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Disciplina consciente

La disciplina consciente consiste en hacer la vida previsible para nuestros niños y fijar
límites que le hagan sentirse seguro. Consiste en que los niños sepan qué pueden
esperar y qué se espera de ellos, en diferenciar lo que está bien de lo que está mal
y en juicio de valores. Y consiste en enseñar al niño a obedecer una determinada
serie de normas. Los niños pequeños no son malos a propósito, simplemente sus
padres no les han ayudado a aprender la forma correcta de comportarse. En cambio,
cuando los padres crean estructuras externas para refrenar a sus hijos, les ayudan a
desarrollar el control.

La finalidad última de la disciplina consciente es ofrecer a nuestros hijos la posibilidad


de aprender a tomar buenas decisiones, a ser responsables, a pensar por ellos
mismos y a actuar de una manera socialmente aceptable.
Los doce ingredientes de la disciplina consciente son:
1.- Analiza cuáles son los límites importantes para ti y establece las reglas. Ten muy
claro qué es lo que sí y qué es lo que no permites. Más importante aún, sé consistente
con estos límites.

2.- Observa tu propio comportamiento para ver qué le estás enseñando a tu hijo. La
mejor manera de enseñarles autocontrol emocional es a través de nuestro ejemplo:
si tú gritas y avientas cosas cuando te enojas, ¿cómo crees que él va a reaccionar
cuando esté molesto?

3.- Escucha lo que dices para asegurarte sea que seas tú la que está a cargo y no tu
hijo. Por ejemplo: “Pedro no me deja sentarlo en su sillita del coche” o bien, “María
me hace quitarle todas las zanahorias a la sopa”. Recuerda, a final de cuentas, la que
aquí manda eres tú.

4.- Siempre que sea posible, evita las circunstancias difíciles. Recuerda que cuando
los niños son pequeños, pueden llegar a sentirse abrumados por demasiado estímulo,
así que trata de evitar los “demasiados”: demasiado ruido, demasiados niños,
demasiado tiempo, demasiada actividad… sólo tú conoces a tu hijo para saber cuánto
es suficiente.

5.- Mira la situación a través de los ojos de tu hijo. Hay que ser comprensivos. Si tu
bebé vacía todo el salero en el piso, recuerda que no lo está haciendo por molestarte,
sino por curiosidad. Es parte de su manera de conocer el mundo. O bien, si dejas que
tu hijo salte en el sillón de tu casa, no puedes regañarlo cuando llega directamente a
saltar en los sillones de su abuelita. Lo que sí puedes hacer en ambos casos es
explicarle qué sí y qué no, cuándo sí y cuándo no.

6.- Elige tus batallas. Una vez más, ponte en los zapatos de tu hijo. ¿Quisieras que
alguien te estuviera regañando y corrigiendo todo el tiempo? Piensa acerca de qué
es lo más importante para ti y enfócate en eso. ¿Y en qué otras cosas crees que te
podrías relajar para hacer la convivencia un poquito más amena?
7.- Ofrécele opciones cerradas. Los niños suelen ser más cooperadores cuando les
ofrecemos la oportunidad de elegir. Sin embargo, no te compliques la vida
preguntándole: “¿Qué quieres desayunar?” (a menos de que quieras preparar menú
tipo restaurante), sino más bien pregunta: “¿Quieres huevo o quesadillas?”. Por otro
lado, tampoco le des la opción de contestar sí o no: “¿Ya estás listo para recoger tus
juguetes?”, sino más bien pregunta: “¿Por dónde vas a empezar a recoger, por tus
muñecas o por las crayolas?”.

8.- No tengas miedo a decir “no”. El decir “no” a aquello que no sea posible o
razonable les ayuda en el sentido de aprender acerca de la frustración y la desilusión.
A final de cuentas, esto también forma parte de la vida. El decir “no” también les ayuda
a entrar en contacto con emociones negativas como enojo y tristeza. Debemos
aprovechar estos momentos, no sólo para ayudarles a identificar estos sentimientos,
sino también para mostrarles que se vale sentirse de esta manera… pero eso sí, sin
perder el control (recuerda el punto #2).

9.- Elimina el mal comportamiento antes de que comience. Cada quien conoce a su
hijo. Trata de frenar el mal comportamiento en el momento en el que presientas que
va a venir o bien, atácalo justo cuando comience la acción. Por ejemplo, si lleva
demasiado tiempo sentado en un restaurante y comienzas a verlo inquieto, no te
esperes a que empiece el berrinche. Ahórrate el regaño. Dale unas crayolas o bájalo
a dar una vuelta para que se despeje. O bien, si comienza a pelear por el juguete que
tiene su amigo, no te esperes al pleito. Llévalo a un lado y ayúdalo a nombrar el
sentimiento (sé que te sientes enojado, sé que te sientes triste). Pero al mismo tiempo,
recuérdale que esa emoción no es una excusa para comportarse de esa manera: “Sé
que estás frustrado, pero no por eso puedes pegar. Si crees que puedes regresar
tranquilo, ve a jugar. Si no, nos tendremos que ir a casa”. Recuerda que le estás
enseñando a manejar sus emociones.

10.- Elogia el buen comportamiento y corrige o ignora el malo. Este es uno de mis
puntos favoritos. Debemos de cambiar nuestro enfoque de lo negativo hacia lo
positivo. Sí, nuestros hijos hacen muchas cosas que no deberían y es nuestro deber
enseñarles que eso no es lo correcto. Pero también hacen muchas, muchas cosas
buenas y a veces se nos olvida resaltar lo que están haciendo bien. En muchas
ocasiones, los niños pueden presentar un mal comportamiento porque sienten que es
la única manera de obtener nuestra atención; no importa si es en forma de regaño,
finalmente, les estamos dando la atención que necesitan. Intentemos hacer lo
contrario. Por ejemplo, si los hermanos están jugando y compartiendo, tomemos el
tiempo para elogiar este buen comportamiento. No nos esperemos hasta que oigamos
los gritos de un pleito para irlos a ver. Es más, si no hay golpes de por medio, es
recomendable que, en el momento de la discusión, ni siquiera intervengamos
nosotros. No les demos esa atención (negativa) y mejor dejemos que ellos solitos se
arreglen.

11. No al castigo físico. A final de cuentas, el momento en el que tú le pegas a tu hijo


es porque has perdido el control de tus emociones. ¿Qué no se supone que le
estamos enseñando a nuestro hijo precisamente a controlarlas? ¿Qué te da la
autorización a ti de pegar, pero no a él? El castigo físico es una solución a corto plazo
que no enseña nada positivo. Al contrario, le estamos enseñando que se vale pegar
cuando nos sentimos frustrados; cuando perdemos el control; cuando no sabemos
qué más hacer… Recuerda lo que dice K. C. Theisen: “La mayoría de los niños
escuchan lo que dices; algunos niños hacen lo que dices; pero todos los niños hacen
lo que tú haces”. Prediquemos con el ejemplo.

12. Recuerda, ceder no significa amar. A algunos papás o mamás les cuesta trabajo
ejercer la disciplina por diversas razones: puede ser que tengan miedo de perder el
cariño de sus hijos, o a lo mejor trabajan todo el día y no les gusta llamarles la atención
en los pocos momentos en los que sí pueden verlos. Sin embargo, recuerda que la
idea de ejercer una disciplina consciente no se trata de castigar, sino de enseñarles
a nuestros hijos a manejar sus emociones para que tengan un comportamiento
adecuado.

Información extraída del libro: El secreto de educar niños felices y seguros de Tracy
Hogg y Melinda Blau

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