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La masculinidad y la feminidad –y también otras formas de identidad de género–

son tempranamente determinadas gracias a un proceso pedagógico (Wacquant


2009)
algo que llama la atención en la literatura de ciencias sociales es el poco estudio y
registro de prácticas de arreglo y gestión del cuerpo y la apariencia en hombres en
comparación con el de mujeres.
Feminidad y estética corporal han sido desarrolladas por diversas disciplinas, la
mayoría resaltando –y denunciando– el carácter opresivo de la belleza y los
cánones estéticos (Wolf 1991) o cómo utilizar la apariencia para desenvolverse
mejor en ámbitos privados y profesionales.
Dellinger (1997), por ejemplo, señala que en un trabajo de clase media
estadounidense, “una mujer que no lleva maquillaje parece no ser 1) saludable, 2)
heterosexual, y 3) confiable” (Dellinger 1997: 156).
Podría existir un sesgo en los investigadores al solo tomar en cuenta la estética
corporal en el caso de las mujeres, ya que en los hombres “no importa tanto”,
pero, aun así, habría que preguntarse por qué no.
Investigadores como Iida (2005) proponen, para la sociedad japonesa
contemporánea, la “feminización de la masculinidad” para describir la adaptación
de una estética gay y femenina por parte de los hombres jóvenes; por otro lado,
Robin (2005) estudia la compra y el uso de productos cosméticos en jóvenes
franceses.
En un sistema de género que implica una manera hegemónica de ser hombre, la
constante demostración de la masculinidad y la represión de las emociones,
vemos que el cuerpo adquiere un rol fundamental para la configuración y
representación de sí mismo ante los otros.
Turner: “experimentamos nuestro cuerpo como límite y como medio que constriñe
y restringe nuestros movimientos y deseos. Este entorno, no obstante, es mi
entorno sobre el cual tengo una soberanía espontánea y total [...] Yo tengo un
cuerpo, pero también soy un cuerpo. Esto es, mi cuerpo es una presencia
inmediata vivida, más que un simple entorno extraño y objetivo. [...] No obstante
tengo un cuerpo, también produzco un cuerpo. Nuestra corporificación requiere
constantes y continuas prácticas de trabajo corporal, por medio del cual mantengo
y presento de forma constante a mi cuerpo en un marco social en donde mi
prestigio, persona y status giran todos de manera fundamental alrededor de mi
presencia corporificada en el espacio social significativo (Turner 1989: 13-14;
énfasis propio).
De esta manera, el trabajo sobre el cuerpo en este contexto se ha vuelto central
para promover el performing self (“yo ejecutante”), que trata al cuerpo como una
máquina que tiene que ser cuidada, mantenida, re-construida y cuidadosamente
presentada a través de prácticas como el ejercicio físico, las dietas, la vestimenta
y otro tipo de cuidados.
Es así que, siguiendo la perspectiva de Goffman (1984), David Le Breton señala
que la apariencia corporal responde a una escenificación del actor, relacionada
con la manera de presentarse y de representarse. Implica la vestimenta, la manera
de peinarse y de preparar la cara, de cuidar el cuerpo, etc., es decir, un modo
cotidiano de ponerse en juego socialmente, según las circunstancias, a través de
un modo de mostrarse y de un estilo.
Su guardarropa era meticulosamente escogido y ordenado, y no se caracterizaba
por la extravagancia, sino en la ‘simple perfección’, encontrada en detalles
mínimos como la variedad de nudos de corbata. Brummel vivió su vida en
constante atención de la gente, en una constante pose, como si su vida estuviese
en permanente evaluación” (Smith 1974: 728).
Simpson hace énfasis en la importancia que el consumo tiene para el metrosexual.
Declara que el metrosexual es un nuevo nicho creado por el capitalismo, ya que el
mercado de la cosmética femenina está saturado.
El hipster es la figura masculina menos teorizada y estudiada por la academia.
Desde una perspectiva de las subculturas, Hebdige (2004) señala que cada
agrupación considerada como subcultural tiene un estilo musical y crea su propia
estética. Pensemos, por ejemplo, en el reggae y sus dreadlocks, el punk y sus
casacas de cuero y botas. El cuerpo gestionado de cierta manera se convierte en
un soporte indispensable y delimitante de nuestra identidad ante los ojos de los
demás y ante los ojos con los que nos vemos a nosotros mismos. La gestión del
cuerpo lo vuelve un cuerpo parlante (Humeau 2008).
Se puede apreciar que cuando uno elige la ropa que va a usar no solamente está
eligiendo lo que uno se va a poner encima, sino también las partes del cuerpo que
uno va a mostrar y resaltar.
En la literatura sobre masculinidades, esta se define principalmente por tres
características: (i) se tiene que estar demostrando constantemente que se es
masculino y viril; (ii) hay una marcada y consciente diferenciación y
distanciamiento con lo femenino y lo homosexual; y (iii) existe un manejo en el
control y expresión de las emociones. En esta investigación se ha evidenciado que
la intensidad de estas tres características es distinta y aparece una cuarta
característica con mayor intensidad: la gestión del cuerpo y la apariencia.

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