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Aunque el desenlace de Juego de tronos está a la vuelta de la esquina,

después del último capítulo emitido todo parece otra vez de vuelta a la
casilla de salida. Las traiciones sobrevuelan, las venganzas se renuevan
y la ambición de poder sigue intacta. Un capítulo denso, de combates
verbales y en muchos sentidos a ras de suelo. Después de la épica
batalla contra los muertos en Invernalia y de quemar en enormes piras de
fuego a sus héroes caídos, cada personaje volvió al lugar que le
corresponde, sin tiempo para curar las heridas ni resolver los asuntos
pendientes. Solo Sansa y su sentido común intentaron poner algo de
calma. Imposible. La ambición de poder es el motor de Daenerys
Targeryen, su obsesión por el trono siempre ha sido el factor más
inquietante de un personaje que está demasiado solo y que después de
hoy lo está aún más si cabe.

La captura y ejecución de su amiga y cortesana Missandei, y la muerte


de otro de sus dragones, Rhaegal, en una fatal emboscada, son la
primera consecuencia de su decisión precipitada de volver al Sur. La
cólera en el rostro de la Khaleesi reflejaba la caída libre de un personaje
que parece condenado a pagar la ceguera de su ambición y que a veces
se merece conquistar su maldito trono de hierro para darse entonces
cuenta del enorme precio que ha pagado por él. Como el coro de las
tragedias griegas, Tyrion y Varys comentan los hechos e intercambian
secretos mientras los personajes llamados a reinar se precipitan en sus
errores. Y Jon, el bueno de Jon, es un experto metepatas que, frito de
ver cómo se tiran de los pelos sus mujeres favoritas, acaba de abrir la
espita que puede acabar con todo. Su secreto (ya no tan secreto) sobre
su verdadera identidad no solo lo aleja de su tía y amante sino que abre
un nuevo frente de conspiraciones de las que ambos pueden ser
víctimas. Como dice el sabio Varys, que Jon no quiera gobernar lo
convierte en el más adecuado para hacerlo.
EP. 25: ¡QUE JUEGO DE TRONOS NO SE ACABE NUNCA!
Natalia Marcos y Eneko Ruiz Jiménez destripan la serie con ayuda de la traductora de los libros 'Canción de hielo y
fuego', el actor de doblaje que interpreta a Jon Nieve y un extra de la séptima temporada.

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Su amor (si es que eso importó alguna vez en esta serie) no es el único
en juego. La amarga despedida entre Jaime Lannister y Brienne de Tarth
bien podría resumir las últimas horas en los Siete Reinos. No hay
principios que valgan, la llamada de la sangre siempre gana y como en la
fábula del escorpión y la rana, no hay elección. Y Jaime, en una nueva
vuelta de tuerca de uno de los personajes que mejor ha encarnado la
lucha entre el bien y el mal, eligió su propia naturaleza. Luciendo su
aguijón envenenado decidió volver al infierno al que pertenece. "¿Crees
que soy un buen hombre?", le preguntó Jaime a una Brienne ahogada en
lágrimas ("Quédate conmigo, por favor", le suplicaba ella, "tú no eres
como tu hermana"). Pero Brienne solo encontró la tozuda realidad como
respuesta: después de detallarle todos los crímenes que volvería a
cometer por la sanguinaria Cersie (nombre que repitió una y otra vez con
una crueldad innecesaria) zanjó el dilema: "Es odiosa, como yo". Si la
justicia poética existiese, Jaime sería el verdugo de su hermana y
amante. De Matareyes, apodo que carga el personaje por haber matado
por la espalda al Rey Loco, a Matareinas.

Cuando Brienne y Jaime Lannister cruzaron sus caminos en la segunda


temporada empezó un amor platónico que se ha consumado en esta
recta final de la serie. Según le explicó George R.R. Martin a Gwendoline
Christie, actriz británica que interpreta a la gigantesca mujer caballero,
para él se trataba de subvertir los roles de La Bella y la Bestia para al
final preguntarse quién de los dos es la bestia. Escorpiones, ranas, bellas
y bestias... después de este último capítulo solo reina el desconcierto

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