En 1988 tuve la fortuna de compartir mesa con Berthold
Lubetkin traduciendo su conferencia en el salón de actos de la Escuela de arquitectura de Barcelona. Supongo que el archivo de la escuela debe guardar algunas fotografías y también el texto en grandes letras que el arquitecto georgiano leyó en aquel acto. Recuerdo que ya en ese momento, la Cooperativa de ideas preparaba un material disperso de textos y fotografías que editó tiempo después y cuya difusión no estuvo a la altura del esfuerzo de la editorial y de la oportunidad del tema. Unos años más tarde, la revista DPA del Departamento de Proyectos de la ETSAB orientada por Carlos Martí y Jordi Ros prolongó ese interés en un monográfico sobre Lubetkin, traduciendo entre otros, los textos explicativos del Dispensario de Finsbury, acompañados por las viñetas de Gordon Cullen. La relativa marginalidad de estos tres antecedentes en castellano, a los que se agrega una traducción en la Carrer de la Ciutat a comienzos de los Ochenta, transforman a este esfuerzo de Javier Porras Rojas y la Universidad Peruana Los Andes, en una aportación definitiva y necesaria a la historia de la arquitectura moderna.
En cuanto a la bibliografia sobre Lubetkin en otras lenguas,
cabe recordar el pequeño libro inglés aparecido en 1981 y titulado Lubetkin and Tecton. Architecture and Social Commitment, a cargo de Peter Coe y Malcolm Reading, vinculados a la Universidad de Bristol y continúa en 1983 con Berthold Lubetkin. Un moderne en Anglaterre, una obra en francés que amplía la visión sobre el personaje. Finalmente, en 1992 aparece “Berthold Lubetkin: architecture and the tradition for progress”, de John Allan una monografía completísima en textos e imágenes. Es a través de estos trabajos que se entienden las facetas teóricas, proyectuales y éticas del legado de Lubetkin, que abandona la profesión a mediados de 1985 para retirarse en su granja de Bristol.
Nos encontramos, pues, delante de un personaje difícil y
por momentos huidizo pero al mismo tiempo como ocurre con otros “rusos”, una bella figura del exilio eslavo con una biografía interesantísima. Su relación, nada lineal, con la cultura del constructivismo ruso en el que se formó como ayudante de El Lissitzky, sus discusiones con las tendencias que se afirman en Inglaterra después de la Segunda Guerra, su militante crítica social, su cultura clásica son factores a tener en cuenta y creemos que una lectura detenida de sus textos en castellano puede ayudar a desentrañar.
La aparición de Eugeni Rusakov es, sin duda, un acierto de
esta compliación y cabe felicitar a los editores. Generacionalmente lejano a Lubetkin pero próximo en su actitud –podríamos decir obsesiva, comprometida con su objeto hasta la terquedad- basada en su caso, en la potencialidad del dibujo y del collage. Si Lubetkin se había alejado de la Unión Soviética, primero hacia Varsovia tras la herencia de Worringer, después a Paris interesado en Perret y finalmente a Londres, sin abandonar sus convicciones socialistas; Rusakov parece alejarse de la actual Rusia, para buscar respuestas en los entresijos de unos fragmentos de memoria que monta una y otra vez, quizás a la búsqueda de una forma original imposible. Lubetkin encontró una inmortalidad inglesa en sus amigos de Tecton, sus estudiantes, su compañera y su ático de Highpoin I; Rusakov comparte todavía nuestro flujo cotidiano, portador de una tradición y unas dotes expresivas envidiables, nos recuerda lo que no debemos perder los que creemos en la capacidad discursiva y transformadora de la profesión de arquitecto.
Javier Porras Rojas acompaña, en su calidad de editor,
esta brillante selección de material, con dos textos. En el primero sitúa el marco de la actividad artística al comienzo de la revolución, dentro del cual Lubetkin comenzó su aprendizaje y comenta sus escritos. El segundo lleva el título de “Una nueva escalera sobre una montaña arquitectónica”, un ensayo más libre y abierto –atlético, podríamos decir parafraseando a otro ruso, Mejerhold- que parece tenderse paralelamente a las visiones de Rusakov. El título no deja de ser sugestivo; si hay un elemento omnipresente en la tradición rusa y constructivista, ése es la escalera. Podemos verlas en las escenografías del teatro judío ruso, cuyas fotografías publica el propio Lubetkin en sus artículos para la Architectural Review, en el pabellón de la URSS de Melnikov en Paris 1925, en las películas de Eisenstein, en los escenarios de El Lissitzky o de Popova, en las fotografías de Rodchenko y finalmente, en las obras del Lubetkin en Inglaterra. Esperamos que los materiales que esta obra pone a disposición de los lectores en lengua castellana nos sirvan para mantener vivos los debates que sus autores intentaron abrir.
Dr. Arq. Fernando Alvarez Prozorovich,
Profesor Titular de Historia del arte y de la arquitectura Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona- España Barcelona, Junio del 2005 INTRODUCCIÓN
1921. En los entresijos de la naciente sociedad soviética, la
exhortación hecha por el buró político bolchevique, a la nueva hornada de jóvenes arquitectos, para que asumiesen el compromiso de transmitir a través de sus obras; el nuevo mensaje simbólico e ideológico de cambio que la arquitectura eslavófila rusa demandaba, y de esta manera se hiciese frente a una contaminante sociedad occidental, donde simplemente se omitían tal estado de cosas y como consecuencia de tal aletargamiento, subsumían las bases del emergente espíritu revolucionario.
Es desde este contexto, donde se alzó la visión del prolífico
arquitecto ruso emigrado a Inglaterra Berthold Lubetkin, quien nos traza una topografía arquitectónica con el más amplio talante culturalista de una naciente sociedad soviética. Echa mano a toda una serie de factores locales que condicionaron un contexto que formalmente producían gachas y mediocres obras neoclasicistas.
Nos infiere y formula un proceso de evaluación de cara a
analizar la aludida estructura ideológica, que iluminó a esta nueva arquitectura. La misma, que intentaba identificar y dotar al nuevo espíritu soviético de: “no sólo construir arquitectónicamente, sino socialistamente”.
Pero, ¿que sucedió con esos elementos inherentes y
subyacentes, vinculados al legado estético provenientes de la ancestral cultura de las artes y oficios eslavos de inspiración rural?
Si bien es cierto, que se encarno con una densa agenda
ideologizante, a través de foros, debates al interior de los Inkhuk y los Vkhutemas. Que les significaron, en buena cuenta una lucha frontal contra todo signo de desviacionismo del arte proletario. Paradójicamente, -como señala Lubetkin-, el grueso de la arquitectura rusa que se producía, seguía inmersa bajo las viejas tradiciones afrancesadas del Beaux arts o la adocenada impronta del art nouveau y con ello termino soportando el influjo de todas sus secuelas. En una década donde Mies Van Der Rohe, desde Berlín reclamaba tales cambios a la nueva arquitectura desde la vivienda y expresada con sentenciosas frases aforísticas: “La vivienda de nuestro tiempo no existe…,la transformación del modo de vida exige su realización”, a propósito de iniciar un vasto programa para la exposición de la construcción, celebrada en esta ciudad hacia 1930, un texto citado y analizado en profundidad por el crítico catalán Josep Quetglas, desde la noción de habitabilidad en la arquitectura.
Dentro de esta inquietante situación fundacional de los
proletkult 1 y su teatro callejero itinerante denominado Agit- prop, que se hizo a través de estentóreos fonógrafos y difundidos en cuanta parada ferrocarrilera o portuaria se pudiera hacer.
Sin duda será la nueva estética, formalista-mecanicista de
Tatlin, Rodchenko y Gan las que probablemente recojan y suenen con más detalle, sobre el inicio de esa nueva arquitectura socialista. Fue el primero, quien plasmo hasta un grado de paroxismo delirante, la estética de la espiral logarítmica, (en su paradigmática obra dedicado a la tercera internacional) una simbiosis totémica del hierro con el vidrio.
Exhortando con esto a sus jóvenes e inquietos discípulos,
en vindicar sus logros dentro de esta coyunda productivista;
1 Organización para la cultura del proletariado
fundada por Alexander Malinovsky en 1906. la misma que termino por aplacar a sus mismos autores, frente a una sociedad desbordada por una cruda realidad de carencias primarias. Que enfrentaba, un serio decaimiento del modus vivendi del proletariado, con sectores de la ciudad altamente tugurizados y con problemas a resolver frente a los permanentes deterioros físicos de aquellos viejos edificios decimonónicos que albergaban a empobrecidas familias. Fue ésta la agenda del naciente movimiento constructivista, como el primer problema a resolver.
Paralelo a esta corriente de estética, formalista-ingenieril,
se fue forjando en el seno del taller de los arquitectos Golosov y ladovsky, a través de los Vkhutemas y dentro de su agrupación ASNOVA una nueva concepción doctrinaria que inspirada en un abstraccionismo, matemático- perceptivo que en última instancia, devenía en un neoplatonismo, a expensas de sus propios autores.
Tal situación convirtió a sus seguidores en victimas de los
excesos abstractos de su lenguaje universal, que a causa de esto se hizo intransmisible, la acción simbólica de la nueva sociedad. La agrupación contó en sus mejores momentos con la participación de figuras descollantes como El Lissitzky y Melnikov.
Todo este conglomerado formalista de propuestas,
finalmente, no pudo traspasar las barreras del plano meramente proyectual, pero sirvieron, estas propuestas, como riquísimos y variopintos temas de referencia y debate; además de constituirse en el architectural malerei- ruso, la antítesis de la naciente arquitectura soviética. IMPRONTA DE LAS NUEVAS CORRIENTES ASNOVA, se constituyo en una de las primeras corrientes de jóvenes artistas y arquitectos, que en 1923 enfocaron sus objetivos hacia la desmitificación del factor plástico en la arquitectura, lo cuál implicaba resolver dialécticamente el rol de la nueva arquitectura soviética, sin embargo a pesar de construir un manifiesto desde canteras y con protocolo ideologizante. No echará raíces en tales posturas protagónicas y a veces únicamente llamativas, Tal situación les sirvió, -eso si-, para colmar una serie de cargos burocráticos a gente de éste movimiento, en el naciente aparato de la ex Unión Soviética.
ARU: LA ORGANIZACIÓN Y COMPOSICIÓN ESPACIAL
EN LA ARQUITECTURA El hombre como un ser social en relación con su entorno de clase. En su propuesta, este grupo adoptó los rígidos y deterministas lineamientos de una planificación, vinculadas con los planes urbanos de largo plazo, propuestas que sintonizaban con los programas socialistas de quinquenios y decenios, los llamados a consolidar la estructura social del pueblo. Tales propuestas incoan una proyectación urbanística referida a la creación de nuevas ciudades y pueblos para ser diseminados en el vasto territorio soviético.
SASS (Grupo de arquitectos de construcciones socialistas)
Entre cuyos miembros se encontraban Barshch, Burov, Okhitovich (principal teórico y planificador), Vegman, Pasternak, Vladimirov, komarova, todos bajo la dirección de Moisei Ginzburg. Se tornó dentro del espectro de estas nuevas agrupaciones de arquitectos, como uno de los grupos más radicales por su vocación utilitarista y obsesionada en encontrar nuevos tipos arquitectónicos, con vocación programática, inherentes y sucedáneos de la naciente sociedad socialista. Dichas inclinaciones llevaron al grupo a continuos debates, muchos publicados en su revista SA Sovremennaya Arkhitektura (Arquitectura contemporánea) e intentaron superar la clásica oposición campo-ciudad, así como sacudirse del guión teatral adscrito a las nuevas tipologías constructivas de los emergentes ‘clubs de trabajo’, diseminados por todo el territorio.
WOPRA (Sociedad rusa de arquitectos proletarios)
Asumen desde una postura ortodoxamente materialista- dialéctica, el problema de la disyuntiva estética entre forma- contenido y direccionan todos sus presupuestos teóricos, contra las corrientes existentes. Este movimiento al contar con una postura filo-estalinista, se les allano el camino para acceder a muchas obras públicas.
Paradójicamente, sus fuentes de inspiración fueron
tomadas de las teorías esteticistas puro visualistas de Hildebrandt, Semper Fiedler y Wölflin.
El manifiesto wopriano elucida una ideología a partir de su
crítica al ala izquierdista del SASS (uno de sus grupos opositores), donde denuncia los excesos de un fundamentalismo mutilante, que excluía un reclamado bagaje revolucionario, que la nueva sociedad pedía, para el uso emocional del arte para con las masas, pasando a ser, este agrupación, con tal celo ideológico-doctrinario, el centinela de todo desviacionismo que pudiera producirse en las escuelas de arquitectura.
WOPRA copó todos los concursos arquitectónicos que se
realizaron, aunque curiosamente para la realización de la edilicia pública que representaba a esta nueva arquitectura, -el Palacio de los Soviets-, no logro realizar el encargo para construir tan emblemática obra.
HACIA LA INSTAURACIÓN DE UN CREDO
Para ir hacia una ontología de la arquitectura que se apoye en la razón, en contra posición al frívolo hedonismo visual, significa distanciarse de la cultura negociadora del historiador historicista, que pone en evidencia una actitud crítica de la historia en ánimo a intervenir irracionalmente en el quehacer proyectual de la ciudad. A excusa, -como refiere Lubetkin-, de carecer de “la ausencia de supuestos comunes” y pone a luz el reflejo de “las tensiones filosóficas más corrientes sin resolver”. Una mortificación dialéctica que esclarece y pone al hombre constructivista como elaborador “profesional de circunstancias”.
Esta Posición en la arquitectura que aclara todos los
desmadres de poses sedientas de apearse en ese imperio subliminal de los sentidos, vindica una binaridad de situar al arte entre la categoría de una totalidad productiva respecto a sus partes, la causalidad y la descripción de los fenómenos que efectivamente nos hace ver al “arte” como “producto” de la historia. Dándonos con este ejercicio de categorización histórica, la posibilidad de interpolar con el mismo flujo de problemas que sacude a la sociedad de mediados del siglo pasado, con la actual donde subyace como cultura del espectáculo y su oprobiosa contaminación visual, el uso y abuso de la noción de lo moderno alejándonos de una orgánica continuidad, reclamada por Habermas.
Ese factor distorsionado de frivolidad, frente a lo autentico,
que es vendido como inactual, una bandera que se enarbola para encubrir conflictos, proferir incurias culturales, violencias y corrupción, donde, -como refiere Debord-, “el mentiroso se miente a si mismo”.
La preocupación que atisba Lubetkin en desenmascarar lo
profano de la conducta ética del arquitecto, inmerso en un mar de caos, delata ponerse ó superponerse al servicio de la “irracionalidad” que niega hacer una arquitectura interactuante, acontecedora entre “significado visual” y “concepto”, estructura y superestructura, una exhortación a asumir una nueva actitud frente al decadente estado de cosas que recurría a la arbitrariedad, para limar todo tipo de barreras, que finalmente nos llevaba al periodo descrito, con sus consabidos lastres, un punto de inflexión al que Lubetkin advierte con entera precisión. ENCONTRANDO LA GÉNESIS DEL ARTE MODERNO RUSO El arte moderno ruso que irrumpe en medio de un complejo escenario político y social, que guiada por una intelligentsia progresista, presta a soterrar la farfulla del “primitivismo rural ruso”. Que iba en busca de la soñada “identidad rusa”, un esfuerzo paneslavista llevado a cabo por Mamontov, Tenisheva junto a otros nobles y burgueses, en la Rusia pre revolucionaria. Las mismas que embotando y propendiendo un accionar contracorriente decaerá ante ese relampagueante tiempo benjaminiano, “los intentos de escapar del presente al pasado conducían inexorablemente al enfrentamiento con el futuro”.
Ideológicamente el paso aunque tardío del romanticismo
alemán, ya caduco y agotado como tema académico a un hegelianismo reciclado por Marx, supuso una nueva actitud epigonal. Sirvió, pese al atraso referido, como base para el naciente arte moderno ruso, que recibió en todos sus aspectos un espacio límpido de naturalismo eslavófilo, fuera de ese hegemonismo occidental de los estilos y neo estilos, plagados de edulcorados pastiches, o la influencia de esa atmósfera evanescente del industrialismo, que desaparecía la huella del poblador individual cosmopolita.
Es desde este nuevo ambiente donde se perfila el
surgimiento de toda una pléyade de artistas en los mas diversos campos. Artísticamente se escanciaba desde los ancestrales monasterios novodevichianos hasta el aporte de las vanguardias más contemporáneas como Gondrarova o Larionov, que marcaban el naciente y auténtico Arte moderno ruso, donde se apela a un arte total y hecho, físicamente, en algunos casos las 24 horas.
CONTRA LA IRRACIONALIDAD EN LA ARQUITECTURA
La irracionalidad como pretendida arma de consolación del caos imperante, donde se da en presentar al arte y la arquitectura como lo aleatorio, donde la supuesta libertad del creador, es capaz de transgredir a su tiempo y espacio, pero en ningún caso desligarse de su lugar histórico y como producto de tal embrollo derivará en una pacata promenade, “architecture à la mode”, como referirá Lubetkin. Huelga decir el papel que tiene que realizar el crítico, para sostener tal hilaridad. La arquitectura del espectáculo, de la “seducción blanda”, como nos alude, Marchan Fiz, toca en todas sus notas y recrea una vanguardia que se alimenta de todos sus cadáveres, fagocitándolos, reinventándolos, todo un espacio que surge como consecuencia de una ratio debilitada y casi ausente, cuando “la reacción se disfraza con la mascara del progreso”.