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Ahora bien, los mismos especialistas que defienden el lado educativo del conflicto
dejan muy claro que los beneficios están reservados a los hijos de los padres capaces
de cumplir una serie de condiciones. Quienes lo consigan podrán afirmar sin miedo
que son un buen modelo de comportamiento. Incluso podrían presentar sus
discusiones como una lección que prepare a sus hijos para la vida real, en la
que las diferencias de pensamiento y las confrontaciones también existen, y no son
situaciones fáciles de llevar.
La cuestión es, ¿qué entiende la experta por "hacerlo bien"? "Si se mantiene el
control de la situación por ambas partes, si se saben expresar emociones de forma
correcta, en primera persona, sin atacar o reprochar al otro, sencillamente
expresando el enfado de un modo productivo. Si se sabe utilizar el tono, los gestos
adecuados, las palabras y el mensaje correcto, si se sabe escuchar sin
reproches ni insultos, y sobre todo, si se llega a acuerdos". Si los padres consiguen
dirimir sus diferencias de un modo tan exquisito, teniendo en cuenta que el efecto de
una crítica es 12 veces más potente que el de un piropo, los niños aprenderán que
discutir es algo productivo, no una situación necesariamente negativa.
Sin embargo, mantener las formas puede ser complicado. Tanto es así que la experta
opina que la mayoría de las discusiones que se producen entre los padres no
cumplen con estos requisitos. Al final, "los niños suelen acabar interiorizando la
idea de que discutir es malo porque los padres se enfadan demasiado, gritan, se
hablan mal o se dejan de hablar, y esto trae consecuencias a toda la familia,
especialmente a ellos, que acaban pagando las desavenencias de los adultos". Por
suerte, uno puede mejorar, y la pareja entera también.
Mantener una discusión modélica "podría resultar muy útil para que los menores
desarrollen todas estas habilidades y puedan ponerlas en práctica en las ocasiones de
conflicto que les surjan, gestionándolas de manera adecuada y no haciendo daño a la
otra persona, sino manifestando sus opiniones de manera asertiva. Es decir, teniendo
el control sobre sus emociones y comportamientos", argumenta.
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Por su parte, García Agustín señala que hay tres premisas que nunca deben
ignorarse antes de iniciar una discusión: la primera es un estado emocional
facilitador, o sea, que si uno no está suficientemente tranquilo es mejor no empezar
una discusión; la segunda se refiere al momento, y se basa en la idea de que una
discusión puede irse al traste si elegimos mal cuándo iniciarla; por último, está el
lugar: no podemos desencadenar una situación de conflicto en cualquier sitio. Si no
se cumplen estas condiciones, la experta aconseja aplazar la discusión para otro
momento, "tomarse un tiempo fuera de la situación para enfriarse un poco y después
retomar el tema desde otra perspectiva y estado emocional".
A estas disposiciones previas, la psicóloga Beatriz González añade algunas
recomendaciones que considera que es necesario tener en cuenta si uno aspira a
tener una discusión ejemplar. Sus consejos son "plantearla desde un punto de vista
constructivo, llegar a acuerdos para evitar volver al mismo asunto, mostrar alguna
señal de cariño o afecto al finalizar, respetarse y no insultar y, sobre todo, no
involucrar nunca a los niños en la discusión ni utilizarlos para hacer
daño". Nada de gritar.