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La psicóloga alerta sobre los riesgos de asumir las vicisitudes de la vida y de las
patologías, bajo consignas bioligistas y reduccionistas.
Me parece terrible que todo lo reduzca al cerebro. A partir de ahí, elabora consignas
orientadoras de la vida de la gente, que no es distinto de lo que se puede hacer con la
religión, nada más que ahora alertan desde las neurociencias. Esto es lo que yo llamo la
“neurochantada”, que tiene su punto de emergencia en un documento del Banco Mundial
que se llama “Mente, sociedad y conducta” (2014). El texto se fundamenta en las
neurociencias y en las teorías cognitivistas para lograr el desarrollo en los países que no
pertenecen al mundo desarrollado. Si uno lee este documento reconoce mucho de lo que
dice Durán Barba.
Cada uno tiene sus recursos políticos y Manes utiliza las neurociencias para ver cómo
consigue un cargo político, y eso es lo que está negociando permanentemente. El
problema es que lo apliquen después en las escuelas con esa ideología reduccionista y
neurobiologista, porque trae resultados catastróficos como el etiquetamiento de los niños.
–¿Cuál es su opinión sobre la calidad de la formación en neurociencias en las Carreras de
Psicología?
Creo que está mal dada y, además, en muchas facultades de psicología se genera a los
alumnos un rechazo global a pensar el cuerpo.
El modelo neoliberal tiene como eje el modelo del aseguramiento individual, hacia lo que
tiende la CUS. Este seguro es una mercancía muy extraña, que nosotros compramos pero
no usamos y el que vende espera que nunca utilicemos. El secreto del seguro es que lo
que vende es una “sensación de seguridad” en el campo de la incertidumbre.
Todo esto confluye en una época en la cual tenemos un actor internacional de muchísimo
peso en el terreno de la salud que es el Complejo Médico Industrial Financiero, la segunda
o tercera industria del mundo. Lo llamamos también Financiero porque ha entrado en una
etapa donde el circuito financiero y el de producción y venta de medicamentos están
profundamente articulados.
¿Qué sucede en otros países que aplican este tipo de sistemas neoliberales en salud?
A su vez el fenómeno de Colombia demuestra que puede haber población con cobertura
y sin acceso. Mientras tanto acá inventamos el disparate de que hay una población con
acceso pero sin cobertura, que en realidad es gente con la que podrían hacer negocio pero
no lo están haciendo. En la Ciudad de Buenos Aires una de estas mal llamadas personas
“sin cobertura” se puede hacer una operación de cerebro en el Argerich.
El neoliberalismo golpea más fuertemente en aquellos flancos que producen una mayor
capacidad de empoderamiento por parte de los actores y donde además no se juega de
manera tan palpable la cuestión de la producción de ganancia. La estrategia con la que
pensamos la Ley de Salud Mental no se acopla con la idea de aseguramiento individual
porque implica servicios que son colectivos, una articulación intersectorial para
garantizar derechos. Hubo sectores que empujaron fuertemente para sacar el artículo 4
que dice que los consumos problemáticos son un tema de la órbita de la salud mental.
Nora Merlin abr 2017La psicoanalista y profesora de la UBA Nora Merlin advierte sobre
esta moda que invade a las escuelas.
Desde hace buen rato las neurociencias vienen pujando por un lugar en las escuelas. La
intención se oficializó el año pasado cuando el Ministerio de Educación y Deportes de la
Nación firmó un convenio con la Fundación del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco,
que preside el neurólogo Facundo Manes) para crear el Laboratorio de Neurociencias y
Educación, que —según sus impulsores— promueve la articulación entre unas y otra “con
el fin de potenciar los procesos de enseñanza y aprendizaje a partir del conocimiento
acerca de cómo funciona el cerebro”.
Merlin invita a desandar en forma didáctica aquella afirmación que hoy circula como
verdad y panacea a distintos males. “Las neurociencias son disciplinas que estudian el
sistema nervioso y pretenden explicar la conducta y el padecimiento mental según bases
biológicas. Los psicoanalistas pensamos que son un anacronismo, porque el aprendizaje,
la afectividad pasan por otro carril, no responden a la lógica de la neurona”, sostiene quien
también trabajó con Ernesto Laclau, es profesora de psicoanálisis en la UBA y magíster
en ciencia política. Su trabajo de investigación lo desarrolla alrededor de la articulación
de política y psicoanálisis, de los temas de cultura y medios. También es autora de
Populismo y Psicoanálisis (Letra Viva).
Insiste que lo que hoy se presenta como una innovación en ciencia es en realidad un
anacronismo. En 1895 Sigmund Freud, siendo neurólogo, considera que esa disciplina no
le servía para explicar lo psíquico: “Lo que hoy venden como la novedad quedó
desterrado en 1895. Es como dice la canción de Silvio Rodríguez «Un servidor de pasado
en copa nueva»”. Freud enseña que el cuerpo psicológico no coincide con el orgánico, y
que la palabra importa cuando se habla de salud y enfermedad.
La autora llama la atención sobre el momento político, económico, de época en que las
neurociencias irrumpen la cultura y la educación, la vida cotidiana de las personas: “El
neoliberalismo avanza tomando toda la cultura, estableciendo un criterio sobre qué es
normal y qué es patológico. Esos criterios de normalidad, salud y enfermedad están
determinados por los departamentos de marketing de los laboratorios (farmacéuticos),
una de las industrias que mueven el mundo. Criterios que se difunden luego por los
medios de comunicación y por todos los aparatos de imposición simbólica. Se crean
necesidades, se instalan determinadas patologías y definen los síntomas que incluyen”.
Merlin menciona como enfermedades “de moda”, impuestas por ese mercado, el ataque
de pánico y el trastorno bipolar en los adultos. Y en los más pequeños el famoso TDH: el
trastorno de déficit de atención por hiperactividad. “En 1895 Freud llamó al ataque de
pánico neurosis de angustia. Es decir, todos los síntomas que aparecen hoy como ataques
de pánico ya los describió Freud, no son una novedad. La diferencia es que ahora vienen
medicalizados”, repasa la psicoanalista de la UBA para remarcar que a esa depresión
manifestada por una persona se le pone una mordaza química. “Esa persona va a tener
dos problemas: va a seguir con la angustia y tendrá que resolver la dependencia al
psicofármaco. En lugar de escuchar lo que se manifiesta en el cuerpo con sudoración o
taquicardia (por ejemplo) se le da un medicamento y se quita la oportunidad de expresar
en palabras ese sufrimiento”.
Los niños y las niñas en edad escolar no escapan a esta lógica de salud y enfermedad
motorizada por el mercado. Es corriente escuchar a docentes y familias hablar de chicos
que no aprenden o tienen problemas de conducta por padecer déficit de atención. La
derivación y la medicalización es lo que sigue a estas rotulaciones.
Nora Merlin menciona al TDH como la enfermedad que está a la orden del día. “Quienes
impulsan estas patologías incluyen como déficit lo que son características propias de los
niños: si un niño se mueve se afirma que tiene déficit de atención, cuando son
características propias de la infancia. Qué niño no se mueve, no es activo. A eso las
neurociencias lo transforman en un trastorno neurobiológico, en un desorden del cerebro.
Y no solo eso sino que piden hacer un diagnóstico temprano para determinar si esos
síntomas se presentan con una frecuencia superior a lo normal. Ahora ¿cuál es el límite
si un chico se mueve mucho? ¿Quién dice qué es lo normal? Ellos. ¿Qué hacen con esto?
Medican. Hay muchísimos niños medicados por un supuesto trastorno que en la mayoría
de los casos no existe. Uno de los mayores éxitos de la cultura neoliberal es haber
instalado la creencia de una supuesta normalidad psíquica que se debe alcanzar, donde
una vía para lograrlo es la medicalización”.
—¿Cómo se manifiesta esta situación en el día a día en las escuelas?
—Hay toda una bajada de línea a los docentes quienes se ponen a estudiar neurofisiología
y tratan de homologar la lógica de que si un chico tiene problemas de atención hay que
derivarlo al neurólogo. Muchas veces lo hacen de buena fe. Pero cada niño tiene su tiempo
de aprendizaje. Hay momentos singulares para cada niño que hay que respetar. No se
puede sostener que porque los chicos se mueven tienen déficit de atención o un trastorno.
Son desafíos para los docentes, porque estamos ante un problema muy serio en la cultura,
donde se busca medicalizar. Una cultura que tiende al no respeto por la diferencia, más
bien a una supuesta normalidad, y los que no están ahí es porque les falla algo en la
sinapsis neuronal que hay que resolver con medicación.
—¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Por qué el ideal de una supuesta normalidad y
uniformidad? ¿Por qué todos los niños deben responder a determinada cifra, ser
cuantificados? ¿Y por qué abandonar la singularidad y la diferencia si los niños no son
iguales, todos tienen su propia historia? La afectividad es el motor del aprendizaje: si un
niño está triste, tiene inhibiciones, seguramente no va a poder aprender. Ahora, eso no
responde a una lógica neuronal. Seguramente hay repercusiones en el cerebro, pero eso
no significa que el cerebro sea la causa de su tristeza. Los docentes no son pasivos
receptores, y porque viene una resolución “de arriba” hay que someterse. Tienen
responsabilidad en sus actos. Un docente debe preguntarse por su acto. Hay que
deconstruir entonces todos estos mensajes comunicacionales.
—Las neurociencias promueven entonces un pensamiento uniforme.
—Las neurociencias van en contra del pensamiento crítico. Hay que someterse a
determinada medida y supuesta normalidad, quienes no se someten a eso les caben las
patologías. El objetivo es promover un pensamiento ahistórico, eliminar la política, la
subjetividad, la singularidad y convertir una masa de gente medicalizada, uniforme,
adaptada, disciplinada. Ese es el verdadero objetivo.
Las neurociencias: un intento de colonizar la subjetividad
Revista La Ciudad > Notas > Nacionales > Opinión > Las neurociencias: un intento de
colonizar la subjetividad manes y neoliberalismo mar 2017Colonización de la
subjetividad: las neurociencias –
No deja de sorprender que se presente a las neurociencias como lo más moderno cuando
en realidad se trata de un reduccionismo pre-freudiano, que homologaba lo psíquico a lo
biológico y que afirmaba que los procesos mentales eran cerebrales. (“Un servidor de
pasado en copa nueva”, como dice Silvio Rodríguez). Reducir el sujeto, la relación con
el prójimo, lo social, a la actividad espontánea de la corteza cerebral o a la conectividad
neuronal implica un anacronismo. El descubrimiento de la neurona, a fines del siglo XIX,
realizado por Santiago Ramón y Cajal fue un aporte fundamental a la neurología. Pero ya
en 1895 siendo neurólogo, Sigmund Freud sostuvo que esa disciplina era estéril para
investigar lo psíquico. Abandonó ese camino y se orientó hacia lo que sería el
psicoanálisis: descubrió la importancia de la palabra y la escucha en la afectación del
cuerpo y la producción de síntomas, planteando que es vía la palabra y la escucha de cada
sujeto que advendrá la curación. En 1.900 descubrió el inconsciente e inventó el
psicoanálisis como práctica, construyendo una teoría que traería muchas novedades, entre
ellas un nuevo cuerpo que no sólo es orgánico ni determinado por conectividades
neuronales, sino que está marcado, traumatizado y sintomatizado por las palabras del
Otro. El psicoanálisis propuso un corte epistemológico radical: vino a cuestionar la
universalidad de la norma, otorgando, como nunca antes había sucedido en la historia de
la cultura, dignidad a la diferencia absoluta: cada sufrimiento es singular, cada caso es
una excepción, cada amor es único, la sexualidad no es biológica, uniformada ni coincide
con la genitalidad y el cuerpo hablado se constituye como erógeno. Más tarde Jacques
Lacan continuó desarrollando el psicoanálisis: lo articuló a la lingüística, la lógica, la
topología, etc., y ese cuerpo teórico constituye la herramienta fundamental para tramitar
el sufrimiento del hablante-ser.
Los psicoanalistas nos oponemos a regresar a la caverna paleontológica que proponen las
neurociencias. Nuestro punto de vista es que el padecimiento subjetivo singular no está
causado por la neurona, que el inconsciente no es biológico y que los tratamientos que
proponen las neurociencias no son modernos ni serios. La medicación que proponen
opera como una mordaza para adormecer a los sujetos y silenciar el sufrimiento, lo que
termina agravándolo, en tanto que desde una posición psicoanalítica de lo que se trata es
de que exprese y se aloje en una escucha especializada: el analista.