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Es necesario aceptar que todos los procesos sociales, culturales, políticos y económicos en los que

se ven enmarcadas las relaciones humanas están permeadas por la continua lucha por el poder;
lucha que nace de la deshumanización del hombre, en la cual se establecen relaciones donde los
sujetos juegan el papel de opresor o de oprimido, las cuales están sujetas a modificaciones pues
en ciertos momentos esenciales de la relación opresor/oprimido este último se hace consciente
del poder que tiene el opresor sobre el y decide cambiar o revertir su papel en el juego de poder
de esta relación.

Según Paulo Freire en el intento de trastocar el papel que juegan los actores de opresor y oprimido
se corre el riesgo de solo ser eso, un cambio de papeles en la relación en donde el oprimido pasa a
ser el opresor, pues solo conoce ese tipo de relación; Y es ahí donde el pensamiento liberal
propone una pedagogía del oprimido que sirva para la liberación no solo de sí mismo sino de su
opresor “Liberación a la que no llegarán por casualidad, sino por la praxis de su búsqueda; por el
conocimiento y reconocimiento de la necesidad de luchar por ella […] y que además debe ser
elaborada con él y no para él” […] Pedagogía que haga de la opresión y sus causas el objeto de
reflexión de los oprimidos.”(P.25)

La educación no ha sido ajena a estas prácticas puesto que en el ámbito escolar también se han
establecido relaciones de poder y sumisión (estado- escuela, escuela- profesor, profesor-
estudiante) esto replicando el constante deseo de subvertir los estados de opresión a los cuales se
ven sujetos los actores del ámbito escolar. Es ahí donde el pensamiento liberal en los últimos años
ha ganado espacio en el ámbito escolar, pues se ha acogido su postulado de reformar estas
relaciones en pro de una educación donde el estudiante, profesor y demás actores se hagan
conscientes de su papel en los distintos modelos educativos en los cuales se han enmarcados sus
prácticas y relaciones escolares para que propongan y generan cambios, siempre teniendo como
horizonte la eliminación de estas relaciones de poder.

“La pedagogía del oprimido, como pedagogía humanista y liberadora, tendrá, pues, dos momentos
distintos, aunque interrelacionados. El primero, en el cual los oprimidos van descubriendo el
mundo de la opresión y se van comprometiendo, en la praxis, con su transformación y, el segundo,
en que una vez transformada la realidad opresora, esta pedagogía deja de ser del oprimido y pasa
a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación” (Freire. 2005, P35)

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