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Robert Nisbet (1989) ha argumentado que una de las características que definen la
modernidad es la creencia en el progreso, a pesar de los problemas asociados a éste. De
hecho, el sociólogo sueco Goran Therborn también considera esto como la clave para
distinguir entre premodernidad, modernidad y postmodernidad. El progreso es lo que
define el mundo moderno. En este sentido escribe (Therborn, 1995: 4): “La
premodernidad consiste en mirar al pasado con veneración, como el lugar donde se
encuentra la sabiduría, la gloria y las mejores experiencias. La modernidad mira al
futuro, tiene esperanzas en él, hace planes con respecto a él, lo construye, lo edifica. La
post-modernidad ha perdido o se ha desprendido de cualquier sentido de dirección (…).
La modernidad acaba cuando palabras como progreso, avance, desarrollo,
emancipación, liberación, crecimiento, acumulación, progresismo, mejora, vanguardia,
etc., pierden su atractivo y su función como guías de la acción social”.
La cuestión es, ¿sigue habiendo progreso o se acabó cuando comenzamos el siglo XXI?
Exactamente, ¿qué está ocurriendo?
Para empezar, podemos señalar algunas buenas razones para creer en el progreso de la
sociedad. Por ejemplo, desde el comienzo del siglo XXI, el número de personas con
formación universitaria se ha extendido a un nivel sin precedentes. Más aún, incluso
teniendo en cuenta la inflación, la renta media y el producto interior bruto de los países
han crecido significativamente. Además, hacia 1900 era algo extraordinario que hubiera
un teléfono en una casa; fuera de las grandes ciudades, nadie tenía electricidad. Nadie
había oído hablar de la televisión y los coches estaban todavía en fase de diseño. Hoy en
día, casi en todas las casas de Occidente hay teléfono, un montón de electrodomésticos,
uno o varios receptores de televisión y un reproductor de DVD. Muchas también
disponen de televisión por cable o satélite. Lo más importante de todo, las personas que
nacieron en 1900 vivían una media de 47 años; los niños que nacen hoy en día pueden
mirar hacia el futuro 30 años más.
Pero algunas tendencias, especialmente durante los últimos 25 años, han sido
alarmantes. Es cierto que algunos países parecen estar disfrutando de elevados niveles
de vida pero, ¿es a expensas de otros? Los contrastes de la desigualdad son enormes.
Para avanzar algunas cifras: el 20% del mundo (más de mil millones de personas)
carecen de los alimentos necesarios y 800 millones se encuentran en riesgo de muerte
por desnutrición. Añadamos a esto los problemas de las ciudades, de la contaminación,
de los medios de comunicación, del medio ambiente, de la inseguridad, del crimen, y así
sucesivamente. Los índices de criminalidad han deteriorado la sensación de seguridad
personal, incluso en los propios hogares. Nuestra relativa opulencia, acompañada de
nuestra capacidad para desplazarnos más lejos y más rápido que nunca antes, parece
haber mermado nuestro sentido de responsabilidad por los demás, desencadenando una
oleada de individualismo que a menudo se convierte en un egoísmo desenfrenado.
Como resultado de todo esto, no solo está aumentando el pesimismo, sino que muchas
personas están perdiendo la confianza en la dirección de la sociedad.