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De figuras y espectros: las sucesivas vueltas del malon.

“La naturaleza de esta tristeza se esclarece cuando se pregunta


con quién se compenetra el historiador historicista. La respuesta suena
inevitable: con el vencedor. Pero los amos eventuales son los herederos de
todos aquellos que han vencido. Por consiguiente, la compenetración con
el vencedor resulta cada vez ventajosa para el amo del momento. (…)
Quien quiera que haya conducido la victoria hasta el día de hoy, participa
en el cortejo triunfal en el cual los dominadores de hoy pasan sobre
aquellos que hoy yacen en tierra. La presa, como ha sido siempre
costumbre, es arrastrada en el triunfo. Se la denomina con la expresión:
patrimonio cultural. Este deberá hallar en el materialista histórico un
observador distante.”

Walter Benjamin, “Conceptos de filosofía de la historia”.

El cuadro de Ángel Della Valle fue elaborado en 1892, a unos escasos siete
años de finalizada la denominada “Conquista al desierto”. Su mensaje puede ser
leído de manera lineal y transparente: los indios, seres portadores de una barbarie
peligrosa, sujetos de una raza indómita incapaz de racionalidad alguna, enemigos
de la civilización y del progreso, arrasan con todo lo que se les cruza en su
camino, robándose los más preciados símbolos de los pueblos civilizados: la la
cruz y, llegando al colmo de la brutalidad y lo inhumano, se llevan a una mujer
cautiva, semidesnuda ella, con el torso al viento, como el más significativo trofeo
de guerra. No hay nada más evidente: el indio no sólo trae la barbarie. El trae
consigo la oscuridad. Trae el miedo.
Así dicho, está más que claro: como ya se mencionó, en nuestro país poco
había pasado de la llamada Conquista al desierto, la victoria sobre el indio había
sido absoluta, y el “problema del malón”, solucionado. Los pueblos salvajes eran
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peligrosos, eran realmente un riesgo para la sociedad toda, su espíritu belicoso y
bestial pedía una pronta resolución a su presencia. Pero además, y quizá más
importante aún: el “indio salvaje” era aquel que obstaculizaba el desarrollo del tan
ansiado progreso, obturaba el camino hacia la civilización. Era el más vivo
estorbo al avance de la historia. Reflejando crudamente su barbarie, el cuadro
puede ser leído como una clara legitimación del aniquilamiento (y negación) del
indio, símbolo del atraso y la irracionalidad.
En uno de sus más grandes labores, Walter Benjamin cuestionó la
concepción de una temporalidad homogénea y vacía, cronológica, tan propia de la
modernidad: aquella que habla del avance lineal de la historia hacia un progreso
indefinido, casi inexorable. Es esta la visión de la historia (lineal, progresiva) que
tuvieron nuestras elites dominantes (intelectuales, económicas y políticas) hacia
mediados y fines del siglo XIX, llevando ellas adelante un proyecto político
acorde con esa concepción temporal: era necesario ubicar a la Argentina por la
senda del progreso y la civilización, o sea: por el camino de la razón. Para ello,
era menester destruir todo vestigio de barbarie, de atraso, de irracionalidad. La
“conquista al desierto”, y la posterior invisibilización de los aborígenes durante
mucho tiempo (la negación de sus culturas, sus lenguas, sus respectivas
identidades), tuvieron ese objetivo: aniquilar a la “barbarie indígena”, al atraso,
para así permitir el progreso y el avance de nuestro país hacia la tan preciada
civilización. El cuadro de Della Valle es un fiel reflejo de esa concepción, y puede
leerse como un elemento legitimador del silenciamiento y la “destrucción” del
indio.
Benjamin nos dice: “la concepción de un progreso del género humano en
la historia, es inseparable de la concepción del proceso de la historia misma
como si recorriese un tiempo homogéneo y vacío. La crítica de la idea de este
proceso debe construir la base de la crítica de la idea del progreso como tal”1.
Así las cosas, Benjamin nos propone el rechazo a esta noción lineal, vacía,
cronológica y progresiva de la historia, tan funcional a los intereses de las clases
dominantes, y tan nefasta para el destino de los pueblos originarios de Nuestra
América. Debemos hacer saltar ese “continuum de la historia”, rechazando la
noción de progreso y del avance lineal, único y necesario de los acontecimientos.
Re-significar la historia, pasarle el cepillo a contrapelo, impugnando la visión
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Benjamin, Walter: “Conceptos de filosofía de la historia”, La plata, Terramar, 2007, pag 73
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lineal y progresiva, nos permitirá rescatar otras voces del pasado, aquellas que
fueron acalladas y negadas por los vencedores.
En línea con lo anteriormente dicho, debemos aclarar lo siguiente: los
vencedores plasman sus sentidos, sus miradas, en el patrimonio cultural de una
sociedad, como bien lo destaca, una vez más, el filósofo de la Escuela de
Frankfurt, Walter Benjamin. El pensador alemán nos demuestra que la cultura es
apropiada por los vencedores, cual trofeo de guerra, y en ella plasman su
significación de la realidad, su visión de la historia, luego de haber triunfado. Así,
todo elemento cultural pasaría a ser evidencia de disputa de sentidos,
materialización de puja simbólica. Es a partir de ella (la cultura), que se intenta
dar significado al pasado desde el presente, para edificar un futuro determinado.
La dominación así se sustenta: quienes la detentan, utilizan a la cultura –
apropiándose de ella- y sus elementos, para elaborar un pasado y una historia que
sea acorde a sus intereses, buscando con ello dar legitimidad a su papel de
dominantes. En síntesis: es en el patrimonio cultural donde cristalizan su visión
del mundo aquellos que dominan. Debemos, entonces, librar en la cultura (re-
apropiándonos de ella) la batalla simbólica para imponer una nueva mirada: la de
los oprimidos y silenciados de la historia.
Entonces: el cuadro de Ángel Della Valle puede ser leído, como dijimos en
un primer momento, a la luz de esa concepción defensora del “progreso”: el indio
salvaje y belicoso, todo un símbolo del atraso, derrocha su barbarie por doquier.
El cuadro se convierte, de esta manera, en elemento legitimador de un proyecto
político, que buscó destruir (e invisibilizar) al indio, en aras de llevar a nuestro
país hacia el supuesto “paraíso” de la civilización, basándose ello en una noción
homogénea, lineal, del tiempo y de la historia. Sin embargo, hoy, y con motivos
de la “reproductibilidad técnica” –de la cual también nos habla Benjamin-, el
cuadro pierde su “aura” original, su “aquí y ahora”. Es decir: este, al poder ser
reproducido infinitas veces (gracias a los avances técnicos), se autonomiza, y deja
de quedar estancado para siempre en un lugar del tiempo y el espacio, surgiendo
la posibilidad de actualizar la obra de arte en cualquier sitio, perdiendo ella, de
esta forma, su sentido original. Entonces: lo primordial, con este nuevo marco,
pasará a ser la acogida y el sentido que, desde la actualidad, le podamos imprimir
a la obra. Es aquí que Benjamin nos propondrá la “politización del arte”: su
utilización como herramienta política emancipadora, revolucionaria. Así las cosas,
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podemos releer (re-apropiándolo) el cuadro autonomizado de una manera
diferente, a la luz de los nuevos tiempos que corren en América Latina, re-
significándolo a él y, mediante su re-significación, darle un nuevo sentido al
pasado y a la historia, rescatando las voces de los que fueron acallados, buscando
con ello la posibilidad de construir un futuro distinto, emancipado, en este caso,
para el conjunto de los pueblos originarios de Nuestra América, los “vencidos” y
“olvidados” de la historia.
Así, podemos vislumbrar otra cosa, ya no lo que Ángel Della Valle quiso
(seguramente) demostrar en esa pintura, tratando de legitimar, no sólo el
aniquilamiento del indio (su matanza en la “conquista del desierto”, la
destrucción de su cultura y su posterior invisibilización), sino también -y
consecuentemente- un proyecto político determinado. En el nuevo contexto de
América latina que vivimos, y buscando re-significar la historia, re-
apropiándonos del pasado y rescatando de él la memoria de esas muertes
sepultadas en el olvido, nos re-apoderamos del cuadro autonomizado y
percibimos en él algo novedoso, algo diferente: es la vuelta del indio, pero ahora
triunfante y ganador contra la soberbia y la supuesta invencibilidad del hombre
civilizado, déspota y tirano, haciendo justicia por sus antepasados muertos. Es el
éxito de los pueblos indígenas contra el despotismo de la razón demoledora,
aquella mediante la cual se justificó las matanzas de sus padres y abuelos, y su
posterior invisibilización y negación. Es la victoria sobre la opresión por parte de
quienes hoy, que en una gran porción de América latina reaccionan contra la
tiranía de la racionalidad occidental, propulsora del supuesto “progreso” pero
en realidad autora de sus miserias y desgracias, traen la luz y los nuevos aires de
redención para La América: los pueblos originarios, indígenas de nuestra tierra.
Pasar por la historia el cepillo a contrapelo nos permitió escuchar otra
voz, recuperar otros sentidos: la búsqueda constante del “progreso” y la
“civilización” significó la opresión y la negación de los pueblos indígenas.
Significó matanzas, despojos, silenciamientos. Sin embargo, estos hoy renacen,
hoy despiertan después de haber sido callados durante mucho tiempo, cuestionan
la barbarie del progreso, y tratan de construir un nuevo futuro que los libere del
yugo de la razón opresora. Eso sucede hoy en el nuevo contexto de América
Latina, y el cuadro de Della Valle así lo demuestra: la otrora barbarie, portadora
del miedo, del atraso y la oscuridad, hoy puede ser vista en la pintura como sujeto
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redentor. Vemos que el indio vuelve, resurge del silenciamiento padecido,
cuestiona el progreso y la civilización, el avance lineal de la historia, y hace
justicia contra aquellos que, levantando esas banderas, asesinaron a sus
ancestros, los despojaron de sus tierras e intentaron devastar su identidad; hace
justicia contra esos que lo dieron por muerto, y consideraron su desaparición
como necesaria e inexorable. El cuadro de Della Valle no nos miente: allí está el
indio, volviendo con su torso desnudo cantando victoria, desafiando la linealidad
de la historia que había decretado su inapelable muerte, mientras el cielo se
empieza a despejar y el sol comienza a asomarse, trayendo signos y aires de
libertad. Allí se deja ver a los pueblos aborígenes triunfando contra la opresión
que encarna el orden civilizado, cristiano y occidental sobre su identidad y su
cultura (allí se observa: se llevan la cruz, el cáliz de plata, ¡todos símbolos de la
tiranía civilizada!), contra aquella racionalidad instrumental destructora de la
naturaleza y sus recursos, asesina de sus antepasados. La historia no es lineal:
ellos vuelven para hacer justicia, con ansias de redención. Vuelven para quedarse.
Es así, sin más: la imagen inmortaliza el triunfo final de los pueblos indígenas. Es
el triunfo de los oprimidos de siempre.
El nuevo contexto de América Latina que vivimos hoy, hizo las veces de
marco habilitante para la re-apropiación y re-significación de sucesos, de
elementos, en fin, de la historia, permitiendo rescatar otras miradas, otros sentidos
y cosmovisiones. El cuadro de Della Valle puede ser re-leído, re-apropiado en este
marco, con claras intenciones emancipadoras, como una pintura que hace
reaparecer a los indios pero desde otro lugar, ahora vencedores, triunfantes contra
el despotismo del “progreso”. La pintura allí nos lo dice: refleja la victoria del
indio, hace oír los actuales gritos y las sonoras voces que traen con ellos los
pueblos indígenas, y que nos acercan a aquellos susurros, al llamado de los
abuelos nunca muertos, sí dormidos.

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