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INTRODUCCIÓN
Vivimos en una sociedad cada vez más compleja, no sólo tecnológica, sino también moral y
espiritualmente hablando. Individualismo, competencia, pragmatismo, consumismo,
nihilismo, materialismo, exitismo, falta de compromiso, libertinaje, vacío existencial,
desorientación, relativismo moral, etc. son algunos de los "signos de los tiempos" de la
llamada sociedad posmoderna o de la posverdad. Estos síntomas, dificultan la labor educativa
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no solo de los padres sino también de los colegios y las universidades. Los cambios
vertiginosos en el campo de las ciencias y tecnología plantean nuevos desafíos y problemas,
lo que implica estar atento a estas transformaciones para no quedar obsoleto y responder a
las necesidades del mundo actual.
Es un acto de prudencia preguntarse cada cierto tiempo por los logros, desafíos o fracasos
implicados en la labor educativa. En este sentido, una de las preguntas centrales tiene relación
con los fundamentos que dan sentido a dicha labor, es decir, cuestionarse acerca de la
presencia y vigencia del humanismo cristiano en la USS. Cabe recordar que los pares
evaluadores en el último proceso de acreditación preguntaron “¿de qué modo se ve reflejado
en la práctica los principios del humanismo cristiano?”
¿Por qué es tan importante reflexionar acerca de algo aparentemente tan abstracto como los
fundamentos de la educación o acerca del Proyecto Educativo (PE)? No se debe soslayar la
importancia de los fundamentos antropológicos y éticos de la educación, porque si no
sabemos qué es el hombre, no podremos saber qué es bueno para él. Del mismo modo, si no
conocemos a nuestros estudiantes, no podremos saber lo que es bueno y necesario para ellos.
MARCO TEÓRICO
Antes de explicar grosso modo qué se debe entender por humanismo cristiano, es preciso
despejar algunas confusiones respecto del concepto.
a) visión reduccionista
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han de ser considerados, pero que, sin embargo, no reflejan la esencia del Humanismo
Cristiano, ni puede operar por sí mismo como fundamento valórico de una universidad, que
pretende imprimir un sello a partir de esta impronta.
b) visión equivoca
Un equívoco que es necesario despejar, dice relación con creer que el humanismo cristiano,
es una doctrina religiosa, y, por lo tanto, sería conditio sine qua non adscribir a alguna
religión cristiana, para respetar sus principios y valores. El humanismo cristiano, como
veremos más adelante, es más bien una doctrina filosófica, que asume el dato de la fe, como
una luz que le permite conocer mejor, bajo la premisa de que la “fe y la razón (Fides et ratio)
son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de
la verdad” (Juan Pablo II, Fides et ratio). En este contexto, para pertenecer a esta comunidad
educativa ya sea en calidad de estudiante, académico, o funcionario, a nadie se le exige un
compromiso “religioso”. La USS no es una universidad confesional, es decir, que posee un
permiso y mandato vaticano, ni se rige por las normativas de eclesiásticas, como por ejemplo
la ex corde ecclesiae. En virtud de ello, para pertenecer a esta universidad, ya sea en calidad
de alumno, académico, funcionario o colaborador en diferentes instancias, no es menester ser
católico o cristiano. Sin embargo, cada miembro de esta institución no solo no debe atentar
contra los principios y valores que defiende la USS, sino que, además, debe respetarlos y
promoverlos.
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Podría parecer que adherir a una determinada visión del hombre, del bien, o de la educación,
nos sitúa en una especie de trinchera desde la cual nos parapetamos ante los embates del
mundo. Por el contrario, para quien se declara humanista cristiano, ab initio supone una
actitud de apertura y diálogo con el mundo. El humanismo cristiano, por definición es
dialogante
Este famoso extracto del discurso de Pericles delinea con meridiana claridad el sentido de la
educación para los griegos, centrada diríamos con nuestro lenguaje en la persona, y su fin
último. Esta preocupación por la educación de la persona recibió el nombre de Paidea. Para
el Humanismo Clásico la Paideia (educación) es sinónimo de “cultura”, es decir, el desarrollo
pleno de la persona, en el cual han florecido todas sus virtualidades, o sea, el del hombre que
ha llegado a ser verdaderamente hombre. “Pedagogía” (παιδαγωγική) deriva del griego
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paidos que significa niño/hijo y agein que significa guiar, conducir El pedagogo
(παιδαγωγός) es aquel que conduce a su fin a quien no puede hacerlo por sí mismo.
Cicerón, traduce παιδεία (Paidea) al latín, con la palabra humanitas. En este sentido, educar
es humanizar, lograr que la persona “llegue a ser lo que es” (Píndaro)
Plutarco
1.- Cristo, es el “contenido del estado de virtud (o sea, como causa formal y ejemplar);
2.- La búsqueda de Dios, da un sentido a la propia vida, y en ese contexto es causa final de
la educación;
4.- Síntesis Fe y razón. Las dos fuentes doctrinarias de las cuales bebe el humanismo
cristiano, es la filosofía cristiana y la Doctrina Social de la Iglesia.
Desde una perspectiva histórica uno de los primeros representantes del humanismo cristiano
es San Agustín (354- 430), quien entre su numerosa obra intelectual reflexionó también sobre
la educación en una obra llamada De magistro. Algunas de las ideas principales son las
siguientes:
“La fuerza de la verdad nos debe invitar a aprender; la necesidad de la amistad, a enseñar”
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“En todo lo relativo a la docencia, hay quienes conocen mejor y con más verdad
determinados asuntos, por ello se convierten en autoridades. No para enorgullecerse sino
para servir”
Tomás de Aquino (1224 – 1285) es otro de los representantes del humanismo cristiano. Al
igual que San Agustín, también reflexionó sobre la educación. A él debemos la conocida
definición de educación: “Conducción y promoción de los hijos hasta el estado perfecto del hombre
en cuanto hombre, que es el estado de virtud”
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Educar consiste, entonces, en “hacer” al hombre libre no “a pesar suyo”, como lo pretendía
ya totalitariamente Rousseau, sino a causa suya: Es decir, asumiendo que él, en cuanto sujeto
a ser educado, es diversa y proporcionadamente el “agente principal”, y no el educador, que
es su agente auxiliar y cooperador. Siguiendo a Tomás de Aquino afirma, que quien enseña
no causa la verdad en quien es educado, sino el conocimiento de la verdad en él. La educación
es, así, “educación para la libertad”, en relación, especialmente, al cultivo de las facultades
específicas del hombre, o sea, de la inteligencia y la voluntad. A partir de aquí, se puede
postular que la educación representa la prueba de fuego acerca de las diversas concepciones
sobre de la sociedad y la persona humana.
Por último, podemos mencionar los aportes de la DSI, que opera a la vez como una fue te
del humanismo cristiano. En relación al ser de la universidad se nos dice que:
B. La universidad debe generar las ocasiones, y disponer de los medios adecuados para
dialogar con las cultura y responder, de este modo, eficazmente a las preguntas y
desafíos que interpelan a la universidad en los diferentes ámbitos del saber y la
experiencia humana.
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Declararse humanista cristiano implica, entonces, poner todos los medios necesarios para
facilitar el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. Este principio
aplicado a la educación implica velar por el desarrollo de todo el estudiante y de todos los
estudiantes. Actuar según los principios del humanismo cristiano se proyecta en la
permanente promoción de la persona humana y la defensa de sus derechos, de tal modo que
alcance su pleno desarrollo en todos los ámbitos de su vida. Como expresaba Juan Pablo II
refiriéndose al siglo XX, la persona humana nunca ha sido tan amenazada como en nuestra
época. Una Universidad de inspiración cristiana no puede desconocer esta realidad.
¿Qué diferencia al humanismo cristiano del humanismo clásico, del humanismo renacentista,
o del llamado humanismo laico? Las diferencias son antropológicas, éticas y por extensión
sociales y políticas, y se proyectan entre otros, en el ámbito educativo y cultural. Si bien
comparte con ellos una preocupación por el hombre, las diferencias fundamentales están en:
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c) la visión de la educación
d) la visión de la Universidad
La universidad es concebida como Universitas Magistrorum et scholarium, es decir, una
comunidad de profesores y estudiantes en una búsqueda común de la verdad. También es una
Universitas litterarum, esto es, una comunidad científica en la cual se reúne en un todo, el
saber.
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a) evita la improvisación
b) unifica criterios
c) reduce las incertidumbres
d) coordina la participación de los miembros de la comunidad educativa
e) racionaliza el trabajo
f) clarifica los objetivos de la institución
g) Establece prioridades
h) Permite evaluarse periódicamente
El fin de un proyecto es, entonces, conformar una comunidad educativa con principios,
objetivos, metas y fines claros y diferenciados del resto de los demás proyectos educativos.
Es el sello de la comunidad educativa, le da su propio perfil, su identidad. Le da una estructura
propia a la universidad, clarifica la organización general, regula la vida estudiantil y
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académica. El “sello” es aquello que en primer lugar identifica a alguien o algo, y por
proyección lo distingue del resto.
a) ¿Qué es educar?
b) ¿Quién es el sujeto de la educación?
c) ¿Para qué educar
Todos los estamentos de la USS están llamados a participar en esta labor. Cada uno desde su
propia experiencia, aprovechando sus conocimientos y ámbitos en los que desempeña sus
labores.
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estudio, en el cual se especifica cuáles serán las asignaturas a enseñar, cuanto tiempo y
cuantas horas. En virtud de esto un debería considerar los siguientes aspectos.
Pero el currículo no es algo estático, sino más bien una especie de invitación a descubrir el
sentido de las cosas, o sea, una herramienta que contiene los principios y contenidos que
fundamentan la actividad educativa. En este contexto, admitiendo que el currículo es un
medio para alcanzar determinados fines educativos, supone como fundamento:
Educar, como ya hemos esbozado, es conducir y promover (en este caso a nuestros
estudiantes), a un estado de perfección que, en cuanto personas, no es otro que el llamado
estado de virtud. Educar es humanizar, y exige poner todos los medios adecuados al alcance
del otro (el estudiante o educando), para que éste alcance su plenitud, no solo en cuanto
profesional, sino también en cuanto persona. Queda de manifiesto, entonces, que educar no
es un simple acompañamiento ni un mero proceso de madurez o desarrollo biológicos,
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Desde esta perspectiva, ¿cuál es el fin de la educación? El fin último del hombre, coincide
con el fin último de la educación, a saber, la felicidad. El fin último del hombre, supone en
consecuencia su realización, su plenitud, la actualización de todas las potencialidades de su
naturaleza humana. Ese estado que el hombre desea alcanzar recibe desde antiguo el nombre
de felicidad, entendiendo por tal, un "estado permanente del alma espiritual que consiste en
la posesión de todos los bienes". Pero la educación, posee también un fin próximo, que es el
mencionado estado de virtud. El profesor, aún en la transmisión de conocimientos muy
técnicos, debería educar en virtudes, al menos las cardinales: Prudencia, justicia, fortaleza y
templanza.
La obra educativa tiende siempre a la perfección humana, que es siempre un acto original,
por lo cual cada educando es único e irrepetible, llamado a perfeccionarse de manera original.
Acá cobra todo su peso el adagio: "Quid quid recipitur ad modum recipientis recipitur" (lo
que se recibe, se recibe al modo del receptor); la educación tiene siempre un carácter integral.
Ella busca el bien integral de la persona y no sólo de algunas de sus facultades. Se debe, de
este modo, evitar la tentación de reducir al educando a sus capacidades cognitivas o
intelectivas, en desmedro de su facultad volitiva. El educador no sólo debe formar la
inteligencia, sino también la voluntad, mediante el desarrollo de las virtudes humanas. Esto
vale no sólo para la educación en el colegio, sino también en la educación superior.
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responsabilidad, es decir, para que hagan un correcto uso de su libertad. Pero debemos
también “nutrir” el corazón de nuestros estudiantes con el alimento de la solidaridad, para
que estén dispuestos cada uno desde sus propias disciplinas o profesiones a servir al país, y
en especial a los más vulnerables. Esta labor no será posible sin el compromiso de superación
de toda la comunidad académica y de realización del trabajo bien hecho. Dicho de otro modo,
son básicamente tres dimensiones de la persona las que se deben formar:
a) responsabilidad personal. Hacerse responsable por sus actos. Prever y asumir las
consecuencias de su acción u omisión;
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Conviene dedicar un par de frases al tema de las virtudes, habida cuenta de que a menudo se
les malentiende. Una virtud es un hábito operativo bueno. Es decir, una acción que, al
repetirse constante y permanentemente, habilita para la realización de acciones buenas. El
hábito es, de este modo, una cualidad difícilmente removible y además fortalece la potencia
para realizar el acto perfectamente propio en orden al fin al cual la potencia se encuentra
naturalmente inclinada, convirtiéndose en una suerte de “segunda naturaleza”. No se nace
siendo virtuoso, por lo tanto, hay que adquirir dichas virtudes, lo cual no es fácil. Es decir,
no se nace siendo buen profesor, hay que llegar a ser buen profesor. Eso requiere del trabajo
y esfuerzo de nuestra inteligencia y nuestra voluntad, pues no basta con saber que debemos
ser buenos profesores (trabajo del entendimiento), sino que debemos ser buenos profesores
(trabajo de la voluntad)
Así como el vicio, que es el hábito opuesto a la virtud, degrada al hombre, la virtud lo
perfecciona y lo conducen perfectamente a su fin. Podemos adquirir ciertas virtudes en el
orden natural que nos perfeccionan como tal y, aunque no garanticen una perseverancia
constante y permanente en el bien, permiten evitar de manera ocasional el actuar defectuoso
apartado del orden de la razón.
Hay que recordar que la acción educativa del profesor no es el resultado de una actuación
solitaria, sino solidaria y coordinada en un equipo de profesores. Se enseña en comunidad.
Podría pensarse que cuando hablamos de las virtudes del educador o del estudiante, estamos
pensando solo en la honestidad, la laboriosidad, la responsabilidad, etc. La lista es muy larga.
Para efectos de este informe, solo nos concentraremos muy brevemente en las virtudes
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a.- La Prudencia
La prudencia definida como la recta ratio agibilium, es decir, la recta medida del obrar, es
también una virtud intelectual y moral, pues involucra tanto la inteligencia como la voluntad.
Es la más importante de las virtudes.
El profesor prudente contempla “la realidad” de sus alumnos, y en virtud del conocimiento
de esa realidad, determina lo que hará o dejará de hacer. Por ello la prudencia es la recta
razón en el obrar. Es cognoscitiva e imperativa. El prudente aprehende la realidad y luego
ordena su modo de obrar. Con otras palabras, la prudencia es un principio rector por el que
la persona humana actúa conforme a su naturaleza, y en este caso, el profesor responde a las
exigencias propias de su labor.
Dejarse aconsejar es una parte importante de la prudencia, y por ende, de gran importancia
para el educador. Este no está obligado a dominar todas las áreas del conocimiento, ni tener
todas las respuestas a las múltiples circunstancias que rodean la vida académica. En este
contexto, el educador debe recurrir a las instancias adecuadas, cuando posea dudas frente a
las innumerables vicisitudes de la vida académica.
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b.- La Justicia
Una dimensión propia de la justicia, menoscaba en el ámbito educativo, habida cuenta los
tiempos que vivimos, es su dimensión correctiva, que, en el aula, por ejemplo, se proyecta
en la mantener la disciplina si esta se ha visto alterada.
c.- La templanza
La templanza en cuanto regula nuestro apetito concupiscible podría parecer que nada tiene
que ver con la labor del profesor, sin embargo, ella en cuanto nos ayuda a mantener un
equilibrio no está ajena a la vida académica. La templanza opera en la medida que ordena y
modera nuestras pasiones. Por ejemplo, ella nos previene de la curiosidad o afán desordenado
por conocer y nos ordena a la estudiosidad.
La humildad en cuanto parte de la templanza, es una virtud que sirve, por ejemplo, para
moderar la pasión de la ira. Muchas veces ante situaciones difíciles con los alumnos el
profesor puede ceder fácilmente a la cólera. La humildad calma esta pasión y nos sitúa en el
“medio” equidistante de los extremos. Pero la humildad también le sirve al profesor para no
dejarse llevar por la soberbia y/o arrogancia, que lo convierte a él en el protagonista de la
acción educativa, y no a sus estudiantes.
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d.- La fortaleza
De este modo, cuando el formador enseña, el joven acepta lo enseñado porque procede de
alguien que convence pues vive lo que predica y porque está dispuesto a acompañarlo
prudencialmente y hasta donde sea necesario en su recorrido académico. En consecuencia, si
queremos educar en las virtudes, lo primero que debemos hacer es esforzarnos por
encarnarlas. Como nadie da lo que no tiene, un profesor debe estar convencido de lo que
enseña es verdadero y amar lo que enseña.
No basta para el buen educador el sólo testimonio, él también debe enseñar con autoridad.
Conoce su materia, y se esfuerza por impartirla en forma rigurosa, clara y profunda. Conduce
a sus estudiantes a la vida de la inteligencia y la verdad. Pero esta enseñanza no debe ser
“fría” o “distante”. El formador ama lo que enseña y como ya lo hemos dicho, ama con amor
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de benevolencia a quienes enseña, esto exige del formador estar motivado, para que, a su vez,
motive a sus alumnos. Con esto no se quiere afirmar que el profesor tenga que ser entretenido
o al límite convertirse en un “payaso” para despertar el interés de sus alumnos. La motivación
propia del profesor es la de la inteligencia, es decir, es profesor conmueve interiormente al
alumno, lo despierta al mundo del conocimiento. Despierta en el estudiante la virtud de la
studiositas, tomando los resguardos de que el alumno no caiga en la curiositas. No basta con
que el alumno entienda lo que se le enseña, debe, además, valorar la importancia de lo
aprendido.
Todas estas tareas exigen un clima de confianza entre alumno y profesor, y principalmente
del alumno en el profesor, pues la adquisición de conocimientos cuando está fundada sobre
la base de la confianza en quien comunica, el aprendizaje es más eficaz. Si estudiante no
confía en su profesor, no le escucha. El estudiante naturalmente se resistirá a ser educado por
quien sabe que no le estima.
El ejercicio de las virtudes cardinales en la acción educativa garantiza en gran medida que el
profesor:
a) conoce hacia dónde va, pues posee un profundo conocimiento acerca de la naturaleza
humana y del bien humano, y por ello puede guiar al alumno hacia una vida buena;
b) sabe con qué medios cuenta, pues conoce muy bien el Proyecto educativo, el plan de
formación, sus materias y los distintos medios y técnicas de enseñanza;
c) saber hasta dónde se puede llegar, pues posee un conocimiento del estudiante, de sus
posibilidades y limitaciones;
d) sabe cuándo y cómo se debe actuar, de modo tal que sepa capitalizar y provocar las
ocasiones propicias para que el estudiante se abra al mundo del conocimiento, pero
también para atender las situaciones imprevistas.
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Declarar que la USS se inspira en los principios del humanismo cristiano no obedece a un
acto arbitrario o voluntarista, tampoco es el resultado de algún “iluminado” al cual se le
ocurrió esta idea. Por el contrario, es el resultado de una profunda convicción y reflexión de
los diferentes estamentos de la comunidad sebastiana, acerca del qué y cómo enseñar. El
humanismo cristiano aporta una vía pedagógica que orienta toda la actividad educativa hacia
el bien de la persona, o su fin último, que no es otro que la felicidad. Postula que la persona
humana tiende durante toda su vida a la consecución de su propia plenitud y ello es posible
desde una educación que lo reconozca en cuanto persona y le proporcione los medios adecuados
para alcanzar ese fin. En este sentido, la vía educativa escogida por la universidad, no es una
más entre las otras muchas alternativas existentes en el “mercado de la educación”, sino la
que se considera mejor, y, por ende, constituye un camino de enseñanza legítimo y verdadero.
Desde sus inicios la USS se ha inspirado en los principios del humanismo cristiano. No en
vano lleva el nombre de un santo. Formalmente afirma en su Proyecto Educativo que se
“inspira en los valores del humanismo cristiano” (pág. 13). Esta declaración se ve
corroborada en las “Orientaciones para la implementación curricular de formación integral
en la Universidad San Sebastián”. Allí se nos dice que el sello USS exige el “respeto por el
ser humano desde un enfoque humanista cristiano y la ética en el desarrollo profesional y
social”. A mayor abundancia, el texto que presenta a la universidad (“Presentación de la
universidad San Sebastián) con ocasión de la investidura de doctorado honoris causa de
Sergio Villalobos, reafirma el compromiso de la universidad con el humanismo cristiano:
“Fundada en 1989, en la ciudad de Concepción, la Universidad San Sebastián surge como un
proyecto educacional de inspiración cristiana”. (página 11). Pero, además, “aterriza”, si se
me permite la expresión, esta inspiración: “Precisamente porque la persona humana está
dotada de atributos superiores, la Universidad promueve la defensa de la vida desde su
concepción, y el derecho de toda persona a nacer, a crecer y a vivir con dignidad y respeto a
su integridad física y psíquica. De todo lo anterior se desprende su adhesión a los valores
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morales objetivos, es decir, a esas normas de validez general y permanentes que sobreviven
a los cambios sociales, a los progresos y retrocesos de la historia, y que ordenan las acciones
humanas hacia el bien y hacia su mayor perfección, a partir del respeto al orden natural,
promoviendo un desarrollo materia armonioso con la naturaleza” (página 13).
En consecuencia, esta inspiración humanista cristiana no es un añadido, algo que viene desde
fuera, un plus. Lo "humanista cristiano" es la esencia misma, el corazón de una universidad
que como la USS declara esta inspiración, y por lo tanto debe impregnar todo el ambiente
educativo. Si somos una universidad humanista cristiana, eso significa entre otras cosas, que
queremos dar a nuestros estudiantes una explicación cristiana del mundo y del hombre, que
en ningún caso ofusca el rol de la razón, por el contrario, la exige. Credo ut intelligam,
intellego ut credam. De este modo, podemos ofrecerles una respuesta a sus inquietudes sobre
el sentido y la finalidad del mundo y entregarles una ética del amor y solidaridad al prójimo.
En líneas generales, las universidades chilenas, matices más, matices menos han sido
influenciadas por el “modelo” napoleónico de universidad, es decir, una institución de
estudios superiores dedicada a formar profesionales, y enfocada, por tanto, en el “saber
hacer”. Las Facultades se conciben básicamente como instancias de administración
curricular, y las Escuelas se denominan según aquello que los estudiantes aprenden a hacer
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(Escuela de Medicina, Escuela de Derecho, Escuela de Psicología, etc.). Bajo este “modelo”,
la excelencia académica se mide principalmente por la competencia que demuestre el
profesional en este “saber hacer”. En el último tiempo, este modelo napoleónico se ha
complementado con otro “modelo” de universidad, atribuido a Alexander von Humboldt, que
concibe la universidad como una institución especializada cuyo objetivo principal es la
investigación científica y la difusión de la ciencia a sus alumnos. Los profesores son más
bien investigadores y/o científicos quienes con sus investigaciones contribuyen al desarrollo
de las ciencias y del país. Desde esta óptica la excelencia académica se vería reflejada en la
cantidad de artículos WOS, los papers en revistas académicas especializadas o lo proyectos
Fondecyt adjudicados. En ambos modelos queda muy poco espacio para disciplinas como la
teología y la filosofía, pues se las considera totalmente prescindibles.
Siendo “realistas” ¿no será anacrónico o ingenuo pretender que la USS posea una inspiración
cristiana en cuanto comunidad sebastiana? ¿No sería más “realista” apostar a preparar
excelentes profesionales e investigadores más que buenas personas? En una época en que la
verdad prácticamente no existe, el bien es relativo y la belleza está pasada de moda, ¿tiene
algún sentido seguir repitiendo la importancia de estos principios? ¿No será mejor “licuar”
la identidad “cristiana”, de modo tal que sea aceptada por todos, no hiera susceptibilidades y
de esta manera su mensaje sea más atractivo y competitivo en el mercado de la educación?
A nuestro juicio, el desafío no pasa por “licuar” la identidad, de modo que pueda ser una
“bebida” para todos los paladares. Nos parece que el mayor desafío de las universidades no
es teórico, sino práctico, a saber: mantenerse fieles a su identidad o inspiración cristiana, en
este caso (contra viento y marea). No desconocemos que el desafío es titánico, más aún
cuando esto implica “tener la valentía de expresar verdades incómodas, verdades que no
halagan a la opinión pública, pero que son también necesarias para salvaguardar el bien
auténtico de la sociedad” (ex corde ecclesiae 32).
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El valor de la libertad
Este proceso es posible educando en libertad. La USS parte de la base que tanto el
académico como el estudiante son libres: libremente se enseña y libremente se dejan
enseñar. Por ello, no se debe confundir, educar con concientizar o instruir. Educar es una
labor de permanente promoción de las virtudes humanas, orientando al estudiante hacia el
bien, la verdad y la belleza. La universidad pone los medios pedagógicos, materiales y
espirituales a disposición para que cada Facultad o Instituto pueda llevar a cabo esta
misión. En este contexto, la inspiración humanista cristiana no es una camisa de fuerza
que coarta la libertad del académico o del estudiante, por el contrario, asume toda la
diversidad y pluralidad propia de una comunidad educativa, o si se quiere, asume la
diversidad en la unidad, una unidad que precisamente remite a ciertos valores
institucionales, que son irrenunciables y operan, a la vez, como matriz: la búsqueda de la
verdad, la vocación por el trabajo bien hecho, la honestidad, la responsabilidad, la
solidaridad, la alegría y la superación. Con otras palabras, la USS garantiza la libertad
académica, salvaguardando los derechos de la persona humana, en el marco del respeto a
la verdad y el bien común. En este contexto, la libertad tiene pleno sentido cuando está
unida a la verdad y dirigida al bien, de modo tal que le imprime una cierta orientación a su
ejercicio, es decir, no se la entiende como pura ausencia de coacción, tendiente a una
capacidad de expansión ilimitada de la propia subjetividad sin referencia a la verdad y el
bien. La libertad adquiere pleno sentido cuando nos preguntamos para que somos libres, y
no solo de que somos libres.
Desde una perspectiva humanista cristiana se puede afirmar que educar consiste en “hacer”
al hombre libre; no “a pesar suyo”, como lo pretendía ya totalitariamente Rousseau, sino a
causa suya: Es decir, asumiendo que él, en cuanto educando, es, diversa y
proporcionadamente, el “agente principal”; y no el educador, que es su agente auxiliar y
cooperador. “Quien enseña no causa la verdad en el educando, sino el conocimiento de la
verdad en él” (Tomás de Aquino). La educación es, así, “educación para la libertad”, en
relación, especialmente, al cultivo de las facultades específicas del hombre; es decir, de la
inteligencia y la voluntad. De este modo, educar no es una labor mecánica, ni automática, es
decir, no garantiza el éxito, porque no se trabaja con objetos, sino con sujetos libres a ser
educados. El sentido socrático de educere, sacar desde dentro, no se puede realizar, si el
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estudiante no quiere ser educado. En este contexto, la educación tiene, además, una
dimensión correctiva. Educar, no sólo tiene que ver con la adquisición de conocimientos o
habilidades, sino también con la corrección de las inclinaciones desordenadas del estudiante,
aquellas que le impiden no solo ser un buen estudiante (la pereza, la curiositas, por ejemplo),
sino ser una mejor persona. Es bien sabido, que la formación de los hábitos operativos
buenos, o sea las virtudes, no es empresa fácil. A fin de cuentas, la plenitud humana, es
primeramente una plenitud de orden moral. Es el profesor quien conduce al alumno a un
estado de perfección, que no es solo cognitivo, sino también afectivo y moral.
¿Cuáles serían algunas implicancias concretas de la adhesión a los principios del humanismo
cristiano? Sin lugar a dudas son muchas, algunas evidentes otras no tanto. En el marco de
este informe es imposible describirlas todas. Nos limitaremos a enunciar solo algunas de las
más importantes. Si pensamos, por ejemplo, en el ámbito de la salud, atentaría contra los
principios del humanismo cristiano, que carreras como medicina u obstetricia promovieran
el aborto o la eutanasia, toda vez que los principios del humanismo cristiano, defienden la
vida desde su estado inicial hasta su etapa terminal. Tampoco sería coherente que, en la
carrera de ingeniería comercial o civil, por ejemplo, se promoviera el egoísmo o la codicia
como motor de la economía y de la vida empresarial, enfatizando que el lucro es lo único que
debe importar en la vida económica. O en el ámbito de la educación, no se adecuaría a los
principios del humanismo cristiano si se asume un modelo educativo “constructivista”, que
promueva un constructivismo radical, a partir paradójicamente de una “deconstrucción”, que
reniega de la verdad y el bien objetivo. Vale decir, donde cada estudiante construye su propia
realidad. Tampoco sería compatible con los principios que proclama la USS promover la
ideología de género, que nos enseña que la sexualidad se escoge o se elige, por ser una
construcción social patriarcal y “machista”. Del mismo modo, sería incoherente si a los
estudiantes de Derecho se les enseñara como única realidad jurídica, el positivismo jurídico,
desconociendo por ejemplo una mirada “iusnaturalista”, o sea, la existencia de una la ley
natural. Tampoco sería coherente, por ejemplo, que el Instituto de Filosofía se dedicara a
promover en los cursos sellos de la universidad una visión materialista del hombre, una visión
utilitaria y relativista de la ética.
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Tanto en nuestro Proyecto Educativo, como en la Misión y Visión USS se hace referencia
explícita a la formación integral como elemento central de la formación que ofrece nuestra
casa de estudios; en el primer documento, se señala que “la formación integral del egresado
es un compromiso institucional” (Proyecto Educativo, p. 18), mientras que la Misión hace
referencia al compromiso fundamental de la Universidad “es la formación disciplinar y
valórica de profesionales íntegros”. La Visión Institucional, por su parte, pone el acento en
la promoción del “desarrollo integral de sus estudiantes” (Misión y Valores Institucionales
p. 22).
Sin embargo, en el presente análisis resulta fundamental precisar esta expresión que
está difundida con muy distintas visiones en prácticamente toda institución educativa,
máxime cuando queremos comprenderla a la luz del humanismo cristiano.
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Es evidente que el contenido de ese bien del educando es lo que distingue a una
institución de otra; en nuestro caso la concepción de dicho bien se identifica con la ofrecida
por el Humanismo Cristiano antes descrita, es decir, la visión que reconoce y promueve la
dignidad de la persona en sus dimensiones materiales y espirituales, el carácter trascendente
de su vida, su naturaleza social y, muy particularmente, su capacidad de asumir su vida desde
servicio a otros y a la sociedad.
El ambiente formativo:
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Este ambiente está determinado por el entorno físico y las instalaciones que influyen
en la vida universitaria en general y que ya contienen un mensaje implícito de la identidad
institucional, sin embargo, en relación con el humanismo cristiano, sin desmerecer esa sana
preocupación por las instalaciones y recursos materiales en general, resulta fundamental
promover un ambiente humano coherente con esta visión.
El carácter formativo del ambiente viene a ser el clima o modo de relacionarse entre
todos los miembros dentro de la Universidad, y siempre tiene impacto sobre el tipo de
comunidad que se va configurando. De acá surge la necesidad de que haya plena coherencia
entre lo que se declara como sello e identidad USS y lo que efectivamente se es como
comunidad. En este testimonio de coherencia (o falta de ella) se juega en gran medida el sello
con que egresan nuestros estudiantes.
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El ser humano por naturaleza es un ser que se cuestiona, que reflexiona sobre sí mismo y
sobre la realidad. Se pregunta sobre su naturaleza, sobre el bien, acerca de cuál es el mejor
modo de organizar política y económicamente la sociedad, y, por cierto, sobre la educación,
en la cual se juega todo el destino del hombre. Es más, en el origen del conocimiento se
encuentra la ignorancia y el deseo natural de conocer. En este contexto, reflexionar acerca el
ser y quehacer de la USS requiere, a nuestro juicio, plantearse algunas preguntas claves.
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2.- ¿Es posible proyectar la práctica pedagógica y los planes de estudio a la luz del
humanismo cristiano? ¿si es posible, de qué manera?
. En esta “transmisión” les cabe un rol ineludible a los académicos, en cuanto “protagonistas
principales del proceso formativo” (Proyecto Educativo, 3,3) y “comprometidos con los
estudiantes y los valores de la universidad” (ídem). Sin este compromiso, nuestra inspiración
cristiana puede convertirse en letra muerta. La experiencia enseña la importancia del ejemplo
y testimonio de los académicos, para cada uno de los alumnos. Muchos de ellos ven en sus
profesoras y profesores modelos a seguir y referentes a imitar.
3.- ¿Qué implica adherir al humanismo cristiano a nivel de la misión y visión de la USS?
Indicábamos en las páginas anteriores la necesidad de adherir a los principios del humanismo
cristiano. En coherencia, hay que preguntarse también por las implicancias de esta adhesión.
Grosso modo, digamos que exige un compromiso y esfuerzo permanente por entregar una
educación de calidad orientada, como ya hemos señalado, no solo a formar profesionales
competentes, sino, además, buenos ciudadanos, y fundamentalmente buenas personas. No
está demás remarcar que cooperar en la promoción de nuestros alumnos es una tarea de todos
los estamentos de la universidad, cada uno desde su propia disciplina, experiencia o
habilidades, vale decir, es una actividad transversal.
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5.- ¿Opera el humanismo cristiano cómo fundamento a tener en cuenta en los planes
estratégicos de la universidad o de cada Facultad?
Toda planificación estratégica institucional, aún en sus aspectos más técnicos, contiene un
fundamento que le da sentido, o sea, la sustenta y legitima. En el caso de la USS, ese
fundamento es el humanismo cristiano. Para que este fundamento no sea letra muerta, debe
aplicarse o vivirse en el amplio espectro de la vida académica, desde su proyecto educativo,
pasando por los planes curriculares y en el ambiente formativo.
6.- ¿De qué modo la investigación en la USS responde a los principios del Humanismo
Cristiano?
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nuevos desafíos y problemas, lo que implica estar atento a estas transformaciones para no
quedar obsoleto y responder a las necesidades del mundo actual. Sin embargo, el problema
mayor no lo visualizamos en este ámbito, sino en lo “valórico”. Los educadores deben hacer
frente al creciente relativismo moral, que hace de la conciencia el único criterio de
discernimiento entre el bien y el mal, al individualismo que niega la solidaridad, al
materialismo que nos hace creer que la felicidad está en el éxito económico;
2) Educar no es una labor mecánica, ni automática, es decir, no garantiza el éxito, porque no
se trabaja con objetos, sino con sujetos libres a ser educados. El sentido socrático de educere,
sacar de adentro la “verdad”, no se puede realizar, si el educando (alumno, hijo) no quiere
ser educado;
3) No se debe olvidar la dimensión correctiva de la educación. Educar, no sólo guarda
relación con la adquisición de conocimientos, sino también con la corrección de las
inclinaciones desordenadas de la persona o del estudiante, por ejemplo aquellas que le
impiden ser una mejor persona (desidia, indisciplina, negligencia, flojera, cólera,
“curiositas”, etc.). Es bien sabido, que lo que más cuesta es la formación de los hábitos o el
ejercicio de las virtudes.
4) Educar, es también promover las tendencias positivas de nuestros estudiantes, pues en
cada uno de ellos se encuentra una inclinación natural al bien, la verdad y la belleza. Pero,
aunque esta dimensión sea más fácil que la anterior, también supone una dificultad a vencer,
habida cuenta de que vivimos en una cultura que relativiza el bien, niega la verdad y ofusca
la belleza;
Estos desafíos conciernen a toda la comunidad educativa USS. Nadie debe sentirse ajeno al
llamado de dar lo mejor de sí mismo, para hacer de la USS una gran universidad al servicio
de sus estudiantes y el país.
No es difícil darse cuenta de lo difícil que es ser un buen formador, pues no sólo debemos
poseer las competencias académicas, sino, además, ciertas cualidades morales. El profesor
está sometido día a día al escrutinio de sus alumnos. Es juzgado a doble título, es decir, por
lo que hace (entregar contenidos) y como lo hace (el modo en que entrega esos contenidos:
en forma clara, competente, ordenada, entretenida, motivadora, etc.), y por lo que es.
El educador debe predicar con el ejemplo, pues éste es una forma no verbal de enseñar. En
consecuencia, la exigencia a la que está sometido el educador es muy grande, pues no sólo
debe formar con las palabras, sino también con sus acciones. Sólo así es posible que él se
convierta en un “maestro”, es decir, alguien que enseña con autoridad (moral e intelectual).
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No pocas veces, la relación maestro / discípulo comienza por la admiración que el discípulo
tiene por la persona del maestro, más que pos sus enseñanzas.
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