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ABUSOS SEXUALES Y VIOLACIONES A PERSONAS BISEXUALES,

HOMOSEXUALES, TRANSEXUALES, TRANSGÉNERO O

INTERSEXUALES

Carlos García García

Un aspecto que debemos tener en cuenta dentro de los abusos sexuales y

las violaciones y que con frecuencia es pasado por alto tiene que ver con la

especificidad de estas prácticas en el caso de personas no heterosexuales.

Vivimos en una sociedad lgtbifóba. Al igual que ocurre en la violencia de género,

los abusos sexuales se convierten en un mecanismo de control y de coacción que

pueden tener como raíz la homofobia, la lesbofobia, la bifobia, la transfobia o la

interfobia.

LAS VIOLACIONES “CORRECTIVAS”

Persiste la idea generalizada en la sociedad de que las mujeres

homosexuales “se hacen” lesbianas, se convierten. Esta concepción de la

orientación sexual de las mujeres es peligrosa por varios motivos. En primer

lugar, se está negando la legitimidad de la parte de la identidad correspondiente

a la orientación sexual de la persona: las mujeres no deciden sobre sí mismas, ni

mucho menos sobre su sexualidad. En segundo lugar se transmite, de manera

implícita, que hay un mecanismo para subvertir esa transformación en

lesbianas: se trata, por tanto, de mujeres recuperables para el

heteropatriarcado, que pueden ser “curadas”.

El principio de que la homosexualidad se puede curar se circunscribe a

una concepción médica de la orientación sexual que comenzó en el siglo XIX y

1
que se popularizó en el siglo XX, como demuestran los numerosos experimentos

realizados tanto en la Alemania nazi como en la España franquista con la

pretensión de alcanzar un remedio sanador que recuperara la heterosexualidad

de las personas enfermas. Esta óptica ha supuesto la observación de la

homosexualidad como un trastorno del individuo que podía “corregirse”, lo que

ha servido para justificar todo tipo de atrocidades a niveles físicos y psicológicos

hasta nuestros días, cuando aún circulan libros, publicaciones y tratamientos.

Aunque el precio de esa cura sean depresiones, disfunciones sexuales,

trastornos mentales e incluso el suicidio.

Un testimonio de lo que puede suceder en una de esas terapias o

experimentos médicos es el caso de Peter Price, locutor gay de radio en

Liverpool, Reino Unido, quien accedió a someterse a terapia aversiva en plena

adolescencia, en los 60. En 1999 decidió relatar su experiencia de la siguiente

manera:

Me encerraron solo en una institución mental durante 72 horas

con pornografía supuestamente gay y me dieron medicamentos para

hacerme vomitar y provocarme incontinencia. No había lavabo ni

suministro de agua en la habitación. Me dijeron que la siguiente parte del

tratamiento consistía en aplicar electrodos a mis genitales. Después de

tres días supliqué que me dejaran salir (Baird, 2004, p. 26).

No sólo resulta escalofriante y sorprendente el testimonio de Peter Price,

sino que lo es también el hecho de que ante sus declaraciones más de 700

personas contactaran con él para comentarle que habían recibido un

tratamiento similar, como apunta Baird (2004).

2
La denominación de las relaciones sexuales con personas del mismo sexo

como enfermedad continúa estando vigente en la actualidad, incluso en las

sociedades más occidentales y de hecho es el argumento principal de grupos

religiosos para luchar contra su normativización. En el resto del mundo también

se tiende a esa concepción de la homosexualidad como algo “curable” y con la

excusa de buscar el propio bien de la persona se cometen violaciones:

Muchas de las violaciones de derechos humanos de las personas

LGTB en el mundo se realizan en el contexto –o con el pretexto- de

“curas”. Las lesbianas jóvenes son violadas y obligadas a casarse,

especialmente en sociedades donde el matrimonio es prácticamente

obligatorio. La violación de las lesbianas bajo arresto se acompaña a

menudo del comentario de que eso las “curará” de su lesbianismo. Y la

percepción de que la homosexualidad es un desorden que necesita ser

“enderezado” sirve para legitimar tal violencia (Baird, 2004, p. 32).

La gente cree que lo nuestro es una enfermedad y que se nos puede

curar. Por eso muchas lesbianas han sufrido lo que llaman violaciones

correctivas. Te hablo de violaciones múltiples, de varios hombres

abusando a la vez de una joven porque creen que si te violan en grupo te

convencerás de que te gusta ser mujer y de que te gustan los hombres.

Pero es que además, como resultado de esas violaciones, muchas lesbianas

han acabado contagiadas de sida1.


1
Palabras de Jay Mulucha, presidenta de Fem Alliance Uganda en el reportaje “Caza al homosexual” de El
País. http://elpais.com/elpais/2013/04/05/eps/1365159722_377439.html

3
Tal y como recoge Pillay (2011):

Mientras que la violación “correctiva” o “punitiva” se relaciona

principalmente con Sudáfrica, donde la mayoría de los casos

documentados han ocurrido, el problema no se limita a algún país en

particular. Casos de violación “correctiva” han sido reportados en

Uganda, Zimbabwe y Jamaica. En general, violentos crímenes de odio

contra personas lesbianas, gay, bisexuales y transgéneros prevalecen en

todas partes del mundo, con algunos casos particularmente horrendos que

fueron reportados en los Estados Unidos, el Reino Unido, Brasil y

Honduras2.

Ésta no es una cuestión baladí, puesto que en el imaginario colectivo

circulan conceptos relacionados con esta supuesta cura. De hecho, actualmente,

Malta es el único país europeo que ha prohibido la cura de la homosexualidad, y

lo ha hecho muy recientemente3. Según la Ley de Afirmación de la Orientación

Sexual, Identidad de Género y Expresión de Género de este país, cualquier

persona que intente cambiar, reprimir o eliminar la orientación sexual, la

identidad de género y la expresión de género será multada o condenada a

prisión. Esta iniciativa resulta verdaderamente relevante porque reconoce el

derecho de cualquier individuo de decidir por sí mismo su identidad sexual y de

género. En la actualidad vivimos en un clima de pseudotolerancia que hace que

pensemos que este tipo de sucesos ya no se producen, pero la realidad es otra

muy distinta. Por ejemplo, de acuerdo con una encuesta que la organización

Stonewall realizó en 2009 a 1.300 profesionales de la salud mental en Reino


2
http://www.ohchr.org/SP/NewsEvents/Pages/DisplayNews.aspx?NewsID=11229&LangID=S
3
http://www.eldiario.es/theguardian/Malta-cura-prohibir-homosexualidad_0_588641474.html

4
Unido, más de 200 habían ofrecido alguna vez algún tipo de terapia para curar

la homosexualidad de sus pacientes.

Cuando hablamos de este asunto no podemos evitar aludir directamente

a la pornografía y a la cultura del sexo imperante en nuestra sociedad. Ambas

toman el coito como punto clave de la relación sexual y presentan las prácticas

sexuales entre mujeres como un hecho cuyo destinatario es en exclusiva el

varón. Lo importante de una escena en la que dos o más mujeres mantienen

relaciones sexuales no es el placer que sienten sino lo que suscitan en un

hombre o grupo de hombres. De hecho, en el porno heterosexual las escenas

lésbicas suelen culminar con la aparición de un hombre, quien finalmente hace

que las mujeres lleguen a ese clímax únicamente accesible a través de la

penetración. Por supuesto, esta representación tiene consecuencias muy

importantes en el modo en que concebimos el mundo, máxime teniendo en

cuenta que la mayoría de los adolescentes se inician en el sexo partiendo de la

pornografía. De este modo, los machos de esta sociedad han entendido que si

las mujeres son lesbianas lo hacen, exclusivamente, para excitarlos y que en

ningún caso pueden erigir una sexualidad profundamente satisfactoria hasta

que ellos intervengan. Será entonces cuando haya “sexo real” (Cordero, 2005, p.

65). Mientras tanto, las mujeres pueden jugar entre ellas, pero se encuentran

fuertemente desexualizadas en su representación.

Halberstam (1998) nos acerca en Masculinidad Femenina a la curiosa

idea que varios autores han defendido desde hace más de un siglo y que

continúa vigente en cierto modo: la lesbiana masculinizada sería la lesbiana

auténtica, mientras que aquella lesbiana femenina sería vista más como una

invertida social, no sexual, que ha sido rechazada por los hombres o que ha

tenido problemas con ellos, motivo por el que se ha lanzado a los brazos de una

5
lesbiana masculina (p. 240). Esta distinción resulta realmente curiosa por varias

razones. La primera de ellas consiste en el carácter maligno que

deliberadamente se le atribuye a la mujer masculinizada, la cual, de algún

modo, manipula o se aprovecha de la vulnerabilidad de la mujer femenina. Es la

que odia a los hombres y pervierte a otras mujeres, las posee, del modo en que

únicamente puede poseer un hombre. La segunda concierne a la victimización

que se realiza de la mujer femenina, que, confundida o despechada, cae en las

garras de una mala mujer. Como añadido, esta lesbiana, en tanto que es

femenina, puede ser “rescatada” por el sistema heterosexual (Cordero, 2005, p.

60). Es recuperable. Quizás por ello numerosos hombres heterosexuales juegan

a intentar conquistar a la lesbiana, para volver a llevarla por el buen camino o

conseguir que vuelva al redil.

Todos estos factores favorecen que las chicas lesbianas o bisexuales sean

un foco preferente de violaciones por parte de los hombres.

ABUSOS SEXUALES Y VIOLACIONES A HOMBRES

Tampoco es extraño que la violación masculina se emplee para castigar a

los chicos sospechosos de ser gais (Baird, 2004, p. 167). En este caso, más que

de una corrección, se trataría de un castigo, de “dar su merecido” al homosexual

masculino. Además, de esta manera, los hombres heterosexuales encuentran

una manera legítima de dominar llevando a cabo prácticas homosexuales, lo

cual ya de por sí resulta realmente paradójico si no escarbamos un poco en la

ideología del género. Para los chicos, el verdadero “maricón” es aquel que es

penetrado, mientras que el que penetra puede conservar su virilidad intacta. En

6
no pocas sociedades se considera homosexual únicamente al hombre que es

pasivo, mientras que del que es activo se dice que es heterosexual. Ello es

importante porque nos da claves sobre el modo en que se construye

sexualmente la identidad de género de los hombres: una forma legítima de

subrayar la virilidad es dominando a las mujeres, pero también a otros hombres

menos viriles o menos masculinos.

Se entiende que, desde esta perspectiva, que vincula sexualidad y

poder, la peor humillación para un hombre consiste en verse convertido

en mujer. Y aquí podíamos recordar los testimonios de aquellos hombres a

quienes las torturas deliberadamente organizadas con la intención de

“feminizarlos”, especialmente a través de la humillación sexual, las

chanzas sobre su virilidad o las acusaciones de homosexualidad, etcétera.

(Bourdieu, 2000, p. 36).

Así pues, reforzar la homofobia es un mecanismo esencial del

carácter masculino, ya que permite rechazar el miedo secreto del deseo

homosexual. Para un hombre heterosexual, compararse con un hombre

afeminado despierta la angustia de los caracteres femeninos de su propia

personalidad. Tanto más cuanto que ésta ha debido construirse

oponiéndose a la sensibilidad, a la pasividad, a la vulnerabilidad y a la

ternura, en cuanto atributos del “sexo débil”. En este sentido, muchos

hombres que asumen el papel activo en la relación sexual con otros

hombres no se consideran homosexuales. En realidad es la pasividad y no

el sexo de la pareja lo que determina para ellos la pertenencia al género

masculino. Esa pasividad, vivida como una feminización es la que es

susceptible de hacer al sujeto efectivamente homosexual. En cambio, si se

adopta el papel activo, no se traiciona al propio género y no se corre el

7
riesgo de convertirse en “maricón”. De todas formas no basta con ser

activo, sino que hace falta que la penetración no esté acompañada de

afecto, ya que eso podría poner en peligro la propia imagen de la

masculinidad. Así pues, por un efecto de negación, algunos hombres, aun

teniendo relaciones sexuales regulares, pueden rechazar toda identidad

gay y sentir odio homófobo. Este odio sirve para la reestructuración de

una masculinidad frágil, que necesita afirmarse constantemente con el

desprecio del otro no viril: el mariquita y la mujer. (Borrillo, 2001, p. 94).

En palabras de Guasch (2006), “follar varones ‘maricas’ puede ser un

instrumento que los ‘hombres de verdad’ empleen para confirmar que lo son.

Esto último suele expresarse mediante las categorías de ‘activo’ y ‘pasivo” (p.

102). Es decir, que al final la identidad de “género” se reduce a la identidad

sexual. Se es hombre en función de si se es activo en la relación sexual y se es

mujer en la medida en que una/o es penetrada/o. Nuevamente, entra en juego

las polaridades o el binarismo:

Ser activo o pasivo se asocia históricamente a una relación de poder

binaria: dominador-dominado, amo-esclavo, ganador-perdedor, fuerte-

débil, poderoso-sumiso, propietario-propiedad, sujeto-objeto, penetrador-

penetrado, todo ello bajo otro esquema subyacente de género: masculino-

femenino, hombre-mujer (Carrascosa y Sáez, 2011, p. 20).

Es evidente entonces que lo pasivo, lo penetrado, lo dominado tiene que

ser, forzosamente, algo femenino. Dentro de la estructura heteronormativa no

se permite que los hombres, lo masculino, se encuentren en momento alguno en

la posición de pasivo, penetrado o dominado. Esto es impensable. Los hombres

8
de verdad jamás se colocarían en una posición similar. Por este mismo motivo,

uno de los mayores temores de los homófobos es que los homosexuales se

sientan atraídos por ellos y deseen penetrarlos. Es el terror de los terrores. De

hecho, esta idea se encuentra en el epicentro del prejuicio. “A mí ni el bigote de

una gamba”, suelen afirmar orgullosos los hombres heterosexuales para

subrayar su virilidad, dando por sentado que ellos no practican la penetración

en ningún sentido, ni siquiera con jugueteos corporalmente normales, puesto

que al fin y al cabo, en el cuerpo de cualquier ser humano el ano no es más que

otra zona erógena, como Carrascosa y Sáez (2011) defienden.

VIOLACIONES A TRANSEXUALES, TRANSGÉNERO E

INTERSEXUALES

Si la orientación sexual diferente a la heterosexual supone un desafío a

los mandatos de género y se producen violaciones “correctivas” o “punitivas”, el

caso de la transexualidad, el transgenerismo o la intersexualidad se interpreta

como un desafío incluso mayor a las normas establecidas por el género. Para los

individuos socializados en la lgtbifóbia y en el machismo la orientación sexual

puede ser aceptada siempre y cuando la persona encaje en los patrones

asociados a su sexo (ser hombre o ser mujer); en la performatividad asociada a

su genitalidad en definitivas cuentas. Sin embargo, en el caso de transexuales y

transgénero la transgresión a los límites impuestos por el género es

prácticamente obligatoria y es por este motivo por lo que se genera un grado de

violencia incluso mayor: puede ser más grave en tanto en cuanto se encuentra

socialmente legitimada, más incluso que la violencia a homosexuales y

9
bisexuales. Su aceptación es menor y su medicalización encuentra una mayor

aceptación y vigencia.

Las violaciones a personas transgénero, transexuales e intersexuales

están asimismo muy extendidas si nos acercamos al fenómeno desde una óptica

mundial. El abuso sexual hacia un hombre que utiliza ropa de mujer o que tiene

una identidad de género tradicionalmente asociada a una mujer es visto

nuevamente como una mera imposición de poder del varón más masculino

hacia el más femenino por su traición suprema; mientras que en el caso de una

chica que asuma la identidad de género tradicionalmente asociada al hombre se

observa de nuevo una intención “correctiva” de devolver a la mujer a la posición

que le corresponde según la estructura de género: la de dominada. ¿Cómo va a

pretender ser una mujer un hombre? Es algo impensable que es preciso

corregir. La vulneración del cuerpo de la mujer en este sentido es considerado

por la mente del violador o de los violadores como un recurso altamente

efectivo; parecen decir “podrás vestir como un hombre pero no puedes

deshacerte de tu vagina”, que es lo que convierte el cuerpo de la mujer en

vulnerable4.

VIOLACIONES EN PAREJAS DE DOS HOMBRES O DE DOS

MUJERES

Otro aspecto que debemos tener en cuenta es el de las parejas formadas

por dos hombres o por dos mujeres, en cuyo seno también se producen abusos

sexuales y violaciones. El caso más frecuente en el ámbito en el que nos


4
Como explican Nieto (1995) y Viñuales (2002), la sociedad entiende el coito como un pene que penetra a
una vagina, cuando también podría explicarse como una vagina que envuelve a un pene.

10
hallamos es el de dos adolescentes del mismo sexo que mantienen una relación

de pareja o que tienen relaciones sexuales entre ellas/os.

Los abusos pueden producirse por imposición (a través de un forcejeo

físico, por ejemplo), pero también mediante coacción o amenazas. Una de estas

amenazas puede ser revelar al entorno familiar de la víctima su orientación

sexual, un tema especialmente delicado en la adolescencia. No podemos olvidar

que muchas chicas y muchos chicos todavía no han ejecutado lo que se conoce

como “salir del armario”, lo que convierte esta amenaza en un arma muy

poderosa. La persona puede llegar a realizar prácticas sexuales no deseadas o

prácticas de riesgo (sexo sin preservativo, por ejemplo5) con el fin de evitar que

el/la agresor/a ponga de manifiesto su homosexualidad o su bisexualidad.

Del mismo modo que la pornografía heterosexual, la pornografía gay de

hombres ofrece una sexualidad raramente basada en la mutualidad y el respeto.

La imagen del hombre gay que se presenta se corresponde con la de un hombre

obsesionado con la proyección de la masculinidad física y psicológica y con

obtener beneficios del poder masculino y privilegios. Se trata de la sexualidad

del hombre dominante. Esta es la que preferiblemente promueve y erotiza la

pornografía gay para hombres. El resultado es un hombre dominante en acción

que causa daño, incluyendo la violación. Kendall (2004) pone sobre la mesa que

hay mitos análogos a la violencia sexual que se produce contra las mujeres,

como, por ejemplo, el de que cuando un hombre gay dice “no” en realidad

quiere decir “sí”. Esta idea está muy vinculada al estereotipo de que los hombres

siempre quieren sexo y siempre están dispuestos a mantenerlo, especialmente

los hombres homosexuales. Para Kendall, el porno gay, como el porno


5
Toro-Alfonso (1999a y 1999b) y Nieves-Rosa, Carballo-Diéguez y Dolezal (2000) identificaron que un 25
por ciento de hombres gais habían tenido sexo anal sin protección bajo alguna forma de coerción sexual.

11
heterosexual, avala el concepto de que las víctimas disfrutan de la violación. Eso

es lo que demuestra en las escenas en las que se erotiza la violencia y en las

cuales la víctima, reducida a la consideración de objeto sexual, disfruta de esa

penetración forzada en la que además hay consideraciones psicológicas que

“feminizan” al hombre violado. Para Kendall, la pornografía gay representa una

sexualidad que promete al hombre gay el poder que desesperadamente quiere

pero que la sociedad le niega: el poder fundamentado en la violenta degradación

de otra persona.

Por otra parte, Girshick (2002) nos habla del mito de la visión utópica

sobre las relaciones entre mujeres, expresando que las lesbianas creen a pies

juntillas en él para sentir que están a salvo de otras mujeres. Se supone que

como las mujeres han sido socializadas de una forma distinta a los hombres,

siempre serán compañeras. Pero la realidad de su investigación pone de

manifiesto que muchas mujeres son violadas por otras mujeres, a pesar de que

esta realidad se halla fuertemente ocultada. Una de las razones es que las

víctimas de violación por parte de otras mujeres se convierten en parias y las

violadoras raramente son etiquetadas como tales, ya que la sociedad cree que

una mujer no puede violar a una mujer en ningún caso. Girshick (2002) expone

su creencia en que entre un 10 y un 25 por ciento de las lesbianas y bisexuales

han sido forzadas por sus parejas femeninas a tener sexo, un porcentaje igual al

de las mujeres heterosexuales, y afirma que entre mujeres lesbianas y

bisexuales, junto al maltrato, la violencia sexual es una de las mayores

herramientas usadas para controlar y dominar. Asimismo, esta autora define la

violencia sexual como cualquier actividad no deseada, incluyendo actividades

sexuales de contacto y actividades sexuales de no contacto. Entre las primeras se

incluirían tocar partes del cuerpo, besos, penetración vaginal con objetos,

12
penetración vaginal con dedos, sexo oral, frotamientos y ser forzada a hacerse

cosas a una misma. Entre las actividades sexuales de no contacto se

encontrarían forzar a ver pornografía o cualquier otro material sexual explícito y

ser forzada a ver y a oír la actividad sexual en otras personas.

Hay una serie de mitos que influyen negativamente tanto en la detección

de los abusos sexuales en el contexto que estamos describiendo como en la

percepción de la gravedad del problema:

-Un hombre no puede ser víctima de abusos sexuales o de violación. Si

con carácter general se culpa a la mujer de haber “provocado” la agresión

sexual, en los casos en los que el foco se sitúa sobre el hombre se le culpa de no

haber hecho nada para evitarlo; en suma, de no haber sabido defenderse

imponiendo su fuerza como se corresponde al arquetipo de virilidad. Este mito

es peligroso porque pone en entredicho el carácter de víctima del hombre y hace

que tanto la identificación de la persona como víctima como la denuncia de la

situación sea sumamente complicada. La vergüenza de ser un hombre violado y

las dudas por los mitos y estereotipos sociales pueden conducir a la víctima al

silencio y a creer que ha recibido esa violencia en parte porque la merece “por

no haber sido lo bastante hombre como para defenderse de otro hombre más

‘macho’ o más ‘hombre’ que él”.

-Una mujer no puede abusar sexualmente de otra mujer: este mito toma

como base por un lado el hecho de que las mujeres no poseen pene y no pueden

ser violentas sexualmente y por otro lado la idea de que las relaciones entre

mujeres siempre son igualitarias. Las mujeres pueden abusar sexualmente de

otras mujeres y de hecho ocurre como ya se ha expuesto a través de autoras/es

como Girshick (2002). En una relación entre dos chicas puede haber abusos

sexuales y violación.

13
-Cuando hay abusos sexuales entre una pareja de chicos no es

importante, forma parte de su dinámica de relación. Existe una creencia

generalizada de que cuando hay violencia entre hombres no hay desigualdad de

poder y mucho menos cuando existe una relación de pareja entre ellos. En las

parejas formadas por dos hombres puede haber un reparto desigual del poder y

una relación de dominación-sumisión que, por descontado, puede afectar a la

sexualidad entre ambos, pudiendo existir violaciones y abusos sexuales.

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LECTURAS OBLIGATORIAS

-“Niñas y menores LGTBI cruzan México para escapar de abusos sexuales

y ‘violaciones correctivas”. Artículo publicado en Eldiario.es:

http://www.eldiario.es/desalambre/Informe-menores-LGTB-centroamerica-

Unidos_0_652684956.html

-“Los abusos sexuales como arma represiva en el franquismo: ‘A presos

como la Rampona la llegaron a violar hasta 8 veces al día”. Artículo publicado

en Público:

http://www.publico.es/politica/violacion-arma-represiva-fraquismo-dia-

dia-presos-lgtb-modelo-barcelona.html

-Perú: “violaciones correctivas, el terrible método para curar a las

lesbianas”. Artículo publicado en BBC Mundo:

http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/08/150818_peru_violacion

es_correctivas_lesbianas_lv

-“Los menores LGTBI se enfrentan a mayores tasas de abusos sexuales

que el resto”. Artículo publicado en The Objective: http://theobjective.com/los-

menores-lgtbi-se-enfrentan-a-mayores-tasas-de-abusos-sexuales-que-el-resto/

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BIBLIOGRAFÍA

Baird, V. (2006). Sexo, amor y homofobia. Barcelona: Egales.

Borrillo, D. (2001). Homofobia. Barcelona: Bellaterra Ediciones.

Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Octava edición, 2013.

Barcelona: Anagrama.

Carrascosa, S. y Sáez, J. (2011). Por el culo. Políticas anales. Madrid: Editorial

Egales.

Cordero, D. (2005). Acoples subvertidos. México: Fem-e libros.

García, C. (2017). La huella de la violencia en parejas del mismo sexo. Bilbao:

Gomylex.

Girshick, L. B. (2002). Woman to Woman Sexual Violence: Does She Call It

Rape? Hanover: Northeastern University Press.

Guasch, O. (2006). Héroes, científicos, heterosexuales y gais. Los varones en

perspectiva de género. Barcelona: Ediciones Bellaterra.

Halberstam, J. (1998). Masculinidad Femenina. Barcelona-Madrid: Egales.

Island, D. y Lettellier, P. (1991). Men Who Beat the Men Who Love Them.

Battered Gay Men and Domestic Violence. New York: Harrigton Park Press.

Kendall, C. N. (2004). Gay Male Pornography: An Issue of Sex Discrimination.

Vancouver: UBC Press.

Nieto Piñeroba, J. A. (2008). Transexualidad, intersexualidad y dualidad de

género. Barcelona: Ediciones Bellaterra.

16
Rodríguez Madera, S. y Toro-Alfonso, J. (2005). Al margen del género. La

violencia doméstica en parejas del mismo sexo. San Juan, Puerto Rico:

Huracán.

Viñuales, O. (2002). Lesbofobia. Barcelona: Bellaterra Ediciones.

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