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Nuestro camino a Emaús personal

Camino de Emaús

Evangelio según San Lucas 24,13-35

Al leer la narrativa de estos dos discípulos, que en camino a Emaús discutían tristes y tal vez hasta decepcionados de
Aquel que decían era el Mesías, no puedo dejar de reflexionar en la gran cantidad de símbolos que la Escritura nos
presenta. Mucho se ha escrito al respecto y no es nuevo decir que Emaús no es un fin, sino que en verdad es un punto
de retorno, un punto donde la conversión y el encuentro personal con Cristo nos lleva a iniciar nuestra labor profética.

Pero, con su venia, me permito hacer una reflexión personal de esta bella narrativa bíblica, no sin antes ponerme en
sus consideraciones, pidiendo clemencia y caridad en lo que propiamente deba ser corregido.

Mi primera reflexión es el número dos, son dos discípulos los que emprenden este camino, lo cual nos habla ya de una
comunidad. Una comunidad que emprende un peregrinar, y sin saberlo aún, a un encuentro personal e íntimo con
Cristo resucitado. No dejo de pensar, entonces, que toda la Iglesia peregrina se prefigurada en estos dos discípulos.
Todos nos vemos reflejados en ellos, tal vez ya no en las dudas con respecto al Mesías, pero sí de nosotros mismos,
del mundo, de las circunstancias. No son pocas las veces que emprendemos un peregrinaje a causa de desilusiones o
tristezas, y dicho de nuevo, y tal vez sin saberlo tampoco nosotros, es un peregrinaje a un encuentro personal e íntimo
con Cristo.

La segunda reflexión es como Cristo Resucitado, en toda su gloria, no deja de ocultarse en nuestra vida cotidiana de la
forma más sencilla. No nos deslumbra portentosamente, sino que se nos muestra humilde y manso, y en este caso, se
les presenta a los dos discípulos como otro viajero más. Y es ahí donde resalta la importancia de comprender que en
este peregrinaje no estamos solos, Cristo mismo camina a nuestro lado. ¿Acaso no dijo Nuestro Señor que ahí donde
hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos (Mt 18,20)?. Pues el Señor cumple sus
promesas y nos lo hace ver de manera real y palpable, no nos abandona, cumpliendo su promesa de estar con
nosotros hasta el fin de mundo (Mt 28,20)

Pero eso me lleva a una tercera reflexión. Nuestro Señor Jesucristo no solo camina con nosotros, sino que nos habla, y
nos habla directamente al corazón. Al grado de hacernos “arder” el corazón con su Palabra. Es por eso que se
mantiene oculto, no pretende deslumbrarnos a la vista, sino convertir corazones mediante su Palabra viva, porque
escribe no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente, no en tablas de piedra, sino de carne, es decir, en los
corazones. (2 Cor 3,3)

Al encontrar en Cristo esta belleza, al conocerla, pero sin vivirla aún, así como a estos dos discípulos, nos nace
entonces invitarle a quedarse con nosotros. No es del todo absurdo pensar que la emoción de los discípulos al
escuchar a este peregrino durante el trayecto haya sembrado en ellos una luz de esperanza, y desean conocer más de
lo que ya habían sido testigos anteriormente. No olvidemos que eran discípulos de Cristo, que habían presenciado su
vida pública y seguramente presenciaron muchos de sus milagros, escucharon sus enseñanzas y vivieron su amor al
prójimo de manera inmediata. Pero eso nos lleva, de nuevo, a otra reflexión. Y es el punto central de este relato. El
evangelista nos muestra sin dejar duda alguna, sin ocultar detalle, de cómo la conversión, la verdadera conversión
proviene de ese encuentro personal e íntimo con Cristo. Estar en la presencia misma de Cristo resucitado es aquel
suceso portentoso, pero oculto, de cómo un corazón deja de ser de piedra y se hace carne (Ez 11,19).

Los discípulos no reconocieron a Cristo en el peregrino, lo reconocieron en la partición del Pan y en el Pan mismo, y
eso me lleva a otra reflexión. Nuestro Señor Jesucristo nos mostró con sublime sencillez la labor sacerdotal. Un
sacerdote nos acompaña en comunidad, nos ofrece la Palabra Divina, nos la explica. Un sacerdote ilumina el camino a
Emaús de cada uno de nosotros y como culmen de su labor ministerial, nos presenta a Cristo mismo, glorioso y
resucitado, en la partición del Pan, en el Santísimo Sacramento del Altar.

Y sin darnos cuenta, tal vez, recorremos el camino de Emaús cada domingo, cada santa misa es un peregrinaje al
encuentro con Cristo resucitado. Si lo meditamos un poco, la tristeza de los peregrinos viene dada en el reconocernos
pecadores; Cristo nos habla al corazón en la Liturgia de la Palabra, se nos muestra vivo y glorioso en la consagración
del pan y el vino. Y todo, en manos del sacerdote, que dirige y acompaña este peregrinar.

¿Y qué hacemos ahora? Pues el mismo evangelista nos lo dice: Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén
y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se
ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y

cómo le habían conocido en la fracción del pan.(Mt 24,33-35)

¿Acaso no es eso a lo que el mismo sacerdote nos invita a hacer al finalizar la celebración eucarística? A vivir lo que
hemos aprendido, a ser testigos de ese encuentro personal con Cristo, es decir, regresar al mundo a dar testimonio de
Cristo resucitado, Señor y salvador nuestro.
Me encomiendo a sus oraciones, Dios les bendiga.

LA VIDA

El evangelio nos presenta a dos discípulos que se dirigen a Emaús. Las mujeres habían inquietado a la comunidad,
diciendo que no encontraban el cuerpo de Jesús. Pero ellos ya habían decidido alejarse de Jerusalén. Hoy muchos se
parecen a Cleofás y el otro discípulo. Han perdido la fe. Y no buscan más razones ni más pruebas. Simplemente se
alejan.

Los dos discípulos que caminan hacia Emaús son alcanzados por otro caminante que parece ignorar lo que ha
ocurrido en Jerusalén. Los peregrinos le dicen: “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel”. He
ahí una de las claves del relato. El camino de Emaús es la confesión de una fe demasiado terrena y de una esperanza
frustrada.

Pero los discípulos todavía conservan la capacidad para escuchar y aceptar una corrección. También hoy el
peregrino acepta compartir con nosotros los alimentos que apenas pueden calmar nuestra hambre. Entre sus manos,
el pan adquiere el significado de la vida que él nos ha dado con su palabra y que esperamos compartir con él para
siempre.

EL PAN
Este hermoso relato culmina con el retorno de los dos discípulos a Jerusalén. Los otros cuentan que el Señor se ha
aparecido a Simón Pedro y ellos confiesan que “lo reconocieron al partir el pan”. Ese es su testimonio Y ese es su
testamento y su herencia para el futuro.

• “Lo reconocieron al partir el pan”. Los que habían seguido a Jesús por los caminos y habían visto cómo oraba
antes de partir y compartir el pan no podían olvidar aquellos gestos. En ellos reconocieron al que se había entregado
como pan.

• “Lo reconocieron al partir el pan”. Por ese gesto ha sido reconocida la Iglesia. Y por ese gesto habrá de ser
reconocida en un mundo en el que no es habitual dar gracias a Dios y compartir con los demás los dones recibidos.

• “Lo reconocieron al partir el pan”. Realizado con verdad, ese gesto revela la sinceridad de la piedad hacia Dios y
la generosidad de la entrega a los hermanos. Por ese gesto será reconocido cada uno de los cristianos como seguidor
de Jesús.

– Señor Jesús, hoy queremos invitarte a quedarte con nosotros porque atardece. Agradecemos que hayas aceptado
nuestra cena humilde. Te contemplamos sentado a la mesa con nosotros. Y te pedimos que nos des la luz y la fuerza
para ser testigos de tu vida y de tu resurrección. Amén.

José-Román Flecha Andrés

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