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“Si la democracia no da cabida a los miedos ellos se impondrán a espaldas nuestras. Sucumbimos
entonces al peor de los miedos: el miedo a imaginar otras ciudades posibles” (Norbert Lechner, 1988)
“¿Por qué, clases dominantes que levantan la democracia como principio de legitimidad de la
construcción de su poder institucionalizado terminan generando regímenes escasamente
democráticos, cuando no francamente dictatoriales?” (Waldo Ansaldi, 2001)
“No se puede recuperar la ciudadanía sin recuperar este derecho fundamental a la intervención
sistemática en los mercados” (F. Hinkelammert, 2004)
El presente trabajo tiene por objetivo ofrecer una lectura aproximativa sobre los procesos de
transición democrática y su impacto en las prácticas y discursos asentados en los Derechos
Humanos. Nos proponemos indagar acerca de los mecanismos por los cuales los Derechos
Humanos, en las actuales Democracias capitalistas, son vaciados de su potencialidad crítica y
reducidos sólo a formalidad institucional. La formalización de los Derechos Humanos supone la
contracción de la Democracia y la Ciudadanía, ocurrida en las primeras transiciones democráticas y
luego profundizada con el neoliberalismo globalizador. Nuestra mirada estará centrada en lo que
Waldo Ansaldi llama “el matrimonio de interés entre el ajuste estructural y la democracia política”
y su impacto en las subjetividades ciudadanas1.
1
Nos motiva el consejo de Walter Benjamin con respecto a leer la historia entrando en empatía no con el vencedor sino
con los vencidos. Con ese ímpetu incorporamos la afirmación de Barrington Moore: “Todo estudioso de la sociedad
humana puede hallar en la simpatía por las víctimas de los procesos históricos y el escepticismo respecto de las
vanaglorias de los triunfadores las salvaguardas esenciales para no quedar prendido en la mitología dominante. El
estudioso que quiera ser objetivo necesita esos sentimientos como parte de su equipo profesional ordinario” (2000, 421-
422)
2
Postulamos que la praxis política crítica lo es cuando lleva a cabo una efectiva ampliación de los
Derechos Humanos en tanto posibilidad factible para profundizar la Democracia, no sólo como
sistema político (dimensión institucional) sino como un modo de vida (dimensión subjetiva y
sociocultural). La ampliación crítica de los Derechos Humanos supone comprender a éstos más
como horizonte utópico (por tanto siempre crítico de toda absolutización e institucionalización) que
como discurso de legitimación del poder. (Solórzano Alfaro, 2007, cf. Hinkelammert 1987).
Lúcidos son los aportes de Lechner (1988) y Ansaldi (2001, 2003) cuando señalan que la novedad
en las transiciones de las dictaduras a las democracias es el abandono y “renuncia de las
transformaciones radicales”. Luego de las dictaduras, resulta llamativo cómo convivieron las
reflexiones sobre de la democracia y los derechos humanos con esta renuncia ya aludida. Tal vez,
bajo los bríos de las nuevas coyunturas políticas latinoamericanas, sea posible e imperioso pensar el
vínculo entre democracia y socialismo (Lechner, 1988: 36-38)
En la primera parte recuperamos algunas claves interpretativas que permiten delimitar y profundizar
el problema de la transición democrática. Dichas claves ponen de manifiesto la distancia entre
democracia institucional y cultura-sensibilidad social democrática. Los aportes de Waldo Ansaldi,
Norbert Lechner, Guillermo O’Donnell y Tomás Moulián nos servirán para ordenar y distinguir este
proceso. En un segundo momento ensayamos algunas conexiones entre transiciones democráticas y
ciudadanías en transición. La tercera parte se refiere al vínculo existente entre formalización y
moralización del concepto de ciudadanía y sus consecuencias despolitizadoras. Despolitización que
atenta contra la misma ciudadanía. Dicho problema expresa que el proceso de transición hacia la
radicalización de la democracia aún no ha finalizado. Recuperar la dimensión política y crítica
supone la re-apropiación de los Derechos Humanos desde la corporalidad humana (Hinkelammert).
La corporalidad es el lugar de la sensibilidad humana en la cual se alojan los deseos, las pasiones,
los gustos, emociones y sentimientos individuales y colectivos. Allí reside su potencia
movilizadora. Dado que esta dimensión no admite ontologizaciones absolutas, creemos que el
neoliberalismo ha pedagogizado esta sensibilidad social hacia el conformismo y la adaptación por
vía de la cooptación de los gustos, emociones y deseos. Y esto es un dato insoslayable que no debe
quedar ajeno a la hora de pensar y hacer la emancipación. La cuarta parte es un intento por
reconstruir los aportes de Franz Hinkelammert2 con respecto a la “inversión de los Derechos
Humanos”. Inversión que legitimará democráticamente la violación de los mismos. La
“recuperación” de la dimensión crítica y política (Lefort: 1990, Lechner: 1986) de estos derechos
2
El tema de nuestra tesis para la obtención del Doctorado en Estudios Sociales de América Latina está centrado en los
aportes del cientista alemán-latinoamericano: “Crítica al capitalismo y racionalidad reproductiva en Franz
Hinkelammert. Aportes al pensamiento crítico latinoamericano”, bajo la dirección del Dr. Gustavo Ortiz.
3
humanos podrá llevarse a cabo si se asume una racionalidad reproductiva- que contiene en el
“sujeto corporal y concreto” su más clara justificación (Hinkelammert) - y una praxis política en la
cual no puede estar ausente la reflexión por el puesto del Estado en los actuales procesos
democráticos latinoamericanos; cuestión sólo esbozada en la quinta y última parte3.
3
Cabe aclarar que nuestra disciplina de origen es la filosofía, eso puede explicar, sólo en parte, el tenor del presente
trabajo.
4
La estancia es la matriz que nace en el siglo XVIII y que como tal es la “única inequívocamente
capitalista” (27) por lo que la hace ser más favorable a un régimen democrático.
La clave de análisis propuesta por Ansaldi permitiría comprender: a) las dificultades para articular,
sin caer en oposiciones estériles, democracia política con democracia social (38) y b) las
dificultades para contar con actores democráticos “con la fuerza suficiente para impulsar luchas por
la construcción de regímenes políticos democráticos” (47). Estas dos dificultades fueron
profundizadas con la implementación de políticas neoliberales-conservadoras, generadoras de un
régimen de “apartheid social”. Políticas productoras de desigualdad social que convivieron en
regímenes democráticos desde los cuales también trastocaron el sentido de los derechos humanos.
Se trata pues de pensar aquella paradoja en la cual conviven, por un lado, los discursos que
enfatizan el casamiento entre capitalismo y democracia y, por otro, la formalización de la
democracia como condición para la concentración de la riqueza y la producción de la desigualdad.
Frente a tal paradoja, no debe olvidarse lo que nos recuerda Ansaldi: “la democracia es una forma
política de la dominación de clase” (2000: 9). El aporte de Ansaldi bien podría ser una
reconsideración creativa y contextualizada de la clásica obra de Barrington Moore Jr, Los orígenes
sociales de la dictadura y de la democracia (1973, 4ª 2000). En la misma, Moore intenta brindar
elementos teóricos para comprender el rol de las clases rurales y campesinas: “en las revoluciones
burguesas que condujeron a la democracia capitalista, las revoluciones burguesas abortadas que
condujeron al fascismo, y las revoluciones campesinas que condujeron al comunismo” (10). Pero
Moore se detiene en las experiencias de Inglaterra, Francia, Estados Unidos, La China imperial, el
fascismo Japonés y el caso particular de la India. No aparece aquí el impacto de dicho proceso
modernizador en la historia latinoamericana, pero bien podrían tomarse algunas de sus marcos
analíticos; por cierto sin reproducirlos mecánicamente. Por último, valoramos el aporte de Moore
cuando expone las ambigüedades de dichos procesos, sus fracturas, sus conflictos como así también
su crítica a los análisis lineales que piensan sólo las rupturas y los cambios en detrimento de la
explicación de las continuidades:
b. Estado, Modernidad y Ciudadanía. Ingenua y errada fue la pretensión de las nuevas democracias
por volver a la misma configuración del Estado presente antes de la irrupción de las dictaduras.
Creemos que algo semejante ocurriría si se pretendiera volver a las características de los “fuertes”
estados neoliberales4. La actual debacle económica mundial así parece indicarlo. Ahora bien, en la
situación histórica de las nuevas y equívocas democracias latinoamericanas: ¿qué forma de Estado
se demanda por parte de una ciudadanía encorsetada en los modos de subjetivación neoliberales?,
¿qué tipo de Estado para qué tipo de configuración social? El impacto de la globalización neoliberal
y la existencia de una subterránea tradición estatista presente en los contextos latinoamericanos, son
elementos que ayudan a comprender las dificultades del Estado por constituirse en garante del bien
común, es decir, garante de cierta coordinación social. Dicho proceso adquiere densidad
sociopolítica en tanto refleja las formas históricas de subjetivación y modernización. Esta situación
compleja ha sido profundizada por Norbert Lechner (1999: 39-54) quien, luego de señalar los
cuestionamientos que se han lanzado contra el Estado, -entendido como única instancia
coordinadora del “bien común”-, señala el lugar de éste frente a las dos tensiones presentes en la
Modernidad: a) tensión entre los procesos de subjetivación y modernización y b) tensión entre los
procesos de diferenciación e integración (ídem, 45-46). Cómo armonizar estas tensiones será la
pregunta que atraviesa no sólo los debates eruditos sino también a las múltiples praxis de “diversos”
sujetos políticos. Lechner señala que la actual configuración del Estado no puede garantizar la
coordinación social y la “construcción deliberada de la complementariedad” de dichas tensiones. La
diferenciación funcional (sistemas: político, económico, jurídico; o microsistemas: informáticos,
tecnológicos, financieros, etc.) ha puesto en jaque la centralidad del Estado. Cuestión que habría
que matizar o problematizar si observamos el nuevo escenario geopolítico de algunos países
latinoamericanos. Nos interesan los desafíos que Lechner plantea: no puede dejarse en manos del
mercado neoliberal la tarea de la complementariedad y armonización de estas tensiones como si se
tratara de un proceso espontáneo o de una “modernización autorregulada por el mercado” (ídem,
47). Por lo tanto, una Reforma del Estado debe contemplar seriamente la complementariedad de los
procesos y constituirse como una instancia de mediación que implica: a) “hacerse cargo de las
tensiones de la modernidad…concebir al Estado como un proceso de reflexividad social mediante
el cual la sociedad piensa sobre sí misma”, y b) “hacerse cargo de las tradiciones y de la memoria
histórica acerca del Estado” dado que todo proceso de modernización conlleva una insalvable
“destradicionalización” (ídem, 52). Y es en la esfera pública donde debe darse esta tarea, ya que
“reformar el Estado supone reformar lo público”, y agregamos: supone reformar una subjetividad y
4
Sin un “Estado fuerte” hubiera sido imposible llevar a cabo los procesos de privatización de empresas estatales, la
desregulación de las economías y la flexibilización laboral.
8
sensibilidad social privatizada bajo una lógica instrumental del cálculo y la competencia5. “Una
reconceptualización del Estado implica igualmente una nueva noción de ciudadanía” (ídem, 53).
c. Ciudadanía, incertidumbre y nuevas identidades. En nuestro país la década neoliberal supuso la
cooptación del espacio público por parte del Mercado. La misma política se metamorfoseó ante los
cambiantes humores del omnipresente mercado. Salvo excepciones, la política se arrinconó en
ciertos mostradores empresariales o en establos judiciales. N. Lechner señala que una creciente
complejidad social desgarra cualquier visión estatista de la política. El avance de dicho proceso
significa la irrupción de una nueva sociabilidad determinada más por el mercado que por la política:
“lo público ya no es primordialmente el espacio de la ciudadanía; en cambio, el mercado adquiere
un carácter público y sus criterios (competitividad, productividad, eficiencia) establecen la medida
para las relaciones públicas”. Lo privado se vuelve problema público: género, preferencias sexuales,
reivindicaciones étnicas, cuestiones referidas a “la dimensión política de la vida cotidiana”
(Lechner, 1996: 107). Y frente a la incertidumbre que genera este quiebre de las antiguas
identidades colectivas, aparecerá la “demanda de estabilidad y protección” (ídem, 110). La disputa
por el espacio público entre Mercado y Política pone de manifiesto según Lechner, el conflicto entre
una visión estática y los nuevos modos del quehacer político. Claro está que la crisis de los
discursos neoliberales luego de la inflexión del año 2001 obliga a re-considerar estos análisis
diagnósticos. Uno de los desafíos del Estado y de la “Ciudadanía” será la gran tarea de articular
distribución del ingreso, democratización de la riqueza con democratización e institucionalización
del reconocimiento de nuevos derechos a partir de nuevas identidades. Renunciar a alguna de estas
dimensiones significará un olvido ideológico con serias consecuencias políticas y sociales.
d. Ciudadanía – Sociedad Civil: ¿nueva configuración social o disimulo de las desigualdades y
asimetrías sociales? Numerosas investigaciones han puesto de manifiesto las confusiones e
imprecisiones analíticas que supone la utilización de la categoría “pueblo” o “popular”. Dicha
categoría ha quedado prácticamente en desuso a partir de la vuelta de la Democracia. En su lugar
comenzaron a asomar otras tales como “Sociedad civil” y más contemporáneamente “Ciudadanía”.
Ahora bien, ¿contienen éstas mayor claridad analítica y epistémica para referirse a las nuevas
realidades socio-históricas? No se trata pues de anular lo nuevo por un afán conservador y
nostálgico. Pero la ambigüedad y volatilidad de estas nuevas categorías no es menor que la
5
“La estrategia neoliberal enfoca exclusivamente el despliegue de las lógicas funcionales, particularmente del mercado,
buscando evitar las interferencias provenientes de la subjetividad. A lo más busca encauzar la subjetividad “en función
de” la modernización. El resultado es una subjetividad denegada. La forma más visible de negar la subjetividad es la
“funcionalización de los sujetos”. Las motivaciones y expectativas, los deseos, los proyectos de las personas son
relevados, absorbidos y puestos al servicio de los sistemas”…se trata de la subjetividad “como ‘lubricante’”…Más
adelante Lechner se refiere a “la expropiación de la subjetividad” cuya consecuencia es el “debilitamiento de las normas
de integración social y normativa” (ídem, 50-51)
9
observada en aquel setentista “dialecto”. Sospechamos de cierto uso ideológico de “lo ciudadano” y
del discurso que enfatiza “la sociedad civil” en donde operaría cierta borradura de las desigualdades
sociales. Los “dispositivos” para la concentración de la riqueza, que de manera intencional o no
intencional producen explotación y reproducen pobreza, son invisibilizados en una “masa” de
buenos ciudadanos y de incontables organizaciones no gubernamentales movilizadas por la
responsabilidad solidaria. Esto no significa una vuelta “ideológica” a la quimera del pueblo
entendido como “clase”, pero olvidar estos dispositivos en nuestros análisis significaría una
peligrosa ingenuidad o una apuesta ideológica que debería ser entonces explicitada con sinceridad
“académica”. Para estas afirmaciones nos valemos pues de los inteligentes aportes de Klaus
Meschkat quien, analizando el caso chileno afirma que el término “Sociedad Civil tiende a
fortalecer la ideología dominante”. Proceso que se expresa en varios sentidos: a) suele entenderse
que el fortalecimiento de todo lo que no depende del Estado significa un avance en la emancipación
social; b) el término “Sociedad civil” tiende a esconder “las diferencias dentro de la sociedad
realmente existente: desaparecen las clases sociales, los grupos de poder económico, los
monopolios, el capital transnacional, y aparecen “actores” que en principio tiene iguales derechos y
oportunidades de participar en el juego político”; c) con el uso del término se borran las “diferencias
enormes entre las organizaciones no gubernamentales que muestran un compromiso real con las
organizaciones populares, y las otras, que no son sino fuentes de empleo de una capa de
intelectuales versátiles, o incluso instrumentos directos del gran capital” (Meschkat, 2002: 4).
Incluso más, el abandono de la categoría “pueblo” y la sustitución por la de “sociedad civil”,
significa el olvido de la necesidad de integración de los excluidos, marginados y/o explotados
(Pérez Campos, 1997: 150, citado por Meschkat).
mantiene a ese mismo Estado corrupto y ocioso? ¿Y por qué –en cambio- ese mismo Estado
corrupto y ocioso parece mirar hacia otro lado cuando “otros” habitantes –diferentes en todo
sentido- irrumpen “exigiendo” sus derechos de un modo “no muy ciudadano” por cierto?
En varios países de América del Sur, señalan ciertos medios de comunicación, asistimos a una
suerte de embate contra la Democracia y los Derechos Humanos dado los permanentes ataques a las
instituciones republicanas y las libertades individuales. Junto a estos fenómenos mediatizados - que
no podemos negar ni afirmar enfáticamente - suelen abundar los discursos acerca de la explosión de
nuevas ciudadanías movilizadas ante el avance de los populismos antidemocráticos. Todo parece
indicar que la categoría pueblo ha quedado superada, más no subsumida, en la categoría ciudadanía.
Ingenuo sería negar el grado de ambigüedad discursiva, epistemológica, analítica e incluso política
de lo que se ha entendido por “pueblo”. No obstante, parece ocurrir lo mismo con el concepto de
“ciudadanía”. Sospechamos que bajo la sombra del término se aglutinan los más variados intereses
sociales, políticos y económicos que, en un pasado lejano, la nomenclatura académica y popular
indicaba con los nombres de oligarquía, sectores acomodados, burguesías nacionales, clase media, e
incluso “nuevos pobres”. A los oídos atentos del hombre y la mujer de la calle, “ciudadanía” no
parece remitir en primer lugar a los sectores vulnerables, pobres, excluidos o subalternos de la
sociedad. Y esto por un pequeño detalle: no suele pensarse que esos sectores tengan autonomía de
criterios para la prudencia en el juicio político-electoral y, mucho menos, moral o ético. Ciudadanos
son pues, aquellos sujetos autónomos que poseen una “carta de ciudadanía”: nombre y apellido,
educación, propiedades, voz propia, sensatez de criterios, cuidado de sí… y futuro. El argumento de
la “dependencia” es utilizado desde posturas conservadoras y restauradoras hasta las más
progresistas. Sin embargo, es un hecho contrastable la existencia de situaciones de dominación y
cooptación de pensamientos y deseos; como a su vez la presencia de convicciones racionales que
justifican y validan posturas ideológicas y prácticas políticas. Pero cuando los sectores sociales más
vulnerables y desprotegidos exigen a gritos por ciertos derechos postergados, se esgrimen los
argumentos de la no-autonomía y de la subordinación a la dádiva estatal para desautorizar dichas
prácticas políticas. Todo parece indicar que el recurso explicativo del “lavado de cerebro” sólo
existe para esta porción de humanidad. ¿Cuál es entonces el criterio para la autonomía de criterios,
la libertad de pensamiento, la posibilidad de buenas y sensatas elecciones?, ¿o tendremos que
sospechar que la posesión de propiedades es la única condición de posibilidad del ejercicio de la
“verdadera” libertad? De suceder lo anterior, la racionalidad del debate político se debilita y la
democracia queda entonces en manos de expertos corriendo el peligro de “gobernar sin política”
(Ranciére, 2006).
11
Asistimos entonces a una paradójica tensión entre a) la saturación provocada por ciertos discursos
que hacen de la ciudadanía el núcleo central de sus esfuerzos teóricos-prácticos y b) la depreciación
del concepto de “ciudadanía” a su sola formalidad, abstrayendo así a los sujetos corporales
concretos que la fundamentan y legitiman. La formalización de la ciudadanía es la cara visible de la
abstracción de la condición corporal y finita del ser humano. Dicha formalización pone en evidencia
el triunfo de una nueva jerarquización de los Derechos Humanos desde la propiedad privada
(Fernández Nadal, 2005: 13). En lenguaje hinkelammertiano, nos encontraríamos ante una nueva
“fetichización de la ciudadanía” que reduce a los ciudadanos a individuos-propietarios y que, desde
tal configuración de la subjetividad, reclaman sus derechos. Fetichización que pone de manifiesto la
inversión y hasta confusión de las preferencias en necesidades.
La reducción formal y moralista de la categoría “ciudadanía” comprime a ésta a una pura autonomía
individual con derecho a ciertos gustos y preferencias en tanto justificadores de su libertad.
Autonomía individual reducida a los caprichos del homo economicus y que guiada por sus privadas
“preferencias” pareciera renunciar racionalmente a la posibilidad de erigirse en sujeto político.
Además de lo anterior, el uso ideológico de esta categoría permite defender un status o lugar social
antes que la conquista y reapropiación de nuevos y viejos derechos, casi todos ellos referidos a las
condiciones materiales mínimas para sobrevivir. En estos casos, gran parte de las acciones de
resistencia se sumergen en un proceso recíproco de moralización y despolitización aguda. Como
ejemplo histórico, no podemos negar la sobreexcitación de los discursos ético-morales que en la
década de los noventa invadieron el lenguaje y la sensibilidad de la mayoría de los actores sociales:
desde una postura crítica se repetía hasta el cansancio el argumento cuasi-profético de la
“corrupción enquistada en la política y en el Estado”; por su parte, en cambio, desde los sectores
favorecidos por las políticas neoliberales surgían las homilías acerca de la “responsabilidad social
empresarial”. Mientras tanto, el debate político estuvo sujeto a ciertos especialistas, o en el peor de
los casos, fue entumecido por la tecnocracia economicista.
Este análisis, susceptible por cierto de matices o de nuevos énfasis, permite señalar como hipótesis
que tanto el discurso ético-moral como el discurso utópico, han profundizado una suerte de
impotencia y parálisis política con serias dificultades para construir, crear y articular poder crítico y
emancipador. El discurso ético-moral, cuando deviene ideología, desdeña la clave dialéctica. Dicha
clave permite: a) acceder a la realidad histórica desde un pensar respetuoso del mismo devenir
histórico y sus contradicciones; y b) señalar mecanismos de dominación y los modos en que operan
en los sujetos, las instituciones y procesos político-sociales.
¿Qué tipo de ciudadanía se configuró entonces al calor de esta moralización de la política y de la
misma crítica que se sucedieron en plena transición democrática, es decir, en medio de crisis
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políticas y económicas de diverso cuño e impacto, luego del período dictatorial? Tal vez las
respuestas deban tener en cuenta los análisis referidos a la transformación de la sensibilidad social:
los deseos, las pasiones, las preferencias, los miedos, incluso las emociones y el mérito como única
regla moral, cristalizados en los espacios de compra-venta y en la mayoría de los medios de
comunicación: pedagogos y constructores privilegiados de nuevas ciudadanías. Para estas
sensibilidades, la experiencia social de “crisis” supondrá la amenaza a ciertos privilegios.
Sensibilidades construidas al calor de un régimen de “apartheid social” (Ansaldi, 1997).
Estos aportes nos han permitido justificar – de manera siempre provisoria- la pertinencia de la
hipótesis que orienta desde hace un tiempo una reflexión cooperativa junto a otros colegas: una
conciencia crítica es impotente ante un gusto colonizado (Asselborn, Cruz, Pacheco, 2009). Para el
presente trabajo la traducimos de la siguiente manera: Ampliar y profundizar la democracia supone
un trabajo permanente por desinstalar una sensibilidad individual y colectiva, asentada en la
privatización de los derechos humanos y la cooptación de los deseos y preferencias, en detrimento
de la democrática satisfacción de las necesidades humanas. No hay democracia real sin una
sensibilidad social emancipada, es decir, expresada y reproducida más allá de la lógica totalitaria
de la propiedad privada.6.
Se trata pues de volver a preguntar si es posible la democracia bajo una lógica capitalista. Para
Yamandú Acosta se trata de un “minimalismo democrático”:
Por su parte, Waldo Ansaldi señala que la relación entre democracia y capitalismo se expresa en el
vínculo entre democracia y exclusión. Se constituyen entonces democracias “relativamente estables,
no consolidadas ni, mucho menos, irreversibles” (2001: 53-54).
Creemos, pues pertinente señalar los modos en que los Derechos Humanos son formalizados e
invertidos en las democracias capitalistas occidentales. Ante tales embates, aparece con fuerza la
6
El filósofo mexicano Arturo Rico Bovio ha desarrollado una filosofía de la corporeidad en la cual destacamos tres de
sus postulados: a) La explotación es causada por la manipulación de la satisfacción de las necesidades corporales del
otro, no por la propiedad privada, aunque ésta ha sido el medio más poderoso para manejar las necesidades; b) La
interpretación cultural del cuerpo se forma paralelamente con las condiciones materiales de la vida. El cambio de
interpretación se da cuando las necesidades insatisfechas por el sistema suscitan la toma de conciencia de ellas; y c) La
lucha de clases se puede traducir en que una parte mayoritaria de la población se ha convertido en extensión corporal de
otra minoría. (Rico Bovio, 1990, capítulo 4).
13
necesidad de re-politizar los Derechos Humanos y recuperar así, su acervo crítico desde un criterio
concreto y material: la vida corporal de las víctimas -intencionales y no intencionales- de dichas
formas de organización sociopolítica.
El problema es complejo y su solución aún más; pero queremos indicar algunas distinciones
elaboradas a partir de los desarrollos teóricos de Franz Hinkelammert y que podrían aportar claridad
y sensatez al debate con el fin de sortear los ligeros análisis acerca de los derechos humanos,
propios del sentido común y de los discursos mediáticos.
7
“El hombre democrático es un ser de palabra, es decir, también un ser poético, capaz de asumir una distancia entre las
palabras y las cosas que no significa ni decepción ni engaño, sino humanidad capaz de asumir la irrealidad de la
representación. Virtud poética que es una virtud de confianza. Se trata de partir del punto vista de la igualdad, de
afirmarla, de trabajar presuponiéndola para ver todo cuanto puede producir, para maximizar todo lo que pueda darse de
libertad y de igualdad. Quien parte, por el contrario, de la desconfianza; quien parte de la desigualdad y se propone
reducirla, jerarquiza las desigualdades, jerarquiza las prioridades, jerarquiza las inteligencias y reproduce
indefinidamente la desigualdad” (Ranciére, 2007, 76)
14
recientemente, su crítica de la razón mítica, dos referencias ineludibles para develar los
fundamentos de la lógica que hace del cálculo de utilidad el único recurso para crear el mejor de los
mundos posibles. Razón utópica y razón mítica atraviesan a la actual estrategia capitalista neoliberal
y creemos también, a ciertas praxis históricas alternativas que pretenden su superación.
Respecto al problema que nos convoca, podemos señalar entonces tres categorías centrales en el
pensamiento de Hinkelammert: Democracia – Inversión de los Derechos Humanos – Criterio de
reproducción de la vida humana.
a. Ciertas teorías contemporáneas sobre la Democracia han reducido a ésta a su expresión mínima.
Bajo la lógica del capitalismo, las democracias se han formalizado a partir de la discusión acerca de
los mecanismos electorales y la decisión de las mayorías dejando de lado pues, “la elaboración de
criterios que permitan juzgar las decisiones democráticas en cuanto a sus resultados, estableciendo,
por tanto, elementos de juicio para determinar hasta qué grado las decisiones mayoritarias son
efectivamente decisiones válidas o descartables” (Hinkelammert, 1987: 134).
b. Por inversión de los Derechos Humanos se entiende a la ilusión de pretender su realización y
concreción so pena de restarle potencialidad crítico-política. Los Derechos Humanos guían las
acciones, más no son las acciones mismas, que debieran ser juzgadas desde estos Derechos. La
ilusión de creer que con ciertas acciones se realizan los Derechos Humanos deriva en la
absolutización de estas acciones y en la legitimación del poder que las sostiene. (Solórzano, 2007:
148). Se trata pues de un horizonte utópico y como tal, crítico de toda legitimación de aquellas
relaciones sociales e instituciones reproductoras de la injusticia y la desigualdad social8. Al
respecto, Norman Solórzano, discípulo de Hinkelammert en el ámbito del Derecho Jurídico se
remite a una definición de Herrera Flores:
Los derechos humanos deben ser definidos (...) como sistemas de objetos (valores, normas
instituciones) y sistema de acciones (prácticas sociales) que posibilitan la apertura y la
consolidación de espacios de lucha por la dignidad humana. Es decir, marcos de relación que
posibilitan alternativas y tienden a garantizar posibilidades de acción amplias en el tiempo y en
el espacio en aras de la consecución de los valores de la vida, de la libertad y de la igualdad…
(Herrera Flores, 2000: 52-53. 78).
8
Los “derechos humanos no se pueden realizar (por su carácter utópico), lo cual tiene un valor cognitivo y práctico,
pues recién a partir de ahí se sabe lo que sí se puede realizar y se valora lo que efectivamente se realiza. Eso hace que
derechos humanos denuncien o sean un parámetro para determinar el grado de ilegitimidad de los poderes instituidos,
ya que evidencian la incapacidad de éstos para satisfacer condiciones para la realización de acciones conforme a
derechos humanos. De ahí que cualquier exigencia de cumplimiento de derechos humanos, en tanto que exigencia de
realizar acciones conforme a derechos humanos, es mostrar o denunciar esa incapacidad de los poderes instituidos, por
ende, constituye una crítica de su (i)legitimidad” (Solórzano, 2007, 151).
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Los derechos humanos son los medios discursivos, expresivos y normativos que pugnan por
reinsertar a los seres humanos en el circuito de [producción] reproducción y mantenimiento de
la vida, permitiéndonos abrir espacios de lucha y de reivindicación (Herrera Flores, 2000: 78).
(Solórzano, 2007: 147).
Por lo tanto la satisfacción de las necesidades será el criterio material para sopesar lo posible y lo
imposible (satisfacción plena de las necesidades) y obligará, para ser posible, pensar en su
concreción mediante instituciones siempre limitadas (ya que éstas administran la muerte y siempre
poseen un elemento de dominación) y susceptibles de transformación.
Dichas tareas deberán tener en cuenta el poder condicionante del actual sistema capitalista para
crear e imponer preferencias metamorfoseadas en necesidades, cuya satisfacción produce cierto
placer acompañado de mayor esclavitud, explotación, opresión y exclusión.
¿Qué necesidades se deberán satisfacer para seguir viviendo?, ¿Sobre qué sistemas de necesidades
se sustenta la exigencia de su satisfacción?, ¿cómo garantizar la igualdad y la equidad sin recurrir a
la violación de otros derechos? Y más: ¿será posible garantizar la reproducción de la vida humana
sin incorporar en esta garantía la aceptación del conflicto y de las ambigüedades ético-morales de
las prácticas políticas?
lentitud tal, que la más de las veces entran en contradicción abierta con políticas críticas, es decir,
con políticas para mayorías. Que dichas transformaciones se concreticen a favor de la ampliación de
derechos y oportunidades, no depende sólo de ciertas voluntades políticas, sino de múltiples
factores que complejizan los análisis. A riesgo de equivocarnos, postulamos que en las nuevas
configuraciones democráticas de cierto cuño “progresista” (admitiendo las anfibologías e
imprecisiones del término) persiste cierta subjetividad ciudadana presa aún de pautas culturales
impuestas, construidas y reproducidas de manera espectacular en los años del mesianismo
neoliberal. La democratización de los ajustes estructurales y la privatización de las necesidades
humanas impactaron en la sensibilidad social, sedimentando así los valores de la competencia, el
sacrificio y autosacrificio como única posibilidad de progreso humano, el cálculo de utilidad
devenido criterio universal para medir cualquier acción humana, o el consumo como cifra de la
existencia ciudadana con el progresivo deterioro de los vínculos sociales. Tal vez, en el
Bicentenario de varios países latinoamericanos, nos encontremos inmersos en otro tipo de
transición, en este caso desde una sensibilidad cooptada por los mandamientos neoliberales a una
sensibilidad que desea ampliar la democracia no sólo como garantía de libertades individuales sino
como garantía de igualdad y equidad social. El camino recorrido por las democracias
posdictatoriales ha sido significativo y no pueden desdeñarse sus logros intencionales y no
intencionales, aunque los mismos, en la actualidad, no sean suficientes para responder a los nuevos
desafíos. En este sentido, las interpretaciones acerca de los procesos de re-democratización en
América Latina estuvieron, en la mayoría de los casos, atravesadas por cierto desencanto apoyado
en los obstáculos y asignaturas pendientes más que en sus logros y posibilidades. Así lo indica
Dieter Nohlen (1995:7-27) quien realiza una crítica a los críticos de las democracias
latinoamericanas. Para el autor, la crítica de los politólogos latinoamericanos: a) se centraliza en las
deudas pendientes de estas “jóvenes democracias”, b) se guía por un falso determinismo
(“democracias latinoamericanas = dictaduras de vacaciones”), c) se apoya en la comparación entre
las democracias latinoamericanas de hecho y el concepto de democracia en sí, (por ejemplo la
distinción entre “democracia representativa” y “democracia delegativa” propuesta por Guillermo
O’Donnell), d) responsabiliza unilateralmente a la democracia por el subdesarrollo y la miseria,
problemas de larga data y pre-existentes al proceso de re-democratización (Nohlen critica el
concepto de “democracia de apartheid” de Francisco Weffort).
Más allá de esta crítica a la crítica, creemos que en la nueva configuración de los nuevos Estados de
América del Sur aún persiste una sensibilidad ligada a la idea de democracia restringida-
formalizada. Una mayor conciencia de la responsabilidad histórica por aliviar las profundas
desigualdades convive con maneras de percibir y sentir la realidad socio-histórica, cuyo origen fue
atravesado por una estética y sensibilidad neoliberal. La construcción de una nueva sensibilidad,
supone entonces trastocar las concepciones de libertad, bienestar, progreso y felicidad arraigadas en
el sentido común. Aunque no se trata sólo de problematizar estas “ideas reguladoras”, sino de
reubicar también el cuerpo que somos desde otro lugar “de enunciación”, en donde la libertad no
sea sólo un derecho a alcanzar sino condición para la vida concreta y material de todo ser humano:
“la libertad como una necesidad biológica: ser físicamente incapaz de tolerar cualquier represión
que no sea la requerida para la protección y el mejoramiento de la vida” (Marcuse, 1969: 35). La
pregunta es qué tipo de Estado, de praxis política y de participación “ciudadana” exige esta tarea en
las imprecisas (históricas) coyunturas geopolíticas latinoamericanas. Los aportes de la ciencia
social no podrán, empero, disolver absolutamente los conflictos sociales arraigados en la vida
cotidiana de las ciudadanías, su negación supondría otra vez la naturalización de la desigualdad, la
exclusión y la resignación al trabajo explotado como condiciones trascendentales de cierto “orden”:
El orden es omnipotente en su discurso; le exige a las alternativas que den respuestas a todo. No
respeta ritmos ni tiempos; en esto es consecuente, porque tiene respuestas para todo. El orden es
armónico, es estético, establece equivalencias y correspondencias, es equilibrado. Como tal
produce placer, el placer de la dependencia, de la protección, de lo que está ya definido. Se trata
de un placer que hace soportable la vida, aún cuando se logre a costas de la vida misma”
(Rebellato, 1995: 78).
Tal vez, en estos tiempos de múltiples transiciones valga parafrasear a Brecht: la decisión de no
seguir alimentándolos supone la constitución, nunca acabada, de sujetos políticos críticos con
pretensión no sólo de lograr efectivizar demandas sectoriales, sino de volver a instalar en el
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