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A MODO DE INTRODUCCIÓN
Es así como, hoy en día vivimos inmersos en lo que Robert M. Hutchins formuló, en
1970, como “sociedad del aprendizaje”. Una sociedad donde el aprendizaje ha invadido
todos los ámbitos de la vida, diversificándose y globalizándose de tal manera que en
todas las etapas del ciclo vital nos encontramos sometidos al imperativo de “aprender
continuamente”.
Por ende, he aquí un área de interés para desarrollar el presente trabajo de campo: la
formación continua o permanente del profesorado.
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2. LA HIPÓTESIS COMO BRÚJULA HACIA UN CAMINO INCIERTO
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3. TODO PARTE DE UNA PREGUNTA. ESTADO DEL ARTE Y MARCO
TEÓRICO
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generar nuevos conocimientos y enriquecer los ya existentes para favorecer a la
sociedad. Debe entenderse como una etapa posterior a la Sociedad de la Información.
Ahora bien, Peter Drucker (1993) expresa que el modelo de la sociedad informacional
se orienta hacia el desarrollo tecnológico, hacia la acumulación de conocimiento, que
eleva la complejidad del procesamiento de la información, que en el marco global de
economía de mercado el capital es factor dominante y que la actividad económica se
organiza en torno a la información.
El vuelco hacia la economía del saber supone considerar al conocimiento como el centro
del proceso de innovación, mejora de la productividad y adaptación al cambio. Refiere
que “en la sociedad del saber las personas tienen que aprender cómo aprender”. Es
más, puede que en la sociedad del saber las materias importen menos que la capacidad
del estudiante para continuar aprendiendo y su motivación para hacerlo. La sociedad
post capitalista exige estudiar durante toda la vida.
Este fenómeno no se limita únicamente a las personas. Las sociedades deben aprender,
o resignarse a fracasar. Es aquí donde la “sociedad del conocimiento” da paso a la
“sociedad del aprendizaje”, concepto formulado por Robert M. Hutchins en su obra de
1968 titulada precisamente así.
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es a aprender continuamente, velozmente, a lo largo de toda la vida. La alternativa es
quedarse marginado. Por eso estamos asistiendo a una “espectacular revolución del
aprendizaje” (Michael Fullan), a una “explosión del aprendizaje” (Franklin Covey).
SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN
La sociedad del siglo XXI, entonces, representa un contexto intelectual, cultural y social
completamente distinto. El desarrollo de procesos formativos está enfocado en que
cualquier sujeto aprenda a aprender, que adquiera las habilidades para el
autoaprendizaje permanente, que sepa enfrentarse a la información (buscar,
seleccionar, analizar, elaborar, difundir), que se califique laboralmente para el uso de
las tecnologías de la información y el conocimiento, y la cultura que entorno a ellas se
produce (creación de comunidades virtuales de aprendizaje, educación virtual).
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de la modernidad, la democracia y la apropiación de saberes pertinentes a nuestro
modelo de desarrollo, significa un incremento en la calidad de la educación” (Toro,
1996:6).
Es así como el lugar privilegiado en que se coloca al docente, como eje de la producción
material y cultural de esta “sociedad del aprendizaje”, conlleva a que su formación sea
reconocida como un área clave para elevar la calidad educativa (OCDE, 1991;
Imbernón, 1994; Fernández Pérez, 1995).
Si en la actual “sociedad del aprendizaje”, las personas y las sociedades deben aprender
a cómo aprender a lo largo de toda la vida, los docentes, como personas y miembros de
la sociedad, no quedan exentos de tal postulado.
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No obstante, en ocasiones esta formación es insuficiente, ya que no proporciona los
principios psicopedagógicos necesarios para desarrollar su tarea. Es por ello que la
capacitación permanente y la formación continua juegan un papel tan importante, ya
que cada vez más la sociedad demanda una educación de calidad.
Hoy en día, “la formación del profesorado tiene en educación el honor de ser
simultáneamente el problema más grave y la mejor solución” (Fullan, 1993: 105).
Cuando se piensa en una educación innovadora, como dice Fullan en el lema anterior,
la formación continua del profesorado se convierte en la mejor solución, pero
-paradójicamente- a nivel de las realizaciones prácticas dominantes, más allá de las
experiencias concretas que se intentan hacer, quizá por la propia imposición
conservadora del “principio de realidad”, es uno de los problemas más difíciles y peor
resueltos.
Para comprender dicha diferencia, partiremos de las definiciones ofrecidas por la Real
Academia Española para los conceptos de formación y capacitación.
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- Formación: “acción y efecto de formar o formarse”.
Por ende, en una primera instancia, podríamos afirmar que el concepto de “formación”
es más amplio que el concepto de “capacitación”.
Yendo un poco más allá, se tiene que la “formación” se emplea para comprender un
programa de estudio pre o posgrado que implica varios años y para el cual la persona
que lo recibe está capacitada y apta para desarrollarlo con éxito si pone de sí
compromiso, responsabilidad, tenacidad, paciencia y dedicación responsable y estable.
No se forma a nadie en varios días, ni semanas. Se requiere de un tiempo mayor de un
año y sistematicidad coherente con el objetivo planteado. Por su parte, la “capacitación”
alude a un proceso de adquisición o transmisión de conocimientos por un período
relativamente corto para un aprendizaje, actualización, comprensión o conocimiento en
algo concreto para ejercer el trabajo que se realiza o se va a realizar.
Formación
Capacitación
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Es así, entonces, que cuando hacemos referencia a la formación docente posterior a su
inserción en el servicio, los términos capacitación permanente y formación continua no
nos deberían suponer lo mismo, aunque en la práctica se asemejen en lo temporal.
Muchos términos han sido utilizados para referirse a los procesos de aprendizaje
que desarrollan los maestros a lo largo de su vida activa. La expresión
“desarrollo profesional docente” es sinónimo de otros términos que se utilizan con
frecuencia: formación permanente, formación continua, formación en servicio, desarrollo
de recursos humanos, aprendizaje a lo largo de la vida, reciclaje o capacitación
(Terigi, 2007). Sin embargo, la idea de “desarrollo profesional” es la que se adapta mejor
a la concepción del maestro como profesional de la enseñanza. Así mismo, el
concepto “desarrollo” tiene una connotación de evolución y continuidad, que supera la
tradicional yuxtaposición entre formación inicial y perfeccionamiento en servicio de los
docentes.
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al trabajo, se trata de un trayecto e incluye oportunidades ilimitadas para mejorar
la práctica; la idea se relaciona con la formación de los docentes y opera sobre
las personas, no sobre los programas (Vaillant y Marcelo, 2015).
Es a partir de la década del 2000 que se hace énfasis en la idea del “proceso
de profesionalización”, planteándose la existencia de un continuo que va desde un polo
de des-profesionalización a otro de profesionalización plena (Vaillant, 2005). En
esta perspectiva, el desarrollo profesional es un proceso de mediano y largo plazo
que requiere de ciertas condiciones indispensables, las cuales deben mantenerse a lo
largo del tiempo, y del involucramiento de grupos de docentes (Braslavsky, 2002).
La actividad del profesor al exigir más de quien la ejerce, obliga, entonces, a una apuesta
cada vez mayor en la formación que permita una actualización de los conocimientos y
de las técnicas (Leite, S.D.). Esta formación deberá ser de calidad y trascender la
formación inicial y el campo didáctico (Leite, 2005). Debe ser una formación que
posibilite su desarrollo profesional.
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En sentido amplio, el desarrollo profesional es un proceso de crecimiento que resulta de
la experiencia y la reflexión sistemática sobre la práctica docente. Incluye actividades
formales e informales y se distingue de la capacitación o del entrenamiento a partir de
cursos breves y talleres en los que se aborda algún aspecto del trabajo docente. Este
enfoque es relativamente novedoso en la profesión docente y ha sido concebido como
un cambio de paradigma en su definición (Villegas-Reimers, 2003; Aguerrondo, 2004;
Ávalos, 2007; Vaillant, 2009; Terigi, 2010).
Sin embargo, en ocasiones se acaban percibiendo las buenas prácticas como consejos
demasiado obvios o, por el contrario, situaciones teóricas ideales que son difíciles de
trasladar a un contexto real, como puede ser el aula.
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La buena enseñanza es, como indican Porta y Sarasa (2006, p.70), aquella cuyas
prácticas docentes son capaces de provocar acciones y cambios en los estudiantes con
un sentido moral, dándole más importancia al aprendizaje y al compromiso del profesor,
que transmitir una serie de conceptos de manera lineal. Allí es donde reside la
importancia del concepto de las “buenas prácticas” (p.70).
Otra definición de buena práctica es aquella que la define como un conjunto de acciones
realizadas por el docente para propiciar el aprendizaje de sus alumnos, formarlos
íntegramente y favorecer los procesos cognoscitivos complejos (pensamiento crítico,
creatividad, entre otros). Es decir, involucra al docente efectivo.
Fenstermacher (1989) realiza uno de los primeros aportes sobre la buena enseñanza
en función de cuatro aspectos: el primero da cuenta de que un contenido es trasmitido
a un destinatario, el segundo hace referencia a la racionalidad, en tanto moralmente
razonable, el tercero tiene que ver con la enseñanza exitosa, con el rendimiento de los
estudiantes, y el último hace referencia la racionalidad ontológica entre enseñar y
aprender. Apunta al quehacer que posibilita al estudiante realizar las tareas de
aprendizaje (Citado por Álvarez & Porta, 2012).
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dispositivos de diferenciación; implicar a los alumnos en sus aprendizajes y en su
trabajo; trabajar en equipo; participar en la gestión de la escuela; informar e implicar a
los padres; utilizar las nuevas tecnologías; afrontar los deberes y los dilemas éticos de
la profesión; organizar la propia formación continua. Las mismas se disgregan en
competencias específicas.
La lista de intenciones que presenta el autor no es exhaustiva, son una orientación para
ampliar las propias competencias. A los aspectos, las dimensiones y las competencias
que hacen a la buena enseñanza se suma lo emocional que Paulo Freire (2010)
desarrolla en la cuarta carta dirigida a los maestros en un diálogo abierto y a la vez
desafiante porque lo presenta como cualidades indispensables para un mejor
desempeño. Esas cualidades son la humildad que hace referencia a la escucha y
respeto por los otros, en la búsqueda de superar los preconceptos; el amor por la propia
tarea que junto a la valentía permite vencer los miedos; la tolerancia, definida como la
virtud que nos enseña a vivir con lo que es diferente, por lo tanto, se requiere de respeto,
disciplina y ética; capacidad de decisión para optar; la seguridad que demanda
competencia científica, claridad política e integridad ética; la tensión entre la paciencia
e impaciencia en justo equilibrio, a la que se impone necesariamente la parsimonia
verbal en el discurso y la alegría de vivir.
Por otra parte, los aportes teóricos de Bain (2007) realizado a partir de la investigación
sobre la buena docencia universitaria, concluye en seis cuestiones generales. En primer
lugar, los profesores extraordinarios deben conocer su materia extremadamente bien lo
que denota la capacidad de pensarla metacognitivamente sumada a una comprensión
intuitiva del aprendizaje humano; preparan su docencia y con ella dan a conocer su
concepción de enseñanza y aprendizaje; esperan más de sus alumnos sin objetivos
arbitrarios; crea un entorno para el aprendizaje crítico natural, desde variados métodos
que ayudan a la construcción del mismo; confían en sus estudiantes y al evaluarlos se
evalúan a ellos mismos.
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Ser claro, organizado, dinámico, utilizar diferentes estrategias de enseñanza,
crear una atmósfera para favorecer el aprendizaje, plantear retos, motivan y
enseñan con entusiasmo.
Dominar ampliamente el tema o materia enseñada.
Manejar adecuadamente los aspectos afectivos, interpersonales, éticos y no sólo
los didácticos. Esto implica que tiene una actitud positiva hacia la docencia y sus
alumnos; es justo e imparcial, se siente responsable del aprendizaje de sus
alumnos; es autocrítico de su labor, inspira respeto y confianza, fomenta la
discusión y el diálogo y, sobre todo, tiene vocación para enseñar.
Su comportamiento es determinado, en buena medida, por ciertas visiones,
creencias y pensamientos que el maestro tiene sobre la enseñanza, sus fines, el
aprendizaje y la evaluación.
Tiene como principal interés lograr el aprendizaje de sus alumnos. Un rasgo
sobresaliente es que los estudiantes reportan que les cambiaron su vida o la
visión de las cosas.
Las buenas prácticas de enseñanza han sido definidas por diversos autores, y hoy
también es una oportunidad para repensarlas en un nuevo escenario, donde la
educación secundaria desde el 2006 bajo la Ley de Educación Nacional se ha
modificado para plantear la obligatoriedad con un claro objetivo de inclusión social la
cual plantea nuevos desafíos al Sistema Educativo y en particular a los docentes.
Estas exigencias deberían corresponderse con lo que impone la adecuación del actual
sistema educativo a la compleja estructura social: demanda de readaptación técnica
periódica, tanto en aspectos psicopedagógicos como en contenidos científicos ya que
los profesores son los agentes principales de la transmisión de conocimientos; demanda
de adaptación a nuevas estructuras del propio sistema educativo (sobre todo en
períodos de reformas educativas) y demanda de promoción profesional y social
mediante la mejora general de la situación personal y colectiva del profesorado.
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a las necesidades actuales, mejorar a nivel personal y profesional y construir una
base para la innovación y la investigación educativas.
Sin embargo, a pesar del activismo que se registra a lo largo de las últimas tres décadas
en América Latina en torno a la formación y capacitación de los docentes, los análisis
revelan su bajo impacto en el aula y evidencian una opinión adversa de los propios
sujetos sobre los cursos, talleres, programas compensatorios y del vasto conjunto de
esfuerzos que, más allá de las intenciones, no correspondieron a las expectativas de
mejora de las prácticas educativas necesarias para incrementar de manera sostenida el
logro de todos los estudiantes (Murdochowicz, 2002; Villegas-Reimers, 203; Vaillant,
2004; Ávalos, 2007; Terigi, 2009).
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De acuerdo a lo expuesto, la preparación del profesor no es una variable más en el
diseño de la política educativa, es uno de los ámbitos más relevantes de la actuación
estatal, puesto que, en ausencia de profesores capaces y comprometidos, cualquier
propuesta de mejora resulta inviable (Mourshed, Chijioke y Barber, 2010).
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De la codificación de estos rasgos, se derivan importantes consecuencias. De entre las
más relevantes, vale la pena destacar dos. Primero, que se aprende a ser maestro a
través de programas de desarrollo profesional capaces de estimular la consolidación de
los rasgos deseables y, segundo, que se puede evaluar la efectividad de un docente
cuando los sistemas educativos definen con bases sólidas y amplios consensos los
estándares de desempeño que las sociedades demandan de un buen maestro
(Cochran-Smith, 2001; Darling-Hammond, 2004).
Ahora bien, ¿hacia dónde deberían encaminarse los esfuerzos para mejorar la calidad
de los docentes?
Hawley y Valli (1998) sistematizaron los siguientes principios que podrían orientar la
práctica del desarrollo profesional:
• El contenido del desarrollo profesional determina su eficacia: Los contenidos del DPD
deberían centrarse en lo que los estudiantes han de aprender y en la forma que tienen
para enfrentar diferentes problemas; deberían tratar directamente lo que se espera que
los estudiantes aprendan, y aquellas estrategias didácticas que la investigación y la
experiencia han demostrado como eficaces.
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problemas permiten a los docentes trabajar juntos para identificar problemas y luego
solucionarlos. Las actividades pueden incluir grupos interdisciplinarios, de estudio o de
investigación-acción.
• Es necesario tener en cuenta las creencias: Puesto que las creencias actúan como un
filtro del conocimiento y orientan la conducta, el desarrollo profesional no puede dejar
de abordar el análisis de las creencias, experiencias y hábitos de los maestros. Además,
cuando los profesores poseen una adecuada comprensión de la teoría que subyace a
las prácticas docentes concretas, se encuentran en mejores condiciones para adaptar
sus estrategias de aprendizaje a las circunstancias en las que se aplican.
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con sus conocimientos previos; para que esto sea posible, se requiere de un adecuado
seguimiento, indispensable para que el cambio se produzca.
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LA ESTRATEGIA METODOLÓGICA. LAS DECISIONES INICIALES.
A la búsqueda de las dimensiones
El problema de la calidad y validez.
LO QUE EL CAMPO NOS DEJÓ. ANÁLISIS DE LOS DATOS.
TODO CONCLUYE AL FIN. REVISITANDO NUESTRA PREGUNTA INICIAL.
CONCLUSIONES. APORTES, HALLAZGOS Y PUERTAS QUE PERMANECEN
ABIERTAS.
ANEXOS
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