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Congreso, 1994
durante las noches oscuras y mal iluminadas por la calle H i imila porque sí, o gente que grita consignas políticas acom-
pólito Irigoyen es como caminar por un bosque. Las plazas |u nada por el ritmo de poderosos tambores).
secas y las veredas desiguales son idénticas a los desiertos Y por último: no quiero vivir en un departamento de
andinos. buenos Aires, quiero vivir en una discoteca de Buenos Aires.
Además de la discoteca, lo que más me gusta de este <>mejor: no quiero vivir, quiero bailar. O más aún, no quiero \
barrio son los frecuentes cortes de luz. Cuando todos los bailar sólo quiero escuchar, escuchar, escuchar.
electrodomésticos dejan de funcionar, y también el ascensor,
bajo corriendo los nueve pisos que me separan de la planta
baja. Abro la puerta y corro hacia la plaza de enfrente. Cuan
do se corta la luz, la ciudad se vuelve como una cueva y las
luces de los autos se transforman en el latido de un corazón
caótico e irregular. Un corazón deforme y monstruoso, como
los sonidos de la ciudad.
Me gusta vivir en Congreso porque hay discotecas y
me gusta ir a la discoteca porque la considero una escuela.
No voy a la discoteca para conocer hombres, ni para sentir
la música en mi cuerpo, ni para beber tragos exóticos. Voy
simplemente para reeducar mi oído. Luego de incorporar la
estructura de la música extraña de la discoteca a mi siste
ma de percepción, los ruidos de la calle me parecen música.
Así, dejo de sufrir. Cuando siento que esos ruidos hieren
mi alma, me digo: no la hieren, la hacen gozar, el ruido es
placer, como la música de Daft Punk. Además los ruidos me
acompañan siempre. Gracias a los ruidos es imposible que
me sienta sola en Congreso. Cuando camino, no me parece
hacerlo sobre el asfalto, sino sobre un colchón de ruidos, o
una alfombra cuyo diseño fueran intrincadas combinaciones
de sonidos misteriosos y excitantes.
En realidad, esto es todo lo que puedo decir de Congre
so: mi cuerpo está quieto en mi departamento, y el único
movimiento es el del sonido. (Viento, radios que se mezclan
con colectivos y ambulancias, taladros, televisores, gente que
I want to be fat 35
Benita, Luz, Elma, Jacinta, Delmira, Domitilia, Federica, la atención. Nos sentamos en los bancos de concreto de las
Marión. Nombres originales que nos gustaría tener, aunque plazas, una al lado de la otra, rozando nuestras caderas es-
sólo por un rato. Porque no deseamos abandonar nuestras ponjosas, y nos abrazamos para quedar como una sola masa
identidades para siempre. Apenas por unas horas. (Como de carne, o un tren. O bailamos ondulantes extendiéndonos
tampoco queremos abandonar nuestros cuerpos definitiva- en la pista bajo las luces estroboscópicas.
mente: unas pocas horas alcanzan para cambiar). Durante horas nos sentimos gordas en la ciudad. No
Cuando terminamos de cenar nos vamos a mi cuarto y simplemente gordas encerradas en nuestros departamentos
nos desvestimos. Todas son muy ordenadas y doblan la ropa sino gordas transitando por las calles aristocráticas y lumi-
sobre las sillas que yo dispongo alrededor de la cama. Cada nosas de los barrios acomodados. Porque a esos barrios es
silla tiene un rótulo con un nombre. De esa forma, cuando a donde más nos gusta ir. Allí, todas la mujeres son flacas y
volvemos, eufóricas y con la conciencia alterada, podemos se visten con colores apagados: marrón, negro, azul marino,
reconocer fácilmente quiénes éramos y qué ropa traíamos verde musgo, gris... Y la droga de la gordura es mucho más
antes de salir. efectiva cuando se experimenta potenciada por el contraste.
Después saco una caja de plástico llena de planchas de Al irrumpir en esos paisajes nos sentimos verdaderas freaks.
goma espuma y tijeras, y nos ponemos a trabajar. Corta- Y les digo: no hay droga más poderosa que la mirada
mos rectángulos y círculos de ese material, que nos atamos del prójimo cuando te eleva al lugar vanguardista del freak.
con hilo transparente alrededor de los brazos, las piernas, Nadie sabe realmente nada de la vida hasta que no se ha
el cuello y el tronco; tratando de que no quede ninguna sentido en algún momento, por alguna circunstancia, un
superficie de verdadera piel expuesta al mundo. Saturamos freak. Que te miren de esa manera genera más adrenalina
nuestro cuerpo de gomaespuma hasta transformarnos en que hacer jumping desde un puente, o que tomarse una
personas verdaderamente grandes. Seres ampulosos y acol- pastilla de éxtasis y bailar toda la noche en una rave. Y una
chados. Una vez enormes, pintamos el material que nos en- vez que lo has experimentado es muy difícil parar. Estamos
vuelve con témperas de color rosado, y finalmente nos vesti- seguras de que cuando envejezcamos, vamos a querer ser
mos. Preferimos la ropa de colores fuertes para llamar más la como esas señoras que se tiñen el pelo una vez por semana
atención, y porque en las revistas femeninas siempre siempre y lo tienen extremadamente seco, pero rubio, de un rubio
se escriben artículos en contra de la ropa de colores estri- veteado y de mal gusto, se maquillan mal delineándose
dentes que, al parecer, engorda. (En general, nuestro lema exageradamente los labios y usan pantalón de jogging con
es hacer lo contrario de lo que dicen las revistas femeninas). tacos, pullóveres muy usados pero con lentejuelas y ante-
Cerca de las doce, salimos a la calle con nuestros nuevos ojos de sol con el marco color violeta. Esas ancianas que
cuerpos y nuestra nueva personalidad. Nos tomamos un taxi uno ve en el colectivo y dice: “a los sesenta, yo quiero verme
y nos vamos a vagar por la noche. Entramos a resaturants, exactamente así”. Pero ahora, a los treinta, sólo nos queda
bares, librerías, discotecas, y cualquier espacio que nos llame la opción de ser gordas.
38 Los sueños no tienen copyright