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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

FERNANDA PÉREZ

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 1
Leticia
-Mamá, me voy.

La voz de Magui sonó desde la planta baja, y yo descendí las

escaleras a toda prisa para hacer las preguntas de rigor.

- ¿A qué hora volvés?

- Calculo que a la una más o menos, después del partido nos

quedamos en el club… Ah, Pili y Lucre se vienen a dormir a casa.

-Mejor, no quiero que te vuelvas sola.

-¡Mamá! –ya empezaba con ese clásico tono que los hijos suelen

aplicar cuando creen que sus padres están siendo demasiado sobre

protectores. Sin embargo su modo no me hizo escarmentar y

consulté:

- ¿Quieren que las busque?

- ¡No má! Vayan a hacer algo lindo con papá. Salgan a comer, al

cine…

No me dio tiempo a decir más nada. Me estampó un beso y se fue

con su bolso y su ropa deportiva. Ella era mi debilidad. Cristian y

Gabriel habían sido más independientes. Magui en cambio era mi

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

gran compañera. Íbamos de compras juntas, mirábamos series,

charlábamos de todo.

De pronto, viéndola partir sentí un dolor punzante en el pecho. Sin

premeditarlo me miré en el espejo del recibidor. Me redescubrí en

este rostro de mujer madura. La imagen que tenía de mí era aún la

de una persona joven y vigorosa, pero estas arrugas delatoras, esta

piel gastada y este cabel o cuyo tinte cobrizo tapaba con esfuerzo

las canas decían lo contrario. O más bien decían la verdad.

Suspiré, el silencio que me rodeaba era excesivo.

Sin premeditarlo sonreí con nostalgia al recordar cómo me gustaba

el silencio cuando el os eran pequeños. Había algo de felicidad

culposa cuando los dejaba en el colegio y me regresaba sola a casa.

Encontrarme con un café humeante entre mis manos sin tener que

berrear con mis hijos, era un deleite. Más de una vez, los fines de

semana, inventaba que me dolía la cabeza o que estaba

descompuesta para que Beto se l evara a los chicos a jugar a la

plaza. En ese momento, me encerraba en la intimidad de mi cuarto

a divagar por los canales de TV, a leer con avidez un libro o

simplemente a sumergirme en la bañera y quedarme al í un largo


rato sin la presión de tener que estar con la puerta semi abierta,

pendiente de sus reclamos y peleas.

El tiempo pasó rápido… Cristian y Gabriel se fueron a estudiar: uno

arquitectura, el otro ingeniería. Y si bien el os aún se refieren a ésta como “su


casa”, sé que ya no van a volver más que para las

vacaciones o para algún fin de semana largo. Magui va por el mismo

camino. Transita su último año del secundario y todas sus

expectativas están puestas en el viaje a Bariloche, en la fiesta de

egreso y en irse a vivir con sus hermanos para estudiar Biología….

Intenté convencerla para que se quedara, le hablé del desarraigo,

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de lo mucho que extrañaría. Pero no hubo manera. Tiene una

decisión tomada. Y en lo terca se parece a mí.

Me cuesta aceptar la vida sin la rutina de mis hijos. Se fueron

emancipando de a poco. Y saber que a Magui le queda poco tiempo

en la casa me genera una enorme angustia. Hasta tuve la tentación

de regresar a terapia, pero después de tantos años de psicoanálisis

uno ya sabe qué esperar del diván. Varias charlas en torno a lo

mismo, algunas pautas para trabajar y un gasto excesivo que podría

invertir en un lifting o en levantarme las tetas…


Al fin de cuentas todos sabemos que la vida es así: los hijos crecen, toman
distancia y de repente debemos reconstruirnos sin el os.

Aquel o de “nuestro tiempo sin hijos” que añorábamos con Beto

cuando los mel izos tenían 6años y Magui 3 está por hacerse

realidad. Y, al menos en mi caso, no es como lo imaginaba. No me

siento feliz ni libre. Me siento sola.

Me alejo de ese maldito espejo que me devuelve una imagen que

no quiero ver. Subo al cuarto, prendo la compu y me dedico amatar

el tiempo en Face… Face, el lugar de la catarsis, de la exposición. Un sitio en


donde la gente parece más feliz de lo que realmente es.

Ayer, sin ir más lejos, colgué fotos del fin de semana en la casa de campo
familiar. Todos sonreíamos: Beto, Magui, yo, mi vieja, mis

hermanos, mis sobrinos. Sin embargo durante el día habíamos

estado apagados, preocupados por mil cosas. No nos parecíamos

en nada a los de las fotos. Entré al álbum, cinco “me gusta” de gente que
apenas conozco, de gente que apenas me conoce.

En distintas etapas de mi vida me azotó una pregunta: “¿Qué

quiero?”.Hubo un tiempo en que sentía que era poderosa y lo

quería todo. Pero luego l egaron otros tiempos y cada vez que

aparecía el interrogante respondía con evasivas. Me decía: “quiero

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hacer esto cuando los chicos crezcan”, “si cambio de trabajo voy a

hacer tal o cual cosa”, “haré esto cuando pasen las fiestas”, “haré

esto cuando Beto esté menos sobrecargado de obligaciones”…

Durante muchos años mi existencia fue una carrera que siempre

tenía como objetivo la frase “después de….”.Pasaron los veranos,

los otoños, los inviernos, las primaveras y yo hice poco y nada de

aquel o que añoraba.

De manera inconsciente fui edulcorando las frustraciones. De

manera inconsciente fui adormeciendo mis sueños. Ahora, con 47

años, tal vez ha l egado la hora de volver a preguntarme: “¿Qué

quiero?”.

Un mensaje privado de Carolina me sorprende: “ya lo decidí, me

tomo una licencia sin goce de sueldo y mando a la mierda al boludo

de Ernesto. Es el cumpleaños más choto de mi vida”.

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Carolina
Un cumpleaños después de los 30 abruma. En el trabajo los chistes

obvios sobre la edad, y algún que otro desubicado que lanza un “ya

36 y con el pescado sin vender”, te hacen sentir que perdiste la

mitad de tu vida sin triunfos memorables.

Luego el almuerzo con mis padres, dos personas a las que adoro

pero con todas las ñañas propias de la edad. Los achaques, las

anécdotas repetidas sobre mi nacimiento y esa especie de

penumbra en la que habitan los viejos. Me los traje hace cuatro

años del pueblo en el que crecí y en el que el os vivieron siempre.

Con dos hermanas en el exterior era imposible resolver todo a la

distancia. Tras muchas discusiones, y gracias a mi persistencia, logré que


aceptaran la proposición de instalarse en la ciudad y dejar la

casa intacta para regresar cuando quisieran. Me da culpa admitirlo,

pero juro que descanso cada vez que se van para allá. Más de una

vez detesto a mis hermanas cuya misión es solo enviar dinero para

pagar gastos altísimos de empleadas, dos propiedades y una pila

interminable de remedios.

Me volví la hija-enfermera, la hija-banquera, la hija-que inventa


programas para que tengan un día diferente. Pero sobretodo una

especie de hija única a la que no se cansa de achacarle su soltería.

“Te dedicaste mucho a la profesión y poco a tu vida personal” repite Yolita,


mi madre, con ese tono imperativo que la caracteriza.

Habitualmente no respondo. ¿Qué le voy a decir? ¿Qué hace varios

años mantengo una relación clandestina con un tipo casado? ¿Qué

el tipo en cuestión es además mi jefe y que no tiene ni tendrá jamás las


pelotas de dejar a su esposa por mí?

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Abro el Face y veo que tengo muchos saludos de cumpleaños. ¡Qué

locura! Montones de mensajes que dicen cosas así como “feliz

cumple, que la pases lindo”, “feliz cumple, bendiciones”, “feliz

cumple y que tengas un gran festejo con tus seres amados”, “feliz

cumple y….”

¡La puta que los parió!, me digo. Tantos mensajes y aquí estoy, sola en el
living, a medio vestir y esperando que Ernesto me responda a

qué hora nos encontramos en el restaurante.

Veo que Leticia también anda navegando, estoy a punto de

escribirle pero me l ega un mensaje por Whatsapp. “Perdón amor,

no puedo hoy, hay quilombo en casa… te amo”. Estoy por mandar a


la mierda a Ernesto, pero me detengo. Prefiero no decirle nada.

Estoy tan indignada que no se me ocurre nada mejor que regresar al

Face y contar cuántos mensajes de cumpleaños tengo. Son 76. 76…

y estoy sin nadie alrededor. ¡¿Qué hice para l egar a esto?!No

quiero encontrar la respuesta aunque en el fondo la sé. Sé que hice

mal: ser intolerante con cada relación que mantuve y ser demasiado

tolerante con Ernesto. Hace más de tres años empezamos a salir,

luego la enfermedad de su único hijo instaló un impasse. Cuando el

niño se recuperó regresamos. Entre nosotros hay algo fuerte,

profundo, que va más allá del sexo y el deseo. Pero en momentos

como estos me siento una infeliz.

Si a eso le sumo que dediqué mi vida a estudiar no una sino dos

carreras, y a trabajar, y a cuidar de otros, y que tengo ese aire de mujer que
todo lo puede y…

Trato de callar mi mente, esconder los motivos. Me permito l orar

como una estúpida. Mi mente, con su habitual mecanismo de

defensa, se traslada a un recuerdo feliz, a aquel cumple de 17 con

mis amigos del pueblo, con Diego y los chicos de la banda tocando

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

en un bar de mala muerte… El grupo se l amaba Orson Wel es y


hacíamos covers. No sé si éramos buenos, pero nos divertíamos.

Era la época del frenesí, los años de las ilusiones, los tiempos en los que se
sueña con cambiar el mundo. Por eso estudié Trabajo Social

y luego seguí con Psicopedagogía. Trabajé en cada sitio en el que

sentí que podía hacer grandes cosas. Pero visto en perspectiva no

fueron tan grandes, ni tantas cosas.

“Todavía estoy a tiempo, puedo ir por algún sueño”, me digo.

Sueno como esas comedias estúpidas norteamericanas y me

avergüenzo de esa reflexión naif que se instala en mi cabeza.

Yo que siempre me he burlado de la cursilería, quisiera que alguien

me tocara el timbre con un ramo de flores, una caja de bombones,

alguna cosa de esas lindas que pasan en la ficción. Pero el timbre no suena, y
aquí estoy con un par de zapatos altísimos que me

interpelan desde el costado del sil ón.

¡Me he puesto tan sensible!.. Uso la palabra sensible para evitar

otra que me define mejor: patética.

Miro los zapatos de nuevo y con una convicción de esas que suenan

a locura y a escaso sentido común le escribo a Leticia: “lo acabo de decidir,


me tomo una licencia sin goce de sueldo y mando a la

mierda al boludo de Ernesto. Es el cumpleaños más choto de mi

vida”.
Una cosa es pensarlo, otra escribirlo… más difícil será ejecutarlo.

Me abro una cerveza y brindo por esos 76 mensajes sin alma, por

esta soledad que a veces sirve para decir basta.

Busco algún tema en la compu, y eligió uno cuyo estribil o repetía:

“Urge una persona que me arrul e entre sus brazos, a quién contarle 13

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de mis triunfos y fracasos, que me consuele y que me quite de

sufrir”.
Lola
Al fin iba a comenzar a trabajar. Necesitaba volver a sentirme útil, ganar mi
propio dinero. No fue fácil convencer a Pablo pero yo ya

había hecho bastantes sacrificios y al verme tan cabizbaja claudicó.

Hace algunos meses atrás estábamos en Córdoba, buscando una

casa cerca de la de mis padres, y de pronto él apareció con la idea

de irnos a vivir a su ciudad.

- Mi primo, el que es Ministro de Gobierno me consiguió un puesto

de asesor en el área de comunicación. Es una gran oportunidad y el

sueldo es muy bueno. Le quedan dos años y medio de gestión, pero

podemos hacer una buena diferencia de guita y después vemos si

nos volvemos para Córdoba.

Me costó asimilar la propuesta. En primer lugar porque yo no era de

las que les daba demasiada importancia al dinero, y por otra parte

porque eso “de irnos un tiempo para luego volver” me sonaba a

excusa para hacer menos doloroso el desarraigo.

Tres años l evábamos de novios y estábamos proyectando irnos a

vivir juntos. Una cosa era dejar la casa paterna y otra muy distinta instalarnos
a tantos kilómetros de mi hogar, de mi mundo. Me

costaba horrores asimilar la idea de alejarme de mis viejos, de mis


abuelos, de mis hermanos, de mis amigos. Era una persona sociable

por naturaleza, (en realidad era imposible no serlo en una casa de 6

hijos en la que siempre había gente desparramada por los rincones).

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- ¿Qué voy a hacer yo allá? –le pregunté.

- Lo que quieras. No vas a necesitar trabajar, así que vas a poder

viajar para acá cuando quieras.

- Trabajo desde que tengo 20 años y me encanta –repliqué. Siempre

me había gustado trabajar, incluso más que estudiar.

- Bueno, entonces trabajá allá. No vas a decirme ahora que vas a

extrañar tu puesto en el hospital. Volvés l orando todos los días,

quejándote de la burocracia, angustiada por las enfermedades

graves, por la indigencia, por la ignorancia. ¡Ni te digo cuando se

muere un chico!

- Una cosa es l orar todos los días y otra es dejar de trabajar.

- Podés ejercer tu profesión en cualquier lugar. Encima lo de acá es un


contrato, algo que puede terminarse en cualquier momento.

- Igual es mi laburo.

En ese momento me miró con firmeza, y me advirtió:

- Yo me voy.
Sabía que entre nosotros no funcionaría una relación a distancia. Al menos no
para mí.

Sabía también que Pablo tenía ya su decisión tomada.

No le respondí en ese momento y le pedí unos días para pensarlo.

Cuando se lo conté a mis padres el os no ocultaron la sorpresa. En el fondo ya


les dolía un poco que me fuera de la casa, y ahora encima

venía con esto de instalarme en otra ciudad. Igualmente el os eran

de los que apoyaban las decisiones de sus hijos. Ni siquiera era una situación
extraña. Benjamín se había ido a España a principio de año 15

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

y Carla estaba casada. En casa solo quedábamos Vico, yo y los más

chicos Matías y Lautaro.

- Si es bueno para los dos, vayan. No estamos tan lejos, vamos a

poder vernos seguido –dijo mi mamá. Mi papá prefirió callar.

Mis hermanos hicieron chistes como “un cuarto libre”, “nadie va a

estar molestándonos para que ordenemos”, “por fin Dios escuchó

nuestro ruego” y ese tipo de cosas. Pero lo cierto es que no paraban de


abrazarme y besuquearme. Sobre todo Vico, era dos años mayor

que yo pero siempre habíamos sido muy unidas.

Tres días me tomé para pensar. En ese tiempo no me encontré ni

hablé con Pablo. Nos mandamos algunos mensajes a los que yo

simplemente respondía diciendo: “necesito un poco de distancia


para decidir”. Finalmente opté por irme con él. No porque estuviera

tan convencida sino porque en esas pocas jornadas de lejanía me di

cuenta de que lo extrañaba y lo quería.

Nos habíamos conocido algunos años atrás, en un congreso de la

Universidad. Yo jamás escuché lo que explicaba el disertante, sólo

me dediqué a mirarlo. Era perfecto: sus ojos claros, su piel tostada, su cuerpo
torneado…Estaba impecable y tenía un perfume

exquisito. Cuando se organizaron los grupos de trabajo rogué al

cielo para que me tocara con él. Y así fue. Éramos cinco en el

equipo, y no me prestó demasiada atención. Su inteligencia y esa

capacidad de comunicar me dejaron encantada. Días después

armamos una salida nocturna entre todos los participantes.

Recuerdo que dejé atrás mis pol erones coloridos y mis musculosas

claras, para ponerme un vestido negro y ceñido que me marcaba las

curvas. Me maquil é, me planché el pelo y utilicé todos los artilugios


necesarios para que me mirara. Finalmente lo logré. A las tres

semanas estábamos saliendo. No teníamos demasiado en común,

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

pero nos gustábamos, nos amábamos y respetábamos. Tres años

juntos no era poca cosa.


***

3 de enero. Esa fue la fecha de la partida. Era una mañana l uviosa y

eso le imprimió más dramatismo a la despedida. Igual me mantuve

estoica y sonriente, recién cuando tomamos la ruta empecé a

sol ozar. Pablo manejaba con una mano y con la otra me acariciaba

la cabeza repitiéndome una y otra vez, “vamos a estar bien”.

Puse lo mejor de mí para adaptarme a un departamento caluroso en

el corazón de la ciudad. Traté de vincularme a algunos de sus viejos amigos


(cuyas mujeres no hacían grandes esfuerzos por integrarme)

y sobrel evé de la mejor manera esa primera etapa de

acomodamiento. Llegué a l amar hasta tres veces al día a mi casa, y

cuando de fondo escuchaba a mis hermanos y sus amigos

chapoteando en la pileta o me contaban que eran un montón y que

iban a preparar un asadito porque la noche estaba divina, sentía

que mi soledad era inconmensurable. Colgaba y l oraba.

La familia de Pablo era pequeña y distante. Su hermana Virginia

siempre estaba ocupada, mi suegra era más bien fría y mi suegro

hablaba lo justo y necesario. No había abuelos vivos y el vínculo

entre tíos y primos no era muy cercano así que por ese lado

tampoco recibía contención.

Encima Pablo salía a trabajar cerca de las siete de la mañana y volvía a las
ocho de la noche.

- Este es un mes clave para ponerme al día con todo. Pero te

prometo que desde febrero van a ser sólo ocho horas, así que cerca

de las cuatro y media voy a estar en casa –era evidente que sentía

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

culpa porque aunque yo trataba de mostrarme animada, mi tristeza

era evidente.

-Enero es un mal mes, las ciudades están desiertas -comentaba

como para alentarme a esperar con entusiasmo los meses

venideros.

Los primeros días de marzo me anoté en natación y empecé clases

de inglés. Mis padres habían estado visitándonos días atrás, pero se me hizo
tan breve que en cuanto l egaron ya había empezado a

sentir nostalgia por su regreso.

Las cosas no mejoraban. Era mucho tiempo sola y me estaba

volviendo una psicópata de las redes, daba vueltas y vueltas,

stalkeando las cuentas de amigos y conocidos. Cosa horrenda, eso de andar


metiéndose en muros ajenos, era casi lo mismo que mirar

por la ventana del vecino. Pero me era inevitable. Encima Facebook

e Instangram estaban sacando lo peor de mí: las fotos de mis


amigas reunidas en las clásicas noches de jueves de mujeres solas y

cosas por el estilo me despertaban envidia, bronca, angustia… Me

estaba volviendo una persona odiosa, l orona, triste… Tenía que

hacer algo al respecto.

A fines de marzo le dije a Pablo que volvería a trabajar.

Seguramente algo en mi modo de expresarlo lo movilizó, porque

cinco días después l egó con la noticia. “Mi primo te consiguió un

puesto en el área de Desarrol o Social. Es una suplencia, pero creo

que te va a gustar. Están buscando a alguien con tu perfil”. Me le

colgué del cuel o gratificada.

“Te voy a pedir un favor: no hables de tu vida personal. Podés decir que estás
en pareja pero evita los detalles, ni se te ocurra decir que tu novio es el primo
del Ministro de Gobierno porque sino todo el

mundo va a empezar a manguearte cosas”, me recomendó.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Y allí estaba yo ahora. Mirando mi pantalón oscuro, mi camisa

blanca, mi cabel o ondulado amordazado con una trenza larga y mi

alma l ena de entusiasmo.

Estaba a punto de salir de casa, cuando me l egó el Whatsapp de mi

mamá: “Buen comienzo hija”. Ese mensaje me animó para salir


desafiante por la calle, dispuesta a comerme el mundo. Estaba

segura de que allí en ese “puesto piola” como lo había calificado

Pablo, estaba mi lugar. Mi espíritu romántico agregó: “seguramente

hay mucho para hacer”.

Llovía suavemente pero nada podía quitarme la sonrisa de los

labios. Parecía una loca. Mi piel exudaba felicidad.

Capítulo 2

A Lola le hubiese gustado que Pablo la l evara a su primer día de

trabajo pero había viajado a Buenos Aires para hacer una

capacitación. De todas maneras, estaba tan entusiasmada que nada

podía atentar contra su buen ánimo. Dio unas cuantas vueltas por el

gigante edificio estatal hasta que finalmente halló la oficina que

buscaba. Era una sala pequeña, con tres escritorios.

- Hola, soy la nueva asistente social, Dolores Albariño –se presentó.

Las dos mujeres estaban enfrascadas en una conversación que,

según percibió, no tenía mucho que ver con lo laboral.

- Ah, como estás. Soy Carolina Acosta, vos venís a reemplazarme a

mí –a Lola la mujer le pareció encantadora. Le dio un beso y la invitó a que


se sentaran para hablar un poco. La otra en cambio fue formal

y algo distante:

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- Hola, soy Leticia Mirabal.

- Mirabal, como las hermanas a las que mandó a matar Trujil o –

agregó Lola con la intención de congraciarse.

- Siempre que me presento me dicen lo mismo – Leticia volvió a

concentrarse en su computadora y Lola supo que el comentario no

fue del todo acertado.

Hubiera deseado que la de la licencia fuera Leticia y no Carolina.

-Mirá Dolores…

- Lola, todos me dicen Lola. Dolores es un nombre que suena triste,

en cambio Lola es más… alegre.

- Sí, es cierto, Lola es nombre de mujer audaz –aventuró Carolina -

.Te cuento que yo voy a venir hasta el jueves para ayudarte y

comentarte un poco lo que hacemos en esta área. Te voy a dejar mi

celular y mi mail para lo que necesites. El único problema es que el sábado


me voy de viaje.

- ¿A dónde? –consultó, quería aprovechar la buena predisposición

de Carolina para hablar sobre algo más que trabajo. Recién ahora se

daba cuenta de cuán sola y callada había estado todo ese tiempo.

- Me voy a España. Mis hermanas viven allá y l evo a mis viejos para que las
vean. Ellos son un poco mayores y no pueden hacer
semejante viaje solos, así que la licencia me vino bien.

- ¿Cuánto te tomás de licencia?

- En principio son seis meses, pero mi idea es ver si puedo

extenderla a un año.

A Lola le hubiese gustado saber más sobre Carolina, pero le pareció

indiscreto preguntar a qué se dedicaría en todo ese tiempo.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- En esta área trabajamos principalmente en la zona de la Colonia.

- Escuché habar de ese lugar.

- ¿Vos no sos de acá, no? – Sondeó Leticia con desconfianza.

- No –Lola respondió con sequedad. Le incomodaba la actitud de

Leticia.

-La Colonia es una de las regiones más indigentes de la provincia.

Está integrada por unos 10 parajes. Nosotros trabajamos

específicamente con el os, es una población muy variada, rural… Ya

te voy a explicar bien sus características socio-culturales. Nuestra función es


estar en contacto con las fuerzas vivas del lugar, en

especial con el área de salud. Vos receptás las necesidades que

luego vas a trasladar a Leticia. Ella junto a Víctor, un compañero que hoy
faltó, arman los informes, los presupuestos y los elevan a
nuestro jefe, Ernesto Sánchez. ¿Ya te lo presentaron?

- No, cuando l egué me dijeron que no estaba y me mandaron acá –

dijo Lola quien no pudo ocultar su desilusión. Ella había imaginado

un trabajo en el que podría hacer grandes cosas, y por lo visto sólo se trataba
de enumerar necesidades. Carolina estaba por seguir,

pero Lola interrumpió -. ¿Yo puedo proponer proyectos?

- No, para eso hay un área de planificación –Leticia fue tajante.

Carolina edulcoró la respuesta:

- Nosotros no podemos proponer mucho, pero a veces, muy cada

tanto, respetan nuestras sugerencias. Igualmente en la Colonia hay gente que


hace cosas muy buenas y nosotros tenemos que tratar de

conseguir que el Estado les otorgue los recursos para que el os

puedan desarrol ar sus actividades.

- Y esas fuerzas vivas, ¿quiénes son?

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Es complejo. Por un lado hay dos médicos que trabajan en

dispensarios desparramados por los parajes. Ellos tienen un

consultorio central en Jacinta, que es el pueblito principal y cuentan además


con una ambulancia móvil. Lo que hacen a nivel salud es

muy básico, cuando las cosas se complican tienen que trasladar a la


gente a hospitales aledaños. Hay también algunos grupos religiosos,

una ONG que se dedica a la promoción de las mujeres, algunas

escuelitas rurales y varios proyectos a cargo de aristas o

movimientos que se acercan para cuestiones puntuales.

- Contale de la fundación –agregó Leticia sin levantar la vista de su


computadora.

- Ahora se instaló allí una fundación pero tiene ciertos

enfrentamientos con los otros actores sociales que te nombré.

Nosotros debemos mediar entre el os -miró hacia los lados y dijo en

voz baja -. Tenemos que tratar de integrar a la fundación porque

están medio acomodados con el gobierno.

Lola se puso incómoda. Le molestaba tener que ocultar a sus

compañeras de trabajo la relación entre su pareja y el Ministro.

Pero así se lo había solicitado Pablo y el a, pese a que no era afecta a


obedecer, en ese punto decidió acatar la orden.

- ¿Y cómo relevamos las necesidades? –consultó.

- ¿No te dijeron que tenés que viajar una vez por semana a la

Colonia? –Leticia no abandonaba su modo áspero.

- No –Lola sintió que el puesto le empezaba a gustar.

- Quedate tranquila que es dentro del horario laboral –le aclaró

Carolina -. La Colonia queda a unos 90 kilómetros. El camino es complicado


así que son casi dos horas de viaje. Salimos a las 8,

l egamos allá cerca de las 10. Te juntás con la gente en el

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

dispensario, esas reuniones duran hasta el mediodía. Recorrés un

poco y a las 2 te estás volviendo.

- Pensé que el trabajo era hasta las dos de la tarde.

- Todavía no empezaste y ya estás con los reclamos gremiales –se

rio Leticia por primera vez desde que había comenzado la charla.

- No, no es eso, sólo que no sabía…

- Tranquila, para compensar el viernes te dejan salir dos horas

antes, te vas a las 12 –dijo Carolina.

El resto de la mañana fue para leer carpetas, balances, informes y

ver algunos detalles técnicos. Ese día no pudo conocer a su jefe,

pero al regresar a su casa se sintió feliz.

Recién el martes se presentó el tal Ernesto Sánchez. No era como lo

imaginaba. Pensaba encontrarse con un hombre viejo y, en cambio,

quedó impactada ante el porte de un tipo de unos 45 años, muy

buen mozo, impecable, formal y con un perfume de los buenos.

Fue cordial y dijo algo que Lola no terminó de mensurar: “no va a


ser fácil reemplazar a Caro, pero intuyo que vas a andar muy bien”.

Carolina lo fulminó con la mirada. No era la forma en la que una

empleada observaba a su jefe, menos aún si éste la estaba

halagando. Algo raro había entre el os, podía notarlo.

De Leticia supo que era psicóloga social y de Víctor que era

contador. “Víctor falta mucho, tiene problemas con su hijo”.

***

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Por fin había l egado el miércoles. Salió del trabajo feliz y a las 18

partió rumbo al aeropuerto a buscar a Pablo. Cuando lo vio bajar no

pudo evitar sonreír. En cuanto traspasó la puerta se lanzó a sus

brazos. Lo besó y él le respondió con el mismo fervor.

- ¿Cómo te fue? –consultó Lola.

- A mi bien, pero vos contame cómo te fue.

- Genial –Lola detalló todo y dejó para el final lo de los viajes

semanales a la Colonia.

- Mi primo no me comentó nada de eso.

- Pero recupero las dos horas extras saliendo los viernes más

temprano–se justificó el a.
- Bueno, fíjate. Si se te hace muy pesado podés dejarlo.

Esa noche programaron una cena romántica. Se fueron a un restó

que quedaba frente al río, comieron pescado, bebieron un buen

vino y luego caminaron un rato, tomados de la mano, hablando de

todo un poco.

Al l egar a la casa, Pablo la amarró y le dijo en tono lujurioso:

“¿tenés proyectos para lo que resta de la velada?”

Ella no tuvo que responder. Simplemente devoró sus labios con tal

ímpetu que en pocos minutos acabaron en la cama.

Después de tres meses, Lola volvía a sentirse plena.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 3

Pablo estaba tratando de explicar al vocero de prensa el

funcionamiento de unas aplicaciones que bien podrían servir para

instalar temas gubernamentales. Trataba de concentrarse en los

aspectos técnicos, aunque le costaba. El celular no paraba de vibrar.

Las l amadas eran de Lola.

Cerca de las seis de la tarde pudo salir de esa reunión y en cuanto

estuvo afuera se comunicó.


- ¿Qué pasa amor?

- Perdón, ¿estabas ocupado?

- Si, estaba en una reunión. Pero todo bien, ¿necesitás algo?

- Te quería contar me invitaron a la despedida que le hacen esta

noche a Carolina, la chica que voy a remplazar. Es en un local del

centro. ¿Querés que vayamos?

- Andá vos sola mejor. ¿A qué hora es eso?

- Nos juntamos cerca de las nueve.

- Bueno, vos andá y yo aprovecho para reunirme con mis

compañeros del secundario a la salida del laburo. Parece que una

vez a la semana hacen una especie de after office y me invitaron. En todo


caso nos l amamos a la noche y te paso a buscar para que

volvamos juntos. Lo mío es en el centro también.

- Dale amor, quedamos así. Besos.

25

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

***

Lola l egó puntual y en el bar no había casi nadie, solo Caro y otra

chica que creía haber visto en las oficinas.

- Ella es Laura, de mesa de entrada, y el a Lola mi reemplazante –las presentó


la anfitriona.
Poco a poco Carolina le contó a Lola que había decidido tomar la

licencia para descansar un poco y desarrol ar otros proyectos. “En

realidad además de asistente social soy psicopedagoga. Una amiga

tiene unos consultorios y me pidió que me sumara a su equipo. Es

un desafío y todo un riesgo, pero creo que puede ser una buena

experiencia””.

A Lola le fascinó que Carolina se atreviera a los cambios. También se enteró


de que estaba soltera, sin pareja y que no tenía hijos.

Estaban hablando del tema cuando l egó Víctor. Era un tipo de unos

50 años, pelado, antiguo en su modo de vestir y con la mirada

apagada. Volvieron las presentaciones y a Lola le gustó que fuera

tan amable con el a. Luego arribó Leticia l egó acompañada por

Alberto, su esposo. A Lola le sorprendió como alguien tan serio y

hosco como Leticia pudiera estar junto a un hombre tan encantador

como Alberto. Así fueron sumándose uno a uno a la mesa.

Ya habían pasado las diez cuando vio l egar a un grupo que

evidentemente no pertenecía a la oficina. Dos mujeres de pantalón

oscuro y camisa con una cruz de madera en el cuel o; un muchacho

treintañero, alto con barba de días y facciones firmes, un

matrimonio de unos 50 años, y una chica jovencita rubia, bonita y

sin una gota de pintura en la cara.


26

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- ¡Qué suerte que vinieron! – Carolina se levantó y los recibió con

cariño sincero.

- No podíamos dejar de venir, se nos va nuestro “San Expedito” –

comentó el más joven y todos se rieron al unísono.

- Vengan que les presento a la nueva “San Expedito” de la oficina.

Carolina se acercó hasta Lola y le dijo:

- Ellos son de la Colonia. Juan que es médico, Mariana es la otra doctora,


Lucio su esposo al que hemos bautizado con el apel ido “de

todo”, porque es al que le toca hacer “de todo”… -se miraron con

complicidad y sonrieron. –Las hermanas Lourdes y Victoria trabajan

desde su comunidad, y Lisa es maestra, hace un año que está en la

escuela rural de Jacinta.

Intercambiaron algunas palabras cordiales. A Lola le gustó esa

gente, pero sintió que la miraban con desconfianza. Iba a ser difícil ocupar el
lugar de Carolina. Así lo había dicho el propio Ernesto

Sánchez. En eso pensaba cuando lo vio l egar… ¡Por Dios! Ese

hombre podía adueñarse de todas las miradas. Sin embargo no se

detuvo en él, sino que observó de soslayo a Carolina. Hubo algo que

mutó en su rostro y ya no tuvo dudas: entre el os el vínculo excedía lo


laboral.

Carolina se acercó a Ernesto y Lola creyó leer en sus labios la

palabra “viniste”.

No supo que respondió el jefe, pero si le pareció que le hablaba

demasiado cerca, casi rozándole la oreja.

A Lola le costó encontrarse en esa reunión, aún no pertenecía a

ninguno de los dos grupos: ni al de la oficina, ni al de la Colonia.

27

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

No estaba cómoda y cada tanto consultaba el celular para ver si le

l egaba algún mensaje de Pablo. Pero nada. Por suerte había

tomado la iniciativa de comprar una etiqueta de cigarril os. A Pablo no le


gustaba que fumara, pero en esos meses había vuelto al vicio.

No más de dos o tres por jornada pero vicio al fin.

Aprovechó la excusa de salir a fumar y se escurrió hacia a un patio

interno que tenía el bar. Era una noche preciosa, prendió el cigarro y se puso
a mirar hacia el cielo. No l evaba más de cuatro pitadas

cuando sintió una presencia:

- Parece que vamos a trabajar juntos –era el médico. Creía recordar

que se l amaba Juan, pero por las dudas consultó:

- Así parece. ¿Tu nombre era Juan, no?


- Sí, y el tuyo Lola… Bah, supongo que así te dicen –encendió su

cigarril o también, y el a miró sus manos. Eran lindas manos, propias de un


hombre con personalidad.

- Me l amo Dolores, pero no me gusta mucho y todos me dicen Lola.

Hubo un silencio incómodo.

- ¿Conocés la Colonia?

- No –estaba por explicar que el a no era de allí pero se contuvo. No quería


ahondar en detalles, en especial porque le molestaba tener

que mentir u ocultar ciertas cosas.

- Es duro, no es un trabajo para cualquiera.

- ¿Estás buscando desalentarme? – le dijo sonriendo.

- No, te estoy alertando porque me da la sensación de que sos muy

joven y tal vez tengas una idea… romántica de la pobreza…

28

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- No tengo ideas románticas sobre la pobreza –el a fue firme al

responder.

- Perdón…. – se excusó él bajando la vista. - De todas maneras

pongo mi voto de confianza en vos, intuyo que vas a andar bien.

- Si te habías propuesto intimidarme lo estás logrando –Lola volvió a sonreír.

- No es mi intención, no suelo intimidar a las chicas lindas –Juan le devolvió


el gesto con un toque de seducción que la descolocó. Sin

premeditarlo, Lola se detuvo en su boca. Rodeaba por una banda

bien recortada y tupida, esa boca parecía devorarlo todo (incluso a

el a).

El sonido del celular la sobresaltó. Era un mensaje de Pablo

diciéndole que la recogía en la esquina.

- Me voy, me están pasando a buscar. Nos vemos pronto. Un gusto.

- Claro, calculo que nos veremos la semana que viene.

- Sí, creo que el miércoles viajo a la Colonia–tiró la colil a y le dio un beso de


despedida.

Volvió al interior del bar, recorrió esa mesa gigante para saludar a todos,
deseó suerte a Carolina con sus proyectos y se marchó.

Juan la observó desde el vidrio. Era bonita, le fascinó el tintinar de sus


pulseras, el movimiento de su pol era l ena de piedras y colores, ese cabel o
castaño claro y ondulado que le l egaba hasta la cintura.

En su hombro se veían los últimos trazos de un tatuaje, parecía una

mariposa, un ángel… algo con alas, seguro. . Lola era de una

sensualidad volátil, lo dejó envuelto en un exquisito aroma a

cítricos.

29

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Al regresar a la mesa se acercó a Caro y le consultó:


- ¿La nueva es casada?

- No, pero vive con su pareja y parece estar muy enamorada. No te

hagas el vivo que te conozco. Además, ¿cómo se te ocurre andar

preguntando por una desconocida cuando l egás muy de la mano

con esa otra pobre chica? –Carolina le indicó con la cara a Lisa, y

Juan le sonrió con un gesto pícaro.

***

Todos se fueron marchando de a poco, los últimos en irse fueron los

de la Colonia. Ernesto no veía las horas de quedarse a solas con Carolina.


Finalmente lo logró.

- Bueno parece que la despedida l egó a su fin –dijo el a sentándose a su lado.

- ¿Nos pedimos un martini?

- Prefiero no tomar nada más…

- Me estás evitando.

- Me estoy preservando.

- ¿Y lo de la licencia? ¿Eso también es preservación?

- ¿A vos qué te parece? No preguntes obviedades Ernesto, por

favor. Sí, me quiero alejar de vos, quiero hacer algo por mí, quiero cambiar,
quiero proyectar otras cosas.

- Ya te perdí como pareja y te extraño demasiado. Ahora me hacés

esto, me negás la posibilidad de verte todos los días.


Carolina sonrió de mala gana.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Vos me podrías haber tenido como pareja si realmente hubieras

querido darme ese lugar. Pero vos querías una amante. Y yo quiero

otra cosa.

- Dale con lo de la amante, por Dios. La pasábamos bien, estábamos

bien juntos.

- ¿Vos estabas bien? Yo estaba como el culo. Siempre yendo a

fiestas y a reuniones sola, como una viuda. O lo que es peor

pasando sola mi cumpleaños mientras vos estabas resolviendo no sé

qué historia nueva con Claudia. Dejate de joder Ernesto… ¿Crees

que no me dolió decirte basta? ¿Crees que no me duele dejar mi

laburo, la seguridad de un sueldo fijo, el ir todas las semanas a la Colonia?


Sí, me duele.

- Y yo soy el culpable de ese dolor -expresó con un dejo de

resignación.

- No, Ernesto. No empecemos con las culpas. Yo acepté estas reglas

y también tengo mi parte de responsabilidad. Pero no puedo seguir

así…

Llegó el martini y Carolina terminó pidiendo otro para el a. Ya


estaba claudicando, la bebida no le haría bien, y tener a Ernesto tan cerca, tan
atractivo y tan anhelante tampoco.

- Me estoy muriendo de deseos. ¿Creés de verdad que no te amo,

que no me volvés loco? Hoy cuando vi l egar al trastornado ese del

médico…

-¡¿A Juan?! –Carolina sonó sorprendida.

- Sí a Juan, porque desde que l egó a la Colonia, hace tres años exactos, no
parás de hablar de él.

- No metas a Juan en el medio, estás diciendo una estupidez.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- ¿Por qué no? Es un tipo buen mozo, bien parecido, combativo

como te gustan a vos, el tipo se cree el Che Guevara de la Colonia.

- Mirá no sé qué historia armaste en tu cabeza. No hay otro hombre,

ni Juan, ni nadie. Acá hay un solo hombre: vos. Un tremendo

indeciso por el que l evo esperando desde hace varios años…

- ¿Te olvidas de la enfermedad de Joaquín?

- ¿Ahora metés a tu hijo? ¡Que bajeza!… Eso fue hace dos años y en

ese momento yo tomé distancia sin quejas ni reclamos. Pero cuando

él se recuperó, volvimos… ¿Y?. . ¿Qué pasó?

- Claudia es una mujer enferma también, inestable.


- Entonces no hay nada más que hablar. Quedate siendo el gran

enfermero de tu hogar, de tu hijo, de Claudia… y yo hago mi

historia.

- Sos una mujer egoísta Carolina.

- Es probable… Tal vez por eso estoy sola.

Ella no pudo evitar que la tristeza se filtrara por sus ojos. A Ernesto le dio
pena verla así.

Tomó un trago grande del martini que recién l egaba a su mesa.

Respiró hondo y suplicó:

- No terminemos mal por favor, no es eso tampoco lo que quiero –

suplicó.

- No terminemos entonces. Andá a Europa y cuando regreses

hablamos tranquilos.

- ¿Vas a dejar a Claudia cuando vuelva? –era la última esperanza

que le quedaba.

32

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Sabes que no puedo, no por ahora…. Joaquín es mi prioridad y

dejarlo bajo el cuidado de su madre es casi como abandonarlo

dentro de una jaula de leones… –Ernesto bajó la vista

apesadumbrado.
Carolina tuvo un sentimiento encontrado: por un lado quería darle

un merecido cachetazo y por el otro besarlo intensamente.

Reprimió ambos deseos, se puso de pie y se fue hasta la barra a

pagar la cuenta. Mientras estaba de espalda, sintió la mirada de

Ernesto en su piel. Llevaba un vestido ceñido y corto que mostraba

sus piernas, uno de sus mejores atributos. Pasaron unos minutos, y

él se dio por vencido. Dejó un dinero en la mesa y se marchó.

Carolina respiró, aunque la tentación seguía latente.

Se dispuso a pagar y a tomar lo último que quedaba en su vaso. Se

debatía entre quedarse allí un rato más o salir como una loca hacia

la calle, interceptarlo y pedirle que se fueran juntos para tener una última vez
(esa mentirosa “última vez” que tantas veces habían

dicho).

Sin embargo el destino decidió por el a. Una voz la alertó: “No sabía que una
chica Orson Wel es tomara martini, en nuestros años eran

sólo cervezas o alguna sangría hecha con vino barato”.

Hubiera reconocido ese modo, ese tono de voz, aunque tuviera 90

años.

33

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 4
- ¿No venís? –Alberto hizo la pregunta por pura formalidad. Era

evidente que Leticia no iba, estaba descalza, desarreglada, con un

pantalón viejo y una camisola suelta.

- No, prefiero quedarme. No conozco a nadie.

- Me conocés a mí –no ocultó su malestar pese a que ya se había

acostumbrado a ir solo a esos eventos -.Como quieras. Yo tengo que

ir. Voy a volver lo antes posible.

Le dio un beso suave, de esos que no provocan nada. Igualmente

el a valoró el gesto, al fin de cuentas Alberto aún ponía algo de su parte por
mantener cierta dulzura en una relación que se iba

apagando inexorablemente.

Cuando cerró la puerta, Leticia se sintió liberada. La verdad es que la


contrariaba un poco negarse a salir con él o esquivar sus pequeñas

manifestaciones amorosas

Abrió una bolsa de caramelos y se metió en la cama sin más

compañía que su notebook. Entró al face de sus hijos. Vio sus fotos

nuevamente. De alguna manera era como sentirse aún parte de sus

vidas. Los veía sonriendo con amigos a los que desconocía, los veía

en fiestas y hasta tenía la tentación de reprenderlos cuando

aparecían con vasos gigantescos de fernet o cerveza. ¿En qué

momento se habían ido? ¿Cuándo dejaron de necesitar sus caricias


y besos? ¿Cuándo dejaron de l amarla por la noche porque tenían

miedo o les dolía la panza? ¿Cuándo se les volvió tan sencil o estar lejos del
hogar? Sintió deseos de l orar pero no pudo. Algo se iba

secado dentro de el a.

34

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

¡Los extrañaba tanto! Tenía un esposo encantador, un buen trabajo,

una excelente posición económica, salud, familia, amigos, pero nada

de eso era suficiente.

Estaba por cerrar la compu cuando vio tres solicitudes de amistad.

Una era de Lola, su nueva compañera, y más por respeto que por

interés terminó aceptándola. La otra era de una desconocida que se

hacía l amar “Madame Bovary”. “Esa está peor que yo”, se dijo y la

rechazó.

La tercera la puso en alerta. Ella, que se creía adormecida a las

emociones, sintió de pronto un cosquil eo agradable. “José

Martínez”. No lograba ver bien la foto de perfil. ¿Sería el José

Martínez de la universidad? Habían tenido un romance breve, pero

contundente. Fue el primer hombre con el que se acostó.

Leticia pertenecía a una generación amedrentaba bajo el discurso

de que se debía l egar virgen al matrimonio. Su madre machacaba:


“todos buscan lo mismo y cuando lo tienen, chau… desaparecen”. Si

a eso le sumaba la mirada intimidatoria de su padre, se podría decir que fue


realmente una audacia que tuviera su primera relación a los

19, siendo soltera y con un muchacho al que no había conocido lo

suficiente.

Igual el amor duró poco y le dejó el corazón destrozado. Muchas

veces pensó que su madre había tenido algo de razón y se horrorizó

cuando años más tarde le repitió la misma frase a Magui.

Por suerte, meses después del abandono de José apareció Alberto.

La pérdida se fue borrando lentamente. El dejó la facultad y no se

vieron nunca más. Sin embargo José estaba ahora allí, enviándole

una solicitud de amistad… Dudó un rato, y finalmente la aceptó.

35

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Estaba por meterse en su muro para indagar un poco más, cuando

el chat se activó y José Martínez apareció preguntando: “¿Sos vos

Colo?”

Colo… hacía años que nadie la l amaba así. Después de esa herida de

amor, resolvió dejar atrás el “Colo” y asumir el Leti. Alberto apoyó la


iniciativa y fue el primero en incorporar el cambio.

Sin embargo, ese “Colo” la conectó con aquel a Colo que había
sido…. Esa que se reía con fuertes carcajadas, esa que siempre

tenían algún programa para el fin de semana, esa que no tardaba en

hacer amistades, esa que peleaba y discutía por todo lo que

consideraba justo…. Esa “Colo” no sólo había desaparecido detrás

de una tintura castaño cobriza, sino también detrás de una vida

plagada de obligaciones, comodidades y rutinas.

Tardó en escribir. Si había sentido culpa en aceptar la solicitud de amistad,


responder el mensaje le parecía un pecado mortal.

Finalmente tecleó nerviosa cual una púber: “Sí, soy yo. ¿Cómo

estás? ¿Qué es de tu vida?”

Capítulo 5
Carolina
Uno suele idealizar la vida ajena, en especial cuando no se está del todo bien
con la propia. Y en ese punto reencontrarme con mis

hermanas fue revelador. No solo porque me sentí feliz de compartir

36

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

con el as, de ver a mis padres disfrutando cada momento en familia,

sino porque observar de cerca sus realidades me ayudó a poner en

valor mi propia existencia.

Luisa –que siempre en las fotos parecía tener la familia soñada con

un marido bien parecido y dos niños perfectos e intelectuales- se la pasaba


trabajando todo el día. El trato con su pareja era de una

frialdad espeluznante y mis sobrinos, aunque buenos, parecían dos

adultos en miniatura. Maribel con 13 años no reflejaba ni una pizca

de las rebeldías propias de esa edad, y Teo con 8 parecía un

muchachito de los que trabajan en Wall Street. Me sorprendió

cuando una tarde, jugando al Juego de la Vida me exigía que si

compraba un auto debía adquirir además un seguro. No podía

comprender como con esa edad se preocupara por cosas que en

gran parte del mundo en el que yo me movía –en especial en la


Colonia- ni siquiera existían.

En cambio mi otra hermana, Carmen, estaba notoriamente

preocupada. La crisis de España los había afectado

económicamente. Había optado por el silencio y la sumisión,

mientras Ricardo su marido ordenaba y decidía cual jeque árabe. Un

día l egué a su casa a media tarde y era un caos. Tres niños de 6, 4 y 2 años
pueden ser peor que un ataque de los tártaros. Trepaban las

mesadas, desparramaban juguetes, insultaban, se peleaban, y la

pobre Carmen era como un pulpo tratando de manejar una

situación que evidentemente se le volvía inmanejable.

Sentí un poco de pena por el a. Estaba al borde de los nervios, del

l anto, de todo. Obviamente que en medio de esa especie de guerra

civil era imposible mantener un diálogo. Avanzábamos con un tema

y en el medio aparecían frases como “basta, no peleen”, “bajate de

ahí”, “devolvé eso a Marcos”, “quiero hablar con mi hermana, no la

veo nunca”, “no me faltes el respeto”, etc., etc., etc.

37

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Así fue como una mañana, mientras caminaba por la ciudad, acepté

que mi vida era bastante mejor de lo que creía. De todas maneras

debía admitir que mi euforia, en parte, se debía al encuentro que


había tenido en la despedida. Recuerdo que estaba pensando en la

estúpida idea de “una última noche juntos”, cuando una voz del

pasado –quizá de la mejor etapa de mi pasado- borró mis

intenciones. Era Diego, el Diego de la juventud, el de la banda, ese primer


gran amor que nos hace creer que el mundo es un sitio

perfecto en el que solo bastan dos personas.

Nos conocimos a los 14 años y a los 16 nos pusimos de novio. En

esos dos años lo había amado con locura. Forjamos una extraña

amistad de canciones, histeriqueos y confidencias. Él siempre

estaba rodeado de chicas, un muchacho adolescente que tocaba la

guitarra ya tenía ganada la mitad de la conquista. Yo estudiaba

canto y por eso –junto a otros que se dedicaban a la batería y al

bajo- formamos Orson Wel es, nuestro grupo de covers. Éramos

unos niños, pero tocábamos en las fiestas de los colegios y en

alguna otra movida juvenil. En la zona nos hicimos más popular que

los Rol ings.

A los pocos meses se terminó todo. Él era el típico picaflor y me

engañó con Guadalupe, que además era mi amiga. No lo perdoné

jamás y mi mayor alegría fue cuando luego engañó a Guada con

otra, y a esa otra con otra, y así indefinidamente.

Era el chico popular del pueblo. Se terminó la banda y entre


nosotros quedó una incipiente e incómoda amistad Creo que una de

mis motivaciones para venirme a la ciudad fue no querer verlo más.

Siempre tuve la certeza de que le dolió mi partida. A los dos o tres años
Diego se vino también, pero casi nunca nos cruzamos. Sólo un

par de veces. En esos encuentros intercambiamos teléfonos. Ni él

me l amó ni yo lo l amé. Poco a poco fue quedando solo el recuerdo

38

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

de esos años… Sin embargo encontrarlo esa noche fue movilizador.

Tal vez porque estaba sensible, tal vez porque aparecía en el

momento indicado.

No dijimos mucho. El hizo un chiste sobre que ahora tomaba martini

y no cerveza o sangría barata. Y yo le dije que por lo visto él no

cambiaba sus gustos, mientras hacía un gesto elocuente hacia las

dos jovencitas que lo esperaban en una mesa. “Son artistas, tienen

una banda y quieren que les produzca un show”, respondió como

para justificarse. Hicimos un breve recorrido por nuestras vidas. Le conté que
acababa de romper con mi pareja y él me confesó que se

había separado de su esposa hacía y casi un año.

Se dedicada a producir bandas chicas y tenía dos pubs. Los había

escuchado nombrar e incluso a uno de el os había ido varias veces,


pero no imaginé que le perteneciera.

Sacó una tarjeta y me dijo: “espero que me l ames esta vez”. Sonreí

y le dije que me iba de viaje por un mes. “Entonces a la vuelta”,

insistió.

Se marchó diciéndome que los años me sentaban. Yo estaba por

hacerle un chiste sobre su estado, pero lo cierto es que se mantenía muy bien.

Mi estadía en España estaba l egando a su fin. Ernesto me había

l amado un par de veces, me había mandando unos Whatsapp y

mensajes privados por Face, pero yo no le respondí.

Intuía que estaba a punto de iniciar una nueva etapa.

Apreté mi cartera. En uno de los bolsil os internos había guardado la tarjeta


de Diego.

39

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 6
Lola
Estaba ansiosa. No sabía que esperar de la Colonia, aunque me fascinaba la
idea de salir de la oficina. Leticia no era demasiado

comunicativa y Víctor comunicaba demasiado, solo que todo en

clave de drama. En pocos días me contó que tenía un hijo de 16

años que había dejado los estudios varias veces y que se le

escapaba por días enteros de la casa; que su mujer no estaba bien

de salud; que su hija menor solía quedarse todos los fines de

semana en lo de la abuela porque evitaba estar con el os y unas

cuantas otras cosas más. A mí me gustaba escuchar a la gente, pero

intuía que Víctor era de los que giraba alrededor de círculos

enfermizos.

Era un miércoles radiante, aún estaba cálido. Mi chofer resultó ser

un hombre de una alegría desbordante, la antítesis de Víctor. Se

l amaba Oscar tenía 7 hijos, 3 nietos, hablaba maravil as de su mujer y de


todo lo que le rodeaba. “Es la felicidad de la gente simple”

habría dicho mi madre. Ahora entendía a qué se refería.

Al l egar me sorprendí. El primer paraje al que arribamos en la

Colonia era una larga calle de tierra con algunas casitas, una iglesia, una
escuela, un almacén, el dispensario y un puesto pequeño que
decía: “comuna y policía”. Todos en el trabajo decían que era una

región grande con muchas necesidades y habitantes, y yo -como

buen bicho de ciudad- me preguntada dónde diablos vivía la gente y

a qué se referían cuando decían “grande”.

40

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Bajamos acá primero, porque hoy la doctora anda por estos lados.

Sino cualquier cosa la l evo después para Jacinta, ¿quiere? –me

consultó Oscar. Yo asentí sin entender muy bien que me decía.

Mariana salió a recibirnos con una sonrisa.

- ¡Bienvenida! Llegaron temprano.

- No había nadie en la ruta –explicó Oscar.

- Vení con nosotros en el auto hasta Jacinta de paso conocés un

poco y te voy comentando el informe de esta semana –yo estaba

mareada, no sabía muy bien a dónde iba y ni siquiera recordaba

todas las instrucciones de lo que debía hacer. Miré a Oscar, y él me indicó:

- Vaya con el os que yo la sigo por detrás.

Subí al coche que manejaba Lucio, el esposo de la doctora.

Mariana me sacó de mi aturdimiento.

- ¿Traes las planil as? Hay mucho para l enar…. Necesitamos urgente
unas cuantas dosis de vacunas contra la gripe.

- Ay, me dejé el portafolio en el otro auto, pero tengo una agenda

voy tomando nota y después lo paso, ¿puede ser? –Mariana

seguramente pudo percibir mi nerviosismo, y me tranquilizó:

- Está bien, pero para que lo tengas en cuenta siempre l evá las

planil as con vos.

***

41

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Había menospreciado lo que era la Colonia. Al meternos por unos estrechos


senderos, aparecían casitas sencil as, algunas

extremadamente sencil as y otras tantas viviendas que bien podían

definirse como ranchos.

Los paisajes podían cambiar, tal vez el clima, la flora, la fauna, el relieve….
pero las postales de la marginalidad eran siempre

parecidas. Niños descalzos con ojitos tristes, madres y abuelas

cargando racimos de pequeñuelos, ropa vieja y rota, de esa que

suele donar la gente con la convicción de que está haciendo caridad.

“Si no lo podemos usar nosotros, ¿qué nos hace creer que la gente

pobre sí?”. Solía reprendernos mi madre cuando se nos ocurría

regalar zapatil as con las suelas destrozadas o remeras l enas de


huecos.

Mariana hablaba con su marido y conmigo alternadamente. Con él

se quejaba de que no habían l egado los subsidios para las

cooperativas de las mujeres, del desastre que eran los caminos, y de cómo se
estaba secando el arroyo Marapacho.

Conmigo insistía en que debíamos empezar a armar urgente una

campaña de vacunación para la gripe.

– Estamos casi en abril y si no nos apuramos vamos a tener

problemas. Aquí los niños y los viejos sufren muchas enfermedades

bronquiales.

Después me comentó que tenían unos 10 casos que debían

trasladar con urgencia a la ciudad para hacer estudios de alta

complejidad que no les autorizaban, y así siguió con muchas otras

cosas más… Me daba pavor. No entendía como todos esos reclamos

iban finalmente a solucionarse en esas oficinas donde los jefes no

estaban nunca, donde había muchísima gente que se pasaba más

42

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

tiempo tomando café y charlando que trabajando, y donde las cajas

y archivos rebalsaban de papeles que nadie leía.

Supuse que esa sería mi responsabilidad, que alguien se ocupara.


Llegamos a Jacinta, era un pueblo un poco más grande que el

anterior. Mariana se sentó conmigo en el banco de una plazoleta y

en cuanto l egó Oscar busqué el portafolio para que ambas

avanzáramos con las planil as.

Una mujer se acercó, saludó con una sonrisa desdentada y nos

obsequió un pan casero, calentito. Mariana midió mi reacción. Tal

vez esperaba alguna incomodidad de mi parte al tener que l evarme

a la boca un alimento que venía de esas manos terrosas y esas uñas

sucias. Pero no, lo comí con gusto. Mi trabajo me había

acostumbrado a eso. Además viví en una casa l ena de hermanos,

donde los varones escupían en mi taza de leche y se reían mientras

me veían tomarla.

Debía admitir que el pan estaba exquisito. A veces las comidas

toman un sabor especial según el lugar en el que se comparten.

Adoraba el mate cocido de los campamentos scout y sin embargo

odiaba tomarlo en mi casa…. Esas cosas extrañas que tienen el

hombre y sus circunstancias.

Mariana me dijo que se iba a una comuna cercana, que yo

aprovechara para quedarme allí a los fines de terminar con los

papeles. “Cualquier cosa, Juan está en el dispensario del frente”,


remarcó.

Quedamos que cerca de la una regresaría para que comer algo

juntas y ultimar detalles.

43

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Empecé a buscar algún kiosco o lugar para comprar agua fría. Ahora

entendía porque Mariana y su esposo andaban con sus botel itas a

cuestas. No sobraban los kioscos en Jacinta.

Crucé la calle y antes de entrar al dispensario, vi l egar una familia en un


carro tirado por cabal os. Ella l evando las riendas, tres niños con la piel
oscura y el pelo aclarado por el sol, y un hombre con la mano envuelta en un
trapo l eno de sangre.

Guardé mis papeles en el portafolio, le pedí a Oscar que lo l evara al auto y


me lancé a preguntarles si necesitaban algo.

Me explicó la mujer que su esposo se había cortado mientras estaba

aserrando. Y si bien no soy una mujer de las que se descomponen

con facilidad, tanta sangre mezclada en un trapo sucio me revolvió

el estómago.

Lo ayudé abajar, le pedí que esperara fuera con los niños, e ingresé al
dispensario pidiendo a los gritos por el doctor Juan. Me sentí una estúpida,
primero por no saber el apel ido del médico, y segundo

porque el dispensario era una casucha ínfima en la que no había

razón para entrar gritando como si se tratara de un nosocomio


gigante.

Juan apareció en medio de una larga fila de personas que lo

esperaban, le hizo unas preguntas al hombre, este respondió a

media voz y entonces me solicitó:

- Pedile a la gente que salga un rato, que despejen el lugar. Lavate las manos
con ese alcohol en gel que está ahí y entrá al consultorio, voy a necesitar tu
ayuda ahora que Mariana no está.

Quería decirle que de medicina no sabía nada pero no había tiempo

para esas explicaciones. Hice lo indicado y me afloró un egoísmo

superfluo. Lo primero que pensé cuando vi a Juan desenvolver el

44

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

trapo fue: “voy mancharme mi remera natural”. Hasta tuve el tupé

de preguntarme, en lo más profundo de mi ser, si la sangre saldría

con facilidad o si tendría que l evarla a una tintorería…. Moví la

cabeza de un lado al otro como para borrar esas estupideces.

La máquina había mordido la carne de la parte frontal del brazo.

Juan trabajó con una concentración increíble. No tenía muchos

elementos, pero fue limpiando, observando y cosiendo con

serenidad y palabras tranquilizadoras hacia el paciente que

estoicamente soportaba el dolor.


“No tengo anestesia”, le había dicho. “Haga tranquilo doctor, yo

aguanto”.

Esos eran de los que habían aguantado tanto en la vida que una

sutura no era problema. Ese aguante se le notaba en los surcos de la cara, en


la hondura de sus ojos, en las manos ajadas y en la piel

curtida y seca.

Yo pasaba gasas, alcohol, tiraba lo usado, y cada tanto le

preguntaba al hombre si quería agua. Este negaba con la cabeza y

volvía a aguantar.

Pasaron casi 40 minutos. Juan le dio unos remedios, una caja de

gasa y unas cuantas indicaciones. “A cuidarse”, fue lo último que le pidió.

Yo estaba muda, no lograba salir de mi estupor.

- Lo hiciste bien – me dijo Juan mientras tomaba agua de una

botel a pequeña con una fruición que no había visto jamás antes,

sólo en las películas.

- Pobre hombre… y sin anestesia. ¿Cómo es eso de que no hay

anestesia?

45

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Hay, pero poca. Tenemos que cuidarla para casos extremos.

- ¿Y este no lo era?
- No, tratamos de dejarla para los niños, los ancianos..

- Parece el Titanic… Mujeres y niños primero… –me burlé.

- Al menos el Titanic se hundió en medio de lujos y violines

resonando… Esta gente se hunde sin saber por qué y sin haber

conocido nada mejor –el doctor sonaba desalentado.

Estaba por decirle que era pesimista, pero preferí callar. Había

sincero abatimiento en su rostro.

- ¿Ya tenés todo los pedidos listos?

- Si –rápidamente me retracté -.No, voy a sumar anestesia.

Él sonrió y esa boca volvió a impactarme. Para preservarme no quise

mirarla más y dirigí mis ojos a la puerta.

- Había bastante gente esperándote –señalé.

- Sí, ya lo sé. Me lavo un poco y los hago pasar. Deciles que entren, el sol
está fuertísimo.

***

Llegó la hora del almuerzo. Para mí habíamos vivido toda una

aventura, pero para Juan, Mariana, su esposo e incluso mi chofer no

era nada demasiado relevante. Ellos habían l evado su vianda con

comida, yo nada. A mi favor, debo decir que nadie me lo había

advertido.

Juan se sentó a mi lado, y me indicó su taper:


46

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Sacá hay milanesas de sobra.

- No se me ocurrió traer…

¿Qué pensaba? ¿Qué iba a Río de Janeiro y que seguramente al

mediodía encontraría algún barcito de mala muerte para picotear

algo como si se tratara de la avenida Atlántica? Me sentí una

estúpida.

Acepté la generosidad de Juan, y saqué una milanesa.

-Gracias. Para la próxima….

-No hay problema –respondió afectuosamente. Había algo extraño

en eso de compartir la comida, pero traté de borrar las tontas

elucubraciones.

Antes de marcharme, Mariana firmó todos los pedidos. Le comenté

lo de la necesidad de contar con más dosis de anestesia pero no le

dio demasiada importancia. “Vos insistí con lo de las vacunas y el

traslado de esa gente que necesita los estudios de alta complejidad, nos
vemos en 15 días”.

Antes de irme, Juan me despidió con una pregunta:

- ¿Qué hacés metida acá nena? –no comprendí si lo de “nena” era

algo despectivo o una pose de conquistador.


- Lo mismo me preguntaba hace un rato, mientras te veía rodeado

de toda esa gente. ¿Qué hacés metido acá, doctor? –no esperé la

respuesta.

Me fui con paso firme y supe que él me miraba. Supe también que

sonría. Supe que darme vuelta para enfrentar a esos ojos sería una

audacia. Supe, aunque no lo quisiera admitir, que estaba

metiéndome en problemas.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 7

-¿Qué pasa? ¿La zorra esa no te responde los mensajes? –Claudia

sonreía con sarcasmo, la ira contenida titilaba en sus pupilas. En los últimos
tiempos se le había dado por utilizar esa manera irónica y

violenta para dirigirse a Ernesto. Entre el os no había un muro sino un campo


minado en el que cada uno aguardaba en su trinchera y

cualquier paso en falso podía detonar las bombas. Claudia era quien

atacaba. Ernesto quien se replegaba. Aunque ya se estaba cansando

de tanta pasividad.

-Te pregunté algo -volvió a decir con tono inquisidor.

-¿De qué hablás Claudia? Siempre viendo fantasmas donde no hay,

siempre acechando…. ¡Me tenés podrido! –que lo tenía podrido era


verdad, lo de los “fantasmas” no. En realidad sí estaba revisando su teléfono,
comprobando si había mensajes de Caro.

-¿Fantasmas?… ¿Te creés que soy estúpida?

-No, simplemente creo que sos una loca.

- Claro desacreditame, eso es lo único que tenés para decir en mi

contra. En cambio si yo hablara…

Ernesto se levantó violentamente del sil ón y se dirigió hacia su

mujer.

-¿Si hablaras qué? Quiero escucharte…. ¿Qué dirías?

Claudia se asustó, no esperaba esa reacción. Pero en pocos

segundos volvió a ganar terreno y le recriminó:

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Diría que me engañás sin ningún tipo de pudor…

- Delirios tuyos -mintió con cierta incomodidad.

- Ojalá, porque si l egara a ser verdad estarías en problemas. Sos el único que
perdería con esta situación. Si mi viejo se entera, te juro que te inicia una
demanda y a Joaquín no lo ves más.

Ernesto no pudo evitar la furia y, arrinconándola, le lanzó todo

aquel o que l evaba tiempo soportando:

-El puto discurso de que tu viejo es un intachable juez de familia, la puta


costumbre de usar a tu hijo como botín de guerra, y la
putísima manía de amenazarme me tienen las pelotas al plato. Tu

viejo puede ser muy poderoso pero la verdad está de mi lado. Yo

también conozco jueces a los que puedo contarles cosas realmente

graves…. Como por ejemplo que más de una vez te fuiste de la casa

dejando a nuestro hijo solo porque no soportabas sus l antos, que

vivís medicada todo el día, que no fuiste jamás a la guardería ni al jardín


porque siempre tenés un dolor o un malestar que te impide

cumplir con tu rol de madre, y que pese a estar en primer grado ni

siquiera pudiste acompañarlo el primer día de clases…. Ni que

hablar de cuando se enfermó…

- No hables de eso, sabés que esa enfermedad fue la que me

devastó -bajó su beligerancia, quedó vulnerable -. Sentía que no

podía hacerlo, los hospitales me generan pánico… Soy una mujer

débil Ernesto.

- Sos débil para lo que te conviene. Para amenazar, hablar con

cinismo y enloquecerme con tus indirectas no sos nada débil. Pero

para hacerte cargo de un niño que te necesita, venís con el discurso de tus
nervios, de tu ansiedad, de tus ataques de pánico y todas

esas huevadas de niña rica…. Andate a la mierda Claudia, déjame de

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE


joder y dejale de joder la vida a Joaquín. Si sigo en esta casa es por él….

-Desagradecido, cuando te casaste conmigo se te abrieron todas las

puertas… antes no eras nadie.

-Pagué cara mi ambición. Tal vez soy un pelotudo y hasta un hijo de

puta, pero no metas a Joaquín en el medio porque me vas a

conocer. Y tu familia también.

Se alejó porque en lo más profundo de su ser la habría querido

agarrar de ese cuel o blanco e inmaculado y apretarlo hasta hacerla

desaparecer.

-¿A dónde te vas? –consultó Claudia cuando lo vio agarrar sus cosas

para salir.

-¿No sabías? –ahora el irónico era él-. Joaquín tiene hoy solo dos

horas de clases. Lo busco y lo l evo a casa de un compañerito con el que se va


a quedar hasta la tarde. Marta ya lo sabía, de ahí me voy

al trabajo. Volvemos los dos después cerca de las 18. Tenés tiempo

de sobra para andar por la casa con el pijama, simulando malestares

y dedicarte a jugar a “la loquita”…. Llamá a tu mamá o tu papá para

contarles la mala vida que l evás entre estas paredes.

No esperó respuesta, simplemente se fue. En la puerta de salida

Marta le dijo que se quedara tranquilo, que cualquier problema con

la señora le l amaba. Ernesto tampoco respondió a eso. De solo


saber que Joaquín no pasaría el día en esa casa de locos sin su

supervisión ya lo tranquilizaba. Marta era una buena mujer pero no

tenía autoridad para manejar los arranques de Claudia.

Al subir al auto se quedó pensativo unos minutos. No encontraba la

manera de liberarse de su esposa. Él sabía que, en caso de

divorciarse, la ley priorizaría que Joaquín se quedara con el a. Su

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

suegro le haría la vida imposible. Eran demasiado condescendientes

con Claudia. Él no podía permitir que su niño terminara conviviendo

en ese manicomio disfrazado de hogar. Ya bastante había pasado

durante los últimos años.

Le sorprendía que una madre pudiera comportarse de manera tan

distante con su hijo. Aunque no siempre había sido así. Al principio había
sido maternal, obsesiva, pero maternal. Sin embargo cuando a

los 3 años le diagnosticaron leucemia a Joaquín, Claudia tomó una

distancia absurda. Esa actitud también terminó por destruir una

relación de pareja que ya estaba deteriorada. La psicóloga se lo

había explicado así: “tal vez por miedo a perderlo, es que Claudia

alejó a Joaquín de su vida. Fue su mecanismo de defensa”.

Frente a eso, a él le tocó acompañar cada instancia del tratamiento.


Estuvo a su lado durante la quimio, fue quien calmó los l antos y

malestares, fue quien l enó de energía su cansancio, fue quien le

obsequió su sonrisa en los momentos más duros. Acompañó cada

internación, padeció -sin demostrárselo- la ansiedad y la angustia

del proceso de remisión.

Sus suegros y su familia acompañaron cuanto pudieron, pero su

mayor sostén fue su propio hijo. Joaquín era un ser resiliente, como un
corcho pequeño que flota en medio del océano. Ahora que

lograba mantener el fantasma de la enfermedad a raya, Ernesto

debía admitir que su pequeño estaba hecho para la vida.

Ese fue también un tiempo de culpas. Dejó a Carolina con el

convencimiento de que lo de Joaquín era un castigo divino por

engañar a Claudia. Con el tiempo pudo ver las cosas con más

sensatez.

Caro había aceptado esa distancia. A él le hubiese gustado que se

involucrara con lo de su hijo, pero no. Acató su deseo sin replicar.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Eso también le dolió. Para Ernesto, el a no era una amante

ocasional. Quedó embelesado desde el primer momento en que la

vio. Después aprendió a amarla. ¡Querer a Carolina era tan


sencil o!.. En cambio con Claudia…

Su esposa era una muñeca: preciosa, fina, culta… Pero él se había

casado con el a más por interés que por amor. Pensó que el amor

l egaría con el tiempo, pero no l egó. Y cuando la novedad y la

atracción se esfumaron no quedó nada. Solo un hijo, una

enfermedad que los destrozó, muchas mentiras, demasiados

ataques, y esa horrenda hostilidad tan propia del mal amor.

Volvió a revisar el teléfono, no había mensajes. Comprobó que

l egaría tarde a buscar a Joaquín sino se apuraba, pero igualmente

se tomó unos segundos para escribir: “Sé que ya volviste de viaje.

¿Podemos vernos?”.

Aguardó unos segundos más. La respuesta no l egó.

Capítulo 8

Carolina se sentía Hamlet. No se trataba ya de “ser o no ser”, sino

de “l amar o no l amar”. Hacía casi una semana que había vuelto de

España. Estaba terminando de ultimar los detalles para iniciar su

trabajo en los consultorios de Lara, su amiga. Le había pasado tres

casos que quedarían a su cargo: una niña disléxica que estaba

comenzando el cuarto grado; un pequeño con déficit atencional que

estaba en segundo; y un tercero con síndrome de down al que


debería acompañar tres veces a la semana al colegio en calidad de

integradora.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Estaba repasando apuntes, analizando diagnósticos, pero su cabeza

no lograba abstraerse del celular.

Ernesto le había enviado varios mensajes a los que tuvo la tentación de


responder, pero no lo hizo. Lo de Diego en cambio era distinto.

No había nada peligroso en discar su número… ¿Por qué no le había

l amado él? Dios, se estaba comportando como una adolescente

histérica.

Se pasó todo el día buscando excusas, hasta que cerca de la

tardecita encontró el pretexto perfecto. Marcó. Las manos le

temblaban. Sonó tres veces, y estuvo a punto de cortar, pero él

atendió. Ya no había escapatoria.

- Hola.

- ¿Diego?

- Sí. ¿Quién habla?

- Yo, Carolina Acosta.

- ¡Caro! ¿Cómo andás? –él no era de mostrar sus sentimientos, pero

a el a le tranquilizó saber que le había gustado escucharla.


- Perdón que te moleste…

- No es molestia, decime.

- Cuando nos vimos vos me contaste que manejabas grupos

musicales y esas cosas, y quería saber qué chances habría de

organizar algún recital a beneficio o algo así para la gente de la

Colonia. Yo antes trabajaba para esa zona, cuando estaba en

Desarrol o Social –le sonaba que había pasado una eternidad de

aquel o, y lo cierto es que no hacía ni dos meses de la licencia.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Claro, por supuesto. Vos sabés que contás siempre conmigo… para

lo que sea –eso último había sonado intencional -. ¿Cuándo nos

vemos para organizar?

- Bueno, en realidad no sé si sería ya, tan pronto… es algo que se me ocurrió


ahora, tendría que hablarlo con la gente de la Colonia.

- Igual, ¿cuándo nos juntamos? ¿Podemos hablar de otras cosas

también, no?

- Sí, obviamente. Te mando un mensaje en estos días y vemos de

tomarnos un café.

- Prefiero una cervecita por la noche… ¿Qué te parece? A no ser que

quieras un martini –dijo con sorna.


Carolina sonrió con gesto seductor, podía permitirse esos

exabruptos gestuales, total no la veía nadie.

- Mejor cerveza.

- Organicemos ahora porque sino después no vas a l amarme

- Está bien –Caro volvió a sonreír, Diego tenía razón-. Decime vos

que sos el que conocés más la noche, ¿a dónde nos vemos?

- Porque no te venís el viernes a mi pub, a Martirio. Toca una banda.

- Dale, ¿a qué hora?

- Cerca de las diez. Picoteamos algo y a la medianoche largan los

músicos. ¿Te parece?

- Perfecto, nos vemos el viernes. Besos.

- Besos.

Carolina cortó rápido.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Era extraño, se sentía como aquel a vez cuando Diego le había

pedido que lo acompañara a los 15 de su prima. “Vamos como

amigos, ¿qué problema hay?”. Pero para el a fue una salida

reveladora, fue cuando comprendió que lo amaba, con ese modo de

amar tan visceral y propio de la adolescencia. ¿Había vuelto alguna


vez a sentir de esa manera?

“Por Dios, no puedo ponerme así. Me estoy convirtiendo en una

reverenda boluda”, se dijo justo en el preciso momento en el que

estaba por contar los días para saber cuánto faltaba para el viernes.

Eliminó esa cuenta absurda y se concentró en el diagnóstico de sus

pacientes.

Esa fue la primera noche que no sintió el corazón oprimido de

tristeza por la lejanía de Ernesto.

Capítulo 9

- Me acaban de devolver esta solicitud, completaste mal unos datos,

fíjate –Leticia volvía con los papeles y se los dejó a Lola en la mesa sin dar
demasiadas explicaciones.

- ¿Qué falta? –Lola se puso nerviosa al comprobar que era uno de

los pedidos de dosis de vacunas.

- Hay que especificar bien las edades y en el ítem en el que pregunta si es de


urgencia no basta con contestar que sí, sino que debés

justificar. A eso se lo tienen que completar los médicos de allá, así que
cuando vayas de nuevo a la Colonia acordate de hacerlo.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Uy, pero se va a retrasar todo –Lola recordaba que las dosis se


habían pedido en tandas. En las otras planil as habían completado

todo pero entre tanta charla en la última le había quedado

pendiente ese punto. Detestaba la burocracia.

- Y sí se van a retrasar. La próxima vez prestá más atención. Acá son muy
detallistas y exigentes.

- ¿Quiénes? –Lola era una mujer de carácter cuando se molestaba.

- Nuestros jefes y la gente del área de Autorizaciones –Leticia volvió a su


escritorio y se enfrascó en la computadora.

- Sí, se nota –la ironía de Lola sorprendió a Leticia-. Los de

autorizaciones deben ser tremendamente exigentes con la yerba del

mate, porque se la pasan la mitad del día metidos en la preparación

y en el cebado. Y los jefes, bué… nunca vienen a trabajar.

Víctor entró en ese momento. No entendía muy bien los reclamos

de Lola, pero tampoco preguntó. Ese día tenía una nueva

preocupación familiar y no estaba para liarse con cuestiones

laborales.

- Voy hasta el área de Autorizaciones para ver si se puede hacer algo

–Lola partió con las planil as.

Víctor comentó:

- Tiene carácter la chica.

- Acá se lo van a aplacar de a poco –dijo Leticia, quien


paralelamente sonreía al ver unas fotos en Face.

- Vos eras así cuando entraste –le recordó.

En ese momento Leticia levantó la vista y trató de visualizarse en

aquel os primeros años, peleando de oficina en oficina para que le

56

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

autorizaran pedidos y proyectos. Más de una vez amenazó a sus

colegas y hasta recibió unos cuantos apercibimientos por discutir

con sus jefes… Tuvo el deseo de ir hasta Autorizaciones y apoyar el

reclamo de Lola, pero se quedó en su sil a, inmovilizada. Lejos

estaba aquel a Colo luchadora de esta mujer que se había dejado

domesticar.

***

La jornada de trabajo fue fatal. Discutir con las de Autorización era

lo mismo que hablar con una pared. Cerradas, frías, inoperantes.

Lola salió indignada y esa ira aumentó cuando sus dos compañeros

de área no hicieron el mínimo esfuerzo por apoyarla ni contenerla.

¿Qué le pasaba a la gente de ese lugar? ¿Estaba anestesiada? Su

jefe, Ernesto Sánchez nunca l egó a la oficina. Y allí quedaron las

planil as, esperando no una solución sino un milagro.


Debía admitirlo: no quería l egar a la Colonia y decir que se había olvidado
un detalle y que por eso faltaría una partida de vacunas. Le avergonzaba
quedar como “la tonta nueva” que hizo mal las cosas.

Al l egar a su casa l amó a sus padres y estuvo casi 20 minutos

hablando de todo lo vivido en el trabajo. Necesitaba hacer catarsis, ya


después vendría el momento de enfrentar la abultada cuenta

telefónica.

Cerca de las cinco de la tarde, Pablo le mandó un mensaje

recordándole que tenían esa noche un asado en la casa de unos

amigos: Vanina y Sebastián. Ya los había visto en otra oportunidad,

y lo cierto es que no había congeniado con el os. ¡Era lo que le

faltaba para terminar el día!

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Al arribar a lo de los supuestos “amigos”, se encontraron con otros

tres matrimonios, todos con niños pequeños.

Los hombres permanecían reunidos en torno al fuego de la parril a

hablando de trabajo. Ellas, en cambio, estaban en el comedor

comentando los sucesos de sus pequeños: a uno ya le habían

sacado los pañales, otro comenzaba la guardería, fulanito aún no

dormía bien de noche, menganito había estado con fiebre, etc., etc., etc. A
Lola –aunque le gustaban los niños- se aburría con esos
temas. Encima las cuatro mujeres no se esmeraban por incluirla en

la charla, evidentemente que el hecho de no ser madre la ponía en

una especie de categoría inferior.

- ¿Y vos a que te dedicás? -consultó Lorena, las más ñoña de todas.

- Soy Trabajadora Social –lo ojos de las cuatro se clavaron en Lola.

- Sos de las que están en vil as y ese tipo de lugares, ¿no? –Vanina lo
consultó con tanta naturalidad, que Lola no pudo evitar pensar:

“¿esta mina es boluda o se hace?”.

- No, están en muchos ámbitos, incluso en empresas.

- Ah, mirá vos –dijo una tercera mientras le limpiaba los mocos a su hijo de
dos años -.Igual no es una profesión muy glamorosa.

Lola empezó a envalentonarse.

- No, no lo es. Pero ustedes saben de tareas poco glamorosas, ¿o

no? Digo, cambiar pañales, escarbar en cacas, limpiar mocos, andar

a cuestas con esas telitas para limpiar vómitos, que las tetas te

exploten de leche… no es algo muy glamoroso que digamos –no

debería haber dicho todo eso.

- La maternidad es algo muy sublime. Pero hay que ser madre para

entenderlo –Vanina sonó malintencionada.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE


Como para bajar el nivel de beligerancia, Lola decidió apaciguar los ánimos
con un poco de humor:

- Ya lo creo. Era solo un chiste. Y sí, la mía es una profesión poco glamorosa,
por suerte. Esa palabra me cae tan mal… Siempre me

pregunto ¿qué diablos es el glamour? ¿Oler rico, vestir elegante?

Siempre recuerdo que en el casamiento de Máxima Zorreguieta mi

mamá hizo un chiste al respecto. Cuando entraban todos esos

nobles a la boda, el a dijo: “Dios nos libre del glamour si tiene que ver con
los sombreros que l evan esas mujeres en la cabeza”… -Lola

no pudo evitar una carcajada. Las otras cuatro sonrieron por

obligación, hasta que Lorena dijo:

- A mí me encantó la boda de Máxima –las otras tres reafirmaron

con la cabeza, y Lola decidió que era el momento de callar. No

estaba logrando congeniar con el grupo.

Se disculpó y salió a la galería con la excusa de pedir fuego a los

hombres para fumar un rato.

Ellos hablaban de trabajo, variables económicas y política. “Al

menos no están discutiendo sobre si los bebés deben dormir boca

abajo, boca arriba o de costado”, se dijo para sí y trató de quedarse junto a


Pablo escuchando.

Fumó ante la mirada reprobatoria de su novio, hasta que finalmente

Sebastián la incluyó en la charla.


- Me contó Pablo que estás trabajando en la Colonia.

- Si, hasta ahora fui una sola vez, pero creo que es una buena

experiencia.

- Debe ser duro, ¿no? –dijo otro al que le decían Pepo.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- En realidad toda situación de marginalidad e indigencia es dura. No es


sencil o sobrevivir cuando un ser humano no puede suplir sus

necesidades básicas.

- Sí, pero no hacen nada por cambiarlo, es algo cultural –dijo un

tercero mientras pinchaba los chorizos. Lola hizo mala cara. Odiaba

a la gente que decía ese tipo de cosas. Por eso lo desafió:

- ¿A qué te referís con qué es cultural?

- Que están acostumbrados a ser pobres, a no tener nada… ni

siquiera les interesa trabajar, estudiar.

- No es así –“no debo entrar en esta discusión”, se advirtió, pero ese tercero
estaba dispuesto a hacerla engranar.

- Mi empleada doméstica por ejemplo. Siempre la tuvimos como

una reina, ahora la blanqueamos y lo primero que hizo fue

preguntarnos en qué fecha le daríamos las vacaciones… La tipa se va

de vacaciones… ¿qué me dicen?


- Uau, ¡qué sacrilegio! –Lola fue lo suficientemente irónica como

para obligar a Pablo a intervenir.

- Los derechos deben respetarse – resumió Pablo y Lola sintió su

mano apretándola con firmeza en el hombro. Era el modo sutil que

él tenía para decirle “callate”.

- Igual, yo creo que sitios como la Colonia no cambian más. Viven desde
siempre en la miseria, y así van a seguir.

- Hay gente que trabaja para que vivan mejor –retrucó Lola.

El cuarto, que había permanecido callado, comentó:

- Una tía mía está en una fundación que trabaja allá, pero dice que

la gente no participa, quieren todo sin esfuerzo y rápido.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Esa gente se esfuerza hasta para l evarse un vaso de agua a la

boca… Muchos ni siquiera tienen agua corriente. El concepto de

“esfuerzo” no es igual para todos. Vos por ejemplo: tu mayor

esfuerzo en este momento es abrir esa botel a de vino, en cambio

para un niño que vive en la Colonia es lograr dormir aunque la panza le


brame de hambre. ¿Alguno de ustedes saben lo que es el

hambre?

- Yo hice dieta una vez –dijo Pepo y todos se rieron.


“Definitivamente son todos unos boludos”, pensó Lola. No tenía

sentido discutir con gente así.

- Nos vamos –dictaminó Pablo, y Lola lo adoró por esa actitud.

- Che, no se enojen, es un chiste –expresó Pepo.

- No nos enojamos, simplemente es que no me gusta que se le falte

el respeto a mi mujer. Podemos coincidir o no en lo que cada uno

piensa, pero la burla no me agrada. Igual entre nosotros todo está

más que bien, cuando sea una reunión de hombres solos me avisan,

es evidente que no le gustan las mujeres con ideas propias –sacó de

su bolsil o unos cuantos bil etes de $100 y los dejó sobre la mesa -

.Aquí les dejo nuestra parte del asado.

– No, es mucha guita y además no comieron nada –replicó

Sebastián, claramente incómodo con la situación.

- Es para que no pasen hambre –Pablo era diplomático pero

también podía ser hiriente si se lo proponía.

Tomó a Lola del brazo, saludó uno a uno con cordialidad. Lo mismo

hizo el a, pasaron por la sala, repitieron el rito con las mujeres, y salieron de
allí sin decir una palabra.

Ya en el auto, Lola dijo:

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE


- Gracias.

- No hay nada que agradecer, son unos pelotuditos que han l egado

a tener lo que tienen por legado familiar, no cuentan con

inteligencia ni proyectos propios. Igualmente, preferiría que hicieras un


esfuerzo por ser menos vehemente –Pablo estaba molesto con

sus amigos, pero también con el a.

- Estaban diciendo estupideces.

- A veces hay que saber callarse. Uno no va por la vida diciendo todo lo que
piensa, menos cuando el receptor es un idiota que no

entiende nada.

- Perdón –Lola estaba angustiada, en el fondo era consciente de que

le estaba causando problemas a Pablo.

Él se movía en ese mundo, y aunque coincidiera o no estaba

inmerso allí con un objetivo claro: capacitarse, crecer y ganar

dinero. Era un estratega, de los que diseñaban todo. A él nada lo iba a


sorprender más que una fatalidad. Todo lo demás, en su vida,

estaría calculado.

Lola rozó su mano que estaba sobre el cambio de marchas, y él le

respondió el gesto con una caricia entre los dedos.

- Voy a aprender a controlarme, te lo juro –dijo el a.

-¿Justo ahora que te quiero descontrolada? –sonrió con picardía, y a el a la


invadió de pronto una tremenda excitación. Faltaban unas
pocas cuadras para l egar a la casa.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 10

A Carolina le encantaba producirse. Rara vez alguien la iban a

encontrar “así nomás”. Se tomaba su tiempo para elegir la ropa,

combinar colores, buscar accesorios, encontrar los zapatos y la

cartera adecuados. Además jamás salía de su casa a cara lavada.

Podía ser un maquil aje natural y fresco pero maquil aje al fin. Sin embargo,
esa noche tenía la sensación de que se estaba probando

demasiadas cosas. No se trataba de una cita sino de una reunión.

Pero tampoco era una reunión cualquiera, era un encuentro con

Diego después de muchos años sin verse.

Lo primero que buscó fue una pol era corta y una remera clara pero

al verse al espejo le pareció que era demasiado. Al fin de cuentas

iba a un pub, a escuchar una banda… Recorrió sus pantalones y los

dos o tres que se probó la hacían ver vieja. Finalmente se decidió

por un jean ceñido y una remera con un mandala pintado a mano.

Tenía que admitirlo: estaba alterada con la “cita”. Quería gustar a

Diego, que la volviera a mirar como alguna vez lo había hecho. Le

incomodó saberse tan vulnerable a su presencia. Durante su


juventud el a se refería a esa sensación como “el efecto Diego”.

Cuando él la l amaba, el a iba. Cuando él la buscaba, el a no lograba


resistirse. Cuando él la lastimaba, el a l oraba en soledad. Cuando él aparecía,
todos sus fundamentos para mantenerlo a distancia se

desvanecían. Ahora, casi 20 años después de ese frenesí

adolescente, el “efecto Diego” volvía a alterarla.

Eran casi las nueve y media de la noche cuando sonó el timbre.

Debía ser algún vecino de los departamentos. Ni siquiera preguntó

quién era y abrió. Se quedó petrificada: Ernesto estaba allí, con una botel a de
vino en mano, símbolo de una noche prometedora.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- ¿Qué hacés acá? – Carolina no pudo ocultar su nerviosismo.

- Esperaba mejor recibimiento –admitió Ernesto y entró a la casa sin esperar


la aprobación su aprobación.

A el a no le quedó otra que cerrar la puerta y quedarse allí,

observando un poco sorprendida como él se quitaba su saco y

dejaba la botel a sobre la mesa.

Al verlo así, de espaldas, con su cuerpo torneado y su aroma

exquisito logró quitarse de encima el “efecto Diego” para caer en

otro peor: “el efecto Ernesto”.

- Te extrañaba demasiado y me vine –se acercó y le pasó una mano


sobre su cuel o como para reafirmar sus palabras. Estaba a punto de

besarla, pero en un arranque de dignidad Carolina se alejó de sus

garras.

- Deberías haberme l amado o enviado un mensaje. No es que me

paso las noches encerrada acá, esperándote.

- Ah, entonces tenías planes –expresó molesto. Pero no demostró la

mínima intención de marcharse. Por el contrario, abrió el mueble en

el que se guardaban las copas y sacó dos.

- Tengo una reunión -dijo el a.

- ¿Reunión? Suena a algo laboral…. Pero a estas horas es raro. ¿En

qué andás Caro?

- Es una reunión medio laboral y medio de encuentro con viejos

amigos –prefirió el plural como para no quedar tan expuesta.

- Te pido disculpas si te molestó que viniera, no pude evitarlo. Son muchos


meses de distancia… -un Ernesto enojado era más fácil de

esquivar que este Ernesto sincero y tierno.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Carolina se vio de pronto frente al cajón, buscando el destapador y

supo que si esa botel a de vino l enaba las copas ya no habría

retorno. Se sentía como una adicta en recuperación a punto de


caer.

- ¿Vos me extrañas al menos?

- Sí, te extraño demasiado –Carolina entregó el destapador, que fue

casi lo mismo que entregarse a sí misma.

- ¿Entonces porque ese empeño en alejarte, en alejarme? Caro

nosotros nos amamos a nuestra manera. ¿Cuánta gente hay que

tiene un matrimonio y no se ama, no se desea y hasta la pasan mal

juntos?

- Como vos por ejemplo –el a sonó mordaz.

- Sí, como yo –admitió Ernesto.

- ¿Y entonces, si sos tan infeliz porque no dejás a Claudia?

- Porque no puedo, de esto hablamos muchas veces ya. ¿De verdad

necesitás una libreta civil, un casamiento, una formalidad para que

nos amemos?

Supo que la estaba engatusando, Ernesto era bueno para envolver

con las palabras. Pero no sólo la envolvió con palabras, sino que se acercó, y
con sus dedos empezó a envolver sus hombros. Sin pedir

permiso sus labios empezaron a transitar por su cuel o. Tal vez

podía resistirse, pero no quiso hacerlo. Lo deseaba, había pasado

noches enteras deseándolo. Se mintió repitiéndose aquel a frase

que usaba como pretexto infantil: “solo una vez más, una última
vez”.

El olfateó su debilidad y la arrinconó contra la pared. Tomó el

control de la situación. Besó su boca con autoritarismo y sus manos

65

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

empezaron a transitar descontroladas por debajo de su remera,

apretando sus pechos, descendiendo por su ajustado jean. Ella

también se dejó arrastrar y deslizó sus dedos dentro de su pantalón, clavando


con ímpetu las uñas en sus nalgas. “Sigue teniendo un culo

perfecto”, pensó. En pocos minutos se quitaron la ropa para

terminar en el piso del living, exaltados, inmersos en un revolcón

descontrolado. Fue algo tan urgente que no hubo lugar para

romanticismos ni delicadezas. Acabaron rápidamente, agitados, con

el sexo palpitante y la piel ardiente… Al verse desnuda, entre los

brazos de Ernesto, Carolina se sintió un poco desdichada.

Ese hombre había l egado con un puñado de palabras bonitas, un

buen vino y el a había claudicado. Lo había disfrutado, sí. Pero le

temía al después, a las horas venideras, al encontrarse nuevamente

sola sabiendo que él regresaría a su hogar, a la cama tibia de su

mujer, a los desayunos en familia, a los juegos con su hijo… Debía

admitirlo: aunque se mostrara como una mujer libre e


independiente el a también soñaba con eso. Quería una familia,

quería alguien con quien pasar la noche entera y compartir al día

siguiente un café en camisón. Hasta quería hijos… Todo eso se le

había revelado a lo largo de esas últimas semanas.

- Lo que tenemos es demasiado bueno para perderlo -afirmó él.

- No, no es bueno para mí –Carolina se levantó, se puso su vedettina y el


corpiño velozmente. Siguió por la remera y para el último dejó

el jean.

Él estaba por replicar cuando sonó el celular.

Carolina atendió preocupada. Miró el nombre y el corazón -que

hasta hace unos momentos temblaba en los brazos de Ernesto-

ahora volvía a latirle con celeridad.

66

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- ¿Caro?

- Si Diego, ¿cómo estás?

- Yo bien, pero como no l egabas me preocupé. ¿Venís o no?

- Estoy un poco retrasada –comprobó con placer que Ernesto seguía

atento la charla, tratando de atar cabos. Ella le hizo un gesto como para que
empezara a cambiarse y éste le obedeció de mala gana.

- Bueno, esto recién va a largar en un rato… ¿Te espero?


- Dale, dame una media hora y estoy allá.

- ¿Estás bien?

- Sí, después te cuento.

En cuanto cortó, Ernesto consultó incisivo.

- ¿Quién era?

- Un amigo.

- ¿Qué amigo?

- Uno con el que quedé para juntarme hoy, así que acelerá que

tengo que salir.

- Con razón estabas tan cambiadita. Debe ser un pendejo por el look

que l evás.

- Si es un pendejo –mintió.

- ¿Y después venís a recriminarme lo de Claudia? Sos una caradura.

- Ay Ernesto por favor. Vos sos el que tenés una mujer a la que le

metés los cuernos conmigo, ¿y venís a lanzarme este discurso

67

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

moralista? Dejame de joder. Terminá de cambiarte que me tengo

que ir.

Previo a marcharse le recriminó:


- Ahora entiendo porque no me l amaste más… Fue fácil olvidar con

tanta sangre joven de por medio.

- No seas tarado, no hay ningún pendejo. Es un amigo de la

juventud… -se sinceró.

- Ah…, peor -cuando escuchó a Carolina decir ese nombre intuyó

que podría ser alguien de quien había escuchado hablar varias

veces, pero quiso desestimarlo. Ahora ya no tenía dudas -. ¿Es el

famoso Diego ese con el que cantabas?

- No tengo por qué darte explicaciones.

Ernesto traspasó la puerta derrotado y se marchó sin siquiera

despedirse.

Carolina volvió a rociar su cuerpo de perfume, volvió a cepil arse el cabel o,


volvió a delinearse los ojos y los labios. Hizo todo lo posible por borrar el
paso de Ernesto. Diego la esperaba

***

Arribó al pub pasada las once. Había bastante gente y tardó en

encontrar a Diego. Finalmente lo vio apoyado en la barra, hablando

con las barman y con dos pibes. Caminó hacia él y durante esos

pocos pasos se dio cuenta que estaba nerviosa. Se saludaron casi a

los gritos, la música estaba fuerte.

68
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Al fin l egaste, ¿qué te pasó?

- Nada, justo me cayó un amigo y…

- ¿Amigo? –su sonrisa burlona contagió a Caro.

- Un ex amante, ahora amigo –aclaró. Se conocían demasiado y no

había razón para engaños.

- Vamos al patio, reservé una mesa para nosotros, allí podemos

hablar más tranquilos.

Se sentaron, Diego encargó una cerveza, y empezó a preguntar lo

del recital a beneficio. Carolina había olvidado que ésa era la excusa de la
reunión. Se sintió una tonta al vivir todo aquel o como una cita cuando en
realidad había otro objetivo de por medio. Tuvo que

sincerarse, explicarle que había sido una idea de el a pero que aún

no lo había discutido con la gente del lugar. Diego preguntó más

sobre la Colonia, y de pronto el nerviosismo de Carolina se fue disipando.


Hablar de la Colonia, de su gente, de sus necesidades, le ayudó a relajarse.

- Y si tanto te gustaba ese trabajo e ir a ese lugar, ¿por qué lo

dejaste?

- Necesitaba tomar distancia.

- De un hombre, no del trabajo –afirmó sin concesiones.

- Algo de eso -se sinceró bajando la vista.


- Tan propio de vos. Cuando un hombre te lastima, te vas.

Carolina sentía que estaban por empezar a transitar un tema

engorroso y por eso no respondió. Pero Diego siguió.

- Como cuando te fuiste del pueblo…Fui esa mañana a la terminal.

69

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- ¿Qué mañana?

- Esa mañana en la que te tomaste el colectivo para venirte acá,

viajaste con tu vieja, l evabas puesta una musculosa de los Guns.

- Yo no te vi, y eso que te busqué –a Carolina le conmovió que

recordara ese detalle.

- Me escondí como un idiota, no quería que supieras que iba a

extrañarte. Cuando el colectivo se fue supe que te había perdido

para siempre –Diego tenía espíritu de artista, y por eso es que le

gustaba hablar así, con los silencios y las pausas, como si se tratara del
protagonista de una telenovela. En eso residía tal vez uno de sus mayores
encantos.

- Ya me habías perdido antes, cuando te fuiste con Guada, y

después con otra, con otra, con otra y con otra… –rio Caro como

para quitarle tensión a la charla.

- En eso también fui un idiota. ¿Nunca te pusiste a pensar qué


hubiera pasado si. .?

- Algunas veces… Pero quédate tranquilo, no hubiera funcionado.

Ambos sonrieron con complicidad. Carolina aprovechó el momento

para indagar sobre un tema que le causaba curiosidad.

- ¿Por qué te separaste?

- Ella me dejó.

- Le metiste los cuernos –el a también afirmaba, sin concesiones.

- Sí… Bah, cuernos, me encontró en una pavada pero no era la

primera. Se hartó de mi vida noctámbula, de la desconfianza, de los

engaños, y se volvió al pueblo con Manuela, mi hija.

70

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- ¿Cuántos años tiene?

- Cumplió 4 hace dos meses. Es hermosa –Diego fue sincero al decir

eso y a Caro le gustó esa ternura en sus ojos.

Volvieron a quedarse callados. La noche, la música de fondo, las

confidencias… Una cercanía que rozaba la intimidad.

- Bueno, hablá con la gente de la Colonia, sabés que contás

conmigo. Podemos hacer uno o dos shows a beneficio -propuso

Diego dispuesto a cambiar ese clima embarazoso.


- Gracias –Caro no supo que más agregar.

- Ya larga la banda, ¿me acompañás adentro y la escuchamos?

- Dale.

Al levantarse, él la abrazó y dándole un beso en la sien le confesó:

- Me encanta que nos hayamos reencontrado. Necesitaba a alguien

como vos en este momento.

- Yo también –reconoció el a.

“Suficiente por hoy”, se repitió Carolina por dentro, y avanzó al

interior del pub sin darle a Diego tiempo para agregar o hacer nada

más.

Comenzó el grupo y, entre tema y tema, iban compartiendo sus

apreciaciones. De pronto el a se dio cuenta de que había

permanecido demasiado tiempo alejada de la música. En sus años

jóvenes había sido algo inherente a su vida, ahora algo en su ser

volvía a vibrar entre los acordes de la guitarra y el ritmo de la

batería.

71

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Tras cinco canciones, Carolina se excusó diciendo que al día

siguiente debía levantarse temprano, tenía que l evar a sus padres a hacer
unos cuantos trámites. Se despidieron sin promesas de
reencuentro ni indirectas. Con la naturalidad de aquel os que se

conocen desde siempre y que no tienen nada que simular.

Al acostarse se sintió extraña. Había estado en una misma noche

con dos hombres. Diciéndolo así sonaba más audaz de lo que

realmente había sido.

Capítulo 11

- El negocio es bueno –Alberto miraba atento las proyecciones y

características del contrato, su socio Matías lo miraba expectante -

.El tema es que hay que instalarse sí o sí en San Pablo, al menos uno o dos
meses.

- Dos meses diría yo. No es tanto… Yo estoy complicado con Laura y

los chicos, están en una edad difícil, plena adolescencia. Pero a lo mejor
vos… -dejó abierta la frase para ver cómo reaccionaba su

amigo.

- Mmm… no sé. Leticia no va a querer ir, no me acompaña a una

cena mucho menos dos meses a Brasil.

- Podés ir solo también y viajar dos o tres veces en el medio,

tenemos recursos para costear esos gastos.

- Que sé yo. . Está muy sola, desde que se fue Magui anda medio

triste.

72
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Por la amistad que tenemos te voy a hacer una pregunta que me

ronda desde hace tiempo. ¿Qué le pasó a Leticia? Cambió mucho

Alberto… Cuando la conocí era un cascabel: puteaba, se reía, le

encantaban las reuniones sociales… ¿Vos te fuiste dando cuenta de

eso o no?

- En parte… En un momento el a se dedicó a los hijos, yo a la

empresa. Los dos siempre superados, resolviendo cada uno las

cosas como mejor podíamos, y un día cuando los chicos crecieron y

mis negocios también, éramos estos… éramos distintos –Alberto

dejó los papeles, se levantó y empezó a prepararse un café.

Con Matías tenían una sociedad hacía18 años, sin embargo

hablaban poco y nada de sus vidas personales. Pero en ese

momento Alberto deseó compartir con alguien un tema que le

preocupaba: la relación con su mujer.

- Con Leticia nos conocemos desde hace 26 años y vamos a cumplir

23 de casados. Me acuerdo perfectamente el momento en el que

me enamoré de el a. Estaba arengando a los compañeros en el

centro de estudiantes de la facultad. Me encantó: era inspiradora.

En esos tiempos creíamos que íbamos a cambiar el mundo,


peleábamos todas las batallas. Y cuando digo todas, son todas: las

propias y las ajenas. … Eran los primeros años de la democracia….

Imagínate. Ahora si me preguntás cuando se enfrió todo, no lo sé –

Alberto levantó los hombros y Matías se quedó callado Por un

momento temió que con el correr de los años le pasara lo mismo

con su esposa.

- Ella era audaz, luchadora, risueña, estaba convencida de que las

cosas iban a salir siempre bien. Ella confió en mí y en esta empresa mucho
antes que yo. Llegaron los mel izos, Gabriel estuvo grave al

principio y eso la volvió temerosa. Después con Magui empezó a ser

73

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

obsesiva, y durante la infancia de los tres me costó verla sonreír.

Llegaba a casa y siempre estaba agotada, puteando, l orando,

embolada por el colegio, por el compañero que le había dicho no sé

qué a quien, por el cumpleaños al que no habían invitado a Cristian, y así.


Luego se transformó en una especie de remis, l evando,

trayendo, buscando chicos de un lado a otro…. Más de una vez me

quedé a laburar hasta tarde en la oficina para no volver y encontrar ese


quilombo y ese rosario de reproches. Volver a trabajar la

conectó un poco con aquel entusiasmo pero con el tiempo se


desilusionó. Como suelen decir, se la comió el sistema. Se dio

cuenta que no podía cambiar nada y se resignó.

- Tal vez este es un buen momento para reencontrarse –Matías no

sabía muy bien qué aconsejarle.

- Es más fácil hablar con el a por Face o Whatsapp que

personalmente.

- ¿Vos la seguís amando?

- Uy, qué pregunta… -pensó unos segundos, y respondió dudoso -.Sí,

la amo. No sé si tanto a esta Leticia pero a la otra, a la luchadora, sí la amo.


Ha criado sola a tres hijos maravil osos, porque a decir

verdad yo la dejé muy sola con los chicos.

- Le construiste un palacio, una vida sin privaciones. ¿Qué más?

- Tal vez hubiera sido mejor tener menos cosas materiales y más

tiempo juntos… No lo sé. Igual estoy un poco cansado. Ella era la

fortaleza y yo la voluntad. Ella ya perdió la fortaleza, y creo que yo estoy


perdiendo la voluntad –tomó de un sorbo lo que le quedaba

del café, y propuso -.Bueno, terminemos con esto que parece un

culebrón mexicano. ¿Qué hacemos con la sucursal de San Pablo?

74

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

***
Leticia había chateado con José unas cuantas veces. Entre charla y

charla le contó que vivía en Estados Unidos, que iba por el tercer

matrimonio y que tenía cinco hijos. Dos con la primera esposa, uno

con una segunda mujer con la que jamás legalizó, otro con una

tercera, y ahora uno pequeño con la cuarta. Le iba bien aunque no

tiraba manteca al techo, se había dedicado a una infinidad de

negocios chicos y ahora tenía un polirrubro.

A Leticia su vida –la que todos creían perfecta- le sonó aburrida a la hora de
describirla. El mismo esposo desde hace más de 20 años,

tres hijos, comodidades, vacaciones todos los veranos e inviernos,

un trabajo estándar…

“Así que finalmente el tipo ese que te arrebató de mi lado se quedó

con vos”, había escrito José días atrás. Era la primera vez que

aparecía una alusión a aquel pasado. Ella podría haber replicado y

decirle que nadie la arrebató de su lado, que fue él quien la dejó.

Pero prefirió el silencio, desde hacía muchos años prefería callar

antes que decir, enmudecer antes que pelear. Parte de su carácter

estaba anestesiado.

Sin embargo debía admitir algo. Desde que chateaba con Miguel se

sentía más animada. Hasta procuraba colgar fotos en las que saliera

bien. Buscaba aquel as que simulaban sus arrugas o los rol os


afincados en la cintura. De él no había visto casi fotos, sólo dos o tres con su
niño pequeño y su última esposa.

Estaba por cerrar la compu cuando lo vio conectado. Esperó unos

minutos divagando por las fotos de sus hijos, cuando finalmente el

chat se reactivó.

“¿Estás ahí?”

75

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 12

Lola se sentía mal. Las partidas de vacunas eran insuficientes y su

error mucho tenía que ver con eso. Mariana trataba de

tranquilizarla pero la preocupación no se le borraba de la cara. Juan parecía


molesto, pero lo disimulaba bastante bien.

- Bueno, vamos a organizar una pequeña campaña. ¿Qué hacemos?

¿Largamos con los niños y embarazadas y dejamos a los ancianos

para la próxima? –la doctora miró a Juan y a Lola. Esta última se

quedó muda. Juan se puso de pie, caminó dos o tres veces de un

lado al otro, y finalmente decidió:

- Prioricemos a los niños y embarazadas, tienen más expectativas de

vida.

Lola tuvo deseos de l orar. Sentía que si algún viejo se moría era por culpa de
el a. Mariana se excusó y salió del dispensario, Juan se

quedó observándola. Estaba afectada.

- No te pongas así –se arrodil ó frente a el a y le levantó el mentón para


mirarla a los ojos-. No es la primera vez que pasa, si eso te deja más
tranquila.

- No me deja tranquila, es mi culpa.

- No, la culpa es de estos hijos de puta que ponen trabas para todo, hasta para
una partida de vacunas. Te digo algo: nadie se va a morir por las vacunas,
aquí la gente se muere de cualquier cosa, de una

picadura, de una comida en mal estado, de diabetes, del corazón,

de mugre, de infecciones, de violencia doméstica, de adicciones…

Una vacuna no cambia demasiado las cosas.

76

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Mariana no piensa así.

- Mariana busca paliativos, que es lo único que podemos encontrar

acá.

- Tampoco me autorizaron los estudios de alta complejidad,

necesitaban una auditoría y aún no la tenían… -ahora sí Lola se largó a l orar.


Juan la abrazó para contenerla.

- No l ores, mirá que yo puse todas mis fichas en vos –estaba

demasiado cerca al decir aquel o. Lola lo percibió pero no quiso


apartarlo.

- Apostaste demasiado -replicó.

- No, más aún estoy seguro de que vas a volver a la ciudad y vas a

conseguir lo que falta, no tengo dudas –estaba siendo

condescendiente con el a, pero Lola aceptó su voto de confianza.

- Limpiate esa cara y vení conmigo, vamos a recorrer otros parajes

que no conocés.

Salieron en su camioneta e ingresaron por un sendero estrecho. El

olor a verde era embriagador y borraba tiernamente las culpas.

- ¿Hace cuánto que estás acá? -consultó Lola sin dejar de mirar por

la ventana el paisaje.

- Van a hacer tres años.

- ¿Por qué viniste a la Colonia?

- Es una historia larga –era evidente que no tenía muchos deseos de

abrevar en el a.

- La quiero escuchar –insistió Lola.

77

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Me recibí rápido, a los 26 tenía mi título con un muy buen

promedio. Entré a una clínica famosa, el dueño era un amigo de mi


papá, de hecho mi viejo es el abogado de la clínica. Al principio

estaba entusiasmado, pero después vi tanta frialdad, tanto

negociado con la salud, que me empecé a asquear. Paralelamente

hacía una residencia en un hospital público y ser testigo de ese otro universo
de gente enferma, yendo de un lado al otro, haciendo cola

y l enando papeles con el pecho obstruido, muletas, hechos mierda,

me rebeló aún más. Por esa época mi mamá falleció, un cáncer de

páncreas fulminante. Duró tres meses nomás… -no pudo seguir. Lola

tampoco tuvo el coraje de preguntar más.

Se quedaron en silencio. Fue él quien decidió volver a hablar:

- Mi papá y mi hermano estaban enfrascados en su estudio y yo no

sabía qué hacer de mi vida. Estaba un poco perdido.

- Y te viniste para acá.

- Cosas del destino. Mariana era amiga de mi mamá, se conocían

desde chicas, eran vecinas, se criaron en la misma cuadra. Una

mañana el a me l amó para ver cómo estábamos y me contó que

andaba buscando a un médico joven para la Colonia, le habían autorizado un


puesto más y quería saber si conocía a alguien a

quien le interesara la experiencia. Sentí que el puesto era para mí.

- Es maravil oso sentir que algo nos l ega en el momento oportuno.

- Mi viejo no pensó lo mismo. Su sueño del hijo doctor no tenía


mucho que ver con esto. Discutimos demasiado. Recuerdo sus

palabras: “es una locura tirar un título en medio de la nada”.

- A veces los padres anteponen sus expectativas a las de sus hijos.

No creo que lo hagan por maldad, pero les cuesta entender que

78

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

somos personas diferentes a el os. Igualmente, venir a la Colonia debe haber


significado todo un cambio para vos.

- Sí, yo vivía rodeado de comodidades, nunca me faltó nada. Y acá

todo es tan distinto. Uno empieza a reconocer el valor real de las

cosas. De todas maneras este sitio me ayudó a sobrel evar mejor el

duelo de mi vieja. Me hizo sentir bien con mi vocación…Ojo, acá

también hay injusticias y desilusiones…

- Sobre todo cuando la nueva l ena mal las planil as –cruzaron una

mirada cómplice.

- Todos hicimos y seguimos haciendo algunas cosas mal, pero acá en

la Colonia lo que vale es lo que hacemos bien –Juan paró el auto e indicó -.
Bajemos, vamos allá, a esa escuelita, quiero hacer una

revisación general a los chicos y a Flora, la maestra. Ella está con un


problema cardiológico complicado, es uno de los estudios que

necesitamos con urgencia.


A Lola se le borró la sonrisa, de nuevo sentía que la vida de una

persona -y encima una a la que iba a conocer en pocos minutos-

dependía de el a.

Juan percibió su preocupación y tomándola de los hombros le dijo:

-Hay cosas que te superan, no todo es tu responsabilidad. Te traje

para distenderte no para sufrir. Ya vas a ver que tanto Flora como

los chicos de la escuela son unos soles.

Juan tuvo razón. De la casita salieron unos 15 niños que tenían

entre 5 y 14 años. En cuanto escucharon el auto, l egaron corriendo

a recibirlos, y los abrazaron con tanta ternura que a Lola los ojos

volvieron a l enárseles de lágrimas. Ni siquiera la conocían e

igualmente estaban allí, queriéndola porque sí. Detrás salió una

mujer mayor, la seño Flora. Era gordita y sonriente. Lola se sintió

79

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

tan plena que por un momento deseó quedarse por siempre en ese

sitio. No tenía nada que ver con su casa paterna, pero el escuchar

los juegos, los correteos de los chicos y sus risas, fue como

conectarse a ese mundo ruidoso que había dejado atrás.

Los niños le mostraron la huerta, el aula y sus cuadernos, mientras


Juan los l amaba uno a uno para revisarlos.

Lola cada tanto lo observaba. Él les hacía chistes y cosquil as

mientras los auscultaba, los medía y completaba el procedimiento

médico. Ese hombre era una caja de sorpresas. Sonreía aunque en

su rostro era fácil entrever la sombra de la preocupación.

Igualmente a cada uno de sus pequeños pacientes les infundía

confianza. Sus manos daban palmadas tiernas, tal vez unos de los

pocos gestos de ternura y protección que esos chicos recibirían ese

día. Parecía hipnotizada por Juan. Volvía su mirada hacia él cada dos por tres
pero dejó de hacerlo cuando fue descubierta por sus ojos

negros. Se sintió traspasada (y un poco avergonzada también).

Luego lo vio ingresar a la escuela con Flora. Pasaron más de quince

minutos, y al salir estaba notoriamente tenso.

Llegó la hora de marcharse y los chicos le obsequiaron montones de

flores silvestres y unas cuantas ciruelas aún sin madurar. Dibujitos sin colores
y coronas hechas de ramas de sauces también fueron

parte de los regalos.

Lola no creía jamás que uno pudiera sentirse tan feliz en un sitio así.

Flora y sus alumnos los despidieron sonrientes, y el a por largo rato se quedó
mirando hacia atrás, moviendo su mano de un lado al

otro.
- Tenías razón, hace bien este lugar.

-Sí, aunque también te enfrenta a cosas demasiado duras.

80

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Qué le pasaba a esa nena, la rubiecita más grande?

-Cosas que suelen pasarle a algunas las niñas de acá. Tenemos

mucho que resolver al respecto -Lola supo que no diría más sobre el

tema. Era un hombre extremadamente discreto.

Viajaron un rato callados.

- ¿Y vos? ¿Qué hacés acá? –Juan no podía ocultar más la curiosidad.

- Mi historia es sencil a. Vine a la ciudad para acompañar a mi novio que fue


trasladado por razones laborales.

- ¿Pero cómo l egaste a este trabajo?

- Necesitaba trabajar, no tanto por dinero sino para sentirme útil. Y

bueno, un poco de suerte y otro tanto de acomodo.

- Ah, la familia de tu novio está bien acomodada entonces.

- Parece, no los conozco casi –le incomodaba mentir, pero el a

tampoco diría más sobre el tema.

- ¿Y tu familia?

- Mi familión querrás decir, somos seis hermanos, tengo un sobrino

y otro que viene en camino, unos padres que siempre tienen las
puertas de la casa abiertas para todo el mundo, así que por

momentos uno tiene la sensación de que vive en un hostel y no en

un hogar. Aprendimos a vivir en el caos, ropa por todos lados, el

lavarropas funcionando el día entero, el tendedero colmado de

remeras, bombachas, calzoncil os, medias…Libros, bolsos,

cuadernos y cosas desparramadas en cada mesa y escritorio

disponible…. –la sonrisa de Lola fue tan fresca, tan sincera que Juan tuvo la
certeza de que extrañaba demasiado eso que el a había

definido como “caos”.

81

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Debe ser lindo vivir así.

-Yo adoro vivir así –su mirada quedó perdida en el horizonte, como

observando recuerdos.

- Por eso te aburrís acá.

- La soledad es complicada… A mí al menos no me gusta. A veces

paso tantos días sin hablar con alguien que no sea Pablo o algún que otro
compañero de trabajo, que me encuentro en casa hablando

sola por los rincones… Tengo miedo de enloquecer.

-Nadie que habla solo enloquece. Lo que enloquece a las personas

es lo que callan no lo que dicen.


Volvió el silencio. Juan decidió poner algo de música. Sonaba

Drexler. “Y que sea, lo que sea”.

El la miró varias veces. No lo hizo de soslayo ni con timidez. El

desparpajo de ese cabel o castaño claro y ondulado al que el a

acomodaba con un rodete improvisado, eran demasiado atractivos.

También sus aretes largos con piedras verdes y semil as que

colgaban de sus orejas. Ni que hablar de ese tatuaje que se dejaba

entrever en la zona del hombro. No pudo confirmar si el diseño era

o no una mariposa. De algo estaba seguro, Lola era peligrosamente

cautivante.

Capítulo 13

Carolina había olvidado cuanto le gustaba levantarse tarde. No era

de las que dormían demasiado, pero disfrutaba del ritual de

desayunar en la cama y andar con camisón hasta media mañana.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Con el trabajo en la administración pública esa rutina había

desaparecido. Pero ahora la había retomado. A la mayoría de sus

pacientes los atendía por la tarde, y solo tres días a la semana debía ir a un
colegio a las 9.30. Esa era un aspecto muy positivo de su

nueva etapa profesional. Lo negativo era el universo escolar. Las


maestras podían ser personas realmente complicadas, y más de una

vez se cuestionaba si el hecho de que hubiera tantos niños con

psicopedagogas, psicólogas, maestras particulares e integradoras no

hablaba más de los problemas del sistema educativo que de los

niños en sí.

Ese martes, eran cerca de las 10 y estaba a punto de ponerse a

trabajar con un diagnóstico, cuando sonó el teléfono. La voz de su

madre la asustó:

-Hija…

-¿Qué pasa má?

-Papá está internado, pasó mala noche, l amamos a la emergencia y

lo trasladaron acá. Casi no podía respirar y parece que tiene

neumonía.

-¿Dónde están?

-En el Ortíz…. El doctor Robles está viniendo, pero ya le hicieron las placas.

-Tranquila mami, ya voy para allá.

No hizo tiempo ni de bañarse y salió disparada hacia la clínica.

Entre la angustia de la neumonía (su padre era un hombre mayor de

casi 80 años) y la inoperancia de su madre (que con sus 75 años

estaba paralizada), a Caro no le quedó otra que ponerse al frente de todo.


83

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Autorizaciones, consultas, acompañamiento, contención… Así

pasaron cerca de 5 días. Los dos primeros, su padre Rogelio estuvo

en terapia intermedia, que era casi lo mismo que la terapia

intensiva. Con horarios restringidos y visitas breves rodeados de

toda clase de enfermos. Para que su madre no estuviera sola en la

casa, Caro se la l evó con el a. Yolita no paraba de l orar. Luego,

Rogelio fue mejorando y pasó a una habitación común. Ese fue otro

problema. Carolina debía quedarse allí por las noches y no sabía qué hacer
con su madre en la casa… un proceso agotador. Por suerte, a

los tres días le dieron el alta con un estricto reposo.

Pero su vida siguió patas para arriba: ir a la farmacia, al súper, pasar a


visitarlos, ayudar con cuestiones administrativas y bancarias. En

esos momentos detestaba a sus hermanas. Lo único que el as

hacían era l amar para preguntar cómo estaba todo. Carolina solía

responder “bien, papá va mejorando”. Respuesta que no incluía los

malabares que debía hacer para sostener su trabajo, cuidar a sus

padres y hacerse cargo de una infinidad de cuestiones domésticas.

La situación en general y las tantas horas de espera en los pasil os del hospital
la l evaron a pensar demasiado. Tomó conciencia de
que si sus padres se morían el a se quedaba -a nivel familiar- sola.

Estaban sus hermanas, pero el océano que las separaba era gigante.

Caro, que siempre les había hecho creer a todos que la soltería y la
independencia era algo maravil oso, estaba empezando a dudar de

las certezas. Tal vez si las circunstancias se hubieran dado de

manera diferente ahora estaría casada y con hijos… Le costaba

imaginarse sin las libertades pero en momentos como esos le

hubiera gustado tener a su lado un compañero que la abrazara, que

la esperara a la noche con la cena caliente, o tan solo vencer el

aliento de la muerte con la vitalidad del beso de un niño.

84

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

No había sido afortunada en el amor. Sus parejas habían sido, en la

mayoría de los casos, hombres más enamorados de sí mismos que

de el a. Muy a su estilo, preferían la libertad por encima del

compromiso… ¿Su estilo? También empezaba a dudar que lo fuera.

Tal vez había aceptado esas reglas porque así se dieron las

circunstancias… Con Ernesto había sido diferente, con él había

fantaseado con la posibilidad de construir algo juntos. Pero

tampoco funcionó. Él atado a su mujer y el a… el a a su

independencia. Pocas veces le preguntaba por su hijo, ni siquiera en aquel os


años de la enfermedad.

Tal vez se merecía esa soledad. Sin embargo, ahora aparecía Diego.

¿El destino le estaba dando una nueva oportunidad?

***

Ese viernes regresaba del súper con su madre. Habían hecho una

compra grande para toda la semana. Al detenerse el auto, Yolita la

retuvo y empezó a decirle:

-Caro, quiero que este fin de semana te olvides de nosotros. Tu

papá está mejor y yo puedo con él, además Cristina va a venir a

ayudarme. Te has pasado casi quince días encima nuestro y no es

justo. Quiero que salgas, que te despejes un poco…

Su madre era una mujer sabia, podía leer sus sentimientos sin que

el a se lo expresara.

-No tengo mucho para hacer.

-Siempre hay algo para hacer. Llamá a tus amigos, salí con algún

hombre…. Porque con esa figura y esa bel eza seguramente te

sobran candidatos.

85

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Mamá, estoy cerca de los 40…. ¿Creés que hay tantos candidatos
para una mujer de mi edad?

- En primer lugar todavía te falta para los 40, y por otra parte la

mejor etapa de la vida de una mujer está entre los 35 y los 50 años.

Es decir, estás en tu mejor momento.

Caro bajó la vista, con la intención de dar terminada la charla.

-Llamalo.

-¿A quién?

-Soy vieja pero no tonta. A ese que te manda mensajes cada dos por

tres, el que te l amó unas cien veces mientras estábamos en el

hospital.

-No es un buen candidato –se excusó con claro abatimiento.

Sui madre sonrió y le acarició el cabel o.

-Estoy orgul osa de vos Caro. Nunca elegiste el camino fácil, pero

siempre has sido fiel a tu corazón. Y eso cuesta hija.

-Ay mami…. –Caro se echó a sus brazos y se puso a l orar como una

niña. En ese tiempo se había mantenido fuerte, pero ahora se sentía

vulnerable. Aprovechó el cariño materno para descargar los tantos

pesares que la atosigaban en los últimos tiempos.

-Vamos Caro, no l ores…-su mamá la contenía con dulzura.

La escena fue interrumpida por el sonido del celular. Caro se


reincorporó y miró el aparato. Era Ernesto. Dudó en atender, pero

su madre la alentó.

-Hola… -su voz estaba enronquecida por el l anto.

86

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Hola Caro, menos mal que atendiste. Estaba preocupado. ¿Quería

saber cómo seguía tu papá?

-Mejor por suerte, ya en casa, recuperándose.

-¿Y vos? ¿Cómo estás?

-Bien –mintió.

-¿Querés que nos veamos? –lanzó dubitativo.

-¿Para qué? –el a también dudaba.

-Quiero corroborar de que ese “bien” que no me suena nada bien,

sea realmente bien.

El trabalenguas le arrebató una sonrisa. Su madre también sonrió

con complicidad.

-Está bien. ¿Cuándo podés?

-Este fin de semana estoy solo. Claudia se fue al campo con sus

padres y muy, a mi pesar, se l evaron también a Joaquín.

-Mejor mañana entonces. Hoy a la tarde me junto con Leticia.


-¿Te busco por tu casa?

Si iba a su casa terminarían allí, seguramente en la cama, algo que

el a por el momento prefería evitar.

-No, mejor nos encontramos directamente en un bar. ¿Te parece

que nos veamos tipo diez y media en Martirio? Es un pub que está

sobre avenida Mitre.

- Sí, sé cual es. Nos vemos mañana ahí. Si querés que te busque

avísame. Te mando un beso.

87

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Chau.

Cortó. Su madre no dijo nada, solo le acarició la cabeza con dulzura.

Capítulo 14

Leticia l egó puntual, como siempre. Caro 15 minutos después,

como siempre. El ámbito laboral había creado entre el as un vínculo

fuerte. Compartir durante tantos años cuestiones familiares,

personales y del trabajo, consolidó una buena amistad. Rara vez se

veían fuera de la oficina, a excepción de algún cumpleaños o festejo especial.


Sin embargo, cuando Caro inició su licencia, Leticia le había propuesto que
pusieran un día al mes para seguir viéndose

obligadamente. “Si no lo hacemos así, tipo decreto, con el tiempo


vamos a dejar de vernos”.

Ese viernes por la tarde se reunieron en una casa de té a la que

habían ido varias veces. Una merienda l ena de cosas exquisitas fue

la excusa para charlar de todo un poco.

-Con razón las que viven en Europa son tus hermanas y no vos –dijo

con humor Leticia marcando un reloj ficticio en su muñeca (desde

que tenía celular no lo usaba) y haciendo referencia a su tardanza.

-Como se nota que no tenés dos viejos a cargo… -se defendió la

otra.

-Con viejos o sin viejos, siempre l egás tarde… Hablando de eso,

¿cómo anda tu papá?

88

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Bien, por suerte está evolucionando muy bien. Es un hombre

fuerte. Ahora está mejor, por eso pude venir. Hasta la semana

pasada no tenía tiempo ni de bañarme –miró hacia la moza y

consultó- ¿Ya pediste?

-No, te estaba esperando. Pero estaba por pedir una merienda de la

casa con este té, dice “vigorizante”.

-Yo lo mismo, pero prefiero este que dice “armonizante”.


Eligieron una porción de torta Leticia y un sándwich Carolina. Tras el pedido,
la primera consultó:

-¿Y vos? ¿Cómo estás?

-La verdad es que no es nada fácil acostumbrarse a vivir sin un

sueldo fijo…. Pero voy bastante bien.

-Me hiciste acordar al ministro de Alfonsín, ése que después de la

reunión con el FMI dijo: “les hablé con el corazón y me contestaron

con el bolsil o”.

-Bueno, hubieras sido más directa… ¿Qué querés saber? ¿Si extraño

a Ernesto?

- Exactamente.

-Si, lo extraño, para que te voy a mentir.

- El anda como perdido en las oficinas. Me parece que no se

acostumbra, siempre está buscándote. Por momentos me da pena.

- ¿Ahora él te da pena? ¿Y yo no te daba pena cuando me quedaba

como una idiota esperándolo?

- Una cosa no quita la otra –se justificó Leticia.

89

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Igual, está siendo más fácil de lo que pensé… -Caro estaba

utilizando ese tono que habitualmente antecede una confesión.


- Mmm…, cuando alejarse de alguien es sencil o es porque hay otro

“alguien” que se está acercando a uno.

- ¡Sos bruja!

- No, soy vieja querida. Ahora que acerté me vas a contar.

Caro empezó con el relato mientras la mesa se iba l enando de

tazas, teteras y comida.

-La noche de mi despedida, ¿te acordás? –Leticia asintió mientras le daba un


mordiscón a su porción de lemon pie.

- Bueno, esa noche después de que todos se fueron estaba a punto

de salir detrás de Ernesto cuando apareció un viejo novio de la

adolescencia.

-¿Qué novio? No me digas que el tarambana ese con el que hacían

música.

- Pero si cuando yo digo que sos bruja es porque sos bruja… Sí, ese

mismo.

-¿Y quién otro iba a ser? Siempre encontraste alguna excusa para

hablar de él y siempre ponías una cara de… la misma que pusiste

ahora.

- ¿Qué cara?

-No sé, es una expresión rara, como que te bril an los ojitos dirían las abuelas.

-¡Que boludez!
90

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Boludez o no, te bril an los ojitos.

- Bueno, así que con una excusa y otra nos hemos visto un par de

veces, cada tanto nos l amamos… Que sé yo, me ayuda a sobrel evar

la distancia de Ernesto.

- Un clavo saca a otro clavo –Leticia dudó, ya que estaban en plan de


confesión, se animó a contarle a media voz.- Yo también me

encontré con un ex por Face, uno de la facultad.

-Apa… ¿Y se encontraron?

-No, vive en Estados Unidos. Pero chateamos casi todos los días. Me

gusta contactarme con él.

- Estás en pedo. Un día Alberto se va a enterar y vas a terminar en

problemas.

- No hago nada de malo.

-¿Y si lo hiciera él?

-Él se pasa la mitad del día fuera de la casa, y yo ni sé lo que hace.

Ahora incluso vino con la idea de que nos fuéramos dos meses a San

Pablo porque quieren abrir allá una sucursal de la empresa con unos

socios brasileños.

- Andá, les va a hacer bien.


- Ni local. Es lejos… Además dejar a los chicos, el laburo.

-¿Qué chicos? Vos ya no tenés chicos Leticia.

-Igual, estamos cerca por cualquier cosa que necesiten.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-En dos meses no les va a pasar nada… Y con respecto al laburo vos

y yo sabemos que trabajás solo para hacer algo, no necesitás la

plata. Más aún, si yo me pedí una licencia bien te la podés pedir vos.

-No… ¿qué voy a hacer yo en San Pablo?

-Conocer, estar con tu marido, recuperar el tiempo perdido…. Ojo

Leticia, vos tenés el síndrome de la vaca atada. Crees que él va a

estar siempre ahí, bancándose que no lo quieras acompañar a

ningún lado, que no quieras salir, que vivas todo el día frente a la compu, que
ahora chatees con un novio de la juventud… Cuidadito

porque el amor no es eterno.

-Cualquiera diría que si mi matrimonio se viene a la mierda es por

mi culpa.

-No, solo te digo que lo estás descuidando demasiado. Siempre te

trae regalos, tiene miles de detalles con vos, es un tipo alegre,

divino, y encima muy buen mozo. Más de una estaría dispuesto a

robártelo. No tires de la soga más de la cuenta.


-Te recuerdo que él también tiró de la soga durante mucho tiempo.

¿Sabés cuantos años me sentí sola? Si los chicos se descomponían

en el cole a la que l amaban era a mí; la que partía al médico con los tres a
cuestas también era yo; la que tenía que fumarme las

reuniones escolares era yo; la que tenía que ir a hablar con las

maestras cada vez que los mel izos se mandaban una macana era

yo; la que sabía lo que había y faltaba en la heladera era yo… Y así, una lista
interminable. ¿El dónde estaba? Trabajando. Bueno, un día

tiré la toalla. Ojo no fue algo premeditado. Simplemente el cuerpo y la mente


dijeron basta. Prefería tirarme en la cama a leer, a ver una peli, a dormir antes
que salir a cenar – se quedó en silencio un rato, y luego confesó -. Es raro,
antes siempre hablábamos de todo.

92

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Podíamos pasar horas hablando pero de pronto el silencio se fue

imponiendo. Yo me callé una vez, luego él otra….

-Igualmente creo que ustedes son una gran pareja. Hoy están lejos,

pero hay algo muy fuerte que los une. No sé qué es, pero se percibe

cuando se los ve juntos.

-Tal vez sea un alejamiento temporario. Incluso es probable que sea

mejor que se vaya a San Pablo, la distancia puede ayudarnos.

-Ayuda cuando hay uno que ya no quiere al otro o cuando no se


quieren ninguno de los dos. Pero cuando hay cierta esperanza de

recuperar el amor yo creo que la distancia es un riesgo. Mirá si

alguna brasileña se lo engancha en San Pablo.

-Si me ama de verdad eso no debería pasar.

-Por favor, te hacía más inteligente. ¿De verdad creés eso? Yo soy

más partidaria de la frase “la ocasión hace al ladrón”.

Se concentraron en los tés. Leticia quedó pensativa y Carolina se

arrepintió de haberle dicho todo eso. Con la intención de cambiar

de tema, consultó:

-¿Qué tal la nueva?

-Bastante bien. Es idealista….

- Si no lo es a los 27, cuándo…

- Días atrás hizo un escándalo porque no le autorizaban unos

estudios.

-Así éramos nosotras al principio.

-Parece ser que el sistema nos domesticó.

93

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Pero hasta el perro más domesticado puede ser impredecible.

Luego l evaron la charla a temas banales y se despidieron con la


promesa de juntarse pronto.

Leticia regresó a su casa l ena de preguntas. Al abrir la puerta

encontró a Alberto cocinando un chopsuey y abriendo un vino.

-Te estaba esperando… -sonrió. Caro tenía razón, era un hombre

atractivo. Los años le sentaban.

Ella estaba tirando de la soga. En eso Caro también tenía razón.

Capítulo 15

Se cambió tres veces antes de salir. Finalmente, se decidió por

vestido natural que resaltaba su bronceado, bastante amplio pero

también bastante corto. Lo coronó con unos zapatos dorados taco

alto que le permitían lucir sus piernas torneadas. No sabía qué

esperar de esa salida con Ernesto. Tampoco sabía si encontraría a

Diego en el pub. Dudaba si había sido una buena idea la de citar a

Ernesto allí.

Cuando l egó al bar, la música y la oscuridad la envolvieron en un

dulce estado de excitación. Buscó de un lado al otro y tuvo que

observar con atención si alguno de los dos estaba, al comprobar que

no, salió al patio y allí encontró a Ernesto. Tomaba un campari

mientras la esperaba.

-La puntualidad no es lo tuyo –dijo con una de esas sonrisas que a


el a la derretían.

94

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Tan tarde es? –respondió Caro simulando distracción. Sabía que

había pasado más tiempo del necesario probándose ropa y

mirándose al espejo.

-Valió la pena la espera, estás hermosa –la halagó él. Al sentarle,

preguntó -. ¿Qué tomás?

- Un mojito podría ser…

Tras el pedido, Ernesto tomó la palabra.

-¿Cómo está tu papá?

-Mucho mejor. Han sido días agotadores.

-Te l amé varias veces, te mandé mensajes…. Es evidente que no

querías hablar conmigo.

-Instinto de preservación, le dicen.

-Me duele sentir que soy algo tan nocivo en tu vida.

-Ernesto no volvamos a lo de siempre, por favor…

-¿Y de qué vamos a hablar sino de esto Caro?

Estaba a punto de replicar cuando una voz la sobresaltó.

-¿Qué haces acá? –Diego apareció por detrás y la abrazó con fuerza,
demasiada pensó el a. Demasiada pensó también Ernesto.

- ¡Diego! –su voz fue una extraña mezcla de sorpresa e

incomodidad. Cayendo en la cuenta de la situación, se dispuso a

hacer las presentaciones de rigor -.Él es Diego, un amigo de la

juventud y él Ernesto, mi ex jefe y también amigo.

-Mucho gusto –Diego estiró su mano con soltura y agregó con

complicidad -. En la juventud fuimos algo más que amigos…

95

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

A Ernesto el comentario le desagradó, así que devolviendo el saludo

e imitando el gesto remarcó:

-Yo también he sido algo más que un jefe… aunque no hace tanto

tiempo.

Carolina se sonrojó. Definitivamente, citar a Ernesto en Martirio

había sido una mala idea.

Diego no esperó la invitación y se sentó junto a el os. Mirando hacia el vaso


de Caro, dijo con humor:

-Cada vez más lejos de ser una chica Orson Wel s, ya no solo

cambiaste la cerveza por martini sino también por un mojito.

Ernesto la miró confundido y Caro no tardó en aclararle:

-Cuando éramos adolescentes teníamos una banda que se l amaba


Orson Wel s y …

-Conozco la historia –Ernesto la cortó en seco.

-Esta chica hacía suspirar a todos… Bueno, aún sigue arrancando

suspiros –Diego ni se preocupó en esperar la reacción de Ernesto,

clavó sus ojos en Caro poniéndola nuevamente incómoda.

-¿A qué te dedicás? –indagó Ernesto con toda la intención de l evar

a Diego a su juego.

-Tengo dos bares, produzco bandas chicas…. Me va bien.

-¿Y qué pensás hacer cuando seas grande? –la sonrisa burlona de

Ernesto alertó a Diego.

Él no era de los que se incomodaban con facilidad, pero no le había

gustado que le hablara con ese sarcasmo frente a Carolina.

96

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Es un chiste –aclaró el otro.

-Entiendo. Hay gente que es muy convencional, como…vieja aun

cuando no l evan tantos años encima. No lo tomes a mal, pero

cuando te vi con ese look tan formal, tan perfumado, tan tenso,

tuve la sensación de que pertenecías a ese clan.

-Sí, pertenezco al clan de los que a los 40 quieren tener un trabajo sólido para
mantener a una familia.
- O para invitar algún trago a una chica guapa como Caro, ¿no?

El diálogo se estaba desmadrando, así que quien evidentemente era

el objeto de disputa decidió ponerle fin al tema.

-Ernesto, ¿nos vamos? –su rostro era una súplica.

- Como quieras corazón –a eso último lo remarcó.

- Nos vamos Diego, pusimos el bar como punto de encuentro pero

tenemos reservada una mesa para cenar. Un gusto verte.

- Pago en la barra… -propuso Ernesto.

-No –Diego levantó su mano -.Yo los invito.

- No es necesario.

-Hasta un tipo sin trabajo formal puede costear dos tragos… -rio-.

Tranquilo para algo soy el dueño ¿no? Además la invitación es por

el a, no por vos.

-Gracias – Caro le dio un beso breve, fugaz, tomó del brazo a

Ernesto y lo sacó de allí con paso veloz.

97

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Una vez fuera, empezaron a caminar rumbo a la playa de

estacionamiento. Ninguno dijo nada. Carolina encendió un cigarril o.

Estaba temblando.
-¿Para eso me trajiste acá? ¿Para mostrarme que ese pelotudo es

mi reemplazo?

- Por favor Ernesto. Yo y Diego no tenemos nada.

-Están a un paso de tenerlo. Tengo los años suficientes como para

intuirlo y también intuyo que con ese tipo te va a ir mal.

- Como si con vos me hubiera ido tan bien.

Ernesto quiso rebatir esa afirmación pero prefirió callar. Una vez en el auto
arrancó sin tener muy en claro a donde ir. Pensó que lo

mejor sería dar una vuelta por la costanera, detenerse a mirar el río y charlar
un rato. Se debían ese diálogo.

Prendió la radio, buscaba buena música pero en las FM lo único que

sonaba eran temas demasiados melosos, demasiados

reggaetoneros, puros hits de verano, de esos que el tiempo se

encarga-con toda justicia- de hacer desaparecer de la memoria

colectiva. Al fin, puso su pendrive. Buscó la carpeta de Enrique

Bunbury y eligió el tema dos. Era perfecto para ese momento.

-La enfermedad de mi viejo y tantas horas de hospital me hicieron

pensar en muchas cosas –empezó Caro.

-¿Cómo cuáles? –a Ernesto la respuesta le producía cierto

resquemor.

-Que estoy grande para esto. Lo que hice hoy fue una pendejada,
tenés razón. Citarte en el bar donde trabaja un ex no es digno de

una mujer de 35…-le gustaba bajarse algunos años, pero eso

98

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

también era una pendejada así que se retractó -. . de una mujer de

36.

- Ya está. Si lo que pretendías era darme celos, lo lograste –Ernesto le sonrió


con dulzura y le acarició la mano.

-No, lo que pretendía era sentir que tenía opciones de ser amada.

Pero no fue más que una puesta en escena. Esas opciones

evidentemente no son para mí.

Ernesto frenó el auto. Lo detuvo en una zona bastante alejada del

ruido. Apagó la radio y se dispuso a escuchar. Sabía que Carolina

necesitaba decir cosas.

-Ernesto, yo te amo, no te voy a mentir. Pero ser tu amante no es lo que


quiero para mí. Yo fui una chica criada en un pueblo y me dejé

encandilar por la ciudad. Me sedujo el concepto de independencia y

libertad. Por eso me dediqué a estudiar mucho primero y a trabajar

después. Por eso fui inflexible con los hombres y preferí ser la mujer sexy y
deseada a la que le bastaba un revolcón de una noche.

Admito que hasta disfruté los primeros tiempos nuestros, adoraba


esa cosa de trampa y clandestinidad. Pero como te dije la última vez que
estuviste en casa, no sé si es lo que quiero ahora. Tal vez en

esta etapa de mi vida pretendo otras cosas. Sé que no te gusta

hablar del tema…

- Seguí, quiero escucharte. Me gusta saber lo que sentís, me gusta

que me lo digas así con tranquilidad, con sinceridad, sin estar

sacándome nada en cara…

- Mi trabajo actual me obliga a estar en contacto con familias. Todos los días
recibo en el consultorio a madres que se quedan hasta la

medianoche haciendo tareas con sus hijos, que deben tolerar a

maestras y directoras que no hacen más que remarcarle las

99

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

dificultades que el os tienen, mujeres a las que les cuesta l egar a horario a la
sesión porque en el medio debieron hacer un trámite,

coordinar con alguna actividad extra escolar o simplemente hacer

malabares para organizar la vida doméstica con la laboral… y, la

verdad es que acabo por envidiarles esa vida.

-¿De verdad? No suena para nada emocionante…

-¿No? Yo creo que sí. Se levantan cada día y piensan en algo más

que en sí mismas. Ernesto, sé que no es fácil entenderme. Siempre


me molestaron las madres, creí que eran mujeres estúpidas que

dejaban consumir su existencia bajo la tiranía de los maridos o de

los hijos, pero descubrí que no todas son así. Las hay también

soñadoras, excelentes profesionales, atractivas, divertidas… Y me

gustaría probar algo de eso.

El silencio de Ernesto la alentó a cerrar su idea:

-Quiero una pareja estable, quiero hijos, quiero todo eso que suele

tener la gente.

-Son imposiciones culturales, por eso te parece que es lo que

querés.

- Es probable, pero debo ser fiel a mis deseos.

- Conocés mi situación Caro… -su voz sonó resignada.

-Sí, y lo entiendo. A veces creo que he sido egoísta. Vos sí tenés una
familia…. Días atrás me puse a pensar que no te acompañé cuando

tu hijo enfermó, que casi nunca te pregunto por él, que ni siquiera

me he esforzado por conocerlo…

- Yo no te lo recrimino. Entiendo que no es algo cómodo para vos.

100

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Joaquín no es Claudia. No debería resultarme incómodo que me

hablaras de él.
Ernesto bajó la vista, esbozó una sonrisa tierna.

- ¿Cómo es él Ernesto? ¿Cómo es Joaquín? –la voz se le quebró.

-Es un niño bueno, demasiado responsable para su edad. Hay

muchas cosas que debe resolver solo. Yo no puedo estar todo el

tiempo con él y Claudia no tiene la capacidad de dedicarse a esas

obligaciones. Gracias a Dios tenemos a Marta en casa… Pese a que

su madre vive encerrada en el cuarto quejándose, Joaquín es alegre.

Acaba de empezar segundo grado y es un buen alumno, sus amigos

lo quieren. Por suerte no ha tenido recaídas, aunque con cada

control sufro mucho. Esperar los resultados es una tortura…

- Eso es lo que quiero –a Caro los ojos se le l enaron de lágrimas -

.Quiero poder hablar así de un hijo, quiero que el rostro se me l ene de


ternura, de angustia, de luz con solo nombrarlo.

El semblante de Ernesto volvió a oscurecerse.

-Yo no puedo ayudarte en eso, no ahora… -lo mortificaba darle esa

respuesta, pero estaban siendo sinceros el uno con el otro.

-Lo sé, me hubiese encantado que mi hijo tuviera un padre como

vos. ¡Sos tan dedicado!

-No me presiones, por favor.

-No te presiono Ernesto, simplemente te estoy halagando. Vos no

podés ahora y mi tiempo es ahora. ¿Escuchaste hablar del reloj


biológico? El mío empezó a correr. Tal vez no encuentre una pareja,

pero creo que puedo tener un hijo.

101

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Qué me estás pidiendo? ¿Qué me acueste con vos, que te haga un

hijo y luego desaparezca? ¿Qué sea un padre que ayude con unos

pesos, que lo vea cada tanto…?

- No, te estoy pidiendo que te resignes a perderme. Te estoy

pidiendo que aceptes mi decisión.

-Perfecto –sonó ofendido.

- No te pongas así, l evábamos bien la charla.

- Es que me hace mal, me enoja la situación.

- Por eso tenemos que terminar, porque nos hace mal y no

funciona. Llevame a casa, por favor.

“… quiero que seas feliz, aunque no sea conmigo”, tarareó Ernesto

al terminar la canción de Bunbury.

***

En el trayecto no volvieron a hablar. Cuando l egaron a la puerta del

edificio, y antes de que Caro se dispusiera a bajar, Ernesto la tomó de la


mano y le dijo con su rostro pegado al de el a:

-Me duele en el alma perderte, pero tenés razón. Te merecés un


hijo Caro y también te merecés un hombre que pueda darte todo lo

que yo no puedo. No soy tan mierda, te amo lo suficiente como

para dejarte ir.

La besó y el a sintió una enorme tristeza. Se quedaron abrazados

unos segundos, segundos peligrosos, segundos en los que el deber y

el hacer estaban en tensión.

102

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Al fin, Carolina logró salir (o más bien escapar) del auto. Apenas

traspasó la puerta de ingreso al edificio se largó a l orar.

Esa noche no durmió. Tomó una cerveza, fumó en el balcón. Miró

las estrel as, miró las luces de la ciudad. Y cuando ya estaba entrada la
madrugada se dijo que había hecho bien. Había l egado el tiempo

de buscar otros horizontes.

Capítulo 16

Nuevamente estaba en Jacinta. Mientras Juan atendía el a se

mantenía concentrada en completar pedidos. Necesitaba poner

atención, no quería volver a equivocarse. Pero cada tanto se

distraía, el lugar estaba atestado de gente.

En ese pequeño reducto había un claro muestrario de lo que el

Estado y la sociedad solía olvidar. Eran los invisibles. Puras


estadísticas, con las que no lograban acertar acciones válidas para

salir de tanta desprotección.

Pasada las 13.30 se marchó el último paciente. Lola ya había

terminado y esperaba a Juan para firmar unas planil as. Pudo

percibir el cansancio de su rostro.

Fue un día agotador, ¿no? – comentó Lola.

Sí… -cerró los ojos y movió su cuel o de un lado al otro con

la intención de descontracturar un poco.

¿Qué te cansa? ¿Atender sus dolencias físicas o esos

problemas que no tienen que ver necesariamente con la

salud?

103

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

A la larga todo afecta la salud. La falta de alimento, los

excesos, las adicciones, la suciedad, la violencia… todo.

¿Viste la chica embarazada?


-

Si. Era muy joven.

Eso sería casi lo de menos. Dice que su padrastro la maltrata

y que su mamá no hace nada. No quiere tener a su bebé en

esa casa y tampoco tiene a donde ir…. Sana como un toro,

l eva la gestación muy bien. Pero hoy no vino a ver al

doctor, vino a buscar a alguien que le dé un abrazo, que le

ayude a encontrar una salida…

Y por suerte te encontró a vos.

Juan la miró con tal intensidad que Lola se arrepintió de haber

sido tan sincera.

Tenemos unas ONG que trabajan con mujeres en situación

de vulnerabilidad y violencia, tengo que ver qué podemos

hacer al respecto -no dijo más nada -.Voy a lavarme un poco

así almorzamos y terminamos con esto.

Hoy sí traje comida… -dijo el a como para contrarrestar el


efecto de esa rara energía que los rodeaba -. Así que voy a

devolverte la milanesa con unas albóndigas caseras.

Acepto la devolución. Hace mil años que no como

albóndigas…

Desapareció unos minutos y volvió quizá un poco más

renovado.

Admito que tuve miedo -confesó.

¿De qué?

De que me dijeras que eras vegetariana o vegana y que me

salieras con un tuper l eno de pasto.

¿Pasto?

Bueno. Para mí la lechuga es pasto, la achicoria es pasto, la

acelga es pasto, la espinaca es pasto, la rúcula es pasto…

104
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

¡Qué exagerado! Se pueden hacer comidas exquisitas con

cada una de esas verduras.

No tengo dudas. Además está muy mal que lo diga siendo

médico. Pero si me dan a elegir, sigo siendo fiel al

chinchulín, la mol eja…

Yo también -sonrió Lola-. No serán chinchulines ni mol ejas,

pero estas albóndigas están exquisitas.

Estaban por ir a calentar la comida al microondas cuando

una mujer de unos 60 años ingresó al dispensario saludando

de manera sonriente y cordial.

Buen día, soy Luisa Albordi de la Fundación “Corazones

dispuestos”.

Lola saludó amablemente, Juan con sequedad.

-He venido porque estamos pensando en armar en la ciudad

un té a beneficio de la Colonia y nos gustaría ir charlando con los distintos


grupos que aquí trabajan para saber en qué
podríamos destinar el dinero.

- Los dejo para que hablen tranquilos -se excusó Lola. No

quería estar allí. Esa mujer le generaba incomodidad,

recordaba lo que Leticia y Carolina le habían comentado

sobre la fundación. Recordaba que así como la tal Luisa

estaba vinculada con gente del gobierno, el a también.

Juan la observó desconcertado y de mala gana le ofreció un

asiento a la mujer.

Lola se olvidó de las albóndigas pero no pudo olvidarse de

Juan. En el banco de la plaza se quedó pensativa

observando el dispensario. Una verdad infalible se instaló

en su cabeza: el a -en otra circunstancia- se habría

enamorado de un hombre como Juan. “En otra

circunstancia” se repitió varias veces, como queriendo

exorcizar esa inoportuna certeza.

105

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

No pasó mucho tiempo y la señora Albordi salió con mala

cara. Ni siquiera miró hacia donde estaba Lola. Previo a

ingresar al su auto tomó su celular, marcó enérgicamente


un número y con un humor -que poco y nada se parecía al

que había tenido al ingresar al dispensario- empezó a hablar

atropel adamente con alguien. Lola no logró escuchar del

todo, solo algunas frases o palabras sueltas como “ese

médico no quiere colaborar”, “es orgul oso”, “no confía en

la fundación”. La vio subir al coche y arrancar a toda

velocidad.

Juan esperó a que Albordi se fuera, luego se asomó y le hizo

un gesto a Lola para que regresara.

-¿Qué pasó? -preguntó el a.

-Nada, se enojó porque no quiero ir al bendito té.

-¿Al té? ¿Y para qué tenías que ir al té?

-Para presentarme, avalar el trabajo de la fundación, hablar

del lugar… En concreto: me quiere utilizar políticamente y

no lo voy a permitir.

-Mi madre tiene una frase para eso: “analiza cuanto se

pierde y cuanto se gana”.

-Yo tengo prefiero quedarme con algo que leí hace poco en

un libro que se l ama “Historias falsas”, es de un autor

portugués, Gonzalo Tavares.


- ¿Y qué dice ese libro?

- Rescata una anécdota sobre Diógenes…

-¿Qué Diógenes?

-El filósofo. Dicen que tuvo el descaro de no arrodil arse

frente al rey. Vivía en la calle, pobre, comiendo solo

lentejas. Entonces un famoso mercader le recriminó: “Si

hubieras adulado al rey no estarías comiendo lentejas”, y

106

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

entonces Diógenes respondió “Si comieras lentejas no

tendrías que adular al rey”.

Lola le sonrió, le gustó la anécdota pero más le gustó su modo de

contarla. El volvió a mirarla de ese modo que la hacía sonrojar cual una
adolescente. Por segunda vez en el día decidió romper el

encantamiento y propuso:

-¿Comemos?

-Dale.

No tuvieron más de media hora para almorzar y charlar de

cuestiones relacionadas a la Colonia. Cerca de las dos Oscar la pasó a buscar.

Al despedirse, Lola detuvo sus labios más de lo necesario en el

rostro de Juan. Su aroma la trasladó a un territorio peligroso. Era


rico, masculino.

No se puede vivir comiendo lentejas solo por orgul o -dijo

Lola.

Puede ser… Al fin de cuenta ¿quién no cambiaría un plato

de lentejas por unas ricas albóndigas?

No se trataba solo de comidas ni de moralejas filosóficas. Lola lo

supo.

Capítulo 17

107

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

El día estaba gris, una l uvia fina y persistente caía sobre la ciudad.

Pero Lola sintió que todo se l enaba de luz cuanto vio bajar a Vico, su
hermana, del colectivo. Vico estaba allí. La acompañaría durante

una semana. Se abrazaron con fuerza.

-¡Cuánto te extrañé! –confesó Lola. Sabía que la extrañaba pero

recién en ese momento se daba cuenta de cuánto.

-Yo también Lolita –le besó la coronil a en forma maternal.

-Vamos a buscar tus bolsos, que en casa te preparé un tremendo

desayuno.
-Gracias a Dios, ese café agrio del colectivo con esas facturas hechas de
plástico me han revuelto el estómago.

El camino hacia el departamento sirvió para repasar toda la

información familiar. Cómo estaban los padres, los hermanos, los

abuelos y los amigos.

Una vez en la cocina con una cafetera repleta, una canasta de

facturas y un sifón de soda helada (era la debilidad de Vico, podía

bajarse litros y litros en un día) dieron inicio a una charla más

cercana a la confidencia.

-Bueno, ya hablé bastante. Ahora contame vos, ¿cómo estás? -dijo

su hermana tras casi una hora de parloteo.

-Estoy bien, pero me cuesta adaptarme.

-¿A vos te cuesta adaptarte? –Vico no podía creerlo, su hermana

podía establecer vínculos hasta con una ameba.

-La gente de acá es un poco cerrada.

-¿Qué tal la familia de Pablo?

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Uf… son tan fríos, la antítesis de la nuestra. A sus padres los veo poco y
nada y siempre están en ese plano de formalidad. Son

como… desafectivos.
-Bueno, Pablo también es un poco así, ¿no? –Vico no terminaba de

entender que hacía una mujer como su hermana junto a alguien

como Pablo. Era un tipo atractivo, educado, fino, inteligente pero

carecía de algo… no lograba descubrir qué era.

-No te creas, Pablo es más hablador, más cariñoso. Me contuvo

mucho en los primeros tiempos.

-¿Y su hermana?

-No tenemos mucha onda. Ella tiene su mundo y no ha hecho ni el

más mínimo esfuerzo por incluirme.

-Bueno, habrás hecho amigos por algún lado, conocidos de Pablo,

gente en el trabajo.

- Los amigos de Pablo y sus mujeres resultaron ser insoportables. Al punto


que en una reunión a la que asistimos nos tuvimos que volver

antes. Ellas no tienen nada en la cabeza, toda la boludez del mundo

habita en sus cerebros…

- Ya me imagino, deben ser las taradas que creen tener el hogar

perfecto: el as en la casa, cuidándose el cuerpo y la piel, criando los niños sin


chistar y el os haciéndose los hombres exitosos y

metiéndoles los cuernos con cualquiera que se les cruce al frente –

Lola no pudo evitar reírse.

- Sos mala Vico.


-Soy sincera. No te olvides que trabajo en un centro de estética en

la zona más top de la ciudad, mis ojos y oídos escuchan mucho… y ni

te digo lo que presiente mi sexto sentido.

109

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lola no podía creer que Vico estuviera a punto de darle un

mordiscón a la cuarta factura.

-Vas a explotar –la reprendió.

- Con o sin dieta jamás pude bajar este culo redondo ni estas tetas

gigantescas, así que para pasar hambre sin éxito prefiero dejarme

l evar por la gula y el placer.

Su hermana siempre lograba arrancarle una sonrisa. Vico era una

mujer ruidosa por naturaleza. Hablaba fuerte, se reía a carcajadas,

siempre tenía alguna salida desopilante. Además, pulposa y

rel enita, era el deleite de las miradas masculinas. Siempre se vestía de


manera despampanante. Adoraba los escotes, los shores, las

minis, los pantalones ajustados. Por otra parte el hecho de trabajar en una
estética la l evaba a lucir una piel impecable y un bronceado de Caribe.

Su estilo contrastaba bastante con el de Lola. En otros aspectos Vico también


era diferente. Había terminado el colegio de casualidad. A

la hora de estudiar le iba mal: se l evaba materias y en cuarto año


tuvo que repetir. Era la única que no había estudiado una carrera

terciaria o universitaria (a excepción de Lautaro que estaba aún en

el secundario).

Pero sus padres le ayudaron a encontrar un camino. La estimularon,

respetaron sus intereses, pagaron sus cursos de estética, maquil aje y


peluquería. Y lo cierto es que en la actualidad era una de las que mejor
ingreso tenía en la casa.

-¿Hay tostadas? –consultó con el frasco de queso en la mano.

-Sí, pero ¿vas a comer tostadas ahora?

- Solo para bajar un poco lo dulce, estoy empalagada.

110

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lola le buscó un paquete de tostadas.

-Deberías ser una ballena con lo que comés.

-Ya viste lo que dicen de las ballenas, son felices, atraviesan los

océanos y se aparean lo suficiente. Me gusta la comparación.

-Hablando de apareamiento… ¿y vos? ¿Seguís con ese cuarentón

metrosexual?

-¡¡¡Noooo!!!.. Ahora cambié de target…

-Ay Vico, ya empiezo a tener miedo de lo que vas a decir.

-Salgo con un pendex…


- Pendex, ¿cuánto?

- Pendex 25.

- ¡¡Uau!!Casi 5 años menos. Epa… ¿Y?

- Es una ternura. Dice que está enamorado de mí, me manda

mensajes, me compra chocolates… bueno, es lo único que puede

darme a nivel material. Los pendex nunca tienen un peso encima,

pero tienen otros talentos… -la doble intención las hizo reír un buen rato. -
¿Y vos? ¿Cómo están con Pablo como pareja, digo? -Vico era

de tomar las cosas con humor, pero cuando había que hablar en

serio no andaba con rodeos.

-Bien, él trabaja muchas horas fuera de casa. Eso fue complicado al

principio. Sin embargo cuando empecé a trabajar me sentí mejor, al

menos estoy ocupada.

-¿Qué tal el trabajo?

111

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Está bueno. A mí lo que me gusta es ir a la Colonia. Ah… te cuento que


conseguí una autorización para que puedas acompañarme el

miércoles.

-¿Y qué te hace pensar que voy a cambiar la comodidad de dormir

hasta pasada las diez, andar en pijama hasta el mediodía y


prepararme un sustancioso almuerzo para ir a ver a indigentes,

pegarme piojos y cosas por el estilo?

Conociendo el sentido de humor de su hermana, Lola desacreditó

los comentarios.

-Vos venís conmigo y punto.

-Siempre fuiste una déspota hermanita. Cada vez que salíamos a

algún lado empezabas: no me gusta ese chico con el que estás,

tenemos que volver temprano, ni se te ocurra irte de acá con un

desconocido, etc. etc. etc….

-Gracias a Dios que soy así, sino la de cagadas que hubieras hecho.

Por edad vos me tendrías que haber cuidado a mí.

-Yo nací para ser eternamente joven, en cambio vos… siempre

tuviste cabecita de adulta.

Lola le dio un golpe cariñoso a su hermana en la cabeza, y volvió a

preguntar por la familia.

***

Ese lunes Lola se había pedido el día en el trabajo así que pudo

disfrutar de Vico. Por la noche, junto a Pablo, salieron los tres a

comer unas pizzas. El martes siguiente, Lola tuvo que ir a trabajar y Vico
cumplió su promesa: durmió hasta tarde, almorzó en pijama

una buena ingesta de comida y a la siesta salieron ambas a tomar


mates a una plaza cercana.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

El miércoles a primera hora partieron hacia la Colonia.

Vico no tardó en congeniar con Oscar. Durante las dos horas de

viaje lo taladró a preguntas.

-Basta Vico, parecés un policía preguntando todo.

- Pero a usted no le molesta Oscarcito, ¿no?

- No querida –respondía el otro. Obviamente el chofer estaba

encantado con la muchacha, le hacía reír con sus ocurrencias.

-¿Y qué hay en esa bendita Colonia? Además de miseria…

-No digas así “además de miseria”. No todo es miseria, y además es

una palabra horrible, despectiva…

- Bueno, yo no soy la políticamente correcta de la familia.

-Hay gente que vive en condiciones no muy favorables…

-Miseria…

-Vico…¿querés saber o no?

La otra hizo un gesto para que prosiguiera y Lola intentó enumerar

algunos detalles del lugar.

-Hay dos médicos, otras organizaciones sociales y mi función es


relevar las necesidades, elaborar pedidos y lograr que el Estado de

respuesta.

-Ah, te dedicás a buscar milagros.

Oscar lanzó una carcajada ruidosa.

-Más o menos… El lugar es lindo, te va a gustar. Tiene mucha

vegetación.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Cualquiera diría que no me conocés. ¿Desde cuándo me gusta la

vegetación? Tiene una cafetería, un buen bar, unos locales de ropa,

algo…

-Siempre tan cabeza hueca Vico.

-Es broma.

- No tan broma. ¿Te acordás ese verano que nos fuimos a esa casa

de la playa alejada de todo? A los tres días le dijiste a los viejos que te
volvías.

-Y me volví. Prefería cocinarme en el calor de la ciudad, pero salir a la noche


por una cerveza y encontrarme con amigos que pasar el

resto de los días en ese paraíso desierto.

-Aquí gente va a ver señorita Vico –respondió Oscar con humor.

-¿Hay algún muchacho salvaje, sudado, de esos que aparecen en las


películas de lugares inhóspitos?-consultó Vico divertida.

-No, pero el doctor Juan es buen mozo. Las mujeres siempre le

revolotean.

-¡Ajá! Te lo tenías guardadito picarona –Vico le hizo cosquil as a su hermana


y ésta, con cierto enojo, respondió:

-Por favor. En primer lugar yo ya tengo a quien “revolotearle” y en

segundo término si tiene tantas mujeres alrededor me abro, no me

gusta competir entre mujeres.

-Hasta en eso somos diferentes, si un hombre tiene muchas mujeres

alrededor me abro paso entre el as y voy por mi presa, pertenezco a

la especia femenina de las depredadoras… -Vico estaba por decir

alguna barbaridad más, pero la voz de Oscar cortó la charla.

- Llegamos.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Gracias Oscar.

Bajaron y se dirigieron al dispensario. En el camino Vico le dijo:

-Ahora te lo digo en serio: Te admiro hermana, no entiendo cómo

puede gustarte venir a estos lugares. Yo ya siento escozor.

-Con el tiempo uno se enamora de sitios como éste.

Juan salió a recibirla y no pudo evitar la sorpresa al ver a la


acompañante de Lola. Era una chica muy atractiva y, aunque con

estilos bien distintos, sus facciones eran parecidas.

-Hola, soy Juan Segundo –saludó él.

-Es mi hermana Vico… ¿Juan Segundo? No te conocía el segundo

nombre.

El levantó las cejas como diciendo: “siempre puedo sorprenderte”

- Victoria –aclaró la otra devolviéndole el saludo -. Parece que

tampoco conoce mi nombre real -bromeó.

-Vino a visitarme y no quería dejarla sola en casa así que…

-¡Que suerte que la trajiste! Le va a poner un toque de bel eza a la Colonia –


Juan sonaba como galán, Vico devolvió el halago con un gesto de coquetería.
A Lola el comentario le molestó pero se

esforzó por no traslucir su fastidio.

- Me gustaría irme lo antes posible. ¿Estás libre para que avancemos con
esto?

- Claro, pasen. Hay café y jugo en el dispensario.

- Ya me traje un pack de agua con gas, es mi debilidad. Pero al café lo acepto.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Vico se quedó un rato allí, observándolos trabajar. Oscar había

tenido razón, el médico tenía lo suyo. Detrás de su barba y sus cejas tupidas,
su rostro era armónico y varonil. Su voz también tenía su
encanto, grave con un dejo de disfonía que lo hacía sensual. Tras

escudriñarlo quirúrgicamente reparó en el vínculo que tenía con su

hermana.

Ambos congeniaban. Ella escuchaba, anotaba, a veces sonreía, hacía

algunos comentarios. Él la miraba de un modo intenso, era evidente

que le gustaba. Vico no tenía licenciaturas ni doctorados encima,

pero podía percibir a la legua cuando entre dos personas había

química, y entre el os la había. Estuvieron más de una hora

organizando el papeleo, hasta que Juan propuso:

-Tengo que ir a otros parajes, Mariana y Lucio no están en la Colonia,


tuvieron que viajar porque la mamá de el a no anda bien de salud.

- Ah, no sabía, ya le voy a escribir un mensaje. Andá a hacer el

recorrido, yo me quedó acá completando esto y si l ega a surgir

alguna emergencia te l amo. ¿Querés?

- Dale. Hoy igual viene tranquilo el día. ¿Vos querés venir conmigo y de paso
conocés? –propuso Juan a Vico. Esta no tardó en aceptar la

propuesta. Ya l evaba demasiado tiempo allí sentada y sin nada que

hacer.

-Perfecto, ya me estaba aburriendo.

- No sé si es lo más adecuado, tal vez Juan se retrase y no l egues a tiempo


para irnos.
- No voy a retrasarme –Juan tomó a Vico de la mano y salieron.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lola se quedó observándolos desde la ventana. Ya en soledad, no

ocultó su enojo.

Ella quería a Vico pero siempre había tenido esa mala costumbre.

Cada vez que le interesaba un chico éste terminaba posando los

ojos en su hermana. Pablo había sido la excepción, de hecho a él le

disgustaba Vico. Igualmente, ¿por qué diablos había pensado eso?

Juan no era alguien que le interesara, ¿o sí? Empezó a dudar. Tal vez era el
momento de sincerarse: Juan le atraía. Su estilo, su forma, su trabajo. ¿Lo
estaba idealizando? Le había gustado que coqueteara

con el a. Aunque ahora se daba cuenta de que en realidad

coqueteaba con todas. Ese era el efecto de la soledad, de habitar un sitio


inhóspito, de batallar contra el desarraigo. En esos contextos uno estaba más
susceptible al enamoramiento. Ella misma también

se sentía un poco así. Más proclive a mirar a Juan con otros ojos.

Intentó concentrarse en las planil as, quería terminar rápido para

marcharse de una buena vez. Más bien lo que quería era alejar a

Vico de las garras de Juan, o a Juan de las garras de Vico.

Estuvo casi una hora completando papeles sin dejar de lado esa rara

sensación de angustia. La espera la estaba enloqueciendo.


Finalmente los escuchó l egar. Sus risas le generaron unos celos

incontenibles.

-Hola, estamos de vuelta. Estoy muerta de hambre –Vico entró al

dispensario como si fuera su casa.

-Y eso que te comiste todo mi sándwich de milanesa sin ninguna

culpa –era evidente que entre el a y Juan se había instalado un lazo de


confianza.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Aquí hay unos sándwiches que traje para nosotras. Yo no tengo

hambre, así que comé los que quieras –La voz de Lola no ocultó su

irritación.

-¿Todo bien por acá? –Juan la percibió al instante.

-Sí, milagrosamente no vino nadie. ¿Ustedes? La pasaron bien por lo

que veo.

- Juan me l evó a conocer una cascada… ¿cómo se l amaba?

-La jaraya.

- La jaraya. Es preciosa… ¿vos la conociste Lolita?

-No, yo vengo a trabajar no a pasear a la Colonia –Juan no dijo nada, pero


comprobó con satisfacción que Lola estaba indignada.

- Bueno, necesito que me firmes estos papeles así nos vamos.


Vico también pudo percibir su fastidio así que decidió salir un rato y dejarlos
solos. Pese a que no había tenido malas intenciones,

estaba ocasionando problemas.

-Te espero afuera hermana.

-Como quieras.

Desplegó los papeles sobre la mesa y empezó a indicar.

-Necesito que firmes esto, esto y esto.

Juan tomó su mano, y le dijo:

-Cuando quieras conocer la cascada te puedo l evar.

-No me interesa conocer la cascada –Lola se soltó con torpeza.

Juan se dedicó a dejar su rúbrica en los papeles.

118

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-La l evé porque justo coincidió con que era jornada tranquila. Y el a es tan
entusiasta, tan dispuesta a conocer…

-Sé como es mi hermana Juan. Ella es la alegre, la dispuesta, la chica


atractiva con la que todos quieren acostarse.

- Yo no dije eso. No dije lo de alegre, tampoco lo de atractiva, ni

mucho menos lo de acostarme con el a.

- No hace falta que lo digas. Puedo parecer una mosquita muerta

pero no tengo un pelo de estúpida. Sé leer la mente de las personas.


- Que bien. ¿Y qué dice mi mente ahora? –Juan la miró desafiante.

- Que es una pena no tener más tiempo para darte un revolcón con

el a –Lola se desconocía, sonaba cual novia despechada.

- Estaría bien un revolcón, pero no es lo que estoy pensando ahora.

¿Adivinás o te digo lo que pasa por mi mente? –lo dijo lento, bajo,

intimidante. Avanzó sobre el a. Ya estaban de pie, y aunque Lola

caminó unos pasos hacia atrás como para alejarse, de pronto se vio

cercada entre Juan y la pared.

-No querés que te lo diga porque en el fondo sos una cobarde, te da

miedo. Pero te lo voy a decir igual: pienso que me encanta verte así, celosa.

- Ah, por favor…¡¿Celosa?!-dijo sin mirarlo a los ojos.

-Responder una afirmación con una pregunta que utiliza la misma

palabra, es un modo de reafirmarlo. ¿Lo sabías? -volvió a ese tono

cautivante -.Mi mente piensa que la chica alegre y atractiva con la

que me gustaría acostarme es otra.

119

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lola se ruborizó y se detestó por ser tan pueril. Ni que fuera una

virgen quinceañera. Se escapó de allí y se dispuso torpemente a

juntar sus papeles.


-No te desubiques Juan, porque yo no te he dado motivos para que

me tomes como una boludita a la que conquistar.

-No te tomo como una boludita, digo lo que siento, lo que pienso y

lo que deseo. No soy un pendejo, soy un tipo grande. Por ende no

voy a estar ocultando mis sentimientos. Y aunque no estés

dispuesta a admitirlo yo sé que te molestó que me fuera con tu

hermana, te molestó que la l evara a la cascada… ¿Te habría

molestado si nos hubiésemos besado?

Lola no pudo contenerse y le dio un cachetazo. Él sonrió.

- Sí, te hubiera molestado. Y como estás molesta, aprovecho y voy

por más –la tomó de sorpresa y le dio un beso intenso en los labios.

Ella tardó en reaccionar, se desprendió y le recriminó:

-¡¿Estás loco?!

Juan levantó las manos con un gesto con el que pretendía pedir

perdón. Lola lo miró con desprecio, recolectó sus planil as, las

guardó y salió de allí hecha una furia.

Vico no fue tan efusiva en la despedida. Algo andaba mal entre

el os. Era hora de escapar.

En cuanto arrancó el auto, Vico se defendió:

-No quiero que te enojes, no pasó nada. Además durante todo el


viaje me volvió loca con preguntas sobre vos.

Lola le indicó que se callara. No quería estar chismoseando delante

de Oscar.

120

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Promediando el regreso, recibió un mensaje.

“Perdón, me sobrepasé. No va a volver a ocurrir… a no ser que vos

lo quieras”.

- ¿Es Pablo? –consultó Vico.

- No –cuando la vio borrando el texto, supo que se trataba de Juan.

Llegaron silenciosas, pero en cuando se abrió la puerta del

departamento, Vico no pudo con su genio y consultó:

-¿Qué pasa entre el médico y vos?

-Nada.

- Nunca fuiste buena para mentir.

-¿Qué te preguntó sobre mí? –indagó Lola.

-Cosas de la familia.

-Me besó –Lola necesitaba confesarle a alguien lo ocurrido y qué

mejor que Vico para eso.

- ¡¡A la mierda!! El médico no se anda con vueltas.


-Es un desubicado.

-Bueno, un poco de calce le diste. Te comportaste como una

mujercita celosa, ¿o no? Tal vez él entendió mal las señales, pero no lo
critiques, es un buen tipo.

-No interpretó mal las señales. Me puse celosa de verdad… ¡Ay Vico,

estoy un poco confundida!

-Yo sabía que esto iba a pasar. Te juro que bajé, lo vi y pensé: ¿cómo es que
mi hermana no se enamoró ya de este tipo?

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¡Sos exagerada Vico! No estoy enamorada de él. Más aún, quiero a

Pablo, me gusta…

- …Pero…

- Pero espero con ansias ir a la Colonia, no solo porque me gusta el trabajo


sino porque sé que voy a ver a Juan. Y estoy expectante a lo que me dice, a
sus juegos… Me siento mal contándote esto.

- Complicado.

-Te juro que cuando estoy con Pablo ni me acuerdo de Juan -no

estaba segura de que fuera tan así, pero prosiguió -, pero al fin de cuentas
estamos tan poco tiempo juntos. Además Pablo es un chico

tan egocéntrico. Primero él, segundo él, tercero él…

- Te lo dije hace mucho, ¿o no?


- Sí, siempre me acuerdo de tus palabras. Estoy confundida y no me

gusta sentirme de esta manera. Siento culpa, como si le estuviera

metiendo los cuernos.

-¡Pero no! Deja de perturbarte con eso. Además, por ahora no es

más que un juego, si las cosas pasan a mayores se verá. Por el

momento relájate….

-Te quiero, hermana. Me alegra tanto que estés acá -la abrazó.

-A mí también. Además, el beso del médico justificó el viaje.

-¿Qué beso? –la cara de horror de Lola, hizo reír a Vico.

-Es una broma, ni me besó, ni se me lanzó, ni nada. Ese hombre está

obnubilado con vos… Con esa pinta de monja franciscana lográs

atrapar a los tipos. Voy a conseguirme esas faldas enormes y esos

horrendos pantalones anchos y plagados de colores para ver si me

cambia la suerte.

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Así no vas a levantarte a pendejos…. -se rieron y volvieron a

abrazarse.

Al atardecer l egó Pablo y nadie volvió a hablar del médico. El

sábado, Vico emprendió el regreso. Nuevamente l ovía, todo estaba


gris. Lola sintió que el sol se marchaba en ese colectivo. Tuvo ganas de l
orar. Ya extrañaba a su hermana.

Capítulo 18

-¡No te entiendo Pablo! Me volviste loca con que no le dijera a nadie de tu


relación familiar con un funcionario del gobierno, y viene esta vieja, me
encara para pedirme que interceda por su fundación ante

los médicos de la Colonia. ¿De dónde voy a decir que la conozco, eh? –Lola
estaba indignada.

-Inventá algo, tenés imaginación de sobra para eso –Pablo no estaba

dispuesto a continuar con la discusión. Más aún, quería entrar al

baño y darse una larga ducha.

-Ni se te ocurra meterte ahí dentro y dejarme con la palabra en la

boca –amenazó Lola. Viendo que su pareja se mantenía silencioso,

arremetió -. Te cuento que hace unas semanas, justo cuando estaba

en la Colonia cayó otra vieja de la fundación y la sacaron cagando.

- Error. Deberían aprovechar la ayuda. Guardarse el orgul o y recibir la plata


que, de acuerdo a lo que me contás, no es algo que les

sobra.

- Los de la fundación lo que quieren es comprarlos, usarlos,

adularlos…

123

CUANDO DEJÉ DE AMARTE


- Bueno, no es tan grave. Que se dejan adular y aprovechan los

beneficios, que encima no son para el os sino para personas que

realmente lo necesitan. Decile a esos médicos que “Robin Hood”

pasó de moda.

Lola tuvo la tentación de narrar aquel o de Diógenes y el mercader,

pero no tendría sentido. Pablo aplaudiría al mercader. Así que en un arranque


decretó:

- Les voy a decir la verdad y punto. Tema resuelto, si te gusta bien y sino
también.

-La única que va a quedar mal con eso sos vos, van a pensar que sos

una mentirosa.

-Claro, era de esperar. Siempre logrando armar todo para que la

culpa recaiga en los demás, para que el problema sea de los otros,

para quedar liberado de toda responsabilidad. Así te criaron y así

vivís.

- ¿Cuál es el problema de mi crianza?

-Nada, tus padres son gente encantadora que no abren la puta boca

más que para decir frivolidades. Y tu hermana es una mierda,

calladita y correcta, pero mierda al fin. Porque sabiendo que estoy

sola como un hongo ni siquiera se ha dignado a invitarme un café…

Ah y los que conocí hoy, hermoso entorno el tuyo, gente divina…


- ¿Qué te pasa? ¿Estás insultando a mi familia? ¿Querés que te diga

algunas verdades sobre la tuya? Siempre que estoy en tu casa me

hacen sentir como el culo. Se enorgul ecen de ser idealistas, buena

gente, batalladores…. Y en el fondo son un quilombo.

- Ni se te ocurra meterte con el os.

124

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Vos te metés con los míos, yo me meto con los tuyos. Por ejemplo

hablemos de Vico, de tu hermanita. Una come-hombres a la que no

le da la cabeza para nada y a la que ustedes le han hecho creer que

es especial, ingeniosa… ¡Pero en realidad es un desastre! Ustedes

no tienen autocrítica, han crecido con una madre que siempre les

dice que todo es hermoso, que está muy bien lo alcanzado aunque

se hayan quedado con el último puesto en una competencia de

ludo. Y tu padre, bué… apañador como pocos.

-No vuelvas a hablar de mi familia así–la indignación de Lola le salía por los
poros. Pablo en cambio, había levantado la voz pero se lo

notaba más tranquilo –.Yo prometo no hablar más de la tuya,

aunque en realidad hay tan poco para decir de el os…Se conforman

con pasar por la vida haciendo dinero y siendo olvidables.

-Qué grave eso de hacer dinero, ¿no? Sos una burguesita con
discurso progre. Te l enás la boca con manifiestos revolucionarios

pero en el fondo te gusta la buena vida. A otro con ese cuento, no a mí,
queridita.

Fue Lola la que se encerró en el cuarto. Se metió en la cama, apagó

las luces y decidió no volver a hablar con Pablo hasta que las aguas se
calmaran. Habían tenido varias discusiones, pero nunca una así.

Con tanta furia, con tantas verdades, con tantas palabras hirientes.

El detonante había sido la cena en la casa de los padres de Pablo.

Al í estaban algunos amigos de la familia, entre el os Lucila

Maldonado, presidenta de “Corazón dispuesto”. Era evidente que

no lograban insertarse en la Colonia, incluso el a misma había sido testigo de


la reacción de Juan. Esa noche escuchándolos hablar no

tuvo dudas de que la fundación no era más que una pantalla con

intenciones partidarias y electorales. Mientras la tal Lucila exponía lo difícil


que era granjearse la confianza de la comunidad, Pablo no 125

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

tuvo mejor idea que comentar lo del trabajo de Lola. Desde ese

momento Lucila se le sentó a su lado y le picoteó el cerebro toda la noche.


“Que deberías interceder ante los médicos”, “que la gente

de allí es hostil”, “que no se dejan ayudar”. Lola no pudo con su

genio y lanzó algunas preguntas hirientes y unas cuantas

declaraciones incómodas. La cara de malestar de su suegra y el


estupor de su suegro fueron suficientes para sel ar sus labios el

resto de la velada.

Obviamente el problema estalló en cuanto subieron al auto y siguió

en el departamento hasta acabar en una pelea con todas las letras.

Lola no tenía la mínima intención de presentarse ante Juan y

Mariana y decir algo así como: “Aquí está Lucila Maldonado, la

vicepresidenta de la fundación a la que detestan. Es amiga de la

familia de mi pareja”. Ni qué hablar de tener que admitir ante el os su


familiaridad con gente de un gobierno al que no paraban de

criticar. Debía admitir que no era Mariana lo que más le

preocupaba, el a sabría entender. Pero Juan… Él se desilusionaría. Y

Lola no quería desilusionarlo.

Se durmió mientras escuchaba a Pablo duchándose.

Capítulo 19

- ¿Te acordás que día es hoy?

La pregunta de Miguel en el chat agitó algo en su interior. Por

mucho tiempo había recordado la fecha, después se fue diluyendo y

quedó guardada detrás de una puerta herméticamente cerrada en

la memoria. Pero su pregunta la l evó hasta la cerradura y ya no

126

CUANDO DEJÉ DE AMARTE


pudo evitar la tentación de abrir los recuerdos. Se trasladó a aquel junio frío,
a esa noche de amigos y cervezas, a esa cama de cuarto

estudiantil en donde él le hizo el amor por primera vez.

-No -, mintió. Escribió eso como quien escribe sí, y pese a la

virtualidad Miguel supo percibirlo.

-Fue la noche en la que estuvimos juntos por primera vez. Se fueron

todos y yo le pedí a mi compañero de departamento nos dejara

solo.

-Es un lindo recuerdo -respondió casi al instante, los dedos le

temblaban.

-Lástima que lo habías olvidado.

-Pasó mucho tiempo.

-Pensé que las mujeres no olvidaban esas cosas.

-Parece que el paso de los años es más fuerte que los recuerdos.

-Hablando de paso de los años… ¡Que linda estás en una foto que

colgaste ayer!

-Ah… eso fue en el verano, con mi hija.

-Ella se parece a vos.

-Sí, aunque es más tranquila. Como Alberto.

-¿Y él? Busco en tu Facebook pero no hay muchas fotos del hombre

que te robó de mi vida.


¿Otra vez con eso? Leticia empezó a escribir: “Nadie robó a nadie,

en realidad vos me dejaste”. Antes de enviarlo lo borró. Era

demasiado largar todo eso después de casi 30 años

127

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Silencio de chat. Estaba por buscar una excusa para acabar con esa

conversación. Pero de pronto él colgó una foto. Ella tardó en

descubrir de qué se trataba, pero su cabel o era fácil de reconocer.

Colorado y ondulado hasta la cintura. Él y el a, posando. Invierno,

bajo las luces de la ciudad. Estaba atravesada por el tiempo, incluso estaba un
poco borrosa. No era la época en la que se podía ver en la cámara si las fotos
estaban bien o mal sacadas. Una vez hecho el

click se revelaba y salían como salían.

-¿De dónde sacaste esto? -consultó.

-Hace unos años empecé a digitalizar todas las fotos. Y en cuanto

empezamos a chatear me puse a buscar algunas en las que estamos

juntos. Tengo otras, te las paso….

Así empezaron a surgir otras imágenes: otoño, tarde de mates con

amigos en el río, ésta tenía mucha luz y muchas risas; una oscura –

como si el flash no hubiera salido- el os dos y una pareja de amigos


disfrazados. Leticia l evaba un sexy traje de diablo en cambio Miguel se
había hecho unas alas muy artesanales para contrarrestar el
efecto del mal con un look angelado; la tercera y última era una

buena foto. Los dos vestidos de fiesta, listos para asistir al

casamiento del hermano de Leticia. Ahora recordaba que había

tenido que cortar unas cuantas fotos de la boda tras la ruptura con

Miguel.

-¡Que joven éramos! Y yo… ¡qué flaca estaba!

Escribió Leticia.

-Los años no te han restado bel eza, Colo querida.

Ella sintió como si algo mágico la trasladara en el tiempo. Podía

recordar la emoción de cada uno de esos momentos: alegría,

desenfado, pasión, deseos… Recién ahora se daba cuenta de que

128

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

hacía mucho que se había desconectado de esos sentimientos.

Sintió cierta añoranza por esos tiempos, y una vez más –fiel a su

estilo- empezó a preguntarse qué había pasado en el medio para

perderse en tanta frialdad.

El sonido de la puerta abriéndose la sobresaltó.

-La seguimos en otro momento Miguel. Mil disculpas, está l egando

mi familia.
-Disfruté de este momento.

-Yo también, ha sido uno de los mejores de este año.

Salió de la sesión. Habitualmente borraba esas charlas, pero a esta

la quiso dejar. Tenía la intención de bajar las fotos y guardarlas, para verlas
cada tanto, para verse en el as y preguntarse dónde se había

perdido aquel a “Colo”.

Nerviosa logró apagar la compu antes de que Alberto ingresara al

cuarto.

-Hola Leti, ¿todo bien?

-Sí –estaba nerviosa, pero logró disimularlo.

-Volví temprano para acompañarte a buscar a los chicos. Adoro esto

de los fines de semana largo con sus puentes y lo que sea… Cuatro

días para disfrutarlos.

Empezó a desvestirse.

-¿Vos te vas a bañar? Porque si no entro yo.

-Entra vos. Yo me bañé temprano. Me cambio y vamos.

-¿A las cinco l egan?

129

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Sí, a las cinco.

Miró a Alberto y se sintió mal. ¿Qué hacía chateando con un tipo


que vivía en el culo del mundo y que encima la había traicionado?

“Estoy realmente mal. Tengo que volver urgente a terapia”. Lo de la

terapia era una mentira, no iba a regresar a contar lo mismo y a

escuchar lo mismo. Pero empezaba a tomar conciencia de que

estaba atravesando un momento raro. Tenía un marido adorable en

su casa, unos hijos divinos. Es cierto que ya no vivían con el os, pero siempre
regresaban. Debía aceptar el paso del tiempo,

acostumbrarse a él. Mirarse en el espejo y gustarse como persona y

mujer. Mantener ese diálogo con Miguel le despertó cosas. Las

fotos eran movilizadoras, pero el a tenía muchas otras igual de

intensas y movilizadoras con Alberto. Cuatro fotos no podían

competir contra una vida entera.

Sin reparar en la hora, se fue hasta el placard del escritorio y se

puso a buscar álbumes. Al í estaban, la del centro de estudiantes

con los amigos de la militancia, las del campo, la de los besos bajo el sol del
verano, la de la boda con el deseo urgente, la de la soñada

luna de miel en Europa, la del embarazo de los mel izos, la de los

hijos tomados de la mano de Alberto tratando de dar sus primeros

pasos….

-¿Qué estás haciendo? Son casi las cuatro ya.

-Tuve la tentación de ver fotos.


Él se sentó a su lado y empezaron a repasar momentos. Se rieron y

emocionaron. También recordaron a los ausentes. Alberto la rodeó

con sus brazos aún húmedos y el a se acurrucó en su pecho. Olía

exquisito, la calidez de su piel era única. Casi 20 minutos

permanecieron así hasta que Leticia se levantó.

130

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Seguimos viéndolas al regreso. Me cambio para que no l eguemos

tarde. ¡Que jóvenes éramos!

-Pero vos estás más linda ahora –la sonrisa de Alberto la derritió,

como aquel a vez que la apoyó en una medida de la asamblea

estudiantil.

-Mentiroso, pero igual elijo creerte.

-Yo no miento –le gritó él mientras Leticia dejaba el dormitorio.

Se sintió mal al escuchar esas palabras. Era verdad, Alberto no

mentía, en cambio el a se sentía una gran mentirosa. No le había

dicho nada del reencuentro virtual con Miguel. Sin embargo ya

había tomado una decisión: cortar con esa estupidez y ponerse en

campaña para recuperar lo perdido. No era una vieja solitaria, era

una mujer joven, guapa e inteligente que tenía una gran familia, un
buen trabajo y una pareja que había sabido acompañar sus malos

tiempos. Malos tiempos que debía dejar atrás.

Capítulo 20

Diego había l egado temprano a la casa de Carolina. Era un martes a

la noche, sus bares no abrían ese día y tampoco los lunes. Eran sus

francos. Así que habían acordado comer algo juntos. Cansado de los

locales nocturnos eligieron la tranquilidad del departamento.

Caro preparó un matambre de cerdo al horno, con ensalada. Él se

encargó del postre y el vino.

131

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Traje un vino rosado, no tengo la menor idea de si combina o no

con la carne de cerdo pero me encanta. Además es bueno para

emborrachar a las mujeres…

-No me emborracho con facilidad, así que te conviene descartar

ciertas fantasías.

-Esa es mi chica Orson Wel es.

Se sentaron a cenar en un clima amistoso. Nada sugería una noche

romántica, todo era más bien ocasional.

-¿Cómo te fue con el tipo del otro día? –consultó Diego sin
esforzarse por disimular su curiosidad.

-Terminamos definitivamente –respondió Carolina con toda la

intención de dar por concluido el tema.

-Me alegra escuchar eso.

-¿Por qué? –la pregunta la l evó a un terreno espinoso.

-Porque… Voy a ser sincero Caro. Me gusta haberte encontrado de

nuevo en este momento, lo nuestro no funcionó en el pasado,

éramos chicos, yo era un estúpido…, pero tal vez ahora…

-Diego, no voy a negarte que te quise durante mucho tiempo….

Pero los años pasaron…

-¿Y? Las cosas fuertes no se olvidan. Además no solo fue atracción

pasajera, nosotros nos quisimos de verdad Caro.

- Éramos tan pendejos…

-¿Qué tiene que ver la edad? Además, no solamente estuve

enamorado de vos durante la adolescencia sino también mucho

tiempo después.

132

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Enamorado?

- Estás empecinada en no creerme, en hacerme quedar como un


mentiroso.

- No, es que dicho así…

-¿Cómo lo dirías vos?

Ella se quedó callada y tomó un largo sorbo de vino.

-Te voy a confesar algo: cada tanto, en especial cuando estaba en

crisis con alguna pareja o con mi mujer, pensaba en vos, en cómo

hubiera sido.

Carolina valoró su franqueza. A el a también le había pasado eso

algunas veces.

Percibiendo que no estaba tan reticente a sus avances, Diego

continuó:

-Voy a contarte otra cosa realmente vergonzosa. Tengo en mi auto

un pendrive, y una de las carpetas se l ama COW…

-¿COW? ¿Qué es eso? -preguntó el a con curiosidad.

-Caro de Orson Wel es… Son nuestros temas, ahí suena Spinetta,

Charly, algo de Fito, Seru… Hay uno en particular que me recuerda a

vos.

-Ya sé cuál… -podía hacerse la desentendida, la sorprendida, jugar el papel


de la mujer superada, pero ya estaba cansada de mantener

esas posturas. Prefirió relajarse y actuar con sinceridad -. Te cuento que no es


algo que viviste vos solamente, yo también estuve ahí.
133

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No te digo que a esta altura de nuestras vidas seamos novios, tal

vez suene algo demasiado cursi, pero podríamos ser algo… Nunca

nos acostamos, por ejemplo.

-No nos acostamos porque te pedí algo de tiempo y mientras me

esperabas te acostaste con otras.

-La carne tira –bromeó.

-Ya pasó, no es tiempo de recriminar nada.

Carolina bajó la cabeza, pero él le levantó el mentón y la besó. No

fue un beso breve, sino intenso. Abrió sus labios, saboreó su lengua y
permaneció allí mientras acariciaba su hombro.

Diego se levantó y el a lo siguió. Casi sin despegar sus labios

terminaron aprisionados en la pared. Diego recorrió con sus manos

las piernas descubiertas de Caro. Llegó a sus nalgas, y le subió la

falda para indagar con dulzura en su intimidad. Ella no pudo evitar la


tentación y abrió su camisa para besar ese cuel o bronceado, esos

hombros anchos, esos pectorales trabajados.

Diego no se quedó atrás y le sacó la remera dejando sus pechos al

descubierto. Caro tenía un cuerpo escultural. Senos perfectos, una

cintura pequeña y un culo manzana que podría ser la envidia de


cualquier jovencita. Toda su vida había entrenado y eso se notaba.

Lo de la buena piel tal vez era pura genética.

-Estás increíble –le susurró él en el oído. Eso la desarmó. Con

torpeza esquivaron muebles y paredes hasta l egar al cuarto. Caro

buscó un preservativo en el cajón, y una vez resuelto aquel o, Diego ingresó a


su cuerpo acompasadamente. Rodaron en la cama

experimentando distintas posiciones, y el tiempo se extendió lo

suficiente para acabar en un orgasmo ruidoso y dulce.

134

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Fue mejor que en mis fantasías – dijo él tras acabar. El a se rio y se dejó
abrazar. Era evidente que había química, un lazo erótico que

los envolvía desde siempre. No es que la cama lo fuera todo, pero

funcionando eso tal vez lo demás sería más fácil.

-Se enfría la comida –Carolina se dispuso a buscar su ropa para

cambiarse.

-¿Crees que podría haber un balotaje tras la cena?

-Puede ser, pero antes tenemos que hablar algunas cuantas cosas.

Ya vestidos y comiendo, Caro se sinceró con Diego. Le gustaba estar

con él, le había encantado el sexo compartido, pero acababa de

terminar una relación porque tenía otros objetivos para su vida y no era
momento de olvidarlos por un reencuentro.

Así, sin demasiados preámbulos lanzó:

-Dejé a Ernesto porque quiero tener un hijo.

Diego se quedó callado. No esperaba semejante confidencia.

-La maternidad y la paternidad están sobrevaloradas –manifestó él.

-Tal vez, pero quiero intentarlo.

-Vas a perder tus espacios, tus libertades, tu intimidad.

- No parece que vos hayas perdido mucho de eso.

-Porque soy hombre, pero deberías preguntarle a mi ex… Vive todo

el día con Manuela encima.

-Si te hicieras cargo de el a de vez en cuando…

- No puedo vivir viajando y el a no quiere venir acá. Dice que esta

ciudad le trae malos recuerdos.

135

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Me imagino, los recuerdos de unos tremendos cuernos.

- Estamos hablando de vos no de mí… Que sé yo Caro, es tu vida…

Simplemente te lo advierto.

-Te lo agradezco pero es una decisión tomada.

-¿Y de dónde vas a sacar un padre? Si se puede saber.


-Ya va a aparecer alguno. Y sino, hasta no descarto la posibilidad de adoptar.

-Si es lo que querés… -su respuesta fue fría. Sin embargo, la ilusión de
Carolina lo conmovió. Se acercó, acarició su rostro y susurró -.

Seguramente se te va a dar.

Llegó la hora del postre. Comieron helado del mismo pote, con

cucharones y risas mientras recordaban anécdotas. Dos temas

fueron esquivados: la decisión de Carolina y el balotaje sexual.

Diego se despidió aduciendo que al día siguiente tenía que ir

temprano a ver unos proveedores. Caro le dijo en tono burlón:

-Te vas por miedo, no busques excusas. Te conozco lo suficiente.

Tranquilo, no voy a mendigarte un esperma.

-No seas tonta, no me escapo de nada. Más aún, si lo que necesitás

es un esperma y no un padre, podés contar conmigo. Para eso soy

bueno, para lo otro no.

La besó en los labios y se marchó sin esperar respuesta.

Capítulo 21

136

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Ya habían pasado varios días de la discusión. Mientras Pablo

actuaba como si nada hubiera ocurrido, Lola se mantenía distante.

De todas maneras no era una mujer rencorosa, y esa mañana de


sábado decidió que era momento de dejar de lado la hostilidad.

Mientras Pablo aún dormía bajó hasta la panadería en busca de

medialunas, regresó, hizo el desayuno y lo despertó con la bandeja

lista en la cama. Era una soleada mañana invernal.

Él le regaló una sonrisa en medio de un buen día de voz áspera.

Luego sin decir nada más la abrazó y la aprisionó junto a su cuerpo.

-Voy a desayunar y luego daré rienda suelta a mis perversos

instintos masculinos -le prometió.

Lola lo besó y se reincorporó.

-Siempre y cuando yo te lo permita –dijo desafiante.

-Conozco tus debilidades, lo vas a permitir –se burló él.

-No le des tanta rienda suelta a tus instintos que tus padres nos

esperan a almorzar.

-Es sábado, podemos almorzar a las tres de la tarde si se nos da la

gana.

-No con el os, son muy ingleses en eso. A la una o’clock ya tienen la mesa
servida.

-No hablemos de nuestras familias, por favor. No tengo intenciones

de pelear.

-Vengo en son de paz -dijo el a levantando una mano.

Estaban tomando el café, cuando el celular de Lola los sobresaltó.


137

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Deben ser tus padres –afirmó Pablo mientras revisaba su celular

para hacer un repaso por las noticias del día.

Ella fue hasta la cocina, el aparato estaba cargándose aún. Al ver el nombre
del emisor se sorprendió.

-Hola Juan, ¿qué pasa?

-Lola, perdón que te moleste un sábado a la mañana, pero tuvimos

un problema con Flora. Es la maestra…

-Recuerdo quien es. ¿Qué pasó?

-Tuvo una descompensación. La trajimos de urgencia en ambulancia

con Mariana, pero no ingresó bien. Ahora la están atendiendo, pero

te quería pedir si podías acercarte por las dudas tengamos que

completar algunos papeles… Si no podés no hay problema, era solo

por si…

-Puedo. ¿A dónde están?

-En el hospital San Miguel… ¿Sabés dónde queda?

-Si es el que está cerca de la Plaza Alberdi, ¿el verde no?

-Sí, ese verde grandote.

-Perfecto, en media hora estoy allá.

Al escuchar la charla desde el cuarto, Pablo l egó la cocina un tanto


preocupado.

-¿Qué pasó?

-Me l amó la gente de la Colonia, hubo un problema con una

paciente a la que tuvieron que trasladar de urgencia y me piden si

puedo ir… Por cuestiones administrativas.

138

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Un sábado a la mañana? Que desubicados…

-Pablo, es mi trabajo. Vos sábados y domingos te levantás y estás

horas revisando correos, leyendo diarios, mirando Twitter, Face y lo que


sea… ¿Alguna vez te lo recrimino? No, jamás. Este es mi laburo.

-Tenés razón. ¿A dónde tenés que ir? Te l evo.

-No, es acá en el centro. Más aún, hasta podría ir caminando. Pero

mejor me voy en un taxi para l egar rápido.

-No tengo problemas en l evarte.

-Quedate en casa, hacé tus cosas y en cuanto se resuelva todo te

l amo.

- ¿Cancelo con mis viejos?

-No, calculo que voy a desocuparme en un rato –al decir esto Lola

ya estaba en el baño, dispuesta a prepararse para salir.

Se calzó un jean, una remera cómoda, un sweater y salió disparada


hacia el hospital.

Al l egar no supo por dónde ingresar. Optó por la guardia, el sitio

estaba súper poblado y no divisó ningún rostro conocido. Llamó a

Juan pero no le atendió. Probó entonces con Mariana. Esta tardó en

responder pero finalmente lo hizo.

-Hola…

-Mariana soy yo Lola.

-Ah, perdón ni me fijé quien l amaba. Vení a la zona de terapia,

estamos acá. Acaban de l amar a Juan.

-Ya voy.

139

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Se lanzó por un pasil o gigante y preguntó al menos a cinco

personas cómo hacer para l egar a terapia. Era uno de esos

hospitales escuela, plagado de pabel ones y patios internos. Gente

por todos lados, médicos, residentes, enfermeros…. Estaba perdida.

Finalmente los encontró.

Vio a Juan y a Mariana compungidos, hablando por lo bajo en un

rincón. Al l egar no necesitó muchas explicaciones para comprender

lo que ocurrido. Mariana negó con la cabeza, y Juan la observó sin


decir palabra. Fue la doctora quien inició con las explicaciones.

-No se pudo hacer nada. Tuvo un paro cardiorespiratorio… Falleció

hace un rato.

Lola quedó paralizada, dejó escapar un sol ozo. Juan seguía mudo,

había enojo en su mirada.

-¿Hay algo que pueda hacer?

-No, quédate tranquila. Nosotros vamos a encargarnos de todo.

Volvé a tu casa que es sábado… -respondió con cariño Mariana.

-Hace más de dos meses que estuviste dando vueltas con el estudio

-le recriminó Juan. -¿Ahora venís a preguntar qué podés hacer?

Nada, ahora ya nada. Antes deberías haber hecho.

-Bajá la voz Juan. Estamos en un hospital –lo reprendió Mariana.

-¿De verdad crees que esta es mi culpa? -Lola pasó del dolor al

enojo, sin paso intermedio -. Si tanto te preocupaba el caso de Flora hubieras


hablado con tu padre, ¿no tiene amigos que son dueños de

importantes clínicas privadas? Tal vez ahí le podrían haber realizado los
estudios.

-¿Qué tiene que ver?

140

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Lo mismo que tengo que ver yo. Nada…. -viendo que Juan la seguía
mirando con ira y que no abría la boca agregó -. Ya veo que clase de gente
sos, de esa que critica siempre a los demás, sean o no

culpables. Pero yo no te voy a permitir que me tires el fardo de

Flora a mí. ¡Imbécil!

Lola se dio media vuelta, le dio la espalda, y consultó a Mariana.

-¿Hay algo que resolver sobre el funeral? ¿Algo que pueda hacerse

desde mi área?

-No Lola, gracias. Yo ahora voy a l amar a la hermana Lourdes para

que hable con la familia y organice el velorio en la capil a de la

Colonia. Calculo que pasado el mediodía ya estaremos saliendo para allá –


Mariana la abrazó con cariño y le dijo al oído -.No es tu culpa y no te enojes
con Juan. Está conmocionado, él quería mucho a Flora.

Lola se marchó y ni siquiera se molestó en saludar a Juan. Este la

siguió unos cuantos pasos, y la agarró del brazo para frenarla.

-Perdón, fui torpe. Te pido disculpas.

-Es fácil así, ¿no? Insultás, agredís, te dejás l evar por tus impulsos y después
con decir “perdón” todo resuelto. Soltame… -Lola lo miró

con desprecio y se fue sin agregar nada más.

Llegó a su casa pasada las once. Había salido temprano del hospital

pero prefirió regresar caminando a paso lento. El frío de la mañana

y el sol radiante eran una buena compañía para su alma. Estaba

triste, enojada, inquieta, confundida… Su estadía en esa ciudad


estaba desequilibrando su mundo. Antes de ingresar al edificio

recibió un mensaje de Mariana:

141

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

“El velorio de Flora va a ser en la capil a del pueblo, después de las 14. La
vamos a enterrar mañana a primera hora. Gracias por todo”.

Lola respondió: “Gracias por avisar”.

Subió al ascensor, dudando de si debía ir o no al velorio.

Seguramente a Pablo le molestaría cambiar los planes, en especial

cancelar el almuerzo con sus padres. Eran demasiado estructurados

para esas modificaciones de último momento. Estaba por alcanzar

el piso 9, cuando su Whatsapp se activó. Era Juan:

“¿Seguís enojada? Si mis disculpas no valen, entonces decime cómo

lo arreglo”.

Lo que Lola menos necesitaba en ese momento era entrar en ese

tipo de histeriqueos, así que tratando de dar por terminada la

cuestión respondió.

“Si valen tus disculpas. Vos estabas alterado y yo también. Además

de paso te pido también perdón, no debí decir ciertas cosas. Demos

por finalizado esto”.

“Veo que no querés seguir con el tema. Bs”.


Se detuvo en el palier a borrar el mensaje, intuía que si Pablo alguna vez lo
veía (cosa que seguramente no ocurriría jamás, no era un

hombre que revisara celulares ni correos) no le caería bien.

Al l egar le contó lo sucedido. Él siguió atentamente el relato. Lola dudaba de


si decirle o no lo del velorio, pero tomo coraje y lo lanzó:

-Quisiera ir al velorio. No es necesario que suspendas el almuerzo,

puedo ir sola. Si te parece puedo l evarme el auto o irme en

colectivo…

142

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No, estás loca. No quiero que hagas ese viaje sola y en colectivo vas a tardar
como cuatro horas. Te l evo –decidió.

-¿Y tus padres?

-Les l amo y les explico. ¿A qué hora salimos de acá?

-Comemos algo liviano y salimos tipo una y media. ¿Te parece?

-Perfecto. Yo me encargo de mis padres, y vos ármate un cafecito

que estás pálida.

Adoró a Pablo y esa capacidad increíble que tenía de organizar las

cosas.

**

Pablo observaba con atención cada tramo del camino. La misma


atención puso al ingresar a la Colonia. No podía creer que pese a haber
crecido en esa provincia era la primera vez que transitaba el

interior de ese lugar. Siempre había pasado por la ruta, pero

meterse dentro, recorrer esas calles polvorientas era toda una

novedad. Le sorprendía la orientación de su mujer, cómo conocía

cada sitio. Al l egar a la iglesia, vio el lugar atestado de gente.

Admiró a Lola, bajó del auto con naturalidad. Abrazó a niños, a

adultos. Ella no le temía a las personas, por esa razón es que lograba hacerse
querer. Ni la mugre, ni los olores, ni los pedidos, ni el miedo a los contagios,
nada la frenaba. Él la seguía por detrás,

observándola con fascinación. La mitad de los políticos a los que

asesoraba sufrían horrores a la hora de vincularse con la gente. Él

podía percibir que sudaban y sonreían con hipocresía. Cada

centímetro de su cuerpo estaba tenso. Recién se relajaban dentro

del auto oficial, alejados de esos mundos l enos de marginalidad y

demandas.

143

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lola en cambio parecía disfrutarlo. “Habría sido una buena política”, pensó.
Aunque rápidamente descartó la idea. Una mujer que dice

todo lo que piensa sería un verdadero problema para la política. O

tal vez no, tal vez más personas como el a era lo que se necesitaba.
En esos derroteros andaba su cabeza cuando el a se acercó para

decirle:

-Vení que te voy a presentar a los médicos de la Colonia y a otra gente que
trabaja acá.

Lo l evó del brazo hasta la parte trasera de la iglesia.

-Ella es Mariana, la doctora, él es Lucio, su esposo… - Luego siguió -.

Él es Juan, el otro médico, Lisa es maestra y la hermana Lourdes. Él es Pablo,


mi pareja.

Juan observó con atención a quien consideraba su contrincante.

Por primera vez tuvo la percepción de que, a la hora de pelear por

Lola, con ese adversario perdería. Era un tipo muy bien parecido. Su piel
trigueña, sus ojos claros, sus facciones perfectas. Vestido con las mejores
marcas, educado, seguro de sí mismo. Hasta podía intuir

que era inteligente. Demasiados atributos para una competencia.

Tomó la mano de Lisa no tanto por cariño sino como para enviarle

un mensaje encriptado a Lola.

La charla se centró en la muerte de Flora y el vacío que dejaba en la escuela y


la colonia.

-Mientras, yo voy a hacerme cargo de los chicos–expresó la

hermana Lourdes.

Media hora más tarde l egó Carolina. Le habían avisado y allí estaba.

La gente la recibió con mucho cariño y Lola envidió sanamente tanta


144

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

demostración de afecto. En cambio, el a sentía que l evaba en su

frente pegado un cartel que sentenciaba “culpable”.

No había más razones para permanecer allí, miró a Pablo y le indicó

sutilmente que era hora de marcharse. Empezaron a despedirse.

-Si hay algo que pueda hacer me avisan –expresó Lola a Mariana.

-Tranquila. Ya te dije que no es tu responsabilidad.

Cuando l egó a Juan fue más bien fría. Pero éste, sin importarle cuán lejos o
cerca estaban Pablo y Lisa, dijo con una sonrisa

conquistadora:

-¿Sin rencores?

-Sin rencores –Lola no sonrió, quería dar por finalizado lo antes

posible esa situación.

Al subir al auto se empezó a sentir más sosegada. No la había

pasado bien. Juan había sido impertinente mirándola todo el tiempo

sin considerar la presencia de Pablo. Se sintió incómoda. Tal vez

asistir al velorio había sido un error.

-¿El médico está de novio con la maestra? –consultó Pablo.

-No sé… -Lola intuía que sí, pero nadie se lo había dicho

abiertamente –. Tal vez son solo amigos.


-¿Amigos? ¿Quién se toma de la mano con los amigos? Espero que

no seas esa clase de amiga con él -dijo en tono burlón.

-No soy su amiga solo alguien que trabaja en la Colonia –aclaró Lola de mala
gana.

A Pablo no le gustó el tono que usó para responder. Pero, fiel a su

estilo, permaneció callado y encendió la radio.

145

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Coldplay sonó durante todo el regreso.

**

-No se puede ser tan atrevido, mirar así a una mujer que está

acompañada por su novio – Carolina dijo eso sonriendo. Había

l egado junto a Juan quien fumaba alejado del grupo.

-¿Fue muy evidente?

-Demasiado. Por un momento pensé que el tal Pablo te cagaría a

trompadas. Paliza merecida por cierto.

-Me gusta Lola.

- En realidad sos de los hombres a los que les gustan todas, así que no me
sorprende.

-Pero el a no me gusta como todas. Me gusta de otra manera.

- Epa…. ¿Amor tal vez?


-No te burles que no estoy de ánimo. Sea lo que sea, está con otro,

así que borrón y cuenta nueva.

-Para colmo otro bastante churro y perfecto. Ese hombre tiene

todos los atributos.

-Todos tienen alguna debilidad. No hay perfectos.

-Igual, te voy a decir algo: entre él y vos, yo me quedaría con vos.

-¿Sí? –Juan usó un tono capcioso -. ¿Querés quedarte esta noche en

casa?

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CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Caro sonrió y golpeando su hombro respondió con fingido enojo:

-No se te puede decir nada porque lo malinterpretás. Claro que no,

ni en pedo duermo en tu casa. Y dejá de hacerte el vivo que allá

viene esa pobre maestra a la que andás ilusionando. Canalla… -se

marchó no sin antes sonreírle con complicidad.

Capítulo 22

Cuando Lola le pidió a Pablo que le consiguiera una reunión con su

primo, éste se opuso rotundamente. Llevar a su mujer a trabajar en

la administración pública había sido una mala idea. La Colonia con sus
necesidades y reclamos se habían transformado en peleas

recurrentes entre el os. Cada uno sostenía con firmeza su postura.


Para aplacar los ánimos, Pablo solía poner fin a la discusión con

frases como “ya voy a averiguar qué se puede hacer”, “conozco a

alguien que tal vez pueda agilizar los trámites”, etc. Ella aceptaba esos
términos, aunque intuía que nada se haría al respecto y cada

vez que se daba la ocasión insistía.

-Ya te lo dije antes, mi primo no tiene nada que ver con esto. No voy a
organizar una reunión.

-Ya lo sé, su área es otra pero si mañana surge un escándalo porque

hay gente que se muere a causa de la negligencia del Estado, te

puedo asegurar que va a tener que ver.

-Un muerto no cambia el rumbo de un gobierno.

-¿No? Podría enumerarte casos….-el silencio de Pablo a veces la

sublevaba -. ¡Esta era una persona que se podría haber salvado!

147

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Querés salvar a toda la Colonia? Siento decirte que es imposible.

-Me hubiese conformado con lograr que a Flora le autorizaran los

estudios a tiempo. Aún si hubiera muerto todo habría sido

diferente.

-No creo que Rodrigo pueda atenderte, no es un hombre al que le

sobre el tiempo.
-Perfecto, entonces iré a su oficina y pediré una audiencia como

cualquier ciudadano. Algún día me la va a otorgar.

Lola no iba a desistir, Pablo lo sabía. A los fines de que el tema

dejara de ser un conflicto sistemático en la pareja no tuvo más

remedio que pedirle a su primo que la atendiera. Le dijo que

necesitaba hacerle unas consultas y no ahondó en detalles.

La reunión quedó pautada para tres días más tarde. Antes de salir al trabajo,
Pablo le advirtió que no dijera barbaridades y que se

comportara como su mujer. A Lola la desconcertó esa advertencia.

¿Qué quería decir con “comportarse como su mujer”?

Llegó 15 minutos antes. Había avisado en el trabajo que se

retrasaría ya que debía hacer varios trámites para agilizar unas

autorizaciones. Leticia aceptó la excusa y no hizo demasiadas

preguntas.

Media hora después una mujer gordita, de unos 50 años, la hizo

pasar al despacho de Rodrigo.

-Dolores…. –una voz formal pero cordial la recibió. Ella estuvo a

punto de referirle el tema de su nombre, pedirle que le dijera Lola y todas


esas explicaciones de rigor, pero se detuvo. Prefirió dejar las cosas como
estaban.

148
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Un gusto Rodrigo. No hemos tenido el placer de conocernos

personalmente, pero Pablo habla siempre de usted -Lola estiró su

mano con una formalidad de la que se desconocía.

-Tuteame por favor, no soy tan viejo. Tomá asiento –cambió la

mano por un beso. A diferencia de la familia de Pablo, Rodrigo

parecía más sociable e informal, eso la hizo sentir un poco más a

gusto.

El celular sonó. Él se disculpó diciendo que estaba esperando esa

l amada y atendió. Mientras Rodrigo respondía con monosílabos,

Lola aprovechó para hacer un paneo por la oficina. Era austera, y

solo había tres fotos detrás del escritorio: Rodrigo a caballo, Rodrigo con
otros hombres jugando al golf; Rodrigo con una rubia

despampanante, ambos vestidos de fiesta. Pablo le había contado

que Rodrigo estaba en pareja y que aún no tenía hijos.

-Perdón, tenía que responder. Bueno, me dijo Pablo que

necesitabas hacerme un pedido. ¿Qué será? –Él tomó asiento, y Lola

empezó con las explicaciones.

-Yo trabajo en la Colonia, trabajo que por cierto te agradezco, sé que tu


gestión tuvo que ver con eso.

-Nada que agradecer -Rodrigo le hizo un gesto con la cabeza para


que continuara y el a tuvo la leve sensación de que no estaba

cómodo con el clima que iba tomando la charla. Sin embargo lo

ocultaba muy bien.

-El tema es que hace unos días falleció una mujer de al í…

-¿Solo una? Es una buena estadística, ¿no?

149

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lola se quedó muda, sin reacción. De la frase “un muerto”, no era la palabra
“muerto” lo que tenía importancia sino el número que lo

antecedía. En lo más profundo de su ser se espantó, pero siguió:

-La mujer falleció porque desde hacía casi dos meses estaba

esperando un estudio cardiológico de alta complejidad que nadie

l egó a autorizarle jamás -esperó alguna reacción de él, pero viendo que no
agregaba nada prosiguió -.La cuestión Rodrigo, es que hay

muchísimos casos así… Resonancias, tomografías, ergometrías y

hasta simples ecografías que se acumulan en los despachos y que

nadie revisa, ni firma, ni acepta, ni deriva… Es necesario agilizar esas


cuestiones, estamos hablando de salud.

-¿Vos creés que no se autorizan porque el Estado tiene un plan

maquiavélico para matar a la gente? -tras preguntar eso volvió a

mirar en la pantalla de su celular. Le seguían entrando mensajes.


-No, claro que no. Pero si tal vez fuéramos menos… burocráticos.

- Sí, claro… El problema es que la burocracia es algo imposible de

erradicar. Además Dolores, la Colonia es solo una parte de la población de la


Provincia.

-Quizá la parte más vulnerable de la población –aclaró Lola con

audacia.

-Quizá… pero los hospitales están saturados de gente que espera,

tratamos de hacer las cosas lo mejor posible. La salud está

sobrepasada, y la salud pública más. Igualmente voy a tener en

cuenta tu reclamo aunque no te puedo asegurar nada.

Lola estaba a punto de levantarse, era evidente que la brevísima

reunión estaba l egando a su fin. Pero algo la contuvo, y se atrevió a


preguntar de manera desafiante:

150

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Qué pasaría si la persona que necesita ese estudio fuera alguien

de tu familia?

-¿Me estás manipulando Dolores? -obviamente no le gustó el

interrogante, pero lo disimuló muy bien, con una sonrisa

encantadora.

-No, simplemente que mi madre siempre nos enseñó que las cosas
son muy distintas cuando uno intenta ponerse en los zapatos del

otro, empatía que le dicen.

-Tu madre debe ser una mujer altruista.

-Por suerte sí. Y yo intento serlo con mi trabajo.

-Deberías aprender a tomar distancia, es más sano -nuevamente

miró el celular, y escribió una respuesta breve.

-No estoy muy de acuerdo con esa teoría, a veces la distancia nos

preserva pero también nos deshumaniza.

Rodrigo se puso de pie, sin dudas él ya daba por finalizada esa

charla.

-Dejále a mi secretaría una copia de esos pedidos, veré que puedo

hacer.

-Gracias –Lola también se levantó, tenía mucho más para decir pero

Rodrigo no estaba dispuesto a escucharla.

-Me alegra que haya sugerido a una persona que trabaja y se

compromete como lo estás haciendo vos. No vas a hacerme quedar

mal –expresó. Lola estiró su mano, pero él se acercó y le besó la

cabeza. El gesto le desagradó, le pareció demagógico. Más aún, tuvo

la certeza que ese beso escondía algo así como “pobrecita, que

ternura, cree que puede salvar el mundo”.


151

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Un gusto Rodrigo. Espero que nos veamos en alguna reunión

familiar.

-Yo también Dolores. Y espero que en esa ocasión no vengas con

nuevos pedidos –fue en tono de humor, pero Lola supo cazar la

indirecta.

Al salir de allí buscó una fotocopiadora con la intención de dejarle a la


secretaria los pedidos. Mientras caminaba por el pasil o

escuchaba la voz de Rodrigo, hablaba a los gritos, simulando

amabilidad con los empleados. No le gustaba ese primo, era un tipo

más bien joven, no más de 45 años y tan agraciado como la familia

de Pablo, pero tenía la certeza de que la hipocresía era su arte. En eso no se


parecía a Pablo, él era diplomático pero frontal. Hubiera

preferido encontrar a un hombre frío, correcto… pero ese beso

condescendiente, esa forma de despacharla tan sutil, esa poca

importancia que demostró a su reclamo.

Volvió a donde estaba la secretaría y dejó las copias en un sobre

marrón. Se marchó de allí con un nudo en la garganta. En el fondo

esperaba otra cosa de ese encuentro. Tal vez Rodrigo agilizara esos

pedidos por pura formalidad pero no por interés genuino. Y a la


larga los problemas seguirían sin solución.

A medida que iba avanzando por la calle los ojos se le l enaron de

lágrimas. Impotencia, bronca… Ese tipo la había tratado como una

idiota.

Antes de entrar a la oficina se limpió la cara y en lo más profundo de su ser


se juró que jamás volvería a recurrir a Rodrigo. Haría las cosas de manera
convencional, y desde su lugar sería lo suficientemente

insistente para lograr sus objetivos.

152

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Saludó casi susurrando, Leticia estaba compenetrada con unos

informes. Víctor había faltado nuevamente.

-Ernesto preguntó varias veces por vos. Le dije que habías ido a

hacer unos trámites en el primer piso, al área de autorizaciones.

-Gracias.

-¿A dónde andabas si se puede saber?

Lola estaba tan angustiada, que se olvidó de las recomendaciones

de Pablo y le contó todo a su compañera. El tema de que su pareja

era pariente del Ministro, que había ido a hablar con éste por la

burocracia, lo mal que se había sentido en la reunión y que durante

el regreso había l orado como una idiota.


-Yo sabía que eras una acomodada –lanzó Leticia. Viendo que Lola

estaba por empezar a despotricar, aclaró -. No lo digo mal. Además

sos trabajadora y responsable, no una ñoquis. Pero supuse que habías entrado
por alguien, la mayoría entra así, algún conocido la

recomienda.

-La palabra acomodada me hace sentir como el traste .

-No es lo que quise expresar –le dio ternura ver a Lola tan cabizbaja, por un
momento la sintió como su hija. Había en el a cierta frescura que le recordaba
a Magui -. Vamos a hacer una cosa, la próxima vez

que los de autorización te retrasen algo o te pongan trabas me

avisás. Yo voy y los pongo en vereda. Me tienen… no sé si respeto o

miedo, pero algo de eso. Y no recurrás más a esos parientes de

mierda, te va a generar problemas con tu novio y no vas a lograr

nada.

-Gracias –Lola no pudo contenerse y se levantó para abrazar a

Leticia.

153

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Bueno, bueno. No es para tanto. Aún no he hecho nada –bromeó la

otra.

-Es que son tantas cosas Leticia. Hago un esfuerzo enorme por
adaptarme y no lo logro…

- ¿Y los familiares de tu pareja, sus amigos?

-Parece que no soy de su agrado.

-Ellos se lo pierden… Estás un poco sola, ¿no? -Leticia sabía de eso.

-¿Un poco?. . A veces me doy miedo: me veo hablando sola frente al

espejo, me doy cuenta que estoy horas con el teléfono en la oreja,

sea celular o fijo, charlando con mis padres, mis hermanos, me la

paso chateando con amigos… No me gusta verme así. Más aún, días

atrás subí la música a todo volumen y me puse a bailar como una

loca, con un tenedor haciendo las veces de micrófono. Creo que fue

lo más divertido que me pasó ese día.

Leticia lanzó una carcajada y Lola no pudo evitar dibujar una sonrisa.

-Bueno, la locura no siempre es tan mala…

-Gracias, ahora me siento mejor -respondió Lola con ironía.

-Esta tarde tenemos previsto juntarnos con Caro a tomar un café.

Tratamos de hacerlo al menos una vez al mes. ¿Por qué no venís?

- No sé, ustedes tendrán sus cosas para hablar.

-Vení, y te vas a sentir mejor. En especial porque nuestra vida tal vez es más
deprimente que la tuya. Juntarse con gente que la pasa peor

que uno siempre ayuda -el sentido de humor de Leticia volvió a

hacerla reír.
-Está bien, decime a dónde y a qué hora.

154

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

**

Llegó a su casa temprano. Habló con Pablo, le contó que la reunión

con Rodrigo había sido buena, breve y respetuosa. Él se quedó

conforme. Le comentó además que esa tarde se reuniría con sus

compañeras del trabajo.

Almorzó cerca de las tres con mejor ánimo. Estaba terminado de

lavar los platos cuando su celular sonó. Era Juan.

-Hola.

-Hola. Soy Juan.

- Sí, ya sé. ¿Qué necesitás? –Lola prefería mostrarse distante.

-Sé que me dijiste que me perdonabas pero tu voz demuestra lo

contrario. No voy a volver a disculparme porque ya lo hice y veo que no


causa efecto. Simplemente te voy a decir, una vez más, que soy

un estúpido, un impulsivo y que tenés razón en pensar cosas

horribles de mí.

-No pienso cosas horribles de vos –ya empezaba a dulcificar el tono.

-¿No?

-No. Me dolieron tus palabras…. Trato de hacer las cosas bien, y por el
momento no estoy logrando mucho.

-Sos una gran mujer Lola. Te preocupás en serio por los demás.

Siempre que te tengo cerca te observo, me gusta cuando alzás a los

nenes, cuando tomás de la mano a la gente, cuando escuchás con

una sonrisa, te he visto abrazar a algunos viejos cuyo olor a mugre

espantaría hasta a un misionero africano…. Estás hecha de buena

155

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

madera… –confesó. Se quedó en silencio esperando su respuesta. Al

cabo de unos segundos el a habló.

-No es necesario que me adules para que te perdone. Ya te perdoné

–Lola intentó recurrir al humor para desviar el clima que estaba

tomando la charla.

-No te adulo. Te lo digo porque tal vez nadie te lo dijo. ¿Sos capaz de verte a
vos misma Lola? Me parece que no, porque siempre

estás mirando a los demás, sin tiempo para verte a vos. No son

muchos los que tienen la capacidad de renunciar a sí mismos para

entregarse a otros. Te lo digo yo que soy un ególatra.

-Si fueras un ególatra no estarías en la Colonia.

-Estoy acá porque le hace bien a mi ego, no porque sea tan buena

gente como los demás creen. Más aún, parte de mi ego es hacerles
creer a los otros que soy el médico bueno que cura a los indigentes.

Pero en el fondo lo que me trajo hasta acá es el miedo, el enojo y el dolor.


Soy egoísta, tan egoísta que te robé un beso sin tu

consentimiento solamente porque yo quería hacerlo.

A Lola el corazón empezó a palpitarle y estaba segura de que tenía

la cara roja. Definitivamente tenía que acabar con esa charla, el

rumbo que estaba tomando no era el más adecuado.

-Olvidemos eso, por favor. Hagamos de cuenta que no pasó.

-No te hablo más del tema si te incomoda. Pero no podés obligarme

a que lo olvide. No quiero olvidarlo.

-Juan, tengo que salir, discúlpame, la seguimos después. ¿Te

parece?

-Claro. Nos vemos pronto. Chau mujer con alas.

156

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Mujer con alas?

-Yo me entiendo. Te mando un beso.

- Chau –Lola cortó y se l evó el celular al pecho.

No entendió muy bien lo que quiso decirle Juan, pero tal vez tenía

alas. Sentía que flotaba en el aire.

Capítulo 23
Como nunca Lola l egó con retraso. Ella era muy puntual pero

decidió arribar un poco más tarde con toda intención. No quería ser

la primera y estar esperando allí, quedando como una pobre

desesperada que necesitaba de personas con quien hablar. Sabía

que Leticia y Carolina no lo tomarían así, pero en el fondo era

orgul osa y temía que la invitación hubiera sido más por lástima que por
convicción. Además, tal vez querían hablar algo a solas. Le

gustaba la idea de contar con amigas (dudaba si era ésa la palabra,

pero al menos eran conocidas con las que podía compartir un café)

y no quería quedar como una pesada entrometida.

Las vio muy enfrascadas en una charla y dudó. Tal vez sería mejor

dar una vuelta y regresar un poco más tarde, pero Leticia la

descubrió y levantó su mano como indicándole que estaban allí.

-Hola –saludó. Era un encuentro muy natural pero estaba nerviosa.

-Hola, ¿cómo estás? –Carolina era amable. Y Leticia también la

saludó con afecto. La buena recepción la descontracturó.

-Mirá, nosotros habitualmente pedimos esta súper merienda, es

riquísima. Pero tenés de todo, fíjate en la carta.

157

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lola ojeó las páginas y decidió sumarse a la elección de sus


compañeras.

-Yo también me sumo a la súper merienda, pero con café solo.

-Como se nota que sos joven, todavía no tenés que cuidar tu

gastritis –expresó Leticia.

-No te creas con la cantidad de café que consumo a diario en cinco

años voy a portar una úlcera del tamaño de un cráter.

-Ustedes sí que se parecen. Leticia vivía con una taza en la mano.

-Ahora también solo que me incliné hacia el cortado… Para ser

sincera, detesto la leche, pero no me queda otra. Aunque de vez en

cuando me hago un café fuerte y lo extiendo al máximo, disfruto

como si se tratara de sexo tántrico - las tres se rieron a carcajadas.

Tras algunos comentarios banales, Carolina comentó -en tono muy

ocasional- que estaba pensando en la posibilidad de ser madre. Al

principio, al saber que Lola se les sumaría a la charla dudó en contar esa
intimidad. Pero luego entendió que no tenía por qué ser algo

tan reservado. Además la chica le caía bien.

-¡Que bueno! –manifestó Lola con alegría genuina.

En cambio, Leticia casi al mismo tiempo expresó:

-¡Que locura!

-¿Por qué locura? Vos tenés tres hijos a los que adorás, no creo que te haya
ido tan mal con la maternidad –dijo Carolina un tanto
molesta.

-Tenés razón, vale la pena. Pero es que pienso en bebés, pañales,

noches sin dormir, fiebres, toses, guarderías, jardines, colegios y ya me


estresó. En ese momento lo hice, a veces con más ganas que

158

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

otras, pero si tuviera que empezar ahora de nuevo creo que me

muero.

-Bueno, eso es porque estás en otra etapa –manifestó Lola –.Te veo

como madre Caro, más aún, cuando te vi por primera vez pensé que

tenías hijos, que sé yo, a veces uno intuye eso en una mujer.

-¿Y qué te hizo pensar eso?

-Tu pragmatismo, esa capacidad de diferenciar los problemas

banales de los importantes… Es muy propio de una madre. Igual, en

cuanto vi ese cuerpo trabajado y esas piernas torneadas, dudé ¿Qué

madre tiene tiempo para entrenar o ir regularmente al gimnasio?

-Muchas, ahora casi todas te diría… En mi época yo no tenía tiempo

ni de ir a la peluquería. Recuerdo que odiaba salir de la casa, ir la verdulería


con tres chicos era lo más perecido a ir al frente de un

campo de batalla. Subirlos al auto, prender cinturones, aguantar

peleas y manejar a la vez, tratar de estacionar, bajarlos, lograr que no se


escaparan, cruzar una calle y poder elegir frutas sin que

destruyeran toda la feria era una tarea titánica. Encima mis mel izos eran
tremendos.

- Leticia tiene cada anécdota de sus hijos que son imperdibles.

- A veces me cuesta pensar que logré sobrevivir a el os. Igual cuando los
hijos son salvajes de chiquitos de grandes suelen aplacarse. Así que ahora
estoy compensando todas las que me hicieron pasar….

Pero, pese a todo, los hijos son divinos -Leticia sonó sincera al decir eso
último.

- ¿Y vos Lola? ¿No querés ser mamá?

La pregunta de Carolina la sobresaltó. Cada tanto fantaseaba con la

idea de ser madre pero por el momento no estaba en los planes de

159

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

la pareja. Incluso, antes de que surgiera la idea de mudarse, algo le había


surgido a Pablo pero éste le cortó la ilusión diciendo: “¿Un

hijo? No es el momento”. Algo en su ser le decía que para Pablo

nunca sería el momento indicado.

-Te quedaste pensativa –Leticia solía usar un modo que oscilaba

entre el humor y la ironía.

-Es que no me habían hecho nunca esa pregunta tan directamente…

La verdad es que sí me gustaría, pero no creo que Pablo quiera, no


ahora al menos.

-¿Y eso qué? Mirá Caro, está pensando en la maternidad y de

pareja…. nada.

-¿Y cómo vas a hacer? –consultó Lola curiosa.

-No lo sé todavía, aunque… ya tengo alguien que me ofreció un

esperma.

-¡¿Quién?! –Leticia estaba por lanzar el nombre de Ernesto, pero se

detuvo. Al fin de cuentas era el jefe de todas el as, incluyendo Lola.

Si Carolina quería contárselo que lo hiciera, pero el a se comportaría con


discreción.

-No es Ernesto… -Caro miró a Lola, y sincerándose le aclaró -.Por las dudas
te digo que es el Ernesto que conocés. Tuve una relación

clandestina con él y ya se terminó –así, en pocas palabras había

resumido una larga historia. Decirlo con esa frialdad y de manera

tan breve le sonó extraño.

-Lo intuía… -expresó Lola, sin saber qué más decir al respecto

-¿Por? –consultó Caro.

-Por cómo se miran cada vez que se encuentran.

160

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No desviemos el tema –interrumpió Leticia -. ¿Quién es el


semental?

- Diego… bah, al menos me dijo que si lo que quería era un esperma

y no un padre contara con él.

-Ese más que esperma lo que quiere es una cogida –decretó Leticia

mientras empezaba a saborear su brownie.

- Bueno… eso ya pasó –Caro se sonrojó cual una adolescente.

-¡¿Cómo?! Y no me habías dicho nada… -recriminó Leticia en tono

de pregunta.

-¿Quién es Diego? –Lola empezaba a perderse.

-Un ex de Caro, de cuando eran chicos, vivían en el mismo pueblo.

Ahora apareció y parece que va por la revancha.

-Sos tremenda Leticia -mirando a Lola aclaró -. Fue un gran amor de

juventud y justo apareció ahora.

-Que romántico…

-De romántico no tiene mucho, es un encuentro más bien…

-Sexual –volvió a decretar Leticia.

-Algo así –se sinceró Carolina.

-¿Y qué tal? ¿Era como lo imaginabas? –Leticia agachó la cabeza en

posición de confidencia -Entre el os nunca había pasado nada antes

-comentó a Lola.
-Fue raro… Estuvo muy bien, pero… fue raro.

- Ernesto sigue ahí –sentenció Leticia.

161

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No, a eso ya le di un corte y se acabó.

-Eso dice tu cabeza, pero el corazón, la piel….dicen otra cosa.

-Diego fue un gran amor y me gusta, y me hace sentir cosas, pero de

verdad que todo es muy extraño. Cuando estoy con él no me siento

ésta mujer que soy ahora, sino como una chica joven, infantil,

adolescente…. En cambio Ernesto me hace ver como ésta Caro, con

mis 36 años a cuestas…

-Entre verme joven y madura, me quedo con el que me hace sentir

joven –la ocurrencia de Leticia las hizo reír nuevamente.

-Cualquiera diría que soy una vieja chota…

-No dije vieja sino madura. En todo caso, en esta mesa la única vieja chota
soy yo.

- Bueno, por el momento dejemos este tema de la maternidad y

hablemos de otra cosa. Contamos algo vos Lola, algo de tu pareja,

de tu vida, de tu familia… ¿Cómo te vas adaptando? –Carolina

quería correrse del centro de la escena.

-Digamos que no me estoy adaptando demasiado bien aunque hago


el intento. Yo tenía otra vida en mi ciudad.

-¿Qué otra vida?

-En primer lugar vivía con mis padres y hermanos. Durante años

desee estar un poco a solas (mi casa es un caos permanente de

gente) y ahora no puedo creer que el silencio me resulte tan

abrumador.

-A mí me pasa. Tanto desear un poco de soledad y silencio y cuando

se lo logra… es horrible

-Algo de eso…. Mi pareja trabaja muchas horas…

162

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Qué hace él? –indagó Carolina.

Para evitarle una incomodidad a Lola, Leticia intervino:

-Trabaja en el área de comunicación del gobierno.

-Ah… ¿Funcionario?–consultó.

-No tan así, pero tiene un cargo importante.

-Es quien debe lograr que las cagadas que se manda este gobierno

pasen desapercibidas o sean camufladas. Jodida tarea tiene, lo

compadezco.

Carolina no se atrevió a seguir con el tema, se dio cuenta de que


Lola estaba un poco incómoda.

-¿Y el trabajo te gusta?

-Lo que más me gusta es ir a la Colonia.

- A mí también me encantaba. Es lo que más extraño.

-Gracias por la parte que me toca –le recriminó Leticia.

-Bueno y a vos también, y a nuestro cafecito de media mañana, y al

chismorreo… ¡cómo nos divertíamos!

Por un momento se pusieron a contar algunas anécdotas laborales

que hicieron reír a Lola.

Estaban ya terminando con la merienda, cuando Leticia afirmó con

intención:

-A ustedes les gusta mucho la Colonia… mmm, yo creo que lo que les gusta
es ese doctorcito con cara de loco.

163

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Siempre decís lo mismo Leti. Yo paso… no sé Lola, pero con los

míos me basta y sobra.

-¿Te pusiste colorada Lola? –Leticia no pudo evitar el comentario -.

Sí, te pusiste colorada… Te pescamos..

- No, nada que ver, solo que Juan es un poco… ¿enamoradizo?

- Es un poco lanzado. Pero por fuera de eso, te voy a decir algo: vos le gustás
de verdad -Carolina recordó algunas de las charlas que

había mantenido con él -.Te digo para que te mantengas a distancia.

-Tal vez el a no quiere mantenerse a distancia –Leticia siempre tenía un


comentario ocurrente -. ¿Y vos cómo sabés que Lola le gusta?

-Porque me lo dijo desde la primera vez que la vio. Es de los que te pueden
robar un beso sin aviso, ¡ojo! –dijo eso último

acompañándolo con un gesto.

-¿A vos también te besó? –Lola preguntó sorprendida.

-“¿También te besó?”. O sea que ya la besó. Esto se está poniendo

lindo, tarde de revelaciones –Leticia rio, Carolina la miró

desconcertada y Lola tuvo deseos de que la tierra la tragara.

-No, a mí no me besó. Somos buenos amigos, nos hemos tirado

algunas indirectas pero nunca pasó más de eso. Pero parece que

con vos está dispuesto a avanzar.

-Yo estoy en pareja –se excusó la otra.

-Yo no quiero dejarte con mil preguntas. Pero te voy a decir algo

porque soy muy buena para leer a la gente.

- En realidad es una hechicera -reafirmó Caro en tono bajo.

164

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- El problema no es que el doctor te besó sino que el beso te gustó.


Eso se te nota -sentenció Leticia.

-Me confundió un poco, nada más. Yo estoy bien con Pablo.

Carolina y Leticia se miraron con complicidad.

-¿Cuántos años tenés Lola? -consultó Leticia. Estaba convencida de

que ese tipo de confusiones tenían desenlaces diferentes según las

edades.

- Tengo 27 pero la semana que viene cumplo los 28.

-Estamos de fiesta entonces –agregó Carolina con entusiasmo.

-Me encantaría hacer algo, pero la verdad es que no tengo a quien

invitar. Salvo a la familia de Pablo, que son buena gente pero no

tienen nada de onda…

-¿Y nosotros? No me digas que no pensabas invitarnos.

-Para ser sincera, antes de esta juntada ni me lo imaginaba.

-Hacé algo querida, celebrá. 28 es una edad hermosa.

-¿Ustedes vendrían? –Lola no sabía si le hablaban en broma o en

serio.

-Claro, ¿puedo ir con Diego?

-Sí, por supuesto.

-Yo voy con Alberto. Ahí ya tenés cuatro invitados. Además le podés

decir al doctor…-Leticia dijo eso con intención.


-¿Les parece? –Lola estaba dubitativa.

165

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Decile, con los de la Colonia tenés algunos más. Mirá en menos de un


minuto ya son como 10 invitados.

-Bueno, lo charlo con Pablo y veo qué hago. Cuento con ustedes,

¿no?… -sus palabras sonaron como advertencia.

Durante el resto de la tarde hablaron de todo un poco: cuestiones

familiares, personales, laborales…. El tiempo voló.

Lola regresó a su casa de buen ánimo.

Esa noche aturdió a Pablo contándole todos los sucesos del día. El la
escuchaba atento, le alegraba que su mujer hubiera recuperado el

entusiasmo. Cuando lanzó la propuesta del cumpleaños apoyó la

iniciativa. No es que le gustaran demasiado las celebraciones, más

aún había imaginado algo más bien íntimo, los dos solos en un lindo

restorán. Pero conocía a Lola, toda su vida había hecho grandes

fiestas, con mucha gente. Ya bastante había resignado en ese

tiempo, no quería que resignara nada más.

Capítulo 24

Pablo la despertó con el desayuno y un regalo. Era una cartera de

tela bordada de colores, en realidad era la misma que habían visto


días atrás en el shopping y que el a había estado admirando largo

rato en la vidriera. Cuando entró a preguntar cuánto salía,

automáticamente dejó de admirarla. Por más hippie chic que fuera, el verso
de que la traían de la India hacía que el precio fuese tan o más alto que una de
cuero. De todas formas, el a no habría

166

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

cambiado jamás una de cuero por esa bel eza. Estaba feliz con el

obsequio.

Con el correr de las horas los nervios empezaron a desbaratarla.

Estaba inquieta con la fiesta, no recordaba haberse sentido así ni

siquiera para sus 15. Fueron con Pablo a comprar las bebidas, a

buscar una torta que habían encargado y algunas otras cosas que

necesitaban para la noche.

Ni siquiera la extensa charla vía Skype con su familia y unas cuantas l


amadas de amigos lograron calmar la ansiedad.

Para la noche eligió un vestido suelto de gasa blanca con un hombro

descubierto. Se colgó un medallón artesanal con piedra verde y

unos zapatos de altas plataformas. Se planchó el cabel o que le

l egaba casi hasta la cintura y el toque final lo dieron unas gotas de Cherie de
Christian Dior. Pablo también estaba atractivo. Una camisa celeste que
resaltaba su piel y combinaba con sus ojos claros y un jean que exhibía la bel
eza de su cuerpo.
Todas las dudas y miedos se disiparon al verlo, pero intuía que la

l egada de los invitados volvería a sacarla de eje.

A las nueve y media aparecieron sus suegros, quienes se instalaron

en un rincón del living. Minutos más tarde, su cuñada con el novio.

Los acomodó con los padres de Pablo en el mismo sitio. Al í los 5

hablaban, mientras Lola iba y venía de la cocina trayendo bebidas,

empanadas y unos snacks que hacían las veces de entrada de una

pata que abriría con la l egada del resto. Pasada las diez, todos

arribaron casi al mismo tiempo: Leticia y Alberto, Carolina y Diego, y unos


minutos más tarde Ernesto con su hijo. Al ver la cara de

desconcierto de su amiga, Lola la apartó del grupo y le explicó:

167

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Justo estábamos hablando con Leticia y Víctor del cumpleaños y él

apareció. Se enganchó en el tema y solo le dije “si querés podés

venir”. Ahí nomás aceptó y me consultó si podía traer a Joaquín. No

me quedó otra que decirle que sí. ¿Te incomoda?

-No, está bien –Carolina no fue sincera. Sí le incomodaba. En primer lugar


porque no esperaba verlo, pero sobre todo porque jamás lo

había visto con Joaquín, ejerciendo el rol de padre. De hecho, a

Joaquín lo había visto pocas veces. Era un niño hermoso aunque


había un dejo de tristeza en su mirada.

Al volver al living, Carolina pasó por el lado del niño y le acarició con
dulzura la cabeza. Los ojos de Ernesto la atravesaron y el a bajó la vista. Por
suerte Diego ni se percató de la situación, estaba

enfrascado en una charla con Alberto. Leticia, en cambio, observaba

atenta sus movimientos.

Pablo fue amable con sus compañeros de trabajo, pero no hizo

ningún esfuerzo por integrarse a el os. Se mantuvo alejado, junto a

su familia. De todas maneras, cada uno de los grupos parecía estar

cómodo en los sectores asignados. Todo estaba saliendo bastante

bien, aunque Lola se sentía un poco decepcionada. Juan le había

dicho que trataría de ir, pero eran casi las once y no l egaba. La

Colonia no era cerca y siempre había problemas y urgencias que resolver,


quizá no fuera. Se disponía a comenzar a cortar la pata

cuando sonó el portero. Al escuchar su voz el corazón empezó a

latirle intensamente.

Entró con Lisa de la mano. Sin el ambo y sin esa ropa de fajina

parecía diferente. Llevaba una camisa blanca, un pantalón de color

celeste y un sweater en los hombros. Recordó que antes de la

Colonia había sido un muchacho criado en una familia de clase alta.

Ese estilo fino y arrogante delataba su origen. Lisa, en cambio,


168

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

mantenía su sencil ez. Poca pintura, un jean y una remera discreta.

Era delgada, lo suficiente para que nada en el a l amara la atención.

A Lola no le gustaba competir con otras mujeres, pero debía aceptar

que en caso de una contienda el a tendría todas las de ganar. ¿Qué

diablos hacía pensando en una contienda? Desechó la idea.

Juan fue amable, saludó a todos con cordialidad, incluyendo a

Pablo.

-Pensé que no venían –dijo Lola mientras les servía una cerveza

helada.

-Nos retrasamos –se excusó Juan, mientras le quitaba la botel a de

la mano y asumía el rol de servir su vaso y el de Lisa.

-Es que el viaje es largo –dijo Lola.

- Pero nosotros nos vinimos temprano a la ciudad. Nos instalamos

en el hotel, paseamos un rato durante la tarde, pero hasta que nos

preparamos y esas cosas… -miró a Lisa con intención, ésta sonrió.

Lola percibió un tenue rubor en sus mejil as -…. Se nos hizo tarde.

A Lola le indignó la actitud de Juan. Era evidente que estaba

sugiriendo que se habían retrasado por otras razones. El cuarto de


un hotel, un baño compartido tal vez… ¿Sexo? Qué mierda tenía

que exponerle todo eso a el a, ¡cómo si le importara! Se apartó de

ambos y decidió sentarse junto a Pablo y los suyos.

Ernesto le pidió a Lola si podía l evar a Joaquín a su cuarto. Quería acostarse


y jugar con la tablet que su padre había l evado para que

se entretuviera. Lola los acompañó y luego los dejó allí para que se
acomodaran.

169

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Seguro que vas a quedarte acá solito? ¿No querés que te arme un

lugar en el sil ón y te acostás ahí con nosotros? Podés jugar igual

que acá.

-No, quiero quedarme acá.

-Bueno, pero cualquier cosa me l amás. Ah… y no toqués nada, ¿no?

-No papi, me voy a portar bien –Ernesto lo besó en la cabeza. Y se

dispuso a dejar el cuarto cuando descubrió a Carolina observándolo

embelesada en el vano de la puerta.

-Perdón, me quedé mirándolos. Que lindo es tu hijo Ernesto…

-¿Cómo te l amás vos? –preguntó Joaquín.

-Me l amo Carolina, soy amiga de tu papá, trabajábamos juntos

antes.
-Ah… -él volvió al juego. Ella se sentó a su lado y se puso a charlar con
naturalidad. Estaba acostumbrada a tratar con niños. En un

momento ambos rieron al unísono. Ernesto pensó: “¡Qué fácil

hubiera sido criar un hijo con Caro!”.

-Vamos, Joaco se va a quedar acá –propuso Ernesto tomándola de la

mano.

Dejaron el cuarto y Carolina lo frenó en el pasil o.

-Siento mucho no haberme interesado nunca por tu hijo. Es un nene

precioso. Te felicito Ernesto, sos un gran padre.

-Viniendo de vos lo tomo como un halago -tragó con esfuerzo,

dudaba en decir aquel o que tenía en la punta de la lengua -. Estás

hermosa Caro, la relación con ese pelotudo te sienta.

-No le digas así.

170

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿No es un pelotudo, acaso?

- Bueno, un poco pelotudo es… -el a sonrió y él también, eran

buenos a la hora de la complicidad -.No le digas “relación” como si

se tratara de romance del año. Es un amigo…

-… un amigo con derechos.

-Sí, pero amigos al fin. No categoriza como “relación”. Y aunque


parezca medio pelotudo es buen tipo.

-Si te hace bien… -Ernesto borró la sonrisa.

-¿Cómo estás vos? –Caro lo veía más delgado y con la mirada triste.

-Sobreviviendo. Hago un gran esfuerzo para aceptar que te perdí e

intento concentrarme en el laburo y en mi hijo. Decidí mudarme a

otro cuarto de la casa, es lo suficientemente grande como para no

estar obligado a dormir con Claudia. Además los fines de semana

nos vamos mucho a la propiedad que mi familia tiene en el campo.

Llevo a Joaquín, montamos los caballos, pescamos. Estoy tratando

de crear un entorno armónico en medio de un contexto hostil.

Carolina no supo qué decir. Ernesto siguió:

-Te voy a hacer una confidencia. Estoy evaluando dejar el trabajo e

irme a vivir al campo. Me genera buenos ingresos y a Joaquín le

hace bien estar allá. El pueblo es un lugar tranquilo, tiene

amiguitos…

-¿Claudia se iría con ustedes?

-No lo sé. Es probable, por el momento no puede vivir sola.

Igualmente mantendría la de la ciudad con empleada para que

cualquiera de nosotros pueda regresar cuando lo desee. Vos sabés

que Joaquín aún necesita controles médicos así que estamos


171

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

obligados a volver cada tanto. Es algo que estoy pensando, nada

más.

Carolina empalideció. No era lo mismo alejarse de Ernesto viviendo

en la misma ciudad, que saberlo a más de 100 kilómetros de

distancia. ¿Estaba perdiéndolo definitivamente?

De pronto escucharon que Lola decía: “Voy a cortar la torta porque

mis suegros se tienen que ir, pero no los estoy echando. Pueden

quedarse lo que quieran, además voy a preparar unos tragos”.

-Vamos que están por cortar la torta –tomó a Carolina del brazo y la trasladó
al living. Diego los vio entrar y no ocultó su disgusto.

Cuando el a se sentó a su lado, él le consultó casi en secreto:

-¿Todo bien?

- Sí, estaba ayudando a Ernesto con su hijo.

Diego le agarró la mano, entrelazó sus dedos a los de el a. Ernesto

entendió la señal. Fue su modo de marcar terreno, de decirle

claramente: “cuidado que está conmigo”.

Tomó distancia y se acercó a Alberto con quien se puso a charlar

animadamente.

La torta, los tres deseos, un champán… Miradas cruzadas por todos


lados. Lola se sentía mareada, como embriaga de situaciones y

emociones que la estaban superando. Algunas palabras de Juan,

algunos roces sutiles, algunas observaciones de Pablo… Todo era

confuso.

Sus suegros se marcharon, y tal como suele ocurrir cuando se van

los primeros invitados, el resto empezó a preparar lentamente su

partida. Le siguieron Ernesto y su hijo, luego Leticia y Alberto.

Pasada la una de la madrugada su cuñada se despidió y vio que

172

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Pablo quedaba como desorientado. Era evidente que había

intentado por todos los medios mantenerse lejos de la gente de la

oficina y de la Colonia, pero ya no le quedaba otra que sumarse al grupo. Por


suerte la situación no se extendió demasiado. Diego

propuso:

-Vamos a bailar, tengo un local que se l ama Morena que pasa

buena música.

-¿Pero no es para chicos jóvenes? –consultó Carolina.

-Bueno, tampoco somos tan viejos -bromeó Juan-. ¿Vamos Lisa?

-Si quieren…

-Vamos. Lola, Pablo, ¿se prenden? -arengó Diego.


-Nosotros no, gracias. Pero ustedes vayan, no hay problema –se

excusó Lola. Pablo gradeció su intervención, si hay algo que

detestaba con todo su ser eran los boliches y bailar.

-Queda mal que nos vayamos del cumpleaños para salir a bailar, no

sé, me parece que no corresponde–manifestó Carolina.

-¿Porqué? Somos personas adultas… Lola no se va ofender, ¿o sí? -

dijo Diego quien ya había tomado confianza como si fuera un amigo

de toda la vida.

-No, para nada –para animar al grupo, Lola empezó a levantar los

vasos y copas.

-Vamos entonces –propuso Diego poniéndose de pie.

Carolina dudó, pero viendo que Juan y Lisa lo imitaban, acompañó la

iniciativa.

173

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Se despidieron afectuosamente y en cuanto cerró la puerta Pablo se

escabul ó al baño y la dejó un rato sola en el living. A medida que

ordenaba, su indignación iba en crescendo. Le hubiese gustado ir a

bailar, el a adoraba bailar pero era algo a lo que había renunciado

por Pablo. Sin embargo no era eso lo que más la enojaba sino la
actitud de Juan. Había sido el primero en aprobar la idea de Diego.

Su cumpleaños había sido la excusa para escapar de la Colonia con Lisa y


pasar unos días de joda, sexo, boliche… Y el a que le había

creído con esa estupidez de “mujer con alas”. Más que alas hubiese

deseado tener fuego en los dedos para quemarle las bolas y esa

sonrisita seductora. No habían pasado más que unos minutos

cuando sonó el portero.

-¿Si?

-Soy Juan. ¿Podés bajar un momento?

Lola estaba desconcertada.

-¿Quién es? –preguntó Pablo desde el baño.

-Los chicos, voy a bajar a l evarles una cosa que se olvidaron -mintió.

Llegó al palier del edificio y se sorprendió al verlo solo. Era la

situación perfecta para decirle lo que había estado pensando

segundos antes, pero prefirió no hacerlo. Quedaría como una mujer

patética.

Abrió la puerta y consultó con mala gana:

-¿Qué pasa Juan?

-Me olvidé de darte esto –sacó una cajita con moño del bolsil o.

-¿Qué es?

-Un regalo…
174

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lo tomó y respondió con frialdad:

-Gracias. Mejor va a ser que te apures porque Lisa y el resto te

deben estar esperando.

-Que esperen.

-¿Necesitás algo más? -Lola intentaba poner distancia.

-Que lo abras –la miraba con esa intensidad.

Ella obedeció. Rompió el papel, abrió la caja y lo vio: un colgante

con el dije de una libélula.

-¿Acerté?

-Está lindo, gracias.

-Digo si acerté, si las alas de tu hombro pertenecen a una libélula…

Es algo que me obsesiona desde que te vi. Le pregunté a tu

hermana incluso, pero no me quiso decir. Me dijo que debía

averiguarlo yo.

Lola bajó la vista, el cuerpo le temblaba, más que el tatuaje de una libélula
tenía la sensación de que mil libélulas revoloteaban en su

piel. Estaba estremecida.

-Acertaste, es una libélula –Se puso de espaldas, y bajó el único

hombro que tenía cubierto para que él lo viera. El tatuaje era una
obra de arte, con colores y pequeños detalles en las alas del insecto.

Se quedó unos segundos observándolo y de paso la miró de atrás.

Tan armónica, tan bel a, tan tentadora. Ese culo redondo y fornido

eran una perdición.

Juan sabía que estaba pisando un terreno delicado. Era como

pasearse en un volcán. Algo estaba erupcionando en lo más hondo

175

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

de su ser y la lava hirviendo sería difícil de esquivar. Se arrimó unos pasos y


le susurró en el oído:

-No vuelvas jamás a mostrarme así tu hombro y tu espalda, porque

no voy a responder de mí. Feliz cumpleaños.

Se alejó, y el a se quedó temblando. Una libélula colgando en su

mano, una libélula tatuada en la piel. Rodeada de alas, ardiente en

un punto inhallable de su cuerpo.

Capítulo 25

Habitualmente a Leticia no le gustaban los fines de semana. Visitar a la


familia, ir al campo, hacer alguna salida ocasional con Alberto o quedarse en
casa a ver series o películas en casa no siempre eran

planes que disfrutaba. Si le daban a elegir prefería la rutina de los días


hábiles. Sin embargo ese fin de semana era especial. Sus hijos

estaban de visita. Rara vez lograban acordar que los tres viajaran al mismo
tiempo, pero en esta oportunidad habían coincidido.

De pronto la casa estaba l ena de risas, voces y una que otra pelea.

Eso era lo que extrañaba durante la ausencia de los chicos: la

sensación de que esas paredes resguardaban una familia numerosa.

El sábado a la mañana armaron gran desayuno y charlaron de todo

un poco. Facultad, vacaciones, cómo se preparaban para algunos

exámenes de julio. Alberto también les contó de los planes que

tenían en la empresa para abrir una sucursal en San Pablo.

-¿Por qué no se van juntos? Papá trabaja y vos de paso conocés un

poco. Te va a hacer bien má.

176

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Magui quería empujarla a cambiar de aire. Cuando sus hermanos se

fueron, el a se quedó a su lado y presenció de manera cercana el

apagón de Leticia. Aunque nunca lo dijo, sufrió y mucho al percibir

esa tristeza tan imperceptible que se fue colando en la vida de esa

mujer que -en su infancia- había sido de un vigor avasallante. Más

de una vez culpó a sus hermanos por ese cambio. Pero cuando le

tocó el turno de dejar el hogar, comprendió que era Leticia quien

debía aceptar que a el os les había tocado el tiempo de volar. Su


madre tenía que encontrar la forma de adaptarse a esa nueva vida,

tal vez el viaje a Brasil fuera una buena opción. Por eso insistía.

-Ni loca, ya saben que me gusta poco y nada andar fuera de casa.

Además estaría muy lejos de ustedes.

- Mamá, somos grandes -le remarcó Magui.

-¿Y? Yo hasta el día de hoy necesito de mis viejos. Que tu padre

vaya si es necesario, pero yo me quedo acá.

Cristian aprovechó el tema para comentar:

-Estoy tramitando en la universidad un viaje a Londres, iría como

becario unos tres meses. Hay muchos aspirantes pero me anoté

igual… Tengo que pasar varios exámenes.

Se impuso el silencio. Leticia no pudo ocultar la turbación de su

rostro. Fue Alberto quien tomó la palabra:

-Me parece bien hijo, seguramente va a ser una buena experiencia.

-Pero Londres es lejísimo… Además vas a perder algo del cursado en

la facu… -agregó Leticia cuando logró salir de su estupor.

177

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No mamá, no voy a perder nada. Mes más o menos no cambia

demasiado, en cambio ir a una universidad en Londres puede ser


muy bueno para mí –Cristian era de los que se enojaban con

facilidad y ya lo estaba demostrando.

-¿Ustedes lo sabían? –preguntó Leticia a sus otros dos hijos.

Ambos asintieron.

-Ah… que bien. Y ni una palabra me dijeron.

- Te lo tenía que decir él má, no nosotros -se excusó Gabriel.

- ¿Por qué no me lo dijiste antes Cristian?

-No te lo iba a decir por mail ni por teléfono, preferí que lo

habláramos personalmente. No es para tanto mamá, son tres

meses: me iría a mediados de diciembre y volvería a mediados de

marzo. Ni clases perdería, solo fechas de exámenes…

-¿Vas a pasar las fiestas allá solo?

-¡Basta Leticia, es un chico grande! Cuando tenían 18 se fueron

estos dos con unos amigos a pasar el Año Nuevo en Brasil y no

hiciste este drama.

-Se fue con el hermano y amigos, no solo.

-Pero se fue a chupar, a boludear y a gastar nuestro dinero en joda…

Acá al menos se va a hacer algo útil.

-Vos también lo sabías –sentenció Leticia. Conocía a Alberto como la palma


de su mano.

Volvió el silencio. Se miraban uno a otro sin decir nada. Finalmente Leticia
decidió romper el hielo:

178

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Está bien, si es bueno para vos andá. Pero quiero todos los detalles del lugar
a dónde vas.

Cristian se levantó y abrazó a su madre lisonjero.

-Y ni se te ocurra engancharte con una inglesa, porque si te quedás

allá por una mina tu mamá cruza el océano nadando, mata a esa

chica y te trae de los pelos –ante la ocurrencia de Alberto todos

lanzaron una carcajada.

-Él no se va a enganchar con ninguna inglesa porque todas son feas

–expresó Leticia.

-Para tu mamá cualquier chica que se acerque a alguno de ustedes

va a ser fea… Pueden caer con una Miss Universo y seguramente le

va a encontrar algún defecto–agregó Alberto.

La charla se desvió a las malas caras que Leticia les había hecho a

varias de las ex novias de sus hijos. Ella se defendía diciendo que no era
verdad lo que decían, pero las anécdotas se acumulaban una a

una.

El resto del día fue transcurriendo entre comidas y actividades de

rigor. Habitualmente cuando sus hijos venían de visitas el lavarropas no


paraba, traían alto de prendas para arreglar y Leticia solía

l evarlos de compra porque siempre tenía la sensación de que les

faltaba algo: una campera, un sweter, una remera, zapatil as…

Para cerrar el día habían organizado una cena familiar, pasada la

medianoche los chicos ya tenían programas con sus amigos.

Leticia fue quien se encargó de la reserva. Buscó un sitio nuevo del que todos
hablaban maravil as. Ella estaba aún arreglándose en el

baño. Alberto, en cambio, estaba listo, mirando de reojo un partido

de la liga europea. Para ir ganando tiempo consultó:

179

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Cuál es la dirección del restó?

-Ay… no me acuerdo bien… Fijate en la compu que está prendida,

está abierto mi Face, poné La Toscana y te va a l evar a la fan page, ahí está
la dirección.

Alberto se metió en la compu, ahí estaba el Face de su mujer y

empezó a escribir La Toscana. El chat se activó. Jamás se le ocurriría revisar


mensajes, correos, celulares, pero la tentación fue más

fuerte. Leyó el nombre y sintió como si le cayera un baldazo de agua fría.

Había tres o cuatro mensajes de distintos días y sin respuestas que

decían:
“Hola, ¿estás ahí?”

“Hola… ¿pasa algo que no me respondés?”

“Hola… ¿es que acaso no te gustaron las fotos?”

El último simplemente decía: “hola…”.

¿Fotos? Subió el cursor para ver a qué se refería y las vio. Eran fotos de el os,
de Leticia con su cabel o rojizo, sus ojos desafiantes y su boca sonriente.

Las imágenes fueron un golpe bajo, pero las palabras finales con las que
cerraban ese intercambio representaron para Alberto un golpe

letal.

“La seguimos en otro momento Miguel. Mil disculpas, está l egando

mi familia”. Alberto intuía que quien l egaba en realidad era solo él.

Imaginar a Leticia nerviosa, cerrando la computadora como quien

está haciendo trampas, le dolió.

180

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

“Disfruté de este momento”. Podía recordar la voz de ese idiota,

siempre haciéndose el galán. Más aún, tenía la certeza de que solo

hacía eso para lastimarlo a él, porque se había quedado con Leticia, porque se
la había ganado a buena ley, siendo un tipo honesto,

sensible, luchador… Ese Miguel siempre había sido un boludo, y

seguramente lo seguía siendo.


“Yo también, ha sido uno de los mejores de este año”. ¿Eso había

respondido Leticia? No era un tipo de l orar, pero la garganta se le cerró. No


sabía si de tristeza o de odio. La trataba como una reina, siempre se esforzaba
por hacerla sentir bonita, valiente, genial…. La l enaba de obsequios, le decía
cosas lindas, trataba de acompañarla

en cada uno de sus deseos y sin embargo ¿ese intercambio vacío, de

fotos viejas eran uno de “los mejores momentos de este año”? Odió

a Miguel, odió a Leticia y se odió a sí mismo…

-¿Lo encontraste?

Cerró el chat, buscó La Toscana y se fijó en la dirección.

-Sí, ya la tengo -respondió como un autómata, sin salir de su

estupor.

-¿Qué tal estoy? –Leticia se pavoneó con un vestido negro.

-Bien –respondió con sequedad -.Te espero abajo, los chicos deben

estar listos ya.

-¿Te pasa algo?

-No. Apuremos, que vamos a perder la reserva.

El resto del fin de semana fue raro. Alberto se mostraba de buen

humor con sus hijos, pero en cuanto se quedaba solo con Leticia no

podía ocultar su malestar. Ella le preguntó varias veces si le ocurría 181

CUANDO DEJÉ DE AMARTE


algo, pero ante su negativa prefirió no insistir. Tal vez eran

preocupaciones laborales.

Ese lunes feriado, a las 4 de la tarde, era la hora prevista para la partida. El
colectivo fue puntual. A las 4.10 estaba arrancando.

Leticia y Alberto despedían a sus hijos con las manos en altos.

Sonreían con un dejo de nostalgia. Hablaban tras el vidrio sin

escucharse, leyéndose los labios, con gestos… Finalmente

desaparecieron al doblar la esquina, y ambos se quedaron con los

ojos perdidos en la nada. Silenciosos, vacíos.

Al subir al auto, Leticia propuso:

-¿Vamos al shopping a tomar un cafecito? –habitualmente hacían

eso, no regresaban directamente a la casa. Un café, ver vidrieras y

caminar un rato en medio de la gente era un buen programa para

no dejarse consumir por la añoranza.

-No, tengo ir a casa a hacer unas cosas.

Alberto fue cortante y Leticia supo que algo no andaba bien.

Leticia pasó la tarde entre la lectura de un libro y Netflix. Él en

cambio, se había encerrado en el estudio con el pretexto de

trabajar. Lo escuchó hablar varias veces por teléfono.

Cerca de las 20.30 entró al cuarto con una valija mediana.

-¿Y eso? –Leticia se levantó de un salto.


- Tengo vuelo mañana a las 9 para San Pablo, me voy.

-¿Te vas? ¿Pasó algo? Digo para que tengas que viajar así de

urgencia.

-¿De urgencia? Hace más de dos meses que te estoy diciendo que

tengo que ir para allá, si no estuvieras todo el tiempo en Face,

182

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

viendo series en Netflix o encerrada en tu mundo tal vez me habrías

escuchado.

-Te escuché y lo hablamos. Te dije que yo no quería irme y me

dijiste que ibas a contratar a alguien para que hiciera ese trabajo.

De hecho, la semana pasada te estuviste reuniendo con gente para

eso… Sí te escucho.

-Bueno, nadie va a hacer ese trabajo mejor que yo así que me voy.

- ¿Qué pasa Alberto? ¿Vos me estás dejando? –Leticia lo encaró con

firmeza. Siempre había sido una mujer de carácter, frontal. Alberto

dudó, pero finalmente asintió:

-Sí, te estoy dejando por un tiempo hasta que se te aclaren las

ideas.

-¿A mí? – sonrió sarcástica -.Evidentemente sos vos a quien se le


tienen que aclarar las ideas. ¿Me vas a decir esas huevadas que

dicen los tipos que se meten con otra mina? ¿“Estoy confundido”,

“tengo que pensar” y “bla bla bla” –Leticia ya levantaba la voz y

Alberto no se quedó atrás.

-No, no te voy a decir esas huevadas, te voy a decir otras que

escriben las mujeres insatisfechas por Face: “esto es lo mejor que

me pasó en este año”. ¿Te suena?

Leticia empalideció y quedó petrificada unos segundos. Alberto la

observó desafiante a la espera de una explicación.

-Nada es lo que parece -dijo en un tono casi inaudible.

-Soy un tipo de 50 años, ¿de verdad creés que diciendo esa frase

salida de una película de mierda yo voy a creerte?

-¿Creerme qué? Hablás como si te hubiera engañado.

183

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿No? ¿No es engaño? Te construí un castil o, una vida de reina, te

amo con locura… He tenido mil oportunidades de engañarte y jamás

lo hice. Y no porque me faltaran ganas, sino porque además de

quererte te respeto. ¿Y vos qué hacés? Le escribís a un pelotudo,

porque ese tipo siempre fue un pelotudo, que un intercambio de


fotos del año del pedo son lo mejor que te pasó en los últimos

tiempos…¡Dejame de joder!

-Yo no estaba bien en ese momento Alberto, pero no significó nada,

de verdad.

-Estabas mal y recurriste a él en vez de recurrir a mí. Por favor

Leticia… -no sabía si hacer o no esa pregunta, pero el momento para

hacerla era ése-. ¿Te viste con él?

-¡No! No vive en el país, y si hubiera vivido en la casa del frente

tampoco habría ido a juntarme con él.

-No lo sé. Discúlpame pero me reservo el derecho de dudar.

-Perdóname, tenés razón –intentó abrazarlo pero él se desprendió

de sus manos y siguió guardando su ropa.

Los movimientos enérgicos de Alberto, y la parálisis de Leticia

contrastaban. Finalmente él frenó lo que estaba haciendo y más

calmo le dijo:

-No quiero pelear Leticia. ¿Sabés que creo? Que vos no me amás

más, por eso estás triste, apagada, por eso no querés ir conmigo a

ningún lado. Eso es lo que en realidad me duele, mucho más que lo

del chat y el idiota ése.

Leticia empezó a l orar. Hacía mucho que no l oraba, no por amor,


no por Alberto al menos. Pero allí estaba, sintiendo que todo se

desmoronaba.

184

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No es verdad, yo soy la que estoy mal.

-Estás mal porque no te complemento, no te satisfago, no te l eno.

Hemos atravesado varias crisis, ¿pero sabés qué? Yo siempre supe

algo: te amo y te admiro.

- Alberto… -el a le rodeó el cuel o, pero él volvió a desprenderse.

Con menos ímpetu pero con igual firmeza. Leticia lo conocía, no iba

a cambiar de opinión.

- Distanciarnos va a ser lo mejor, por ahora son tres semanas nomás

como mucho cuatro. Después a mi regreso, hablamos y vemos

cómo seguimos.

-Yo sé cómo quiero seguir.

-No Leti, vos sos impulsiva, no pensás con claridad. Decís eso para

que no me vaya, para no quedarte sola, pero yo no quiero ser una

compañía en tu vida, quiero ser más que eso.

-Lo sos, sos mi pareja, el padre de mis hijos…

-Y alguien con quien no estás feliz. ¿Crees que no me duele sentir


que las únicas veces que estás bien y contenta es cuando vienen los

chicos a casa? Yo también sufro Leticia, he tolerado tu indiferencia, tu


malestar, tu enojo, tu ostracismo, tu falta de ganas a la hora de tener sexo.
¿Crees que no me doy cuenta? Hay cosas que le hacen

mal a mi dignidad de hombre así que necesito alejarme y pensar.

Ella se sentó en la cama, se cubrió con las manos los ojos y sol ozó.

Luego decidió que era el momento de sincerarse:

-Beto… Miguel fue, es y será siempre un imbécil. Pero cuando puso

las fotos me pasaron cosas, no por él sino por mí. Me vi sonriente,

valiente, rebelde…

185

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Eras así –Alberto la miró con un dejo de tristeza.

-En ese momento empecé a preguntarme qué me había pasado.

Después fui a ver las fotos nuestras y descubrí que en esas era más

valiente, más feliz, más rebelde…. ¿Y sabés de qué me di cuenta? De

que tal vez yo no era tan así sino que tu mirada me había hecho así.

Yo lo único que quería es que vos sintieras orgul o de mí… -volvió a bajar el
rostro para l orar en silencio.

Él también se conmovió.

-¿Qué nos pasó entonces? –preguntó como quien se pregunta a sí


mismo.

-No sé.

-Tenemos que descubrirlo… -le tomó las manos con devoción -. La

distancia nos va a hacer bien, todo sigue igual. A los chicos no les digamos
nada. Vos organizá para ir en las vacaciones de julio a

verlos… y después….

-¿No tengo chances de que cambies de opinión?

-No, yo no vacilo Leticia. Si pierdo, pierdo. Los dos podemos perder, pero
también podemos ganar, ¿o, no?

Ella lo dejó solo en el cuarto y se encerró en la cocina. Se armó un té y se


quedó mirando por la ventana, l orando, pensando, vacilando.

Casi a las 22, Alberto bajó.

-Te preparo algo para cenar –propuso el a.

-No, me voy ahora, prefiero quedarme en un hotel y salir mañana

temprano.

186

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No querés ni siquiera dormir conmigo –Leticia sonó entre dolida y

molesta.

-La verdad… no. Estoy enojado, me siento engañado y por más que

quiera ser racional no puedo.


La abrazó con vehemencia. Se quedaron así un rato. Ella no pudo

evitar las lágrimas. Él, aunque tenía los ojos rojos, se mantuvo

estoico.

-Cualquier cosa me l amás, en cuanto me establezca allá te aviso.

Cuidate Leti.

-Cuidate Beto…. ¡No te vayas! –le volvió a rogar.

-Tengo que hacerlo Leti. Por favor.

-Por eso fracasamos, porque durante mucho tiempo yo me quedé

l orando cuando traspasaste esa puerta, y vos “como tenías que

hacerlo” nunca claudicaste, nunca cambiaste tus planes.

-Puede ser… Pero jamás le diría a otra mujer que fue lo mejor que

me pasó en el año teniéndote a vos al lado…

- Una pelotudez puede desencadenar un desastre.

-Sí, la historia ha dado sobradas muestras de eso.

Ella intentó besarlo, pero él corrió el rostro, le estampó un beso en la mejil a


y se fue sin agregar nada más.

Leticia se dejó caer en el sil ón. Pasó así un rato. Era casi la

medianoche cuando regresó al cuarto. No tenía hambre, y

seguramente no podría dormir si no tomaba alguna pastil a.

De pronto supo que Alberto era quien l enaba de vida la casa. Él era quien
abarrotaba los rincones de proyectos, quien arrancaba las
187

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

risas de las paredes, quien sostenía sus vidas y sus sueños. Él era

quien la hacía sentir una mujer deseada, cuidada, amada… Si

hubiera borrado esos mensajes a tiempo. Bah… era lo mismo, las

cosas no desaparecían porque se borraran. En algún lugar quedaban

guardadas.

Abrió el Face, vio los mensajes de Miguel. Esos cuatro “holas”

repetitivos. Alberto no había revisado nada, viendo la fecha y

horario del último mensaje era evidente que justo el chat se había

activado mientras él buscaba la dirección del restó. ¡Que estúpida

que había sido!

Debía empezar a ordenar de a poco ese descalabro, finalmente

escribió a Miguel.

“Perdón Miguel, pero he decidido borrar de mis contactos a todas

las personas que no forman parte de mi núcleo familiar e íntimo.

Espero que no lo tomes a mal, te deseo lo mejor…”

Tuvo la tentación de escribirle que le daba pena que siguiera siendo tan
inestable, que hubiera acumulado tantas esposas e hijos y que

no pudiera amar lo suficientemente a una, pero no tenía sentido

hacer eso. Pese al dolor estaba feliz: Alberto le había dicho que la amaba, que
la admiraba, que no había tenido otras mujeres…

Ni siquiera con una pastil a pudo conciliar el sueño. Era la

madrugada cuando se durmió.

La sobresaltó el despertador. Nunca se había sentido tan feliz de

tener que ir a trabajar. Eso le ayudaría a sobrel evar ese día nefasto.

Antes de entrar a la oficina recibió un mensaje:

“Ya estoy en el aeropuerto a punto de embarcar. Cuidate”.

188

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

“Buen viaje…. Sé que no me crees, pero te amo. A mi manera, que

seguramente no es convincente, pero te amo”.

Alberto no respondió.

Capítulo 26

Ese lunes fue interminable. Recién a media tarde Alberto le

confirmó que ya estaba instalado en el hotel. Le pasó los datos del

lugar, el teléfono, y aunque el a intentó volver sobre el tema que los había
distanciado, él la frenó con un cortante: “no es el momento

ahora. Para no hacer de esto un mundo, les digamos a todos que

tuve que viajar de urgencia y que voy a estar unas semanas afuera”.

Ese discurso la tranquilizó. A medida que lo repetía a los conocidos y lo


comentaba con sus hijos por Whatsapp, iba creyéndose esa
mentira. A la única que le contaría la verdad sería a Caro, de hecho la noche
anterior había intentado hablarle varias veces pero el

celular la pasaba directamente a contestador.

Cerca de las 20.30 se preparó una ensalada y cuando estaba a punto

de abrir un vino, recordó que sin Alberto no tenía con quien

compartirlo. No había nada más triste que una copa de vino

solitaria. Se decidió por el agua y tuvo la certeza de que esa falta de sabor de
la cena era un presagio de la vida que le esperaba sino

hacía algo para recuperar a su esposo.

Volvió a l amar a Caro, pero nuevamente saltó el contestador.

***

189

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Carolina no respondía a las l amadas de Leticia simplemente porque

esa noche estaba en el departamento de Diego y había apagado el

teléfono para que nadie la molestara. Venía de un día agotador, por

eso cuando él la l amó y le propuso cenar en su casa no lo dudó.

Era el típico piso de soltero, un loft gigante, con grandes ventanales, moderno
y l eno de detalles que mostraban a las claras los gustos e

intereses de Diego. Una bicicleta, pesas, su batería, una guitarra

eléctrica, cuadros psicodélicos, espacios ambientados con dicroicas, sil ones


coloridos, almohadones en el piso. Seguramente las mujeres
desfilaban asiduamente por allí.

-¿Y dónde duerme tu hija cuando viene? –consultó Caro.

-En el entrepiso. Ese es mi cuarto, pero como es grande le armo un

sitio con sus cosas y yo me instalo en el living.

-No viene seguido, ¿no? –Caro preguntaba mientras recorría el

lugar, observando todo con atención.

-No. Ahora en julio me la quería traer algunos días, pero Sofía

siempre tiene algún pretexto.

-¿Y cómo hacés cuando viene Manuela? Me imagino que no la

l evarás a Martirio o al boliche.

-Esos días no voy a los locales, como mucho paso un rato temprano

para ver que todo marche bien. Son los beneficios de ser el dueño –

Diego seguía enfrascado en la cocina -.En un ratito estamos.

-¿En qué te ayudo? –dijo Caro quien estaba concentrada mirando la

foto de Manuela.

-La mesa está puesta… Ah, sacá si querés algo para tomar.

- ¡Que hermosa es Manuela!

190

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Sí, es un cascabel. Le gusta cantar y lo hace muy bien.


-No sé si estás hablando como padre o como productor -bromeó

Caro.

Al cabo de unos minutos estaban degustando un chopsuey y un

buen vino. Hablaron de muchas cosas en medio de caricias,

comentarios fogosos, roces sugerentes…

- ¿Tocamos algo? -propuso Diego para anular la tensión sexual del

ambiente.

- Hace años que no toco la guitarra. Incluso a la mía ni siquiera la tengo en el


departamento. Quedó en la casa del pueblo.

- ¡Vergonzoso para una chica Orson Wel es! Yo toco y los dos

cantamos, ¿dale?

Diego era un músico multifacético, tocaba la guitarra, la batería y

más de una vez se le había animado al bajo. Sin embargo, siempre la

que había cantado era Caro.

Se sentaron en el sil ón, y de un armario él sacó una segunda

guitarra. Una electroacústica pintada con colores. Iniciaron a dúo un recorrido


por el rock nacional.

Una decena de canciones despertaron los recuerdos. Cada estribil o

escondía una mirada cómplice, algo de aquel pasado que los había

unido. De pronto, el deseo de aquel os tiempos resucitó en esas

pieles que, pese a los años, seguían latiendo bajo los mismos
acordes.

“Sentiste alguna vez lo que es tener el corazón roto. Sentiste a los asuntos
pendientes volver…”, empezó a entonar Diego. Caro no

pudo seguirlo, bajó la vista y sonrió. Él se desprendió de la guitarra y siguió


tarareando el tema mientras rozaba con ternura sus labios.

191

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

“No me castigues con tus crímenes perfectos”… Se fueron las risas,

se acallaron los acordes y en pocos minutos estaban desnudos

sobre unos almohadones. Esta vez, Diego sacó a relucir sus dotes de

buen amante. Se tomó su tiempo para horadar cada rincón de Caro.

Su lengua dibujó círculos sobre sus pechos y pezones, luego acarició su


cintura, jugueteó en su vientre. Se adueñó de su intimidad

mordiendo, lamiendo, tocando. Pese a que la respiración de el a

sonaba excitada y excitante, no la penetró. La invitó a probar

diversas posiciones de placer, fue un juego ardiente donde ninguna

acción era azarosa. Todo estaba calculado. Carolina intuyó que,

además de calculadas, esas maniobras amatorias estaban probadas.

Y funcionaban, al menos con el a, que estaba en el precipicio de un

placer extremo. Cuando Diego embistió sobre su cuerpo, el

precipicio se transformó en un abismo y en un orgasmo intenso que


se multiplicaba en cada movimiento. La experiencia la dejó al borde

del paroxismo. Ella que siempre se mostraba como una mujer fuerte

y segura cada vez que acababa un encuentro sexual, ahora estaba

allí, rendida, agotada, sin fuerzas. Él, en cambio, la observaba con deseo
mientras le corría el cabel o del rostro. Había algo dominante en ese gesto,
algo que a Caro no le terminaba de convencer, pero

tenía que admitir que habían tenido sexo del bueno.

-Tengo unos bombones exquisitos de postre –propuso Diego quien

se levantó sin ponerse ni siquiera un calzoncil o. Así, totalmente

desnudo, se fue hasta el armario donde sacó una caja roja y

bril ante, tan erótica como todo lo que rodeaba la escena. Se tiró a su lado y
propuso:

-Hagamos un juego. Yo saco, digo que tiene adentro y si acierto

puedo besarte a donde quiera.

-¿Y si no? –Carolina lo miraba desafiante.

192

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Vos podés hacer lo que quieras?

El juego fue un robo. Él acertó todo y el a nada. Así, terminó con

mordiscones y besos en cada centímetro de su piel. Era divertido y

altamente erótico, pero Caro no era de las mujeres a las que le


gustaba el papel de presa débil que se dejaba cercar por su

predador. Como buena mujer independiente le disgustaba un poco

ese despliegue de “macho” del que hacía gala Diego.

Se puso de pie, buscó su ropa interior y con cierto cinismo consultó:

-Es evidente que si conocés todos los gustos es porque ya has

repetido esta treta hasta el hartazgo con cuanta chica inocente ha

caído en tus redes. Te aclaro dos cosas Diego: en primer lugar de

aquel a chica inocente que conociste ya no queda mucho y por otra

parte aunque hemos compartido una cogida genial no soy tan

estúpida como para dejarme engatusar. Te aviso para que no te

ilusiones ni fanfarronees.

-Es difícil engañarte Caro –rio con su aire seductor y no tuvo más

remedio que empezar a cambiarse también -. Por eso me gustaste

siempre, por eso no pude olvidarte. Porque no sos fácil de engañar,

porque me obligás a cambiar el juego, porque me quedo sin armas

de seducción y tengo que buscar otras herramientas para

conquistarte. Porque sos una de las pocas personas con las que

puedo ser yo mismo.

Para Caro esas palabras fueron sinceras, pero no agregó nada al

respecto.
-Soy mucho más que este bulo l eno de artilugios para l evar a una

mujer a la cama.

-Lo sé. Igualmente yo no tengo nada que reprocharte, sos libre para

hacer lo que quieras. No tenés que justificarte conmigo. Un polvo

193

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

no nos compromete –ya cambiada Caro se acercó a la mesa

dispuesta a tomar una copa de vino.

-Y si quisiera el compromiso… Digo, si quisiera que realmente te

molestara que trajera a otras minas acá. Y si quisiera que lo

intentáramos…. Alguna vez fuimos algo -propuso él dubitativo.

-“Alguna vez”… pasó hace siglos.

-Pero somos los mismos. Hace un rato, cantando, riéndonos…

Funcionamos mejor que antes. Tal vez lo que necesitábamos era

vivir todo lo que vivimos para encontrarnos ahora, siendo éstos. Los mismos
pero diferentes.

- No entiendo… ¿me estás proponiendo un… noviazgo?

-Noviazgo suena a una palabra ya desactualizada para nosotros… Te

estoy proponiendo una relación, que lo intentemos… Tal vez

funcione.

-Es muy buena tu “oferta” –marcó las comil as de oferta con sus
dedos.

-No es una “oferta” es una declaración… ¿A dónde enterraste el

romanticismo? –retrucó él.

-Es muy buena “declaración”, pero yo hablé con vos hace algunas

semanas y te expliqué cuál era mi proyecto personal. Quiero algo de

verdad.

-Esto puede ser de verdad.

-Diego: quiero un hijo –Carolina fue vehemente al decir eso.

Él se mantuvo callado un rato. Finalmente, tomándola de las manos

le dijo:

194

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Caro, yo no soy un buen padre. Veo a mi hija cuatro veces al año

como mucho, la hago dormir en un “bulo”, la l amo cada dos o tres

días y le mando algo de dinero cada mes… Sé que no acredito para

el modelo de padre que vos esperás. Pero… -dudó un rato, luego

prosiguió -… estoy dispuesto a ayudarte en esto. Puedo ser el padre

de ese bebé.

-No sé Diego, es todo tan raro… Nos vemos, tenemos sexo y… ya

padre.
- ¿Por qué no? También te aclaro que no tengo pensado traerte acá,

ni que vivamos juntos, ni que nos saquemos esa foto de familia feliz que posa
en la playa… –viendo que el a aún dudaba, Diego expresó

con resolución -. Caro, vos estás buscando tener un bebé, más allá

de un marido perfecto y bueno que te mantenga. Un banco de

esperma es caro y para acostarte con cualquiera es preferible que lo hagas


conmigo. Nos conocemos, nos queremos, nos gustamos y

además…. congeniamos en la cama, ¿o no? –a eso último

guiñándole el ojo.

-Sí… pero… no sé… –Carolina seguía indecisa -. Vamos a hacer algo:

acepto que seas el padre de mi hijo, acepto que tengamos algo…

bueno que tengamos una relación, pero vamos despacio. Si esto se

transforma en un problema o alguno de los dos no quiere continuar,

todo sigue igual sin reproches ni nada por el estilo.

-Me gusta…

-Otra cosa: si yo quedo embarazada y vos no querés hacerte cargo

está todo bien. Ni siquiera pretendo que me pases dinero ni nada

por el estilo.

-Está bien, pero no va a ser así.

195

CUANDO DEJÉ DE AMARTE


Carolina estiró la mano como sel ando un acuerdo y Diego le

respondió con un abrazo efusivo.

-Va a ser una linda locura.

-Esperemos… –el a esbozó una sonrisa.

-Ahora yo pongo mis condiciones…. –adelantó Diego. -Si el día de

mañana concretás tu relación con el imbécil ese de Ernesto quiero

que me permitas seguir visitando a mi hijo.

A Carolina el nombre de Ernesto la ensombreció. Diego era

atractivo, divertido, excelente amante, pero Ernesto no dejaba de

habitar su corazón. ¿Cómo reaccionaría si se enteraba de que

estaba iniciando con Diego una relación?

-Está bien –aceptó.

-Deberíamos empezar… -hubo picardía en esa propuesta.

-¿A qué?

-A buscar.

-No seas tonto Diego, más de una relación por noche no potencia

las probabilidades.

-Siempre hacer más potencia las probabilidades.

-La calidad del esperma es importante.

-¿Qué querés decir con eso?


-Nada… -Caro sonrió y finalmente le aclaró -.Vamos por el balotaje

que quedó inconcluso aquel a vez, pero te adelanto que si seguís

usando preservativos no voy a quedar embarazada nunca –expresó

indicando los residuos del encuentro anterior.

196

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Ves, por eso hay que repetir –propuso él.

-De todas maneras, ni siquiera estoy ovulando.

-Entonces hay que practicar lo suficiente para cuando l egue el

momento.

- Estás dispuesto a ganar esta contienda.

-Sí –la abrazó, la besó con fuerza y la l evó hasta el sil ón para volver a
hacerle el amor.

Capítulo 27

Dudó en colgarse la cadena con el dije de libélula. Lo había usado

algunos días atrás con Pablo. Él no era detallista, así que ni siquiera preguntó
de dónde había sacado el accesorio. Ella igualmente había

decidido que en caso de que le consultara diría que se lo había

comprado a una compañera de trabajo. Era un objeto que portaba

cierta intimidad y a Pablo no le gustaría saber que se lo había

regalado Juan. Volvió a mirarse al espejo y esas aletas rozándole los pechos
le parecieron demasiado osadas. Finalmente se lo quitó, no

lo l evaría a la Colonia. Era una forma también de evitar las indirectas y


avances de Juan. La situación se le estaba yendo de las manos. Desde su
cumpleaños había soñado varias veces con él. El

inconsciente tenía esas cosas, lo grave es que más de una vez,

mientras intentaba conciliar el sueño, también había fantaseado

con Juan, y eso era algo absolutamente consciente. Se justificaba

diciéndose para sí que el desarraigo y la soledad eran un terreno

fértil para esas cosas.

197

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Por suerte el a había logrado que le dieran unos días de vacaciones

en julio, por lo que el viaje a su casa y el reencuentro con la familia ayudarían


a tomar cierta distancia de esas sensaciones

perturbadoras.

Llegó a la Colonia más temprano. En el dispensario de Jacinta había mucha


gente. Mariana era la única que estaba atendiendo. Tras

terminar con una madre y sus tres niños –todos tosiendo y l enos de

mocos- la invitó a pasar y sin siquiera tomar asiento le propuso:

-Lola hoy es un día infernal. Juan no pudo venir a trabajar porque

está con fiebre. Decidimos que vos fueras a su casa y completes las

planil as con él, así yo no corto acá con la atención. ¿Te parece?
-Sí, claro –a Lola no le quedaba mucho margen para responder-. Es a

unas pocas cuadras, decile a Oscar que es al lado de la despensa de

doña Nel y, él se ubica. La casa de Juan es una blanca, con árboles…

-No te hagas drama Mariana, seguramente Oscar se ubica.

-¿No tenés miedo a los contagios, no? Digo, porque me parece que

ese chico está con gripe.

-No, jamás me contagié de nada.

Salió y Oscar la l evó con precisión hasta la puerta de la casa de

Juan.

-Lola, yo me voy a ir a la estación de servicio de la ruta para poner agua al


auto y revisar las l antas. Avisame cuando estés lista.

-Perfecto, yo te l amo o te mando un mensaje.

La casa no tenía timbre sino una campana de hierro. La hizo sonar

varias veces, hasta que la atendió un muchacho muy parecido Juan,

198

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

solo que con el cabel o bien recortado, sin barba y con un look sport
claramente citadino.

-Hola –saludó con una sonrisa.

-Hola, busco a Juan. ¿Esta es la casa, no?

-Sí, claro. Pasá. Soy Martín, el hermano mayor.


-Ah… -Lola se acercó a darle un beso -.Yo soy Lola, hago

relevamientos para el área de Desarrol o Social y necesito hablar

con Juan.

-Sentáte, se fue a acostar porque le había subido bastante la fiebre.

Ya lo busco.

Martín se fue por el pasil o. Lola se concentró en la casa. No tenía lujos, ni


detalles. Ordenada, con los elementos justos y necesarios y no mucho más. Se
acercó a los portarretratos y vio a Juan con su

hermano en la nieve, con su madre –supuso que era su madre- en el

mar, toda la familia durante su egreso… También había un cuadro

con una especie de col age que mostraba diversas facetas y etapas

de su vida. Lola intuía que era una persona aventurera, a la que le

gustaba viajar. De hecho lo sorprendió verlo montado en un

elefante, en un camel o, en medio de paisajes exóticos. La Colonia había sido


su escape. De eso Lola ya no tenía dudas. De otra forma,

jamás un hombre como él se podría haber adaptado a un sitio así.

Seguía observando con atención las fotos, cuando lo sintió avanzar

detrás de el a.

-Hola, no me acerco a saludarte porque estoy afiebrado…

-Que tontería –Lola fue quien tomó la iniciativa y le estampó un

beso -.Estás hirviendo, ¿te tomaste la fiebre?


199

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No, sé que tengo y mucha. Ya tomé algo para bajarla, en un rato va

a empezar a hacer efecto.

-Estos médicos… -manifestó con humor.

Su hermano salió por detrás, con la intención de prepararles algo.

-¿Tomás café?

-Sí gracias.

- ¿Vos Juanse?

-Preferiría unos mates pero no voy a estar desparramando peste

por todos lados. Prepará otro cafecito para mí –viendo que Lola

sacaba los papeles, comentó. - No sé cómo lo lograste, pero te

cuento que nos autorizaron la mayoría de los estudios de alta

complejidad. Esa es la buena. La mala es que estamos con pocos

recursos, saturados de gente…. Queremos pedir un profesional más

por lo menos.

- Pueden armar una nota y yo la hago l egar a mi jefe o ante quien

corresponda.

- Terminada las campañas electorales se terminaron las promesas y

los fondos. En febrero dijimos que el presupuesto era poco, dijeron


que en la segunda mitad del año lanzarían algunos programas para

colaborar con la salud pero hasta ahora no hay nada –Juan tosió

unas cuantas veces y prosiguió. -Te pido reserva, pero no puedo

ocultarte que aquí la gente se está movilizando y nosotros vamos a

acompañar el reclamo.

- ¿Y en qué consistiría el reclamo?

-Quieren cortar la ruta, l amar a los medios, pedir que vengan las

autoridades a dar la cara…

200

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Piquetes –aclaró despectivamente Martín mientras se acercaba a la

mesa con los cafés.

-¿Conocés otras formas de reclamar para que te den bola? –Pese a

su decaimiento Juan estaba dispuesto a discutir con su hermano.

-Cortan la ruta, le cagan la vida a la gente que no tiene nada que ver y logran
poco y nada.

-Logramos exposición, visibilidad y si por unas pocas horas alguien

tiene que desviar el recorrido no creo que sea algo tan grave. Aquí

la gente se muere todos los días, hay un gran abandono, están

marginados en muchos aspectos. No tienen laburo, no tienen salud.

Es un desastre.
-Vos y yo no vamos a ponernos de acuerdo nunca. Y además

ustedes tienen que trabajar, así que salgo a comprar algo para

almorzar y vuelvo en un rato.

Martín los dejó y en cuanto cerró la puerta Lola comentó:

-Son parecidos.

-Un poco… pero pensamos bien diferente.

-¿Vino a cuidarte?

-No –Juan levantó las cejas en señal de sorpresa -. Ya estoy

grandecito para que me cuiden. Vino a pedirme que asistiera a la

boda de nuestro padre.

-¿Se casa?

-Sí, con una médica colega.

-Bueno, tiene derecho a rehacer su vida.

201

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Claro, pero me molesta igual. Mi viejo hizo la guita a costa de que mi vieja
se quedara en casa con nosotros renunciando a su

profesión, a sus sueños y a un montón de cosas. Ahora, esa guita la

tenemos que compartir con esta tipa…. Y lo que es peor: el a se

mueve como dueña y señora de cada uno de los rincones que eran

de mi vieja. No es justo –se puso de pie molesto y tiritó. La fiebre comenzaba


a bajarle –. Pero bueno, no quiero hablar del tema, me

hace mal. Vamos a lo nuestro propuso.

En menos de media hora terminaron con todo.

Juan no estaba comunicativo como de costumbre. Era evidente que

la noticia del casamiento lo había puesto de mal talante.

-Mientras te esperaba me puse a ver tus fotos. Eras un hombre

aventurero.

-Lo sigo siendo. Esta es mi aventura ahora.

-¿No te cansás de la Colonia?

-A veces… Por momentos tengo la sensación de que estoy de paso

por acá, como si estuviera esperando algo… o a alguien.

Aunque lo último fue una indirecta, Lola no acusó recibo. Igual,

comprendía esos sentimientos. Ella se había sentido así muchas

veces: como de paso en ese lugar, a la espera de algo o tal vez-al

igual que Juan- de alguien.

-Te entiendo, es un sentimiento recurrente desde que me dejé mi

casa-se sinceró.

-Te voy a decir algo y espero que no te ofendas: cuando fui a tu

cumpleaños tuve la sensación que estabas como de prestada en ese

universo. Esa no era tu familia, esos no eran tus amigos (me incluyo) y ese no
era tu lugar. Cuidado Lola, a veces uno se va
202

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

acostumbrando a estar en el sitio equivocado y con la gente

equivocada, pero ese acostumbramiento con el tiempo puede

hacernos mucho daño. Ese que ves en las fotos era yo,

acostumbrándome a viajar por el mundo, a vacaciones en el mar, a

amigos superficiales, a noviecitas lindas y tontas, a una familia

careta… Lo único auténtico que me rodeaba era mi vieja y cuando se murió


me di cuenta que me había acostumbrado a algo que no

tenía nada que ver conmigo. No sé si este sitio tiene que ver del

todo conmigo, pero suena más parecido a mi sonido interior, a mi

singularidad como diría la rusa Sofía Prokofieva.

- Sos un gran lector, siempre estás citando a un autor.

-Me gusta leer, creo en la palabra. La lectura suele ser inspiradora, aunque a
veces uno descubre que tal vez sean solo utopías.

-Las utopías pueden dejar de serlo alguna vez, Moro decía eso.

-Yo lector, vos filósofa… Tal vez la utopía seamos nosotros –la miró de un
modo que Lola no tuvo el valor de sostener. Bajo el rostro,

acalorada. Él le levantó de el mentón y le dijo con suavidad –. Me

sentí inspirado en cuando te vi l egar: el ruido de tus pulseras, un ala


enigmática pintada en tu piel, tu mirada, tu inocencia, tu carácter…, pero
parece que no estás a mi alcance.
-No se trata de eso, se trata de que estoy con otra persona.

-¿Y si no? ¿Sino estuvieras con otra persona?

Él había sido sincero, ahora le tocaba el turno a el a. Sabía que

admitir ciertas verdades podía ser peligroso, pero era el momento

de decir las cosas tal cual eran.

-En ese caso, tal vez me hubiera permitido enamorarme de vos.

-El amor no es algo que uno se permite.

203

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Sí, es algo que uno se permite. He sentido atracción por muchos

chicos en mi vida, pero siempre he sido lo suficientemente sensata

para no permitirme enamorarme de los que sé que van a

lastimarme.

-Por eso Pablo, tan perfecto, tan correcto.

-A Pablo lo amo.

-¿Si?

-Sí.

-Entonces “mujer con alas”, no hay nada más que hablar. No soy un

tarado que se obsesiona con una persona que ama a otra. Sé

correrme cuando l ega el momento y es evidente que entre


nosotros ese momento l egó.

-Amigos, entonces –Lola estiró la mano, como sel ando un pacto.

-No –Juan rechazó su mano -. Compañeros de trabajo y nada más.

Yo fantaseo con meterte en mi cama y sería un hipócrita en darte la

mano y hacerme pasar por tu amigo. No soy tipo para el

histeriqueo.

Lola tragó fuerte. El corazón se le arrebató tanto o más que el color de sus
mejil as.

-Te voy a decir algo más: cuando una mujer dice cosas así como “si

no estuviera con otra persona estaría con vos” se mete en un

terreno espinoso. Revisá tus sentimientos Lola, es fácil saber cuando l ega el
amor, pero es muy difícil saber cuándo se termina. Más aún, la mayoría de las
personas pasa mucho tiempo junto a otra después

de que el amor ha l egado a su fin.

204

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Ella estaba por replicar, pero el ingreso intempestivo de Martín

produjo un quiebre.

-Perdón, me retrasé. ¿Todo bien?

-Sí –manifestó Juan con sequedad -.Todo listo entonces, ¿no?

Lola asintió intimidada.


-Terminemos por hoy, me quiero ir un rato a la cama.

-Claro, tenés que descansar. Que te mejores –Lola no pudo evitar

abrazarlo. La fiebre había bajado pero su piel estaba tibia. Se

estremeció al sentirlo tan cerca y le dolió que él ni hiciera el mínimo gesto


para responder a esa nuestra excesiva de afecto.

-Chau –dijo Juan soltándose de sus brazos. Sin siquiera mirarla se

dirigió a su cuarto.

Lola se dio cuenta de que no había l amado a Oscar para que la

fuera a buscar, pero decidió que caminar hasta el dispensario.

Martín la acompañó hasta la puerta y con sinceridad brutal

consultó:

-¿Ustedes tienen algo?

-No –su respuesta fue más bien una defensa -. ¿Por qué decís eso?

-Me pareció. Además a Juanse siempre le atrajeron las chicas como

vos.

-¿Qué sería eso de “las chicas como yo”?

-Así, con aros grandes, pelo largo, ropa suelta, pañuelos de colores en la
cabeza…

205

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Una hippie del siglo XXI? –rio Lola, le daba gracia las vueltas que daba
Martín para describirla.

-No quise decir exactamente eso… -al ver que Lola estaba más bien

tentada que ofendida, admitió -, bueno sí…Eran el tipo de chicas

que escaseaban en nuestro mundo.

Lola rio, definitivamente Martín no se andaba con vueltas:

-Pero a él siempre se le fueron los ojos por mujeres así.

-Somos solamente amigos… Ni siquiera amigos, solo compañeros de

trabajo.

-Elijo creerte, pero admito que percibí algo entre ustedes.

- Me tengo que ir. Un gusto.

-Chau, que te vaya bien.

Lola dejó la casa inquieta. Ya no podía negarlo: Juan le gustaba.

Contaba los días para encontrarse con él, cada tanto se metía en su

Face y repasaba sus fotos, más de una vez estaba tentada en

escribirle mensajes, y más de una vez los escribía pero luego no se

animaba a enviarlos y los borraba. Buscaba alguna excusa para

pensar en él, hablar de él…. Pero ¿qué rol ocupaba Pablo en medio

de todo eso? ¿Estaban en crisis? A el a le gustaba Pablo, realmente

era un buen compañero y mejor amante. ¿Pero bastaba con eso

para construir algo juntos? No lo sabía. Cada vez sabía menos cosas.
Lo único que sabía en ese momento, es que las manos le sudaban.

Estaba en una situación sentimental complicada. Definitivamente

el a, que jamás había creído en las personas que decían “estar

confundidas”, ahora lo estaba.

Sacó su celular y escribió:

206

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

“Me hubiese gustado ser tu amiga”.

Lo borró. Volvió a intentarlo:

“¿Te tomaste la fiebre? ¿Te bajó?”

Que estupidez, hacía menos de cinco minutos que había salido de la

casa.

Nuevamente borró la nota. Dudó, y tuvo el coraje de marcar letra

por letra:

“Estoy confundida”.

Lo envió y quedó expectante a su respuesta. Estaba tardando, revisó

si lo había leído. Finalmente el tilde doble azul le indicó que sí. Un cartel le
anunciaba “escribiendo….”. Luego se borraba. Sonrió. Tal

vez le estaba pasando lo mismo que a el a minutos antes. Decidió

avanzar por el camino mientras el sol del mediodía le pegaba de

l eno en la piel.
Antes de l egar al dispensario, el celular sonó.

-Decir esto por mensaje, a minutos de haber estado en mi casa y los

dos solos, es un acto de cobardía –así empezó el diálogo, sin

interludios.

-Soy cobarde, por eso me tatué alas, para volar en caso de peligro.

El rio, y el a pudo imaginar el gesto seductor de su boca.

-Hay una sola manera de vencer las confusiones y es poniéndote a

prueba.

- Te estás aprovechando de mi sinceridad para l evar harina a tu

costal.

207

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No, yo no tengo artilugios, te dije lo que siento, lo que me pasa

cuando estoy cerca tuyo, y hasta te manifesté con total sinceridad

que una de mis mayores fantasías es meterte en mi cama.

A Lola la excitó que lo dijera así. Respiró con dificultad.

-¿Y cuál es la propuesta?

-Quedate dos días en la Colonia, una noche al menos. Si vencés la prueba, tal
vez esto no sea más que un histeriqueo supericial.

-¿Y si no?

-La confusión se volverá certeza.


-No voy a entrar en tu juego.

-¿Perdón? No te tenés confianza, entonces. Aquí muchas personas

han aceptado alguna vez la invitación de pasar una noche en la

Colonia. Carolina lo hizo muchas veces y nunca hubo riesgos.

- No corresponde.

-Bueno, entonces, buena suerte con las confusiones.

Le colgó y Lola se quedó sin nada para decir. Se odió por haber

escrito eso. Ahora estaba más confundida que antes.

Esa noche, con la excusa de chatear con su hermana, entró al Face.

Juan había cambiado su foto de perfil. Era una pared pintada que

decía: “Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los

cerezos. Neruda”.

Se estremeció. Conocía esos versos del poeta chileno. Y tuvo deseos

de conocer en carne propia aquel o que la primavera hacía con los

cerezos.

208

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 28

Lola tenía muy en claro que determinadas ocasiones no se buscaban

y sin embargo aparecían, casi como empujándote a las pruebas. A


los pocos días de mantener esa charla telefónica con Juan, Pablo

regresó a la casa con una noticia que –el a estaba segura- traería

consecuencias.

-Vas a matarme, pero el miércoles próximo tengo que viajar a

Buenos Aires para hacer un curso que termina el sábado después

del mediodía. Sé que son muchos días, pero es una capacitación, a

todos los gastos lo cubre el gobierno y creo que me va a servir

bastante….

-Bueno, entonces no hay más que agregar –Lola tenía una mezcla

extraña de sentimientos. ¿Incomodidad? ¿Dudas? ¿Regocijo?

Pablo se acercó y la abrazó.

-Amor, son solo unos días… Incluso si querés podés venir conmigo.

El viernes la administración pública no trabaja… Podrías viajar el

jueves por la tarde sino querés pedir días, sé que estás acumulando

artículos y esas cosas para poder irte en julio a visitar a tu familia, pero si te
parece el jueves salís del laburo y te tomás un avión.

- No. Hace dos años te acompañé a algo similar y me la pasé tres

días dando vueltas sola por Buenos Aires.

-Esta capacitación es de casi ocho horas diarias. Mucho no voy a

estar -le advirtió.

-Además hay que gastar en pasajes, en mi parte de hotel.


209

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Lo del hotel lo puedo arreglar. Además te invito yo.

-No, no quiero que estés pendiente de mí, es tu laburo.

-Me siento mal en dejarte tantos días.

-No son tantos, el miércoles y jueves trabajo, y ya veré qué hago el viernes y
sábado.

-Invitá a Leticia y a Carolina a casa cenar o a tomar el té.

-Leticia no anda de buen ánimo y a Carolina hace bastante que no la

veo… Vos andá tranquilo –Lola lanzó un suspiro de resignación y se

soltó de los brazos de Pablo. Fue a la cocina y empezó a preparar un café.

-¿Por qué no vas a la Colonia? Varias veces me dijiste que la médica y el


marido te habían ofrecido su casa para que pararas allí. Vas,

conocés algo más que dispensarios, iglesias y escuelas… Sé que el

lugar te gusta, por ahí es la oportunidad.

-Me hubiese gustado hacerlo con vos –se defendió Lola.

- Amorcito querido…-Pablo sonaba lisonjero.-Si logramos arreglar

para irnos un fin de semana a algún sitio, te aseguro que no voy a

elegir como destino la Colonia. Te propongo eso justamente porque en el


único momento en el que podés hacerlo es en un fin de

semana en el que yo no esté -. Somos una pareja independiente, ¿o


no?

Lo de “pareja independiente” la conectó con lo que más detestaba

de Pablo. Esa forma tan sutil y correcta de imponer sus propios

intereses. Él quería hacer el curso en paz y sin culpas. Para eso debía buscarle
un programa a el a. Y qué mejor que proponerle la

Colonia… Pablo era hábil para salirse con la suya.

210

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

De todas maneras Lola no podía creer que un tipo inteligente como

él no intuyera las intenciones de Juan. O realmente confiaba mucho

en el a o era tan seguro de sí mismo que no lo consideraba

peligroso. Quizá ni lo uno, ni lo otro. Simplemente era la mejor

manera para l evar adelante sus objetivos. Y si en el medio algo no

salía bien ya lo arreglaría. Así era Pablo.

-Dejá ese café y vamos a la cama, desde que me levanté esta

mañana que quiero hacerte de todo –le susurró en el oído.

Lola intentó responder con una sonrisa a la invitación, pero su

deseo estaba adormecido. Igualmente accedió aunque no logró que

su cabeza se conectara con el erotismo. Fingió un orgasmo breve

para salir del paso y luego volvió a la cocina sin decir nada. Se

concentró en el batido de su café y se quedó pensando un rato.


Esa noche escribió a Mariana preguntándole si la propuesta que

alguna vez le había hecho seguía en pie. Su intención era l egar el

viernes al mediodía, pasar esa noche y regresar el sábado por la

tarde. A los pocos minutos sonó el Whatsapp. “Claro que sí, te

esperamos. Decime a qué hora te bajás en la ruta y Lucio te busca”.

“Voy en el auto, así que te busco ese mediodía en el dispensario”.

“Perfecto. Si no estoy yo, va a estar Juan. Él después te acompaña a casa, es


cerca de la suya”.

La suerte estaba echada. Había l egado la hora de ponerse a prueba.

**

211

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Con pedidos de que se cuidara y manejara despacio y con la

promesa de que se mantendrían en contacto, Pablo emprendió su

partida.

Las jornadas laborales del miércoles y jueves fueron aburridísimas.

Leticia estaba con carpeta médica a causa de un estado gripal y

trabajar con Víctor era lo mismo que convivir con un alma en pena.

Aunque era de los jefes que imponían distancia, a veces Ernesto se

acercaba a la oficina para charlar un rato con el os. Lola no podía

dejar de admirar su atractivo, pero era evidente que estaba


deprimido. ¿Sería por Carolina?

Finalmente, el viernes cerca de las ocho de la mañana, salió a la

ruta. Puso la música a todo volumen, Coty sonaba y el a tarareaba

casi a los gritos: “Nada de eso fue un error”.

Su cabeza estaba asediada de preguntas: ¿Se atrevería a enfrentar a

Juan a solas? Y si él avanzaba, ¿qué haría? ¿Era válido permitirse

una noche de prueba para, a partir de allí, tomar decisiones? ¿Se

trataría solo de un viaje colmado de histeriqueos y luego todo

volvería a ser igual? De todas las opciones esa última era la peor.

Calentar la cabeza y la piel para nada la dejaría más vulnerable y

confundida de lo que ya estaba.

La mañana estaba fría pero el sol era estimulante. Llevaba un jean,

una remera ceñida mangas largas y un sweater grueso que

coronaba con una bufanda de colores vivos. El gorro de lana le

parecía demasiado, así que lo dejó sobre el asiento del auto y

avanzó hacia el dispensario sabiendo que en cada paso se jugaba el

corazón.

En esta conspiración del destino, era de esperar que Mariana no

estuviera y fuera Juan quien la recibiera. La saludó detrás de un

vidrio y le indicó con la mano que esperara. Tenía unos cuantos


212

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

pacientes. Lola se armó de paciencia. Para contrarrestar el

nerviosismo se puso a charlar con cada uno de el os. El contacto con la gente
la tranquilizó.

Pasado un buen rato, Juan terminó con el último enfermo.

-¿Cómo estás? –saludó con un beso –. Me dijo Mariana que venías,

al final te animaste.

Como excusa, Lola manifestó:

-Ella me había invitado varias veces y justo se dieron algunas cosas así que
decidí venir este fin de semana.

-Yo también te invité –agregó con intención mientras se lavaba las

manos y se quitaba el ambo.

-¿Esto va a ser así? –Lola lo enfrentó.

-¿Así cómo?

-Así, ¿vas a estar tirándome indirectas los dos días?

Juan preguntó con sorpresa sobreactuada:

-¿Yo estoy tirándote indirectas? Nena, me parece que vos sos la que

viniste susceptible. Si cada cosa que diga va a ser usada en mi contra estamos
en problemas….

Lola no pudo ocultar lo mal que le cayeron esas palabras, aunque no


eran tan desacertadas. Ella detestaba a esas mujeres que creían que

todos los hombres las perseguían, que veían segundas intenciones

en cada gesto. No era su caso, había crecido rodeada de varones y

para el a las demostraciones de afecto y las bromas eran moneda

corriente. Decidió que debía bajar la guardia sino la estadía en la

Colonia sería un desastre. Al fin de cuentas, con ese

213

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

comportamiento la que estaba l evando la situación a una zona de

peligro era el a.

-Tenés razón –resolvió más para sí que para Juan –. Me dijo Mariana

que vos podías acompañarme o indicarme cómo l egar a la casa.

-Sí, el problema es que el a tuvo que salir de urgencia hacia El

Zorzal, el paraje pegado a Las Taperas porque había un parto y

según me escribió hace un rato venía largo y complicado. Está con

Lucio y la ambulancia. Así que si estás de acuerdo te invito a

almorzar en casa -Juan vio que Lola dudaba, así que no tardó en

aclarar -.No lo temes como algo intencional, lo que pasa es que aquí los
restoranes, los shoppings y los McDonald no abren los viernes… -

dijo riendo con ironía.

-Gracias a Dios. Me aburren los restoranes, detesto los shoppings y


no como en McDonald. Ese fue mi último acto de rebeldía

adolescente que sostengo hasta el día de hoy.

Juan rio, ahora sin ironías.

-Vamos en tu auto, así lo guardás en la cochera de Mariana.

Después caminamos dos cuadras y ya estamos en casa. Preparé

temprano una carne al horno y solo hay que calentarla.

Lola lo siguió. Bajó la guardia y se dispuso a disfrutar de la compañía de


Juan. Charlaron sobre los conflictos que persistían en el lugar y sobre los
reclamos que cada vez iban tomando más fuerza.

Requerían obras, presupuesto, mejoras en los puestos de salud,

planes de trabajo, l egada del agua potable a algunas zonas más

alejadas y unas cuantas cosas más.

El tema ocupó gran parte del almuerzo. Lola la pasó bien, hacía

mucho tiempo que no hablaba de esos temas con alguien.

214

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Compartir miradas sobre problemáticas sociales y políticas era algo

que le fascinaba.

Entre comida y café, se hicieron más de las tres de la tarde.

-¿Tenés que volver al dispensario?

-No. Mariana ya está de regreso y el a va a ir cerca de las cinco.


¿Querés que te l eve a conocer la cascada? Es una vergüenza que tu

hermana ya la haya conocido y vos no. Armo el equipo de mate,

tengo acá unas bolsas de galletas y paseamos un rato. Vamos en mi

auto – más que una propuesta era casi una orden. A Lola no le

quedó mucho por decir.

Durante el trayecto dijeron poco y nada. El camino se estrechaba y

Lola podía apreciar desde ese lugar la bel eza del paisaje. Tupido y
aromático. Tras una curva vio la cascada. El sonido del agua al caer y cierto
olor cautivante la invitaron a descender. Se acercó fascinada y contempló por
unos minutos ese pequeño obsequio de la

naturaleza. Solo eso, ya justificada su estadía en la Colonia.

-Vení, más allá tenemos un lugar para sentarnos, en aquel as

piedras.

Juan la tomó de la mano y la l evó. Lola pudo apreciar la

masculinidad protectora de Juan: le indicaba a donde pisar y la

sostenía con firmeza. Tenía que admitir que le gustaba sentir de esa manera.
Pablo no era así, su sentido de independencia de la pareja y su mirada tan
igualitaria sobre el hombre y la mujer se contraponían a esos gestos. Era un
caballero, pero no del todo protector. Y el a, que también solía l enarse la
boca con los discursos de la igualdad

de género, debía admitir que muy en el fondo adoraba esos

detalles.

Se sentaron uno al lado del otro, y a los pocos minutos Lola suspiró.
215

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿A dónde estás volando “mujer con alas”?

-Pensaba que me gustaría que el resto de mi familia conociera este

sitio. Voy a sacar una foto y a filmar un rato para mandárselos por

Whatsapp.

Tras tomarse su tiempo para hacer esos registros, volvió a sentarse

y se quedó en silencio.

-Las tecnologías ha creado la necesidad de sacar fotos y filmarlo

todo, pero paralelamente mientras se está pendiente de la cámara

la gente se olvida de disfrutar de las pequeñas cosas entiempo real, en su


versión directa…

-Igual, para mí lo que vale es esto –Lola mostró su celular y allí se veían los
mensajes uno a uno. Hermanos y padres integraban el

grupo “la familia”.

“que lindo Lolita! Te quiero”

“Loli, tirate un poco de sol para estos lados, hace cinco días que está nublado
y frío”.

“Lola, hija. ¡Qué hermosura! Ese lugar te va a ser bien, yo que te

conozco desde que asomaste tu cabecita al mundo lo sé”.

“Mi Lolita, que lindo paisaje hijita. Cuidado, veo mucha vegetación
alrededor. ¿No es peligroso?”.

“No papá. Yo ya estuve allí y es muy lindo… Igual, siempre puede

haber algún peligro ¿o no?. .jajaja”.

-Esa última es Vico –dijo Lola, y Juan sonrió.

Lola era una mujer amada, por eso bril aba de esa forma. Esa es la

luz propia de quienes se saben amados de verdad. Él, que solo con

216

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

su madre se había sentido de esa manera, envidiaba sanamente a

Lola.

-Estás modificando mi opinión sobre la tecnología. En cambio, mirá

los míos de anoche –él tenía también un grupo “Vargas Molina”. Ni

familia, ni nada. “Vargas Molina” a secas. Al í estaban padre y

hermano.

“Vos querés cagarme el casamiento por eso no venís”.

“No papá, te dije que no puedo”.

“Sino venís, te juro que no vuelvo a hablarte”.

“Déjame de joder. No te casás conmigo, ¿en qué cambia que vaya o

no?”

“Che, déjense de joder los dos. Vos papá déjalo si no quiere ir. Y vos Juan,
pará un poco con el resentimiento”.
“Váyanse los dos a la mierda, y no me rompan más las pelotas”.

Los mensajes seguían, con palabrotas de por medio, pero Juan no le

dejó leer más.

-Bueno, putearse de vez en cuando no es del todo malo –dijo Lola

como para contrarrestar el malestar de Juan.

-Con mi viejo me he peleado toda la vida. Pero la ruptura definitiva fue


cuando a los 16 años lo pesqué con otra mina en el consultorio.

Me rogó que no le dijera nada a mi mamá y con manipulación

barata me calló. Lo peor es que estoy seguro que ésa fue solo una

de las tantas amantes que tuvo en su vida, incluyendo ésta con la

que se casa ahora. Yo adoraba a mi mamá, pero también la odiaba

por esa sumisión y resignación que tenía para con todo. Más de una

vez intuí que el a también sabía de sus andanzas, que dudaba de sus

217

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

congresos, de sus viajes al exterior, pero lo aceptaba. Ya más grande entendí


que si el a no decía nada, ¿por qué tenía que meterme yo?

Su enfermedad y su muerte me mostraron una faceta más humana

de mi papá, se dedicó con devoción a mi vieja, la quería a su

manera. Pero ni eso logró romper esa distancia que había entre

nosotros.
-Pero se nota que él te quiere…, digo, le parece importante que

estés en su boda.

-Sí, me quiere. La noche antes de que mi mamá perdiera el

conocimiento para siempre me confesó que yo era el preferido de

mi papá y que él sufría mucho por mi rechazo. Llegó a decirme que

yo le había hecho pagar todas sus cagadas, que ese había sido su

mayor castigo…. Ahí fue cuando tuve la certeza de que mi vieja

conocía de sus amantes y de sus errores.

- Deberías buscar la manera de acercarte a él. Ir al casamiento por

ejemplo. ¿Cuándo es?

-Mañana.

-¿¡Qué?!

- En dos horas de viaje l ego, y en mi casa tengo un traje listo.

-No descartás la posibilidad de ir entonces.

-No –bajó la cabeza, pero se sobrepuso abruptamente y con otro

ánimo dijo -.Hablando de fiestas, esta noche hay una en el club del

pueblo. “Festival Popular de la Colonia”, no me digás que con ese nombre no


te parece un programón de viernes por la noche.

¿Vamos?

-Me imagino debe ser un fiestón –expresó Lola burlona.

218
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Nunca desmerezcas las fiestas de los pueblos, tienen lo suyo.

-¿No vas a ir con Lisa?

-No, estamos sentimentalmente distanciados.

- ¿Y cómo debería tomar la propuesta entonces? ¿Cómo la

invitación de un amigo o como algo más?

-Como vos quieras. Estoy dispuesto a aceptar las condiciones de

ambas.

Lola sonrió.

-Acepto.

-¿Bajo qué formato: amigos, algo más?

-Bajo el formato…sorpresa….

-Me gustan las sorpresas.

Juan la abrazó y el a se acurrucó en su pecho. No supo porqué se

permitió ese gesto, pero se sintió reconfortada al sentir el calor de su cuerpo,


el perfume impregnado en su ropa, sus labios rozándole

los cabel os.

No dijeron nada y durante el regreso solo intercambiaron algunos

comentarios breves.

La dejó en casa de Mariana y se comprometió en pasarla a buscar

cerca de las diez de la noche.


**

219

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lola no había l evado casi ropa, pero se probó las pocas cosas de su bolso y
finalmente se decidió por una pol era larga en la gama de los marrones, botas
y una remera natural de gasa, trasparente. Para

protegerse del frío eligió un sacón natural con bordados naranjas.

Dejó el cabel o suelto y acompañó el atuendo con un colmil o de

nácar colgado al cuel o.

-¡Qué rico perfume! ¿Qué es?

- Cherie, de Dior.

-Me encanta… Además estás muy bonita. Ese look te sienta –afirmó

Mariana.

-¿Ustedes no van a la fiesta?

-No, hoy ha sido un día fatal. Prefiero descansar y Lucio también. Te doy la l
ave de casa para cuando vuelvas. Esta es la del portón y la más chiquita la de
la entrada.

-Ojo que Juan es muy codiciado por la zona y todas las chicas del

lugar te van a querer arrancar los ojos cuando te vean l egar con él,
empezando por Lisa –agregó Lucio mientras preparaba unas papas

que iban derecho al horno.

-Vamos en calidad de amigos –se justificó Lola.


-Pero las chicas del pueblo a eso no lo saben. .

Al ver que se sonrojaba, Mariana salió en su ayuda.

-No molestes a la chica, Lucio -le aclaró.

Lola se disculpó y se fue al cuarto para l amar a Pablo. Ese día

habían intercambiado algunos mensajes pero no habían podido

hablar. De todas maneras, cuando logró conectar con él no se

dijeron demasiado. Pablo le contó que el curso era muy bueno, que

220

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

estaba justo saliendo a tomar algo con unos compañeros y que se

iba a acostar temprano porque al otro día debía madrugar. Lola a su

vez le comentó que estaba yendo a una fiesta del pueblo y que

había conocido una bel ísima cascada del lugar.

-Te mandé unas fotos.

-Uy, estuve con tantas cosas que no hice tiempo de bajarlas.

Después las veo.

Se mandaron besos, coordinaron el encuentro del día siguiente y la

charla l egó a su fin.

Esa comunicación no ayudaba, la actitud fría de Pablo la estaba

empujando a los brazos de Juan.


Volvió a la cocina y encontró al matrimonio preparando la mesa.

-¿Te sirvo un vino? –consultó Lucio.

-No, gracias. ¡Qué raro! Ya pasaron unos cuantos minutos de las

diez y Juan no l ega.

-Te invito a que te sientes, te relajes y te tomes un vino… Si hay

alguien impuntual en la Colonia, ese es Juan –dictaminó Mariana.

Lola estaba a punto de resignarse a la espera cuando sonó el timbre.

-Se ve que para las cosas que le importan no es tan impuntual –dijo

Lucio con intención.

Lo vio entrar y no pudo evitar devorarlo con los ojos, ni siquiera

pudo evitar que su boca acompañara con un gesto ese deseo. Juan

estaba impecable, una camisa rosa claro le marcaba sus hombros

anchos y musculosos. Los primeros botones desprendidos sugerían

unos pectorales que Lola ya imaginaba con indecencia. Un pantalón

de jean azul oscuro era el soporte ideal para ese cuerpo. Había

221

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

peinado su cabel o revoltoso hacia atrás, con gel. Y olía a un

perfume rico, importado, exquisito. No sabía cuál era, pero la

estaba transportando a un sitio de fantasías del que no sería nada


fácil salir airosa.

-A la mierda, ¿pero a dónde van ustedes? – exclamó Lucio sonrió.

Mariana, discreta como era, le hizo un gesto para que se callara.

-Bueno, vayan y pásenlo lindo. ¿Mañana necesitás que te levante a

alguna hora en especial? Pensábamos hacer un asadito…

-No, calculo que no vamos a l egar tan tarde. Pero por las dudas, no me dejes
dormir más de las once.

-Perfecto. Disfruten –Mariana los besó con una ternura maternal y

los dos caminaron hacia el auto.

Él aprovechó para mirarla con avidez mientras la seguía por detrás,

divisó bajo la blusa de gasa a esa libélula tatuada que le indicaba un sendero
sinuoso de placeres. Acomodó su pantalón para que la

erección no se hiciera tan evidente. Le abrió la puerta y en cuanto

dio la vuelta para ingresar al auto Lola aprovechó para mirarlo por el espejo
retrovisor. Se concentró en su culo, así sin romanticismos ni reparos. Culo a
secas.

-¡Que linda estás! –dijo él en cuanto arrancaron.

-Vos también estás muy guapo –era una palabra rara, pero

habitualmente la usaba cuando estaba en plan de coqueteo. Decía

mucho pero marcaba cierta distancia.

Él la miraba mientras manejaba y el a sonreía evitándolo. Luego al

revés y así durante las 15 cuadras que separaban la casa de Mariana


del club.

222

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Al l egar se encontraron con el sitio repleto de gente, asistente de todas las


edades y condición social. El evento se vivía como la gran fiesta del año y de
fondo sonaba la música del momento: cumbias,

reggaetón, ritmos latinos y algún que otro tema folklórico. Su madre hubiera
utilizado la palabra perfecta para definirlo: “pintoresco”. Se sintió a gusto en
ese sitio, en esa diversidad, con esos gigantes vasos de plástico colmados de
cervezas, en un salón donde podían

convivir viejos y jóvenes.

Juan no paró de saludar a todos. Lola lo observaba de costado. Le

gustaba su sonrisa, su mirada impregnada de afecto hacia la gente,

el modo en que sus manos abrazaban, sostenían… ¿Por qué lo había

encontrado recién ahora? Justo cuando el a estaba en medio de una

sólida relación con Pablo. Empezó a dudar, ¿era tan sólida esa

relación?

La dejó unos minutos con la excusa de ir a buscar algo para tomar.

Se decidieron por un vaso de cerveza para compartir. Lola le dijo

que lo esperaría en el patio y aprovecharía para fumar.

Estaba mirando a un grupo de jóvenes que bailaban muy divertidos,

cuando escuchó una voz femenina detrás de el a:


-No es justo que lo ilusiones así, él está enamorado de vos.

Lola se dio vuelta solo para comprobar que era Lisa. Reconoció su

voz de inmediato.

-No estoy ilusionándolo -se defendió sin siquiera detenerse en los

saludos.

-Entonces no deberías haber venido, ni deberías haber descubierto

tu hombro el día de tu cumpleaños para mostrarle el tatuaje.

223

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿¡Qué!? –Lola estaba desconcertada. ¿Esas cosas le contaba Juan a

Lisa? ¿A caso no tenían –al menos en ese momento- una relación?

Ella supo leer todos esos interrogantes, así que los respondió.

-Me lo contó la noche que volvimos al hotel. No quiso ir a bailar y

cuando estábamos en el cuarto consideró que era justo confesarme

lo que le pasaba. Se lo agradecí, habla de su honestidad. Tuvimos

buen sexo, le di unos consejos y al otro día terminamos la relación.

A mí me gusta, así que cuando le destroces el corazón voy a volver a


acercarme a él.

Lisa, que siempre le había parecido callada e indefensa, ahora se

mostraba como una leona. Estaba todavía mirándola sin poder

articular una palabra cuando apareció Juan.


-Lisa, ¿cómo estás? –le ofreció un enorme vaso de cerveza a Lola y

besó a la otra con naturalidad.

-Bien, ¿vos?

-Bien.

-Estamos allá, con ese grupo de gente por, si quieren pueden

acercarse. Nos vemos –se marchó sin agregar nada más.

-¿Todo bien? –Juan percibió algo raro en Lola. Ella asintió y no

comentó nada sobre las declaraciones de Lisa. “¿Enamorado?”. Esa

palabra la desestabilizó.

-Vamos a bailar entonces –Juan la tomó de la mano, le quitó la

cerveza y tras tomar un trago largo, la hizo girar. Lola hizo un

enorme esfuerzo por relajarse. Las pocas veces que iban a un

boliche con Pablo, él se apoltronaba en la barra y el a se movía con


moderación a su lado. Poco a poco, ante lo poco estimulante que

era bailar de manera cohibida y en soledad, fue dejando ese tipo de

224

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

programas y debió conformarse con las salidas entre amigas o

alguna fiesta específica (casamientos, cumpleaños y cosas por el

estilo). Era evidente, en cambio, que Juan lo disfrutaba. Se movía

con gracia, buen ritmo. Aunque se resistiera, no podía negar que su


erotismo iba en crescendo cada vez que él la tomaba con firmeza de

la cintura, la hacía dar vueltas o avanzaba con mirada sensual. De

fondo Marc Anthony cantaba “Valió la pena”. Ella adoraba la salsa y

repetía aquel o de “Valió la pena lo que era necesario para estar

contigo amor, tú eres una bendición”… Estaba perdiendo los

estribos. Dos vueltas más así y terminaría besándolo. Lo sabía,

conocía perfectamente sus instintos. Era una mujer que podía

esconderse, evadirse y aguantarse, pero en esa circunstancia su

voluntad claudicaba.

- ¿Podemos salir un poco? Estoy mareada –mintió.

-Ok. – La tomó de la mano y la l evó hacia la entrada. Se alejaron

unos metros y se ubicaron en un sector rodeado de árboles. La

música se escuchaba aún fuerte pero al menos no era necesario

gritarse para hablar. De todas maneras, ninguno de los dos hablaba.

Seguían tomados de la mano, sin decirse una palabra. Juan la invitó

a que se escabul eran a un sitio más solitario y una vez allí terminó de
beberse el vaso de cerveza.

-¿Qué pasa Lola? Sé muy bien que no estás mareada.

-No está bien lo que estoy haciendo.

-Todavía no hiciste nada… A no ser que tengas pensado hacer algo

indebido…- bajó el rostro para enfrentar sus los ojos con picardía.
-Ese es el problema. No lo que hago sino que lo deseo hacer, y eso

también está mal. Fantaseo con vos Juan -confesó.

225

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Ella se escapó de su mirada y fijó sus pupilas en el suelo. No estaba


avergonzada sino que tenía miedo de su declaración. Había sido

demasiado directa.

-¿Y entonces? ¿Qué hacemos? Porque si a vos te pasan cosas y a mí

también, es por algo.

-Estoy con otra persona.

-¿Qué tiene que ver? Hay miles de hombres y mujeres que terminan

con sus parejas porque están enamoradas de otros.

-También quiero a Pablo, y estoy bien con él, y me gusta…

-Pero por alguna razón estás acá…

-Quería probarme, poder entender qué era lo que me pasaba con

vos.

-¿Y? ¿Lo descubriste?

-No, estoy más confundida que antes. A veces tengo la sensación de

que estoy atravesando una crisis personal y que te agarré a vos de

excusa para sobrel evar este momento. Muchas veces me pregunto

sino sos solamente un entretenimiento en medio de este proceso


doloroso del desarraigo…

-Ah bueno, gracias por lo que me toca. Soy “un entretenimiento”-a

Juan se le iba a acabando la paciencia -.Mirá nena, yo no soy un

pendejo, te lo dije muchas veces. La histeria femenina me rompe

soberanamente las pelotas, así que te lo voy a decir claro y de una

vez: vos para mí no sos un entretenimiento. Me gustás, me calentás

y te quiero… Más aún: me atrevería a decir que te amo.

-¡¿Qué me amás?! ¿No te parece demasiado?

226

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No. Uno de mis profesores de medicina solía decir que los

diagnósticos, en líneas generales, suelen ser claros. Si tiene cola de león,


bigote de león y cabeza de león, es un león. Esto es igual. Yo no sé qué debe
tener el amor, ni tampoco de qué está hecho.

Simplemente digo: si ves una mina y desde el primer momento te

gusta, si después de conocerla te gusta cada vez más, si con el

correr de los días te morís por verla, si hacés esa idiotez de marcar su número
y luego no tener el coraje de l amarla, si te excita lo

suficiente como para anhelar cada noche un revolcón con el a, si te

devoran los celos y si encima cuando te visualizás en el futuro sentís que


podrías pasar el resto de tu vida a su lado, no encuentro

muchas palabras para describirlo. Eso es amor y punto. Hay gente


que hasta se casa sintiendo mucho menos que eso.

Nunca nadie se le había declarado de esa manera. Juan veía las

cosas con tanta claridad, en cambio el a…. Era de las que había

venido al mundo para analizarlo todo. Y así estaba, dudando de que

eso fuera amor. Pero él le había dicho que la amaba, de un tirón, sin frases
rimbombantes ni gestos de telenovela. Habló de amor y eso

cambiaba las cosas.

-¿No tenés nada para decir o te falta el coraje para hacerlo? Hablá

porque tengo previsto avanzar y no me quiero ir al carajo…-Lola no

lo miraba, tampoco hablaba -.Te advierto, voy a empezar a contar y

cuando l egue a 5 te beso…Pero una palabra tuya…

-… bastará para sanarme… ¡que religioso! –intentó ser irónica, pero

lo cierto es que estaba temblando como una hoja.

-En este momento no tengo ninguna intención religiosa… Una

palabra y prometo respetar lo que me pidas, pero el contador ya

empezó… Cinco, cuatro, tres… -él iba acercándose lentamente. Lola

no reaccionaba. Antes de que Juan dijera “uno”, el a tomó la

227

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

iniciativa. Lo agarró del cuel o y lo besó. Devoró sus labios para

abrirse paso y enrol arse con su lengua. Él la atrajo para sí apretó su cintura
con una mano y con la otra recorrió sus hombros para

descender con ardor hasta sus pechos.

Estaban tan excitados que ya ni la música escuchaban. Habían

construido un pequeño mundo, una atmósfera de deseo urgente.

-Ahora sí nos vamos –afirmó él. La tomó de la mano y la l evó al

auto. No separó sus dedos de los de el a ni siquiera para poner las

marchas y en menos de cinco minutos estacionó torpemente frente

a su casa.

Bajaron y se besaron dos o tres veces antes de entrar. No acabó de

cerrar la puerta, que Juan empezó a desprenderse la camisa para

dejar su torso al descubierto. Luego avasalló el sacón que ya estaba caído en


los brazos de Lola y le quitó la camisa con destreza. La

separó unos instantes para mirar sus pechos y sus labios se

perdieron en el os. Le quitó el corpiño, y luego con sus manos

empezó a levantar su larga falda hasta dar con la bombacha.

-Vamos a mi cuarto –propuso con vos ronca. Lola seguía silenciosa,

como si tuviera la voluntad anestesiada.

La tiró en la cama, y con una velocidad sorprendente se desligó de

su pantalón, de sus zapatos y de sus medias. Volvió a el a aún con el bóxer


puesto. Con la excitación a flor de piel buscó en la mesa de luz un
preservativo. Lola lo miraba hacer apreciando su desnudez,
detestando su infidelidad, abrumada por algo indomable. Cuando

los dos estuvieron desnudos, Juan la ubicó a horcajadas entre sus

piernas y empezó a balancearse. Siguió acariciando y besando cada

parte de sus carnes, siguió mirándola como si en el fondo no creyera que


finalmente el a estuviera allí. Poco a poco, el jadeo fue

cambiando el ritmo. Cada vez más frenético, cada vez más intenso.

228

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lola no pudo evitar el alarido que decidió acallar en la piel de Juan.

El echó su cabeza hacia atrás gozando de ese momento como si se

tratara de un instante único y perfecto de placer.

Al acabar, Lola se metió entre las sábanas y se quedó mirando al

techo. No podía ocultar el goce experimentado, pero tampoco

podía ocultar la culpa.

Juan permaneció con los ojos cerrados, esperando una palabra o un

gesto que le diera alguna pista de cómo seguir. Pero ni la palabra ni los gestos
l egaron. Se levantó rumbo al baño. Lola aprovechó su

ausencia para vestirse rápidamente. Su perfume dulce había sido

cubierto por el de él, como había sido cubierta su cintura, su alma, su ser.

-La noche aún no termina… -dijo Juan con sentido de humor en

cuanto regresó -. Ya te cambiaste, ¿no me tenés fe?


-La noche terminó para mí. Me fui a la mierda, estoy engañando a

una persona que amo y me ama, y me siento una hija de puta.

Él hizo un gesto de cómo quien no entiende o no quiere entender. El

humor se le esfumó y le brotó una notoria irritación.

-Bueno, si amás a otro no tenés nada que hacer acá. Terminá de

cambiarte. Te espero en la cocina y te l evo a lo de Mariana.

- No es para que te enojes Juan –Lola se esforzó por sonar como

alguien maduro.

- ¡¿No?! Te dije que te amaba, fui sincero. Te di cinco segundos para que te
escaparas y no me lastimaras. Pero como buena mocosa

histérica decidiste seguir, ¿para qué? Para sacarte las ganas, porque ganas
tenías.. No me vengas a boludear ahora con la culpa, las

obligaciones y esas estupideces… Hacete cargo de lo que hiciste y

229

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

punto. Si amás a Pablo, volvé a tu casa, hacé como si nada hubiera

pasado, olvídate de esto y chau. Se terminó.

-No entendés… -Lola se levantó para terminar de arreglarse.

-No, la verdad es que no. ¿Qué pensabas? ¿Qué ibas a salir conmigo

y que yo no iba a avanzar un paso? Por favor Lola. Soy un hombre al

que le gusta una mujer. Y encima esa mujer acepta salir conmigo,
¿en plan de qué? Te lo pregunté hoy a la tarde. Y vos respondiste

con la palabra “sorpresa”. ¿Te acordás?

-No me martirices más.

-Querías sorpresas… ya está, la tuviste. Escapá, salí de acá con cara de


enojada, haciéndome creer que soy el sinvergüenza que se

aprovechó de tu “crisis”.

- Yo no pienso eso, tampoco soy tan infantil.

- ¿Sabés qué es lo peor de esta noche de sorpresas? Es que a los dos nos
gustó, a la hora del sexo funcionamos y bien. Pero claro, sos de las mujeres
que una vez que tienen la vida prolijamente armada no

cambian -empezó a ponerse el pantalón sin ocultar su enfado.

Ella quiso replicar pero él levantó su mano instigándola al silencio.

-No quiero escucharte Lola. Te espero en la cocina.

Durante el breve trayecto hacia la casa de Mariana, no

intercambiaron una palabra.

-Chau –el a dudó en besarlo, pero la mirada indignada de Juan la

hizo desistir de esa idea.

Él esperó que entrara y luego arrancó con furia. A esa hora Mariana

y Lucio dormían. Mejor, no estaba en condiciones de encontrarse

con nadie. Se metió en la cama con la certeza de que no conciliaría

230
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

el sueño. Podría haber l orado, pero en el fondo se sentía plena.

Hasta la culpa se le había diluido. Para calmar esa catarata de

interrogantes que no le permitían ni siquiera cerrar los ojos, se

repetía una y otra vez: “ya está, fue el exceso de una noche, solo

eso. Ya pasó, me gustó, y se acabó”.

Se durmió con las primeras luces del amanecer y a las pocas horas

Mariana l amó a su puerta.

Se levantó, tomó un café y respondió con monosílabos a las

preguntas del matrimonio. No podía dejar de pensar qué pasaría

ese mediodía cuando el a y Juan compartieran la misma mesa.

A la hora de almuerzo, se dispuso a colaborar.

-Pongo los platos, ¿somos cuatro nomás?

-No, somos tres. Pensé que Juan te lo había dicho anoche. Salió

temprano para la ciudad, decidió ir a la boda del padre. Más aún,

creí que habías sido vos quien lo convenció.

-Me comentó que tenía intenciones, pero no era algo seguro.

-Por suerte decidió ir. Su padre lo adora y pese a que tiene sus cosas no es
mal tipo.

El almuerzo se le hizo eterno. Apenas terminaron decidió regresar.

Durante el camino, le costó concentrarse en la ruta. Cada


centímetro de su piel recordaba lo vivido la noche anterior. Era

como si el paso de Juan hubiera borrado las huel as de Pablo.

¿Cómo haría para mirarlo ahora la cara? ¿Cómo haría para

complacerlo en la cama? No era de las mujeres que sabían engañar

y temía que la aventura se le hiciera evidente.

231

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Había resuelto no contar a nadie lo ocurrido. Seguramente con el

correr de los días iría olvidando ese desliz y volvería a construir el vínculo
con Pablo. Agradeció el hecho de que faltaba poco para irse

unos días a visitar a la familia. La distancia ayudaría y mucho.

Con toda intención buscó en su pen drive la carpeta de Silvio

Rodríguez.

“… los amores cobardes no l egan ni amores, ni a historias se

quedan ahí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador

conjugar”, tarareó y se le hizo un nudo en la garganta.

Su mundo estaba patas para arriba. Ya había descubierto lo que la

primavera le hacía a los cerezos.

Capítulo 29
Carolina
Nunca creí demasiado en la frase “un clavo saca a otro clavo” pero,

si debía remitirme a las pruebas, era evidente que estaba

funcionando para mí. Después de la propuesta de Diego, la relación

fue intensificándose. Tuvo la amabilidad de acompañarme dos

veces al ginecólogo para hacerme unos exámenes previos a iniciar la

búsqueda del bebé, nos hablábamos varias veces al día y casi todas

las noches solíamos encontrarnos. Cuando él no trabajaba iba a

casa, comíamos algo y cerrábamos con buen sexo (siempre bajo el

pretexto de que había que ponerse en campaña para el embarazo).

En otras oportunidades era yo quien lo acompañaba al pub mientras

él lidiaba con el barman, mozos, músicos, guardias…. Al principio me


parecía cool esa vida noctámbula, pero con el correr de los días 232

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

estaba empezando a cansarme de esa rutina. Tal vez ya no tenía

edad para eso.

No habían pasado más de tres semanas de esa extraña relación y ya

sentía que estaba logrando olvidarme lentamente de Ernesto. Aún

pensaba en él y lo extrañaba, pero había logrado superar esa


conducta compulsiva de chequear permanentemente si me había

enviado o no mensajes, o esa ansiedad de estar a la espera de una

l amada. De todas maneras, si hubiera podido elegir con quien

compartir la paternidad de mi hijo, lo habría elegido a Ernesto. Con él me


sentía diferente, una mujer adulta, fuerte, capaz de asumir las riendas de una
familia. Con Diego, en cambio, me sentía como una

adolescente. Ni siquiera terminaba de conectarme del todo con el

deseo de la maternidad. Pero seguía tomando ácido fólico y una

medicación para la ovulación. Mantenía los controles y estaba

atenta a los días.

Fue un sábado por la noche cuando la duda volvió a invadirme. Me

estaba preparando para ir a Martirio cuando sonó el celular, era

Diego.

-Flaquita, ¿cómo estás?

-Bien, en un rato salgo para allá.

-Justamente por eso te l amo. Se me complicó la noche. Voy a estar

un rato en Martirio pero después tengo que ir al otro boliche

porque hay problemas con un empleado. No quiero que andes de

un lado al otro, es un lío… En todo caso nos vemos mañana, ¿te

parece?

-Bueno, como prefieras.


-No te enojás, ¿no?

233

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No. Trabajá tranquilo. Mejor, así descanso un poco.

-Dale, besito.

Al cortar tuve una especie de revelación: la relación con Diego no

prosperaría. No era solo por el cambio de planes, ni por

desconfianza. Era otra cosa, una certeza que había disparado una

serie de alarmas a las que no quise escuchar antes.

Hasta ahora, Diego se había portado muy bien conmigo, me gustaba

estar con él y además estaba ayudándome en mi camino hacia la

maternidad. Pero aún así, ya no estaba tan segura de que un “clavo

sacara a otro clavo”. Además, ¿quién diablos necesitaba dos clavos

para sobrel evar su vida?

A medio cambiar, me preparé un jugo de naranjas y me senté en la

compu. Divagué un rato por Face y no pude evitar la tentación de

ver a Ernesto conectado. Empecé a escribirle en el chat preguntas

banales, pero antes de enviarlas, las borré. Minutos más tarde él

tomó la iniciativa.

-¿Estás ahí Caro?


Y yo que creía haberlo olvidado… Las piernas me temblaron.

-Sí.

No me atreví a escribir nada más.

-¿Todo bien?

- Sí.

Hubiera deseado decirle otras cosas, pero no podía.

-Me alegro. Besos.

234

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Imaginé e intuí todo lo que hizo después. Tal vez suspirar frente a la pantalla,
tal vez acariciar mi foto de perfil y luego apagar la compu para no tener la
tentación de decir nada más.

Yo tampoco tuve el coraje de seguir navegando. Y por largo rato me

quedé en el sil ón tirada, mirando la nada.

***

Leticia

“¿En qué momento dejamos de mirarnos? ¿En qué momento no fui

lo suficientemente lúcida para saber que te perdía? ¿En qué

momento me dejé vencer, dejé de trabajar por este amor tan

nuestro que habíamos construido?”.

Había empezado a escribir en un cuaderno. Siempre me había


gustado la literatura, y ahora que me sentía tan sola, triste e infeliz, sentarme
por las tardes a escribir se había vuelto mi catarsis.

Era eso o dar rienda suelta a un comportamiento peligrosamente

obsesivo. Estaba pendiente de Alberto, miraba el Wahtsapp,

confirmaba a qué hora lo había visto por última vez, me pasaba

horas observando su Facebook, revisaba fotos, olía su ropa…. Nunca

pensé que podía volverme un ser tan patético.

Durante ese tiempo nos comunicábamos cotidianamente pero

ninguno de los dos hablaba de aquel o que nos había distanciado.

Imperaba un trato más bien formal y distante, al menos de su parte.

Entendía que debía aceptar esas formas, era su manera de

castigarme por lo que consideraba un engaño. Y yo estaba dispuesta

235

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

a tolerarlo. Ya habría algún momento para aclarar el tema, cuando

el enojo y el dolor se diluyeran.

Sin embargo en los últimos tres días habían ocurrido pequeños

detalles que me tenían al borde de la histeria.

Una mañana lo l amé dos veces en menos de cinco minutos. Nunca

me atendió. Necesitaba el código del home banking y aunque

podría haberle escrito un mensaje o enviado un Whatsapp no


estaba urgida, prefería seguir intentando dar con él. Necesitaba

escuchar su voz, hablarle. Ese día me había levantado con la

intención de reconquistarlo.

“La tercera es la vencida”, me dije. Y así fue. Al principio dudé, me atendió


una mujer.

-Perdón, ¿este es el teléfono de Alberto Estrada?

-Sí, ya le comunico –dijo con un acento claramente portugués.

Escuché que le l amaba “Albert”, y en pocos segundos él me

atendió.

-Hola, ¿Leti?

-Sí… ¿Quién me atendió? –me fue imposible disimular los celos.

-Ah, es Leila, una secretaria que contraté para que me ayude. Ya

instalé una oficina pequeña, pero necesito a alguien acá mientras

me reúno con los clientes. Las perspectivas son muy buenas.

Tragué con dificultad. Había tanto ánimo esa mañana en Alberto

que mi cabeza ya imaginaba a la tal Leila como una garota de cuerpo


esculpido, morena, vestida de colores, l ena de cosas

colgadas en el cuel o, en las orejas y en las manos. Obviamente

también la imaginé joven.

236

CUANDO DEJÉ DE AMARTE


-Te l amé porque necesito el código de home banking de mi tarjeta.

Me lo olvidé. Como siempre a los trámites me los hacés vos.

-Es CriGaMa12, de todas maneras en el primer cajón del escritorio

te dejé una libreta con todo anotado.

-Gracias,

-¿Algo más? –esa pregunta me molestó tanto o más que Leila.

-Bueno, por lo que veo estás ocupado así que nada más –a eso

último lo dije sin ocultar mi malestar.

-Sí, estoy bastante ocupado–ratificó.

-¿Cuándo venís? –al fin de cuentas él había dicho que en tres

semanas regresaría y ya estábamos en fecha.

-No creo que pueda por ahora. Más aún, te iba a sugerir que vos

viajaras sola en julio a ver a los chicos y si yo puedo voy después

directamente para allá. Acá hay mucho todavía por cerrar y no tiene

sentido haber hecho semejante viaje para dejar todo a medias. Con

suerte a fines de julio ya podré regresar. Creo que con Matías

encontramos a alguien que va a poder encargarse de todo acá.

-Le estás tomando el gusto a San Pablo.

-Pará Leti, es trabajo. No me vine de vacaciones.

-¿Cuántos años tiene Leila?


Simuló una carcajada y finalmente respondió:

-No sé, tendrá entre 40 ó 50 años… ¡qué sé yo! No me hagas una

escena de celos a más de 2000 kilómetros de distancia, por favor.

No tengo tiempo para esas boludeces.

237

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Por eso l egamos a este punto, porque nunca tenías tiempo para

estas boludeces ni para nada. Buen día. No te molesto más.

En ese momento corté el teléfono indignada. Esperé un rato con el

deseo de que él volviera a l amarme para disculparse pero no fue

así.

Sin embargo ese hecho fue solo el primero. Al día siguiente

hablamos con la cordialidad habitual, pero con una frialdad

pasmosa. El sábado a la noche no pude hallarlo en el celular y desde el hotel


me dijeron que no se encontraba en el cuarto ni tampoco

en el comedor. Ya mi cabeza se disparó a cualquier lado. Imaginaba

que de seguro tenía algo con Leila o con alguna otra. En el fondo

sentía que me lo merecía, por estúpida, por escribirme con un

tarado como Miguel que ni siquiera tenía pelo en la cabeza.

Pero el broche de oro de mis elucubraciones, l egó días más tarde,

tras una l amada de Alberto.


-Hola Leti. ¿Cómo estás?

-Bien.

-Hablé con los chicos y te esperan ansiosos. ¿Salís el miércoles?

-Sí, me voy a tomar dos semanas de vacaciones, pero solamente voy

a estar una con el os. ¿Vos ya tenés fecha para venirte?

-No, está complicado. Tengo por lo menos un mes más acá.

-Beto, voy a ser directa: ¿vos me estás ocultando algo?

Él carraspeó y yo pude imaginar perfectamente su gesto. Dudaba, y

eso fue peor que cualquier afirmación.

-Leti, creo que lo mejor va a ser que hablamos cuando nos veamos

personalmente.

238

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Me estás ocultando algo –afirmé con dolor contenido.

-No, no es eso, pero tenemos que hablar.

-¿Tenés otra? ¿La tal Leila? ¿O quién? ¿Me estás castigando?

-Pará. No tengo otra ni tampoco te estoy castigando. ¿Qué clase de

hombre te creés que soy? Solo que no son cosas para hablar por

teléfono. Hay cosas para hablar pero respetemos este tiempo, por

favor.
-Tiempo que pediste vos, yo no lo necesitaba. Yo tengo todo muy en

claro.

-No lo parecía que lo tuvieras tan claro cuando me fui.

-Porque soy una estúpida.

- Leti, no avancemos en esto porque vamos a herirnos. Al regreso

hablamos.

Esa noche me quedé pensando en ideas claves: no había negado

que me estaba ocultando algo; había dicho “tenemos que hablar” y

no por teléfono sino personalmente. Solo esos dos elementos

bastaban para que una mujer como yo armara tremenda historia

dramática en su cabeza. A los pocos días me vi preparando la valija y


partiendo rumbo al departamento de mis hijos. Estaba destrozada.

No solo extrañaba a Alberto, era algo más: me había dado cuenta de

que lo seguía amando. Ante la posibilidad de perderlo, ese amor

que parecía anestesiado se había despertado.

“¿Cuál es la receta para que el amor tenga sabores y aromas? ¿Cuál

es la forma para mantenerlo sabroso? ¿Cuál es la manera de

recuperar ese plato exquisito que se nos ha echado a perder? No lo

sé. Por eso tal vez es que no hallo la manera de saciar ese apetito

que me remite a vos”. Escribí en el cuaderno mientras el colectivo

239
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

arrancaba rumbo a la casa de mis hijos. De fondo Joaquín Sabina

cantaba “Amor se l ama el juego”.

***

Lola

A mi regreso, Pablo no preguntó mucho sobre mi viaje a la Colonia y yo


conté lo justo y necesario. Él estaba con la cabeza puesta en

otras cosas. Habían surgido unos cuantos conflictos que no lograba

resolver desde su área. Protestas gremiales, ataques de la oposición y un


posible piquete en la zona de la Colonia lo mantenían en vilo.

Una tarde l egó indignado y apenas abrió la puerta disparó:

-Ese idiota del médico de la Colonia, ¿quién se cree qué es? No tiene
capacidad de negociación. ¿Cuándo viajás allá? Fijate si podés

hacerlo entrar en razón.

-¿Qué pasó? –escuchar a Pablo hablando así de Juan me puse

histérica.

-Que el tipo dice que no van a negociar hasta que no le mandemos

todo lo que vienen pidiendo desde hace tiempo. No parece un

médico sino un terrorista con rehenes.

- No es para tanto Pablo

- ¿No? Nos exige que recibamos a los representantes de las fuerzas


vivas del lugar porque cada uno de el os tienen reclamos diferentes.

Se le explicó que no se le puede mandar todo y que además para

hablar con la gente del lugar está el Intendente, pero sigue

insistiendo en que el gobernador los reciba. ¿Vos podés creer?

240

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Es que vienen siendo postergados desde hace mucho tiempo, y

cuando la gente explota pasan estas cosas. No hay que tirar tanto

de la soga.

-Veo que estás con el os… Viven quejándose, quieren todo de

arriba.

-En primer lugar, no estoy con el os, simplemente digo lo que

pienso. En segundo lugar no están esperando que todo les caiga de

arriba, te recuerdo que el Estado tiene una obligación con la salud, con la
educación, con los sectores más vulnerables.. En vez de

gastar tantos recursos en campañas políticas y en otras cosas que le ayudan al


Gobernador a acrecentar su imagen para ganar las

legislativas (y de paso proyectarse a algún cargo ejecutivo que se le ocurra)


debería haber más dinero vertido en este tipo de

necesidades. Ahora le jode porque necesita ganar las elecciones de

medio tiempo, que si no podrían estar mil años manifestando y no


movería un dedo.

-No soporto cuando te aflora esa cabecita de…

-¿“Cabecita de qué”? Querido, siento decirte que esto es lo que soy.

-También sos una empleada del Estado y además sos mi mujer. Así

que más te vale que cuando vayas a la Colonia hables con ese imbécil y lo
hagas entrar en razón. Porque si finalmente hacen ese

piquete en la ruta, te juro que yo le voy a indicar a gendarmería

quien es ése pelotudo para que le pongan un tiro de aire

comprimido en el medio del culo. Pendejo concheto y ricachón que

se viene a hacer el revolucionario.

- Te desconozco Pablo. Estás exaltado… -dila media vuelta y lo dejé

despotricando solo.

241

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Los días siguientes fueron casi monosilábicos, ninguno de los dos

volvió a hablar del tema. Pero el conflicto estaba allí. Entre nosotros el
piquete ya había empezado. Yo en estado de protesta y él

esperando el momento exacto para reprimir.

Uno puede tratar de mantener a raya, física y emocionalmente,

muchas cosas. Pero el cuerpo no entiende de censuras. Se cura y se

enferma de acuerdo a lo que pasa por la mente y el corazón, y el


mío tuvo la reacción justa en el momento indicado. El martes por la

noche caí en cama con más de 38 grados de fiebre. Me

diagnosticaron un estado gripal y fue la temperatura y la tos la que me liberó


de ir al día siguiente a la Colonia. Algo en mí ser se negaba a encontrarme
con Juan: no quería enfrentarlo luego de lo que

había pasado entre nosotros y tampoco quería conocer los detalles

de la protesta. Alguien terminaría traicionando. Agradecí como

nunca quedarme en cama. Pablo, en cambio, no podía faltar a su

trabajo. Le dije que se fuera tranquilo, que cualquier cosa le avisaba.

Pese a que en esos días la tirantez se imponía entre nosotros, esa

mañana al despedirse me dio un beso cariñoso y me dijo que no

dudara en l amarlo si lo necesitaba.

Cerca de las 10 la fiebre había bajado. Me puse de pie, me di un

baño y decidí tomarme un té con limón y comer unas galletas.

Desde la tarde anterior que no comía nada sólido.

El celular sonó y al ver el nombre de Juan en la pantalla no pude

evitar la alteración.

-Hola –dije, procurando sonar lo más tranquila posible.

-¿Venís hoy? –me sorprendió que no me saludara, como así también

su tono. ¿Estaba enojado porque no había ido?

242
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Estoy con gripe –respondí mientras tosía, un poco porque la

garganta me lo pedía y otro tanto para remarcar mi condición.

-Que oportuno… -sin dudas estaba molesto.

-¿Crees que me estoy escapando de vos?

-No, creo que estás actuando de manera muy política. Te lo voy a

preguntar una vez y no quiero mentiras: ¿vos sos mujer de un tipo

que trabaja en el área de comunicación del gobierno? ¿El primo de

tu pareja es Ministro?

Quedé helada. Hasta ese momento creía que todo el reclamo tenía

que ver con una cuestión más bien sentimental. Pero no, la verdad

había saltado a la luz y en el peor momento.

-Es verdad –afirmó Juan -. Tu silencio es lo mismo que una

afirmación. ¿Y para qué viniste acá? ¿Sos un “topo”, una infiltrada?

¿Te metiste entre nosotros para saber lo que hacemos o lo que es

peor para adelantar lo que vamos a hacer?

- ¡Como se te ocurre decirme eso! ¿Te parezco que tengo el perfil

de buchona?

-No sé, decímelo vos… Al fin de cuentas nunca dijiste ni una palabra de tu
relación con esa gente, jugabas a ser una mina que estaba de

nuestro lado, incluso te conté de la protesta y a los pocos días


cayeron acá a presionarnos. ¿Sabías que me dijeron que no jodiera

más? ¿Qué mi puesto corría peligro? ¿Qué podían encontrar una

causa para despedirme? ¿Lo sabías?

-Juan, yo no abrí la boca sobre la protesta. Tenés que creerme.

-¿Por qué mentiste?

243

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Porque mi novio me lo pidió. Fue la manera que él encontró de

preservarme.

-No, fue la manera que él encontró para utilizarte. ¿O me vas a decir que
nunca le contaste nada de la Colonia? ¿No le dijiste nunca quiénes somos,
qué tenemos, qué nos falta, quienes trabajan en

cada sector? No me jodas Lola… Más aún, l egué a pensar que te

metiste en mi cama para sacarme más información. Resultaste ser

un fiasco.

-No voy a permitir que me hables así. Por mí podés creer lo que

quieras, pero no me insultes –grité con fuerza, y un acceso de tos

me dejó expuesta.

-Vamos a hacer una nota pidiendo que designen a otra persona, no

queremos que vengas más.

-No va a ser necesario. Yo voy a renunciar. Prometo ir la semana


que viene solo para dejar algunas cosas presentadas antes de las

vacaciones y después no van a tener que verme más la cara. Y no lo

hago por tu l amada, no creas que sos tan influyente en mi vida. Ya

lo había decidido hace unos días atrás, cuando a causa de la Colonia tuve un
enfrentamiento con Pablo.

-Ah, claro, encima tenemos que tolerar que te hagas la víctima.

Pobrecita Lola, una chica encerrada entre dos mundos: el de los

poderosos y el de los marginales. Te calza ese personaje, hace

algunos días atrás lo jugaste muy bien: la pobre Lola en medio de

dos romances…

-Ya entiendo, tu problema no es que no les haya dicho nada sobre

mi vinculación con gente del gobierno, tu problema no es que me

consideres una botona, tu problema es que no caí rendida a tus

brazos… Te jode no haber ganado, porque al final, en el fondo no

244

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

sos más que un egocéntrico que está allí no porque le guste o lo

sienta como un lugar propio, sino para huir, para escaparse del

dolor, para sentir que su vida vale algo. El pobre niño rico que siente que le
debe algo al mundo. . Andá a cagar Juan, si la Colonia está mal es porque hay
tipos como vos que anteponen su orgul o y
testarudez a las necesidades de la gente. Sos un pésimo negociador.

-Hay cosas con las que no negocio: la miseria y el amor.

No fue tanto lo que dijo sino cómo lo dijo. Me callé e intenté calmar mi
respiración y retomar un tono moderado de voz.

-¿Cómo te enteraste? –quise saber.

-Vino una señora de la fundación, quería hacernos entrar en razón

y… sorpresa. Pidió por vos, la mujer de Pablo Achával, pariente del

Ministro de Gobierno…. Lo demás fue pura deducción.

-¿Qué dijo Mariana?

-Se sorprendió, pero fue más benevolente que yo.

-¿Algo más para decirme? O más bien, ¿algún otro insulto que te

haya quedado pendiente?

-Sí, sos una cagona en todos los sentidos.

Podría haberme defendido pero preferí callar. Tampoco tenía

argumentos.

-Sos muy impulsivo Juan, no pensás lo que decís. Estoy segura de

que en cuanto cortes te vas a arrepentir. Pero ni se te ocurra

mensajearme. Y es posible que sea una cagona, pero jamás una

delatora, ni un topo, ni una buchona.

Le corté con furia y me quedé temblando.

245
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Definitivamente, ese no era el lugar para mí.

Presentaría la renuncia. Pediría viajar el miércoles siguiente a la

Colonia, trabajaría hasta el viernes y luego me iría unos días a mi casa.

Necesitaba ordenar todo este desmadre que me rodeaba.

Capítulo 30

La decisión estaba tomada. En primer lugar habló con Pablo. Para

convencerlo puso varias excusas: que el trabajo la esclavizaba y que en todo


ese tiempo no había podido ir a visitar a su familia, que no deseaba que su
actividad genera cortocircuito entre el os, y que

finalmente en la Colonia se habían enterado de su relación familiar con


funcionarios del gobierno por lo que seguramente su presencia

no sería bienvenida. Pablo escuchó con atención, aceptó su posición

y le dijo que en ese caso lo mejor era no ir más y dejar cuanto antes el
empleo. Lola se negó, aduciendo que deseaba hacer un último

viaje para dejar su tarea encaminada, lo consideraba un acto de

responsabilidad. Pese a sus explicaciones, en el fondo su mayor

deseo era ver nuevamente a Juan y aclarar las cosas cara a cara.

Días más tarde se lo comentó a Ernesto. Le pidió que le permitiera

hacer un último viaje, y acordaron que el 8 de julio sería su último día.


Igualmente quedaba a su disposición para lo que necesitaran.

-Ese cargo está maldito, todas deciden alejarse. Aunque tus razones
no son las mismas que las de Carolina –expuso el jefe. Lola no

respondió, pero conociendo los motivos de su Carolina consideró

246

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

que las razones que las habían alejado a ambas no eran tan

diferentes.

Ese miércoles amaneció nublado y l uvioso. Más aún, el servicio

meteorológico anunciaba un alerta meteorológico. Obviamente

Oscar ponía excusa para hacer el viaje y Lola decidió hacerlo por su cuenta.
Consiguió un colectivo y partió. Fue un recorrido eterno,

con paradas en cada pueblo y con Pablo recriminándole su accionar

cada treinta minutos.

Sus mensajes se repetían una y otra vez: “¿Pero cómo te largaste

sola”; “Es una locura, dicen que la tormenta puede ser muy fuerte”;

“Bajate en el primer pueblo al que l egues y volvé a casa”. Ya al

último, viendo que su mujer estaba empecinada en lograr su

cometido, simplemente le escribió “Cuando l egues avisá. Cuidate”.

Pese a que el cielo estaba oscuro como nunca, el a desestimó la

supuesta alerta. Habitualmente cuando se anunciaba no ocurría

nada, y en cambio cuando no se anunciaba l egaban intempestivas

tormentas. Confió en aquel o y procuró relajarse.


Apenas bajó del colectivo, un aguacero le cayó encima. El aguan

helada la estaba empapando y aunque buscaba reparo entre los

árboles o algún alero, decidió que no tenía sentido evitar o

inevitable. Llegó a la puerta del dispensario toda mojada y

temblando de frío. Antes de entrar miró al cielo y, en medio de una

l uvia intensa y compacta, tuvo la certeza de que eso no pararía

pronto.

Mariana la recibió sorprendida. Estaba sola.

-Hola. ¿Cómo te viniste con un día así? –expresó, mientras buscaba

una toalla para ayudarle a secar sus cabel os de los que aún caía

247

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

agua -. Sacate esa campera y sécate un poco. Te preparo algo así

entrás en calor. ¿Té o café?

-Café –respondió Lola tiritando.

-Juan me había dicho que dejabas el trabajo por eso me l amó la

atención verte entrar, y más aún en un día como hoy. ¿Oscar?

-No vine con él. No estaba autorizado a salir con la alerta así que

viajé en colectivo. Quería que termináramos con los papeles de este

mes así dejo todo presentado antes de renunciar. No sé cuánto van


a tardar en ocupar el puesto.

-Ah, entonces es verdad que te vas –Mariana la invitó a sentarse y

l egó con dos tazas de café. Era evidente que tenía intenciones de

hablar.

-No es necesario que renuncies por tu familiaridad con el Ministro ni por el


cargo que ocupa tu pareja. No te voy a negar que cuando nos

enteramos nos cayó mal, pero yo sé que no sos una infiltrada ni

nada de eso.

-Gracias Mariana, me alegra que me lo digas. La verdad que Juan me

l amó “topo”, buchona, cagona…. En fin, me trató pésimo.

-No le l eves el apunte ya sabés como es él. Dice barbaridades y

después se le pasa -la dejó tomar su tasa humeante y luego se

atrevió a preguntar - ¿Por qué no nos contaste?

-Por estúpida. Pablo, mi pareja, me pidió que no dijera nada al

respecto creyendo que iba a ser más fácil para mí, pero… las

mentiras tienen patas cortas.

- Lo que más nos molestó es que no dijeras nada. Tal vez si de

entrada te hubieras presentado con la verdad… Seguramente al

248

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

principio nos hubiera incomodado pero tras conocerte sabríamos


realmente qué clase de persona sos.

- ¿Y qué clase de persona soy?

-Para mí sos una buena chica, comprometida, trabajadora.

Cometiste un error, pero sin malas intenciones. De mi parte, ya todo está


aclarado – le agarró la mano con sincero afecto -. Te voy a

extrañar Lola. Si te vas por esto te sugeriría que lo pensaras mejor.

Más aún, me gustaría que no te fueras.

Ella le sonrió, pero no dijo nada.

Mientras la tormenta se abatía con furia, el as se tomaron un buen

rato para terminar de completar planil as. Con semejante aguacero

no había pacientes. Sin embargo, pasados unos 40 minutos Juan

interrumpió intempestivamente.

-Necesito la ambulancia, se derrumbó el puentecito oeste y la gente

necesita ayuda para ser evacuada… -dijo eso nervioso, sin poder

evitar una mirada cargada de interrogantes ante la presencia de

Lola

- Hola –saludó por pura formalidad.

-¡¿Qué?! –Mariana no había reparado del encontronazo visual entre

ambos, sino que estaba impactada por la noticia -. Vamos, te

acompaño.

-No, vos quédate porque Lucio se fue hasta el Pochito con tu


camioneta, parece que allí también hay problemas. Los bomberos

están en la zona de los oril eros, es un caos. Dame uno de esos

botiquines y me voy…Vos quédate acá por las dudas. Mantené el

celu y la radio en alerta, y hablá con el padre Gervasio para que nos 249

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

habilite la iglesia para los evacuados. También habría que l amar a

Lisa para que en las escuelitas se pueda acoger gente.

-Perfecto –Mariana se levantó y en pocos minutos l egó con dos

maletines -.Acá hay un poco de todo, manteneme al tanto, por

favor.

Lucio apareció en ese momento con tres adultos y unos cinco niños.

Todos empapados y embarrados.

-Mariana, el más chiquito tiene una cortadura en el tobil o y este

señor un golpe en la cabeza. No perdió la conciencia pero le cayó

encima el tronco de un árbol. A esta familia el agua le l agaba casi a la mitad


de la pared de la casa, para colmo la nena del medio está

con un bronco espasmo. Los traje acá para que los veas, me voy de

nuevo porque hay más gente.

Lola seguía con atención el movimiento frenético de Juan, Mariana

y Lucio. A su vez, observaba el dolor y la desesperación paralizante de la


gente.
-Yo te ayudo Mariana –dijo Lola -.Tomó de la mano a los más

pequeños y empezó a quitarle las zapatil as y medias mojadas

frotándole los pies para que entraran en calor.

-Al á tenés salbutamol, con esa cámara le hacés un puf a la nena,

contás hasta diez y le hacés otro. Vamos viendo como reacciona

mientras limpio el tobil o del hermanito. Usted el del golpe siéntese allí que
ya lo reviso. El resto se va quitando el abrigo húmedo y se prepara un té
calentito.

Juan y Lucio hablaron sobre algunos detalles logísticos y salieron

velozmente.

250

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Tanto l ovió? –consultó Lola mientras hacía lo que Mariana le

había pedido.

La otra concentrada en limpiar y cocer el corte, respondía.

-Mucho y en poco tiempo, desde las once que no ha parado. Encima

Defensa Civil no hizo sonar las alarmas, y caído el puente los arroyos se
vuelven violentos y peligrosos. Espero que no tengamos que

lamentar víctimas.

-Es que cuanto hace dotora que estamos pidiendo mejoras…. Esos puentes
son viejos…. Hasta que no pasan las desgracias nadie hace

nada –manifestó la mujer que se mantenía atenta su esposo,


mientras que en su falda cargaba a uno de sus hijos.

-Al cambiar los cauces de los arroyos pasan esas cosas y con el

desmonte más todavía –agregó el hombre.

-Al menos no ha perdido la noción de las cosas –dijo Mariana con

humor al ver que el golpeado seguía atento la conversación. Llamó a

Lola y le pidió que le ayudara a sostener al niño. Había que empezar a coser.

El resto de la jornada fue un desconcierto: sirenas, la l uvia que no cedía,


Lucio y Juan que venían una y otra vez con gente lastimada,

shockeada. Traslado de evacuados a la iglesia y a algunas escuelitas (otras


estaban pasadas por agua) y el armado de una cadena

solidaria voluntariosa pero desorganizada para acomodar a las

personas en estos sitios y en el club principal.

Cerca de las tres el agua paró, pero a partir de ese momento la

actividad se volvió frenética. Más l amados de pedidos de auxilios,

desesperación de la gente por intentar ayudar a sus familiares, las

líneas de teléfono colapsadas. El intendente había puesto todo a

251

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

disposición de la Colonia, pero nada era suficiente. La naturaleza había


arrasado.

Cerca de la media tarde se contabilizaban cuatro muertos, un


número doloroso pero que a Lola le pareció poco en función del

caos que reinaba a su alrededor. Ella no había salido casi del

dispensario: conteniendo a la gente, ayudando a Mariana, buscando

gasas, buscando ropa para cambiar a niños que l egaban helados,

preparando infusiones tibias…

Nadie del gobierno provincial había logrado aún l egar al lugar, pero se sentía
al helicóptero sobrevolando la zona. Se decía que el

Gobernador estaba allí, al menos así lo replicaban en la radio, de

hecho durante el vuelo había hecho una salida para calificar a la

situación como “desesperante”. En ese momento se acordó de

Pablo. Seguro estaría angustiado. Buscó en el bolso el móvil y vio

infinidad de l amadas perdidas. Intentó responderlas pero no podía,

la señal fallaba. Pasada las seis de la tarde recién pudo dar con

Pablo.

-Amor –su voz sonaba abatida.

-Hola, perdón no había señal, pero estoy bien.

-Sobre que tengo un quilombo infernal de laburo, no podía dar con

vos.

-Quedate tranquilo, yo estoy bien ayudando mucho en el

dispensario. Pero esto ha sido un desastre, recién se está calmando

un poco.
-En un rato l egan colectivos de gendarmería con colchones,

frazadas, lavandinas, ropa… Avísame si necesitan algo más y lo voy

tramitando acá. Calculan que en media hora van a estar las

autoridades en la región.

252

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No me preocupa el ahora Pablo. La gente va a colaborar, la ayuda

va a l egar, pero qué va a pasar después… Acá hay gente que perdió

todo, ¿cómo se van a recuperar? -la voz se le entrecortó en un

sol ozo.

-Tranquila, se les va ayudar. Te pido un favor. Quedate esta noche

allá. ¿Tenés a dónde?

-Sí.

-Bueno. Quedate y mañana a primera hora te venís. Si podemos nos

vamos l amando. Y cuídate por favor…. Sos cabeza dura, te dije que

había un alerta y te fuiste igual.

-Y si ya lo sabían porque no estuvieron acá antes. Porque tuvo que

salir la gente común con sus autos y camiones a rescatar a los que

se estaban inundando…

-Después lo hablamos, me están l amando por el otro celular. Besos.


Cortó. En ese momento Lola supo que ya nada la unía a Pablo. No es

que no se quisieran el uno al otro. Simplemente miraban al mundo

desde lugares distintos. Y eso sería irreconciliable. Al igual que

siempre, había sido pragmático: una vez seguro de que el a estaba

bien y que tenía a donde resguardarse, el problema de Lola estaba

resuelto. Entonces se dedicaba a lo verdaderamente importante.

-Bueno, acá no hay mucho más para hacer –dijo Mariana

quitándose un ambo que registraba marcas de barro y sangre -.Me

cambio y vamos para el club, seguramente allá nos necesitan. ¿Vos

qué tenés pensado hacer? No creo que salgan los colectivos…

- Había pensado en quedarme a pasar la noche acá. Pero no quiero

incomodar, me ubico con la gente, en el club o en la iglesia.

253

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-No, te dejo en casa y descansás un rato. Te das un baño y te presto algo de


ropa. Todavía tenés húmedos los pantalones. Yo me cambio

rápido y me voy al club, Lucio está organizando la distribución de las cosas


en la capil a. Sé que hay gente del municipio en el club, pero seguro me
necesitan.

-No tengo ganas de descansar sino de ayudar.

-Descansá, y en todo caso a la noche ayudás a Lucio con la


distribución de las cosas. Te van a necesitar. Además en cuanto

oscurezca pueden empezar los saqueos, los robos en las casas

donde no hay gente… bah, tampoco es que la gente de acá tiene

demasiado para que le roben, pero por las dudas.

Lola asintió. No tanto porque quisiera dormir, sino porque

necesitaba un baño caliente. Además, se dio cuenta de que no había

comido nada y el estómago le resonaba como una ballena de

ultramar.

En la cocina, Mariana y Lola se prepararon unos sándwiches de

jamón y queso que acompañaron con un café con leche gigante.

Mariana le dejó un jean, una remera y un buzo en la cama, junto a

un par de zapatil as y medias. Tras cambiarse rápidamente, le

advirtió:

-Me voy, cualquier cosa que necesites me avisás, y en cuanto

puedas andá para la iglesia. Son dos o tres cuadras y ya despejó

todo. Mirando el cielo, cualquiera diría que aquí no ha pasado nada.

Abrigate, que te la has pasado temblando de frío todo el día y venís de una
gripe–Mariana le dio un beso y se marchó.

Lola se sintió un poco más reconfortada luego de comer algo. Se

quitó la ropa, l enó la bañera y en cuanto percibió que el agua

estaba tibia se sumergió. Bañarse después de una jornada así era


254

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

gratificante. De todas maneras no se quedó mucho tiempo, aún la

necesitaban. Así que salió lo más rápido que pudo y comenzó a

cambiarse.

Por un instante la azotó la tristeza, sabía que esa sería la última vez que
estaría en la Colonia, quizá sería la última vez que viera a Mariana… No
quiso pensar en Juan, era probable que tras esa

jornada catastrófica el os no se dijeran nada y la despedida fuera un simple


“chau”. ¿Así acabaría todo? ¿Cómo si se tratara de un

encuentro fugaz e intenso condenado al olvido? También pensó en

Pablo, y supo que el viaje a su casa le ayudaría a ordenar las ideas, a decidir
aquel o que en lo hondo de su ser estaba ya decidido.

Un golpeteo frenético en la puerta la sobresaltó.

-¿Mariana? ¿Lucio?

- Soy Juan.

Terminó de prenderse el jean y, aún descalza, abrió la puerta.

-¿Qué pasa? –le consultó con preocupación. Vio la mano envuelta

en un trapo l eno de sangre.

- ¿Mariana?

-Está en el club –Lola no podía quitarle los ojos de la mano y ese

trapo que la envolvía.


-No voy a l egar al club… ¿Podrías a manejar vos?

-Sí, pero ¿qué te pasó?

-Me corté un dedo que me sangra como la mierda… Necesito sutura

o algún pegamento –Juan estaba empalideciendo -.Pará, ¿te animás

a limpiar la herida y vendarla?

255

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Sí… pero de ahí a coserla.

-A esta altura es lo mismo. Fijate que Mariana siempre tiene en el

mueble del baño un maletín y traélo. Yo te voy a ir indicando, el

tema es que con la mano izquierda no puedo, soy muy torpe.

Lola obedeció y volvió al rato con el maletín. Sacó el desinfectante, las gasas,
la cinta adhesiva y siguió con atención las instrucciones de Juan. En realidad
el a podría hacerlo sin instrucciones, no era

complicado y no le asustaba la sangre. En menos de veinte minutos

terminaron. Él le pidió:

-¿Me traes un té con mucha azúcar? Creo que la pérdida de tanta

sangre me bajó la tensión. Me da vergüenza admitirlo, pero con la

sangre propia me descompongo rápido.

Mientras el a se dedicaba a preparar la infusión, Juan cambio el

tono y consultó:
-¿Qué haces acá? Pensé que habías renunciado.

-Sí, renuncié. Pero vine para dejar listo los pedidos del mes así no se atrasan.

-¿A qué renunciaste Lola? ¿A la Colonia, al trabajo, a mí?

Tenía la tentación de evitar el tema, pero lo cierto es que había ido hasta allí
para hablar. Así que se sentó a su lado y respondió.

-Oficialmente renuncié al trabajo, no está funcionando para mí, en

muchos aspectos. Pero la Colonia se va a quedar siempre en mi corazón…


¿Sabías que cuando me mudé pasaba la mayor parte del

día l orando, extrañando? Pero cuando conocí este lugar, las

lágrimas empezaron a desaparecer. Es difícil olvidar el sitio en el que uno fue


feliz, ¿no? –Lola estaba sensible, y por eso los ojos se le

l enaron de lágrimas -.Con respecto a vos, quiero que sepas que no

256

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

fuiste un entretenimiento en mi vida. Te dije eso para preservarme,

para no permitirme sentir lo que realmente sentía… No soy una

histérica, no juego con los sentimientos de la gente, no me creo una chica


linda y seductora que va por allí rompiendo corazones… La

primera vez que te vi tuve miedo. ¿Sabés por qué? Porque me

gustaste y mucho… Y con el paso del tiempo me gustaste más.

-¿Y entonces?

-Que nos conocimos en un momento equivocado, en un sitio


equivocado, en una situación equivocada…

-¿Por qué? Podemos intentarlo, rompé con tu pareja y lo

intentamos… -él le tomó las manos con adoración.

-Yo tengo que resolver mis cosas con Pablo, no se merece que de un

día para otro lo deje y me instale acá, tan cerca de su lugar, un sitio con el que
va a estar lidiando permanentemente por su trabajo…

Conociéndolo, sería humil ante para él.

-Ah, entonces estás pensando en él. Ni en mí, ni en vos…en él.

-No, también pienso que la Colonia no es el lugar adecuado. Juan, este no es


tu sitio ni tampoco el mío. Vos estás acá buscando algo y dudo de que eches
raíces en este lugar. Y yo tampoco. Tal vez

debamos descubrir qué queremos para poder construir algo juntos.

-Es posible.

- ¿Sabías que me voy un tiempo a mi casa para pensar?

-Pensar sobre qué.

-Pensar sobre Pablo, una relación buena pero que no funciona…

Bah, funcionaba hasta que l egaste vos.

Juan dibujó una risa tierna.

257

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Por qué me mentiste sobre tu vinculación familiar con gente del


gobierno?

-Porque soy una cobarde.

-No es verdad. No sos cobarde.

- Al principio te mentí porque Pablo me pidió discreción, pero

después para no desilusionarte. Yo sentía cómo me mirabas, había

respeto, admiración y amor en tus ojos. Y me gustaba ser mirada

así, como esa “mujer con alas”… Si hubieras sabido la verdad ibas a

empezar a mirarme diferente: como a una acomodada, como a una

buchona, como a alguien poco confiable… Y así fue.

- No Lola, es verdad que te insulté, te grité y me fui al carajo. Pero fue por
impulsivo. Desde que te vi supe quién eras, cómo eras. Por

eso me enamoré. Ni siquiera necesité conocerte demasiado, supe

que alguien te había creado para mí. No me enojó el secreto, tu

familiaridad con el Ministro ni nada de eso. Me enojó que volvieras

con él. Te imaginé en sus brazos después de estar en los míos y los

celos me cegaron. Si fuera un tipo feo, estúpido… pero no. Es

buenmozo, fino, inteligente.

-Pero aún con todos esos atributos no pudo eclipsarte. No amo a

Pablo. No sé cómo, no sé cuándo, no sé porqué, pero dejé de

amarlo. Es tan raro el amor…

- Raro…. -la observó casi con devoción -. Yo en cambio si sé cuando


empecé a amarte.

-¿Sí? ¿Cuándo?

-La noche que te conocí. En la despedida de Caro. Te vi en el patio, fumando


y me dije: es el a. Ella es a quien estoy esperando. Lo supe.

Me morí de amor cuando me explicaste lo de tu nombre, y

258

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

después… Dios, cuando te vi l egar a la Colonia con esa inocencia y cuando


me mandaste al carajo. Cuando te sonrojabas con mis

avances. Cuando te pusiste celosa por tu hermana. Cuando me

mostraste tu hombro. Ese tatuaje que me tenía enloquecido…

Tengo más de diez retratos tuyos.

-¿Retratos?

-SÍ, en mis tiempos libres suelo dibujar. Tampoco es que haya

mucho con qué divertirse en la Colonia, pero dibujar me gustó siempre. A


veces los miro y me digo: “es perfecta”. Cuando hicimos

el amor, confirmé todo lo que sentía.

Lola lo miró con intensidad.

-No puedo darte ahora una respuesta, solo te puedo decir que en

este momento tengo el corazón desbocado y que me muero por

besarte.
-No me des una respuesta, pero al menos dame el beso.

Lola dudó, entonces él tomó la iniciativa y la besó. Primero con

dulzura y luego con una pasión desmesurada. Lola correspondió a

ese ardor. Tenía la tentación de decirle que estaba segura de que lo amaba,
pero había decidido pensar, tomar distancia, aclarar su

situación con Pablo.

-Mariana… -Lucio interrumpió la escena y se quedó sin decir nada.

Quiso salir del paso de la manera más digna posible -¿Mariana ya se

fue al club?

-Sí –Lola se puso de pie, acomodándose la ropa. Juan ni se inmutó.

-Las hermanas se quedaron en la capil a, y tengo en la camioneta

unas cuantas bolsas de abrigo para repartir en las escuelas.

¿Ustedes podrían hacerlo?

259

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Sí, yo tuve un corte en el dedo, pero puedo…

-Yo manejo, busco el pul over, me pongo las zapatil as y nos vamos.

Lola desapareció al cuarto, y Lucio dijo en broma:

-A vos no te frena ni una catástrofe natural.

El resto de la noche tuvo algo mágico. Ambos fueron de un sitio al

otro l evando cosas, organizando donaciones, hablando con la


gente. Cada tanto se cruzaban miradas fogosas, se rozaban las

manos con deseo, y en el auto más de una vez Juan la besó.

Coqueteaban como esos que están iniciando una relación, aunque

ambos sabían que lo de el os era más bien una despedida.

Pasada las tres de la madrugada Juan le propuso que fueran a su

casa a dormir un poco. Ella no se resistió.

Se tiraron en la cama, él se quitó toda la ropa menos la remera y el bóxer.


Lola prefirió quedarse vestida, era su manera de preservarse.

Quedaron boca arriba un buen rato. Intercambiaron apreciaciones

de lo vivido y él la acurrucó en sus brazos. Lola buscó refugio allí, en esa


especie de nido cálido. Era reconfortante estar así. Se

preguntaba si habría sufrido tanto el desarraigo si en vez de Pablo

hubiera sido Juan su pareja. “No”, la respuesta le l egó como una

revelación.

Sus labios se acercaron a los de él. No lo pensó, no se cuestionó. Lo hizo


porque lo deseaba. Lo hizo porque sabía que ya no había razón

para tanta resistencia.

Un cuerpo es un campo dinamitado. Por fuera tanto la pastura

como la piel no advierten demasiado, sin embargo en su interior se

esconden explosivos que pueden detonarse con un simple roce. Los

labios de Juan no fueron precavidos y sus manos tampoco.


260

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Anduvieron sin cautela por mesetas y montes, por depresiones y

pliegos, por sitios donde el estallido se hizo inminente. El fuego los enlazó,
calor abrasador del que no pudieron escapar. Por un

instante se sintieron en la eternidad, creyeron morir y resucitar a la vez.

Cuando regresó el silencio se descubrieron envueltos en una

humareda que olía deseo. Los invadió la desolación, ambos sabían

que l egaba el final.

En un tono más de súplica que de exigencia Juan dijo:

-Quiero escucharlo de tu voz. Aunque te vayas mañana a primera

hora, aunque decidas quedarte con él, aunque no volvamos a

vernos nunca más…

- No hagas esto más difícil…

- Por favor,

-Te amo. . Pero necesito acomodar mis sentimientos.

-Yo voy a esperarte.

-No me esperes, no creo tener el coraje de volver a este lugar -le

dolió decir aquel o, pero necesitaba ser sincera. Ella no era de las chicas que
hacían locuras, ni siquiera por ese hombre al que ya no

tenía dudas amaba profundamente.


Juan la abrazó. Quiso prometerle que tal vez él sí tendría el coraje de ir a
buscarla. Pero no lo dijo. Volvió a besarla. Volvió a hacerla suya. Era como
volver a sembrar en ese campo, en ese cuerpo, que

había quedado devastado por el adiós.

261

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 31

-¿Recién ahora nos venís a decir esto mamá? – mientras sus

hermanos permanecían mudos y pasmados, Magui caminaba de un

lado al otro recriminándole a su madre el silencio.

No es que Leticia hubiera viajado con la intención de contarle a sus hijos que
estaban alejados con Alberto, sino que la insistencia de

el os de “por qué no vino papá”, “cuándo viene papá” o “qué raro

que papá no venga”, la l evaron a confiarle lo que estaba

sucediendo. No ahondó en detalles, dijo que su padre había

malinterpretado un mensaje de facebook y que, como no estaban

bien desde hace un tiempo, su decisión fue viajar a Brasil y tomar

distancia.

-Es decir que están separados –afirmó Gabriel.

-No, hijo. Por el momento no, tampoco sé que decidirá tu padre

cuando vuelva.
-¿Y vos? ¿Qué decidís vos mamá? Porque al fin de cuentas la que se

echó el moco fuiste vos –Magui, que tenía adoración por su padre,

ya empezaba a recriminarle cosas.

-Te aclaro Magdalena que yo no me “eché ningún moco”. Por otra

parte, el que decidió irse fue él no yo. Y por último, quien sigue

manteniéndose distante es él. Lo l amo, le escribo, le pido que

vuelva y no me da pelota. Así que no se te ocurra volver a hablarme

con ese tono, que bastante mal la estoy pasando.

-Hubieras hecho las cosas bien antes en vez de ponerte a mandar

mensajes de face como si fueras una pendeja… -Magui no era de las

que se quedaban calladas, en eso se parecía a su madre.

262

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Acá la pendeja sos vos, así que no me faltes el respeto porque…

-¡Basta las dos! –Cristian decidió ocupar el rol de conciliador -.Mirá mamá,
acá no se va a culpar a nadie. Son sus problemas y tienen

que resolverlos ustedes. Pero no los vas a resolver con l amadas

telefónicas, ni mensajes, ni nada de eso. Sabés que papá es un tipo

orgul oso. Viajá a Brasil y habla personalmente con él.

-¿A Brasil? Pero vos estás loco, yo no voy a viajar a Brasil…. Saben que no
me gusta salir demasiado, ni menos aún subirme a un avión
sola.

-Te desconozco mamá. Cuando era chico me decías que la valentía y

la nobleza eran los mayores valores que debía tener un ser humano.

No te importaba que fuéramos bril antes en el colegio, ni los

mejores deportistas, ni los más educados, ni nada de eso. Solo que

fuéramos valientes y nobles. ¿Te acordás?

Leticia asintió con la cabeza. Le dio ternura que Cristian recordara aquel o.

-Y resulta que vos sos una cagona. Papá siempre nos decía: “tu

madre no le tiene miedo a nadie, si tiene que enfrentarse a un

ejército lo va a hacer”. Y ahora resulta que no podés subirte a un

vuelo comercial de tres horas….

-Eso es porque no le interesa recuperar a papá, prefiere quedarse

frente a una compu, mirando huevadas o hablando vaya a saber con

quién… -Magui seguía resentida.

- Terminála Magui… Te ponés pesada, ya –intervino Gabriel.

-Viajá má, viajá –la forma en que Cristian dijo aquel o la l evó a

decidirse.

263

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Leticia extendió sus vacaciones unos días más. Aprovechó su estadía


en Buenos Aires para coordinar su partida desde allí. Vía Skype le

contó a Alberto que viajaba, lo hizo acompañada de sus hijos para

que no se resistiera. Él le expresó varias veces que no era necesario que fuera
hasta San Pablo. Pero el a no hizo caso y con autoridad

remarcó: “voy”. Alberto igualmente siguió poniendo excusas:

-No puedo ir a buscarte al aeropuerto.

-Pásame las indicaciones de cómo l egar al hotel o a la oficina

entonces.

-Esta es una ciudad complicada, no sé si vas a poder manejarte sola.

-No me jodas Alberto, cómo no voy a poder. Salgo mañana a las 5

am. Chau.

-Se alejó de la pantalla y dejó que sus hijos continuaran el diálogo.

A la madrugada ya estaba en el aeropuerto. Su cabeza no paraba de

elucubrar cosas. Para calmar tanta ansiedad sacó su cuaderno y

escribió: “Esta casa desvencijada de nuestro amor tal vez espera el

derribo inminente. Pero yo sé que de las demoliciones se rescatan

las vigas que todo lo sostienen, las puertas que todo lo abren, las

ventanas que sirven para ver más allá”.

***

Arribó extremadamente nerviosa, sin embargo su angustia y

ansiedad fueron aún mayores cuando vio que una joven morena,
con cuerpo escultural (tal como la había imaginado a la tal Leila) la esperaba
en el aeropuerto con un cartelito que l evaba su nombre.

264

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Pensó que pese a su negativa, Alberto iba a ir a buscarla. Pero se

equivocó.

-¿Leticia Mirabal, esposa del señor Alberto? –preguntó la morena

en un español impregnado de portugués.

Leticia asintió.

-¿Leila?

- No soy Luz, su secretaria. Leila es la encargada de administración.

La siguió hasta el coche, sin poder evitar que los celos la acecharan.

Una vez que se instalaron en el auto consultó:

- ¿Solo ustedes tres trabajan en la oficina?

- No, también está Matilde de Comercio Exterior.

- Todas mujeres…-Leticia manifestó aquel o con sorna, pero la joven

estaba concentrada en esquivar autos y no captó la indirecta.

Media hora más tarde, la dejó en el hotel.

-¿Alberto está esperándome acá? –Leticia consultó sorprendida.

-No, el señor Alberto tenía cosas que hacer esta mañana así que me

dijo que la dejara en el hotel. Él se hospeda en un apartamento que hay en el


último piso, hágase anunciar con su nombre y ya puede

instalarse allí. Seguramente va a l amarla en un rato –Luz extendió

su mano en señal de saludo, y Leticia respondió al gesto de manera

automática, aún no se recuperaba del desconcierto.

El apart era cómodo, agradable, con buena iluminación. Sin

embargo, Leticia intuía que para Alberto no habría sido nada fácil

cambiar su hogar por ese sitio. Era de los hombres que tras una

265

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

semana de vacaciones, ya tenía deseos de volver a su casa, dormir

en su cama, tomar su café, ir a la panadería del barrio. Sonrió al

recordar esos detalles, y volvió a extrañarlo.

Alberto no la había buscado, tampoco la esperaba. Lo desconocía.

Tal vez esa era su manera de decirle que entre el os todo se había

acabado. Sintió deseos de l orar y se odió por haberlo abandonado

tanto tiempo. Ahora comprendía cuanto le gustaba saberse cuidada

y protegida por él, cuanto extrañaba esas charlas que mantenían en

el desayuno, cuánto adoraba que sus ojos la miraran con deseo y

admiración. ¡Cuánto lo necesitaba!

Para salir de ese estado, l amó a Cristian y le avisó que había l egado bien. Él
no preguntó mucho y el a tampoco dijo demasiado.
Dio vueltas en ese apart recorriendo cada rincón, husmeando en las

cosas de Alberto. En el placard encontró su ropa, prolijamente

planchada. Seguramente el hotel tendría un buen servicio de

lavandería. Descubrió algunas prendas nuevas, buenas marcas,

moderna. De nuevo la atacaron los celos. No podía seguir ahí,

estaba a punto de enloquecer. Vio la hora en el celular, era ya el

mediodía y ni noticias de Alberto. Le había mandado mensajes, pero

su wahtsapp indicaba que no los había leído aún.

Bajó al bar del hotel, tenía que comer algo.

***

Estaba almorzando cuando lo vio entrar. No lucía traje, sino una

camisa y un sweater fino. Estaba más delgado y ojeroso. No sabía si

ese era buen o mal síntoma. Lo saludó con una sonrisa, embobada,

como si lo viera por primera vez, en realidad como si lo viera de

nuevo después de mucho tiempo.

266

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Hola –él le dio un beso pero el a lo abrazó. Lo abrazó bastante

tiempo, lo suficiente como para que la asaltara nuevamente el

deseo de l orar.
-Hola –dijo después, un poco avergonzada ante ese gesto.

-¿Llegaste bien? – consultó. Sin esperar la respuesta agregó - ¡Es

una locura que hayas venido hasta acá!

-¿Por qué?

-Porque nunca te gustó viajar en avión.

-Es una locura que l eves acá más de un mes cuando habitualmente

no querés que las vacaciones superen los diez días porque extrañás

la casa.

-Esto es trabajo, no vacaciones –Alberto lucía serio.

- Bueno, esto no se trataba de un viaje sino de vos…. O más bien de

nosotros.

Por primera vez Alberto le sonrió con genuina ternura. Desvió la

conversación a los hijos, y de pronto se encontraron charlando

animadamente sobre Magui, Cristian, Gabriel. Leticia tuvo la

tentación de atesorar ese instante en una caja de cristal

Comieron juntos y al finalizar Alberto comentó:

-Tengo que ir a la oficina, no estuve en toda la mañana y acá lo que no se


hace antes de las cinco ya no se hace.

-¿A dónde estuviste por la mañana? –Leticia estaba desconcertada.

-Tuve varias reuniones.

No quería ponerse paranoica, pero intuía que él mentía.


267

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Querés acompañarme, conocer la oficina y después te vas a dar

una vuelta al shopping? Queda a unas tres cuadras.

-Dale, vamos. ¿Tengo tiempo de cambiarme?

-Sí, te espero en el lobby.

Leticia se desilusionó. Imaginó que irían juntos al cuarto, que

compartirían cierta intimidad. Hasta ese momento el trato había

sido amable, pero un poco frío. “Hubiera preferido que me tratara

mal”, admitió.

Se cambió, se pintó, se perfumó. Sin embargo, al verse al espejo se

sintió fea. Recordaba a la tal Luz y odió el paso de los años. La

l egada inminente de los 50 y la menopausia se reflejaba en su piel, en sus


kilitos de más, en su culo caído y en las canas que asomaban

por debajo de la tintura que ya no le duraba más de 20 días.

Al arribar a la oficina se sintió peor a aún. Leila no era joven, pero era una
mujer atractiva. Matilde también era bonita. La primera

rubia, la otra de cabel o castaño y una piel trigueña cautivante. Sus ropas
coloridas, sus accesorios despampanantes y el modo tan

fluido con el que hablaban en portugués con Alberto la dejaron al

borde del colapso. Ella, que había tenido durante años a Alberto
comiendo de su mano, ahora lo veía distanciarse inexorablemente.

No es que en sus ojos percibiera lascivia hacia las mujeres o que

cierto gesto le hiciera presumir que alguna de el as era su amante.

No, era otra cosa. Era sentir que Alberto había encontrado la

manera de vivir sin el a. Recordaba las palabras de Caro, aquel o de que tenía
el síndrome de la vaca atada. Al parecer la vaca se había

desatado y se lanzaba campo adentro mientras el a permanecía a la

distancia, petrificada, sin reacción.

268

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Tengo para un rato largo –Alberto la sacó de sus cavilaciones. Le

dijo aquel o mientras la hacía pasar a la oficina.

-Entonces… ¿qué hago?

-Lo que te sugerí. Vas derecho por esta vereda y en tres cuadras

tenés el shopping. Paseás un rato y después me buscás por acá. ¿Te

parece?

-Bueno, como digas –se sorprendió al escucharse tan obediente.

Observó la oficina y toda esa angustia que estaba acumulando se

desvaneció al ver una serie de portarretratos en el escritorio. Al í estaba el a,


sonriente. También estaban sus tres hijos, y una tercera foto de el os dos,
algunos años atrás, en medio de la playa -. Me voy y vuelvo a buscarte en un
rato.
Caminó entre locales y vidrieras, mirando sin ver. A cada paso se

colaba un pensamiento, una deducción, un recuerdo, la

reconstrucción de lo vivido a lo largo del día. Todo había sido raro.

No había ido hasta allá para transitar por un shopping como una

autómata, ni para pasarse el resto del día en un hotel imaginando

amoríos de su marido. Había ido a buscarlo para decirle que lo

amaba, para proponerle que pensaran juntos estrategias para

recuperar la pasión. Había ido hasta allá para pedirle que volvieran.

A las dos horas en punto estaba en la oficina. Entró cuando Luz ya

estaba marchándose.

- Adelante, el señor Alberto está en su oficina.

La chica se fue y Leticia se quedó un rato a la espera. Admiró el

tesón de su marido para construir un pequeño imperio.

Al parecer él no se había percatado de su presencia. No debía hacer

eso, pero sin querer pegó su oído a la puerta. Hablaba con alguien,

269

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

en portugués. Ella había estudiado hace muchos años el idioma,

pero recordaba poco y nada. Sin embargo, algunas palabras le

produjeron palpitaciones. “nao posso, minha mulher fica aquím”,


“eu nao quero que ela saiba de isto, no aínda”… ¿De qué carajos hablaba? O
lo que era peor aún: ¿con quién carajos hablaba?

Lo escuchó cortar el teléfono y se alejó automáticamente de la

puerta. Él se tomó unos minutos antes de salir y el a simuló que

recién entraba.

-Ya estás acá - se sorprendió. Luego propuso - ¿Vamos?

-Vamos –respondió Leticia, todavía sin poder salir de su estupor.

El hotel quedaba a unas diez cuadras de la oficina así que hicieron el trayecto
caminando. Hablaron del shopping, de los precios, de lo

que podía comprar para l evarle a los chicos. A los pocos minutos

estaban en el apart.

-Voy a bañarme -comentó Leticia.

-Dale, yo voy después. Si querés podemos comprar comida al frente,

es una especie de rotisería que tiene cosas muy ricas. Cenamos acá,

tengo vino, unos chocolates…

-Ok –estaba por entrar al baño, hasta que finalmente se dio vuelta y con
resolución preguntó -¿Qué está pasando Alberto?

No iba a esperar un minuto más para hablar de aquel o que la había

tenido todo el ese tiempo, y en particular ese día, inquieta.

-¿De qué? –él quiso hacerse el desentendido, pero Leticia lo conocía lo


suficiente. Algo pasaba.

270
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Cómo de qué? Vine hasta acá para que habláramos de nosotros,

no me vas a buscar, me tratás con indiferencia, te veo rodeado de

mujeres bonitas…

- Por favor Leticia, ¿viajaste para hacerme una escena de celos?

-No, viajé para decirte… -se quedó callada.

-¿Qué viniste a decirme?

-Que me perdones, que… te extraño Alberto, sé que no estuvimos

bien en los últimos tiempos, pero… -no sabía por qué le costaba

tanto expresarlo. Tal vez porque hacía bastante que no lo decía.

Uno se desacostumbraba a pronunciar la frase “te amo” y después

era complicado encontrar la manera de ponerlo en palabras.

-No podés ni decirlo Leticia. Viniste hasta acá porque te sentías sola, porque
no te acostumbrás a estar sin mí–había decepción en la voz

de Alberto.

- No –el a lo tomó del brazo -. Vine hasta acá porque te amo

Alberto, te amo demasiado. Ayudame a reencontrarme conmigo.

Nuestro amor es grande, siempre lo fue. Solo estuvimos distraídos

un tiempo, pero podemos volver a reconstruirlo, podemos incluso

construir una forma nueva de amarnos…

-No sé –él se desprendió. Y quedó de espaldas, parecía cansado.


- Hay otra mujer, ¿no?

-No, ¿de dónde sacás eso?

-Lo escuché…. Te escuché hoy, le decías que estaba yo, que todavía

no querías hablarlo conmigo, que…

- Pará, pará –la frenó con la mano -¿Vos escuchaste mi

conversación?

271

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Fue una casualidad –se excusó Leticia - La misma casualidad que te

l evó a vos a leer mis mensajes en Face –manifestó con ironía.

Alberto suspiró. Le señaló a Leticia la sil a para que se sentaran, y el a intuyó


que ese era el final. Definitivamente había otra mujer.

-No te lo quise decir porque todavía no es algo seguro.

-¿Es alguna de las que trabaja con vos?

-No es una mujer Leticia, es una enfermedad. Es un puto cáncer.

Leticia se quedó helada. En milésimas de segundos por su cabeza

cayeron en cascada mil ones de pensamientos. Hubiera preferido

que fuera una mujer.

-¡¿Qué?!

-Eso, hacía ya un tiempo que no me sentía bien. Acá tuve una

especie de infección urinaria, y bueno, me tuve que hacer los


exámenes de próstata y no me dieron bien… No es algo mortal, ni

grave, al menos por el momento. Estoy esperando un último

examen para mandarle todo al doctor Rodríguez.

-¿Cuándo pensabas decírmelo? –Leticia estaba a punto de l orar.

-No te lo iba a decir por Skype, ni por celular, ni por mail. La idea era volver
a la Argentina en dos semanas, organizar con Rodríguez el

tratamiento y charlar ahí. Creo que voy a tener que aplicarme unas

inyecciones previas para reducir el adenocarcinoma que es muy

pequeño, y luego hacer unas sesiones de radioterapia… Pero bueno,

tengo que esperar un último resultado.

- Alberto, ¿por qué me dejaste afuera de todo esto? ¿Tan poco

valgo para vos que ni siquiera merecía saberlo para acompañarte?

-No era un buen momento para recargarte con esto.

272

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿No? ¿Y sí era un buen momento para que vos lidiaras solo con

estudios, exámenes y la enfermedad?

-No me reproches cosas, estoy preocupado, por favor. Hace casi dos

semanas que no duermo ni como.

Leticia lo abrazó y, ya sin resistencia, se largó a l orar.

-Dejá de l orar que todavía no me morí –dijo él con humor y


devolviéndole el abrazo.

-Más vale que no te mueras, porque te resucito y te mato de nuevo.

-Hubiese deseado que tomaras la decisión de quedarte a mi lado sin

esta presión de la enfermedad. No quiero que te quedes conmigo

para acompañarme, yo puedo hacerlo solo.

-Que estúpido que sos. Yo quiero acompañarte porque te amo, sos

el amor de mi vida. Te amo desde ese día que te vi en los pasil os de la


universidad hablando en una asamblea del Centro de Estudiantes,

desde el día en que fuimos a ese recital por los Derechos Humanos y

nos quedamos cantando casi toda la noche, desde el día en que casi

cagaste a trompadas a Miguel por haber fanfarroneado con ser el

primer hombre de mi vida…

-¿Sabías de eso?

-Claro, toda la facultad se enteró. Pero no te lo dije porque valoré tu hombría


de guardar silencio… Te amo, te amo, te amo, te amo. . –

Leticia empezó a besarlo, y él respondió a cada beso.

Se levantaron y Alberto la l evó a la cama.

-El baño puede esperar –dijo con picardía.

-¿Y si nos bañamos juntos? –propuso Leticia con audacia.

273

CUANDO DEJÉ DE AMARTE


Terminaron bajo la ducha, surcando con caricias y besos la piel para acabar
en un encuentro sexual intenso con el agua cayendo sobre

sus espaldas.

Hacía mucho tiempo que no se sentían así, tan plenos, tan

pasionales. Hacía mucho tiempo que no se amaban por fuera de

una cama y en las posiciones tradicionales. Hacía mucho tiempo que

Alberto no sentía voracidad. Hacía mucho tiempo que Leticia no

tenía ese orgasmo largo y vibrante. Pero el tiempo siempre da

revancha, y allí estaban el os, tomándose la suya.

Volvieron al cuarto húmedos, plenos y a medio cambiar. Se

terminaron de vestir, en medio de palabras bonitas y caricias.

-Aprovechemos ahora, después no sé cómo será…. El tratamiento

debe tener sus daños colaterales, supongo. Todavía no indagué al

respecto.

Leticia lo abrazó con ternura.

-Lo que sea lo vamos a atravesar juntos. Vamos a superarlo. ¿Te

acordás cuando decíamos que juntos podíamos vencer cualquier

cosa? A este cáncer de mierda lo vamos a vencer, te lo prometo.

-Esta es mi Leticia, la mujer que no le teme a nada.

Aparecieron en su rostro las lágrimas, esas que había ocultado

durante tantos años. Las de la soledad, las del cansancio, las de la desilusión,
las del silencio. Las mismas que durante mucho tiempo

se habían secado en su alma. Esas lágrimas estaban de regreso,

porque a veces para renacer era necesario l orar lo suficiente.

274

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 32

¡Que distintos eran Pablo y Juan! Las despedidas con uno y otro

fueron una clara muestra de esas diferencias.

Pablo la acompañó a la terminal, no habló sobre el os, se refirió a

ciertas banalidades y antes de que subiera al colectivo la abrazó, le dio un


beso suave, le pidió que se tomara el tiempo necesario para

pensar.

“En una semana tal vez podría viajar para allá, pero es tu decisión

no la mía. Si no te espero en 15 días”, expresó. No la iba presionar, pero era


evidente que se estaba asegurando que el a regresara,

aunque sea para terminar con la relación en términos formales. Más

aún, Lola supo en ese mismo instante que él no viajaría a verla. La

esperaría para hablar en su territorio.

Lo saludó desde la ventanil a y una vez más pudo apreciar su

bel eza, su porte, esa aura impactante de su personalidad. Era

realmente un hombre hermoso. Una vez más lo comparó con Juan.


No era así de perfecto sino más bien de aspecto rudo, tosco, pero su boca y su
sonrisa eran escandalosamente atractivas.

Cuando vio a Pablo reducirse a una miniatura al final de la calle, se acomodó


en su asiento dispuesta a leer. Estuvo casi tres minutos en

la misma página sin concentrarse. Entonces cerró el libro y los ojos, y


recordó la despedida con Juan.

Él la abrazó, pero no como Pablo, sino con un fuerte sentimiento de

posesión.

¿Qué tenés que pensar tanto? -le recriminó en un tono

moderado.

275

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Todo. Vine hasta acá de mala gana, acompañando a mi

pareja, y resulta que ahora estoy a un paso de afincarme en

este lugar pero con otro hombre… Es una locura.

¿Para quién? ¿Para Pablo, para tu familia?

Para mí, es una locura para mí.


Juan bajó la cabeza, entre dolido y molesto.

- Yo sé que vamos a estar juntos… Quizás no ahora, ni en este sitio.

Pero vamos a estar juntos.

Lola no respondió.

Quiero que sepas que voy a tener deseos de l amarte cada

cinco minutos.

Podés hacerlo, no es necesario que no nos comuniquemos.

No lo voy a hacer, todavía tengo un poco de dignidad y

además no quiero parecer un demente obsesivo.

Simplemente quería que lo supieras.

Ella estuvo tentada de decirle, pedirle y hasta rogarle de que la

l amara cada cinco minutos. Pero no lo hizo. Al fin de cuentas, la

decisión de tomar distancia de ambos había sido suya. Lo besó con

la intención de dejar impresos para siempre sus labios en los de él.

***

Llegó al departamento y de pronto la nostalgia le cayó sobre el

cuerpo. El espíritu de Lola aún estaba allí, había dejado su tasa en la pileta sin
lavar, alguna ropa tirada por los rincones, un sahumerio
consumido y unos cuantos libros y papeles en el escritorio…. Sonrió.

Debía admitir que su mujer era realmente desordenada. Nunca

había prestado atención a eso, pero ahora en cada sitio encontraba

algo de el a, algo que seguramente a su regreso buscaría y no

276

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

encontraría. Por eso perdía todo, por eso a veces pasaba horas

buscando algo que no tenía la menor idea de dónde estaba.

Aquel o lo l evó a reflexionar sobre el poco tiempo que pasaban

juntos en la casa. ¿Cómo había hecho Lola para sobrevivir allí, tan

lejos de su antigua vida? La había dejado sola, muy sola. Por eso

ahora corría el riesgo de perderla. Él la amaba, pero de la manera en la que le


habían enseñado a amar. Con respecto, con caballerosidad,

con afectos medidos ante los otros y con la pasión reservada para la
intimidad. Ellos no combinaban, nunca combinaron. Aún recordaba

aquel día en que la había visto por primera vez en la Universidad.

No le l amó la atención. Es decir que ese día que la vio ni siquiera la vio. El
azar quiso que terminaran haciendo juntos grupo de estudio,

aunque Lola le dijo que no fue el azar sino un milagro divino a causa de sus
ruegos. En ese momento tampoco había reparado demasiado

en el a, era bonita pero su look se contraponía absolutamente con

lo que era su “estilo de chica”. A él le fascinaban las jovencitas de estilo


casual, una remera blanca, un jean ajustado, buenas curvas,

buena ropa, un cabel o lacio y sin estridencias, aros pequeños y

algún que otro anil o de plata en los dedos. Esas con las que se

podía mantener un diálogo –algo tenían en la cabeza- pero que no

necesitaban pelear contra todas las injusticias del mundo.

Nunca supo cómo había terminado con Lola, quizá porque esa

noche en la que salieron a bailar la descubrió como una mujer

verdaderamente atractiva o porque tal vez su inteligencia y su

forma de ver el mundo –bastante diferente a la de él- le habían

despertado curiosidad. Era una mujer encantadora, risueña,

ingeniosa, creativa… El noviazgo funcionó porque en esa etapa no

había mucho en juego. Además, como tenía una vida social y

familiar tan activa, era poco posesiva. Si él viajaba para una

capacitación, el a no ponía reparos. Si él decidía quedarse los fines de semana


a estudiar con sus compañeros, el a aceptaba sin

277

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

recriminar. Era cómodo estar con Lola. La pasaban bien, se

gustaban, congeniaban y –sobre todo- no interfería con su modo de

vida.

Pablo había calculado cada paso, el tiempo que le l evaría recibirse, el tiempo
que le l evaría hacerse de una posición, el tiempo de cada uno de sus logros.
Pero en esas mediciones Lola se le había

escapado. Tenía que aceptar que la relación había empezado a

complicarse cuando se mudaron. Le buscó un trabajo para que no lo

molestara con sus lágrimas y reproches encubiertos, pero aún así,

el a se le había escabul ido como una liebre. Incluso, en ese tiempo había
conocido a otras chicas con las que seguramente tendría más

cosas en común. No le había sido infiel, al menos no físicamente,

pero una de el as - que era secretaría en el despacho de

gobernación- le gustaba. Igual, era de los que podían desechar las

tentaciones si alteraban sus planes. Ahora, en medio de ese impasse

impuesto por Lola, se sentía más vulnerable.

Volvió a recorrer los rincones, y se dijo que si Lola regresaba con él, haría
algunos cambios en su vida e intentaría construir con el a una relación más
sólida. Tal vez un hijo… ¡No! desechó la idea casi al

instante. En ese momento un hijo representaría gastos y nuevas

ataduras. Se sintió cruel al pensar en la segunda opción. Si Lola

resolvía dejarlo. Casi sin querer, sus proyectos se encausaron. No

tendría que estar buscando alguna distracción para el a, no debería

estar sufriendo por pasar demasiadas horas en el trabajo, tendría la libertad


que necesitaba para desarrol arse profesionalmente,

acondicionaría ese departamento a su gusto con un estilo más


minimalistas y menos mandalas, velas y sahumerios por los

rincones, podría avanzar en esa capacitación que quería hacer en

España y además tendría la libertad de invitar a salir a Sofía, la chica de


gobernación. Descontando además que no tendría que escuchar

a su madre repetir una y otra vez: “esa chica no es para vos”. Aún

278

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

así, la extrañaría. De algo estaba seguro, nadie le despertaría tantas


emociones como Lola. Ella era un vendaval que lo atravesaba todo.

***

Le había pedido a Mariana que lo cubriera. Necesitaba estar solo,

alejado de todo y de todos. Aunque el día estaba frío y nublado,

decidió ir a la cascada. Por suerte no había nadie. Se encendió un

cigarril o y se quedó escuchando ese silencio de pájaros, de viento

suave, del agua corriendo.

Ella se había ido. Aún admitiendo su amor hacia él, lo había dejado.

Estaba dolido, indignado, triste. Todos esos sentimientos a la vez.

La Colonia, que alguna vez le había servido de refugio, ahora le parecía un


paraje insulso y agobiante. Lo único que quería era estar con el a, allí o a
dónde fuera.

¿Por qué se había ido? ¿Realmente lo amaba? ¿Era posible que una

mujer en pleno siglo XXI decidiera dejar a un hombre pese a estar


enamorada de él? Las justificaciones de Lola le sonaban absurdas y

eso lo l evaba a desconfiar de su afecto.

Sacó su celular, tuvo la tentación de l amarle, pero no lo hizo. Tuvo la


tentación de escribirle, pero no lo hizo. Tuvo la tentación de

dejarle un mensaje, pero no lo hizo….

Recordó un poema de Federico García Lorca y lo repitió a media

voz, al aire, como si fuera un conjuro: “Sin ningún viento, ¡hazme

caso!, gira, corazón; gira”.

279

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

***

Cerca de las nueve de la noche recibió un mensaje de Pablo en el

que le preguntaba cómo iba el viaje. “Todo bien”, fue su respuesta.

A los pocos segundos le l egó un emojis, pulgar arriba. Frío, simple,


impersonal.

A la medianoche, el Whatsapp volvió a sonar. Antes de leerlo, supo

que era él.

“No pude evitarlo, y te escribí. ¿Cómo estás?”.

“Bien, intentando dormir”.

“Perdón. Como no podía cerrar un ojo, se me ocurrió que tal vez vos

tampoco”.
“No duermo, lo intento”.

“Seguí intentándolo entonces”.

Lo que l egó después no fue un emojis sino un audio. Se puso los

auriculares -para no molestar al resto del pasaje- y empezó a

escuchar. La voz de Lila Downs decía “Yo soy libre como el mar

cuando me tocas tú, una l uvia de relámpagos cuando me tocas

tú…”. En ese instante deseó tener alas de verdad para volar al lado

de Juan.

Capítulo 31

Como era de esperar, a los pocos días de la inundación empezaron

las críticas al gobierno. Se hablaba de la falta de previsiones, de la carencia


de obras de infraestructura, del abandono al que había

280

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

estado sometida la Colonia en todo ese tiempo, de la inoperancia, de la falta


de apoyo, de que los créditos que se otorgaban eran

absurdos porque esa gente no estaba en condiciones de pagar

ninguna cuota por más baja que fuera, de que la ayuda económica

prestada era una risa, de que faltaban insumos en los dispensarios…

En definitiva: todo era malo.

Por esos días, Pablo no entendía cómo el gobierno había l egado a


tal nivel de conflictividad, beligerancia y una caída tan estrepitosa de la
imagen. En cada rincón de la provincia, la gente –aún los que

no tenían la menor idea de dónde quedaba la Colonia ni quiénes eran los


funcionarios de turno- recriminaba todo lo sucedido al

Estado.

Pablo agradeció que Lola no estuviese allí. Seguramente se pondría

del lado de los habitantes de la Colonia y él ya se estaba cansando de todo


eso. “Resulta que hasta antes de las inundaciones vivían en

unos ranchos mugrosos sostenidos por dos palos y ahora pretenden

que les construyamos unas casas de country”, había manifestado su

primo en una reunión puertas adentro signada por la urgencia de lo

acontecido.

Las cosas venían mal, pero empeoraron aún más cuando la gente

salió a cortar la ruta. “Empezaron los piquetes, a este quilombo hay que
pararlo de una buena vez”, dijo el gobernador en otra de las

reuniones de gabinete (la crisis los había obligado a reunirse

diariamente).

-Tratemos de evitar represiones y conflictos mayores. Ya nos

pusieron el mote de choros, ineptos, brutos… lo que nos falta es que nos l
amen represores y estamos en el horno –expresó Montoya, de

Desarrol o Social. Era el más afectado por la situación e intuía que 281

CUANDO DEJÉ DE AMARTE


su cabeza tenía precio. Si la situación no mejoraba, seguramente el

gobernador le pediría la renuncia. Eran las reglas del juego.

- Montoya, armá un equipo y viajá a la Colonia –dictaminó el gobernador.

-Me van a hacer cagar si me bajo allá, están todos hechos una furia

–se defendió Montoya.

- Y bueno, ¿qué pensabas? ¿Qué ibas a ganar la guita sentado detrás

de un escritorio? ¿Sabés a quien putea la gente todo el tiempo? A

mí, al gobernador. Yo no los escucho diciendo “Montoya es un

choro”, “Montoya es un hijo de puta”, “Da la cara Montoya”. No, el

apel ido que dicen es el mío. Así que mové el culo, armá un equipo

de gente aceptable, alguien que sepa hablar, dialogar, negociar y

andate para allá. Si la cosa se calma, yo voy por detrás…. Ah,

Martínez, organizá bien el equipo de prensa que vas a mandar, no

quiero de nuevo esas fotos de gente indigente, l orando ante sus

casas devastadas… No sé quién fue el pelotudo que tomó esas

imágenes, a ése decile que se vaya a trabajar a una revista, a un

diario a un sitio web de esos que están tan de moda. Acá las fotos

son de funcionarios recorriendo el lugar con botas de goma,

hablando con la gente, repartiendo colchones, con un chico en los

brazos… Recordale para quién trabaja al que hizo esas fotos.


Pablo estaba al lado de Martínez, tomando nota, pensando en cómo

comunicar todo esto en las redes. Al escuchar las últimas palabras

del gobernador hizo una mueca similar a la de una sonrisa. Él le

había dicho a Martínez, su jefe, exactamente lo mismo. Pero

Martínez era un tipo poco preparado para los tiempos actuales. Se

vanagloriaba diciendo que venía del “viejo periodismo”, y cuando se

le hablaba de la semiótica de la imagen, de cómo comunicar una

282

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

idea en las redes, se escondía detrás de frases necrosadas como “yo

tengo calle querido, comunico a la vieja usanza”.

Así estaban, con un tipo que se había conmovido con fotos que

hacían quedar al gobierno como el diablo. Pablo le había dicho que

el os no hacían periodismo, sino comunicación gubernamental.

“¿Vos me vas a dar cátedra a mí, querido?” había sido su respuesta.

Ese “querido” le jodía soberanamente las pelotas. Y aunque el tipo

no lo admitiera jamás, ambos sabían que su “calle” y su “vieja

escuela” no le servían en este momento al gobernador.

Obviamente que ante ese contexto, el equipo de prensa enviado

terminó a cargo de Pablo, quien no tuvo más remedio que dejar la


comodidad de la oficina para ir a enfrentarse a la euforia piquetera de las
rutas.

Así partieron, en tres coches, funcionarios y equipos. Por detrás iba


gendarmería con bastantes cosas para repartir.

***

Montoya había tenido razón. En cuanto intentó bajar, la gente se

agolpó al coche desplegando un diccionario abundante de

puteadas. Pablo intuía que mediar en esas condiciones sería un

caos.

Como era de esperar, no tardó en ver al doctor liderando el piquete.

Lo observó durante un rato en el auto. Arengaba, hablaba con el os,

se movía de un lado al otro…. Por un instante sintió celos. ¿Habría

pasado algo entre él y Lola? No lo sabía, ni quería saberlo. Pero de algo


estaba seguro, a Lola no le era indiferente. Había visto su

nerviosismo cuando l egó a su cumpleaños, su manera de mirarlo,

de hablarle… Nunca había hecho ni la mínima referencia al tema,

pero boludo no era. Incluso, esa vez que fueron al velorio, el muy

283

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

osado había mirado a su mujer más de lo conveniente. Volvió a

observarlo con detenimiento: su personalidad seguramente habría


despertado interés en Lola. ¿Tal vez por el médico había dejado su

trabajo? Una humareda lo volvió a la realidad. No era el momento

para andar celando a nadie, debía tener la cabeza fría. Bajó del auto sin
prestar atención a los insultos. En un acto de arrojo, se acercó al vehículo de
Montoya y abriéndose paso entre la gente dijo en voz

alta:

-Señores, dejen bajar al Ministro. Si no hablamos no vamos a poder

solucionar nada. Ustedes quieren recuperar lo perdido, y el único

medio para lograrlo, al menos en estas circunstancias, es a través

del gobierno –expresó todo eso sin euforia, no era un político sino

un pragmático. Sus ojos se cruzaron con los de Juan, ambos se

reconocieron. Pablo hizo un gesto como pidiendo que colaborara y

éste se acercó al grupo instando a la gente para que dejaran bajar a Montoya.

Se decidió que Montoya se reuniera con representantes del lugar en

el dispensario. Hasta allá l egó el Intendente, un tipo del pueblo con pocas
luces que no había podido manejar el desmadre en el que se

encontraba la Colonia. En representación de la gente estaban Juan, la


hermana Lourdes, Mariana, dos mujeres y un hombre más.

Pablo se quedó afuera, y por más de media hora escuchó las voces

que salían de allí dentro. A veces el tono era conciliador y en otras


exacerbado. Supo reconocer el timbre de Juan, era el que siempre

terminaba gritando. Era un hombre de carácter. No quiso pensar


nuevamente en Lola, pero supo que el doctor era un contrincante

difícil.

Un silencio profundo marcó el final de la charla. Alguien salió y le pidió que


ingresara. Se había acordado incrementar la ayuda

284

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

económica, establecer algunos subsidios y créditos, generar unas

cuantas acciones para mejorar cuestiones estructurales del lugar y

ampliar el plan sanitario.

Por su parte, la gente levantaría el piquete en un plazo de 30 días. Si hasta esa


fecha no se veían indicios de lo prometido volverían a las rutas.

Pablo tomó nota, y pidió algunas declaraciones de las partes.

Orgul oso como era, no le gustó tener que tomarle declaraciones a

Juan, pero no le quedó otra, era parte de su trabajo:

-Hemos decidido levantar el piquete en función de las promesas

adquiridas por el Estado. Igualmente, aclaro que aquí la inundación

fue la gota que rebalsó el vaso. Hace mucho tiempo que nadie se

hacer cargo de este lugar ni toma medidas serias al respecto. La

indigencia en la que vive esta gente es muy grande. Los recursos

escasean permanentemente y no es la primera vez que el agua les

l eva sus casas y lo poco que tienen –en lo más profundo de su ser
Pablo sonrió. Ya había decidido que solo dejaría la primera oración, aquel a
en la que decía que levantarían el piquete. Al resto se lo

cortaría, si ese médico quería hacer campaña que se buscara sus

propios medios. Además era un pequeño acto de venganza, solo por

si había tenido el coraje de avanzar con Lola.

Montoya decidió que haría un recorrido por las zonas más

afectadas. Pablo le pidió a otro de los integrantes del equipo de

prensa que lo acompañara, le indicó las imágenes que necesitaba al

camarógrafo y fotógrafo, y él se quedó en el auto con su arsenal

tecnológico dispuesto a enviar el primer comunicado. El piquete se

estaba levantando y era necesario informar eso cuanto antes.

285

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Mariana, la monja y los otros participantes de la reunión fueron los


encargados de acompañar a Montoya y a su gente en el recorrido.

Juan se quedó. Vio que Pablo se metía en el auto y decidió seguirlo.

Golpeó su ventanil a, y éste la bajó sin la más mínima intención de

descender del vehículo.

-¿Necesitás algo?

-Espero que cumplan.

-Yo no tengo nada que ver con eso, mi rol es otro –bajó la vista
como dando por finalizada la charla.

-Tu rol es vender mentiras, cortar, editar y narrar según tu

conveniencia.

-No, estás equivocado. Narro según la conveniencia del organismo o

empresa para la que trabajo…

-Y dónde quedó aquel o del bien común.

-En el mismo lugar en el que quedó el juramento hipocrático –Pablo

marcó un punto final en su netbook y con desafío empezó a hablar -

.Sé quien sos, sé quien es tu familia, sé que laburaste en una de las clínicas
más importantes de la ciudad, clínica de la que tu padre es abogado. ¿Sabías
que mi abuela murió ahí por mala praxis? Bah,

el os dicen que no, pero nosotros decimos que sí. Perdón…

¿atienden a la gente indigente que se está muriendo en esa clínica o la dejan


morir si es que no tienen una buena prepaga? Porque esas

cosas ocurrieron cuando vos estabas trabajando ahí y siguen

ocurriendo con el asesoramiento legal de tu papá. Sin embargo yo

no te vi jamás en los medios denunciándolo, ¿o sí? Puede que se me

haya pasado, pero soy bueno con los archivos, control de aire y esas cosas…

286

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Juan se quedó sin palabras. Pablo era astuto.


-Igual, tranquilo, yo no soy de los que me dedico a juzgar la vida

ajena. Solo que no me gusta que me vengan a prepotear con

discursos baratos –volvió a abrir su computadora para proseguir con

el trabajo.

-Igualmente yo no soy el dueño de la clínica y si me fui de allá fue


justamente por ética. Y te aclaro que tampoco soy mi padre. No

todos somos cínicos… Dicen que nadie resiste a un archivo, pero yo

sí. Y sigo creyendo en el bien común, en el juramento hipocrático y

en los valores dignos.

-¡Qué bueno! Eso quiere decir que estás en el sitio ideal, en un sitio que se
mantiene al margen del sistema, por ende la competencia y

el mercado no son un problema y tampoco lo son los valores que se

ponen en jaque frente a todo eso.

-Como Lola puede estar con un tipo como vos -Juan fue lo

suficientemente despectivo al decir eso.

- Ah, por ahí viene la cosa –ahora sí cerró su notebook y bajó del

auto -¿Y qué tiene un tipo como yo? ¿Creés que el a estaría mejor

con alguien como vos?

-Tal vez.

- ¿Y qué podrías ofrecerle? Contame. Porque podés jugar al

idealista, pero en el fondo sabés muy bien que siempre va a estar el bolsil o
de papá para cuidarte. A mí, los tipos como vos me caen

mal.

- Vos también me caés mal, en eso estamos en la misma. Y ya que

andamos tan sinceros, te pregunto: ¿vos que le podés ofrecer a

Lola? Porque debe ser muy poco si lo único que la hizo feliz en este 287

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

tiempo fue venir a la Colonia… Digo, no es justamente Playa del Carmen…


Sin embargo me dijo que acá era feliz, lo que me da a

entender que era muy infeliz a tu lado.

-Quedate tranquilo, que si Lola es infeliz a mi lado va a tener la

capacidad de dejarme a su debido tiempo. Por el momento está

conmigo, así que tan infeliz no debe ser.

Juan estuvo tentado de decirle que él la amaba y que el a también.

Que se había entregado a sus brazos y que había l orado la mañana

aquel a en la que se fue. Pero por hombre no lo dijo, no era de

caballeros sacar a la luz algo así. Además era evidente que Lola no le había
confiado lo de la infidelidad a Pablo, sino no estaría tan

tranquilo hablando con de esa manera.

Antes de marcharse, le remarcó:

-No me gustan que me anden investigando. Si necesitás saber quién

soy, vení acá y pregúntame. Yo no tengo nada que ocultar.


Pablo tuvo la tentación de putearlo, pero estaba trabajando, no era

lo correcto. Volvió al auto e intentó concentrarse. Los intentos

fueron vanos. Cada frase de la charla rebotaba en su cabeza. No

tenía dudas: entre el doctor y Lola había pasado algo.

Capítulo 33

Temblaba. Había hecho todo con pocas convicciones, convencida de

que su cuerpo no estaba naturalmente creado para concebir. Sin

embargo tenía un retraso y allí estaba: sobre el inodoro, con un test en la


mano y el corazón desbocado.

288

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Deseaba que fuera positivo y a su vez la idea le aterrorizaba. En

esos instantes pensó en mil cosas. Algunas realmente estúpidas: ¿y

si quedaba hecha una vaca y no lograba bajar esos kilos? ¿La rutina

del bebé le permitiría seguir entrenando diariamente?

Otras cosas, menos estúpidas, también le preocupaban:

seguramente debería evaluar la posibilidad de regresar a su antiguo

trabajo, necesitaba un sueldo fijo, la seguridad de una obra

social…No era tan complicado suspender la licencia sino el hecho de

retornar con la panza frente a la mirada de Ernesto.

Hizo pis, dejó el test reposando y se instaló en la cocina a esperar el tiempo


necesario para obtener el resultado. De nuevo pensó en

Ernesto y lo extrañó. Extrañaba las cenas, las charlas, las caricias.

Contó los segundos que faltaban y finalmente se enfrentó al

resultado: positivo.

***

Eran las diez de la mañana. Diego seguramente estaría durmiendo.

Dudó en l amarlo, pero no era una noticia para darla por teléfono.

Esa mañana tenía una entrevista con la maestra de uno de sus

pacientes y no quería retrasarse.

Había deseado el resultado, lo había buscado con insistencia, pero

ahora no lograba disfrutarlo del todo. Camino a la escuela sintió

miedo. ¿Y si no era en realidad un embarazo? ¿O si se ilusionaba y

lo perdía? ¿Y si no nacía bien? Ella era casi una cuarentona. Volvió a


preocuparla su situación económica, y –aunque no quiso admitirlo-le
preocupó también que Diego fuera el padre. No era mal tipo,

289

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

pero sentía que necesariamente tendría que estar unida a él toda su

vida. Pensar que décadas atrás habría anhelado esa unión. En

cambio ahora…. Pensó que tal vez hubiera sido mejor recurrir a un

banco de espermas, a una inseminación.


La reunión no fue del todo fructífera. La maestra era cerrada. No le gustaban
las intervenciones de la psicopedagoga, y se la pasaba

diciendo que hacer tantas adecuaciones era injusto para los demás

niños. Carolina se mantuvo firme. Desplegó una especie de tratado

sobre lo ambiguo que podía ser el concepto de justicia dada la

situación de su paciente. Finalmente, acordaron qué hacer y cómo.

Había sido una charla desgastante. Cerca de las once y media del

colegio sin saber muy bien qué rumbo seguir. Recién tendría

pacientes a partir de las dos así que le quedaban unas horas libres.

Aún era temprano para ir a la casa de Diego, pero tenía que darle la noticia.
Así que puso en marcha el auto y fue al departamento.

***

Al l egar la invadió una sensación confusa. Estaba a punto de tocar

el portero cuando un vecino salió y el a aprovechó para ingresar al

edificio sin anunciarse. En el ascensor pensó de qué manera se

organizarían con Diego para compartir la paternidad. Le había

agarrado un ataque de egoísmo, quería que su hijo fuera solo de

el a. Ya no tenía dudas: no quería compartirlo con Diego, no quería

estar atada a él. Recordaba cuando le había dicho que si lo que

buscaba era un esperma contara con su ayuda. Ella después metió

en el medio lo de la paternidad. Pensándolo bien prefería la primera opción.


Tocó el timbre una vez y esperó. Al no obtener respuestas se fijó en la
cerradura de la puerta y vio que tenía la l ave. Diego estaba.

290

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Seguramente dormía, los días de semana solía hacerlo hasta pasado

el mediodía.

Volvió a tocar, no se iría de allí sin hablar. De pronto escuchó una voz
femenina que desde adentro preguntó: “Diego, ¿abro?”.

Carolina no escuchó la respuesta, ni siquiera escuchó a la l ave girar, y hasta


le costó reaccionar ante la imagen de una chica jovencísima

que l evaba encima un atuendo claramente nocturno. Un short

ajustado y forrado de lentejuelas y un corsé colorado que dejaba

parte de sus senos al descubierto, no era algo con lo que uno salía a la calle al
mediodía.

-Hola, pasá, Diego se está bañando. Soy Eugenia.

Mientras la chica le estampaba un beso y la hacía ingresar, Carolina sintió


como si una espada fría le recorriera la espalda. Desde el

momento que escuchó esa voz supo perfectamente lo que estaba

pasando. No es que le sorprendiera, al fin de cuentas Diego había

sido siempre así. Pero se sintió desilusionada. No de él, sino de el a.

Volver a repetir una situación como esa era una estupidez.

Diego salió con el cabel o mojado, portando una remera y un jean


chupín. Era evidente que se incomodó al verla pero hizo un esfuerzo

para actuar con naturalidad.

-Caro, ¿cómo estás? No te esperaba. ¿Pasó algo? –le dio un beso

que el a ni siquiera respondió.

-Tenía que decirte algo, pero mejor lo charlamos en otro momento.

- Pará, pará… -la tomó del brazo -.Hablemos –le dijo en tono

suplicante -. Euge, ¿te podrías volver en un remis? Yo te lo pago si querés.

291

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Dale, porque no tengo un peso encima –a Carolina le dio gracia el

tono en el que hablaba la chica, parecía una vocecita de canal

infantil. La situación era hilarante.

Diego extendió un bil ete de 100 pesos, Eugenia lo agarró, y se

marchó de allí sin decir más que un “chau”.

-Podría inventar mil explicaciones de lo que viste hoy acá, pero no

tiene sentido. Lo que imaginás que es, es –Diego bajó la cabeza

avergonzado.

-Está bien Diego, yo te conocí así, mujeriego, mentiroso… No tengo

derecho a recriminarte nada.

-Bueno, cualquiera diría que soy una mierda.


-No, yo no dije que fueras una mierda, simplemente digo que era de

esperar que no me fueras fiel. Tampoco le fuiste fiel a tu esposa,

como seguramente tampoco le serás fiel a Eugenia.

-Euge es un toque de una noche Caro, el a no pide ni necesita

fidelidad.

-Pero yo sí Diego –Carolina se puso seria. No estaba molesta, más

aún, se sentía liberada. Diego había sido un buen pasatiempo, le

había servido para no pensar tanto en Ernesto, incluso había sido lo


suficientemente útil para dejarle un hijo en el vientre. Pero no lo

amaba. Todo ese tiempo no había sido más que un encantamiento y

finalmente éste se había roto. Había concluido el “efecto Diego”.

Se acercó, y le indicó la sil a. Tenían que hablar. Él aceptó y se ubicó a su


lado.

-Diego, yo te quiero, te tengo cariño, un cariño enorme. Ojo, me

gustó tener sexo con vos, creo que sos un excelente amante, pero

para qué vamos a engañarnos: vos no me amás ni yo te amo.

292

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Sin embargo sos la gran mujer de mi vida.

-No Diego, no digas pavadas, esto no es una telenovela enlatada de

la siesta. Yo sé que me querés, a tu manera, a tu forma. No toleré


que me engañaras cuando éramos pendejos, ¿creés que me lo

bancaría ahora? Dejé al hombre que amaba con toda mi alma

porque no estaba dispuesto de terminar con su matrimonio, ¿te

parece que sostendría una relación como ésta?

-No me gusta perderte…

- Me parece que lo mejor es que nos separemos, después vemos -

mintió, como para que a Diego no se le diera por suplicar ni por

hacer una escena incómoda y vergonzante -. Me gustó encontrarte

–esa última frase la l evó a ponerse de pie en señal de despedida.

-¿Y lo otro? Digo, seguir intentando lo del embarazo…

Carolina hizo un esfuerzo porque su rostro no expresara nada. Había

decidido ocultarle la noticia. Ella se encargaría sola de su bebé, tal como se lo


había propuesto inicialmente.

-Quizá en otro momento.

Carolina no pudo evitar la tentación de abrazarlo y él respondió el

gesto. La quería, a su manera. Al fin de cuentas eran los mismos que se


conocían desde chicos, que se habían robado besos por los

rincones, que habían compartido guitarreadas, amores, peleas,

pasiones… No había necesidad de reproches, no ahora, cuando se

acercaban a los 40.

- Y lo del festival para la Colonia. Ahora con lo de las inundaciones vendría


bien algo de beneficio -Diego se esforzaba por seguir

reteniéndola de alguna manera.

293

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Eso fue un pretexto para l amarte. Si no pudimos concretarlo en

todo este tiempo no vamos a empezar con justamente ahora

cuando necesito alejarme de vos. Te agradezco igual la

predisposición.

-Mi chica Orson Wel es, tengo la certeza de que no voy a verte en

mucho tiempo, pero digas lo que digas yo voy a estar mirando por

los rincones de la ciudad para ver si te encuentro.

Carolina se separó, lo miró con sorna, y dándole un golpe cariñoso

en la espalda, le reprochó:

-Eso lo sacaste de una canción de Sabina que cantan también Los

Rodríguez. Te adoro, pero a veces sos tan…patético Diego.

Los dos se rieron con complicidad.

-Por eso me gustás, porque no puedo engañarte.

-¿No? -fue irónica con la pregunta -. Estoy apurada, tengo que irme.

Carolina no se detuvo más, besó los labios de Diego con dulzura y le susurró
un imperceptible “gracias”. Él no comprendió del todo ese

gesto.
Se asomó al balcón y la vio caminar hacia el auto. Era hermosa, y a

su manera él la quería, siempre la querría. Chequeó en el celular la hora, era


cerca de la una. Se dispuso a prepararse un almuerzo

contundente. La noche anterior con la tal Eugenia lo había dejado

agotado. No le gustaba admitirlo pero ya se estaba poniendo grande

para ciertas cosas.

***

294

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

La tarde en el trabajo fue complicada. A Carolina le costó mucho

concentrarse. Los pensamientos se le agolpaban uno tras otro.

Cerca de las 19 dejó los consultorios y se dirigió a la casa de sus

padres. Tenía que hablar con el os, decirle de su estado. Estaba

nerviosa.

Cuando dio la noticia ambos se quedaron mudos. Yolita rompió el

silencio felicitando y besando a su hija. Bernardo la miró serio. Le preguntó


sobre el padre, y el a aclaró que lo criaría sola. Pero él le dijo que aún así, ese
niño tendría un padre. Si lo del embarazo le

había puesto nerviosa, contar lo del reencuentro con Diego y lo del

acuerdo para ayudarla a concretar su maternidad había sido aún

más complicado.
-¿Qué Diego? ¿El del pueblo? ¿Ese que era medio boludito?–

preguntó Bernardo. Carolina siempre creyó que su padre nunca

había registrado del todo a Diego. Pero evidentemente sí lo

recordaba, y no tenía las mejores referencias de él.

-No digas así Bernardo, primero que ya no debe ser un boludito, en

todo caso un boludón bastante grande. Y además, ¿qué sabés vos si

es o no boludo? Cuando era chico era simpático –manifestó Yolita.

-Sigue siendo simpático pero como dice papá es medio boludito.

Igual, él no sabe de esto, es parte del acuerdo. Este bebé es mío y

punto –debía mentir en algunos detalles si quería dar por finalizado el tema.

-Te felicito hija, me hace muy feliz la noticia –Bernardo la abrazó. No era
demasiado afectivo, pero allí estaba haciéndole saber que, aún

con sus casi 80 años, podía contar con el os.

-Ay, estoy tan feliz Carolita, al fin voy a tener un nietito cerca para mimar y
malcriar.

295

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Carolina sintió que el miedo se disipaba. Como cuando era niña, sus

viejos estaban a su lado infundiéndole coraje.

Se quedó a cenar, les contó sobre sus planes de volver al trabajo.

Charlaron sobre la necesidad de buscar un buen obstetra y poco a


poco la casa se l enó de alegría. Ya no había aroma a vejez por los

rincones, ni oscuridad, ni silencio. Un niño podía transformarlo

todo, aún cuando crecía pequeño como una nuez.

-Cuidado al manejar –le reconvino su padre. Carolina sonrió, le

gustaba sentirse cuidada.

Al l egar a su casa se sintió dichosa. Por primera vez acarició su

panza y susurró a su niño: “gracias mi amor por l egar a mí, vamos a tener
una linda vida juntos, lo sé”.

Al día siguiente le escribiría a Leticia, a sus hermanas y a otras

amigas contándole la buena nueva. Además tendría que sacar un

turno al médico e iniciar los trámites para regresar al trabajo.

Buscaría la manera de acomodar los horarios de sus pacientes a los

fines de no dejarlos a esa altura del año sin su apoyo. Pensó en

Ernesto, ¿qué le diría? ¿Cómo se lo diría? ¿Qué reacción tendría? La


ansiedad la desbordaba. Eran casi las once, pero no pudo vencer la

tentación. Le escribió por Whatsapp: “Me gustaría verte mañana, yo

podría por la tarde, después de las cinco. Necesito contarte algo”.

El leyó aquel as palabras mientras estaba en el sil ón del living

mirando una película con un vaso de vino en la mano. Joaquín

dormía y Claudia permanecía encerrada en su cuarto. Volvió a releer

letra por letra, algo le dijo que lo que tenía para contarle lo
destrozaría. “Mañana Joaquín se va a dormir a casa de un amiguito.

Si te parece, cerca de las ocho voy a tu departamento”.

“Ok, te espero”.

296

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 34

Para Lola, l egar a su casa fue una bendición. El cariño de sus padres y de sus
hermanos la cobijaron de un modo que realmente

necesitaba. Sin embargo le pasó algo extraño. De pronto se sentía

invadida, como si ese ya no fuera del todo su hogar.

Definitivamente, el desarraigo y la distancia habían cambiado las

cosas.

Esa mañana todos tenían actividades que hacer menos su madre,

así que mate de por medio se sentaron a disfrutar de una fría pero

soleada mañana de invierno.

-¿Por qué dejaste el trabajo ese si tanto te gustaba?

-En realidad la licencia se vencía a fin de mes, así que tampoco tenía certezas
de si iba a continuar o no.

-Pero lo dejaste antes. ¿Por qué?

-Interfería un poco entre Pablo y yo.

Su madre susurró una especie de “mmm” y le cebó un mate.


-¿Cómo está Pablo?

- Muy bien, por suerte está contento con el laburo, es bastante

pesado, mucha carga horaria, pero se nota que le gusta.

-¿Y ustedes andan bien? -su madre no la miró al consultar aquel o,

lo hizo como si se tratara de una pregunta azarosa. Pero Lola

conocía esa actitud, era la que habitualmente el a tomaba cuando

quería conocer los sentimientos de sus hijos. Se mostraba poco

297

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

invasora, era su estrategia para sacarle toda la información posible sin que se
sintieran presionados.

-¡Que intuición má! -respondió Lola, y sonrió –. Estamos más o

menos. Por eso me vine, para pensar un poco. Creo que estamos

atravesando una crisis.

Se mantuvieron en silencio un rato, hasta que Lola consultó:

-Má, ¿cómo sabe una pareja cuando está en crisis?

-Hay que saber diferenciar las cosas, porque hay distintos tipos de

crisis. Está la crisis personal, la que es de uno. Esa afecta a lo que nos rodea:
pareja, familia, entorno; pero quien debe resolverla es

uno. Después está la crisis del contexto. Eso tiene que ver con lo

que nos rodea, vos amás a la otra persona, la otra persona te ama a
vos, los dos están bien pero el contexto no ayuda. Habitualmente

son cuestiones externas, entonces hay que entender que eso va a

pasar y que uno debe aferrarse al otro y esperar hasta que todo

vuelva a encausarse. Y por último está la crisis de pareja, esa es más


compleja, es cuando sentimos que el otro ya no nos l ena y de

alguna manera nos vamos vaciando por dentro. Incluso, muchas

veces en situaciones así puede aparecer un tercero que pone en

jaque todo…

Lola la miraba fascinada. Su madre era una mujer simple y de esa

sencil ez emanaba una enorme sabiduría.

-¿Podrían ser las tres? –consultó Lola.

-Sí, pero siempre hay una que desencadena a las otras. Hay que ir al origen.

-Para eso vine, para descubrir lo que me pasa, aunque no creo que

sea fácil encontrar respuestas en una semana.

298

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

En ese momento sonó su celular.

-¿Pablo de nuevo? –preguntó su madre, él le había l amado

temprano para saber si había l egado bien.

-No –respondió Lola al mirar la pantalla.

Atendió y se puso de pie para alejarse un poco de la galería y hablar más


tranquila, sin la mirada y el oído atento de su madre.

La escuchó responder con pocas palabras y de manera cortante,

algo raro en su hija. “Bien”, “Sí”, “muy lindo, pero no vuelvas a

mandarme canciones, no me ayudan”, “ya sé”, “no, con mi mamá”,

“perfecto, después nos hablamos”, “no, prefiero que me l ames

vos”, “Juan…. Juan…”. El modo en que había dicho ese nombre, la

l evó a deducir algunas cosas. Sin embargo, cuando su hija regresó a su lado
evitó cualquier comentario al respecto.

Lola se acercó a las plantas que colgaban de las vigas y preguntó

sobre los helechos, unos potus y cosas por el estilo, con la clara

intención de evitar que la l amada se volviera parte de la

conversación.

Pero su madre era una mujer perspicaz, así que pasado unos

minutos consultó:

-¿Quién era?

-Ah… del trabajo. Todavía me l aman para consultarme ciertas

cuestiones.

-¿Y lo de las canciones? ¿Mandan canciones los del trabajo?

-¿¡Qué?! –Lola intento hacerse la desentendida, pero entendía

perfectamente a dónde quería l egar su madre-.Bueno, voy a

299
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

decírtelo para que no me sigas preguntando todo durante mi

estadía en la casa…

- No hace falta que me digas nada, con que no me mientas me basta

y sobra. Respondeme simplemente con “es algo personal” y yo no

insisto. Sabés que no me gusta ser metida. Pero venís acá a pensar,

con unas cuantas crisis a tus espaldas, a tomar decisiones…

Obviamente que me preocupo y que quiero saber qué está pasando

realmente.

Lola resopló. No le gustaba hablar de eso con su madre, de hecho

habían quedado con Vico que ese día a la siesta irían las dos solas al
shopping para charlar tranquilas. Pero bueno, más tarde o más

temprano, algunas cosas saldrían a la luz.

-Mi trabajo me l evó a un lugar…

-Sí, la Colonia. Vivís hablando de ese lugar.

-Estar ahí me hizo bien, conocí a gente con la que tenía muchas

cosas en común, entre el os un médico.

-Ah, entonces ya hay un tercero.

-No, ningún tercero. Yo por el momento estoy con Pablo y punto.

Pero no te voy a negar que ese vínculo con Juan me generó cosas

raras.
-¿Juan es el que l amó recién?

-Sí, él me quiere. Si lo conocieras…-sonrió, por unos segundos su

cabeza voló hacia Juan, lo podía ver en el dispensario, atendiendo a los viejos
con paciencia, jugueteando con los niños, explicando

seriamente algunos diagnósticos más complicados.

De nuevo el “mmm” de su madre la volvió a la realidad.

300

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- ¿Qué?

-Es que te fuiste detrás de ese Juan, y si te vieras la cara.

-Es que es un tipo muy idealista, romántico, impulsivo…

-Exactamente lo contrario a Pablo.

-No apuntes contra Pablo, no creas que soy tonta. Sé que nunca te

gustó del todo.

-No digas eso, Pablo es aquel o que toda madre denominaría “un

partido excelente”…, pero…

-Sí, ya me lo dijiste algunas veces, somos muy distintos.

-Exactamente. Y tan errada no estoy, porque si te viniste acá, con la cabeza l


ena de confusiones es que algo no andaba bien. ¿Cuántos

años tiene Juan?

-33.
-Encima joven. Decime que es lindo y estamos en el horno.

-Es común. No tan lindo, no como Pablo. Pero Juan tiene otros

encantos.

-Uy, querida mía, si ya hablás de “encanto” estás en problemas….

Ahora entiendo porque tu hermana hablaba tanto del médico

cuando viajó a visitarte. Pensé que le había gustado a el a, pero no, a la que le
gusta es a vos.

- ¡Mamá! –gritó Lola. No quería seguir hablando del tema.

-Es lo último que voy a decir: Pablo no se merece mentiras ni

engaños. Es buena persona. Así que pensá muy bien lo que vas a

decidir y no cometas errores. ¿Está claro?

301

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Sí, mamá, está claro.

Aunque el a tuviera 28 años, su madre seguía tratándola como una

nena. En realidad así eran los padres: padres hasta el final.

***

La charla con Vico fue más sincera. Lola le contó todos los detalles.

Cada tanto preguntaba alguna que otra barbaridad o decía cosas

que a Lola la ruborizaban.

-Mirá el tema que me mandó ayer… -sacó el celular, puso los


auriculares y la hizo escuchar.

-Uy, pero que bolerazo… para garchar toda la noche.

-¡¡¡Shhhh!!! Che, estamos en un lugar público y estás hablando a los gritos –


la reprendió Lola.

- ¿Y qué querés? Si está fuerte el volumen.

Le sacó los auriculares, porque temía que su hermana dijera algún

otro disparate y con la frase anterior ya las habían mirado con mala cara dos
mujeres mayores que tomaban un café en una mesa

cercana a la de el as.

-¿Y qué vas a hacer?

-No sé… Bah, sí sé: voy a terminar con Pablo.

- Uau… Va en serio. ¿Pero vas a volver a decírselo personalmente?

- Claro, no le voy a mandar un Whatsapp. Además tengo que buscar

cosas mías allá. Después me voy a volver para acá.

302

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Entre las “cosas” que tenés que buscar, ¿está el doctorcito?

-Por ahora no Vico. No me da la cara. Lo pienso, lo pienso y no me

cierra. ¿Qué voy a decirle a Pablo? “Vengo a buscar unas cosas

porque me instalo en la Colonia con otro tipo”. No da. Además, una cosa es
ir un día a la semana a la Colonia y otra muy distinta a vivir ahí. No sé si es
lo que quiero.
- Traelo acá al doctor.

- Es una persona no un florero al que puedo trasladar a donde

quiera.. A veces hablás cada huevadas Vico.

- Ay, es que no soy tan inteligente como vos -dijo la otra en tono

burlón -.Pero sí te advierto algo, mucha vuelta le estás dando al

asunto y te vas a quedar sin el pan y sin la torta. ¿Qué creés? ¿Qué Juan va a
esperarte toda la vida? Hasta Florentino Ariza en “El amor en los tiempos de
cólera” se encamó con medio Colombia mientras

esperaba a Fermina.

- ¡¡¡Shh!!Vico -le hizo un gesto con el dedo.

-Bueno -Vico trató de sosegarse, y un poco más seria consultó -.

Pablo no sabe nada de esto ¿no?

-¡No! Jamás le contaría algo así. Sería para quilombo, lo lastimaría al pedo…
Ya sé, lo estoy engañando pero prefiero una mentira que

causarle un daño mayor.

-Igual, algo debe intuir, tonto no es.

-Lo que pasa es que Pablo no deja traslucir sus sentimientos. Si

intuye algo no lo va a decir nunca.

303

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Ese chico no dice jamás lo que siente. No es para vos Lola. Mal que te pese,
vos sos más bien una mujer para un tipo que manda a la
medianoche un bolero en el que habla de tocarse.

- Sos bestia Vico, el bolero no habla de tocarse, habla de cosas más


profundas, habla del amor…

-¡¿Qué amor?!.. Habla de cachondeo, de tocarse, de…

-Con vos no se puede dialogar, todo tema termina ahí, en la cama y

en el sexo.

- Querida mía, la que terminó en la cama y en el sexo fuiste vos.

Menos mal que se inundó la Colonia que si no están cogiendo todavía –las
dos se miraron y no pudieron evitar las risas.

Las mujeres mayores volvieron a observarlas con mala cara, y

resolvieron que era el momento de huir de allí.

-Odio los shoppings, vamos –manifestó Lola.

-A mí me encantan, pero vamos igual –dijo Vico.

***

Reunión con amigos, asado con la familia, visita a los abuelos,

charlas en la vereda con los vecinos, fueron marcando los días. Casi sin darse
cuenta l evaba ya una semana en casa y los tiempos se

acortaban inexorablemente. Le sorprendió que Juan no le hubiera

escrito ni l amado. Así como no le sorprendió que Pablo no le

preguntara ni una vez si quería que viajara a buscarla. Más aún, le

remarcó insistentemente que había muchos problemas que resolver


en el trabajo. Lo que sí la dejó helada fue cuando ante la pregunta

304

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

de el a sobre “¿cuáles problemas?”, Pablo le dijo que había un

piquete en la Colonia, que debía viajar allá y que no sabía cómo se resolvería
el conflicto.

Desde ese momento, los nervios la asediaron a tiempo completo.

Piquete en la Colonia, Pablo y Juan enfrentados en ese lugar. ¿Y si Juan


decía algo de lo que había ocurrido entre el os?

Comprendió porque Juan no se había contactado, seguramente

estaría al frente de semejante movida. Seguía con atención los

informativos pero nada decían del tema. Entonces decidió seguir los

acontecimientos por internet. En los diarios de la ciudad hablaban

de la Colonia, de sus reclamos, de sus necesidades… El corazón se le


contrajo, de alguna manera sentía que una parte de el a se había

quedado allá.

Al mirar la primera plana de un diario, se quedó un rato observando

una foto bien grande sobre el piquete. Al frente de la gente,

comandando el reclamo estaba él. Juan.

Su madre la sorprendió obnubilada con la foto.

-¿Qué es esa noticia que te tiene tan atrapada?


Le indicó que se acercara y le mostró, casi con orgul o.

-Ese es Juan.

-No le digas a tu padre, siempre tuvo terror que terminaras al lado

de un hombre así.

-¿Así como?

-Así, de los que se meten en líos… -Lola la observó con sorpresa -

.Por tu carácter siempre dijo que acabarías con un muchacho así.

Pero tranquila, lo dice solo para protegerte. Él sufriría si te viera en 305

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

peligro, aunque sentiría tremendo orgul o de saber que luchás por

una causa justa.

Lola sonrió y volvió a posar su mirada en la foto.

-Cómo te gusta ese Juan…. Pero acordate lo que te dije: hay que

hacer las cosas bien Lola. Dar la cara, terminar una relación como se debe
para empezar otra. ¿Estamos de acuerdo?

-Ay mamá, no me confundas más por favor.

¿Cómo se le había ocurrido que en su casa podría pensar y resolver

semejante encrucijada? Era un sitio revoltoso, ruidoso, todos

opinaban, todos decían qué hacer y qué no… Para Lola no estaba

funcionando.

Finalmente, esa mañana tomó una decisión.


Capítulo 34

Llegó al departamento a la hora señalada. Hacía mucho que no se

encontraban cara a cara. En las últimas semanas ni siquiera se

habían enviado mensajes. La ansiedad por verla de nuevo lo l evó a

estar a las ocho en punto a su puerta.

La descubrió radiante.

-Pasá –le indicó tras darle un beso suave en la mejil a. Estaba

vestida de manera muy informal, incluso l evaba un pañuelo en la

cabeza y las manos manchadas con pintura amaril a -.Perdoná que

te reciba así, pero me puse a pintar el escritorio. Estoy

acondicionando ese espacio.

306

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Ernesto sintió cierta desilusión. El pañuelo y sus dedos manchados

de pintura eran sexys a su modo, pero el hecho de que lo recibiera

de esa manera lo l evó a comprender que no habría espacio más

que para una charla formal.

-¿Querés tomar algo? Tengo una limonada con jengibre que es

exquisita.

-La pruebo entonces.


Ella que siempre tenía una cerveza a mano, un buen vivo o algún

trago con la dosis justa de alcohol, ahora le ofrecía una limonada.

Definitivamente todas sus fantasías se desplomaban.

Volvió de la cocina con la jarra y dos vasos. Se impuso un silencio

incómodo.

-¿Cómo están tus cosas? -consultó Carolina.

-Como siempre –respondió Ernesto.

-¿Tu hijo?

-Hermoso. ¿Sabías que ya le dieron el alta definitiva?

- No… ¡Qué suerte, Ernesto! Me alegro mucho.

-Sí, al menos no voy a estar sufriendo con cada estudio. Igual los

controles siguen. Pero, es un buen indicio que haya tenido esa

recuperación.

-Los chicos son fuertes, se recuperan rápido.

- Sí.

-¿Y Claudia?

307

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Peor que nunca. Sus trastornos no mejoran y no coopera para

recibir ni hacer un buen tratamiento. Como será que hasta sus


padres ya están reaccionando… -suspiró, y con resignación expresó -

¡Estoy tan cansado Caro!

Ella estuvo tentada de curar su pena con caricias y besos, pero se

contuvo. No lo había convocado para eso. Ernesto lo intuyó.

-Supongo que no me pediste que viniera para hablar de Joaquín, ni

de Claudia. Ni siquiera de mí.

-No, en realidad te l amé porque necesito que me ayudes a agilizar

los trámites para volver al trabajo.

El rostro de Ernesto se iluminó.

-Bueno, tu licencia vence a fin de mes y Lola renunció.

-¿Renunció? No sabía.

-Lo decidió hace unos días, igual iba a ir hasta completar tu licencia y en
función de lo que vos decidieras íbamos a resolver. Si querés

volver el puesto es tuyo. Deberías acercarte en estos días al área de


administración para completar los papeles…

-Hay otra cosa… -Carolina no sabía cómo decirlo, sabía que la noticia iba a
ser como un baldazo de agua fría para Ernesto-.Necesitaría

quedar exceptuada de ir tan seguido a la Colonia…

-¿Por? –la observó con curiosidad.

-Porque…. estoy embarazada.

El rostro de Ernesto quedó petrificado. Carolina se dio cuenta que


hizo un esfuerzo sobrehumano para salir de su estupor, sonreír con

fingida delicadeza y expresar un tenue “felicitaciones”.

308

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Es todo lo que vas a decir?

-Estoy helado…. No pensé que me habías l amado para decirme eso.

Tal vez no se me note, pero estoy contento por vos Caro. Sé que

entre tus proyectos estaba el deseo de ser madre–la tomó de las

manos y la traspasó con sus ojos tiernos.

Volvió el silencio.

-¿No vas a preguntarme nada más?

-¿Qué querés que te pregunte? ¿Lo que ya sé? Diego es el padre, ¿o

no?

Asintió con la cabeza. Tuvo la tentación de contarle lo que había

ocurrido con Diego, de decirle que él ni siquiera sabía que el a

esperaba un hijo, que lo criaría sola y mil cosas más, pero prefirió callar.

Ernesto se puso rápidamente de pie y se dispuso a marcharse.

-Bueno, si era eso lo que querías decirme ya está. Pasá en la semana por la
oficina y vemos de qué manera arreglamos tu regreso. Te

recomiendo que l eves el certificado médico de tu embarazo, sobre

todo para ir organizando las cuestiones administrativas –en un


gesto de clara despedida le acarició la mejil a -. Te quiero -le susurró al oído.

No le dio tiempo a que el a respondiera nada. Se puso la campera y

se fue. Carolina quedó conmovida detrás de la puerta.

***

Eran más de las once de la noche. No entendía como un imbécil

como Diego podía finalmente quedarse con una mujer como

309

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Carolina. Pero la culpa era de él, por cobarde. Debería haber

enfrentado a su mujer, a sus suegros y a quien fuera necesario para

pelear por la tenencia de su hijo y dejar atrás a esa familia de

chiflados. La convivencia con Claudia se hacía cada vez más

intolerable. Su tendencia al encierro, a la ira y a la psicopatía lo estaba


volviendo loco. Y no solo a él, Joaquín había empezado a

tener algunos problemas de conducta en el colegio y era evidente

que la beligerancia que imperaba en ese hogar estaba alterando a la

criatura. Tenía que encontrar la manera de darle un cierre a esa

situación. Buscaría un buen abogado… ¡Qué pena que la decisión

había l egado tan tarde! Ahora que se disponía a ponerle fin a su

vida junto a Claudia, Carolina había encontrado una familia: una

pareja y un hijo. Él debería haber sido su compañero, y ése debería


haber sido su bebé. Le hubiese encantado tener un niño con el a,

más aún, intuía que el embarazo le sentaría de maravil as. Sus

piernas esbeltas lucirían el vientre crecido. ¡Cómo la había dejado

escapar amándola como la amaba!

En un arranque de desesperación, sumado a una gran dosis de

alcohol decidió romper todas las reglas y le l amó. El celular sonó, sonó, sonó
hasta que lo envió a la casil a de voz. No dejaría un

mensaje. Espero unos segundos, y volvió a insistir. La voz

somnolienta de Carolina lo atendió:

-¿Qué pasa Ernesto? –sonaba preocupada.

-Nada, solo quería decirte que fui un imbécil, que hoy me di cuenta

que te perdí para siempre y me odio por eso. Hubiera deseado ser

yo quien te embarazara, hubiera deseado construir algo con vos,

pero me porté como el cagón que siempre fui…

-No digas eso, las cosas a veces no salen como uno desea. Hiciste

bien en quedarte en tu casa, tu hijo te necesita.

310

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Pero también necesita paz y con Claudia eso es imposible. Voy a

asesorarme con los mejores profesionales, voy a pelear por la

tenencia de mi hijo y por más juez de familia que sea mi suegro, voy a lograr
alejar a Joaquín de Claudia. Sé que l egué tarde con la

decisión, pero quiero que sepas que voy a dejarla.

A Carolina escuchar esas palabras le oprimió el corazón. Sus

hormonas estaban revolucionadas, así que l oriquear por todo era

algo que se le había hecho habitual. ¿Justo ahora venía a decirle

eso? Quizá era el momento de aclararle que no estaba con Diego,

que el a lo esperaría si él estaba dispuesto a aceptarla con el hijo de otro. Pero


era casi media noche, Ernesto sonaba borracho y el a aún

no terminaba de ordenar toda esa vorágine en la que estaba

sumida.

-¡Qué bonito! – se escuchó de fondo.

Era Claudia, sonaba crispada.

-Después hablamos –dijo Ernesto y cortó.

-¿Qué vas a decirme ahora? ¿Qué hablabas con tu madre? ¿Con un

amigo? ¿Con tu hermano?

-No, hablaba con Carolina, la mujer que amo y que ha sido mi

amante durante todo este tiempo –la borrachera y el hartazgo

fueron condimentos suficientes para que escupiera su verdad sin

tapujos ni culpa.

-Esa puta de mierda, metiéndose en la cama de un hombre casado…

-Dejáme de joder. ¡Me tenés podrido, no te soporto más! Y te aviso


que nada ni nadie me va a amenazar, voy a hacer lo que tenga que

hacer.

311

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Creés que vas a poder alejarme de mi hijo? Acá el que cometió

adulterio sos vos.

-Y acá, la loca que está enfermando a Joaquín sos vos. Ya vamos a

ver qué es peor ante la justicia: si una cogida o una madre peligrosa.

-Mi padre no te lo va a permitir.

-Tu padre no es Dios, es uno más del montón. Más aún, tengo

pensado amenazarlo… -los ojos de Ernesto estaban inyectados de

rabia, mientras que los de Claudia empezaban a despuntar cierto

recelo. Jamás había visto a su marido así, tan encolerizado, tan

decidido.

-Porque no quedaría nada bien para un juez de familia, el haber

permitido que su nieto creciera bajo el cuidado de una mujer que ni

siquiera sabe a qué sección y grado va su hijo.

-Sabés muy bien que quiero a Joaquín, simplemente su enfermedad

me paralizó y me l evó a este estado… Y vos, con tu amante no me

ayudaron demasiado.
-Vos no pudiste acompañarlo en la enfermedad y tampoco en su

recuperación y en nada. Esa es la verdad. Como es verdad que sos

una persona que no está bien de la cabeza y que no pone de su

parte para mejorar.

-Deberías cuidar de mí, lo prometiste frente al altar “en la salud y en la


enfermedad”.

-No me rompas las pelotas, me casé por iglesia porque para tu

familia era importante, yo ni siquiera soy creyente. Y con salud o

con enfermedad, lo cierto es que hay algo más importante por

detrás y es que no te amo- hubiese querido terminar el tema allí,

pero viendo que Claudia volvía a mirarlo con esos ojos insidiosos,

312

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

agregó -.No solo no te amo sino que ni siquiera te quiero ni te

respeto… ¡Te detesto!

A eso último lo dijo casi a los gritos, y en el mismo tono Claudia le retrucó:

-Odiame todo lo que quieras, pero te vas a arrepentir.

- No me amenaces.

- Te vas a arrepentir pedazo de mierda. Me usaste para escalar, para tener una
posición y ahora me desechás… Hijo de puta.

***
A la mañana siguiente, Marta encontró a Ernesto y a Joaquín

desayunando en la cocina.

-Se levantaron temprano hoy.

-Sí, madrugamos.

-¿Y la señora?

-Está durmiendo, no tuvo una buena noche -fue una manera sutil de

decirlo. Lo cierto es que Claudia había tomado unas cuantas

pastil as y ni siquiera lo había escuchado cuando ingresó al cuarto

en busca de su ropa.

Mientras bebía el café, Ernesto señaló:

-Joaquín hoy sale antes del cole a las once. ¿Podría buscarlo usted?

Yo tengo una reunión impostergable, con el tema de la inundación

de la Colonia hay muchísimas cosas que hacer.

-Sí, señor, no hay problema.

313

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Gracias –terminó su taza y padre e hijo salieron de la mano.

Pero el día comenzó a complicarse. Cerca de la una, Marta lo l amó

asustada.

-Señor, la señora Claudia no me dejó ir a buscar a Joaquín al colegio y fue el


a en un taxi. Me dijo que preparara el almuerzo pero
todavía no l ega. Intenté l amarla dos veces y no me atiende. Incluso le l amé
a su suegra, a doña María para saber si estaba en casa de

el os, pero no. Pensé que tal vez andaba con usted…

-Tranquila Marta, ya a va a l egar.

Ernesto seguía de reunión en reunión, paralelamente cada media

hora mensajeaba a su empleada para ver si había novedades y nada.

Alrededor de las cinco pudo volver a su casa. La situación era

extraña, media hora más tarde l egaron sus suegros, también

preocupados. Hablaron a dos o tres amigas de Claudia –algunas de

las pocas que les quedaban pese a que últimamente casi ni se veían-

y tampoco tenían noticias. Su suegro desplegó sus contactos y

pasadas las diez de la noche ya habían hecho un recorrido por

hospitales y seccionales policiales. Ni rastros de el os.

Volvieron a indagar en los contactos familiares, amigos, madres de

los compañeros de Joaquín…. De pronto una de el as contó que

había visto a Claudia ese día retirar a Joaquín del colegio, estaba de buen
humor. Algo le había l amado la atención: tenía un bolso

grande en la mano, como si se fueran de viaje.

Ernesto fue al cuarto y vio que faltaba un bolso. También descubrió

que no estaban algunas prendas de Joaquín y que los cajones de

Claudia estaban revueltos.


314

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Marta, ¿usted no la vio salir con bolsos?

-No señor, yo estaba limpiando el quincho cuando el a se fue. Me

dijo que me dedicara a eso porque el fin de semana tenía invitados.

Había mentido. Y esa mentira respondía a un plan. A Claudia no le

había pasado nada, simplemente había desaparecido por decisión

propia. Si antes estaba angustiado, ahora ya estaba al borde de la

desesperación. A la medianoche la policía estaba en su casa, al igual que su


madre, su hermano y su cuñada que habían venido desde el

campo para acompañar a Ernesto. Cuando él le refirió a las

autoridades lo ocurrido la noche anterior, su suegro empezó a

insultarlo.

-Por tu culpa ha pasado esto, si a mi hija o a mi nieto les ocurre

algo…

-Si Claudia no fuera una loca nada de esto pasaría -retrucó Ernesto.

El policía intervino tratando de calmar las aguas, pero la casa era

una batalla campal. Indirectas, malas caras y nerviosismo incesante.

Al día siguiente ya todos los noticieros hablaban del caso.

“La mujer habría tenido la noche anterior una discusión con su

marido, y como represalia despareció con el hijo”.


“Una historia de traición, violencia e incertidumbre” decían las

placas de los informativos más amaril os.

“Mi hija es una mujer muy vulnerable, está bajo tratamiento, pero

sé que no haría nada en contra de su hijo”, expresaba el juez Olivera Torre


ante las cámaras.

315

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

“Yo no voy a hablar ante los medios de nuestra vida personal,

simplemente quiero que los dos aparezcan pronto”, repetía Ernesto

a los periodistas.

Obviamente, al segundo día ya declaraban ante las cámaras los

vecinos, los padres del colegio y hasta la pobre Marta, que se vio

interceptada una mañana mientras iba de compras a la despensa.

Carolina seguía el caso con una culpa tremenda. Cuando se hablaba

de “engaño” de alguna manera se referían a el a; cuando se hablaba

de la “discusión de la noche previa” también aparecía el a; cuando

se intuía que un “posible pedido de divorcio había desencadenado

la desaparición”, una vez más el a tenía algo que ver con eso.

Extrañaba a Leticia; estaba aún en Brasil y no iba a molestarla con

ese tema. Compartía algunos intercambios con sus padres,

obviamente sin hacer la mínima referencia a que, en cierta forma,


el a estaba metida en lo que era la noticia de la semana.

Había intentado hablar con Ernesto, pero la única vez que le atendió el
teléfono le había dicho: “Perdoname Caro, pero por ahora no

puedo hablar. Si hay alguna novedad te aviso”.

No se atrevió a mandar mensajes, temía que eso pudiera generar

más problemas y lo que más temía es que las investigaciones la

implicaran de algún modo. No estaba en condiciones de pasar malos

ratos. Algo le decía que si Claudia y Joaquín no aparecían pronto,

seguramente las cámaras no tardarían en l egar a la puerta de su

departamento para presentarla como “la amante”.

Pero por suerte eso no ocurrió. En la noche del tercer día la policía dio con el
paradero de Claudia. Estaba en un hotelucho de las

afueras, y fue la gente del lugar la que hizo la denuncia. En un sitio tan
pequeño, la mujer y el niño no pasaron desapercibidos. Menos

316

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

aún cuando ese mediodía el pequeño apareció l orando ante el

conserje diciendo que su mamá no se despertaba. El hombre no era

de los que seguían las noticias, pero hablando con uno y otro fue

atando cabos. No solo debieron dar parte a la policía sino también

l amar a una ambulancia. La mujer había tomado una gran cantidad


de pastil as.

Cerca de las cuatro Ernesto arribó al lugar. Al ver a Joaquín lo

estrechó entre sus brazos con lágrimas y desesperación. Claudia

había salvado su vida de casualidad, pero estaba inconsciente. De

allí fue trasladada directamente a un hospital psiquiátrico.

***

El hecho desencadenó con premura todo lo que Ernesto había

creído que le l evaría unos cuantos meses. Una vez dada de alta,

Claudia fue a instalarse a casa de sus padres. Una jueza intervino y otorgó la
tenencia –al menos provisoriamente- al padre del niño.

Ella podía visitarlo, pero sus padres (en especial el doctor Olivera Torres)
debían acompañarla. Por el momento no estaría autorizada

a estar sola con el niño, era una medida destinada a garantizar la

integridad de Joaquín.

Durante esos días, Carolina habló varias veces con Ernesto. Este se

mostró cordial pero distante.

A la semana siguiente decidió pasar por la oficina para resolver su

incorporación.

Estaban hablando con Leticia sobre su embarazo y la enfermedad de

Alberto, cuando apareció él.

317
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Cómo estás? –su saludo fue frío.

Carolina intuía que él la culpaba por lo vivido.

-Vine a hablar con vos por mi regreso al trabajo.

-Perfecto, pasá a la oficina –tras saludar a Leticia entraron al

despacho.

-Ya hice todos los papeles en administración, y el 1 de septiembre

vuelvo. Lola regresa en estos días, así que mi idea es venir algunas mañanas
para que me ponga al tanto de varias cosas.

-Perfecto –se restregó los ojos con cansancio -.Todavía no pude

hablar sobre el tema de tus viajes a la Colonia, estuve ocupado con otras
cuestiones de conocimiento público.

-¿Cómo va eso? -Caro se alegró de que él sacara el tema, el a quería hablar


sobre lo ocurrido pero no sabía cómo iniciar esa charla.

-Ahí… ordenándose de a poco. Joaquín está más tranquilo, duerme

mejor por las noches. Estuvo muy alterado a su regreso. Claudia

está siendo tratada, está en la casa de sus padres. Lo demás es

esperar los tiempos de la justicia.

- Claro. Siento mucho lo que pasó. Me sentí culpable.

Ernesto no dijo nada al respecto. Eso lastimó a Carolina. Su silencio decía


mucho.

-Voy a renunciar –confesó.


-¿Qué?

-Sí, los campos de mi familia dan buenos réditos. Hablé con el os y

me voy a vivir a la estanzuela. Mi mamá está sola allá y es un

caserón. Eso me va a permitir estar más tiempo con Joaquín, l evar

318

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

una mejor vida y estar alejados de Claudia, su familia y toda la

locura que los rodea. Obviamente que el os pueden visitar a Joaquín

cuando quieran, yo puedo traerlo incluso, estamos cerca, a solo 80

kilómetros. Me parece que va a ser lo mejor para todos.

-¿Renunciar? -Carolina no salía de su asombro.

-Bueno, que sé yo. Tal vez haga como vos y me pida una licencia,

aunque en este caso sería por un año. Tengo que ver si me la

otorgan.

-Huir no es la solución.

-¿No? Mirá quien lo dice, la que huyó y logró concretar una familia.

- Lo hubiera podido concretar acá.

-Conmigo cerca, lo dudo.

-Una vez me preguntaste algo parecido a lo que te voy a preguntar

ahora, ¿yo también tengo algo que ver en esa decisión?


-Algo, pero no mucho. Es cierto que el irme lejos me viene bien para no ver
cómo tu panza crece l evando un hijo de otro. Me duele

saber que nuestros caminos se separaron tan abruptamente. Pero

para serte sincero hoy mi prioridad es Joaquín. En un momento

sentí que lo perdía para siempre y creí que me moría. Lo vas a

entender cuando tengas a tu hijo.

Carolina estuvo nuevamente tentada en confesarle que no estaba

con Diego, que tal vez podían intentarlo, pero era evidente que

Ernesto estaba concentrado en otra cosa. Tiempos equivocados.

Volvía a perderlo.

-Tengo que irme, tengo turno al ginecólogo.

-Suerte, que te vaya bien.

319

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

No la besó, ni la abrazó.

Carolina salió a la calle con deseos de l orar. Ese amor estaba

signado por los contratiempos.

Un aroma a flores la sacó de la tristeza. Faltaba poco para la

primavera. Sintió un halo de esperanza, de alegría. Supo que

provenía de su interior, de esa vida que le crecía dentro. Acarició

con dulzura el vientre y se estremeció. Por primera vez sintió a su


bebé moverse.

Capítulo 36

Estaban frente a frente. Café de por medio. A Lola le sorprendió que Pablo
pidiera el día en el trabajo para estar con el a. Los primeros diálogos
estuvieron dirigidos a su familia, a las actividades laborales (incluso le
comentó algo de lo ocurrido en la Colonia). Él no profundizó y el a tampoco.

Ya no tenía más sentido retrasar lo inminente, así que él lanzó la

pregunta sin preámbulos.

-Te fuiste a pensar. ¿Qué decidiste? – estaba ansioso pero lo

disimulaba muy bien.

-No creas que estoy del todo decidida…. –balbuceó Lola -…, creo

que esto así no funciona.

-Es cierto –admitió.

320

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Tal vez no deberíamos haber venido acá. Yo te lo pedí y vos no

claudicaste.

-¿Sugerís que lo mejor hubiera sido sacrificar un buen trabajo,

proyección, crecimiento económico porque lo nuestro corría

peligro?

-Sí. El amor a veces es sacrificar algo por el otro.


-No funciona así, Lola. Las personas no andan por ahí sacrificándose por
otros. ¡Qué estupidez es esa! Si dos seres se quieren, se

acomodan el uno al otro y punto.

-Pero siempre la que tuvo que acomodarse fui yo. Vos no te

acomodaste nunca a mí -le recriminó.

-Es probable, pero soy así. Además lo nuestro no iba a ser eterno,

tenemos miradas diferentes sobre casi todo, incluyendo el amor.

Nosotros nos queremos, nos respetamos, nos gustamos…. Pero… no

sé si nos amamos.

Lola podía haber replicado, pero Pablo tenía razón, no se amaban,

ya no.

- Yo no sé amar como vos necesitás que te amen, y vos no sabés

amar cómo yo necesito que me amen. Si nuestros sentimientos

fueran sólidos hay cosas que no hubieran pasado.

Ella abrió los ojos sorprendida, intuía a dónde estaba ahora

desviando Pablo la charla.

-¿Qué cosas?

- No te habrías confundido con otro…

-¿De qué hablás? –Lola se puso de pie, entre avergonzada y

molesta.

321
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Que puedo parecer de esos tipos que viven enfrascado en lo suyo y

que no ven más allá de sus narices, pero no soy así. Puedo percibir

cosas… Ojo, no quiero saber sobre eso. Prefiero creer que nos

separamos porque lo nuestro funciona a que esta sea una

separación por un tercero. Soy demasiado orgul oso para tolerar un

engaño.

Lola calló. No lo admitiría pero tampoco lo negaría.

-Siempre puse todo de mi parte por intentarlo -se defendió.

-No pasa por intentar. Yo no voy a renunciar a mis objetivos

personales por vos ni por nadie. Quien esté a mi lado debe saberlo…

Pablo se puso de pie, se ubicó frente a el a y levantó su mentón.

-Fue una buena relación, ¿o no? Ahora l egó el momento de que

cada uno siga su camino –le rozó los labios con delicadeza. Ella

respondió a ese beso, no tanto porque lo deseara sino porque sabía

que sería el último entre el os.

-No es necesario que te vayas mañana mismo. Tomate el tiempo

que quieras para organizar tus cosas, somos dos personas adultas y

podemos convivir bajo el mismo techo.

-Por eso te quise siempre Pablo, por tu pragmatismo, por tu


caballerosidad, por esa manera tan poco dramática de abordar las

cosas, por hacerme la vida más simple… -Lola lo abrazó con fuerza,

la garganta se le cerró bajo la presión del dolor, porque era

evidentemente que no lo amaba pero de alguna manera lo

extrañaría. Él podía ordenar su caos emocional con pocas palabras,

con escasos gestos.

-Me pedí el día en el trabajo, pero al mediodía tenía previsto ir a

hacer unos trámites. ¿Te quedás? ¿Me acompañás?

322

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Preferiría quedarme.

-Perfecto. Ah, dos cosas: la primera l amó Carolina a casa pidiendo

que te comuniques con el a. Dice que intentó varias veces a tu

celular pero no logró dar con vos. La otra es que estoy tramitando

los papeles para ir a hacer una capacitación a España durante el

verano.

-¿Cuándo me lo ibas a decir? -Lola no ocultó su sorpresa.

-Iba a esperar a que tuviéramos esta charla –se excusó Pablo

mientras se dirigía al cuarto en busca de un saco liviano para salir a la calle.


Lola lo siguió y se quedó mirándolo l ena de interrogantes.

-¿Y si decidía quedarme, qué? ¿Me ibas a l evar a España?


-No, te iba a pedir que te fueras con tu familia desde el 3 de enero al 10 de
febrero.

-Y si yo te pedía que no te fueras…

Él la miró, dibujó su sonrisa seductora, y respondió con total

franqueza.

- Me hubiera ido igual.

La besó en la mejil a y se marchó.

Lola recorrió con sus ojos cada rincón del departamento, caminó de

un lado al otro y aunque aquel sitio había sido durante más de

medio año su hogar supo que no le costaría nada dejarlo.

Se tiró en el sil ón y sonrió. Pablo había hecho fácil la despedida.

***

323

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Felicitaciones –Lola abrazaba con sincero cariño a Carolina. Ese día había
vuelto a la oficina para cerrar con el a algunos detalles

laborales. Al í se había enterado de su embarazo, también se había

enterado de la enfermedad de Alberto, eso la entristeció pero

Leticia había dicho esperanzada:

-Igual, los médicos son muy optimistas. Ahora debe aplicarse unas

inyecciones para reducir el adenocarcinoma, que es muy pequeño, y


luego comenzará con la radioterapia. No son tantas sesiones y no

tiene efectos dolorosos ni nada de eso que genera un quimio. He

decidido acompañarlo todos los días, así que buscamos un horario

ideal para los dos, 6.30 de la mañana.

Leticia era una mujer fuerte, avasalladora. No era la primera

impresión que había tenido de el a, pero ahora se parecía más a lo

que imaginaba de su espíritu el día en el que la conoció. Pese a la

situación por la que estaba atravesando, se la veía tranquila, con

buen sentido del humor y resuelta.

Estuvieron casi una hora abocadas al trabajo y en cuanto Víctor dejó la


oficina, Caro y Leticia se acercaron a indagarla.

-¿Qué pasó con tu novio? –consultó Leticia.

-Nos dejamos. Bah, en realidad es tan hábil que me dejó él. No me

dio tiempo a nada…

- ¿Cuánto tuvo que ver el doctor con esto? – consultó Leticia.

-Bastante.

-Mmmm… ya intuía yo que ese Juan iba a terminar complicándote la

vida –sentenció Leticia.

324

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Más bien creo que l egó para ayudarme a ver cosas que yo sabía y
no tenía el coraje de aceptar. En parte le estoy agradecida, porque

más tarde o más temprano las cosas con Pablo no hubieran

funcionado.

-¿Vas a quedarte con Juan? -preguntó Carolina.

-Por ahora no. No me parece que sea el momento ni el lugar…

En ese instante Ernesto ingresó a la oficina e interrumpió la charla.

-Lola, ¿cómo estás?

-Bien, Ernesto.

-Les quería anunciar que este viernes al mediodía haremos un

pequeño brindis en mi oficina, me gustaría despedirme de todos.

-¿Te vas? –Lola no lo sabía y no pudo ocultar su sorpresa.

-Sí, tuve algunos problemas familiares y he decidido hacer cambios

drásticos.

-Ernesto, organizamos además para esa noche una despedida para

vos y para Lola en Posit, el bar en el que le hicimos aquel a vez la despedida
a Caro, ¿te acordás?

-Gracias Leticia, pero no creo que vaya… Bueno, parece que los dos

nos vamos Lola.

-Así parece.

-Obviamente que a lo del viernes al mediodía estás invitada

también.
-Gracias Ernesto.

Se fue y las mujeres se quedaron calladas un momento.

325

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Sabe de tu embarazo? -preguntó Lola a Carolina.

-Sí.

-Por eso se va.

-No, ya lo había decidido antes.

- Ufff… todos los habían decidido antes. ¿Antes de qué? Me

pregunto yo.

Se rieron ante las ocurrencias de Leticia.

Lola volvió a indagar a Carolina:

-Lo querés, ¿no?

-Sí, pero como dijiste antes: este tampoco es nuestro tiempo ni

lugar.

- Basta de tanto romanticismo –intervino Leticia -.¿Hacemos lo del

viernes a la noche, si o no?

-Sí, ¿por qué no? –respondió Caro.

-Porque uno de los agasajados ya no va… ¿Vos Lola?

-Sí, claro. Quienes somos.


-Nosotras, Laura, las chicas de mesa de entrada y… bueno, les

dijimos a los de la Colonia…

-Ay, no… -expresó Lola con cierto malestar.

-Te dije que no le comentaras nada –Carolina le recriminó a Leticia.

-No le voy a mentir. Nos acaba de confirmar su amorío con el

médico, lo mínimo que puedo hacer es decirle que probablemente

326

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

vaya… Por eso pregunto si lo hacemos o no, para quilombos, no.

Nos juntamos nosotras tres y punto.

-Podría ser esa última opción… -sugirió Lola.

-Habría que l amar a todos y avisarles que se suspende –agregó

Carolina.

Pero Lola la frenó.

-No, lo hagamos como estaba previsto. No puedo pasar la vida

evitando a Juan, es una estupidez. Además, capaz que ya se olvidó

de mí, ni me l amó en estos días.

-Pero no, que se va a olvidar. Debe andar esquivando a la

gendarmería -expresó Leticia con humor.

-Calculo que no vas a ir con Pablo -consultó Carolina en tono de


afirmación.

-No, de hecho ya embalé todas mis cosas. El lunes próximo las estoy

enviando a Córdoba. Creo que hoy dejo el departamento.

-¿Y a dónde vas a ir?

-Me voy a instalar en un hotel, son unos pocos días. Ahora a la

salida de acá voy a averiguar.

-Ni se te ocurra, venite a casa. Tengo lugar de sobra. Tres cuartos

gigantes y vacíos, y un escritorio gigante y vacío también… Más aún, hasta te


puedo permitir que l eves una de estas noches al doctor

para hacer la despedida… Evitando toda clase de ruidos extraños y

jadeos, por supuesto.

Las tres se rieron. Lola se acercó y la abrazó con sentimiento

genuino.

327

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Gracias, ¿de verdad puedo ir a tu casa?

-Si te invito es porque sí. Ya me conocés, no soy de las que dicen las cosas
para quedar bien.

-¿Y a Alberto no le va a molestar?

-No, Alberto va a estar de acuerdo.

-Alberto siempre está de acuerdo con todo lo que decide Leticia –


agregó Carolina.

***

Teniendo ya un lugar donde parar, Lola consideró que no tenía

razón de ser permanecer más tiempo en el departamento. Esa

noche habló con Pablo, le contó que se iría unos días a lo de Leticia y
acordaron que él se encargaría de enviar sus cajas.

-No vamos a volver a vernos, ¿no? –consultó Lola con cierta

añoranza.

-No lo sé. Yo no te voy a borrar de mi Face, ni de mis contactos, así que creo
que nos podremos ver o contactar virtualmente. No creo

que regreses por estos lados, pero cuando vaya para Córdoba

prometo que te voy avisar para que nos juntarnos…. Podemos ser

buenos amigos… Mejor dicho: podemos ser buenos conocidos que

alguna vez en el pasado tuvieron algo.

-Yo sí te quise Pablo –confesó Lola.

-Yo también Lolita.

328

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Los dos tuvieron la tentación de besarse, pero no lo hicieron. Tal vez para no
trastocar el rumbo de lo que ya habían decidido. Todo había

sido tan racional, tan claro, que no tenía sentido alterarlo por un
impulso. Igualmente, para evitar que las cosas pasaran a mayores,

Pablo anunció:

-Salgo esta noche con unos amigos de la oficina, sino te molesta.

-No, claro.

-Bueno, me voy a bañar para no que no se me haga tarde.

Lola supo que Pablo no sufriría demasiado su partida. Más aún,

intuía que más temprano que tarde encontraría una reemplazante.

Una de las que se acomodaría a él, a sus proyectos, a sus horarios, a sus
trabajos, a sus viajes, a sus capacitaciones. Se sintió en paz.

Cuando se fue, prendió el celular que había dejado cargando gran

parte de la tarde-noche y su paz se trastocó abruptamente. Dos

l amadas de Juan y cinco mensajes de Whatsapp grabados.

Escuchó el primero:

“Sé que volviste. Quería saber cómo estabas, qué habías decidido”

“Yo de nuevo… Te pido disculpas por ser tan insistente pero

necesito saber de vos”

“Te l amé dos veces, y siento que estoy quedando como un

acosador…. Supongo que no querés atenderme ni responderme, de

otro modo ya lo habrías hecho”.

“Te l amé y corté, como un boludo adolescente, prometo no

l amarte más. Tenía pensado ir a tu despedida, pero si te molesta no voy.


Avisame por favor”.

329

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

“No pude con mi genio y le hablé a Caro. Me dice que la despedida

no es solo porque dejás del trabajo sino porque te vas de la ciudad.

¿Te ibas sin decirme nada? ¿Dejaste a tu novio y no ibas ni siquiera a


contármelo? ¿A qué estás jugando? ¿De verdad me merezco tu

silencio?”.

Se estaba comportando como una cobarde. Es cierto que tenía el

celular apagado, pero lo había hecho con toda intención. Durante

los días anteriores le había molestado su silencio, y ahora era su

turno de castigarlo. Además no sabía qué decirle, ni cómo. Algunas

cosas eran muy claras para el a, y otras no.

Se tiró en la cama en un claro gesto de derrota. Podía engañar a

todos y decir ese discurso de “necesito pensar, ordenar mis ideas,

no puedo iniciar una relación para empezar al día siguiente otra,

etc. etc. etc.”. Pero en lo más profundo de su ser sabía que amaba a Juan, sí lo
amaba y se sentía pésimo de hacerlo sufrir de esa

manera. Para evitar más dolor es que tomaba distancia. No podía

resolver nada. ¿Qué iba a hacer? ¿Dejar el departamento de Pablo e

irse a la casa de Juan? ¿Quedarse en la Colonia? ¿Haciendo qué?


Además no tendría la cara para admitir ante Pablo que

verdaderamente lo había engañado. Ella siempre había tenido esa

manía de priorizar al resto por encima de su persona. Y allí estaba,


cometiendo toda clase de errores, dejando que el amor de Juan se

le escapara de las manos. Por momentos también se preguntaba

cuán persistente sería ese sentimiento. Lo había visto coquetear con varias
chicas, era de naturaleza enamoradiza. ¿Y si el a era una más del montón?
Era riesgoso, y no era de las mujeres afectas a tomar

riesgos. Se resguardaría un tiempo en la seguridad de su hogar y

luego con prudencial distancia, decidiría.

330

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Igual, algo tendría que hablar con Juan antes de irse. Si había

sentido pena ante la idea de no volver a cruzarse con Pablo, el

hecho de no volver a ver a Juan se le hacía más doloroso aún.

Le escribiría diciendo que fuera a la despedida, que allí hablarían.

En ese momento un nuevo Whatsapp de Juan la sacó de esa

maroma de pensamientos. Era un tema musical. Niña Pastori

cantaba en versión aflamencada un tema que, a Lola, le parecía

haber escuchado alguna vez en un CD de Calamaro. “No me pidas

que no sangre, si aún el cuchil o no sacaste de mí. No me pidas que


use cicatrizante, dame días, dame meses… No me pidas que no sea

un inconsciente, sino dejo de quererte ”.

Sintió que si no accionaba rápido iba a perderlo.

Tuvo deseos de l orar pero se contuvo. Tuvo deseos de hablarle

pero se contuvo. Pablo aún se estaba bañando en el cuarto de al

lado.

Capítulo 37

Los primeros exámenes médicos le habían dado bien. Y si bien no

tenía náuseas ni malestares, vivía con sueño. Esa noche, cerca de

las nueve, se puso su camisón, se l evó una bandeja con comida al

cuarto y se tiró a mirar la tele un rato. Debía admitir que, pese a

todo, estaba disfrutando de esa etapa. Eran días raros: por un lado

le dolía la partida de Ernesto y por el otro se sentía feliz con el

embarazo.

Sonó el portero y saltó de la cama con la seguridad de que era él,

había fantaseado con el reencuentro.

331

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Quién es? –consultó con la certeza de que escucharía su voz.

-Diego.
Se desilusionó. Tardó unos segundos en responder.

-Pasá –mientras apretaba el portero descubrió que el famoso

“efecto Diego” había perdido justamente eso, el efecto.

Abrió la puerta con más ganas de cerrarla.

-¿Cómo estás? –saludó Diego con una sonrisa y un beso. Entró sin

pedir permiso, y medio de mala gana Carolina lo invitó a sentarse.

-¿Querés tomar algo?

-Y bueno, una cervecita tal vez….

-No tengo cerveza, no he comprado últimamente… Puedo abrir un

vino.

-Dale, nos tomamos un vinito –Diego se instaló con comodidad en el

sil ón -. Quería saber cómo estabas, hace bastante que no

hablamos.

A Carolina le dio pena descorchar la botel a, el a no tomaba alcohol y


seguramente Diego no lo acabaría. Le sirvió una copa

-¿Vos no tomás? –consultó levantando la copa, como quien desea

brindar.

-No, me sirvo un jugo y brindamos si querés.

-No es lo mismo brindar con alcohol que con jugo.

-Por el momento será con jugo –dijo el a y se l enó su vaso con una

jarra que trajo de la cocina.


332

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Qué raro verte de camisón a estas horas… -afirmó él.

Carolina se sorprendió de que conociera tan bien sus costumbres.

-Estaba cansada.

-No tomás alcohol, estás cansada, estás radiante…. ¿Qué pasa Caro?

¿Hay algo que deberías contarme tal vez?

Se quedó callada. Diego no era tan estúpido como el a creía. Podía

sacar conclusiones.

En ese momento se dio cuenta de que tenía dos opciones: mentirle

y sumarse en el futuro algún problema con el que no estaba

dispuesta a lidiar, o decir la verdad y l egar a un acuerdo. Eligió la segunda


opción.

-Estoy embarazada.

El dibujó una sonrisa leve en sus labios, sin embargo

automáticamente le recriminó.

-¿No pensabas decírmelo?

-Iba a decírtelo el día que fui a tu casa y te encontré con esa chica…

-Claro, ya no acreditaba para ser un buen padre –a Carolina le

enterneció su voz, su manera de decir esas palabras.

-No, solo que…


-¿No es mío?

-Sí, es tuyo. Si querés hacemos un adn.

-No, Caro yo no necesito un adn, me basta tu palabra.

Él se puso de pie y la abrazó con auténtico cariño.

333

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Te felicito, y me alegro tanto, no solo por vos sino también por mí.

Puede que sea un desastre como pareja pero puedo intentar ser un

buen padre. Me gustan los chicos…

-¿Y entonces por qué no estás cerca de tu hija?

-Porque como soy un mal esposo o una mala pareja las mujeres me

apartan… No soy tan pelotudo como parezco, tengo sentimientos,

quiero a mi hija, como también voy a querer a este bebé. No me

apartes Caro, por favor…

-Nosotros no vamos a ser jamás una pareja –reafirmó el a.

-Ya lo sé. Sé qué clase de persona sos vos y sé qué clase de persona soy yo.
Y ninguno de los dos va a cambiar

-Yo no te pediría tampoco que cambiaras.

-Pero quisiera colaborar económicamente con mi hijo, l evarlo a ver

un partido de fútbol.

-¿Qué te hace pensar que va a ser varón?


-Bueno, pasar con “el a” unas vacaciones, acampar y pescar a la

oril a del río, verla crecer… por favor Caro, la única mujer en el

mundo que sabe quién soy yo realmente detrás de las caretas de

este tipo canchero y conquistador sos vos. No soy una mal tipo… -

estaba suplicando.

Carolina suspiró y volvió a pensar que lo del banco de espermas

habría sido tal vez una mejor solución.

-Está bien, pero vamos a aclarar algunas cosas: no quiero que me

hagas problemas si tengo que salir del país por algo, ni que intentes
conquistarme, ni nada de eso. Somos dos amigos, que compartimos

la paternidad de un niño y nada más. ¿Está claro?

334

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Es raro…

-No me lo hagas difícil Diego -le dijo de mala gana.

-Está bien. ¿Puedo abrazarte?

- Claro -el a sonrió.

-Te felicito, de verdad -le susurró al oído, luego dijo con picardía consultó-
¿Segura que no querés que haga el mínimo intento de

conquistarte?

-No – le dio un golpe suave en la espalda como reprendiéndolo.


-Soy bueno para los intentos de conquista.

-Sos buenos para los intentos y la conquista, pero mi corazón ya

tiene dueño.

-Ah, cambia la cosa entonces… -Diego la soltó y se alejó unos pasos.

Luego, mirándola a los ojos consultó -¿El jefe?

-Sí, el jefe.

-El cobarde que no puede estar con vos porque no quiere dejar a la

esposa.

-Ya la dejó.

-¿Sí? Con razón andás tan esquiva conmigo…

- No estoy con él.

- ¿Por?

Caro no respondió, levantó las cejas y volvió a suspirar.

-No te quiere porque esperás un hijo de otro. ¡Que imbécil, yo te

hubiera querido igual!

335

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Yo también fui una imbécil, en todos estos años jamás le pregunté

por su hijo, ni hice el mínimo intento de acercarme a él. Estuvo

enfermo y así y todo mantuve una relación ignorando por completo


su existencia. En eso estamos a mano.

-Él te quiere. Yo me di cuenta el día que fuimos al cumpleaños de tu


compañera…

-Sí pero pasaron muchas cosas. Además cree que estoy formando

una familia feliz con vos.

-¿Le dijiste que seguíamos juntos?

-No, pero tampoco le conté que habíamos terminado.

-Mejor para mí, alguna posibilidad tengo.

-No tenés ninguna -se miraron y ambos se dieron cuenta que lo de

el os era también una forma de amor, no tal vez el de una pareja

convencional, ni siquiera el de una pareja. Tal vez el amor de los que alguna
vez tuvieron algo y que ahora quedaban unidos por un lazo

profundo y perdurable.

- La semana que viene tengo una ecografía, ¿querés venir?

-Me encantaría.

Se miraron con afecto genuino y comprendieron que la amistad

también podría ser un vínculo tan poderoso como el amor.

336

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 38

Al igual que la vez anterior, habían reservado una mesa en la parte


trasera del local. Las luces eran tenues y había muchísima gente.

Lola agradecía el gesto, pero para ser sincera tal vez hubiera

preferido solo un café con Leticia y Caro. Al í era imposible sostener un


diálogo. Se acercaba la primavera y era evidente que la gente

salía a festejar. ¿Qué festejaba? Imposible saberlo: no era un sitio propio para
estudiantes y el cambio de estación tampoco algo tan

trascendente (al fin de cuentas no se celebraba la l egada del otoño, del


invierno ni del verano). Tal vez la cálida temperatura de la noche era una
invitación para salir. Y en Posit parecía que media ciudad

había salido de parranda.

Ya estaba Laura con tres chicas de archivo y mesa de entrada,

también Carolina, Leticia y Alberto. Víctor, se había excusado.

Lola miraba cada tanto hacia el pasil o de ingreso.

-Parece que no van a venir –dijo Carolina. A Lola la invadió la

desilusión. Ella le había dejado un mensaje a Juan invitándolo a que asistiera


esa noche, pero fue demasiado cobarde, tal vez le debería

haber l amado. Todavía resonaba en su cabeza los versos de Silvio

Rodríguez: “los amores cobardes no l egan a amores e historias, se

quedan allí. Ni el destino los pude salvar, ni el mejor orador

conjugar”. ¿Que habían sido el os? ¿Dos almas encontrándose en

medio del desarraigo?

Carolina no ocultó su satisfacción cuando vio l egar a Ernesto. Él los buscaba


mirando de un lado al otro. Nunca creyó que podía gustarle
alguien de esa manera, nunca creyó que podía amar de esa manera.

“Nadie se salva de las cursilerías del amor” pensó al tomar

337

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

conciencia de que su corazón latía apresuradamente, sus partes

íntimas toleraban una punzada dulce y doliente y las manos le

temblaban. A cualquier edad, el amor hace estragos en el cuerpo.

Finalmente él los descubrió o más bien la descubrió.

Llegó a la mesa, saludó y sin siquiera preocuparse en guardar las

formas, tomó una sil a, pidió permiso a Alberto y la ubicó frente a

Carolina.

***

Habían pasado más de 40 minutos de charla. Todos esperaban a la

gente de la Colonia, pero no l egaban.

-Deberíamos pedir algo –sugirió Leticia -. Si no nos vamos a alzar un pedo


infernal. Ya l evamos cinco cervezas en menos de 45 minutos.

-Pidamos –decretó Lola. Sus dos amigas sabían que quien estaba

esperando a alguien era el a, por lo tanto la suya era la palabra final.

-¿Pizzas para todos?

- Sí, pizzas para todos.

***
Ya las cervezas eran siete, y las pizzas tardaron más de quince

minutos en l egar. Todos hablaban animadamente. Carolina recibió

un mensaje en el celular y automáticamente se acercó a Lola.

-Lola, Mariana dice que intentó l amarte y no le da. No puede venir

porque Lucio está descompuesto, mañana te habla.

338

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Bueno, gracias –dudó en preguntar, y antes de que lo hiciera su

amiga agregó -. No me dijo nada de Juan.

***

Posit tenía un sitio para comer, pero hacia una de las alas, pasada la

medianoche, empezaban a sonar bandas y se armaba allí una pista.

Laura y las otras chicas fueron las primeras en salir a bailar. Al ver que
Alberto y Leticia cuchicheaban por un lado, y que Carolina y

Ernesto estaban envueltos en un halo de intimidad, a Lola no le

quedó más remedio que sumarse al grupo de mujeres. No tenía

ánimos de bailar pero hizo el esfuerzo de parecer alegre.

-¿Sabés que estaba pensando? –dijo Alberto.

-¿Qué?

-Que solo me faltan 20 sesiones para terminar con el tratamiento.

-Te cuento que te faltan 20 sesiones, no “solo”. Todavía ni siquiera


empezaste.

-Por eso, será aproximadamente un mes, más los estudios

posteriores… tipo noviembre esto estará terminado.

Leticia le sonrió. Eso era algo que también adoraba de Alberto, su

espíritu para enfrentar las pruebas y los desafíos. En ningún

momento había dudado de que funcionaría, por eso Leticia estaba

tranquila.

-Bien, ¿y cuando termines, qué?

-Bueno, quería invitar a una mujer hermosa a un viaje exótico…

-¿Y a dónde sería ese viaje?

339

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- A Tailandia.

-¿Tailandia?

-Sí, me acuerdo que una vez cuando los chicos eran pequeños l egué

a casa y te encontré desbordada. Todo era un caos, el os se

peleaban, gritaban, Cristian le había dado con un palo en el ojo a

Gabriel y vos l orabas. Obviamente que en cuanto entré te la

agarraste conmigo y me puteaste con un arsenal de insultos…

-¿Yo? No creo, no soy de putear… -se defendió con ironía.


-Discutimos, hasta que finalmente a mí me conmovió verte así.

Estabas realmente al borde de tu tolerancia, de tus fuerzas físicas y


emocionales. Entonces te pregunté si querías que hablara con mis

padres para que se quedaran con los chicos y nosotros nos íbamos

un fin de semana a una cabaña a descansar un poco.

-Sí, me acuerdo ese día y ese diálogo a la perfección. Pero jamás nos
fuimos…

-No, ¿sabés por qué?

-Seguro que ni tus padres ni los míos podían quedarse con los

chicos.

-No, no nos fuimos porque me dijiste que no tenías ganas de ir a

ninguna cabaña por dos días de mierda. Que para cortar con esa

rutina agotadora lo que necesitabas eran por lo menos diez días en

Tailandia. Que si no venía con esa propuesta, entonces que me

fuera al carajo y no volviera a proponerte una salida para los dos.

-¿Eso dije? La verdad que a esa parte no la recordaba. ¿De dónde

saqué Tailandia?

340

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Lo dijiste con la intención de mandarme a la mierda. Sabías que no

había la mínima chance de que nos fuéramos diez días y mucho


menos a Tailandia, para los ingresos de aquel os años era una

fortuna…

-¿Cómo sabes que salía una fortuna?. .

-Porque fui a averiguar.

-No –Leticia sonrió con dulzura -. Siempre estuviste dispuesto a

complacerme, a tolerar todos mis caprichos y mis locuras.

-Porque te amo y me gusta verte feliz.

-Ahora, pese a la angustia que siento por tu enfermedad y que no

tenés la menor idea de todas las promesas que vengo haciendo a

Dios, a la Virgen y cuanto Santo voy encontrando en el camino, te

aseguro que es uno de los momentos más felices de mi vida. Te amo

Alberto, te amo de un modo inexplicable. Cuando te fuiste me di

cuenta de que extrañaba tanto los detalles, porque eso ha sido

nuestro amor, una construcción pequeña de detalles cotidianos:

reírnos juntos, putearnos a los gritos, enojarnos y reconciliarnos,

mirar fotos de los hijos, extrañarlos con el alma, construir cada cosa
pensando en el os, compartir un buen vino, ver una película y

charlar de política con efervescencia. Tal vez eso sea el amor, una

construcción de pequeños detalles que unen para siempre la vida

de dos seres.

-Para nosotros eso es el amor –Alberto la acurrucó en sus brazos y


el a se dejó abrazar con el calor de su cuerpo de aroma exquisito.

-¿Bailás? –consultó él en tono galante.

-Claro –respondió el a con coquetería.

Se tomaron de las manos, y dejaron a Ernesto y a Carolina solos.

341

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

***

Durante la cena hablaron de cuestiones que poco y nada tenían que

ver con sus sentimientos. Él le preguntó sobre su embarazo, el a

sobre su situación familiar y sobre Joaquín. Ernesto se explayó en

cómo estaba organizando la vida en el campo. Carolina lo escuchó

con atención casi sin intervenir.

Cuando se quedaron los dos solos en la mesa, Ernesto se atrevió a

preguntar:

-¿Cómo va la relación con Diego?

-Bien –Caro dudaba en contarle cómo eran las cosas realmente.

Sentía que Ernesto había logrado establecer un orden en su vida y

su declaración podía trastocarlo.

-¿Bien? ¿Solo bien?

-Voy a aclararte algunas cosas Ernesto: bien es el mejor calificativo para dos
personas que van a ser padres, que están dispuestos a
compartir sus obligaciones, pero que no tienen entre el os ninguna

relación amorosa.

Él se quedó mudo. No terminaba de asimilar ni comprender lo que

acababa de escuchar. .

-Bueno, alguna relación tienen, te hizo un hijo, calculo que se

habrán acostado lo suficiente,

-No me obligues a hablar de nuestra intimidad porque no me gusta.

Ya estaban de nuevo allí, en ese punto. Siempre sus charlas l evaban a las
indirectas, a las palabras hirientes. Tal vez no estaban hechos el uno para el
otro.

342

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-¿Por qué? Digo lo que pienso. Además no creo que se hayan

acostado solo para procrear, seguramente lo disfrutaron, ¿o no? -

sonaba despechado.

-Ay, Ernesto, basta…

Descubrió el despuntar de unas lágrimas en los ojos de Carolina y

bajó la guardia.

-Perdón, no puedo evitar los celos… -se disculpó.

- No deberías tener celos.

- Soy un egoísta de mierda… Yo no pude darte nada de lo que


querías y él sí.

Bajó la cabeza, no podía ocultar su desilusión.

-Ernesto, yo soy feliz porque voy a tener un hijo, eso es lo único que cuenta.

- Hijo que también es de él.

- Diego es un buen tipo, no te voy a negar que la pasamos bien, pero no lo


amo. Yo te amo a vos.

-Me amás pero no pudiste esperarme.

-Pensé que jamás dejarías a Claudia.

-Me dijiste que me dejabas porque querías una pareja estable,

alguien que te esperara todas las noches en tu casa. Yo no te lo

podía dar, ¿Diego sí te lo podía dar?

- No, tampoco me lo pudo dar. Pero también te dije que quería un

hijo.

343

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Y él te lo dio… ¡Bravo! Todo un semental -nuevamente Ernesto

sonaba molesto.

- Cuando te dije que quería un hijo te escapaste -se defendió Caro.

- Yo ya tenía un hijo. Y si bien vos no te escapaste lo ignoraste. Es casi lo


mismo.

-Es verdad. Quizá por eso te perdí.


- Nadie perdió a nadie Caro. Nosotros nos amamos, pero tal vez

somos personas muy egoístas. Funcionamos cuando solo estamos

vos y yo. Con hijos de por medio la cosa cambia.

-Yo podría aceptar a Joaquín.

-Él no necesita que lo acepten, él necesita que lo amen

-Podría amarlo también… -balbuceó Caro con el l anto anudado en

la garganta.

-Decís eso ahora porque estás angustiada. Pero…

-¿Vos podrías querer a mi hijo? -preguntó sin dejarle terminar la

frase.

-Es un tema difícil para mí, y más difícil aún a tolerar al padre de ese bebé.

-Entonces no tenemos nada más que decirnos -sentenció el a,

claramente angustiada.

Ernesto se puso de pie. No quería que Carolina se largara a l orar, no lo


toleraría.

344

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Dejo mi parte de los gastos. Agradécele a todos la despedida, me

voy.

Aunque ya había empezado a marcharse, volvió sobre sus pasos y la

tomó de las manos.


-Prométeme que vas a ser feliz -le pidió. A el a las lágrimas

finalmente se le escaparon-.Si alguna vez necesitás algo, l amame.

Siempre vas a poder contar conmigo.

El amor tal vez era eso, aprender a renunciar. Desear la felicidad del otro
aunque fuera lejos de uno.

***

Se cansó de bailotear sin sentido. Revisó su celular mil veces, pero

nada. Se disponía a volver a la mesa, cuando la pequeña carterita

que l evaba colgada vibró. Sería tal vez un mensaje de face, esos

perturbadores “me gusta” que habían dejado de importarle a los

pocos días que descubrió la red. Pero no, era un mensaje de

whatsapp:

“Me gusta tu vestido, mujer con alas. Estas preciosa!!!”.

Era Juan. ¿Estaba en el local? Miró de un lado al otro, pero la

música, la multitud y la penumbra la enceguecían. Quiso

responderle pero se contuvo. Si le había escrito eso era porque

estaba allí. Había ido a despedirla.

Buscó, buscó y buscó, pero no lo vio. Un recuerdo emergió de su

inconsciente. Supo a dónde lo encontraría. Caminó hacia el patio y

345

CUANDO DEJÉ DE AMARTE


allí lo encontró, fumando un cigarro, de espaldas. Estaba en la

misma posición en la que lo había descubierto la primera vez. Se

acercó, rozó su hombro y le preguntó:

-¿Tenés fuego?

Puso su cigarril o cerca del encendedor. Él le sonrió con aire

seductor.

-Me descubriste.

-¿Hace cuánto que estás acá?

-Hace bastante, desde que pidieron las pizzas. Primero me

apoltroné en la barra, luego te seguí a la pista y por último decidí que sería
bueno despedirnos en el mismo lugar en el que nos

conocimos. Supiste a donde encontrarme, bien Lola, parece que

pese a todo seguimos conectados.

-¿Querías hacerme sufrir? Digo, me habrás visto buscándote por

todos lados…

-¿Sufrir? Te l amé mil veces, te dejé mensajes y nada… ¿Quién hace

sufrir a quién?

-Te escribí pidiéndote que vinieras.

-Bueno, tal vez en ese momento si quise hacerte sufrir un poco –

volvió a reír, y Lola percibió su piel erizarse, sus poros abrirse.

-Sos orgul oso –Lola lanzó una bocanada de humo cerca de sus
labios, en un claro gesto de provocación.

-Sí, soy orgul oso –Juan se puso serio y preguntó -.¿Por qué no me

buscaste? Al fin de cuentas tenías una decisión tomada.

346

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Solo tenía una decisión, la de dejar a Pablo. Y con él lo hablé de

frente. Con respecto a otras cuestiones, aún no decidí nada, por eso no te l
amé.

-O sea que “las otras cuestiones” soy yo.

-Sí. Voy a volverme a mi casa a pensar… Todavía estoy un poco

perdida.

-Pensar, pensar, pensar… Pensás mucho Lola. Creía que las dudas

estaban entre Pablo y yo, pero por lo que veo las dudas son

solamente sobre mí.

-No, las dudas son sobre mí.

-¿Y cuáles son esas dudas?

-Necesito descubrir qué quiero hacer. ¿Instalarme con vos a la

Colonia? La verdad que no lo sé. Tampoco creo que sea lo correcto.

-Te hacía más liberal, cuando te vi supuse que no eras de las que

priorizaban “lo correcto”.

-Guardate las ironías Juan. El amor no es solo algo de dos personas


que están fuera del mundo y de lo que les rodea. Hay otras

personas que se ven afectadas por lo que decidimos. Pablo, por

ejemplo, él no sabe nada de lo que ocurrió entre nosotros.

-¿Creés qué es tan estúpido? ¿Qué no lo intuye siquiera?

-No creo que sea estúpido y obvio que lo intuye. Pero, ¿qué hago?

¿Voy a su departamento a buscar unas cosas que me quedaron allá

y me aparezco con vos de la mano? No, hasta la semana pasada

estaba con él.

- Nosotros también estábamos juntos hace algunas semanas atrás.

347

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Es distinto.

-¿Distinto? Claro, yo soy la aventura y Pablo la pareja oficial.

- Se merece mi respeto.

- ¿Yo no lo merezco? … Y yo que te l amaba “mujer con alas”, pero

veo que estás enterrada hasta las rodil as.

-No Juan, simplemente trato de resolver las cosas de una manera

criteriosa. No quiero hablar más de esto, lo hemos discutido mil

veces. Vos no lo entendés, yo me enojo y terminamos mal.

-Entonces esta es definitivamente la despedida. Con el tiempo


seremos un recuerdo y nada más. Pero te voy a decir algo: nosotros

nos merecíamos otra cosa.

-Sos imperativo, si no es ahora no es nunca. Creés que el amor

funciona solo a partir de tus términos y de tus tiempos. Te estoy

diciendo que me voy a pensar, que quiero estar con vos pero no sé

si en este lugar, en este momento exacto…

-El amor es simple. Uno no necesita alejarse para saber si ama o no.

-Yo sé que te amo…–reafirmó y se acercó a sus labios con la

intención de besarlo. Juan respondió a ese beso, saboreó sus labios, jugueteó
con su lengua y apretó su cuerpo junto al de él.

- Yo también te amo, pero me cuesta aceptar tus tiempos.

-Necesito que lo aceptes, por favor.

-No lo acepto pero te doy una tregua, solo por esta noche.

Despedite que nos vamos. Te espero afuera.

Lola obedeció sin resistencia.

348

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Le explicó algo a Leticia y ésta le dejó su l ave de la casa. “Andá

tranquila” le dijo en tono maternal.

Cuando l egó a la mesa encontró a Carolina l orosa. Habló con el a

unos instantes y con mucha culpa se excusó diciendo que debía irse,
que Juan la esperaba.

-Andá tranquila, yo voy a buscar a Leticia y Alberto porque el os me van a l


evar de regreso.

-Gracias por todo Caro, fuiste importante en esta etapa de mi vida.

-Prometo ir a visitarte cuando tenga a mi bebé.

-Yo no prometo venir, al menos por ahora. Pero las puertas de mi

casa están abiertas para vos y tu hijo –acarició la panza con cariño, se
abrazaron. Carolina volvió a l oriquear.

-Andá, Juan te espera. Pensá lo que necesites pensar pero no te

extiendas demasiado, al v verdadero amor no se lo debe dejar por

mucho tiempo. ¿Sabés qué? Nada es eterno, hay gente que dice esa

frase de grafiti barato “que un amor verdadero supera el tiempo, las distancia,
bla, bla, bla…” Nadie tiene la fórmula del amor verdadero, pero si no se lo
cuida todos los días, todas las horas, todos los

minutos, se muere, se muere lo mismo que un amor menos

verdadero.

Lola salió de allí l ena de interrogantes. Decidió borrar todas las

dudas y los miedos y se dedicó a sentir. Fue tomada de la mano con

Juan por las calles. Caminaron hacia el hotel en medio de abrazos,

de “te quieros” en susurros, de besos cortos, de caricias que

apremiaban por encontrar un sitio alejado de todos para amarse

como necesitaban hacerlo.


349

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Ingresaron al hotel y apenas traspasaron la puerta de la habitación, Juan la


aprisionó contra la pared. Quedarse semi desnudos fue casi

un trámite de segundos. Había algo de desesperación en ese modo

de amarse. Él arremetía en su cuerpo mientras el a se sostenía en el aire. Con


la espalda pegada a la pared, con su vientre restregándose en Juan, con sus
senos pegados a los labios de él. Lola no se había

sentido así jamás. Tanta despedida, tanto deseo censurado, tanto

amor obligado a esperar, la l evaron a entregarse a un orgasmo

largo, repetido, desgarrador, dulce… Juan lanzó un gemido potente

y eso terminó por excitarla aún más.

La madrugada los encontró callados, con sus cuerpos entrelazados,

desnudos, despojados…

¿Vas a l amarme? -consultó Lola casi en un susurro.

Solo si me lo pedís.

¿Vas a escribirme?

-
Solo si me lo pedís.

¿Si te lo pido, irías a buscarme? –preguntó mientras cerraba

sus ojos y se dejaba vencer por el cansancio.

Él no respondió. La besó con miedo, temía que esa sí fuera la última vez. La
mujer con alas volaba y él quizá ya no pudiera alcanzarla.

Por la mañana Juan la l evó a casa de Leticia. No se dijeron nada, ni una


palabra.

Él se marchó y el a se quedó mirando como el auto desaparecía en

la esquina.

Cerca del mediodía Juan le mandó un mensaje: “¿Qué mundos

tengo dentro del alma que hace tiempo vengo pidiendo medios

para volar? Alfonsina Storni”.

Después de eso él no volvió a comunicarse con Lola.

350

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Capítulo 39

Leticia l oraba desbordada en la mesa del café. Alberto había salido a la


vereda para hablar con sus hijos. Quería darles él la noticia

cuanto antes. Durante la espera del médico y la consulta, el os

l amaron permanentemente para saber las novedades, pero los


turnos estaban retrasados, así que lo que esperaban para cerca de

las once se había extendido hasta casi la una.

El sobre con los resultados del tratamiento habían reposado

durante dos días en el escritorio. Tanto Leticia como Alberto habían acordado
de no abrirlos. Lo haría directamente el médico y él sería

quien les dijera cómo había funcionado todo.

El proceso había sido tedioso, pero sin demasiadas consecuencias

para Alberto. Él había tenido sus altibajos emocionales. Y Leticia

había sacado una fuerza desconocida para infundirle ánimo,

acompañarlo cada mañana, esperar en esa sala donde había otros

tantos pacientes con distintos tipos de cáncer. Después de un mes

de asistir todos los días, se habían gestado hasta ciertos vínculos

entre unos y otros. Al principio la enfermedad era el tema

recurrente, pero luego se colaron comentarios sobre la familia,

cuestiones sociales y políticas, y muchas otras cosas que formaban

parte de la vida cotidiana. La vida… esa que sigue latiendo aún en

medio de la adversidad. Y al í estaban el os, batallando, con

confianza pero también aterrorizados.

Toda la valentía de Leticia –esa que el a tenía y que durante mucho

tiempo había dejado oculta en un rincón- se transformó en la

principal armadura para que Alberto l evara con cierta calma el


351

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

proceso. Habían instalado una rutina: terminada la sesión, se iban a desayunar


y luego cada uno partía a su lugar de trabajo. Por eso

habían elegido el horario de las 6.30, bien temprano para compartir

ese momento sin sobresaltos.

Cuando ese mediodía el médico los atendió, abrió el sobre y se puso

a leer los resultados, Leticia sintió que su coraje se desmoronaba.

Temblaba, no era una sensación, era real. El cuerpo le temblaba. La

mano de Alberto percibió ese temblor, y le tomó la suya con fuerza.

-Bueno, los resultados son muy buenos. El adenocarcinoma ha

desaparecido, los valores están muy bien…

El doctor siguió diciendo algunas cosas más, pero Leticia no

escuchó. Sus ojos se nublaron, se acurrucó en el hombro de Alberto

y l oró. Durante ese tiempo había intentado ocultar las lágrimas

pero ahora parecía una catarata desbordada.

Alberto le acariciaba el cabel o a su mujer mientras terminaba de

escuchar las instrucciones de cómo seguir. Por el momento no

necesitaba tomar ni hacer nada más, simplemente mantener un

control periódico cada 6 meses.

Salieron de allí y en el pasil o del hospital se abrazaron


intensamente.

-Te dije que iba a salir bien.

-Tuve miedo, mucho miedo.

-Pero no se notó. Por eso te amo, porque sos una guerrera Leti.

Podés estar muerta del terror pero te mantenés firme.

-¿Y vos no tenías miedo?

352

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-Sí, tenía miedo pero no solo de morirme, sino de no poder estar

más tiempo con vos. Quiero que recuperemos el tiempo perdido.

Salieron de allí rumbo a la cafetería de la esquina. No era hora de

café, pero tomarían algo fresco con un par de tostados.

Apenas se sentaron, Alberto le dijo que saldría para avisarles a los chicos.
Estaban los tres reunidos a la espera de la l amada.

Ella volvió a l orar. Desde el ventanal lo vio hablar con entusiasmo y vio
también como sus ojos se l enaban de lágrimas. Sintió un amor

tan profundo por ese hombre, que ahora se le hacía extraño asumir

ese largo período en el que se habían mantenido lejos, distante.

Había sido una larga crisis tal vez, pero en ese momento

comprendió que el amor estaba allí, no había muerto, sino

simplemente había estado adormecido.


En cuanto entró, el a le sonrió y le consultó:

-¿Cuándo salimos para Tailandia?

Alberto lanzó una carcajada, le tomó las manos y se la besó con

devoción.

-Antes era carísimo y seguramente ahora también. Pero, bueno si

insistís, vamos ahora a una agencia de viajes y consultamos.

- Es una joda, ni en pedo gasto para ir a Tailandia. ¿Y si nos vamos con los
chicos a Cuba durante el verano? ¿Te acordás cuando

fuimos de mochileros?

- No teníamos a los chicos…

- Vamos con el os, les va a gustar.

353

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

***

Aunque recién tenía cuatro meses de embarazo los primeros calores

de diciembre estaban haciendo estragos en su cuerpo. Tenía los pies

hinchados y no gozaba de demasiada energía, imaginaba que

atravesar la calurosa estación sería complicado. Igual esa mañana

estaba feliz. Era un sábado soleado, bril ante. La noche anterior

había cenado con Alberto y Leticia y festejado el resultado del

tratamiento. Quería a sus amigos y su alegría era también la de el a.


Sus padres se habían ido por esos días al pueblo, y para el fin de

semana esperaban la l egada de su hermana mayor. La crisis en

España no mejoraba y habían tomado la decisión de regresar al país.

Su esposo tenía unos contactos y la idea era instalarse en la casa

paterna del pueblo. Por eso Yolita se había ido para allá, quería

dejar todo ordenado e impecable. Pensó en sus padres, en cómo la

cuidaban, en el cariño que le propiciaban. Al ver ese modo tan

incondicional de quererla, tuvo la certeza de que el a también sería una buena


madre. Es fácil cuando se tiene un buen ejemplo.

Diego también se estaba portando bien. La l amada dos o tres veces

por semana y días atrás había ido a su casa para l evarle un regalito para el
bebé. Dos o tres veces a la semana l egaba con algo. Como

no aún sabían si sería niña o niño el amaril o se transformó en una

buena alternativa. La última vez le había dicho en broma: “estoy

esperando un bebé, no un pato”.

Mientras regaba las plantas de su balcón, acarició su vientre y dijo unas


palabras cariñosas a ese ser que crecía dentro de el a y la

l enaba de paz. Sin embargo, algo la entristecía. Era la ausencia de Ernesto.


No lograba olvidarlo. Creyó que él seguiría l amándola pero 354

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

no se habían vuelto a comunicar. Ernesto no tomó contacto y

Carolina consideró que sería una imprudencia hacerlo el a.


Revisaba casi todos los días su Face. Se desconocía. Ella que tenía la
costumbre de considerar casi psicópatas a quienes se metían en los

muros ajenos a fisgonear, poco a poco se estaba transformando en

una. Desde que se había marchado a vivir al campo, Ernesto no

había posteado absolutamente nada. No es que fuera un hombre

demasiado activo en las redes, pero cada tanto solía compartir

alguna una noticia, una foto de su hijo… Silencio absoluto. Su

Whatsapp indicaba “en línea”, pero de allí tampoco le l egaba nada.

Esa mañana abrió la compu para terminar unos informes escolares –

los últimos del año- y no pudo evitar la tentación de meterse una

vez más en su Face. Era una foto del atardecer en el campo. Deseó

haber estado con él allí, observando ese paisaje.

No pudo contenerse más y lo l amó.

Hola Caro, ¿pasa algo?

No, está todo bien. Solo quería hablarte… saber cómo

estabas -se sentía nerviosa.

Bien, estamos justo preparando con Joaquín algo de comida

y bebida fresca porque nos vamos de pesca.


-

Qué lindo… ¿Él cómo anda? ¿Cómo ha tomado la

separación?

Ahí. Claudia es su mamá y la extraña. Pero las cosas están

más calmas, el a también anda un poco mejor, más

estabilizada. La influencia de sus padres está ayudando.

Me alegro.

¿Y vos? ¿El embarazo?

Gracias a Dios estoy bárbara… Ahora el calor me está

matando pero por fuera de eso…

355

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

¿Diego se está portando bien?

Sí. Pero lo nuestro es claro: él es padre de mi hijo o hija y


nada más.

Raro. Una vez me contaste que lo habías querido durante

mucho tiempo y ahora…

Ahora quiero a otro.

El silencio de Ernesto fue prolongado.

- ¿Seguís ahí? – consultó Carolina

- Sí…. Pensaba que lamentablemente este no es un buen

momento para… lo nuestro.

- Nunca encontramos el “buen momento”. Qué pena, nos

queremos tanto… Al menos yo te quiero tanto -aclaró,

esperando la declaración de él.

-Yo también te quiero Caro… Te amo. Pero las cosas no se

dieron…

- Pero pueden darse, depende de nosotros.

- Sí, pero no ahora.

En ese momento escuchó la voz de Joaquín l amando a su

padre.

-Tengo que colgar… Joaquín está ansioso.


- Claro… Ojalá algún día sea nuestro momento.

- Ojalá.

Carolina quedó mirando el teléfono unos segundos, y luego se

tiró al sil ón. No l oró, pero no pudo evitar la tristeza que le

356

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

generaba esa incompatibilidad de tiempos que había marcado

las idas y vueltas de ese romance.

Maldito juego el del amor que a veces te deja tan solo….

Capítulo 40

Había l amado a Juan para desearle una Feliz Navidad. Él le comentó

que lo pasaría con su familia en la ciudad y que se quedaría allá

hasta Año Nuevo, pues había previsto ir a una fiesta que habían

organizado unos viejos amigos. Debía estar de regreso el 5 de enero

en la Colonia porque Mariana y Lucio tenían programado un viaje al exterior.


Tal vez después del 25 de enero se tomara unos días para

descansar. “Podrías venir a visitarme” sugirió Lola. “Lo vemos más

cerca de la fecha”, respondió él sin entusiasmo. Ella supo que no

iría. ¿La estaba castigando? Tal vez. Le parecía injusto y cruel de su parte,
pero no quiso ahondar en el tema.

Por esos días también se contactó con Pablo vía Skype. Él fue menos
hostil. Tenía programa para Navidad y para todos los días previos y

subsiguientes, incluyendo la noche de Año Nuevo. Evidentemente,

sin Lola, su vida social era más activa. Se lo veía y escuchaba bien,
entusiasmado. Además, estaba con todos los preparativos para

viajar el 5 de enero a su capacitación en España. “Dura un mes pero

quiero aprovechar para recorrer un poco. Así que calculo que voy a

estar de regreso entre el 15 o el 20 de febrero”, le comentó. Esa era la forma


sutil de Pablo para decirle que no estaría disponible

durante ese tiempo. En realidad, era evidente que ya no estaría

disponible para el a. Eso también era parte de su pragmatismo.

357

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Aunque Lola adoraba las fiestas, no logró conectarse del todo con la alegría
que imperaba en su casa. Hermanos, amigos, parientes,

sobrinos… Era una linda postal familiar, pero el a se sentía

apabul ada. “Tengo que buscar un trabajo e irme a vivir sola” se

había propuesto el primer día del nuevo año.

Andaba apagada y bastante irascible. Era evidente que Pablo había

logrado rehacer rápidamente su vida -y una muy buena vida- sin

el a. No es que pretendiera que la l amara l orando o rogando para

que regresara a su lado, pero Lola había sacrificado su relación con Juan por
respeto a él, y ahora le parecía que el costo era demasiado alto. ¡Qué
estúpida!

Juan por su parte imponía distancia. Después de aquel contacto no

le había l amado más. Nada de mensajes, nada de chat, nada de

nada. ¿La castigaba o la estaba olvidando también? Prefería pensar

lo primero. Pero las dudas la carcomían.

Vico había organizado un viaje con dos amigas a Brasil y viendo a su


hermana en ese estado calamitoso, le propuso:

- Salimos el 20, el departamento es para 4 así que te podés sumar.

¿Querés que nos fijemos en internet si hay aéreos disponibles?

- No tengo ganas de vacacionar.

- ¿Qué vas a hacer acá? Los viejos se van unos días a las sierras, los chicos
creo que están organizando un campamento no sé dónde….

- Me quedo sola, ¿cuál es el problema? Soy una persona grande.

- Como quieras…

Vico no insistió más, conocía a la perfección la terquedad de su

hermana. El día 23 la casa quedó vacía. Era un caserón, Lola nunca

se había dado cuenta de cuantas habitaciones, baños y espacios

358

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

tenía. El día 25 se despertó entusiasmada, estaba segura de que

Juan vendría a buscarla. Esperó… Esperó… Esperó…. Esperó… Llegó


la medianoche y se abrió una cerveza helada. ¡Qué tonta! Eso del

chico l amando a la puerta en el momento indicado solo ocurría en

las películas (en especial en las malas películas). Se acostó

desanimada, pero al día siguiente volvió el entusiasmo. Él había sido claro, a


partir del 25 se tomaría unos días. Obviamente no iba a

l egar el mismo 25… ¡Que locura! Tal vez eso sí pasara en las

películas (en especial en las que había visto el día anterior, unos

cuatro títulos olvidables de chicas huyendo de su boda, de

muchachos corriendo por el aeropuerto antes de que saliera el

vuelo en el que perdería a su amada, etc., etc., etc.) pero no en el mundo real.

Virginia y Naty, sus amigas de toda la vida, le hicieron compañía esa tarde.
Disfrutaron del sol, de la pileta, de una buena ensalada, de

licuados….

Dejate de joder y l ámalo -propuso Virginia.

No, la última vez no me dio mucha bola -se excusó Lola.

Pero no seas cagona y l amalo. Dale l amalo ahora -la alentó

Naty.

-
¿Les parece?

Sí -dijeron las dos a coro.

Buscó su número con la mano temblorosa.

Hola Lola -escuchar su voz la desarmó.

Hola Juan, ¿cómo estás?

Bien. ¿Vos?

Bien… ¿Estás en la Colonia?

No, me tomé unos días. Ando por el Sur, ahora justo estoy

en Las Grutas.

359

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Ah…. -la desilusión la obligó a sentarse con la cara

demudada. Sus amigas la miraban con el rostro colmado de


preguntas -. ¿Qué tal el clima?

Hermoso, mucho sol y mucho viento también. ¿Vos te fuiste

a algún lado?

No… Me quedé acá esperando…. -no pudo terminar la frase,

sus amigas ya le hacían toda clase de señas para que no

agregara nada más.

¿Esperando qué? -ahora el que sonaba ansioso era él.

Esperando la confirmación de un trabajo -mintió.

¡Que bueno! Lola, te tengo que dejar. Estoy justo en la fila

del súper y me toca pagar. Nos l amamos.

Dale. Te mando un beso.

Chau.

¿Cómo era posible que ese hombre que se despedía con un simple
“chau” fuera el mismo que dos meses atrás le había mandado un

bolero de esos que calentaban la sangre?

Durante el resto de la tarde, las tres amigas estuvieron

compartiendo hipótesis disparatadas sobre la reacción de Juan.

Pasaron el 26, el 27, el 28, el 29 y nada. El 30 regresaron sus padres.

El 1 volvieron sus hermanos. El 3 l egó Vico. De nuevo esa casa

ruidosa en la que no había sitio ni siquiera para esconderse a l orar en paz. Su


hermana percibió su tristeza, y ese día la invitó a

compartieran una tarde de spa. A Lola lo del spa le parecía una

estupidez mayúscula, pero necesitaba escapar un rato y lo aceptó.

Tras unos masajes reparadores, se sentaron al borde de la pileta a

compartir un juego y empezó el momento de las confidencias. Para

romper el hielo, Vico hizo un comentario divertido:

360

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Por Dios Lola, parece que hubieras pasado el verano en un

sótano.

Y vos parecés haberlo pasado dando vueltas en el espiedo.

-
¿Qué pasó con Juan? Porque es evidente que lo de él te

tiene mal.

Lo perdí Vico.

No creo.

No me l ama más y cuando le hablo no me da mucha bola.

¿Y qué pretendías? Es un tipo orgul oso. Vos lo dejaste Lola.

Vos fuiste quien le pidió que no te apurara ni atormentara.

¿Qué hago?

En Brasil fui a un sex shop y te traje un regalito: una tanga

roja con un pompón en el culo… ¡Divino! La guardás en la

valija, metés dos o tres cosas más y te vas a ala Colonia a buscarlo.

¿Estás en pedo? No voy a viajar con un pompón en el culo.

-
Entonces… a joderse. Lamentablemente la que tiene que ir

a buscarlo sos vos.

Voy a ir -expresó con resolución. Luego aclaró -, pero sin esa

tanga ordinaria.

Lanzaron una sonora carcajada que quebró el silencio armónico

del spa.

***

Llegó con un calor infernal. En cuanto bajó del colectivo dudó.

Pero a esa altura no iba a echarse atrás.

361

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

¡Lola! ¿Qué hacés acá? -Mariana se sorprendió al verla, de

todas maneras no le escatimó una enorme sonrisa y un

fuerte abrazo.

Necesitaba hablar con Juan… pero no por teléfono, ni

Skype… Tenía que verlo personalmente. ¿Por dónde anda?

-
Llegás justo.

¿Por qué?

¿No te dijo?

No -el rostro de Lola fue mutando de alegría a

preocupación.

Juan deja la Colonia.

¡¡¿Cómo?!!

Si, ya en diciembre lo tenía decidido. Me cubrió durante mis

vacaciones, esperó la l egada del nuevo médico y ahora que

todo está encaminado se está preparando para irse.

¿A dónde?

A Río Negro….
-

¡¡¿Qué?!!

Si, le salió un buen trabajo allá -Mariana se dio cuenta de la

angustia en la que estaba sumida Lola -.También estuvo

buscando en Córdoba, pero allá está plagado de médicos.

No le digas nada que te conté esto, por favor.

No, tranquila… ¿Estará en su casa?

Seguro, está justamente armando la mudanza….

Me voy para allá -Lola salió sin despedirse. Estaba nerviosa

pero también enojada. ¿Él se estaba marchando de la

Colonia sin siquiera avisarle?

Las pocas cuadras hasta la casa de Juan se le hicieron

kilómetros. Al l egar vio su auto y se tranquilizó. Golpeó la

puerta histérica. Juan abrió y se quedó mudo, con el rostro

inexpresivo.

362
CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Lola… ¿qué hacés acá? Pasá por favor -entre la pregunta y la

invitación a que ingresara pasaron unos segundos, como si

hubiera tardado en reaccionar.

Así que te ibas sin avisarme -le recriminó sin siquiera

saludarlo.

Te iba a avisar -se justificó él.

¿Cuándo? Cuando ya estuvieras en el sur, instalado en un

buen trabajo, junto a una chica patagónica, con los

preparativos de la boda…

Juan se rio, por momentos Lola era infantil.

Bueno, es cierto que no te avisé y es cierto también que me

voy al Sur. Pero lo de la chica patagónica, la boda y todo eso

es producto de tu imaginación.

-
¿Imaginación?. . Hace unos meses me estabas rogando que

me quedara con vos y después… nada. Seguramente podés

hacer lo mismo con otras.

¿Para qué viniste Lola? -Juan la miró un poco molesto.

Ella se quedó en silencio. Realmente estaba haciendo el ridículo.

Celándolo por algo que se había inventado. Era más idiota que las

protagonistas de esas películas que había visto a lo largo de todo

enero. Pésima influencia el cine Clase B.

No sé si vale la pena decírtelo ya.

Si viajaste hasta acá vale la pena.

Te amo Juan… -él sonrió y empezó a acercarse pero el a le

indicó con su mano que esperara -…. Me fui porque pensé

que este no era el sitio para que empezáramos. Me fui para

pensar, para aclarar mis ideas. Y en estos meses lo único

que quería era estar con vos acá o a dónde fuera. No tenía

nada que aclarar, mis sentimientos eran clarísimos… Ahora


363

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

siento que te pierdo y me lo merezco -bajó la cabeza

angustiada.

¿Terminaste? -consultó él con dulzura. Ella asintió.

Caminó hasta el mueble del living, abrió un cajón y sacó unos

pasajes. Se los dio.

¿Córdoba? ¿Viajabas pasado mañana a Córdoba? -Lola no

salía de su asombro.

Sí. ¿Qué pensabas que iba a irme sin siquiera preguntarte si

estabas dispuesta a venir conmigo? Esperá… -despareció a

su cuarto y volvió con una bolsita de terciopelo -.Es para

vos.

¿Qué es?

Abrilo.
Al abrir la bolsa descubrió un anil o de plata, pequeño, simple, con una
libélula labrada. Tenía la forma de una alianza.

No creas que te estoy pidiendo matrimonio. Ni siquiera

viene en un estuche fino. Es solo un anil o que mandé a

labrar para…

¿Para? -Lola sonrió con picardía.

Para que supieras que había pensado en vos todo este

tiempo. …Te amo, te amo de un modo inexplicable.

Yo también… -Lola se lanzó a sus brazos. Rodeó su cuel o, y

besó sus labios de manera escandalosa.

¿Entonces? ¿Qué hacemos?

Vamos a tu cuarto… -respondió el a con la mirada

encendida de deseo.

Me gusta la idea… Pero yo decía, ¿qué hacemos después?


364

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Nos vamos a Córdoba, te presento a mi familia y si me das

unos días puedo armar la valija para irme con vos.

Tenemos tempo. Tengo presentarme el 1 de marzo, recién.

¿No vas a extrañar y luego enamorarte de algún otro por la

Patagonia, no?

No. Con vos a mi lado no voy a enamorarme de otro.

La levantó en sus brazos, volvió a besarla, y sintió que las alas de su mujer lo
elevaban a un sitio desconocido.

Lola supo que el desamor también era un camino que debía

transitarse. Porque ese sendero la alejó de Pablo, pero fue

también el trayecto que la l evó a los brazos de Juan.

Juan no era tal vez un hombre de alas, sino uno que tenía los

pies en la tierra. Ella sentía que de su mano podía caminar

segura. No le temía a las ciénagas ni a los terrenos pedregosos,

no le inquietaban los ríos oscuros ni los bosques tupidos. Él era

de los que soñaban con sembrar en medio del lodazal, y su


espíritu era tan poderoso que hacía nacer rosas dónde solo

había estepa. Por eso se había enamorado de ese hombre.

El mediodía se oscureció, los truenos y la l uvia los encontró

amándose bajo el cielo de la Colonia.

365

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Epílogo

Estaba nerviosa. Hacía casi tres años que no lo veía. Y ahora, en

pocos minutos estaría atravesando la puerta.

Acabo de cruzarme a ese garca de Ernesto, ya viene para

acá -dijo Leticia con evidente mal humor.

¿Por qué garca? Se presentó al concurso y ganó.

No “ganó” sino que “me ganó”, que es muy distinto. Claro le

dan como 10 puntos más por haber ejercido alguna vez ese

cargo. Si no fuera por eso yo le habría ganado.

Mejor, podés tomarte las vacaciones cuando quieras. Ahora


que con Alberto se les ha dado por viajar.

Por ese lado sí…. Pero me da bronca igual. Venir a concursar

justo cuando yo también me había dispuesto a hacerlo.

Carolina simuló concentrarse en la compu, pero Leticia se le acercó

y con aire intrigante, consultó:

¿Y vos? ¿Cómo te preparás para el regreso de Ernesto?

Estoy un poco inquieta, a vos no te voy a mentir….

Ojo… Mirá que ahora que conseguiste un buen candidato

no lo vas a perder por este tarambana.

El buen candidato era Mateo. Tenía 5 años menos que Carolina. Era

soltero, buen tipo, abogado. Apareció en su vida en el momento

justo. Un año atrás, a los pocos meses de que Diego se marchara a

vivir a Panamá, y un poco antes de que su padre falleciera. Había

estado a su lado, la había contenido, y además congeniaba con

Abril. Era un buen compañero pero Carolina no estaba enamorada.

Y ahora, ante la posibilidad de enfrentarse a Ernesto nuevamente,


sentía a Mateo aún más lejos.

366

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Buen día -Ernesto apareció por la puerta y Carolina se

quedó sin aliento-. Tenía un poco más de canas, pero estaba

igual de atractivo. Además ese perfume podía perturbarla

aunque tuviera cien años.

Caro querida, ¡estás hermosa! -saludó adulador. Luego,

mirando a Leticia dijo - Leti, espero que entre nosotros no

haya roces ni remordimientos.

No, tranquilo. Ya sé cómo son las cosas acá. Un obsecuente

siempre es más digno de un cargo que una hincha pelotas

que no se calla nada. ¡Bienvenido! -dijo con ironía -.

Permiso tengo que hacer unas copias.

Los dejó solos, con toda intención.

Así que dejaste el campo -comentó el a.


-

Sí. No era para mí. A medida que las cosas comenzaron a

acomodarse empecé a extrañar la ciudad, el trabajo, las

personas que había dejado atrás….-hubo una clara

intencionalidad al decir aquel o.

¿Cómo está Joaquín?

Bien, empezando cuarto grado y muy enamorado de una

compañera. Esta mañana me pidió plata para comprarle un

alfajor.

Todo un romántico.

Yo también lo era, ¿o no?

Carolina no respondió.

¿Y Abril? -Caro se sorprendió que recordara su nombre. Se

habían l amado algunas veces en ese tiempo, pero no creía

que lograra retener ese dato.


-

Bien, ya tiene dos años. Ahora está en la guardería.

367

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

¿Cómo se porta el padre?

Cumple, que no es poco. Vive en Panamá. Pero manda

dinero todos los meses, nos l ama…

Se impuso un silencio incómodo. Leticia ingresó en ese

momento.

Acá está Ernesto. El informe con los datos que habías

pedido.

Gracias Leti. Permiso.

En cuanto salió, Leticia dijo:

Te dejó congelada.

-
Un poco.

No pudo agregar nada más, Ernesto regresó.

Caro, ¿sería una indiscreción de mi parte invitarte a cenar

esta noche?

No sería indiscreción, solo que ya no soy una mujer soltera y

disponible.

Ah… ¿estás con alguien?

No -Leticia la reprendió con la mirada, pero no dijo nada -,

pero tengo una hija y no creo que pueda conseguir quien la

cuide hoy.

Yo también tengo a mi hijo esta noche. Podemos salir los 4.

Para empezar estaría bien.

Es que Abril se duerme temprano.

-
Joaquín también -no quería parecer pesado pero tampoco

iba a dejar pasar la oportunidad. En cuanto la vio, supo que

aquel o que los había unido alguna vez seguía ahí. -… por

favor…. -rogó con un gesto que derritió a Caro-. ¿Te busco a

las ocho y media?

368

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Está bien, pero note retrases. Lo tuyo nunca fue la

puntualidad.

Voy a ser puntual. Creo que ya me retrasé lo suficiente.

**

-Ay Dios, esta panza me está matando. Parezco una bal ena -Lola

estaba por ingresar al octavo mes y la verdad es que pese al

esfuerzo por contenerse en las comidas, había engordado doce kilos

que le pasaban como si fueran veinte.

- Estás hermosa -dijo Juan, besó primero su vientre y luego sus

labios.

- Simona, tenés la madre más preciosa del mundo -susurró.


- Hablé con Leticia y me contó que quieren venir con Alberto a

visitarnos, tal vez se sumen Caro y Abril.

- ¡Qué lindo! Yo hoy hablé ayer con Mariana.

- ¿Si? ¿Qué dice? Hace mucho que no sabemos de el os.

- Están bien, solo que el médico que me suplantó hace unos años se

va. Parece que está cansado.

-Ah… -Lola entornó a los ojos, miró a Juan de manera inquisidora.

Intuía que se avecinaba algo -.Te conozco Juan Segundo.

- ¿Qué? -se puso de espaldas dispuesto a condimentar un pol o que

estaba punto de l evar al horno.

Lola lo abrazó por la espalda, su panza imponía una distancia

considerable entre sus cuerpos.

369

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

- Lo pensaste…. -Lola empezó a sonreír, él también sonrió.

-Sí, lo pensé. Pero lo pensé, nada más… -se dio vuelta y la besó.

- ¿Y? ¿A qué conclusión l egaste?

- A ninguna enumeré los pro y los contra… Tal vez no sea lugar para

que Simona crezca.

-No, claro, es un sitio horrible rodeado de naturaleza, de gente


buena, tranquilo….

-También está rodeado de miseria. No sería justo para el a.

-Ella va a ser como nosotros Juan. No va a querer salvarse sola, va a prender


que uno se salva cuando también se salvan los demás.

-Sí, pero me gustaría que estudiara en otro lado…

- Podrían ser solo unos años, mientras es chiquita.

-El sueldo no es mejor que el de acá…

- Podría volver a trabajar.

- ¿Lo estás pensando?

- Un poco… -sonrió - ¿Cuándo se va el médico?

- Se queda tres meses más…

- Bueno, Simona va a ser chiquita pero al viaje lo podríamos hacer

igual.

– Prometiste que no ibas a estar conmigo allí.

-Era otra circunstancia. Pablo vivía en el mismo lugar.

-Claro, y como ahora anda por Europa…

370

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

-También prometí que te iba a seguir a donde fueras.

- No quiero que me sigas, quiero que vayamos porque los dos

estamos de acuerdo.
-Lo pensemos…

-Lo pensemos….

Juan besó a Lola en los labios, y luego posó sus manos en la panza.

Simona se movió y él empezó a recitarle por lo bajo: “No te salves”

de Mario Benedetti.

No te quedes inmóvil

al borde del camino

no congeles el júbilo

no quieras con desgana

no te salves ahora

ni nunca

no te salves

no te l enes de calma

no reserves del mundo

sólo un rincón tranquilo

no dejes caer los párpados

pesados como juicios

no te quedes sin labios

no te duermas sin sueño

no te pienses sin sangre


no te juzgues sin tiempo….

371

CUANDO DEJÉ DE AMARTE

Al escuchar los versos y su voz, Lola comprendió por qué amaba con

tanta locura a ese hombre.

***

“El amor y el desamor, son como los gemelos. Se alimentan de una

misma placenta: de gestos, de miradas, de palabras…. Crecen tan

juntos, tan pegados, tan idénticos, que a veces es difícil

distinguirlos. Pero siempre hay algo que marca la diferencia entre

uno y otro. No es algo que se ve a simple vista. Descubrirlo requiere


concentración, una mente silenciosa, un corazón permeable…Como

todos los gemelos, el amor y el desamor están unidos por algo

intangible. Por eso es tan fácil que uno se mimetice con el otro.

Pueden cambiarse y confundirnos en un abrir y cerrar de ojos.

Sus fuerzas son arrol adoras. Nos l evan al paraíso o al borde del

abismo. A la ternura o a la locura. A la pasión o al vacío extremo…

Son los motivos por los que batallamos al despertar”.

Leticia terminó de escribir eso y cerró su cuaderno.

Ella había tenido dos hijos en su vientre, sabía lo que era sentir a dos
corazones latiendo dentro. Ella había convivido también con dos
sentimientos contrapuestos, y sabía lo fácil que era confundirse…

Por el momento, el amor iba triunfando. Pero esa era una guerra

infinita, una guerra a la que había que dar pelea cada día.
Fin
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