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después del último capítulo emitido todo parece otra vez de vuelta a la
casilla de salida. Las traiciones sobrevuelan, las venganzas se renuevan
y la ambición de poder sigue intacta. Un capítulo denso, de combates
verbales y en muchos sentidos a ras de suelo. Después de la épica
batalla contra los muertos en Invernalia y de quemar en enormes piras de
fuego a sus héroes caídos, cada personaje volvió al lugar que le
corresponde, sin tiempo para curar las heridas ni resolver los asuntos
pendientes. Solo Sansa y su sentido común intentaron poner algo de
calma. Imposible. La ambición de poder es el motor de Daenerys
Targeryen, su obsesión por el trono siempre ha sido el factor más
inquietante de un personaje que está demasiado solo y que después de
hoy lo está aún más si cabe.
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Su amor (si es que eso importó alguna vez en esta serie) no es el único
en juego. La amarga despedida entre Jaime Lannister y Brienne de Tarth
bien podría resumir las últimas horas en los Siete Reinos. No hay
principios que valgan, la llamada de la sangre siempre gana y como en la
fábula del escorpión y la rana, no hay elección. Y Jaime, en una nueva
vuelta de tuerca de uno de los personajes que mejor ha encarnado la
lucha entre el bien y el mal, eligió su propia naturaleza. Luciendo su
aguijón envenenado decidió volver al infierno al que pertenece. "¿Crees
que soy un buen hombre?", le preguntó Jaime a una Brienne ahogada en
lágrimas ("Quédate conmigo, por favor", le suplicaba ella, "tú no eres
como tu hermana"). Pero Brienne solo encontró la tozuda realidad como
respuesta: después de detallarle todos los crímenes que volvería a
cometer por la sanguinaria Cersie (nombre que repitió una y otra vez con
una crueldad innecesaria) zanjó el dilema: "Es odiosa, como yo". Si la
justicia poética existiese, Jaime sería el verdugo de su hermana y
amante. De Matareyes, apodo que carga el personaje por haber matado
por la espalda al Rey Loco, a Matareinas.