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Democracia, Política y Derechos Humanos.


Aproximaciones a las nuevas transiciones .

Carlos Javier Asselborn


Córdoba - Marzo 2011

“Si la democracia no da cabida a los miedos ellos se impondrán a espaldas nuestras. Sucumbimos
entonces al peor de los miedos: el miedo a imaginar otras ciudades posibles” (Norbert Lechner, 1988)

“…desoccidentalizar la peor forma de Occidente, que es el capitalismo, desoccidentalizar la misma


democracia.”
(Franz Hinkelammert, 1989).

“¿Por qué, clases dominantes que levantan la democracia como principio de legitimidad de la
construcción de su poder institucionalizado terminan generando regímenes escasamente
democráticos, cuando no francamente dictatoriales?” (Waldo Ansaldi, 2001)

“No se puede recuperar la ciudadanía sin recuperar este derecho fundamental a la intervención
sistemática en los mercados” (F. Hinkelammert, 2004)

El presente trabajo tiene por objetivo ofrecer una lectura aproximativa sobre los procesos de
transición democrática y su impacto en las prácticas y discursos asentados en los Derechos
Humanos. Nos proponemos indagar acerca de los mecanismos por los cuales los Derechos
Humanos, en las actuales Democracias capitalistas, son vaciados de su potencialidad crítica y
reducidos sólo a formalidad institucional. La formalización de los Derechos Humanos supone la
contracción de la Democracia y la Ciudadanía, ocurrida en las primeras transiciones democráticas y
luego profundizada con el neoliberalismo globalizador. Nuestra mirada estará centrada en lo que
Waldo Ansaldi llama “el matrimonio de interés entre el ajuste estructural y la democracia política”
y su impacto en las subjetividades ciudadanas1.

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Nos motiva el consejo de Walter Benjamin con respecto a leer la historia entrando en empatía no con el vencedor sino
con los vencidos. Con ese ímpetu incorporamos la afirmación de Barrington Moore: “Todo estudioso de la sociedad
humana puede hallar en la simpatía por las víctimas de los procesos históricos y el escepticismo respecto de las
vanaglorias de los triunfadores las salvaguardas esenciales para no quedar prendido en la mitología dominante. El
estudioso que quiera ser objetivo necesita esos sentimientos como parte de su equipo profesional ordinario” (2000, 421-
422)
2

Postulamos que la praxis política crítica lo es cuando lleva a cabo una efectiva ampliación de los
Derechos Humanos en tanto posibilidad factible para profundizar la Democracia, no sólo como
sistema político (dimensión institucional) sino como un modo de vida (dimensión subjetiva y
sociocultural). La ampliación crítica de los Derechos Humanos supone comprender a éstos más
como horizonte utópico (por tanto siempre crítico de toda absolutización e institucionalización) que
como discurso de legitimación del poder. (Solórzano Alfaro, 2007, cf. Hinkelammert 1987).
Lúcidos son los aportes de Lechner (1988) y Ansaldi (2001, 2003) cuando señalan que la novedad
en las transiciones de las dictaduras a las democracias es el abandono y “renuncia de las
transformaciones radicales”. Luego de las dictaduras, resulta llamativo cómo convivieron las
reflexiones sobre de la democracia y los derechos humanos con esta renuncia ya aludida. Tal vez,
bajo los bríos de las nuevas coyunturas políticas latinoamericanas, sea posible e imperioso pensar el
vínculo entre democracia y socialismo (Lechner, 1988: 36-38)
En la primera parte recuperamos algunas claves interpretativas que permiten delimitar y profundizar
el problema de la transición democrática. Dichas claves ponen de manifiesto la distancia entre
democracia institucional y cultura-sensibilidad social democrática. Los aportes de Waldo Ansaldi,
Norbert Lechner, Guillermo O’Donnell y Tomás Moulián nos servirán para ordenar y distinguir este
proceso. En un segundo momento ensayamos algunas conexiones entre transiciones democráticas y
ciudadanías en transición. La tercera parte se refiere al vínculo existente entre formalización y
moralización del concepto de ciudadanía y sus consecuencias despolitizadoras. Despolitización que
atenta contra la misma ciudadanía. Dicho problema expresa que el proceso de transición hacia la
radicalización de la democracia aún no ha finalizado. Recuperar la dimensión política y crítica
supone la re-apropiación de los Derechos Humanos desde la corporalidad humana (Hinkelammert).
La corporalidad es el lugar de la sensibilidad humana en la cual se alojan los deseos, las pasiones,
los gustos, emociones y sentimientos individuales y colectivos. Allí reside su potencia
movilizadora. Dado que esta dimensión no admite ontologizaciones absolutas, creemos que el
neoliberalismo ha pedagogizado esta sensibilidad social hacia el conformismo y la adaptación por
vía de la cooptación de los gustos, emociones y deseos. Y esto es un dato insoslayable que no debe
quedar ajeno a la hora de pensar y hacer la emancipación. La cuarta parte es un intento por
reconstruir los aportes de Franz Hinkelammert2 con respecto a la “inversión de los Derechos
Humanos”. Inversión que legitimará democráticamente la violación de los mismos. La
“recuperación” de la dimensión crítica y política (Lefort: 1990, Lechner: 1986) de estos derechos

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El tema de nuestra tesis para la obtención del Doctorado en Estudios Sociales de América Latina está centrado en los
aportes del cientista alemán-latinoamericano: “Crítica al capitalismo y racionalidad reproductiva en Franz
Hinkelammert. Aportes al pensamiento crítico latinoamericano”, bajo la dirección del Dr. Gustavo Ortiz.
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humanos podrá llevarse a cabo si se asume una racionalidad reproductiva- que contiene en el
“sujeto corporal y concreto” su más clara justificación (Hinkelammert) - y una praxis política en la
cual no puede estar ausente la reflexión por el puesto del Estado en los actuales procesos
democráticos latinoamericanos; cuestión sólo esbozada en la quinta y última parte3.

1. Claves descriptivas y analíticas para re-pensar las nuevas transiciones democráticas.


En lo que sigue pretendemos señalar algunas claves para comprender los procesos sociopolíticos
comprendidos en las transiciones democráticas, sus avatares y desvaríos, en tanto espacio y tiempo
en donde se han configurado nuevas sensibilidades políticas y re-interpretado los Derechos
Humanos a la sombra de su violación sistemática. Siguiendo a O’Donnel y Schmitter entendemos
por transición “el intervalo que se extiende entre un régimen político y otro”. Las transiciones están
“delimitadas por el inicio del proceso de disolución del régimen autoritario, y del otro, por el
establecimiento de alguna forma de democracia, el retorno a algún tipo de régimen autoritario o el
surgimiento de una alternativa revolucionaria” (1988b: 19-20). Para los autores, este tipo de
transición va de la mano de procesos de liberalización, democratización y socialización. Dicha
definición estará centrada principalmente en las reglas y procedimientos que configurarán
ganadores y perdedores. Por nuestra parte, proponemos entender a dicha transición no sólo como la
disputa por las reglas y procedimientos de legitimación para un nuevo orden, sino también el
impacto de este proceso socio-político y económico en la configuración de las subjetividades
individuales y colectivas más cercanas o lejanas a la democratización.

a. Las matrices societales.


Desde la Sociología Histórica, Waldo Ansaldi ha señalado que los países latinoamericanos se
configuran históricamente a partir de tres matrices societales concretizadas a partir de unidades
económicas: a) la plantación con trabajo esclavista; b) la hacienda con trabajo semiservil y c) la
estancia con trabajo asalariado. Esta clave matricial no sólo se apoya en la importancia de la
tenencia de la tierra “como clave de los regímenes políticos latinoamericanos” y correspondiente
ahogo de los proyectos democráticos (2001: 25). Las tres unidades de producción configuran
también patrones culturales centrales para la constitución de las sociedades, a saber: “concepción
jerárquica del orden, paternalismo, clientelismo, modo de ser aristocrático (donde pesan el linaje, la
tradición y el ocio), redes de familia” (28).

3
Cabe aclarar que nuestra disciplina de origen es la filosofía, eso puede explicar, sólo en parte, el tenor del presente
trabajo.
4

La estancia es la matriz que nace en el siglo XVIII y que como tal es la “única inequívocamente
capitalista” (27) por lo que la hace ser más favorable a un régimen democrático.
La clave de análisis propuesta por Ansaldi permitiría comprender: a) las dificultades para articular,
sin caer en oposiciones estériles, democracia política con democracia social (38) y b) las
dificultades para contar con actores democráticos “con la fuerza suficiente para impulsar luchas por
la construcción de regímenes políticos democráticos” (47). Estas dos dificultades fueron
profundizadas con la implementación de políticas neoliberales-conservadoras, generadoras de un
régimen de “apartheid social”. Políticas productoras de desigualdad social que convivieron en
regímenes democráticos desde los cuales también trastocaron el sentido de los derechos humanos.
Se trata pues de pensar aquella paradoja en la cual conviven, por un lado, los discursos que
enfatizan el casamiento entre capitalismo y democracia y, por otro, la formalización de la
democracia como condición para la concentración de la riqueza y la producción de la desigualdad.
Frente a tal paradoja, no debe olvidarse lo que nos recuerda Ansaldi: “la democracia es una forma
política de la dominación de clase” (2000: 9). El aporte de Ansaldi bien podría ser una
reconsideración creativa y contextualizada de la clásica obra de Barrington Moore Jr, Los orígenes
sociales de la dictadura y de la democracia (1973, 4ª 2000). En la misma, Moore intenta brindar
elementos teóricos para comprender el rol de las clases rurales y campesinas: “en las revoluciones
burguesas que condujeron a la democracia capitalista, las revoluciones burguesas abortadas que
condujeron al fascismo, y las revoluciones campesinas que condujeron al comunismo” (10). Pero
Moore se detiene en las experiencias de Inglaterra, Francia, Estados Unidos, La China imperial, el
fascismo Japonés y el caso particular de la India. No aparece aquí el impacto de dicho proceso
modernizador en la historia latinoamericana, pero bien podrían tomarse algunas de sus marcos
analíticos; por cierto sin reproducirlos mecánicamente. Por último, valoramos el aporte de Moore
cuando expone las ambigüedades de dichos procesos, sus fracturas, sus conflictos como así también
su crítica a los análisis lineales que piensan sólo las rupturas y los cambios en detrimento de la
explicación de las continuidades:

El supuesto de que la continuidad social y la continuidad cultural no requieren explicación


borra el hecho de que ambas tienen trabajos y sufrimientos. Para mantener y transmitir un
sistema de valores, los seres humanos son masificados, tiranizados, metidos en la cárcel,
internados en campos de concentración, halagados, sobornados, convertidos en héroes,
alentados a leer periódicos, adosados a una pared y fusilados, y a veces incluso instruidos
en sociología. Hablar de inercia cultural es pasar por alto los intereses y privilegios
5

concretos servidos por el adoctrinamiento, la educación y todo el complejo proceso de


transmitir la cultura de una generación a la siguiente. (Moore, 2000: 393)

b. La dimensión subjetiva de la política.


Por su parte, el politólogo Norbert Lechner propone como clave de análisis la exploración de la
dimensión subjetiva de la política; y desde ella pensar la articulación entre democracia, orden y
socialismo. Se trata pues de pensar la derrota, en el caso de Lechner, de la Unidad Popular en
Chile, y con Lechner, de los diversos y plurales procesos de transformación estructural ensayados a
lo largo de la maravillosa geografía latinoamericana. Según nuestro autor (1988), la política está
hecha de miedos y deseos y no puede pensarse la factibilidad de la democracia sin una reflexión
sincera sobre las subjetividades constituidas históricamente. En esta línea de argumentación podrán
ubicarse los siguientes ejes temáticos: a) la centralidad de la democracia como contra-cara del
abandono de las transformaciones estructurales (revolución); b) la necesidad de estudiar la vida
cotidiana en tanto espacio no delimitado en el cual la vivencia subjetiva de la desigualdad
estructural y las prácticas cotidianas “producen (transforman) las condiciones de vida objetivas”
(59); c) la centralidad del tiempo para repensar la cuestión del realismo político, especialmente en lo
referente a la producción de temporalidades en los procesos de democratización ya que el
“significado del tiempo depende de la estructura afectiva de los participantes” (83). Para Lechner,
la posibilidad de la democracia supone “trabajar políticamente el tiempo” en dos sentidos: 1) la
reconversión del pasado autoritario: “El realismo obliga a actualizar la historia de la dictadura,
incorporándola al proceso de democratización”; 2) producir un tiempo en tanto continuidad a
futuro, es decir, “construir un orden en que todos tienen futuro. Por lo tanto, “la eficacia de la
estructuración formal de la temporalidad reside en el ámbito emocional-afectivo y simbólico-
imaginario” (85); d) el problema político de los miedos. Una sociedad sin miedos es una utopía
imposible. Se trata en cambio de preguntarse cómo la democracia se hace cargo de los miedos y
ampliar la posibilidades para “imaginar otras ciudades posibles” (101); e) la necesidad de
secularizar la política como ampliación de la misma en tanto ámbito de negociación (109), pero sin
caer en la (posmoderna) renuncia a pensar los criterios que permitan sopesar lo posible, lo eficiente
y exitoso en una gestión política, necesarios por cierto para no renunciar a la emancipación (112);
f) la relación compleja entre incertidumbre, orden y democracia. ¿Cómo recepcionar y contener la
incertidumbre en los procesos democráticos sin hacer uso de la imposición de la certidumbre que
niega y aplasta lo diferente? Pregunta que supone una profunda revisión de las consecuencias de esa
imposición, en las últimas dictaduras, sobre las subjetividades individuales y colectivas.
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c. La revolución capitalista: la política del consumo.


Tomás Moulián ha estudiado las transformaciones políticas y sociales en Chile, llevadas a cabo por
una “revolución capitalista” con tres rasgos distintivos: a) ser una contrarrevolución; b) llevada a
cabo por la mediación militar; c) no haber asumido la modalidad de una revolución burguesa (1997:
25). Creemos que esta clave es susceptible de incorporarse al análisis de otros procesos
transicionales presentes en Latinoamérica, especialmente en nuestro país, Argentina. Lo que nos
interesa rescatar es cómo una revolución capitalista, especialmente en la década del noventa,
configuró una “ciudadanía crediticia” con consecuencias despolitizadoras y neoconservadoras
expresas en la reducción de los derechos a los derechos del consumidor (104). Se trata de una
identidad construida a partir de los objetos (106) y que flota entre el “disciplinamiento normal” y la
gratificación del placer. Moulián nos habla de deseo, placer y seducción presentes en estos
mecanismos generadores de conformismo social. Nos ha llamado gratamente la atención la
coincidencia de estos planteos con un trabajo cooperativo (Asselborn, Cruz, Pacheco: 2009) en
donde señalamos el impacto político del deseo-sacrificio-consumo-placer como dimensiones
históricas constitutivas de determinadas ciudadanías. Por lo tanto, creemos necesario incorporar la
clave estética (entendiendo por esta a una particular teoría de la sensibilidad) para profundizar la
crítica, ya que el capitalismo, repetimos, no es sólo un sistema económico anclado en una
determinada configuración política, sino también una estética con sus modos de imponer ciertos
gustos y colonizar los deseos. Por cierto que resuenan aquí las orientaciones de Marx en sus
Manuscritos de 1844 sobre la relación entre propiedad, placer y necesidad (cf. Asselborn, Cruz,
Pacheco, 2009: 37-43).

2. Transición democrática y ciudadanías en transición: lecturas.


a. La recuperación democrática. La vuelta a la democracia, luego del período de la última dictadura
militar, supuso un optimismo social que al poco tiempo entró en crisis. Creemos que aún tiene
validez el debate sobre si dicha vuelta se debió sólo a la resistencia de “la sociedad civil”, al
agotamiento del modelo autoritario, cuyo fundamento teórico fue la Doctrina de la Seguridad
Nacional o a las consecuencias de la consolidación y crisis del modelo ISI (industrialización por
Sustitución de Importaciones). Profundizar este debate puede echar luz acerca de los modos de
construir ciudadanía que oscila entre el terror (dictadura) y la gracia concedida por el poder del
terror (democracia) (Rozitchner, 2003: 27). Si aún cabe hablar de democracias en transición, puede
afirmarse entonces que éstas todavía reposan sobre un fondo terrorífico en tanto permanente
amenaza de muerte.
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b. Estado, Modernidad y Ciudadanía. Ingenua y errada fue la pretensión de las nuevas democracias
por volver a la misma configuración del Estado presente antes de la irrupción de las dictaduras.
Creemos que algo semejante ocurriría si se pretendiera volver a las características de los “fuertes”
estados neoliberales4. La actual debacle económica mundial así parece indicarlo. Ahora bien, en la
situación histórica de las nuevas y equívocas democracias latinoamericanas: ¿qué forma de Estado
se demanda por parte de una ciudadanía encorsetada en los modos de subjetivación neoliberales?,
¿qué tipo de Estado para qué tipo de configuración social? El impacto de la globalización neoliberal
y la existencia de una subterránea tradición estatista presente en los contextos latinoamericanos, son
elementos que ayudan a comprender las dificultades del Estado por constituirse en garante del bien
común, es decir, garante de cierta coordinación social. Dicho proceso adquiere densidad
sociopolítica en tanto refleja las formas históricas de subjetivación y modernización. Esta situación
compleja ha sido profundizada por Norbert Lechner (1999: 39-54) quien, luego de señalar los
cuestionamientos que se han lanzado contra el Estado, -entendido como única instancia
coordinadora del “bien común”-, señala el lugar de éste frente a las dos tensiones presentes en la
Modernidad: a) tensión entre los procesos de subjetivación y modernización y b) tensión entre los
procesos de diferenciación e integración (ídem, 45-46). Cómo armonizar estas tensiones será la
pregunta que atraviesa no sólo los debates eruditos sino también a las múltiples praxis de “diversos”
sujetos políticos. Lechner señala que la actual configuración del Estado no puede garantizar la
coordinación social y la “construcción deliberada de la complementariedad” de dichas tensiones. La
diferenciación funcional (sistemas: político, económico, jurídico; o microsistemas: informáticos,
tecnológicos, financieros, etc.) ha puesto en jaque la centralidad del Estado. Cuestión que habría
que matizar o problematizar si observamos el nuevo escenario geopolítico de algunos países
latinoamericanos. Nos interesan los desafíos que Lechner plantea: no puede dejarse en manos del
mercado neoliberal la tarea de la complementariedad y armonización de estas tensiones como si se
tratara de un proceso espontáneo o de una “modernización autorregulada por el mercado” (ídem,
47). Por lo tanto, una Reforma del Estado debe contemplar seriamente la complementariedad de los
procesos y constituirse como una instancia de mediación que implica: a) “hacerse cargo de las
tensiones de la modernidad…concebir al Estado como un proceso de reflexividad social mediante
el cual la sociedad piensa sobre sí misma”, y b) “hacerse cargo de las tradiciones y de la memoria
histórica acerca del Estado” dado que todo proceso de modernización conlleva una insalvable
“destradicionalización” (ídem, 52). Y es en la esfera pública donde debe darse esta tarea, ya que
“reformar el Estado supone reformar lo público”, y agregamos: supone reformar una subjetividad y

4
Sin un “Estado fuerte” hubiera sido imposible llevar a cabo los procesos de privatización de empresas estatales, la
desregulación de las economías y la flexibilización laboral.
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sensibilidad social privatizada bajo una lógica instrumental del cálculo y la competencia5. “Una
reconceptualización del Estado implica igualmente una nueva noción de ciudadanía” (ídem, 53).
c. Ciudadanía, incertidumbre y nuevas identidades. En nuestro país la década neoliberal supuso la
cooptación del espacio público por parte del Mercado. La misma política se metamorfoseó ante los
cambiantes humores del omnipresente mercado. Salvo excepciones, la política se arrinconó en
ciertos mostradores empresariales o en establos judiciales. N. Lechner señala que una creciente
complejidad social desgarra cualquier visión estatista de la política. El avance de dicho proceso
significa la irrupción de una nueva sociabilidad determinada más por el mercado que por la política:
“lo público ya no es primordialmente el espacio de la ciudadanía; en cambio, el mercado adquiere
un carácter público y sus criterios (competitividad, productividad, eficiencia) establecen la medida
para las relaciones públicas”. Lo privado se vuelve problema público: género, preferencias sexuales,
reivindicaciones étnicas, cuestiones referidas a “la dimensión política de la vida cotidiana”
(Lechner, 1996: 107). Y frente a la incertidumbre que genera este quiebre de las antiguas
identidades colectivas, aparecerá la “demanda de estabilidad y protección” (ídem, 110). La disputa
por el espacio público entre Mercado y Política pone de manifiesto según Lechner, el conflicto entre
una visión estática y los nuevos modos del quehacer político. Claro está que la crisis de los
discursos neoliberales luego de la inflexión del año 2001 obliga a re-considerar estos análisis
diagnósticos. Uno de los desafíos del Estado y de la “Ciudadanía” será la gran tarea de articular
distribución del ingreso, democratización de la riqueza con democratización e institucionalización
del reconocimiento de nuevos derechos a partir de nuevas identidades. Renunciar a alguna de estas
dimensiones significará un olvido ideológico con serias consecuencias políticas y sociales.
d. Ciudadanía – Sociedad Civil: ¿nueva configuración social o disimulo de las desigualdades y
asimetrías sociales? Numerosas investigaciones han puesto de manifiesto las confusiones e
imprecisiones analíticas que supone la utilización de la categoría “pueblo” o “popular”. Dicha
categoría ha quedado prácticamente en desuso a partir de la vuelta de la Democracia. En su lugar
comenzaron a asomar otras tales como “Sociedad civil” y más contemporáneamente “Ciudadanía”.
Ahora bien, ¿contienen éstas mayor claridad analítica y epistémica para referirse a las nuevas
realidades socio-históricas? No se trata pues de anular lo nuevo por un afán conservador y
nostálgico. Pero la ambigüedad y volatilidad de estas nuevas categorías no es menor que la

5
“La estrategia neoliberal enfoca exclusivamente el despliegue de las lógicas funcionales, particularmente del mercado,
buscando evitar las interferencias provenientes de la subjetividad. A lo más busca encauzar la subjetividad “en función
de” la modernización. El resultado es una subjetividad denegada. La forma más visible de negar la subjetividad es la
“funcionalización de los sujetos”. Las motivaciones y expectativas, los deseos, los proyectos de las personas son
relevados, absorbidos y puestos al servicio de los sistemas”…se trata de la subjetividad “como ‘lubricante’”…Más
adelante Lechner se refiere a “la expropiación de la subjetividad” cuya consecuencia es el “debilitamiento de las normas
de integración social y normativa” (ídem, 50-51)
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observada en aquel setentista “dialecto”. Sospechamos de cierto uso ideológico de “lo ciudadano” y
del discurso que enfatiza “la sociedad civil” en donde operaría cierta borradura de las desigualdades
sociales. Los “dispositivos” para la concentración de la riqueza, que de manera intencional o no
intencional producen explotación y reproducen pobreza, son invisibilizados en una “masa” de
buenos ciudadanos y de incontables organizaciones no gubernamentales movilizadas por la
responsabilidad solidaria. Esto no significa una vuelta “ideológica” a la quimera del pueblo
entendido como “clase”, pero olvidar estos dispositivos en nuestros análisis significaría una
peligrosa ingenuidad o una apuesta ideológica que debería ser entonces explicitada con sinceridad
“académica”. Para estas afirmaciones nos valemos pues de los inteligentes aportes de Klaus
Meschkat quien, analizando el caso chileno afirma que el término “Sociedad Civil tiende a
fortalecer la ideología dominante”. Proceso que se expresa en varios sentidos: a) suele entenderse
que el fortalecimiento de todo lo que no depende del Estado significa un avance en la emancipación
social; b) el término “Sociedad civil” tiende a esconder “las diferencias dentro de la sociedad
realmente existente: desaparecen las clases sociales, los grupos de poder económico, los
monopolios, el capital transnacional, y aparecen “actores” que en principio tiene iguales derechos y
oportunidades de participar en el juego político”; c) con el uso del término se borran las “diferencias
enormes entre las organizaciones no gubernamentales que muestran un compromiso real con las
organizaciones populares, y las otras, que no son sino fuentes de empleo de una capa de
intelectuales versátiles, o incluso instrumentos directos del gran capital” (Meschkat, 2002: 4).
Incluso más, el abandono de la categoría “pueblo” y la sustitución por la de “sociedad civil”,
significa el olvido de la necesidad de integración de los excluidos, marginados y/o explotados
(Pérez Campos, 1997: 150, citado por Meschkat).

3. La reducción formal-moralista de la ciudadanía y los Derechos Humanos.


a. Ciudadanía y Democracia: dudas.
La “voz popular” hiper-mediatizada suele afirmar entre sus lamentos que “en este país los derechos
humanos son sólo para algunos”; con lo cual, una porción importante de ciudadanos que “cumplen”
con sus obligaciones (léase pago de impuestos) quedarían injustamente fuera de este reparto. De
este modo, injusticia e impotencia se toman de la mano y bajo esas nupcias la esperanza en algo o
alguien distinto y la resistencia al Estado (que sólo sabe robar) adquieren caracteres fascistas. Este
miedo aburguesado se repite con cierta constancia en medios de comunicación, lugares de trabajo,
en el seno de las familias o, por qué no en las profundidades de la siempre preocupada y afligida
Academia. ¿Por qué, y con qué derecho, un Estado democrático no garantiza los derechos de una
ciudadanía que respeta la ley, el orden y que -esto es lo importante- con el pago de sus impuestos
10

mantiene a ese mismo Estado corrupto y ocioso? ¿Y por qué –en cambio- ese mismo Estado
corrupto y ocioso parece mirar hacia otro lado cuando “otros” habitantes –diferentes en todo
sentido- irrumpen “exigiendo” sus derechos de un modo “no muy ciudadano” por cierto?
En varios países de América del Sur, señalan ciertos medios de comunicación, asistimos a una
suerte de embate contra la Democracia y los Derechos Humanos dado los permanentes ataques a las
instituciones republicanas y las libertades individuales. Junto a estos fenómenos mediatizados - que
no podemos negar ni afirmar enfáticamente - suelen abundar los discursos acerca de la explosión de
nuevas ciudadanías movilizadas ante el avance de los populismos antidemocráticos. Todo parece
indicar que la categoría pueblo ha quedado superada, más no subsumida, en la categoría ciudadanía.
Ingenuo sería negar el grado de ambigüedad discursiva, epistemológica, analítica e incluso política
de lo que se ha entendido por “pueblo”. No obstante, parece ocurrir lo mismo con el concepto de
“ciudadanía”. Sospechamos que bajo la sombra del término se aglutinan los más variados intereses
sociales, políticos y económicos que, en un pasado lejano, la nomenclatura académica y popular
indicaba con los nombres de oligarquía, sectores acomodados, burguesías nacionales, clase media, e
incluso “nuevos pobres”. A los oídos atentos del hombre y la mujer de la calle, “ciudadanía” no
parece remitir en primer lugar a los sectores vulnerables, pobres, excluidos o subalternos de la
sociedad. Y esto por un pequeño detalle: no suele pensarse que esos sectores tengan autonomía de
criterios para la prudencia en el juicio político-electoral y, mucho menos, moral o ético. Ciudadanos
son pues, aquellos sujetos autónomos que poseen una “carta de ciudadanía”: nombre y apellido,
educación, propiedades, voz propia, sensatez de criterios, cuidado de sí… y futuro. El argumento de
la “dependencia” es utilizado desde posturas conservadoras y restauradoras hasta las más
progresistas. Sin embargo, es un hecho contrastable la existencia de situaciones de dominación y
cooptación de pensamientos y deseos; como a su vez la presencia de convicciones racionales que
justifican y validan posturas ideológicas y prácticas políticas. Pero cuando los sectores sociales más
vulnerables y desprotegidos exigen a gritos por ciertos derechos postergados, se esgrimen los
argumentos de la no-autonomía y de la subordinación a la dádiva estatal para desautorizar dichas
prácticas políticas. Todo parece indicar que el recurso explicativo del “lavado de cerebro” sólo
existe para esta porción de humanidad. ¿Cuál es entonces el criterio para la autonomía de criterios,
la libertad de pensamiento, la posibilidad de buenas y sensatas elecciones?, ¿o tendremos que
sospechar que la posesión de propiedades es la única condición de posibilidad del ejercicio de la
“verdadera” libertad? De suceder lo anterior, la racionalidad del debate político se debilita y la
democracia queda entonces en manos de expertos corriendo el peligro de “gobernar sin política”
(Ranciére, 2006).
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Asistimos entonces a una paradójica tensión entre a) la saturación provocada por ciertos discursos
que hacen de la ciudadanía el núcleo central de sus esfuerzos teóricos-prácticos y b) la depreciación
del concepto de “ciudadanía” a su sola formalidad, abstrayendo así a los sujetos corporales
concretos que la fundamentan y legitiman. La formalización de la ciudadanía es la cara visible de la
abstracción de la condición corporal y finita del ser humano. Dicha formalización pone en evidencia
el triunfo de una nueva jerarquización de los Derechos Humanos desde la propiedad privada
(Fernández Nadal, 2005: 13). En lenguaje hinkelammertiano, nos encontraríamos ante una nueva
“fetichización de la ciudadanía” que reduce a los ciudadanos a individuos-propietarios y que, desde
tal configuración de la subjetividad, reclaman sus derechos. Fetichización que pone de manifiesto la
inversión y hasta confusión de las preferencias en necesidades.
La reducción formal y moralista de la categoría “ciudadanía” comprime a ésta a una pura autonomía
individual con derecho a ciertos gustos y preferencias en tanto justificadores de su libertad.
Autonomía individual reducida a los caprichos del homo economicus y que guiada por sus privadas
“preferencias” pareciera renunciar racionalmente a la posibilidad de erigirse en sujeto político.
Además de lo anterior, el uso ideológico de esta categoría permite defender un status o lugar social
antes que la conquista y reapropiación de nuevos y viejos derechos, casi todos ellos referidos a las
condiciones materiales mínimas para sobrevivir. En estos casos, gran parte de las acciones de
resistencia se sumergen en un proceso recíproco de moralización y despolitización aguda. Como
ejemplo histórico, no podemos negar la sobreexcitación de los discursos ético-morales que en la
década de los noventa invadieron el lenguaje y la sensibilidad de la mayoría de los actores sociales:
desde una postura crítica se repetía hasta el cansancio el argumento cuasi-profético de la
“corrupción enquistada en la política y en el Estado”; por su parte, en cambio, desde los sectores
favorecidos por las políticas neoliberales surgían las homilías acerca de la “responsabilidad social
empresarial”. Mientras tanto, el debate político estuvo sujeto a ciertos especialistas, o en el peor de
los casos, fue entumecido por la tecnocracia economicista.
Este análisis, susceptible por cierto de matices o de nuevos énfasis, permite señalar como hipótesis
que tanto el discurso ético-moral como el discurso utópico, han profundizado una suerte de
impotencia y parálisis política con serias dificultades para construir, crear y articular poder crítico y
emancipador. El discurso ético-moral, cuando deviene ideología, desdeña la clave dialéctica. Dicha
clave permite: a) acceder a la realidad histórica desde un pensar respetuoso del mismo devenir
histórico y sus contradicciones; y b) señalar mecanismos de dominación y los modos en que operan
en los sujetos, las instituciones y procesos político-sociales.
¿Qué tipo de ciudadanía se configuró entonces al calor de esta moralización de la política y de la
misma crítica que se sucedieron en plena transición democrática, es decir, en medio de crisis
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políticas y económicas de diverso cuño e impacto, luego del período dictatorial? Tal vez las
respuestas deban tener en cuenta los análisis referidos a la transformación de la sensibilidad social:
los deseos, las pasiones, las preferencias, los miedos, incluso las emociones y el mérito como única
regla moral, cristalizados en los espacios de compra-venta y en la mayoría de los medios de
comunicación: pedagogos y constructores privilegiados de nuevas ciudadanías. Para estas
sensibilidades, la experiencia social de “crisis” supondrá la amenaza a ciertos privilegios.
Sensibilidades construidas al calor de un régimen de “apartheid social” (Ansaldi, 1997).
Estos aportes nos han permitido justificar – de manera siempre provisoria- la pertinencia de la
hipótesis que orienta desde hace un tiempo una reflexión cooperativa junto a otros colegas: una
conciencia crítica es impotente ante un gusto colonizado (Asselborn, Cruz, Pacheco, 2009). Para el
presente trabajo la traducimos de la siguiente manera: Ampliar y profundizar la democracia supone
un trabajo permanente por desinstalar una sensibilidad individual y colectiva, asentada en la
privatización de los derechos humanos y la cooptación de los deseos y preferencias, en detrimento
de la democrática satisfacción de las necesidades humanas. No hay democracia real sin una
sensibilidad social emancipada, es decir, expresada y reproducida más allá de la lógica totalitaria
de la propiedad privada.6.
Se trata pues de volver a preguntar si es posible la democracia bajo una lógica capitalista. Para
Yamandú Acosta se trata de un “minimalismo democrático”:

La Civilización Occidental y la Modernidad Capitalista son las condiciones de posibilidad de la


Democracia, concebida ésta como mero régimen político que se caracteriza como gobierno de la
mayoría con el respeto de las minorías, cuyas condiciones básicas son la Ciudadanía, la
Representatividad y la Limitación del poder…, (2000: 2-3)

Por su parte, Waldo Ansaldi señala que la relación entre democracia y capitalismo se expresa en el
vínculo entre democracia y exclusión. Se constituyen entonces democracias “relativamente estables,
no consolidadas ni, mucho menos, irreversibles” (2001: 53-54).
Creemos, pues pertinente señalar los modos en que los Derechos Humanos son formalizados e
invertidos en las democracias capitalistas occidentales. Ante tales embates, aparece con fuerza la

6
El filósofo mexicano Arturo Rico Bovio ha desarrollado una filosofía de la corporeidad en la cual destacamos tres de
sus postulados: a) La explotación es causada por la manipulación de la satisfacción de las necesidades corporales del
otro, no por la propiedad privada, aunque ésta ha sido el medio más poderoso para manejar las necesidades; b) La
interpretación cultural del cuerpo se forma paralelamente con las condiciones materiales de la vida. El cambio de
interpretación se da cuando las necesidades insatisfechas por el sistema suscitan la toma de conciencia de ellas; y c) La
lucha de clases se puede traducir en que una parte mayoritaria de la población se ha convertido en extensión corporal de
otra minoría. (Rico Bovio, 1990, capítulo 4).
13

necesidad de re-politizar los Derechos Humanos y recuperar así, su acervo crítico desde un criterio
concreto y material: la vida corporal de las víctimas -intencionales y no intencionales- de dichas
formas de organización sociopolítica.
El problema es complejo y su solución aún más; pero queremos indicar algunas distinciones
elaboradas a partir de los desarrollos teóricos de Franz Hinkelammert y que podrían aportar claridad
y sensatez al debate con el fin de sortear los ligeros análisis acerca de los derechos humanos,
propios del sentido común y de los discursos mediáticos.

4. Democracia e inversión de los Derechos Humanos en Franz Hinkelammert.


En la actual estrategia capitalista globalizada conceptos centrales como igualdad (socioeconómica y
política), derechos humanos o diversidad suelen ser vaciados de su potencia crítica reduciéndolos a
su pura formalización. La igualdad no puede entendérsela sólo desde una clave económica, aunque
ésta es constitutiva si por ella se entiende a una ineludible exigencia para la sobrevivencia y
reproducción de la vida humana. Parafraseando a J. Ranciére (2007)7, la igualdad no es un punto de
llegada sino de partida y por lo mismo, obliga a cada ser humano a demostrarla y confirmarla día a
día en su vida individual y colectiva. La igualdad no es un derecho dado sino un derecho en
constante conquista: es en estas disputas de conquista y re-conquista cuando democracia y política
adquieren mayor densidad y amplitud. No hay democracia sin el conflicto provocado por la
voluntad de exponer la igualdad que atraviesa a cada individuo. Este proceso conflictivo es el aquí y
ahora del sujeto.
La igualdad suele confundírsela con la diversidad y bajo el pretexto del respeto a las diferencias, en
no pocos casos, las desigualdades sociales son aceptadas y confirmadas. Confusión gruesa que se
infiltra en los intersticios de la vox populi y en los énfasis temáticos del homo academicus. Pero
además de estos desarreglos conceptuales expresos en el sentido común, existe un nivel aun más
profundo que opera desde la inversión categorial: subyace a éstas lo que Franz Hinkelammert llama
la “inversión de los Derechos Humanos”. Indicaremos algunos ejes centrales de su pensamiento que
pueden aportar clarividencia al debate.
Hinkelammert es uno de los pensadores situados en América Latina que ha sabido articular esfuerzo
crítico y necesidad de emancipación. Articulación que tiene en su crítica de la razón utópica y,

7
“El hombre democrático es un ser de palabra, es decir, también un ser poético, capaz de asumir una distancia entre las
palabras y las cosas que no significa ni decepción ni engaño, sino humanidad capaz de asumir la irrealidad de la
representación. Virtud poética que es una virtud de confianza. Se trata de partir del punto vista de la igualdad, de
afirmarla, de trabajar presuponiéndola para ver todo cuanto puede producir, para maximizar todo lo que pueda darse de
libertad y de igualdad. Quien parte, por el contrario, de la desconfianza; quien parte de la desigualdad y se propone
reducirla, jerarquiza las desigualdades, jerarquiza las prioridades, jerarquiza las inteligencias y reproduce
indefinidamente la desigualdad” (Ranciére, 2007, 76)
14

recientemente, su crítica de la razón mítica, dos referencias ineludibles para develar los
fundamentos de la lógica que hace del cálculo de utilidad el único recurso para crear el mejor de los
mundos posibles. Razón utópica y razón mítica atraviesan a la actual estrategia capitalista neoliberal
y creemos también, a ciertas praxis históricas alternativas que pretenden su superación.
Respecto al problema que nos convoca, podemos señalar entonces tres categorías centrales en el
pensamiento de Hinkelammert: Democracia – Inversión de los Derechos Humanos – Criterio de
reproducción de la vida humana.
a. Ciertas teorías contemporáneas sobre la Democracia han reducido a ésta a su expresión mínima.
Bajo la lógica del capitalismo, las democracias se han formalizado a partir de la discusión acerca de
los mecanismos electorales y la decisión de las mayorías dejando de lado pues, “la elaboración de
criterios que permitan juzgar las decisiones democráticas en cuanto a sus resultados, estableciendo,
por tanto, elementos de juicio para determinar hasta qué grado las decisiones mayoritarias son
efectivamente decisiones válidas o descartables” (Hinkelammert, 1987: 134).
b. Por inversión de los Derechos Humanos se entiende a la ilusión de pretender su realización y
concreción so pena de restarle potencialidad crítico-política. Los Derechos Humanos guían las
acciones, más no son las acciones mismas, que debieran ser juzgadas desde estos Derechos. La
ilusión de creer que con ciertas acciones se realizan los Derechos Humanos deriva en la
absolutización de estas acciones y en la legitimación del poder que las sostiene. (Solórzano, 2007:
148). Se trata pues de un horizonte utópico y como tal, crítico de toda legitimación de aquellas
relaciones sociales e instituciones reproductoras de la injusticia y la desigualdad social8. Al
respecto, Norman Solórzano, discípulo de Hinkelammert en el ámbito del Derecho Jurídico se
remite a una definición de Herrera Flores:

Los derechos humanos deben ser definidos (...) como sistemas de objetos (valores, normas
instituciones) y sistema de acciones (prácticas sociales) que posibilitan la apertura y la
consolidación de espacios de lucha por la dignidad humana. Es decir, marcos de relación que
posibilitan alternativas y tienden a garantizar posibilidades de acción amplias en el tiempo y en
el espacio en aras de la consecución de los valores de la vida, de la libertad y de la igualdad…
(Herrera Flores, 2000: 52-53. 78).

8
Los “derechos humanos no se pueden realizar (por su carácter utópico), lo cual tiene un valor cognitivo y práctico,
pues recién a partir de ahí se sabe lo que sí se puede realizar y se valora lo que efectivamente se realiza. Eso hace que
derechos humanos denuncien o sean un parámetro para determinar el grado de ilegitimidad de los poderes instituidos,
ya que evidencian la incapacidad de éstos para satisfacer condiciones para la realización de acciones conforme a
derechos humanos. De ahí que cualquier exigencia de cumplimiento de derechos humanos, en tanto que exigencia de
realizar acciones conforme a derechos humanos, es mostrar o denunciar esa incapacidad de los poderes instituidos, por
ende, constituye una crítica de su (i)legitimidad” (Solórzano, 2007, 151).
15

Los derechos humanos son los medios discursivos, expresivos y normativos que pugnan por
reinsertar a los seres humanos en el circuito de [producción] reproducción y mantenimiento de
la vida, permitiéndonos abrir espacios de lucha y de reivindicación (Herrera Flores, 2000: 78).
(Solórzano, 2007: 147).

c. Por último, el Criterio de reproducción de la vida humana es un criterio de evaluación de


cualquier norma, institución y/o sistema sociopolítico que procura garantizar la vida de los seres
humanos incluidos en los mismos. Se trata pues de la referencia a la materialidad del cuerpo
necesitado, base concreta y real para cualquier relación y organización formal de la vida humana.
La reflexión de Hinkelammert acerca de los Derechos Humanos fue llevada a cabo en el contexto
de la reapertura democrática en varios países latinoamericanos luego de la implementación de la
Doctrina de la Seguridad Nacional. Su obra Totalitarismo y Democracia (1987) es paradigmática al
respecto.
Afirma que los Derechos Humanos, bajo la actual estrategia capitalista globalizada, suelen ser re-
direccionados hacia la violación de los mismos. Es decir, en nombre de los Derechos Humanos, se
violan los Derechos Humanos. Inversión que tendrá sus antecedentes en una lógica sacrificial que
surca la constitución misma de la sociedad occidental. De este modo se asienta en la conciencia la
justificación de la inevitabilidad de sacrificios humanos para abolir para siempre los sacrificios
humanos. (Hinkelammert, 1993; 1985: 161-165)
El debate se profundiza si se explicita el problema de la jerarquización de dichos Derechos. Para el
autor, la teoría moderna sobre al Democracia es: a) una teoría de los Derechos Humanos y b) su
limitación legítima en función del progreso económico que garantizaría, en el futuro, la vigencia de
todos los Derechos Humanos. Dicho progreso económico adquiere una función mítica y que al
radicalizarse, “tanto más se pueden legitimar restricciones o violaciones de los derechos humanos
en función de una vigencia irrestricta de todos los derechos humanos en el futuro” (Hinkelammert,
1985: 18). Este formalismo opera como mecanismo de agresión: “cuanto más se habla de derechos
humanos, más legitimidad se adquiere para violarlos” (ídem, 19).
Por lo tanto la validez crítica de los Derechos Humanos debe evaluarse a partir del criterio de
reproducción de la vida humana y desde la primacía de un sujeto vivo - corporal. El sujeto vivo,
siendo sujeto actuante y sujeto práctico, es un ser natural: transforma la naturaleza y transforma su
naturaleza. Como ser natural debe satisfacer ciertas necesidades: “para vivir hay que poder vivir, y
para ello hay que aplicar un criterio de satisfacción de las necesidades a la elección de los fines”
(Hinkelammert, 2002: 321). Por esto nuestro autor afirma que así como el sujeto vivo trasciende al
sujeto práctico, también las necesidades trascienden a la elección de los fines.
16

Se trata pues de una racionalidad reproductiva que pone en cuestión la totalización de la


racionalidad medio-fin, basada en una instrumentalidad de tipo utilitarista. En Hinkelammert, la
racionalidad reproductiva es racionalidad crítica porque reconoce el circuito natural de la vida
humana como instancia de toda racionalidad. Ella ofrece el criterio de evaluación de la racionalidad
medio - fin (Hinkelammert – Mora Jiménez, 2005: 37).
El desafío consiste en pensar las relaciones sociales a partir de estos dos criterios complementarios:
racionalidad reproductiva y sujeto corporal necesitado. La racionalidad estará dada si dichos
criterios no son negados, olvidados o abstraídos: “Una organización social es racional si permite
que todos tengan posibilidad de vivir (naturaleza incluida) y si la muerte de unos no se convierte en
condición de vida de otros” (ídem, 47).
El autor argumenta que el sujeto actuante, práctico, es un sujeto vivo. El sujeto práctico no puede
actuar si no es un sujeto vivo: se conciben fines (de la acción) en tanto se vive y vivir también es un
proyecto que puede o no fracasar. (Hinkelammert, 2002: 319) Por esta razón, por esta simple razón,
el criterio para evaluar lo posible y lo imposible será la reproducción de la vida humana, es decir, la
satisfacción de las necesidades. El sujeto vivo trasciende al sujeto práctico y las necesidades
trascienden a los fines. Asoma aquí la tensión entre necesidades y preferencias. Las necesidades
están por encima de las preferencias y gustos, de lo contrario se trataría de una reducción del ser
humano a sujeto práctico enfrentado a fines. Reducción que sigue operando en la economía
neoliberal y en el sentido común atravesado por su lógica (Cf. Fernández Nadal, 2007: 199-216).
La confusión entre necesidades y preferencias será un mecanismo para normalizar desigualdades y
reprimir proyectos de vida. Sólo si esclarecemos esta confusión podremos des-naturalizar la
dominación y la desigualdad:

… sólo si hay necesidades, y no simples preferencias, pueden darse la explotación y la


dominación (…) Frente a simples preferencias no existen dominación ni explotación, ni puede
haber plusvalía como resultado de la explotación; todo es un simple más o menos. Por el
contrario, donde hay necesidades está en juego una relación de vida o muerte al decidir sobre la
división social del trabajo y la distribución de ingresos (Hinkelammert, 2002: 323).
Pero hay más todavía:
…el problema de la vida es eliminado por la manipulación del concepto de preferencia. Frente a
un simple juego de preferencias, la exigencia de cambios aparece como resultado de la envidia.
Frente a las necesidades, aparece como una exigencia de la posibilidad de vivir y como raíz de
la legitimidad de todas las legitimidades. (Ídem)
17

Por lo tanto la satisfacción de las necesidades será el criterio material para sopesar lo posible y lo
imposible (satisfacción plena de las necesidades) y obligará, para ser posible, pensar en su
concreción mediante instituciones siempre limitadas (ya que éstas administran la muerte y siempre
poseen un elemento de dominación) y susceptibles de transformación.
Dichas tareas deberán tener en cuenta el poder condicionante del actual sistema capitalista para
crear e imponer preferencias metamorfoseadas en necesidades, cuya satisfacción produce cierto
placer acompañado de mayor esclavitud, explotación, opresión y exclusión.
¿Qué necesidades se deberán satisfacer para seguir viviendo?, ¿Sobre qué sistemas de necesidades
se sustenta la exigencia de su satisfacción?, ¿cómo garantizar la igualdad y la equidad sin recurrir a
la violación de otros derechos? Y más: ¿será posible garantizar la reproducción de la vida humana
sin incorporar en esta garantía la aceptación del conflicto y de las ambigüedades ético-morales de
las prácticas políticas?

5. Política y Democracia: la necesaria reapropiación crítica de los Derechos Humanos.


Los demás, para ellos, son tipos avariciosos
y a sí mismos se consideran buena gente.
Sin cesar los vemos enfurecerse
y combatirse entre sí. Tan sólo
cuando ya no queremos seguir alimentándolos
se ponen de pronto de acuerdo.
Bertolt Brecht
Canción de la rueda hidráulica
La reducción de la ciudadanía y de los Derechos Humanos revelan las transformaciones en que la
política se encuentra inmiscuida en el marco de las democracias en transición, postautoritarias y
postransicionales. Una hipótesis que debiera sopesarse, a partir de esta transformación, es la
distancia entre: a) una subjetividad ciudadana aún presa de pautas culturales construidas al calor de
cierta pedagogía neoliberal y; b) políticas sectoriales (por cierto ambiguas y en algunos casos con
final incierto) que pretenden repensar cierta integración social con igualdad y equidad, para lo cual
la “vuelta del Estado” es indispensable.
Claro está que ese Estado ya no podrá repetir los cánones de experiencias pasadas sino incorporar
ciertos desafíos del presente; entre ellos la creciente y constante acumulación y concentración de
riqueza, la desintegración social y las transformaciones de las instituciones representativas de
ciertas demandas, especialmente de las mayorías pauperizadas y excluidas. De lo contrario,
asistiríamos a una guerra de las democracias “contra todos los pobres del planeta” (Badiou, 2004).
Aunque no podemos olvidar que las transformaciones de las subjetividades sociales y las
dimensiones implícitas en éstas (sensibilidad: gustos, pasiones, emociones, deseos, miedos; pautas
culturales y simbólicas, mecanismos inconscientes de adhesión o rechazo, etc.) son procesos de una
18

lentitud tal, que la más de las veces entran en contradicción abierta con políticas críticas, es decir,
con políticas para mayorías. Que dichas transformaciones se concreticen a favor de la ampliación de
derechos y oportunidades, no depende sólo de ciertas voluntades políticas, sino de múltiples
factores que complejizan los análisis. A riesgo de equivocarnos, postulamos que en las nuevas
configuraciones democráticas de cierto cuño “progresista” (admitiendo las anfibologías e
imprecisiones del término) persiste cierta subjetividad ciudadana presa aún de pautas culturales
impuestas, construidas y reproducidas de manera espectacular en los años del mesianismo
neoliberal. La democratización de los ajustes estructurales y la privatización de las necesidades
humanas impactaron en la sensibilidad social, sedimentando así los valores de la competencia, el
sacrificio y autosacrificio como única posibilidad de progreso humano, el cálculo de utilidad
devenido criterio universal para medir cualquier acción humana, o el consumo como cifra de la
existencia ciudadana con el progresivo deterioro de los vínculos sociales. Tal vez, en el
Bicentenario de varios países latinoamericanos, nos encontremos inmersos en otro tipo de
transición, en este caso desde una sensibilidad cooptada por los mandamientos neoliberales a una
sensibilidad que desea ampliar la democracia no sólo como garantía de libertades individuales sino
como garantía de igualdad y equidad social. El camino recorrido por las democracias
posdictatoriales ha sido significativo y no pueden desdeñarse sus logros intencionales y no
intencionales, aunque los mismos, en la actualidad, no sean suficientes para responder a los nuevos
desafíos. En este sentido, las interpretaciones acerca de los procesos de re-democratización en
América Latina estuvieron, en la mayoría de los casos, atravesadas por cierto desencanto apoyado
en los obstáculos y asignaturas pendientes más que en sus logros y posibilidades. Así lo indica
Dieter Nohlen (1995:7-27) quien realiza una crítica a los críticos de las democracias
latinoamericanas. Para el autor, la crítica de los politólogos latinoamericanos: a) se centraliza en las
deudas pendientes de estas “jóvenes democracias”, b) se guía por un falso determinismo
(“democracias latinoamericanas = dictaduras de vacaciones”), c) se apoya en la comparación entre
las democracias latinoamericanas de hecho y el concepto de democracia en sí, (por ejemplo la
distinción entre “democracia representativa” y “democracia delegativa” propuesta por Guillermo
O’Donnell), d) responsabiliza unilateralmente a la democracia por el subdesarrollo y la miseria,
problemas de larga data y pre-existentes al proceso de re-democratización (Nohlen critica el
concepto de “democracia de apartheid” de Francisco Weffort).

De esta manera, no se recuerda ni se considera que la democracia como orden institucional


se ha introducido en la mayoría de los casos en países sin tradición democrática. No se
considera el hecho de que las instituciones democráticas han precedido a la cultura
19

democrática, y que la socialización política de la población se ha efectuado, en su mayor


parte, bajo regímenes autoritarios. Mientras que el establecimiento de un orden institucional
democrático se puede efectuar de una manera relativamente rápida e incluso estar
determinado desde el exterior, la creación de una cultura política democrática requiere
períodos de tiempo más largos. (Nohlen, 1995: 12).

Más allá de esta crítica a la crítica, creemos que en la nueva configuración de los nuevos Estados de
América del Sur aún persiste una sensibilidad ligada a la idea de democracia restringida-
formalizada. Una mayor conciencia de la responsabilidad histórica por aliviar las profundas
desigualdades convive con maneras de percibir y sentir la realidad socio-histórica, cuyo origen fue
atravesado por una estética y sensibilidad neoliberal. La construcción de una nueva sensibilidad,
supone entonces trastocar las concepciones de libertad, bienestar, progreso y felicidad arraigadas en
el sentido común. Aunque no se trata sólo de problematizar estas “ideas reguladoras”, sino de
reubicar también el cuerpo que somos desde otro lugar “de enunciación”, en donde la libertad no
sea sólo un derecho a alcanzar sino condición para la vida concreta y material de todo ser humano:
“la libertad como una necesidad biológica: ser físicamente incapaz de tolerar cualquier represión
que no sea la requerida para la protección y el mejoramiento de la vida” (Marcuse, 1969: 35). La
pregunta es qué tipo de Estado, de praxis política y de participación “ciudadana” exige esta tarea en
las imprecisas (históricas) coyunturas geopolíticas latinoamericanas. Los aportes de la ciencia
social no podrán, empero, disolver absolutamente los conflictos sociales arraigados en la vida
cotidiana de las ciudadanías, su negación supondría otra vez la naturalización de la desigualdad, la
exclusión y la resignación al trabajo explotado como condiciones trascendentales de cierto “orden”:

El orden es omnipotente en su discurso; le exige a las alternativas que den respuestas a todo. No
respeta ritmos ni tiempos; en esto es consecuente, porque tiene respuestas para todo. El orden es
armónico, es estético, establece equivalencias y correspondencias, es equilibrado. Como tal
produce placer, el placer de la dependencia, de la protección, de lo que está ya definido. Se trata
de un placer que hace soportable la vida, aún cuando se logre a costas de la vida misma”
(Rebellato, 1995: 78).

Tal vez, en estos tiempos de múltiples transiciones valga parafrasear a Brecht: la decisión de no
seguir alimentándolos supone la constitución, nunca acabada, de sujetos políticos críticos con
pretensión no sólo de lograr efectivizar demandas sectoriales, sino de volver a instalar en el
20

imaginario social la posibilidad de transformaciones estructurales…teniendo en cuenta, eso sí, que


algunos se pondrán pronto de acuerdo.

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