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[Datos de edición: Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2010.

Cecilia Pavón nació en 1973 en la ciu­


dad de Mendoza. Se radicó en la ciudad Cecilia Pavón
de Buenos Aires en los 90 y se recibió de
Licenciada en Letras en la UBA. Escrito­
ra, editora, artista plástica y traductora, en LOS SUEÑOS
1999 fundó, junto con Fernanda Laguna,
la regalería, editorial y galería Belleza y
NO TIENEN COPYRIGHT
Felicidad, espacio que sirvió de plataforma
para la difusión de nuevos artistas y escri­
tores. Su escritura está dedicada a la poesía
y el cuento. Algunas de sus publicaciones
son Virgen (ByF), Un hotel con mi nombre
(Del diego), Caramelos de anís (ByF) y Ceci
y Fer (ByF), esta última en colaboración
con Fernanda Laguna. Participó, con rela­
tos, en dos antologías: Buenos Aires / Escala
1:1 (Entropía) e Historias de mujeres infieles
(Emecé). Cuentos y poemas suyos han sido
publicados en sellos alemanes.
Sus traducciones del alemán y el portu­
gués también muestran sus afinidades con
la producción contemporánea: los ensayos
Personas en loop y Psicodelia y ready made,
de Diedrich Diederichsen, y La utopía de la
copia, de Mercedes Bunz; las selecciones de
poemas de Nikola Richter, Monika Rinck
y Ron Winkler, en Luces Intermitentes, y las
versiones de poetas brasileños contempo­
ráneos en Caos portátil.
La editorial Triana anuncia para este
año su nueva colección de poemas: 27poe­ Halterios
mas con nombre de persona.
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Congreso, 1994

Acabo de llegar a Buenos Aires. Sólo conozco las tres cua­


dras que separan mi departamento de la discoteca. No co­
nozco Palermo, no sé dónde queda ni cómo llegar a San
Isidro, nunca estuve en Devoto ni en Pompeya. Los jueves
por la noche, camino estas tres cuadras en éxtasis.
Vivo en Congreso. M i tía que llegó a Buenos Aires hace
l reinta años, vive en Congreso. Todos mis tíos, hermanos y
primos, cuando vienen a Buenos Aires, paran en Congreso.
Congreso es el barrio de la gente del interior. Quizás sea así
como los provincianos imaginamos la ciudad, llena de ofici­
nas y sin niños. Congreso es un barrio impersonal. Por otro
lado, las mejores discotecas de Buenos Aires están en Con­
greso. Los jueves por la noche camino por una calle estrecha
y mal iluminada hacia la discoteca. No conozco a nadie, pero
voy de todos modos. Me paro en medio de la pista y bailo
con los ojos cerrados.
Es maravilloso cruzar la Avenida 9 de Julio a las cinco de
la mañana cuando está vacía: esa amplitud y ese vacío son lo
que más se parece al campo.
Algunos jueves cuando todavía es muy temprano para ir
a bailar y no tengo nada que hacer -en realidad casi nunca
tengo nada que hacer- me siento en un café de Avenida de
Mayo a tomar algo, sidra, o champagne. Elijo siempre la
mesa más cercana a la calle. El ruido de los autos es ensor­
decedor, pero cierro los ojos y pienso en el ruido del mar.
Desde que llegué a Buenos Aires sólo he hecho esto: su­
perponer en mi mente naturaleza y ciudad. Congreso es el
barrio ideal para superponer naturaleza y ciudad. Caminar
Los sueños no tienen copyright Cecilia Pavón 31

durante las noches oscuras y mal iluminadas por la calle H i­ imila porque sí, o gente que grita consignas políticas acom-
pólito Irigoyen es como caminar por un bosque. Las plazas |u nada por el ritmo de poderosos tambores).
secas y las veredas desiguales son idénticas a los desiertos Y por último: no quiero vivir en un departamento de
andinos. buenos Aires, quiero vivir en una discoteca de Buenos Aires.
Además de la discoteca, lo que más me gusta de este <>mejor: no quiero vivir, quiero bailar. O más aún, no quiero \
barrio son los frecuentes cortes de luz. Cuando todos los bailar sólo quiero escuchar, escuchar, escuchar.
electrodomésticos dejan de funcionar, y también el ascensor,
bajo corriendo los nueve pisos que me separan de la planta
baja. Abro la puerta y corro hacia la plaza de enfrente. Cuan­
do se corta la luz, la ciudad se vuelve como una cueva y las
luces de los autos se transforman en el latido de un corazón
caótico e irregular. Un corazón deforme y monstruoso, como
los sonidos de la ciudad.
Me gusta vivir en Congreso porque hay discotecas y
me gusta ir a la discoteca porque la considero una escuela.
No voy a la discoteca para conocer hombres, ni para sentir
la música en mi cuerpo, ni para beber tragos exóticos. Voy
simplemente para reeducar mi oído. Luego de incorporar la
estructura de la música extraña de la discoteca a mi siste­
ma de percepción, los ruidos de la calle me parecen música.
Así, dejo de sufrir. Cuando siento que esos ruidos hieren
mi alma, me digo: no la hieren, la hacen gozar, el ruido es
placer, como la música de Daft Punk. Además los ruidos me
acompañan siempre. Gracias a los ruidos es imposible que
me sienta sola en Congreso. Cuando camino, no me parece
hacerlo sobre el asfalto, sino sobre un colchón de ruidos, o
una alfombra cuyo diseño fueran intrincadas combinaciones
de sonidos misteriosos y excitantes.
En realidad, esto es todo lo que puedo decir de Congre­
so: mi cuerpo está quieto en mi departamento, y el único
movimiento es el del sonido. (Viento, radios que se mezclan
con colectivos y ambulancias, taladros, televisores, gente que
I want to be fat 35

“Everybody deserves to be fucked”.


Sex in Dallas

Sentir (con mayúscula) es algo muy complejo que debe di-


señarse y llevarse a cabo con delicadeza y rigor. Por eso, mis
amigas y yo nos inventamos una droga que nos ayuda a sen-
tir. Cosas nuevas. Y sentir cosas nuevas, nos ayuda a cambiar.
Nosotras le decimos “agitar”, pero sólo porque teníamos que
ponerle un nombre, y ese es el que estaba más a mano, pero
no tiene nada que ver con lo que cualquier persona se ima-
gina cuando escucha ese verbo. Es decir, no se relaciona de
ningún modo con el concepto de generar disturbios o con-
flictos en la vía pública. No salimos a la calle a armar lío,
se trata más bien de una agitación interna lograda en base
a salidas estratégicas hacia el ambiente exterior (que al fin
de cuentas está entrelazado cuánticamente con el interior).
Lo que queremos es sentir emociones inéditas, y tratamos
de hacerlo a través de una “droga de gomaespuma”, si me
pidieran que lo resumiera. Aunque, en lo que a mí respecta,
no creo que los procesos químicos que tienen lugar en mis
neuronas puedan describirse de una manera tan sencilla.
Concretamente, nos disfrazamos de gordas para percibir
el mundo desde ese lugar. Cuando sos gorda, ningún hom-
bre quiere seducirte, y esa es una forma de libertad. Todos
los viernes, a las nueve, nos juntamos en mi casa. En total
somos seis: Marina, Gabriela, Fernanda, Natalia, Carolina y
yo. Cuando llegan, yo ya tengo la pizza y el chocolate pre-
parado sobre la mesada, porque comenzamos nuestra excur-
sión consumiendo esos productos –prohibidos– en cantidad.
Nos amontonamos en la mesita de la cocina y, mientras ce-
namos, decimos en voz alta nombres de mujer: Ada, Gema,
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Benita, Luz, Elma, Jacinta, Delmira, Domitilia, Federica, la atención. Nos sentamos en los bancos de concreto de las
Marión. Nombres originales que nos gustaría tener, aunque plazas, una al lado de la otra, rozando nuestras caderas es-
sólo por un rato. Porque no deseamos abandonar nuestras ponjosas, y nos abrazamos para quedar como una sola masa
identidades para siempre. Apenas por unas horas. (Como de carne, o un tren. O bailamos ondulantes extendiéndonos
tampoco queremos abandonar nuestros cuerpos definitiva- en la pista bajo las luces estroboscópicas.
mente: unas pocas horas alcanzan para cambiar). Durante horas nos sentimos gordas en la ciudad. No
Cuando terminamos de cenar nos vamos a mi cuarto y simplemente gordas encerradas en nuestros departamentos
nos desvestimos. Todas son muy ordenadas y doblan la ropa sino gordas transitando por las calles aristocráticas y lumi-
sobre las sillas que yo dispongo alrededor de la cama. Cada nosas de los barrios acomodados. Porque a esos barrios es
silla tiene un rótulo con un nombre. De esa forma, cuando a donde más nos gusta ir. Allí, todas la mujeres son flacas y
volvemos, eufóricas y con la conciencia alterada, podemos se visten con colores apagados: marrón, negro, azul marino,
reconocer fácilmente quiénes éramos y qué ropa traíamos verde musgo, gris... Y la droga de la gordura es mucho más
antes de salir. efectiva cuando se experimenta potenciada por el contraste.
Después saco una caja de plástico llena de planchas de Al irrumpir en esos paisajes nos sentimos verdaderas freaks.
goma espuma y tijeras, y nos ponemos a trabajar. Corta- Y les digo: no hay droga más poderosa que la mirada
mos rectángulos y círculos de ese material, que nos atamos del prójimo cuando te eleva al lugar vanguardista del freak.
con hilo transparente alrededor de los brazos, las piernas, Nadie sabe realmente nada de la vida hasta que no se ha
el cuello y el tronco; tratando de que no quede ninguna sentido en algún momento, por alguna circunstancia, un
superficie de verdadera piel expuesta al mundo. Saturamos freak. Que te miren de esa manera genera más adrenalina
nuestro cuerpo de gomaespuma hasta transformarnos en que hacer jumping desde un puente, o que tomarse una
personas verdaderamente grandes. Seres ampulosos y acol- pastilla de éxtasis y bailar toda la noche en una rave. Y una
chados. Una vez enormes, pintamos el material que nos en- vez que lo has experimentado es muy difícil parar. Estamos
vuelve con témperas de color rosado, y finalmente nos vesti- seguras de que cuando envejezcamos, vamos a querer ser
mos. Preferimos la ropa de colores fuertes para llamar más la como esas señoras que se tiñen el pelo una vez por semana
atención, y porque en las revistas femeninas siempre siempre y lo tienen extremadamente seco, pero rubio, de un rubio
se escriben artículos en contra de la ropa de colores estri- veteado y de mal gusto, se maquillan mal delineándose
dentes que, al parecer, engorda. (En general, nuestro lema exageradamente los labios y usan pantalón de jogging con
es hacer lo contrario de lo que dicen las revistas femeninas). tacos, pullóveres muy usados pero con lentejuelas y ante-
Cerca de las doce, salimos a la calle con nuestros nuevos ojos de sol con el marco color violeta. Esas ancianas que
cuerpos y nuestra nueva personalidad. Nos tomamos un taxi uno ve en el colectivo y dice: “a los sesenta, yo quiero verme
y nos vamos a vagar por la noche. Entramos a resaturants, exactamente así”. Pero ahora, a los treinta, sólo nos queda
bares, librerías, discotecas, y cualquier espacio que nos llame la opción de ser gordas.
38 Los sueños no tienen copyright

Cuando ya hemos tenido suficiente, alrededor de las


cuatro o cinco, exhaustas, tomamos un taxi de vuelta. Du-
rante el viaje, tratamos de poner en palabras lo que acabamos
de sentir. Sacamos unas libretas y anotamos rápidamente
nuestras impresiones (como hacía Baudelaire con el hachís).
Después, durante la semana las redactamos correctamente
y nos las mandamos por mail. El año que viene queremos
publicar un pequeño volumen que sirva de protocolo para
los que quieran sentir lo mismo que nosotras. El mundo
está cambiando y este es el momento de inventar nuevas
experiencias. La gente ya conoce las drogas disponibles en
el mercado, y necesita encontrar otras nuevas. Porque lo im-
portante es cambiar, y las drogas son lo único que te ayuda
a cambiar.

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