Вы находитесь на странице: 1из 10

GUION CLASE CURSO DE MITOS GRIEGOS

INTRODUCCIÓN

Los mitos tienen aún mucho que decirnos: desde la literatura han fascinado a todas las
generaciones de hombres, aunque la significación religiosa y ritual que tuvieron en un principio
ya se ha perdido. Hay que destacar, entonces, la unión entre mitología y literatura a lo largo
de la historia: desde su configuración ritual los mitos se transmitieron como relatos llenos de
prestigio y fascinación, primero oralmente y luego por escrito. Correspondió a los poetas ser
guardianes de tal saber, y así la literatura heredó ese gran acervo. Una riqueza para toda la
humanidad.

Arte y literatura se han encargado de conservar frescos en la memoria de la humanidad los


relatos míticos de dioses y héroes de la Antigüedad clásica.

Proponemos que el alumno se acerque a esos relatos legendarios mediante la atenta lectura,
que la interiorice y perciba con claridad su fuerza poética, y que sea consciente de su vigencia:
mitos, dioses, héroes, viajes a tierras lejanas, criaturas fantásticas, en fin, todas las historias
que están en los clásicos y han marcado nuestra tradición cultural.

El prestigio de los poetas desde un principio les viene de su “sagrada misión” de cantar los
mitos, al principio de una forma más ritual o, si se quiere, religiosa. Pronto se torna un ejercicio
puramente literario. La inspiración, sin embargo, siempre vendrá de esos mitos. La belleza de
las historias de dioses, héroes y hombres se convierte en un repertorio extraordinario para la
poesía, el drama y, seguidamente, la novela, el ensayo, las artes plásticas, etc. Y todo ello de
forma ininterrumpida desde la Antigüedad hasta nuestros días, en una tradición cultural
valiosísima.

LA LECTURA DE LOS CLÁSICOS

Si bien todo el mundo parece estar en principio a favor del valor formativo de los estudios
humanísticos, son en realidad muchos menos, me parece, quienes creen y confían, con motivos
claros, en su función en la educación postmoderna y en esta sociedad de hoy.

Podemos comenzar, pues, por un dato fundamentado: el prestigio y la pervivencia de los


autores y libros llamados clásicos que aparecen como el eje y la sustancia de las Humanidades
tradicionales.

Es en esos textos clásicos donde se configura el camino que permite el mejor acceso a la gran
tradición humanista de la cultura occidental, cuyo legado perdura mediante la práctica repetida
de lecturas y comentarios.

El arte de leer y reinterpretar desde nuestra perspectiva esas palabras de larga memoria sigue
siendo todavía el más sólido e ineludible fundamento de la esencial formación humanística.

Pero es una educación que, sin embargo, en el contexto de la sociedad actual, sociedad de
consumo y de orientación tecnológica está muy marginada y amenazada por presiones
utilitarias, por varias urgencias sociales y modas pedagógicas. Más en la práctica que en la
teoría.

De tal modo que las enseñanzas de Humanidades, en un tiempo prestigiosas, edificadas sobre
la reflexión y el rencuentro con los textos clásicos, modelos ilustres y un tanto antiguos, estén
desde hace tiempo en una honda crisis.

Se trata de una crisis que afecta muy de lleno a la lectura como fundamento educativo, por
un lado, y afecta también a nuestra relación con el pasado. Al parecer, es el pasado mismo
quien necesita recobrar su prestigio para el presente. Consumo rápido y mercantil.
CARACTERÍSTICAS DE LOS TEXTOS CLÁSICOS

Lo que ha consagrado y define como clásicos a unos determinados textos y autores, es la


lectura reiterada, fervorosa y permanente de los mismos a lo largo de tiempos y generaciones.

Su inagotable capacidad de sugerencias. Invitan a un diálogo renovado. Siempre se puede


encontrar en ellos algo nuevo, sugerente y aleccionador.

Frente a tantos y tantos libros sólo entretenidos, ingeniosos, eruditos, o muy doctos, pero de
un sólo encuentro, frente a tantos papeles de usar y tirar, como la prensa periódica y los
folletos informativos, los textos literarios se definen por admitir más de una apasionada
lectura. Y, entre éstos, los clásicos son los que admiten e invitan a relecturas incontables.

Tienen la virtud de suscitar en el lector íntimos ecos; es como si nos ofrecieran la posibilidad
de un diálogo infinito. Por eso, pensamos, perduran en el fervor de tantos y tan distintos
lectores.

Son insondables, inagotables, y en eso se parecen a los mitos más fascinantes, en mostrarse
abiertos a nuestras preguntas y reinterpretaciones.

Podríamos calificar a los libros clásicos como la literatura permanente -según frase de Schopenhauer-
en contraste con las lecturas de uso cotidiano y efímero, en contraste con los best sellers y los
libros de moda y de más rabiosa actualidad.

Suelen llegarnos rodeados de un prestigio y una dorada patina añeja; pero son mucho más
que libros antiguos, aureolados por siglos de polvo.

Conservan su agudeza y su frescura por encima del tiempo. Son los que han pervivido en los
incesantes naufragios de la cultura, imponiéndose al olvido, la censura y la desidia. Algo tienen
que los hace resistentes, necesarios, insumergibles.

Son los mejores, libros con clase, como sugiere la etimología latina del adjetivo classicus.

Es nuestra capacidad de lectura personal, esa actitud a la par receptiva y activa de la


inteligencia e imaginación ante las palabras escritas por otro, alguien más o menos lejano, la
que recobra en el texto una clara plenitud de sentido y abre con él un diálogo imaginario.

Mediante el lenguaje el ser humano puede ejercitar la imaginación y la memoria en viajar al


pasado y en la previsión del futuro. La escritura facilita enormemente esos viajes sobre el
tiempo.

Con la imaginación y la memoria podemos evadirnos del presente inmediato, saltar por encima
de las circunstancias y situarnos junto a esos escritores antiguos.

Gracias al lenguaje, gracias a la escritura y al arte de leer.

EL CANON Y SU HISTORICIDAD

Si se han mantenido como clásicos es porque siguen diciendo algo valioso a muchos, como
una parte del capital cultural de una lengua o una nación o una cultura.

Pero en la lealtad del lector hacia esos textos y su apreciación hay aspectos subjetivos e
históricos, que no debemos olvidar.

Existe una valoración variable en el canon de los clásicos. Cada época tiene los suyos, y si me
permiten la imagen, diría que las cotizaciones de la bolsa literaria tiene subidas y bajadas, más
bien un tanto lentas.

Podríamos poner muchos ejemplos de autores que un día formaron parte del selecto grupo, y
luego han decaído, como, por ejemplo, el buen Plutarco, el sentencioso Séneca, o el
fabuloso Ariosto.
Porque, insistamos de nuevo, son los encuentros del texto y los lectores, esos diálogos que el
lector renueva con su atención, comprensión e imaginación, lo que da vida y descongela, por
decirlo así, las palabras e imágenes codificadas del texto. Son las generaciones de lectores las
que eligen a los clásicos, y en esa elección hay una dosis innegable de simpatía y de amor.

Algo que los textos suscitan, reclaman y merecen, y que debe chispear y vibrar en el
encuentro, pero que puede perderse y es siempre como una aventura personal.

Cito de nuevo a Calvino:

"Si no salta la chispa, no hay nada que hacer; no se leen los clásicos por deber o por
respeto, sino sólo por amor. Salvo en la escuela: la escuela debe hacerte conocer bien o mal
cierto número de clásicos entre los cuales (o con referencia a los cuales) podrás reconocer
después a tus clásicos. La escuela está obligada a darte conocimientos para efectuar una
elección; pero las elecciones que cuentan son las que ocurren fuera o después de cualquier
escuela."

Volver‚ luego a la advertencia, apuntada en estas líneas, sobre la función de la escuela en las
lecturas de los clásicos. Antes me gustaría detenerme un momento en algo que todos
sabemos: leer a fondo y bien requiere tiempo, atención y disciplina.

LOS CLÁSICOS GRIEGOS Y LATINOS

El arte de la lectura requiere tiempo, silencio y una cierta disposición interior.

Hoy, en nuestra civilización de consumo, apresuramiento y desarrollo tecnológico intenso, es


difícil dejar tiempo y silencio para la lectura.

Vivimos atiborrados de noticias inútiles y ensordecidos y atontados por los ruidos y asediados
por una espesa banalidad. Tenemos tantísimos libros que es difícil penetrar a fondo, en algunos
con singular pasión.

Pero los clásicos no son fáciles, piden un cierto reposo en la lectura y un empeño por
entenderlos a fondo.

La distancia cultural y lingüística entre el autor y el lector impone un esfuerzo de acercamiento


mutuo. El lector debe, de algún modo, extrañarse de su mundo para penetrar en el universo
imaginario del texto y su contexto. Los comentarios y las notas eruditas ayudan, pero la
comprensión verdadera es siempre un esfuerzo de la imaginación.

Cada día es más difícil, porque nuestra educación actual nos va alejando más de ese placer de
la lectura detenida, que obliga a entender el texto en su contexto.

Creo que no importa tanto el conocimiento de la lengua -por más que leer a un clásico en su
lengua sigue siendo el ideal para conocerlo y apreciarlo- cuanto ese distanciarse del presente
para compartir la visión del escritor antiguo, entrar en su mundo, "meternos en la piel de los
difuntos", como le aconsejó el Oráculo de Delfos a Zenon de Citio.

La traducción es el gran vehículo, y los traductores son los intermediarios indispensables para
acceder a unos u otros clásicos.

Si todo leer es, como se ha dicho, un cierto modo de traducir, leer en traducción supone sólo
aumentar más la distancia en el diálogo con el texto. Por eso necesitamos siempre que la
traducción sea precisa, elegante, fiel y clara.

Cuantas veces una versión torpe hace que un lector renuncie a tal o cual libro, engañado sobre
su belleza o su sabor por la torpeza de la traducción.

Y cuán a menudo el aprecio por un texto admirable está ligado a una versión correcta,
seductora, e inolvidable.
CLÁSICOS UNIVERSALES Y NACIONALES

Los primeros serían el núcleo duro del


canon: Homero, Esquilo, Platón, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Molière, y algunos
más modernos. Son los gigantes de la literatura, cuya obra se alza esplendorosa e inolvidable
por encima de su lengua, época y nación.

Los nacionales son los mejores representantes de una lengua y cultura, pero cuya grandeza
resulta mejor valorada en su propia tradición cultural. Su uso del idioma los ha convertido en
referencias indispensables de la escuela y la literatura nacional. Es el caso
de Quevedo o Góngora, de Chaucer, Sterne, Corneille y Racine, Schiller, Pushkin, etc.

Aun así, Homero es el gran patriarca de nuestra literatura, Esquilo, Sófocles y Eurípides los trágicos
por excelencia, Safo y Píndaro, Virgilio, Horacio, y Ovidio, los líricos de más laureles poéticos.

Junto a ellos hay otras figuras que siguen siendo clásicos indiscutibles para muchos, como el
divertido Herodoto y el austero Tucídides, el inolvidable Platón, etc.

También aquí cada uno puede y debe escoger sus amigos, por afinidades electivas.

Si, por un lado, es evidente que han visto reducido en la escuela y la enseñanza universitaria
el lugar de honor que tuvieron antaño, se sigue reeditando a los clásicos en nuevas
traducciones. Los tenemos ahora casi siempre en formato de bolsillo, lo que es un indicio
notorio de su vivaz pervivencia, y de cierta popularidad, incluso en estos tiempos malos para
el Humanismo.

Pero creo que la escuela, como señalaba Calvino, debe mantener un papel de primer orden en
la orientación de esas lecturas. Es ahí donde el alumno debe encontrarse con algunos libros
maravillosos y con inolvidables nombres de la Literatura. Por ahí debería empezar su
conocimiento elemental y su admiración hacia esos textos, en encuentros que bien pueden
marcar una vida. ¡Cuán a menudo esas primeras lecturas deciden la predilección hacia ciertos
textos y un perenne afecto!

LA IMPORTANCIA DE LA LECTURA EN LA ENSEÑANZA ACTUAL

No olvidemos otro punto: Que siempre leemos a los clásicos desde nuestro momento y
perspectiva. Siempre los recibimos en nuestro propio contexto.

No podemos olvidarnos de su tradición, enormemente recreativa. Leemos hoy un Homero


distinto al que se leía en el siglo XVIII o en el pasado. No sólo porque sabemos mucho más
que antes sobre su época y los modos de componer de la poesía oral.

La Odisea ha dado lugar a una serie fascinante de reflejos y relecturas apasionantes.

¿Cuántas Odiseas espejea el resonante epos homérico?

Esas relecturas enriquecen así con matices nuevos el texto clásico, surgiendo de nuevas
interpretaciones en la fusión de dos horizontes, el del texto antiguo y de cada lector, como ha
subrayado la teoría de la recepción.

Antígona se multiplica en numerosas Antígonas y Edipo sale renovado del diván psicoanalítico
de Freud y de Lacan.

Tantos epígonos no desgastan la tragedia ni la fuerza poética del Edipo Rey y la Antígona de
Sófocles. Las imitaciones, ecos y parodias no enturbian la paradigmática fuerza del original,
sino que acreditan su perenne vigencia poética.

Don Quijote no es para nosotros, después de las lecturas de los románticos europeos, una
novela cómica que parodia los libros de caballerías, como fue para sus primeros lectores en el
siglo XVII.
CONCLUSIONES

Los clásicos han perdurado muchos siglos y seguirán ahí, presentes y persistentes en la
educación de los mejores, sin garantías de ser arropados por la enseñanza oficial, pero sin
riesgos, por otro lado, de llegar al apocalíptico final de la novela Fahrenheit 451.

Hemos insistido aquí en su valor para la formación integral, espiritual, del individuo, pero no
debemos olvidar su mejor razón de éxito: leerlos procura no sólo conocimiento, sino también
un variado, vivaz, inmenso placer.

Si conocer es un anhelo natural del hombre, la mejor literatura, a la vez que nos hace conocer
el mundo y a nosotros mismos, nos emociona, eleva, instruye y divierte.

El placer que brindan los clásicos, cuando ya no se leen por obligación escolar, sino por íntima
decisión, es una experiencia mágica. Es el placer del texto mismo lo que invita a frecuentarlos.

Hemos dicho que la lectura de los clásicos nos libera de las limitaciones del presente y nos
impulsa no sólo más allá de nuestro forzado y no elegido contexto histórico -en un viaje sobre
el tiempo, hacia el pasado y con vistas al futuro-, al encuentro de los mejores escritores de
otros tiempos, sino que, a la vez, nos invita a conocernos mejor, a inventarnos más a fondo a
nosotros mismos.

Podemos amueblar el espacio imaginario de nuestra mente con muchas figuras y sabias
palabras, gracias a los juegos del lenguaje, la fantasía y la memoria, pero no hay duda de que
es en los libros del legado clásico donde se encuentran las más seductoras, las mejor definidas,
las más enigmáticas e inolvidables.

Las lecturas de esos grandes libros nos incitan a distanciarnos de lo inmediato, a vivir en
ámbitos nuevos, y vivir mil aventuras, y ofrecen un campo infinito a la reflexión, la memoria
y la imaginación.

De nuevo introduzco una cita de H. Bloom (que será la última):

“Leer al servicio de cualquier ideología, a mi juicio, es lo mismo que no leer nada. La


recepción de la fuerza estética nos permite aprender a hablar de nosotros mismos y a
soportarnos. La verdadera utilidad de Shakespeare o de Cervantes, de Homero o de Dante,
de Chaucer o de Rabelais, consiste en contribuir al crecimiento de nuestro yo interior. Leer a
fondo el canon no nos hará mejores o peores personas, ciudadanos más útiles o dañinos. El
diálogo de la mente consigo misma no es primordialmente una realidad social. Lo único que
el canon occidental puede provocar es que utilicemos adecuadamente nuestra soledad, esa
soledad que, en su forma última, no es sino la confrontación de nuestra propia mortalidad.”

(Harold Bloom, 1995, pág. 40).

Por eso, adentrarse en la lectura de un texto clásico es algo así como emprender un viaje
iniciático a un mundo fascinante.

Y puestos a viajar, podemos desear que el viaje sea lo más fantástico y enriquecedor posible,
que nos permita visitar el pasado y volver con nuevas palabras e ideas frescas al presente.

Como en el viaje de Ulises al Hades, resulta útil demorarse en dialogar con las sombras más
ilustres a fin de reencontrar luego, más expertos y sabios, el camino de nuestra casa antigua.
RECAPITULACIÓN

De entre la serie infinita de los libros unos cuantos, a lo largo de los siglos, han merecido el
epíteto de clásicos. Son los que se han salvado en los destructivos naufragios, del olvido, la
barbarie, la propaganda oficial y la agobiante proliferación libresca. Se han salvado gracias al
fervor de las generaciones, que han encontrado en ellos vivaces, profundos, seductores,
misteriosos atractivos.

Clásico quiere decir, según su etimología latina, de primera clase o con clase, pero no de clase.
(Los clásicos de verdad están más allá de la rutina y la retórica escolar, que a veces se les
impone y los apuntala).

Esos libros con clase son, gracias a sus lectores, los que se han mostrado más resistentes,
perdurables y memorables, frente a los embates del tiempo que todo lo arruina y disuelve.

Las palabras de esos textos resonantes nos cautivan y llaman como una extraña herencia en
el sutil encuentro que supone la lectura. Que es, a la vez, un reto. Porque aquí y ahora leer a
los clásicos supone un indiscutible esfuerzo de atención e imaginación.

Vivimos envueltos por el ruido, la prisa, las presiones de la actualidad, las efímeras modas,
etc., y no nos es fácil adentrarnos en esos mundos del pasado, entender esas lejanas voces
de alerta y advertir cuan actual y profundo siguen siendo para nosotros hoy su mensaje, de
renovada y persistente agudeza, y su original elegancia.

Pero aventurarnos al viaje, a través de sus palabras, vale la pena.

El mensaje nos llega mitigado por las traducciones y ediciones diversas, si son textos, como
los mejores, escritos en la distancia. Nos obligan e invitan a reconstruir, en alguna medida, el
contexto original para entenderlos de verdad.

Web El diálogo con ellos -y eso es lo fundamental, el diálogo, mucho más que la mímesis-
puede resultar una escena de necromancia. Zambullirse en ellos es viajar sobre el tiempo, o,
como dijo el oráculo délfico, según Diógenes Laercio, "meternos en la piel de los muertos".
Pero la aventura refresca y enardece.

Esas lecturas nos ayudan a escapar del agobio del presente, tan opresivo en sus servidumbres.

Nos ofrecen una atalaya para contemplar con una perspectiva más fresca y airosa, desde la
distancia de su expresión más exacta, lo inmediato y en apariencia más urgente.

Encarnan la Literatura en lo que tiene de más universalmente humano, como expresión de


pasiones e ideas perdurables, y por eso son la base perenne de esas tan trivializadas,
envilecidas y malgastadas Humanidades.

La lista de los clásicos plantea la famosa cuestión del canon.

¿Quién canoniza y descanoniza a los clásicos? ¿Con qué regla alza esa misteriosa autoridad
anónima a unos autores y hunde a otros en la marea de la recepción literaria?

Tan espinosa cuestión tiene mucho que ver con la didáctica y con la sociología y la estética, y
bien merece una reflexión sin internarnos en pedantes debates académicos y periodísticos.

En todo caso, la llamada estética de la recepción, que incluye una visión histórica de cómo se
han difundido y leído los grandes textos literarios, es muy importante al respecto porque nos
hace entender mejor la vivaz relación entre la literatura, como institución histórica, y su
público, diverso y variable a lo largo de las épocas.

Los clásicos, que escapan a las modas pasajeras y superan las propagandas, perviven como
tales porque nos siguen impresionando y emocionando, y nos explican y aclaran el mundo;
porque son los libros que pueden releerse una y otra vez; porque, como dijo I. Calvino, no
terminan nunca de decirnos lo que tienen que decir.
MITOLOGIA Y MITOS

Por mitología entendemos el repertorio o conjunto de mitos de una cultura.

Esa colección de mitos se ha ido formando en época muy antigua, y en ella se integran todos
los mitos como piezas de un gran juego narrativo.

Si definimos el mito como un "relato tradicional que cuenta la actuación memorable y ejemplar
de personajes extraordinarios -dioses y héroes en el mundo griego- en un tiempo prestigioso
y lejano", debemos añadir un trazo más a esa definición: los mitos se integran en una
mitología.

Es decir, la mitología es una suma de esos relatos míticos, pero no por mero amontonamiento,
sino como un conglomerado narrativo bien trabado, como un texto formado de esas historias
sueltas, menores. (La palabra mitología se utiliza también para designar el estudio de los mitos
o la ciencia de los mitos, pero aquí la usaremos sólo en el primer sentido de conjunto o
colección de mitos).

Los mitos presentan una serie de personajes o actores que en esos relatos surgen y
reaparecen, y están relacionados entre sí.

Las figuras divinas o heroicas de los mitos se cruzan muchas veces, con un papel bien definido
para su actuación en todas esas narraciones. Es decir, que un dios como Hermes o una diosa
como Afrodita, por ejemplo, tienen un perfil reconocible en todos los mitos donde aparecen,
bien sea como protagonistas o actores secundarios en la narración.

Así la mitología está formada de un conjunto de relatos que conservan un aire familiar, que
forman como una red narrativa. Eso no sucede en los cuentos populares y maravillosos, que
funcionan sueltos y tienen figuras que no se cruzan con las de otros cuentos.

Pensemos, por ejemplo, en cualquier dios griego.

Para definir su papel debemos contrastarlo con los otros dioses, como si fuera una figura de
un juego de naipes.

En el marco del politeísmo griego cada ser divino tiene asignadas ciertas funciones y actúa en
sus dominios propios.

Cuando una figura mítica interviene como actor secundario en un relato, el narrador no lo
presenta de modo explícito, porque los oyentes ya saben cuál es el marco previo de su
actuación. Así, por ejemplo, cuando aparece el dios Hermes, el público ya sabe de antemano
que es el dios de los mensajes, del intercambio, y de los pasos difíciles, y, con todo eso,
frecuente auxiliador de los héroes, de modo que actúa en consecuencia. Hay, pues, un cierto
código mitológico que facilita la narración mítica.

El hecho de que los grandes dioses, los olímpicos, estén integrados en una familia patriarcal,
viene a destacar esa mutua relación.

Nada parecido sucede, insisto, en los cuentos maravillosos populares, cuyos personajes no se
repiten en otros relatos y que, de modo característico, carecen de nombres propios. (Son
nombrados con términos tan vagos como Caperucita Roja, Pulgarcito, o Jaimito el de las
habichuelas).

A diferencia de las narraciones del folktale, en la mitología tenemos relatos que se imbrican y
yuxtaponen con mucha frecuencia, y algunos relatos aluden a otros.

Para el conjunto de relatos de la mitología griega no es muy útil la introducción de términos


como los de leyenda o saga, en oposición a mito.

Resulta, en cambio, muy pertinente, y por eso la encontramos en muchos estudiosos, la


distinción entre mitos de los dioses y mitos de los héroes, atendiendo a los protagonistas de
los relatos en cuestión.
Hay mitos especialmente de dioses, como los que tratan de la formación del mundo y la
aparición de los dioses, y hay otros que refieren las historias de los héroes, descendientes de
los dioses en gran parte, pero mortales e inferiores en poder a ellos.

También en los mitos heroicos aparecen los dioses (y bien puede verse en la cercanía a los
dioses un trazo propio del mundo heroico). Pero está claro que los mitos que Hesíodo cuenta
en la Teogonía (la formación del cosmos y el nacimiento de los diversos dioses) son distintos
de los relatos sobre la guerra de Troya o las hazañas de Heracles o Ulises.

Con todo, aunque podemos establecer esa distinción entre mitos sobre dioses, primordiales y
cosmogónicos, y mitos heroicos, que, próximos a lo que podríamos llamar sagas o leyendas,
narran hechos de una etapa posterior a los anteriores pues los dioses han surgido antes que
los héroes y han configurado el mundo antes que los héroes, mortales y humanos, ambos
mitos pertenecen a una misma mitología, y en los mitos heroicos perduran la actuaciones de
los dioses, esos dioses ya fijados en una armonía de poderes y dominios definida en los mitos
primordiales.

MITOS Y RELIGIÓN

Los mitos explican el mundo y dan un sentido a la vida humana, al revelar que más allá de las
apariencias del mundo cotidiano, de lo que percibimos, existen los dioses perdurables.

Según los mitos cuanto sucede de importante está marcado por esa presencia invisible, pero
atestiguada, por los relatos de la tradición mítica.

Así los mitos son el fundamento de la tradición religiosa, y están relacionados con las prácticas
religiosas, fundamentalmente los ritos y las creencias de la sociedad griega.

Forman la sustancia narrativa de la religión tradicional y así explican muchos ritos o ceremonias
de esa religión antigua.

Los mitos se cuentan y los ritos se ejecutan en las ceremonias o cultos rituales. De un lado
están las palabras y del otro los actos del culto en honor de los dioses, pero, en muchos casos,
narración y acción se complementan, en las liturgias y ceremonias religiosas.

En la cultura griega -y esta es una característica muy propia de ella- los ritos de los diversos
dioses, realizados en santuarios y templos y en fiestas señaladas, están a cargo de los
sacerdotes. (En Grecia había fiestas y cultos especializados de los diversos dioses, y de algunos
héroes, con sacerdotes dedicados especialmente a un templo o un santuario, y también había
otros sacerdotes menos especializados).

Pero los mejores narradores de los mitos, los maestros de verdad, los guardianes de la
memoria mitológica, los inspirados por las Musas, hijas de Mnemosyne y Zeus, eran los poetas
(aedos, rapsodas, primero, y luego, poetas).

A los sacerdotes les competía fundamentalmente la liturgia, la realización de los sacrificios y


plegarias en honor de tal o cual dios, la organización de las fiestas, el cuidado de los templos
y ceremonias, pero los poetas tenían a su cargo la difusión de los mitos en cantos de
memorable belleza.

De ahí viene el fresco aire de poesía que impregna la rememoración de los mitos griegos y
también el carácter panhelénico de su difusión. Porque los cultos y los rituales, en un ámbito
tan fragmentado políticamente como la Grecia antigua, fueron mucho más localistas y
particulares (en cada santuario se daba culto a una divinidad en particular) que los mitos
vehiculados por la tradición poética marcada por los grandes autores (Homero y Hesíodo, y
luego los trágicos atenienses).

Aunque los mitos exigen por esencia ser recontados con fidelidad, puesto que se presentan
como un saber sobre un mundo sagrado, al viajar en las palabras de los poetas, ya en una
literatura escrita, se han trasmitido con una admirable y sorprendente flexibilidad, desde
Homero (siglo VIII a.C.) al mitógrafo Apolodoro (siglo II d.C.).
Justamente una de las características de los mitos en la literatura griega y la tradición posterior
europea es el estar sujetos a reinterpretaciones, recreaciones y adaptaciones.

Como si ninguna obra literaria agotara el significado de un mito, éste parece ser una suma de
sus versiones históricas.

En esa tradición literaria el esquema del mito se mantiene en lo esencial, pero varía en sus
detalles, ofreciendo así nuevos reflejos y matices, nuevos sentidos. Los escritores griegos
durante siglos han acudido al repertorio mitológico para darnos sus versiones de los mitos,
con un aire renovador. Esto sucede en las tragedias del período clásico de modo muy claro.

Y la transmisión mitológica guarda las huellas de las versiones más logradas. El mito de Edipo,
por ejemplo, está para nosotros ligado a la tragedia Edipo rey de Sófocles, más que a ninguna
otra versión. Y el mito de Medea está marcado por la versión de la Medea de Eurípides.
Que ninguna obra literaria agote la significación de un mito dice mucho acerca de su riqueza
simbólica.

También los mitos literarios modernos, como el de Don Juan o el de Fausto, poseen esa
capacidad de sugerencias nuevas.

A diferencia de lo que sucede en los ritos, que se repiten siempre con todo rigor en sus mínimos
detalles, y su eficacia depende de esa exacta repetición, los mitos se prestan a las
reinterpretaciones, a las relecturas. Y ése es uno de sus encantos.

Pero, convertidos en temática literaria, los antiguos mitos van perdiendo su anclaje religioso.

A la pregunta de: "¿Creían los griegos en sus mitos?" no se puede responder de modo simple.
En un principio desde luego que sí.

Por otra parte, conviene recordar que no fueron sólo los poetas y los sacerdotes quienes se
ocupaban de difundir los mitos, sino que también lo hacían a su modo los pintores y escultores.

Todo el arte figurativo de Grecia, y el de Roma, tuvo como temática fundamental la


representación de figuras y escenas míticas.

No hemos conservado casi nada de la gran pintura griega, pero sí algunos restos de su
escultura y muchos de la cerámica que atestiguan ese afán perenne del arte griego por
recontar los mitos y darnos una bella imagen de sus dioses y héroes.

LOS MITOS MÁS ALLÁ DE LA EXPERIENCIA

Las mitologías de las diversas culturas presentan narraciones muy varias y singulares, pero
ofrecen coincidencias notables en su temática y en su función didáctica al dar sentido a los
grandes enigmas de la existencia.

Los mitos versan sobre aquellos asuntos que inquietan desde siempre al ser humano.

Vienen a ofrecer una explicación del mundo en sus aspectos más hondos y esenciales en un
lenguaje plástico y dramático, que desvela un plan divino bajo la realidad cósmica.

Hablan de lo que está más allá de la experiencia, y pretenden revelar, en sus arcaicos relatos
prestigiosos, las causas auténticas y ocultas de las cosas.

Cuentan los orígenes del mundo, descubren los principios originarios de los grandes procesos
de la naturaleza y de la cultura, así como los fundamentos del cielo y la tierra, y relatan
también cómo surgió el fuego y la primera mujer. E informan de la estructura del mundo
divino, de los dioses y diosas y sus relaciones familiares, de la ordenación de los cielos y las
tierras.
Para ello los mitos evocan el tiempo de los orígenes de las cosas, un tiempo prestigioso y
lejano, el aquel tiempo, illus temps, en el que se constituyeron los seres y las cosas, el tiempo
de las fundaciones, un tiempo distinto del tiempo de la historia.

A esa época mágica, en la que tomó forma el mundo, en la que los dioses configuraron el
cosmos, se refiere el mito. (Después de ese tiempo de los orígenes y de las grandes
transformaciones del mundo, está, en la mitología griega, la edad de los héroes, que también
se sitúa antes de la edad de hierro de los hombres y la historia, aunque esté más próximo a
éste, como relata el Mito de las Edades que cuenta Hesíodo).

En una mitología como la griega la teogonía relata el nacer de los dioses, que existen para
siempre una vez nacidos, pero que no han existido desde la eternidad, sino que han nacido
uno tras otro -y la formación del universo- que no ha sido creado de la nada, sino que ha
evolucionado desde el caos primordial hasta el cosmos actual.

Esos relatos míticos sobre los orígenes de los dioses, y la formación del mundo y de las estirpes
heroicas y humanas son un elemento básico en todas las mitologías -desde la egipcia y la
sumeria y babilónica hasta la de La Biblia-.

Вам также может понравиться