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C.

Isquémica I. Prevención Cardiovascular. E. de Teresa


CARDIOPATÍA ISQUÉMICA. I

PREVENCIÓN CARDIOVASCULAR

Entendemos como Cardiopatía Isquémica la afectación cardíaca que es
consecuencia de un inadecuado aporte de oxígeno al miocardio. En la mayor parte de
los casos esto se debe a un problema en las arterias coronarias. El proceso principal
que subyace a la coronariopatía es la aterosclerosis que, en gran medida, es posible
prevenir.

La aterosclerosis, en general, y la aterosclerosis coronaria en particular, se


desarrollan como consecuencia de una serie de factores de importancia diversa.
Alguno de estos factores tiene una base genética, y otros no son modificables, como la
edad. Pero muchos son modificables y, lo que es más importante, su modificación
puede reducir la incidencia de la enfermedad


La OMS estima que tres cuartas partes de la enfermedad cardiovascular se podrían
evitar con un adecuado estilo de vida


Consejos generales para mantener una buena salud cardiovascular


No fumar
Ejercicio físico regular (al menos 30 minutos 5 veces por semana)
Alimentación saludable
Tensión arterial por debajo de 130/80 mmHg*
Colesterol total por debajo de 190 mg/dL (5 mmol/L)**
Metabolismo normal de la glucosa
Evitar el excesivo estrés


* Las distintas Guías de Práctica Clínica varían periódicamente las cifras “ideales” de tensión
arterial, siempre a la baja. Las recientes Guías (2017) del American College of Cardiology/American
Heart Association establecen que la TA normal es > 120/80.
http://www.acc.org/latest-in-cardiology/ten-points-to-remember/2017/11/09/11/41/2017-
guideline-for-high-blood-pressure-in-adults
**La conversión de mmol/L en mg/dL se realiza multiplicando por 38,61
Estas recomendaciones son distintas en grupos de riesgo (Ver más adelante)

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L a prevención cardiovascular se basa en las siguientes premisas:



1.- La enfermedad cardiovascular constituye una verdadera plaga de la
sociedad del siglo XXI.
2.- Se conocen los principales factores de riesgo que favorecen la aparición
de este tipo de enfermedades
3.- Se cuenta con medios efectivos para modificar dichos factores de riesgo
4.- La modificación de los factores de riesgo se sigue de una reducción de la
morbimortalidad cardiovascular.

Se calcula que más del 50% de la reducción en la mortalidad cardiovascular
observada en los países occidentales se debe a la prevención, mientras que sólo el
40% se debe a los avances en el tratamiento


https://academic.oup.com/eurheartj/article/30/9/1027/478767

Desde el punto de vista del substrato sobre el cual actuamos debemos


distinguir la prevención primaria (la que efectuamos en individuos sanos, para que no
padezcan la enfermedad) de la prevención secundaria (la que efectuamos en
pacientes que ya han presentado manifestaciones de la enfermedad, para evitar
recurrencias). Según algunos autores, esta distinción pierde su sentido si la
substituimos por situaciones de alto o bajo riesgo. Este concepto de nivel individual de
riesgo es importante, por cuanto la eficacia de las estrategias dirigidas a modificar los
factores de riesgo se mide en reducciones relativas de riesgo, por lo que la reducción
absoluta –y por tanto la rentabilidad de la intervención- depende del riesgo basal.

En cuanto a estrategias generales de prevención, el Comité de Expertos de la


OMS distingue tres estrategias distintas:

Estrategias dirigidas a la población en su conjunto.- Pretenden modificar los


factores ambientales y de comportamiento de la población, junto con los factores

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socioeconómicos determinantes, centrándose en el tabaquismo, actividad física y


alimentación. En este apartado cobra particular importancia la decidida acción de
gobiernos, empresas y organizaciones (como la estrategia NAOS del Ministerio de
Sanidad y Consumo, la legislación española sobre tabaquismo o las acciones de la
Fundación Española del Corazón). De la importancia de este tipo de intervenciones da
idea la evaluación del riesgo atribuible a cada factor de riesgo en España. La fracción
atribuible poblacional (FAP) facilita una medida epidemiológica del porcentaje de
casos de la enfermedad en el total de la población potencialmente evitables si se
pudiese suprimir totalmente un determinado factor de riesgo, asumiendo que la
relación es causal y el efecto de la exposición es completamente reversible. Así, la FAP
resulta especialmente relevante cuando se estudia una enfermedad con varios
factores de riesgo, ya que indica aquel que, una vez eliminado, tendría un mayor
impacto en la reducción de la enfermedad. Datos recientes en España indican que el
impacto máximo de reducción de la incidencia de cardiopatía isquémica se obtendría
con la eliminación del sobrepeso. (http://www.revespcardiol.org/es/riesgo-coronario-
atribuible-los-factores/articulo/13113930/) Así, se estima que, si toda la población
estuviera dentro del rango normal del índice de masa corporal (< 25), los casos de
cardiopatía isquémica se reducirían un 43% en varones y un 37% en mujeres,
independientemente de la edad y de la prevalencia de hipertensión,
hipercolesterolemia y diabetes.

Estrategias dirigidas a las personas de alto riesgo.- Las personas sanas de alto
riesgo son objetivo prioritario de las medidas de prevención, pues en estos casos el
beneficio de la intervención es mayor. La identificación de estas personas puede
hacerse mediante campañas de cribaje (reconocimientos en empresas, colegios, etc.) o
aprovechando contactos oportunistas con el sistema de salud.

Prevención secundaria.- Los pacientes que ya han padecido un evento
cardiovascular se encuentran en riesgo particularmente alto de recidiva, y deben ser
objeto de prevención integrada en programas de rehabilitación cardíaca. Por
desgracia el porcentaje de pacientes coronarios que reciben programas de este tipo
aún es bajo.

Es importante recordar que la prevención cardiovascular debe centrarse en el


nivel global de riesgo determinado por el conjunto de los factores de riesgo, y no en
el manejo individual de uno de estos por llamativo que sea. La determinación de riesgo
global puede hacerse empleando tablas derivadas de estudios conocidos, como el de
Framingham, o el SCORE europeo, (https://www.escardio.org/Education/Practice-
Tools/CVD-prevention-toolbox/SCORE-Risk-Charts) empleado para predecir el riesgo
de mortalidad cardiovascular a los 10 años. Existe una adaptación de este índice a
países de bajo riesgo cardiovascular, como España, pues la aplicación a nuestro país de
índices obtenidos a partir de los datos procedentes de países de alto riesgo
sobreestimaba el riesgo. En el SCORE se emplean como predictores la edad, el género,
el tabaquismo, el colesterol total y la tensión arterial sistólica, lo que quizá deja fuera
aspectos importantes como el papel protector del HDL colesterol; por ello, teniendo en
cuenta que el cociente colesterol total/colesterol HDL puede ser un mejor índice que el
colesterol total, se ha introducido en nuevas versiones del SCORE.

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ATEROSCLEROSIS Y FACTORES DE RIESGO


La aterosclerosis es un proceso que afecta a algunas de las grandes arterias
(coronarias, carótidas, femorales, etc.) y que conduce a una serie de cambios en la
pared de tales arterias que acaban por producir la obstrucción de las mismas. La
probabilidad de padecer esta enfermedad depende de lo que denominamos factores
de riesgo, que muestran una asociación epidemiológica con la aterosclerosis.

Factores de Riesgo

Hace tiempo que se sabe de la existencia de ciertas asociaciones estadísticas
derivadas de la epidemiología que permiten predecir que unas personas tienen más
riesgo que otras de padecer un infarto de miocardio. De ahí se deriva el concepto de
“factores de riesgo”. Estos factores de riesgo, que hoy son bien conocidos por gran
parte de la población, son numerosos pero los más importantes son la hipertensión
arterial, el tabaquismo, los niveles elevados de colesterol en sangre y la diabetes.
Otros factores de riesgo tienen relación con los anteriores: por ejemplo, la obesidad y
el sedentarismo. Existen otros cuya participación es compleja, como el estrés, y por
último hay algunos que aún no conocemos o cuya importancia empezamos a entrever.
Además, se consideran factores de riesgo la edad, el sexo masculino y los

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antecedentes de la misma enfermedad en la familia, lo que probablemente traduce la


importancia del sustrato genético.
Los factores de riesgo tienen una acción aditiva, cuando no potenciadora, sobre
el riesgo de padecer un infarto; por ello, su abordaje debe basarse no en uno en
concreto, sino en la modificación del perfil de riesgo mediante una estrategia
integrada que, en definitiva, supone un cambio en el estilo de vida.

La presencia de los principales factores de riesgo no significa que se vaya a padecer de forma
inexorable una enfermedad coronaria, como su ausencia no es garantía de inmunidad; pero sí es cierto
que a mayor número de factores de riesgo, más probabilidades hay de enfermar. El que nunca viaja en
coche por carretera puede tener un accidente la única vez que utiliza ese medio; pero, está claro, tiene
mucho mayor riesgo el que se pasa la vida viajando.

El tabaco es un factor de riesgo de primer orden, como también lo es para otras
enfermedades, como el cáncer de pulmón. Pero sobre todo (y esto puede parecerles
falso a los fumadores) es fácil de eliminar, en relación con otros factores de riesgo.
Basta con decidir dejar de fumar, y ser capaz de perseverar en esa decisión. La
motivación en ese proceso es clave. Para el que ha tenido un infarto, y le ha visto las
orejas al lobo, la motivación es evidente. Para quien nunca ha tenido problemas de
salud puede ser algo más difícil, pero posiblemente le ayude saber que la expectativa
de vida promedio de los fumadores es diez años más corta que la de los no fumadores;
el planteamiento, pues, es el siguiente: ¿vale el hipotético placer de fumar tanto como
diez años de vida?

El tabaco es responsable reconocido de una plétora de enfermedades, siendo causa del 50% de
las muertes evitables en fumadores, la mitad de ellas por enfermedad cardiovascular. El tabaco se asocia
a un incremento de riesgo de todos los tipos de enfermedad cardiovascular (enfermedad coronaria,
enfermedad cerebrovascular isquémica, enfermedad arterial periférica y aneurisma de aorta
abdominal). Según los cálculos del SCORE, el riesgo de enfermedad CV fatal a los 10 años es
aproximadamente el doble en fumadores. No obstante, mientras que el riesgo relativo de infarto de
miocardio en fumadores de más de 60 años se duplica, en los menores de 50 años es cinco veces más
que en no fumadores. El riesgo del tabaco depende de la cantidad que se fuma y del tiempo que se ha
fumado, y es evidente para todas las formas de fumar (incluyendo la pipa y los puros). Los fumadores
pasivos tienen un aumento de riesgo cardiovascular, lo que justifica las campañas de prohibición de
fumar en lugares públicos.
Los beneficios en cuanto a reducción de riesgo cardiovascular al dejar de fumar son notorios y
se aprecian pronto, aunque el riesgo no se iguala al de los que nunca han fumado hasta 10-15 años de
haber dejado el tabaco.

La tensión arterial elevada (hipertensión arterial, HTA) es también un
importante factor de riesgo, que en España afecta a casi una cuarta parte de la
población, siendo el porcentaje más elevado en los grupos de edad avanzada. El
control de las cifras de tensión requiere con frecuencia el empleo de medicamentos,
pero ciertas medidas que tienen que ver con el estilo de vida pueden ser muy útiles: un
ejercicio adecuado, una alimentación correcta y evitar el sobrepeso. Estas mismas
medidas son también útiles para intentar corregir otro de los factores de riesgo
fundamentales: el colesterol.

En numerosos estudios epidemiológicos se ha identificado la HTA como factor de riesgo para
enfermedad coronaria, insuficiencia cardiaca, enfermedad cerebrovascular, vasculopatía periférica,
insuficiencia renal y, más recientemente, fibrilación auricular. También existen datos que relacionan la

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HTA con reducción de la función cognitiva y con demencia. Datos que han incluido a más de un millón de
personas indican que la mortalidad por enfermedad coronaria aumenta de forma progresiva y lineal
desde niveles de tensión tan bajos como 115/75 mmHg en adelante.
Las personas con HTA tienen con frecuencia otros factores de riesgo CV (diabetes, Resistencia a
la insulina, dislipemia).


Definición y clasificación de los niveles de
tensión arterial según las Guías sobre Prevención Cardiovascular de la Sociedad
Europea de Cardiología
http://www.revespcardiol.org/es/guia-esc-2016-sobre-
prevencion/articulo/90459676/

El colesterol, del cual existen diversas fracciones, es un elemento esencial que
interviene en una serie de procesos clave de nuestro organismo; pero cuando se
encuentra en exceso desempeña un papel decisivo en la formación de las placas que
obstruyen las arterias coronarias. Además, hoy por hoy nos resulta difícil establecer
cuál es el límite deseable que deberíamos alcanzar, pues –al menos en las personas
que ya han padecido un infarto– cuanto más bajo consigamos mantenerlo, mejor es el
pronóstico posterior. Por fortuna, hoy disponemos de medios farmacológicos muy
potentes y seguros que permiten conseguir resultados espectaculares; pero, al igual
que sucede con la tensión arterial, la dieta, el ejercicio y evitar el sobrepeso resultan
fundamentales. Esto es aún más importante si tenemos en cuenta el llamado
colesterol bueno. Como se ha dicho antes, existen distintas fracciones de colesterol, y
una de ellas, el colesterol ligado a lipoproteínas de alta densidad, o colesterol HDL,
ejerce un efecto protector sobre las arterias. Hay ciertas personas cuyo principal factor
de riesgo es, precisamente, el que ese colesterol bueno se encuentra bajo; y, aunque
existen fármacos eficaces para elevar sus cifras, una de las medidas más adecuadas
para conseguir este objetivo es el ejercicio físico.

Estudios genéticos, patológicos, observacionales y de intervención han establecido de forma
clara el papel crucial de la dislipemia, en especial la hipercolesterolemia, en el desarrollo de la
enfermedad cardiovascular. En el plasma los lípidos se encuentran unidos a diversas proteínas
(apoproteinas) para formar lipoproteínas. El colesterol unido a lipoproteinas de alta densidad (HDL) no
solo no causa aterosclerosis, sino que tiene propiedades antiaterogénicas. Por el contrario, el colesterol
LDL es aterogénico, existiendo una amplia y gradual correlación entre LDL colesterol y el riesgo de

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enfermedad CV. Esta asociación se cumple tanto en pacientes con enfermedad CV previa como sin ella.
Los ensayos clínicos, fundamentalmente con estatinas, muestran que por cada reducción de 1 mmol/L
(38,6 mg/dL) de colesterol LDL, se consigue una reducción de un 20-25% de mortalidad y eventos CV. La
hipertrigliceridemia es también un factor de riesgo CV, aunque la asociación es menos clara que con el
LDL; en particular el patrón de triglicéridos elevados y HDL bajo (menos de 40 mg/dL en hombres y de 45
en mueres), común en la diabetes, comporta un elevado riesgo de enfermedad CV.


Recomendaciones sobre control lipídico, según las Guías sobre Prevención de la
Sociedad Europea de Cardiología, adaptadas por la Sociedad Española de Cardiología
http://www.revespcardiol.org/es/guia-esc-2016-sobre-
prevencion/articulo/90459676/

La diabetes se está convirtiendo en un factor de riesgo de primera magnitud,
de presentación cada vez más frecuente y con una particular incidencia en las mujeres.
Nuevamente su aparición está ligada a excesos en la alimentación y a una vida cada
vez más sedentaria. Su tratamiento incluye, claro es, medidas farmacológicas; pero, de
nuevo, los cambios en el estilo de vida son de crucial importancia.

La enfermedad cardiovascular es la primera causa de morbimortalidad en las personas con
diabetes. El control agresivo de la hipertensión e hiperlipemia con estatinas reduce el riesgo de eventos
CV, y existen datos fiables de que la mejoría del control glicémico reduce el riesgo de desarrollar
complicaciones microvasculares (retinopatía, nefropatía y neuropatía) Los datos entre un mejor control
glicémico y la mejoría de eventos macrovasculares, aunque existentes, son menos sólidos. En general los
niveles de HbA1c recomendados con este objetivo son <7%. Datos recientes sugieren que algunos de los
fármacos empleados para el manejo de la diabetes (caso de liraglutida o empagliflozina) son más
efectivos que otros a la hora de reducir eventos cardiovasculares.

La obesidad y el sobrepeso son factores de riesgo cardiovascular, posiblemente
en relación con otros factores bien conocidos (mayores niveles lipídicos, peor
metabolismo de la glucosa, sedentarismo…). El riesgo ideal se sitúa entre 20-25 de
índice de masa corporal (IMC = peso en Kg/estatura en metros2), aunque hay tipos de
obesidad particularmente peligrosos, como la denominada obesidad abdominal o
masculina, por lo que en ocasiones se centran las actuaciones en el perímetro de la

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cintura (deseable, <94cm para hombres y <80 para mujeres; por encima de 102 y 88 se
recomienda pérdida de peso)



RECUERDE:

La prevención cardiovascular más efectiva se basa en modificaciones del estilo de
vida a nivel poblacional
En el individuo concreto se debe evaluar el nivel global de riesgo y actuar sobre él,
en vez de centrarse en un único factor de riesgo


A modo de ejemplo, la siguiente tabla (como las anteriores, tomadas de las Guías de
Práctica Clínica sobre Prevención Cardiovascular de la Sociedad Europea de
Cardiología) considera la actuación sobre la dislipemia no sólo en función de los niveles
aislados de colesterol, sino del riesgo global del individuo.



http://www.revespcardiol.org/es/guia-esc-2016-sobre-prevencion/articulo/90459676/


Algunos conceptos elementales sobre estilo de vida

Si reflexionamos sobre todo lo anterior nos daremos cuenta de que gran parte de los factores de
riesgo de la enfermedad coronaria están ligados a determinados estilos de vida, propios de nuestra
civilización y de nuestra época: exceso de alimentación –inadecuada- y poca actividad física. En épocas
pasadas el ejercicio físico era necesario en el día a día, y las disponibilidades de alimentos hacían que la
ingesta de éstos no fuese, por lo general, superior a lo que la actividad del sujeto requería. Hoy vivimos
en una sociedad no ya rica, sino opulenta (aunque esta opulencia no alcance a todos sus individuos, ni
sea incompatible con bolsas de marginación, pero esa es otra cuestión que pertenece al ámbito de la
justicia social) y altamente mecanizada. Nuestros niños ya no trepan a los árboles, ni se pasan el día
corriendo detrás de una pelota, sino sentados tras una consola de videojuegos; y, si se sigue importando
el modelo americano, pronto acompañarán esta actividad con una compulsiva necesidad de comer a
todas horas las cosas más inadecuadas. Por otra parte nuestra sociedad, cada vez más competitiva,
impone al individuo un alto nivel de estrés que está presente en el trabajo, en el tráfico, en la incitación

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permanente a través de la publicidad a imitar ciertos modelos imposibles o a consumir cosas que no
necesitamos. Puede, pues, no ser exagerado considerar que la enfermedad coronaria es una enfermedad
de nuestra época, de nuestra civilización, de nuestra sociedad; aunque quizá en este caso deberíamos
comenzar a cuestionarnos si no es nuestra propia sociedad la que está enferma.
El corolario de todo lo anterior es claro. No se trata ya de bajar una cifra de un parámetro
biológico o subir otra; no se trata de prescribir horas de gimnasio como se prescribe una medicina; se
trata de cambiar nuestra mentalidad, paso previo a cambiar nuestra forma de vivir. Se trata de ser
capaces de renunciar a la acumulación de bienes innecesarios, de dejar de correr en pos de nuestro
tiempo; de sentarse y reflexionar y de disfrutar de cada momento de nuestra vida aquí y ahora, sin
hipotecar esa nuestra única riqueza –el hoy- por un hipotético mañana que quizá nunca llegará.

Alimentación

Es sabido que hábitos alimentarios incorrectos pueden favorecer la aparición
de ciertas enfermedades. El Instituto Americano del cáncer estima que entre el 30 y el
35% de los cánceres pueden tener un origen alimentario y por lo tanto podrían ser
evitables. Existe una clara asociación entre dieta y enfermedad cardiovascular
demostrada ya desde los años 50 tras observar la menor prevalencia de enfermedad
coronaria en la zona del Mediterráneo. Tampoco es casual que la mortalidad por
infarto en la población esquimal sea mínima debido a la gran cantidad de pescado que
consumen habitualmente en la dieta. Cada vez son más conocidas algunas de las
repercusiones de la forma de alimentarse sobre el corazón, las arterias, el cerebro,
cualquier otro órgano o tejido del cuerpo y el metabolismo en general. Las tablas
habitualmente utilizadas por todos los terapeutas para calcular los rangos de
normalidad del peso del cuerpo humano en relación con la edad, la talla el sexo, han
sido elaboradas con exactitud y rigor después de estudiar datos de millones de
personas por las compañías de seguros de vida americanas: el resultado es que cuando
el gordo acude a hacerse un seguro de vida y enfermedad, le cobran más porque
enferma mas (diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, infarto, gota) y
se muere antes.
En general hay que decir que no existen alimentos buenos o malos sino
patrones de consumo adecuados o inadecuados. El equilibrio entre la variedad, la
cantidad y la periodicidad en el consumo de los alimentos a medio y largo plazo, así
como la forma de comerlos, de qué otros alimentos se acompañan y el momento en
que se toman, son determinantes.

Como regla general:

Evitar comer en exceso
Repartir la ingesta alimentaria en cinco veces
Primar el consumo de frutas y verduras
Preferir el pescado a la carne y, dentro de ésta, la blanca a la roja
Evitar las grasas saturadas y la bollería industrial


Los frutos secos y el aceite de oliva son beneficiosos para la salud CV por su contenido
en grasas insaturadas, pero aportan muchas calorías, por lo que hay que consumirlos
con moderación si se pretende no ganar peso

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Curiosamente el estudio PREDIMED, (http://www.predimed.es/) quizá el más completo
de los estudios sobre intervención dietética publicado hasta la fecha, demostró os
beneficios en eventos de suplementar la dieta con aceite de oliva virgen extra y/o
frutos secos sin que en los grupos de intervención se constatara un aumento de peso.

¿Qué pasa con el vino?



“El vino es cosa admirablemente apropiada al hombre, tanto en el estado de salud como en el
de enfermedad, si se le administra oportunamente y con justa medida, según su constitución individual”

Hipócrates de Cos, 460-370 a.d.C.

La noción de que el vino, y particularmente el tinto, es beneficioso para el corazón, se ha abierto


paso entre el público con la misma firmeza con que en tiempos pasados se entendía –de forma no muy
justificada- que el güisqui era igualmente bueno porque era “vasodilatador”. Pero las campañas de salud
pública reiteran de forma incesante los peligros del alcohol ¿Estamos frente a una de tantas leyendas
urbanas sin base, o hay algo más?¿O quizá, como hace más de dos mil años propugnaba Hipócrates, es
todo cuestión de medida?

El alcohol, en cantidades elevadas, es un tóxico para el organismo humano que puede dar lugar
a numerosos trastornos a diferentes niveles, como el aparato digestivo y, más concretamente, el hígado,
el sistema nervioso central, el aparato circulatorio, etc. Asimismo, en determinadas circunstancias se ha
asociado con ciertos tumores. Además, la desinhibición y pérdida de control que produce el alcohol se
encuentra detrás de muchos accidentes de tráfico e incluso de diferentes situaciones de violencia. Es en
este sentido en el que, recientemente, nuestro Código Penal ha comenzado a considerar delito la
conducción de vehículos bajo los efectos del alcohol. En Francia, país con un elevado consumo de alcohol
per cápita, se estima que 45.000 muertes al año son atribuibles a él. En España la cifra estimada es de
13.000, atribuyéndose un 40% de los accidentes de tráfico al alcohol. Si estos datos son ciertos ¿de
dónde viene la pretensión de que el alcohol –el vino en particular- es bueno para la salud, y más
concretamente para el corazón? Uno de los datos indirectos que sugiere esto es la llamada “paradoja
francesa” (Ver recuadro)


La paradoja francesa

Las enfermedades cardiovasculares (infarto de miocardio, accidentes cerebrovasculares, insuficiencia
cardiaca…) son la primera causa de muerte en los paises desarrollados, aunque su incidencia no es igual
en todos ellos. En Europa existe una marcada diferencia entre los países del centro y norte de Europa y
los de la cuenca mediterránea. En éstos –Italia, Francia, España, Grecia- la mortalidad por enfermedad
cardiovascular y más concretamente por enfermedad isquémica del corazón, es significativamente
inferior a la del resto de Europa. Se estima que en Francia, por ejemplo, la tasa de muertes por estas
enfermedades es aproximadamente la mitad que es Estados Unidos ¿Por qué? Bueno, una cosa es
constatar un hecho y otra muy distinta conocer sus causas; en este campo sólo podemos movernos en el
terreno de las hipótesis. Una posible explicación es la dieta. En estos países la dieta incluye más fruta,
verdura, legumbres y pescado que en el norte; el aceite de oliva se prefiere a la mantequilla. Pero
aunque esto es cierto para la zona meridional de Francia, no lo es para el resto del país vecino;
cualquiera que haya viajado por el centro y norte de Francia, y sea aficionado a su magnífica cocina,
habrá constatado que la grasa animal se emplea en cantidades que nada tienen que envidiar a la de
otros países situados más al norte. Pese a ello, es precisamente Francia la que presenta tasas más bajas
de mortalidad cardiovascular de Europa. Esta es la llamada “paradoja francesa”, que se ha intentado
explicar precisamente por el vino. Da la casualidad de que Francia es el mayor consumidor de vino del
mundo –seguido no muy lejos por España-, y en este hecho se ha querido encontrar una posible razón
para esta aparente paradoja. ¿Serán acaso las acciones protectoras del vino tinto las que, pese al

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elevado consumo de grasas animales, mantienen a nuestros vecinos a salvo de la enfermedad


cardiovascular?

El consumo moderado de alcohol produce un incremento del colesterol ligado a lipoproteínas de


alta densidad, o HDL colesterol (el colesterol “bueno”), que es protector de enfermedad cardiovascular;
también reduce la propensión de la sangre a coagular, lo que puede prevenir la formación de coágulos
sanguíneos dentro de las arterias. Por otra parte, ejerce una cierta acción antiinflamatoria y mejora la
sensibilidad a la insulina, acciones que son beneficiosas desde el punto de vista de la enfermedad
cardiaca.

Por otra parte, desde hace años diferentes estudios científicos han señalado que el consumo
moderado de alcohol (una o dos bebidas al día) se acompaña de una menor mortalidad por enfermedad
coronaria y otras enfermedades cardiovasculares.

¿Son los beneficios cardiovasculares debidos al alcohol en sí? ¿Es mejor el vino, y
particularmente el tinto, que otras bebidas alcohólicas? Así se ha sugerido, en parte debido a la alta
concentración de substancias antioxidantes en éste. Algún estudio comparativo ha encontrado que el
vino es mejor, pero estos resultados pueden verse confundidos por la asociación de otros factores; en
efecto, en Estados Unidos –por ejemplo- los bebedores de vino –por oposición a consumidores de otro
tipo de bebidas alcohólicas- tienden a tener un nivel de educación superior, hacen más ejercicio, están
menos obesos y suelen beber con las comidas, pero no fuera de ellas. Todos estos factores podrían
justificar, y no el vino per se, un mejor estado de salud general.

En conclusión podemos decir que, aunque el alcohol es una substancia tóxica para el organismo,
su consumo moderado (y este es el concepto clave) puede ayudar a prevenir la enfermedad
cardiovascular y la mortalidad debida a ella. Este beneficio se concentra en la población de edad media,
que es la que presenta más riesgo; en los jóvenes, por el contrario, los efectos negativos –sobre todo su
influencia en la conducción de vehículos y los riesgos de adicción- el beneficio potencial es más
controvertido. Posiblemente el vino tinto tenga en este sentido ciertas ventajas sobre otro tipo de
bebidas, aunque este es un hecho que puede estar ligado a otros factores culturales. Quizá parte del
secreto radique en la diferencia entre el alcohol como tóxico (beber para emborracharse) o el vino como
acompañante de una reposada comida entre amigos, sin prisa y sin excesos. Es posible también que
substancias que posee el vino y no otros alcoholes (polifenoles como el resveratrol, y flavonoides) tengan
algo que ver; pero, en todo caso, el campo está abierto y –como se suele decir en Medicina- amerita
futuras investigaciones.


¿Cuánto es “consumo moderado”?

Se estima que la cantidad de alcohol diario que no debe sobrepasarse para estar dentro de lo razonable
es de 30-40 gramos para hombres y 20 gramos para mujeres. Una botella de vino tinto tiene 750
mililitros y, para 14% de alcohol, unos 100 gramos de alcohol (si asumimos una densidad cercana a 1).
Esto quiere decir que la cantidad máxima debería situarse por debajo de media botella (y la mitad en el
caso de las mujeres). Una forma sencilla es tomar no más de una copa de vino con almuerzo y cena

Ejercicio físico

Uno de los factores que más positivamente influyen en la salud cardiovascular es el


ejercicio físico. El sedentarismo está considerado como un factor de riesgo
cardiovascular, junto con la hipertensión arterial, el aumento del colesterol en sangre,
el tabaquismo, la diabetes y la obesidad, y por ello, la práctica adecuada de ejercicio es
un hábito que no solamente corrige de por sí el hábito inactivo, sino que también

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determina una excelente modificación del resto de dichos factores de riesgo. Así, la
actividad física regularmente practicada

• Reduce los niveles de presión arterial


• Reduce los niveles de colesterol total
• Aumenta los niveles de HDL-colesterol (con un efecto cardio-protector)
• Equilibra el peso, reduciendo su componente graso y aumentando el muscular
• Ayuda a mejorar el control de la glucemia (glucosa en sangre)
• Produce efectos antioxidantes y antinflamatorios, que son protectores frente a
la aterosclerosis (formación de placas de ateroma en las arterias)

Todos estos efectos explican el por qué el ejercicio regularmente practicado ha


demostrado reducir el riesgo de mortalidad por cualquier causa (incluidas las
cardiovasculares y los cánceres) hasta en un 40% cuando su gasto calórico alcanza las
2.000 kcal semanales.

Los beneficios del ejercicio también alcanzan a los aspectos más psicológicos,
debidos a efectos como mejora de la autoimagen, aumento de la energía, reduce el
estrés emocional y ayuda a sentirse relajado y con menor tensión psíquica, y además
contribuye a mejorar la calidad del sueño haciéndolo más reparador.

La elección de la intensidad del ejercicio es uno de los factores que determinan los
resultados de cada tipo de actividad. Los ejercicios realizados a intensidad aeróbica
(suave-moderada) y mediante actividades dinámicas (que incluyen contracciones y
relajaciones musculares sucesivas frente a una misma resistencia) como caminar,
correr, nadar, etc., son los que producen mayores efectos beneficiosos sobre la salud
cardiovascular.


Por lo general, para conseguir los beneficios demostrados en los estudios clínicos
sobre la salud cardiovascular, no es necesario “machacarse”; basta con andar a buen
paso, trotar, montar en bici, nadar… 30 minutos cinco días por semana

Si la mejora de la resistencia (capacidad aeróbica) es importante para la salud


cardiovascular, la de la fuerza también lo es. Las evidencias científicas muestran que
las personas con un desarrollo muscular adecuado, especialmente a partir de la edad
media de la vida, están más protegidos frente a respuestas hipertensivas (elevaciones
de la presión arterial) durante la vida cotidiana. Además de ello, gran parte de los
efectos beneficiosos del ejercicio se producen a nivel muscular, siendo mayores cuanto
mayor lo sea el desarrollo muscular.

Uno de los objetivos de la práctica del ejercicio es la reducción del peso graso.
A pesar de que el ejercicio en ambientes cálidos consigue pérdidas evidentes de peso,
éstas se deben a la pérdida de agua por el sudor y no a la de grasa. Sin embargo, los
ambientes más fríos son los que promueven la utilización de la grasa como fuente de
energía durante el ejercicio para facilitar el mantenimiento de la temperatura.

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Aunque la recomendación más frecuente sobre la duración de ejercicio es la de


realizar entre 30 y 60 minutos diarios, en las personas con una condición física más
baja la acumulación de pequeñas tandas de ejercicio (de 5-10 minutos cada una) a lo
largo del día, son igualmente beneficiosas para la salud cardiovascular.

Cada sesión de ejercicio debe comenzar por una fase de calentamiento


progresivo, otra fase de ejercicio aeróbico y dinámico, otra de acondicionamiento
muscular, y una final de relajación y vuelta a la calma.

Versión Febrero 2018

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