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Martin Hilbert, experto en redes digitales: “Obama y Trump usaron el Big Data
para lavar cerebros”
Daniel Hopenhayn 19 Enero, 2017Tags: big data, Estados Unidos, Martin
Hilbert, obama, redes digitales, Trump
Lo conocen en la academia de las TICs por haber creado el primer estudio que
estimó cuánta información hay en el mundo, cifras que acá comenta en un
castellano aliñado con modismos chilenos, tecnicismos gringos y erres alemanas.
Martin Hilbert (39), Doctor en Ciencias Sociales y PhD en Comunicación, es
alemán, pero vivió largos años en Chile como funcionario de la Cepal. Hoy trabaja
en la Universidad de California, es el asesor tecnológico de la Biblioteca del
Congreso de Estados Unidos y vive a cuarenta minutos de Silicon Valley, donde
un futuro inevitable toma forma. En esta entrevista, no apta para amantes de la
vida retirada, explica cómo el Big Data permite a la información interpretarse a sí
misma y adelantarse a nuestras intenciones, cuánto saben las grandes empresas
de nosotros, y lo que más le preocupa: lo fácil que está siendo convertir la
democracia en una dictadura de la información, haciendo de cada ciudadano una
burbuja distinta. También habla sobre la posibilidad de que la inteligencia artificial
llegue a generar una conciencia superior. Cree que eso va a ocurrir, pero no hay
que tener miedo: “No va a ser Terminator contra nosotros”.
Cuentas que en África el celular hizo lo que nunca pudo hacer el certificado
de nacimiento. La huella de que una persona existe es su teléfono.
–Claro, es súper poderoso. Es tu verdadera huella digital. Y África es el caso
extremo, pero piensa en América Latina, donde hay tanto orgullo por los censos.
El censo de Chile ahora fue un desastre y era una tragedia, ¿no? Pero con los
datos de tu celular, si uso solamente lo que se llama metadata, o sea sin escuchar
tus conversaciones ni saber con quién hablas, sino sólo con qué frecuencia y con
qué duración usas tu celular, con eso yo puedo hacer ingeniería reversa y
reproducir el 85% de tus resultados de un censo: si eres hombre o mujer, cuál es
tu rango de ingresos, si tienes niños, si estás casado, tu origen étnico…
También las empresas telefónicas, que uno supone que sólo nos cobran el
plan, hacen buena plata con nuestros datos, ¿no?
–Claro. Por ejemplo, Smart Steps es la empresa de Telefónica que vende los
datos de la compañía. Si tú tienes Movistar, tus datos están ahí vendidos.
¿A quién le sirven?
–¡A mucha gente! Si tú quieres abrir una tienda de corbatas en una estación de
metro, te vale mucho saber cuántos hombres caminan en cada salida del metro,
entonces compras estos datos de Telefónica. Y también los puedes usar en
tiempo real: saber a qué hora pasa la gente, e incluso si se detiene o no a ver el
anuncio de oferta que pusiste afuera. Y lo más impresionante es que esto convirtió
a las ciencias sociales, de las que siempre se burlaron, en la ciencia más rica en
datos. Antes tenías que hasta negociar con diplomáticos para que te prestaran
una base de datos de cien filas por cien columnas. Y en las universidades hacían
experimentos con 15 alumnos de pregrado, que necesitaban créditos extra para
pasar el ramo, todos blancos, todos de 18 años, y decían “miren, así funciona la
psicología humana”. ¡De adónde! Nosotros nunca tuvimos datos, y por eso nunca
funcionaban las políticas públicas. Y de la noche a la mañana, el 95% de los
sujetos que estudiamos pasó a tener un sensor de sí mismo 24 horas al día. Los
biólogos siempre dijeron “eso no es ciencia, no tienen datos”. Pero ellos no saben
dónde están las ballenas en el mar. Hoy nosotros sí sabemos dónde están las
personas, pero también sabemos qué compran, qué comen, cuándo duermen,
cuáles son sus amigos, sus ideas políticas, su vida social. Se puede abusar
también, como Obama y Trump lo hicieron en sus campañas, como Hillary no lo
hizo y por eso perdió. Pero el gran cambio es que estamos conociendo a la
sociedad como nunca antes y podemos hacer predicciones con un nivel científico.
¡Lo de antes era arte, no era ciencia!
TRUMP TE CONOCE
Entiendo que algunos estudios ya han logrado predecir un montón de cosas
a partir de nuestra conducta en Facebook.
–Claro, esos son los datos que Trump usó. Teniendo entre 100 y 250 likes tuyos
en Facebook, se puede predecir tu orientación sexual, tu origen étnico, tus
opiniones religiosas y políticas, tu nivel de inteligencia y de felicidad, si usas
drogas, si tus papás son separados o no. Con 150 likes, los algoritmos pueden
predecir el resultado de tu test de personalidad mejor que tu pareja. Y con 250
likes, mejor que tú mismo. Este estudio lo hizo Kosinski en Cambridge, luego un
empresario que tomó esto creó Cambridge Analytica y Trump contrató a
Cambridge Analytica para la elección.
¿Cómo así?
–Que la gente emocional sólo hable con gente emocional, la gente de acción con
la gente de acción, los reactivos con los reactivos. Hablamos mucho de que ahora
los demócratas no hablan con republicanos, pero esta fragmentación de la
sociedad en subgrupos va mucho más allá de la política. La verdad, es una cosa
triste. Pero no es culpa de la tecnología, es la manera en que la usamos hoy día.
Toda tecnología es normativamente neutral, tú puedes usar un martillo para colgar
un cuadro o para matar a tu vecino. Lo mismo con la tecnología digital: podríamos
usarla para unir gente, para mezclar gente de opiniones opuestas, pero no lo
estamos haciendo.
Y los Estados, ¿están sabiendo aprovechar el Big Data para las políticas
públicas?
–No, están muy atrás todavía. Pero tienen una oportunidad muy grande. Se estima
que el Estado posee alrededor de un tercio de los datos de un país, lo que es
mucho. ¿Acaso tiene un tercio del poder productivo? Ni loco. El gobierno sabe
todo lo que pasa en los colegios, en los hospitales, en los servicios de impuestos,
¡cuánta información hay ahí! Se puede aprovechar mucho más para políticas
sociales y económicas, sobre todo en América Latina. Y lo segundo es poner la
información que es pública a disposición de la sociedad, lo que se llama el Open
Data. Pero ahí estamos aún más atrasados, incluso acá. Por ejemplo, a mí me
nombraron Chair of Technology de la Biblioteca del Congreso, que en EE.UU.
siempre fue LA institución de la información. Ellos mismos me invitaron porque se
dan cuenta de que perdieron el tren y Google les robó el show en diez años. Y
cuando voy allá, veo que todavía podrían recolectar mucha más información, y
hacerla pública. Los mapas… ¡el gobierno tiene un montón de mapas! No
necesitamos Google Maps, los militares tienen todos los mapas que necesitas.
¿Por qué no los hacen disponibles? Los precios de terrenos, qué tipo de terrenos
hay para qué tipo de agricultura, quién es el dueño del terreno, todo esto el
gobierno lo tiene y socializarlo podría ser muy productivo. Pero es una buena
noticia: si el insumo de esta nueva economía son los datos y el Estado tiene un
tercio de ellos, los puede usar para democratizar la economía.
EL FUTURO ARTIFICIAL
¿En Silicon Valley están muy locos?
–¡Ja, ja, ja! Depende. Algunos, como este alemán Peter Thiel, quien creó PayPal y
que ahora está con Trump, él está un poco loco. Pero la verdad es que no son
locos, son un poco arrogantes. Pero son arrogantes con justificación, porque
realmente cambian el mundo, mucho más que un gobierno. Por eso también les
llegó pésimo lo de Trump. Estaban muy enojados, no podían creer que se usó su
tecnología para poner a un fascista en el poder. No, la verdad es que todavía
están muy confundidos con eso. Bueno, dicen que la caída viene después de la
arrogancia.
Algo que cuesta asimilar es que los datos, al crecer tanto, ya se explican a sí
mismos, descubren solos sus relaciones causa-efecto. Como el traductor de
Google, que se pegó el gran salto cuando le quitaron las reglas de
traducción y empezó simplemente a comparar datos.
–Y con eso, además, ya puede traducir entre dos idiomas aunque nadie en el
mundo hable esos dos idiomas. Te cuento un caso. ¿Te acuerdas de ese juego
para Atari y PC, parecido al pimpón, en que tenías que mover una barrita hacia los
lados para achuntarle a una pelota que rebotaba arriba en unos bloques? Y
sacabas puntos al ir destruyendo esos bloques.
Sí.
–Bueno. Al DeepMind, un programa de IA que usa el Deep Learning, lo pusieron
frente a ese juego y le dijeron “tienes que ganar puntos”. Pero no le dijeron cómo
se ganan los puntos. Ni siquiera le dijeron “vas a ver una barrita, una pelota y unos
bloques arriba”. Solamente le dieron la capacidad de reconocer pixeles. A los diez
minutos, el DeepMind casi no agarraba la pelota, porque no entendía frente a qué
situación estaba. Después de dos horas, jugaba al nivel de un experto. Y a las
cuatro horas, mejor que cualquier ser humano. Pero no sólo por su precisión
técnica, sino porque descubrió una estrategia para ganar que poca gente
descubre. Es decir, sólo correlacionando movimientos de pixeles y puntos
ganados por azar, llegó a innovar y ser más creativo que la mayoría de los
humanos. Es lo mismo que hace la IA con el ajedrez. Se suponía que Go era el
juego en que nunca iba a pasar a los humanos, muchísimo más complejo que el
ajedrez. Bueno, DeepMind le ganó hace medio año al campeón de Go. Entonces
sí, la información se autointerpreta y son mejores que nosotros.
¿Es cierto que las grandes compañías ya toman decisiones sin saber por
qué las toman? Sólo porque la IA ve los datos y les dicen “hagan esto”.
–Claro, y está perfecto. Además, las relaciones de causalidad, muy
filosóficamente, nunca las podemos conocer. Como decía Popper, sólo podemos
descartar causas: tú no puedes saber si realmente X causó Y, sólo puedes
comprobar que Z no causa Y. Pero estas correlaciones nos sirven para explicar y
predecir. Ahora, si tú cambias el sistema que produjo estos datos, ahí te puedes
equivocar muchas veces. Pero ese ya es otro problema.
Pero también sería un problema si, por ejemplo, llegáramos a meter preso a
alguien porque su conducta en Facebook, según un programa, predice que
es un potencial asesino.
–Sí, pero esto también lo hacen las personas. Si un sicólogo dice que eres un
peligro para la sociedad, también te pueden encerrar. Y la verdad es que la IA es
muchas veces más exacta que un psicólogo. Al final, el juego con la tecnología
siempre ha sido ver cuáles tareas se pueden automatizar y cuáles se quedan con
nosotros. Los primeros imperios, por ejemplo, su gran innovación fue hacer
canales de agua para sus plantaciones. Así ya no necesitaban usar un tercio de su
fuerza laboral en ir cada vez al río y traer agua. Imagínate, qué brutal: un tercio de
la gente quedó desempleada. ¿Pero qué hicieron con ellos? A la mitad los
convirtieron en soldados y empezaron a dominar a otros pueblos. A otros los
hicieron arquitectos y constructores y crearon las ciudades y templos más grandes
de la humanidad. Otros se hicieron artistas, otros empezaron a escribir… ¡a
escribir, hueón, no tenían nada más que hacer! Y es así como las sociedades han
avanzado, ahorrando tiempo y automatizando tareas. Si un robot reconoce células
de cáncer, te ahorras al médico. En San Francisco hay una farmacia donde no hay
ninguna persona trabajando: yo soy un robot, tú me das una receta, yo te mezclo
un poco de este polvo, un poco de este otro, lo pongo en una caja y te lo doy.
Además el robot sabe exactamente qué interacción hay entre qué medicamentos,
más que ningún farmacéutico. Más del 50% de los actuales empleos son
digitalizables, incluso escribir noticias rápidas, como sabrás. Y ya no hablamos de
reemplazar a los obreros, como en la revolución industrial, sino también los
trabajos de la clase más educada: médicos, contadores, ¡abogados, hueón! Hay
una aplicación en el teléfono que te dice cuánto estás obligado a pagar si te
divorcias, según los detalles de tu caso. Te ahorraste mil dólares de abogado por
pedirle ese estudio. Claro, es brutal. Pero esto ya ha pasado antes y no fue el fin
de la historia. Inventaron hueás nuevas tan locas como escribir, que antes nadie
tenía tiempo de pensar en eso.
Lo que sí sería nuevo, y es el gran miedo cuando se habla de la “era de la
singularidad” que supuestamente viene, es que el robot pase a decidir por
nosotros. En el fondo, que nos ganen.
–Claro, es la pregunta: si va a ser “el Terminator contra nosotros”. Mira, la
singularidad viene. O ya está acá. Trata de deshacerte de tu celular por un año.
Ya estamos fusionados con esta tecnología, como sociedad y como especie.
Nuestra distribución de recursos ocurre básicamente en la bolsa, y acá el 80% de
las transacciones de la bolsa son decididas por IA. El 99% de las decisiones de la
red de electricidad son tomadas por IA que localiza en tiempo real quién necesita
energía. Y si tú me dices “mira, Martin, recién descubrimos una especie donde un
sistema que se llama IA distribuye el 80% de los recursos y el 99% de la energía”,
yo diría “bueno, IA es una parte inseparable de esta sociedad”. Y ya no se puede
deshacer, no se puede desenredar. Tú podrías irte a la cordillera, dejar tu celular
atrás y nunca más tener interacciones digitales, pero ya no serías parte de nuestra
sociedad. Dejarías de evolucionar con nosotros. El punto aquí es que la especie
humana ya evoluciona en convergencia con la tecnología, que en algunos
aspectos ya es mejor que nosotros… no en todos. De nuevo, la pregunta es qué
cosas dejamos a la IA y qué cosas no.
¿Cómo?
–A medida que la IA empiece a organizarnos, a programar a la sociedad. Y va a
poder hacerlo porque si bien tú y yo creemos ser muy distintos, el funcionamiento
de la sociedad, con los grandes números, consigue promedios muy estables.
Entonces este organismo puede sobrevivir, hasta que yo me imagino que va a
poder producir una conciencia. Pero nosotros ni vamos a saber que esa
conciencia existe. Por eso te digo que no va a ser “Terminator contra nosotros”. Es
un supraorganismo con el que nos estamos fusionando, y la digitalización es como
el aceite que nos une. La verdad es que normalmente no hablo de esto en
entrevistas públicas, pero eso significa para mí la singularidad: estamos
convergiendo con la tecnología para crear un ente superior, que se llama
sociotecnología, tecnosociedad o como lo quieras llamar.