Вы находитесь на странице: 1из 5

Justiciabilidad de los Derechos Económicos Sociales y Culturales

En lo relativo a los derechos económicos, sociales y culturales se parte con


demasiada frecuencia, lamentablemente, del supuesto contrario al seguido
respecto de los derechos civiles y políticos en favor de su justiciabilidad, lo cual
suele fundarse, entre otras razones, en que las cuestiones relativas a los
primeros suponen la asignación de recursos, de manera que son exclusivas de
las autoridades políticas y ajenas a los tribunales. Se configura así, por cierto,
una distinción no justificada ni por el Pacto ni por la naturaleza de los derechos
que consagra.
Ante ello cabe responder que, aun cuando hayan de respetarse las
competencias respectivas de los poderes, no puede menos que reconocerse
que los ordenamientos internos prevén derechos económicos, sociales y
culturales, y que sus tribunales ya intervienen, por lo general, en una gama
considerable de cuestiones importantes tanto relativas a aquéllos como a los
recursos disponibles (Comité, Observación General 9 cit., párr. 10).

Por cierto que el argumento en examen, bien que dirigido, implícita o


explícitamente, a los derechos económicos, sociales y culturales, igualmente
tiene alcances mayores por cuanto la realización de diversos derechos
humanos de otra índole no es ajena a la demanda de recursos. En todo caso,
tales alcances no abarcarían el universo de los derechos económicos, sociales
y culturales ni, desde luego, el de los civiles y políticos. En realidad, la postura
enfoca a los derechos humanos según que su realización requiera o no
erogaciones estatales.

No parece necesario subrayar la trascendencia de este modo de pensar, que


dejaría inerme a los individuos frente al quebrantamiento de buena parte de los
derechos humanos que los Estados se comprometieron a respetar, por cuanto
mutilaría gravemente la demanda de protección nada menos que ante los
órganos judiciales.
Es precisamente en este terreno en el que desarrolla toda su vitalidad el
derecho internacional de los derechos humanos, puesto que la omisión por
los jueces de hacer valer los mencionados compromisos u obligaciones
es incompatible con el principio del imperio del derecho, que siempre ha
de suponerse que incluye el respeto de las obligaciones internacionales
en materia de derechos humanos. (el destacado no obra en el orginal).

Se incurre, de esta manera, en un doble error: a) borrar los verdaderos e


inequívocos términos en que están previstos los mencionados derechos: “toda
persona tiene derecho a...”; y b) confundir la cuestión de saber si un derecho se
ha convertido en un derecho reivindicable judicialmente con la cuestión de
saber si el derecho existe en derecho internacional.

Si bien numerosos derechos humanos no han sido todavía precisados según


modalidades rigurosas, “no son menos derechos y su imperfección resulta un
desafío para la imaginación de los juristas” 1 y para “la timidez, ignorancia o, por
qué no, falta de creatividad del poder judicial” 2.

La doctrina que estamos sometiendo a crítica no traduce, como agudamente lo


observa Mauro Cappelletti, más que una verdad a medias, pues el derecho
comparado muestra que existen numerosos medios por los cuales las Cortes
pueden intervenir en estos terrenos3.

Y abordados ya estos puntos, no sería desencaminado desmentir, siquiera sea


de paso, cierto aserto relativo al limitado conocimiento que tendrían los jueces
acerca de la realidad económica, en todo caso menor del correspondiente a los
miembros de los otros poderes, lo que obraría como barrera para su ingreso en
la apreciación y valoración de dichas áreas. Empero, como también lo señala

1 Le droit à una alimentation suffisante en tant que droit de l’homme (Informe final del Relator Especial Sr. Asbjrrn
Eide), Ginebra, 1989, párrafos 43 y 73.
2 GALLON GIRALDO, Gustavo, América Latina: desafíos frente a los Derechos Económicos, Sociales y Culturales,
en “La Revista”, Comisión Internacional de Juristas, Ginebra, 1995, n° 55, p. 48.
3 CAPPELLETTI, Mauro, “Les pouvoirs des juges”, Ed. Económica, París, 1990, p. 274.
M. Cappelletti, el proceso judicial, por su naturaleza misma, se encuentra en
alto grado ligado a la conciencia social, pues se desarrolla sobre una masa de
cuestiones concretas comprendidas en la vida, y no puede ser ejercido sino por
la iniciativa de los interesados y dentro de los límites de las demandas y
reclamos emanados de éstos. Luego, hay por lo menos una fuerte posibilidad
de que el cuerpo judicial permanezca en contacto permanente con los
problemas, necesidades y aspiraciones reales de la sociedad. Aun cuando su
profesión y su función puedan, en cierta manera, aislar a los jueces de la
sociedad, su actividad misma los fuerza a tomar contacto con la realidad,
dado que deben pronunciarse sobre cuestiones que interesan a las
personas vivientes y que tienen relación con hechos concretos y con
problemas que se plantean verdaderamente en la vida 4. (el destacado no
obra en el original).

Después de todo, la práctica y la aplicación en casos concretos, tanto por los


organismos internacionales de control como por los tribunales nacionales, ha
contribuido al desarrollo de mínimos estándares universales y a una común
inteligencia de los alcances, naturaleza y limitaciones de los derechos
económicos, sociales y culturales, todo lo cual constituye un valioso aporte
para el ejercicio de la jurisdicción en este ámbito (v. Pautas de Maastricht, párr.
8).

Por cierto que el Pacto no impide la institución de procedimientos


administrativos para garantizar los derechos en cuestión, caso en el cual
aquéllos deberán ser accesibles, no onerosos, rápidos y eficaces; asimismo,
“cuando un derecho reconocido en el Pacto no se puede ejercer plenamente
sin una intervención del poder judicial, es necesario establecer recursos
judiciales” (Comité, Observación General 9 cit., párr. 9).

4 Idem nota anterior, pp. 273/274.


De hecho, los Estados Partes en el Pacto que, al mismo tiempo, lo sean del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, están obligados a
garantizar a toda persona, cuyos derechos o libertades reconocidos en este
último hayan sido violados, la posibilidad de “interponer un recurso efectivo”
(art. 2.3.b), y este último Pacto incluye, entre otros, el derecho a la igualdad y a
la no discriminación (Comité, Observación General 3 cit., párr. 5). Y si bien el
Pacto no contiene una norma equivalente al antedicho art. 2.3.b, los Estados
que pretendan ante el Pacto justificar el hecho de no ofrecer ningún recurso
jurídico interno frente a la violación de dicho instrumento, se verán constreñidos
a demostrar que esos recursos no son “medios apropiados” según el art. 2.1
del Pacto, o que son innecesarios a la vista de la existencia de otros medios
utilizables. Sin embargo, aun así, la demostración no será sencilla mayormente
cuando los demás “medios”, en muchos casos, pueden resultar ineficaces si no
se refuerzan o complementan con recursos judiciales (ídem, párr. 4).

El recurso, además, habrá de estar instituido con un grado suficiente de


certeza, sin lo cual no se satisfarían sus necesarias condiciones de
accesibilidad y efectividad, además de prever, en su caso, la procedencia de
una reparación5.

Finalmente, aun en la hipótesis de que no existiera la posibilidad de exigir un


derecho en el nivel interno habiendo sido éste reconocido, es posible
reclamarlo en la jurisdicción internacional. La justiciabilidad de los derechos
económicos, sociales y culturales puede ser -y de hecho lo es- negada por
autoridades judiciales nacionales, bien sea por ignorancia o por una
concepción restrictiva de los recursos jurisdiccionales existentes sobre la
materia, pero ello no significa, precisamente, que esa imposibilidad de hacer

5 V. Corte Europea, Van Droogenbroeck, sentencia del 24-6-1982, Serie A n° 50, párr. 54; Klass y otros, sentencia del
6-9-1978, Serie A n° 28, párr. 64. Corte Interamerica, Caso Velásquez Rodríguez, sentencia del 29-7-1988, Serie C n°
4, párr. 174; Ppios. de Limburgo, párr. 19; Pautas de Maastricht, párrafos 16, 22 y 27. La derogación indiscriminada
de la ayuda judicial, frente a ciudadanos de recursos modestos, es contraria a la Constitución -Corte Constitucional de
Italia, sentencia del 14-4-94, cit. en investigaciones 3 (1997), p. 497.
justiciable un derecho en el ámbito interno, no pueda ser base de denuncias a
nivel internacional6 .

En el presente trabajo, por razones de espacio, omitimos lo concerniente al


sistema de la OIT de control de la observancia de las obligaciones establecidas
en los convenios y recomendaciones, aun cuando advertimos que se compone
de un régimen de memorias regulares sobre los convenios ratificados, y otro de
quejas. Aunque en diferente medida, también intervienen en el campo de los
derechos económicos, sociales y culturales, otras instituciones de las Naciones
Unidas, como la UNESCO, la OMS, y la FAO. También es de recordar el
llamado procedimiento “1503”, que recibe su nombre del hecho de que fue
establecido mediante la resolución 1503 (XLVIII), del 27 de mayo de 1970, del
Consejo Económico y Social, y constituye un mecanismo mundial de petición o
de “comunicaciones” que permite a particulares y grupos de todo el mundo
denunciar ante las Naciones Unidas todo tipo de presuntas violaciones de los
derechos humanos.

6 Aunque también es cierto que la instancia internacional ha sido escasamente utilizada - BOLIVAR, Ligia, Derechos
Económicos, Sociales y Culturales: derribar mitos, enfrentar retos, tender puentes. Una visión desde la
(in)experiencia de América Latina, en “Estudios Básicos de Derechos Humanos”, Ed. Instituto Interamericano de
Derechos Humanos, San José, 1996, tomo V, pp. 97/98.

Вам также может понравиться