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1. A modo de Introducción
1
Entrevista a Guillaume Faye , publicada en dgyot@geot-cr.uclm.es
2. Lenguaje y norma social: ¿es posible legislar el uso de la cortesía
lingüística?
2
Como escribe Diana Bravo, siguiendo a Goffman, la noción de imagen social “tiene la virtud de conectar los
conceptos de identidad personal y social”.
distintos niveles de alumnado) o bien orientando su contenido hacia intereses
particulares (textos financieros, de divulgación científica, de prensa rosa, etc.),
mientras que otros textos abarcan o pretenden abarcar como receptora a la práctica
totalidad de las áreas y estamentos sociales; tienen, en definitiva, una pretensión de
universalidad que en el campo de la cortesía lingüística les obliga más que a los
otros a afinar sus instrumentos al máximo a fin de que ninguno de los colectivos a
los que se dirijan pueda verse menoscabado o infravalorado a través de esos
escritos. Ocurre así con los textos legales, los que producen los estamentos
públicos (leyes, disposiciones, normas o reglamentos) y los de los medios de
comunicación de abasto general (periódicos de mayor tirada, revistas de
información general, etc.), y también entran en esta categoría los textos que de los
que nos ocuparemos en este artículo: los diccionarios generales de lengua, cuya
pretensión de universalidad debería obligarles a cuidar especialmente los
parámetros ligados a la recepción, el más importante de los cuales es,
posiblemente, el adecuado empleo de estrategias de cortesía lingüística.
Si tomamos como eje los anteriormente citados colectivos sociales, definidos por
exclusión, (el de los no-varones, no-eterosexuales y no-blancos), comprobaremos
que tanto en los medios de comunicación como en los discursos públicos y
académicos, el uso de un lenguaje no discriminatorio que no ofenda a los colectivos
sociales, sean cuales sean, se ha convertido en una prioridad, acuciada por una
presión social cada día en aumento .
Sin embargo, en el ámbito de la lexicografía esta presión lingüístico-social se relaja
considerablemente, hasta el punto de que un texto didáctico con pretensión
normativa, el diccionario, desconoce en gran medida estos supuestos y descuida el
uso social y políticamente correcto de su lenguaje. Es más, el texto lexicográfico
modelo, el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia (DRAE), que es
espejo y guía de todos los demás, los desatiende muy especialmente, sin que
parezcan hacer mella en él ni las críticas ni voces autorizadas que tratan de
evidenciar sus carencias en este sentido. Si estas voces se alzan es precisamente
porque un diccionario es, entre otras muchas cosas, también un libro de normas
lingüísticas: normas léxico-semánticas, gramaticales, morfológicas y normas
ortográficas, y, por tanto, podría y debería serlo también de normas sociales, normas
ligadas al uso cortés o descortés de la lengua, al empleo discriminatorio o igualitario,
inclusivo o exclusivo, de los términos de los que disponemos los hablantes dentro
del amplio bagaje léxico de un idioma.
Entendemos, pues, que el diccionario debería indicarnos cómo preservar la imagen
social de nuestros interlocutores, y para hacerlo debería de empezar por preservar,
en cuanto texto dirigido a un público lector, la imagen de ese colectivo. Pero, ¿cómo
preservar la imagen de un grupo de personas a las que no se conoce? La única
manera, en un tipo de texto como el que nos ocupa, es la de preservar la de todos y
cada uno de los colectivos que forman la masa lectora de dicho texto. En el caso
concreto de los diccionarios españoles, y muy especialmente en el del Diccionario de
la Lengua Española de la Real Academia, las personas a las que va destinado el
texto comprenden no solamente las hablantes de español (con ello sería suficiente
para tener que abrir “ad infinitum” el abanico de la recepción) sino a toda persona no
hispanohablante interesada por la lengua española, como usuaria, como estudiante,
como productora o como mera decodificadora de la misma. Se trata de un
destinatario real que comprende personas de distinto sexo (hombres y mujeres),
edad, etnia, religión, tradición y cultura, puesto que, en definitiva, los diccionarios de
lengua se dirigen a un receptor o receptora plural, multicultural y multiracial.
A pesar de ello, el diccionario de la Academia parece que ha seleccionado un
destinatario muy específico, un “lector o lectora ideal” que por su homogeneidad
restrictiva no se corresponde exactamente con la realidad. Esta persona a quien va
destinado el texto académico coincide en su perfil, como veremos, con el perfil del
grupo social que ha elaborado el diccionario, que se concreta, como se hemos
demostrado en otro lugar (Forgas: 1996), en el grupo social que controla las
vertientes económica, cultural, educativa y religiosa de la sociedad, y que siendo a
la vez emisor y receptor del mensaje, comparte sus parámetros. Se perfila a través
de las páginas del como un receptor-ideal varón, blanco, católico, de clase media-
alta, de cultura occidental y tradición europea y, como veremos, afinando aún más,
de nacionalidad española y, a ser posible, de regionalidad no periférica.3 En este
sentido, el diccionario sirve para definir al grupo y para afianzar su cohesión, para
3
Sin ello no se entenderían definiciones del diccionario académico como la de valenciano, que contiene un
adverbio deíctico de indudable anclaje ‘extraterritorial’: “5. m. Variedad del catalán, que se usa en gran parte del
antiguo reino de Valencia y se siente allí comúnmente como lengua propia.”
ofrecer una imagen concreta tanto del colectivo socialmente hegemónico que lo ha
generado como de aquel al que va destinado; por ello sus definiciones se orientan
hacia el refuerzo de la imagen (especialmente la positiva) de dicho grupo y hacia la
desvalorización, ocultación o minimización descortés, de los grupos que quedan
fuera, para los que no funciona ni la cortesía positiva ni la negativa, puesto que el
diccionario ni se identifica con ellos ni los respeta.
Para ordenar y resumir en lo posible nuestra exposición vamos a dedicar los
siguientes apartados a tratar, por una parte, las estrategias lingüísticas de
preservación (incluso defensa a ultranza) de la imagen positiva del colectivo
formado por el grupo emisor y receptor, y, por otra parte a evidenciar los
mecanismos de deslegitimización o pura agresión a la imagen social de “los otros”,
los colectivos que, por un procedimiento de exclusión expresado por medio del
mismo lenguaje, quedan fuera.
Si nos atenemos a las conversaciones cara a cara podemos estar de acuerdo con
las interesantes conclusiones de Diana Bravo(2003) en cuanto a que ese
“preocuparse más de su propia imagen que de la de su destinatario” de los
españoles no se debe entender como una agresión a la imagen social del contrario
sino como un afianzamiento cooperativo del propio “yo” emisor. Sin embargo, no
parece posible extender este “contexto neutro”, en el que la imagen del destinatario
no está en juego, a cualquier texto escrito, ni mucho menos al texto lexicográfico,
que ha de ser, por definición, un texto científico, objetivo y de carácter neutral, en el
cual parece tener poca o ninguna cabida “la reafirmación del compromiso del
hablante con su propia opinión”.
A pesar de ello, como hemos dicho, el texto del diccionario se dirige al
afianzamiento de una imagen sociocultural positiva del colectivo emisor-destinatario
ideal, tanto en su macro como en su microestructura, al que vemos emerger con
fuerza en todos y cada uno de los componentes del texto lexicográfico, sea en la
elección de los términos admitidos o excluidos del corpus de entradas (que
selecciona en base a su criterio), sea en la inclusión de marcas diatópicas,
diastráticas y pragmáticas, sea en el cuerpo mismo de las definiciones, sea en los
ejemplos de uso seleccionados (inventados o citados) o en la elección de los
sinónimos y antónimos4 que acompañan a cada lema.
Esta emergencia del yo grupal para el que sí funcionan toda suerte de estrategias
corteses se efectúa las más de las veces sin ningún reparo. ¿Cómo, si no, podemos
explicarnos la subjetividad lingüística que expresa en la presencia de deícticos como
nuestro y nosotros en las definiciones de la última edición del DRAE?:
caridad. f. En la religión cristiana, una de las tres virtudes teologales, que consiste
en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos.
trasponer. 4. prnl. Dicho del Sol o de otro astro: Ocultarse de nuestro horizonte.
¿Qué significa nuestro, quiénes somos nosotros? Éste y otros términos semejantes
demuestran fehacientemente que existe la conciencia plena de un grupo
sociocultural emisor, grupo que, en contra de lo que pudiera creerse, no abarca a
toda la comunidad hispanohablante (Forgas y Herrera: 2000) sino a un selecto
grupo, el cual que se nos va revelando paulatinamente a través de algunas
definiciones,:
a) universo. 2. m. mundo (Conjunto de todas las cosas creadas).
b) justicia. justicia original. Inocencia y gracia en que Dios crió a nuestros primeros
padres.
c) dogma. 2. m. Doctrina de Dios revelada por Jesucristo a los hombres y
testificada por la Iglesia.
d) apologética. 3. Ciencia que expone las pruebas y fundamentos de la verdad de
la religión católica.
e) nostras. (Del lat. nostras, de nuestra tierra). adj. Med. Dicho de una enfermedad:
Propia de los países europeos, en oposición a las originarias de otras regiones.
f) puerro. puerro silvestre. m. Planta de la misma familia que la anterior y
semejante a ella, pero de hojas semicilíndricas, flores encarnadas y estambres
violados. Es común en los terrenos incultos de nuestro país.
g) celambre. Celos de la mujer amada. 5
4
Véase, para entender de qué hablamos, algunos de los sinónimos presentes en el Diccionario de sinónimos y
antónimos, de Espasa-Calpe, Madrid, 1992: femenino: débil, blando (...), virilidad: valor, (...), negro: asqueroso,
repugnante, chorizo, (...), putada: judiada, (...), libertad: desenfreno, deshonestidad, impudicia, atrevimiento,
inmoralidad, (...).
5
Digamos, en descargo de la Academia, que algunas de estas definiciones se han retocado en la nueva edición
de 2001, por cuánto la que nos ocupa demostraba todavía más su óptica masculina en ediciones anteriores, en
las que se definía como “Celos que tiene uno de la mujer amada”.
en las que la delimitación del grupo formado por la suma de las entidades emisora y
receptora se perfila cada vez más clara y estrechamente como el grupo sociocultural
formado por personas que adoptan el pensamiento creacionista (a), la tradición
bíblica (b), de religión cristiana (c) y la obediencia católica (d), que pertenecen a la
comunidad europea (e) y son de nacionalidad española (f). Dejamos para lo último,
por conocida y abundantemente evidenciada en nuestros trabajos (Forgas:1999) la
identidad sexual de dicho grupo: se trata, naturalmente, de varones (g), que
emergen continuamente en ésta y en otras innumerables definiciones, en las que la
exclusión del colectivo femenino llega al límite, como veremos, al tomar
reiteradamente el vocablo hombre como sinónimo de varón, entendiéndolo como
único representante posible de la raza humana.
Ha quedado definido por medio de los ejemplos mostrados que el texto académico
se orienta claramente hacia un receptor ideal con el que se identifica por medio de
los posesivos señalados, pero a partir de ahora vamos a destacar precisamente lo
contrario, eso es, la posición del diccionario oficial frente a ciertos colectivos a los
que declaradamente ignora o menosprecia, seguramente por no considerarlos
merecedores de igual trato. Nos referimos a colectivos sociales como el de las
mujeres, las personas de raza negra u otras razas no blancas, las homosexuales,
las de religión judía o islámica, etc., que han sufrido en la sociedad occidental toda
suerte de discriminaciones, entre las cuales la lingüística no ha sido la menos
importante.
Antes de proseguir quisiéramos dejar bien claro cuál es, a nuestro entender, el
papel del diccionario en la transmisión y perpetuación de cuestiones como las que
nos ocupan. Quienes defienden la posición académica y se escandalizan ante las
reiteradas protestas de los colectivos sociales no favorecidos (sean mujeres,
homosexuales, gitanos, negros o judíos) aducen siempre que el diccionario se limita
a plasmar las opiniones y los usos de quienes hablan, y que su contenido, reflejo de
la sociedad, cambiará en el momento en que cambien las opiniones y los usos
sociales. Esto no es cierto, o, al menos, no es del todo cierto. El diccionario de la
lengua, cualquier diccionario pero muy especialmente el diccionario oficial, tiene
siempre dos vertientes: por una parte es el texto que refleja el comportamiento
consuetudinario de los hablantes para con su lengua, en este sentido, actúa de
notario de los usos y significados de los vocablos, de los que se limita a dar fe, pero,
por otra parte, un diccionario de carácter normativo (por vocación o por
adjudicación) como es el académico -que limpia, fija y da esplendor a la lengua- no
puede sustraerse a su otra función, la de juez, que sanciona, aprueba y da carta de
ciudadanía oficial a cuantos sentidos, usos y acepciones adjudica. Pero hay más, el
diccionario es también, ya lo hemos dicho, maestro y guía de cuantos a él acuden;
es en este sentido que se acatan sus opiniones y recomendaciones tomándolas
como normativas, se trate tanto de aspectos léxicos como ortográficos, sintácticos o
pragmáticos. En consecuencia, abogamos para que el diccionario académico de un
paso más en cuestiones de usos, tal como lo ha dado en otras cuestiones
normativas y no se limite a reproducir la realidad (que es su realidad, por otra parte),
esperando que cambie la sociedad para cambiar él en sus apreciaciones, sino que
lidere el cambio, dando ejemplo de sensibilidad lingüística (otros diccionarios lo han
hecho) mostrando interés por las cuestiones de cortesía social, adaptándose a
nuevas concepciones sociales y limpiando de términos vejatorios e injustos sus
definiciones.
Esto se traduciría, en la revisión del léxico de unas definiciones y en la eliminación
total o parcial del de otras, pero, sobre todo, en la orientación de todo su lenguaje
hacia la cortesía lingüística, logrando unos redactados en los que no se
menospreciara ni ofendiera de manera innecesaria a nadie y en los que la imagen
de ciertos colectivos quedara, como mínimo, salvaguardada. Nos referimos, en
concreto, a ejemplos como el siguiente:
escarapelar. intr. Dicho de dos o más personas: Reñir, trabar cuestiones o disputas
y contiendas. Se usa principalmente hablando de las riñas que arman las mujeres.
6. La imagen social de las mujeres a través del lenguaje académico del DRAE
de 2001
6
El informe fue encargado por el director de la Real Academia a las profesoras Mª Ángeles Calero, Esther
Forgas y Eulalia Lledó en marzo de 2000 y fue entregado a la corporación en junio del siguiente año.
las mujeres para que la lengua, además de no zaherir al colectivo femenino
permitiera su emergencia en los discursos públicos y de los mass media.
¿Qué mayor signo de descortesía cabe encontrar hacia un colectivo que la negación
de su propia existencia? Entendemos, pues, la no emergencia lingüística de lo
femenino como una forma de descortesía, una estrategia de ocultación que refleja
de manera especular la voluntad minimizadora, anuladora, que secularmente ha
mantenido para con las mujeres la sociedad patriarcal. El diccionario, en este último
aspecto, se ha aplicado la lección, refleja un estado de cosas injusto sin poner nada
de su parte para mejorarlo. Así, entre otras estrategias de ocultación, emplea la de
propiciar continuamente la indeterminación, abundando en sus páginas los ejemplos
en los que el término hombre es usado como genérico:
Precisamente una de las propuestas más innovadora que hicimos con vistas al
nuevo DRAE de 2001 fue la de la adición de unas Notas Pragmáticas, inexistentes
en la Planta del nuevo diccionario. Argumentábamos que la Real Academia se
consideraba legitimada para dictar normas de corrección ortográfica, gramatical y
estilística, pero no se había planteado todavía la posibilidad de hacer
recomendaciones en cuanto a la norma social, o sea al uso socialmente aceptable
de los términos y expresiones de la lengua española. Nuestra propuesta seguía la
línea de otros diccionarios europeos (el Collins Cobuild y Le Petit Robert,
especialmente) que han considerado que desde el diccionario se puede marcar la
línea de un comportamiento lingüístico no discriminatorio en el sentido en que la
sociedad actual reclama. Pensamos que la RAE debería recomendar el uso o la
abstención de empleo de algunas palabras o expresiones en el caso de que su
enunciación pudiera conllevar algún tipo de conflicto de carácter social. Desde este
punto de vista, nos atrevimos a sugerir que la Academia recomendara, al igual que
hace con las cuestiones normativas gramaticales y ortográficas, una norma social
que abarcase el amplio espectro de la lengua española y que fuera adaptándose a
las necesidades de la comunidad hablante. No se trata, lo hemos dicho, de eliminar
términos o de ‘depurar’ el lenguaje, como a veces se ha dicho, sino de añadir algún
comentario o recomendación al respecto. Se trataría de completar las definiciones
siguientes:
A modo de conclusión
Bibliografía
Bravo, D.
Doyle, M. (1995) The A-Z of Non-Sexist Language. Londres: The Women's Press
Ltd.
Forgas, E. (1996) “Lengua, sociedad e ideología”, en Forgas, E. (ed.) Léxico y
diccionarios. Univ. Rovira i Virgili: Tarragona.
Forgas, E. (1999) “La (de)construcción de lo femenino en el diccionario”, en Mª. D.
Fernández de la Torre et al. (eds.) El sexismo en el lenguaje, Málaga: Servicio de
publicaciones del CEDMA.
Forgas, E. y Herrera, M. (2000) "Diccionario y discurso: la emergencia de los
fenómenos enunciativos", en Lengua, discurso, texto, J.J. de Bustos et al. (eds.),
Madrid: Visor, 1035-1048.
Watzlavik, P., J. H. Beavin, y D.D. Jakson, (1967), Pragmatics of human
communication. A study of interactional patterns, pathologies, and paradoxes, New
York: Norton.