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Inmunidad: del latín immunis (libre de carga) alude a la capacidad general de un huésped

de resistir a una determinada infección o enfermedad.


- La notable capacidad del sistema inmune para responder con una exquisita especificidad
a muchos miles de sustancias diferentes nos salva a todos nosotros de una muerte
segura por infección. Martin C. Raff.
- A principio del siglo XX, Landsteiner y otros investigadores desarrollaron los términos
de anticuerpo para las proteínas del suero que participan en la inmunidad humoral
y antígenos para las sustancias que se unían a los anticuerpos y/o que generaban la
producción de los mismos.

Inmunidad innata y adaptativa


- Para que un posible agente infeccioso se establezca en el organismo tiene que salvar las
diferentes barreras de defensa disponibles.
- Diferencias fisiológicas (temperatura corporal o sanguínea, por ejemplo), anatómicas
(pelo, pluma, escamas…), la nutrición ó la posesión de diferentes receptores en los
diferentes tejidos hacen que haya diferente susceptibilidad a infecciones entre diferentes
especies, entre diferentes individuos y entre diferentes tejidos.
- La defensa frente a los microorganismos está mediada por las reacciones precoces de
la inmunidad innata y por las reacciones tardías de la inmunidad adaptativa.

La Inmunidad innata (también llamada natural o nativa) está constituida por mecanismos
existentes antes de que se desarrolle la infección. Producen respuestas rápidas a los
microorganismos. Los componentes principales son: Barreras físicas y químicas, células
fagocíticas, células citocidas naturales y proteínas sanguíneas (principalmente el sistema
del complemento).

La Inmunidad adaptativa (también llamada específica o adquirida) se estimula tras la


exposición a agentes infecciosos. Discrimina entre diferentes microorganismos y los
componentes principales son los linfocitos y sus productos.

Hay dos tipos de respuesta inmunitaria adaptativa, la inmunidad humoral (producción de


anticuerpos) y la inmunidad celular.

Por otra parte, la inmunidad frente a un antígeno extraño puede ser activa (se induce por la
exposición a dicho antígeno o estructura específica inmunogénica) cuando el sistema
inmune del individuo juega un papel activo en la respuesta al antígeno, o pasiva (se
transfiere externamente al individuo) cuando se adquiere la inmunidad sin haber estado
expuesto o respondido nunca al antígeno, como ejemplos, mencionar la transferencia de
anticuerpos maternos al feto, o tratamientos contra el tétanos o la rabia.

Un antígeno es una sustancia que, cuando se introduce en el organismo, es capaz de


inducir una respuesta inmunitaria; es decir, es capaz de hacer que se desencadene una
reacción inmunológica, de tipo humoral (a base de anticuerpos) o celular, como respuesta a
su propia presencia. Esa respuesta recibe el nombre de “específica”, precisamente porque
se desencadena específicamente contra ese antígeno en cuestión (los anticuerpos que se
forman, por ejemplo, se unen selectivamente a ese antígeno). Los antígenos son
predominantemente moléculas de tipo proteico (es decir, proteínas) pero puede haber
excepciones.

Decimos que los antígenos tienen inmunogenicidad (es decir, son capaces de
desencadenar una respuesta inmunitaria) y también especificidad (porque esa respuesta
inmunitaria es específica contra el propio antígeno).
Cuando esa reacción inmunológica tiene las características de una respuesta alérgica (por
ejemplo, en hipersensibilidad mediada por IgE, o en hipersensibilidad mediada por células
como es el caso de las dermatitis de contacto alérgicas), al antígeno en cuestión lo
llamamos alérgeno.

Los alérgenos son siempre antígenos (a los cuales llamamos alérgenos cuando la respuesta
inmunitaria que desencadenan es de tipo alérgico). Sin embargo, hay antígenos que no son
alérgenos (porque, aunque desencadenan una respuesta inmunológica, ésta no es de tipo
alérgico: por ejemplo, las respuestas inmunológicas defensivas desencadenadas frente a un
microorganismo infeccioso).

Un hapteno, por su parte, es una molécula


de pequeño peso molecular que, cuando se
introduce en el organismo, por sí sola no es
capaz de inducir una respuesta inmunitaria,
pero que, cuando se une con una proteína
interna del propio organismo, sí puede
inducirla. Necesita, por tanto, la participación
de otra molécula diferente (la proteína
interna del propio organismo, a la cual
llamamos “proteína transportadora” o
“transportador”) para hacer que se
desencadene la respuesta inmunitaria: sin
ella, no puede. Por eso, a los haptenos
también los llamamos “antígenos
incompletos” o “antígenos parciales”.
Decimos que los haptenos carecen de
inmunogenicidad (puesto que no son
capaces de desencadenar, por sí solos, una
respuesta inmunitaria), pero sí tienen
especificidad (porque cuando, unidas a su
transportador, desencadenan una respuesta
inmunitaria, esa respuesta es específica
contra el complejo formado por el hapteno y
el transportador).

EPITOPOS
Los epitopos o determinantes antigénicos son cada uno de los sitios discretos de una
macromolécula que son reconocidos individualmente por un anticuerpo específico o por un
TCR específico. Son las regiones inmunológicamente activas de un inmunógeno (las que se
unen de hecho a un receptor de linfocitos o a un Ac libre).

Por lo tanto, a partir de ahora habremos de acostumbrarnos a pensar en los antígenos como
estructuras complejas que suelen constar de varios tipos de epitopos, cada uno de ellos
capaz de unirse con un Ac o un TCR específico diferente. En este sentido,
las macromoléculas son antígenos multivalentes, con muchos tipos de determinantes
antigénicos distintos.
Si hablamos de Ag proteicos, esta unión suele implicar varios niveles de la estructura del
antígeno, desde la primaria a la terciaria (y, en su caso) a la cuaternaria.
En el caso de los polisacáridos, las ramificaciones debidas a distintos enlaces
glucosídicos suponen conformaciones peculiares que son reconocidas de modo
específico.

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