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Los pobres eran excluidos del sistema financiero porque carecían de documentos de
identidad, contabilidad apropiada, propiedades registradas y hasta de la vestimenta y
del lenguaje requeridos para captar la atención de los funcionarios de crédito. El
economista peruano Hernando de Soto argumentó que la llave para la entrada a los
bancos era el registro de las viviendas que los pobres habían autoconstruido,
entregando títulos formales que pudieran ser utilizados como garantía; este argumento
ganó aceptación internacional, pero al final dicha propuesta resultó ser innecesaria ya
que los préstamos se empezaron a otorgar sin garantías físicas y en lugar de formalizar
al prestatario, fueron las entidades quienes tuvieron que adaptarse para poder hacer
negocios con los pobres.
Las prioridades también han variado con el tiempo. Últimamente el objetivo más claro
han sido las utilidades. Pero las ONGs, instituciones públicas y altruistas que abrieron las
puertas a las microfinanzas de gran escala, tenían como prioridad el desarrollo social y
el alivio de la pobreza. Algunos proyectos fueron diseñados con la idea que el crédito
haría poco por los pobres si no iba acompañado por comunidades más fuertes: el
beneficio real del capital privado era que serviría para crear capital social.
Las ONGs enfocadas en temas de género comenzaron también a usar ese vínculo como
un instrumento para el empoderamiento de la mujer. Sin embargo, la primera idea
desarrollista vinculada al crédito fue la creencia en la magia de una cultura del ahorro.
El atraso económico y la alta vulnerabilidad de las familias pobres no era consecuencia
de la falta de crédito, sino de una falta de ahorro.
En 1964, el apenas nombrado presidente del banco mundial, Robert McNamara lanzó la
guerra contra la pobreza mundial, anunciando que el crecimiento económico no llegaba
a los pobres y luego anunció que la pobreza mundial sería eliminada alrededor del año
2000. La primera solución del Banco Mundial fue un proyecto integrado de desarrollo
rural; en la que trabajaría con gran cantidad de pequeños agricultores en las regiones
más pobres, proporcionando todo lo que hacía falta: caminos, colegios, hospitales,
conexiones con los mercados, insumos y crédito. Pero la mayoría de los proyectos
fracasaron y fueron apodados “Árboles de Navidad” porque pretendieron colgar de todo
sobre sus ramas.
Las políticas de los años 70 y 80, terminaron de manera abrupta en julio de 1990 con la
elección del presidente Alberto Fujimori. A comienzos de su periodo la política social
tuvo prioridad y se enfocó hacia los más pobres. Los fondos estatales fueron canalizados
hacia educación pública, proyectos de salud e infraestructura rural, priorizando las
provincias más pobres.
En este capítulo nos habla de la persona que le dio el dinamismo a la ola de cooperativas
de ahorro y crédito que se produjo a mediados de los años 50 y que finalmente llegó a
su pico a mediados de los 70. Dicho sujeto sería el sacerdote de la orden Maryknoll,
Daniel McLellan, que regresó a Lima en enero de 1958 para retomar sus labores donde
las había dejado antes de enfermarse y proponer la creación de la Oficina Central de
Cooperativas Parroquiales. En esos años, McLellan había viajado mucho capacitando,
asesorando y animando a los feligreses en todo el país para crear sus propias
cooperativas.
A poco tiempo de su regreso dio un discurso en la Conferencia Episcopal del Perú, donde
mencionó que el Perú debía recurrir a sus “minas más ricas”, haciendo referencia al
dinero que la gente pobre escondía debajo de los colchones; explicando que el indio
peruano, siendo el 90% de la población en ese entonces, podría incorporarse en la vida
económica del país. Otro de sus argumentos era que las cooperativas de ahorro y crédito
liberarían a la gente de los usureros; la visión que tenía de estas era que servirían para
mejorar el estándar de vida.
Hacia 1970, las cooperativas de ahorro y crédito habían captado el 8,4% de los depósitos
en el sistema financiero del Perú, cifra que subió a 10,8% en 1975. McLellan contribuyó
a ese boom con la creación de tres instituciones: La Oficina Central de Cooperativas
Parroquiales, Federación Nacional de Cooperativas de Ahorro y Crédito del
Perú(Fenacrep) y la Central de Crédito Cooperativo del Perú(CCC).
Una creciente proporción de las nuevas cooperativas no eran católicas, pero la iglesia
mantenía una fuerte influencia sobre todo el movimiento a través de la Oficina Central
de Cooperaciones Parroquiales.
En 1970, los depósitos de las mutuales aumentaron hasta representar el 10,6% de los
depósitos en el sistema financiero, superando a las cooperativas de ahorro y crédito,
cuya participación alcanzaba el 8.4%. La participación de estos dos sistemas financieros
creció hasta alcanzar el 19,1% de los depósitos del sistema financiero hacia 1975.
La innovación principal fue el vínculo entre ahorro y acceso al crédito. La razón de la
oleada de depósitos en ambas instituciones era la promesa de que se ganaría el derecho
a solicitar préstamos.
El incentivo de las cooperativas de ahorro y crédito, era que también ofrecían formas de
seguro. En el caso de las mutuales, según Alfredo Tapia, ex director general del Banco
de la Vivienda, decía que los miembros la percibían como un Pandero. Ahorrar en una
mutual aseguraba el futuro acceso a un préstamo para vivienda, solo era cuestión de
esperar tu turno.
En la década de los 70, el Banco Mundial, la OIT y las universidades realizaron muchas
investigaciones sobre los vínculos entre inversión, el desempleo y la estructura
productiva. Descubriendo que las pequeñas empresas generaban más empleo por dólar
de inversión que las grandes firmas. Pero el objetivo no era prestar a los
microempresarios más pequeños, sino más bien a propietarios de pequeños talleres de
manufacturas y otras actividades que empleen entre 5 a 20 trabajadores.
A comienzos de los 80, el sistema financiero no tenía casi nada que ofrecer a la gran
mayoría de las familias extremadamente pobres del Perú. Entonces se empezó a
desarrollar una línea de investigación en las ciudades y pueblos, centrada en el sector
informal. En el Perú, fue llevada por el Prealc de la OIT durante las finales de los años 70
y comienzos de los 80.
El 14 de mayo de 1980, Silva Ruete firmó el Decreto Ley 23039, dando nacimiento a las
cajas municipales. En julio de 1981 las autoridades emitieron un decreto que habilitaba
al de Silva Ruete para entrar en efecto; y otro en noviembre autorizando la creación de
la Caja Municipal de Piura. Hacia 1985 se inauguró una segunda caja y empezó una nueva
etapa. Ese año, el gobierno alemán firmó un acuerdo para brindar asistencia técnica y
financiera a las cajas municipales del Perú.
El primer paso para convertirse en financiadores de la microempresa parece haberse
dado en octubre de 1978, cuando el directorio de la Caja Piura aprobó un conjunto de
normas internas para otorgar préstamos sin prendas en oro o plata. La idea era facilitar
el acceso al crédito de los grupos de bajos ingresos.
En la mayoría de los casos la garantía más usada fue los avales de terceros. Y durante los
años 90, los préstamos se otorgaron sobre la base de las evaluaciones al cliente y su
récord de pago.
Webb nos relata sobre una nueva fase, los años 90, en la que los movimientos terroristas
y una economía desbocada fueron puestos bajo control.
Desde mediados de los 80 hasta 1993, los trabajadores peruanos fueron golpeados por
una inflación que devoraba sus ganancias y por una economía que eliminaba los puestos
de trabajo. Cuando el presidente Alan García dejó el cargo en julio de 1990, el 44% de
los hogares subsistían con un ingreso por debajo de la línea de pobreza
La guerra desatada por Sendero Luminoso, obligó a miles de campesinos a emigrar hacia
las urbes y fue la causa de que otros 400 mil peruanos dejaran el país en un periodo de
10 años. Las actividades terroristas interrumpieron la agricultura, la minería y la
industria; además exigió gastos a la economía en seguridad de US$1.5 mil millones entre
1988 y 1991.
Alberto Fujimori asumió la presidencia en 1990 y gobernó a lo largo de toda esa década.
Se propuso colocar al Perú en un rumbo diferente, empezando por vencer dos de los
más grandes males heredados de gobiernos anteriores: la economía devastada y la
guerra de terror de Sendero Luminoso.