Вы находитесь на странице: 1из 22

Introducción

La psicomotricidad como campo de estudio y práctica involucra el trabajo de fortalecimiento del


desarrollo psicomotriz de la persona desde la infancia, bien sea en condiciones normales o en casos de
trastornos de discapacidad y debilitamiento del aparato psicomotor. Todo esto, atendiendo al carácter
integral del ser humano en el que convergen factores de índole biológica, psicológica, social y cultural.
En función de esto, es oportuno reflexionar acerca del papel de la práctica psicomotriz en el tratamiento
de readecuación de sexo de las personas con identidad de género diferente a la del sexo biológico y de
allí, se hace conveniente, revisar la noción que se tiene del cuerpo como elemento constitutivo de
expresión e interacción con el entorno y que enmarca la construcción global de la persona desde su
personalidad e identidad.
En tal sentido, es necesario hacer un abordaje crítico de lo que se entiende por identidad de
género y transexualidad, considerando las diversas perspectivas antagónicas que se ciernen sobre esta
condición particular de las personas que tiene una identidad de género distinta a la predisposición
biológica del sexo. Esto implica, reflexionar en torno a los criterios diagnósticos de los Trastornos de
Identidad Sexual presentados en el DSM-IV y las apreciaciones más recientes de la Disforia de Género
plasmadas en el DSM-V. En atención a esto, se presentan argumentos sustentados en los postulados de
diversos autores que dan cuenta de la necesidad de abrir las brechas con respecto a la consideración de
la transexualidad como una condición diferente, que no debe encasillarse en los términos de una
patología mental, sino que requiere del concurso de un equipo multidisciplinario para lograr la
readecuación sexual de la persona y pueda sentirse satisfecha consigo misma y con las consideraciones
del contexto social y cultural. Es allí donde entra en juego el trabajo profesional de la psicomotricidad.
La Psicomotricidad y la noción de Cuerpo desde el enfoque global de la Persona
El interés del ser humano por reconocerse a sí mismo como una entidad dicotómica ha estado
presente desde la antigüedad, cuando desde entonces, ya se asumía al hombre como una globalidad
compuesta por la mente y el cuerpo; cuestión que se patentiza en diversas actividades y reflexiones que
aparecen en los escritos antiguos. Hechos históricos como las realización de eventos deportivos y la
incorporación de actividades concernientes al trabajo con el cuerpo como la danza y la gimnasia, que
eran parte del proceso educativo de una persona, ya reflejaban una tendencia por desarrollar la
corporeidad en conjunto con la psique. De hecho, es por esta época, cuando se comienza a gestar la
frase que aún en la actualidad tiene vigencia: “mente sana en cuerpo sano”.
Precisamente, en esa concepción de asumir al ser humano como un ente con una esencia dual
indisoluble de lo físico y lo intangible que lo identifica como un ser integral, es que surge la noción de
psicomotricidad, cuya terminología, se compone justamente de esos dos elementos indisociables de la
identidad humana. Por una parte, presenta el prefijo “psico”, que tiene que ver con todo inmaterial, es
decir con la mente y “motricidad”, que refiere al movimiento, esto es a la dinámica corporal. De allí
que, la psicomotricidad alude a la vinculación de la psique con la movilidad del cuerpo.
Ahora bien, a pesar de ese reconocimiento histórico de la relación del psiquismo con el
movimiento del cuerpo desde la antigüedad, no es sino hasta el siglo XX, cuando se comienza a usar el
término de psicomotricidad y se empieza a conformar una disciplina científica con principios teóricos,
tal y como lo afirma Pérez (2004). Todo esto, a partir de los estudios de Wernicke, Le Bouch, Vayer y
en especial, los trabajos de Dupré, quien comenzó a desentrañar la relación existente entre algunos
trastornos psiquiátricos y la motricidad corporal. Específicamente, estas investigaciones enmarcadas en
el área de la neurología dejaron en evidencia que no todas las afectaciones referidas al movimiento del
cuerpo tienen que ver con una lesión cerebral, sino que las alteraciones y en definitiva, la
caracterización de la movilidad corporal puede deberse a los múltiples factores convergentes en la
intrincada integralidad del sistema nervioso.
Esto revela que la psicomotricidad va más allá de la comprensión de un aspecto puramente
fisiológico de la constitución humana, abarcando una multidimensionalidad en la confluyen variables
de origen neurofisiológico, psicológicos y hasta sociales, como lo sostiene Da Fonseca (2000). De
hecho, el mismo autor sostiene que en la evolución histórica de los estudios acerca del tema, la
epistemología de la psicomotricidad se ha enriquecido con los aportes de las investigaciones que la
asocian a los factores instintivos-emocionales como los trabajos de De Ajuariaguerra. También se ha
vinculado la psicomotricidad con el desarrollo del lenguaje en los estudios deLeroi-Gourhan, en tanto
que en las investigaciones de Schilder, se discierne en torno a la relación existente entre la
psicomotricidad y la caracterización y el reconocimiento propio de la imagen corporal. Por tal motivo,
no es de extrañar que en la actualidad se intente explicar una relación entre la psicomotricidad y la
identidad de género.
De este modo, la psicomotricidad se asume como una disciplina científica y como un conjunto de
factores e interacciones asociadas a las dimensiones psicofisiológica, afectiva y psicosocial del ser
humano, ya que, está vinculado con el aprendizaje de nuevas formas de relacionarse con su entorno a
través del cuerpo, las actitudes y motivación que impulsan determinados comportamientos y el
aprendizaje social de modelos de imitación de actuaciones que involucran lo corporal. En definitiva, la
psicomotricidad constituye una esfera del desarrollo del individuo, cuya caracterización diferenciada en
cada etapa evolutiva desde la infancia, va a repercutir en los rasgos de personalidad y en la propia
identidad del sujeto.
Berruezo (2000b), por su parte presenta una definición de la psicomotricidad basada en las
conclusiones planteadas en el Forum Europeo de Psicomotricidad de Marburg, Alemania; la cual, se
sustenta en una perspectiva global del ser humano como una entidad bidimensional indivisible,
conformada por el cuerpo y el espíritu. De allí que, la psicomotricidad involucra múltiples
interacciones que desde lo corporal, expresan los caracteres cognitivos, emocionales y simbólicos del
ser humano en marco de un contexto social. Por ende, la psicomotricidad representa un factor
significativo en la configuración de los rasgos personales de un individuo.
En función de lo anterior, se proyecta el campo de estudio y práctica de la psicomotricidad como
ciencia, según los términos del citado autor, hacia todo lo concerniente a la tarea de lograr el balance
psicomotor de una persona, independientemente de su condición, desde los aportaciones en la
educación inicial de los niños, hasta el abordaje de los principios del desarrollo psicomotriz en cada
una de las etapas del desarrollo humano. Además, la psicomotricidad busca contribuir con la
estimulación temprana en bebés que presentan algún tipo de riesgo de trastorno o discapacidad y a su
vez, lleva a cabo un trabajo de implementación de técnicas tradicionales y alternativas para la
rehabilitación y reeducación de las funciones psicomotoras que se presentan en diversos trastornos de
carácter neurológico.
Asimismo y a propósito de los planteamientos que se esbozan en este estudio, es conveniente
destacar que la labor de los profesionales encargados del desarrollo psicomotor contempla la aplicación
de técnicas y realización de investigaciones, que en los últimos tiempos han ido trascendiendo hacia
otras esferas que tienen que ver con la caracterización de la personalidad y la identidad del ser humano,
involucrando la implementación de procedimientos de “mediación corporal, al tratamiento de las
deficiencias intelectuales, de los trastornos caracteriales o de la personalidad, de los trastornos de
regulación emocional y relacional y de los trastornos de la representación del cuerpo de origen psíquico
o físico” (Berruezo, 2000b, p. 25).
Como puede verse, esto representa un indicio significativo del interés que existe por ampliar el
marco de conceptualización de la psicomotricidad hacia una visión más abierta que involucre no solo el
tratamiento de discapacidades, sino que trascienda al ámbito de la educación, es decir, educar para la
psicomotricidad en aras de que las personas tengan conciencia del implicaciones de tener el poder y el
control del movimiento de su cuerpo y en función de eso, saber actuar, comprendiendo que su
particular forma de moverse es parte de su propia personalidad e identidad.
Sobre este particular, Ravera y Steineck (2014), señalan que la psicomotricidad es una disciplina
reciente, cuyas premisas teóricas iniciales datan de principios del siglo XX y se han ido ampliando y
actualizando conforme se desarrollan investigaciones en el área y se estudian sus vínculos con otras
ciencias. Asimismo, para el abordaje del campo teórico y práctico de la psicomotricidad se hace
fundamental aludir permanentemente a las nociones de cuerpo, mente, movimiento, desarrollo,
maduración, aprendizaje e identidad. De allí que, para comprender la evolución de este concepto sea
necesario atender a la noción del cuerpo desde la perspectiva conductual, cognitiva y psicoanalítica.
En atención a esto, las citadas autoras identifican tres fases en lo que ha sido el proceso evolutivo
de la comprensión de la noción del cuerpo hasta la actualidad, el cual, a su vez ha tenido transcendencia
en la forma de asumir el concepto de psicomotricidad. La primera fase refiere a la concepción del
cuerpo como una herramienta para desarrollar y manifestar las habilidades, por ello, se estudian todos
los principios teóricos que en la práctica se traducen en el desarrollo de la coordinación, la lateralidad,
el equilibrio y los mecanismos que intervienen en la sincronización de los movimientos del cuerpo. En
tal sentido, los profesionales encargados de contribuir con el desarrollo psicomotriz de las personas
desde la infancia, hacen énfasis en el entrenamiento conductual y repetitivo de las funciones
psicomotoras, ya que, la psicomotricidad es considerada en este enfoque como un instrumento para
contrarrestar las debilidades motriz de las personas que presentan una determinada condición especial o
trastorno.
Con respecto a la segunda fase de la evolución de la noción del cuerpo, Ravera y Steineck (2014),
señalan que se orienta por los postulados de la psicología genética liderada por Jean Piaget y Henri
Wallon y por lo tanto, en la comprensión del desarrollo psicomotriz del niño se toma en cuenta el papel
de los intereses y motivaciones que influyen en la movilidad del cuerpo y las funciones psicomotrices.
Asimismo, se destaca la importancia de que la persona desde la infancia, tenga conciencia de su propio
cuerpo y movimiento corporal. Por ello, desde esta perspectiva, se amplía la noción de la
psicomotricidad a partir del reconocimiento de un cuerpo consciente estimulado por factores afectivos.
Sin embargo, la psicomotricidad como disciplina en este enfoque aún es considerada como una técnica
que contribuye en el mejoramiento y rehabilitación de personas con alguna alteración o discapacidad
motora y no como una herramienta para comprensión y optimización del desarrollo integral del ser
humano, desde su movilidad corporal, sea cual fuere su condición.
La tercera perspectiva de la noción del cuerpo, de acuerdo con las citadas autoras, está asociada a
los postulados del psicoanálisis y la etología y refleja la concepción de un cuerpo significante, el cual,
es un ente cargado de simbolismos y expresiones no verbales que aporta a los otros un cúmulo de
significados. De allí que, la psicomotricidad como técnica se oriente hacia desarrollo de la expresividad
del movimiento corporal para aportar significados y comunicación, en aras de contribuir a la
satisfacción de los deseos y las demandas pulsionales. Por tal motivo, la psicomotricidad deja de ser un
instrumento para contrarrestar las dificultades vinculadas con un trastorno psicomotriz y se asume
como parte del desarrollo integral del ser humano en general. De manera que, a partir de aquí el
desarrollo psicomotriz es valorado como algo propio de la identidad de la persona y por lo tanto, debe
ser objeto de consideración en los procesos educativos del ser humano, haciendo especial énfasis en la
Educación Inicial, desde la cual, la sociedad, sea en el entorno de la familia, la escuela y la comunidad;
va contribuyendo con el proceso de desarrollo de ese niño en la dimensión cognitiva, afectiva y
psicomotriz.
Precisamente, para Bottini (2008), el enfoque más idóneo para comprender la acepción de cuerpo
es a través de los principios de la complejidad, los cuales, subyacen a la acepción del cuerpo como una
entidad material y como un elemento temporal y espacial, susceptible de expresar y recibir emoción.
De manera que, el cuerpo es a su vez, un sistema complejo, que se configura permanentemente en una
relación simbiótica con los otros y el mundo exterior. Esto refiere en esencia a la dimensión biológica
del cuerpo, que como estructura, está conformado por diversas partes, las cuales, están
interrelacionadas. De allí que, la noción orgánica, biológica y neuroatómica del cuerpo, refiere a un
sistema configurado por múltiples partes que permiten la movilidad corporal para expresar lo que el
sujeto siente y piensa y así, poder reaccionar ante las sensaciones que recibe del mundo exterior. Este
es el cuerpo que manifiesta las necesidades y emociones y que también se rige por el deseo de los otros,
que impulsan a ese cuerpo a satisfacer una necesidad o exteriorizar una emoción.
En función de esto, el citado autor refiere a la noción de cuerpo como una instancia de
conocimiento, lo cual, se corresponde con la perspectiva psicogenética de Piaget (1964), en cuanto a
que el cuerpo refleja todo el proceso evolutivo que descansa en las distintas etapas del desarrollo, a
partir del cual, el ser humano va aprendiendo por medio de la posibilidad que le ofrece su corporalidad
de interactuar con el entorno. De allí que, se parte de un estadio sensorio-motriz, donde el infante va
asumiendo progresivamente el control y autonomía que el cuerpo le proporciona para explorar el
mundo exterior y actuar sobre él, de acuerdo a las sensaciones que recibe externamente y las
necesidades que nacen en su interior.
Luego, de la experiencia vivida y explorada a través de la acción o del acto (en los términos de
Wallon, 1942), el niño transita en su proceso evolutivo por un período preoperatorio donde la actividad
simbólica es manifiesta gracias a la percepción del entorno y la capacidad de representatividad que va
desarrollando. Por ello, el papel que juegan las demás personas, sobre todo las más cercanas y
significativas, es crucial en la caracterización de los modos corporales que, en definitiva, van
constituyendo parte de su personalidad. De manera que, haciendo alusión a los principios evolutivos
de Piaget (1964), desde esta etapa se aprecia que el movimiento corporal no es algo constituido por el
sujeto en su mundo interior únicamente, sino que se constituye también desde la interacción con el
mundo exterior. De modo que, en la etapa sensorio-motriz, el cuerpo reacciona ante un estímulo
emanado por un agente externo; mientras que en el estadio preoperatorio, el niño tiene la capacidad de
imitar la cinética corporal de los otros con los comparte el espacio vital.
En los términos de Bottini (2008), la etapa evolutiva preoperatoria refleja que el cuerpo es
conocimiento sentido y percibido que luego discurre en un período operatorio caracterizado por la
competencia desarrollada por el ser humano para comprender la movilidad necesaria para interactuar
con el mundo exterior. De allí que, a partir de este período, el sujeto no solo tiene todo el potencial para
expresar la movilidad corporal, sino también para comprender el funcionamiento de su cuerpo.
Asimismo, vale acotar que en ese recorrido evolutivo, el referido autor destaca que el cuerpo es
también lenguaje, que va transitando desde la pre-verbalidad hasta la verbalidad, donde el movimiento
corporal experimenta procesos comunicativos enmarcados en la gestualidad y que se hacen más
complejos en la medida que se desarrolla la palabra.
En tal sentido, partiendo de una perspectiva global de la constitución del sujeto desde la práctica
psicomotriz atendiendo a los postulados de la psicogenética piagetiana y los planteamientos de Bottini
(2008) en torno a la noción de cuerpo, se pudiera concebir que la identidad de género no solo obedece a
un estándar biológico, sino que también contempla el mundo psíquico del ser humano, que en
definitiva caracteriza su esencia, en tanto como ha simbolizado su cuerpo desde lo sexual y cómo desde
su lenguaje, lo representa en su cinética corporal.
En consonancia con lo que se ha venido explicando, Galak (2010), afirma que la acepción del
cuerpo desde las ideas de Pierre Bourdieu, refiere a una entidad real, biológica, histórica, política y
simbólica, la cual, se asocia con las nociones dehabitus, hexis corporales y el capital simbólico. Esto
con la intención de plantear una visión del cuerpo que en la praxiología psicomotriz, supere los
rudimentos dicotómicos de lo material y lo intangible y asuma el movimiento corporal como un
fenómeno multidimensional. En este sentido, Bourdieu considera que las hexis corporales obedecen a
las disposiciones internas del individuo que gobiernan las acciones expresadas a través de la movilidad
corporal, en tanto que, en la inclinación hacia el habitus, se sostiene que los actos rigen el pensamiento.
Se aprecia aquí, una concepción antagónica en la que convergen dos visiones que explican la génesis
del movimiento corporal: del pensamiento al acto y del acto al pensamiento, siendo esta última, la que
orientó los principios teóricos de la teoría del desarrollo planteada por Wallon (1942).
De este modo, Galak (2010), interpretando la noción compleja del cuerpo planteada por Bourdieu
destaca el papel que tiene el mundo social como ese contexto donde el ser humano establece
compromisos que van a repercutir en las disposiciones del sujeto y las consecuentes expresiones del
cuerpo (hexis corporales) y en la acción hecha disposición (habitus). De manera que, la disposición
(elemento interno) es exposición cuando se materializa a través del cuerpo. De allí que, el cuerpo como
componente tangible queda descubierto frente al mundo social y es especialmente vulnerable porque en
definitiva, es lo que se ve y se siente a través de los sentidos. El cuerpo, visto así, está expuesto ante los
peligros implacables y cercenadores del mundo social y también es vulnerable ante los embates
emocionales del mundo interior. Pero es precisamente, ese carácter orgánico del cuerpo, lo que le
permite al ser humano asir al mundo social e interactuar con él para lograr la plena realización y
desarrollo.
En suma, desde la concepción bourdieuanaque interpreta Galak (2010), el cuerpo no solo
contempla la materia biológica configurada desde una predisposición natural innata, sino que refleja la
existencia de un cúmulo de experiencias adquiridas, basadas en el aprendizaje como principio de
transformación permanente que tiene en los habitus, el sustento y el sustratos de las tendencias a actuar,
socialmente aceptadas. De este modo, el cuerpo se constituye y se nutre de lo social y de allí, proviene
también su consideración como capital simbólico, porque no solo, abre el escenario para la expresión
cinética del cuerpo, sino que también asimila y modela las estructuras sociales y las actuaciones de los
otros con los que comparte el espacio vital.
En esencia, este enfoque se corresponde con la exigencia de fundamentar la psicomotricidad en
una acepción compleja del cuerpo, partiendo del hecho de que las personas son “sistemas complejos y
auto-organizados” (Bottini, 2007, p. 63), constituidas por una serie de elementos indisociables, tanto en
la dimensión biológica como psicológica. Y, en tanto que el ser humano tiene la particularidad de ser
un sistema autoorganizado implica que en él confluye la posibilidad de autoproducirse y transformarse
a través de experiencias de aprendizaje, con el fin de mantener el equilibrio que le supone la interacción
con el ambiente social, el cual, sin duda permanece en una dinámica cambiante. A partir de estas
premisas orientadas por la complejidad en la noción de la persona, el citado autor subraya que es
necesario ampliar la comprensión hacia el entorno en el que el sujeto se desenvuelve, para poder tener
una visión de la persona que abarque todas las acciones que ella realiza y los factores que influyen en
ella para llevarla a actuar de una determinada manera.
Desde esta perspectiva, el autor citado explica que la psicomotricidad asume la corporalidad
humana como un sistema conformado por tres dimensiones esenciales: el tónico-emocional, el motriz-
instrumental y el práxico-cognitivo. De allí que, la noción sistémica del cuerpo involucra el
reconocimiento de la complejidad y el entretejido psicobiológico que explica las relaciones de este
elemento tangible con la interioridad de la persona y el mundo externo, representado por el entorno
familiar, social y cultural que forma parte del espacio vital de sujeto con el cual interactúa, generando
relaciones marcadas por lo que el psicoanálisis reconoce como simbólico e imaginario y por lo que
Pierre Bourdieu denomina como vínculos marcados por los hexis corporales, los habitus y el capital
simbólico.
El Significado del Cuerpo en la Identidad de Género y la Transexualidad
De acuerdo con Pragier (2011), los trastornos de la Identidad de Género (en lo sucesivo TIG),
aluden a un espectro de condiciones vinculadas con una sensación de contradicción con respecto al
sexo biológico del sujeto y una fijación de identificación con las características propias del sexo
opuesto. Estos criterios se comienzan a evidenciar desde la infancia pero logran su plena manifestación
en edad adulta y las causas que llevan a un individuo a presentarlos pueden obedecerá múltiples
factores. Asimismo, vale decir que su tratamiento incluye un equipo multidisciplinario que no solo se
encargaría de los aspectos psicológicos que involucraría llevar a la persona a un estado de seguridad y
satisfacción plena de su identidad sexual, sino también de un trabajo médico mancomunado con
endocrinólogos, cirujanos plásticos, ginecólogos y urólogos.
El Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DMS IV) identifica el TIG como
un trastorno de identidad sexual donde se evidencia que el sujeto siente una molestia de tipo interno a
causa de su sexo y análogamente se identifica de forma intensa y persistente con el otro sexo, pues
anhela y tiene un deseo desmedido en ser del sexo opuesto. Según el Manual se deben cumplir al
mnenos dos de cuatro criterios para diagnosticar a una persona con este trastorno. Los criterios son los
siguientes: a) El individuo se debe identificar de forma persistente e intensamente con el otro sexo o la
insistencia que es del otro sexo; b) En la identificación con el sexo opuesto deberá existir
necesariamente pruebas de malestar persistente por el sexo asignado o un sentido de inadecuación en el
papel de su sexo; c) El diagnóstico no debe establecerse si el sujeto padece una enfermedad física
intersexual; d) Para realizar el diagnóstico deben existir pruebas de malestar clínico significativo o
deterioro social, laboral o de otras áreas importantes para la actividad personal del individuo.
En tal sentido, de acuerdo a lo establecidos en el (DSM IV) se deben cumplir al menos dos de los
cuatro criterios presentados para poder diagnosticar el trastorno de identidad sexual y hacer un
seguimiento más detallado del caso. A este respecto Devoto, Martínez y Aravena (2015) destacan que
el Trastorno de Identidad de Género o como se denomina en el (DSM IV) Trastorno de Identidad
Sexual se enmarca en la identidad del género y no de la orientación sexual, pidiendo estar relacionada a
la homosexualidad, la bisexualidad o la heterosexualidad. Este Trastorno se diferencia de la
homosexualidad puesto que éstos no rechazan su sexo ya que se aceptan desde el punto de vista civil y
biológico y se adaptan fácilmente en su medio social con su rol social asignado a su sexo civil. Por otro
lado, las personas con el Trastorno de Identidad Sexual desean ser aceptadas por la sociedad a pesar de
sus conflictos de identidad pues desean tener un cuerpo circunscrito en su identidad y rol de género. A
menudo estos sujetos padecen crisis severas de ansiedad y gran sufrimiento emocional.
Ahora bien, el inicio de este trastorno tiene su origen en la niñez. De acuerdo con Devoto,
Martínez y Aravena (2015) puede iniciar desde los 3 años de edad pues el niño no se reconocerá como
un varón de ahí que empezará a vestirse como niña y a utilizar accesorios propios de las niñas en sus
arreglos del cabello y otros aspectos de la vida cotidiana. El niño en su crecimiento insistirá en alejarse
de juegos violentos y las niñas buscarán hacer juegos de varones. Posteriormente empiezan a rechazar
sus genitales. De acuerdo a lo estipulado en el (DSM IV) en los niños varones en su crecimiento
expresarán el deseo de ser una niña y que crecerán para ser una mujer en el futuro. Suelen realizar sus
necesidades como si fueran niñas escondiendo su pene para simular que no lo poseen. Por su parte las
niñas en su crecimiento muestran poco interés en las muñecas o por vestidos de princesas y actividades
relacionadas a la actividad básica de la mujer. Las niñas revelan claramente su orientación en los
juegos que eligen y en sus fantasías. A menudo rechazan orinar sentadas argumentando que les crecerá
un pene y rechazan los pechos y la menstruación. También al igual que los niños aseguran que crecerán
para ser varones.
En este mismo orden de ideas, en la adultez los síntomas de las personas con el Trastorno de
Identidad Sexual persistirán ya que mostrarán la necesidad de vivir en el medio social como una
persona del otro sexo de ahí que muchos recurran a cirugías y tratamientos hormonales para iniciar una
transformación. Otros se visten y se comportan como personas del otro sexo en secreto e invierten
horas en adaptar su cuerpo a dichas fantasías. Desde el punto de vista sexual estos sujetos por lo
general no tienen relaciones con personas de su mismo sexo debido a su actitud hacia sus genitales,
pues no desean que sean vistos. Sin embargo, en otros casos de sujetos que llegan a casarse por lo
general tienen fantasías sexuales donde se imaginan que son mujeres durante el acto sexual ya sea su
acompañante en su fantasía una mujer o un hombre.
En el caso de los sujetos adolescentes y posee este trastorno sexual pueden tener semejanzas en
las conductas de los niños o de los adultos con el trastorno dependiendo del nivel de madurez del
individuo. La fase de la adolescencia suele ser muy conflictiva en individuos sin y trastornos y sin duda
en personas con trastornos sexuales también puede complicarse de ahí que se puede dificultar generar
un diagnostico debido a la cautela del individuo o su indecisión a la identificación con el otro sexo.
Regularmente los casos en adolescentes se identifican por cuadros de ansiedad, aislamiento social y
rechazo por parte de sus pares por el análisis profundo de los casos, la rutina familiar del adolescente,
su vida cotidiana y familiar, entre otros. Es por ello que para esclarecer los casos en adolescentes se
requiere tiempo y muchas veces el ejercicio de un equipo multidisciplinario para un seguimiento más
exhaustivo y el apoyo de la familia.
En este mismo orden de ideas Vilaltella (s/f) el criterio de evaluación para el diagnóstico en
adolescentes ha sido menos estudiada debido a la poca demanda en las consultas. Sin embargo hay
unos casos donde se dan episodios de fetichismo travestido en varones heterosexuales con el trastorno
de identidad sexual donde se sufre de necesidad extrema de fantasías sexuales que conllevan a vestirse
como el sexo opuesto. Además, se debe aclarar que el fetichismo travestido es un proceso distinto al
trastorno de identidad sexual pues los primeros generalmente no muestran una infancia con historia de
conducta de género cruzada como en los niños con trastorno de identidad sexual.
Según Pragier (2011) el Trastorno de Identidad de Género (TIG) debe abordarse desde el punto
de vista integral, con un equipo multidisciplinario no solo para su diagnóstico en edades tempranas sino
también para su tratamiento. Este autor destaca que el trastorno es considerado como tal puesto que
provoca en el sujeto que lo padece un malestar, pues la persona que desea en su interior tener otro sexo
distinto a su sexo biológico es evidente que se verá afectado desde el punto de vista psicológico, de allí
que este autor considera este trastorno como una enfermedad pues genera un malestar en la persona que
lo vive.
A este respecto el (DSM IV) señala que el malestar y discapacidad que tienen las personas que
padecen este trastorno tiene manifestaciones variables a lo largo de la vida, pues pudiera incidir en las
actividades cotidianas del individuo por las persistentes fantasías y ansiedad por anhelar tener un sexo
distinto al que posee biológicamente. Esta realidad puede generar problemas psicológicos, aislamiento
social, problemas de rendimiento escolar y además pidieran sufrir acoso escolar. En los niños mayores
y adolescentes pudieran tener ansiedad y deseo de trasnvestirse ocupando mucho tiempo y energías que
básicamente tendrá interferencia en sus actividades cotidianas y sociales, sus relaciones sociales
pueden verse afectadas y por ende su rendimiento académico y laboral.
Por su parte Pragier (2011) insiste en que se trata de un trastorno que genera sufrimiento en el
sujeto que lo padece y que debe tratarse desde la niñez con un equipo multidisciplinario de alto nivel, el
cual debe presidir un profesional de la salud mental y un endocrinólogo quienes deben evaluar de
forma exhaustiva los posibles diagnósticos y las posibles comorbilidades asociadas que puedan apoyar
o retrasar el tratamiento de reeducación sexual pertinente. También, el equipo deberá considerar la
posibilidad del desarrollo de psicoterapia a lo largo del tratamiento. Este autor señala que en lo que
respecta al niño que presenta síntomas de TIG es necesario que su familia acceda a servicios de
psiquiatría para atender el caso de forma oportuna desde muy temprana edad a fin de prevenir y
detectar cualquier comorbilidad que pueda incidir de forma negativa en un proceso de reeducación
sexual.
En este sentido, Vilaltella (s/f) analiza unas variables que pudieran estar incidiendo en la
aparición del TIG en los sujetos generalmente en edades tempranas. En primer lugar está el hecho de
que los hombres homosexuales con género disfórico como los sujetos con TIG tienen prevalencia en
tener hermanos varones que hermanas. Además, que los hombres homosexuales con género disfórico o
no y los sujetos con TIG tienen un nacimiento más tardío en el orden familiar, es decir tienden a ser los
menores. También, de acuerdo a varios estudios realizados y niveles de psicopatología evidenciados en
niños con TIG se puede asociar la inhibición y la reacción al estrés como factores constitucionales que
exponen aún más a este tipo de sujetos.
Por consiguiente, este mismo autor analizando teorías que buscan la causa de este trastorno
sostiene que las hormonas sexuales prenatales tienen efecto en la definición de la conducta sexual
típica consecuente y en la posible orientación sexual. Sin embargo no se ha demostrado con niños TIG
aunque las conclusiones han podido plantearse a partir de evaluación con adultos con TIG, de sujetos
homosexuales e individuos con anormalidades de tipo hormonal. Además, es oportuno destacar que la
retroalimentación a partir de estrógeno es la estrategia principal para explicar la teoría hormonal en los
adultos, es decir en las mujeres heterosexuales con una inyección de estrógeno muestran un auimento
de las hormonas luteinizantes lo que no ocurre en los hombres heterosexuales. Los resultados en los
sujetos homosexuales y transexuales no han sido concluyentes.
En este mismo orden de ideas, este trastorno de identidad sexual descrito por lo general se
asocia a la homosexualidad y es que de acuerdo a estudios se ha podido determinar que el 75% de
chicos con TIG en su etapa hasta la adolescencia han declarado tener fantasías sexuales
mayoritariamente homosexuales y bisexuales mientras que el 80% que han tenido encuentros sexuales
se catalogan como bisexuales y homosexuales. De ahí que analizando el caso de forma retrospectiva se
ha podido asociar que una conducta de cruce de género desde la infancia se asocia a una orientación
sexual homosexual tanto en hombres como en mujeres en la etapa adolecente y adulta.
Sin embargo, aún existe un porcentaje de los casos que se identifica con la orientación
heterosexual además no todos los sujetos que se identifican como homosexuales en la vida adulta han
tenido una historia de conducta de género cruzado en su niñez de ahí que no existe una relación
estadísticamente significativa entre la TIG y la homosexualidad y que la TIG no representa una
manifestación temprana de la homosexualidad. De ahí que un niño que presente síntomas de trastorno
de identidad sexual no es un indicio fehaciente que será una persona homosexual en su edad adulta. Es
por ello que se hace necesario diferenciar el trastorno con otras condiciones.
A este respecto el (DSM IV) señala que el trastorno de identidad sexual se puede diferenciar de
un comportamiento de disconformidad con el papel del propio sexo por el nivel de los deseos propios
del otro sexo, es decir no se asocia al comportamiento de disconformidad con el papel del propio sexo
sino que es algo más interno, es decir de la identidad de la persona notándose una profunda alteración
de la persona con respecto a la masculinización o a la feminización. Es por ello que para poder
diagnosticar el trastorno no solo debe observarse comportamientos que vayan en contraposición a los
estereotipos culturales de masculinidad o femineidad sino que se debe analizar el caso de forma
integral evidenciando consecuencias como malestar, deterioro social, ansiedad, entre otros.
En este mismo orden de ideas, el (DSM IV) en su diagnóstico diferencial del trastorno de
identidad sexual destaca que se debe diagnosticar de forma diferente en caso de presentarse síntomas
de fetichismo tranvestista, pues éste solo se presenta en varones heterosexuales o bisexuales para fines
de excitación sexual y no existe evidencia que los sujetos que lo presentan hayan tejido cuadros de
cruce de género durante la niñez. De ahí que los varones que presenten síntomas tanto del trastorno de
identidad sexual TIG y de fetichismo transvestista deben ser evaluados y diagnosticados de ambos
trastornos.
Por otro lado, se tiende a utilizar la categoría de trastorno de identidad sexual no especificado
para los sujetos que además de tener TIG tienen enfermedades de índole intesexual o congénita.
Asimismo desde el punto de vista psiquiátrico no se puede asociar el trastorno de identidad sexual con
el desarrollo de enfermedades mentales como la esquizofrenia ya que la idea persistente de sentirse
como el otro sexo no implica de una forma patológica de pertenecer a toda costa a él. Sin embargo, en
casos raros pueden existir el trastorno de identidad sexual TIG con enfermedades mentales como es el
caso de la esquizofrenia, específicamente en las ideas delirantes, de ahí la necesidad de una evaluación
integral desde el punto de vista médico.
. No obstante en el (DSM V) se excluye el TIG como enfermedad mental dejando como
patología siquiátrica solamente a la disforia de género y la define como una marcada incongruencia
entre el sexo que una persona siente o expresa y el que se le asigna con una duración mínima de seis
meses manifestando al menos dos de las siguientes características: a) una marcada incongruencia entre
el sexo que uno siente o expresa y sus características sexuales primarias o secundarias; b) Un fuerte
deseo por desprenderse de los caracteres sexuales propios primarios o secundarios, a causa de una
marcada incongruencia con el sexo que se siente o se expresa; c) un fuerte deseo por poseer los
caracteres sexuales tanto primarios como secundarios correspondientes al sexo opuesto; d) un fuerte
deseo de ser del otro sexo; e) un fuerte deseo de ser tratado como del otro sexo y f) una fuerte
convicción de que uno tiene los sentimientos y reacciones típicos del otro sexo.
Otro de los aspectos a observarse en la disforia de género es que el problema debe estar
asociado a un malestar clínicamente significativo, es decir en el proceso debe haber afectación en las
relaciones sociales del individuo, impacto negativo en lo laboral y otras áreas de su vida cotidiana. De
tal manera, para que se pueda dar el diagnóstico de disforia de género se deben evidenciar dichos
criterios y debe existir una duración de al menos 6 meses para que se empiece a considerar el
diagnóstico.
En el (DSM IV) se consideraba como un trastorno de identidad sexual, más asociado a un
desorden mental mientras que en el (DSM V) se enmarca en un diagnóstico psiquiátrico o condición
que se asocia a personas que sienten una disforia de alto nivel a causa de discordancia entre su sexo
biológico con el que sienten que se identifican. En tal sentido, hubo un movimiento en la clasificación
pasando de un trastorno o desorden mental hacia una propia, es decir la tipología de disforia,
enmarcado en una molestia, irritabilidad o malestar significativo que tiene el sujeto con su género. Esto
con el objetivo de evitar el estigma hacia la comunidad de transexuales por parte de la sociedad.
Ahora bien, haciendo alusión a lo que se ha venido planteando en torno a la comprensión de una
articulación de la identidad de género y el concepto de cuerpo desde una visión integral del ser humano
que involucra incluso, la distinción de los rasgos de la personalidad, Morales (2007), plantea que el
cuerpo es un elemento fundamental para expresar y demostrar el principio de identidad de un ser en el
mundo y que el miedo a ser considerado como un individuo desviado debe ser superado en función del
significado que se le da a la corporalidad, ya que, indudablemente ésta como elemento físico es el
único capaz de manifestar lo que se piensa y siente en el mundo interior o psíquico del sujeto.
En tal sentido, conviene agregar que, según el referido autor, es precisamente la cinética lo que
refleja la existencia del cuerpo y es a partir de allí donde se entra en el terreno de la psicomotricidad; ya
que esa energía evidenciada en el movimiento corporal, pone de manifiesto que existe una fuerza que
parte de lo material y lo espiritual. De manera que, en la corporeidad se presentan dos planos: uno
interno y otro externo en los que se despliegan mediaciones y transiciones sustentadas en
modelamientos vinculados con patrones del mundo exterior. Así, por ejemplo, el cuerpo exterioriza
todas las perspectivas y modelos percibidos de las expresiones de otros cuerpos con los que se
comparte en el entorno y que ha se han ido configurando en el mundo interior de la persona como
patrones ideales a seguir, debido a que esos patrones son ampliamente aceptados de acuerdo a los
estándares sociales y culturales.
En función del reconocimiento de la mediación que existe entre el mundo interior y exterior del
sujeto a partir del modelamiento de los patrones socialmente aceptados, Morales (2007), expone las
implicaciones de las relaciones entre el Yo y el otro como la búsqueda de lo que hay de personal en ese
otro que se observa y con el cual, se comparte un espacio vital de relación. De allí que, esta
reciprocidad corpórea involucra un arco intencional en el que convergen la inteligencia, la actuación de
los sentidos y la psicomotricidad y que deviene en lo que el autor define como la acción corporal del
aparato sensoriomotor. Esta acción plantea la idea del movimiento corporal basado en la interiorización
de la sensación en la conciencia del sujeto y no simplemente, como una respuesta mecánica impulsada
por una sensación.
Si se parte de los planteamientos de Morales (2007), se puede afirmar que el significado del
cuerpo debe ir evolucionando desde los cambios de visión de las diferencias en la identidad de género y
la transexualidad como trastornos, disforias o psicopatologías de carácter sexual; a partir de los
cuales,la concepción del cuerpo es sometida a toda clase de limitaciones y prohibiciones que se alejan
de lo social, ética y culturalmente aceptado, impidiendo a los individuo expresarse con su movimiento
corporal cómo realmente sienten y piensan en su interioridad, en función de las sensaciones que recibe
del mundo exterior. De allí que, es menester abrir paso a una comprensión del cuerpo y su movimiento
desde un enfoque convergente y tolerante que involucre el reconocimiento de la relación simbiótica y
modeladora del cuerpo con el mundo exterior y el mundo interior de las personas, cargado de los
significados que se entretejen en lo psicológico, lo social, lo ético y lo biológico, e implicando la
conexión sensorio-motriz que lleva a que esa materia representada por el cuerpo, exista y tenga una
identidad y esta perspectiva abierta y conciliadora tiene su mejor campo de acción en la
psicomotricidad.
En tal sentido, De Ajuriaguerra (1984) presenta una noción de cuerpo muy pertinente, la cual
destaca que es la sustancia constituyente del hombre, el elemento que confirma su existencia y es
receptor de fenómenos emocionales de ahí que el niño descubre su cuerpo por sus reflejos y curiosidad
natural. De ahí que al ir madurando va descubriendo los objetos exteriores y experimentando una
autonomía en su experiencia que lo lleva a generar emociones. Este autor también señala que el cuerpo
se sitúa en espacio y tiempo y el sujeto en un principio se sitúa en un tiempo biológico enmarcado en
las necesidades básicas pasando luego a un tiempo cronológico donde el sujeto actuará con más
autonomía y ejercerá acciones para dominar su propio espacio.
De ahí que al principio el sujeto al reconocer su cuerpo lo perciba como fragmentado de ahí que
en los primeros años de vida se le concibe como una realidad difusa. Sin embargo, al ir madurando el
sujeto explorará su cuerpo y entenderá que esos fragmentos lo constituyen un todo que representa su
cuerpo en una totalidad. En este sentido, De Ajuriaguerra (1984) señala que el cuerpo es conocimiento
ya que desde una perspectiva sensoriomotriz actúa en un espacio práctico desarrollándose hacia el
mundo exterior. A partir de allí es que se puede comprender el cuerpo y su relación directa con el
medio. Para lograr esto es necesario el lenguaje, de ahí que este autor señala que el cuerpo tiene una
relación vital con el lenguaje, que puede ser preverbal de acuerdo a las vivencias afectivas a través de
gestos o mímicas o por medio del lenguaje verbal que facilita la acción en el contexto de la exploración
del cuerpo humano y sus implicaciones en la comunicación.
Es de destacar que esta concepción de cuerpo humano otorga una idea clara de cómo el ser
humano va adquiriendo el conocimiento sobre su cuerpo a través de los sentidos, su exploración, sus
destrezas físico motoras y debilidades lo cual permitirá precisar de una forma más amplia el origen y
presencia de trastornos, condiciones y enfermedades relacionadas al cuerpo humano o a partir de la
psicomotricidad y sus interrelaciones internas. Una de estas condiciones o más bien diagnósticos es lo
referido a la identidad de género.
De acuerdo con Péchin, Aczel y Mallo (2015) hacen referencia a la despatologización de las
identidades transexuales ya que forman parte de la diversidad humana. Estos autores rechazan que la
identidad transexual, la transgeneridad, el travestismo y lo trans sea considerado como una enfermedad
mental y un problema pues se podría motivar la discriminación lo que se tornaría más peligroso para la
sociedad pues se estarían imponiendo males como la exclusión, la desigualdad y la violencia. La
discriminación hacia estas comunidades se ha promovido desde que se ha aplicado el modelo binario y
heteronormativo donde se diferencian a las personas como trans y no trans lo cual ha motivado en
diversas sociedades el estigma, odio y violencia hacia estas personas limitándoles en muchas ocasiones
las oportunidades para su desarrollo personal, académico y profesional. De ahí la importancia de
promover un marco normativo y jurídico que abra las posibilidades para que estas personas puedan
acceder a todos los servicios y oportunidades requeridas para su crecimiento personal, profesional y
humano reconociéndolos como sujetos activos de derecho, con la capacidad necesaria para decidir
sobre sus vidas y autonomía propia para tomar sus decisiones.
De esta manera, se hace altamente necesario repensar la manera como se abordan los casos
asociados a la disforia de género en la actualidad dejando de lado los modelos tradicionales
excluyentes, rígidos y normativos que propician más bien discriminación en este tipo de personas. El
objetivo debe ser la construcción de nuevos modelos más abiertos, flexibles que generen la
participación de diversos actores sociales y se respete la diversidad, la autonomía y decisión de estas
personas.
La Identidad de Género y la Transexualidad desde una visión convergente de la Psicomotricidad
Wallon (1942), sostiene que todo niño construye su personalidad a partir de su evolución
psicomotriz, ya que, en esos procesos madurativos que devienen en tener el poder de controlar el
movimiento de su cuerpo, como agarrar, sentarse, levantarse en posición vertical, caminar, empezar a
desarrollar la expresión psicomotriz a partir de la ecopraxia; va entretejiendo toda una red de
experiencias personales consistente en superar sus propios miedos teniendo el control corporal. De allí
que, el desarrollo humano en la etapa infantil está estrechamente ligado a una relación de construcción
de la personalidad basada en el acto, en lo que se puede hacer con el cuerpo y en lo concreto y luego,
en función de la acción se desarrolla lo abstracto, lo cognitivo y lo simbólico; dentro de una
convergencia de sensaciones, emociones y experiencias de comunicación e interacción interpersonal
que en gran medida, van a contribuir a la formación de su personalidad.
En ese mismo orden de ideas, Lapierre y Aucouturier (1985), reseñan que por medio de las
expresiones, comportamientos y experiencias psicomotrices que va vivenciando la persona desde la
etapa de la lactancia, se va construyendo un entramado de simbolismos que tienen su génesis en las
pulsiones generadas en el inconsciente (el Ello), las cuales van a repercutir en su relación con el mundo
exterior y en la constitución de su personalidad (el Yo). De manera que, el desarrollo psicomotriz
interviene en la caracterización de naturaleza psicoafectiva de la persona y lo que será ese sujeto en un
futuro.
Berruezo (2000a), por su parte, afirma que la psicomotricidad contempla la relación inherente
entre lo psíquico y la cinética corporal del ser humano, lo que implica que, no solo trata del
movimiento como un fenómeno biomecánico sino de una dimensión que abarca aspectos psicológicos
como lo neurológico, cognitivo, emocional y social; ya que, refiere a la movilidad corporal impulsada
por necesidades fisiológicas, de seguridad, de afiliación, de reconocimiento y de autorrealización. Esto,
obviamente, está vinculado con el proceso de desarrollo personal y de comunicación del sujeto dentro
de un entorno, frente al cual, es estimulado a interactuar. Por tal razón, el desarrollo psicomotriz va a
ser un componente clave, que en un individuo, va a condicionar otros procesos como las relaciones
afectivas, el lenguaje, el aprendizaje, las praxis, la personalidad y la identidad.
En consonancia con todo lo expuesto, Bottini (2007), plantea una concepción de la
psicomotricidad desde un enfoque global de la construcción de la persona, resaltando que se trata de
una disciplina práctica que contribuye con el desarrollo holístico del individuo, a través de la educación
y estimulación de la movilidad del cuerpoy por medio del trabajo terapéutico de rehabilitación en
personas que presentan una condición que afecta la cinética corporal, la cual, puede tener una etiología
orgánica, psicológica o ambas. De manera que, esto significa trascender los enfoques reduccionistas
que intentan separar lo material (cuerpo) de lo intangible (dimensión psicológica), para desarrollar una
práctica psicomotriz que asuma la noción compleja de la persona como un sistema integral e
inseparable, valorando en la misma medida, las implicaciones físicas y biológicas y las variables
psicológicas inmersas en el desarrollo psicomotor.
Sobre este particular, Wallon (1975), destaca el papel que tiene la interacción del ser humano con
el entorno desde el nacimiento, la cual, es crucial para la conformación de la personalidad a través de
las distintas etapas del desarrollo. De allí que, para este autor no es posible analizar de forma aislada la
dimensión psicológica y corporal, lo biológico y lo social, así como las implicaciones de la genética y
la influencia del ambiente en la constitución de la personalidad del sujeto porque se trata de relaciones
dialécticas indisociables e inexplicables de manera separada. En este sentido, para comprender el
desarrollo humano se debe partir de una perspectiva integral que involucre el reconocimiento de lo
orgánico y la influencia del medio social.
En torno a esto, el referido autor explica un ejemplo a partir del cual, el lactante emplea ciertos
mecanismos que involucran la esfera instintiva, inconsciente e innata de la dimensión psicomotriz y
que en definitiva, le sirven para lograr su objetivo de comunicarse; como el hecho de llorar, gritar,
sonreír o ponerse tenso. Por medio de estas acciones, el bebé manifiesta su estado de complacencia o
insatisfacción y luego en vista de la reacción que le genera a su madre, cuidadores o el entorno
llamando su atención, el infante aprenderá que con estos actos obtendrá el resultado deseado y en esto
se resume la premisa del acto al pensamiento. De allí que, el movimiento corporal y las acciones que el
lactante pueda realizar a través de su cuerpo, marcarán y plasmarán caracteres distintivos en su
personalidad, en función de las respuestas que genere en el mundo exterior, las cuales, sin duda serán
cruciales para que vaya asumiendo el control de lo que le rodea. Y, de hecho, para el infante será su
cuerpo, partiendo específicamente de los movimientos y acciones que realice en su zona bucal, los que
le permitirán comunicarse y entrar en contacto con el entorno para satisfacer todas sus necesidades y
deseos de atención y conocimiento. Todo esto, antes de poder utilizar la palabra.
En atención a lo anterior, la psicomotricidad como técnica y disciplina profesional, da cuenta de
un estudio integral del ser humano, en cuanto al desarrollo y adquisición de destrezas en el movimiento
psicomotriz desde el nacimiento y atendiendo a las distintas etapas del desarrollo evolutivo normal.
Además, el campo de estudio de esta área de conocimiento también abarca todo lo relacionado con las
dificultades, trastornos y debilidades que afectan el buen desenvolvimiento de la cinética corporal, ya
que, precisamente fue en este contexto en el cual, surgió como disciplina. De manera que, contempla
todo lo relacionado con el aspecto educativo, reeducativo y terapéutico del conocimiento, compresión,
desarrollo y expresión corporal de la vinculación entre la psique y la motricidad. Esto significa que, a
su vez, la psicomotricidad está llamada a “desarrollar las capacidades del individuo (la inteligencia, la
comunicación,la afectividad, los aprendizajes...) a través del movimiento, tanto en sujetos normales
comoen personas que sufren perturbaciones motrices” (Berruezo, 2000a, p.44).
Del mismo modo, Bottini (2008), desde su visión compleja de la psicomotricidad plantea que la
práctica psicomotriz debe trascender lo reduccionista y fragmentario en el trabajo educativo y
terapéutico de la persona, para abarcar la globalidad desde la cual, el sujeto ha construido toda la
caracterización de su cinética corporal. Esto implica, reconocer que en el trabajo profesional de
psicomotricidad se presenta un vínculo entre las personas, basado en la movilidad, el lenguaje corporal
y el juego corporal. De allí que, para este autor, es importante trabajar no solo con lo consciente y lo
intencional sino también con lo inconsciente e instintivo. Esto significa tener en cuenta en el desarrollo
de la actividad corporal todo lo concerniente a la tendencia simbólica de las posturas, la gestualidad, la
coordinación, el esquema corporal, las actitudes.
En el caso de las disonancias en la identidad de género y la transexualidad, desde esta perspectiva
compleja, el trabajo psicomotriz debe ir más allá de la práctica clínica y educativa de la
psicomotricidad, hacia la promoción del respeto por las diferencias, lo cual, valoriza el desarrollo
integral y armónico de la persona que se está constituyendo. Por ello, a su vez, es fundamental la
convergencia con otros profesionales que contribuyan desde sus distintas esferas de acción, con la
comprensión integral del ser que está constituyéndose y que se corresponde con un sujeto cuya
identidad psicológica sexual es distinta a la del sexo biológico con el cual nació. De manera que, esto
implica trascender el abordaje meramente empírico y material del fenómeno psicomotor para
comprender al ser, tanto en el plano físico como en el psicológico, considerando la comprensión de la
exteriorización de los rasgos de personalidad a través del movimiento corporal. Esto se traduce en
superar la práctica de la psicomotricidad que solo parte de la observación objetiva para enfocarse en la
comprensión integral del ser.
Justamente, gracias a los aportes de diversas corrientes, como la complejidad y la psicogenética,
la psicomotricidad está transitando por una línea evolutiva que deviene en una apertura conceptual
integradora, que asume a la noción del cuerpo como un elemento constitutivo de la construcción global
de la persona. Y, es desde la concepción del cuerpo de donde se debe partir para comprender y asumir
las diferencias en la identidad sexual y la transexualidad, como condiciones socialmente aceptables, ya
que, siguiendo lo dicho por Vartabedian (2007), es necesario seguir ampliando la brecha, a través de
los aportes de las producciones intelectuales como las de Simone de Beauvoir y Margaret Mead; para
aceptar que las distinciones entre hombre o mujer, no son más que construcciones culturales.
Sin duda, esto último, agrega Vartabedian (2007), implicaría cambiar la acepción que han tenido
desde las ciencias médicas, los términos de “sexo” y “género”, porque, si bien el concepto de género se
ha empleado para distinguir el sexo social o psicológico del sexo biológico, no hay que olvidar que
parte del mismo lenguaje médico. Sin embargo, hay que acotar que gracias a estos avances, que en la
década de los 50, llevaron a comprender que existían personas que nacían con un sexo, pero que no se
sentían portadoras de ese sexo, se fue asumiendo la idea de que la construcción global de las personas
puede ser permutable y que desde su cuerpo, se pueden sentar las bases para transformar lo que
psicológicamente no se corresponde con lo orgánico. De allí en adelante, se instauró una lucha que ha
tenido defensores y detractores, tanto en el campo de las ciencias de la salud, como en el terreno de lo
social y político. Todo esto, con el fin de reducir las diferencias que existen entre las características del
sexo biológico y la identidad de género, vislumbrando avances en el ámbito quirúrgico y médico y en
el reconocimiento cultural del género de la persona por encima del sexo biológico.
Es aquí, donde el papel de la psicomotricidad confluye con el de otras ciencias o disciplinas, para
que en aras de favorecer, la identidad sexual y la transexualidad como cualidades propias en la
construcción global de las personas, se desarrolle un trabajo en equipo mancomunado para minimizar
las brechas entre el cuerpo simbolizado e imaginado y el cuerpo real. De allí que, Pragier (2011),
sostenga la idea de que para que los individuos que se encuentran inconformes con su sexo biológico
puedan sentirse satisfechos, es necesario partir de un proyecto clínico que involucre el diagnóstico y
tratamiento por parte de profesionales de la salud mental, endocrinólogos, cirujanos plásticos,
ginecólogos, urólogos y en general, todo aquel profesional que desde su campo de acción, contribuya a
la readecuación sexual; con el propósito de que el sujeto adopte el rol del sexo deseado, en cuanto a
vestimenta, patrones conductuales y demás expresiones del esquema corporal.
Sobre este particular, el papel de la práctica psicomotriz resulta crucial para abordar un caso de
readecuación de sexo, atendiendo a una concepción global de la persona, ya que, implicaría la
reeducación en ciertos elementos que son fundamentales para entender el desarrollo psicomotriz de un
sujeto y por ende, el desarrollo de la personalidad y la identidad de género. Algunos de estos
elementos, que se corresponderían con un proceso de readecuación sexual son: la función tónica, la
postura, el equilibrio, la coordinación, representada por la expresión y el control del movimiento
corporal; la comunicación, sea verbal, gestual, postural y tónica; el control emocional y el esquema
corporal Boscaini (citado por Berruezo, 2000b).
En atención a esto y partiendo de los planteamientos de Berruezo (2000a), trabajar con la
reeducación de la función tónica en un proceso de transexualidad implicaría concretar ajustes en los
distintos estados de tensión muscular que preparan al individuo para la acción, considerando las
conductas y cinética corporal propia del sexo deseado. Esto, inherentemente se vincula con la práctica
de desarrollar una determinada actitud que conlleve a una postura idónea del cuerpo hacia los cánones
del género que haya asumido la persona. En definitiva, el trabajo de la psicomotricidad en este ámbito
podría resumirse en la readecuación del esquema corporal, lo que significaría promover cambios en el
discernimiento que el sujeto tiene de su propio cuerpo, tanto en estado de reposo como en la movilidad
de cada una de las partes de la constitución corporal, atendiendo a las particulares del entorno.
En resumen, la psicomotricidad como técnica representaría una dimensión fundamental en el
equipo multidisciplinario de readecuación sexual, ya que, contribuiría con la construcción global de la
persona transexual desde su corporalidad y expresión de género, favoreciendo la adopción de gestos y
posturas propias del género asumido. Asimismo, la praxiología psicomotriz está llamada a participar en
el trabajo de supresión o incremento de las cualidades anatómicas del sexo deseado, por medio de
estrategias no invasivas, como por ejemplo, minimizar o representar la apariencia de senos o el pene.
(Péchin, Aczel y Mallo, 2015). Esto implicaría, a su vez, desarrollar un trabajo desde la función tónica
y el esquema corporal para que el individuo haga reajustes en su tensión muscular y asuma una actitud
correspondiente con los modos del género adoptado, en el marco de las características propias de su
corporalidad en un espacio determinado.
Conclusión
La identidad de género es un factor crucial en el autoconcepto de un individuo porque forma
parte de la esencia de lo que es el ser en el mundo, tanto en el interior como en el exterior. De manera
que, la identidad de género es constitutiva de la integralidad de la persona, en correspondencia con el
entorno, lo que refleja una inmarcesible relación con las necesidades internas y las demandas sociales.
En este sentido, el elemento que materializa todas estas caracterizaciones reflejadas en la identidad y
personalidad es el cuerpo y la movilidad corporal. De allí que, el papel de la psicomotricidad como
técnica enfocada en el trabajo educativo, reeducativo y de rehabilitación de la cinética psicomotriz sea
trascendental dentro de un proceso de readecuación de sexo o transexualidad.
En virtud de esto, conviene que la práctica psicomotriz asuma la noción de cuerpo desde un
enfoque global de la persona, a partir del cual, se considera a la corporalidad humana como un sistema
complejo conformado dos dimensiones básicas, dialógicas e indisociables: el elemento orgánico y
tangible y el componente psicológico que orienta y es orientado por las acciones de interacción con el
mundo social exterior. De allí que, en la praxiología psicomotriz se deba tener en cuenta lo cognitivo,
afectivo y actitudinal en igual medida que lo instrumental y lo motriz. Una visión como esta, permite
resignificar la labor del psicomotricista, en el marco de un proyecto clínico de readecuación sexual,
como un profesional sensible, consciente y consustanciado con el reconocimiento de la importancia de
la dimensión psicológica y afectiva, que determina la identidad de género de un individuo, en estrecha
vinculación con los elementos de la cinética corporal, como: la función tónica, el esquema corporal, la
gestualidad, entre otros. Todo esto con el fin de que el sujeto adopte los modos propios del género con
el cual se identifica, en cuanto a la expresión de la corporalidad.
Referencias Bibliográficas
Asociación Americana de Psiquiatría (1995) Manual Diagnóstico y Estadístico de las Trastornos
Mentales DSM – IV. España: Masson.
Asociación Americana de Psiquiatría (2013) Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales DSM-5. Madrid, España: Editorial Médica Panamericana.
Berruezo y A., P. P. (2000a). El Contenido de la Psicomotricidad. En Bottini, P. (ed.).
Psicomotricidad: prácticas y conceptos, pp. 43-99. Madrid: Miño y Dávila.
Berruezo y A., P. P. (2000b). Hacia un Marco Conceptual de la Psicomotricidad a partir del Desarrollo
de su práctica en Europa y en España. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado,
37 (1), pp. 21-33.
Bottini, P. (2007). Todos los cuerpos: el cuerpo. Consideraciones críticas acerca de la acepción de
cuerpo como fundamento para la práctica psicomotriz. Revista Iberoamericana de
Psicomotricidad y Técnicas Corporales. 27 (7), pp. 57-68.
Bottini, P. (2008). El Juego Corporal: Soporte Técnico-conceptual para la práctica psicomotriz en el
Ámbito Educativo. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 62 (22), pp.155-
163.
Da Fonseca, Vítor (2000) Estudio y Génesis de la Psicomotricidad. 2da ed. Barcelona, España: Inde.
De Ajuriaguerra, J. (1984). Manual de psiquiatría infantil. Buenos Aires, Argentina: Masson
Galak, E. (2010). El Concepto de Cuerpo en Pierre Bourdieu. Un análisis de sus usos, sus límites y sus
potencialidades. Trabajo de Grado no publicado. La Plata, Argentina: Universidad Nacional de
La Plata.
Lapierre, A. y Aucouturier B. (1985). Simbología del Movimiento. Psicomotricidad y Educación. 2ed.
Madrid: Editorial Científico-Médica.
Morales C., E. G. (2007). El Logos del Cuerpo en la Fenomenología de Merleau-Ponty. Revista
Iberoamericana de Psicomotricidad y Técnicas Corporales. 27 (7), pp. 23-38.
Péchin, J; Aczel, I. y Mallo, E. (2015). Atención de la salud a personas trans. Buenos Aires,
Argentina: Ministerio de Salud
Pérez C., R. (2004). Psicomotricidad. Teoría y Praxis del Desarrollo Psicomotor en la Infancia. Vigo,
España: Ideas Propias.
Pragier, U. M. (2011). Trastorno de Identidad de Género (TIG), un enfoque integral. Revista SAEGRE,
18 (2), pp. 45-56.
Piaget, J. (1964). Seis Estudios de Psicología. Barcelona, España: Labor.
Ravera, C. y Steineck, C. (2014). Cuerpo y Psicomotricidad. [Documento en Línea] Disponible en:
http://www.psicomotricidaduruguay.com/uploads/2014-10-23-01-43-04-0-document.pdf
[Consulta: Febrero 25, 2017].
Sauret, M. J. (1995). Fundamentos de Psicoanálisis: lo real, lo simbólico y lo imaginario. [Documento
en línea] Disponible en: http://www.funlam.edu.co/uploads/facultadpsicologia/639398.pdf.
[Consulta: Febrero 25, 2017].
Vartabedian, J. (2007). El Cuerpo como espejo de las Construcciones de Género. Una aproximación a
la Transexualidad Femenina. Quaderns-e de I¨Lca, 10 (1), pp. 1-14.
Wallon, H. (1942). Del Acto al Pensamiento. Ensayo de Psicología comparada. Buenos Aires: Psique.
Wallon, H. (1975). Los Orígenes del Carácter en el Niño. Los preludios del sentimiento de
personalidad. Buenos Aires: Nueva Visión.

Вам также может понравиться