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Eva

Año 2041. Álex, reputado ingeniero cibernético, regresa tras 10 años de ausencia a Santa Irene para
realizar un proyecto de la Facultad de Robótica: crear la inteligencia emocional para un niño robot,
proyecto que ya abandonó cuando se fue, dejando solos a su hermano David y a su amiga Lana, que
colaboraban con él.

Ahora los encuentra casados y parecen muy felices, por lo que él prefiere instalarse en la antigua casa
de sus padres para trabajar allí, siéndole asignado por la Facultad un robot-asistente personal, Max,
creado por su hermano David y que tiene numerosas habilidades, siendo una gran compañía para
Álex, junto con su gato-robot.

Ninguno de los niños que le proponen como modelo le convence, por lo que se dedica a buscarlo él,
descubriendo a la salida del colegio a una niña que, por su espontaneidad y alegría llama su atención,
pese a que ella le considera un pervertido.

La volverá a ver esa misma noche cuando cena en casa de su hermano, descubriendo que es su
sobrina, aunque no les dice nada del proyecto.

Pero Eva va a verlo a su casa y se lo cuenta a ella, comenzando a hacerle pruebas, aunque cuando la
niña se lo cuenta a su madre esta, le prohíbe que siga yendo a casa de su tío.

Y Eva obedece, pero como desea seguir colaborando con Álex deciden hacer las pruebas de otro
modo. Saldrán a patinar y a escalar por la montaña, haciendo cosas divertidas para él irse fijando en
los rasgos de su carácter que le interesan, contándole la niña que David y Lana no conviven en la
misma casa.

Coincide nuevamente con ellos en una fiesta de antiguos alumnos, en la que baila con Lana,
comprobando David la mutua atracción que ambos sienten. Y, cuando tras bailar salen a la calle para
buscar a David, Lana le pregunta si esta vez finalizará su proyecto y si una vez hecho se quedará, a lo
que él no sabe que responder, aunque finalmente la besa como esperando una respuesta, aunque ella
le dice que no puede hacerlo y se marcha.

Aparece entonces David con el que tiene una fuerte pelea, pidiéndole este que se marche.

Y, en efecto, al día siguiente Álex va a ver a Julia, que es la persona que lo contrató para el proyecto y
le dice que no seguirá con el mismo.

Posteriormente le echa en cara a Eva que le mintiera al decirle que sus padres no vivían juntos,
comunicándole su deseo de irse, lo que entristece mucho a Eva que le dice que no es justo que lo
haga, pues lo había esperado mucho tiempo.

Lana acude a ver a Álex. Se besan de nuevo tras lo que Lana le confiesa que Eva se parece a los dos
porque es hija de los dos. Y esta, que lee sus labios de su madre desde lejos huye hacia la montaña,
perseguida por Lana, que la encuentra finalmente tirada en la nieve, abriendo un pequeño dispositivo
en su espalda y descubriendo que es un robot, al que le cambia una pieza para que vuelva a la vida,
sin poder evitar que tras ello la niña la empuje hacia el vacío, haciendo que se despeñe por un
barranco.
Julia le cuenta entonces a Álex que Lana terminó el proyecto que estaban desarrollando juntos, que no
pasó el control de seguridad, pese a lo cual ella quiso quedarse con ella, de la que le indica deben
deshacerse, pidiendo Álex que le permita hacerlo a su manera.

Se la lleva y la niña le pide que le ayude para no volver a ser mala. Él lo hará desactivándola para
estudiar su cerebro, en el que ve lo que esta ve cuando cierra los ojos: los ve a él y a Lana jugando
con ella en la playa.

Análisis de Eva

El mismo fin de semana que llegó a nuestros cines ese lujoso armatoste que es ‘Las aventuras de
Tintín y el secreto del Unicornio’, diseñado con mucho oficio para arrasar en taquilla, se estrenó ‘Eva’,
una interesante producción española de apenas 4 millones de euros de presupuesto que, me temo, va
a correr la misma suerte que otra ópera prima de temática inusual en la cinematografía española, ‘Los
cronocrímenes’ (2007), con la diferencia de que ésta fue vendida todavía con mayor torpeza. De nuevo
tenemos una producción española muy comentada antes del estreno, que finalmente es recibida con
un contundente desinterés general; vista por cuatro gatos, dos de los cuales no la encuentran tan
admirable como para recomendarla, solo le queda probar suerte en el mercado doméstico. Y otro palo
más para “nuestro cine”, que no levanta cabeza. Merecía mejor suerte una propuesta tan arriesgada
como ‘Eva’, aunque estemos ante uno de esos casos en los cabe aplaudir más la valentía y el
esfuerzo que el resultado.

Presentada en los festivales de Venecia y Sitges, donde sus excelentes efectos visuales se llevaron
un merecido galardón, ‘Eva’ es el primer largometraje del catalán Kike Maíllo, profesor de la ESCAC,
la escuela de cine de Barcelona (8.000 euros cuesta un curso allí, amigo lector que sueñas con hacer
cine algún día), uno de los organismos que han apoyado la realización de la película, y cuyos logotipos
son presentados lenta e innecesariamente al espectador antes del comienzo del relato (una mala idea
cuando la opinión mayoritaria es que el cine recibe demasiadas subvenciones). El guion lo firman Sergi
Belbel, Cristina Clemente, Martí Roca y Aintza Serra, la fotografía es de Arnau Valls Colomer y el
reparto está encabezado por Daniel Brühl, Marta Etura, Alberto Ammann, Anne Canovas, Lluís
Homar y la primeriza Claudia Vega, que encarna a Eva. Me hace gracia que en la sinopsis oficial se
refieran a ella como “la increíble hija de Lana y David” (Etura y Ammann), porque así es, el personaje
resulta increíble, inverosímil, tanto por el forzado dibujo (buscando la sorpresa del final) como por la
interpretación de la niña.

La película está ambientada en un futuro cercano en el que los seres humanos viven rodeados de
criaturas mecánicas, unas más toscas que son creadas para realizar determinados trabajos y otras
más sofisticadas, los androides, que tienen como función atender o acompañar a las personas. Álex
(Brühl) es un famoso ingeniero cibernético que vuelve a casa tras diez años de ausencia para trabajar
en un gran proyecto de la Facultad de Robótica, la creación del primer niño robot. Planteada ya la
excusa argumental, ante todo llama la atención cómo se nos sumerge rápidamente en un entorno
“retrofuturista” (una decisión obligada por la falta de presupuesto, lo que se resuelve de manera
desigual: esos coches…) en el que los robots están totalmente integrados en la vida diaria. Quizá
habría sido más acertado ir poco a poco, no mostrar tan pronto todos los avances tecnológicos, pero lo
que importa es lo que está en la pantalla, y Maíllo consigue disimular las carencias con una puesta
en escena muy eficaz que saca partido a los efectos digitales (la secretaria que intenta impedir la
entrada a la clase), integrando las creaciones artificiales en un entorno creíble en lugar de lucirlas; la
ficción se sostiene.
Pero esto no es una superproducción así que todo se centra en los actores. Álex es recibido por su
hermano David (curioso, un alemán y un argentino) y enseguida se evidencian viejas rencillas entre
ellos. Unas fotos y un par de conversaciones nos aclaran, y nos subrayan, tanto la agrietada relación
entre ambos como sus opuestas personalidades; Álex es más reservado y frío, solitario y adicto al
trabajo, mientras que David es más cercano y familiar, sentimental e inseguro. Éste vive con Lana,
pero desde el principio resulta obvio que es una situación fruto de las circunstancias, que la mujer se
quedó con un hermano porque el otro, a quien quería realmente, se largó de allí. Nos lo explican y
todo. A la subtrama del aburrido triángulo amoroso (bochornosa la escena del baile) se une el
hallazgo de Eva por parte de Álex. Él necesita un niño real que le sirva de ejemplo para crear el cóctel
de emociones del robot que le han encargado, y queda cautivado por la vitalidad de la niña, que vaya
casualidad, resulta ser hija de Lana y David. El pueblo es muy pequeño. Lana prohíbe a Eva que se
relacione con Álex, pero la chica no tiene miedo a nada (ese rojo a lo Caperucita) y acabará
descubriendo todos los secretos de los adultos…

‘Eva’ es una hora y media de buenas intenciones que no llegan a cristalizar. Se acierta con la
localización (esos helados y duros parajes tan simbólicos), se resuelve con inteligencia y talento el
asunto robótico (fantástico trabajo animando a “Gris”), la cámara suele estar donde debe (aunque peca
mucho del plano y contraplano en las conversaciones, la charla durante la cena resulta molesta), los
referentes son adecuados (‘Inteligencia Artificial’, ’2001: una odisea del espacio’... ‘Beautiful Girls’ para
la peculiar relación entre Eva y Álex) y el trabajo lumínico y sonoro es impecable (la música de Evgueni
y Sacha Galperine recuerda a las composiciones de Danny Elfman para Tim Burton). Por otro lado, la
historia es demasiado endeble y previsible, se abusa de los diálogos explicativos, sobra
completamente un protagonista (Ammann), y los actores parecen algo desorientados, resultan poco
convincentes (Brühl y Vega alternan escenas inspiradas con otras fallidas, y Etura apenas aporta
nada), siendo la notable excepción Homar, cuyo entrañable personaje (recuerda al que interpretó
Robin Williams en ‘El hombre bicentenario’) tiene la función de ser el principal contrapunto cómico del
relato. En definitiva, una película muy irregular en el que balance entre logros y torpezas posiblemente
dependa de cada espectador. Yo no me aburrí, pero tampoco me ha dejado huella. Y al salir del cine
solo quería hablar de lo maravillosa que es ‘Inteligencia artificial’.

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