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Sería un grave error reducir la tasa del IGV porque caería la recaudación tributaria
e incrementaría el déficit fiscal. ¿Cómo haríamos entonces para financiar los
servicios públicos? ¿Quién pagaría la mejora en las remuneraciones de maestros,
policías, enfermeras y militares? ¿Cómo se financiaría el aumento en la calidad de
la infraestructura, educación y salud públicas y el combate a la inseguridad
ciudadana? Reducir el IGV sería equivalente a que una familia que no puede cubrir
sus gastos decidiera bajarse el sueldo.
Reducir el IGV tampoco ayudaría a formalizar. ¿Por qué un informal que sin
factura paga 100 soles en lugar de 118 con factura, con la tasa actual del
impuesto, dejaría de ser informal si el precio con factura baja a 115? De hecho,
diversos estudios sugieren que la causa central de la excesiva informalidad en
nuestro país es el alto costo de cumplir con la regulación tributaria, especialmente
para las pequeñas empresas y las personas naturales. Se estima que para el
segmento de pequeñas empresas este costo supera el 10% de las ventas.
Asimismo, habrá mayor formalización cuando los ciudadanos perciban que los
tributos que pagan sirven para algo. Cuando financiamos elefantes blancos, como
la refinería de Talara, o gastamos más de la cuenta, como en la Línea 2 del Metro,
le quitamos legitimidad a nuestro Estado y al pago de tributos.
No todo lo que brilla es oro. Reducir impuestos suena bien pero es lo último que
necesitamos.