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Abstract: El presente artículo se propone llevar a cabo una revisión de ciertos vínculos
intertextuales y tensiones persistentes entre “hard-boiled”, ciudad moderna y delito como
producción social, a partir de una selección de escritos e intervenciones tardías en la obra crítica de
Ricardo Piglia. Esta serie de categorías constituye uno de los ejes claves en torno a los cuales nuestro
autor, ha articulado problematizaciones relevantes para cierta tradición critica de los Estudios
Culturales (neo)marxistas. Retomamos en esta dirección el instrumental interdisciplinario que
brindan W. Benjamín (1936), F. Jameson (1989), así como J. M Barbero (1987), a fines de dar
cuenta de la especificidad de los desarrollos piglianos al interior del campo intelectual argentino. A
partir del estudio de la escritura como acto socialmente simbólico, y el abordaje de la producción
literaria en sus mediaciones histórico-sociales, aspiramos a comprender algunas estrategias de
apropiación filosófica centrales en el corpus de Piglia.
1. Introducción
Retomaremos algunos elementos claves de las apuestas de F. Jameson (1989), así como
de J.M Barbero (1987) y Amar Sánchez (2000), por su interés metodológico en un
marxismo actualizado: horizonte de inteligibilidad de ciertos materiales de nuestra cultura.
1
(Por “E.C” entiéndase “Estudios Culturales” de aquí en adelante).
Se trata de un esquema marxista que -habiendo asimilado algunos aportes claves del giro
lingüístico - resulta capaz de evitar las aporías de los modelos clásicos: “reduccionismo”,
“economicismo” y “realismo”. A diferencia de la acepción tradicional-marxista, desde
Jameson el texto no será considerado mero reflejo de estructuras económicas elementales
(fuerzas productivas, relaciones de producción), y, en cambio, será estudiado en primera
instancia como acto socialmente simbólico, inscripto en una temporalidad histórica definida.
En Documentos de Cultura, Documentos de Barbarie (1989), se afirma que el enfoque de
las mediaciones, es aquel que nos permite atender a la especificidad de los vínculos entre
producción literaria y la esfera económico-social de su surgimiento; estableciendo así, la
ligazón necesaria entre “El análisis formal de una obra de arte y su base social” (Jameson,
1989, 33) sin el recurso a reduccionismos.
Mientras en la policial inglesa todo se resuelve a partir de una secuencia lógica de presupuestos,
hipótesis, deducciones, con el detective quieto y analítico en la novela negra no parece haber otro
criterio de verdad que la experiencia: el investigador se lanza, ciegamente, al encuentro de los
hechos, se deja llevar por los acontecimientos y su investigación produce fatalmente nuevos
crímenes; una cadena de acontecimientos cuyo efecto es el descubrimiento, el desciframiento. Son
dos lógicas, puestas una a cada lado de los hechos.” (Piglia, 1986, 87)
Para nuestro autor este desplazamiento del género clásico al contemporáneo, se traduce,
resumidamente, en el paso de una concepción sobre el crimen en tanto desviación/anomalía
al interior del orden social, al reconocimiento del mismo como “esfera de la producción”
regulada por una serie de dispositivos y mecanismos de poder cristalizados:
Esta concepción ha permitido a Piglia encontrar en la escritura del género, una particular
Tradición de izquierda que no tenía que ver con el realismo socialista, ni con el
compromiso a la Sartre ni con la teoría del «reflejo» en el sentido de Lukács sino con una
forma que trabaja lo social como enigma. (Piglia, 1986, 86). Por otra parte, retomamos las
lecturas de Bratosevich y su grupo de estudio, cuando se afirma que en Piglia el género es
concebido doblemente como “síntoma de los tiempos” y a su vez, en sus experimentaciones
recientes, como “ficción paranoica”. Es un síntoma de su época…
Las derivas del género negro a su variante de “ficción paranoica” y “relato del complot”,
otorgan ciertas claves para comprender algunas de las tensiones entre lo que W. Benjamín
(1936) y luego J.M Barbero (1987) han denominado “sensorium” o “modos de percepción”
que configuran la experiencia social de las mayorías. Nos interesa la cuestión del
“sensorium”, en la medida en que parece ser un elemento clave en la empresa de estudiar…
Los cambios que configuran la modernidad desde el espacio de la percepción, mezclando para ello
lo que pasa en las calles con lo que pasa en las fábricas y en las oscuras salas de cine y en la
literatura, sobre todo en la marginal, en la maldita. (…)Dentro de grandes espacios históricos de
tiempo se modifican, junto con toda la existencia de las colectividades, el modo y manera de su
percepción sensorial. (Barbero, 1987, 56-57).
De acuerdo con el enfoque de Barbero, en la medida en que arroja luz desde una nueva
perspectiva materialista- no reduccionista, se torna ineludible en esta dirección, "Poner de
manifiesto las transformaciones sociales que hallaron expresión en esos cambios de la
sensibilidad" (Barbero, 1987, 56), para comprender luego su vinculación a la aparición de
ciertas producciones literarias. .
Piglia define la idea de “ficción paranoica” en una serie de conferencias dispersas por los
años ‘90, y lateralmente en algunos de sus escritos maduros, (si bien la temática se haya ya
sugerida en textos previos como Respiración Artificial (1980). Al respecto podemos citar
una definición programática, esbozada en una conferencia del año 1991 por el propio Piglia:
Con frecuencia, para entender la lógica destructiva de lo social, el sujeto privado debe inferir la
existencia de un complot. (…) La conspiración, la paranoia, están ligadas a la percepción que un
individuo diseña en torno a lo social (…) Otro elemento es el delirio interpretativo, es decir, la
interpretación que trata de borrar el azar, considerar que no existe el azar, que todo obedece a una
causa que puede estar oculta: hay una suerte de mensaje cifrado que “me está dirigido” (…)La
búsqueda de la clave oculta que descifre la realidad conduce a la paranoia y ésta, más allá del caso
clínico, es una salida a la crisis de sentido. (Piglia, 1991, 3).
Al mismo tiempo, esta noción paranoica de la conciencia de un sujeto que “borra las
huellas del azar” y percibe cierto mecanismo oculto del control social (casi invisibilizado en
la sofisticación de sus dispositivos actuales), remitiría a una relación particular entre
subjetividad y sociedad civil en nuestra época: “La manera en que la literatura nos dice
como el sujeto privado lee lo político y lo social” (Piglia, 1991, 13).
Miramos el mundo desde la lógica del delito y descubrimos nuestra realidad en el escenario del
crimen. Los delitos del Estado, la corrupción en los ministerios públicos, la asociación entre
sectores de la institución policial y la delincuencia común, el tráfico de drogas y el lavado de dinero
son algunas huellas de lo empírico que generan un debate social sobre la construcción del Estado y
de nuestra sociedad. (Amar Sanchez, 2000, 18)
En una misma dirección, Jameson ya había anticipado algunas conexiones entre este tipo de
ficción vinculada estrechamente al relato del complot, a partir de la expansión global del
capitalismo tardío:
Cabe finalizar este punto remarcando el papel clave jugado por los usos y estrategias de
apropiación culturales, condición sinequa-non del género negro contemporáneo. La propia
masividad del género ha funcionado, a decir de Amar Sánchez, como un espacio clave y
momento de negociación cultural intensa. Las formas populares, y sus modos de
representación inciden en la matriz clásica del género, más bien ligada a la literatura culta y
ésta última, “…Los incluye y se transforma a la vez que los modifica” (Amar Sánchez, 2000,
p. 21). Entre la distancia jerarquizadora-paródica y los efectos de pastiche, la apropiación sin
jerarquías respecto a las formas masivas, se definen las derivas del policial clásico al hard-
boiled. “En todos los casos el contacto con las formas populares implica siempre una
transformación, una torsión del código utilizado: se subvierten siempre algunos elementos y
se fusionan géneros, formas discursivas, estéticas, niveles de lengua.” (Id.)
“…El escritor de este género que se preocupa por el realismo de su historia escribe sobre un
mundo en el que los maleantes y matones pueden gobernar naciones y adueñarse de ciudades…”
(Raymond Chandler; 1989, 35).
En El último lector (2005), Piglia ubica la figura del detective, desde sus apariciones
iniciales en la literatura del género, como un producto específico de la tensión entre multitud
y ciudad moderna. “Dupin es el que está, como lector, en tensión con el escenario de la
ciudad, entendida como el espacio de la sociedad de masas.” (Piglia, 2005, 45) Desde el
París de Poe y Benjamín, a las urbes norteamericanas en pleno desarrollo del “hard-boiled”
en los años ’40, la figura del investigador inserto en el anonimato y los dispositivos de
control, y la tensión entre orden, poder e individuación marcara a fuego los códigos del
género.
El contenido social originario de las historias de detectives», dice Walter Benjamín, «es la pérdida
de las huellas de cada uno en la multitud de la gran ciudad. “Es difícil mantener el orden en una
población tan masiva donde por así decirlo cada uno es un desconocido para todos los demás”,
señala un informe de la policía de París en 1840. (Piglia, 2005, 45)
En una misma línea podemos pensar con Martín-Barbero, que la compleja relación entre
lo masivo (género policial, pero también nuevos medios de comunicación) y la ciudad
(anclada en sofisticados dispositivos de control) se vincula a una fuerte presencia, no solo
del anonimato que produce la multitud, sino también de la peligrosidad/amenaza permanente
que emana de un orden social siempre precario:
Paradójicamente es un orden construido con la incertidumbre que nos produce el otro, inoculando
en nosotros cada día, la desconfianza hacia el que pasa a mi lado en la calle. Pues en la calle se ha
vuelto sospechoso todo aquel que haga un gesto que no podamos descifrar en 20 segundos.
(Barbero, 2000, 30).
Cabe por último destacar una noción de enorme potencia para la interpretación del
policial y de las relaciones entre género de masas y condiciones de producción literarias. Se
trata de la idea de “delito como producción social” presentes ya en Ludmer (1999) y
Feuillet (2011). Como hemos anticipado anteriormente, desde Marx el delito ha sido
considerado una esfera de la producción social en el capitalismo:
EI filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. EI
delincuente produce delitos. Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre esta
última rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará a sobreponernos a
muchos prejuicios (Marx, 1862, 327).
El delito, en este sentido, se presenta como otra modalidad de lo productivo, regido por
determinados mecanismos e instituciones, movilizando de una manera particular ciertas
fuerzas sociales antagónicas. Y, lo que más nos interesa aquí, el delito produce también
literatura: “Un criminal produce delitos, y no solo produce compendios sobre legislación en
lo criminal, sino también artes, bellas letras, novelas, e inclusive tragedias” (Id.) Es por ello
que la relación manifiesta entre poder y crimen, delito y escritura, será una de las claves de
lectura ineludibles para comprender la ficción paranoica policial. Como destaca Feuillet, la
ficción paranoica en cuanto relato del capitalismo tardío donde los dispositivos de control
comienzan a interponerse a la conciencia del sujeto que narra la ficción…
Pone el foco en la operación criminal del poder absoluto. (…)Efectivamente el delito moviliza las
fuerzas productivas en la novela, y, por último, produce el relato que leemos, donde el género
policial funciona como un modo de interpretar lo social, organizando una lectura desde un lugar-
otro, transgresor y altamente productivo. (Feuillet, 2011, 7).
Finalizare este escrito con una breve serie de re-apropiaciones benjaminianas, dispersas al
interior de Respiración Artificial (1980), que problematizan elementos del género en
relación a la cuestión de la historia y su interpretación. Es tematizado en esta ficción, aquello
que podríamos considerar (siguiendo a algunos de sus narradores fundamentales), el
“sentido histórico” de una época y su conexión con una aspiración anticipatoria, como
potencial propio de la ficción literaria. Esta suerte de “juego predictivo” al que se someten
personajes de la narración, ganando un aire de pesimismo nietzscheano sobre el devenir del
capitalismo moderno, será una constante en la narrativa de Piglia que va del presidiario
Reyes (Prisión perpetua: 1988) a Thomas Munk (El camino de Ida, 2014).
Desde el capítulo número uno de Respiración Artificial (1980), la investigación interminable
de Marcelo Maggi sobre el viejo Ossorio (aquel secretario y traidor de Rosas, homólogo de
Alberdi y representante olvidado del XIX argentino), anhela esclarecer el “sentido
profundo” de la historia nacional. En la novela, el viejo Enrique Ossorio, “Se fue
empecinando cada vez más en una obsesión suicida que encerraba, sin embargo, toda la
verdad de su época” (…) “Lo supo desde el principio y hasta el final como si hubiera
comprendido que ese era su destino, su modo de luchar por el país” (Piglia, 1980, 19).
Dicho “sentido de la historia nacional” aparece en primera instancia encarnado en un
“traidor” exiliado (imagen muy vinculada al contexto de la última dictadura), y unas páginas
más adelante ligado al contrabando, como práctica habitual durante la fundación del Estado
Argentino: “Al fin y al cabo este país le debe la independencia al contrabando. Todos se
dedican a eso por aquí, cosa de nada” (Piglia, 1980, 14). En este punto nuestro autor, como
en otras ocasiones (véase Nombre Falso: 1975), expone la falsificación como procedimiento
y clave de lectura del relato: en este caso se trata del oficial-hegemónico que versa en torno
a la independencia argentina como acontecimiento político-emancipatorio, no puede sino ser
descubierto en su carácter encubridor y parodiado. “Esos grandes conglomerados de ideas,
como civilización y barbarie, son las fuerzas ficticias para decirlo con Valery, que
constituyen el mapa de la realidad y a menudo programan y deciden el sentido de la
historia”. (Piglia, 1986, 86). El porvenir y el progreso en un mismo sentido, es, como en la
conocida imagen de Klee según la interpretación benjaminiana, un ángel que observa hacia
el pasado: “Nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la
historia. Por cierto, que sólo a la humanidad redimida le cabe por completo en suerte su
pasado” (Benjamín, 1940, N 5): Toda época venidera resulta “soñada” por una época
anterior - la forma de la sucesión histórica responde a una estructura espiralada - y es en las
fisuras, digresiones y quiebres de todo determinismo, piensa Benjamín, donde se anuncia el
futuro del mundo capitalista. Los visionarios, también en Piglia, creen o aspiran a descubrir
las marcas, signos perdidos de la historia venidera en los cruces, ruinas acumulativas y
fracturas del pasado: “La desintegración, sin embargo, dijo el senador, es una de las formas
persistentes de la verdad” (…) “Explicar eso que viene desde el fondo mismo de la historia
de la patria, a la vez único y múltiple. ¿Pero cómo podría hacer yo para explicarlo?”
(Piglia, 1980, 48).
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