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INTRODUCCIÓN
Este artículo pretende ser una pequeña guía para el profesorado interesado en la
aplicación didáctica de la trilogía fílmica Matrix desde una perspectiva filosófica.
Tras la excelente acogida que tuvo la conferencia Filosofía y cine: Matrix como
recurso educativo en el Seminario de Córdoba de marzo de 2004, se planteó la
posibilidad de exponer en esta revista un comentario más detallado de los autores y la
bibliografía utilizados en los cursos Matrix y la filosofía, con el fin de aportar los datos
necesarios para la puesta en práctica de la experiencia.
- Desarrollo
- ¿Realidad o ficción?
En la película vimos como Neo descubre que todo el mundo como lo conocía, era
una farsa y que nada de lo que pensó haber vivido era real, que toda su vida
estuvo preso en una cápsula, sin moverse, sin ver ni hacer nada. Toda su
realidad era lo que su cerebro recibía desde la Matrix.
"¿Qué es real? ¿Cómo defines real? Si hablas de lo que puedes sentir, lo que
puedes oler, probar, ver… Real son impulsos eléctricos que tu cerebro
interpreta".
Nos ofrecen alternativas, pero todas van conduciendo a lo mismo, al final somos
manipulados en todo lo que hacemos. Incluso los que nos dedicamos a expresar
nuestras ideas "libremente", hacemos uso de una tecnología que para empezar,
ya nos está quitando el tiempo que pudimos haber empleado para salir fuera y
hacer algo nuevo. Igual ustedes que leen esto, no se han dado cuenta cuantas
horas al día dedican frente a una computadora, incluso la siguen usando cuando
se van a la casa. De algún modo, el sistema de control funciona, y lo hace tan
estupendamente bién, que muchos gastan gran parte de sus ingresos en
mantener tecnologías como teléfonos avanzados que les permitan estar 24 horas
con disponibilidad de acceder al Internet, por decir algo.
Normalmente este sistema nos lleva a adaptarnos a una rutina que se repite día
por día y luego se convierte en un patrón que se duplica semana tras semana,
mes por mes y terminamos incluso sintiéndonos cómodos mientras estamos en
la "seguridad" de esa rutina.
Para los que no se conforman con esa realidad, nos ofrecen alternativas, como
religiones, sectas y grupos que persiguen otros destinos, aunque por lo general,
siempre terminamos recurriendo al mismo sistema, pues parece estar todo
interconectado y en algo dependemos siempre de él.
2. La liberación
El acto de liberarse de las cadenas serían los actos de rebeldía que solemos llamar
revoluciones, o cambios de paradigma. Por supuesto, no es fácil rebelarse, ya que
el resto de la dinámica social va en sentido contrario.
En este caso no se trataría de una revolución social, sino de una individual y
personal. Por otro lado, la liberación supone ver cómo muchas de las creencias
más interiorizadas se tambaleen, lo cual produce incertidumbre y ansiedad. Para
hacer que este estado desaparezca, es necesario seguir avanzando en el sentido
de ir descubriendo nuevos conocimientos. No es posible quedarse sin hacer nada,
según Platón.
3. La ascensión
La ascensión a la verdad sería un proceso costoso e incómodo que implica
desprenderse de creencias muy arraigadas en nosotros. Por ello, es un gran
cambio psicológico.
Platón tenía en cuenta que el pasado de las personas condiciona el modo en el
que experimentan el presente, y por eso asumía que un cambio radical en la
manera de entender las cosas tenía que acarrear necesariamente malestar e
incomodidad. De hecho, eso es una de las cosas que quedan claras en su forma de
ilustrar ese momento mediante la idea de alguien que trata de salir de una cueva
en vez de permanecer sentado y que, al llegar al exterior, recibe la luz cegadora
de la realidad.
4. El retorno
El retorno sería la última fase del mito, que consistiría en la difusión de las nuevas
ideas, que por chocantes pueden generar confusión, menosprecio u odio por
poner en cuestión dogmas básicos que vertebran la sociedad.
Sin embargo, como para Platón la idea de la verdad estaba asociada al concepto
de lo bueno y el bien, la persona que haya tenido acceso a la realidad auténtica
tiene la obligación moral de hacer que el resto de personas se desprendan de la
ignorancia, y por lo tanto ha de difundir su conocimiento.
Esta última idea hace que el mito de la caverna de Platón no sea exactamente una
historia de liberación individual. Es una concepción del acceso al conocimiento
que parte de una perspectiva individualista, eso sí: es el individuo el que, por sus
propios medios, accede a lo verdadero mediante una lucha personal contra las
ilusiones y los engaños, algo frecuente en los enfoques idealistas al
fundamentarse en premisas del solipsismo. Sin embargo, una vez el individuo ha
alcanzado esa fase, debe llevar el conocimiento al resto.
Eso sí, la idea de compartir la verdad con los demás no era exactamente un acto
de democratización, tal y como la podríamos entender hoy día; era, simplemente,
un mandato moral que emanaba de la teoría de las ideas de Platón, y que no tenía
por qué traducirse en una mejora de las condiciones materiales de vida de la
sociedad.
PAT MARTINO
Siéntense y alucine con esta historia de tanto como lo hice yo cuando la escuché
por primera vez. Su protagonista, Pat Martino, que era considerado ya como uno
de los guitarristas más grandes de la historia del jazz cuando, a los 36 años,
comenzó a sentir fuertes dolores de cabeza que apenas le dejaban moverse.
Tras las pruebas pertinentes, en 1980, los médicos le diagnosticaron
un aneurisma cerebral severo que, si no operaban de inmediato, podría acabar
con su vida. La intervención era complicada, pero no había alternativa. Al acabar
la operación, los especialistas le comunicaron a su esposa dos noticias: una
buena y otra mala. La buena era que Martino había sobrevivido y se encontraba
bien. La mala, que no recordaba absolutamente nada de su vida anterior.
Aquel percance había borrado de un plumazo todos los recuerdos de su intensa
vida. Un total de 36 años llenos de experiencias musicales al alcance de unos
pocos privilegiados. Tras salir del quirófano no recordaba que había nacido en
Filadelfia en 1944, el mismo día que las tropas Aliadas liberaban París. Tampoco
se acordaba del inicio de su carrera como guitarrista profesional, con solo 15
años y gracias a un talento desbordante. Ni su incursión en las formaciones
lideradas por saxofonistas como Willis Jackson, Red Holloway o Red
Holloway, u organistas como Jimmy McGriff, Don Patterson, Jimmy
Smith, Jack McDuff o Richard Groove Holmes. Ni que había girado con el
gran John Handy, en 1966, con 22 años. Tampoco que a esa misma edad había
comenzado a liderar sus propios grupos en sesiones
para Prestige, Muse y Warner Bros. Ni había rastro en su cabecita del interés
que había mostrado por la vanguardia jazzística, el rock, el pop y las músicas del
mundo, las cuales había incorporado a su estilo hard bop, convirtiéndole en uno
de los más grandes.
Toda esta vida desapareció entera de un golpe en tan solo unas horas de
intervención quirúrgica. Apenas reconocía a sus padres, ni a él mismo, ni su
carrera como músico. Y por encima de todo, había olvidado como se tocaba
cada uno de los acordes que había aprendido, perdiendo por completo sus
habilidades como guitarrista. No sabía ni lo que era un do. «No reconocía a mis
padres, no tenía memoria ni de mi guitarra ni de mi carrera musical. Me
encontraba vacío, desnudo, muerto», contaba años después.
Pat Martino nos trae a la memoria a Django Reinhardt, que reaprendió a tocar la
guitarra con los dos únicos dedos que le quedaron cuando se quemó el
carromato en el que vivía cuando tenía 18 años. Para ello, Martino utilizó otro
camino, el de sus propios discos, que se ponía una y otra vez tratando de sacar
los acordes poco a poco, aprendiéndolos de nuevo como si fuera aquel niño al
que sus padres le habían regalado una guitarra. Y así fue desenterrando su
genio, que ya no era tan precoz.
Aquella batalla le llevó unos cuantos años. En 1984, comenzó a realizar con
mayor intensidad largas e intensas sesiones de estudio escuchando aquellas
históricas grabaciones y volvió a aprender a tocar su instrumento. Sus viejos
discos se convirtieron en «viejos amigos que le ayudaron a recuperar la belleza
y la honestidad de su música», dijo.
En 1987, tras años alejado de los estudios de grabación, sacó «The Return» (El
Regreso). El nombre lo dice todo. Martino consiguió recuperar la forma,
grabando de nuevo para Muse, Evidence y, finalmente, para el mítico sello Blue
Note. Y volvió a ser uno de los mejores.
La revolución técnica, estética y visual
Si hay algo por lo que el público, incluso quienes no han visto la película,
recuerda 'Matrix', es la imagen de Neo suspendido en una postura imposible
mientras esquiva un arsenal de balas. Este efecto visual, conocido como
'bullet time' o tiempo bala, consiste en aparentar que se congela la acción a
la vez que la cámara se mueve alrededor de la escena. La técnica ya se
había utilizado antes en cintas como 'Jumanji', pero la película la popularizó y la
digitalizó en las secuelas. Casi todas las escenas de acción se filmaron al final,
pues Hugo Weaving se lesionó el primer día de rodaje, aunque los actores ya
llevaban unos meses entrenando con Yuen Woo-Ping, coreógrafo de las
producciones asiáticas de acción; las artes marciales, que hasta entonces se
habían visto en Hollywood como parte de películas de segunda fila, pasaron a
ser mucho más valoradas, así como el trabajo de los dobles de acción.
Ante tal despliegue técnico y visual, rodar 'Matrix' no fue precisamente barato:
Warner solo estaba dispuesta a dar 10 millones de los 80 necesarios para una
producción de ese calibre, pues las Wachowski eran unas desconocidas que
solo habían dirigido un thriller negro de bajo presupuesto, 'Lazos ardientes'. Tras
ver la primera escena, en la que se usaron por completo esos 10 millones para
rodar la lucha entre Trinity y los agentes, la productora estuvo dispuesta a
destinar todo lo necesario. Un acierto, pues la película acabó recaudando más
de 463 millones y sentando cátedra en la ciencia ficción, a la altura de
clásicos como 'Blade Runner'.