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LA MALDICIÓN DE BOLÍVAR

El proceso que invocara su ejemplo, yace por los suelos, hecho ruinas.
Bajo su influjo se cometió el mayor y más salvaje de los crímenes que hubiera
podido imaginar en vida: la devastación de la República Bolivariana de
Venezuela. Ha sido la maldición de Bolívar.

Antonio Sánchez García @sangarccs

“La locura quijotesca de Bolívar será la ruina de su país.”


Sir Robert Ker Porter, Caracas, 9 de abril de 18261

“Bolívar no es un general; es Sísifo”


Carlos Pereyra, Bolívar y Washington, 1915.

La historiografía se ha encargado de estudiar, analizar, desentrañar las


causas y consecuencias de las grandes revoluciones del Siglo XX y llegar a
conclusiones y balances difícilmente discutibles. Lo único cierto y verdadero es
que todas ellas han fracasado en el logro y la realización de sus propósitos
iniciales y, como lo afirmaran los padres de la primera revolución de Occidente,
la francesa, puestos de acuerdo ambos extremos políticos de la misma, el
girondino Pierre Victurnien Vergniaud y el jacobino Jorge Jacobo Danton,
guillotinados por órdenes de Robespierre: "la revolución, como Saturno,

1
Diario de Sir Robert Ker Porter, Fundación Polar, Caracas 1997, pág. 87.

1
acaba devorando a sus propios hijos". Los mejores, apostrofaría León Trotski,
el más emblemático de los mejores hijos de la revolución rusa, devorados todos
por Stalin. A todas ellas, que comenzaran prometiendo el cielo y terminaran
desatando el infierno, les cabe el juicio sumario con el que Carlos Franqui,
devorado también, como Huber Matos por la revolución cubana, por la que se
jugaron sus vidas en la Sierra Maestra: “es una verdad incontrovertible que el
triunfo de la revolución castrista ha sido, y es todavía, el más trágico
acontecimiento de la historia de Cuba”.2 Como la llamada bolivariana, que ha
hecho trizas de la Venezuela petrolera.

No se abusa de su acierto si se lo aplica a todas las revoluciones que


tuvieran lugar desde la revolución francesa hasta el presente. La única que
triunfara en toda la línea, porque, como lo señala Alexis de Tocqueville en su
obra El antiguo régimen y la revolución, ella no surgió violenta y abruptamente
de la nada, consumida por una vorágine azarosa y casual que se desatara por
hechos circunstanciales, sino desarrollándose desde el seno mismo del antiguo
régimen, hasta alcanzar la madurez que le permitiera emerger como un
organismo semi desarrollado y casi perfecto. Es lo que convierte al año 1789 en
una clave de la evolución histórica de Occidente, como la norteamericana, su
pendant. Muy por el contrario: todas las revoluciones motivadas por su influjo
fueron abortos de las circunstancias y provocaron los más temibles cataclismos
internos en las sociedades que las sufrieran. Han sido fracasos de trágicas
consecuencias. Aconsejo respecto al fracaso de las revoluciones comunistas la
lectura de la obra de François Furet, El pasado de una ilusión.3 Lo mismo se

2
Carlos Franqui, CUBA, LA REVOLUCIÓN: ¿MITO O REALIDAD? Memorias de un
fantasma socialista. Península, Barcelona, 2006, Pág.417.
3 Francois Furet, El pasado de una ilusión, Fondo de Cultura Económica, México, 1995.

2
deduce de la copiosa bibliografía dedicada a Hitler y el Tercer Reich, de la que
reivindico por su brevedad y profundidad analítica las Anotaciones sobre Hitler,
4
de Sebastian Haffner. Así como la también copiosa bibliografía que
merecieran la revolución de Octubre y la Revolución China. Lo único cierto de
todas ellas al día de hoy, es que, salvo la de Hitler, que fuera exterminada de
raíz al costo de decenas de millones de muertes y la más devastadoras de las
guerras de la historia de la humanidad, las revoluciones de Lenin, Mao, Kim Il
Sun y Fidel Castro aún languidecen en una tenaz agonía, sea negándose a dejar
la escena, ya convertidas en fantasmas hamletianos, como la cubana, en
caricaturas sangrientas, como la de Kim Jon Il, sea metamorfoseadas en algo
difícilmente vinculable a sus orígenes utópicos y mesiánicos, como la
bolchevique o la maoísta. Sea como fuere, continúan pesando en el imaginario,
inciden en el curso del proceso histórico vital y actúan desde el inconsciente
colectivo de nuestra cultura como los planetas muertos de una galaxia
extinguida. Llegaron para quedarse y nos legan, en herencia, problemas
irresolubles. Mientras los partidos que reivindican su teoría y su práctica
continúan incidiendo en la vida política de sus sociedades, siempre al acecho de
asaltar el Poder, toleradas por quienes tienen la obligación de cautelar por la
integridad y soberanía de sus Estados. Una cruenta y al parecer incorregible
contradicción, convertida en la malformación genética de las democracias:
convivir con sus mortales enemigos. Si la revolución china ha logrado
sobrevivir metamorfoseada en el más salvaje de los capitalismos de Estado, la
soviética continúa ejerciendo su nefasto influjo desde los subterráneos del
Kremlin y el reinado del último discípulo de Stalin, Vladimir Putin. No
hablemos de la revolución bolivariana, un esperpento digno de Valle Inclán.

4
Sebastian Haffner, Anotaciones sobre Hitler, Galaxia Gutemberg, 2002.

3
Pero la cual, par existir, ha requerido del auxilio aberrante o natural, de las
enseñanzas bolivarianas.

La única revolución nacida por efecto del impacto de la revolución


francesa y los efectos de la revolución norteamericana, que jamás fuera
verdaderamente cuestionada por la posteridad, que triunfara, aparentemente, en
toda la línea y continúa determinando el curso de todo un subcontinente; la
misma que, tabuizada, se resiste al más mínimo cuestionamiento, ha sido la
revolución independentista sudamericana. Si la revolución francesa fue
anticipando huellas manifiestas de su próximo advenimiento, no existen
testimonios que hayan vislumbrado la catástrofe americana que hundiera en una
vorágine de caos, anarquía y devastación al sur del continente, ni siquiera en
sus máximas inmediaciones. No hay una sola referencia a profundos cambios
en la estructura del dominio colonial que hicieran presagiar una revolución de
las dimensiones que asumiría el movimiento independentista en la profusa,
extensa y variada obra de Humboldt, un extraordinario y muy perspicaz
observador de hechos y circunstancias, que sin embargo pasó largo tiempo en
suelo venezolano y suramericano. Salvo menciones anecdóticas del gusto por
lo político y la agudeza en el análisis de las circunstancias que observara en los
corrillos mantuanos de algunas posadas venezolanas. Nada le hizo presagiar una
explosión revolucionaria que viniera a cambiar las cosas tan drástica e incluso
trágicamente como sucedería a partir de los sucesos de abril de 1810. Y las
observaciones del enviado británico en Caracas, Sir Robert Ker Porter,
demuestran que esa revolución no incidiría ni en los usos ni en las costumbres
dominantes bajo la égida de España, salvo en la violenta irrupción de la llamada
pardocracia, comandada por Páez y Mariño, en el gobierno del país y la práctica
extinción del rol jugado por la aristocracia criolla. Con la excepción del grupo

4
en torno de Simón Bolívar. La independencia de la América española fue el
parto indeseado de un monarca imbécil y degenerado, de una corte mediocre y
desalmada y su virulencia, por lo menos en la Venezuela arrasada por la Guerra
a Muerte, producto de la barbarie de una sociedad africanizada por su
incontinencia.

Nadie se ha planteado la pregunta acerca de lo que pudo haber devenido


de la América Española, si no se hubiera independizado de España o hubiese
sido derrotada en sus inicios. Lo que parecía un hecho después de la derrota de
Bolívar en Puerto Cabello, la capitulación de Miranda ante Monteverde y la
ominosa entrega del prócer caraqueño por el mismo Bolívar a las tropas de
Monteverde, al que siguiera la expulsión del liderazgo insurreccional de
territorio venezolano en julio de 1812 y el regreso de Fernando VII al trono de
España. Una revolución que nació en defensa del secuestrado soberano, llamado
por ello el “Deseado” y pudo finalmente imponerse ante la crisis terminal e
irreparable provocada por la infinita mediocridad, incluso estupidez del
liderazgo monárquico. En una suerte de teoría carlyleana invertida, como lo
insinúa el historiador inglés Max Hastings respecto de la Primera Guerra
Mundial, las crisis terminales parecen deberse a la ausencia de grandes
hombres. Son, en esencia, crisis de liderazgos. ¿Alguien lo duda en el caso de
Venezuela? Carlos Pereyra, el gran historiador mejicano, va más lejos y
propone un doble giro dialéctico: ni la independencia fue una revolución ni el
desencajamiento telúrico que provocó fue otra cosa que la suma de dos
impotencias que hicieron de un impotente, Fernando VII, la causa tanto del
sacudón de los primeros balbuceos de la tragedia, como la tragedia de la
esterilidad misma: “La independencia de los países hispanoamericanos fue el
resultado de un conflicto entre dos impotencias. Sin preparación orgánica, era

5
imposible que se hubiera producido ninguna tentativa seria para hacer
independientes a las colonias; fue necesario el sacudimiento de España, la
invasión del país por los franceses, la desaparición de sus centros de autoridad
y la creación de un estado anárquico en la península, para que, aflojándose
también los vínculos de la autoridad en las colonias, se desintegraran éstas,
disolviéndose en el desastre de la incoherencia”…”Cuando todo faltó en
España, quedó sólo el nombre del rey absoluto como centro de unión; el mismo
nombre sirvió de bandera para la independencia de América y para continuar
la dependencia…Consumada la independencia, al cabo de los años, España
por su lado, y las colonias por el suyo, siguieron cada cual en su
desorganización y en su impotencia. Este es el hecho capital de aquella
historia, hecho desconocido por la presunción megalómana que se empeña en
poner nimbos a los hombres y en velar los acontecimientos con las brumas de
una falsa poesía.” 5

Nadie ha osado tampoco imaginarse qué hubiera sido de las colonias si


sus élites, en lugar de trenzarse en una carnicería de muy cuestionables
resultados, se hubieran acomodado a los cambios que la corona, acéfala y
apuntando a una obligada liberalización acorralada por las guerras
napoleónicas, intentara efectuar a través de las Cortes de Cádiz al borde del
cataclismo que sufriera luego del secuestro de Fernando VII y la concatenación
de declaraciones de las provincias americanas en su respaldo, que al cabo de los
días y ante la debacle manifiesta de la corona dieran paso a las declaraciones de
Independencia, comenzando por la de la provincia de Venezuela en 19 de abril
de 1810, reafirmada como un hecho constitucional en 5 de julio de 1811, y

5 Carlos Pereyra, Bolívar y Washington, pág. 55. Editorial América, Madrid, 1915.

6
terminando con la expulsión de las tropas españolas del continente
suramericano por Bolívar y Sucre luego de Junín y Ayacucho, en agosto de
1824. Imposible ocultar la principal responsabilidad de Bolívar, Sucre y el
mantuanaje caraqueño en esos hechos de dimensión histórica y global. Ambos
pagarían con sus vidas, en fiel cumplimiento del apotegma, según el cual las
revoluciones comienzan por devorarse a sus mejores hijos. La aristocracia
criolla sobreviviente de la guerra civil terminaría por extinguirse entre los
fuegos incendiarios y los innumerables combates de la Guerra Federal o Guerra
Larga que asolara a vastos territorios de la Venezuela liberada entre los años de
1858 y 1863. Que terminaría por asentar la victoria del dictador Antonio
Guzmán Blanco y la predominancia hegemónica de la pardocracia, aquella que,
según Bolívar, había convertido a la recién liberada Ecuador en un
republiqueta.6 Acabando de raíz con la aristocracia colonial venezolana, el
llamado mantuanaje, un hecho social de gravísimas consecuencias políticas,
como lo asienta el mismo Alexis de Tocqueville respecto de una de las más
graves consecuencias de la revolución francesa: “En medio de las tinieblas del
porvenir se pueden ya descubrir tres verdades clarísimas. La primera es que
todos los hombres de nuestros días son arrastrados por una fuerza desconocida
que se puede esperar regular, pero no vencer; que tan pronto los impele
suavemente como los precipita hacia la destrucción de la aristocracia; la
segunda, que, entre todas las sociedades del mundo, las que mayor dificultad
tendrán por liberarse por mucho tiempo del gobierno absoluto serán
precisamente aquellas sociedades en que la aristocracia haya dejado de existir
ahora y para siempre; en fin, la tercera, que el despotismo en ninguna parte
puede producir efectos más perniciosos que en dichas sociedades, pues

7
favorece más que ninguna otra clase de gobierno el desarrollo de todos los
vicios a los que están sujetas especialmente estas sociedades y, de ese modo,
las impulsa hacia el mismo lado en que, siguiendo una tendencia natural, se
inclinaban ya.”7

Los intereses de las nacientes oligarquías criollas que se apropiaran


violentamente del pobre estado colonial, en toda la región, sumidas en las
vorágines desatadas por sus feroces apetencias de Poder, y consumidas, si no
devastadas por sus propios enfrentamientos internos, supieron sumar fuerzas
para legitimar sus repúblicas y legitimarse ellas mismas. Consumidas en las
guerras intestinas, el caos y la desintegración, desapareció la capacidad del auto
análisis y las debidas correcciones, si alguna vez existió tal probabilidad,
procediendo a mistificar sus propias orígenes a medida que se estabilizaba el
nuevo régimen de dominación, como sucediera en Venezuela ya en el tercer
cuarto del siglo XIX, bajo la dictadura de Antonio Guzmán Blanco. Surge la
primera religión de Estado en Latinoamérica: que el historiador Germán Carrera
Damas definiera como “el culto a Bolívar”. Bolívar, sin ninguna duda el
caudillo primordial del vasto proceso que culminara con la expulsión de la
corona y el establecimiento de las repúblicas, se vio obligado, no obstante, a
hacer el balance de sus veinte años de guerra y la imposición por él al mando
de sus tropas invasoras de la Independencia en cinco republicas: Venezuela,
Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Que no fueran antecedidas, oportuno es
recordarlo, de la debida maduración socio política de las condiciones
indispensables para hacerlas sustentables. Voluntarismo injerencista de la más
cruda especie, pues en rigor no obedecieron a un proceso social generalizado y

7
Alexis de Tocqueville, El antiguo régimen y la revolución, Fondo de Cultura Económica,
edición conmemorativa 70 aniversario, México, 2006. Pág. 101.

8
emancipador. Ni brotaron como una necesidad histórica imperiosa del seno de
sus propias sociedades, sino que encontraron en Simón Bolívar al verdadero
Deus Ex Machina de una guerra independentista librada casi por él en solitario,
ante la indiferencia, la oposición y el desinterés de las primeras figuras que
ocuparon los primeros sitiales administrativos de los nuevos estados
emancipados y que no trepidaron en pretender asesinarlo para librarse del peso
que les suponía cargar con la guerra que el caraqueño libraba prácticamente por
su cuenta por las tierras del Sur. Nos referimos a Páez y a Santander.

La conclusión extraída por Bolívar, ya a punto de ser arrebatado por la


tuberculosis y morir en la Quinta San Pedro Alejandrino, en Santa Marta,
Colombia, en diciembre de 1830, fue trágica y desoladora. Tanto, que sus
idólatras apenas la mencionan, si bien constituye un documento de
extraordinaria importancia. Se trata de su artículo Una Visión de la América
Española, que ha permanecido al margen del conocimiento del gran público,
así esté a la vista de todos, como la carta de Edgar Allan Poe. Se duda incluso
de su autenticidad y autoría. Sobre todo en Venezuela, que necesitada
urgentemente de alguna narrativa fundacional y mitológica que le diera forma
y consistencia a su permanente estado de disolución, elevara su figura, luego de
repudiarla y prohibirle el regreso a su Patria, a las alturas de un inmaculado,
irracional e inmarcesible culto legendario. Convertido en semi Dios. Reinando
sobre el panteón de lares y penates de la primera religión política del continente.
Un culto que comenzó a doce años de su muerte, con el traslado de sus restos a
Caracas por orden del general José Antonio Páez – el protagonista de la Cosiata,
que cerrara el capítulo propiamente bolivariano de la historia venezolana -
durante su segundo gobierno, el 28 de octubre de 1842. Hasta ser elevado al

9
Panteón Nacional por el dictador Antonio Guzmán Blanco, hijo de Antonio
Leocadio Guzmán, treinta y cuatro años después, el 28 de octubre de 1876.

Cumpliéndose a la letra sus temores de ver su nombre y su prestigio


ultrajados por quienes lo convirtieran en instrumento de sus sórdidos
propósitos, sus restos serían profanados doscientos años después por quien se
considerara su más legítimo heredero, Hugo Chávez. En un gansteril ritual de
macumba y brujería, de santería y primitivismo afrocubano televisado en vivo
y en directo por sus últimos adoradores, el 16 de julio de 2010, sus restos
manoseados volverían a su interrumpido descanso. Su maldición caería
impecable sobre sus profanadores: al poco tiempo moriría una primera camada
de bolivarianos de la primera hora, como el mismo Hugo Chávez, William Lara,
Luis Tascón, Alberto Müller Rojas, Clodosbaldo Russian y Robert Serra. De
quienes observaron la violación de sus restos sobreviven la ex Fiscal General
de la República, hoy en el exilio, Luisa Ortega Díaz, y el tercer factótum del
régimen, tras Maduro y Diosdado Cabello, Tarek El Aissami. Todos ellos al
borde de terminar con sus huesos en la cárcel. El proceso yace hecho ruinas.
Bajo su influjo se cometió el mayor de los crímenes que hubiera podido
imaginar en vida: la devastación de la República. Ha sido la maldición de
Bolívar.

10
LA MALDICIÓN DE BOLÍVAR

Situado en la cornisa entre la Ilustración y el Romanticismo, Bolívar vivió


a fondo sus delirios mesiánicos sin dejarse vencer a la hora de su muerte, no
obstante, por el enceguecedor fanatismo que suele acompañar tales delirios.
Aunque devorado por la fiebre y consumido por la tisis, murió a los 47 años
perfectamente consciente del abismo que había cavado febrilmente con sus
manos, perfectamente en claro de los inútiles combates en los que fuera
entregando sus fuerzas y apesadumbrado frente al espanto al que le abriera las
puertas a toda la región con su inagotable voluntarismo y su decisionismo a
ultranza: apasionado, ambicioso, sediento de gloria, calculador, ególatra,
implacable.

Ni Alejandro Magno, ni Aníbal ni Napoleón, las grandes referencias


históricas de conquistadores transcontinentales, ni ninguno de los grandes
generales de la modernidad libraron tantas batallas ni recorrieron tantas
distancias de insufribles travesías por cadenas montañosas, valles
inconmensurables, arenales calcinantes y ríos turbulentos. Bajo condiciones
climáticas de las más feroces en lucha permanente contra las fuerzas de la
naturaleza. Combatió en 472 batallas, 79 de ellas de grandes proporciones, con
el gran riesgo de morir en 25 de ellas, siendo derrotado sólo en cuatro combates.
Cabalgó durante los veinte años de campaña 123 mil kilómetros, recorriendo
una distancia lineal de 6.500 kilómetros. 10 veces más que Aníbal, 3 veces más
que Napoleón, y el doble de las distancias recorridas por Alejandro Magno. Al
frente de miles de hombres mal vestidos y peor alimentados, fieles y leales a

11
sus delirios de conquista y gloria. Cumpliendo con homérica perfección una
anticipación de lo que el cubano Alejo Carpentier definiera siglo y medio
después como “realismo mágico”: intercambiar una realidad implantada tras
tres siglos de esfuerzos positivos por el imperio más poderoso de la tierra en la
mayor hazaña colonizadora de la historia de la humanidad, por una ficción
enfebrecida, ilusoria y devastadora. ¿Cuántos cientos de miles de víctimas
mortales causaron, directa o indirectamente, sus ambiciones de poder y gloria?
¿Cuánta devastación causó al frente de sus llaneros salvajes? ¿Cuántos crímenes
prohijó alimentando la más trágica y espantosa experiencia bélica vivida en
Venezuela, “su guerra a muerte”? De la que hoy, dos siglos después, vivimos
una tramposa y mísera reproducción. Sin otro objetivo que devastar su obra. En
su nombre. Muy a pesar de sus pronosticados pesares.

Se calcula en medio millón de almas las devoradas por el ciclo de guerras


libradas en Venezuela, que comienzan en 1810 y culminan en 1864, con la
Guerra Federal.8 Más de la mitad de la población venezolana, calculada a
comienzos de la conflagración en 900 mil pobladores. Desangrados en los
combates cuerpo a cuerpo, atravesados por lanzas y degollados por machetes,
abandonados en lazaretos consumidos por las fiebres, las pestes, el hambre, una
catástrofe telúrica que en 26 de marzo de 1802 echara por tierra las frágiles
construcciones erigidas durante los tres siglos coloniales. A la que en medio de
la desesperación de las víctimas que se creían castigadas por la improcedencia

8
“Si se establece una relación entre la población total registrada en 1810 que ascendía a 898.043
y la población registrada en el año 1822,cuando los patrones registraron 616.545, se observa que
el descenso fue realmente significativo.” La disminución del número de habitantes, mayormente
por distintas causas atribuibles a la guerra, 281.498, representan el 32%. La población y la
estructura social de Venezuela en las primeras décadas del Siglo XIX, F. Brito Figueroa. Bulletin
hispanique Année 1967 69-3-4 pp. 347-364 El saldo de muertes causadas por la Guerra Federal
ronda las 200 mil bajas.

12
de alzarse contra las autoridades legitimadas por Dios, enfrentara con palabras
dignas de una tragedia griega: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra
la naturaleza”. Nunca está de más citar el episodio que transcribe José
Domingo Díaz, su tenaz adversario: “En aquel momento me hallaba solo en
medio de la plaza y de las ruinas; oí los alaridos de los que morían dentro del
templo, subí por ellas y entré en su recinto. Todo fue obra de un instante. Allí
vi como cuarenta personas, o hechas pedazos, o prontas a expirar por los
escombros. Volví a subirlas y jamás se me olvidará ese momento. En lo más
elevado encontré a don Simón Bolívar que, en mangas de camisa, trepaba por
ellas para hacer el mismo examen. En su semblante estaba pintado el sumo
terror o la suma desesperación. Me vio y me dirigió estas impías y
extravagantes palabras: Si se opone la Naturaleza, lucharemos contra ella y la
haremos que nos obedezca.”9 No se conocen muchos otros ejemplos de
semejante e impío voluntarismo.

La Guerra a muerte no le quedó a la zaga en espantos y sufrimientos.


Quien conozca las imágenes de la guerra, de Goya, puede hacerse una idea de
los empalados, los descabezados, los despellejados, fritos y quemados por las
hordas salvajes que perseguían el sueño o las pesadillas de sus ilustres jefaturas.
Vencer o ser vencidos. Todos rendidos a la épica y gloriosa narrativa imaginaria
de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad. O a la cruenta y desaforada
narrativa imperial, condenada a muerte mucho antes de que se iniciaran los
sangrientos enfrentamientos sobre suelo americano. ¿Cuántos combatientes de
uno y otro bando, cuántos ciudadanos cayeron en los cinco países sometidos a
las guerras empeñadas por sus hombres y sus aliados para imponer el fin del

9
José Domingo Díaz, Recuerdos de la Rebelión de Caracas, Academia Nacional de la Historia,
Caracas, 1961. pág. 98.

13
dominio colonial y el dudoso comienzo de las repúblicas, o “republiquetas”, tan
imaginarias y “aéreas” – Bolívar dixit - como las utopías que prometían? En la
invidente memoria de Jorge Luis Borges resuenan los combates de las
caballerías, el fragor seco y chispeante de los cascos y el ruido silencioso de los
sables que se afilan trenzados en una feroz carnicería que tiene lugar en los
contrafuertes andinos, en ese tiempo detenido en los gélidos y escarpados
pasillos en los que se libraran las batallas de Junín y Ayacucho. Acota Carlos
Pereyra: “En la América de Bolívar, los patriotas son disidentes que luchan
contra el más poderoso de los auxiliares de un régimen, que es la tradición.
Boves no era temible como jefe español, sino como caudillo americano, unido
al centauro de los llanos por todos los vínculos de la fraternidad del
campamento. Puede decirse que Bolívar no peleaba en un sentido militar, ni en
el sentido propiamente guerrero: él y los suyos hacían una propaganda a mano
armada. El argumento decisivo fue una pirámide formada con casi un millón
de cráneos.”10

Pocos años después del fulgor de esas batallas, en Quito, Ecuador,


mientras detiene el curso de su incansable activismo para responder su nutrida
correspondencia – son miles las cartas que dictara a sus secretarios o escribiera
de su puño y letra, dejando el testimonio de su incansable quehacer y sus
gigantescas preocupaciones, pues se había echado literalmente el nuevo mundo
encima – escribe un artículo para un periódico ecuatoriano dando cuenta de la
situación al día de las repúblicas independizadas. Lo tituló Una visión de la
américa española, ocultando su autoría para expresarse con total libertad y no
herir susceptibilidades. El panorama que describe es apocalíptico. Teniendo

10
Op.Cit., pág. 13.

14
plena consciencia de la soledad en la que se encontraba. Su síntesis, a meses de
su agravamiento y muerte, es de una objetividad estremecedora, muy digna de
su vilipendiada grandeza: “Empezaremos este bosquejo por la República
Argentina, no porque se halle a la vanguardia de nuestra revolución, como lo
han querido suponer con sobra de vanidad sus mismos ciudadanos, sino porque
está la más al Sur, y al mismo tiempo presenta las vistas más notables en todo
género de revolución anárquica…Lo pueblos se armaban recíprocamente para
combatirse como enemigos: la sangre, la muerte y todos los crímenes eran el
patrimonio que les daba la federación combinada con los apetitos
desenfrenados de un pueblo que ha roto sus cadenas y desconoce las nociones
del deber y del derecho, y que no puede dejar de ser esclavo sino para hacerse
tirano…Seamos justos, sin embargo, con respecto al Río de la Plata. Lo que
acabamos de referir de su país no es peculiar de este país: su historia es la de
la América española. Ya veremos los mismos principios, los mismos medios, las
mismas consecuencias en todas las Repúblicas, no difiriendo un país de otro
sino en accidentes modificados por las circunstancias, las cosas y los
lugares.”11

¿Para obtener esos efectos haber liderado el colosal esfuerzo de derribar


tres siglos de implantación colonial y desarrollo de una cultura que había echado
raíces y cosechado maravillosos frutos? Veamos su balance: “En ninguna parte
las elecciones son legales: en ninguna se sucede el mando por los electos según
la ley. Si Buenos Aires aborta un Lavalle, el resto de la América se encuentra
plagado de Lavalles. Si Dorrego es asesinado, asesinatos se perpetran en
México, Bolivia y Colombia…Si Puyrredón se roba el tesoro público, no falta

11
Una Visión de la América Española, en Simón Bolívar, Doctrina del Libertador, págs. 280 ss.
Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1976.

15
en Colombia quien haga otro tanto. Si Córdoba y Paraguay son oprimidos por
hipócritas sanguinarios, el Perú nos ofrece al General La Mar cubierto con
una piel de asno, mostrando la lengua sedienta de sangre americana y las uñas
de un tigre. Si los movimientos anárquicos se perpetran en todas las provincias
argentinas, Chile y Guatemala nos escandalizan de tal manera que apenas nos
dejan esperanzas de calma. Allá Sarratea, Rodríguez, Alvear, fuerzan su país a
recibir bandidos en la capital con el nombre de Libertadores; en Chile, los
Carrera y sus secuaces cometen actos semejantes en todo. Freire, Director,
destruye su propio gobierno y constituye la anarquía por incapacidad para
mandar; y por lograrlo, comete con el Congreso violencias extremas…¿Y cuál
es el atentado de que es inocente Guatemala? Se despojan las autoridades
legítimas, se rebelan las provincias contra la capital; se hacen la guerra
hermanos con hermanos (por lo mismo que los españoles les habían ahorrado
ese azote), y la guerra se hace a muerte; las aldeas se baten contra las aldeas;
las ciudades contra las ciudades, reconociendo cada una su gobierno y cada
calle su nación. ¡Todo es sangre, todo espanto en Centro-América!”12

Era el resultado de una campaña llevada a cabo contra el sentimiento y la


voluntad de las nuevas oligarquías grancolombianas, que terminarán por
llevarlo a la ruina: “algunos políticos de la capital – que era entonces Bogotá -
,” - escribe Augusto Mijares -, “no habían visto con buenos ojos la expedición
de Bolívar para libertar al Perú, y alegaban dos razones que no dejaban de ser
valiosas: una, que Colombia había quedado despoblada y en extrema miseria,
por lo cual no podían exigírsele nuevos sacrificios en hombres y en dinero; la
otra, que ella misma estaba amenazada por el triunfo de la Santa Alianza y del

12
Ibídem.

16
absolutismo en Europa y, además, porque en la propia Venezuela habían
persistido hasta fines de 1823 considerables fuerzas realistas que intentaban la
reconquista.”13

Lo escribe y no se cree, como si él no hubiera sido el principal


responsable de ese delirante viaje al corazón de nuestras tinieblas. “He arado en
el mar”, confesaría luego y en un alarde de sublime irresponsabilidad
recomendaría que quien no soportara las tiranías que él mismo había invocado
mejor haría en salir huyendo. ¿Para eso la Independencia, para salir huyendo?
Los últimos coletazos de sus delirios, que lúcido y extraordinariamente
talentoso como fuera supo predecirlos con lacerante premonición – “Si algunas
personas interpretan mi modo de pensar y en él apoyan sus errores, me es bien
sensible, pero inevitable: con mi nombre se quiere hacer en Colombia el bien y
el mal, y muchos lo invocan como el texto de sus disparates…”, le escribiría al
joven Antonio Leocadio Guzmán desde Popayán, en 6 de diciembre de 1829, a
un año de su muerte - han obligado a cuatro millones de venezolanos a seguir
su consejo. Quienes reivindican su nombre para cometer las mayores fechorías
sufridas por nuestro país, Chávez y una Venezuela enloquecida, han hecho de
nuestro país un pantano de iniquidades. Todo en su nombre, el sagrado nombre
de Bolívar.14

¿Era necesario, inevitable e inexorable tal desastre? Es una pregunta sin


respuesta. Salvo para intentar aclararse las causas últimas y primeras de
nuestros actuales desastres. Es el sentido de estos escritos profa

13 Augusto Mijares, Bolívar como político y reformador social. En Simón Bolívar, Doctrina del
Libertador, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1976, Pág. XXIV.
14 Simón Bolívar, Obras Completas, Tomo II, Págs. 836 y 837. La Habana, Cuba, 1947.

17
LA MALDICIÓN DE BOLÍVAR

Continúa Bolívar su descarnada descripción de los indeseables resultados


de la emancipación en un artículo para ser publicado en un medio quiteño,
refiriéndose a sí mismo en tercera persona. Es un recurso estilístico. El autor es,
indudablemente, el propio Libertador y así figura en el Tomo XIII de los
Documentos para la historia de la vida pública del libertador de Colombia,
Perú y Bolivia.15 Y, en términos generales, su reflexiones y reproches, su hondo
pesimismo sobre el curso político de la región y sus casi inexistentes esperanzas
de que se logre enmendar el rumbo de las repúblicas, que ve hundidas en el
pantanal de horribles iniquidades y desastres volverán a repetirse, aún más
acervas, en sus escritos posteriores, a pocos días de su muerte, como la carta
que le dirige al General Juan José Flores, presidente de Ecuador, desde
Barranquilla, un año y medio después, el 9 de noviembre de 1830.

“Aunque es cierto que en Buenos Aires los magistrados suelen no durar


tres días, también lo es que Bolivia acaba de seguir este detestable ejemplo”, -
continúa relatando en su Visión de la América Española. “Se había separado
apenas el ilustre Sucre de este desgraciado país, cuando el pérfido Blanco toma
por intriga el mando, que pertenecía de derecho al General Santa Cruz, sin
permanecer en él cinco días, es preso y muerto por una facción, a éste sucede
un jefe legítimo, y a Velazco sucede nuevamente Santa Cruz, teniendo así la

15José Félix Blanco y Ramón Azpúrua, Documentos para la historia de la vida


pública del libertador de Colombia, Perú y Bolivia. Caracas, 1875. Documento
No. 4168, págs. 493 a 497.

18
infeliz Bolivia cuatro jefes distintos en menos de dos semanas. ¡El Bajo Imperio
sólo presentaría tan monstruosos acontecimientos para oprobio de la
humanidad”. Ni se imaginaba Bolívar que su amado compañero de armas y
afanes, su mano derecha, el Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre,
por quien sentía una amor verdadero, sería asesinado como producto de una
conspiración en Berruecos un mes después. ¿Más prueba del Apocalipsis que
ambos habían contribuido a desatar lanzando esas provincias al fuego
devastador de la guerra en las otrora apacibles colonias españolas?

Mayor razón hubieran tenido sus quejas por los desastres de su guerra si
se hubiera imaginado tan cruento desenlace para el venezolano que más
apreciara. Lo había presagiado en toda su crudeza en el documento terminal que
comentamos: “No hay buena fe en América, ni entre las Naciones. Los trabajos
son papeles; las Constituciones libros; las elecciones combates; la libertad
anarquía; y la vida un tormento.”

“Esta es, americanos, nuestra deplorable situación. Si no la variamos,


mejor es la muerte: todo es mejor que una lucha indetenible, cuya indignidad
parece acrecer por la violencia del movimiento y la prolongación del tiempo.
No lo dudemos: el mal se multiplica por momentos amenazándonos con una
completa destrucción. Los tumultos populares, los alzamientos de la fuerza
armada, nos obligarán al fin a detestar los mismos principios constitutivos de
la vida política. Hemos perdido las garantías individuales, cuando por
obtenerlas perfectas habíamos sacrificado nuestra sangre y lo más precioso
de lo que poseíamos antes de la guerra; y si volvemos la vista a aquel tiempo,
¿quién negará que eran más respetados nuestros derechos? Nunca tan
desgraciados como lo somos al presente. Gozábamos entonces de bienes

19
positivos, de bienes sensibles: en tanto que en el día la ilusión se alimenta de
quimeras; la esperanza, de lo futuro; atormentándose siempre el desengaño
con realidades acerbas.”16

El colombiano Pedro de Urquinaona y Pardo presentaría en Madrid, en


1820, vale decir ocho años antes de las lamentaciones de Bolívar en añoranza
de los últimos tiempos coloniales, desencajados y destruidos por la revolución,
su revolución, el siguiente recuento de la realidad: “Desde la época del
comercio libre establecido por el reglamento del año 1778 empezó a prosperar
la agricultura, de manera que en 1809, tan lejos de necesitar ya la provincia el
situado de 200.000 pesos fuertes con que antes era socorrida por las tesorería
del reino de México, vio salir de sus puertos 140.000 fanegas de cacao, 40.000
quintales de café, 20.000 de algodón, 50.000 de carne salada, 7.000 zurrones17
de añil, 80.000 cueros de reses mayores, 12.000 mulas, novillos y otros frutos
y efectos territoriales, cuyo valor ascendía a ocho millones de pesos, dejando
millón y medio de producto de las aduanas y muy cerca de dos millones con el
aumento de los derechos e impuestos del giro anterior. Los labradores, que
forman la masa común de los habitantes, estaban acostumbrados a recibir en
sus casas 20, 25, 30 y hasta 52 pesos fuertes por cada fanega de cacao. El
precio del café había sido antes de la revolución de 18 a 20 pesos quintal. Los
añiles, según sus clases, aventajaron a los de Guatemala en los ahorros de su
conducción a las plazas europeas; y así progresaban las sementeras. Los
comerciantes sobre sus propias negociaciones, contaban con el ramo útil y
seguro de las consignaciones de Cádiz, Veracruz, etc., sacando ventajas tan

16
Op. Cit., Págs. 280 ss.
17
Zurrón: Morral, bolsa grande de pellejo, cualquier envoltura orgánica que está como
resguardando algo... María Moliner, Diccionario de uso del español, Gredos, Madrid, 1998.

20
conocidas, que podía decirse sin exageración que los negociantes de la
Península, de nueva España y aún los extranjeros, eran feudatarios de la
agricultura y de la industria de Venezuela. Los efectos del consumo territorial,
esto es, los que servían de alimento a la mayor parte de la población, se
hallaban con abundancia y a precios equitativos. El número se aumentaba en
razón de las exportaciones. Los gastos públicos reducidos a sostener un corto
número de militares y empleados civiles salían de las aduanas y rentas
estancadas. Nadie era molestado en disponer de sus propiedades. La libertad
civil era respetada, y protegida la seguridad individual a pesar de los vicios
inherentes a todo gobierno de la especie humana.”

El desastroso gobierno de la primera república, que dio inicio a sus


ejecutorias con una hacienda saneada y un superávit de 300.00 pesos, con los
que una sana administración hubiera podido sortear los escollos de la guerra,
muy pronto vació las arcas fiscales e impuso medidas impopulares y
catastróficas, como impresión sin respaldo de papel moneda, pronto falsificada
y convertida en indignación y hazmerreir popular: “La bancarrota financiera se
complicó con un desastre que conmovió la floreciente economía venezolana
colonial hasta sus cimientos. El cierre del mercado español a los productos
venezolanos determinó un gran descenso de los precios. El cacao bajó de 8 a 7
pesos en puerto, y el quintal de café, a 3 pesos. Se paralizaron los cultivos y se
produjo la desocupación. El rendimiento de los impuestos cayó a plomo y su
cobro se hizo imposible. Los arbitrios ideados para conjurar la crisis que – dicho
sea de paso – sólo podía remediarse a largo plazo con el orden en los gastos
públicos, la apertura de nuevos mercados o la substitución del cacao y del café
por otros productos de más fácil exportación y el orden, no dieron resultado
alguno…Como era natural, se produjo de un extremo a otro de Venezuela la

21
identificación de la prosperidad y del orden con el antiguo régimen y de la
miseria y del desorden con la independencia.”18 Si la miseria y el caos de la
república era lo que al final de su vida atormentaban al Libertador, ¿cuáles no
serían las aflicciones del hombre común?

Augusto Mijares, en su biografía del Libertador, acota respecto de la


situación que se vivía en Caracas en los últimos tiempos del dominio colonial,
durante la niñez del prócer: “otras dos circunstancias le daban aquel encanto y
la transformaban milagrosamente a los ojos de cuantos entonces la visitaron: la
belleza de la naturaleza circundante y el excepcional florecimiento que en
aquellos tiempos habían logrado la cultura criolla y la vida caraqueña”.19 A
título estrictamente comparativo, véase el comentario de la inglesa Marta
Graham sobre Santiago de Chile en 1822: “El aspecto de las calles es feo a
causa de la desnudez y monotonía de los frentes de las casas particulares…La
disposición de las casas es fea exteriormente y comunica a las calles un aspecto
triste y plebeyo.”20

Imposible no recordar las palabras del político y diplomático español


Juan Donoso Cortés, Marqués de Valdegamas, cuando veinte años después, en
un recordado discurso en las Cortes denunciando los desastres de la revolución
europea del 48 y anticipando los totalitarismos dictatoriales del siglo por venir
afirmase: “Véase, pues, aquí la teoría del partido progresista en toda su
extensión: las causas de la revolución son, por una parte, la miseria; por otra,

18 Francisco A. Encina, Bolívar y la Independencia de la América Española, Tomo II, pág.


213. Santiago de Chile, 1958.
19
Augusto Mijares, en Obras Completas, Tomo I, El Libertador, pág 76. Caracas, 1998.
20
María Graham, Diario en Chile, Editorial América, Madrid. 1916 o 1918.

22
la tiranía. Señores, esa teoría es contraria, totalmente contraria a la Historia.
Yo pido que se me cite un ejemplo de una revolución hecha y llevada a cabo
por pueblos esclavos o por pueblos hambrientos. Las revoluciones son
enfermedades de los pueblos ricos: las revoluciones son enfermedades de los
pueblos libres. El mundo antiguo era un mundo en que los esclavos componían
la mayor parte del género humano; citadme cuál revolución fue hecha por esos
esclavos.” Perfectamente consciente de que la revolución independentista no
había sido hecha por pueblos miserables, hambrientos ni esclavizados, continúa
su apasionada arenga poniendo el dedo en la llaga de todas las revoluciones,
como si estuviese refiriéndose a la que iniciara Bolívar treinta años antes en la
América española: “las revoluciones profundas fueron hechas siempre por
opulentísimos aristócratas…el germen de las revoluciones está en los deseos
sobreexcitados de la muchedumbre por los tribunos que la explotan y
benefician. Y seréis como los ricos; ved ahí la fórmula de las revoluciones de
las clases medias contra las clases nobiliarias. Y seréis como los reyes; ved ahí
la fórmula de las revoluciones nobiliarias contra los reyes. Por último, señores,
y seréis a manera de dioses; ved ahí la fórmula de la primera rebelión del
hombre contra Dios. Desde Adán, el primer rebelde, hasta Proudhon, el último
impío, ésa es la fórmula de todas las revoluciones.”21

Del desolador panorama descrito por el principal ductor y líder de las


guerras de emancipación y la constitución de las repúblicas independientes,
poco cabe que agregar tras un balance tan demoledor. Para Bolívar, el más
aristócrata de los rebeldes y el más rico de los venezolanos de su tiempo, si se
es fiel a sus palabras, corresponde con total pertinencia considerar que esa

21
Juan Donoso Cortés, Obras, Tomo II, pp. 193 ss. Biblioteca de Autores Cristianos, pág. 193.
Madrid, 1946.

23
revolución, un magma volcánico caído sobre la América española desde sus
propias entrañas con tal cúmulo de desastres, simplemente no había valido la
pena. La conclusión que extrae el historiador chileno Francisco Antonio Encina
no puede ser más esclarecedora: “El movimiento había sido prematuro; y, si un
milagro lograse afianzar la independencia, sus resultados serían la anarquía y la
guerra civil de los blancos entre sí y de los negros contra los blancos. Se
derramarían torrentes de sangre, se apurarían todos los sufrimientos y miserias,
sin otros resultados que borrar hasta el último vestigio de la labor civilizadora
de España en América.” El pronóstico cumplido de la historia de la guerra civil
venezolana, culminada en el horror de la llamada Guerra Federal o Guerra Larga
(1858-1863).22

¿La valió en Venezuela, que atravesaría el siglo consumida por sus


revoluciones y guerras civiles sobre cuyo balance debemos coincidir con el
historiador Luis Level de Goda, que escribiese en su obra La Historia
Constitucional de Venezuela : “Las revoluciones no le han hecho bien alguno
a Venezuela…no han producido sino el caudillaje más vulgar, gobiernos
personales y de caciques, grandes desórdenes y desafueros, corrupción y una
larga y horrenda tiranía, la ruina moral del país y la degradación de un gran
número de venezolanos.” ? Su conclusión no se aparta del balance de Bolívar,
a sesenta y tres años de su muerte: “la historia contemporánea de Venezuela es
triste y dolorosa en extremo: no debe llevarse a mala parte este aserto, ni
juzgárseme mal por ello”.23

22Op. Cit., Pág. 260.


23
Luis Level de Goda, Historia Constitucional de Venezuela, Tomo Primero, Caracas, 1954,
págs. XIV y XV.

24
LA MALDICIÓN DE BOLÍVAR

“Vd. Sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos
resultados ciertos: 1º) La América es ingobernable para nosotros, 2º) El que
sirve una revolución ara en el mar. 3º) La única cosa que se puede hacer en
América es emigrar. 4º) Este país caerá infaliblemente en manos de la
multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles,
de todos colores y razas. 5º) Devorados por todos los crímenes y extinguidos
por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6º) Si fuera
posible que una parte volviera al caos primitivo, éste sería el último período
de la América.”24

El hecho más destacado de ese siglo XIX venezolano e independiente,


dominado por caudillos de montoneras, dictadores y tiranuelos, surgidos del
fondo de la tierra, forjados en la guerra y premiados con el poder de sus
regiones, haciendas y parcelas fue la Guerra Federal o Guerra Larga, que se
prolongó desde 1858 a 1863, y culminara con la práctica extinción de la
aristocracia mantuana y la inexistencia de una burguesía nacional,
emprendedora y liberal, tampoco deja un balance del que sus protagonistas
puedan sentirse orgullosos: “El triunfo de la revolución Federal, después de
cinco años de lucha tenaz y sangrienta, de inmensos sacrificios y de infinidad
de combates cuyo número es imposible fijar con acierto; revolución que, puede

24Carta a al General Juan José Flores, Jefe de Estado del Ecuador – ya separada de la Gran
Colombia – escrita y fechada en Barranquilla el 9 de noviembre de 1830. En Simón Bolívar,
Doctrina del Libertador, Pág. 323.

25
decirse, vivió y tuvo su asiento en los campos y en los montes, mal dirigida y
peor conducida, llevó a la superficie social y a los más altos puestos públicos
un elemento bárbaro de Venezuela con menosprecio de los liberales más
notables y de saber”. De esta apreciación de Level de Goda ni siquiera se salva
el principal beneficiario de los espantosos desastres de esa guerra, el Ilustre
Americano, Antonio Guzmán Blanco, hijo de Antonio Leocadio, el joven
corresponsal caraqueño de Bolívar desde Popayán, que a los desastres causados
por las guerras de Independencia, la disgregación, el caos y la anarquía, viene a
sumarle el principal atributo republicano de un extremo al otro de la América
republicana, la corrupción generalizada y que en la Venezuela bolivariana de
hoy alcanza ribetes legendarios: “Desde entonces, dicho elemento” – la
barbarie, sociológica y políticamente disfrazada de “pardocracia” – “ha venido
pesando poderosamente en los destinos de la nación; y, dominando, con
grandes influencias en las localidades y hasta en la capital; natural era que el
desgobierno, los desórdenes y la anarquía creciesen con rapidez en todo el
país, como sucedió, a la sombra del Jefe del Gobierno, mariscal Juan C.
Falcón, y de su segundo, consejero íntimo, general Antonio Guzmán Blanco,
quien se esforzaba a fin de que el mariscal no tuviese a su lado hombres de
saber, de administración y de altas condiciones sociales, para no ser rivalizado
en el ánimo de Falcón…En los siete años que gobernó entonces el general A.
Guzmán Blanco, no sólo ejerció la más horrible de las tiranías, sino que
especuló de tal manera con las rentas nacionales, en sus distintos ramos, que
cuando se retiró del país en 1877 había aumentado su fortuna, ya cuantiosa,
con algunos millones de pesos; de tal manera que, en carta escrita y publicada
por él en enero de 1879 y dirigida al general J.M. Aristeiguieta, consignó esta

26
frase: ‘Mi fortuna es poco común en América’. Hizo de Venezuela su
patrimonio y de los venezolanos sus vasallos.”25

Murió Antonio Guzmán Blanco en París en 1899, a los setenta años,


siendo uno de los hombres más ricos de Francia. Y sin duda, el suramericano
más rumboso y potentado de Europa. Serviría de modelo a la construcción
literaria del personaje en las sombras de la novela Nostromo, del escritor Joseph
Conrad, el dictador de Costaguana, Guzmán Vento.26 Usando las equivalencias
monetarias de fines del Siglo XIX señaladas en el prólogo a la biografía de
Conrad, de John Stape, Notas sobre la moneda, puede deducirse el valor de las
ganancias obtenidas por el joven Guzmán Blanco negociando en 1864 como
encargado del general Falcón, de quien fuera ministro de Relaciones Exteriores
y de Hacienda, un empréstito por millón y medio de Libras Esterlinas,
prácticamente único beneficiario, pues su 4% de comisión, convertidos en
60.000 libras esterlinas constantes y sonantes, constituían una cuantiosa fortuna
de varios cientos de millones de dólares, que pudieron servirle de base para
acrecentar su ya gigantesca fortuna. Valga el ejemplo dado por Stapes: tomando
en consideración todas las variables económicas, desde el PIB a los efectos
inflacionarios: 2700 libras de 1910 equivaldrían en 2005 a la bicoca de 973.000
libras esterlinas. ¿Cuánto valdrían 600.000 libras de 1864?27

25
Ibídem, XXIII.
26 “Uno de los tíos de Carlos Gould había sido Presidente electo de la misma provincia de Sulaco
(llamada a la sazón Estado) en los tiempos de la Federación , y más tarde había muerto fusilado,
de pie junto al muro de una iglesia, por orden del bárbaro general unionista Guzmán Bento.
Era éste el Guzmán Bento que, habiendo llegado a ser después Presidente perpetuo, famoso
por su implacable y cruel tiranía, alcanzó su apoteosis en la leyenda popular de Sulaco…” Joseph
Conrad, Nostromo.
27 John Stape, Las vidas de Joseph Conrad, Lumen, Barcelona, 2007.

27
El mensaje final de Simón Bolívar a la que consideraba su verdadera
Patria, la Gran Colombia, ese balance testamentario de veinte interminables
años de feroces combates, deslumbrantes victorias y amargas decepciones, no
pudo tener tintes más trágicos y desesperados: “¡Colombianos! Mucho habéis
sufrido, y mucho sacrificado sin provecho, por no haber acertado en el camino
de la salud. Os enamorasteis de la libertad, deslumbrados por sus poderosos
atractivos; pero como la libertad es tan peligrosa como la hermosura en las
mujeres, a quienes todos seducen y pretenden, por amor, o por vanidad, no la
habéis conservado inocente y pura como ella descendió del cielo…Todo ha sido
en este período malhadado, sangre, confusión y ruina: sin que os quede otro
recurso que reunir todas vuestras fuerzas morales para constituir un gobierno
que sea bastante fuerte para oprimir la ambición y proteger la libertad. De otro
modo seréis la burla del mundo y vuestra propia víctima.” 28

Cabe hacer, en el balance de estos dos siglos transcurridos, quiénes y en


qué naciones siguieron la admonición y se dejaron gobernar por hombres
capaces de construir y mantener “gobiernos suficientemente fuertes como para
oprimir la ambición y proteger la libertad”? Por lo demás, ¿cómo conciliar la
libertad oprimiendo la ambición? ¿No es la democracia republicana a la que él
aspiraba el derecho de todos no sólo a cultivar la ambición de poder, sino a
conquistarlo mediante la razón, la fuerza o el engaño, base de la demagogia,
inevitable atributo democrático? Un tema jamás desvelado: ¿era Bolívar un
demócrata o un monárquico? ¿Un autócrata anti partidos o un tribuno
asambleario que apuntara a la “democracia directa” de su último bastardo?

28
Una Mirada sobre la América Española, Op. Cit., pág. 287.

28
“¡Oigan! ¡Oigan! El grito de la patria los magistrados y los ciudadanos,
las provincias y los ejércitos para que, formando todos un cuerpo impenetrable
a la violencia de los partidos, rodeemos a la representación nacional con la
virtud de la fuerza y las luces de Colombia.”.29 El año que transcurriera desde
esa admonición a la misiva que le dirigiese desde Barranquilla el 9 de
noviembre de 1830 al general J. J. Flores demuestran que si había imperado la
fuerza, las luces habían sido extremadamente escasas. “Los pueblos” – le
escribió sumido en el desánimo pero ahíto de siniestros presagios – “son como
los niños que luego tiran todo aquello por lo que han llorado. Ni Vd. ni yo, ni
nadie sabe la voluntad pública. Mañana se matan unos a otros, se dividen y se
dejan caer en manos de los más fuertes o más feroces…¡Qué hombres! Unos
orgullosos, otros déspotas y no falta quien sea también ladrón; todos
ignorantes, sin capacidad alguna para administrar.” ¿No es una radiografía
anticipada en doscientos años de la situación que hoy vive su patria escarnecida,
como si desde entonces no se hubiera movido una hoja en la tormentosa
Venezuela?

Su última balance es desolador: “Vd. Sabe que yo he mandado 20 años y


de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1º) La América es
ingobernable para nosotros, 2º) El que sirve una revolución ara en el mar. 3º)
La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4º) Este país caerá
infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a
tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5º) Devorados por
todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán

29
Ibídem.

29
conquistarnos. 6º) Si fuera posible que una parte volviera al caos primitivo,
éste sería el último período de la América.”30

En el colofón de ese trágico balance ya se esboza el epitome de la estafa


de sus adoradores, la Venezuela chavista: “La súbita reacción de la ideología
exagerada va a llenarnos de cuantos males nos faltaban o más bien los va ax
completar. Vd. verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la
demagogia y ¡desgraciados de los pueblos! Y ¡desgraciados de los gobiernos!”
Y su arrepentimiento final: “Vd. puede considerar si un hombre que ha sacado
de la revolución las anteriores conclusiones por todo fruto tendrá ganas de
ahogarse nuevamente después de haber salido del vientre de la ballena: esto es
claro.” Sin ninguna duda, a estas alturas hubiera preferido permanecer en ella.

30 Op. Cit.

30
LA MALDICIÓN DE BOLÍVAR

“Ardua y grande es la obra de constituir un pueblo que sale de la


opresión por medio de la anarquía y de la guerra civil, sin estar preparado
previamente para recibir la saludable reforma a la que aspiraba” – expresa
Simón Bolívar en su mensaje al Congreso reunido en Bogotá el 20 de enero de
1830.31 Había ganado la guerra de las armas, a un precio devastador que lo había
enajenado materialmente, moribundo y arruinado, pero no así la guerra
propiamente política: institucionalizar la revolución, construir Repúblicas. Las
condiciones, como él mismo lo reconociera, no estaban dadas. Las guerras de
Independencia que él y los suyos iniciaran incendiando la región desde el Caribe
a la Patagonia habían sido un salto al vacío. Era, en rigor, el conocimiento que
Miranda había adquirido en los pocos meses en los que debió encargarse de la
guerra, que lo obligan a capitular ante Monteverde y a buscar un respiro
postergando la embestida dos décadas antes, en medio de la catástrofe. Para
evitar tanta tragedia y tanta sangre derramada. Ese pueblo de indios, negros,
mestizos, zambos y blancos de orilla, convertidos luego, en la Venezuela
independiente por efecto de su obra, en la pardocracia gobernante, tan detestada
por su hermana María Antonia, ni estaba preparado para adelantar las reformas
que la élite aristocrática caraqueña se había propuesto para tomar el control de
sus naciones ni muchísimo menos, por lo menos en sus comienzos, como para
adelantar una guerra contra los ejércitos profesionales llegados desde la
Península luego de batallar en las guerras napoleónicas, para volver a poner las

31
Op. Cit. Pág. 314.

31
cosas en orden. La capitulación se le hizo a Miranda en julio de 1812,
perentoria. Pero aún más grave que la carencia de preparación para el auto
gobierno y la absoluta incapacidad de gobernanza, era la imposibilidad objetiva
de que las nuevas élites dirigentes pudieran hacerse cargo de la conducción de
sus sociedades, abrumadas por las consecuencias de le empoderamiento a
quienes apenas habían superado el límite del salvajismo tribal: “Los pardos, los
mestizos y la gente de color, ya no eran, como en los primeros días, una masa
inerte. Realistas y patriotas habían intentado a porfía movilizarlos, y
empezaban a reaccionar con fuerza en el sentido que le marcaban su grado de
evolución mental, sus tendencias atávicas y el lugar que ocupaban en el
mosaico social venezolano: el saqueo general y el degüello de los blancos que
ofrecieran resistencia a sus razzias. Al sombrío panorama social, se añadía la
anarquía espiritual que reinaba en el corto grupo de mantuanos y de letrados
que constituían el cerebro y el corazón de la voluntad de independencia. Los
mantuanos del corte de los Toros y los letrados con sangre europea o española,
como Roscio, Sanz, Garrido, etc., querían una republica aristocrática. No los
inspiraba el propósito de conservar sus privilegios ni el de heredar las
facultades del Rey al quedar acéfala la monarquía, como se viene repitiendo
desde las primeras historias, sino porque su sentido común, no enhuerado por
la ideología, ni los principios, se daba cuenta de la incapacidad del pueblo
venezolano para realizar la república de corte americano, que presupone una
población homogénea en el grado de desarrollo mental, de civilización y de
aptitudes políticas, regidas por un alma colectiva.” Quien lo dice, y le sobra
razón, es el historiador chileno Francisco A. Encina en el primer volumen de su
extraordinaria recapitulación en siete volúmenes de los hechos

32
independentistas: Bolívar y la Independencia de la América Española.32 Su
conclusión es lapidaria: “Como consecuencia de la constitución social, la
anarquía ideológica en la clase dirigente y el separatismo, la república de
Venezuela había nacido enclenque y con pocas probabilidades de vida. La
bancarrota financiera y las desastrosas consecuencias de la revolución sobre la
economía nacional, dieron el golpe de gracia a sus débiles probabilidades de
supervivencia…Empero, para explicarse la caída de la primera república de
Venezuela, es necesario recordar, siquiera sea superficial y someramente, una
de sus consecuencias: la desorientación colectiva y el diluvio de insensateces
que caracterizan a la vida política de la primera república.”33 Era la Venezuela
que se entregaba, cautiva, a los brazos cautivadores de un anciano venezolano,
que a fuer de destierro, ya era un extranjero, Francisco de Miranda. ¿Cuál era el
país que le entregaba todos los poderes al veterano de la revolución francesa?
“Nadie se entendía con nadie; provincias, gobiernos, congresos y hombres
tiraban cada uno de su lado, anticipando la imagen de lo que iba a ser la
república modelo. Sonó la hora de la lucha, y el peligro, en lugar de unir,
aumentó la desintegración material y moral. Sólo se produjo acuerdo a la hora
undécima, para esquivar las consecuencias del fracaso, echando sobre los
hombros de Miranda el peso de la situación, reservándose cada provincia, cada
gobernante, cada corporación y cada individuo, el derecho de hacer los que se
le ocurriera. Miranda recibió el fardo, porque no le quedaba otro partido que
tomar y porque su dureza cerebral no le permitía darse cuenta, a primera vista,

32 Francisco A. Encina, Bolívar y la Independencia de la América española, Volumen 1I,


págs. 208, 209. Santiago de Chile, 1958.
33 Ibídem, págs.. 210, 211.

33
de la intensidad de la reacción realista, provocada por la anarquía y por el
terremoto.”34

En medio de la anarquía general y el derrumbe inexorable de la primera


república, Bolívar acababa de vivir la insoportable humillación, él, que colmado
de petulancia, ya anidaba ambiciones napoleónicas, de ser derrotado en toda la
línea en su bautismo de guerra: el comando de las tropas a cargo de la defensa
de Puerto Cabello y del Fuerte San Felipe. Un cargo honroso y de altísima
responsabilidad que le otorgara Miranda en clara prueba de su afecto y
predilección, pues la plaza era de primerísima importancia. Para el que el joven
y ambicioso Bolívar no contaba por entonces con los suficientes conocimientos,
la más mínima experiencia militar y capacidad organizativa. Obligado a huir de
la plaza perdida, lo hace embarcándose en el último minuto con media docena
de los suyos, en la mayor precipitación, ruina y desesperación. Rememora la
ocasión en un informe que no predice en absoluto la infinita grandeza militar de
la que llegará a ser capaz con el curso del tiempo. El más capaz e insigne de los
generales de la América Independiente. El 12 de julio, a una semana de los
hechos, le escribe al Generalísimo: “Mi general: Después de haber agotado mis
esfuerzos físicos y morales ¿con qué valor me atreveré a tomar la pluma para
escribir a Vd. habiéndose perdido en mis manos la plaza de Puerto Cabello?
Mi corazón se halla destrozado con este golpe aún más que el de la
provincia…Mi general, mi espíritu se halla de tal modo abatido que no me
siento con ánimo de mandar un solo soldado; mi presunción me hacía creer
que mi deseo de acertar y mi ardiente celo por la patria, suplirían en mi los
talentos de que carezco para mandar. Así que ruego a Vd., o que me destine a

34
Ibídem, Pág.259.

34
obedecer al más ínfimo oficial, o bien que me dé algunos días para
tranquilizarme, recobrar la serenidad que he perdido al perder a Puerto
Cabello…Yo hice mi deber, mi general, y si un soldado me hubiese quedado,
con ese habría combatido al enemigo; si me abandonaron no fue por mi culpa.
Nada me quedó que hacer para contenerlos y comprometerlos a que salvaran
la patria; pero ¡ah! ésta se ha perdido en mis manos.”35 Una disculpa llena de
contradicciones y medias verdades. A juzgar por dos hechos notables que
ponen esas confesiones bajo la luz de muy acervas sospechas: el dramático giro
que le da a su disposición y actitud ante Miranda a quien pretende fusilar pocos
días después. Y el despliegue de aparente sabiduría estratégica sobre el arte de
la guerra que expone en su Manifiesto de Cartagena, cuatro meses después.
¿Cómo puede permitirse dar cátedra de conducción estratégica y dominio del
arte de la guerra un imberbe fracasado, como el que huye de Puerto Cabello?
¿O no era entonces ni tan imberbe ni tan fracasado? ¿Cuánto de verdad y cuánto
de simulación había en su comportamiento ante unas y otras circunstancias? Lo
único cierto es que Bolívar, el héroe, aún estaba en pañales. Pero poseído por
tan demoníaca ambición, que presenciamos su fracaso, su redención y
renacimiento en cuestión de días. Su resurrección como el mayor general que
haya dado a la luz el continente es digno de una leyenda oriental. Desde
entonces, la máxima aspiración de un político venezolano, las más de las veces
incumplida, es que la patria no se pierda en sus manos. Ciento ochenta años
después y en las postrimerías de la democracia conquistada a la caída de la
penúltima dictadura, todos los políticos las unieron para perderla.

35
Simón Bolívar, Obras Completas, La Habana, 1946. Págs. 32, 33.

35
Dos días después vuelve a escribirle para entregarle su informe oficial del
desastre. Ha descendido al grado cero de su carrera heroica. Lo hace en los
mismos términos de insoportable minusvalía existencial, a una cósmica
distancia del orgullo, la fe y la confianza en si mismo con los que desprecia y
conmina a rectificar a quienes se han entregado casi con lujuria al caos, a la
anarquía y el abuso, a la inmoralidad y la concupiscencia con las fuerzas de la
disgregación. Y le dice: “Lleno de una especie de vergüenza me tomo la
confianza de dirigir a Vd. el adjunto parte, apenas en una sombra de lo que
realmente ha sucedido. Mi cabeza, mi corazón no están por nada. Así suplico
a Vd. me permita un intervalo de poquísimos días para ver si logro reponer mi
espíritu en su temple ordinario. Después de haber perdido la última y mejor
plaza del estado, ¿cómo no he de estar alocado, mi general? De gracia no me
obligue Vd. a verle la cara! Yo no soy culpable, pero soy desgraciado y basta.
En cuanto a mí,” - le escribe en su informe a Miranda -, “yo he cumplido con
mi deber; y aunque se ha perdido la plaza de Puerto Cabello, yo soy inculpable
y he salvado mi honor; ojalá no hubiera salvado mi vida y la hubiera dejado
bajo de los escombros de una ciudad que debió ser el último asilo de la libertad
y la gloria de Venezuela.”36 La historia no permite el como si, pero cabe
preguntarse por el destino de nuestra América si se hubiera cumplido su deseo
y hubiera encontrado la muerte, poniendo fin a su breve aparición en los fastos
que lo llevaron a la posteridad. ¿Se hubiera evitado la tragedia que aún nos
abruma?

Días después después, desbarrancada la Primera República o Patria Boba,


y a punto de embarcarse en la misma corbeta británica que lo trajese en

36
Ibídem, 33, 34.

36
diciembre de 1810 a cumplir su via crucis, la noche del 30 al 31 de julio de
1812, y ya embarcado su equipaje, Miranda desaprovechó la ocasión de dar
inicio a su retirada en cuanto hubo llegado a La Guaira decidiendo alojarse en
la Casa de la Aduana atendiendo a la invitación y hospitalidad del gobernador
Casas. No estaba huyendo, se retiraba del campo de batalla tras una aplastante
derrota. De la que Bolívar, como se lo ha comentado, se siente culpable. Una
prueba indubitable de que confiaba en la justeza de su proceder y la nobleza de
su comportamiento. Fue su perdición. El dolorido coronel que poco antes se
postrara a sus pies reclamando el perdón por su grave responsabilidad en la
pérdida del más importante bastión que le restaba a la República, lo apresa en
medio de la noche, asaltando su morada a las 3 de la madrugada, insta a su
fusilamiento sumario, como lo confiesa expresamente, y, salvado el
Generalísimo por la piedad de los compañeros de Bolívar, lo entrega en un acto
de vil traición a las victoriosas fuerzas españolas. Esa entrega marcó el fin de la
Patria Boba, el dilatado encierro de Miranda y su muerte en La Carraca.
Permitiéndole al joven y abrumado Simón Antonio salvar su vida, obtener un
pasaporte de las autoridades españolas y embarcarse para salir de Venezuela al
extranjero y comenzar la segunda parte de su vida. La más honrosa. Jamás se
refirió al hecho, él, un hombre que dejara uno de los más cuantiosos legados de
escritos, proclamas y documentos de la más variada índole. ¿Qué lo indujo a
cometer un acto de tal vileza, y ocultar las razones? La respuesta de Miranda da
acabada cuenta del lado del que estaba, en esa trágica circunstancia, la grandeza:
“Mi querido Bolívar: Por su oficio del 1 del corriente me he impuesto del
extraordinario suceso ocurrido en el castillo de San Felipe. Esto hace conocer
a los hombres. Espero con ansia nuevo aviso de Usted, y mañana le escribiré
con más extensión.” Una lección de caballerosidad. Pero al mismo tiempo una
confesión del equívoco papel que había asumido en donde, dicho con todo el

37
rigor de la verdad, no correspondía: ya era un extranjero, ajeno a los usos y
costumbres de un pueblo que repudió desde siempre su manera de ser, ignorante
del estilo de relaciones que existían entre las clases, castas y razas de Venezuela:
intransigente, distante, orgulloso, incluso colmado de un complejo de
superioridad que no se avenía con el estilo casi bárbaro, desconsiderado e
irrespetuoso, desenfadado y levantisco de un pueblo alejado de toda disciplina.

Salvador de Madariaga, en su biografía de Bolívar, detestada por el


bolivarianismo venezolano y latinoamericano de toda especie – lo hubo
autocrático, dictatorial, tiránico, demócrata y revolucionario - que la repudiara
al extremo de impedir o dificultar su circulación y a la cual la Sociedad
Bolivariana de Venezuela le dedicara tiempo y dinero encargando a diversos
historiadores latinoamericanos unos Estudios sobre el “Bolívar” de
Madariaga,37 intenta comprender la circunstancia y analizar las diversas
opciones interpretativas que deja el proceder del prócer. Luego de detallar
minuciosamente la documentación respectiva escribe: “Es inútil perder el
tiempo en inventar explicaciones de lo que está muy claro. El 30 de julio de
1812 fue el nadir de la vida de Bolívar. Preso en un torbellino de fuerzas
diabólicas, cayó al fondo del abismo de la infamia. Pero aquella tormenta se
había desencadenado en su alma ya desde los primeros días del mes, al hallarse
en Puerto Cabello solo y pequeño ante una responsabilidad militar y política
superior a sus fuerzas. La humillación, la duda, la ruina íntima, la abjuración
y la infamia eran necesarias para forjar en el fondo de su ser atormentado una
fuerza dura, intrépida e invencible que hiciera gravitar todas las tensiones de

37Estudios sobre el “Bolívar” de Madariaga, Víctor Andrés Belaunde, Justo Pastor Benítez,
Francisco Cuevas Cancino, Ricardo Donoso, Julio Fausto Fernández y Gabriel Porras Troconis.
Caracas, 1967.

38
su alma completa y guiar sus energías maestras hacia la victoria de la causa
que iba a ser suya hasta la muerte: la gloria de Simón Bolívar.”38 Explicación
más honrosa y respetuosa, imposible.

La frase definitoria de su trágica circunstancia: “Bochinche, sólo


bochinche, esta gente no sabe más que hacer bochinche” da la clave del
profundo malentendido en que vino a vararse al cabo del año y medio de
esfuerzos emancipadores. Investido ese año de 1812 de los máximos poderes
para hacer frente a la guerra no contó con las tropas experimentadas y
disciplinadas que requería y vio que nada evitaría los espantosos desastres de la
guerra. La confesión de Bolívar no debe haber causado otro efecto que
confirmar las serias dudas que lo animaban y llevarlo a desistir de continuar los
combates. No se veía acompañado de un cuerpo de oficiales experimentados
con los cuales enfrentar a las tropas altamente profesionales de la corona. La
derrota debe haberle parecido inevitable. Para luchar, finalmente, por una patria
que no estaba preparada ni anhelaba constituir el tipo de sociedad que a él le
interesaba: civil, parlamentaria, confederada y descentralizada. La antípoda de
la centralista y autocrática república bolivariana.

Caracciolo Parra Pérez hace debida cuenta de la circunstancia. En su


Historia de la Primera República de Venezuela, pág. 574 escribe: “Miranda,
como Bolívar, menciona algunas de las causas de la caída de la República y,
por su lado, ensaya justificar la capitulación. Entre dichas causas figura en
primer término el terremoto que llenó de pavor a los habitantes; destruyó con
innumerables riquezas y vidas la fibra de toda resistencia y presentó el cuadro

38 Salvador de Madariaga, Bolívar, Tomo I, Págs. 358 y 359. Editorial Hermes, México, 1951.

39
“más lúgubre y sensible” de que hubiera memoria en el “Continente
colombiano”. La catástrofe acabó de decidir la opinión pública – como lo dice
Heredia – contra el sistema de la independencia, ya odioso por el papel moneda
y sus extorsiones. Luego, aprovechando el terremoto, la invasión coriana, la
pérdida del país hasta Valencia. Por último, la sublevación de los negros de
Barlovento que cometieron ‘los más horribles asesinatos’ y amenazaron a
Caracas. Fue en virtud de estas circunstancias que el generalísimo se decidió a
echar sobre sus espaldas la responsabilidad de solicitar una capitulación que
‘reconciliase a los americanos y europeos, para que en lo sucesivo formasen una
sola familia y un solo interés’ y que evitase ‘una guerra civil y desoladora’.
Miranda no se defiende de haber pactado: continúa creyendo que el tratado era
‘benéfico al bien general’ y que inauguraría una ‘época interesante en la historia
venezolana’, abriendo a los españoles de ultramar empeñados en la lucha contra
Napoleón ‘un asilo seguro y permanente’. Mucho tiempo después, José Félix
Blanco creía darnos el juicio de la historia con las siguientes palabras:
‘Capitulación honrosa que al no haberse violado por el cruel Monteverde, habría
sido conveniente y fructífera para el bien público’. ¿Cómo correspondió
Monteverde a esta ‘saludable idea (que) fue aprobada por todos los principales
vecinos’ de Caracas? Con la violación escandalosa de sus promesas, con
atropellos, robos y prisiones que, en La Guaira, recordaron a la antigua víctima
del Terror las escenas que veinte años antes presenciara en Francia.”39

“El Miranda que capituló”, afirma Madariaga, “iba muy adelantado a su


tiempo. Veía ya una federación de Estados hispánicos unidos en libertad, bajo
la constitución de Cádiz. Después de describir los horrores de la persecución de

39
Caracciolo Parra Pérez, Historia de la primera República de Venezuela, Pág. 574. Biblioteca
Ayacucho, Caracas, 1992.

40
Monteverde escribía a la Audiencia de Caracas: ‘En medio de este tropel de
sucesos harto públicos, se promulga en Caracas la sabia y liberal constitución
que las Cortes generales sancionaron el 19 de marzo del año último;
monumento tanto más glorioso y honorífico para los dignos representantes que
lo dictaron…Creían los venezolanos como que él iba a ser el iris de la paz, el
áncora de la libertad, y el primero, pero más importante que jamás había dado
la metrópoli en beneficio del continente americano. Creían los venezolanos que
al abrigo y protección de este precioso escudo, todo terminaría; que las
prisiones se relajarían, que se restablecería el sosiego y la mutua confianza, y
que un nuevo orden de cosas, un sistema tan franco y liberal, aseguraría
perfectamente sus vidas y sus propiedades.’ Esto escribía Miranda desde las
bóvedas de la Guaira en marzo de 1813. Cuando más tarde le visitó en Puerto
Rico Level de Goda, todavía le duraba el ensueño. La prisión de Miranda fue
una monstruosidad jurídica por parte de Monteverde. A partir del día en que
Bolívar y Monteverde comparten la infamia de prenderlo, Miranda pasó de
cárcel en cárcel, de las bóvedas de La Guaira a Puerto Rico, y de Puerto Rico a
Cádiz hasta su muerte ( 14 julio 1816). Habida cuenta de la época, no se le trató
mal; pero el mero hecho de que no se le dejara en libertad fue en sí un crimen
cuya responsabilidad recae sobre Fernando VII; aunque no es seguro que no le
corresponda también parte a la Regencia, cuyos poderes duraron bastante para
haber salvado a Miranda de las garras del Rey indigno. Alguna vez, cuenta uno
de sus compañeros de cárcel, paseándose por un pequeño recinto, se detenía y
tomando en la mano una de las cadenas que enlazaban con los pilares del patio,
exclamaba con amargura: ‘Cuando pienso que el primer eslabón de esta cadena
ha sido forjada por mis propios paisano…’40 La había forjado el hijo de quien

40
Ibídem, 338, 339.

41
le había impedido a su padre vestir el uniforme de las tropas de la Reina por
carecer de las debidas purezas de sangre. Trágica coincidencia.

La contradictoria elipsis que suelen describir los hechos históricos se


expresa dramáticamente en el acuerdo y concordancia al que llegan ambas
primeras figuras de la guerra civil venezolana: la revolución ha sido un fracaso
y al país le esperan los peores desafueros. Bolívar, hundido en un profundo
desencanto por los resultados de sus hazañas frente al apocalipsis que observa
abrirse bajo sus repúblicas y Miranda, que prevé la tragedia desde su prisión en
Puerto Rico. Cuenta Level de Goda, que solía visitarlo también luego de que
fuera trasladado a Cádiz y encerrado en el Castillo de las Cuatro Torres. “No
pocos males que ya he visto y estoy viendo me pronosticó”, dice el visitante.
“No creía que se pudiera organizar esto en sólida república, fundado en la
grande ambición que dominaba Y en la inmoralidad que había empezado a
desatarse; tampoco creía por los mismos y otros fundamentos que la dominación
española se asentara en paz, si hubiera de gobernar la constitución del año doce
dada en Cádiz; juzgaba que, movidas ya las clases y puestas las inferiores al
igual de las superiores, con la facultad de disponer aún de la vida de éstas a
título de guerra, siendo mucho mayor el número de aquéllas, o habían de
concluir por dar la ley, o habían de vivir en peleas y asesinatos, y era necesario
una peculiar constitución, concebida por un genio privilegiado, que no miraba
él dónde la hubiese, ni adentro porque de seguro no existía, ni fuera por no ser
conocidas las muy particulares circunstancias de un país en que se necesitaba
conocer a todos y a cada uno y sus relaciones. Me dijo, por último, que vendría
esto a ser presa de los extranjeros, no es clase de propiedad extranjera, sino

42
dominando ellos y nosotros haciendo los gastos como propietarios, obligados a
mantener productiva la finca”. 41

Venezuela terminaba su prodigiosa aventura independentista en el total


fracaso. Y en la absoluta orfandad de sus padres fundadores. Las catástrofes
recién empezaban. Serían la fuerza de gravedad que le impediría alcanzar la
grandeza de una democracia emancipada. Hasta el día de hoy.

41
Citado por Francisco A. Encina, Op. Cit., Tomo 1I, Pág. 289.

43
LA MALDICIÓN DE BOLÍVAR

Se mueve Bolívar ya encumbrado a la afanosa búsqueda del liderazgo de


las fuerzas revolucionarias, que aún no termina de conquistar y de cuya jefatura
es uno de los aspirantes en pugna, entre algunos otros, bajo las coordenadas del
natural maniqueísmo amigo-enemigo. Ubicado en la antípoda de la
reconciliación deseada por el Generalísimo. Que alcanzará, meses después y
tras los inicios de la llamada Campaña Admirable, las cimas de la guerra a
muerte y la devastación de Venezuela. Para lo cual, resulta obvio señalarlo,
según su narrativa legitimadora y rebelde él y su estirpe no tienen la más mínima
relación con España, a cuyos hijos nacidos en la península ha de darse muerte
sin consideración a sus ideas políticas, como lo estipulan el Convenio de
Cartagena, pergeñado en enero de 1823 por el coronel Antonio Nicolás Briceño,
“el Diablo”, que establece los premios a ser obtenidos por quien presente las
cabezas de españoles europeos necesarios como para aspirar a las recompensas
debidas, o el Decreto de Guerra Muerte, tan feroz y delirante como el de Briceño
Quintero, que usaba el cráneo de un peninsular a suerte de tintero, firmado por
Bolívar el 15 de julio de 1813 al culminar la primera etapa de su Campaña
Admirable en la ciudad de Trujillo. Tampoco tiene Bolívar muchísimo menos
que ver con la corona española, con la que hace nada ha coqueteado, con cuyas
autoridades provinciales ha mantenido las más cordiales relaciones y de las
cuales ha obtenido el beneplácito de un pasaporte especial para dejar el país en
guerra. Como si no descendiera de vascos, su linaje no se hubiera encumbrado
a las máximas alturas nobiliarias de Tierra Firme luego de recibir las debidas
encomiendas, los suyos no hubieran conquistado tierras y dominios con

44
expediciones punitivas y él no hubiera disfrutado hasta hace pocos años de los
salones de la realeza en Madrid y el afecto de la corte, su padre no hubiera hecho
acopio de discriminación y racismo contra quienes, como el padre de Francisco
de Miranda, carecían de sus títulos de nobleza. Y no hubiera pertenecido a esa
casta que comenzaba a gozar del progreso material de la provincia, tal como
debe reconocerlo con dolor cuando ya es demasiado tarde para echar pie atrás.42

“Sería inútil llamar la atención de Vd.,” - le escribe desde Kingston el 18


de agosto de 1815 al editor de “The Royal Gazette” – “a los innumerables e
incomparables asesinatos y atrocidades cometidos por los españoles para
destruir a los habitantes de América después de la conquista, con el fin de
conseguir la tranquila posesión del suelo nativo. La historia relata ampliamente
aquellos espantosos acontecimientos que han sido tan profundamente
deplorados por el ilustre historiador Dr. Robertson, apoyado en la autoridad del
gran filósofo y filántropo Las Casas, que vio, con sus propios ojos, esta nueva
y hermosa porción del globo poblada por sus nativos indios, regada después con
la sangre de más de veinte millones de víctimas; y vio también las más opulentas
ciudades y los más fértiles campos reducidos a hórridas soledades y a desiertos
espantosos.”43 Es la visión de una edénica América precolombina, dieciochesca,
rousseauniana y paradisiaca. Y el inicio de la “leyenda negra” de la barbarie

42 “Elapellido de Bolíbar (ortografía vasca) , según unos significa pradera de molino, y según
otra autoridad , ribera (arroyuelo) de molino. Refieren las antiguas crónicas del señorío de
Vizcaya, que en el valle de Ondarroa existía desde tiempo inmemorial una casa-torre con
molino, que era el solar del noble linaje de los Bolíbar, señores de aquellas tierras. En 968
fundaron una iglesia dedicada a Santo Tomás Apóstol, en cambio del derecho de cobrar los
diezmos y de ejercer el patronato perpetuo.” Francisco A. Encina, Bolívar y la Independencia
de la América Española, Tomo II, pág. 298.
43
Obras Completas, Tomo I, Págs. 152,153.

45
colonizadora española. A la que él viene a vengar, como si perteneciera a la
tribu de Tamanaco.

La visión que ofrece el general Pablo Morillo, en junio de 1815, al arribar


desde la península con 15.000 de sus soldados, veteranos de las guerras
napoleónicas para enfrentar la rebelión suramericana, es, lógicamente, la
opuesta. Culpables de la espantosa tragedia que asuela ahora mismo a Tierra
Firme no son los españoles: son los rebeldes: “En pocos días llegué a
comprender completamente, los sucesos políticos que habían afligido a estos
países y su historia militar. Comprendí su desolación y sus desgracias. Vi los
funestos lugares, antaño testigos de las más terribles carnicerías. Hasta reconocí
las huellas de las hogueras en las cuales habían expirado, en los más afrentosos
tormentos, muchas centenas de españoles europeos contra quienes no se podía,
reprochar otro crimen que su nacimiento en Europa. Todo lo vi con mis propios
ojos.”44

Respecto de las veinte millones de víctima y las causas de su extinción,


existe una abundante bibliografía que descalifica la afirmación de Bolívar y la
sitúa en parámetros científicos. Reproducimos aquí algunos de los aportes
fundamentales: “La crueldad que emplearon los españoles es incontrovertible.
Fue despiadada, brutal y el régimen colonial jamás llegó a tenerla bajo control.
Los españoles, por supuesto, no tenían interés alguno en destruir a los nativos;
hacerlo, evidentemente, habría socavado su institución básica, la encomienda
“, señala Henry Kamen, en su obra Imperio. La Forja De España Como
Potencia Mundial, pg. 153. También afirma, sin embargo, citando la obra de

44
Memoires du General Morillo, Paris, 1826.

46
David Noble Cook Born to Die. Disease and New World Conquest, 1492-1650,
que tal crueldad no pudo ser la causa de la catástrofe demográfica que asoló la
población nativa, dada la escasez de población europea: “Y sin embargo, la
crueldad infligida a los habitantes del Nuevo Mundo fue responsable de sólo
una pequeña parte del desastre subsiguiente. Nunca hubo suficientes españoles
en América para matar al enorme número de nativos que perecieron. Sin
ninguna duda, el motivo principal del catastrófico descenso en la población de
las Américas fueron las enfermedades infecciosas llevadas por los europeos.
Los nativos del mundo atlántico no se libraron de enfermedades ni de
epidemias. Y la invasión europea acarreó nuevas y crueles formas de morir.
Las bacterias que portaban los españoles sacudieron la región caribeña tan
pronto como desembarcó y alcanzaron el continente incluso antes que Cortés.
La primera gran epidemia (de viruela) se produjo en La Española, a finales de
1518, alcanzó México en 1520 y, al parecer, se extendió por América del
Norte y probablemente también por el imperio incaico. [...] El impacto directo
de las enfermedades fue devastador y así lo registraron los indios en sus
crónicas. Hubo otras causas de mortandad masiva, pero todas fueron
indirectas o con efectos a largo plazo. [...]La llegada del europeo, aparte de
las brutalidades que pudiera cometer más tarde, parece haber tenido
únicamente un pequeño papel en la epopeya de un desastre de proporciones
cósmicas. [...] El número total de personas afectadas nunca podrá calcularse
con fiabilidad, pero no es exagerado sugerir que, entre los pueblos indígenas
del Nuevo Mundo, más de un noventa por ciento de las muertes fueron causadas
por enfermedades contagiosas más que por crueldad. Kamen, H., ibid., pg. 154-
156

El ecólogo Jared Diamond, en su obra Armas, gérmenes y acero,


ganadora de un premio Pulitzer y varios premios al mejor libro científico (entre

47
ellos el Royal Society Prize for Science Books), estima el impacto de las
enfermedades introducidas por los europeos en un 95% de la población: “La
viruela, el sarampión, la gripe, el tifus, la peste bubónica y otras enfermedades
infecciosas endémicas en Europa tuvieron un papel decisivo en las conquistas
europeas, al diezmar a muchos pueblos en otros continentes. Por ejemplo, una
epidemia de viruela devastó a los aztecas tras el fracaso del primer ataque
español en 1520 y mató a Cuitláhuac, el emperador azteca que sucedió
brevemente a Moctezuma. A lo largo de América, las enfermedades
introducidas por los europeos se extendieron de tribu a tribu mucho antes de la
llegada de los propios europeos, matando a un porcentaje estimado del 95% de
la población nativa americana existente a la llegada de Colón.” Jared
Diamond, Guns, germs and steel - A Short History of Everybody for the Last
13,000 Years, Págs. 77-78

Concuerda con el historiador Alfred Crosby quien en su libro


"Imperialismo ecológico" plantea como la ecología "europea" consistente en
animales, malas hierbas y vegetales implantados, pero sobre todo las
infecciones y enfermedades prosperaron en América facilitando el triunfo de
los europeos:

“La viruela cruzó por primera vez (...) a finales de 1518 o comienzo del
1519, y durante los cuatro siglos siguientes desempeñaría un papel tan esencial
en el avance del imperialismo blanco en ultramar como la pólvora. Quizás un
papel más importante, porque los indígenas hicieron que los mosquetes y
después los rifles, se volvieran contra los intrusos, pero la viruela luchó muy
raramente del lado de los indígenas. Normalmente los intrusos eran inmunes a
ella así como a otras enfermedades infantiles del Viejo Mundo, la mayoría de

48
las cuales eran nuevas a otro lado de los océanos.” Alfred Crosby,
"Imperialismo Ecológico: la expansión biológica de Europa, 900-1900".

El investigador Jorge Gelman, opinando sobre el debate del genocidio y


la catástrofe demográfica en la Conquista de América, escribe:

“No estoy seguro que el término (genocidio) sea el más adecuado, aunque
no hay ninguna duda de la magnitud de la mortandad entre los pueblos indígenas
americanos, que siguieron a la invasión y conquista europea. Las razones son
muy variadas: seguramente desde el punto de vista cuantitativo lo peor fueron
las enfermedades, pero estuvieron potenciadas por la explotación, las
hambrunas, la separación de las familias por los sistemas de trabajo forzado.”

Respecto al mismo debate, y en línea con Henry Kamen, la historiadora


argentina María Sáenz Quesada niega las imputaciones de exterminio
sistemático argumentando que los europeos no podían eliminar a su mano de
obra: “Yo no diría que hubo asesinatos masivos, diría que hubo luchas. Los
aztecas y Cortés por ejemplo lucharon. Masacres deliberadas para matar
indígenas no hubo, por la simple razón de que eran la fuerza de trabajo que los
españoles iban a usar.”

Robert McCaa introduce también las devastaciones ecológicas como


factor agravante de la catástrofe demográfica: “El rol de las enfermedades no
puede ser entendido sin tener en cuenta el cruel tratamiento a que se sometió a
la masa de la población nativa (migración forzada, esclavitud, demandas
laborales abusivas, y tributos exorbitantes) y la devastación ecológica que
acompañó la colonización española.”

Las últimas investigaciones reportadas, entre otros investigadores por


Ashild Vagene, de la Universidad de Tubinga, en Alemania y publicadas en la
revista científica Nature Ecology & Evolution, demuestran que debido a una

49
fiebre entérica – cocoliztil o pestilencia - habrían fallecido a partir de 1545 15
millones de aztecas, el 85% de la población estimada. Y ello sucedió ocho años
después que fallecieran otros 8 millones por causa de la viruela. Es evidente que
si bien la espantosa mortandad que sufrieran las poblaciones indígenas luego de
la llegada de los españoles a América se debió a las enfermedades desconocidas
que transmitieran a una población carente absolutamente de los debidos
anticuerpos. Achacar esos millones de muertes al asesinato por mano
conquistadora es un hecho insostenible.

No es, pues, la razón de Bolívar referirse al pasado, sino denunciar la


brutalidad desatada por la barbarie criminal de los españoles tres siglos después
de los hechos de la conquista y colonización, en medio de la ferocidad de la
Guerra a Muerte, pero se abstiene de señalar que ella no ha sido producto del
capricho de los asesinos y mercenarios al servicio de la corona, sino producto
de una declaración suya que no tuvo comedimientos a la hora de fijar
responsabilidades y distribuir culpas y penas. “Antoñanzas” – prosigue - “que
hizo 300 prisioneros americanos en San Juan de los Morros, y a todos los
ahorcó en los árboles y las cercas, y para satisfacer su instinto sanguinario
contemplando los terribles efectos de sus sufrimientos; y para conocer
íntimamente el interior del cuerpo humano, vivas aún sus víctimas, mandó a
sus soldados que las atormentasen de todos los modos posibles y a su antojo,
con puñales, etc., que los despedazaran de todos los modos posibles y a su
antojo, con puñales etc., que los despedazaran de diversas maneras, y todo esto
sucedía a tiempo que, el general Miranda y otros jefes del ejército
independiente, trataban a los prisioneros indistintamente con una clemencia

50
hasta entonces desconocida en los anales de las guerras civiles.” 45 “La natural
ferocidad del carácter español se ha ejercitado, de tan diversos modos, en todas
las provincias de la América del Sur asoladas por sus hostilidades, que no
acabaría nunca el relato de hechos de igual naturaleza a los ya mencionados.
En una palabra, pocos son los españoles de América, ya sean jefes, subalternos,
soldados o civiles que no igualen o puedan compararse a Calleja, Antoñanzas,
Zuasola, Rosete, y Boves.”46

La verdad, dice un antiguo adagio, es la primera víctima de las guerras.


La media verdad es su concubina. Consciente o inconsciente de que divulgaba
una mentira, condenada a convertirse en verdad por su propia culpabilidad,
Bolívar escribe en la misiva que tiene a buen recaudo no firmar con su nombre
sino con el pseudónimo de UN SUDAMERICANO lo siguiente: “El general
Miranda, el venerable canónigo Cortés de Madariaga, el digno secretario de
estado Roscio, el secretario del congreso Iznardi, los coroneles Carabaño,
Castillo, Ayala, Mires y Ruiz acaban de recibir la muerte secretamente en Cádiz
y en Ceuta y aunque esto se ejecutó a consecuencia de un juicio, es, sin
embargo, contrario a la ley de las naciones y a los derechos del hombre, si se
considera que la capitulación entre el general Miranda y el jefe español
Monteverde aseguraba la libertad personal de aquellos infortunados
prisioneros.”47

Del general Miranda y el ominoso suceso que terminara con sus huesos
en La Carrara y su muerte en 14 de julio de 1816, aprehendido y entregado a

45
Ibídem, 154.
46
Ibídem, 155.
47
Ibid.

51
Monteverde por el propio Bolívar, ya hemos dado cuenta. Los sucesos
ocurrieron tres años antes. Y fueron acompañados de la aprehensión de Cortés
de Madariaga y los otros patriotas cercanos a Miranda en las mismas horas y en
torno a las mismas circunstancias. “Presento a V.A esos ocho monstruos, origen
y primera raíz de todos los males y novedades de la América” – escribe en su
oficio de entrega a la corona de los ocho patriotas aprehendidos y encarcelados
por Domingo Monteverde, los mismos “que han horrorizado al mundo entero;
que se avergüencen y confundan delante de la majestad y que sufran la pena de
sus delitos…” Los monstruos eran Juan Germán Roscio, Juan Pablo Ayala,
Juan Paz del Castillo, José Mires, Manuel Ruiz, José Barona, Francisco Isnardi
y José Joaquín Cortés de Madariaga. Los horrores, por lo visto, serían
acreditados de una y otra parte al bando contrario. En cuanto a Cortés de
Madariaga dejaría de serle a Bolívar un venerable canónigo al cabo de algunos
meses, para convertirse en un loco, al que había que negarle el pan y el agua,
cerrarle las puertas de Venezuela y echarlo a morir en las costas de Río Hacha
en cuanto manifestó la osadía de intentar una salida para la grave crisis de
excepción que vivía Venezuela, independizada de España pero carente de un
Estado consolidado y aún sin el debido reconocimiento y legitimación por parte
de los poderes internacionales. Precisamente aquella que buscaran Bolívar y
López Méndez, acompañados por Andrés Bello, en Londres en 1810, sin ningún
éxito. Quiso el canónigo, siguiendo un súbito afán de poder, presidir ese
gobierno republicano y federal de transición, si cabe el término, que, según él,
le reclamaban algunos amigos desde Los Estados Unidos, y en el que, a pesar
de involucrar al mismo Bolívar en rol el más destacado, ya en Angostura a la
espera de terminar por asumir la comandancia de todas las fuerzas rebeldes para
el embate final, apostaba, fiel a las propuestas de Miranda, acompañado del
liderato oriental que no se sometía aún al liderazgo de Bolívar y mediante la

52
labor de una suerte de asamblea nacional constituyente convocada bajo la forma
del llamado Congreso de Cariaco, por dos aspectos que herían mortalmente las
pretensiones de Bolívar: constituir una república estrictamente civil, civilista y
federativa, sin participación ni control del militarismo que ya despuntaba en
Bolívar, y obedeciendo los criterios de una fórmula parlamentarista de corte
anglosajón. Ni estatismo centralizador, ni militares ni jacobinismo. Vale decir:
la Venezuela que rechazaba Bolívar, que la quiso y la tuvo bonapartista,
militarista, jacobina, estatista y guerrera.

La historia la hemos narrado en detalles en la biografía de Cortés de


48
Madariaga. Buscando reunir tras suyo todas las fuerzas rebeldes, Bolívar
intenta inútilmente conquistar para su empresa al canónigo, que se encuentra
acompañado del procerato oriental – Zea, Mariño, Piar y Bermúdez, entre ellos,
de los cuales Piar sería posteriormente fusilado por Bolívar, por las mismas
razones de celo imperial - que no responde al requerimiento. Ante lo cual
Bolívar tampoco responde al suyo. Ya embarcado en el proyecto del Congreso
de Cariaco encuentra la frontal oposición de Bolívar, quien menosprecia el
esfuerzo de lo que llama despreciativamente el “congresillo”, lo condena a una
rápida desaparición, “como un trozo de casabe en agua cliente” y condena toda
veleidad política del venerable canónigo diciéndole por mampuesto al prócer
margariteño Santiago Mariño, futuro ductor junto a Páez de La Cosiata, y a
quienes lo acompañaban: “aquí no manda el que quiere, sino el que puede”. Lo
escribe en carta del 6 de agosto de 1817 desde Guayana a su amigo Don Martín
Tovar Ponte. En ella pone de relieve el autocratismo dictatorial que lo
caracterizara hasta el fin de sus días:

48Antonio Sánchez García, José Cortés de Madariaga, Biblioteca Biográfica Venezolana, El


Nacional, Caracas, 2007.

53
“Mi querido Martin:
He recibido una carta tuya muy atrasada, de mayo, y con ella una proclama;
aunque me parece muy buena, no es conveniente; te diré de ella lo que dijo
Sócrates a un amigo suyo que le presentó una bella defensa para que se salvase
de la persecución de sus enemigos. Le respondió, digo, está muy buena pero no
me conviene, porque un par de zapatos, aunque estén bien acabados, no sirven
a todos los pies. El canónigo restableció el gobierno que tú deseas y ha durado
tanto como casabe en caldo caliente. Nadie lo ha atacado y él se ha disuelto
por él mismo. En Margarita lo desobedecieron; y en Carúpano lo quisieron
prender; a bordo lo quisieron poner en un cañón, se entiende para llevar
azotes; aquí ha llegado, y aún no le he visto la cara porque los individuos se
dispersaron, no de miedo sino de vergüenza de que los muchachos lo silbasen.
Yo he usado de la moderación de no haber escrito ni una palabra, ni de haber
dicho nada contra el tal gobierno federal y, sin embargo, no ha podido
sostenerse contra todo el influjo de la opinión. Aquí no manda el que quiere
sino el que puede.”

El rencor de Bolívar pudo más que su amor a la libertad. Contrariando su


supuesta ecuanimidad, el 3 de diciembre de ese mismo año de 1817 le escribe
al gobernador comandante general de Guayana: “Señor Gobernador: las
intrigas e imposturas con que el canónigo José Cortés Madariaga vino a turbar
el orden y trastornar el gobierno establecido en la república han producido no
sólo dolorosos males que nos agitaron en los meses pasados, y que U.S. calmó
en parte, sino que saliendo del interior del Estado han ido hasta los países
extranjeros a obrar sus perniciosos efectos. En recuerdo de aquellas
calamidades, el conocimiento que tengo de su autor y la íntima convicción de

54
que en todos tiempos y circunstancias en que llegue a presentarse a algunos de
nuestros puertos, no tendrá otro objeto que repetir sus sediciones, me obligan
a prevenir a Ud. que, en el momento mismo que se sepa que el canónigo José
Cortés Madariaga ha arribado a cualquiera de los puertos o pueblos de esta
provincia, o haga Ud. asegurar y conservándole privado de comunicación, me
dé parte, sin pérdida de tiempo, para comunicarle el modo con que debe ser
tratado y remitido a la capital para ser juzgado. Dios guarde a Ud. muchos
años. Simón Bolívar.”

La sombra del canónigo persigue al Libertador, quien no pierde ocasión,


así esté enfrascado en asuntos de Estado de vital y trascendental importancia,
de dedicarle sus puñaladas a quien, ya viejo y achacoso, inútil y derrengado,
aunque poseído de sus furias habituales, se verá en la obligación de exiliarse en
Río Hacha y esperar la muerte. Su última aventura se la juega junto al coronel
Mariano Montilla, que invade Venezuela desde Colombia y asesta importantes
derrotas a las tropas españolas que ya van de retirada. Lo acompaña el
presbítero. Le escribe Simón Bolívar a Montilla desde Cúcuta, el 21 de julio de
1820, luego de indicarle sus obligaciones y tareas y darle la buena nueva de que
lo ascenderá a general: “Si algún faccioso llegara al territorio del mando de Ud.,
hágalo reembarcar para que no moleste ni embarace el curso de los negocios
políticos. El canónigo es loco y debe tratarse como tal”.

Pobre canónigo. Le había caído la maldición de Bolívar. Salió favorecido


por el destino, como también Mariño, a quien sólo la mesura de última hora de
un calculador Bolívar salvara del fusilamiento: a Piar le costaría la muerte.

55
LA MALDICIÓN DE BOLÍVAR

La palabra dictador tiene, en Bolívar, resonancias magníficas. “Todos los


departamentos del Sur me han aclamado dictador; puede ser que todo
Colombia haga otro tanto, y entonces el camino se ha franqueado infinitamente
más de lo que yo esperaba”, le escribe al Gran Mariscal Andrés de Santa Cruz
desde Guayaquil, el 14 de septiembre de 1826, mientras se dirigía a resolver los
problemas surgidos en Venezuela con la insubordinación del general Páez y la
insurrección de Valencia, primera gran fractura de su proyecto histórico. Sus
palabras indican que para el Libertador la dictadura era un régimen de gobierno
perfectamente legítimo y beneficioso que permite el dominio de una
personalidad carismática y poderosa, situada muy por encima de sus semejantes
y capaz, así como dispuesto, a echarse sobre sus hombros la responsabilidad por
el mantenimiento del orden y la estabilidad institucional de las repúblicas en
tiempos de inestabilidad política. “La dictadura” dirá dieciséis años después el
diplomático y político conservador español Juan Donoso Cortés “en ciertas
circunstancias dadas, en circunstancias como las presentes, es un gobierno
legítimo, es un gobierno bueno, es un gobierno provechoso, como cualquier
otro gobierno; es un gobierno racional, que puede defenderse en la teoría,
como puede defenderse en la práctica. Y si no, señores, ved lo que es la vida
social.”49 Seguía el acierto del senado romano al salvar la República mediante
el expediente de entregarle el poder pleno y absoluto, en dos ocasiones, aunque
limitado a seis meses y con la comisión de resolver un problema concreto de

49
Juan Donoso Cortés, Obras Completas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1946, Pág.
189.

56
política interior o exterior, al ex senador Cincinato,50 retirado de sus
ocupaciones publicas para ocuparse en sus labores de labranza. Mucho más aún
si se trata de darle consistencia legal y densidad orgánica a una sociedad recién
independizada políticamente, sin ninguna tradición republicana y democrática,
aun en pañales. Que ya asomaba sus abismos. Ante los nubarrones que se le
presentan a su utopía emancipadora cuenta con una inmensa, una cesariana
confianza en sí mismo: ante los desacuerdos de los partidos “no habría ninguna
esperanza de acuerdo pacífico si yo no me presentara allí. Afortunadamente yo
soy el punto a donde vienen a reunirse todos los partidos, todos los intereses y
todos los deseos por opuestos que sean entre sí. Esta confianza me hace el
árbitro y el componente de sus diferencias…De todos los puntos de la
República he recibido invitaciones para ir a serenar la tempestad que los
amenaza, poniendo todos sus destinos y su suerte en mis manos.” La tempestad
no amainaría y su mera voluntad ya no sería suficiente como para encauzar los
desbordes sociales. La llamada Cosiata vendría a desmentirlo de manera
trágica. Y a frustrar para siempre sus utópicas esperanzas. Sus empeños –
obtener la independencia política de las provincias americanas respecto de la
corona española – se habían logrado. Ahora comenzaba el caos, la disolución,
la anarquía. Y su muerte. Desatados los demonios no habría dictadura capaz de
volver a la paz colonial, convertida en la utopía a contramano.

“La dictadura ha sido mi autoridad constante”, le escribe Bolívar a


Santander el 14 de octubre de 1826, conmovido en medio de los graves sucesos
de la separación de Venezuela de la Gran Colombia propiciada bajo el nombre

50 Lucio Quincio Cincinato, (519 a. C.-439 a. C.), patricio, cónsul, general y posteriormente
dictador romano durante un breve periodo por orden del senado.

57
de “reforma” por el general José Antonio Páez y la pardocracia oligárquica
venezolana, y de “Cosiata”, por el habla popular, decidida a conquistar su
autonomía al precio de una guerra civil. “Esta magistratura” – prosigue
aclarando su concepto de dictadura –“es republicana; ha salvado a Roma, a
Colombia y al Perú.” Para de seguidas expresar lo que siente verdaderamente
del parlamentarismo, su antípoda: “Supongamos que un congreso se reuniera
en enero ¿qué haría? Nada más que agriar los partidos existentes, porque a
nadie satisfaría y porque cada uno traería sus pasiones y sus ideas.” Para
termina expresando sin melindres lo que verdaderamente piensa del
parlamentarismo: “Jamás un Congreso ha salvado a una República.” Piensa
entonces seguramente en el Congreso de Cariaco, que en su momento habrá
representado para él todo lo que le provocaba animadversión, propiciado por el
presbítero chileno Cortés de Madariaga y el procerato oriental, entre quienes se
encontraba Mariño, uno de los promotores de la llamada Cosiata, “esa carrera
indecente propiciada por Páez”. Pero ya en su Manifiesto de Cartagena del 15
de diciembre de 1812, 14 años antes, la ha culpado de todos los desastres que
dieran al traste con la primera República: “Los códigos que consultaban
nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica de
Gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que,
imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección
política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que
tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y
sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios y de cosas, el
orden social se sintió extremadamente conmovido, y desde luego corrió el
Estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien pronto se vio
realizada.” Ni una sola mención a su derrota de Puerto Cabello y su escandaloso
fracaso militar. Es de esa naturaleza autocrática y dictatorial, en cambio, el

58
mandato que se le concede, con los brazos abiertos, en las provincias del Sur,
en Quito y en Guayaquil, en donde, además de aceptarse su propuesta
constitucional – mezcla de monarquía y dictadura, de democracia plebiscitaria
y poderes hereditarios – se le otorga el mandato presidencial. Lo que, de hecho,
lo colma de satisfacción, como no se cansa de reiterarlo en la correspondencia
que mantiene con los protagonistas de la crisis terminal del sueño
grancolombiano.

Pero además la América española ya sufre de lo que medio siglo después


el hijo de su joven intermediario Antonio Leocadio Guzmán, el prócer liberal
Antonio Guzmán Blanco compara con un cuero seco: se le controla por un
extremo y se alza por el otro. Mientras el sur se entrega mansamente a los
dictados de Bolívar y se postra ante Sucre, su delfín, el norte se rebela y
amenaza con la disgregación, el caos, incluso la guerra civil. La Venezuela que
ha abandonado a su suerte y a la que le ha negado las más mínimas atenciones
en esos años dedicados a extender, mediante la Campaña del Sur, sus dominios
hasta Perú y Bolivia, se aturde en su anarquía, pretende sacudirse el yugo que
le impone el mismo Bolívar y Santander, su segundo, el vicepresidente,
otorgándole un papel de segundona de la Gran Colombia.

Se extiende la rebelión a partir de la insurrección de Valencia, que sale


en defensa del general Páez, convocado de urgencia a rendir cuentas ante el
senado de Cundinamarca por los problemas que ha causado su operación de
recluta para allegarles refuerzos en su campaña del Sur, aprestándose a
sacudirse lo que considera un abuso insoportable: el dominio de Bogotá sobre
Caracas. De Santander sobre Páez. Y de la oligarquía colombiana por sobre la
nueva oligarquía venezolana. Son meses de angustia y desesperación, de

59
preparativos bélicos, de rechazo frontal al Libertador que debe regresar a la
carrera a poner las cosas en orden en Caracas. Si bien Bolívar retarda su llegada
durante algunos meses para enfrentar la situación en condiciones más
favorables. “Entre tanto continúa en todo su encono el partido de Páez contra
el gobierno” – le escribe al general Andrés de Santa Cruz, el 5 de noviembre de
1826 -, “sin que en este laberinto de intereses y pasiones se entiendan unos con
otros, ni sepa yo aun a que decidirme. En la duda la sabiduría aconseja la
inacción, y éste es el partido que he seguido desde que pisé a Colombia; esta
resolución me da la ventaja de poder obrar después con más acierto y conocer
con más exactitud los intereses de esta querida patria que dejé joven, pero sana
y robusta, y encuentro ahora flaca y llena de males. En este lamentable estado
yo no se qué hacer y en la alternativa en que me encuentro el pueblo será mi
guía.” Dictadura o nada. “¿Qué haría yo en medio de ese caos? Mi única
resolución es pasar a Venezuela a terminar aquella disidencia y a preguntarle
al pueblo lo que desea; lo mismo haré con toda la república, si toda ella me
proclama dictador; y si no lo hace no admito mando ninguno, pues tengo
demasiado buen tacto para dejarme atrapar por esos imbéciles facciosos que
se llaman liberales.”

Por su parte le ha escrito el 8 de agosto al general Páez haciéndole ver la


inmensa gravedad de la situación: “Los elementos del mal se han desarrollado
visiblemente. Diez y seis años de amontonar combustibles van a dar el incendio
que quizás devorará nuestras victorias, nuestra gloria, la dicha del pueblo y la
libertad de todos. Yo creo que bien pronto no tendremos más que cenizas de lo
que hemos hecho.” No le causó el menor efecto al segundo hombre de la guerra
independentista venezolana, que estaba decidido a jugarse la vida por la
independencia política de Venezuela y convertirse en el primer político de la

60
república. Pero se va haciendo carne en él la decisión de apartarse
definitivamente del poder. Le ha escrito el mismo 8 de agosto de 1826, a la
contraparte del conflicto, el general Santander: “No creo que se salve Colombia
con la constitución boliviana” – su postrer e inútil recurso –“ni con la
federación ni con el imperio. Yo estoy mirando venir el África a apoderarse de
la América y todas las legiones infernales establecerse en nuestro país…las
costas van a dar la ley a esas pobres provincias de la sierra que no merecen
ser víctimas de esas hordas africanas…pero lo serán. Mis temores son los
presagios del destino; los oráculos de la fatalidad.”

La rebelión de Valencia se desata y amenaza con degradarse hasta


provocar la guerra civil. El 1 de octubre, cinco meses después de declarada la
rebelión y sin tener aún noticias de Bolívar, el árbitro de la circunstancia, los
oficiales que obedecen las órdenes de Páez deciden respaldarlo ante las
manifestaciones disidentes del coronel Felipe Macera y el Batallón Apure,
reafirmando “que han decidido derramar hasta la última gota de su sangre en
la defensa de la causa de la reforma…y declaramos y juramos que
acompañaremos a S.E. el Jefe C. Y M. de Venezuela,” – José Antonio Páez – “y
moriremos a su lado si fuera necesario en defensa de la causa de la reforma,
porque no podríamos vanagloriarnos de haber librado al país de enemigos si
quedásemos sin un Gobierno que administre sus necesidades, y sensible al
rango que ocupa en este continente. Y con esta firme determinación lo
prometemos y juramos por nuestro más sagrado honor y por nuestra espada.
Caracas, 1 de Octubre de 1826.” Es una declaración de guerra que desconoce
y desafía de una plumada la suprema autoridad del Libertador. El ciclo
independentista ha llegado a su fin.

61
Puestas las cartas de la rebelión sobre la mesa, Bolívar no tendrá más
remedio que ceder y dar por finiquitado su proyecto histórico. Incluso renunciar
a la idea de la dictadura, su mejor carta, de la que le ha dicho a Santander el 19
de septiembre que “en esta confusión la dictadura lo compone todo porque
tomaremos tiempo para preparar la opinión para la gran reforma de la
convención del año 31, y en tanto calmamos los partidos de los extremos. Con
las leyes constitucionales no podemos hacer más en el negocio de Páez que
castigar la rebelión: pero estando yo autorizado por la nación lo podré todo.”
Las hazañas de Bolívar han llegado a su fin. No sin razón, Carlos Pereyra,
afirma que “Bolívar no es un general; es Sísifo”: “Casi todos los panegíricos de
Bolívar exaltan, en un sentido con razón, lo que constituye precisamente la
causa de la esterilización de su genio en los resultados de la obra. Bolívar, se
dice, fueun guerrero que dio cerca de quinientas acciones de armas,
directamente por medio de sus capitanes: que peleó catorce años; que subía y
bajaba los Andes para nuevas conquistas y para reconquistar lo perdido; que
con legiones de sombras hacía una epopeya; que después de perdida una
campaña y de verse agobiado por una dolencia mortal, hablaba de
vencer…Todo esto, en su conjunto, es trágico, y alguien ha dicho, con mucha
razón, que aquel hombre estaba condenado a hacer ladrillos sin paja. Los
catorce años de lucha son, por lo menos, doce de lucha estéril, - enérgica,
continua, genial, pero estéril -; porque el territorio que ayer se ha ganado
mañana se pierde, y porque todo avance hacia el enemigo está compensado por
la anarquía que viene a la retaguardia. En tales condiciones, Bolívar no es un
general; es Sísifo”. 51

51
Op. Cit. Pág. 11.

62
Ya ni siquiera la dictadura le era posible: las cosas se le habían ido de las
manos. En Venezuela y en el resto de América Latina. La Independencia de
España, esa y solo esa había sido su obra. La construcción de las repúblicas
quedaba entregada al arbitrio de las circunstancias, que como lo reconociera
después, no eran halagüeñas. Estaba a punto de sufrir la primera y definitiva
gran derrota política, de la que no se recuperaría jamás. Y para su inmensa
desgracia se la infieren sus propios ejércitos en su propio país. Quien se
enfrentaba a Bolívar era un hombre que si bien no disponía de un liderazgo
ornado de los ribetes heroicos y míticos que ya acompañan a Bolívar,
proclamado como el rey sin corona de unas repúblicas tambaleantes, dispone
de tanta o mayor popularidad como para hacerle el pulso. Cuenta Ker Porter que
el intendente de la provincia, Cristóbal Mendoza, al darle cuenta del acto del
Cabildo en que se respaldara la decisión de Páez de negarse a presentarse en
Bogotá para ser enjuiciado por el senado y le delegara el mando a Páez, no
hacía más que reconocer un hecho palmario: la entrega del mando a Páez se
debía “no sólo al noble carácter del hombre, sino el hecho de que su
popularidad e influencia sobre el pueblo de la provincia eran tan grandes, que
sólo él era capaz de mantener el orden en la población y, por su autoridad,
evitar ultrajes de las tropas u otras gentes mal dispuestas. Y agregó que sin
duda alguna, si Páez hubiera persistido en ir a Bogotá después de renunciar a
su mando, la mayor anarquía y el pillaje hubieran sido la consecuencia en toda
Venezuela.”52

Bolívar, rebosando de amargura, debe reconocer que ha perdido la


partida. La “torpe máquina” administrativa construida a partir del 19 de abril de

52
Ker Porter, op.cit. Pág. 97.

63
1810 y legitimada con la Constitución de 1821 ha echado a andar y ha
demostrado tropezar en las ruedas de su propio engranaje pues está dirigida, son
sus palabras, por “pigmeos”: “Yo, por servir a la patria, debiera destruir el
magnífico edificio de las leyes y el romance ideal de nuestra utopía. Colombia
no puede hacer otra cosa, fallida como está, sino disolver la sociedad con que
ha engañado al mundo, y darse por insolvente. Sí señor, éste es el estado de las
cosas, y a mi despecho tengo que conocerlo y decirlo”. La Gran Colombia ha
pasado en pocos años de la utopía al engaño: es una estafa. “En una palabra,
mi querido general, cada día me confirmo más en que la república está disuelta,
y que nosotros debemos volver al pueblo su soberanía primitiva, para que él se
reforme como quiera y se dañe a su gusto. El mal será irremediable, pero no
será nuestro, será de los principios, será de los legisladores, será de los
filósofos, será del pueblo mismo; no será de nuestras espadas. He combatido
por dar la libertad a Colombia; la he reunido para que se defendiese con más
fuerza; ahora no quiero que me inculpe y me vitupere por las leyes que le han
dado contra su voluntad: este será mi código, mi antorcha; así lo he dicho a
todo el pueblo del Sur, y así lo diré a todo Colombia. He combatido las leyes
de España, y no combatiré por leyes tan perniciosas como las otras y más
absurdas por ser espontáneas, sin necesidad siquiera de que fueran dañosas
como las de una metrópoli. Un congreso de animales habría sido, como el de
Casti, más sabio.” Son las palabras finales con las que establece un hiato
insuperable entre “los doctores, los filósofos, los legisladores, los liberales
imbéciles y los tontos execrables”, culpables según él de todos los males, y los
hombres de espada, el honor y la gloria. La más temible y hasta hoy insuperable
maldición de Bolívar: el militarismo.

64
El balance final de la utopía fracturada no podía ser más trágico.
Anticipaba para Venezuela y Colombia la visión apocalíptica, consumada ya y
expresada dos años después en Una visión de la América Española para toda
la región, sin excepción alguna: “Querido general” – le confiesa a Santander lo
que le oculta a Páez, el indecente de La Cosiata, a quien sin duda no considera
merecedor de confesiones íntimas, “perdone usted mis desahogos, pues no los
puedo soportar y rebosan en mi pecho. Los intrigantes han destruido la patria
del heroísmo, y tan solo nosotros sufriremos, porque hemos estado a la cabeza
de estos execrables tontos.” La maldición, como un boomerang, le daba en el
rostro.

Su recurso al pueblo como juez de última instancia, determinante y


soberano de sus destinos históricos era literario, demagogia de auto
convencimiento, no obedecía a una conciencia histórica real. Así se lo debe
confesar al general J. J. Flores, presidente del Ecuador, esa “republiqueta” en
manos de la pardocracia: “Desgraciadamente, entre nosotros no pueden nada
las masas, algunos ánimos fuertes lo hacen todo y la multitud sigue la audacia
sin examinarla justicia o el crimen de los caudillos, más los abandonan luego
al punto que otros más aleves los sorprenden. Esta es la opinión pública y la
fuerza nacional de nuestra América.”

La conclusión postrera al final de la elipse de su vida al frente de la


revolución suramericana no puede ser más definitoria: “Vd. Puede considerar
si un hombre que ha sacado de la revolución las anteriores conclusiones por
todo fruto tendrá ganas de ahogarse nuevamente después de haber salido del
vientre de la ballena: esto es claro.”

65
Fueron sus últimas palabras, al borde del sepulcro, escritas el 9 de
noviembre de 1830, a escasos 28 días de su muerte. Su última proclama, escrita
en San Pedro Alejandrino, la redacto el 10 de diciembre. Su último deseo: que
cesaran los partidos. No cesaron. Regresaba al vientre de la ballena.

66
LA MALDICIÓN DE BOLÍVAR

Toda historia es, al presente y respecto del futuro, inédita, pero toda
historia está encadenada a su pasado. Debe cumplirse y agotarse en el pie
forzado de sus orígenes y cargar, como también lo señalara Alexis de
Tocqueville, con un pecado original. Que la persigue, acecha, y vuelve a
asaltarla como un mal endémico. Insuperable. Es multifacética, prismática,
susceptible de distintas y a veces divergentes interpretaciones. Es más: la
historia, que creemos resuelta, muchos olvidaron y las inmensas mayorías
desconocen, sólo es comprensible y su comprensión puede sernos de verdadera
y auténtica utilidad desde el más inmediato presente. Que es cuando, por lo
menos provisoriamente, se desentrañan sus últimos efectos.

Basta leer los textos acerca del Libertador, nuestra Némesis, para
comprender el estado en que se encontraba la sociedad venezolana al momento
de requerir el testimonio de sus obras, pensamientos y acciones: si se lo hizo en
un momento de apaciguamiento de sus desafueros, calmadas sus entrañas y
enrumbada hacia un futuro cercano y promisorio, relucen los delirios
bolivarianos bajo un tamiz de indulgencias y a la luz de la mejor buena voluntad,
como lo hiciera Augusto Mijares en plena democracia liberal. O si, como nos
sucede al presente, quisiéramos auxiliarnos en su conocimiento acuciados por
los últimos coletazos autocráticos y dictatoriales de esos mismos delirios, esa
historia refracta y nos abre a una dimensión desconocida. Desafueros y
coletazos provocados no sólo por la aviesa mala interpretación respecto de la
que prevenía al joven Antonio Leocadio Guzmán, sino por los siniestros efectos

67
causados por la aún pendiente metabolización de su influencia formadora o
deformadora. El mismo Mijares apuesta a la influencia social revolucionaria del
Libertador, que considera todavía pendiente y perfectamente actuante, cuando
espera que su ejemplo sirva a la emancipación de las masas oprimidas, sin
siquiera imaginar que esa apuesta terminaría por provocar el mayor desastre de
la historia venezolana.

Debo confesar mi estupor ante flujos cambiantes, sorprendentes y a veces


absolutamente incomprensibles en el pensamiento y la acción de Bolívar, que
pueden darle razón a los criterios más controversiales. ¿Cómo es posible que el
mismo personaje que se arrastra humillado por su fracaso ante Miranda,
rogándole indulgencia ante su desastroso fracaso militar reconociendo, con
sorprendente humildad, su absoluta carencia de preparación bélica como para
dirigir un combate, y pidiéndole, por lo mismo, lo libere de la responsabilidad
de tener que participar en futuros combates mientras se recupere de la
humillación o lo ponga bajo el mando del más infeliz e incapacitado de los
soldados, pocos días después lo acuse de traición a la patria, haga amago de
querer fusilarlo y lo entregue al jefe de las tropas invasoras, condenándolo con
ella a su muerte? ¿Cómo es posible que utilice esa entrega para obtener un
pasaporte y apenas cuatro meses después proclame desde Cartagena las causas
de la pérdida de la Primera República, de las que él parece eximirse, como si no
hubiera tomado parte causal en ellas, cargue contra todas sus autoridades y
exponga con la experticia de un avezado estratega en asuntos de guerra las
razones del fracaso militar de las tropas republicanas así como la inconsistencia
de los filósofos que creyeron habérselas con “una república aérea”?

68
¿Le mentía Bolívar, el joven coronel que no había disparado un tiro, a
Miranda, el anciano combatiente de cien batallas? ¿Debemos creer en su
atribulada confesión de minusvalía y su promesa de enmienda? ¿O debemos, en
vista de los hechos inmediatamente posteriores que la desmienten aviesamente,
suponer que prefirió salvar su vida y dejar perder Puerto Cabello para precipitar
la pérdida de la Patria Boba? ¿Apostó desde siempre a su propio y único
liderazgo, preparando maquiavélicamente su huida a la Nueva Granada y
comenzar desde otras bases y bajo mejor fortuna la reconquista de Venezuela?
¿O fue un genio sobrehumano capaz de aprender en cuatro meses las intríngulis
del arte de la guerra, sacarse de encima una adversidad monumental, limpiar el
terreno de competidores y hacerse a la conquista del liderazgo del inevitable
enfrentamiento, en perfecto conocimiento de los espantos de la guerra a muerte,
los combates que enfrentaría, las luchas desesperadas que libraría para hacerse
con el control de la situación y el colosal esfuerzo que debería acometer para
lograr el imperio que perseguía?

¿Quién era, quién fue, quién llegaría a ser Simón Bolívar? ¿Cuál era el
vínculo existencial, político y espiritual que lo unía al Generalísimo? Que
existía un entendimiento de fondo sobre los peligros que acechaban a la Patria
Boba, no quedan dudas. El desencuentro tuvo que ver, antes bien, con la manera
de enfrentársele: Miranda, anclado en el pasado y pretendiendo salvar lo aún
salvable, Bolívar, apostando con su ímpetu juvenil y prometeico al porvenir.
Así lo ve Indalecio Liévano Aguirre: “Por desgracia para el joven caraqueño,
en el ámbito de este desacuerdo se revelaron también las desavenencias que no
tardarían en distanciarlo de Miranda. Porque ante la catástrofe que ambos
pretendían cercana, Bolívar reaccionaba lanzándose con entusiasmo a la
lucha, buscando el camino que le permitiera poner su energía y su juventud al

69
servicio de la República y Miranda, dominado por sombrío pesimismo, sólo
captaba con lucidez la desorganización del gobierno, la indisciplina de las
fuerzas armadas, la falta de conocimientos técnicos en los oficiales del ejército
y allá en el fondo de su alma se arrepentía de haber dejado a Londres para
ponerse al frente de esta revolución, que a quien había conocido la Francia
jacobina y la Francia napoleónica, no podía menos que parecerle ridícula
mascarada.”53 Ridícula, hasta entonces, sin la menor duda. Trágica y sangrienta
muy pronto, sin ninguna otra esperanza.

He aquí las cartas que en la grave circunstancia de su derrota y la pérdida


de la República le dirigiera al Generalísimo54:

Puerto Cabello, 1 de julio de 1812.

SEÑOR GENERAL FRANCISCO MIRANDA.

Mi general:
Un oficial indigno del nombre venezolano se ha apoderado, con los
prisioneros del Castillo de San Felipe, y está haciendo actualmente un fuego
terrible sobre la ciudad. Si V.E. no ataca inmediatamente al enemigo por la
retaguardia, esta plaza es perdida. Yo la mantendré entre tanto todo lo posible.

Simón Bolívar.

Caracas, 12 de julio de 1812.

53
Indalecio Liévano Aguirre, Bolívar, Caracas, 1974. Pág. 80.
54 Simón Bolívar, Obras Completas, Tomo I, págs. 32 ss.

70
SEÑOR GENERAL FRANCISCO MIRANDA.

Mi general:

Después de haber agotado todos mis esfuerzos físicos y morales ¿con qué
valor me atreveré a tomar la pluma para escribir a Vd. Habiéndose perdido en
mis manos la plaza de Puerto Cabello? Mi corazón se halla destrozado con este
golpe aún más que el de la provincia. Esta tiene la esperanza de ver renacer de
en medio de los restos que nos quedan, su salud y libertad, pues nada es más
ciertoque aquel pueblo es el más amante a la causa de la patria y el más opuesto
a la tiranía española. A pesar de la cobardía con que, al fin, se han portado los
habitantes de aquella ciudad, puedo asegurar que no por eso han cesado de tener
los mismos sentimientos. Creyeron nuestra causa perdida porque el ejército
estaba distante de sus cercanías. El enemigo se ha aprovechado muy poco de
los fusiles que teníamos allí, pues la mayor parte de ellos los arrojaron a los
bosques los soldados que los llevaban, y los otros quedaban muy
descompuestos: en suma creo que apenas lograron doscientos por todo.
Espero se sirva Vd. Decirme qué destino toman los oficiales que han
venido conmigo: son excelentísimos y en mi concepto no los hay mejores en
Venezuela. La pérdida del coronel Jalón es irreparable, vale él solo por un
ejército.
Mi general, mi espíritu se halla de tal modo abatido que no me siento con
ánimo de mandar un solo soldado; mi presunción me hacía creer que mi deseo
de acertar y mi ardiente celo por la patria, suplirían en mi los talentos de que
carezco para mandar. Así ruego a Vd., o que me destine a obedecer al más
ínfimo oficial, o bien que me de algunos días para tranquilizarme, recobrar la

71
serenidad que he perdido al perder a Puerto Cabello; a esto se añade el estado
físico de mi salud, que después de trece noches de insomnio y de cuidados
gravísimos me hallo en una especie de enajenamiento mortal. Voy a comenzar
inmediatamente el parte detallado de las operaciones de las tropas que mandaba
y de las desgracias que han arruinado la ciudad de Puerto Cabello, para salvar
en la opinión pública la elección de Vd. Y mi honor. Yo hice mi deber, mi
general, y si un soldado me hubiese quedado, con ese habría combatido al
enemigo; si me abandonaron no fue por mi culpa. Nada me quedó que hacer
para contenerlos y comprometerlos a que salvasen la patria; pero ¡ah! ésta se ha
perdido en mis manos.”

Simón Bolívar.

Caracas, 14 de julio de 1812.

AL SEÑOR GENERAL FRANCISCO MIRANDA.

Mi general:
Lleno de una especie de vergüenza me tomo la confianza de dirigir a Vd.
el adjunto parte, apenas es una sombra de lo que realmente ha sucedido.
Mi cabeza, mi corazón no están por nada. Así suplico a Vd. me permita
un intervalo de poquísimos días para ver si logro reponer mi espíritu en su
temple ordinario.
Después de haber perdido la última y mejor plaza del estado, ¿cómo no
he de estar alocado, mi general?

72
De gracia no me obligue Vd. a verle la cara! Yo no soy culpable, pero
soy desgraciado y basta.
Soy de Vd. con la mayor consideración y respeto su apasionado súbdito
y amigo.

Simón Bolívar.

Adición.- Todavía no han llegado aquí los oficiales que vinieron


conmigo.

A tres días de haber redactado y enviado esta misiva, con sus ejércitos en
desbandada, como lo demuestra el tenor de las cartas del propio coronel Bolívar,
ya Miranda ha tomado la firma decisión de capitular y buscar, en un acuerdo
que salve lo que quede por salvar y evite los desastres de una guerra perdida, un
fin a la conflagración. Con tal fin, dicta:

"Habiéndose prestado el señor Comandante General de las tropas de la


Regencia Española a una conferencia con dos comisionados que deben
remitirse del ejército de la Confederación de Venezuela, y habiendo enviado
ya el pasaporte que debe servirles de salvoconducto para su tránsito hasta la
ciudad de Valencia, marchan efectivamente los nombrados para esta
comisión que son los ciudadanos José de Sata y Bussy, teniente coronel de
artillería, secretario de Guerra de la Confederación y mayor general del
ejército, y Manuel Aldao, teniente coronel de ingeniería, acompañados de sus
respectivos edecanes. Estos sujetos van autorizados para tratar y estipular con
el señor don Domingo de Monteverde medidas de conciliación entre ambos

73
partidos, reservando su aprobación y ratificación al Generalísimo de los
Ejércitos de Venezuela que por su parte los ha nombrado.

Cuartel General, 17 de julio de 1812.

Francisco de Miranda

El 25 de Julio, Miranda y Monteverde firmaban la Capitulación de San


Mateo. Había muerto, oficialmente, la primera república de Venezuela.

Nada obstaba para que Miranda tomara la decisión de cerrar el capítulo


de su aventura caraqueña, atara sus bártulos, recogiera sus pertenencias, en
especial su amada y venerable biblioteca, con los papeles de su travesía por la
historia europea y americana de la segunda mitad del siglo XVIII y parte del
XIX y se embarcara para otros destinos. ¿En qué manos quedaban los restos de
la Patria Boba? ¿En los de Bolívar, el derrotado coronel en su primer combate,
el de Puerto Cabello? ¿En las de Sata y Bussy o Manuel Ardao, encargados de
negociar por encargo de Miranda la capitulación con las tropas españolas?

Decide embarcarse cinco días después de la capitulación y confiado en el


respeto mutuo de sus términos en el Sapphire, el mismo navío que lo trajese
desde Londres en diciembre de 1810, ordenando le fueran llevados sus bienes
y preparándose a embarcar esa misma noche con destino a Curazao desde el
Puerto de La Guaira, ya secretamente en manos de los vencedores a través del
gobernador Casas, que se ha pasado a las filas de Monteverde. Y quien en un
alarde de infamia sin precedentes lo invita a alojarse en su casa para hacerlo
víctima de la emboscada que se le ha preparado para hacerlo prisionero y
entregárselo a las autoridades peninsulares.

74
Jamás se refirió Bolívar al infamante hecho de que fuera principal
protagonista a escasos 13 días de haberle escrito a Miranda la confesión de sus
peores debilidades: entra junto a otros dos confabulados a la habitación en que
duerme el Generalísimo, que lo cree su amigo y discípulo, lo amordaza, propone
fusilarlo y termina por entregarlo a las autoridades triunfantes que sellan, con
ese hecho, la debacle final del primer capítulo de la independencia de
Venezuela. Entre esas cartas a Miranda y su manifiesto del 27 de noviembre al
Soberano Congreso de la Nueva Granada y su memoria del 15 de diciembre a
los ciudadanos de la Nueva Granada, sólo se cuida en su correspondencia del
rescate, resguardo y usufructo de sus bienes en Tierra Firme. Y sólo se refirió
posteriormente a ellos, para usarlos como prueba de la inhumanidad de las
autoridades de la Corona, como si él no hubiera tenido la menor responsabilidad
en los hechos, cuando tres años después, el 18 de agosto de 1815 le escribe
desde Kingston al editor de “The Royal Gazette” en una carta que firmo como
UN SUDAMERICANO lo siguiente: “El general Miranda, el venerable
canónigo Cortés de Madariaga, el digno secretario de estado Roscio, el
secretario del congreso Iznardi, los coroneles Carabaño, Castillo, Ayala, Mires
y Ruiz acaban de recibir la muerte secretamente en Cádiz y en Ceuta y aunque
esto se ejecutó a consecuencia de un juicio, es, sin embargo, contrario a la ley
de las naciones y a los derechos del hombre, si se considera que la capitulación
entre el general Miranda y el jefe español Monteverde aseguraba la libertad
personal de aquellos infortunados prisioneros.”55

55
Ibid.

75
¿Cómo interpretar el olvido, cómo rememorar los hechos, cómo
interpretar la felonía? Son los misterios de la maldición de Bolívar. Nuestra
Némesis.

76
LA MALDICIÓN DE BOLÍVAR

En enero de 1813, ya cerrado el ciclo de la Primera República, liquidado


su liderazgo y encarcelado el liderazgo prisionero en las mazmorras de fuertes
ubicados en Venezuela y Puerto Rico, a la espera de ser trasladado a Cádiz y a
Ceuta, Bolívar inicia a pocos meses de su autorizada salida a Curazao su Batalla
Admirable desde Cartagena. Su objetivo final: reconquistar el dominio de
Venezuela, llegar a Caracas y expulsar de Tierra Firme a los invasores que, bajo
el mando de Monteverde, asuelan sus provincias bajo el mando del asturiano
Boves, de Antoñanzas y otros caudillos peninsulares. Se inicia con
indescriptible barbarie y ferocidad la guerra que terminará tras más de diez años
de sangrientos e innumerables enfrentamientos, batallas y combates con la
devastación de Colombia y Venezuela, el afianzamiento de la Independencia en
todo el continente y la expulsión de España de todo su territorio, salvo el de
Cuba, que permaneciera en sus manos hasta la victoria de los Estados Unidos y
el definitivo retiro de las tropas coloniales ya a comienzos del siglo veinte. Su
ferocidad alcanzó tales extremos, que en su obra Bolívar y Washington, el
historiador mexicano Carlos Pereyra comenta: “Lo extraño de aquella lucha es
que haya quedado algo en pie y alguien para referirlo”.56

Los prolegómenos de ese ciclo, que culmina con el establecimiento de la


Segunda República, fueron anunciados en sendos documentos que sentarán las
bases de esa conflagración que recibiera el mismo título de ambas propuestas

56
Carlos Pereyra, Bolívar y Washington, Un paralelo imposible. Editorial América,
Madrid, 1915.

77
estratégicas: Guerra a Muerte. El primero de ellos fue obra del general
venezolano Antonio Nicolás Briceño Quintero, apodado “El Diablo”,
reconocida su ilimitada crueldad, que solía exhibir usando a modo de tintero la
calavera de un español vencido y firmando con sangre de una de sus víctimas,
como en efecto lo hiciera con su famoso convenio de Cartagena. Dice así:

CONVENIO DE CARTAGENA
PLAN PARA LIBERTAR A VENEZUELA
16 DE ENERO DE 1813

Antonio Nicolás Briceño Quintero

“A nombre del pueblo de Venezuela”


Las proposiciones siguientes se hacen para emprender una expedición de
tierra, con el objeto de liberar mi patria del yugo infame que pesa sobre ella.
Las cumpliré con exactitud y fidelidad, pues la justicia las dicta y un resultado
importante debe seguirlas.
1. Serán admitidos como parte de la expedición todos los criollos y
extranjeros que vengan a presentarse; les serán mantenidos sus grados; los que
no hayan estado bajo armas, obtendrán los grados correspondientes a los
empleos civiles en los cuales han estado ocupados y en el curso de la campaña
cada quien tendrá ascensos proporcionados a su valor y a sus talentos
militares.»
2. Como el objetivo principal de esta guerra es el destruir en Venezuela la
raza maldita de los españoles de Europa, sin exceptuar los insulares de
Canarias, todos los españoles están excluidos de esta expedición, por buenos

78
patriotas que parezcan, puesto que ninguno de ellos debe ser dejado vivo.
Ninguna excepción, ningún motivo será admitido. Como aliados de los
españoles, los oficiales ingleses no podrán ser recibidos sino con el
consentimiento de la mayoría de los ofíciales nacidos en el país.
3. Las propiedades de los españoles de Europa, enclavados en el territorio
liberado, serán divididas en cuatro partes: La una para los oficiales que hagan
parte de la expedición y que hayan asistido al primer enfrentamiento: La
repartición se hará por iguales partes, sin consideración por el grado. El resto
pasará al Estado. En los casos dudosos, la mayoría de los oficiales presentes
decidirá la cuestión.
4. Los oficiales que se nos unan después de la primera acción, podrán -
con el consentimiento de los otros oficiales-, ser admitidos en la repartición de
las propiedades conquistadas.
5. Las propiedades de los naturales del país serán respetadas y no entrarán
en la repartición. Si el gobierno los juzga traidores a la patria, la confiscación
de sus bienes será totalmente en provecho del Estado.
6. Para llenar exactamente estas condiciones, los bienes serán repartidos
sobre el terreno en cada ciudad en que entraron las tropas republicanas sin
otro plazo que el que la persecución del enemigo pudiera necesitar. Los
muebles que no se puedan retirar, ni transportar, ni separar fácilmente, serán
vendidos en subasta. El Estado retendrá los hatos y toda clase de víveres. Si
provienen de españoles europeos, la mitad de su justo valor retornará en
beneficio de la Armada.
7. Las armas y municiones tomadas al enemigo serán devueltas al Estado
por una suma moderada que se repartirá conforme al Artículo 3o. El Estado se
encargará de organizar las caballerías, reservándose la propiedad de los

79
caballos. Las armas y municiones tomadas en el combate, pertenecerán
exclusivamente al Estado.
8. Si un oficial o soldado es juzgado digno de una recompensa en dinero
por alguna acción distinguida, la masa común costeará los gastos. Fuera de
este caso, la masa común no será tocada.
9. Para tener derecho a una recompensa o a un grado, bastará presentar
un cierto número de cabezas de españoles de Europa o de insulares de
Canarias. El soldado que presente veinte cabezas será distinguido en actividad;
treinta cabezas valdrán el- grado de subteniente; cincuenta, el de Capitán, etc.,
etc., etc.
10. El sueldo será pagado cada mes. El cuadro que sigue mostrará las
asignaciones. (Nota: Las compañías de carabineros y de caballería serán
pagados como la Artillería; solamente la caballería tendrá cada día dos reales
por caballo y un Capitán Comandante 100 piastras por mes).57

Coronel . . ...................... 230 piastras


Teniente Coronel .......... 150 piastras .

Compañía de Fusileros
Capitán ........................... 66 piastras
Subteniente .................... 44 piastras

57 Piastra: Unidad monetaria usada en la Gran Colombia antecesora del Peso. Peso o piastra
de 10 reales igual a 5 francos. Ejemplo: En 1821, justo después de la independencia, el precio
de la harina en Bogotá era de 8 piastras la carga (10 arrobas); una fanegada de terreno baldío de
bajo precio costaba dos piastras en las inmediaciones de la costa, y una piastra en el interior. Por
una piastra diaria una persona encontraba todo lo que se necesitaba en una posada acabada de
inaugurar.

80
Abanderado ................... 30 piastras
Sargento Mayor ............ 18 piastras y seis reales
Sargento Segundo ......... 15 piastras
Caporal........................... 11 piastras y dos reales
Tambor ........................... 11 piastras y dos reales
Soldado ........................... 7 piastras y cuatro reales

Compañía de Artillería
Capitán ............................ 80 piastras
Teniente ........................... 50 piastras
Subteniente ..................... 38 piastras
Sargento Mayor ............. 22 piastras y cuatro reales
Sargento Segundo ......... 16 piastras ysiete reales.
Tambor ........................... 13 piastras y tres reales.
Soldado ........................... 9 piastras y tres reales

11. Como suplemento al sueldo será dada por día una ración al soldado,
dos a los Tenientes y abanderados, tres a los Capitanes, cuatro a los Mayores
y a los Tenientes Coroneles, cinco a los Coroneles. Cada ración será de una
libra de carne, una libra de pan y un cuarto de ron o de guarapo cuando sea
posible adquirirlos. Quien no tome su ración, tendrá derecho a dos reales de
indemnización.
12. Cada oficial podrá tomar a su servicio un hombre de su compañía, pero
sin que ello signifique dispensa de ir a combate.
13. Una ventaja moderada será deducida a quien tenga necesidad de entrar
en campaña.

81
14. El oficial o soldado que faltare a los deberes de subordinación, será
severamente castigado. Quien quiera que en un combate vuelva la espalda al
enemigo o lance contra sus compañeros de armas, palabras descorazonadoras,
podría ser muerto sobre el terreno de acuerdo con la orden de un oficial, y si
no será juzgado por un Consejo de Guerra.
15. Una vez salidos de la ciudad, todos los oficiales y soldados serán
mantenidos y costeados. Les serán suministrados medios de transporte por
tierra y por agua.

Cartagena de Indias, 16 de enero de 1813, año tercero de la Independencia.


Los abajo firmantes, habiendo leído lo anterior, aceptamos las disposiciones y
lo acreditamos por conformarse en un todo con lo aquí escrito. En fe: de lo cual
por «nuestra propia voluntad y con nuestra mano, lo firmamos: Antonio
Rodrigo, Capitán de Carabineros y José Debraine, Luis Marquis,
Lugarteniente de Caballería Georges H. Delon B. Henríquez, Subteniente de
Cazadores, Juan Silvestre Chaquea Francisco de Paula Navas.

Pablo Morillo inserta el documento de Briceño Quintero en sus memorias


como prueba de la barbarie con que procedían las fuerzas independentistas con
el siguiente preámbulo: “Mi primer cuidado se dirigió a tomar las
informaciones más exactas sobre los sucesos pasados, las personas y la
situación de las Provincias. Comprobé con horror que el genio de la discordia
había desolado a Venezuela; que el odio, las venganzas y el resentimiento de
los partidos habían causado reacciones y hecho correr torrentes de sangre; en
fin, que se proseguía con el más grande encarnizamiento, la “guerra a muerte”.
Guerra bárbara, escandalosamente proclamada por los disidentes en términos

82
que inspiraban la más viva indignación. He aquí este vergonzoso monumento
de sus furores…” Un documento que deslumbra por su irracionalidad, barbarie
y crudeza. ¿Cómo habría de saberse, como se estipula en el artículo noveno,
que las cabezas presentadas por los aspirantes con el objeto de competir a algún
grado en el respectivo cuerpo del ejército libertador habían pertenecido a un
español, ya fuera europeo o canario? ¿Por la fisonomía?

Culminada la primera etapa de la Campaña admirable comandada por


Simón Bolívar en la ciudad de Trujillo, publica allí el 15 de junio de ese mismo
año el que será su propio decreto de Guerra a Muerte, más a tenor con los usos
y costumbres de guerra aplicadas en Europa, que regirá hasta la firma de la
regularización de la guerra. Es del siguiente tenor:

Simón Bolívar, Brigadier de la Unión, General en Jefe del Ejército del Norte,
Libertador de Venezuela.

A sus conciudadanos Venezolanos:

Un ejército de hermanos, enviado por el Soberano Congreso de la Nueva


Granada, ha venido a libertaros, y ya lo tenéis en medio de vosotros, después
de haber expulsado a los opresores de las Provincias de Mérida y Trujillo.

Nosotros somos enviados a destruir a los españoles, a proteger a los


americanos y establecer los gobiernos republicanos que formaban la
Confederación de Venezuela. Los Estados que cubren nuestras armas están
regidos nuevamente por sus antiguas constituciones y magistrados, gozando
plenamente de su libertad e independencia; porque nuestra misión sólo se

83
dirige a romper las cadenas de la servidumbre que agobian todavía a algunos
de nuestros pueblos, sin pretender dar leyes ni ejercer actos de dominio, a que
el derecho de la guerra podría autorizar.

Tocados de vuestros infortunios, no hemos podido ver con indiferencia las


aflicciones que os hacían experimentar los bárbaros españoles, que os han
aniquilado con la rapiña y os han destruido con la muerte; que han violado
los derechos sagrados de las gentes; que han infringido las capitulaciones y
los tratados más solemnes; y en fin han cometido todos los crímenes,
reduciendo la República de Venezuela a la más espantosa desolación. Así,
pues, la justicia exige la vindicta, y la necesidad nos obliga a tomarla. Que
desaparezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo
infestan y han cubierto de sangre; que su escarmiento sea igual a la
enormidad de su perfidia, para lavar de este modo la mancha de nuestra
ignominia y mostrar a las naciones del universo que no se ofende
impunemente a los hijos de América.

A pesar de nuestros justos resentimientos contra los inicuos españoles,


nuestro magnánimo corazón se digna, aún, a abrirles por última vez una vía a
la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir entre nosotros
pacíficamente, si detestando sus crímenes y convirtiéndose de buena fe,
cooperan con nosotros a la destrucción del gobierno intruso de la España y al
restablecimiento de la República de Venezuela.

Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa por
los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo y castigado como
traidor a la patria, y por consecuencia será irremisiblemente pasado por las

84
armas. Por el contrario, se concede un indulto general y absoluto a los que
pasen a nuestro ejército con sus armas o sin ellas; a los que presten sus
auxilios a los buenos ciudadanos que se están esforzando por sacudir el yugo
de la tiranía. Se conservarán en sus empleos y destinos a los oficiales de
guerra y magistrados civiles que proclamen el Gobierno de Venezuela y se
unan a nosotros; en una palabra, los españoles que hagan señalados servicios
al Estado serán reputados y tratados como americanos.

Y vosotros, americanos, que el error o la perfidia os ha extraviado de la senda


de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan
sinceramente vuestros descarríos, en la íntima persuasión de que vosotros no
podéis ser culpables y que sólo la ceguedad e ignorancia en que os han tenido
hasta el presente los autores de vuestros crímenes, han podido induciros a
ellos. No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos
ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos. Contad con una
inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de
Americanos será vuestra garantía y salvaguardia. Nuestras armas han venido
a protegeros, y no se emplearán jamás contra uno solo de vuestros hermanos.

Esta amnistía se extiende hasta los mismos traidores que más recientemente
hayan cometido actos de felonía; y será tan religiosamente cumplida que
ninguna razón, causa o pretexto será suficiente para obligarnos a quebrantar
nuestra oferta, por grandes y extraordinarios que sean los motivos que nos
deis para excitar nuestra animadversión.

Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no

85
obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos,
contad con la vida, aun cuando seáis culpables.
Cuartel General de Trujillo, 15 de junio de 1813. Simón Bolívar.

Valga la descripción del componente social de la población venezolana


para hacerse una idea aproximada de los candidatos a ser pasados por las armas
si se aplicaba al pie de la letra la ordenanza de la Guerra a Muerte, tanto en su
versión Briceño como en la Bolívar. “El cálculo más digno de fe sobre la
población de Venezuela en 1800, es el de Alejandro de Humboldt y de Aimé
Bonpland, basado en los censos parciales, los datos estadísticos, las relaciones
y los informes de los curas párrocos, misioneros, empleados de hacienda y
demás funcionarios, confrontados con los elementos de control de que era
posible disponer en esa fecha. Tomando en cuenta las rectificaciones, a nuestro
juicio justificadas, que hizo más tarde Humboldt al cálculo primitivo, las
poblaciones de las siete provincias que formaron la Capitanía General, serían,
en números redondos, de 900.000 habitantes, y su distribución más aproximada:

Blancos nacidos en Europa 12.000


Blancos nacidos en América (criollos) 216.000
Castas (mestizos de negros, indios y blancos) 420.000
Esclavos negros (cálculo de Landaeta Rosales) 62.000
Negros libres 70.000
Indios (aborígenes reducidos y libres) 120.000

TOTAL 900.000

86
Hacia 1810 la población venezolana, según reporta Von Humboldt, debió
fluctuar en alrededor de un millón de habitantes.”58 Dada la cifra generalmente
aceptada de un tercio de habitantes del territorio venezolano caídos durante los
espantosos hechos de la guerra civil en que degenerara la lucha independentista,
vale decir, en alrededor de 300.000 víctimas mortales, y no habiendo censado
Humboldt a más de 12.000 españoles nacidos en Europa, a qué casta, a qué raza,
a qué orígenes pertenecían los 288.000 restantes?

En La Democracia en América, Alexis de Tocqueville advierte casi como


un presagio que “los pueblos se resienten siempre de su origen. Las
circunstancias que acompañaron a su nacimiento y sirvieron a su desarrollo
influyen sobre todo el resto de su vida.” Esas circunstancias determinantes del
curso de América Latina y muy en particular de Venezuela y Colombia fueron
los sangrientos sucesos provocados por la guerra a muerte. En su pleno
desarrollo y recién llegado a Venezuela, el 15 de abril de 1815, Pablo Morillo
la caracterizaría como “una de las más sangrientas campañas que han afligido a
Venezuela”. Además del terror, digno del período de igual nombre vivido en
los días más terribles de la Revolución francesa. Su consecuencia más
trascendental, que conformaría el pecado original al que se refiere Tocqueville,
sería su correspondiente complemento orgánico: el militarismo. Su objetivo más
espantoso: trazar una zanja insalvable entre las tropas invasoras y el pueblo
invadido. Un mes después de constatar los rigores de la Guerra a muerte dictaría
Morillo el siguiente decreto, que desmiente sus reiterados propósitos
humanitarios:

58
Francisco Antonio Encina, Bolívar y la Independencia de la América Española, Santiago
de Chile, 1958. Tomo II, Págs. 10-11.

87
Pablo Morillo.

“Prevengo a la Armada que quien quiera que sea encontrado a más de un


cuarto de legua de los pueblos o de las ciudades sin permiso de sus jefes, será
pasado por las armas. Quien sea hallado a una distancia menor y si no puede
probar un objetivo determinado, será tenido como sospechoso y la pena, que
podrá ser aún en este caso la de muerte, será graduada según las circunstancias.
Todo aquel que suministre alojamiento a individuos comprendidos en los casos
precisados, será considerado como cómplice y sujeto a las mismas penas”.

“En consecuencia, ordeno a los jefes de los diferentes cuerpos, publicar en


cada lugar esta decisión, con toda la solemnidad posible y repetir
frecuentemente su lectura, aún en los hospitales militares a fin de que nadie
pueda protestar ignorancia; y que el castigo caiga con justicia sobre los
infractores”.

Cuartel General de Cumaná, mayo, 1815.

El 11 de ese mismo mes, ya instalado en Caracas, volvió a describir el


estado en que encontraba a la provincia en guerra. Sus palabras bastan para
describir el horror inédito que se estaba viviendo en Tierra Firme:

“ Habitantes de Venezuela:”

88
“Años de horror y de desastres han pasado sobre vosotros y fijado la
atención de Europa. La naturaleza se estremece al recuerdo de crímenes
para los cuales vuestro rico y hermoso territorio ha servido de teatro.
Millares de víctimas sacrificadas al furor de los partidos; el hombre de
bien arrojado junto con el criminal; los perjurios y los sacrilegios a la
cabeza de vuestro gobierno; el bienhechor inmolado por la ingratitud. ¡Qué
estado horrible! ¿Y a dónde puede conduciros? A vuestra ruina total.

¡Bien pronto las provincias más fértiles del Nuevo Mundo no serán
más que un vasto desierto!

“Que la Divina Providencia tenga piedad de vuestras desgracias; ella


ha roto el instrumento de su cólera; ello nos ha entregado a nuestro
bienamado Fernando, dotado de la energía de un gran Rey. Este buen
príncipe quiere poner término a la triste suerte de sus hijos queridos
de América; a su voz, los bravos que han dado al traste con el más
detestable de todos los tiranos, navegan desde las riberas del Carona hasta
las de Cádiz; el oro no ha sido economizado; los navíos están armados y
como por arte de encantamiento, tenéis la salvación delante de vosotros”

“Pueblos de Venezuela, vuestros tiranos fundaban sus proyectos


quiméricos sobre la miseria y la opresión de la Metrópoli. De creerles no
existirían ni Península ni Fernando; ellos os engañaban en este como en
todos los otros aspectos. Vosotros podéis ver por vuestros propios ojos:

89
Una Armada llega hasta vosotros, la Armada más numerosa, la más bravía
que haya jamás salido de los puertos españoles, aún en sus tiempos más
prósperos. Está abundantemente dotada y por largo tiempo de todo lo que
sus menores necesidades pudieran exigir. Vuestra Provincia, lo sabéis, no
es por su posición, por su producción, por su comercio, la más importante
para la Monarquía. Calculad ahora ¿cuáles son las miras bienhechoras de
Vuestro Rey, qué fuerzas caerán sobre las regiones que se obstinen de no
unirse al trono de Fernando y cuál será vuestra suerte si no logro
convenceros de vuestros propios intereses? A la menor señal del Rey, la
península entera se precipitará sobre los traidores; las grandes
expediciones preparadas para otras regiones, se reunirán contra vosotros
solos. Soñad en las desgracias que han caído sobre vosotros a causa de las
locas ideas de algunos hombres conocidos por sus desarreglos. ¿En qué se
ha convertido la riqueza de vuestra antigua agricultura? ¿En qué se ha
convertido la abundancia de vuestros puertos y de vuestras ciudades?
¡¿Cuánta sangre ha corrido en medio de vosotros!? ¿Qué familia no ha
sido condenada al dolor? Unid vuestras manos a las de las tropas
victoriosas que llegan hasta vosotros y dad a todos la paz a estas regiones
tan bellas como desgraciadas. Este hierro que habéis arrebatado a la
agricultura para volverlo sobre vosotros mismos, dejadlo que retorne a los
campos; arrancad aún a la tierra las riquezas que oculta en su seno; olvidad
vuestras discordias y a sus autores; olvidadlo todo a nombre del Rey. El
trabajo es la fuente de vuestra abundancia; de él procede toda la felicidad
humana.

90
“Venezolanos: somos vuestros hermanos; pertenecemos a una misma
familia de la cual el Rey es jefe. Las guerras civiles destruyen la fortuna
de las naciones y las tornan despreciables a los ojos de los otros pueblos.
Estrechad los lazos con nosotros; borrad la falta que se os reprocha, la falta
de haber conspirado contra el Rey y la patria, mientras que el más vil de
los monstruos derribaba los tronos.

“No hemos venido a derramar vuestra sangre, no estarnos alterados;


ninguna facción nos hace actuar. Que La Margarita os sirva de ejemplo.
Las tropas del Rey entraron allí a discreción: Y los principales jefes de la
insurrección, con sus Estados Mayores, han permanecido en la isla. Han
jurado fidelidad al Rey Don Fernando VII y nadie ha perturbado su
tranquilidad. Yo les presenté la oliva de la paz, cuando ellos esperaban el
suplicio. Nuestras armas protegerán a los súbditos de Fernando; ellas los
liberarán de toda opresión, ellas harán respetar las leyes. Y a su vista, se
cantarán los Himnos de la paz y nuestras bayonetas se coronarán con el
símbolo de la concordia.

“No temáis por los malvados; desafiad toda sus maquinaciones;


haremos con nuestros corazones un antemural contra ellos; mis tropas
disiparán sus iniquidades porque el Dios de nuestros padres los protege; el
Dios de nuestros padres, contra el cual se dirigen los ataques secretos de
los malvados que os han hecho cambiar la felicidad por un buen ideal”.

91
“Mis poderes sirven para perdonar, recompensar y castigar; obrad de
tal manera que sólo tenga que recurrir al perdón y a las recompensas,
cumpliendo así los deseos del Rey. Pero si me obligáis a sacar la espada,
no atribuyáis al más clemente de los Monarcas los ríos de sangre que
correrán”.

“¡Qué dulce será para mí en mi vejez saber que sois felices! Entonces
me diré con orgullo: los puse en el camino de la felicidad al ahogar los
partidos y a manteneros en la fidelidad debida al Rey”.
Cuartel General de Caracas, 11 de mayo de 1815.
El General en Jefe,
Pablo Morillo

Era la voz del terror, engolada con la falsa ternura de la hipocresía política.
Si bien correspondía a tres siglos de tradición hispanoamericana y al espíritu
único y excluyente con que la monarquía había iniciado el proceso de conquista
y colonización dictado por los reyes católicos en el Siglo XV: “Desde Isabel y
Fernando hasta Felipe II, los monarcas procuraron transportar a América las
instituciones y la legislación de Castilla, en la medida que la diversidad de
estructuras étnicas y los medios lo permitía: ‘siendo de una corona los reinos
de Castilla y las Indias - dice una de las ordenanzas del último – las leyes y
orden del gobierno de los unos y de los otros deben ser los más semejantes y
conformes que ser puedan: los de nuestro consejo, en las leyes y
establecimientos que para aquellos estados ordenaren, procuren reducir la
forma y manera del gobierno en ellas al estilo y orden con que son regidos y

92
gobernados los reinos de Castilla y de León, en cuanto hubiere lugar y
permitieran la diversidad y diferencia de tierras y naciones.’” En su testamento,
la reina Isabel la Católica lo dejó expresamente señalado, ordenándole a sus
servidores en ultramar “que no consientan ni den lugar a que los indios vecinos
y moradores de ls dichas islas y tierras firmes, ganadas o por ganar, reciban
agravio alguno en sus personas y bienes; más manden que sean bien y
justamente tratados”. Carlos V, impresionado por las decisiones del Consejo
de Doctores reunido en 1550 en Valladolid, ordenó suspender la Conquista
‘por la dificultad que había en excusar los daños e graves pecados que se hacen
en tales conquistas’…; y sólo volvió a autorizarla cuando creyó poder arbitrar
las medidas necesarias para prevenirlos.”59

Era, pues, lógico y natural que en ese espíritu de concordia, que llegaba al
extremo de considerar que las provincias de ultramar no eran “colonias”, sino
reinos en el mismo título que Castilla y Aragón, Morillo acentuará, por lo menos
formalmente, el paternalismo con el que pensaba poder reducir y vencer el
espíritu levantisco que amenazaba con arrasar las posesiones de ultramar. Se
encontró con la dialéctica histórica que se imponía, la de la guerra total, con
toda su barbarie y todo su salvajismo. Recién comenzaba. Ese mismo año
viviría la experiencia militar más terrible de su vida de soldado, el Sitio de
Cartagena, que tras 106 días de asedio inclemente, hambre, sed y
desfallecimiento caería en manos de las tropas de Morillo, no por la victoria de
sus armas sino por el abandono de los sitiados. Quienes, para deshonra del
invasor, jamás aceptarían la rendición. Del sitio de Cartagena sobreviviría la
leyenda de la heroicidad sin límites de su población, la inquebrantable decisión
de expulsar a España de los territorios americanos y la vileza de los invasores.

59
Francisco Antonio Encina, Op. Cit., Tomo 1I, Pág.21. Santiago de Chile, 1957.

93
Al concluir el sitio el 6 de diciembre de 1815, tras 106 días de una resistencia
implacable, el parte de guerra daba cuenta del fallecimiento de unas 6.000
personas recluidas entre los muros de la ciudad asediada. El ejército sitiador se
había visto reducido a 3.500 combatientes, 1.825 peninsulares y 1.300 criollos
habían resultado muertos, heridos o habían desertado. Otros 2.000 residentes
estaban moribundos, tirados en calles, casas y hospitales, 2.400 habían escapado
por mar y 400 a 600 por tierra y, por último, 400 prisioneros fueron degollados
en las playas cercanas por Morales, el jefe militar español a cargo del asedio.
La pestilencia era apocalíptica: más de 300 cadáveres en descomposición fueron
recogidos de las calles y plazas el 4 de diciembre, la guarnición del castillo de
San Lázaro había había mermado de 500 a 31 efectivos durante el asedio. La
toma de Cartagena permitió a Morillo adentrarse en el resto del Virreinato. Tras
la restauración del gobierno virreinal se dio lugar a los procesos contra los
líderes independentistas en los juicios a los miembros de la revolución de Santa
Fe, llamado el Régimen del Terror. Cartagena de Indias permaneció bajo control
español hasta 1821. El comandante Manuel del Castillo fue juzgado por un
Consejo de Guerra Permanente siendo fusilado el 24 de febrero de 1816.
Cartagena de Indias quedó arruinada tras el asedio, perdió su dirigencia política
y el papel protagónico que había desempeñado en las costas del virreinato. Si
bien fue reconquistada por los patriotas en 1821 tardó más de un siglo en
recuperar la población que tuviera antes del asedio de 1815.

Eran los primeros resultados de la guerra llevada a la dimensión de un


enfrentamiento de un continente colonizado contra la península colonizadora.
Nuestro pecado original, pues como dijese Cohélet, hijo de David, el predicador
bíblico del Eclesiastés: “Árbol que nace torcido jamás su tronco endereza”.

94
LA MALDICIÓN DE BOLÍVAR

10

Una de las mejores pruebas de que la afirmación de Carlos Pereyra, según


la cual la Guerra a Muerte antes que una revolución fue una campaña de
propaganda armada y de desencajamiento de la implantada estructura colonial,
corresponde a la realidad nos la da el segundo jefe de la guerra civil venezolana,
Juan Antonio Páez en su Autobiografía. Vale la pena citarlo inextenso, para
comprender la sorpresa de Morillo al encontrarse con un paisaje en ruinas y
devastado por los incendios. Corría el año de 1819 y la guerra se encontraba en
todo su furor: “Tenía yo mi cuartel general en este punto” – San Fernando de
Apure -,” a poco del regreso de Bolívar, cuando se presentó Morillo delante de
aquella plaza con cinco mil infantes y dos mil caballos. Yo no disponía entonces
sino de cuatro mil hombres, entre infantes (reclutas) y caballería”.

“Era el ejército de Apure el más fuerte con que contaban los patriotas
en Venezuela, y no me pareció prudente exponerlo contra fuerzas superiores,
no sólo en número, sino en calidad. Por lo mismo, resolví adoptar otra género
de guerra, guerra de movimiento, de marchas y contramarchas, y tratar de
llevar el enemigo a los desiertos de Caribén.”

“Esto resuelto, convoqué a todos los vecinos de la ciudad de San


Fernando a una reunión, en la cual les participé la resolución que tenía de
abandonar todos los pueblos y dejar al enemigo pasar los ríos Apure y Arauca
sin oposición, para atraerlo a los desiertos ya citados. Aquellos impertérritos
ciudadanos acogieron mi idea con unanimidad y me propusieron reducir la

95
ciudad a cenizas para impedir que sirviese al enemigo de base de operaciones
militares muy importantes, manifestándome además que todos ellos estaban
dispuestos a dar fuego a sus casas con sus propias manos cuando llegara el
caso y tomar las armas para incorporarse al ejército libertador. Ejecutóse así
aquella sublime resolución al presentarse el ejército realista en la ribera
izquierda del río. ¡Oh! ¡Tiempos aquéllos de verdadero amor a la libertad!”60
O, por lo menos, de fanatismo, odio al español y furor destructivo.

La devastación de los llanos no sólo fue obra de las tropas invasoras. Fue
resultado, asimismo, de la decisión de hacer tierra arrasada, exactamente como
lo sería al encontrar la culminación de la automutilación venezolano con los
saqueos e incendios provocados por la Guerra Federal, que terminaría por
liquidar al mantuanaje y dejar el territorio llano para el dominio de la
pardocracia. En esa metamorfosis del habitante de las ciudades y los campos,
incorporado nollen vollen al horror de los combates, va infiltrándose el nuevo
carácter del venezolano republicano y fraguándose el sustento del militarismo
que terminará por caracterizar a lo que hubiera podido llegar a ser la sociedad
civil venezolana. “Esta liquidación de la clase poderosa del tiempo colonial
venezolano y la transformación del hombre del campo y de los pueblos en
soldados durante más de una década (1812-1824), que marchan bajo el
comando supremo de Simón Bolívar hasta Ayacucho, en el Alto Perú, marcan
el destino venezolano durante todo el tiempo que vendrá y trazan las
características de su vida política con carácter un tanto distinto, al de las otras
naciones que al igual que Venezuela lucharon por la gran empresa
libertadora”, sostiene el historiador venezolano Ramón J. Velásquez en una de

60
Autobiografía del General José Antonio Páez, Tomo 1, Academia Nacional de la Historia,
Caracas, 1987, Págs. 158 ss.

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la obras más importantes de la historiografía venezolana, La caída del
liberalismo amarillo. “Al constituirse en repúblicas” – prosigue Velásquez – “se
hace patente en Venezuela, la ausencia de los grupos sociales capaces de
establecer desde el comienzo, un contrapeso a la poderosa clase militar que se
había consolidado en los tres lustros de lucha incesante. Esa presencia capaz de
crear un equilibrio permanente entre los diversos sectores nacionales en el
ejercicio republicano sí pudieron lograrlo México, Nueva Granada, Chile y
también la Argentina, después de la caída de Rosas.”61 De la mano y del puño
autocrático y belicoso de Bolívar había nacido la autocracia militar definitoria
de los futuros destinos de Venezuela. Había logrado independizarla del control
imperial español para entregársela a los caudillos armados de las regiones. Con
la consiguiente y desoladora devastación, que el 10 de julio de 1825 llevara a
Bolívar a escribirle a su tío Esteban Palacios:

“Los campos regados por el sudor de trescientos años han sido agotados
por una fatal combinación de meteoros y de crímenes. ¿Dónde está Caracas?
Se preguntará Vd. Caracas no existe; pero sus cenizas, sus monumentos, la
tierra que la tuvo, han quedado resplandecientes de libertad; y están cubiertos
de la gloria del martirio. Este consuelo repara todas las pérdidas, a lo menos,
este es el mío; y deseo que sea el de Vd. ”.

Trescientos años de obras compensados con un puñado de delirios y


vagas ilusiones de gloria. Transcurridos tres años, esas glorias habían mostrado
su naturaleza efímera. La patria lo rechazaba, incluso prohibía su regreso y
hubiera querido fusilarlo. Los lustros de combates incesantes y de carnicerías

61
Ramón J. Velásquez, La caída del liberalismo amarillo, Tiempo y Drama de Antonio
Paredes, Caracas, 2005, pág. 25.

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interminables postergaban honrar sus glorias con décadas de atraso, para llevar
sus despojos al Panteón Nacional. De donde volverían a despertarlos para
someterlos a la barbarie de cultos religiosos afrocubanos. Entraba a la
posteridad con un resultado adherido al militarismo que propiciara: el
caudillismo político, la disgregación nacional, los delirios federalistas y la falta
o frágil existencia de un aparato de Estado que tardaría un siglo en comenzar a
constituirse. Para que, cuando al nacer, se convirtiera en el suplemento perfecto
de una clase política carente de significación, siempre adosada a los dictadores
y tiranuelos regionales, para sucumbir finalmente en la tiranía de Gómez, con
la que, gracias a la irrupción del petróleo desde el subsuelo venezolano, el país
se pudiera encaminar hacia el Estado moderno. ¿Qué nos quedó de Bolívar, el
Sísifo quijotesco, luego de ese aciago 17 de diciembre de 1830, cuando expirara
en la Quinta Alejandrina de Santa Marta, amortajado con una camisa prestada,
mientras Páez, los Monagas y buena parte de su generalato, convertidos en
pocos años de peones de la nada absoluta en terratenientes atragantados con el
botín de sus hazañas, montaban ese feudalismo de caudillos en que se
convirtiera Venezuela luego de doce años de guerras civiles?62 “Sólo nos queda
de Bolívar como presidente de una república en disolución, su repugnancia para
gobernar con una constitución absurda, y su repugnancia para establecer un
poder personal sin límites constitucionales.” Un héroe trágico todas cuyas ideas
“eran geniales y sólidas; pero no ha genio que pueda improvisar las instituciones

62 “Además de miles, (qué digo decena de miles) de reses, el general posee en los llanos
centenares de mulos y caballos en manadas, parecidas a las que he visto en el paisaje de mi
querida y venerada Rusia, y además, cerca del Río Apure posee un establecimiento de no
menor magnitud y cantidades que el de San Pablo. Originalmente Páez era un simple vaquero
que no tenía ni una cabeza de ganado propia. Ahora es el héroe más grande, uno de los más
talentosos patriotas del país, y, además, el ciudadano más rico, tanto en ganado como en
fincas de la República de Venezuela. Todo, todo, ganado valiente, gloriosa y
honorablemente, por servicios prestados a su país.” Sir. Robert Ker Porte, Op. Cit.

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de una alta civilización en cuatro selvas tropicales.” Carlos Pereyra culmina su
esbozo analítico de un Bolívar visto a un siglo de su proeza, mientras su patria
pasa de Cipriano Castro a Juan Vicente Gómez, como “un filósofo, Han muerto
en él sucesivamente, como dice Saint-Beuve, muchos hombres: el joven
romántico de 1804, el diplomático fastuoso de 1810, el jacobino feroz de 1813,
el paladín de 1819, el estadista de Angostura, el imperator de 1825. Sobrenada
entre los restos del naufragio la vela latina de su volterianismo; un sentimiento
de mesura en las cosas y en las ideas; una actitud ecuánime para juzgar de todo;
una sonrisa de amargura. ¿Voltaire he dicho? Sí, Voltaire; la parte alta y
delicada de Voltaire. Voltaire que abre ya sus ventanas hacia el huerto de
Renan.”63
Un héroe genial sacrificado en el vientre de una ballena.

A doce años del bicentenario de su muerte, Venezuela aún no sabe si los


celebrará en dictadura o en democracia, bajo un régimen castrocomunista,
hundido en la miseria, sufriendo el naufragio de una crisis humanitaria de
proporciones desconocidas o recién despierta a otra ilusoria esperanza de
resurrección. En cualquiera de los dos casos, Bolívar será reivindicado como
parte del régimen imperante. La herencia sigue en litigio. La maldición de
Bolívar aún no ha sido exorcizada. De su exorcismo depende el futuro.

63
Carlos Pereyra, Op. Cit., pág. 179.

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