controversias. Por este motivo, resulta
oportuno intentar responder algunos interrogantes a fin de tener un panorama más claro
sobre su obra, sobre el papel que desempeñó en la cultura argentina y en especial, sobre
su rol en el movimiento feminista.
¿Quién era Victoria Ocampo? ¿Quién fue esta mujer de quien otras mujeres, disímiles
por su origen, formación y posición ideológica, escribieron con respeto y admiración?1
¿Qué aristas de su personalidad la convirtieron en una figura controversial? ¿Qué
aspectos de su vida de privilegio la llevaron a sentir, sin embargo, una carencia que las
múltiples actividades que desarrolló a lo largo de su vida parecían no poder subsanar?
¿Qué representó Victoria Ocampo para el feminismo latinoamericano? ¿Qué límites
impuso su posición social a una visión más amplia, profunda y compleja de la situación
de las mujeres y, en especial, de las mujeres latinoamericanas? ¿Qué pudo y qué no
pudo ver en el contexto histórico-cultural en que vivió y desde su status social? ¿Por
qué es ignorada por algunas historiadoras del movimiento feminista?
En este ensayo procuraré responder a estas preguntas. Haré un breve recorrido por su
infancia y adolescencia porque entiendo que allí residen algunas claves de su trayectoria
posterior y de su posición ante la situación social de desventaja de las mujeres; hablaré
1
Algunas contemporáneas a ella, como María Rosa Oliver y Gabriela Mistral; otras, biógrafas actuales,
como Doris Meyer, María Esther Vázquez, Beatriz Sarlo, Magdalena Ruiz Guiñazú.
luego de su juventud, etapa en la que ocurren algunos hechos decisivos en su opción por
la defensa de los derechos civiles de las mujeres; y procuraré, como un objetivo central
de este ensayo, elucidar los aportes de Victoria Ocampo al movimiento feminista a
partir de su relación con tres personalidades significativas de su época – José Ortega y
Gasset, Virginia Woolf y Gabriela Mistral-, relación polémica y conflictiva en el primer
caso, marcada por una admiración lindante con la fascinación en el segundo, y signada
por la revisión de su lugar como mujer latinoamericana, en el último.
El título elegido para este ensayo intenta destacar el objeto caja de mariposas –regalo
exótico de Victoria Ocampo a Virginia Woolf- en su carácter metafórico, como
figura/enunciado que genera efectos de significación, y nos lleva a imaginar, compartir,
e incluso padecer por un instante, las vivencias de encierro de las mujeres de la época,
percibidas como seres frágiles, pasivos, casi inertes, apreciados por su belleza.

Quién era Victoria Ocampo

En 1890, año en que nació Victoria Ocampo, Argentina atravesaba una profunda crisis
política y económica agudizada por la corrupción y el fraude electoral, la privatización
de los servicios públicos, el incremento de la deuda externa y la especulación de grupos
vinculados al gobierno a costa de los fondos estatales. Esta crisis llegó a su punto
culminante con la declaración del presidente Juarez Celman sobre la imposibilidad de
pagar la deuda externa, lo que precipitó la rebelión conocida como Revolución del
Parque que, aunque fue derrotada, condujo a la renuncia del jefe de estado. La
oposición se organizó rápidamente y constituyó el primer partido político moderno, la
Unión Cívica, que más tarde se dividiría en dos partidos: la Unión Cívica Nacional,
conducida por Bartolomé Mitre, y la Unión Cívica Radical, liderada por Leandro N.
Alem.
Argentina contaba ese año, con cuatro millones de habitantes; de ellos, al menos un
millón eran extranjeros. Ese país inmenso, aún despoblado en vastas zonas del territorio,
con una inmigración creciente y mal integrada, que hacía muy poco tiempo había dejado
atrás las luchas internas y procuraba una organización jurídica y política, tenía a varios
antepasados de Victoria entre las figuras destacadas de su historia: Manuel José de
Ocampo –su tatarabuelo- fue principal magistrado de Buenos Aires en 1810 2 y uno de
los primeros en gobernar la nueva nación cuando, seis años después, se declaró la

2
Manuel José de Ocampo era uno de los “Señores del excelentísimo Cabildo y Justicia y Regimiento de
la ciudad de la Santísima Trinidad Puerto de Santa María de Buenos Aires”, firmantes de los bandos del
22, 23 y 25 de mayo de 1810. Se dice que apoyó económicamente la Revolución de Mayo.
independencia; era hijo de Sebastián José de Ocampo, gobernador de Cuzco hacia fines
del siglo XVIII. Manuel José de Ocampo y González –bisabuelo de Victoria- fue
candidato a presidente en 1886. Otras figuras destacadas de la historia argentina, como
Domingo Faustino Sarmiento y Vicente Fidel López, eran amigos de la familia y
visitantes frecuentes de la casona colonial de la calle Viamonte en la que nació Victoria.
No faltaron, en la historia familiar, los actos de violencia extrema: un tío abuelo de
Victoria, Enrique Ocampo, pretendiente despechado de Felicitas Guerrero, la asesinó
cuando la joven se negó a casarse con él.
Por vía materna, Victoria Ocampo estaba ligada a Prilidiano Pueyrredón, reconocido
pintor, hijo de un hermano de la tatarabuela de Victoria, Juan Martín de Pueyrredón,
quien había sido comandante supremo del movimiento revolucionario independentista y
amigo de José de San Martín. También fue parte de la familia, José Hernández, primo
segundo de su bisabuela.
Hay, asimismo, en la genealogía de Victoria Ocampo, una ascendiente guaraní, aunque
tardíamente descubierta y reivindicada públicamente por ella: su madre, Ramona
Aguirre, era descendiente del conquistador español -y luego gobernador de las colonias
del Río de la Plata- Domingo Martínez de Irala y de su concubina guaraní, con quien el
colonizador concibió varios hijos e hijas que reconoció legalmente.
Los padres de Victoria, Manuel Ocampo y Ramona Aguirre -ambos pertenecientes a
familias influyentes y acaudaladas de la alta oligarquía argentina, de gran poder
económico y político-, se conocieron el 11 de setiembre de 1888, durante el sepelio de
Domingo Faustino Sarmiento. Se casaron en 1889 y tuvieron seis hijas: Victoria (1890),
Angélica (1891), Pancha (1894), Rosa (1896), Clara (1898) y Silvina (1903).

Niñez y adolescencia

Durante su infancia y adolescencia, Victoria Ocampo y sus hermanas gozaron de los


privilegios de la clase alta: crecieron en grandes casas –la mansión familiar en la ciudad
de Buenos Aires y la residencia de verano en San Isidro-, contaron con varios sirvientes
que las atendían y fueron educadas por institutrices extranjeras traídas expresamente
con ese fin. Aprendieron el francés y el inglés antes que el español y realizaron junto a
la familia, largos viajes a Europa que solían extenderse por uno o dos años.
No obstante estas prerrogativas, la crianza de los niños, y especialmente de las niñas, se
apoyaba en los cánones autoritarios de la época, en un ambiente de costumbres
victorianas rígidas, conservadoras y patriarcales. Victoria se rebelaba frecuentemente
frente a estas normas y prácticas que coartaban su libertad. A propósito de este tema, las
biógrafas destacan la buena relación de Victoria con su padre pero califican esta
relación como conflictiva, particularmente durante la adolescencia, debido a la
severidad del padre y al temperamento rebelde de la joven. Respecto a la madre, si bien
la describen como afectuosa, sociable y sensible a las artes -especialmente a la música-
la caracterizan como una mujer estricta e intransigente en sus ideas sobre el
comportamiento adecuado en las mujeres y, particularmente, en lo que se refiere a hacer
respetar a sus hijas los preceptos morales y religiosos en los que ella misma había sido
educada.
Las institutrices contribuían activamente a los esfuerzos paternos de inculcación de
estas normas y pautas de comportamiento. Victoria disponía de tres institutrices: una
francesa para la literatura, la historia, la religión y las matemáticas; una inglesa para el
aprendizaje de ese idioma; y una dinamarquesa para la enseñanza de música3. El
autoritarismo de las institutrices se ejercía con el aval paterno y con total impunidad
hasta avanzada la adolescencia. Victoria Ocampo recuerda así las enardecidas batallas
que libraba con Alexandrine Bonnemason, la institutriz francesa, frente a sus intentos
por disciplinarla:

“Este combate singular tuvo lugar entre mis ocho y mis diez años.
Cuando tuve veinte, Mademoiselle continuaba ejerciendo la dictadura en
casa y ponía cara a la pared a mi hermana más chica, Silvina. Yo acababa
de escapar a su mandato” (Ocampo, citada por Vazquez, 1991, p. 22).

Otra de las institutrices, Miss Kraus, quien había sido traída expresamente de
Dinamarca para enseñarle a tocar el piano, podía llegar incluso a la violencia física.
Las costumbres de crianza de la época, no obstante, permitían que los niños y niñas
dispusieran de gran parte del día para el juego, antes de que esta libertad se
interrumpiese abruptamente hacia los siete años, edad en que comenzaban las arduas,
rutinarias y tediosas lecciones a cargo de las institutrices. Sus biógrafas hablan, a
propósito de esta enseñanza, de las rabietas de Victoria, de sus ataques de furia frente a
la férrea disciplina y de su posterior refugio en la lectura: descubrió en los libros un
mundo fantástico que le permitía compensar el tedio de las lecciones y se convirtió,
entonces, y hasta el final de su vida, en una lectora ávida.

3
En Testimonios, volumen V, Victoria Ocampo enumera lo que se consideraba conveniente enseñar a las
mujeres de su clase: “la gramática (léase la ortografía), una aritmética elemental, mucho catecismo,
historia sagrada, un poco de historia universal, otro poco de historia argentina, algunas nociones vagas de
ciencias naturales, idiomas (especialmente francés o inglés)… el piano” (Ocampo, 1957, p. 16).
No resulta difícil, por lo tanto, imaginar el clima familiar de las casonas en las que se
crio Victoria Ocampo: por un lado mimada y consentida por padres, tías y abuelos -al
punto que en la casa de su bisabuelo la llamaban “la infanta”-, y atendida por sirvientes
que satisfacían todos sus caprichos; por el otro, sometida a normas conservadoras,
rigurosas y arbitrarias que estimulaban una incipiente rebeldía.
Como es natural, la rebeldía se acentuó en la adolescencia. En una crónica publicada en
la Revista Sur de 1965, titulada “Recuerdos sobre recuerdos”, Victoria Ocampo, ya en
su vejez, relata una anécdota que ilustra muy bien esto. Recuerda que siendo
adolescente, escondía bajo el colchón el libro De Profundis de Wilde:

“Mi madre lo pescó mientras me hacían la cama. Lo confiscó y me dio un


buen reto. No entendí la razón de tanto rigor tratándose de una obra de
acento religioso. Amenacé con tirarme por el balcón, pero me contenté
con tirar unos pares de medias nuevas. (…) Odiaba el modo de pensar
que mi madre representaba y al odiarlo la odiaba a ella” (Ocampo, 1965,
p. 84)”.

Pero la adolescencia le deparará una frustración aún mayor: tener que resignar sus
aspiraciones de convertirse en actriz. La posibilidad de presenciar obras teatrales en los
viajes familiares a Europa, o las que llegaban a Buenos Aires con compañías francesas,
la habían ilusionado con esa expectativa. Había tomado clases con Marguerite Moreno,
actriz francesa que, en los primeros años del pasado siglo, llegó a la capital argentina
con una compañía de teatro y con un repertorio de obras clásicas y modernas. Sin
embargo, en las familias de la oligarquía, las clases de declamación y de teatro eran
concebidas como un adorno, una de las tantas gracias con que las niñas podían lucirse
en las reuniones familiares, pero nunca como una vocación y mucho menos como una
posible profesión4. Para la moral de la época y particularmente para estas familias,
“artista” era sinónimo de “libertino”; los actores -y especialmente las actrices- eran
considerados gente de vida desordenada, disolutos e inmorales. Acerca de su obligada
renuncia a estas aspiraciones artísticas, dice Victoria Ocampo que desistir de esa
vocación fue para ella un desgarramiento.
Comenzó a gestarse así, en esta etapa de su vida, un profundo rechazo a las ideas y
prácticas instituidas en su clase social respecto a lo adecuado o inadecuado para una
mujer, es decir, frente a lo que hoy llamamos estereotipos de género.

4
Marguerite Moreno le daba clases a Victoria cada quince días en la casa de los Ocampo, siempre en
presencia de una persona de la familia. Ambas mujeres mantuvieron comunicación por correspondencia
hasta la muerte de la actriz en 1948, e incluso Victoria la visitaba en cada viaje a París.
Resulta significativa la imagen que Victoria Ocampo utiliza en el tomo II de su
Autobiografía, en el que presenta las cartas escritas durante su adolescencia a su amiga
Delfina Bunge. Alude a este período de su vida citando un verso de un poema de
William Blake que repite varias veces en la portada: un petirrojo enjaulado que
despierta las iras del cielo. En efecto, las mujeres de su clase social crecían y vivían en
una jaula de oro, en un encierro del que sólo podían huir a través del matrimonio,
aunque frecuentemente, como le sucedió a Victoria, al casarse pasaban de una sujeción
despótica a otra.

Juventud

La vida social de las jóvenes era muy limitada en las primeras décadas del siglo XX.
Antes del matrimonio, no salían nunca solas, tampoco podían hablar ni escribirse con
varones, de modo que se casaban casi sin conocer a quien sería su esposo, con el que
apenas habían intercambiado hasta ese momento alguna mirada en reuniones sociales y
unas pocas palabras en algún baile, rodeados de muchos adultos que los vigilaban.
Incluso, ya comprometidos, los novios salían siempre acompañados por algún adulto
que no se separaba de ellos en ningún momento (se los llamaba chaperones). Era el
mutuo atractivo físico y la pertenencia al mismo sector social lo que hacía que un
caballero solicitara visitar a una joven, por lo general a través de un amigo de la familia,
y pidiera luego su mano al padre de la niña. Así ocurrió con Victoria que se casó en
1912, a los 22 años, con Luis Bernardo de Estrada, a quien llamaban “Monaco”. María
Esther Vázquez lo describe con estas palabras:

“(…) era alto, moreno, elegante. Tenía veinticinco años, ocho más que
Victoria. Se conocieron en 1907 en la quinta del abuelo, Manuel Aguirre,
en San Isidro, donde Victoria estaba jugando al tenis. El aire burlón,
irónico del que se ríe de todo y una especie de soberbia desdeñosa para
con el mundo sedujeron a Victoria, además de su rostro francamente
hermoso” (Vázquez, op. cit., p. 43).

En el viaje de luna de miel, ocurrió un episodio que le dio a Victoria Ocampo una clara
evidencia de quién era su marido y la convicción de que el matrimonio había sido un
error. Una confusión de sobres hizo que Victoria leyera una carta que su esposo había
escrito a su suegro, es decir, al padre de Victoria. En esa carta, Monaco Estrada le decía
a Manuel Ocampo que no se preocupara por los delirios de Victoria de ser actriz, ya
que, en cuanto quedara embarazada, se olvidaría de esas locuras. “Me casé con un
traidor”, exclamó Victoria llena de furia (Vázquez, op. cit., p. 61). Comprobó así, muy
pronto, que había cambiado unas cadenas por otras. Estos hechos, que la sublevaban
hasta la ira -a los que pronto se sumarían otros con los que habría de comprobar el lugar
subordinado al que la sociedad la relegaba-, serán decisivos en su trayectoria posterior
en defensa de los derechos civiles de las mujeres.
Sin embargo, al casarse, su situación social había mejorado en algunos aspectos: a las
mujeres casadas se les concedía un mayor grado de libertad, podían, por ejemplo, asistir
a espectáculos vedados para las jóvenes solteras, así como leer libros considerados
impropios para una niña. No obstante esas nuevas libertades de las que Victoria
disfrutaba, las desavenencias con su esposo se hacían cada vez más ostensibles debido a
los intentos de él por controlarla y someterla a su autoridad, lo que motivaba ásperas
discusiones y estallidos de furia de ella, seguidos de largos períodos en que los
cónyuges no se dirigían la palabra. A su regreso de ese viaje de luna de miel que duró
dos años, los esposos fueron a vivir a una casona de la calle Tucumán, propiedad de la
familia Ocampo, pero el vínculo ya estaba roto, a tal punto que ocuparon pisos
diferentes en la casa, esto debido a que era inconcebible en la época que un matrimonio
no compartiera el hogar conyugal. Por otra parte, la separación no era una posibilidad
viable para terminar con un matrimonio fracasado puesto que esa decisión estigmatizaba
a una mujer hasta convertirla en paria. Dice Vázquez:

“(…) una mujer separada estaba condenada al ostracismo social, no se la


recibía en ninguna casa, se le prohibía la entrada a asociaciones o clubes
de su círculo” (Vázquez, op. cit., p. 65).

Los esposos mantenían, entonces, una unión aparente: se encontraban los domingos
para ir a almorzar a la casa paterna o para acudir a algún evento social al que eran
invitados. En 1922, no obstante, Victoria se separó de hecho, al mudarse a vivir sola a
un petit hotel que alquiló en la calle Tucumán. Poco tiempo después se separaría
legalmente.
En 1914, durante su luna de miel, Victoria había conocido a un primo de su esposo y se
había iniciado entre ambos una relación que se prolongaría durante trece años5.
Estas situaciones “irregulares” para las concepciones de la época hicieron que, poco
antes de enviudar, en 1933, la Curia católica la calificara como “persona no grata”.
Para escapar al control de su marido y de la dependencia del chofer, Victoria aprendió a
conducir su propio automóvil, hecho inusual y muy mal visto en una mujer, que la hacía

5
Se trata de Julián Martínez, a quien Manuel Mujica Láinez describía como el hombre más buenmozo del
mundo. Victoria Ocampo entabló con él una relación de amantes que, durante muchos años, permaneció
oculta.
objeto de insultos cuando transitaba por las calles de Buenos Aires6. Otros
comportamientos y actitudes que resultaban provocadores para las costumbres y
convenciones de esos años –como encender un cigarrillo en la Confitería París o usar
pantalones- le darían un perfil público de transgresora que Victoria se encargaría de
acrecentar hasta el final de su vida y que contrastaría con la actitud reservada y renuente
a la exposición pública de su hermana menor, Silvina. Su presencia física y su altivez
contribuyeron a delinear esa imagen de mujer desafiante. Se la describe como una
señora elegante y bella, que seguía la moda europea en su vestimenta de alta costura.
Según la fotógrafa Sara Facio, Victoria era:

“muy graciosa y muy suelta para hablar. Físicamente imponente, alta,


grande. Muy libre para vestirse, usaba trajes sueltos, le gustaba ser
natural e independiente” (Facio, citada por Ruiz Guiñazú, 2010, p. 25).

La expresión “muy suelta para hablar” es un eufemismo con el que Sara Facio alude al
modo directo, frontal, lindante en ocasiones con la grosería, con que Victoria se dirigía
a todo el mundo, expresiones que incluían, a veces, palabrotas e insultos7. Son
frecuentes, asimismo, los relatos que la pintan como una mujer intolerante. Flaminia
Ocampo, hija de un primo segundo de Victoria, rememora así una de esas anécdotas:

“Silvina había comentado o escrito estas palabras: ‘la infame primavera’


y Victoria, a quien le encantaban las flores y los aromas y la primavera,
decidió casi con furia –de esas furias a las cuales era proclive cuando se
la contradecía- que nada era más desacertado que ese adjetivo. La
incapacidad de Victoria de aceptar que para otro la primavera pudiera ser
infame, y sobre todo la falta de curiosidad, pues hubiera debido
preguntarle a Silvina: ‘¿Infame? ¿Por qué?’ en vez de un ofuscado y
categórico ‘Infame ¡Jamás!’, me la pintaba como una persona intolerante,
de ese estilo de intolerancia que se aferra a sus opiniones sin hacer
siquiera el esfuerzo de entender las ajenas” (Ocampo, F., 2009, p. 16).

Hay que decir, sin embargo, que para otra de sus descendientes, Victoria no era
intolerante sino “intransigente con la estupidez” (Bengolea, 2010, p. 41). Pero más allá
de la diversidad de opiniones sobre su carácter, prácticamente todos los que la
frecuentaron coinciden en destacar su generosidad. María Esther Vázquez, quien fue su
amiga, dice que, contrariamente a la imagen que se tiene de ella, Victoria era una mujer

6
Los hombres le gritaban “¡machona!” al verla pasar conduciendo su Packard último modelo en los años
’20, y las tías corrían alarmadas a contarle a la madre de Victoria que la habían visto “manejando de
manga corta y sin chauffeur” (Meyer, op. cit., p. 154).
7
Según Dolores Bengolea, sobrina nieta de Victoria, en Villa Ocampo se hablaba a los gritos, con “malas
palabras, aunque no eran densas” (Ruiz Guiñazú, op. cit., p. 40).
tímida. De hecho, en la única entrevista filmada que se conserva, de 1966, Victoria
Ocampo no mira a los ojos a su interlocutor8. Otras biógrafas afirman que Victoria se
mostraba retraída y desconfiada con los periodistas porque sabía que la encasillaban en
el estereotipo de la diletante rica y elitista (Horan y Meyer, 2007, p. 28)9.
Es preciso señalar que, en la Argentina de esos años, el campo literario también era un
ámbito vedado para las mujeres. Las escritoras, tal como lo expresa Vázquez, eran una
rareza y no se las tomaba en serio, no era bien visto que una mujer, cualquiera fuese su
estado civil o su posición social, publicara un artículo o un libro.

La relación con Ortega y Gasset y las diferencias en torno a la condición femenina

En 1916 llegó a Buenos Aries por primera vez José Ortega y Gasset, quien, por
entonces y hasta que se inició la guerra civil española en 1936, era profesor en la
cátedra de Metafísica en la Universidad de Madrid. Cuando llegó a nuestro país tenía
treinta y tres años y era ya una figura respetada en España, no sólo en el mundo
académico sino también entre un público más amplio, debido a los numerosos artículos
de difusión que había escrito y publicado en diarios y revistas. Ortega era el fundador,
además, de la Revista de Occidente – de gran prestigio e influencia en nuestro país y en
países vecinos-, y de la editorial homónima. Brillante orador, adhería a una concepción
filosófica conocida como “perspectivismo” o “relativismo existencial” que proponía
considerar cualquier objeto de pensamiento desde diversos puntos de vista, en la
convicción de que cada uno de ellos podía ofrecer una visión parcial pero indispensable
para una apreciación de la totalidad. Postulaba, además, la influencia recíproca entre el
hombre y su contexto, y destacaba la acción creativa de cada persona. En esa línea de
pensamiento, había enunciado, en 1914, una frase que pronto se convertiría en lugar
común: “Yo soy: yo y mi circunstancia”. Las habilidades oratorias del filósofo español
contribuyeron a difundir sus ideas en Argentina.
Al finalizar su gira de conferencias por nuestro país, le presentaron a Victoria Ocampo.
La inicial indiferencia de Victoria fue rápidamente trastocada en fascinación. Quedó,
según sus propias palabras, “atónita por su inteligencia efervescente” (Ocampo, 1981, p.
109). Gracias a Ortega, Victoria pudo descubrir una España a la que califica como

8
Se puede acceder al link de esta entrevista, en la bibliografía que se incluye al final del ensayo.
9
Victoria Ocampo, a lo largo de toda su vida y aún después de su muerte, fue objeto de descalificaciones
expresadas en términos como “clasista”, “extranjerizante”, “europeísta”, “oligarca”, “egotista”,
“soberbia”, entre otros. Esa percepción sobre Victoria Ocampo puede apreciarse ya en una obra de ficción
publicada en 1934, en que el autor, Marcos Victoria, a través de uno de sus personajes, dice de ella: “una
diletante, una vocación realizada a medias; utiliza la primera persona, la más odiosa de las personas (…)
hable de lo que hable, habla siempre de sí misma” (Victoria, M., op. cit., p. 22).
“deslumbradora”, pero será recién en la década de 1930 cuando empezará a escribir en
castellano10.
El éxito de esa primera visita de Ortega y Gasset a la Argentina derivó en fuertes lazos
culturales con nuestro país que se expresaron, entre otras manifestaciones, en frecuentes
colaboraciones para el diario La Nación a partir de 1924 y en la creación de una entidad
destinada a promover actividades culturales: la Asociación de Amigos del Arte. Esta
institución, fundada por iniciativa de Ortega y de la que Victoria Ocampo participaba,
auspició y solventó sus dos viajes posteriores11.
Aunque luego se distanciarían a causa de un comentario desafortunado de él12, Ortega
representó en 1916, un aval importante para Victoria en el campo literario: le ayudó a
mejorar su expresión escrita en español, idioma que a ella le resultaba artificial y difícil,
y publicó en la Revista de Occidente su ensayo De Francesa a Beatrice. Las críticas a
ese trabajo no fueron favorables para Victoria Ocampo, detracciones que deben
entenderse en el contexto ideológico sexista de la época. Ángel Estrada, poeta y
novelista reconocido en su tiempo, no veía bien que Victoria hubiese elegido para su
análisis, el canto V del Infierno de Dante, episodio que trata de los amantes condenados
por adulterio. Por su parte, Paul Groussac, en ese momento un crítico prestigioso, se
expresó con desdén sobre el ensayo. Al decir de María Esther Vázquez, Groussac
“consideraba la literatura como campo de exclusividad masculina” (Vázquez, op. cit., p.
84). Nuevamente, Victoria era objeto de descalificaciones por razones que ponían su
condición de mujer por encima de sus aptitudes; a veces esto se expresaba abiertamente,
otras, era notoria la existencia de un prejuicio sexista mal disimulado 13. Estas
experiencias, que venía sufriendo desde su niñez, serían decisivas en su opción en favor
de la defensa de los derechos de las mujeres, y en esta elección, paradójicamente,
Ortega tendría un papel relevante.
En 1931, impulsada por el escritor estadounidense Waldo Frank, Victoria Ocampo
encaró un emprendimiento cultural que, tal como su padre le anticipó, le ocasionaría
muchas pérdidas económicas: la creación de la Revista Sur que, más allá del

10
Hasta ese momento, Victoria Ocampo escribía en francés y luego hacía traducir sus escritos al español.
11
Ortega y Gasset realizó tres viajes a nuestro país: el primero, en 1916; el segundo, en 1928; el tercero,
en 1939. En esta última ocasión permaneció en el país durante un largo período (desde agosto de 1939 a
marzo de 1942).
12
Ortega escribió a una amiga de Victoria diciéndole que ésta perdía el tiempo “encaprichándose con un
hombre de un nivel intelectual inferior al suyo”. Se refería a Julián Martínez. Este comentario, motivó que
Victoria Ocampo dejara de contestar sus cartas por once años.
13
Haciendo alarde de una crueldad innecesaria e inexplicable, si no estuviese basada en un ostensible
prejuicio sexista, Groussac, con un juego de palabras sarcástico, le dice a Victoria que no sea “pé-
dantesque”.
cumplimiento de aquel vaticinio, tendría un papel trascendente en la vida cultural
Argentina y de los países de la región. Ortega y Gasset alentó este proyecto. La revista,
que se publicó durante cuatro décadas, tuvo el estilo que el pensador español le había
impuesto a su Revista de Occidente: “un enfoque universalista y multidisciplinario, una
actitud apolítica de sus colaboradores, y el ensayo como género literario” (King, 1990,
57-58)14. Esta revista legitimaría a Victoria en el campo cultural, en su doble papel de
escritora y editora, y sería también una tribuna desde la que difundiría sus convicciones
sobre los derechos de las mujeres. Dos años después, fundó la Editorial Sur y publicó
obras de D. H. Lawrence, Aldous Huxley, Virginia Woolf, William Faulkner, Graham
Green y Jean Paul Sartre, entre otros.
El distanciamiento con Ortega, motivado en aquel comentario desafortunado del
español, se acentuó a causa de sus ostensibles diferencias en torno a la condición
femenina. Ortega pensaba, como era habitual entre los intelectuales de la época, que
existe una diferencia sustantiva, esencial, entre hombres y mujeres. Esta concepción era
acorde a las nociones vigentes en la era victoriana que promovían como ideal la imagen
de la mujer casta, paciente y abnegada, fuente de inspiración moral y estética para el
hombre15. En un libro de índole filosófica y de gran influencia a comienzos del siglo
XX, titulado Sexo y carácter, cuyo autor era un joven austríaco llamado Otto
Weininger, se postulaba las categorías “hombre” y “mujer” como abstracciones
arquetípicas y se las definía a partir de dualismos en oposición16. Inspirado en este
pensamiento binario, Ortega atribuye el hacer al hombre, y el ser y estar a la mujer,
como funciones primordiales, lo que derivaba, asimismo, en otras oposiciones:
actividad vs pasividad, saber vs. sentir, claridad vs. confusión, razón vs. pasión,
realización pública vs inspiración privada 17. En palabras de Ortega: “el progreso de la
mujer consiste en hacerse a sí misma más perfecta, creando en sí un nuevo tipo de
feminidad más delicado y exigente” (Ortega, citado por Meyer, p. 101). La función de la
mujer es, entonces, para Ortega, inspirar al hombre impulsándolo hacia la realización de

14
El apoliticismo de la revista es, por supuesto, un tema discutible. Como lo han expresado algunos
críticos, la selección de los escritores y artículos a publicar supone ya una orientación político- ideológica.
15
Como lo expresa Doris Meyer, esta imagen idealizada de la mujer como “lirio lánguido” era
posiblemente una reacción contra la amenaza del sufragio femenino (Meyer, op. cit., p. 57).
16
En “Sexo y carácter”, obra de inspiración kantiana publicada en 1903, Weininger postula que todos los
seres vivos tienen una proporción variable de masculinidad y feminidad. Considera a lo masculino moral
y positivo y a lo femenino, amoral y negativo, y a partir de este supuesto se pronuncia sobre cuestiones
tales como la monogamia, el adulterio, la homosexualidad o la emancipación de la mujer. El carácter
misógino y antisemita de la obra motivó su exclusión de editoriales y bibliotecas públicas, lo que la hace
hoy prácticamente inhallable.
17
Ortega y Gasset fue desarrollando y difundiendo estas oposiciones binarias a partir de 1916, en distintas
publicaciones y, posteriormente, en sus intervenciones radiales de 1939.
sus grandes proyectos en el ámbito de la ciencia, la política, el arte, la técnica o las
finanzas. Esta concepción -que oculta un orden jerárquico y, por consiguiente,
relaciones de poder- lo llevó a rechazar las reivindicaciones civiles que Victoria
propugnaba, como la del sufragio:

“Es increíble que haya mentes lo bastante ciegas para admitir que pueda
la mujer influir en la historia mediante el voto electoral y el grado de
doctor universitario tanto como influye por ésta su mágica potencia de
ilusión” (Ortega, citado por Meyer, p. 102).

Esta afirmación es consecuente con la ideología antes expuesta: la mujer, para Ortega,
no debía hacer, su esencia consistía en ser y en estar, por lo tanto, participar en el
ámbito público y en los medios académicos contradecían su esencia. Las palabras
transcriptas, y otras semejantes por su sesgo ideológico, que él incluyó en un epílogo al
ensayo De Francesca a Beatrice, molestaron mucho a Victoria y puede afirmarse que le
permitieron, por oposición, definir mejor su propia concepción sobre las mujeres18, si
bien en ese momento, en respuesta al epílogo, respondió con moderación y tono
diplomático, y expresó que, a su entender, las relaciones entre hombres y mujeres
debían basarse en “el mutuo respeto y la mutua independencia”, cesando la posesividad,
los celos, la opresión y la tiranía en cualquiera de sus formas (Meyer, op. cit., p. 104).
Años más tarde, Victoria escribió un ensayo en el que enfrentó ya abiertamente las
opiniones de Ortega sobre las mujeres, ideas que ella encontraba semejantes a las de los
fascistas que se imponían en ese momento en Europa19.
A través de la Revista Sur, Victoria se convertiría en una difusora activa de los derechos
civiles de las mujeres, denunciando las injustas diferencias en lo que respecta a su lugar
en la sociedad. En este sentido, puede decirse que el debate que mantuvo con Ortega fue
perfilando y definiendo su propia posición en el tema, de hecho, discutió en diversas
ocasiones y durante más de diez años con aquel epílogo que el filósofo español había
agregado a su ensayo. Ya hacia mediados de la década de 1930, sin necesidad de
ninguna referencia a Ortega, pudo hacer explícitas sus ideas sobre lo femenino. Es
importante destacar que Victoria Ocampo percibe y enuncia, haciéndola explícita, la

18
Es preciso señalar que, en cartas dirigidas a sus amigas durante la adolescencia, particularmente a
Delfina Bunge, Victoria Ocampo ya expresaba la indignación que le provocaba lo que percibía que se
esperaba de las mujeres: “Una mujer, para estar verdadera, sinceramente contenta, debe ser atolondrada,
un ser sin cerebro o reflexión, o de lo contrario debe tener un courage envidiable, una serena y generosa
fuerza de voluntad” (Ocampo, citada por Meyer, p. 68).
19
Como se desarrollará más adelante en este ensayo, sus manifestaciones en favor de los derechos civiles
de las mujeres y su oposición al fascismo (oposición que, entre los años 30 y 40 convocaba a gente de
clase media y alta) ubican a Victoria Ocampo, en este período, a mi entender, en la denominada “primera
ola” del movimiento feminista.
distinción público/privado como ámbitos diferenciados asignados culturalmente a
hombres y mujeres, y, en este sentido, el debate con Ortega le permite exponerlo
claramente: “Según Ortega, el hombre y la mujer no pueden alcanzar su máxima
expansión sino en dos atmósferas distintas. Para el hombre, la vida pública; para la
mujer, la vida privada” (Ocampo, Testimonios, primera serie, p. 319)
Victoria Ocampo destacaba en aquel momento, la necesidad de expresión de las mujeres
y describía un escenario de relaciones entre hombres y mujeres que, seguramente, por
propia experiencia, le era familiar:

Creo que, desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la


mujer, (…) empieza por un no me interrumpas de parte del hombre.
Hasta ahora el monólogo parece haber sido la manera predilecta de
expresión adoptada por él (La conversación entre hombres no es sino
una forma dialogada de este monólogo). Se diría que el hombre no
siente o siente muy débilmente la necesidad de intercambio que es la
conversación con ese otro ser semejante y sin embargo distinto a él: la
mujer (Ocampo, 1984, p. 173).

Manifestaba, asimismo, que el monólogo del hombre no la aliviaba de sus sufrimientos


y que no veía razones para repetirlo.
Por otra parte, consideraba que, a través de la maternidad, las mujeres intervenían en las
transformaciones sociales debido al poder que tenían en la formación de los niños. Se
trataba de darlos a luz espiritualmente, y en esto, decía, es fundamental el ejemplo. Por
eso, consideraba imprescindible que las mujeres fuesen educadas, a fin de elevar su
nivel espiritual y cultural. Esto requería, asimismo, una educación de la conciencia de
los hombres para que vieran a las mujeres como seres responsables y con capacidad de
expresión. Hombres y mujeres son vistos por Victoria Ocampo como seres iguales pero
con características diferentes, que se enriquecerían mutuamente en una unión más
auténtica, más fuerte y digna de respeto.
La lucha de las mujeres por la igualdad era, en ese momento, para Victoria Ocampo,
fundamentalmente una lucha por la emancipación del monólogo masculino y por el
derecho a la expresión, y en esto tenía un papel decisivo su vínculo con Virginia Woolf.

Afinidades feministas: la relación con Virginia Woolf

Durante la década de 1930, conjuntamente con el creciente prestigio de la Revista Sur,


la figura de Victoria Ocampo fue ganando reconocimiento. En sus viajes por Europa la
recibían y halagaban personalidades célebres del campo filosófico y literario y, también,
figuras destacadas de la política. En el otoño de 1934 fue invitada, junto a Eduardo
Mallea, por el Instituto Interuniversitario Italiano a dar una serie de conferencias. Pese
a que Victoria aclaró que no simpatizaba con el régimen fascista de Mussolini, los
anfitriones insistieron, reiteraron la invitación y luego, se mostraron complacidos y
halagados por la visita20. En parte motivada por una curiosidad un tanto ingenua –que
muchos consideran esnobismo- y en parte guiada por su convicción de que el futuro de
América requería de la cooperación internacional y era preciso establecer lazos
culturales, Victoria Ocampo tomó decisiones que hoy nos resultan difíciles de
comprender, como entrevistarse con Mussolini, o su relación de amistad con un escritor
que se convertiría luego en simpatizante nazi: Pierre Drieu la Rochelle21.
Victoria Ocampo conocía las ideas de “Il Duce” sobre las mujeres; sabía que, para el
estado fascista, la función y el deber de la mujer era tener hijos, tantos como fuera
posible22. Durante aquella visita del 24 de setiembre de 1934, Victoria Ocampo y Benito
Mussolini hablaron de Italia, de literatura y de las mujeres, y Mussolini ratificó su
convicción de que ellas contribuían al Estado con su fertilidad. Luego de esa entrevista,
Victoria escribió un ensayo en el que expresaba su preocupación por la previsible
decisión de Mussolini de llevar a Italia a la guerra, circunstancia en que las mujeres –
expresaba- serían instrumentos del Estado como productoras de soldados, es decir,
engendrando hijos que morirían en el campo de batalla.
Luego de visitar Italia se dirigió a Suiza y en Zurich se entrevistó con Carl Jung. Estaba
interesada en traducir su obra Tipos psicológicos y en invitarlo a dar algunas
conferencias en Argentina. Sin embargo, el psicoanalista, discípulo de Freud, se mostró
escéptico acerca del interés que podría suscitar su obra en América del Sur 23.
Ya en Inglaterra, Victoria fue invitada a una muestra del pintor y fotógrafo, precursor
del dadaísmo, Man Ray. Allí conoció a Virginia Woolf. A este primer encuentro le
siguieron varias visitas a la casa de la escritora inglesa y una abundante correspondencia
entre ellas. Victoria había leído, unos años antes, por recomendación de la dueña de una
librería parisina, A Room of One’s Own (Un cuarto propio), y este libro produjo en ella
un impacto profundo. El título de la obra expresaba la demanda de las mujeres de un

20
Los diarios italianos elogiaron la expresión fluida de Victoria Ocampo en italiano y la llamaron “la
embajadora intelectual de un pueblo nuevo” (La Gazzetta di Venezia, 1934, citada por Meyer, op. cit.)
21
Aunque por motivos de espacio no se desarrollará aquí, Victoria Ocampo tuvo un vínculo estrecho y
prolongado con Pierre Drieu la Rochelle, primero como amantes y luego como amigos.
22
A fines de 1933 Mussolini había rendido honor a 33 madres prolíficas italianas en una ceremonia
realizada en el Palazzo Venezia.
23
Con una actitud desdeñosa hacia los habitantes de esta parte del mundo, Jung expresó que sus
conferencias y libros “no interesarían” debido a que ellos “no comprenderían”.
espacio reservado para ellas. Tradicionalmente, como se dijo, el espacio público era el
ámbito de los hombres y el espacio privado, el reservado a las mujeres. En ese espacio
privado, a las mujeres les correspondía la esfera de lo doméstico, así como la función
reproductora y de cuidado. En A Room of One’s Own, publicado por primera vez en
1929, Virginia Woolf afirma que “para poder escribir novelas, la mujer debe tener
dinero y un cuarto propio” (Woolf, 1993, p. 14). Lo que está demandando para las
mujeres es privacidad y autonomía. Contar con independencia económica les permitiría
liberarse de las preocupaciones por la supervivencia y poder dedicarse al desarrollo de
su capacidad intelectual y artística. Para Virginia Woolf, es la educación la que genera
diferencias entre hombres y mujeres y esas diferencias afectan la escritura, por este
motivo, considera Woolf, las mentes elevadas tienen que ser andróginas 24.
Evidentemente, ni la posibilidad de contar con un espacio propio ni las limitaciones
económicas era motivo de inquietud personal para Victoria, no obstante, se sintió
representada por ese libro. Puede afirmarse que había en Victoria Ocampo una
conciencia de la inequidad que trascendía su propia situación individual, privilegiada, y
le permitía solidarizarse con sus congéneres 25.
En 1934, en aquella exposición, finalmente, Victoria tuvo la oportunidad de conocer a
Virginia Woolf. La propia Victoria dice que Virginia Woolf vio en ella “algo exótico”.
Así recordaba, muchos años después, aquel primer encuentro y los comienzos de una
relación que se iniciaba con un curioso y simbólico regalo: una caja de mariposas.

“(…) tuve la suerte de que me la presentara Aldous Huxley, en una


exposición de fotos de Man Ray. Y tuve otra suerte mayor: vio en mí algo
‘exótico’ que despertó su curiosidad. Aunque me sentía impostora al
explotar esta primera impresión, pues no creía merecerla, la aproveché y
fui a conversar con Virginia Woolf varias veces. Estábamos en 1934. Ella
no era una persona de acceso fácil. Mi procedencia de un país lejano en
que abundan las mariposas (así veía a la Argentina, dato que habría
recogido, sospecho, en un libro de viajes de Darwin) me resultó utilísimo.
Reforcé su curiosidad mandando a su casa de Tavistock Square, cuando
regresé, una colección de mariposas en caja de vidrio. La mayoría eran
brasileñas y no la engañé sobre su origen. Pero América del Sud es un
block para los europeos y hasta para los isleños británicos” (Ocampo,
Revista Sur, 1971, p. 7)

24
Virginia Woolf, en sus novelas (por ej. en “Orlando”), crea personajes asexuados, a los que la cultura
va definiendo en relación a su sexualidad. Esta es una idea que retomará luego Simone De Beauvoir en
“El segundo sexo”.
25
Actitud que, como se verá más adelante, los de su clase no entendían.
Las biógrafas de Victoria Ocampo suelen caracterizar el vínculo entre ambas mujeres
como una relación desigual (Meyer, 1981, Salomone, 2006). La desigualdad provenía,
en parte, del hecho de que Virginia Woolf era ya una escritora reconocida a quien
Victoria admiraba. En el primer volumen de Testimonios, Victoria dice que, mientras la
escritora inglesa había “alcanzado la expresión”, ella aún no lo había logrado. Entendía,
asimismo, que a Virginia Woolf la respaldaba una “formidable tradición” con la que ella
no contaba, se refería a una tradición literaria (Ocampo, op. cit., p. 8).
Mientras tanto, Victoria Ocampo era para Virginia Woolf una desconocida
sudamericana, bella, rica y extravagante. Al respecto se han relatado anécdotas que
describen la actitud de Virginia hacia Victoria oscilando entre la curiosidad y el desdén,
e incluso se han publicado cartas privadas de Virginia Woolf en las que la escritora
inglesa, sin privarse de reproducir falsos rumores con un sesgo prejuicioso, opina
maliciosamente sobre la escritora argentina26. Pero también es cierto, como surge de sus
propios recuerdos volcados en la Revista Sur, que Victoria Ocampo aprovechó con
mucha inteligencia la imagen de mujer exótica que Virginia Woolf se había formado de
ella, para lograr acceso a la escritora inglesa.
La admiración que Victoria Ocampo le expresaba abiertamente y de manera efusiva,
seguramente incomodaba a Virginia Woolf ya que “no se ajustaba a la manera británica
de decir las cosas” (Meyer, op. cit., p. 204). A tal punto llegaba la fascinación de
Victoria Ocampo por la escritora inglesa que prácticamente la obligó a ser
fotografiada27. Ya en su vejez, Victoria Ocampo reflexionaba acerca de esta relación:

“Yo fui para ella un fantasma sonriente y poco verosímil, a imagen de


mi remoto país. Le gustaba asomarse al misterio de las cosas, mariposas
o personas y yo fui uno de los tantos misterios con que tropezó”
(Ocampo, Revista Sur, 1971, p. 12).

La asimetría de esta relación ha sido explicada, también, teniendo en cuenta otros


parámetros. Según lo entiende Alicia Salomone, el vínculo de “desigualdad
irreductible” entre ambas derivaba,

26
“Una mujer, Victoria Okampo [sic], que es la Sibila (Colefax) de Buenos Aires, escribe para decir que
desea publicar algo tuyo en su revista trimestral Sur. Está en París... Es inmensamente rica y
enamoradiza; ha sido amante de Cocteau, de Mussolini-Hitler, hasta donde yo sé: la conocí por Aldous
Huxley; me regaló una caja de mariposas, y de cuando en cuando desciende sobre mí, con ojos como
huevos de bacalao fosforescente: no sé lo que hay tras todo eso” (Carta de Virginia Woolf a Vita
Sackville-West de 1939, citada por Salomone, pág. 74).
27
Llevó a la casa de Virginia Woolf a la fotógrafa Giséle Freund quién le tomó las únicas fotografías que
se conocen de ella.
“de las respectivas posiciones que el discurso colonialista asigna a la una
(inglesa) y a la otra (sudamericana), y que termina por desautorizar, en
términos de la relación cultural jerárquica entre colonizador/a y
colonizado/a, la expresión propia que tanto deseaba Victoria” (Salomone,
2006, p. 71).

Sin embargo, más allá de diferencias y malentendidos, Virginia Woolf la alentó a


escribir ensayos o “crítica”. En una carta fechada el 22 de diciembre de 1934, Virginia
Woolf le dice a Victoria Ocampo: “Me alegra tanto de que escriba crítica y no narrativa.
Y estoy segura de que es buena crítica, clara y aguda, como un cuchillo afilado”. Le
dice en la misma carta que continúe con Dante pero que escriba también sobre sí
misma: “Muy pocas mujeres han escrito autobiografías veraces. Son mi lectura
predilecta” (Woolf, citada por Meyer, op. cit., p. 204).
Puede decirse que Victoria sentía una profunda afinidad por una escritora que, como
ella misma, había padecido en su infancia y adolescencia las constricciones y
arbitrariedades de la educación victoriana 28 y había tenido que superar grandes
obstáculos para hacerse un espacio en un mundo –el literario- tradicionalmente
masculino. En este sentido, la expresión un cuarto propio tiene, a mi entender, la
connotación de un lugar, tanto en sentido real como simbólico, un lugar que -es preciso
subrayarlo-, a las mujeres les estaba negado y que constituía un campo a disputar,
librando arduas batallas contra prejuicios sexistas.
En una carta a Virginia Woolf que publicó al comienzo de su primer volumen de
Testimonios, Victoria Ocampo destaca la importancia que la escritora inglesa otorga a la
expresión de las mujeres alentándolas a escribir. Le manifiesta en esa carta que su
ambición es llegar a escribir “como una mujer” y agrega que las mujeres no pueden
aliviarse de sus sentimientos y pensamientos mediante un estilo masculino. Puede
observarse que subsiste tras esta idea de escribir como una mujer, la adhesión implícita
de Victoria a una ideología que atribuía a hombres y mujeres distintas facultades: los
hombres eran vistos como racionales y las mujeres como intuitivas. En cambio, Virginia
Woolf redefinía la feminidad a partir del concepto de androginia, en un intento por
superar las distinciones binarias que, inevitablemente, establecen jerarquías. Pero si
Victoria no estaba en posición de comprender cabalmente lo que esto significaba, puede
afirmarse que podía, en cambio, valorar la amplitud de Virginia Woolf para entender la
problemática femenina:

28
“No writing, no books”, recuerda Victoria Ocampo que le decía el padre de Virginia Woolf a su hija
(Revista Sur, 1971).
“Virginia Woolf no se interesa sólo por los problemas de la mujer en
cuanto escritora, apresurémonos a decirlo. Se interesa igualmente por
los problemas de la mujer en cuanto mujer y cualquiera que sea su clase
social” (Ocampo, 1938).

Para reforzar su argumento, trae a colación la publicación de Virginia Woolf de una


serie de artículos escritos por obreras en que la escritora inglesa, en una carta-prólogo a
esa compilación de textos, expresa su admiración por las trabajadoras. Sin embargo,
pasaría algún tiempo antes de que Victoria Ocampo pudiera pasar de esta coincidencia
en una apertura que podemos considerar de carácter conceptual, a una real comprensión
de los otros condicionantes –clase, etnia, educación- que atraviesan, consolidando, las
desigualdades de género. En esta transición, sería decisivo su vínculo con Gabriela
Mistral.

Otra mirada sobre las mujeres: Gabriela Mistral

En 1926 Victoria Ocampo conoció a María de Maeztu, maestra y escritora, fundadora


de un colegio de mujeres en Madrid, que había llegado a Buenos Aires invitada por el
Instituto de Cultura Hispánica para ofrecer una serie de conferencias. María de Maeztu
se diferenciaba claramente de las mujeres de su época; como Victoria, había tenido en
su infancia una situación social privilegiada y, aunque luego de la muerte de su padre la
familia había sufrido limitaciones económicas, pudo recibirse de maestra y
posteriormente doctorarse en la Universidad de Salamanca. Estudió luego en Madrid
con Ortega y Gasset y cursó estudios de perfeccionamiento en Marburg, Oxford y París.
Era una defensora del derecho de las mujeres a la educación y se declaraba feminista 29.
Victoria Ocampo tuvo la oportunidad de mantener con ella largas charlas sobre los
derechos relegados de las mujeres, en especial, sobre el derecho a la educación. Esas
conversaciones le dieron a Victoria la posibilidad de definir con mayor claridad su
posición sobre el tema y la comprometieron con los principios de la lucha por los
derechos de las mujeres.
En diciembre de 1934, en Madrid, en la casa de María de Maeztu, Victoria Ocampo
conoce a Gabriela Mistral que, en ese momento, representaba a Chile como cónsul en
España.

29
María de Maeztu decía: “Soy feminista, me avergonzaría de no serlo, porque creo que toda mujer que
piensa debe sentir el deseo de colaborar, como persona, en la obra total de la cultura humana. Y esto es lo
que para mí significa, en primer término, el feminismo: es, por un lado, el derecho que la mujer tiene a la
demanda de trabajo cultural, y, por otro, el deber en que la sociedad se halla de otorgárselo (…) Negarlo
sería inmoral, sería tratarla como a cosa, como a ser extrahumano, indigno de trabajar” (de Maeztu, citada
por Meyer, p. 165)
Resulta difícil -y por otra parte no constituye el propósito de este breve ensayo-,
sintetizar en pocas líneas la extensa y fecunda trayectoria de Gabriela Mistral. No
obstante, y habida cuenta de la simplificación que esto supone, haré algunas referencias
a lo que representó su obra literaria y pedagógica para Chile –su país natal- y para
América.
Gabriela Mistral30 había nacido en 1889, en una región pobre del norte chileno, en una
familia de clase media y de condición económica modesta. A pesar de su limitada
educación formal, que debió abandonar apenas iniciada la adolescencia, tuvo acceso a
una biblioteca que le permitió ampliar su formación. Luego, debido probablemente a la
influencia de su hermana Emelina, maestra rural, se dedicó a la enseñanza, en principio
como ayudante en una escuela y luego como maestra. Después de rendir exámenes de
equivalencia, ya que no poseía título oficial, obtuvo la habilitación para ejercer como
profesora en escuelas secundarias. Se había destacado como poetisa ya en la
adolescencia y había publicado sus poemas en periódicos regionales entre 1904 y 1910.
En 1914 obtuvo en su país la más alta distinción en un concurso de poesía. En 1922
viajó a México por invitación del Ministro de Educación, José Vasconcelos, país en el
que colaboró en la reforma educacional y en la creación de bibliotecas populares. En ese
año el New York publicó su libro de poemas Desolación y a partir de ese momento,
Gabriela Mistral comenzó a recibir reconocimiento internacional. En 1945 recibió el
Premio Nobel de Literatura. Ese acontecimiento y las funciones docentes y directivas
que había desempeñado en distintas regiones de Chile durante su juventud, la hacían
merecedora de homenajes cada vez que llegaba a su país, en el que sólo permanecía
temporariamente ya que durante décadas cumplió funciones diplomáticas en distintos
países31.
En lo que respecta a su percepción sobre la situación social sobre las mujeres, Gabriela
Mistral veía a la educación como medio de emancipación. Particularmente abogaba por
la extensión y democratización de la enseñanza, pensando, sobre todo, en las mujeres
pobres. Sobre este tema, manifiesta:

“Instrúyase a la mujer; que no hay nada en ella que le haga ser colocada
en un lugar más bajo que el del hombre. Que lleve una dignidad más al
corazón por la vida: la dignidad de la ilustración. Que algo más que la
virtud le haga acreedora al respeto, la admiración y al amor. (…) Que

30
Su nombre era Lucila Godoy Alcayaga, pero a partir de 1908 comenzó a usar el seudónimo “Gabriela
Mistral” en sus publicaciones.
31
Gabriela Mistral se desempeñó como cónsul en varios países europeos y americanos.
pueda llegar a valerse por sí sola y deje de ser aquella criatura que
agoniza si el padre, el esposo o el hijo no la amparan. ¡Más porvenir para
la mujer, más ayuda! Búsquesele todos los medios para que pueda vivir
sin mendigar protección” (Mistral, en Zegers, citado por Prada Ortiz,
2010).

Hacia mediados de la década de 1920, Gabriela Mistral y Victoria Ocampo ya tenían


noticias una de la otra y, según relata la propia Victoria, se habían desencontrado dos
veces: durante un breve paso de Gabriela por Buenos Aires en 1926 y tres años más
tarde, durante una estadía de Victoria en París, ciudad en la que, en ese momento,
Gabriela Mistral trabajaba para el Instituto de Cooperación Intelectual, la futura
UNESCO. Aunque se vieron muy pocas veces, durante treinta años intercambiaron
correspondencia, se dedicaron textos en prosa y un poema32.
En aquel primer encuentro personal, en Madrid, en diciembre de 1934, Gabriela Mistral
le hizo a Victoria tres reproches: haber nacido en Buenos Aires -la menos americana de
las capitales sudamericanas-, ser “afrancesada” y no haber entablado amistad con
Alfonsina Storni. Victoria escribió años después que se sintió cohibida por la presencia
de Gabriela y sorprendida por ese enjuiciamiento, y que contestó, tartamudeando, que
no había sido consultada sobre el lugar en el que quería nacer ni sobre la elección de sus
institutrices, y que, respecto a Alfonsina Storni, solo la había visto una vez y no se
habían vuelto a encontrar (La Nación, 2 de marzo de 1957, en Horan y Meyer, op. cit).
El desconcierto que le produjeron estos reproches, no le impidieron presentir una
afinidad profunda, más allá de las diferencias que las separaban: una había nacido en
una familia de clase media de una provincia en los Andes chilenos, la otra en una
familia patricia con gran poder económico y social; una se había visto limitada en su
educación formal, la otra había tenido acceso a la cultura universal a través del
conocimiento de idiomas y los viajes por Europa; una era conocedora de la pobreza por
propia experiencia y de los que la rodeaban, la otra era ajena a toda restricción material.
Sin embargo, las dos fueron independientes, inconformistas y transgresoras en
sociedades que tenían otras expectativas sobre las mujeres y, por ese motivo, fueron
también ambas, objeto de descalificaciones, de rumores malintencionados sobre su vida
privada, y de acusaciones.
Las claras diferencias entre ambas, relativas a nacionalidad, clase social, etnia, cultura e
ideología, fueron en algún momento un obstáculo, pero luego les permitieron –sobre

32
Se trata del poema Recado a Victoria Ocampo en la Argentina.
todo a Victoria- ampliar su mirada sobre las mujeres. Por su parte, Gabriela la defendió
en distintas oportunidades de las acusaciones de que se la hacía objeto.33
Poco después de aquel primer encuentro, Gabriela Mistral le escribió a Victoria una
afectuosa carta en la que le decía que había sido para ella una sorpresa “encontrarla tan
criolla (…), tan criolla como yo lo soy, aunque más refinada” (carta de enero de 1935,
en Horan y Meyer, op. cit.).34
Por su parte, Victoria Ocampo, en abril de 1935 decía de Gabriela Mistral:

“Me encontré con Gabriela Mistral, por primera vez, en diciembre último.
Fue para mí un acontecimiento. En ella todo es de América: la calidad de
su sensibilidad, su riqueza, su fuerza, ese español tan suyo, que es puro
español, pero cuyo sabor extraordinario proviene de haber morado en una
carne, en un alma ásperamente americana” (Ocampo, citada por Horan y
Meyer, p. 32)

No obstante, fue recurrente el reproche de Gabriela Mistral sobre las preferencias de


Victoria y solía manifestarse con ironía e incluso con fastidio sobre sus amistades
europeas. Varios años después de ese primer encuentro, en una carta de 1940, le dice:
“(…) me duele que hables de la gente de París como si fuese la tuya, Diosa de Maíz”
(Horán y Meyer, op. cit, p. 119). La expresión Diosa de Maíz y otras que utilizó
Gabriela Mistral durante esta estrecha amistad -como Diana o Minerva-, dan cuenta de
una interpelación para que Victoria se definiera como americana. Hacia el final de su
vida, Victoria Ocampo, reconoció la contribución de Gabriela Mistral a la formación de
su identidad35; una identidad que, podemos afirmar, no era solo individual, se había ido
gestando, al mismo tiempo -y en pugna con las representaciones sociales de la época
sobre lo femenino-, una identidad social.
Tal como lo entiende Salomone, en la comunicación epistolar entre ambas mujeres,

“van emergiendo imágenes que remiten a una multiplicidad femenina


que confronta (de forma consciente e inconsciente) con las
representaciones patriarcales que históricamente han nombrado a las
mujeres de manera unívoca, impidiéndoles acceder a una singularidad

33
La “leyenda negra” sobre Victoria Ocampo no se circunscribía a los rótulos de snob y extranjerizante.
Se le atribuían, además, las más disímiles posiciones ideológicas: Gabriela Mistral le dice a Victoria que
en Madrid escuchó a algunos tildarla de comunista y en París, de fascista. En Argentina, los principales
detractores de la Revista Sur fueron los nacionalistas católicos de la extrema derecha.
34
En Testimonios. Novena Serie, Victoria Ocampo reproduce parte de esta carta en la que, luego de
considerarla tan criolla como ella misma, Gabriela Mistral agrega: “La americanidad no se resuelve en un
repertorio de bailes y de telas de color ni en unos desplantes tontos e insolentes contra Europa”. Y se
despide con: “Dios la guarde. Victoria, la americana” (Ocampo, op. cit., p. 199)
35
Discurso de Victoria Ocampo ante la Academia Argentina de Letras.
(subjetividad) que esté más allá de las oposiciones binarias que las
limitan” (Salomone, op. cit.)

En este sentido, resultaron trascendentes para ambas mujeres, los días que compartieron
en el otoño de 1937 en la casa de Mar del Plata de Victoria Ocampo y que aparecen en
el recuerdo de las dos escritoras en distintos momentos de su vida. Según lo entiende
Salomone, esos días en aquella casa no pueden reducirse a la simple lectura de un
ámbito privado/intimo compartido entre amigas, se trató sobre todo, de un espacio
común, abierto y público en que ambas mujeres pudieron dialogar y convivir.

Así, esa casa se constituye en un territorio potencialmente utópico donde


construir (o re-construir) proyectos para los cuales las mujeres, en tanto
sujetos carentes de ciudadanía y de legitimidad intelectual plena, no
estaban habilitadas en el contexto de su época. Por ese mismo camino,
aquella casa llega a constituirse en una metonimia de América, un
continente “in the makining” lo designa Ocampo, apropiado para que
unas sujetos (también “en construcción”) lo hagan suyo, como lugar de
encuentros y desencuentros, amistades, exilios, logros y despojos, de
heterogeneidades y diferencias que deben aprender a coexistir.
(Salomone, op. cit.)

Para esta autora, se trata de mecanismos de construcción de una identidad sexo-genérica


que se ponen en juego, asimismo, en el intercambio epistolar y en otros textos que
intercambian. A través de esos “diálogos intertextuales” procuran autoafirmarse en un
contexto de diferenciaciones sexuales jerárquicas.
Otra dimensión, no menos importante que la autoafirmación, es el cambio de percepción
que operó, en cada una, la relación entre ambas. Victoria Ocampo, con su estilo frontal
y directo, llevó a Gabriela a sentir que en esa otra mujer, tan diferente, latía, sin
embargo, el mismo amor que ella sentía por la tierra en que había nacido. En Victoria
también provocó un cambio la conciencia de las similitudes con esa mujer en apariencia
tan diferente a ella, con la que mantendría correspondencia durante treinta años36.
Pero lo más importante fue, quizás, el cambio que provocó en cada una la percepción de
la otra sobre la situación de las mujeres. Dice Victoria Ocampo: “Gabriela Mistral, tan
querida y tan fiel amiga, no era feminista hasta que yo la convertí” (Ocampo, en Meyer,
op. cit., p. 258). Victoria está haciendo referencia aquí, a la concepción tradicional que
Gabriela Mistral tenía sobre la función de las mujeres: consideraba que el mundo de las

36
Si bien las cartas escritas por Victoria Ocampo a Gabriela Mistral en el período 1926-1939 se han
perdido, debido probablemente a las continuas mudanzas de Gabriela, su contenido puede reconstruirse a
partir de las cartas de la escritora chilena, que Victoria conservó.
mujeres era el mundo privado y de los afectos, el cuidado de los niños y la familia. Tal
como lo expresa Prada Ortiz: “Gabriela Mistral sucumbió de manera consciente al
discurso de la maternidad y contribuyó con su pensamiento, expresado en poesía y en
ensayos, a hacer de la maternidad el ideal de ser mujer” (Prada Ortiz, op. cit, p. 59). En
este sentido, consideraba que el trabajo apartaba a las mujeres de su función principal, la
de madre y formadora de sus hijos. Es por eso que disentía con las demandas del
movimiento feminista. Respecto del lugar de las mujeres, dice:

“Yo no deseo a la mujer como presidenta de la Corte de Justicia, aunque


me parece que está muy bien en un Tribunal de Niños. El problema de la
justicia superior es el más complejo de aquí abajo; pide una madurez
absoluta de la conciencia, una visión panorámica de la pasión humana, que
la mujer casi nunca tiene (Yo diría que jamás tiene). Tampoco la deseo
reina a pesar de las Isabeles, porque casi siempre el gobierno de la reina es
el de los ministros geniales” (Mistral, citada por Prada, p. 60).

Es interesante, por lo paradójico, este discurso en una mujer que participó activamente
en el ámbito público, cumpliendo funciones diplomáticas para Chile durante décadas en
diferentes países37.
Pero si es cierto que Victoria Ocampo la convirtió en feminista, también es cierto que
Gabriela Mistral produjo un cambio importante en la percepción de Victoria sobre las
mujeres. Esa otra, tan semejante y a su vez, tan diferente -independiente, transgresora y
rebelde, como ella, con un lugar conquistado y legitimado en el ámbito público, pero
con una asumida y explícita identidad como mujer indígena-, la llevó a vislumbrar las
otras dimensiones que coadyuvan a la situación de marginalidad y exclusión de las
mujeres: las condiciones de clase, etnia, cultura.

Victoria Ocampo: el eslabón perdido en la historia del feminismo

Desde miradas sesgadas y prejuiciosas, aun hoy podemos encontrar afirmaciones que le
niegan a Victoria Ocampo la condición de feminista. Es necesario, entonces, plantear
aquí algunas referencias sobre el movimiento feminista. En un sentido amplio, podemos
afirmar que el feminismo es un movimiento social y político que procura alcanzar la
emancipación, la autonomía y la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres;

37
En su libro “Lecturas para mujeres”, Gabriela Mistral dice: “Sea profesional, trabajadora, campesina o
simple dama, su única razón de ser sobre el mundo es la maternidad, la material y la espiritual juntas o la
última, en las mujeres que no tenemos hijos” (Mistral, citada por Meyer, p. 158). Para algunas autoras,
Gabriela Mistral procuró ocultar, tras esta adhesión a una concepción tradicional sobre las mujeres, una
identidad homosexual inadmisible en su época (Marchant, p. 82).
supone una toma de conciencia de la opresión, dominación y explotación que
históricamente las ha sojuzgado en un sistema de carácter patriarcal.
Las historiadoras han convenido en diferenciar etapas o fases históricas, distinguiendo
lo que denominan olas del movimiento feminista. La primera ola corresponde a la etapa
en que las reivindicaciones de las mujeres giran en torno al derecho al sufragio y otros
derechos civiles y políticos, como la igualdad ante la ley, el divorcio, la extensión de la
patria potestad y la igualdad salarial por el mismo trabajo. Siguiendo a Andrea Biswas
esta primera ola “abarca la generación de sufragistas y de grupos en pro de los derechos
de las mujeres, cuya lucha comenzó alrededor de 1880 y llegó a su final en los años
cuarenta del siglo XX, cuando las mujeres de la mayoría de los países desarrollados ya
contaban con el derecho a votar” (Biswas, 2004, p. 66). La segunda ola “aspira a la
participación en los campos de toma de decisión por parte de las mujeres así como por
un control más amplio sobre algunos asuntos privados, como la igualdad sexual y el
aborto” (ídem, p. 66). En esta segunda etapa, que se ubica en los años ’60 en Estados
Unidos y en los ’70 en América Latina, el movimiento feminista va a plantear con un
carácter político, demandas que hasta ese momento no lo eran, relativas a la sexualidad,
a la anticoncepción, a la relación entre los géneros en el ámbito del hogar y a la familia,
entre otras. Es la época en que lo personal se vuelve político.
Algunas autoras plantean que, actualmente, se estaría atravesando una tercera ola que
procura incluir en agenda la problemática de la diversidad cultural, social, religiosa,
racial y sexual (Biswas, op. cit., p. 67)
Considero que es legítimo afirmar que Victoria Ocampo, durante el transcurso de su
larga vida, inscribe sus planteos y reclamos tanto en la primera como en la segunda ola
del movimiento feminista.

Victoria Ocampo y la primera ola del feminismo

¿Cuál era la situación jurídica de las mujeres hacia fines del siglo XIX y comienzos del
siglo XX? Como es sabido, el Código Napoleónico y la tradición jurídica española
constituyeron referentes para la redacción del Código Civil argentino, obra de Dalmacio
Vélez Sarsfield, sancionado en 1869. En lo que respecta a la institución familiar, el
Código de Vélez Sarsfield establecía que tanto los varones como las mujeres solteras,
menores de edad -es decir, menores a 22 años-, eran “incapaces”. Los padres actuaban
como los representantes legales de ambos. Pero las mujeres casadas también eran
“incapaces” debido al vínculo matrimonial, de modo que, una vez casadas, el marido era
su representante. Esta condición de “incapacidad” afectaba a la tenencia de los hijos, ya
que la “patria potestad” le correspondía al hombre. Sin autorización de su marido, las
mujeres no podían realizar ninguna diligencia judicial ni administrar sus propios bienes,
ya fueran obtenidos antes o después del matrimonio, como los bienes heredados o los
obtenidos a través de su propio trabajo. Para trabajar, asimismo, las mujeres debían
tener la autorización de su marido.
En la historia del movimiento feminista en Argentina, se menciona, como una de las
pioneras, a Cecilia Grierson, primera médica recibida en el país, que fundó el Consejo
Nacional de Mujeres en el año 1900. Ella, junto a Julieta Lanteri, también médica,
promovieron la educación superior de las mujeres a través de una organización de
mujeres universitarias, en los primeros años del siglo XX. En 1910, ella y otras
activistas organizaron el Primer Congreso Feminista Internacional, desarrollado en
Buenos Aires en 1910, con representantes americanas y europeas. Las delegadas
votaron en favor de la igualdad civil y económica de las mujeres, la reforma del sistema
educativo y la ley de divorcio, pero fueron ignoradas por el gobierno. Lanteri fundó el
primer partido feminista de la Argentina en 1919. El mismo año, Elvira Rawson creó la
Asociación de Derechos de la Mujer. Las mujeres socialistas, lideradas por Elvira
Rawson, Sara Justo y Alicia Moreau de Justo, lograron en esos años, que el Congreso
sancionara leyes protectoras de las mujeres y menores trabajadores. Esos progresos,
continuaron durante la década de 1920, gracias a la acción del movimiento laborista
argentino que logró, durante el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, la sanción de
leyes protectoras de las mujeres que trabajaban en fábricas y comercios. Quedaban fuera
de esta protección las mujeres que realizaban tareas rurales y de “servicio doméstico”.
Por otra parte, se mantenía la diferencia salarial entre hombres y mujeres por el mismo
trabajo.
En 1926 se dio un paso fundamental hacia la igualdad de derechos, cuando el Congreso
promulgó la ley 11357. Esta ley establece que la mujer mayor de edad, cualquiera sea su
estado, tiene plena capacidad civil. Otorga la patria potestad a “la madre natural” con la
misma amplitud de derechos y facultades que “la legítima”. Además, permite a las
mujeres, sin necesidad de autorización marital o judicial, ejercer cualquier profesión,
oficio, empleo, comercio o industria, administrar y disponer libremente de las ganancias
producidas por esas ocupaciones y adquirir bienes con el producto de su profesión,
oficio, empleo, comercio o industria, pudiendo administrarlos y disponer de ellos
libremente. Como lo expresa Meyer: “Si bien no existían garantías de que esta nueva
ley fuera observada en la intimidad de los hogares argentinos, la misma hizo que el país
se ubicara dentro de las tendencias del progreso del siglo en la consecución de iguales
derechos para la mujer” (Meyer, op. cit., p. 216).
No obstante, con el golpe militar de 1930 que derrocó al presidente Yrigoyen, se
produjeron retrocesos tanto en términos de reivindicaciones laborales como en lo que
respecta a los logros obtenidos por el movimiento feminista, ratificándose, en el ámbito
cultural, la ideas tradicionales sobre la función de la mujer como esposa y madre. Pero
los obstáculos no se limitaron a las costumbres en el espacio doméstico, en 1935 se
pretendió reformar la ley 11357, imponiéndose nuevamente a las mujeres limitaciones
para trabajar, disponer de su sueldo y de su propiedad 38. En ese año, María Rosa Oliver,
Susana Larguía y Victoria Ocampo fundaron la Unión de Mujeres Argentinas (UMA).39
La UMA impidió la reforma de la ley, sin embargo, no prosperó en su propósito de
lograr el voto femenino 40.
Algunas de las demandas que Victoria Ocampo expresaba en esos años desde su tribuna
de la Revista Sur coinciden con las que planteaban por la misma época las
organizaciones de mujeres socialistas, por ejemplo, el derecho al voto, el divorcio, la
expansión de la educación para las mujeres. Por supuesto, le eran ajenas a Victoria, por
su condición de miembro de una elite, las condiciones de trabajo que padecían mujeres
y niños de los sectores obreros. Sin embargo, lo que algunas historiadoras consideran
motivo suficiente para excluirla de la historia del movimiento feminista -su pertenencia
a la oligarquía argentina- le permitió tener acceso e interpelar a altos funcionarios
públicos expresando su desacuerdo con medidas perjudiciales para las mujeres. Ese año,
Victoria Ocampo se entrevistó con el presidente de la Corte Suprema de Justicia para
plantearle lo que significaría la programada reforma del Código Civil para los derechos
de las mujeres. Así lo relata:

“(…) hacia 1935 una reforma del Código Civil amenazaba los escasos
derechos adquiridos por la mujer (…). La cosa nos pareció tan insensata
y grave que decidimos con algunas amigas protestar ante los magistrados
de quienes dependía la reforma. Me tocó visitar a uno de ellos, un

38
El proyecto volvía a reducir a las mujeres al status legal de un menor de edad, de un demente o de una
criatura aun no nacida.
39
Integraron también la UMA, Ana Rosa Schliepper y Perla Berg.
40
Había, sin embargo, un antecedente: en San Juan, una ley aprobada en 1908, de carácter municipal,
habilitaba tanto a hombres como a mujeres a ser electores y presentarse como candidatos. Años más
tarde, en la misma provincia, Federico Cantoni, caudillo popular elegido gobernador en 1923, impulsó
una reforma constitucional que estableció el sufragio sin discriminación por sexo, lo que permitió a las
mujeres sanjuaninas votar en abril de 1928. Dos años más tarde, luego del derrocamiento de Yrigoyen,
Uriburu declararía inconstitucional el voto femenino.
personaje importante. (…) Es preciso decía [el magistrado] que haya un
jefe de familia así como hay un capitán en un barco. De otra manera el
desorden se establece en el hogar (…) Como yo insistía en defender los
derechos de la mujer al trabajo y a vivir en pie de igualdad con el
hombre, acabó por decirme: ‘Pero señora, recuerde su propia familia, la
manera en que la han educado. ¿Qué papel ha visto en su familia? ¿Su
padre era el jefe o no? ¿Qué papel tenía su madre?’ Respondí que aunque
quería mucho a mis padres, no había compartido nunca las ideas sobre
este punto (…). Por fin me dijo: ‘Señora, usted es viuda, ¿no? E
independiente desde el punto de vista económico” (…) Entonces (…)
¿por qué preocuparse de problemas que no son los suyos?’” (Ocampo,
citada por Queirolo, 2009).

Este relato es significativo porque permite apreciar la situación paradójica en que se


encontraba Victoria Ocampo: por un lado su pertenencia a una elite política e intelectual
le permitía tener acceso a individuos con poder cuyas decisiones podían afectar a
millones de ciudadanos y ciudadanas; por el otro, su posición de clase hacía
incomprensibles e inadmisibles sus planteos para esos mismos individuos. Pero además,
esa posición de clase la volvía sospechosa incluso para otras mujeres que estaban
demandando lo mismo que ella. Aún hoy, Victoria Ocampo, como se dijo, no aparece
en las principales reconstrucciones históricas del movimiento feminista41.
Las demandas de las mujeres feministas en esta etapa, giraban en torno a los derechos
civiles, fundamentalmente, el derecho al voto; pero se reclamaba además, como se vio,
por el derecho a la educación, la mayoría de edad, la no dependencia del marido, igual
salario por igual trabajo y mejores condiciones laborales. Puede afirmarse que Victoria
Ocampo, junto a las mujeres que integraban la UMA, entidad que presidió entre 1936 y
1938, se inscribe claramente en esta primera etapa o primera ola del movimiento
feminista.

Victoria Ocampo y la segunda ola del feminismo

A la primera fase, denominada también sufragista, le sigue, ya en la década del 60, la


denominada segunda ola del movimiento feminista. En esos años, si bien ya había sido
alcanzada la obtención de algunos derechos civiles y políticos, seguía con plena
vigencia en la esfera privada, la ideología de la domesticidad. Surgió entonces una
nueva agenda feminista: conducir a las mujeres a una toma de conciencia sobre la

41
Historiadoras reconocidas como Dora Barrancos y Mónica Tarducci, pasan de la década del 30 a la del
60 al considerar las dos primeras “olas” del movimiento feminista. Por su parte, Felipe Pigna no la
menciona en su libro Mujeres tenían que ser.
opresión que padecían en un sistema social patriarcal. Las mujeres feministas, en esta
etapa, al decir de Tarducci y Rifkin, “empujan los límites de la definición de lo político
para que entraran las vidas cotidianas de las mujeres: la sexualidad, la maternidad, el
cuerpo, el amor, la familia, creando un lenguaje nuevo para enmarcar el descontento”
(Tarducci y Rifkin, 2010).
En este sentido, a mi entender, Victoria Ocampo, a comienzos de la década de 1970,
expresa y difunde reclamos que se inscriben en la segunda ola del movimiento
feminista sin dejar de sostener las reivindicaciones jurídicas que, hacia fines de los ’60,
aún no se habían concretado, por ejemplo las relativas al nombre propio42.
En 1971, con ocasión de un número especial de la Revista Sur dedicado a la mujer,
Victoria Ocampo habla del divorcio, el control de la natalidad, el aborto, la patria
potestad, la situación de la madre soltera, es decir, demandas que se consideran
inscriptas en la segunda ola del movimiento feminista. Es preciso considerar que en
Argentina, desde el golpe de 1966, el poder ejecutivo estaba a cargo de una junta
militar. En marzo de 1971 gobernaba el presidente de facto Alejandro Lanusse, es decir,
se vivía bajo un régimen dictatorial con todo lo que eso implica en términos de
limitaciones de derechos y de expresión. Probablemente, el origen social de Victoria
Ocampo y su declarado antiperonismo expliquen esta tolerancia del gobierno a sus
reclamos en la Revista Sur.
En ese número Victoria Ocampo cita un documento de las Naciones Unidas en que se
exponían las divergencias de los comisionados respecto a otorgar los mismos derechos a
las madres casadas que a las solteras, aunque habían estado de acuerdo en que la madre
soltera recibiera protección social. Las prevenciones de los miembros que se oponían a
otorgar igualdad jurídica se sostenía en el argumento de que eso equivaldría a reconocer
derecho de existencia a “un tipo de unidad familiar distinta de la unidad tradicional”,
poniendo en peligro a ésta última que, según lo expresaban “es condición indispensable
para que sobreviva la sociedad”. Victoria cuestiona esto utilizando la ironía: sobrevivir
es vivir después de la muerte, o de un desastre, o de la ruina, dice. Y se pregunta:
“¿Estamos hablando de un tipo de unidad familiar que vive o que se sobrevive?”
(Ocampo, ídem, p. 14).

42
Es ilustrativo, en este sentido, un artículo que escribe en la revista Sur de junio de 1969, en que relata
los avatares de la escritora inglesa Vita Sackville-West para obtener su pasaporte: debía completar los
formularios no con su apellido sino con el apellido de su marido. En Argentina, asimismo, en 1968 un
fallo de la Cámara de Apelaciones en lo Civil decretaba que la mujer divorciada no podía usar su apellido
de soltera.
Por entonces, Victoria ya ha leído a Robin Morgan43 y a Betty Friedman44 y las
menciona a ambas en este artículo introductorio. Habla de la necesidad de la educación
sexual y plantea también el tema del control de la natalidad y del aborto. Dice: “Afirmo
que algo que concierne vitalmente a la mujer, a su cuerpo, ha de depender
principalmente de ella, la protagonista”. Y más adelante agrega:

“Si el varón dictamina que la vida es sagrada cuando se trata de desviar el


polen o de interrumpir el desarrollo de un invisible gameto masculino que
topó con uno femenino, ¿por qué deja de ser sagrada cuando manda al
matadero a millones de muchachos sanos, fuertes? Nunca he logrado
explicarme en nombre de qué lógica masculina eso no es un crimen, y lo
otro sí” (Ocampo, ídem, p. 15/16).

A modo de conclusión

Si bien no se la puede considerar una activista, Victoria Ocampo ejerció el feminismo


desde la escritura -especialmente desde la tribuna de la Revista Sur-, cuestionando el
imaginario social instituido sobre las mujeres. Se opuso a las diferenciaciones binarias y
jerárquicas que atribuyen a hombres y mujeres distintas capacidades, y legitiman, por
esa vía, relaciones de dominación. Desde comienzos de la tercera década del siglo XX,
se convirtió en una difusora de los derechos de las mujeres, denunciando las injustas
diferencias en lo que respecta a su lugar en la sociedad y a su status jurídico. A través
del debate que sostuvo con Ortega y Gasset fue perfilando y definiendo, por
confrontación, su propia posición en el tema. Su relación con Virginia Woolf le
permitió enunciar con mayor claridad la demanda de un espacio propio para las mujeres,
reclamo que connotaba, asimismo, el de un lugar en la sociedad más allá del ámbito
privado y de la esfera de lo doméstico. Su amistad con Gabriela Mistral amplió su
mirada hacia las otras dimensiones que contribuyen a afianzar el sometimiento y la
segregación de las mujeres.
En la década del ’30, Victoria Ocampo, a través de la Unión de Mujeres Argentinas, se
pronunció en defensa de los derechos civiles de las mujeres. Hacia fines de los ’60 y
comienzos de los ’70, ya desde un lugar conquistado y ganado en la esfera pública,

43
Robin Morgan (1941), feminista estadounidense, líder del movimiento feminista radical. Se considera
que su antología Sisterhood is Powerful (1970) inicia el movimiento feminista de segunda ola.
44
Betty Friedman (1921-2006), en su libro La mística de la feminidad (1963) plantea que la ocupación
del espacio público y la igualdad laboral permitirían a las mujeres alcanzar la autonomía no solo
económica sino también social y que esto a su vez las ayudaría a realizarse como ciudadanas. Cuestionaba
el papel al que se había relegado a las mujeres: esposa, madre, cuidadora, impidiendo su realización
personal.
Victoria siguió demandando por los derechos aun no alcanzados y se pronunció
claramente sobre las injusticias que se seguían manteniendo en la esfera de lo privado.
Existieron, en ese tránsito de una etapa a otra, decisiones que hoy pueden resultarnos
incomprensibles, como su renuncia a la Unión de Mujeres Argentinas y su falta de
apoyo al voto femenino en 194745. Victoria Ocampo entendía que debía defender la
autonomía política del feminismo y, cuando sentía que esto no era posible, cuando veía
que las circunstancias históricas impedían al movimiento feminista mantener esa
independencia respecto a los partidos políticos, se apartaba. En estos términos puede
entenderse su renuncia a la UMA, luego de haberla fundado y presidido; y años más
tarde, su repliegue en el apoyo al voto de las mujeres por cuya obtención se había
pronunciado tantas veces, que finalmente fue concedido por el gobierno peronista y
publicitado, a su entender, para afianzar lo que ella consideraba un régimen despótico46.
Para ella – y en esto podemos coincidir o no- la causa de la emancipación femenina
estaba por encima de la política partidaria. Ya en su vejez, con ocasión del número
especial dedicado a la mujer, de 1971, afirma: “La causa que defendíamos no era la de
un hombre político, ni la de un partido político, cualquiera que fuese: era pura y
exclusivamente la de los derechos de la mujer” (Ocampo, 1971, p. 17).
Por otra parte, se la sigue acusando, como en los años ‘30 del pasado siglo, de
egocéntrica y autoreferencial. Esta crítica se escucha, incluso, en mujeres que se
consideran a sí mismas feministas. Me parece oportuno mencionar, a propósito de esta
crítica, la frase de Charlotte Bunch: “El estado actual del mundo exige que las mujeres
se tornen menos modestas y sueñen, planeen, actúen, se arriesguen en mayor escala”.
Victoria Ocampo no era modesta; era altiva, desafiante, transgresora, “testaruda” (como
ella misma se llamaba), y escribía en primera persona47. Si hubiese sido modesta
seguramente se hubiese callado, como lo hicieron tantas mujeres de su clase social,
replegándose en una vida cómoda, sin sobresaltos, y hubiese disfrutado de sus
privilegios. En definitiva, era eso lo que le pedían los hombres y mujeres de su entorno.
Pero eligió una posición menos cómoda, una actitud confrontativa, transgresora,
disruptiva, y utilizó, para lograr lo que consideraba un objetivo legítimo –una posición
equitativa para las mujeres en relación a los hombres- los recursos que tenía a mano: a

45
La ley 13.010, aprobada en 1947, extendió el sufragio a las mujeres, derecho que se ejerció cuatro años
más tarde, en las elecciones presidenciales de 1951.
46
El peronismo era asimilado al fascismo tanto por la clase alta argentina como por la clase media. Esto
también requiere ser interpretado en el contexto de la época, especialmente en relación con los regímenes
autoritarios o totalitarios en España, Alemania e Italia –franquismo, nazismo, fascismo- y las
representaciones sociales que esas experiencias generaron.
47
“El pudor es enemigo de la literatura y de la mujer”, ha dicho Victoria Ocampo.
veces su nombre, un nombre que, más allá de su origen patricio, ella se construyó48; a
veces sus contactos sociales; otras veces la imagen que le habían creado.
Otra afirmación, sin mayor sustento, es que Victoria Ocampo no pensaba en las mujeres
como colectivo social. Esta aseveración es insostenible por razones obvias: no se le
puede pedir a ningún/a intelectual que piense con categorías construidas por las
Ciencias Sociales ochenta años más tarde. Los saberes constituyen sus discursos en un
entorno histórico social que permite hacer visibles y enunciables ciertos fenómenos y
procesos pero no otros. Victoria no puede pensar con categorías como “colectivos”,
“formaciones colectivas” y otras que utilizamos quienes transitamos esas disciplinas,
porque esas son categorías actuales, generadas en un contexto de producción del
conocimiento muy distinto al que ella conoció. Pero sí vamos a encontrar que, en
muchos de sus escritos, Victoria Ocampo habla de “las mujeres” en una época en que
los intelectuales –hombres en su casi totalidad- hablaban de “la mujer”49. Hablar de “la
mujer” significa utilizar una abstracción e incluir en esa categoría abstracta,
previamente definida, una amplia diversidad, ocultando su calidad de diverso, es decir,
homogeneizando. Pero estas serán cuestiones que el feminismo se planteará recién en la
tercera ola, es decir, en la que estamos atravesando.
Cuando Victoria Ocampo habla de las mujeres, cuando dice “nosotras”, esto es un
indicio claro de que no pensaba sólo en sí misma –como siguen afirmando quienes
intentan desacreditarla, incluso en su condición de feminista-; pensaba en todas.
Victoria Ocampo, durante su larga vida, con contradicciones, incongruencias y hasta
decisiones erróneas –con luces y sombras-, en medio de circunstancias históricas que no
siempre pudo comprender en toda su dimensión, pensó en nosotras, las mujeres.

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Barrancos, Dora (2002): Inclusión/Exclusión. Historia con mujeres. Buenos Aires,


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48
Hablamos actualmente, de Victoria Ocampo y de Silvina Ocampo, pero no de Angélica Ocampo o de
Pancha Ocampo, como no sea para decir que eran sus hermanas. Es decir, el apellido y el linaje no
aseguraba en sí mismo, un lugar. Ese lugar había que ganarlo, y eso, como se vio, no era tarea fácil en la
Argentina de las primeras décadas del siglo XX.
49
Victoria Ocampo utiliza ambas formas, algunas veces –sobre todo en sus primeros ensayos- utiliza el
singular; otras, como en la carta que escribió para el Congreso de mujeres realizado en 1975 en ocasión
del Año Internacional de la Mujer, habla en plural. Dice en esa carta: “Las mujeres debemos tratar de
resolver nuestros propios problemas y, unidas sin fronteras, no abandonar este terreno por ningún motivo
o presión (…) nosotras debemos resolver nuestros propios problemas (…) si las mujeres no los resuelven,
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Nota del diario Página 12, del 4 de marzo de 2011 del suplemento “Las 12” de Página
12. Pinto, Felisa: Victoria para todas. Disponible en:

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-6358-2011-03-04.html

Nota del diario La Nación, del 17 de junio de 2015. Nino Ramella: Victoria Ocampo,
presa política: la carta desconocida sobre su cautiverio. Disponible en:

http://www.lanacion.com.ar/1802356-victoria-ocampo-presa-politica-la-carta-
desconocida-sobre-su-cautiverio

Nota del diario Clarín del 9 de enero de 2012: Victoria Ocampo, Pierre Drieu y las
cartas de un amor difunto. Disponible en:

http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Cartas_entre_Victoria_Ocampo_y_Pierre_
Drieu_La_Rochelle_0_624537754.html

Fotos de Victoria Ocampo. Disponibles en:

http://www.villaocampo.org/d/recorridos/RecorridosHome.aspx

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