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Proyecto Educativo USS y Humanismo Cristiano

Elaborado por:

Juan Ignacio Rodríguez, Director de la Escuela de Liderazgo

Eugenio Yáñez, Director del Instituto de Filosofía

Santiago, Septiembre de 2018

INTRODUCCIÓN

Es misión de la Universidad San Sebastián formar no solo buenos y/o competentes


profesionales, sino además formar buenos ciudadanos dispuestos a servir al país y más aún,
formar buenas personas, en el sentido fuerte de la expresión. Esta tarea, no es fácil. De este
modo, “creer, crear, emprender”, no son meras palabras inscritas en nuestro escudo, sino un
ideario, un proyecto y un desafío, huelga decirlo, al servicio del país.

La educación superior es una herramienta de desarrollo personal y de progreso social, pero


como educar no es una labor mecánica, ni automática, es decir, no garantiza el éxito, dado
que no se trabaja con objetos, sino con sujetos libres, se requiere de un atento y permanente
discernimiento acerca del sentido de la educación, para que ella realmente responda a las más
profundas necesidades humanas. Educar en forma personalizada, que equivale a decir, formar
a la persona del estudiante, implica considerar al estudiante en la totalidad de su ser:
inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad y apertura a la trascendencia. Todos estos
aspectos constituyen una unidad de vida en la labor educativa.

Vivimos en una sociedad cada vez más compleja, no sólo tecnológica, sino también moral y
espiritualmente hablando. Individualismo, competencia, pragmatismo, consumismo,
nihilismo, materialismo, exitismo, falta de compromiso, libertinaje, vacío existencial,
desorientación, relativismo moral, etc. son algunos de los "signos de los tiempos" de la
llamada sociedad posmoderna o de la posverdad. Estos síntomas, dificultan la labor educativa
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no solo de los padres sino también de los colegios y las universidades. Los cambios
vertiginosos en el campo de las ciencias y tecnología plantean nuevos desafíos y problemas,
lo que implica estar atento a estas transformaciones para no quedar obsoleto y responder a
las necesidades del mundo actual.

Es un acto de prudencia preguntarse cada cierto tiempo por los logros, desafíos o fracasos
implicados en la labor educativa. En este sentido, una de las preguntas centrales tiene relación
con los fundamentos que dan sentido a dicha labor, es decir, cuestionarse acerca de la
presencia y vigencia del humanismo cristiano en la USS. Cabe recordar que los pares
evaluadores en el último proceso de acreditación preguntaron “¿de qué modo se ve reflejado
en la práctica los principios del humanismo cristiano?”

¿Por qué es tan importante reflexionar acerca de algo aparentemente tan abstracto como los
fundamentos de la educación o acerca del Proyecto Educativo (PE)? No se debe soslayar la
importancia de los fundamentos antropológicos y éticos de la educación, porque si no
sabemos qué es el hombre, no podremos saber qué es bueno para él. Del mismo modo, si no
conocemos a nuestros estudiantes, no podremos saber lo que es bueno y necesario para ellos.

MARCO TEÓRICO

I.- ¿Qué es el Humanismo Cristiano?

Antes de explicar grosso modo qué se debe entender por humanismo cristiano, es preciso
despejar algunas confusiones respecto del concepto.

1) Evitar reduccionismo y los equívocos

a) visión reduccionista

Es habitual concebir el humanismo cristiano en un sentido demasiado amplio, de tal modo,


que no logra captar su esencia, y se queda en algunos aspectos “accidentales”. Desde esta
perspectiva que podemos llamar “reduccionista”, ser humanista cristiano se reduce al “buen
trato”, al “respeto por los alumnos”, a “la vocación de servicio de la USS”, a “realizar buenas
clases”, actuar éticamente, ser honesto, etc., aspectos que son indudablemente valiosos y que

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han de ser considerados, pero que, sin embargo, no reflejan la esencia del Humanismo
Cristiano, ni puede operar por sí mismo como fundamento valórico de una universidad, que
pretende imprimir un sello a partir de esta impronta.

b) visión equivoca

Un equívoco que es necesario despejar, dice relación con creer que el humanismo cristiano,
es una doctrina religiosa, y, por lo tanto, sería conditio sine qua non adscribir a alguna
religión cristiana, para respetar sus principios y valores. El humanismo cristiano, como
veremos más adelante, es más bien una doctrina filosófica, que asume el dato de la fe, como
una luz que le permite conocer mejor, bajo la premisa de que la “fe y la razón (Fides et ratio)
son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de
la verdad” (Juan Pablo II, Fides et ratio). En este contexto, para pertenecer a esta comunidad
educativa ya sea en calidad de estudiante, académico, o funcionario, a nadie se le exige un
compromiso “religioso”. La USS no es una universidad confesional, es decir, que posee un
permiso y mandato vaticano, ni se rige por las normativas de eclesiásticas, como por ejemplo
la ex corde ecclesiae. En virtud de ello, para pertenecer a esta universidad, ya sea en calidad
de alumno, académico, funcionario o colaborador en diferentes instancias, no es menester ser
católico o cristiano. Sin embargo, cada miembro de esta institución no solo no debe atentar
contra los principios y valores que defiende la USS, sino que, además, debe respetarlos y
promoverlos.

c) respeto por la libertad

Adherir al humanismo cristiano no es una camisa de fuerza que impida la reflexión


académica, la libertad de cátedra o el diálogo interdisciplinario. Menos aún un catálogo de
prohibiciones. Por el contrario, asume toda la diversidad y pluralidad propia de una
comunidad educativa, o si se quiere, asume la diversidad en la unidad, una unidad que
precisamente remite a ciertos valores institucionales, que son irrenunciables, pues ponen en
el centro la preocupación por la persona.

d) No es una trinchera ideológica

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Podría parecer que adherir a una determinada visión del hombre, del bien, o de la educación,
nos sitúa en una especie de trinchera desde la cual nos parapetamos ante los embates del
mundo. Por el contrario, para quien se declara humanista cristiano, ab initio supone una
actitud de apertura y diálogo con el mundo. El humanismo cristiano, por definición es
dialogante

2.- Panorama histórico

a) El humanismo clásico y su proyección educativa

“Y en cuanto a la educación: confiamos en la fortaleza de alma… ayudados más por la


valentía de los caracteres que por la prescrita en ordenanzas…En efecto, amamos el arte y la
belleza sin desmedirnos, y cultivamos el saber sin ablandarnos… Somos nosotros mismos
los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública... Un mismo
hombre de los nuestros se basta para enfrentar las más diversas situaciones, y lo hace con gracia
y con la mayor destreza (…). Lo mismo ocurre a los ignorantes; ninguno de ellos ama la
sabiduría ni desea llegar a ser sabio, porque la ignorancia tiene el molesto defecto de
convencer a los que no son hermosos, ni buenos, ni sabios, de que poseen estas cualidades,
y nadie desea las cosas de las que no se cree desprovisto. Pero, el que ama lo bello, ¿qué es lo
que ama? Poseerlo. ¿Qué ganará con la posesión de lo bello? … El que ama lo bueno, ¿qué es
lo que ama? Poseerlo. ¿Y qué ganará poseyéndolo? Será feliz.”

Discurso fúnebre de Pericles, pronunciado el año 431 a.C. en el Cementerio del


Cerámico, en Atenas.

Este famoso extracto del discurso de Pericles delinea con meridiana claridad el sentido de la
educación para los griegos, centrada diríamos con nuestro lenguaje en la persona, y su fin
último. Esta preocupación por la educación de la persona recibió el nombre de Paidea. Para
el Humanismo Clásico la Paideia (educación) es sinónimo de “cultura”, es decir, el desarrollo
pleno de la persona, en el cual han florecido todas sus virtualidades, o sea, el del hombre que
ha llegado a ser verdaderamente hombre. “Pedagogía” (παιδαγωγική) deriva del griego

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paidos que significa niño/hijo y agein que significa guiar, conducir El pedagogo
(παιδαγωγός) es aquel que conduce a su fin a quien no puede hacerlo por sí mismo.

Cicerón, traduce παιδεία (Paidea) al latín, con la palabra humanitas. En este sentido, educar
es humanizar, lograr que la persona “llegue a ser lo que es” (Píndaro)

Dentro de la educación clásica, que contempla en sus orígenes la música y la gimnasia, se


suma la enseñanza de la filosofía: “Pues bien, no se debe permitir que el niño bien nacido
quede sin adquirir conocimiento de cada una de las disciplinas que constituyen la llamada
cultura general; estas materias ha de aprenderlas de paso, como quien cata, porque es
imposible alcanzar la perfección en todo, pero especialmente debe honrar a la filosofía”

Plutarco

b) humanismo cristiano en el ámbito educativo

El Humanismo Cristiano “supera” o amplía la visión del Humanismo clásico. En relación a


la educación aporta nuevos “datos” desconocidos por los “clásicos”:

1.- Cristo, es el “contenido del estado de virtud (o sea, como causa formal y ejemplar);

2.- La búsqueda de Dios, da un sentido a la propia vida, y en ese contexto es causa final de
la educación;

3.- La noción de persona, desconocida por los griegos

4.- Síntesis Fe y razón. Las dos fuentes doctrinarias de las cuales bebe el humanismo
cristiano, es la filosofía cristiana y la Doctrina Social de la Iglesia.

Desde una perspectiva histórica uno de los primeros representantes del humanismo cristiano
es San Agustín (354- 430), quien entre su numerosa obra intelectual reflexionó también sobre
la educación en una obra llamada De magistro. Algunas de las ideas principales son las
siguientes:

“La fuerza de la verdad nos debe invitar a aprender; la necesidad de la amistad, a enseñar”

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“El oficio de enseñar es el mérito de haber alcanzado lo que se estaba buscando”

“En todo lo relativo a la docencia, hay quienes conocen mejor y con más verdad
determinados asuntos, por ello se convierten en autoridades. No para enorgullecerse sino
para servir”

Tomás de Aquino (1224 – 1285) es otro de los representantes del humanismo cristiano. Al
igual que San Agustín, también reflexionó sobre la educación. A él debemos la conocida
definición de educación: “Conducción y promoción de los hijos hasta el estado perfecto del hombre
en cuanto hombre, que es el estado de virtud”

Avanzando en el tiempo podemos mencionar a Jacques Maritain (1882-1973), quien escribió


dos significativas obras sobre educación. Sus reflexiones se encuentran principalmente
reunidas en sus libros “Education at the crossroad” (1943), y “Pour une philosophie
de l’Education” (1959). Sin embargo, sus primeras aproximaciones sobre este tema
datan de 1927 y se encuentran en el prólogo de la obra de Frans de Hovre: Essai
de Philosophie Pedagoguique.

Uno de los primeros aportes de Maritain a la educación es destacar la subordinación de la


pedagogía a la filosofía. ¿Por qué esta subordinación, que en ningún caso le resta dignidad a
la pedagogía? Según él filósofo francés toda pedagogía comporta una visión de la vida, de
la sociedad, de la persona y de lo que es bueno para ella. En este sentido, nos advierte al
comienzo de su libro La Educación en la Encrucijada, que la educación, no es otra cosa que
la educación del hombre, por lo tanto, supone una filosofía del hombre, que desde el primer
momento “se ve obligada a responder a la cuestión ¿qué es el hombre?, que la esfinge de la
Filosofía plantea”. En este contexto, para Maritain educar “es guiar al hombre en el
desenvolvimiento dinámico a lo largo del cual va formándose en cuanto persona humana –
provista de las armas del conocimiento, de la fortaleza del juicio y de las virtudes morales-,
mientras que al mismo tiempo va enriqueciéndose con la herencia espiritual de la nación y
de la civilización a las que pertenece”. En consecuencia, el filósofo francés destaca dos
grandes fines de la educación: “El fin primario de la educación es la conquista de la libertad
interior y espiritual a la que aspira la persona individual, o, en otros términos, la liberación
de ésta mediante el conocimiento y la sabiduría, la buena voluntad y el amor”. El fin
secundario tiene que ver con la formación social de la persona, es decir, “pretende formar al
hombre para que lleve una vida normal, útil y de sacrificio en la comunidad, o dicho de otro
modo, guiar el desenvolvimiento de la persona humana en la esfera social, despertando y
fortaleciendo el sentido de su libertad, así como el de sus obligaciones y responsabilidades”.

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Educar consiste, entonces, en “hacer” al hombre libre no “a pesar suyo”, como lo pretendía
ya totalitariamente Rousseau, sino a causa suya: Es decir, asumiendo que él, en cuanto sujeto
a ser educado, es diversa y proporcionadamente el “agente principal”, y no el educador, que
es su agente auxiliar y cooperador. Siguiendo a Tomás de Aquino afirma, que quien enseña
no causa la verdad en quien es educado, sino el conocimiento de la verdad en él. La educación
es, así, “educación para la libertad”, en relación, especialmente, al cultivo de las facultades
específicas del hombre, o sea, de la inteligencia y la voluntad. A partir de aquí, se puede
postular que la educación representa la prueba de fuego acerca de las diversas concepciones
sobre de la sociedad y la persona humana.
Por último, podemos mencionar los aportes de la DSI, que opera a la vez como una fue te
del humanismo cristiano. En relación al ser de la universidad se nos dice que:

A. La universidad debe dialogar con la cultura, conjugando la fe y la razón, y así


responder desde “un auténtico humanismo cristiano a los desafíos de la cultura
contemporánea marcada por el relativismo y el subjetivismo”. Benedicto XVI.

B. La universidad debe generar las ocasiones, y disponer de los medios adecuados para
dialogar con las cultura y responder, de este modo, eficazmente a las preguntas y
desafíos que interpelan a la universidad en los diferentes ámbitos del saber y la
experiencia humana.

C. Ante una cultura impregnada de relativismo, urge profundizar en el estudio y la


investigación, conducentes a la formación de los estudiantes en su integridad y
plenitud.

D. Las universidades en su constante búsqueda de la “verdad de las cosas”, deben ser


“hoy más que nunca instituciones vitales y vivaces, capaces de percibir agudamente
tanto las preguntas de la sociedad y de las culturas (…) para ofrecer una
contribución adecuada y válida y promover así, con todas las energías y los medios
a disposición, un auténtico humanismo cristiano”.

Benedicto XVI, 2010

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3.-. Humanismo Cristiano. Perspectiva analítica

¿Qué es el humanismo cristiano? En palabras del documento “Misión y Valores


Institucionales” de la USS, el humanismo cristiano es una “doctrina que implica una visión
sobre la persona humana, la sociedad, y esa herencia cultural que le reconoce un sentido
trascendente a la vida de cada ser humano, y una dignidad especial a su naturaleza espiritual
y material, y a las características de sus relaciones familiares y sociales” (pág. 15). En este
sentido es una forma de concebir la vida y el mundo, poniendo como centro al hombre en
cuanto persona humana, o sea un ser libre, dotado de inteligencia y voluntad, llamado a
realizarse en cuanto tal y a trascender.

Declararse humanista cristiano implica, entonces, poner todos los medios necesarios para
facilitar el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. Este principio
aplicado a la educación implica velar por el desarrollo de todo el estudiante y de todos los
estudiantes. Actuar según los principios del humanismo cristiano se proyecta en la
permanente promoción de la persona humana y la defensa de sus derechos, de tal modo que
alcance su pleno desarrollo en todos los ámbitos de su vida. Como expresaba Juan Pablo II
refiriéndose al siglo XX, la persona humana nunca ha sido tan amenazada como en nuestra
época. Una Universidad de inspiración cristiana no puede desconocer esta realidad.

¿Qué diferencia al humanismo cristiano del humanismo clásico, del humanismo renacentista,
o del llamado humanismo laico? Las diferencias son antropológicas, éticas y por extensión
sociales y políticas, y se proyectan entre otros, en el ámbito educativo y cultural. Si bien
comparte con ellos una preocupación por el hombre, las diferencias fundamentales están en:

a) la visión del hombre en cuanto persona humana:


- Un sujeto dotado de inteligencia y voluntad; con vocación a la trascendencia.
- Un ser libre.
- Un ser digno; un fin y no un medio.
- Un ser social
- Llamado a un destino trascendente
- Inclinado naturalmente al bien

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b) la visión del bien


- El bien es aquello que todos buscamos, por estar inclinados naturalmente a él
- El bien es objetivo, es decir, es universal y no está sometido a los vaivenes del tiempo
y del espacio.
- ¿Quién determina lo que es bueno o malo? La ley moral natural, inscrita en las
”cosas” y que el hombre está llamado a descubrir.

c) la visión de la educación

- Educar es buscar el bien del educando: su buena vida.


- La educación no es una tarea productiva, sino orientar y dejar bien dispuesto hacia su
bien: Virtud
- La educación se entiende desde una plenitud de la persona. Plenitud del ser humano
es siempre de orden personal: “educación personalizada”
- La educación de la persona ha de ser integral: “formación integral”
- La plenitud de la persona es eminentemente moral.
- La educación se realiza en libertad y para la libertad, que no es otra cosa que la
autodeterminación al bien y no una simple ausencia de coacción.
- La educación es una relación entre personas.
-

d) la visión de la Universidad
La universidad es concebida como Universitas Magistrorum et scholarium, es decir, una
comunidad de profesores y estudiantes en una búsqueda común de la verdad. También es una
Universitas litterarum, esto es, una comunidad científica en la cual se reúne en un todo, el
saber.

Reconociendo el valor de formar excelentes profesionales y de la investigación como modo


de aportar al conocimiento, la universidad va más allá de eso, fomentando una auténtica
formación integral.

II.- ¿Qué es un Proyecto Educativo?


Huelga señalar, que el Proyecto Educativo no ese “librito verde” en donde se encuentra
contenidas las vigas maestras la labor educativa de la USS. Tampoco es una enumeración

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detallada de los elementos que componen la universidad, ni un manual de pedagogía o


psicología de la organización. El Proyecto Educativo es más que un documento escrito. Es la
encarnación en cada uno de los miembros de la comunidad educativa de los principios que
la animan, en este caso, del humanismo cristiano. Si no se viven diariamente los principios
contenidos en nuestro Proyecto Educativo, este se convierte en un cumulo de hermosas
“letras”, pero letras muertas, a la postre.

1.- ¿Qué entendemos por proyecto educativo?


Etimológicamente el término “proyecto” viene del latín proyectum que significa "lanzar
hacia delante". Es decir, designa la idea de algo que avanza en una determinada dirección
dada por un determinado agente.
En sentido amplio un proyecto educativo es un conjunto de acciones organizadas
creativamente por un grupo de personas que persiguen una meta común. Requiere, por ende,
de la acción organizada, sistemática y coordinada de los diferentes estamentos que participan
en la elaboración del proyecto, en este caso de la USS. Una institución no puede funcionar
bien, si carece de objetivos y metas claras, pero más aún, sin un fin común que reúna a todos
los estamentos y los oriente en la prosecución de sus metas.

Poseer un Proyecto Educativo tiene las siguientes ventajas (entre otras):

a) evita la improvisación
b) unifica criterios
c) reduce las incertidumbres
d) coordina la participación de los miembros de la comunidad educativa
e) racionaliza el trabajo
f) clarifica los objetivos de la institución
g) Establece prioridades
h) Permite evaluarse periódicamente
El fin de un proyecto es, entonces, conformar una comunidad educativa con principios,
objetivos, metas y fines claros y diferenciados del resto de los demás proyectos educativos.
Es el sello de la comunidad educativa, le da su propio perfil, su identidad. Le da una estructura
propia a la universidad, clarifica la organización general, regula la vida estudiantil y

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académica. El “sello” es aquello que en primer lugar identifica a alguien o algo, y por
proyección lo distingue del resto.

¿Cómo se expresa este sello o identidad de la USS?

La identidad de un sujeto, en este caso, la USS, se expresa en una serie de cualidades o


características que otorgan una determinada impronta al sujeto, y que, por ende, lo distinguen
de las demás instituciones de educación superior. Esta impronta se proyecta en un modelo
educativo (no un método) que deviene en un estilo de educación, que impregna todas las
actividades diarias de la comunidad académica. La identidad, huelga decirlo, es en
consecuencia, mucho más que un logo o un símbolo. La identidad de la USS se debe
manifestar en un modo particular de concebir la vida cotidiana de la universidad, a partir de
los principios que la sustenta. En este contexto, a un proyecto educativo debe suscitar las
siguientes preguntas:

a) ¿Qué somos?, ¿Cuál es la identidad de la USS?


b) ¿Qué pretendemos?, ¿Cuáles son los fines?
c) ¿cómo nos organizamos? ¿Cuál es nuestra estructura?
Para que estas preguntas se respondan a cabalidad, antes se debe precisar:

a) ¿Qué es educar?
b) ¿Quién es el sujeto de la educación?
c) ¿Para qué educar

Todos los estamentos de la USS están llamados a participar en esta labor. Cada uno desde su
propia experiencia, aprovechando sus conocimientos y ámbitos en los que desempeña sus
labores.

sentido del currículo


Conviene exponer, aunque sea muy breve, un par de ideas acerca del currículo. Grosso modo
el currículo apunta a los contenidos y materias de estudio de una determinada carrera, es
decir, aquello que se va a enseñar y aprender para obtener determinadas competencias,
habilidades o conocimientos. El currículo se traduce entonces, en un plan o programa de

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estudio, en el cual se especifica cuáles serán las asignaturas a enseñar, cuanto tiempo y
cuantas horas. En virtud de esto un debería considerar los siguientes aspectos.

1) fines y objetivos del currículo


2) experiencias de aprendizaje a seleccionar para lograr los objetivos
3) organización de estas experiencias de aprendizaje
4) evaluación de los logros

Pero el currículo no es algo estático, sino más bien una especie de invitación a descubrir el
sentido de las cosas, o sea, una herramienta que contiene los principios y contenidos que
fundamentan la actividad educativa. En este contexto, admitiendo que el currículo es un
medio para alcanzar determinados fines educativos, supone como fundamento:

1) una determinada concepción del hombre. Aunque el currículo es un medio y no un fin, y


contiene una serie de elementos técnicos, no es indiferente a ciertos principios y valores.
No es un medio amoral, es más bien el decantamiento de una determinada concepción
del hombre y del mundo. En este sentido un buen currículo se basa en una adecuada
visión del hombre;
2) Una clara definición de lo qué es la educación;
3) Una clara definición de cuáles son los fines de la educación
4) Esto supone que no todas las materias o contenidos tienen la misma importancia. El
currículo selecciona ciertos contenidos, que respondan a las exigencias y necesidades
más profundas del hombre y del medio en el cual se inserta.

4.- ¿Qué es educar?

Educar, como ya hemos esbozado, es conducir y promover (en este caso a nuestros
estudiantes), a un estado de perfección que, en cuanto personas, no es otro que el llamado
estado de virtud. Educar es humanizar, y exige poner todos los medios adecuados al alcance
del otro (el estudiante o educando), para que éste alcance su plenitud, no solo en cuanto
profesional, sino también en cuanto persona. Queda de manifiesto, entonces, que educar no
es un simple acompañamiento ni un mero proceso de madurez o desarrollo biológicos,

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espontáneamente realizado. Educar, en cuanto proceso de personalización, es imprimir en el


educando un sello, que le permita desarrollar todas sus potencialidades. En este contexto,
educar es conducir al educando hacia el bien, la verdad y la belleza. En consecuencia, educar
es una vocación maravillosa y de vital importancia que brota de lo más íntimo de nuestra
naturaleza, y por ello mismo, debe realizarse con el mayor de los cuidados.

Desde esta perspectiva, ¿cuál es el fin de la educación? El fin último del hombre, coincide
con el fin último de la educación, a saber, la felicidad. El fin último del hombre, supone en
consecuencia su realización, su plenitud, la actualización de todas las potencialidades de su
naturaleza humana. Ese estado que el hombre desea alcanzar recibe desde antiguo el nombre
de felicidad, entendiendo por tal, un "estado permanente del alma espiritual que consiste en
la posesión de todos los bienes". Pero la educación, posee también un fin próximo, que es el
mencionado estado de virtud. El profesor, aún en la transmisión de conocimientos muy
técnicos, debería educar en virtudes, al menos las cardinales: Prudencia, justicia, fortaleza y
templanza.

La obra educativa tiende siempre a la perfección humana, que es siempre un acto original,
por lo cual cada educando es único e irrepetible, llamado a perfeccionarse de manera original.
Acá cobra todo su peso el adagio: "Quid quid recipitur ad modum recipientis recipitur" (lo
que se recibe, se recibe al modo del receptor); la educación tiene siempre un carácter integral.
Ella busca el bien integral de la persona y no sólo de algunas de sus facultades. Se debe, de
este modo, evitar la tentación de reducir al educando a sus capacidades cognitivas o
intelectivas, en desmedro de su facultad volitiva. El educador no sólo debe formar la
inteligencia, sino también la voluntad, mediante el desarrollo de las virtudes humanas. Esto
vale no sólo para la educación en el colegio, sino también en la educación superior.

Cuando hablamos de educación, entonces, nos referimos a la formación de una persona, o


sea, al proceso perfectivo que desarrolla armónicamente sus capacidades morales,
intelectuales y emocionales, en orden su fin último que es la felicidad. En consecuencia,
educar es una actividad humanizadora y/o personalizadora. Debemos en consecuencia,
formar la inteligencia de nuestros estudiantes, para que sean capaces de buscar, conocer y
comunicar la verdad. Del mismo modo, debemos fortalecer la voluntad de nuestros
estudiantes, para que perseveren en la búsqueda del bien y el rechazo al mal, con alegría y

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responsabilidad, es decir, para que hagan un correcto uso de su libertad. Pero debemos
también “nutrir” el corazón de nuestros estudiantes con el alimento de la solidaridad, para
que estén dispuestos cada uno desde sus propias disciplinas o profesiones a servir al país, y
en especial a los más vulnerables. Esta labor no será posible sin el compromiso de superación
de toda la comunidad académica y de realización del trabajo bien hecho. Dicho de otro modo,
son básicamente tres dimensiones de la persona las que se deben formar:

1.- En el ámbito cognitivo


a) Un estudiante con los conocimientos suficientes, que le permitan conocer su entorno y a
las personas que lo rodean, es decir, que le permitan conocer la realidad;

b) un estudiante con conocimientos sistemáticos suficientes que le permitan abordar los


adelantos de la ciencia y tecnología sin problemas, pero que le permita, además, comprender
también la realidad social;

c) Un alumno con principios sólidos que le permitan calibrar en su justa medida la


importancia y valor de las personas y las cosas

2.- En el ámbito de las habilidades (transversales) o aptitudes

a) Un alumno que sepa pensar y actuar adecuadamente;


b) Un estudiante con la suficiente autonomía e iniciativa tanto en su vida personal, como
laboral, familiar o social;
c) Aptitudes específicas en las diferentes áreas profesionales.

3.-. En el ámbito de las virtudes y valores

a) responsabilidad personal. Hacerse responsable por sus actos. Prever y asumir las
consecuencias de su acción u omisión;

b) Uso adecuado de su libertad. Es decir, un buen criterio para tomar decisiones;

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c) Darle un sentido cristiano a su vida; Estudiantes capaces de amar, de entregarse


gratuitamente al prójimo, en todos los ámbitos de su vida.

d) espíritu de trabajo en conjunto. Sentido de solidaridad y cooperación;


e) Espíritu de tolerancia hacia el otro;
f) Justicia y caridad hacia los demás. Un alumno capaz de abrirse al otro.

5.- Educar en virtudes

Conviene dedicar un par de frases al tema de las virtudes, habida cuenta de que a menudo se
les malentiende. Una virtud es un hábito operativo bueno. Es decir, una acción que, al
repetirse constante y permanentemente, habilita para la realización de acciones buenas. El
hábito es, de este modo, una cualidad difícilmente removible y además fortalece la potencia
para realizar el acto perfectamente propio en orden al fin al cual la potencia se encuentra
naturalmente inclinada, convirtiéndose en una suerte de “segunda naturaleza”. No se nace
siendo virtuoso, por lo tanto, hay que adquirir dichas virtudes, lo cual no es fácil. Es decir,
no se nace siendo buen profesor, hay que llegar a ser buen profesor. Eso requiere del trabajo
y esfuerzo de nuestra inteligencia y nuestra voluntad, pues no basta con saber que debemos
ser buenos profesores (trabajo del entendimiento), sino que debemos ser buenos profesores
(trabajo de la voluntad)

Así como el vicio, que es el hábito opuesto a la virtud, degrada al hombre, la virtud lo
perfecciona y lo conducen perfectamente a su fin. Podemos adquirir ciertas virtudes en el
orden natural que nos perfeccionan como tal y, aunque no garanticen una perseverancia
constante y permanente en el bien, permiten evitar de manera ocasional el actuar defectuoso
apartado del orden de la razón.
Hay que recordar que la acción educativa del profesor no es el resultado de una actuación
solitaria, sino solidaria y coordinada en un equipo de profesores. Se enseña en comunidad.
Podría pensarse que cuando hablamos de las virtudes del educador o del estudiante, estamos
pensando solo en la honestidad, la laboriosidad, la responsabilidad, etc. La lista es muy larga.
Para efectos de este informe, solo nos concentraremos muy brevemente en las virtudes

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cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y más precisamente en la prudencia y


la justicia. La fortaleza y templanza, solo serán mencionadas tangencialmente.

a.- La Prudencia

La prudencia definida como la recta ratio agibilium, es decir, la recta medida del obrar, es
también una virtud intelectual y moral, pues involucra tanto la inteligencia como la voluntad.
Es la más importante de las virtudes.

El profesor prudente contempla “la realidad” de sus alumnos, y en virtud del conocimiento
de esa realidad, determina lo que hará o dejará de hacer. Por ello la prudencia es la recta
razón en el obrar. Es cognoscitiva e imperativa. El prudente aprehende la realidad y luego
ordena su modo de obrar. Con otras palabras, la prudencia es un principio rector por el que
la persona humana actúa conforme a su naturaleza, y en este caso, el profesor responde a las
exigencias propias de su labor.

¿En qué situaciones concretas de la vida académica se aplica la prudencia? En muchas


situaciones. Por ejemplo, la prudencia debe reflejarse, en el trato con los alumnos. La relación
profesor/alumno supone la confianza y la amistad, es decir, profesor y alumno establecen un
vínculo afectivo, que no es de excesiva familiaridad, ni de igualdad, pues el profesor tiene
autoridad moral sobre el alumno, que no sólo está dada por el nivel de conocimientos del
profesor, sino por su calidad de tal. Es la prudencia la recta medida que tiene a la vista el
educador, cuando se trata de felicitar al estudiante por sus méritos tanto humanos, como
académicos, para no caer en el exceso, ni en la mezquindad. Pero es también medida para
aplicar un correctivo o impartir justicia cuando sea necesario. El educador debe manifestar
al estudiante sus defectos o errores, siempre con prudencia, justicia y caridad, evitando
siempre las humillaciones y/o descalificaciones, que no solo faltan a la prudencia, sino
también a la caridad. Siempre se debe salvaguardar la dignidad y el honor del estudiante.

Dejarse aconsejar es una parte importante de la prudencia, y por ende, de gran importancia
para el educador. Este no está obligado a dominar todas las áreas del conocimiento, ni tener
todas las respuestas a las múltiples circunstancias que rodean la vida académica. En este
contexto, el educador debe recurrir a las instancias adecuadas, cuando posea dudas frente a
las innumerables vicisitudes de la vida académica.

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b.- La Justicia

La justicia en cuanto la “constante y perpetua voluntad de darle a cada uno lo que


corresponde” (Tomás de Aquino), es una virtud central en la vida del profesor. ¿Qué es lo
que se le debe dar a cada uno, es decir al estudiante? Se le debe dar el bien que le corresponde
en cuanto estudiante, que se puede traducir en ciertos conocimientos y habilidades, pero
también se le debe entregar principios morales, habida cuenta de que lo que se pretende es
una formación integral. La justicia se refleja también al momento de elaborar una prueba o
examen, o de calificar a los alumnos. El profesor es un administrador de justicia, un juez que
juzga, por ejemplo, los méritos académicos de sus alumnos, y también los méritos humanos,
que no son medidos por ninguna prueba o examen. La justicia lo obliga moralmente a corregir
las pruebas o exámenes atendiendo a los méritos académicos del alumno, y no en vistas a
otras circunstancias que pueden disponer al educador a favorecer o perjudicar al alumno. La
mayor o menor “sintonía” que puede tener el profesor con un alumno, nunca puede ser un
criterio de evaluación.

Una dimensión propia de la justicia, menoscaba en el ámbito educativo, habida cuenta los
tiempos que vivimos, es su dimensión correctiva, que, en el aula, por ejemplo, se proyecta
en la mantener la disciplina si esta se ha visto alterada.

c.- La templanza

La templanza en cuanto regula nuestro apetito concupiscible podría parecer que nada tiene
que ver con la labor del profesor, sin embargo, ella en cuanto nos ayuda a mantener un
equilibrio no está ajena a la vida académica. La templanza opera en la medida que ordena y
modera nuestras pasiones. Por ejemplo, ella nos previene de la curiosidad o afán desordenado
por conocer y nos ordena a la estudiosidad.

La humildad en cuanto parte de la templanza, es una virtud que sirve, por ejemplo, para
moderar la pasión de la ira. Muchas veces ante situaciones difíciles con los alumnos el
profesor puede ceder fácilmente a la cólera. La humildad calma esta pasión y nos sitúa en el
“medio” equidistante de los extremos. Pero la humildad también le sirve al profesor para no
dejarse llevar por la soberbia y/o arrogancia, que lo convierte a él en el protagonista de la
acción educativa, y no a sus estudiantes.

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d.- La fortaleza

En relación a la fortaleza el profesor se encuentra a menudo ante situaciones adversas o ante


un bien difícil y arduo de obtener. La vida académica no es fácil, como no es fácil a menudo
el trato con los alumnos o más aún captar la atención de los estudiantes. La paciencia en
cuanto parte subjetiva de la fortaleza nos ayuda a enfrentar dicha adversidad. San Agustín la
definía como el esperar con el corazón sereno los males que se avecinan, o los bienes que
todavía no alcanzamos. El profesor requiere de paciencia para esperar que decanten los
conocimientos o principios que ha transmitido al alumno; paciencia para afrontar las
indisciplinas o mal comportamiento de sus alumnos.

El buen educador, es decir, el educador virtuoso es aquel que da testimonio, su propio


testimonio, que es una efectiva herramienta pedagógica. Todos conocemos el dicho: “Las
palabras mueven, pero el testimonio arrastra”. El testimonio es generalmente más eficaz que
los consejos o las exigencias. En una época de tanta confusión y relativismo, el educador que
da testimonio se convierte en un poderoso faro para sus estudiantes. Guiados por la luz que
irradian estos formadores, muchas veces los jóvenes descubren lo que están buscando
también para ellos. En este sentido, el educador es también un guía, él no sólo muestra al
alumno el camino en el mapa, sino que además lo acompaña en dicho camino. Guiar a otro
exige “estar presente”. La sola presencia del educador entre los estudiantes puede constituir
un genuino instrumento pedagógico.

De este modo, cuando el formador enseña, el joven acepta lo enseñado porque procede de
alguien que convence pues vive lo que predica y porque está dispuesto a acompañarlo
prudencialmente y hasta donde sea necesario en su recorrido académico. En consecuencia, si
queremos educar en las virtudes, lo primero que debemos hacer es esforzarnos por
encarnarlas. Como nadie da lo que no tiene, un profesor debe estar convencido de lo que
enseña es verdadero y amar lo que enseña.

No basta para el buen educador el sólo testimonio, él también debe enseñar con autoridad.
Conoce su materia, y se esfuerza por impartirla en forma rigurosa, clara y profunda. Conduce
a sus estudiantes a la vida de la inteligencia y la verdad. Pero esta enseñanza no debe ser
“fría” o “distante”. El formador ama lo que enseña y como ya lo hemos dicho, ama con amor

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de benevolencia a quienes enseña, esto exige del formador estar motivado, para que, a su vez,
motive a sus alumnos. Con esto no se quiere afirmar que el profesor tenga que ser entretenido
o al límite convertirse en un “payaso” para despertar el interés de sus alumnos. La motivación
propia del profesor es la de la inteligencia, es decir, es profesor conmueve interiormente al
alumno, lo despierta al mundo del conocimiento. Despierta en el estudiante la virtud de la
studiositas, tomando los resguardos de que el alumno no caiga en la curiositas. No basta con
que el alumno entienda lo que se le enseña, debe, además, valorar la importancia de lo
aprendido.

¿Cómo motivar intelectualmente al alumno? No existen recetas. Es la prudencia y el


conocimiento que tiene el formador de sus alumnos el que mostrará cuál es el mejor camino.
Motivar es todo un arte. En algunas ocasiones lo prudente será reconocer y alabar lo bien que
el alumno ha realizado su labor; en otras será más eficaz despertar su amor propio haciéndole
ver lo que algo le falta o en algo ha fallado, pero que puede mejorar. En otros casos habrá
que ponerle por delante un reto difícil y exigente.

Todas estas tareas exigen un clima de confianza entre alumno y profesor, y principalmente
del alumno en el profesor, pues la adquisición de conocimientos cuando está fundada sobre
la base de la confianza en quien comunica, el aprendizaje es más eficaz. Si estudiante no
confía en su profesor, no le escucha. El estudiante naturalmente se resistirá a ser educado por
quien sabe que no le estima.
El ejercicio de las virtudes cardinales en la acción educativa garantiza en gran medida que el
profesor:

a) conoce hacia dónde va, pues posee un profundo conocimiento acerca de la naturaleza
humana y del bien humano, y por ello puede guiar al alumno hacia una vida buena;
b) sabe con qué medios cuenta, pues conoce muy bien el Proyecto educativo, el plan de
formación, sus materias y los distintos medios y técnicas de enseñanza;
c) saber hasta dónde se puede llegar, pues posee un conocimiento del estudiante, de sus
posibilidades y limitaciones;
d) sabe cuándo y cómo se debe actuar, de modo tal que sepa capitalizar y provocar las
ocasiones propicias para que el estudiante se abra al mundo del conocimiento, pero
también para atender las situaciones imprevistas.

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III.- Proyecto educativo y humanismo cristiano en la USS

Declarar que la USS se inspira en los principios del humanismo cristiano no obedece a un
acto arbitrario o voluntarista, tampoco es el resultado de algún “iluminado” al cual se le
ocurrió esta idea. Por el contrario, es el resultado de una profunda convicción y reflexión de
los diferentes estamentos de la comunidad sebastiana, acerca del qué y cómo enseñar. El
humanismo cristiano aporta una vía pedagógica que orienta toda la actividad educativa hacia
el bien de la persona, o su fin último, que no es otro que la felicidad. Postula que la persona
humana tiende durante toda su vida a la consecución de su propia plenitud y ello es posible
desde una educación que lo reconozca en cuanto persona y le proporcione los medios adecuados
para alcanzar ese fin. En este sentido, la vía educativa escogida por la universidad, no es una
más entre las otras muchas alternativas existentes en el “mercado de la educación”, sino la
que se considera mejor, y, por ende, constituye un camino de enseñanza legítimo y verdadero.

La USS y su adhesión Humanismo Cristiano

Desde sus inicios la USS se ha inspirado en los principios del humanismo cristiano. No en
vano lleva el nombre de un santo. Formalmente afirma en su Proyecto Educativo que se
“inspira en los valores del humanismo cristiano” (pág. 13). Esta declaración se ve
corroborada en las “Orientaciones para la implementación curricular de formación integral
en la Universidad San Sebastián”. Allí se nos dice que el sello USS exige el “respeto por el
ser humano desde un enfoque humanista cristiano y la ética en el desarrollo profesional y
social”. A mayor abundancia, el texto que presenta a la universidad (“Presentación de la
universidad San Sebastián) con ocasión de la investidura de doctorado honoris causa de
Sergio Villalobos, reafirma el compromiso de la universidad con el humanismo cristiano:
“Fundada en 1989, en la ciudad de Concepción, la Universidad San Sebastián surge como un
proyecto educacional de inspiración cristiana”. (página 11). Pero, además, “aterriza”, si se
me permite la expresión, esta inspiración: “Precisamente porque la persona humana está
dotada de atributos superiores, la Universidad promueve la defensa de la vida desde su
concepción, y el derecho de toda persona a nacer, a crecer y a vivir con dignidad y respeto a
su integridad física y psíquica. De todo lo anterior se desprende su adhesión a los valores

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morales objetivos, es decir, a esas normas de validez general y permanentes que sobreviven
a los cambios sociales, a los progresos y retrocesos de la historia, y que ordenan las acciones
humanas hacia el bien y hacia su mayor perfección, a partir del respeto al orden natural,
promoviendo un desarrollo materia armonioso con la naturaleza” (página 13).

La inspiración humanista cristiana de la universidad se proyecta en la convicción de


constituir una comunidad académica, la cual de modo crítico y riguroso contribuye al
desarrollo del estudiante y de nuestra cultura, a través de la docencia, investigación y otros
servicios ofrecidos por nuestra universidad. Bajo esta inspiración educar significa enfatizar
que la educación es un proceso perfectivo, que apunta a principalmente a un aumento
cualitativo y no sólo cuantitativo de los estudiantes. Formar “buenas personas” desde una
inspiración humanista cristiana implica enseñar a vivir, vale decir, enseñarles a nuestros
estudiantes que una vida plenamente humana está fundada en la verdad y en el amor, y no
"enseñar para la vida”, o sea “capacitarlos” o “entrenarlos” para que sean competitivos y
“exitosos” (dinero, poder, fama, etc.) en el mundo actual.

En consecuencia, esta inspiración humanista cristiana no es un añadido, algo que viene desde
fuera, un plus. Lo "humanista cristiano" es la esencia misma, el corazón de una universidad
que como la USS declara esta inspiración, y por lo tanto debe impregnar todo el ambiente
educativo. Si somos una universidad humanista cristiana, eso significa entre otras cosas, que
queremos dar a nuestros estudiantes una explicación cristiana del mundo y del hombre, que
en ningún caso ofusca el rol de la razón, por el contrario, la exige. Credo ut intelligam,
intellego ut credam. De este modo, podemos ofrecerles una respuesta a sus inquietudes sobre
el sentido y la finalidad del mundo y entregarles una ética del amor y solidaridad al prójimo.

Ser y quehacer de la Universidad a la luz del humanismo cristiano

En líneas generales, las universidades chilenas, matices más, matices menos han sido
influenciadas por el “modelo” napoleónico de universidad, es decir, una institución de
estudios superiores dedicada a formar profesionales, y enfocada, por tanto, en el “saber
hacer”. Las Facultades se conciben básicamente como instancias de administración
curricular, y las Escuelas se denominan según aquello que los estudiantes aprenden a hacer

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(Escuela de Medicina, Escuela de Derecho, Escuela de Psicología, etc.). Bajo este “modelo”,
la excelencia académica se mide principalmente por la competencia que demuestre el
profesional en este “saber hacer”. En el último tiempo, este modelo napoleónico se ha
complementado con otro “modelo” de universidad, atribuido a Alexander von Humboldt, que
concibe la universidad como una institución especializada cuyo objetivo principal es la
investigación científica y la difusión de la ciencia a sus alumnos. Los profesores son más
bien investigadores y/o científicos quienes con sus investigaciones contribuyen al desarrollo
de las ciencias y del país. Desde esta óptica la excelencia académica se vería reflejada en la
cantidad de artículos WOS, los papers en revistas académicas especializadas o lo proyectos
Fondecyt adjudicados. En ambos modelos queda muy poco espacio para disciplinas como la
teología y la filosofía, pues se las considera totalmente prescindibles.

Una universidad de inspiración cristiana sin desconocer la importancia de la formación de


excelentes profesionales y de la investigación científica, aspira a mucho más. Entre otras
cosas, aspira a responder a los grandes problemas de la sociedad y de la cultura. Para ello
debe dotar de sentido su labor académica, no excluyendo la dimensión moral y espiritual.

Siendo “realistas” ¿no será anacrónico o ingenuo pretender que la USS posea una inspiración
cristiana en cuanto comunidad sebastiana? ¿No sería más “realista” apostar a preparar
excelentes profesionales e investigadores más que buenas personas? En una época en que la
verdad prácticamente no existe, el bien es relativo y la belleza está pasada de moda, ¿tiene
algún sentido seguir repitiendo la importancia de estos principios? ¿No será mejor “licuar”
la identidad “cristiana”, de modo tal que sea aceptada por todos, no hiera susceptibilidades y
de esta manera su mensaje sea más atractivo y competitivo en el mercado de la educación?

A nuestro juicio, el desafío no pasa por “licuar” la identidad, de modo que pueda ser una
“bebida” para todos los paladares. Nos parece que el mayor desafío de las universidades no
es teórico, sino práctico, a saber: mantenerse fieles a su identidad o inspiración cristiana, en
este caso (contra viento y marea). No desconocemos que el desafío es titánico, más aún
cuando esto implica “tener la valentía de expresar verdades incómodas, verdades que no
halagan a la opinión pública, pero que son también necesarias para salvaguardar el bien
auténtico de la sociedad” (ex corde ecclesiae 32).

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El valor de la libertad
Este proceso es posible educando en libertad. La USS parte de la base que tanto el
académico como el estudiante son libres: libremente se enseña y libremente se dejan
enseñar. Por ello, no se debe confundir, educar con concientizar o instruir. Educar es una
labor de permanente promoción de las virtudes humanas, orientando al estudiante hacia el
bien, la verdad y la belleza. La universidad pone los medios pedagógicos, materiales y
espirituales a disposición para que cada Facultad o Instituto pueda llevar a cabo esta
misión. En este contexto, la inspiración humanista cristiana no es una camisa de fuerza
que coarta la libertad del académico o del estudiante, por el contrario, asume toda la
diversidad y pluralidad propia de una comunidad educativa, o si se quiere, asume la
diversidad en la unidad, una unidad que precisamente remite a ciertos valores
institucionales, que son irrenunciables y operan, a la vez, como matriz: la búsqueda de la
verdad, la vocación por el trabajo bien hecho, la honestidad, la responsabilidad, la
solidaridad, la alegría y la superación. Con otras palabras, la USS garantiza la libertad
académica, salvaguardando los derechos de la persona humana, en el marco del respeto a
la verdad y el bien común. En este contexto, la libertad tiene pleno sentido cuando está
unida a la verdad y dirigida al bien, de modo tal que le imprime una cierta orientación a su
ejercicio, es decir, no se la entiende como pura ausencia de coacción, tendiente a una
capacidad de expansión ilimitada de la propia subjetividad sin referencia a la verdad y el
bien. La libertad adquiere pleno sentido cuando nos preguntamos para que somos libres, y
no solo de que somos libres.
Desde una perspectiva humanista cristiana se puede afirmar que educar consiste en “hacer”
al hombre libre; no “a pesar suyo”, como lo pretendía ya totalitariamente Rousseau, sino a
causa suya: Es decir, asumiendo que él, en cuanto educando, es, diversa y
proporcionadamente, el “agente principal”; y no el educador, que es su agente auxiliar y
cooperador. “Quien enseña no causa la verdad en el educando, sino el conocimiento de la
verdad en él” (Tomás de Aquino). La educación es, así, “educación para la libertad”, en
relación, especialmente, al cultivo de las facultades específicas del hombre; es decir, de la
inteligencia y la voluntad. De este modo, educar no es una labor mecánica, ni automática, es
decir, no garantiza el éxito, porque no se trabaja con objetos, sino con sujetos libres a ser
educados. El sentido socrático de educere, sacar desde dentro, no se puede realizar, si el

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estudiante no quiere ser educado. En este contexto, la educación tiene, además, una
dimensión correctiva. Educar, no sólo tiene que ver con la adquisición de conocimientos o
habilidades, sino también con la corrección de las inclinaciones desordenadas del estudiante,
aquellas que le impiden no solo ser un buen estudiante (la pereza, la curiositas, por ejemplo),
sino ser una mejor persona. Es bien sabido, que la formación de los hábitos operativos
buenos, o sea las virtudes, no es empresa fácil. A fin de cuentas, la plenitud humana, es
primeramente una plenitud de orden moral. Es el profesor quien conduce al alumno a un
estado de perfección, que no es solo cognitivo, sino también afectivo y moral.

¿Cuáles serían algunas implicancias concretas de la adhesión a los principios del humanismo
cristiano? Sin lugar a dudas son muchas, algunas evidentes otras no tanto. En el marco de
este informe es imposible describirlas todas. Nos limitaremos a enunciar solo algunas de las
más importantes. Si pensamos, por ejemplo, en el ámbito de la salud, atentaría contra los
principios del humanismo cristiano, que carreras como medicina u obstetricia promovieran
el aborto o la eutanasia, toda vez que los principios del humanismo cristiano, defienden la
vida desde su estado inicial hasta su etapa terminal. Tampoco sería coherente que, en la
carrera de ingeniería comercial o civil, por ejemplo, se promoviera el egoísmo o la codicia
como motor de la economía y de la vida empresarial, enfatizando que el lucro es lo único que
debe importar en la vida económica. O en el ámbito de la educación, no se adecuaría a los
principios del humanismo cristiano si se asume un modelo educativo “constructivista”, que
promueva un constructivismo radical, a partir paradójicamente de una “deconstrucción”, que
reniega de la verdad y el bien objetivo. Vale decir, donde cada estudiante construye su propia
realidad. Tampoco sería compatible con los principios que proclama la USS promover la
ideología de género, que nos enseña que la sexualidad se escoge o se elige, por ser una
construcción social patriarcal y “machista”. Del mismo modo, sería incoherente si a los
estudiantes de Derecho se les enseñara como única realidad jurídica, el positivismo jurídico,
desconociendo por ejemplo una mirada “iusnaturalista”, o sea, la existencia de una la ley
natural. Tampoco sería coherente, por ejemplo, que el Instituto de Filosofía se dedicara a
promover en los cursos sellos de la universidad una visión materialista del hombre, una visión
utilitaria y relativista de la ética.

El desafío de la formación integral a la luz del Humanismo Cristiano

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Tanto en nuestro Proyecto Educativo, como en la Misión y Visión USS se hace referencia
explícita a la formación integral como elemento central de la formación que ofrece nuestra
casa de estudios; en el primer documento, se señala que “la formación integral del egresado
es un compromiso institucional” (Proyecto Educativo, p. 18), mientras que la Misión hace
referencia al compromiso fundamental de la Universidad “es la formación disciplinar y
valórica de profesionales íntegros”. La Visión Institucional, por su parte, pone el acento en
la promoción del “desarrollo integral de sus estudiantes” (Misión y Valores Institucionales
p. 22).

Sin embargo, en el presente análisis resulta fundamental precisar esta expresión que
está difundida con muy distintas visiones en prácticamente toda institución educativa,
máxime cuando queremos comprenderla a la luz del humanismo cristiano.

Lo primero es superar un equívoco frecuente que consiste en reducir la formación integral a


una educación que tiene presente todas las dimensiones de la persona. En parte es cierto que
la acción formativa debe abarcar las diversas facetas del ser humano, sin embargo, ese solo
hecho no garantiza en nada que haya verdadera integridad. Lo que hace íntegra a una persona
no es necesariamente que todas sus dimensiones alcancen un desarrollo más o menos óptimo,
sino que, sin oponerse a lo anterior, es aquello que otorga unidad interior, esto es, un principio
desde el que articular un proyecto de vida unitario. Una concepción auténtica de la formación
integral debe fundarse en una claridad meridiana respecto del fin al que se dirigen los
esfuerzos educativos y desde el cual se ordenan jerárquicamente y se les dota de sentido. Un
grave riesgo de la educación es que, en su afán de abarcar todas las dimensiones del ser
humano, se pierda de vistas el horizonte último para el que se educa: el bien del educando.
Dicho de otro modo, habrá verdadera formación integral en la medida en que todos los
esfuerzos educativos perfeccionen las diversas facultades del estudiante, de modo que queden
integradas en orden al bien del mismo; desconocer esto es desligar toda la educación de su
carácter eminentemente moral. Con otras palabras, una educación integral no es la simple
suma o yuxtaposición de las diferentes dimensiones de la persona humana, sino una unidad
armónica de todos esos aspectos en la unidad y en la acción educativa, atendiendo a la
singularidad de cada persona.

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Es evidente que el contenido de ese bien del educando es lo que distingue a una
institución de otra; en nuestro caso la concepción de dicho bien se identifica con la ofrecida
por el Humanismo Cristiano antes descrita, es decir, la visión que reconoce y promueve la
dignidad de la persona en sus dimensiones materiales y espirituales, el carácter trascendente
de su vida, su naturaleza social y, muy particularmente, su capacidad de asumir su vida desde
servicio a otros y a la sociedad.

Es, por tanto, parte de nuestra responsabilidad contribuir a la educación de nuestros


estudiantes, promoviendo en ellos las preguntas por el sentido y proyecto de vida, así como
el valor del servicio y la responsabilidad social a la que quedan comprometidos como
respuesta a la formación profesional y personal que han recibido en su paso por la
universidad.

En conclusión, el sentido último de la Formación Integral será entregar a los


estudiantes una instancia desde la que reflexionar en torno al sentido de sus propias vidas y
de sus estudios, ofreciendo respuestas sólidas y bien argumentadas que entreguen una guía
auténticamente iluminadora e integradora, salvaguardándolos de esa dispersión antes
mencionada. Se sigue por tanto que, en referencia a esta finalidad última, la Formación
Integral, como instancia que encarna de modo explícito la visión y misión de una universidad,
no puede quedar reducida a un principio articulador dentro de otros, sino que ha de constituir
el eje orientador por excelencia.

Podría discutirse respecto del valor estrictamente académico de esta finalidad de la


Formación Integral y, por consiguiente, de su legitimidad en el currículo universitario; por
esta razón la historia del pensamiento, la filosofía y la Doctrina Social de la Iglesia son las
que dan este carácter académico a un área que se ha ido haciendo fundamental en la realidad
universitaria chilena ante la necesidad de jóvenes cada vez más dispuestos a la formación
técnica y especializada, pero menos reflexivos respecto de las preguntas últimas y
fundamentales.

El ambiente formativo:

A la luz del humanismo cristiano, como principio inspirador de la Universidad San


Sebastián, conviene tener presente que el proceso formativo -que se encamina a la formación

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integral- se da siempre dentro de un ambiente o atmósfera de gran valor formativo. Es sobre


todo en los últimos años, en que la reflexión educativa ha ido otorgando importancia al
contexto o ambiente que favorece o dificulta el proceso formativo en general y el de
enseñanza-aprendizaje en particular.

Este ambiente está determinado por el entorno físico y las instalaciones que influyen
en la vida universitaria en general y que ya contienen un mensaje implícito de la identidad
institucional, sin embargo, en relación con el humanismo cristiano, sin desmerecer esa sana
preocupación por las instalaciones y recursos materiales en general, resulta fundamental
promover un ambiente humano coherente con esta visión.

El carácter formativo del ambiente viene a ser el clima o modo de relacionarse entre
todos los miembros dentro de la Universidad, y siempre tiene impacto sobre el tipo de
comunidad que se va configurando. De acá surge la necesidad de que haya plena coherencia
entre lo que se declara como sello e identidad USS y lo que efectivamente se es como
comunidad. En este testimonio de coherencia (o falta de ella) se juega en gran medida el sello
con que egresan nuestros estudiantes.

Desde el Humanismo Cristiano, el llamado es claro: cultura del respeto en que se dé


un natural espacio de integración social y se favorezcan los vínculos de amistad y solidaridad
(Misión y Valores Institucionales p. 25). En orden a ello se valora el testimonio como medio
educativo por excelencia:

- El testimonio individual que es “generalmente silencioso; por la batalla diaria que


libra un profesor por ser más paciente y más justo; o la de un directivo por ser más
prudente y más justo, o un investigador por ser más humilde y más perseverante; o
un compañero de clases por ser más responsable y respetuoso” (Misión y Valores
Institucionales p. 9).
- El testimonio comunitario que sólo se realiza en la medida en que hay testimonios
individuales que terminan por instaurar una ethos o modo de ser institucional que, a
la luz del humanismo cristiano ha de estar marcado por el respeto mutuo, la
honestidad, el trato cortés. “para cultivar un clima interpersonal coherente con los
valores y el sello institucional, se procura promover un ánimo alegre y solidario,

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junto a un trato honesto y responsable, que motiven a la superación y a valorar el


aprendizaje continuo. Se pretende generar así un contexto de confianza” (Proyecto
Educativo p. 24).
Se proponen algunos elementos claves a tener en cuenta para favorecer un ambiente
formativo coherente con el humanismo cristiano:

- Necesidad de que todos los académicos, directivos y funcionarios de la universidad


tengan clara e interiorizada la misión, visión y valores institucionales, así como la
misión personal dentro de la misma.
- De la mano de lo anterior, es fundamental que cada uno asuma la responsabilidad de
cultivar relaciones interpersonales respetuosas y honestas. Siendo contraria al
humanismo cristiano dinámicas tendientes a instrumentalizar a las personas en virtud
de intereses puramente individuales.
- Fortalecer la unidad de criterios plasmadas en estrategias conjuntas, que favorezcan
una coherencia institucional.
- Armonizar todas las intervenciones académicas con las actividades extracurriculares,
de modo que tributen al mismo fin y fortalezcan a la comunidad.

Algunas preguntas para una posterior reflexión en cada unidad académica

El ser humano por naturaleza es un ser que se cuestiona, que reflexiona sobre sí mismo y
sobre la realidad. Se pregunta sobre su naturaleza, sobre el bien, acerca de cuál es el mejor
modo de organizar política y económicamente la sociedad, y, por cierto, sobre la educación,
en la cual se juega todo el destino del hombre. Es más, en el origen del conocimiento se
encuentra la ignorancia y el deseo natural de conocer. En este contexto, reflexionar acerca el
ser y quehacer de la USS requiere, a nuestro juicio, plantearse algunas preguntas claves.

1.- ¿Hemos generado un “ethos sebastiano”, es decir una cultura o un ambiente


formativo, propicio tanto en lo formativo, académico u organizacional que facilite la
promoción del humanismo cristiano?

Como decíamos el ambiente que se genere no es neutral o indiferente a la hora de promover


determinados valores o principios. Un clima académico colaborativo, solidario,

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interdisciplinario, comprometido facilita la tarea. Es lo que podríamos llamar el “ethos


sebastiano”. Se requiere de este “ethos” para facilitar la tarea. Mucho más si se dispone de
una cierta mística que aliente a cada uno de los miembros que componen la universidad.

2.- ¿Es posible proyectar la práctica pedagógica y los planes de estudio a la luz del
humanismo cristiano? ¿si es posible, de qué manera?

. En esta “transmisión” les cabe un rol ineludible a los académicos, en cuanto “protagonistas
principales del proceso formativo” (Proyecto Educativo, 3,3) y “comprometidos con los
estudiantes y los valores de la universidad” (ídem). Sin este compromiso, nuestra inspiración
cristiana puede convertirse en letra muerta. La experiencia enseña la importancia del ejemplo
y testimonio de los académicos, para cada uno de los alumnos. Muchos de ellos ven en sus
profesoras y profesores modelos a seguir y referentes a imitar.

3.- ¿Qué implica adherir al humanismo cristiano a nivel de la misión y visión de la USS?

Indicábamos en las páginas anteriores la necesidad de adherir a los principios del humanismo
cristiano. En coherencia, hay que preguntarse también por las implicancias de esta adhesión.

Grosso modo, digamos que exige un compromiso y esfuerzo permanente por entregar una
educación de calidad orientada, como ya hemos señalado, no solo a formar profesionales
competentes, sino, además, buenos ciudadanos, y fundamentalmente buenas personas. No
está demás remarcar que cooperar en la promoción de nuestros alumnos es una tarea de todos
los estamentos de la universidad, cada uno desde su propia disciplina, experiencia o
habilidades, vale decir, es una actividad transversal.

4.- ¿Cómo el humanismo cristiano se proyecta en la práctica pedagógica y en los planes


de estudio?

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Un nivel mayor de concreción es la pregunta por la proyección de los principios del


humanismo cristiano en los planes de estudio y en la práctica pedagógica. Como los planes
de estudios, o las mallas curriculares reflejan estos principios.

5.- ¿Opera el humanismo cristiano cómo fundamento a tener en cuenta en los planes
estratégicos de la universidad o de cada Facultad?

Toda planificación estratégica institucional, aún en sus aspectos más técnicos, contiene un
fundamento que le da sentido, o sea, la sustenta y legitima. En el caso de la USS, ese
fundamento es el humanismo cristiano. Para que este fundamento no sea letra muerta, debe
aplicarse o vivirse en el amplio espectro de la vida académica, desde su proyecto educativo,
pasando por los planes curriculares y en el ambiente formativo.

6.- ¿De qué modo la investigación en la USS responde a los principios del Humanismo
Cristiano?

La investigación desde una perspectiva humanista cristiana exige, en medida de lo posible,


la integración del saber, de las diferentes áreas del saber, que apunten a una mirada
interdisciplinaria de los grandes problemas y desafíos de nuestro tiempo. Debe, además,
reflejar una preocupación ética y entablar un diálogo profundo entre la fe y la razón, como lo
propone la ex corde ecclesiae (1990).

A modo de reflexiones finales

No expresamos nada original cuando afirmamos que la labor educativa es un largo y


complejo proceso que se inicia desde el nacimiento y culmina con la muerte. Sin embargo,
conviene recordar esta verdad antigua, porque lo obvio se da por sabido y lo que se da por
sabido se olvida. En este contexto conviene mencionar algunos desafíos actuales planteados
al sistema educativo chileno y frente al cual la USS no es ajena:
1) En la actualidad debemos enfrentar una cultura que tiende a la formación de una conciencia
“autopoeitica”. Los cambios vertiginosos en el campo de las ciencias y tecnología plantean

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nuevos desafíos y problemas, lo que implica estar atento a estas transformaciones para no
quedar obsoleto y responder a las necesidades del mundo actual. Sin embargo, el problema
mayor no lo visualizamos en este ámbito, sino en lo “valórico”. Los educadores deben hacer
frente al creciente relativismo moral, que hace de la conciencia el único criterio de
discernimiento entre el bien y el mal, al individualismo que niega la solidaridad, al
materialismo que nos hace creer que la felicidad está en el éxito económico;
2) Educar no es una labor mecánica, ni automática, es decir, no garantiza el éxito, porque no
se trabaja con objetos, sino con sujetos libres a ser educados. El sentido socrático de educere,
sacar de adentro la “verdad”, no se puede realizar, si el educando (alumno, hijo) no quiere
ser educado;
3) No se debe olvidar la dimensión correctiva de la educación. Educar, no sólo guarda
relación con la adquisición de conocimientos, sino también con la corrección de las
inclinaciones desordenadas de la persona o del estudiante, por ejemplo aquellas que le
impiden ser una mejor persona (desidia, indisciplina, negligencia, flojera, cólera,
“curiositas”, etc.). Es bien sabido, que lo que más cuesta es la formación de los hábitos o el
ejercicio de las virtudes.
4) Educar, es también promover las tendencias positivas de nuestros estudiantes, pues en
cada uno de ellos se encuentra una inclinación natural al bien, la verdad y la belleza. Pero,
aunque esta dimensión sea más fácil que la anterior, también supone una dificultad a vencer,
habida cuenta de que vivimos en una cultura que relativiza el bien, niega la verdad y ofusca
la belleza;
Estos desafíos conciernen a toda la comunidad educativa USS. Nadie debe sentirse ajeno al
llamado de dar lo mejor de sí mismo, para hacer de la USS una gran universidad al servicio
de sus estudiantes y el país.

No es difícil darse cuenta de lo difícil que es ser un buen formador, pues no sólo debemos
poseer las competencias académicas, sino, además, ciertas cualidades morales. El profesor
está sometido día a día al escrutinio de sus alumnos. Es juzgado a doble título, es decir, por
lo que hace (entregar contenidos) y como lo hace (el modo en que entrega esos contenidos:
en forma clara, competente, ordenada, entretenida, motivadora, etc.), y por lo que es.

El educador debe predicar con el ejemplo, pues éste es una forma no verbal de enseñar. En
consecuencia, la exigencia a la que está sometido el educador es muy grande, pues no sólo
debe formar con las palabras, sino también con sus acciones. Sólo así es posible que él se
convierta en un “maestro”, es decir, alguien que enseña con autoridad (moral e intelectual).

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No pocas veces, la relación maestro / discípulo comienza por la admiración que el discípulo
tiene por la persona del maestro, más que pos sus enseñanzas.

El alumno mediocre escucha. El buen alumno, escucha y pregunta. El alumno superior,


pregunta y desafía intelectualmente al profesor. El alumno de excepción, supera al profesor.
Si este más que causar admiración, mueve a la imitación tendrá alumnos de excelencia. El
fracaso del estudiante, es en alguna medida, también el fracaso del profesor. El profesor que
se conforma con la “media”, solo comunica algunos conocimientos. El buen profesor,
comunica y explica. El profesor de excelencia, además, demuestra. El gran profesor
inspira.

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