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N VAí.

tabar;
B H H n n H H

1080006739
"La felicidad n o e s u n accidente.
Es el premio que g a n a m o s p o r h a b e r
escogidb con sabiduría y p r u d e n c i a
las cosas que s e a t e s o r a n e n el a l -
macén de la vida. Así, j a m á s t i e n -
d a s la m a n o p a r a coger d e aquí y
de allá a l azar, p o r q u e t e e n c o n t r a -
r á s con las m a n o s vacías. P i e n s a
ciué e ? lo que deseas, v e por ello y
p r e p á r a t e a p a g a r l o bien.
"Yo confío que t ú i r á s t r a s de las
co.-as p r o f u n d a s : el respeto de ti
misma que proviene d e la aceptación
de nuestra p a r t e d e responsabilidad
de mi t r a b a j o satisfactorio, del m a -
trimonio. del b o g a r y la f a m i l i a .
Porque éstas son las cosas que se
t o r n a n m e j o r e s con el tiempo y n o
degeneran. S o n la verdadera f o r t a -
leza de la felicidad".
JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN
MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LAS ACADEMIAS ESPAÑOLA

Y DE LA HISTORIA

T A B A R É
POEMA
PRECEDIDO DE UN JUICIO CRÍTICO

POR

JUAN VALERA
DE LA REAL ACADEMIA ESPAS0LA

LA LEYENDA PATRIA
CON UN JUICIO CRÍTICO
DE

PAUL GROUSSAC

NOVÍSIMA EDICIÓN I L U S T R A D A

C A S A S E D I T O R I A L E S
MÉXICO ^ BUENOS AIRES
MAUCCI HERMANOS ? MAUCCI HERM.08 É HIJOS
P r i m e r a del R e l o x , N. 1 ' Calle R i v a d a v i a , N. 1435

HABANA
JOSÉ LOPEZ RODRIGUEZ
Calle Obispo, N . 133-135

1905.
TABARÉ

A. D. L u i s Alfonso

i distinguido amigo: No puede V. figurarse


cuán grande es mi gratitud á V. por las ge-
nerosas alabanzas que ha dado á mis Cartas
Americanas. Y, si bien yo soy algo egoísta,
como cada hijo de vecino, no se lo agradezco tanto
porque alabándome aumenta V. mi crédito de escritor,
cuanto porque une V. sus esfuerzos á los míos en un
trabajo que considero útilísimo.
España y las que fueron sus colonias en América,
convertidas hoy en diez y seis Repúblicas independientes,
deben conservar una superior unidad, aun rotos los lazos
políticos que las ligaban. El importante papel que España
ha hecho en la Historia del mundo, sobre todo desde
que su nacionalidad apareció plenamente á fines del
siglo XV, imprime á cuanto proviene de España, por
sangre, lengua, costumbres y leyes, un sello exclusivo
y característico que no debe borrarse.
Dicen que yo soy muy escéptico; pero creo en mul-
titud de cosas en que los que pasan por creyentes no
creen; y entre otras creo (por manera vaga y confusa,
es verdad) en los espíritus colectivos. Mi fantasía trans-
forma en realidad sustantiva lo que se llama el genio
de un pueblo ó de una raza. Lo que es figura retórica Disuelto ya el Imperio, no hay más recurso que re-
para la generalidad de los hombres, para mí es ser j signarse; pero no debe disolverse, ni se disuelve, la
viviente. Y al incurrir en tan atrevida prosopopeya, ¡ iglesia, la comunidad, la cofradía, ó como quiera lla-
no me parece que incurro en paganismo ni en hegelia- ' marse, que venera y da culto al Genio único que la guía
ntsmo. ¿Acaso no cabe mi suposición dentro del pensar y que la inspira. Todos debemos ser fieles y devotos
cristiano? ¿No consta del Apocalipsis que tenían sendos á este Genio. Yo, además, me he atrevido á consti-
angeles tutelares las siete iglesias del Asia? ¿No es pia- tuirme, al escribir las Cartas Americanas, en uno de
dosa creencia la de que cada individuo tiene su ángel sus predicadores y misioneros. ¡Ojalá se me perdone
custodio? Pues entonces, ¿por qué no ha de tener cada el atrevimiento en gracia del fervor que le da vida en
pueblo y cada raza un ángel custodio de más alta ca- mi alma!
tegoría y trascendencia, que ordene las acciones de los Sea por lo que sea, pues no es del caso entrar aquí
hombres todos que á dicha raza pertenecen, en prescrita en tales honduras, la madre España, desde hace más
dirección y cierto sentido, para que formen, dentro de de dos siglos, ha decaído, no sólo en poder político, sino
la obra total de la humanidad entera, una peculiar cul- en aquel otro poder de pensamiento que se impone á
tura? Esta, combinándose con el producto mental de los espíritus y domina en el mundo de la inteligencia.
otras grandes razas y nacionalidades, constituye la ci- Francia, Inglaterra y Alemania, son ahora reinas y
vilización humana, varia y una en su riqueza, la cual, señoras en esto, así como en las cosas materiales. De
desde hace más de dos mil años, cinco ó seis predesti- aquí, algo como un vasallaje intelectual en que nos tie-
nados pueblos de Europa han tenido y tienen la misión nen. Van delante de nosotros por el camino del pro-
de crear y de difundir por el mundo. greso, y como en la ciencia positiva y exacta no hay
Mi razonamiento, y le llamo mío, no porque no le más que un camino, tenemos que seguir las huellas de
hayan hecho otras personas, sino porque yo le hago dichas naciones. Esto ni puedo ni quiero negarlo yo. Ni
ahora, me induce y mueve, sin el menor escrúpulo de negaré tampoco que, en todo lo que es ciencia inexacta,
que alguien me acuse de herejía, á dar adoración y deslumhrados nosotros por los adelantamientos reales
de los extranjeros, también solemos seguirlos ciega-
culto al genio, ó, si se quiere, al ángel custodio de la
mente, y aceptar y aun exagerar sus sistemas, sofis-
gente española. Así es que yo, si bien deploro que aquel
mas y especulaciones, los cuales acostumbran ellos á
grande Imperio de España y sus Indias se desbaratase,
forjar con más primor, con más arte, y sobre todo, con
todavía absuelvo á los insurgentes que se rebelaron
mayor autoridad, gracias al descaro, á la frescura y al
contra el señor rey don Fernando VII y acabaron por aplomo soberbio que les presta la confianza de ser más
triunfar de él y substraerse á su dominio; pero no atendidos por pertenecer á nación dominadora ó pre-
absuelvo, ni absolveré nunca á los insurgentes contra ponderante en el día. Píirece, pues, inevitable y fatal
el genio de España, y ora se rebelen en Ultramar, ora que, desde hace dos siglos, nos mostremos como discí-
en nuestra misma Península, los tendré por rebeldes pulos, como imitadores de los extranjeros, en teorías
sacrilegos, y lanzaré contra ellos mil excomuniones y y doctrinas políticas y filosóficas. Las modas de todo
anatemas. esto vienen de París, como las modas de trajes, de
muebles y de guisos.
Entretanto, el Genio de nuestra raza, ¿duerme, nos en la patria del Doctor Eximio, de Victoria, de Melchor
abandona ó qué hace? Aunque renegamos bastante de Cano y de Domingo de Soto, ha sido menester que nos
él, aunque olvidamos ó desdeñamos por anticuado y impulsen Kleugen, Van Wedingen, Liberatore, Prisco
absurdo lo que nos inspiró en otras edades, yo entiendo y otros tudescos, belgas é italianos.
que nos asiste y nos inspira aún, especialmente en todo Hasta en literatura, en lo que tiene de preceptivo,
aquello menos sujeto á progreso ó en que no se pro- crítico y teórico, hemos recibido el impulso de fuera:
gresa; en todo aquello que flota, ó, más bien, vuela in- hemos sido clásicos á la francesa desde Luzán; y luego
dependiente y con plena libertad sobre el río impetuoso románticos, porque el romanticismo vino de París; y
por donde van navegando los espíritus humanos. luego naturalistas para remedar á Daudet y á Zola.
Es cierto que cuando nos hemos puesto á filosofar en Por dicha, en medio de este vasallaje, se nota ya,
sentido racionalista, ya hemos sido volterianos, ya se- desde hace años, cierto prurito de emancipación. Nues-
cuaces de Condillac, ya de Cousin, ya de algún alemán tro espíritu va como barco llevado á remolque, en el
en Alemania apenas estimado; y a de Kant, ya de Hegel, mar ó río del progreso; pero ya se siente agitado por
ya de Renouvier, ya de Comte y Littré. Es cierto que, el potente soplo del Genio de la raza, que tira á rom-
cuando no hemos politiqueado p o r rutina ó pasión, sin ser per la cadena de los que nos van remolcando, y á dejar-
los principios más que vanos pretextos, hemos tomado nos sueltos para que naveguemos por nuestra cuenta y
los guías más extraños. Los conservadores, por ejemplo, riesgo.
á un protestante infatuado y seco, que nos despreciaba Traigo aquí todo esto para rectificar vanas senten-
hasta el extremo de creer que s e podía explicar la his- cias que me atribuyen, sin motivo, los pocos periódi-
toria de la civilización de Europa haciendo caso omiso cos franceses y anglo-americanos que han hablado de
de España; los ultra-conservadores ultra-católicos, á los mis Cartas. Ni yo desconozco todo el valer de la cien-
sensualistas elocuentemente desatinados De Maistre y cia y del ingenio de Francia, ni propendo con astucia
Bonald; y en esto han llegado á tal delirio nuestros diplomática, como cree la Revue Britannique, á separar
entusiasmos y nuestro afán de s e r arrendajos, que yo á los hispano-americanos de la alianza intelectual fran-
doy por seguro, y creo no equivocarme, que si Prou- cesa, ni los acuso de imitadores de todo lo francés, como
dhon no se hubiera mostrado federalista en uno de sus si nosotros no lo fuésemos, y como si ellos en tal imi-
libros, tal vez por odio y celos de francés á la unidad tación no nos imitasen.
italiana, y si en España no hubiera habido un escritor De este lado y del otro del Atlántico, veo y confieso,
y orador de valer y aficionadísimo á Proudhon, jamás en la gente de lengua española, nuestra dependencia
en España le hubiera pasado á nadie por la cabeza que de lo francés, y, hasta cierto punto, la creo ineludible;
nos trocásemos en República federal, rompiendo la uni- pero ni yo rebajo el mérito de la ciencia y de la poesía
dad nacional á tanta costa y después de tantos siglos en Francia para que sacudamos su yugo, ni quiero,
apenas lograda. para que lleguemos á ser independientes, que nos aisle-
Pero es más: tal es ó ha sido el descuido, el olvido mos y no aceptemos la influencia justa que los pueblos
ó la corta estimación de nosotros mismos por nuestro civilizados deben ejercer unos sobre otros.
propio pensamiento, que para volver á ser escolásticos Lo que yo sostengo es que nuestra admiración no
debe ser ciega, ni nuestra imitación sin crítica, y q u e que se ha empleado, de presumir es que la ha mos-
conviene tomar lo que tomemos con discernimiento y trado también en la poesía, á no ser que sea la poesía
prudencia. Y sostengo además que, en Francia y en tan sobrenatural y tan sublime, que sólo la alcancen
qUG Pr6Stan aI dos, y uno medio la alcance.
^una a t e n c i ^ á
atUra contem or Infiero yo de aquí, no diré contra el sustancial pen-
J í P á n e a , la consideran más de
samiento de Clarín, sino contra los términos en que le
X , ,e ¡° y apenas nos conceden ya otra
expresa, que en España hay ahora muchos poetas; que
níafn P ^ ^ I ™ * * « * * V Ü I a n a d e l o ^ 0 y lo nuestra poesía de hoy importa más que nuestra filosofía
ie n G n
autos d e r H - f y SÓl
° V C n ' e n 10 P a s a d ° > y que nuestras ciencias naturales, matemáticas, histó-
autos de fe y hervidero de frailes; y en lo presente, to- ricas y políticas; y que, tomando, no un momento solo,
ros navajas y castañuelas. Lo restante es francés todo.
sino un período extenso, el siglo X I X , España no com-
i r I J ^ * ? \ C ° n t r \ e S t 0 - A P e s a r ^ la ineludible pite ni rivaliza por sus filósofos, sabios, historiadores, etc.,
imitación, existe hoy, y ha existido siempre, en nuestra pero sí compite y rivaliza por sus poetas, con Francia,
literatura, un fondo de originalidad grandísimo, el a S Alemania, Inglaterra é Italia.
ha dado y da razón de sí y luz brillante en la poesía.
Hay, pues, en España abundancia de poetas que, lle-
Vea V. por qué me ha desazonado tanto la decla-
guen adonde lleguen en el foetámetro, ó instrumento
A*'- d C q U e e n E s P a ñ a n o h a y ahora sino para medir poetas, que ha de tener Clarín, no quedan por
2,50 poetas. f Que nos queda, si la poesía se nos quita?
Para consolarme, me explico dicha declaración de cierto bajo del nivel de los que en tierras extrañas se califican
de buenos; y algunos hay, pongo por caso Quintana,
V a bÍ6n P a r a C l a r í n el c o n c e t o
de D o e t , ^ - ' P que bien pueden codearse con Chénier, con Manzoni,
Y
llegan hov " ? ^ s ó l ° dos e s
Pa^s y con los más altos líricos ingleses, sin deberles nada,
d e ^ a l h L * \ y 2 5 ° á k m i t a d d e s u Realidad y ni haberlos imitado, ni conocido acaso.
de su altura. Entendido así el negocio, no hay de qué
quejarse en absoluto. Y si en lo relativo caben quejas Lo que sí nos falta es público: lectores entusiastas.
La plebe intelectual no lee, ó lee poco: le estorba lo
negro, como se dice hablando con llaneza; y nuestros
PU6S P n Í e n d 0 3 a r t e á Z o m l l a
V s b canfiIr ' ° P > doctos padecen bastante de desconfianza en nuestro
CCr S Cn P0CSÍa
quierael Z J H ° ' y c o n c e d i e n d o si- valer y de cierto desdén á lo español, de que nos han
larde , v H C é n t l m C S á T a m a y ° ' Ferrari, V e - inficionado los extranjeros.
Verda
TIrS T ' S u e r ' Alarcón, Fernández-Guerra En esta situación de los espíritus, es harto difícil mi
reodoro Llórente, Miguel de los Santos Alvarez, Que-
empresa de agradar, interesar y persuadir con las Cartas
p l r ' ' í ^ 0 C a m p i ] l 0 ' G r i l o > f o r r e a , Cabe tany, Americanas. ¿Cómo va á creer quien apenas cree que
Echegaray, Menéndez y Pelayo, Molins, Cánovas, Chesté hay algo bueno en Madrid, ó en Barcelona, que lo hay
y otros, resulta que Clarín ensalza á M a n u e l del P a - en Valparaíso, en Bogotá ó en Montevideo? Y ¿cómo,
acio por cima d e todos los citados señores y e da d n -
V
á no ser un santo, sin chispa de emulación, no se ha
T q U e á « e r a ' d e ellos Y de afligir un poco el poeta de por aquí, á quien tal
como entre ellos no hay ninguno que pase por tonto
m que no haya mostrado habilidad'en otros L l t o T e n vez nadie hace caso, y á quien Clarín no calificaría de
céntimo de poeta, de q u e yo importe tanto género si-
milar ultramarino, q u e llegue á secuestrar la escasa
atención y aprecio que pudieran concederle? Hablemos ya del poema. Tiempo es, dirá V., después
A pesar de estos inconvenientes, como yo soy testa- de tan larga disertación preliminar. Y, sin embargo,
rudo, he de proseguir en mi tarea. Y todo este preám- todavía lo preliminar no ha concluido. Tabaré es muy
bulo es para prevenir á V. favorablemente y darle á americano, y yo quiero decir algo del americanismo
conocer á un poeta rioplatense, llamado Juan Zorrilla en poesía.
de ban Martin, á quien, en mi sentir, no ha de tener Empeñarse en buscar un sello especial y exclusivo
en menos su tocayo español, nuestro laureado Zorrilla; que distinga una obra poética escrita en América, sería
y asi, si empezamos p o r poner á éste, añadimos á Cam- absurdo. Este sello, ó acude sin que le busquen, ó no
poamor y a Núñez de Arce, y, adoptando la severidad acude. En esta ocasión ha acudido, y con omnímoda
de Clarín, contamos p o r medio poeta al Zorrilla mon- plenitud. Quiero significar que Tabaré parece inspirado
tevideano, sumándole con Manuel del Palacio, para por el medio ambiente, por la naturaleza magnífica de
componer otro entero, tendremos en todas las Españas la América del Sud, y por sentimientos, pasiones y for-
cuatro poetas vivos y sincrónicos, lo cual se puede en- mas de pensar, que no son sencillamente españoles,
tender de suerte que sea muchísimo, cuando, por ejem- sino que, á más de serlo, se combinan con el sentir,
plo, en Italia se habla con orgullo de los cuatro-poetas, el discurrir y el imaginar del indio bravo, concebidos,
no contando más en la prolongación de una historia de no ya por mera observación externa, sino por atavismo
seis siglos. del sentido íntimo y por introversión en su profundidad,
donde quien sabe penetrar lo suficiente, ya descubre al
Pero dejemos bromas á un lado; desechemos las
ángel, aunque él esté empecatado, ya descubre á la
medidas arbitrarias y las siempre odiosas y con fre-
cuencia injustas comparaciones. Hablando con seriedad alimaña montaraz, aunque él sea suave y culto. Ello es
y en absoluto, yo no digo que es, porque no reparto que en Tabaré se siente y se conoce que los salvajes
diplomas, pero digo que me parece Juan Zorrilla un son de verdad, y no de convención y amañados ó
excelente poeta; muy original, muy español y muy contrahechos, como, por ejemplo, en Atala.
J
americano. Prescindiendo de novelas como las de Cooper, y de
La obra que me induce á pensar así, se titula Tabaré. descripciones en prosa, en libros científicos y en rela-
fcs¡un extenso poema, leyenda ó novela en verso. ciones de viajes, yo creía que, en poesía versificada,
El autor me ha enviado de presente un ejemplar, por concisa por fuerza y en que no caben menudencias
el que le doy encarecidas gracias. analíticas, los brasileños tenían hasta ahora la primacía en
Antes de hablar del contenido del libro, conviene sentir y en expresar la hermosura y la grandeza de las
decir de su parte material que nos inspira envidia. En escenas naturales del Nuevo Mundo. Leído Tabaré, me
la Península ibérica j a m á s poeta alguno se ha visto parece que Juan Zorrilla compite con ellos y los vence.
mejor impreso, ni tan lujosamente, ni con tan buen No hay en Tabaré las reminiscencias clásicas que en
gusto. Tabaré es un hermoso volumen de impresión clara las epopeyas El Uruguay y Caramurú, y todo está
y limpia, y lindo retrato del poeta grabado en acero. sentido con más originalidad y hondura y más tomado
del natural inmediatamente. Carece acaso Juan Zorrilla
del saber de Araujo Porto-Alegre, ó, si no carece, tiene
JUICIO CRÍTICO 15
14 JUAN VALERA

todo, narra y casi no narra. Parece el poema bella


la sobriedad y el buen gusto de no mostrar que sabe,
serie de poesías líricas, en las cuales la acción se va
tan al pormenor y tan por experiencia y por ciencia, i
desenvolviendo. Cuando los personajes hablan, queda
los objetos que le rodean: las piedras, las plantas y | en duda si son ellos los que hablan, ó si habla el
los animales; pero no nos abruma, como Araujo Porto- poeta, en cuyo espíritu se reflejan con nitidez los
Alegre, aun cuando más le admiramos, ó sea en La sentimientos y las ideas que tienen los personajes de
destrucción de las florestas, con tan rica enumeración modo confuso, como quien no vuelve sobre su espíritu
descriptiva. El poema de Juan Zorrilla no es descriptivo: y le examina y analiza.
es acción, y muy interesante y conmovedora, por donde
Esta manera de poetizar se adapta muy bien al asunto
sus rápidas descripciones, que son el cuadro en que
de Tabaré. Tratado en prosa, dicho asunto daría lugar
resaltan las figuras humanas, agradan y hieren más
á un sutil análisis psicológico; tratado en verso, y como
la imaginación, aunque sean esfumadas y vagas y queden
Juan Zorrilla le trata, su poesía, que no analiza ni
en segundo término. Al poeta brasileño á quien más discurre, porque no sería poesía si tal hiciera, ó sería
se parece Juan Zorrilla es á Gonsalves Días. poesía muy pesada, sobreexcita é inspira al lector para
En la forma poética, Juan Zorrilla es de la escuela que él mismo haga los discursos y los análisis.
de Becquer, al cual, en ambos Mundos, y por donde
El argumento de la obra cabe en muy breve resu-
quiera que suena ó se escribe la lengua de Cervantes, men. El tremendo cacique Caracé, allá en la época de
no se le ha de rffegar la gloria de haber creado escuela. la conquista, roba á una noble y gallarda doncella
No es fácil de explicar en qué consiste la manera bec- española, y la hace madre. La desventurada, á pesar
queriatia; pero, sin explicarlo, se comprende y se nota del amor á su hijo, no resiste la situación horrorosa en
dónde la hay. Las asonancias del romance aplicadas á que se halla, la abyecta servidumbre en que ha caído,
versos endecasílabos y eptasílabos alternados; la acu- y las inclemencias de la vida selvática, y muere pronto,
mulación de símiles para representar la misma idea dejando huérfano al mestizo. Este mestizo es Tabaré,
por varios lados y aspectos; una sencillez graciosa, que héroe de la leyenda. Por sus venas corre mezclada la
degenera á veces en prosaísmo y en desaliñado aban- sangre del indio bravo, de la raza más feroz, más in-
dono, pero que da á la elegancia lírica el carácter dómita, más despreciadora de la vida y más rebelde á
popular del romance y aun de la copla; el arte ó el toda civilización, con la sangre europea, donde van
acierto feliz de decir las cosas con tono sentencioso de infundidos los refinamientos de una educación de dos
revelación y misterio, y cierta vaguedad aérea, que no mil años, transmitida por herencia: las virtualidades,
ata m fija el pensamiento del lector en un punto con- gérmenes y aptitudes que, desenvueltos luego y llegados
creto, sino que le deja libre y le solevanta y espolea á su plenitud y madurez en el adulto, le hacen señor
para que busque lo inefable, y aun se figure que lo de la tierra, capaz de los más altos ideales y digno de
columbra ó lo oye á lo lejos en el eco remoto de la alcanzarlos.
misma poesía que lee; de todo esto hay en Becquer,
El poeta nos quiere pintar en su poema la desapa-
y de todo esto hay en Juan Zorrilla también.
rición irremediable de una raza, cuyo salvajismo enérgico,
Lo nuevo en Juan Zorrilla es que, con ser su Tabaré á par que la inhabilita para la vida civilizada, presta
una narración, en parte de ella, en la primera sobre
á su heroica lucha y á su final hundimiento el aspecto espíritu de Tabaré, y nos le deja ver claramente, en
más trágico, excitando la admiración y la piedad. Esta su vida interior, en el móvil oculto de sus acciones, en
raza es la de los charrúas, que combatieron fieramente sus afectos, en su vago pensar y en su complicada
contra los españoles hasta que no quedó un charrúa. naturaleza.
Tabaré es de esta raza, pero también es español: En la confluencia de los ríos San Salvador y Uruguay
lleva en las venas, por misterio inexplicable, la civili- han fundado los españoles una aldea, fortaleza ó puesto
zación de Europa; inconsciente levadura ó fermento, que avanzado. Don Gonzalo de Orgaz es el joven capitán
hierve y agita su organismo; savia que le remueve de los valientes que mantienen allí la bandera de España.
todo, sin acabar de brotar en flores y en frutos. D. Gonzalo, á pesar del peligro del puesto, tiene consigo
Tabaré quedó sin madre desde muy niño. No sabe á su esposa Dona Luz, y á Blanca, su linda hermana.
nada; y, por lo aprendido, es tan salvaje como los De vuelta don Gonzalo de una excursión guerrera,
demás charrúas, mientras que, por lo no aprendido, por trae á varios prisioneros charrúas. Entre ellos viene
lo no formulado, ni hecho distinto y claro por virtud Tabaré. Tabaré ve á Blanca. Las raras emociones que
reveladora de la palabra, lleva en sí todos los elementos al verla agitan su pecho están descritas con tal suti-
difusos é informes de las ideas y de los sentimientos leza, con arte tan delicado, que se comprende y se
más delicados y hermosos. admira su vaga intensidad. Su idealismo parece real,
No entremos aquí á defender ni á refutar esta teoría naturalista y vivido. Se diría que todo el elemento ma-
de la transmisión hereditaria. Yo me limito á decir que terno de hombre civilizado que había en el espíritu de
ha de tener mucho de cierta, á mi ver, hasta donde no Tabaré, surge, á la vista de Blanca, desde el tenebroso
destruye la libertad y la responsabilidad humanas. No fondo de su sér de salvaje. Es sentimiento sin nombre,
hay religión que no la acepte, admitiendo merecimientos arrobo indefinible, recuerdo confuso de allá de la in-
y pecados originales. El vulgo la afirma con frecuencia fancia, cuando su madre vivía y le llevaba en sus brazos.
en sus proverbios. La ciencia experimental del día va Todo esto no lo dice el indio, porque sería falso que
quizá más allá de lo justo en sostenerla, cayendo en se entendiese él por reflexión, y que se explicase la
determinismo y en fatalismo. devoción, la pureza, la limpia castidad, el religioso aca-
tamiento y la admiración que Blanca le inspira. Todo
Como quiera que sea, pues no nos incumbe dilucidar esto no lo dice el poeta tampoco, como si el héroe,
la verdad científica del alma de Tabaré, el valor esté- mudo ó incapaz de explicarse, tuviese intérprete y co-
tico de la creación es grande, y el arte y el ingenio mentador constante que le fuese traduciendo y glosando.
que se requieren para dar forma, vida y movimiento Y todo esto, sin embargo, se ve y resulta de la poesía
a esta creación, tienen que ser poco comunes. de Juan Zorrilla, por dificultad vencida y por arte pas-
Juan Zorrilla posee este arte y este ingenio. Ni el moso, que le dan, en mi sentir, extraordinario mérito
poeta penetra en lo profundo del alma" de Tabaré, y se y novedad inaudita. Es la más alambicada metafísica
pone a analizarla, como haría un novelista psicólogo; de amor puesta en cifra, y por instinto, en el estilo de
m Tabaré habla ni se explica á sí mismo, lo cual sería los salvajes, y puesta con tal claridad, que la comprende
inverosímil. Y, no obstante, el lirismo de Juan Zorrilla, el hombre civilizado capaz de comprenderla. No parece
como un ensalmo, como un conjuro mágico, evoca eí
Tabaré.-2
sino que el poeta guardaba en ánfora sellada el antiguo
elíxir amoroso con que se embriagaba Petrarca, y que, El bramido del tigre en el desierto.
depurado por los siglos, le derrama en las selvas pri- Así como una piedra,
mitivas y entre las breñas y malezas, embalsamando Al fondo del abismo descendiendo,
el aire del recién descubierto país uruguayo. Despierta temerosas resonancias,
Tabaré, que está enfermo, infunde piedad y simpatía Voces lejanas, quejas y lamentos,
á Blanca y al P. Esteban, La voz de la española
Descendió al alma del salvaje enfermo,
a Encarnación de aquellos misioneros Y en ese abismo despertó la vida,
Que del reguero de su sangre hacían La queja, el grito del dolor y el tiempo ».
La primer senda en medio del desierto,
Tabaré habla entonces á Blanca. Sus palabras ca-
Y marcaban el sitio
recen de orden y concierto. Brotan de sus labios como
Hasta el cual penetraba el Evangelio,
tropel de sombras y luces. El poeta es, pues, quien or-
Con el cadáver solo y mutilado
dena este caos, y le trueca en bellas canciones ame-
De algún mártir sin nombre y sin recuerdo ». ricanas :
Por intercesión del misionero y de Blanca, Tabaré
« i O h ! ¡sí! Yo sé que acechas
queda libre, bajo su palabra de no fugarse de la colonia.
Mis horas de dolor;
Como Tabaré anda melancólico y ensimismado, excita
Sé que remedas alas de jilgueros
más la piedad y el interés de Blanca, que le habla, Donde yo estoy.
á veces. Si responde el indio, rompiendo su obstinado Yo sé que tú el secreto
silencio, ó si el poeta responde por él, interpretando Conoces de mi sér,
su mirada y sus ademanes, queda en esfumada in- Y sé que tú te escondes en las nieblas....
determinación lírica. A la verdad que lo que dice el i Todo lo sé!
indio es el sentir y el pensar del indio; pero apenas Que gimes en el viento;
se concibe que el indio pudiera expresarlo. El encanto Que nadas en la luz;
de la poesía vence esta dificultad, y aun saca de ella Que ríes en la risa de las aguas
más hermosura. Del Iguazú;
Blanca habló á Tabaré. Que miras en las altas
Hogueras de Tu-pá,
« Él se detuvo, sin alzar la frente,
Y en las lunas de fuego fugitivas
Cual llamado á lo lejos;
Que brillan al pasar.
Cual si la voz tardara largo espacio
Tú, como el algarrobo,
En ir desde el oído al pensamiento,
Sueño das á beber,
Quedó fijo; temblaba como el arpa
Y das la sombra hermosa que envenena
Que ha sacudido el viento; Como el abué.
Como el corcel que en su carrera escucha
Yo, temiendo tu sombra,
Tiemblo y huyo de tí, de la generosa y confiada resistencia de D. Gonzalo,
Y tú en el despertar de mis memorias éste cede al fin y despide á Tabaré, para que vuelva
Vas tras de mí». á los bosques, á su vida de indio bravo.
La compasiva Blanca ve al indio antes de partir. En
Luego habla el indio del recuerdo de su madre,
la mente del indio, Blanca sigue siendo un sér ideal:
que Blanca reanima en su mente:
« Con alas invisibles en la espalda »,
« Era así como tú.... blanca y hermosa;
y en los ojos, con la luz de la aurora,
Era así.... como t ú :
Miraba con tus ojos, y en tu vida « Que el seno oscuro de la noche aclara »;
Puso su luz. pero la arisca fiereza del indio, y su sér de charrúa
Yo la vi sobre el cerro de las sombras indómito, que lucha dentro de su pecho con la suave
Pálida y sin color. y amorosa condición que heredó de su madre, se oponen
El indio niño no besó á su madre.... en esta ocasión á que Blanca comprenda que el indio
No la lloró. la quiere bien. Blanca cree que la odia y que odia á
todos los cristianos.
Hoy vive en tu mirada transparente Después hay un momento supremo en el combate
Y en el espacio azul.... interior entre las dos naturalezas de Tabaré. Va á vencer
Era así como tú la madre mía; la ternura, y el charrúa, el charrúa que nunca llora,
Blanca y hermosa....; pero non eres tú ». ni se queja en medio de los más horribles suplicios,
se abraza al P. Esteban y vierte en su sayal una lá-
El amor singular del indio hace que despunte en grima. La reacción es más violenta entonces. La ver-
el alma de Blanca, como en el cielo sereno y puro, una güenza, la ira de haber incurrido en aquel acto de
remotísima é indecisa aurora de amor, tan indefinida, debilidad, deshonroso para su casta, hace que Tabaré
que se confunde con la piedad, con la conmiseración, ruja como un tigre, se desprenda del fraile y huya á
con la caridad cristiana. la selva.
En tal estado vaga Tabaré en silencio por la colonia; Los cantos siguientes del poema tienen el carácter
y, de día, le juzgan loco, y por la noche, la gente cré- de una epopeya trágica y sombría.
dula le imagina alma en pena ó fantasma. La carrera frenética de Tabaré cuando vuelve ya á
Varios soldados persiguen al fantasma y le acometen; sus nativos bosques, es de gran riqueza de imaginación.
Tabaré se defiende, y quiebra entre sus fuertes dedos Ni falta lo sobrenatural, como en los antiguos poemas.
el asta de la lanza de un soldado. Hubiera muerto en- Juan Zorrilla_ llama á los espíritus, á los genios ele-
tonces, si no acude el P. Esteban y le salva. mentales del inundo americano primitivo,'y todos acuden
El lance ocurrido y la singular y sombría condición á su briosa invocación. Ellos, que son inmortales y co-
del indio, avivan las sospechas de Doña Luz y de otros nocieron y trataron la raza extinguida de los huraños
sujetos de la colonia, que no creen posible que un charrúas, salen de sus cavernas, descienden de las
charrúa se civilice y deje de ser una fiera, y, á pesar nubes, se hacen visibles en el aire, y, sacudiendo las
osamentas y los cráneos, hundidos
22 JUAN V A L E R A

« En el profundo limo
Alguna cosa que, al pasar el indio,
En que tienen las algas sus amores,
Sigue tras él con movimiento torpe.
Se arrastra el yacaré, duerme la raya,
El siente á sus espaldas ese mundo
Y la tortuga sus nidadas pone »,
Que su alma sobrecoge;
revelan al poeta los ignorados pensamientos y senti- Mas no se vuelve, y apresura el paso,
mientos de aquellos salvajes. Es más: estos seres extra- Y sigue, y sigue sin saber adonde ».
humanos animan la naturaleza, intervienen como má- Al fin, Tabaré se pára rendido por la fiebre, y em-
quina en el poema y dan forma visible al delirio de pieza su delirio, en que todos los espíritus de la natu-
Tabaré, errante por el bosque. raleza toman activa parte.
No gusto de citar, porque lo que se cita, aislado y Sigue después otro cuadro, que excede acaso en be-
dislocado, pierde toda la belleza que nace del acorde lleza al anterior. La inspiración del poeta, lejos de
en que está con el resto de la composición. Afirmo, menguar, crece, según adelanta en su obra. Es un cuadro
pues, sin citar casi, que todo el vagar por el bosque del más pujante naturalismo. No puede imaginarse
del indio T a b a r é es enérgica poesía, y de un brío grá- aquelarre más espantoso que la escena real y vivida
fico y fantástico notables, donde lo real y lo ideal, lo que el poeta ofrece á nuestros ojos. Ha muerto el
observado y lo soñado, se mezclan y se funden ínti- cacique supremo de los charrúas, y éstos celebran los
mamente. funerales. El sueño frío se entró por las venas del viejo
cacique, y en balde los médicos le chuparon el vientre
« Al sentirlo pasar, las lagartijas
para arrancar el dardo que causaba su mal. Muerto ya,
Hácia sus cuevas corren,
le preparan para el último viaje, embijándole horrible-
Y asoman las cabezas puntiagudas mente la cara con jugo de urucú, para que asuste á
Y el largo cuerpo sin calor encogen. Añang y á Macachera y á los genios del aire. Los
Y las ranas se callan un instante indios danzan ebrios en torno de diez hogueras. La
Mientras pasa, y sus voces, descripción de las mujeres es de mano maestra. Danzan
Como largos quejidos, á su espalda, y cantan las mozas: las viejas, de cuclillas, mastican
Cuando ha pasado, nuevamente se oyen. entre sus mandíbulas sin dientes algo que echan en el
Y los nocturnos pájaros lo siguen brevaje que está fermentando. Los parientes del difunto
En negras procesiones; se cortan dedos, ó se arrancan pedazos de carne ó
El chajá dando saltos por el suelo, túrdigas de pellejo para mostrar su pesar. Todo esto
Chirriando esos murciélagos enormes, no se refiere: casi se ve. Se huele la sangre vertida;
Que, como manchas de la misma sombra, se respira el humo de las hogueras; se perciben los
La oscuridad recorren, cuerpos desnudos; y se oyen los cantares bárbaros, los
Persiguiendo los átomos, ó huyendo aullidos y el resonar de los pies que bailan, y el silbar
Atolondrados de invisible azote. de las bolas y de las flechas y el choque de las lanzas.
Detrás de cada tronco acurrucada Los indios arman brava y fantástica pelea con los hijos
Parece que se esconde del aire y de la noche, con los perros que roen las
JÜAN VALERA

lunas, y con los vestiglos malditos que acuden á llevarse El canto del uní,
el espíritu del cadáver. Las vírgenes esclavas del charrúa
Como digno remate de las ceremonias fúnebres, apa- Brillarán con su luz.
rece el indio Yamandú, reclamando que le eleven al caci- Sus cuerpos son más blandos que el venado
cato supremo. Sus méritos y servicios son notables. Nadie Que acaba de nacer,
hace muecas más diabólicas para espantar al enemigo; Y tiemblan como tiembla entre la hierba
nadie da en la lucha alaridos más feroces. E n su toldo La verde caicobé.
cuelgan cien cabelleras de adalides muertos por su Sus cabellos parecen los renuevos
mano; su pecho está adornado con largas sartas de Más tiernos del sauzal;
dientes y de muelas de los arachanes vencidos, de cuya Sus bocas se abren como el dulce fruto
piel retorcida ha formado la cuerda de su arco. Que da el burucuyá.
Elegido ya ó reconocido como jefe, Yamandú excita ¡Vamos! ¡Seguidme! El extranjero duerme,
á los indios á una expedición contra los españoles. No ¡Duerme en el Uruguay!
puedo resistir á la tentación de copiar aquí parte de ¡El sueño que en sus ojos se ha sentado,
su discurso: No se levantará! "
"¿Queréis m a t a r al extranjero blanco? En efecto: Yamandú ha visto también á Blanca. Ha
Seguid á Yamandú. nacido en su pecho una pasión muy diversa de la de
ái Tabaré y más propia del salvaje. El ansia de robar y
Yo sé matarlo como al gato bravo
De los bosques del Hum. w gozar á Blanca y el deseo de matar á los españoles
Los cráneos de los pálidos guerreros le inspiran el plan de una sorpresa nocturna y de un
Al indio servirán asalto á la colonia de San Salvador. Los indios caminan
Para beber la chicha de algarrobas ya tácita y cautelosamente hácia la colonia, durante la
Y el jugo del palmar. noche, mientras duerme la guarnición descuidada.
Sus rayos no m e ofenden, en su sangre «¿No veis entre las ramas asomarse
Se hundirán .nuestros pies: Los temerosos rostros de los indios,
Sus cabelleras en las lanzas nuestras Embijados de rojo, y dibujados
El viento ha de mover. Con trazos verdes, negros y amarillos?
Vírgenes blancas que en los ojos tienen Las plumas de sus frentes se confunden
Hermosa claridad, Con las hojas del cardo; el remolino
Encenderán en nuestros libres valles Del viento suave, al agitar las ramas,
Nuestro salvaje h o g a r . Descubre aquí y allá rostros cobrizos ».
En esos días de las horas largas
En que canta el sabid, Salen del matorral, por donde iban medio agachados,
Y al pie de la barranca está el bañado y dan ocasión para que el poeta nos nombre á algunos.
Dormido en el j u n c a l ; « Aquel es Ibipué. ¿Quién no conoce
En esas noches en que se oye á ratos Al tubichá, tan fiero como listo,
Que al avestruz alcanza y al venado, Sucédense luego la desesperada furia de D. Gonzalo
Y apresa entre las aguas al carpincho? al saber el rapto de su hermana, su idea de que es
Cayú es aquel que corre entre las chircas. Tabaré quién la ha robado, y su inútil persecución para
Se le conoce en el profundo signo libertarla.
Que, con su hacha de piedra, le ha grabado Entretanto, Yamandú ha llevado á Blanca á lo más
En la cabeza el arachan Siripo. esquivo del bosque, donde el terror impide que pene-
¿También tú, Guaycurú? De los cristianos tren los otros indios, que no son -payés, como él. El es
l ú te dijiste servidor sumiso; hechicero, y no teme; antes bien domina á los espec-
Ese casco que llevas y esa adarga tros y genios que siguen á Añanguazú.
De Garay los ganaste en el servicio, La situación es desesperada. Blanca yace en el suelo,
l u fuiste el mensajero de tu tribu; sin sentido. Vuelve en sí, y se mira en el centro de la
Rompiste en la rodüla tu macizo selva. En la oscuridad medrosa ve relucir las lascivas
Arco de ñandubay, y en tu piragua pupilas de Yamandú, que aguarda que vuelva ella de
O á nado, en són de paz, cruzaste el río. su desmayo.
¿No es esa una mujer? Es Tabolía. Algo de inesperado ocurre entonces, sin que Blanca
Sabe arrancar la piel al enemigo, atine á darse cuenta. Oye crujido de ramas que se
Y ya más de una de ellas ha colgado apartan con violencia; después pasos, después gritos
En el movible toldo de sus hijos. ahogados, y al fin ruido como de una lucha muda y
Ella no exprime el fruto del quebracho, tremenda.
Ni recoge en la selva para su indio En suma: Tabaré ha venido en socorro de Blanca:
í * miel del guabiyú, ni lleva el toldo, ha caído sobre Yamandú, y ha logrado matarle, estru-
JNi entona el yaraví de triste ritmo, jándole el pescuezo entre sus dedos.
liene en su labio el signo del guerrero; Contar, como quien escribe un índice, todos estos su-
Suena en la lucha su salvaje grito, cesos y el final desenlace, es destruir el efecto artístico
* en el desnudo seno apoya el arco que pueden producir, y que, á mi ver, producen. Me-
¿ n que viene la muerte á hacer su nido>. nester es, no obstante, llegar al final rápidamente.
Tabaré salva á Blanca, que está casi exánime, y la
lleva hácia la colonia.
de^eaba^S^Í116; PrÍnCÍpÍ
° ' e l é x i t 0 W * Yamandú D. Gonzalo, que sigue buscando á su hermana, ve al
GS S O r r e n d i d o
terrible v h f . P - La lucha es indio que corre teniéndola en sus brazos, y á quien cree
dios ^ n ^ , P m t a d a - A r d e n m u c h a s c a s a s " L o s in- el raptor. D. Gonzalo, ciego de ira, se lanza sobre Ta-
rehacen v non" 6 & ? P ° C °, S e s P a ñ o l e s ' P ^ o éstos se baré y le atraviesa con su espada. Blanca, que com-
rehacen, y ponen en fuga á los invasores.
prende ya todo el amor, toda la sublime devoción del
Yamandú logra, no obstante, su principal objeto. En indio, se abraza estrechamente con él, moribundo; llora
b a t X v deimUlt°',de * * d el horror de la y le llama. Tabaré muere.
la s e ^ ssagrada,
ia selva A r 0tiene
a l d f ^donde ba á BlanCa
' * se la lleva á
su guarida.
Así termina la acción de la leyenda, cuya trascen-
dencia y elevación merecen que de epopeya la califi-
quemos. El poeta, como Hugo Foscolo ha dicho de Que, no teniendo en su profundo seno
Homero, aplacando con su cantar las afligidas almas Para el coloso espacio,
de los vencidos, ha trazado con alto estilo la inevitable, Dejó asomar sobre la vasta tumba,
la providencial desaparición de las razas que llegan á Miembro insepulto, el mundo americano».
ponerse con la civilización en indómita rebeldía. El poeta, Sin pretensión pedantesca, sino del modo propio de la
español de raza, ensalza á los españoles vencedores' poesía, hay y se agitan en el poema Tabaré grandes
como Homero ensalzaba á los griegos; pero las lágri- problemas de libre albedrío, predestinación, determi-
mas son para Tabaré. L a s lágrimas son para Héctor nismo y vocación de las razas: psicología, teodicea y
y Príamo. No hay una sola página del poema de Juan filosofía de la historia. Al leer el poema, se levanta el es-
Zorrilla que no esté impregnada de tierna y piadosa píritu del lector á estas altas especulaciones.
melancolía. Sobre el americanismo del poeta, están
Después de lo dicho hasta aquí, de sobra está añadir
aquellos sentimientos fervorosos de caridad cristiana,
de amor á todos los hombres, tan propios del alma es- que me parece muy bueno el poema; y que hasta el
pañola, y que resplandecían en los misioneros, en los severo Clarín ha de calificar á su autor, no de medio
legisladores de Indias, y á veces, cuando la codicia ó poeta, sino de uno, y quizá de uno con colmo: colmo
la ambición no los cegaba, hasta en los mismos tre- que no se atreverá á derribar su rasero, pasando sobre
mendos conquistadores, por más que no todos fueran la medida.
como D. Gonzalo de Orgaz, sino foragidos y desalma- Mi carta se va haciendo interminable; pero me asalta
dos aventureros. un escrúpulo, y aun exponiéndome á pecar de pesado,
quiero discurrir sobre él, á ver si le desvanezco.
Lo que América debe á España es tanto é importa A pesar de lo que he escrito y clamado contra el
tanto, que el poeta, exaltado por el fervor de la sangre naturalismo, al fin, como soy un hombre de ahora y
que lleva en sus venas, da á veces á España tales ala- no de otra edad, y como las modas son contagiosas,
banzas, que, al llegar á España, tan postrada y aba- yo, sin poderlo remediar, soy también algo naturalista.
tida hoy, la consuelan y la sonrojan á la vez. El poeta Mi escrúpulo es, pues, sobre la verosimilitud, y hasta
imagina que acaso, cuando en edad remotísima se hundió sobre la posibilidad, de Tabaré. El hechizo de la poesía
la Atlántida, no cabiendo su inmensidad en los mares le hace parecer verosímil; pero, ¿pudo ser Tabaré en
resurgió ó sobrenadó en parte, formando ambas Amé- la realidad de la vida ? Aunque hubiese nacido de madre
ricas, y separándose así de la parte capital, que no se española, ¿no se crió como un salvaje? ¿De qué suerte,
hundió: de España, que había sido y había de volver por lo tanto, aun concediendo mucho á la transmisión
á ser su cabeza.
hereditaria, nació en su alma inculta pasión tan deli-
El pueblo español es, p a r a el poeta,
cada, tan pura y tan fecunda en actos de heroísmo y
« El pueblo altivo que, en la edad sin nombre, abnegación, como en el alma de Don Quijote, después
Era el cerebro acaso de leer todos los libros de Caballerías, ó como en el
De aquel dorso gigante y misterioso, alma del sublime é ilustrado cortesano, ó caballero más
Ya sumergido en el abismo atlántico; ó menos andante, que ha estudiado á Platón, á León
Hebreo, á Fonseca y al conde Baltasar Castiglione?
Halm, el dramaturgo austríaco, nos representa un Yo creo en la ginecocracia ó gobierno de la mujer
milagro por el estilo en El hijo de las selvas; pero en las edades primitivas. Dondequiera que la mujer se
aquel mi agro, ó no es, ó no parece ser tan grande. La lava, se adorna y se pule, es reina y emperatriz de
verosimilitud de lo milagroso crece en nuestra mente, los hombres. En el país sabeo hubo reinas; reinas hubo
no se por qué, en razón directa de la distancia de si- en Otahiti. Cuando no hay reinas, hay musas que ins-
glos que de lo milagroso nos separa. Y por otra parte, piran á los poetas, sibilas que columbran y manifiestan
m los galos eran salvajes como los charrúas, ni en el el porvenir, Egerias que dirigen á los Numas, Onfales
alma del galo rudo y bárbaro de Halm aparece la pa- que hacen que Hércules hile, Dalilas que cortan los
sión delicada con la espontaneidad divina que en el alma cabellos á todo Sansón, y Circes que detienen, em-
de I abaré La joven griega le revela el amor por medio boban y fijan á los Ulises vagabundos.
üe la palabra: le explica los misterios celestiales de su Cuando lo trascendente, lo divino, lo inmortal y puro
espiritual pureza. Tabaré, con sólo ver á Blanca, lo adi- no ha brotado aún en el alma del hombre, la mujer,
vina todo. que ha encontrado su hermosura física, se lo revela
Esto es lo que se me antoja poco creíble. Y yo no me todo, al revelársela. Como los rayos del sol de prima-
contento con responderme que, y a que el efecto es her- vera hacen brotar de la tierra fragantes rosas, las mi-
moso, debo prescindir de la realidad de la causa. No radas de la mujer hacen que brote la flor de lo ideal
me basta exclamar: non c vero e ben trovato. El quid- en el alma de ios hombres.
Ubel audendi no me tranquüiza. Por último: lo caótico, Así se explica la pasión de Tabaré, y queda firme
confuso, inefable, y para el mismo Tabaré no compren- como del más evidente realismo histórico, y no como
ensueño vano de la poesía.
ficuhad6 ° S d G SU a l m a ' n ° m e r 6 S U e l v e I a di- Corrobora mi creencia en este poder espiritualizante,
Sólo la resuelve la teoría, expuesta ya por mí en catequizador, religioso de la mujer, ya elegantizada y
otras ocasiones acerca del poder revelador, religioso, bonita, merced á las artes cosméticas, al aseo y á la
suscitador de lo ideal, que ejerce la h e m o s u r í fe- modesta y decente coquetería, que ha descubierto ella,
menina. un singular fenómeno que hoy se nota y que nos admira.
El refinamiento, el exceso de la civilización conduce
C
l f C ° ! g r Í e f S i 1 0 5 d e j a r o n e n s u s f ábulas los á muchos hombres eminentes y pensadores á un extremo
indicios de este poder de civilización repentista.
donde sus espíritus tocan ya por un lado con los espí-
La hembra del hombre era abyecta, esclava, despre-
ritus de los salvajes: á no concebir lo infinito descono-
ciada e inmunda. Se hace inventora de su propia bel-
cido sino como malhechor y diabólico; como el feo
dad Se pule se atilda, se asea, y , añadiendo además
el h e P h f r ^ V ° I U n H a d a ? Í S t Í C a é i d í s i m a , crea
ohietot ™ Y f a
f q ^ e cabe en los Poter che ascoso a común danno impera;
rema M ' ? ? * k m u J e r - Y l a *iujer es ó á negar su realidad para no tener que maldecirla ó
rema es maga, es sibila, es profetisa desde entonces.
Su dominio sobre los hombres crudos y fieros, ya blasfemar de ella.
para bien, ya para mal, es d e s d e entonces inmenso. En esta situación, sobreviene la mujer, y produce el
mismo efecto, que en el salvajismo, en la viciada y
ponzonosa quinta esencia d e la cultura. Leopardi vuelve
á hallar, en las donnas que celebra en sus cantos, á to-
das las divinidades de su Olimpo; Ingersoll, el ateo
yankee, ama y adora á las ladies y misses como el tro-
vador más rendido; Augusto Comte niega á Dios, y
funda nueva religión, inspirado por la mujer, cuyo ideal
A MI ESPOSA
modelo de pureza y de amor es la Virgen Madre-
Cousin, harto de filosofar, y en su vejez, se enamora ELVIRA BLANCO DE ZORRILLA
arcaica y retrospectivamente de Mad. de Longueville
y de otras princesas y altas señoras de los tiempos de
Luis XIV, y difunde su pasión amorosa en alabanzas
tan tiernas, que suenan como amartelados suspiros; Mi-
chele^ cae, en los últimos años de su vida, en un dulce Te dedico T A B A R É . . . . ¿ Y qué he de hacer?
deliquio, en un melancólico erotismo, que vierte en sus Si fuera d esperar la época en que podré ó no pro-
libros sobre el amor y sobre la mujer; y Renán, des- ducir algo digno de tí, tendría que renunciar d la sa-
colando entre todos, llega y a á dar á este erotismo, tisfacción de escribir tu nombre, que me es tan querido,
idolatra o hiferdúlico, una fuerza frenética, profética v al frente de una de mis obras.
apocalíptica, que se nota en La Abadesa de Jonarre Te lo dedico, pues; d tí, la inspiradora de aquellos
y en el prólogo sobre todo de tan afrodisíaco d r a m a ' mis primeros cantos de amor que aún me parece escuchar
Demostrado así y patente el poder milagroso de la
d la distancia, como una serenata que acaba de pasar
mujer para hacer que surja ó que resurja lo ideal en
por mi lado, y cuyos acordes lejanos se desvanecen en
el alma del hombre, mis escrúpulos se disipan y la fi-
una queja llena de melancolía.
gura de Tabaré quedá tan. consistente y verdadera como
las de los más históricos personajes. Viejo ya, aunque sin canas 'y quizá sin muchos años,
Aplaudamos, pues, á J u a n Zorrilla, sin el menor re- siento llegar hasta mí, fundidas en un solo acorde, las
paro, ya que ha sabido dar á luz tan amena leyenda últimas notas de aquellos mis cantos de adolescente, y
o poema, sin apartarse un ápice de la verdad y siendo las primeras risas de nuestros hijos. Hay algo de todo
al mismo tiempo naturalista é idealista en su obra eso en la inspiración que ha dado vida, más ó menos
Créame V. su afectísimo amigo, efímera, d este poema; hay, por consiguiente, mucho que
es tuyo; tu espíritu y el mío palpitan identificados en él.
JUAN VALERA.
Sin duela por eso he mirado d Tabaré con predilec-
ción; tú lo sabes, pues ha sido tu rival durante muchas
de esas pocas horas que el trabajo incesante ó las preo-
cupaciones de mi agitada vida me han dejado libre, y
que hubieran sido tuyas y de nuestros hijos si no me
Tabaré.-3
mismo efecto, que en el salvajismo, en la viciada y
ponzonosa quinta esencia d e la cultura. Leopardi vuelve
á hallar, en las donnas que celebra en sus cantos, á to-
das las divinidades de su Olimpo; Ingersoll, el ateo
yankee, ama y adora á las ladies y misses como el tro-
vador más rendido; Augusto Comte niega á Dios, y
funda nueva religión, inspirado por la mujer, cuyo ideal
A MI ESPOSA
modelo de pureza y de amor es la Virgen Madre-
Cousin, harto de filosofar, y en su vejez, se enamora ELVIRA BLANCO DE ZORRILLA
arcaica y retrospectivamente de Mad. de Longueville
y de otras princesas y altas señoras de los tiempos de
Luis XIV, y difunde su pasión amorosa en alabanzas
tan tiernas, que suenan como amartelados suspiros; Mi-
chele^ cae, en los últimos años de su vida, en un dulce Te dedico T A B A R É . . . . ¿ Y qué he de hacer?
deliquio, en un melancólico erotismo, que vierte en sus Si fuera d esperar la época en que podré ó no pro-
libros sobre el amor y sobre la mujer; y Renán, des- ducir algo digno de tí, tendría que renunciar d la sa-
colando entre todos, llega y a á dar á este erotismo, tisfacción de escribir tu nombre, que me es tan querido,
idolatra o hiferdúlico, una fuerza frenética, profética v al frente de una de mis obras.
apocalíptica, que se nota en La Abadesa de Jonarre Te lo dedico, pues; d tí, la inspiradora de aquellos
y en el prólogo sobre todo de tan afrodisíaco d r a m a ' mis primeros cantos de amor que aún me parece escuchar
Demostrado así y patente el poder milagroso de la
d la distancia, como una serenata que acaba de pasar
mujer para hacer que surja ó que resurja lo ideal en
por mi lado, y cuyos acordes lejanos se desvanecen en
el alma del hombre, mis escrúpulos se disipan y la fi-
una queja llena de melancolía.
gura de Tabaré quedá tan. consistente y verdadera como
las de los más históricos personajes. Viejo ya, aunque sin canas 'y quizá sin muchos años,
Aplaudamos, pues, á J u a n Zorrilla, sin el menor re- siento llegar hasta mí, fundidas en un solo acorde, las
paro, ya que ha sabido dar á luz tan amena leyenda últimas notas de aquellos mis cantos de adolescente, y
o poema, sin apartarse un ápice de la verdad y siendo las primeras risas de nuestros hijos. Hay algo de todo
al mismo tiempo naturalista é idealista en su obra eso en la inspiración que ha dado vida, más ó menos
Créame V. su afectísimo amigo, efímera, d este poema; hay, por consiguiente, mucho que
es tuyo; tu espíritu y el mío palpitan identificados en él.
JUAN VALERA.
Sin duda por eso he mirado d Tabaré con predilec-
ción; tú lo sabes, pues ha sido tu rival durante muchas
de esas pocas horas que el trabajo incesante ó las preo-
cupaciones de mi agitada vida me han dejado libre, y
que hubieran sido tuyas y de nuestros hijos si no me
Tabaré.-3
-J!L_ TOAK_ZOREILLA DE SAN M A S T Í N M .

las hubiera reclamado con derecho e T p ^ M h t


c n d e una
::rf r ^ <*«*> 2 8 Pero, en cambio, las últimas notas que escucharás en
mi poema son los lamentos de la española y la oración
tiene derecho d nuestra compasión del monje; la voz de nuestra raza y el acento de nues-
¡Cuántas veces,
l a baunque no muy9 de dgrado, ahuyentaste tra fe; la caridad cristiana y la misericordia eterna.
t Z : Z Íe 0
'" ^ a y
El poeta no puede decir mentiras por más dulces que
SUenCÍ m t0n
Z r l T ^ ° ° * * « « * * •
ellas sean.
Quiero devolverte esas horas, dedicándote la obra d que ¿Te ríes?
ellas fueron consagradas. Lee, una que otra vez, á niel Pues no te lo digo en broma. El arte es la verdad,
la alta verdad inoculada en la ficción como un soplo
h Z o T d e s u r d e las estrofasde
- P ^ t
vivificante y eterno; de ahí que la verdad, lo reaten el
tetona de nuestra patria, de esta su hermosa patria
tanto t e s ó n k s
arte no esté en la fo¡-ma, como lo eterno en el hombre
' « — ~ no está en el cuerpo.
Si ellos llegaran d advertir que esta página íntima Y la prueba de ello la tienes en que la alta verdad,
esta fechada en el destierro, recuérdales, píe! 7l sabes la excelsa realidad del pensamiento, alma de la creación
tue no debe culparse de ello i la pairia, y ensébales d artística, ha inmortalizado y conducido triunfantes al
través de los siglos obras de formas diversas y hasta
c oZ t Ls iZ '"Z"b"° e ' sufr 7 ent0
a a ÍO
»
• "
de
ue tá
s
»oral en la tierra. radicalmente opuestas, formas que recorren un diapasón
e S a SePar Íe Tabaré tan extenso como el que media (te citaré dos obras que
al
al pmuco fi
úblico.Él V
ha Sido I mi
^ compañero
° inseparableV™
y bueno tú conoces) entre La Tempestad de Shakespeare y E!
Quijote de Cervantes.
m Z X l o"1" aÜ0S dC
^ ar UÍ
S "as para El arte contribuye poderosamente d la felicidad y al
W
Zestro Tals P ? gracias para mejoramiento sociales, ¿sabes por qué?
¿Será porque copia ó reproduce lo que existe mate-
Que tú quieres también un poco á mi indio • aue tú rialmente, lo que todo el mundo ve y toca, y porque
lo mirarás con menos indiferencia de lo que Aacaso consigue despertar en el hombre las mismas impresiones
merece me lo demuestra el hecho de haber U senZ que las escenas reales despiertan en él?
una antipatía y una repulsión invencibles hacia D Gon- Todo lo contrario.
t o h i r u de m u e r t e El arte contribuye al mejoramiento social porque, por
st d u T t r r « " medio de él, el común de las gentes participa de la vi-
¿
Jpoema v \ * * " de sión de los hombres excepcionales, y se eleva y ennoblece
™ P°°ma yo bien me sé cuál hubieras elegido.
en la contemplación de aquello cuya existencia no co-
s nocería si el poeta no le dijera: levanta la frente; sube
/No podía ser!
conmigo á las regiones de la belleza; la atmósfera es
raza) ha quedado viva sobre el cadáver del charrúa.
pura porque acaba de atravesarla la tempestad del genio
que, como las tempestades de la tierra, purifica el am-
biente.
En una palabra: el arte no es otra cosa que la re-
producción sensible de la vida ideal.
Y la vida única de la inteligencia es la verdad, como
la única vida de la voluntad es el bien.
De ahí que la única fuente de belleza artística sea
el pensamiento en que el bien se difunde y la verdad
TABARÉ
esplende; de ahí que, como antes te decía, el poeta no
pueda decir mentiras.
Yo debía, pues, decir la verdad en Tabaré; inocularla
en el organismo literario que amasaba con el limo de INTRODUCCIÓN
nuestra tierra virgen y hermosa.
No extrañes que haya elegido una verdad llena de
inmensa tristeza: las que más aprietan el corazón son i.
las que más eficazmente lo exprimen, las que le hacen losa de una tumba;
verter su jugo más íntimo. E internándome en ella,
El de mi alma va en Tabaré; por eso te lo ofrezco Encenderé en el fondo el pensamiento
en una fecha que nos es querida (i). Que alumbrará la soledad inmensa.
JUAN Z O R R I L L A DE S A N MARTÍN. Dadme la lira, y vamos: la de hierro,
La más pesada y negra;
B u e n o s A i r e s , 19 d e A g o s t o d e 1886. Esa, la de apoyarse en las rodillas,
Y sostenerse con la mano trémula,

( i ) D e s p u é s de escrita esta página, q u e r e s p e t o h a s t a en sus inco- Mientras la azota el viento temeroso


r r e c c i o n e s , y a n t e s d e darla á la prensa, m i esposa ha muerto.... He Que silba en las tormentas,
b e n d e c i d o la v o l u n t a d de D i o s que m e la dió y m e la q u i t ó : h e ofre- Y, al golpe del granizo restallando,
cido á D i o s , c o m o h o l o c a u s t o p r o p i c i a t o r i o , los pedazos de m i corazón
Sus acordes difunde en las tinieblas;
que Él destrozó. C o n la absoluta evidencia de la fe, sólo v e o en el
d o l o r el nuncio de las divinas misericordias. — S e a .
La de cantar sentado entre las ruinas
Como el ave agorera;
La que, arrojada al fondo del abismo,
Del fondo del abismo nos contesta.
Al desgranarse las potentes notas
De sus heridas cuerdas, La palma centenaria, el camalote,
Despertarán los ecos que han dormido El nandubay, 1 0S talas y las ceibas:
Sueño de siglos en la obscura huesa; La historia de la sangre de un desierto,
tnste
historia de una raza muerta.
Y formarán la estrofa que revele
Lo que la muerte piensa; Y vosotros aun más, bardos amigos,
Resurrección de voces extinguidas, irovadores galanos de mi tierra,
Extraño acorde que en mi mente suena. \ irgenes de mi patria y de mi raza
Que templáis el laúd de los poetas;
Seguidme juntos á escuchar las notas
II. De una elegía que en la patria nuestra
KA bosque entona cuando queda solo,
Vosotros, los que amáis los imposibles, Y todo duerme entre sus ramas quietas;
Los que vivís la vida de la idea; Crecen laureles, hijos de la noche,
Los que sabéis de ignotas muchedumbres, Que esperan liras para asirse á ellas,
Que los espacios infinitos pueblan, Alia en la obscuridad en que aun palpita
grito del desierto y de la selva.
Y de esos seres que entran en las almas
Y mensajes obscuros les revelan,
Desabrochan las flores en el campo,
Y encieden en el cielo las estrellas; III.

Los que escucháis quejidos y palabras


¡Extraña y negra noche! ¿Dónde vamos?
En el triste rumor de la hoja seca,
¿Es esto cielo ó tierra?
Y algo más que la idea del invierno
¿Es lo de arriba? ¿Lo de abajo? Es lo hondo,
Próximo y frío á vuestra mente llega,
d a c i ó n , ni espacio, ni barreras.
Al mirar que los vientos otoñales Sumersión del espíritu en lo obscuro,
Los árboles desnudan, y los dejan Reino de las quimeras,
Ateridos, inmóviles, deformes, En que no sabe el pensamiento humano
Como esqueletos de hermosuras muertas; desciende, ó asciende, ó se despeña.
Seguidme hasta saber de esas historias El caos de la mente que pujante
Que el mar y el cielo y el dolor nos cuentan La inspiración ordena;
Que narran el ombú de nuestras lomas, Los elementos vagos y dispersos
El verde canelón de las riberas, Que amasa el genio y en la forma encierra.
Notas, palabras, llantos, alaridos, Y se abrazan en vano sin fundirse,
Plegarias, anatemas, Y hasta esa misma repulsión ingénita
Formas que pasan, puntos luminosos, Forma armonía, pero rara, absurda,
Gérmenes de imposibles existencias; Música indescriptible, pero inmensa;
Vidas absurdas, en eterna busca Rumor de silenciosas muchedumbres,
De cuerpos que no encuentran; Tumultos que se a l e j a n -
Días y noches en estrecho abrazo, Todo se agita, en ronda atropellada,
Que espacio y tiempo en que vivir esperan; En esta obscuridad que nos rodea;
Líneas fosforescentes y fugaces, Todo asalta en tropel al pensamiento,
Y que en los ojos quedan Que en su seno penetra
Como estrofas de un himno bosquejado, A hacer inteligible lo confuso,
O gérmenes de auroras ó de estrellas; A enfrenar lo que huye y se rebela;
Colores que se funden y repelen A consagrar del ritmo y del sonido
En inquietud eterna, La dulce unión eterna,
Ansias de luz, primeras vibraciones La del color y el alma con la línea,
Que no hallan ritmo, no dan lumbre, y cesan; De la palabra virgen con la idea.
Tipos que hubieran sido y que no fueron Todo brota en tropel, al levantarse
Y que aun el sér esperan; La ponderosa piedra,
Informes creaciones, que se mueven Como bandada de aves que chirriando
Con una vida extraña é incompleta. Brota del fondo de profunda cueva;
Proyectos, modelados por el tiempo, Nube con vida que, cobrando formas
De razas intermedias; Variables y quiméricas,
Principios sutilísimos que oscilan Se contrae, se alarga y se revuelve
Entre la forma errante y la materia; Por sí misma empujada en las tinieblas.
Voces que llaman, que interrogan siempre Allí cuajó en mi mente, obedeciendo
Sin encontrar respuesta; A una atracción secreta,
Palabras de un idioma indefinible Y entre risas, y llantos, y alaridos,
Que no han hablado las humanas lenguas; Se alzó la sombra de la raza muerta:
Acordes que, al brotar, rompen el arpa, De aquella raza que pasó desnuda
Y en los aires revientan Y errante por mi tierra,
Estridentes, sin ritmo, como notas Como el eco de un ruego no escuchado
De mil puntos diversos que se encuentran, Que, camino del cielo, el viento lleva.
Tipo soñado, sobre el haz surgido
Todo lo de la raza: lo inaudito,
De la infinita niebla;
Lo que el tiempo dispersa,
Ensueño de una noche sin aurora,
Y no cabe en la forma limitada,
Flor que una tumba alimentó en sus grietas:
Y hace estallar la estrofa que lo encierra.
Cuando veo tu imagen impalpable
Ha quedado en mi espíritu tu sombra,
Encarnar nuestra América,
Y fundirse en la estrofa transparente, Como en los ojos quedan
Darle su vida, y palpitar en ella; Los puntos negros de contornos ígneos
Que deja en ellos una lumbre intensa...
Cuando creo formar el desposorio
De tu ignorada esencia ¡Ah! nó, no pasarás, como la nube
Con esa forma virgen, que los genios Que el agua inmóvil en su faz refleja;
Para su amor ó su dolor encuentran; Como esos sueños de la media noche
Que en la mañana ya no se recuerdan:
Cuando creo infundirte, con mi vida,
El sér de la epopeya, Yo te ofrezco, ¡oh ensueño de mis días!
Y legarte á mi patria y á mi gloria La vida de mis cantos, que en la tierra
Grande como mi amor y mi impotencia, Vivirán más que yo... ¡Palpita y anda,
Forma imposible de la estirpe muerta!
El más débil contacto de las formas
Desvanece tu huella,
Como al contacto de la luz, se apaga
El brillo sin calor de las luciérnagas.
Pero te vi. Flotabas en lo obscuro,
Como un girón de niebla;
Afluían á tí, buscando vida,
Como á su centro acuden las moléculas,
Líneas, colores, notas de un acorde
Disperso, que frenéticas
vSe buscaban en tí; palpitaciones
Que en tí buscaban corazón y arterias;
Miradas que luchaban en tus ojos
Por imprimir su huella,
Y lágrimas y anhelos y esperanzas
Que en tu alma reclamaban existencia.
LIBRO PRIMERO

CANTO PRIMERO.

I.

El Uruguay y el Plata
Vivían su salvaje primavera;
La sonrisa de Dios de que nacieron
Aún palpita en las aguas y en las selvas;

Aún viste al espinillo


Su amarillo tipoy; aún en la yerba
Engendra los vapores temblorosos
Y á la calandria en el ombú despierta;
Aún dibuja misterios
En el mburucuyd de las riberas,
Anuncia el día, y por la tarde enciende
Su último beso en la primera estrella;
Aún alienta en el viento
Que cimbra blandamente las palmeras,
Que remece los juncos de la orilla
Y las hebras del sauce balancea;
Y hasta el río dormido
Baja, en el rayo de las lunas llenas,
Para enhebrar diamantes en las olas,
Y resbalar ó retorcerse en ellas.

•••• • • H i
LIBRO PRIMERO

CANTO PRIMERO.

I.

El Uruguay y el Plata
Vivían su salvaje primavera;
La sonrisa de Dios de que nacieron
Aún palpita en las aguas y en las selvas;

Aún viste al espinillo


Su amarillo tipoy; aún en la yerba
Engendra los vapores temblorosos
Y á la calandria en el ombú despierta;
Aún dibuja misterios
En el mburucuyd de las riberas,
Anuncia el día, y por la tarde enciende
Su último beso en la primera estrella;
Aún alienta en el viento
Que cimbra blandamente las palmeras,
Que remece los juncos de la orilla
Y las hebras del sauce balancea;
Y hasta el río dormido
Baja, en el rayo de las lunas llenas,
Para enhebrar diamantes en las olas,
Y resbalar ó retorcerse en ellas.

•••• • • H i
La patria, cuyo nombre
II. Es canción en el arpa del poeta,
Grito en el corazón, luz en la aurora,
Fuego en la mente, y en el cielo estrella.
Serpiente azul de escamas luminosas
Que, sin dejar sus ignoradas cuevas,
Se enrosca entre las islas, y se arrastra
III.
Sobre el regazo virgen de la América,
El Uruguay arranca á las montañas La encuentra el pensamiento antes que el hombre
Los troncos de sus ceibas Antiguo la sorprenda,
Que, entre espumas é inmensos camalotes, En lucha con la tierra y con el cielo;
Al río como mar y al mar entrega. Y en su salvaje libertad envuelta.
El himno de sus olas Para ella, el horizonte cierra el mundo
Resbala melodioso en sus arenas, Con un muro de piedra;
Mezclando sus solemnes pensamientos Tras él duermen las tardes y las lunas,
Con el del blando acorde de la selva; Tras él la aurora duerme y se despierta.
Y al grito temeroso Cruza el salvaje errante
Que lanzan en los aires sus tormentas, La soledad de la llanura inmensa;
Contesta el grito de una raza humana Y el amarillo tigre, como él hosco,
Que aparece desnuda en las riberas. Como él fiero y desnudo, la atraviesa.

Es la raza charrúa El tigre brama; el indio


De la que el nombre apenas Contesta en el silbido de su flecha.
Han guardado las ondas y los bosques ¿Dónde va? ¿Qué persigue? Tras tu paso,
Para entregar sus notas al poema; Sobre ese hermoso suelo ¿qué nos deja?

Nombre que aun reproduce ¿Para él está formada


La tempestad lejana, que se acerca Esa encantada tierra
Formando los fanales del relámpago Que á los diáfanos cielos de Diciembre
Con las pesadas nubes cenicientas. Les devuelve una flor por cada estrella?

Es la raza indomable ¿Para él sus grandes ríos


Que alentó en una tierra Cantando se despeñan
Patria de los amores y las glorias, Los himnos inmortales de sus ondas?
Que al Uruguay y al Plata se recuesta; ¿Qué fué esa raza que pasó sin huella?
¿Fué el último vestigio
De un mundo en decadencia?
¿Crepúsculo sin día? ¿Noche acaso
Que surgió obscura de la luz eterna?
La eterna lumbre sólo engendra auroras.
La noche, las tinieblas
Son ausencia de luz; la eterna noche
Es sólo del Creador la eterna ausencia.
En esa raza, de su excelso origen
Aun el vestigio queda,
Como el toque de luz amarillento
Que un sol que muere en los espacios deja.
Hay lumbre en esos ojos siempre huraños,
Fuego que encienden sólo las ideas;
Mas la lumbre se extingue, y una raza
Falta de luz, se extinguirá con ella.
Nacida para el bien, el mal la rinde;
Destinada á la paz, vive en la guerra...
¡Hojas perdidas de su tronco enfermo,
El remolino las arrastra enfermas!

IV.

A las tribus lejanas


Convocan las hogueras
Que encendió Caracé sobre las lomas
Como gritos de fuego y de pelea.
Los ojos de los indios fosforecen,
Caracé en cuyo cuerpo
Al ver sobre la arena
Las heridas se cuentan
Cómo descienden de la extraña nave
Como las manchas en la piel del tigre, Los hombres blancos de la raza nueva.
Y por eso le prestan obediencia.
TABARK-4
Libro I - Canto I.
Pág. 51.
Caracé en cuyo toldo
Las pieles y sangrientas cabelleras
De los caciques yaros y bohanes
Que su brazo arrancó, prueban su fuerza;

Que tiene diez mujeres


Que aguzan las espinas de sus flechas,
Y los fuegos encienden de su toldo,
Y el jugo de las palmas le fermentan.

Nadie sabe los fríos


Que ha vivido el cacique; pero cuentan
Que allá en el tiempo de los soles largos
Al Uruguay llegó, desde la sierra

Lejana, muy lejana,


Que ve salir el sol, cuando las ceibas
En que hoy anida el águila, sentían
Correr la savia en su primer corteza.

Ya entonces había visto


Cruzar las lunas en las horas lentas;
Pero aún es joven, cual si con sus manos
Contar sus fríos Caracé pudiera;

Aún en sus fuertes dedos


E s la maza de piedra
El brazo de la muerte que en las tribus
Derrama el frío que en los huesos queda.

V.

¿Por qué el viejo cacique


A las tribus congrega,
Toma la maza y apercibe el arco
Que nadie sino él cimbrar intenta?
Tabaré,-1
¿Por qué bajo sus párpados La nave avanza altiva;
Brilla con luz siniestra Lanza un grito del cielo que retiembla;
La pupila pequeña y prolongada Llega á la costa y, agarrando al río
En que se encienden sus miradas fieras? Por la erizada crin, en él se sienta.
¿Acaso los bohanes
La vencida cabeza VI.
Alzan de nuevo, y su guerrera lanza
Del charrúa clavaron en la selva? A Caracé el cacique
Han rodeado las tribus más guerreras,
¿Acaso al otro lado Y entre el espeso matorral del río,
Del río como mar, las humaredas Como banda escondida de luciérnagas,
Se ven del indio querandí, y provocan
Del Uruguay la tribu turbulenta? Los ojos de los indios fosforecen,
Al ver sobre la arena
N ó : Caracé no teme Cómo descienden de la extraña nave
Que los indios se atrevan Los hombres blancos de la raza nueva;
A encender junto al Hum un solo fuego
Mientras seis lunas á brillar no vuelvan. Y cómo, dando al viento
Y clavando en el suelo su bandera,
Lo que hace que el cacique Se agrupan en su torno, y con sus voces
Ciña á su frente estrecha La sorprendida soledad atruenan.
Las plumas de avestruz, y ajuste el arco
Y al par del fuego, su mirada encienda, ¡Extraños seres! Brillan
A los rayos del sol. Nada recelan.
Es que tendido estaba Y las lomas los miran y el barranco;
En la playa desierta, Y el Uruguay se empina y los observa,
Cuando vió que cruzaba por las islas
Y los indios ocultos
Del Paraná-Guazú, piragua inmensa
Mutuamente se muestran,
Que, como garza enorme, Con los brazos desnudos extendidos,
Flotaba entre la niebla El grupo extraño que al jaral se acerca.
Dando á los aires las extrañas alas,
Y volando con rumbo á la ribera. VII.
El Uruguay en vano Entre inmenso alarido,
Sale á su encuentro y ladra bajo de ella Una lluvia rabiosa de saetas
En vano, con sus olas encrespadas, Parte del matorral, y de salvajes
Sus costados airado abofetea; Un enjambre fantástico tras ellas.
La bola arrojadiza
Silba y choca del blanco en la cabeza;
Cae al sepulcro el español herido Caracé sólo quiere
Amortajado en su armadura negra, En su toldo á la blanca prisionera,
Que de su techo encenderá los fuegos,
Y los guerreros blancos Los fuegos del amor y de la guerra
Huyen despavoridos por las breñas,
Dejando sangre en la salvaje playa Tal hablaba el cacique
Y una mujer en la sangrienta arena. En sus brazos llevando á Magdalena
Al bosque solitario de los talas
En que el indio formo su madriguera.
Parece flor de sangre;
Sonrisa de un dolor; es la primera '
Gota de llanto que, entre sangre tanta, IX.
Derramó España en nuestra virgen tierra.
Hermanos del dolor, bardos amigos,
Pálida como el lirio, Trovadores galanos de mi tierra,
Sola con vida entre los muertos queda. Que me seguís en la jornada obscura
Caracé, que á su lado se detiene, Al través del misterio de la selva:
Con avidez salvaje la contempla, Ensayad en el alma
Mientras los rudos golpes El acorde otoñal: la noche llega.
De las hachas de piedra El acorde que suena cuando el ave
Del postrado español en la armadura Vuelve en silencio al nido que la espera;
Y en los cráneos inmóviles resuenan. Y hasta el lirio más pálido del campo
Para dormir en paz su broche cierra,
VIII. Y su perfume virgen
Con el amor de otros perfumes sueña.
« De los guerreros muertos Vosotros, los que al peso de la tarde
Vuestra será la hermosa cabellera; Inclináis tristemente la cabeza,
Su blanca piel ajuste vuestros arcos, Y amáis el cielo cuando en él agita
Y sus dientes adornen vuestras tiendas; Su ala tremante la primera estrella;
Calzáos las sandalias
Y sus extrañas armas, Con que hasta el alma del dolor se llega.
Que brillan como el astro, serán vuestras;
Y los ti-poys que sus espaldas cubren Si el alma vuestra, ¡oh bardos!
Como las rojas flores á la ceiba. Bañada en el Jordán de la tristeza,
Es pura como la última palabra
Que acaso os dijo vuestra madre muerta,
El cacique á su lado está tendido.
Llegáos en silencio
Lo domina el misterio;
Ai tálamo sangriento de la s e l v a -
Ilay luz en la mirada de la esclava,
Es ya de noche, los rumores lloran...
Luz que alumbra sus lágrimas de fuego,
¡No despertéis á la española enferma!
Y ahuyenta al indio, al derramar en ellas
Ese dulce reflejo
De que se forma el nimbo de los mártires,
C A N T O SEGUNDO. La diáfana sonrisa de los cielos.
Siempre llorar la vieron los charrúas,
I. Y así pasaba el tiempo.
Vedla sola en la playa. En esa lágrima
¡ Cayó la flor al río! Rueda por sus mejillas un recuerdo.
Los temblorosos círculos concéntricos
Balancearon los verdes camalotes, Sus labios las sonrisas olvidaron.
Y en el silencio del juncal murieron. Sólo brotan de entre ellos
Las plegarias, vestidas de elegías,
L a s aguas se han cerrado; Como coros de vírgenes de un templo.
Las algas despertaron de su sueño,
Y á la flor abrazaron, que moría,
Falta de luz, en el profundo l é g a m o -
III.
L a s grietas del sepulcro
Han engendrado un lirio amarillento;
Un niño llora. Sus vagidos se oyen
Tiene el perfume de la flor caída,
Del bosque en el secreto,
Su misma palidez... ¡La flor ha muerto
Unidos á las voces de los pájaros
Así el himno sonaba Que cantan en las ramas de los ceibos.
De los lejanos ecos;
Le llaman T A B A R É . Nació una noche
Así cantaba el urulí en las ceibas,
Bajo el obscuro techo
Y se quejaba en el sauzal el viento.
En que el indio guardaba á la cautiva
A quien el niño exprime el dulce seno.
II.
Le llaman T A B A R É . Nació en el bosque
Siempre llorar la vieron los charrúas De Caracé el guerrero;
Siempre mirar al cielo, Ha brotado en las grietas del sepulcro
Y más allá... Miraba lo invisible Un lirio amarillento.
Con sus ojos azules y serenos.
Sonrisa del dolor, hijo del alma, Mira el niño á la madre. Ésta llorando
¡Alma de mis recuerdos! Lo mira y mira al cielo,
Lo llamaba gimiendo la cautiva Y envía en su mirada á lo infinito ^
Al estrecharlo en el materno pecho, Un amor que en el mundo es extranjero;
Y al entonar los cánticos cristianos Mas ya ama al bosque, porque da su sombra
Para arrullar su sueño: Al indiecito tierno;
Los cantos de Belén que al fin escucha Ya es para ella más azul el aire,
La soledad callada del desierto. Más diáfano el ambiente y más sereno.
Los escuchan las dulces alboradas, La tarde, al descender sobre su alma,
Los balbucían los ecos, Desciende como el beso
Y, en las tardes que salen de los bosques, De la hermana mayor sobre la frente
Anda con ellos sollozando el viento. Del hermanito huérfano;
Son los cantos cristianos, impregnados Y tiene ya más alas su plegaria,
De inocencia y misterio, Su llanto más consuelo,
Que acaso aquella tierra escuchó un día, Y más risa la luz de las estrellas,
Como se siente el beso de un ensueño. Y el rumor de los sauces más misterio.

IV. V.

El indio niño en las pupilas tiene ¿Adonde va la madre silenciosa?


El azulado cerco Camina á paso lento
Que entre sus hojas pálidas ostenta Con el niño en los brazos. Llega al río.
La flor del cardo en pos de un aguacero. ¡Es la hermosa mujer del Evangelio!
Los charrúas, que acuden á mirarlo, ¡ E invoca á Dios en su misterio augusto!
Clavan sus ojos negros Se conmueve el desierto,
En los ojos azules de aquel niño Y el indio niño siente en su cabeza
Que se reclina en el materno seno, De su bautismo el fecundante riego.
Y lo oyen y lo miran asombrados La madre le ha entregado sollozando
Como á un pájaro nuevo El gran legado eterno.
Que, unido á las calandrias y zorzales, El Uruguay, al ofrecer sus aguas,
Ensaya entre las ramas sus gorjeos. Entona en el juncal un himno nuevo.
Se eleva, en transparentes espirales,
El primitivo incienso; ¿Por qué lloras? Las tribus no te ofenden;
Una invisible aparición derrama ¿Oyes? Están muy lejos.
De su nimbo la luz entre los ceibos; Beben sangre de palmas y algarrobos,
Se adivinan cantares Y después dormirán; no tengas miedo.
A medio pronunciar que flotan trémulos, En la cruz que recibe las plegarias,
Y de seres que absortos los escuchan En esa que has clavado entre los ceibos,
Se cree sentir el contenido aliento; A hacer su nido bajarán los ángeles
Hay sonrisas posadas Y á recoger mis ruegos-
Entre los puros labios entreabiertos
No llores; que la virgen invisible
De un invisible coro que, en el aire,
Que me enseñas á amar, vendrá por ellos,
Bate á compás sus alas en silencio.
Y á tí también te besará en la frente,
Hay contacto del cielo con la tierra... Y á nuestro lado velará tu sueño.
¡Es que hay allí misterio!
La madre sollozaba;
Vacila el hombre ante su influjo y mudo
Cierra los ojos, para ver más lejos. Estrechaba á su hijo sobre el seno,
Y sus miradas húmedas
Escalaban los mundos ascendiendo.
Huían de la tierra, hasta posarse
VI. En el regazo eterno;
Pero del cielo ansiosas descendían
Madre: ¡no llores más! Siempre en tus ojos El indio niño á acariciar de nuevo.
Gotas de llanto veo
Que humedecen tu voz y tus miradas, VII.
Tus cantos y tus besos;
Con ese llanto siempre Cayó la flor al río,
Al despertar te encuentro. Y en el obscuro légamo
¿Quién lleva, pobre madre, tantas lágrimas Derramó su perfume entre las algas.
Hasta el mismo silencio de tus sueños? Se ha marchitado, ha muerto.
¡No llores más! Porque no llores nunca Las algas la estrecharon
Yo rezo, siempre rezo En sus brazos de hielo-
La oración que despierta en mis auroras Ha brotado en las grietas del sepulcro
Y se duerme conmigo cuando duermo. Un lirio amarillento.
Y en el alma la angustia,
Y el temblor en los miembros,
Y en los brazos el niño que sonríe,
VIII. Y en los labios un cántico y un ruego.
Duerme, hijo mío. Mira: entre las ramas
Duerme, hijo mío; mira, entre las ramas Está dormido el viento;
Está dormido el viento; El tigre en el flotante camalote
El tigre en el flotante camalote, Y en el nido los pájaros pequeños.
Y en el nido los pájaros pequeños.
Los párpados del niño se cerraban.
Ya no se ven los montes de las islas: Las sonrisas entre ellos
También están durmiendo. Asomaban apenas, como asoman
Han salido las nutrias de sus cuevas; Las últimas estrellas á lo lejos.
Se oye apenas la voz del teru-tero. Los párpados caían de la madre
Que, con esfuerzo lento,
Las tribus embriagadas Pugnaba en vano porque no llegaran
Aullaban á lo lejos; De su pupila al agrandado hueco.
El aire, con los roncos alaridos, Pugnaba por mirar al indio niño
Elaboraba quejas y lamentos. Una vez más al menos;
Pero el niño para ella, poco á poco,
Tras la salvaje orgía, En un nimbo sutil se iba perdiendo.
Vendrá el cacique ébrio;
Vendrá á buscar á su cautiva blanca Parecía alejarse, desprenderse,
Que a su hijo esconderá tras de los ceibos. Resbalar de sus brazos, y por verlo,
Las pupilas inertes de la madre
Se dilataban en supremo esfuerzo.
IX.
X.
Cayó la flor al río.
Se ha marchitado, ha muerto. Duerme, hijo mío. Mira, entre las ramas
Ha brotado en las grietas del sepulcro Está dormido el viento;
Un lirio amarillento. El tigre en el flotante camalote,
Y en el nido los pájaros pequeños;
La madre ya ha sentido Hasta en el valle
Mucho frío en los huesos; Duermen los ecos.
La madre tiene, en torno de los ojos,
Amoratado cerco;
Duerme. Si al despertar no me encontraras,
Yo te hablaré á lo lejos;
Una aurora sin sol vendrá á dejarte
Entre los labios mi invisible beso;
Duerme; me llaman,
Concilia el sueño.
LIBRO SEGUNDO
Yo formaré crepúsculos azules
Para flotar en ellos: CANTO PRIMERO.
Para infundir en tu alma solitaria
La tristeza más dulce de los cielos. I.
Así tu llanto
No será acerbo. ¿Quién ata las pasadas sensaciones
En haces de quimeras
Yo empaparé de dulces melodías Que, al roce de un recuerdo no buscado,
Los sauces y los ceibos, Juntas en el cerebro se despiertan,
Y enseñaré á los pájaros dormidos Y nadando en un medio indefinible
A repetir mis cánticos maternos... Con nuestras almas piensan?
El niño duerme,
Las notas ignoradas que en la noche
Duerme sonriendo.
Hasta nosotros llegan,
¿Por quién son recogidas, y ajustadas
La madre lo estrechó; dejó en su frente A un ritmo misterioso, á una cadencia,
Una lágrima inmensa, en ella un beso, Para formar ese himno prolongado
Y se acostó á morir. Lloró la selva Con que las sombras ruegan:
Y, al entreabrirse, sonreía el cielo. Esa flotante ebullición sonora
Que en el aire semeja
De mil voces distintas y lejanas
Los ayes, las palabras ó las quejas
Que á extinguirse temblando á nuestro lado
¿Sentís la risa? Caracé el cacique Como heridas se acercan?
Ha vuelto ebrio, muy ebrio.
Su esclava estaba pálida, muy pálida... ¿Quién llora con la luna en los sepulcros,
Hijo y madre ya duermen los dos sueños. Y ríe en las estrellas,
Y respira en las auras otoñales,
Y anima la hoja seca,
Y es perfume en la flor, gota en la lluvia
Y en la pupila idea?
Duerme. Si al despertar no me encontraras,
Yo te hablaré á lo lejos;
Una aurora sin sol vendrá á dejarte
Entre los labios mi invisible beso;
Duerme; me llaman,
Concilia el sueño.
LIBRO SEGUNDO
Yo formaré crepúsculos azules
Para flotar en ellos: CANTO PRIMERO.
Para infundir en tu alma solitaria
La tristeza más dulce de los cielos. I.
Así tu llanto
No será acerbo. ¿Quién ata las pasadas sensaciones
En haces de quimeras
Yo empaparé de dulces melodías Que, al roce de un recuerdo no buscado,
Los sauces y los ceibos, Juntas en el cerebro se despiertan,
Y enseñaré á los pájaros dormidos Y nadando en un medio indefinible
A repetir mis cánticos maternos... Con nuestras almas piensan?
El niño duerme,
Las notas ignoradas que en la noche
Duerme sonriendo.
Hasta nosotros llegan,
¿Por quién son recogidas, y ajustadas
La madre lo estrechó; dejó en su frente A un ritmo misterioso, á una cadencia,
Una lágrima inmensa, en ella un beso, Para formar ese himno prolongado
Y se acostó á morir. Lloró la selva Con que las sombras ruegan:
Y, al entreabrirse, sonreía el cielo. Esa flotante ebullición sonora
Que en el aire semeja
De mil voces distintas y lejanas
Los ayes, las palabras ó las quejas
Que á extinguirse temblando á nuestro lado
¿Sentís la risa? Caracé el cacique Como heridas se acercan?
Ha vuelto ebrio, muy ebrio.
Su esclava estaba pálida, muy pálida... ¿Quién llora con la luna en los sepulcros,
Hijo y madre ya duermen los dos sueños. Y ríe en las estrellas,
Y respira en las auras otoñales,
Y anima la hoja seca,
Y es perfume en la flor, gota en la lluvia
Y en la pupila idea?
Acaso en los espacios infinitos
Que el hombro no penetra,
La vida y la armonía se difunden
En cuyas formas entran,
Como elemento indispensable y justo,
Los ignorados llantos de la tierra,
Los ayes de las razas extinguidas,
Su soledad eterna,
Los destinos obscuros, los suspiros,
Las lágrimas secretas,
Los latidos que el mundo no comprende
Y en la eterna armonía se condensan.

Vosotros, los que amáis los imposibles,


Los que vivís la vida de la idea,
Los que sabéis de ignotas muchedumbres
Que los espacios infinitos pueblan;
Los que escucháis quejidos y palabras
Donde el silencio reina,
Y algo más que la idea del invierno
Os sugiere el rodar de la hoja seca,
Escuchad el acorde arrebatado
Al rumor misterioso de la selva,
La voz de aquella noche sin aurora
Que difunde su sombra en mi leyenda.

II.

La corriente del tiempo, El indio alzó la frente; miró á Blanca


En brazos del pasado, De un modo fijo, iluminado, intenso.
Como el cadáver de otros tantos hijos, Había en su actitud indescifrable
Ha dejado los años tras los años. Terror, adoración, reproche, ruego.

TABARÉ-5 Libro II - Canto III.


Pág. 91.
Al tramontar las lomas
Del Uruguay, el astro
Deja envuelto en la sombra de las islas
A un villorrio español, que fué fundado
En la desierta margen donde el río
San Salvador, hermoso tributario
Del Uruguay, derrama en éste
Su caudal, entre sauces y guayabos.
El pueblo aquél, sentado en el desierto
Como un aventurero temerario,
¿Es algo más que una visión de gloria?
¿Brotó del suelo ó descendió de lo alto?
Sus cimientos han sido varias veces
Con sangre de dos razas amasados;
Sus techos, convertidos en hogueras,
Varias veces el campo iluminaron;
Y ya más de una vez en la colina
Quedaron sus escombros solitarios,
Como los negros miembros de un gigante
Por la zarpa del tigre hecho pedazos.
Desde el fondo del bosque, los charrúas
Observan los bastiones castellanos,
Las rudas estacadas
De troncos de algarrobos y quebrachos,
Antemural sin fosos ni poternas,
Remedo de baluarte que, hácia el campo,
Defiende el caserío
Cuyos techos se asoman al barranco.
Techos pajizos de bambú, con hebras
De la raíz del ñapindá amarrados;
Muros de tierra negros
Entre despojos de bateles náufragos,
Tabaré.-ó
Que rodean la casa construida Allá en el matorral algo se mueve...
Por Juan de Ortíz el viejo adelantado, ¿Quién trepa en el barranco?
Con sillares de piedra ¿Sentís un grito en la lejana orilla?
Que el tiempo y los incendios respetaron; Es la muerte... si vais, veréis su rastro.
Tal es la población conquistadora ¿Qué hay más allá? Lo ignoto, lo imprevisto,
En que aún tremola el pabellón hispano, Quizá lo sobrehumano;
Sereno como siempre Algo más que la muerte, más obscuro...
El desierto sin nombre desafiando, ¿Quién se llega hasta él? ¿Quién va á retarlo?
En una tierra madriguera hermosa España va, la cruz de su bandera,
Del indio más bizarro Su incomparable hidalgo;
De los que aullaron y aguzaron flechas La noble raza madre en cuyo pecho
En el salvaje mundo americano. Si un mundo se estrelló, se hizo pedazos.
Como el cachorro oculto bajo el cuerpo El pueblo altivo que, en la edad sin nombre,
Del tigre provocado, Era el cerebro acaso
Así se esconde la uruguaya tierra Del continente muerto,
De su indómito rey bajo los arcos. Ya sumergido en el abismo atlántico
El indio ruje, al escuchar la planta Que, no teniendo en sí, para el cadáver
Del extranjero blanco, De aquel coloso espacio,
Con rugidos de rabia y de deseo, Dejó asomar, sobre la vasta tumba,
Siempre en acecho, cauteloso, huraño. Miembro insepulto, el mundo americano.
Brilla el ojo del indio en la espesura; Sólo España ¿ quién más ? sólo ella pudo,
Suena por todos lados Con paso temerario,
Su alarido feroz: brotan rabiosos Luchar con lo fatal desconocido,
De entre las flores sus agudos dardos. Despertar el abismo y provocarlo;

¿Dónde se esconden? Donde esconde el viento Llegarse á herir el lomo del desierto
Sus gritos ignorados; Dormido en el regazo
Donde esconde la muerte las lumbreras De la infinita soledad su madre,
Que enciende sobre el haz de los pantanos. Y en él clavar el pabellón cristiano;

Allí donde tan solo se ve un grupo Y resistir la convulsión suprema


De chircas ó de cardos, Del monstruo aquél al revolverse airado,
Hay rostros escondidos en la sombra, Sin que el pavor le acongojara el alma,
Siempre despiertos, sangre olfateando. Ni el resistir le desarmara el brazo.
De los blancos guerreros que el charrúa,
Con fuerza extraordinaria,
III. Estrujaba en el nudo de sus brazos
Que la muerte tan sólo desataba;
En las torcidas calles del villorrio Y en los dientes de muchos,
La guarnición se ve diseminada: O en sus manos crispadas
Quién aguza en la piedra Trozos sangrientos de enemiga carne
El hierro de su lanza, Con vestigios de vida palpitaban;
Quién enluce un mohoso Pero jamás un ruego,
Capacete, ó remalla Nunca una sola lágrima
Alguna vieja cota, ó busca en vano Plegó los labios ni anubló los ojos
Sobre la gola encaje á la celada; Del dueño de las selvas uruguayas.
Quién las piezas ajusta
De sus gastadas armas,
IV.
Espaldares ó antiguas escarcelas
De coseletes varios arrancadas;
Saficán, el cacique más anciano,
Mientras allá, á la sombra Ya cayó en la batalla
Tendido de una acacia, Después que por Garay en la llanura
Algún soldado arrulla sus recuerdos Vió deshechas sus tribus más bizarras.
Con un cantar querido de la patria.
Sopló la muerte, y apagó en sus ojos,
El brazo desfallece,
Sedientos de venganza,
Sin que por ello desfallezca el alma
El último fulgor. Pero aun la muerte,
De los rudos guerreros españoles
Del indio en las pupilas amenaza,
Que, para dar la postrimer lanzada,
Cuando las tribus, con clamor inmenso,
Persiguen y no encuentran Del combate separan
El corazón de la invencible raza Su cadáver, envuelto en los vapores
Que prolonga el honor de su agonía De la caliente sangre que derrama.
Más allá de su vida legendaria.
Murió; pero en la noche, cuando el astro
En el cobrizo pecho de algún indio No alumbra las barrancas,
Postrado en la batalla, Y se duermen las víboras, y agita
Las escamas grabadas y arabescos Solo el ñacurutú sus lentas alas;
Se hallaron de las cotas y corazas
Cuando las sombras salen de los árboles
El viento que en su torno
Y con los vientos andan, Los centenarios ñandübáis descuaja,
Y la nutria nadando cruza el río, No mueve ni un cabello del cacique
Y canta el grillo oculto entre las matas, Que á través de los árboles resbala;
El cacique aparece.
Y si acaso dispersa
Ya lo han visto las tribus espantadas
Los miembros de la sombra alguna ráfaga
Buscar en vano su arco entre los juncos
De los vientos del Sur, vuelven al punto
O su maza de pórfido en las aguas.
A reunirse y cobrar la forma humana.
Cuando, como jauría
El rayo no lo ofende
De lebreles con alas,
Aunque á liarse á su cabeza vaya,
Vientos de tempestad cruzan rabiosos
O silbando en su cuerpo se retuerza
Aullando de la selva entre las ramas;
Y lo ilumine con su lumbre cárdena.
Cuando las nubes negras
El indio sigue mudo,
Se ven amontonadas
Buscando siempre su guerrera maza,
Un momento no más sobre el relámpago
Y á su paso los tigres se espeluznan
Que por el fondo de los cielos pasa,
Y las tribus se esconden espantadas.
Y las gotas de lluvia
En las hojas restallan, Las plumas erizando,
Y golpean el lomo de los tigres Dando graznidos, el fulgor apagan
Que encandilados y encogidos braman, De sus redondos ojos las lechuzas
Que huyen á guarecerse en las barrancas;
La sombra silenciosa
Cruza en los aires pálida, Hasta que, al oír el indio
En medio la tormenta que acaudilla La primera canción que anuncia el alba,
Con su antigua actitud siempre gallarda. En el aire sutil pierde sus formas,
Se diluye en la luz, se va ó se apaga.
Esa es su frente estrecha,
Su cabellera lacia,
Y su saliente pómulo, y sus ojos V.
Pequeños, de pupila prolongada
Al acecho dispuesta ¡También Abayubd cayó en la lucha!
Y á devorar distancias; Abayubd á quien llaman
A encenderse, á apagarse entre la sombra, En vano con sus grandes alaridos
Y á comprimir relámpagos de rabia. Las tribus que el cacique acaudillaba.
Era el joven amado Se agita, grita, ruge,
Del viejo Sapean; con sus palabras Mientra el ginete el pecho le traspasa;
Encendía el valor de los charrúas Sólo la muerte lo desprende, y yerto
Y con su paso y su actitud gallarda. El cuerpo sólo se desploma y calla.
Aun contaba sus fríos No volverá á tenderse
Por sus manos que, hiriendo con la maza, El arco de algarrobo que ajustaba
Eran rudas y fuertes como el viento La mano de Taá, del joven indio
Que sopla al Uruguay desde las pampas. Que daba muerte al yacaré en las aguas;
¡Cómo cayó! Al sentirse No encenderá sus fuegos
Pasado por el hierro de una lanza, En los bosques del Hum ni en sus barrancas
Trepó por ésta hasta morir, cortando El valiente Terú; las sombras negras
Con el diente afilado por la rabia Gimen cuando se posan en sus armas.
La rienda del caballo en cuya grupa ¡Maracopa y Abaroré no existen!
El español acaba I Gzialconda ya es esclava!
Con el puñal, la destructora brega Ya no reirá la dulce Liropeya,
Que la ocupada lanza comenzara. La virgen más hermosa de la playa,
Hija del tiempo de los soles largos,
Que brillan en las ramas
VI. Cuando el botón del ceibo se revienta
Como urna de sangre. Por llevarla
¿Y Añagualfo el gigante y Yandinoca? A sus toldos de pieles, muchos indios
También sus sombras vagan Se hendieron con sus hachas;
En la noche sin lunas, y se envuelven Venció Yandubayú; pero la virgen
En el triste vapor de las montañas. En vano llora y al cacique aguarda.
¿Qué fué de Tabobd? También ha muerto. Murió Yandubayú, ¡también ha muerto!
Buscaba en el combate la venganza Jamás en su piragua
De Abayubd, cuando del sueño frío Vendrá á buscar á Lirofeya; nunca
Sintió en los huesos la corriente helada. Se oirá su voz en medio la batalla.
El fiero Magaluna, Los hijos valerosos
Ligero como el tigre, se abalanza De muchas indias, cuando no contaban
Al cuello del corcel del enemigo Haber visto diez veces hojas nuevas
Al que sus dientes y sus uñas clava; Abrir en el penacho de las palmas,
Han caído en la lucha ¡Y aun viven los jaguares amarillos!
Dando débiles gritos de venganza; ¡Y aun sus cachorros maman!
Sus brazos no eran fuertes, y sus flechas ¡Y aun brotan las espinas que mordieron
Eran temidas sólo de las gamas. La piel cobriza de la extinta raza!

Los viejos que habían visto Héroes sin redención y sin historia,
Nacer la primer luna, y en los talas Sin tumbas y sin lágrimas;
En que hoy las uñas el leopardo afila Indómitos luchásteis... ¿Qué habéis sido?
¿Héroes ó tigres? ¿Pensamiento ó rabia?
Habían visto correr la primer savia,
Como el pájaro canta en una ruina,
También hicieron arcos,
El trovador levanta
Y aguzaron las puntas de las lanzas, La trémula elegía indescifrable
Y fueron al combate lentamente Que á través de los árboles resbala,
Apoyados en ellas ó arrastráadolas.
Cuando os siente pasar en las tinieblas
Y todos han caído Y tocar con las alas
Uno tras otro en la desierta pampa; Su cabeza, que entrega á los embates
Y nadie abrió sus párpados; la noche Del viento secular de las montañas.
Bajo de ellos quedó, la noche larga,
Sombras desnudas que pasáis de noche
Triste, sin lunas, la del viento negro, En pálidas bandadas
En la que nunca aclara. Goteando sangre que, al tocar el suelo,
Ya no se mueven los caciques indios, Como salvaje imprecación estalla:
No encienden fuegos; para siempre callan.
Yo os saludo al pasar. ¿Fuisteis acaso
Mártires de una patria,
Monstruoso engendro á quien feroz la gloria
VII. Para besarlo, el corazón le arranca?
Sois del abismo en que la mente se hunde
¡Héroes sin redención y sin historia, Confusa resonancia;
Sin tumbas y sin lágrimas! Un grito articulado en el vacío
¡Estirpe lentamente sumergida Que muere sin nacer, que á nadie llama;
En la infinita soledad arcana!
Pero algo sois. El trovador cristiano
¡Lumbre espirante que apagó la aurora! Arroja, húmedo en lágrimas,
¡Sombra desnuda muerta entre las zarzas! Un ramo de laurel en vuestro abismo...
Ni las manchas siquiera ¡Por si mártires fuisteis de una patria!
De vuestra sangre nuestra tierra guarda,
CANTO SEGUNDO II.

I. Don Gonzalo de Orgaz, joven bizarro,


Manda en jefe la plaza;
¿Qué queda entonces de la tribu errante La cimera encarnada de su yelmo
Del Uruguay? ¿Qué de su altiva raza? Marcó siempre el peligro en la batalla.
Aun resta su agonía; asida al suelo,
La fiera agita su convulsa zarpa. Olvidó muchas veces en la lucha
El toque á retirada;
Quedan indios aún para la muerte Era noble y valiente, noble y bueno,
Que cautelosos por los bosques andan, Bueno y celoso de su estirpe hidalga.
Cual rebaños de tigres que en el pueblo
Siempre encendidas sus pupilas clavan. III.
• De noche, por las lomas ó entre el bosque,
Como gritos de luz, se ven las llamas ¿Por qué el valiente aventurero trajo
De señales charrúas que se cruzan, Consigo á Doña Luz la castellana,
Se avivan, se repiten ó se apagan; Y á su mujer expone á los peligros
Que ambicionó para lustrar sus armas?
Y alguna vez, el temeroso aullido
Que algún consejo al terminar levanta, ¿Qué hace á su lado, qué hace de sus días
Al pueblo llega, en ráfagas del aire, En esta vasta soledad, qué aguarda
Como rumor de tempestad lejana. Esa otra niña, la de tez morena,
Blanca, la hermosa, la inocente Blanca?
Un temor imprevisto y repentino
Entonces suele atravesar las mallas; ¿Para quién brillan esos ojos negros,
Los soldados se miran, y suspenden Profundos hasta el alma,
La ardiente relación de sus hazañas; Y en que la luz del sol de Andalucía
Brillo de estrellas presta á las miradas?
Parece que en sus labios animados
Exprimió el mismo seno que Gonzalo;
Tropezase un momento la palabra;
Lloró la misma madre, y solitaria,
Mas pronto, cuando advierten con despecho,
Riendo con el cielo
Que, sin quererlo, ha vacilado el alma,
En que su madre se perdió llamándola,
Sus risas y burlescas maldiciones
Quedó en el mundo sin más sombra amiga
En el silencio momentáneo estallan,
Que la armadura de su hermano hidalga;
Y, al amor de la lumbre, se reanuda
Allí recuerda su niñez reciente,
Con nuevo ardor la interrumpida plática. Y espera el porvenir allí sentada.
¿Qué impulso los condujo El astro que pasea las colinas,
A la salvaje tierra americana? Con su dulce mirada
¡Quién sabe! Acaso el mismo misterioso Seguía á la española que en la tarde
Que une las notas que en el aire vagan, Paseaba tristemente por la playa;
En prolongado acorde Y buscaba sus ojos cuando, sola,
De transparentes arpas, Sentada en la barranca,
Que suenan en el viento, en los recuerdos, Quedaba confundida en las tinieblas
En los vagos crepúsculos del alma; Que sus esbeltas líneas esfumaban.
Que en las noches serenas, Parece que este mundo americano
Y en los rayos de luna columpiadas, A aquella niña aguarda
Se acercan, y se alejan y en los aires, Porque en sus ojos brillen sus estrellas,
Las lentas trovas del dolor ensayan; Porque su viento pueda acariciarla,
Ese impulso secreto
Porque sus flores tengan quien recoja
Que, aun de entre las lágrimas,
La esencia de sus almas,
Hace brotar á veces las sonrisas
Y las corrientes de sus grandes ríos
Como luces que rielan en las aguas;
Quien oiga y ame sus canciones vagas.
Que el polen encendido
Lleva de palma á palma, IV.
Y hace nacer los lirios en las tumbas,
Y en el dolor abriga la esperanza.
Era una hermosa tarde.
Quizá la niña, en cuyos dulces ojos Huía la sonrisa de los cielos
Se mueven las miradas En los labios del sol que la llevaba
Como insectos de luz aprisionados A imprimirla en la faz de otro hemisferio.
En urnas de cristal negras y diáfanas,
De su excursión al bosque
Allí, en la tierra en que una raza espira, Tornan Gonzalo y diez arcabuceros.
Es la nota con alas Fué eficaz la batida: un grupo de indios
Que mezclada á un acorde moribundo, Viene sombrío caminando entre ellos.
De gritos de dolor hará plegarias.
Otros muchos quedaron
El Uruguay, al verla en sus orillas, Tendidos en el campo; el viento fresco
Palpitaba en sus aguas, La sangre orea en las hispanas armas,
Y temblaba en los juncos, y en la arena Y en la piel de los indios prisioneros.
Dejaba notas, quejas y palabras.
No son tigres, aunque algo
Del ademán siniestro
Del dueño de las selvas se refleja
En su fiera actitud. Caminan; vedlos.
Son el hombre-charrúa,
La sangre del desierto,
iLa desgraciada estirpe que agoniza
Sin hogar en la tierra ni en el cielo I
Se estrechan, se revuelven,
Las frentes sobre el pecho,
En los ojos obscuros el abismo,
Y en el abismo luz, luz y misterio.
Parece que, en el fondo
De esos ojos, á intervalos,
Un monstruo luminoso se moviera
Sus anillos flexibles revolviendo;
Con rápidos espasmos
Se sacuden sus miembros;
Sus músculos elásticos y duros
Al salto y la carrera están dispuestos;
La sangre apresurada
Circula bajo de ellos
Como corre callado entre las breñas
Un rebaño de fieras que va huyendo;
No hay en su rostro inmóvil
Ni siquiera un reflejo
Del espíritu extraño y concentrado
Que, al parecer, lo anima desde lejos;
Se advierte en su mirada Se abrió paso h a s t a el indio
Un constante recelo, Tendiéndole los brazos; éste al verlo,
Y una impasible languidez que tiene Se aferró á su sayal, dobló la frente
Algo de triste, mucho de siniestro. Y en tierra dió con su extenuado cuerpo.
TABARÉ-6 Libro II - Canto IV.
I'ág. 105.
Son esbeltas sus formas,
Duros sus movimientos,
La tez cobriza, el pómulo saliente,
Negros los ojos, como el odio negros.
Sobre los fuertes hombros
Se derrama el c?")ello,
NM En crenchas lacias, rígidas y obscuras,
Que enlutan más aquel huraño aspecto.
Pupila prolongada
Que prolongó el acecho;
Dilatada nariz, y estrecha frente
A que se ajusta enhiesto
Un erizado matorral de plumas
De colores diversos
Que parecen brotar de la cabeza
Como brotan de un tronco los renuevos.
Jamás mira de frente;
Jamás alza la voz: muere en silencio;
Jamás un signo de dolor se posa
Entre sus labios pálidos y gruesos.
No borra ni el suplicio
Su ademán de desprecio;
Sólo el combate en su fragor arranca
Estridente alarido de su pecho.
Entonces, semejantes
A los colmillos del jaguar sediento,
Brillan entre los labios del salvaje
Los dientes blancos con horrible gesto.
Son el hombre-charrúa,
La sangre del desierto,
La desgraciada estirpe que agoniza
Sin hogar en la tierra ni en el cielo.
Tabaré.-6

mm^^m
¿Por qué se ha desprendido de su grupo?
¿Se ha apoderado un vértigo
V. De ese salvaje enfermo que venía
Entre los otros indios prisionero?
El grupo de indios, como viva masa La onda de un suspiro
De apeñuscados cuerpos, Se ha notado quizá sobre su pecho,
Adelanta, rodeado de arcabuces, Y se hubiera creído, al observarlo,
Entre las casas del pajizo pueblo. Que ha roto entre los dientes un lamento.

Salen de sus viviendas las mujeres No es ira, no es encono, ¿qué es entonces


Y los hombres á verlos; Ese temblor extraño de sus miembros?
Ni una impresión se nota en sus semblantes: ¡Así sacude su prisión el alma
Todos caminan impasibles, fieros. Cuando estallan en ella los recuerdos!

Ah... todos nó: miradlo ¿Quién es ese


Que se detiene trémulo? VI.
¿No es su pupila azul? Azul, no hay duda.
¿Qué hay en ella? ¿Terror? ¿Asombro? ¿Miedo?
Es que Blanca, al pasar, lo está mirando
¡Extraño sér! ¿Qué raza da sus líneas Con inocente empeño,
A ese organismo esbelto? Y él clava en ella los azules ojos
Hay en su cráneo hogar para la idea, Cual poseído de un pavor intenso.
Hay en su frente espacio para el genio.
La mira absorto, fijo, con el labio
Esa línea es charrúa; esa otra... humana. Inmóvil y entreabierto;
Ese mirar es tierno... Parece interrogar algo invisible,
¿No hay en el fondo de esos ojos claros A sí mismo, á su sombra, á su recuerdo.
Un sér oculto con los ojos negros?
Diríase que alumbra sus pupilas
La blanda piel de un tigre El cercano reflejo
Ha ceñido á su cuerpo; De algo como una aparición radiosa
No se ha pintado el rostro, ni en su labio Sensible sólo para el indio enfermo.
Ha atravesado el signo del guerrero.
Y por la lumbre intensa de una idea
Es pálido, muy triste; en su semblante Que viene desde adentro;
Y en su azorado aspecto, Que arde en el alma y llega hasta los ojos
Hay algo misterioso Y con la otra visión se funde en ellos.
Que inspira amor, ó desazón, ó duelo.
Esperando á Gonzalo estaba Blanca
Las grietas del sepulcro
En el umbral de su morada; al verlo
Han engendrado un lirio amarillento,
Corrió hacia él, y distinguió al salvaje
Tiene el hálito triste de la muerte,
Que allí venía entre los otros presos.
Su extrema palidez y su misterio.
Ved cómo tiembla el indio
De ojos extraños de color de cielo- IX.
Blanca esa noche se encontró llorando
El pánico del indio indescriptible
Al acordarse del salvaje enfermo.
Duró sólo un momento;
Marchando confundido entre los otros
VII.
Se aleja Tabaré; pero á lo lejos
Cayó una flor al río. Entre el grupo cobrizo se destacan
Los temblorosos círculos concéntricos Las líneas de su cuerpo
Balancearon los verdes camalotes De una amarilla palidez. La niña
Y entre los brazos del juncal murieron. Lo sigue con los ojos largo tiempo.
Las grietas del sepulcro
Han engendrado un lirio amarillento.
Guarda el perfume de la flor caída, X.
La flor no existe: ha muerto. — ¿Quién es, Gonzalo, ese indio que trajiste,
Así el himno cantaban El de la frente pálida,
Los desmayados ecos; Que me miró de un modo tan extraño
Así lloraba el urulí en las ceibas, Cuando venía entre tus hombres de armas?
Y se quejaba en el sauzal el viento. ¿Está enfermo? ¿Qué tiene? Me despierta
Una profunda lástima.
VIII. ¿Qué tiene en esos ojos? ¿Lo recuerdas?
¿Quién es ese charrúa que suspira? ¿Qué harás con él? ¿Quién es? ¿Cómo se llama?
¿Quién es el prisionero —¿Lo sé yo acaso? Ese hombre es un misterio,
Que es capaz de alumbrar con luz del alma Es un misterio, Blanca.
Esos sus ojos de color de cielo? Al cruzar aquel bosque, lo encontramos
TABARÉ lo apellidan los charrúas, En actitud de duelo ó de plegaria.
O el hijo de los ceibos... Y es el mismo, lo es, estoy seguro,
¡Hijo de mi dolor! una española Que he visto en las batallas
Le decía llorando há mucho tiempo. Reir con el peligro y con la muerte,
Bravo como el aliento de su raza.
Sobre aquellas cabezas que, en los brazos
¡Y qué! ¿Tiene algún crimen?
Y entre cabellos rígidos descansan,
¿No lucha por su hogar y por su patria?
No se siente pasar un solo ensueño;
¿No defiende la tierra en que ha nacido,
Nada invisible por los aires anda.
La libertad que el español le arranca?
Pero entre el grupo de dormidos cuerpos,
Cuando á él nos llegamos, Despierta una figura se destaca:
No sintió nuestros pasos á su espalda, Inmóvil, con los ojos encendidos,
Ni demostró sorpresa, al verse solo, Clavada en el vacío la mirada.
Rodeado de arcabuces y de adargas.
Las horas, una á una, la encontraron,
Por cárcel este pueblo se le ha dado.
Como una sombra vana:
Él ha de respetarla. La vió la noche, la abrazó el insomnio,
Yo probaré en ese hombre si se encuentra Y así la halló la claridad del alba.
Capaz de redención su heroica raza.
¡Qué! ¿Sólo duelo y muerte
Ha de obtener América de España?
¡La sangre de esos hijos del desierto
Más que el orín deslustra nuestras armas! CANTO TERCERO.
— Gonzalo, no te olvides
I.
De la española sangre derramada,
Le dijo Doña Luz; esos salvajes
Ahí va... callado, cual lo miran siempre
Hombres no son; la redención cristiana
Discurrir por el pueblo:
No alcanza á redimirlos Extraño, taciturno. El indio loco
Pues para ellos no fué: no tienen alma; Los soldados le llaman; pero, al verlo
No son hijos de Adán, no son, Gonzalo;
Pasar entre ellos pálido, absorbido,
Esa estirpe feroz no es raza humana.
Lo miran en silencio,
Lo siguen con los ojos y, mostrándose
Al salvaje entre sí, dicen ¿Qué es esto?
XI. — ¿Qué dices tú?
— Que es loco rematado
Duermen los indios prisioneros; duermen A estar á lo que veo.
Tendidos en el suelo, como masa — Rematado, bien dicho; ved sus ojos,
De bronce que se mueve y que palpita Ese indio tiene barajado el seso.
Con aliento vital en las entrañas.
Sobre aquellas cabezas que, en los brazos
¡Y qué! ¿Tiene algún crimen?
Y entre cabellos rígidos descansan,
¿No lucha por su hogar y por su patria?
No se siente pasar un solo ensueño;
¿No defiende la tierra en que ha nacido,
Nada invisible por los aires anda.
La libertad que el español le arranca?
Pero entre el grupo de dormidos cuerpos,
Cuando á él nos llegamos, Despierta una figura se destaca:
No sintió nuestros pasos á su espalda, Inmóvil, con los ojos encendidos,
Ni demostró sorpresa, al verse solo, Clavada en el vacío la mirada.
Rodeado de arcabuces y de adargas.
Las horas, una á una, la encontraron,
Por cárcel este pueblo se le ha dado.
Como una sombra vana:
Él ha de respetarla. La vió la noche, la abrazó el insomnio,
Yo probaré en ese hombre si se encuentra Y así la halló la claridad del alba.
Capaz de redención su heroica raza.
¡Qué! ¿Sólo duelo y muerte
Ha de obtener América de España?
¡La sangre de esos hijos del desierto
Más que el orín deslustra nuestras armas! CANTO TERCERO.
— Gonzalo, no te olvides
I.
De la española sangre derramada,
Le dijo Doña Luz; esos salvajes
Ahí va... callado, cual lo miran siempre
Hombres no son; la redención cristiana
Discurrir por el pueblo:
No alcanza á redimirlos Extraño, taciturno. El indio loco
Pues para ellos no fué: no tienen alma; Los soldados le llaman; pero, al verlo
No son hijos de Adán, no son, Gonzalo;
Pasar entre ellos pálido, absorbido,
Esa estirpe feroz no es raza humana.
Lo miran en silencio,
Lo siguen con los ojos y, mostrándose
Al salvaje entre sí, dicen ¿Qué es esto?
XI. — ¿Qué dices tú?
— Que es loco rematado
Duermen los indios prisioneros; duermen A estar á lo que veo.
Tendidos en el suelo, como masa — Rematado, bien dicho; ved sus ojos,
De bronce que se mueve y que palpita Ese indio tiene barajado el seso.
Con aliento vital en las entrañas.
— Moscardón que no gruñe se me antoja — ¿Qué dices? ¿Le hablaremos?
En sus mudos paseos. — Háblale tú que entiendes de latines
— ¡ Y parece que sufre! A ver si te contesta.
— ¡ Ca! Esa gente — No lo creo.
No es capaz de dolor... ¡muere en silencio! Un mes hace que vive entre nosotros;
Ved qué pálido está, qué desmayado. Ni su voz conocemos.
Sus pasos son inciertos: — ¿No será mudo?
Parece que su cuello no pudiera — N ó : con el anciano
De la cabeza soportar el peso. Ha hablado alguna vez, según entiendo.
— Es que algo habrá perdido, y anda siempre — Vedlo, allá va; cuando en aquella loma
Buscándolo en el suelo. Aparezca el lucero,
— ¡Y también en el aire! Frente á nosotros pasará de vuelta;
— ¡Cierto! El loco Puedes salirle entonces al encuentro.
Suele buscar en él pájaros negros. — Pero háblale con tino, con mesura:
— ¿Y si os dijera que ese insano duerme Cuida de no ofenderlo,
Con los ojos abiertos? Sabes que el capitán tiene ordenado
-¡Oiga! Que al Señor Don Charrúa no irritemos.
— Como os lo digo. Lo he observado — ¿No es aquélla la hermosa Doña Blanca?
Más de una noche, y me asustó su aspecto. — La misma. El prisionero
¡Si parece un cadáver que nos mira! Va á pasar á su lado.
— ¿Tendrá el diablo en el cuerpo? — ¡Ved qué hermosa,
— Todo es posible. Si en las altas horas Qué hermosa está con esos ojos negros!
Váis á observar los indios allá dentro,
Entre el grupo cobrizo allí entregado II.
A su profundo sueño,
Siempre tropezará vuestra mirada Tabaré sigue; se detiene á veces
Con dos ojos diabólicos despiertos. Cual si escuchara atento,
Y se hunde su mirada en los espacios,
Son los de ese indio; no se cierran nunca; O vaga en torno suyo con recelo.
Sentado, inmóvil, yerto,
Lo veréis siempre, hasta en la media noche, Inclina nuevamente la cabeza,
Tal cual lo estamos ahora mismo viendo. Y sigue á paso incierto,
Como el que va temiendo á cada instante
— Loco, no hay más, Ser sorprendido por oculto riesgo.
— O poseído acaso.
Blanca lo observa; sigue del charrúa Y allí fijo quedó, como tocado
Los tristes movimientos; Por un conjuro; trémulo
Espera la ocasión de ver sus ojos, Como el corcel q u e en su carrera escucha
Pues sabe que algo ha de encontrar en ellos. El bramido del tigre en el desierto.
Pero es en vano: el prisionero pasa Así como una piedra,
Sin mirarla jamás, nublado el ceño, Al fondo del abismo descendiendo,
Y, al cruzar frente á ella, se apresura Despierta temerosas resonancias,
Y se aleja temblando, casi huyendo. Voces lejanas, quejas y lamentos,
Es que cierra los ojos, y no obstante, La voz de la española
Ve la imagen de Blanca entre los velos Descendió al alma del salvaje enfermo,
De una aurora confusa, imperceptible, Y en ese abismo despertó la vida,
Que ilumina el nacer de sus recuerdos. La queja, el grito del dolor y el tiempo.
¿Es ella la que flota en su pasado? El indio alzó la f r e n t e ; miró á Blanca
¿Es la blanca visión de sus ensueños? De un modo fijo, iluminado, intenso.
A una mujer tan blanca como aquélla Había en su actitud indescifrable
Oyó cantar los cánticos maternos. Terror, adoración, reproche, ruego.
El indio siente confusión ignota;
Vacila, tiene miedo;
Busca á la niña, y huye al encontrarla; IV.
Huye de la ilusión y del misterio.
«—¡Tú hablas al indio! ¡Tú, que de las lunas
Tienes la claridad!
III. ¿Por qué lo hieres con tu voz tranquila,
Tranquila como el canto del sabia?
Así pasaba Tabaré aquel día Si tienes en los ojos, de las lunas
Frente á la virgen que, con dulce acento, La transparente luz,
¡Vaya el indio con Dios! ¿Por qué así corre? ¿Por qué tu alma para el indio es negra,
Dijo por fin, ¿le infundo algún recelo? Negra como las plumas del urú?
El se detuvo, sin alzar la frente, ¿Por qué lo hieres en el alma obscura?
Cual llamado á lo lejos; ¡Deja al indio morir!
Cual si la voz tardara largo espacio T ú tienes odio negro para el indio,
En ir desde el oído al pensamiento. Para el triste cacique guaraní».
Blanca sintió una lágrima en los ojos, Yo, temiendo tu sombra,
Y una amargura insólita en el pecho: Tiemblo y huyo de tí,
— Yo no tengo odio para tí, charrúa, Y tú en el despertar de mis memorias,
Dijo al cacique, con acento ingenuo. Vas tras de mí.
Las pupilas azules del salvaje Mis nervios que eran fuertes,
Brillaban asombradas; en sus nervios Fuertes cual ñandtcbay,
Vibraba el alma. Tabaré sentía Blandos como el retoño más temprano
El abismo sonar en su cerebro. Del ombú están...
Habla por vez primera á la española; No ha pasado una luna
Sus palabras, sin orden ni concierto, Después que yo te vi;
Brotan de entre sus labios, como informe ¡Mira cómo está enfermo el indio bravo
Tropel de sombras, luces y reflejos: Sólo por tí! »
« — ¡ Oh, sí! Yo sé que acechas La súplica, el reproche,
Mis horas de dolor; La imprecación, el ruego,
Sé que remedas alas de jilgueros Se sucedían en la voz del indio
Donde yo estoy. Y en su ademán nervioso y altanero;
Yo sé que tú el secreto El, que se había alejado
Conoces de mi sér, Con la frente inclinada sobre el pecho,
Y sé que tú te escondes en las nieblas... Como impulsado por interna fuerza,
¡Todo lo sé! Hácia la niña se volvió de nuevo;
Que gimes en el viento, La miró un breve espacio,
Que nadas en la luz, Y señaló su rostro con el dedo,
Que ríes en la risa de las aguas Cual si del fondo obscuro de su alma
Del Iguazú; envuelto en luz brotara un pensamiento.
Que miras en las altas « — Era así como tú... blanca y hermosa;
Hogueras de Tupa, Era así... como tú.
Y en las lunas de fuego fugitivas Miraba con tus ojos, y en tu vida
Que brillan al pasar. Puso su luz;
Tú, como el algarrobo, Yo la vi sobre el cerro de las sombras
Sueño das á beber; Pálida y sin color;
Y das la sombra hermosa que envenena El indio niño no besó á su madre...
Como el ahué. ¡No la lloró!
Las avispas de fuego de las nubes, Pero... ¡no era la tuyal
Ellas brillaron más; Era otra aquella mano ¿no es verdad?
Pero el hogar del indio se apagaba, ¡Dile al charrúa que esos ojos tuyos
Su dulce hogar. No son los que en sus sueños ve flotar!
Han pasado más fríos que dos veces Dile que no es tu raza
Mis manos y mis piés... La que vierte esa tenue claridad
Sólo en las horas lentas yo la veo Que en el alma del indio reproduce
Como cuer-po que fué. Aquella luz de su extinguido hogar;
Hoy vive en tu mirada transparente Aquella luz que el astro de los muertos
Y en el espacio a z u l - Nunca sabrá copiar,
Era así como tú la madre mía, Más pura que el reir de las mañanas,
Blanca y hermosa... ¡pero no eres tú! » Y el llorar de las tardes, ¡mucho más!

Por ocultar el llanto ¡Oh! nó: tú eres la sombra,


Que, sin mojar sus párpados, acerbo Tú no vives la vida como yo;
Como lluvia de hiél, se derramaba ¿Por qué has de arrebatarme mis recuerdos
Y empapaba del indio los recuerdos, Y vestirte ante mí de su color?
El infeliz charrúa, ¡Déjame! ¡No me sigas!
En convulso y mortal desasosiego, ¿No sientes? ¿No lo ves?
Se alejaba sombrío, y se volvía ¡El corazón del indio está muy negro!
A la española en ademán violento: ¡Triste como la sombra del ahuél
— Así como tu mano,
Blanca como la flor del guayacán,
Es la que he visto en la batalla siempre V.
Mi sudorosa frente refrescar.
La misma mano blanca Con movimiento brusco
De mi desnudo pecho separó Se ha separado de la niña el indio,
El rayo que arrojaban tus hermanos, Volviendo la cabeza, cual si huyera
Más rápido que el vuelo del halcón; Temiendo la agresión de un enemigo.
La he visto entre sus dedos Un eco amargo y triste
Romper la flecha que á esconder llegó Quedó de Blanca en el absorto oído.
En mis venas el sueño de las sombras, Tabaré atravesó entre los soldados.
Ese pálido sueño del dolor... Ninguno lo detuvo en su camino.
Blanca siguió con pena,
Con los ojos al indio fugitivo.
Aquel extraño sér en sí tenía
La atracción de lo obscuro del abismo.

VI.

En ese estado en que, movida el alma


Por fuerza superior, en lo infinito
Medita, sin conciencia de sus actos,
Como otro yo de nuestro sér distinto;
Y conoce los seres del ambiente
En que vaga desnuda de sentidos,
Sin traernos, de vuelta de su viaje,
Nada que de otros mundos nos dé indicios;
Y al despertar la sensación de nuevo,
Rompe de un sueño el transparente hilo,
Quedó la niña, hasta que oyó á su espalda
Que alguien decía: — ¿Qué te hablaba el indio?
— ¿El indio?... nada. ¿En qué estaba pensando?
¡Ah! Luz, no te había visto.
¿Qué me dijistes?... Ahora lo recuerdo:
Nada, nada me dijo.
Y agregó Doña Luz: — ¡Pero aquí, hablando
Lo hemos visto contigo!
Y Blanca: — ¿Sabes, Luz, que ese salvaje
Amó á su madre? El mismo me lo ha dicho.
— ¿Y no le temes, Blanca?
De nuevo se levantan, y prosiguen
— ¡Temerlo! Puede ser. Lo que al oirlo
En su danza frenética,
Mi espíritu sintió, fué un algo raro, T en los cantares bárbaros que entonan
Muy semejante al miedo de los niños. En torno del cadáver dando v u e l t a s .

TABARK-7 Libro III - Canto II.


Pdg. 142.
Con terror, la mirada
Clavó en su hermana Doña Luz.
— ¿Qué ha visto
O creído advertir en sus pupilas?...
Le aconsejó que huyese de aquel indio.

CANTO CUARTO.

I.

En la limpia armadura
De un grupo de guerreros
Dejaba el sol, al trasponer las lomas,
Su resplandor postrero.
Las flotantes cimeras
De los ferrados yelmos
Al viento de la tarde se agitaban
Con blando movimiento.
Itr
Como españoles, bravos,
Como soldados, crédulos,
Siempre el brazo á la lucha apercibido,
Y el alma á las consejas y á los cuentos,
Los del corro escuchaban
A un camarada viejo,
En su adarga los unos apoyados,
Y sentados los otros en el suelo.

II.

— ¿Dices que es un fantasma


Eso que anda de noche por el pueblo?
— No es otra cosa, á mi sentir: la sombra
De algún cacique muerto.
Tabaré.-l
Con terror, la mirada
Clavó en su hermana Doña Luz.
— ¿Qué ha visto
O creído advertir en sus pupilas?...
Le aconsejó que huyese de aquel indio.

CANTO CUARTO.

I.

En la limpia armadura
De un grupo de guerreros
Dejaba el sol, al trasponer las lomas,
Su resplandor postrero.
Las flotantes cimeras
De los ferrados yelmos
Al viento de la tarde se agitaban
Con blando movimiento.
Itr
Como españoles, bravos,
Como soldados, crédulos,
Siempre el brazo á la lucha apercibido,
Y el alma á las consejas y á los cuentos,
Los del corro escuchaban
A un camarada viejo,
En su adarga los unos apoyados,
Y sentados los otros en el suelo.

II.

— ¿Dices que es un fantasma


Eso que anda de noche por el pueblo?
— No es otra cosa, á mi sentir: la sombra
De algún cacique muerto.
Tabaré.-l
JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN

— Que es un indio no hay duda; En velar esa noche


Lleva en la frente plumas, y su cuerpo... Se pusieron de acuerdo,
— ¡Su cuerpo! ¿Acaso piensas Para tender una emboscada heroica
Que esa sombra impalpable ha de tenerlo? Al vagabundo espectro.
— ¡Será posible!
— ¡ Y tanto! IV.
No es el primer espectro
El último soldado
Que, haciendo yo la guardia en los bastiones, De los que por las calles discurrieron,
Se ha llegado hasta mí. Bien lo recuerdo. Se perdió en la penumbra de las chozas
La noche en que Garay venció á los indios Del villorrio desierto.
En aquel llano que se ve á lo lejos, Cayó la noche, y embozado en ella
Vi muchas de esas sombras Quedó San Salvador. El viejo Tiempo
Que cruzaban gimiendo entre los muertos. Sobre las altas horas se adelanta
La flor y nata de indios y caciques Con paso soñoliento.
Cayó en el lance aquél. ¡Si los espectros
Todos duermen: las aves en el nido,
No se hubieran entonces presentado,
Los niños en el cielo,
No sé cuándo lo hicieran, voto al cielo!
En las cunas los ángeles
No es de extrañar, por ende, Y en las ramas inmóviles el viento.
Que ese fantasma que de noche vemos, Sólo vela el soldado
Viniera á presagiar ruinas ó males, Que está de guardia en el bastión del pueblo,
Y es fuerza le arranquemos su secreto. Y algún perro que ladra, se levanta,
Y sobre el musgo tiéndese gruñendo.

III. Tranquila está la noche; las estrellas


Se ven brillar muy lejos;
Como una sombra que entre ruinas anda,
Más que con los oídos,
La luna entre las nubes va en silencio.
Con los ojos oyeron
Los soldados absortos, las consejas
Del camarada viejo; V.

No quisieron los unos Alguien también en vela está sin duda


Habérselas con muertos; Allá en un aposento
Pero los más serenos y esforzados, De la casa del jefe, en cuyos vidrios
No sin algún recelo, Se proyecta una sombra por intervalos.
Es la del Padre Estéban, ¡Cuántas veces, sentado
Encarnación de aquellos misioneros Junto al indio infeliz, de sus recuerdos
Que del reguero de su sangre hacían El enjambre dormido despertaba
La primer senda en medio del desierto, Con sólo una palabra ó un consejo!
Y marcaban el sitio ¡Cuántas veces el indio
Hasta el cual penetraba el Evangelio, Sus pupilas clavó en el misionero,
Con el cadáver solo y mutilado Pugnando por secar entre sus ojos
De algún mártir sin nombre y sin recuerdo. Gotas de llanto con esfuerzo interno,
La lumbre, en las paredes Y bebió sus palabras
Del aposento estrecho, Inmóvil y suspenso
Dibujaba, con mano temblorosa, Cuando su oído absorto recogía
Las formas sin color de los objetos; El tierno són de los cristianos rezos!
Y la negra silueta Cuando el indio escuchaba
Del pensativo monje, sobre el suelo, El nombre de la Madre del Eterno,
Obediente á la luz, se estremecía Madre también del hijo de los bosques,
Con un imperceptible movimiento. Virgen que vive en el azul inmenso,
Meditaba el anciano Entonces se agitaba,
Los destinos secretos Se incorporaba, y del anciano al cielo,
De aquella pobre raza moribunda Y de éste nuevamente hasta el anciano
Que el abismo atraía hácia su seno. Pasaban sus miradas. En el viejo
Miraba el Crucifijo, Por fin clavaba los azules ojos
Símbolo dulce del amor eterno; Con triste desaliento,
Interrogaba á sus cerrados ojos, Y escondiendo la frente entre los brazos,
Y á su labio espirante y entreabierto, Se tendía clamando: ¡No la encuentro!
Y entonces recordaba
Al indio de ojos de color de cielo; El fraile meditaba, meditaba
Miraba en él su estirpe redimida Con desolado empeño.
Y el clarear de un horizonte nuevo. Cuando creía su ilusión cumplida,
Quizá advirtió en la frente del salvaje Tocaba lo imposible y el misterio.
El imborrable sello
Del bautismo del bosque, y en su alma
Vió brillar algo vacilante y trémulo.
Hasta caer, guiado noche á noche
Por un instinto ciego,
VI. Allí, frente á la casa de Gonzalo,
Donde hasta el alba permanece yerto.
De pronto, penetró por la ventana De la casa del jefe
Algo como un lamento Tendido junto al cerco,
Que el monje ya otras noches había oído, ¡Cuántas noches lloraron su rocío
A una vana ilusión atribuyéndolo; De aquel charrúa sobre el cuerpo enfermo!
Pero en aquella noche, claramente Allí el ñacurutú lo contemplaba
Al oirlo de nuevo Con sus ojos de fuego,
Se llegó á la ventana premuroso Y, sin temor, las alas agitando,
Y la abrió con estrépito. Muy cerca de él pasaba el teru-tero.
Una sombra medrosa, entre los árboles, Allí el aire del río
Se levantó del suelo, Penetraba en sus huesos,
Y, esquivando la luz, huyó hácia el río Y la luz de la luna lo miraba
Como empujada por extraño vértigo. Con amor impotente desde el cielo.
Las plumas que en su frente Allí estaba la noche
Hacía mover el viento, En que oyó el Padre Esteban su lamento,
Denunciaron la forma de un charrúa Y al verse sorprendido, huyó sin rumbo,
Que conoció al instante el misionero. Sobrecogido de un pavor intenso.
Miró á la alcoba en que dormía Blanca, De su amor imposible,
Miró en seguida al cielo, De su desconocido sentimiento
Y una oración cruzó, sin hacer sombra, Volaba ante la sombra, que sentía
La inmensa soledad del firmamento. Correr tras él, asida á sus cabellos;

¿Quién es ese charrúa? Es la fantasma Las carnes erizadas,


Que han visto los guerreros, Temblorosos y rígidos los miembros,
Y que acertaron al mirar en ella Dilatadas y ardientes las pupilas,
Una sombra, un espectro: Corría tropezando y sin aliento.

Es Tabaré que, cuando todo duerme, Las sombras de los árboles


Huye de sus ensueños; Que la luna trazaba sobre el suelo;
Vaga en lo obscuro, huyendo de sí mismo, Las zarzas que sus pies ensangrentados
Y llevando la fiebre en el cerebro, Mordían, al romperse con estrépito;
Los ladridos agudos — Cuida que no te esquive,
De los perros despiertos; Porque mucho me temo
Las aves que, á su paso, levantaban Que nos haga cegar. Este fantasma
De aquí y de allá su sonoroso vuelo; Al irse ó estallar puede ofendernos.
— ¡Cá! No tiene bastante
Todo atronaba el exaltado oído,
Potestad para eso.
Todo enconaba el vértigo
¿No ves que está temblando? ¿No lo sientes?
De Tabaré el charrúa, que seguía
¡Herir con brío! ¡No tenerle miedo!
Su carrera sin rumbo y sin objeto.

VII. Cual tigre acorralado,


Volvía el indio su mirar de fuego,
Todo el furor salvaje
Los soldados que el golpe concertaron,
Sintiendo en su alma y en sus duros nervios;
A su paso febril se interpusieron,
Asestando sus picas y arcabuces Y el asta de la lanza
A su desnudo pecho. Dirigida á su pecho,
Como por un zarpazo arrebatada
Los dilatados ojos Crujió y saltó en astillas de sus dedos.
Clavó el salvaje en ellos,
Escondido en la sombra proyectada Aunque el asombro embarga á los soldados,
Por un grupo de ceibos. No vacilan por ello,
Y con creciente ardor, sus alabardas
La fiebre comprimía su cabeza Buscan herir al infernal engendro.
Con sus dedos de acero,
Y un temblor convulsivo sacudía El indio, sacudido por la fiebre,
Sus ateridos miembros. Siente que ya su cuerpo
Vá á desplomarse, pues sus piernas trémulas
— ¡Dinos quién eresl Se doblan á su peso,
— ¡Háblanos!
Cuando, á espaldas del grupo,
—Si eres fantasma bueno,
Clamó una voz cansada: ¡Detenéos!
¡Habla, en nombre de Dios! Y con la frente cana descubierta
— Si no respondes,
Se vió llegar jadeante al misionero.
Espíritu infernal te juzgaremos!
Se abrió paso hasta el indio
— ¡Dale tú con la lanza,
Tendiéndole los brazos; éste al verlo,
Veremos si habla; hiérelo!
Se aferró á su sayal, dobló la frente
Y por si fuere espíritu maligno, Y en tierra dió con su extenuado cuerpo.
El signo de la cruz haz en el hierro.
Como gotas de sangre que sonríen,
VIII.
Las margaritas rojas se despiertan,
Del seno de una nube, Despiertan las azules
Sus desflocadas orlas encendiendo, Y esas hijas sin nombre de la yerba
Salió la luna que alumbró piadosa De un amarillo y blanco deslumbrantes
La yerta faz del infeliz enfermo. Que en el campo se cuentan
— ¡Tabaré! prorrumpieron los soldados. Como en las claras noches de Diciembre
— ¡El indio de los ceibos! Se cuentan en el cielo las estrellas.
— ¡El indio loco! Todas las hojas brillan; una savia
— ¡El de los ojos verdes!
Joven y turbulenta
— ¡El fantasma del cuento! Circula por las cañas y los juncos,
Da ternura á los brazos de la yedra,
El fraile la cabeza
Desabrocha las flores de los talas,
De Tabaré apoyó sobre su pecho. Del guaviyú y la ceiba,
¡Los soldados entonces se engañaban Y alegra el corazón de los palmares,
Al creer que el indio aquel no era un espectro! Y los estambres húmedos revienta.
Los cardos, agrupados ó dispersos,
Levantan las cabezas
CANTO QUINTO.
Con sus coronas frescas y azuladas
I. Sobre el tallo espinoso descubiertas;
Y cual ropas tendidas por la noche
Desleída en las tintas de la aurora,
A secar en la arena,
La luz se disolvió de las estrellas;
Desparramados vénse entre espadañas
La risa de los cielos
Flamencos y gaviotas y cigüeñas;
Ha despertado el himno de la tierra.
El ombú, solitario de las lomas, De dos en dos dispersos y pesados,
La copa verde apenas balancea; O en obscuras hileras,
El sauce besa al río, Se posan en la orilla los chajdes
Y el talle esbelto cimbran las palmeras. Lanzando á ratos su estridente queja;

Su carnoso ropaje verdinegro Pasea cadenciosa entre los juncos,


Sacude el canelón de las riberas; Con su rítmico andar, la garza esbelta,
La flor del camalote O asoma entre ellos el nevado cuello,
Morada y blanca en la corriente juega. Mientras abre el biguá sus alas negras;
Y corren por la arena de la playa
Esas aves pequeñas II.
De largas patas y afilados picos
Que en su base sutil se balancean, ¿Quién no siente en el alma
La fresca sensación de la belleza,
Cual si intentaran emprender el vuelo El dulce descansar de los sentidos,
Y de ello desistieran, El instintivo amor á la existencia?
Para correr de nuevo por la orilla
¿Quién no siente en los labios
Allí dejando sus ligeras huellas.
Las sonrisas serenas
Como vapor en tanto sonoroso En que la luz y la quietud del alma
Que en el espacio ondea, Y el escondido amor se transparentan,
Los pájaros, como arpas que la aurora Y esas lágrimas puras
De las ramas descuelga, De luz y encanto llenas,
Que humedecen los ojos, sin dejarles
Dan el cantar del día De llanto ni dolor la amarga huella?
Que en temblorosa ebullición se eleva;
Nadan en luz las notas III.
Y el alma de la luz palpita en ellas.
É l : T A B A R É el cacique
El día las recoge
A quien las sombras cercan,
Y las ajusta al ritmo de una idea,
Y á sus pies se retuercen en abismos
Y así elabora el salmo indescriptible
Y en tempestades á su frente ruedan.
Que eleva á Dios, al despertar, la tierra.
Vedlo. E s el indio puro;
Las islas van brotando lentamente Es el charrúa de la frente estrecha;
Del seno de las nieblas Su sangre afluye al pómulo saliente,
Disueltas en la luz; los horizontes Su labio tiembla, su pupila humea.
A través de los árboles se alejan.
La lucha sostenida
La claridad naciente va ganando En la noche anterior, ruda y suprema;
Colinas y laderas; Las armas asestadas á su pecho,
Tras ella el sol dispara victorioso Que aun cree astillar entre sus manos yertas,
A través de los aires sus saetas. Todo le encona el alma,
Todo en ella despierta
El instinto dormido, el ansia viva
De libertad, de destrucción y guerra.
Como del fondo obscuro del abismo Y silba en sus oídos,
Vuelan las aves negras, Y estruja su cabeza,
Del fondo de su alma se levantan Y afluye al corazón, y en él estalla,
Las fierezas ingénitas, Y se difunde por su sér violenta.
Que cruzan por sus ojos
En el suelo clavados, y reflejan
En ellos repentinas llamaradas
Que en sus pupilas encendidas tiemblan. IV.

En vano de sus labios Doña Luz suplicaba


Solícito pretende el Padre Esteban Al noble capitán que, ensimismado,
Oir una palabra que revele Escuchaba á su esposa, con los ojos
Un eco al menos de su lucha interna; Clavados, sin mirar, en el espacio.
En vano á las memorias —Sólo he visto en ese hombre
Que otras veces al indio conmovieran Un misterio infeliz, un sér extraño;
Ha llamado en su ayuda No hallo peligro en él; mas... tú lo quieres ..
Para tocarle el corazón con ellas: T A B A R É partirá, dijo Gonzalo.

La mano del recuerdo — ¡Partirá! dijo Blanca;


Esa arruga del ceño no despliega, ¿Y adonde h'a de ir el indio desgraciado?
Ni separa esos dedos que serpientes ¿Qué será de él en el desierto bosque
Enroscadas semejan. Enfermo y solo? ¡No hagas tal, hermano!
Oye gritos de muerte y de victoria, ¿Y qué mal nos ha hecho?
Silbidos de saetas, ¿Por qué así abandonarlo?
Aullidos de una guerra inextinguible El pobre T A B A R É no nos ofende
Que su enconado pensamiento atruenan; ¿Qué vais á hacer? ¿Es una fiera acaso?
Y a la sangre charrúa — Blanca: tú siempre niña;
Sólo siente en sus venas ; Le dijo Doña Luz ¡Qué! ¿Estás pensando
Pero asoma á sus ojos azulados Que son capaces de pasiones buenas
El alma de la dulce Magdalena, Esos seres, nacidos para esclavos?
Y la mortal congoja ¿Piensas, Blanca, que anoche
Del indio se apodera, No meditaba un crimen ese bárbaro,
Y la lucha de un átomo con otro Cuando en las altas horas felizmente
Se renueva potente en sus arterias, En vela le encontraron los soldados?
— ¡Un crimen! Nó, por cierto.
¡Un crimen Tabaré! ¿Qué estás hablando?
T ú no has oído, como yo, al charrúa;
Si lo oyes, Luz, ya no podrás odiarlo.
¡Oh! No arrojéis al indio.
¡Lanzarlo para siempre!... ¡Es inhumano!
Llamad al Padre Esteban; que él os diga
Si Tabaré el charrúa es un malvado.
— ¡Oh! ¡El Padre, el Padre Esteban!
¡De masa de indios quiere hacer cristianos!
¡Inocente ilusión! Él no imagina...
¡No puede ser! Arrójalo, Gonzalo.
Si aún crees que no es culpable
Después que anoche se le halló velando,
No le hagas mal; pero, por Dios, arrójalo,
Dale la libertad; no lo veamos.
Mientras él está aquí, tú bien lo sabes,
E n mi lecho sentado
Siempre el insomnio, con la faz de ese indio,
Introduce sus dedos en mis párpados...

V.

T A B A R É entró sombrío...
Don Gonzalo, que solo lo esperaba,
Busca ai mirarlo entrar, mas busca en vano
Del indio la mirada,
Que chispea en el fondo Miradlo: entre sus brazos
De la órbita ceñuda, como llama Conduce á la española:
Que con espesa obscuridad en lucha, ¡Es Blanca! ¡Blanca, la inocente hermana
Se extingue, reapareoe y se dilata. De la tranquila e s t r e l l a de l a s lomas!
TABARÉ-8 Libro III - Canto III.
Pág. 164.
— ¿Por qué el indio charrúa
Fué sorprendido anoche por la guardia?
¿Qué buscaba á esas horas?
¿Qué intento lo llevaba?
El indio queda inmóvil en su sitio
Con la cabeza baja.
Repite su pregunta Don Gonzalo,
É igual respuesta: el prisionero calla.
El jefe continuó: — Cuando el cacique
Rompió ante mí su lanza
En señal de amistad, le di la mía;
¿No he sido fiel á la amistad jurada?
Diga el indio charrúa si el cristiano
A sus promesas falta...
¡Conteste Tabaré! ¿Qué es lo que intenta?...
Todo es en vano: el prisionero calla.
— En cambio, el indio amigo
En la alta noche por el pueblo v a g a ;
Y en la sombra revela de su frente
Que en su espíritu hay sombras, sombras malas.
¿Qué plan revuelve en ellas?
¿Nada en su abono que decirnos halla?
¡Raza maldita! ¿No es capaz entonces
De amor y gratitud? ¿Todo es venganza?
Una terrible lucha
De Tabaré en el alma se desata,
Y como el eco de la lucha interna
Suena un ronco gemido en su garganta;
Pero calla. Temblor imperceptible
Discurre por su carne. Onda del alma
Llega á su cuerpo enfermo, como mueren
Las olas en la playa.
Tabaré.-i
Compasivo, sin odio,
El capitán al indio contemplaba; Que, ya á lo largo del bruñido río,
Mas recordando el ruego de su esposa, Casi rozando el agua se adelantan,
— Pues bien, gritó, con expresión airada, O forman, en la altura que atraviesan,
Simétricas y largas caravanas.
Y a que el indio charrúa
Nuestra amistad rechaza, El Uruguay se envuelve en su neblina;
Vuelva á sus bosques á enconar sus flechas, Llega al nido en silencio la calandria;
Vuelva á buscar las fieras sus hermanas. Buscando su nocturno alojamiento,
Aletea la tórtola en las ramas.
El español no quiere
Violar un punto la amistad jurada; Los flexibles y esbeltos sarandíes,
Pero verá en el indio á su enemigo, En su alfombra de juncos y espadañas,
Al eterno enemigo de su raza. Abrigan al dormido camalote
Cuyas hojas se extienden sobre el agua.
Vaya libre á su selva,
Pues no hay amor ni gratitud en su alma; Los zorzales se esconden; á lo lejos
Pero jamás donde el cristiano aliente Gritando el teru-tero se agazapa;
Torne á posar la sigilosa planta. Sale á pacer la nutria, y el carpincho
Deja su cueva al pie de la barranca.
Don Gonzalo partió. Quiso en el labio Cual sobre dos abismos reflejados,
De Tabaré asomar una palabra; En la orilla los sauces y los talas
Alzó la frente.... ¡y la inclinó de nuevo! Sobre un cielo proyectan sus cabezas,
Mudo y sombrío abandonó la estancia. Y en otro cielo sus raíces bañan.

C A N T O SEXTO.
II.
I.
T r a s los bosques de acacias de las islas Entretanto, la frente sobre el pecho,
Se esconde el sol; en las más altas ramas Y el caos en el alma,
Deja un toque de luz anaranjado, Tabaré cruza el pueblo lentamente;
Y polvo de oro en las dormidas aguas. Vuelve á su selva, á su salvaje patria.
Tiemblan en los vapores al perderse Va sombrío y huraño y silencioso.
De los cuerpos las líneas esfumadas; El monje lo acompaña.
Cruzan hácia las islas las bandurrias, ¿Por qué esa sombra, cuando va á ser libre,
Los cisnes, y los patos, y las garzas, Libre como el venado de la pampa?
Compasivo, sin odio,
El capitán al indio contemplaba; Que, ya á lo largo del bruñido río,
Mas recordando el ruego de su esposa, Casi rozando el agua se adelantan,
— Pues bien, gritó, con expresión airada, O forman, en la altura que atraviesan,
Simétricas y largas caravanas.
Y a que el indio charrúa
Nuestra amistad rechaza, El Uruguay se envuelve en su neblina;
Vuelva á sus bosques á enconar sus flechas, Llega al nido en silencio la calandria;
Vuelva á buscar las fieras sus hermanas. Buscando su nocturno alojamiento,
Aletea la tórtola en las ramas.
El español no quiere
Violar un punto la amistad jurada; Los flexibles y esbeltos sarandíes,
Pero verá en el indio á su enemigo, En su alfombra de juncos y espadañas,
Al eterno enemigo de su raza. Abrigan al dormido camalote
Cuyas hojas se extienden sobre el agua.
Vaya libre á su selva,
Pues no hay amor ni gratitud en su alma; Los zorzales se esconden; á lo lejos
Pero jamás donde el cristiano aliente Gritando el teru-tero se agazapa;
Torne á posar la sigilosa planta. Sale á pacer la nutria, y el carpincho
Deja su cueva al pie de la barranca.
Don Gonzalo partió. Quiso en el labio Cual sobre dos abismos reflejados,
De Tabaré asomar una palabra; En la orilla los sauces y los talas
Alzó la frente.... ¡y la inclinó de nuevo! Sobre un cielo proyectan sus cabezas,
Mudo y sombrío abandonó la estancia. Y en otro cielo sus raíces bañan.

C A N T O SEXTO.
II.
I.
T r a s los bosques de acacias de las islas Entretanto, la frente sobre el pecho,
Se esconde el sol; en las más altas ramas Y el caos en el alma,
Deja un toque de luz anaranjado, Tabaré cruza el pueblo lentamente;
Y polvo de oro en las dormidas aguas. Vuelve á su selva, á su salvaje patria.
Tiemblan en los vapores al perderse Va sombrío y huraño y silencioso.
De los cuerpos las líneas esfumadas; El monje lo acompaña.
Cruzan hácia las islas las bandurrias, ¿Por qué esa sombra, cuando va á ser libre,
Los cisnes, y los patos, y las garzas, Libre como el venado de la pampa?
¿No es Tabaré charrúa?
¿No son la libertad, el cielo, el aura, — Como lo oís. El padre franciscano
Y la selva nativa, y los combates ¡Es claro! lo aconseja, lo acompaña,
La pasión del charrúa y la esperanza? Y aquí estamos ¡pardiez! mirando siempre
Al señor indio como á gente honrada.
¡Ay del indio imposible!
Y a una mujer de la enemiga raza — ¡Los vasallos del rey!
Es libertad para él, y cielo y nubes, — ¿ No es una ofensa
Y hogar nativo, y selvas y batallas! Que se infiere, decid, al gran monarca?
¿Qué dices tú, Rodrigo? tú eres viejo;
— A ver que dices tú; deja esa adarga.
III.
— Pues yo... ¿qué he de decir? Veinte años hace
Cruza entre los corrillos de soldados Que ando en estas diabólicas andanzas;
Que hablan tendidos en la yerba, ó cantan Por cierto que era yo de la partida
Al ritmo de los golpes que aderezan Cuando encalló la nave capitana.
Sus coseletes y maltrechas armas. Fué allí, sobre esa arena ¡triste noche!
¿Véis esa loma? ¿Distinguís la playa
Al ver pasar al indio con el monje,
Que se vé más allá? Tras de aquel árbol,
Suspenden la labor y se levantan:
¿Lo véis bien? tras de aquél, va la barranca.
¡El indio loco! dicen por lo bajo:
¡Ya lo hallaremos! ¡Ese no me engaña! Pues bien: allí. Cayeron los charrúas
Sobre nosotros, como avispas bravas;
— ¿Qué pensará, decid, de esa trahilla
Incendiaron las tiendas, y diezmaron
Nuestro buen capitán?¿Acaso aguarda Nuestra gente más firme y más bizarra.
A que nos mate aquí como á conejos
En la noche mejor esa canalla? ¡Buena la hubimos, por San Jorge, buena!
¡Por poco allí los indios nos acaban!
¡Darles la libertad! ¡valiente idea!
Estábamos sitiados en las naves,
¡Cual si nada costara darles caza!
Oyendo sus aullidos y amenazas;
¡Hierro y fuego les diera, hierro y fuego!
— ¡ Hierro, bien dicho, exterminar la plaga! Mirándolos llegar hasta la orilla
Con gritos é insolentes musarañas,
—¿Pues no ha dado en creer el buen hidalgo
Y citar al más bravo de nosotros
Que el indio de estos bosques tiene una alma
Para retarlo á singular batalla.
Como la nuestra, y es vasallo y súbdito
Del R e y Nuestro Señor? Las pieles ó cabellos de los nuestros
— ¡Oiga! Que en el campo quedaron, enastaban
— ¡No es nada! En sus picas, aullando los malditos,
Y dando saltos en siniestra danza.
Así pasamos las eternas horas
Acaudillar acaso lo veremos
Aguardando la muerte, como ratas,
Alguna turba de esos perros.
Hambrientos y desnudos, dando al río — ¡Cáspita!
Tributo de cadáveres; sin armas,
¡Que vengan, voto al diablo!
Pues ni un grano de pólvora teníamos — ¡Qué me place!
Que dar al arcabuz; sin esperanza, ¡Tiempo hace ya que no tenemos danza!
Pues una tempestad hacía imposible — Yo os juro que, en las noches, á mi lado,
De recursos humanos la llegada. Bosteza mi arcabuz de holganza tanta.
¡Ah, Don Juan de Garay! Sin él, os juro — Bien dicho, ¡el arcabuz!
Que no llevamos este cuento á España; — ¡Oiga! ¿Qué esperan
En los barcos hallamos nuestra tumba El indio y el anciano? ¿Qué les pasa?
Sin su arribo con tropas bien armadas.
IV.
¡Y no era la primera, i voto á Sanes!
Tabaré ya se aleja;
Ni la última será... ¡Maldita raza!
Ya lo despide el monje con palabras
Luchan como demonios, no como hombres.
De consuelo y de a m o r ; indiferente
¿Digo bien?
Lo escucha el indio que á su lado marcha,
— ¡Bien, muy bien!
— Entonces, ¡nada! Terrible, duro, con el ceño torvo,
Fiera cual nunca la actitud y huraña;
¡Bien los conoces! Mientras quede uno Lleva la noche, la infinita noche,
Capaz de alzar la endemoniada lanza, Sin un rayo de luz en las entrañas.
No hay que andar con escrúpulos; al indio
Lanzazo firme; nada de palabras. De pronto se detiene,
En un punto clavada la mirada.
— Lo propio digo yo. ¿Qué lo agita? ¿Qué ve? Temblor de muerte
— Pues yo otro tanto. Por sus rígidos miembros se derrama.
¿Qué hacemos ¡vive Dios! en esta plaza?
¿La víbora silbando
Sin un caballo, expuestos noche y día...
Casi invisible en el chircal se arrastra?
— Noche y día, bien dicho, desde alba. ¿O es el jaguar, despierto en la maleza,
Y el capitán, en tanto, se entretiene Que hácia el charrúa silencioso avanza?
En dar la libertad á esa canalla. Nó: Tabaré no teme
¡Buena les diera yo! A la amarilla fiera que á sus plantas
— Mirad al indio: Ya muchas veces vió, cuando su flecha
Allá va con el Padre; á ese mañana Hasta á morderle el corazón llegaba;
No es fiera lo que ha visto; Al verlo, sacudido
Una mujer lo mira entre las r a m a s ; Por la lucha que su alma despedaza,
Mirándolo, se acerca al Padre Esteban, El ceño torvo, ardiente la pupila, _
Y esa mujer que se le acerca es Blanca. Convulso y presa de mortales ansias,
Ya no puede dudarlo: En terror y amargura
Nó, no es ilusión, no es un fantasma: El corazón sintió se le inundaba,
Han crujido á sus pies las hojas secas, Como si al borde de ignorado abismo
Ha hecho mover las ramas al tocarlas. Después de un corto sueño despertara.
El viento de la tarde Dió un grito; las azules margaritas
Viene á agitar con sus movibles alas Rodaron hasta el suelo por su falda;
Su cabello en desorden, y en su rostro Se acogió horrorizada al Padre Esteban,
A orear la huella de recientes lágrimas. Y escondió en su sayal la frente helada.
Es ella: trae un ramo - ¿ E n t o n c e s es verdad, ¡verdad, Dios santo!
De margaritas en la falda blanca; Que el indio nos odiaba?
Ella, con sus estrellas en los ojos, ¿Es verdad que en su pecho no hay latidos
Sus alas invisibles en la espalda. Y que jamás su corazón se ablandar
¡Oh, padre!... ¿Por qué entonces de esos seres
Viene la dulce niña
Como un rayo del alba El amor me enseñábais?
Que en la profunda obscuridad penetra Padre, no me dejéis, volvamos p r o n t o -
Y el seno negro de la noche aclara. Mirad: la noche baja.
La trae el mismo impulso Huye del indio esclavo, me decían,
Que conduce los besos de las palmas, Sólo hay odio en su alma;
Que despierta sonrisas en los labios No tuvo hogar, ni madre; de ternura
Y de los ojos lágrimas arranca, Su raza es incapaz: todo lo ultraja.
Yo nunca lo creí; yo vi en sus ojos
Cuando el alma sonríe
Y el espíritu llora, sin más causa Dolor... ¡y tuve lástima!
Que esas ansias de llanto ó de ternura Venía á consolar su desventura,
Que en ciertas horas nuestro ser asaltan. Y no más... ¿hice mal? No lo pensaba.
No quise nada más, nada, os lo juro,
Besó la mano al Padre,
Que con muda sorpresa la observaba; Vine por consolarla.
Lo sabe Dios muy Dien... pero ¡qué tarde.
Alzó tímidamente la cabeza
¡Qué tarde es ya! ¡Cómo la niebla se alza!
Y bañó á Tabaré con la mirada.
Y el indio, Padre Esteban, me da miedo.
De pronto, con un brusco movimiento,
¿Qué Üene? ¿ Q u é
P le asa? Se desprende del monje; la mirada
Vedlo... Volvamos, por piedad, volvamos. Clava en el punto en que la vez postrera
¿Por qué vine hasta aquí? ¡Quién lo pensara! Sobre el fondo del cielo miró á Blanca,
Indio... Adiós, Tabaré. Terror y pena Y huye como la fiera perseguida
Me inspira tu desgracia. Y se interna en la selva solitaria...
¡Qué tarde es ya!... ¡La Virgen te proteja! Largo tiempo se oyeron sus quejidos
i Anda con Dios á tu salvaje patria! Como si un tigre herido se alejara.

V.

Ya huyendo temblorosa hácia la villa Sobre el sayal del monje


Blanca exhaló sus últimas palabras Del charrúa quedó la primer lágrima;
La tarde la arropaba en sus vapores, El supremo dolor entre sus dedos
* ella en su seno al parecer flotaba. Una raza exprimió para arrancarla.
El charrúa la vió ténue, impalpable: Las horas de la noche
La siguió con estúpida mirada; Ya vestidas de luto se adelantan;
La vió volver de nuevo la cabeza, Y entran al bosque y sus cendales negros
Y ocultarse, por fin, entre los talas. Van colgando en silencio de las ramas.
Cuando la vió perderse para siempre,
Sobre el sayal del monje
Sintió la soledad. Toda su raza Del charrúa quedó la primer lágrima:
En él moría, muda, sin quejarse,
¡Para llorar la moribunda estirpe
Sola en la densa noche de su alma.
Una pupila azul necesitaba!
En brazos del anciano misionero
Se arroja el indio cuya tez abrasa.
Solloza... Sus sollozos, cual rugidos
De fieras moribundas se dilatan.
Al sentir en sus párpados el llanto,
Exhala un grito de dolor ó rabia,
Un grito que, á lo lejos, al perderse,
Se transforma en lamento ó en plegaria
m

LIBRO TERCERO

CANTO PRIMERO.

I.
Genios de las riberas,
Invisibles espíritus del bosque,
Que convertís en moscas ó en réptiles
A los indios que vagan por la noche;

Seres que, en las tinieblas,


Gastáis el tiempo en ajustar los broches
De la dormida flor, mientras su ovario
Abre su amor al encendido polen;
Que elaboráis en ella
El dulce néctar que la abeja sorbe
Y los frescos aromas que, sedientos,
Los labios de los céfiros recogen;
O en la mortal cicuta
Vivís acurrucados, de los hombres
Acechando el secreto de la vida,
Y destiláis la hiél de los dolores.
Y agriáis la crespa yerba
Que ni el carpincho ni la nutria comen,
Y envenenáis al avestruz dormido
Los huevos bajo el ala sin que os note.
Suben, bajan, se arrastran, se persiguen,
Se agitan y se rompen,
II. Y se apagan los unos á los otros
Sin que el aire los mueva ni los sople;
Vírgenes transparentes Almas de los murmullos,
Que os colgáis en las ramas de los molles, Espíritus errantes de las flores
Y os columpiáis, con vuestros pies trazando Que, al murmurar, hacéis más perceptible
Rayas de luz sobre la linfa inmóvil, El solemne silencio de los orbes;
Y en esas lacias hebras
Invisibles remeros
Con que acaricia el sauce al camalote Que empujáis blandamente al camalote
Subís y descendéis, llevando al río En que navega incorporado el tigre
Rayos de luna en haces brilladores; Que dormido en la orilla descuidóse;
O hundidas en un lecho de espadañas
Engendros de los ríos
Os reclináis en los desiertos bordes,
Que recortáis la escama y los arpones
A escuchar el secreto de las olas
Del dorado debajo de las islas
Que transformáis en trémulas canciones;
Que en vuestros hombros sostenéis á flote,
Pobladores del aire Meciéndolas en ellos
Leves y multiformes, Sin que el río en que nadan se desborde,
Hijos de los crepúsculos azules Ni el movimiento imperceptible y blando
Que con las alas embozáis los montes; Las húmedas barrancas desmorone;
Que taladráis el diente Seres que, como llamas apagadas,
De la víbora, en donde Sois de un pasado informe
Derramáis los licores ponzoñosos La vida actual y eterna, cuyo velo
Que al infiltrarse, el corazón corroen; La fuerza del espíritu descorre;
Que en los ojos del tigre Testigos que no mueren
Encendéis vuestra antorcha, y las visiones Que acompañásteis á las tribus nómades,
Preparáis á su luz disparatadas, Las visteis desprenderse de su tronco
Y las vaciáis en sus extraños moldes; Y viajar, sumergiéndose en la noche:

. Que en la blanca osamenta, Brotad de entre los tiempos y escuchadme.


Hacéis brotar los fuegos fatuos dobles, Yo os nombraré por vuestros propios nombres;
Esos que, sobre el haz de los pantanos, En la forma, en la voz y el movimiento
Ebrios, inquietos é impalpables corren, Mi espíritu sutil os preconoce.
Cabalgando en las horas que pasaron,
Que el tiempo enfrena y en su noche esconde,
Desatad vuestras alas puntiagudas
En legiones aéreas y deformes.
¡Horadadme esa tierra!
¡Sacudidme ese monte!
Como caen los cabellos de un anciano,
Como el cardo desgrana sus plumones,
De la muerta cabeza
En que pensó una raza, acaso logre
Ver desprenderse el pensamiento oculto
Sobre mi frente cuando yo os invoque.
¡ Dad un vuelco á ese río!
Salid, desde su légamo á sus bordes,
Con secretos del agua y de la arena,
De los huesos de piedra que se esconden
En el profundo limo
En que tienen las algas sus amores,
Se arrastra el yacaré, duerme la raya,
Y la tortuga sus nidadas pone.

Infundid en ese indio


Que ahora penetra en el callado bosque
Los latidos postreros de una raza
Que á vuestro acento viven y responden;
Latidos de esperanzas imposibles,
Rudo y último acorde
De las arpas malditas que sonaron
Pulsadas por la muerte y los dolores.
Saltó como mordido por el aire;
Saltó, y en la garganta
Del indio Yamandú clavó sns manos
Que sacudió con fuerza extraordinaria.
TABARÉ-9 r -v , „ „
Libro III - Canto IV.
l'ág. 174.
III.

Es Penetra nuevamente
TABARÉ.
A su nativo bosque,
Cuyos añosos árboles lo miran
Y á su paso sus troncos interponen.
Y le tienden los brazos descarnados
Con raras contorsiones,
Como fantasmas que en inmóvil danza
Cruzan y se retuercen por el monte.
Y en torno de él se agrupan á mirarlo
Y así que lo conocen,
Después de herirlo con los brazos negros,
Se dispersan en todas direcciones.
Y los duros lagartos al sentirlo
Hácia sus cuevas corren,
Y asoman las cabezas puntiagudas,
Y el largo cuerpo sin calor encogen.
Y las ranas se callan un instante
Mientras pasa, y sus voces,
Como largos quejidos, á su espalda,
Cuando ha pasado, nuevamente se oyen.
Y los nocturnos pájaros lo siguen
En negras procesiones:
El chajá dando saltos por el suelo,
Chirriando esos murciélagos enormes
Que, como manchas de la misma sombra,
La obscuridad recorren,
Persiguiendo los átomos, ó huyendo
Atolondrados de invisible azote.
Tabaré.-9
Detrás de cada tronco acurrucada,
Parece que se esconde
Alguna cosa que, al pasar el indio,
Sigue tras él con movimiento torpe. IV.

Él siente á sus espaldas ese mundo


Y á los pies del charrúa
Que su alma sobrecoge;
La tierra daba gritos.
Mas no se vuelve, y apresura el paso,
Retorcían los árboles sus troncos
Y sigue, y sigue sin saber adonde.
Como animados de un airado espíritu:
¿Cuánto anduvo? El indio no lo sabe.
— ¡El genio de la tierra
Era la media noche
Ha de morder tus pies, con los colmillos
Quizá, cuando, rendido por la fiebre,
De sus víboras negras, que se arrastran
Detúvose entre rudas convulsiones,
Silbando como el viento! ¡No eres indio!
Pues la luna, en lo alto de los cielos, — ¡Pasa! ¿Por qué me huellas?
Los transparentes bordes La sangre brota de tus pies heridos.
De las nubes plomizas encendía ¿Por qué me manchas? De tu sangre nacen
Franjeándolas de tenues resplandores. Malas serpientes, negros cocodrilos.
De las que ante su disco se atraviesan, —¡No te detengas; huye!
Parecen los girones Aquí en mi seno no hallarás abrigo:
Las siluetas de negros cocodrilos Ya para tí la patria es un recuerdo,
Que la infinita soledad recorren; ¿No te sientes llamar? Es el abismo.
Palidecen lejanas las estrellas Tabaré oyó la voz, cual si brotara
Que, desde lo alto, vuelan hácia el Norte; De las grietas del suelo removido:
La cruz del Sur se inclina esplendorosa Lejanas muchedumbres
Con los brazos tocando el horizonte. A sus pies agitaban el vacío;
Tabaré escucha: En el profundo hueco Crujían las raíces de los árboles,
De sus ojos inmóviles Cual si un extraño flúido
Introduce sus dedos el delirio Las retorciera al circular en ellas,
Que atruena su cabeza con sus voces; Dándoles movimientos convulsivos.
Y ora fugaces, ora persistentes,
Comenzaron entonces Y del añoso ceibo
A hablar y cobrar vida los espacios, Cayó, volteando en animados giros,
La tierra, el aire, el corazón del bosque. Una hoja seca que miró al charrúa
Que á su vez la miraba, y ella dijo:
Yo rodaré á tus pies ensangrentados,
Los impasibles ojos del charrúa
Realidad de mi símbolo;
El viento me ha arrancado de mi rama, Siguen los vanos giros
A tí te empuja el viento del destino. De la hoja en cuyas venas circulaba
La vida de un espíritu cautivo
Yo vivo con la vida de tu estirpe,
Con tu fiebre palpito; Que en pie la sostenía,
Y mi polvo y el polvo de tus huesos Y la empujaba contra el viento mismo,
Van á formar el légamo del río. Y la llevó saltando y retorciéndose,
Siempre mirando y señalando al indio.
Vamos, charrúa; sigúeme, salvaje.
Nos llama el torbellino.
Tus lunas han pasado; el sueño negro
Anda en tus venas derramando frío. V.

Te vuelca el suelo. ¿No lo sientes? Vente;


Vente, sigue conmigo; Oye entonces al aire de la noche
¿No sientes el aliento de otra raza Que á su lado respira
Que te sopla del suelo en que has nacido? Jadeante y con penosa intermitencia
Como el hálito de alguien que agoniza:
Es la raza de vírgenes tan pálidas
Como la flor del lirio, ¿Te ahogas? le gritaba. Es que en tu bosque
Hermosas cual la luna, cuando se hunde La muerte solo habita;
Entre las aguas trémulas del río; Está poblado el aire por las sombras,
Y tienen luz de aurora en la mirada, Por las sombras charrúas que te miran.
Y sus ojos tranquilos Vengo empapado en llanto de las tribus
Miran con odio al indio de los bosques, Que mueren fugitivas;
Y le llaman maldito. Vengo cargado de vapor de sangre
Vamos, charrúa; sigúeme, salvaje: Que forma sobre el campo una neblina.
Mira aquel remolino. ¿Sientes los ayes? Es la muerte; corre
Vientos de tempestad vienen de lejos Tras de las madres indias
Aullando como perros fugitivos. Que huyen sin hijos. Ellos no se mueven:
Las sombras que recorren la maleza Tendidos allá están en las colinas.
Lanzan agudos gritos; Son tus hermanos, muertos en su tierra
Esas llamas sin luz marcan la ruta
Por la raza maldita.
Por donde corren los que fueron vivos.
¿Ves esa virgen que en tus sueños anda?
Está empapada de tu sangre. ¡Mírala!
TABARÉ 135

VI. VII.

El indio está de pie. Todos sus miembros Por fin, cual si las vagas sensaciones
Ateridos tiritan; Que el indio aún percibía
Le falta el suelo, y vuelve á recobrarlo Sufrieran en la nada tenebrosa
En actitud violenta y convulsiva; Una inmersión violenta y repentina,
La fiebre en su cabeza espeluznada
Tabaré se desploma. Un ruido extraño
Hunde la mano rígida,
Produce su caída.
Y en sus ojos atónitos llamean
¿Se queja el suelo? ¿Quién impone al bosque
Con fosfórica lumbre las pupilas.
Esa actitud de asombro ó de atonía?
Todo es extraño para él: el viento,
Los árboles que imitan Las notas que pasaban,
Seres desnudos, negros, que en su torno, Los rumores que huían,
Se han detenido, y cuyos ojos brillan Las ramas que, inclinadas por el viento,
A levantarse nuevamente iban,
Entre cabellos que hasta el suelo bajan,
Y lentamente oscilan; Suspensos han quedado. Es que el charrúa
Brillan marcando el sitio en que se encuentran Está en la selva antigua
Cabezas que, sin verse, se adivinan. Del indio Caracé; es que ha caído
Sobre el sepulcro de su madre extinta.
Los rumores que pasan, van dejando,
Por la extensión vacía, La cruz abre los brazos á su lado,
Como esos remolinos que las barcas ¡La cruz de la cautiva!
Hacen surgir del fondo de las linfas, Parece que, inclinando la cabeza,
La cruz al indio en su regazo abriga.
Resonancias que brotan en la sombra,
Tumultos que se agitan, Qué habló con el salváje, aquella noche,
Silencios prolongados que de nuevo El alma errante que en la cruz palpita
Estallan en confusas vocerías, Es el secreto de la sombra eterna...
O dan paso á una voz triste y aislada, Empieza á amanecer; casi es de día.
Voz que parece amiga,
Y dice algo al oído en una lengua
Inteligible, pero nunca oída.
El avestruz corriendo en la llanura
C A N T O SEGUNDO. Va con las alas sueltas;
Se siente el aleteo de los pájaros
I. Que abandonan sus nidos y se alejan;
Y se oyen las carreras del venado
¿ Quién grita por allá, que tiembla el bosque,
Que salta en la maleza,
Y hasta los aires tiemblan?
Y el rumor de manadas de carpinchos
Un vago resplandor, allá á lo lejos,
Que corren á buscar sus madrigueras.
Sobre el obscuro cielo se proyecta;
Destaca el bosquecillo, cuyas formas
Vacilantes revela,
II.
Y alumbra aquel ombú que solo y negro
Está de pie durmiendo allá en la cuesta.
Parece que se mueven un instante ¿Quién va? ¿Qué sombras son las que corriendo
Las lomas soñolientas Van entre las tinieblas
Que en la turbada obscuridad estaban, E indican, con los brazos extendidos,
El resplandor de la lejana hoguera?
Y que asoman por entre las tinieblas.
Son los indios charrúas. Han brillado
De nuevo el alarido temeroso Los fuegos de la guerra
En los aires revienta. En las lomas del Hum; fuegos de muerte
¿El hambre acaso tiene congregadas Lucen del Uruguay en las riberas.
En esos matorrales á las fieras? Y el indio que al venado perseguía
N ó : las fieras, miradlas: en rebaños,
En las pampas desiertas;
Tendidas las orejas, Y el que encendía el tronco de algarrobo
Saltan de acá y de allá; sobre las lomas En el hogar del valle, y á las flechas
Se detienen volviendo las cabezas;
Emprenden nuevamente amedrentadas Ataba con los nervios del carpincho
Su rápida carrera; El colmillo de piedra,
Y alargando los cuerpos se deslizan O la cuerda del arco retorcía
Formada de flexible enredadera;
Con sigiloso paso entre las breñas;
Enarcando los lomos amarillos Y el que miraba más allá, tendido
Acurrucadas quedan, Con su eterna indolencia,
Y en la profunda obscuridad del soto A sus mujeres fermentar la chicha
Sus dos ojos de fuego centellean. Y levantar las pieles de la tienda,
TABARÉ 139

Todos vieron los fuegos de las lomas


Y alzaron las cabezas, III.
Y señalando el resplandor gritaron:
Las nubes de humo denso iluminado
¡Ahú! ¡ahúí ¡ahú! ¡Fuegos de guerra!
Que en el aire se elevan
Todos caminan; han tomado todos Sobre la masa negra de los árboles,
Sus lanzas y sus flechas; Marcan el sitio en que las tribus velan;
Se han pintado los rostros y los cuerpos Desde lejos se ven de los charrúas
Con rayas muy azules y muy negras, Las obscuras siluetas
Inyectando en su piel los jugos agrios Que, cruzando y saltando entre los troncos,
De las silvestres yerbas Sobre el rojizo fondo se proyectan.
Que el venado no come ni la nutria,
Y que crecen de noche entre las piedras, IV.
Bajo las cuales, en las altas horas, ¡Extraño funeral! Los indios ebrios
Ladra el zorro en su cueva Avivan diez hogueras
Y se esconde la iguana perseguida Encendidas en torno de un cadáver
Y anidan la lechuza y la culebra. Tendido sobre un lecho de maleza.
Todos caminan; llevan en los cuerpos Es un viejo cacique. El sueño frío
Arreos de pelea: Se ha entrado por sus venas;
Las plumas de ñandú sobre la frente, Nadie pudo arrancarlo con la boca
En las lanzas humanas cabelleras. De la piel del anciano; quedó en ella,

¿Adonde van? Donde los llama el fuego, Dejándole el color amarillento


El fuego de la guerra; Que entristece á las ceibas
El que anuncia la muerte del cacique Cuando el viento se enfría, y de las ramas
Allá en el bosquecillo de las ceibas. Las hojas bajan á morir en tierra.
Los médicos el vientre del cacique
¡Ahú, ahú, ahú! Corren los indios
Gritando en las tinieblas, Han chupado con fuerza
Por arrancarle el dardo y el gusano
Y el turbado silencio de la noche
Que le causaban mal. Inútil brega.
Huye á esconderse en la inmediata selva.
Vedlo tendido, inmóvil, taciturno,
Tan largo como e r a ;
Los indios gritan, en su torno corren,
Y las abiertas bocas se golpean.
El arco de urunday tiene el cadáver
Hacen silbar las bolas, agitadas
Entre las manos yertas;
En torno á sus cabezas,
Han colocado en orden á su lado
Chocan las lanzas, los cerrados puños
Su lanza y sus macanas y sus flechas,
Con feroz ademán al aire elevan,
Y pieles de venados y vasijas
En que el zumo fermenta Y forman un acorde indescriptible
De guaviyús silvestres y algarrobas, Que en los aires revienta:
Y de la miel que forman las abejas. Ebullición de gritos y clamores,
Golpes, imprecaciones y carreras.
V. Ya hiriéndolos de lleno, ya á lo lejos
Bañándolos á medias,
Las tribus cuidan de que tenga el muerto
Según que á las hogueras se aproximan,
Las pupilas abiertas; O de ellas con el vértigo se alejan,
Bien atadas han puesto en su cintura
Las silbadoras bolas de pelea; La lumbre hace brotar, como arrancados
Del medio en que voltean,
Y, porque espante entre los negros toldos,
Cuerpos desnudos, rostros que aparecen
. A Añang y á Macachera, Y se hunden nuevamente en las tinieblas.
Con jugos de urucú pintan su cuerpo
Y le embijan el rostro que amedrenta.
Tiene azules los pómulos salientes; VII.
Amarillas y negras
Son las rayas que cruzan sus mejillas,
Y su pecho y sus brazos y sus piernas. ¿No son mujeres esas, las que ahora
Alumbran las hogueras,
El deformado rostro del cadáver Esas que danzan en redor del muerto
Forma una horrible mueca Y sus pequeños en los brazos llevan?
Que infundirá terror, cuando el cacique
De los genios del aire se defienda. Sí; son madres de indios. Sus cabellos,
En obscuras guedejas,
Flotan sobre las mórbidas espaldas
VI.
Ceñidos en la frente; mas no velan
¡Ahú! ¡ahú! ¡ahú! Por todos lados
Los cuerpos palpitantes y desnudos
Los indios atraviesan;
En que los fuegos tiemblan
Aullan, corren, saltan jadeantes,
Dando relieve á los redondos senos
Dando al aire las rígidas melenas.
Que sudorosos de cansancio ondean.
Tienen sus movimientos convulsivos
Cierta ruda cadencia, VIII.
Y sus formas desnudas, á las formas En redor de aquel fuego y en cuclillas
De la hembra del venado se asemejan. Ved á esas indias viejas;
Sus ojos negros brillan empapados Casi con las rodillas sobre el pecho
En la luz y chispean; Revuelven sus vasijas y bostezan.
Se cimbran sus elásticas cinturas Sobre sus rostros penden los cabellos,
En plumas grises de avestruz envueltas. Que el tiempo no blanquea,
Los collares de piedras de colores Como retoños lacios y marchitos
En sus gargantas suenan, Que aun de sus troncos vacilantes cuelgan.
Y los cintillos de brillantes plumas No se adornan los cuerpos angulosos;
Adornan sus tobillos y muñecas. Sus mandíbulas secas
Mastican algo que al brevaje arrojan
El que ajustado llevan en la frente,
Que en las silvestres cáscaras fermenta;
Al erguirse sobre ésta,
Da á la figura la esbeltez del pájaro Gritan de vez en cuando, y se levantan,
Que su penacho en el sauzal ostenta. Y de nuevo se sientan.
Hay en sus voces algo de chirrido
Las indias van cantando; sus cantares Que acaso al grito del chajá se acerca.
Son una extraña mezcla
De alaridos y gritos quejumbrosos
Que en un ritmo monótono se estrechan. IX.
Las ruidosas bandadas de gaviotas ¿Y esos indios de bruces en la sombra?
Que sobre el agua vuelan ¿Por qué dan esas quejas?
Gritan como esas indias, y en el aire ¿No es sangre lo que brota de sus manos
Como ellas se revuelven y atrepellan. Que destrozadas muestran?
La turba de los indios las empuja, Se han cortado los dedos. Son parientes
Y las mujeres ruedan Del cacique que velan;
Heridas, dando gritos que al vagido Se han cortado los dedos con el filo
Se unen de sus hijos. No se arredran: De sus hachas de piedra.
De nuevo se levantan, y prosiguen Así, de que lloraron al anciano
En su danza frenética, Dan elocuente prueba.
Y en los cantares bárbaros que entonan ¿Quién pondrá en duda su dolor que á voces
En torno del cadáver dando vueltas. En coro manifiestan?
X.
Nadie que á media noche aquellos gritos
Y clamores oyera,
Evitaría que el terror helase
Con un frío de muerte hasta sus venas.
Los llantos de los niños y mujeres
En el aire se mezclan
Con los gritos, palabras y alaridos
De los indios que airados vociferan,
Y con el choque de armas, y el silbido
De las bolas de piedra,
Y los golpes de cuerpos desplomados
Que heridos en el suelo se revuelcan.

XI.
¿Qué quieren esas gentes? ¿Por qué corren?
¿Qué ven en las tinieblas?
¿A quiénes amenazan en el aire
Y dirigen sus bárbaras arengas?
¡Quién no lo sabe! Espantan á las sombras
Que, en bandadas, se acercan
Al indio muerto, por cerrar sus ojos
Y apagarle los fuegos. Ved: son esas,
Esas que, con sus alas de carancho,
Entre las ramas vuelan;
Curu-pird las sopla y las revuelve,
El negro Añanguazú viene con ellas.
Son los hijos del aire y de la noche
Sobre el callado anciano
Que andan en las tormentas Va á lanzarse frenético
Encendiendo sus fuegos en las nubes, Pero los hombres de armas se interponen
Los grandes ruidos derramando en éstas; Todos a una, en ademán resuelto.

tabaré-10
Libro III - Canto VI.
Pdg. 199.
Son los perros que roen á las lunas,
Y apagan las estrellas,
Y lanzan los ladridos prolongados
Que suelen escucharse en las cavernas;
Los que afilan los dientes de las víboras
Dormidas en sus cuevas,
Y en la yerba que pisan los charrúas
Las aranitas de la muerte siembran.

Son las sombras malditas que al cadáver


Del cacique se acercan,
Para cerrar sus párpados, quedando
Bajo de ellos ocultas; allí esperan
Que se apague del indio la mirada
Y hácia adentro se vuelva.
Entonces lo persiguen y lo acosan
En la noche sin lunas que comienza

Y allí, escondidos en sus toldos negros,


L e disparan sus flechas,
Fingen rostros horribles en lo obscuro
Y soplan como el viento en sus orejas.

XII.

El viento se ha calmado; algunas voces,


En medio á la incoherencia
De la grita salvaje, con esfuerzo
Acaso se comprendan.
Oid á esos que cruzan: sus palabras
Claras allí resuenan;
También á aquellos que, con duros gestos,
Amenazando el aire vociferan:
Tabaré.-IQ
lAhú! IDejad al muerto!
¡Dejad al tubichá! XIII.
¿Por qué sopláis la lumbre de sus fuegos?
¡Dejad al muerto, Añang! Las sombras de la noche
Vienen volando en caravana aérea,
—¡No le cerréis los ojos! Y luchan con las llamas, las sacuden,
—¡Ahú! ¡ahú! ¡ahú! Y en torno del hogar revolotean.
— ¿Sentís ladrar las sombras? Han salido
Las llamas las rechazan,
Del tronco del ombú.
Y las detienen en aureola negra,
— ¡Corred, seguid aquella En cuyo seno los añosos árboles
Que se revuelve allá! Cobran formas variables y quiméricas.
Sacude la maleza con las alas,
Los ojos del cadáver
Y agita el ñapindá.
Horriblemente abiertos, parpadean;
¿A quién lleva el fantasma Parece que sus miembros se estremecen
De rápido correr? Al avivarse el fuego que lo cerca,
Va fugitivo, y en sus hombros lleva O que el rígido cuerpo
Al cacique que fué. Nada en el aire, flota en las tinieblas,
— ¡Cómo gritan los árboles! Y se hunde, y reaparece, y se transforma
¡Ahú! ¡ahú! ¡ahú! Cuando la inquieta llamarada amengua,
— El aire zumba; son los moscardones Formando un fondo negro
Que corre Añanguazú- Lleno de líneas vagas y revueltas;
— ¡Persiguiendo la luna Un medio en que se esfuman y se mueven
Los perros negros van! Formas abigarradas é incompletas.
—¡Los perros negros que á beber comienzan
Su tibia claridad! XIV.
¡Cómo mira esa sombra El viento se ha callado entre los aires;
Con sus ojos de luz! Los salvajes jadean ;
— ¡ Y cómo se retuercen y se alargan Se apoyan en sus lanzas ó en los troncos,
Sus alas de ñandú! O se dejan caer sobre la yerba.
— ¡El viento! ¡El viento n e g r o ! La grita se enrarece; por el aire
¡Allá va! ¡allá va ! Las voces se dispersan.
¿Quién zumba en él? ¡Las moscas que conduce Suenan acá los llantos de mujeres;
Gruñendo el mamangál Allá los magullados aun se quejan.
Los fuegos no avivados languidecen;
Sus oscilantes lenguas
Se mueven como el indio que borracho
Lleva de un hombro al otro la cabeza.

Corre entre aquellas voces un silencio XVI.


Semejante al que reina
Sobre la onda del río, cuando acaba Es el cacique Yamandú. Los indios
De pasar por el aire la tormenta. Se alzan y lo rodean.
¿Qué quiere Yamandú? Reclama el mando
Mostrando sus heridas y su fuerza.
XV.
Nadie como él se descompone el rostro
Con espantosa mueca,
Lo rompe un joven indio que saltando Ni lanza el alarido que, en la lucha,
Desaforado llega; Brota del hueco de su boca abierta;
Da un grito clamoroso, y con su lanza
Pasa de un viejo tronco la corteza. Nadie como él en el hinchado labio
La señal atraviesa
Habla á voces, furioso sacudiendo Que distingue á los indios de las tribus,
Su cabellera negra; Que más espanto infunden en la guerra.
Sus palabras parecen alaridos
De una ruda y fantástica elocuencia; ¿Quién sinó él, entonces á la gente
Llevará á la pelea?
Y salta como el tigre, y con la maza ¿Quién sinó él, que de enemigos muertos
El cuerpo se ensangrienta, Cien cabelleras en su toldo ostenta,
Y sobre el negro matorral de plumas
Y adorna su garganta con collares
La bola agita atada á su muñeca.
De los dientes y muelas
Son de hierro sus miembros; nadie excede De arachanes vencidos, cuyas pieles
Su talla gigantesca; Forman de su arco la flexible cuerda?
Ramas de sauce negro, sus cabellos
Jamás el gamo, huyendo en la llanura,
Sobre el rostro y los hombros, se despeñan,
Pudo esquivar su flecha,
Y en sus ojos pequeños y escondidos Ni el avestruz el golpe de su bola
Las miradas chispean Que silba como víbora sedienta.
Como las aguas negras y profundas,
¡Ahú! clama con grito prolongado.
Tocadas por el rayo de una estrella.
Aquí en el urunday
El indio Yamandú clavó su lanza...
i Nadie la arrancará!
Yo he peleado con ella entre las tribus
Que ven salir el sol;
No la he roto jamás en la rodilla, XVII.
Ni en mi brazo tembló.
Un murmullo de asombro se difunde
La he clavado en el bosque donde encienden Entre la turba aquella;
Los caciques chands, La tribu, fascinada y aturdida,
Y los miniianos, tapes y bohanes Nuevo cacique en el salvaje encuentra.
Los fuegos de su hogar.
Ya en algunas gargantas comprimido
Yo arranqué la sangrienta cabellera Está el grito de guerra,
Del fiero Tubichá La aclamación al indio cuyos ojos
Cuya piragua atravesó las ondas Al moverse en la sombra centellean.
Del río como mar.
Entreabiertos é inmóviles los labios
¡Ved mi pellejo! Tiene más heridas Los otros lo contemplan;
Que plumas el ñandú, Sobre aquel grupo de desnudos cuerpos
Y que lunas han visto los ancianos Las rojas llamaradas se reflejan.
Salir del guaycurú.
Ellas solas se mueven y el cacique
Yo derramo la sangre de mi cuerpo, Cuya ruda elocuencia
De la que, en el chircal, Es algo como un vértigo que estalla;
Brotan los yacarés que entre los juncos Una danza fantástica y siniestra.
Duermen del Uruguay.
Sólo él se agita, salta, se retuerce
Los rayos de los blancos no penetran Con espantosa fuerza.
En mi curtida piel Inmóvil lo demás; todas las almas
Más dura que la piel de la tortuga En los ojos absortos se condensan.
Y del jaguareté.
¡Nadie, prosigue el indio, estremeciendo
Mirad mis ojos: brillan en la sombra... La turba con su voz,
Son de ñacurutú... Nadie la lanza que clavó mi brazo
¿Cuál de los indios tiene la mirada De su tronco arrancó!
De mis ojos de luz?
Llega á mi toldo, sin morder mis piernas,
El malo añanguazú;
Yo penetro de noche al más obscuro
Bosquecillo del Hum;
Las sombras de los viejos de mi tribu, ¿Queréis matar al extranjero? Entonces
Que viven con Tupd, Seguid á Yamandú.
Van en sus nubes á enseñarme el grito Yo sé matarlo como al gato bravo
Que lanzan los chajds; De los bosques del Hum.
Los perros que devoran á las lunas
Los cráneos de los pálidos guerreros
No ladran como yo;
Al indio servirán
El viento negro de la noche calla
Para beber la chicha de algarrobas
Cuando escucha mi voz.
Y el jugo del palmar.
¿Quién arranca mi lanza? ¿Quién su fuerza
Sus rayos no me ofenden; en su sangre
Mide con Yamandú,
Se hundirán nuestros pies;
El indio de los brazos como el tronco
Sus cabelleras en las lanzas nuestras
Del viejo guabiyú?
El viento ha de mover;

¿No oís el río? Suena en sus barrancas. Vírgenes blancas, que en los ojos tienen
¡Oid al Uruguay! Hermosa claridad;
Es río de los indios... ¡Y los blancos Encenderán en nuestros libres valles
En su ribera están! Nuestro salvaje hogar.
Los blancos que vinieron de allá lejos, En esos días de las horas largas
De donde sale el sol; En que canta el sabid,
Los que matan los indios con los rayos Y al pie de la barranca está el bañado
Que el astro les prestó, Dormido en el juncal;
Y les cortan las negras cabelleras, En esas noches en que á ratos se oye
Y les quitan la piel; El canto del xirú,
Y les roban la tierra en que nacieron Las vírgenes esclavas del charrúa
Y en que posan los pies. Brillarán con su luz.
Sólo esclavos del blanco allá en su toldo Sus cuerpos son más blandos que el venado
El indio engendrará, Que acaba de nacer,
Y en sus bosques el fuego de la guerra Y tiemblan como tiembla entre la yerba
No encenderá jamás; La verde caicobé.
Dando un quejido morirá el charrúa Sus cabellos parecen los renuevos
Que nunca se quejó, Más tiernos del sauzal;
Y sus mujeres correrán lanzando Sus bocas se abren como el dulce fruto
Sus gritos de dolor. Que da el mburucuyd...
¡Vamos! ¡Seguidme! ¡El extranjero duerme
Duerme en el Uruguay! ¡Ahú! ¡ahú! ¡ahú! Vamos, cacique,
¡El sueño que en sus ojos se ha sentado, Lanza al aire tu flecha,
No se levantará! Para que al astro de los indios llegue,
Y con presagios de victoria vuelva!
¿Veis? La luna de fuego de las lomas
No se distingue aún; Y la flecha del indio por el aire
Aún se siente á lo lejos en las ramas Tiende las alas muertas...
El canto del urú! ¡Ahú! ¡ahú! ¡ahú! Volvió del astro,
Volvió del astro y se clavó en la tierra.
XVIII. ¡Recta como las palmas de las islas!
¡El astro habló con ella!
Un alarido inmenso, pavoroso ¡Al río! ¡Al río! ¡Al Uruguay! ¡Al río!
En los aires revienta; ¡Cacique Yamandú! ¡Fuegos de guerra!
Nadie á fauces humanas esos gritos,
A escucharlos de noche, atribuyera. XX.
Un águila tranquila, que pasaba
Sobre la selva aquella En pos de Yamandú corre la tribu.
El vuelo aceleró, cambió de rumbo, Su negra silüeta
Y se perdió en la soledad inmensa; Se ve á lo lejos tramontar las lomas
Como obscuro rebaño de culebras.
Y el tigre, bajo el párpado apagando
De su enorme pupila la lumbrera, Sus gritos y los choques de sus armas
Y barriendo la tierra con la cola Se perciben apenas;
Y tendiendo hacia atrás la a g u d a oreja, Las mujeres, los niños, los heridos
En todas direcciones se dispersan.
A largo paso y con temor cambiando
De sitio en la maleza, Se escuchan sus quejidos algún tiempo,
Se revolvió tres veces, para hundirse Que en el bosque se internan;
Y quedar más oculto entre las breñas. El silencio que huyó, de nuevo vuelve
A echarse fatigado entre la yerba.
XIX.
XXI.
¡Yamandú tubichá! ¡Yamandú enciende
Los fuegos de la guerra! Todo está en calma: el viento está callado;
¡Al río! ¡Al río! ¡El extranjero blanco Han vuelto las estrellas
Tendido duerme en su cerrada tienda! A brillar al través de sus vapores,
Y siguen en silencio su carrera.
Y danzan en su torno de las manos,
El cadáver del indio, abandonado Golpeando el suelo con alegre ritmo,
O, al compás de los ruidos de la noche,
Flota entre las tinieblas;
Se mecen, en los aires suspendidos,
Las hogueras, á punto de extinguirse,
Lo alumbran con penosa intermitencia, Lanzando esas fugaces carcajadas
Bañándolo en las tenues llamaradas Y esos pequeños gritos
Que oscilantes y trémulas, Que se oyen en las noches silenciosas
Sacan de entre las cálidas cenizas Sin verse quién respira en el vacío.
Las puntiagudas y azuladas lenguas.
¿Cómo puede dormir, soñar acaso
Las sombras que aleteaban, poco á poco Ese hombre? ¿No habrá visto
Han bajado á la tierra, Esas manchas de sangre que aparecen
Y en torno de los fuegos espirantes, Del astro solitario sobre el disco?
Se arrastran, agarrándose á las breñas.
Las horas, impregnadas de indolencia,
Al soldado han vencido;
Juegan con su arcabuz y con su yelmo
CANTO TERCERO. Los invisibles genios de los indios.
I.
Duerme San Salvador entre rumores.
II.
Corre á sus pies el río
Remedando el arrullo de una tórtola
Con su blando y monótono rüido. ¿Sentís moverse ese cardal cercano,
Y ese roce de cuerpos escondidos
El centinela en el bastión se duerme Que se arrastran, cual suele entre los juncos
Y, al verlo allí tranquilo, Arrastrarse callado el cocodrilo?
Juegan con su arcabuz y con su adarga
Los invisibles genios de los indios ¿No véis entre las ramas asomarse
Las temerosas caras de los indios
Con sus ojos pequeños, y sus cuerpos Embijadas de rojo, y dibujadas
Desnudos y cobrizos, Con trazos verdes, negros y amarillos?
Con sus pechos y pómulos salientes,
Sus labios gruesos y cabellos rígidos: Las plumas de sus frentes se confunden
Engendros microscópicos que miran Con las hojas del cardo; el remolino
Al soldado dormido, Del viento suave, al agitar las ramas,
Trepan por él, lo palpan, cuchichean, Descubre acá y allá rostros cobrizos,
* en grupos lo recorren con sigilo,
Y danzan en su torno de las manos,
El cadáver del indio, abandonado Golpeando el suelo con alegre ritmo,
O, al compás de los ruidos de la noche,
Flota entre las tinieblas;
Se mecen, en los aires suspendidos,
Las hogueras, á punto de extinguirse,
Lo alumbran con penosa intermitencia, Lanzando esas fugaces carcajadas
Bañándolo en las tenues llamaradas Y esos pequeños gritos
Que oscilantes y trémulas, Que se oyen en las noches silenciosas
Sacan de entre las cálidas cenizas Sin verse quién respira en el vacío.
Las puntiagudas y azuladas lenguas.
¿Cómo puede dormir, soñar acaso
Las sombras que aleteaban, poco á poco Ese hombre? ¿No habrá visto
Han bajado á la tierra, Esas manchas de sangre que aparecen
Y en torno de los fuegos espirantes, Del astro solitario sobre el disco?
Se arrastran, agarrándose á las breñas.
Las horas, impregnadas de indolencia,
Al soldado han vencido;
Juegan con su arcabuz y con su yelmo
CANTO TERCERO. Los invisibles genios de los indios.
I.
Duerme San Salvador entre rumores.
II.
Corre á sus pies el río
Remedando el arrullo de una tórtola
Con su blando y monótono rüido. ¿Sentís moverse ese cardal cercano,
Y ese roce de cuerpos escondidos
El centinela en el bastión se duerme Que se arrastran, cual suele entre los juncos
Y, al verlo allí tranquilo, Arrastrarse callado el cocodrilo?
Juegan con su arcabuz y con su adarga
Los invisibles genios de los indios ¿No véis entre las ramas asomarse
Las temerosas caras de los indios
Con sus ojos pequeños, y sus cuerpos Embijadas de rojo, y dibujadas
Desnudos y cobrizos, Con trazos verdes, negros y amarillos?
Con sus pechos y pómulos salientes,
sus labios gruesos y cabellos rígidos: Las plumas de sus frentes se confunden
Engendros microscópicos que miran Con las hojas del cardo; el remolino
Al soldado dormido, Del viento suave, al agitar las ramas,
Trepan por él, lo palpan, cuchichean, Descubre acá y allá rostros cobrizos,
* en grupos lo recorren con sigilo,
Brazos que se abren paso cautelosos, Yamandú va adelante. El negro brazo
Entre el tupido bosque de espinillos, Hácia atrás extendido,
Cuerpos á medio incorporarse. Vedlos. Silencio impone á la jadeante turba
Salen al llano en dirección al río. Con ademán nervioso y expresivo,
Aquél es Ybípué. ¿Quién no conoce Mientras él se incorpora; la cabeza
Al tubichd, tan fiero como listo, Saca de entre las matas y, al tranquilo
Que al avestruz alcanza y al venado, Resplandor de la luna, ya cercano
Y apresa entre las aguas al carpincho? Observa el silencioso caserío.
Cayú es aquel que corre entre las chircas.
Se le conoce en el profundo signo
Que le grabó con su hacha en la cabeza III.
Hace algún tiempo el arachán Siripa.
Blanca duerme. La lámpara en la alcoba
¿También tú, Guaycurú? De los cristianos
De la inocente niña
Tú te dijiste servidor sumiso,
Su dormida cabeza en la almohada
Y ese casco que llevas y esa adarga
Con trémulas aureolas ilumina.
De Garay los ganaste en el servicio.
Tú fuiste el mensajero de tu tribu; Entreabiertos sus párpados,
Rompiste en la rodilla tu macizo Dejan adivinar en sus pupilas,
Arco de ñandubay y, en tu piragua, Como en el lago el brillo de una estrella,
O á nado, en són de paz, cruzaste el río. La lumbre palpitante de la vida.

¿No es esa una mujer? Es Tabolía. Los invisibles labios de un ensueño


Sabe arrancar la piel al enemigo Parecen apoyarse en su mejilla,
Y ya más de una de ellas ha colgado Y comprimir su boca
En el movible toldo de sus hijos. Con los pliegues del llanto ó la sonrisa.
Ella no exprime el fruto del quebracho, Una oración acaso,
Ni recoge en la selva para su indio A medio terminar, interrumpida
La miel del guabiyú, ni lleva el toldo, Por el sueño ha quedado abandonada
Ni entona el yaraví de triste ritmo. Entre los labios de la hermosa niña,
Tiene en su labio el signo del guerrero; Que unos ratos parece recogerla,
Suena en la lucha su salvaje grito, Moverla entre ellos pura é instintiva,
en el desnudo seno apoya el arco Y ofrecerla á los ángeles que nadan
En que viene la muerte á hacer su nido. En el callado ambiente que respira.
¿Duerme? ¿O en el vahído indescriptible
Sobre el pajizo techo
Intermedio entre el sueño y la vigilia
De la humilde capilla,
L a realidad y la ilusión se estrechan
Con ayes repetidos de rebato;
Y en su espíritu flotan confundidas?
Estalla un arcabuz, el plomo silba.
¿Conserva esa conciencia vacilante,
¡Ah del valiente hidalgo!
Esa confusa actividad que infiltra
¡Los indios en la villa!
La voluntad del hombre en los ensueños
¿Dó está la espada, brazo de la muerte,
Que en lo obscuro procuran sumergirla?
Que en las batallas¿Don Gonzalo vibra?
El salvaje alarido
IV. Con que las tribus su valor excitan,
Suena, cual si los átomos del aire
Para aullar y gemir cobraran vida.
Acaso no dormía. Se incorpora;
En el espacio la mirada fija; Y vuelan las saetas
Separa los cabellos de su frente, Que sus colmillos en el aire afilan,
Y escucha inmóvil, temblorosa, lívida. Y en ellas, discurriendo por la sombra,
Silba la muerte como errante víbora.
Vedla en el borde del revuelto lecho,
¿Qué ve? ¿Sueña? ¿Delira? Como el penacho ardiente
¿Quién derrama en el alma de la virgen Del yelmo de un demonio, va encendida
Ese terror que asoma á sus pupilas? Su roja cabellera desgarrando
En los aires la bola arrojadiza;
¡Ah! Blanca no ha soñado.
La ronca gritería Y se quiebran las ramas,
Que llegó hasta su oído se repite, _ Los árboles oscilan,
Crece, arrecia, se acerca; no es mentira. Despierta el arcabuz, pero sin rumbo
El plomo vuela, el fogonazo brilla.
Es el malón salvaje
Derramado en la villa; Y el salvaje alarido
El bramido terrible de la fiera Levanta á los jaguares que dormían
Que ataca y se revuelve en su agonía. Y se alejan corriendo, y á los pájaros
Que huyen despavoridos á las islas.
/IndiosI ¡Los indios vienen!
En medio de la grita Y el malón se dilata
Se oye clamar ¡Los indios! ¡El charrúa! Como reptil inmenso, que se agita
¡Ahú! ¡Ahú! ¡Ahú!... Suena la esquila En mortal convulsión, y envuelve al pueblo,
Y lo estruja, y lo ahoga en sus anillas.
Tabaré.-11
¡Ay del pueblo dormido! Con retumbante són, en las rodelas
¡Ay de la hermosa niña! Chocan las mazas indias.
¿Quién duerme dulce sueño, quién descansa Mudo está el arcabuz, porque el charrúa
Al lado de la fiera que agoniza? El cuerpo ciñe á la armadura misma

V. Del español, y clava


En él sus dientes que la rabia irrita;
Mal ajustado el yelmo, Y ruedan ambos en estrecho nudo
La cota mal ceñida, Estremeciendo el suelo en su caída.
Con la espada desnuda, Don Gonzalo,
Crecen los alaridos;
Ha estrechado á su esposa; á sus rodillas
La brega recrudece, y la rojiza
Se ha abrazado gimiendo Claridad del incendio, los pintados
Su hermana Blanca. El capitán vacila. Rostros de los salvajes ilumina;
R u j e el malón afuera... ¡Cierra España!
Se oye clamar en medio de la grita. Se refleja en las aguas
En fantástica danza, y en la villa
¡Gonzalo, no nos dejes! Las desnudas siluetas de los indios
Gonzalo, si te vas, ¿quién nos auxilia? Por todas partes cruzan fugitivas,
¡Santiago! ¡Cierra España!... Ruje el indio:
¡Ahú! ¡Ahú! ¡Ahú! ¡Ah, por Castilla! Como sombras extrañas é impalpables
Que los aires vomitan,
De los queridos brazos
Y, á la voz de un conjuro,
Se arranca el capitán, corre á la lidia;
Cuajan en las tinieblas sacudidas.
Ha huido Doña Luz, y junto al lecho,
Blanca ha caído como flor marchita. ¡Ay de la dulce hermana
De la estrella que alumbra las colinas
VI. Cuando la tarde entona sus rumores
Al quedarse dormida entre las islas!
Las macanas que agitan los charrúas
Ya están en sangre tintas,
Y los desnudos cuerpos brotan sangre VII.
Y fuego las pupilas.
Rueda el incendio en los pajizos techos, ¿No es Tamandú el cacique
Como de aladas víboras El que huye allá en la sombra?
Una bandada extensa que, entre el humo Corre volviendo el rostro abigarrado,
Y el rojizo fulgor, se arremolina. Huye trepando las cercanas lomas.
Es él; bien se distinguen
Sus gigantescas formas; Y entre el pecho nervudo
Bien se conoce el matorral de plumas Y la mano callosa,
Que su cabeza en el combate adorna. La cabeza de Blanca va oprimida
Inmóvil y encajada entre dos rocas.
E s él. ¿Por qué va huyendo?
¿Por qué á sus compañeros abandona?
¿Teme la muerte el guaraní cobarde VIII.
Después que él mismo concitó las hordas?
Allá en el horizonte
Nó: el indio ha conquistado Una raya de luz traza la aurora;
Lo que su ardor provoca; Luz vaga y cenicienta que franjea
El fué una vez á la española villa, Los ropajes talares de las sombras.
Y vió una virgen. Lo siguió su sombra
Los últimos charrúas
Al bosque de los talas, El incendiado pueblo ya abandonan,
A su movible choza; Y en grupos se dirigen á la selva
Hirvió su sangre; la pasión salvaje Dando alaridos que el espacio asordan;
Brutal y ciega devoró sus horas. Y, sobre el nimbo tenue
Miradlo: entre sus brazos Que circunda la frente de las lomas,
Conduce á la española: A ratos se proyecta, siempre huyendo,
¡Es Blanca! ¡Blanca, la inocente hermana La silueta del indio y la española.
De la tranquila estrella de las lomas!
IX.
Blanca, cuyos lamentos
En el aire sofoca Cuando se lo dijeron,
El último clamor de la batalla La planta vaciló de Don Gonzalo;
Que desgarrando los espacios flota; Perdió el mundo las formas á sus ojos
Blanca que se retuerce, Y, para no caer, se asió de un árbol.
Y forceja, y se ahoga Zumbaron sus oídos
En ese nudo de viviente hierro Con gritos y lamentos prolongados,
Que hace crujir sus delicadas formas. Y ese llanto sin lágrimas, que riega
La raíz del dolor, secó sus párpados.
Lleva tan sólo de su lecho aun tibio
Las desceñidas ropas; El nombre de su hermana,
Entre los brazos negros del charrúa Como un ruego, brotó de entre sus labios;
Se ven alas de un nido de palomas; Sintió la sombra de su madre extinta
Alzarse suplicante allí á su lado;
Y, tal cual aparecen
Las nubes sobre el fondo de un relámpago, ¡Mis valientes, mis fieles!
De Tabaré el recuerdo presentóse ¿La oís? Os llama sollozando... ¡vamos!
En el fondo del alma de Gonzalo. ¿Cuándo una dama ha recurrido en balde
Al hidalgo valor de un castellano?
Tabaré á quien el jefe
Buscó siempre en la lucha sin hallarlo; ¡Es mi Blanca! ¡mi hermana!
¿Quién si no él, pensaba, de los indios ¿La recordáis? ¿Lo véis? No está á mi lado.
La turba vil como caudillo trajo? Y no está muerta... ¡ni siquiera muerta!
¿Sentís su voz? ¿No la sentís, mis bravos?
¿Qué otra cosa en su mente
Acariciaba aquel salvaje huraño, Yo á mi maldita suerte
Cuando en las altas horas por el pueblo Su inocencia y su vida he vinculado;
Solía discurrir con sobresalto? Yo la arrojé á las fauces de las fieras
Del salvaje desierto americano.
¡Y era el último ruego
X. De mi madre espirante su cuidado!
Para ella fué, para mi tierna hermana
Duró sólo un instante La última gota del sagrado llanto.
Del abatido joven el letargo; Yo juro al que la salve
Un instante mortal en que perdiera Ceder mi vida, mi blasón hidalgo.
La conciencia del tiempo y del espacio. ¡Damián! ¡Ramiro! ¡Vamos, Padre Esteban!
Cuando alzó la mirada, Es tiempo aún, y nos está esperando.
Vio que sus hombres de armas, á su lado,
Corramos á salvarla...
Por su intenso dolor sobrecogidos
¿Españoles no sois? ¿No sois soldados?
En silencio lo estaban contemplando.
¡Yo juro á Dios que vadearé el infierno,
Los vió como quien vuelve, Si el infierno se pone ante mi paso!
De larga ausencia, y los hallaba extraños;
Meditó, recordó... y un grito sordo
Lanzó al hallar de su dolor el rastro.
¡Ah, ya os entiendo, amigos!
El bosque entero arrancaréis de cuajo.
Lo arrancaréis, ¿verdad? ¡Oh, en vuestras
Sangre española no discurre en vano!
Tal el tigre que va á su madriguera,
CANTO CUARTO. En la maleza arrastra,
Llevada entre sus fauces sanguinosas,
I. La res herida que cayó en sus garras.

Saltando breñas y horadando muros


De impenetrables ramas, II.
De enredaderas que, de tronco á tronco,
Corren y se retuercen y entrelazan; Silencioso está el bosque, el bosque obscuro
Mburucuyás que, entre follaje ajeno, De ceibos y de talas,
Abren sus pasionarias, El bosque de las sombras, en que anidan
Y columpian sus frutos numerosos Las noches más obscuras y más largas,
De piel dorada y corazón de grana;
Que convierten en moscas ó en reptiles
Rompiendo del cipo las duras hebras, A los indios que pasan,
Y esquivando las blancas Y las alas de piel de los murciélagos
Ramas del ñapindá que con sus dientes Empapan en la sangre de la iguana.
Muerde los troncos y los pies desgarra;
E s el bosque de Añang; las tribus huyen
Cruzando entre laureles y quebrachos, De sus siniestras r a m a s ;
Nangapirés y talas Tan sólo los payés en él aprenden
Cuyo follaje espeso y verdinegro De Añan-guazú los cantos y palabras.
Con el del sauce pálido contrasta;
Nacen en él los seres invisibles
Sumergido entre chircas y juncales,
Que á los indios disparan
Matorrales y zarzas,
Las flechitas de piedra que penetran
Se pierde á veces, y se ve de nuevo
Y enfrían para siempre las entrañas;
Reaparecer, huyendo á la distancia,
Al indio Yamandú. Lleva en los hombros Los indios que en la tierra no se mueven
A la exánime Blanca Entre sus sombras andan
Cuyos brazos y negra cabellera Dando alaridos y encendiendo fuegos,
Cuelgan lacios del indio por la espalda. Y golpeando los troncos con sus hachas;

Y a rompiendo los muros de verdura Y se les ve subirse á las tormentas


El salvaje se agacha, Que por el aire arrastran,
Ya se abre senda con el duro brazo, Y, entre una y otra ráfaga de viento,
O entre los troncos derribados salta. Se oyen sus voces tristes y apagadas.
Por eso nunca se llegó la tribu Hundida entre la yerba,
Al bosque de los talas; Como una garza herida, yace Blanca.
Sobre él no tiene luz el astro grande, Su cabeza se mueve sobre el pecho
Las lunas, al tocarlo, se desmayan. Cual colgada del cuello; frías, lacias,
Es un bosque sin cantos y sin nidos; Sus manos han caído
Sus ceibos y sus talas Sobre el blando regazo en que desmayan.
Ostentan la vejez, que es en el árbol Casi ríe su labio; es esa tregua
La plena juventud, la más lozana. Que el colmo del dolor presta á las almas.
En torno de los troncos, la maleza
Crece tupida y alta, Los ceibos se han echado
Y enredaderas duras y sin nombre Sobre la espalda el manto de escarlata;
En todas direcciones se enmarañan, En idioma extranjero están las hojas
Conversando entre sí y en voz muy baja.
Y cuelgan de la bóveda hasta el suelo,
Y entre el musgo se arrastran
Y envuelven en sus hojas verdinegras IV.
Los troncos secos que en el suelo abrazan;
Un hondo grito de terror y angustia
Los troncos derrumbados por el rayo
Blanca por fin exhala,
Que no mató las plantas
Un grito que la selva ha estremecido
Que al árbol vivo estaban adheridas
Y penetró temblando en sus entrañas.
Y su negro cadáver acompañan.
Al tornar á la vida, recobrando
Una conciencia v a g a ;
III. Al volver á sentir que en sus pupilas
Las confusas miradas despertaban,
Caídos los cabellos Las derramó en su torno; vió á su lado,
Como el ala del ave fatigada; Entre la luz escasa,
Insensible, sin fuerzas ni conciencia, Los viejos troncos, la maleza, el bosque,
Sin miradas los ojos y sin lágrimas; Y por fin, en la sombra, á sus espaldas,
Mal cubiertas las formas, Con las negras pupilas luminosas
Formas d e j í n e a s tímidas y vagas, En lascivia empapadas,
Pues los años, artistas de la vida, Vió el rostro abigarrado del salvaje
Su obra tienen apenas modelada, Que de su presa el despertar aguarda.
172 J U A N Z O R R I L L A D E SAN M A R T Í N

¿Qué pasa allí? La niña sólo siente


Una estúpida risa lo contrae
Dos rugidos que estallan,
Con una mueca bárbara:
Dos cuerpos que á su lado se desploman,
La cabellera rígida y obscura
Y un grito sofocado á sus espaldas.
Sobre el pintado rostro se derrama;
Después, por un instante, sólo escucha
El cuerpo tiembla, y el jadeante aliento,
Las hojas que se hablan en voz baja...
Al rozar la garganta,
Alguien también respira junto á ella...
Forma un sonido intermitente y áspero
¿Quién es? Nadie la ofende, todo calla.
Que se acelera y al rugido alcanza.
El salvaje se ríe; de aquel bosque No se atreve á mirar eso ignorado
Sólo él sabe la entrada; Que siente allí, muy cerca, como zarpa
El es payé; de añan-guazú no teme Ya dispuesta á caer; sus pensamientos
Los fuegos ni los pálidos fantasmas. Comienzan á voltear en ronda vaga;
Sin rumbo se atrepellan sus ideas,
El silencio la atruena; en su mirada
V. Las sombras se condensan; los rumores
Se alejan en tropel y, á la distancia,
El grito de la virgen se ha extinguido. Parecen remedar voces confusas,
Su cabeza, ocultada Indefinibles gritos ó palabras;
k
En los brazos que oprimen las rodillas, Le falta tierra, y aire, y se desploma,
Todas las líneas de su cuerpo, pálidas, Y el nudo de sus brazos se desata. R
I
Forman un nudo estrecho y tembloroso Ha creído escuchar, al desplomarse,
Que se ve entre la grama Algo como un lamento á sus espaldas,
Al través del cabello que lo envuelve Y haber visto una sombra conocida
Como el ramaje al ave amedrentada; Llegarse hasta su lado sin tocarla.
Nudo ajustado apenas, que la mano
De un niño desatara;
Que defender no puede en aquel bosque VI.
El tesoro que guarda.
El indio Yamandú yace en el suelo.
Siente la virgen tras de sí el romperse
En los ojos y el alma
De sacudidas ramas,
Tiene la noche; su salvaje risa
Y oprime más sus trémulas rodillas,
Está en sus labios para siempre helada.
Y así un gemido imperceptible lanza.
¿Quién es ese indio pálido y convulso
Que entre la yerba se alza
Después que entre sus dedos ha estrujado VII.
De Yamandú el cacique la garganta?
¿Quién escuchó en el fondo de la selva É inmóvil, tembloroso,
Temida de los talas El indio mira á Blanca,
El grito de la virgen española Cual si la muerte, asida á sus cabellos,
Indefensa y esclava? Su oído con sus gritos desgarrara;
¿Quién si no él? De pie, junto á la niña Y sigue el ruido sordo de las hojas
Que inmóvil ve á sus plantas, Que en voz baja se hablan
Como si el soplo de un ensueño frío En ese idioma dulce y extranjero
Por sus hinchadas venas circulara, En que hablan los crepúsculos al alma;
El indio Tabaré mira el cadáver Y sobre el lecho de hojas y de espinas,
De Yamandú, y á Blanca La niña desmayada se destaca,
Que, cual visión dormida en la maleza, Iluminada por el rayo triste
Se presenta á sus ojos yerta y pálida. De la primera luz de la mañana.
Es él, es Tabaré, que hasta aquel bosque
Llevado fué por una fuerza extraña,
Y al despertar de su sopor, en brazos VIII.
De la cruz de la selva solitaria,
Sintió muy cerca, entre el rumor confuso Tabaré cargó en hombros el cadáver,
De ramas agitadas, Miró de nuevo á Blanca,
El grito que la virgen española Y alejóse en silencio
Al distinguir á Yamandú lanzaba. Cual si temiera acaso despertarla.
Saltó como mordido por el aire; Y seguía, seguía presuroso,
Saltó, y en la garganta Con el muerto á la espalda,
Del indio Yamandú clavó sus manos Volviendo la cabeza
Que sacudió con fuerza extraordinaria, Entre mortales pavorosas ansias.
Hasta sentir la muerte entre sus dedos Se detiene por fin; tira el cadáver,
Crispados por la rabia. Lo esconde entre las zarzas,
Dejó el cuerpo del indio extrangulado, Y sigue huyendo, huyendo
Se alzó y miró... la virgen allí estaba. Del sitio en que la niña se encontraba.
IX.
Como el lebrel tras el perdido rastro
Ciego y sin rumbo vaga,
Y, de pronto lo encuentra por el aire,
Y vuelve atrás jadeando entre las matas,
El indio Tabaré cambia de rumbo;
Su camino desanda,
Y corre, corre ansioso y convulsivo
Entre las breñas que sus pies desgarran.
Tal cruza el matorral la hembra del tigre,
Y entre las ramas salta
Dando cortos bramidos, cuando escucha
A su cachorro herido á la distancia.

X.
Sólo el indio lo hubiera percibido.
Ha sonado á su espalda
Un vagido á los lejos, á lo lejos,
En el bosque de ceibos y de talas.
Se parece al quejido del venado
Cuando á su madre llama
Escondido en los verdes matorrales
Al percibir el vuelo de las águilas.
E s el débil gemido que la niña
Al verse sola lanza.
Tabaré llega, y jadeante y mudo
Se detiene á su lado sin mirarla.
Un pánico de muerte se apodera
De su s é r ; siente á Blanca El indio oyó su nombre,
Moverse entre las breñas, como el cisne Al derrumbarse en el instante eterno.
Que se revuelca herido en la hojarasca, Blanca desde la tierra lo llamaba,
Lo llamaba por fin, pero de lejos.

TABARÉ-12 Libro III - Canto VI.


Pág. 203.
Y alguien diría que algo pavoroso
Al salvaje anonada.
Un soplo helado por sus venas corre
Y en sus pupilas la visión apaga.
Parece que la mano de la muerte
A su rostro se agarra,
Y la ardorosa piel de su cabeza
Con lento esfuerzo de su cráneo arranca.
Tabaré tiembla: siente que á su lado
La española se arrastra;
Percibe en las rodillas el contacto
De sus manos heladas,
El roce de su aliento,
La humedad de sus lágrimas,
Y oye, por fin, su voz, su voz no hay duda,
Que allí como un ensueño se levanta.
Parece que al acento de la niña,
Todo ruido se apaga
En el alma del indio; el mundo todo
Sólo una voz para el salvaje exhala.
Jamás la fiera dominó á su presa,
Como la virgen pálida
Al hijo del desierto que, temblando,
Sobrecogido escucha sus palabras.

XI.

— ¡Eres tú, Tabaré! ¿Por qué me hieres?


¿Por qué así me maltratas?
Yo nunca te hice mal; yo no quería
Que tú de nuestro hogar te separaras.
Tabaré.-12
¿Qué me quieres, charrúa? ¿En mí vengarte
Querrás de las ofensas de mi raza?
No me hagas mal, perdóname,
XII.
Yo no te odié jamás... ¿Por qué me odiabas?
Perdóname, por Dios; por la memoria El indio que, abrazado á un viejo tronco,
De aquella madre blanca A la niña escuchaba,
Que está en el cielo, y desde allí te mira, Lanza un gemido prolongado, amargo
Y en el mundo tus pasos acompaña. Como un llanto sin lágrimas.
Si no han muerto, me lloran mis hermanos; Todas á una, al reventar, sollozan
i Oh! llévame á su lado, que me llaman. Las fibras de su alma;
Enséñame el camino: Blanca atribuye á rabia aquel sollozo
Yo sola iré, las fuerzas no me faltan. Y un nuevo grito de terror exhala.
Aunque ves que desnudas y con sangre Al cielo la oración de la inocencia
Se resisten mis plantas Temblorosa levanta,
A sostener mi cuerpo, no lo creas, Con las manos unidas, y los ojos
Aún puedo caminar una jornada. Llenos de luz, de sombras y de lágrimas.
Dime solo, por Dios, cuál es la senda Cual si quisiera aprovechar los breves
Que conduce á la playa... Instantes que le faltan,
¿No me contestas? T a b a r é : ¿Qué tienes? Ahoga los sollozos, y de entre ellos
¿Qué haces ahí? ¿No me oyes? ¿Me amenazas? Brota en tropel la fórmula sagrada;
¡Ah! me infundes terror ¿Por qué así tiemblas? Las fórmulas que el indio en los albores
¿Te ofenden mis palabras? Escuchó de su infancia
Yo me iré sola si piadoso y bueno De una mujer tan blanca como aquélla,
La senda de mi hogar tú me señalas. Que sus primeros sueños, arrullaba.
¿O han muerto todos? Dímelo, ¿qué hiciste?
¡Morir tú! grita el indio... Por el bosque
¿Mataste á mi Gonzalo en la batalla?
El sueño negro pasa;
¡Sola, sola en el mundo Ha brotado en la sombra, y va cruzando,
Yo tengo que morir abandonada! Y al ñapindá sacude con las alas.
Déjame entonces, Tabaré, que rece
Ha golpeado la frente del charrúa
La oración de la noche, pronto acaba; Con sus manos heladas...
Y moriré en" silencio ¿Dónde está? ¿Quién, en medio de la selva,
Si tengo que morir, si no te apiadas. Con esa voz de mis ensueños anda?
¡Morir! ¡La virgen del ensueño dulce!
¿Quién llegará á tocarla? La extrema palidez que por sus miembros
El indio entre sus brazos ahogaría Convulsos se derrama
Al negro yacaré de las barrancas; Hace de él una sombra transparente
Arrancará á los fuegos de la nubes Forma sin cuerpo, evocación fantástica.
Sus encendidas alas,
Y mojará con sangre de su cuerpo
El astro de las lomas solitarias! XIV.

¡Tú morir! Cuando el indio con sus manos En la mente del indio se disipan
Vuelque todas las aguas Las visiones, y clava
Del Hum y el Uruguay, y allí derrame Con dulce intensidad en la española
Toda la sangre de su obscura raza; Sus pupilas ardientes y cansadas.
Cuando en sus dientes Tabaré el charrúa Sus ojos en los ojos de la niña
Destroce las escamas Largo rato descansan;
Del yacaré, y al tigre con los dedos Una gota de llanto brota en ellos
Arranque palpitantes las entrañas, Y brilla tristemente en sus pestañas,
Aun entonces la virgen de los sueños Y su voz se transforma, y suena dulce
Se moverá gallarda: Como suenan las auras
Todas las flores se abrirán para ella, En los bosques del Hum, cuando las sombras
Y cantarán por ella las calandrias. Que durmieron en él se desparraman.
¿Quién con la voz del sueño de mis noches, ¿Por qué la virgen hiere con los labios
Entre las breñas anda? Al indio Tabaré,
¿Quién vierte en las arterias del charrúa Que ha contado las horas de sus noches
El fuego que calienta las venganzas? Todas negras correr?

¡No eres el sueño! ¿Sientes en las venas


XIII. La vida como yo?
¡Ah! ¿No eres sombra de la noche obscura
Que vive en mi dolor?
Blanca mira al salvaje que persigue
Invisibles fantasmas. Ven, el charrúa posará sus labios
Mucho más de una vida se refleja Donde poses el pie;
En su pupila azul iluminada. Vamos con tus hermanos. A las sombras
Yo volveré después.
No se abrirá dos veces con la aurora Nadie dirá con llanto de ternura:
La flor del guabiyú; ¡Ha muerto Tabaré!
No mojarán dos lunas en el río Nadie verá los huesos con tristeza,
Su temblorosa luz. De mi cuerpo que jué;
Y ya el charrúa el sueño que no acaba Mas la ligera madre del venado
Comenzará á dormir, Herido en el chircal,
Pues siente ya en sus huesos mucho frío... Sobre los huesos del cacique muerto
¡El frío de morir! Por el venado herido balará.
¿Oyes el canto? Ya anda entre las ramas Vamos con tus hermanos. A su selva
Con su canto el zirú: El indio volverá.
El pájaro que anuncia las auroras Su raza ha muerto; se apagaron todos
Y llora por la luz. Los fuegos de su hogar.
¿No lo sientes? Es triste como el indio, Ya siento el sueño negro que no acaba
Dulce como el sabia... En mis huesos correr;
No hieras, virgen, al salvaje enfermo Vamos hasta el hogar de tus hermanos;
Que la noche sin lunas va á cruzar! Allí te dejaré.
La noche sin auroras y sin cantos, Tú quedarás como te vió en los sueños
Donde corren sin fin El indio Tabaré
Las almas perseguidas, que aspiraron Que va á cruzar entre los negros toldos
La flor del curu-pl. Para nunca volver:
Sólo una vida tiene, una tan sólo Pura como las aguas transparentes
El indio para tí; Que duermen en el Hum
Tú no dirás su nombre dulcemente. Cuando en los aires enmudece el viento
El volverá á morir, Del Paraná-guazú.
Allá en el bosque donde el astro hermoso Vamos con tus hermanos; no me hieras,
Nunca se ve asomar, El indio no te odió;
Donde vuelan los pájaros obscuros Tú lo has seguido siempre, derramando
Que no duermen jamás; En sus venas dolor;
Donde duerme la madre del charrúa Tú te has llevado el sueño de sus noches
Tan blanca como tú; Y el fuego de su hogar,
Donde los fuegos de su hogar primero Las alas de sus flechas, y la fuerza
Brillaron con su luz. De su arco de urunday.
184 J U A N Z O R R I L L A ~ D E SAN M A R T Í N

Vamos con tus hermanos. A su bosque Como de dos deseos imposibles


El indio volverá Se aman las esperanzas,
A morir con su raza y con los fuegos Cual se ama, desde el borde del abismo,
De su salvaje hogar! Al vértigo que vive en sus entrañas.
La voz del indio suena dulcemente,
Como suenan las auras
En los bosques del Hum, cuando las somb
CANTO QUINTO,
Que durmieron en él se desparraman.
Blanca lo escucha como se oye el eco i.
De canción olvidada,
Que en ráfagas acude á la memoria ¿Quién es ese indio pálido que cruza
Sin que la voz consiga formularla. Las lomas solitarias,
Y atraviesa el chircal y los bañados,
Pende en los labios de la absorta niña Y una virgen conduce en sus espaldas?
La tímida palabra
De la trunca oración, y mira y sigue Camina vacilante como un ebrio;
Al indio con atónita mirada. En convulsiones rápidas
Se sacuden sus miembros, y en sus brazos
En sus ojos azules ha creído Oscila á veces la preciosa carga.
Ver algo que esperaba,
Algo como la estrella de las tardes E s el indio imposible, el extranjero,
Que en las riberas alumbró sus lágrimas; El salvaje con lágrimas,
La última gota de una sangre fría
Punto de luz en que miraba acaso Que aún no ha bebido la sedienta pampa.
Aquella madre blanca
Que se acostó á morir bajo los ceibos
II.
Y en el dolor de su hijo despertaba.
La niña vió la luz en el abismo; El sol ha recorrido
Y alguien que habló en su alma: La mitad de su marcha,
« Esa es, le dijo, tu soñada lumbre, Y los viajeros sin cesar caminan
Pero ese abismo sólo Dios lo salva ». Al través de las lomas solitarias.
Todo lo comprendió, y amó al salvaje Oyen por todas partes
Como las tumbas a m a n ; La metálica voz de la chicharra,
Como se aman dos fuegos de un sepulcro Y al mamangd que zumba dando vueltas,
Al confundirse en una sola llama; Y al camoatí que hierve entre las ramas;
184 J U A N Z O R R I L L A ~ D E SAN M A R T Í N

Vamos con tus hermanos. A su bosque Como de dos deseos imposibles


El indio volverá Se aman las esperanzas,
A morir con su raza y con los fuegos Cual se ama, desde el borde del abismo,
De su salvaje hogar! Al vértigo que vive en sus entrañas.
La voz del indio suena dulcemente,
Como suenan las auras
En los bosques del Hum, cuando las somb
CANTO QUINTO,
Que durmieron en él se desparraman.
Blanca lo escucha como se oye el eco i.
De canción olvidada,
Que en ráfagas acude á la memoria ¿Quién es ese indio pálido que cruza
Sin que la voz consiga formularla. Las lomas solitarias,
Y atraviesa el chircal y los bañados,
Pende en los labios de la absorta niña Y una virgen conduce en sus espaldas?
La tímida palabra
De la trunca oración, y mira y sigue Camina vacilante como un ebrio;
Al indio con atónita mirada. En convulsiones rápidas
Se sacuden sus miembros, y en sus brazos
En sus ojos azules ha creído Oscila á veces la preciosa carga.
Ver algo que esperaba,
Algo como la estrella de las tardes E s el indio imposible, el extranjero,
Que en las riberas alumbró sus lágrimas; El salvaje con lágrimas,
La última gota de una sangre fría
Punto de luz en que miraba acaso Que aún no ha bebido la sedienta pampa.
Aquella madre blanca
Que se acostó á morir bajo los ceibos
II.
Y en el dolor de su hijo despertaba.
La niña vió la luz en el abismo; El sol ha recorrido
Y alguien que habló en su alma: La mitad de su marcha,
« Esa es, le dijo, tu soñada lumbre, Y los viajeros sin cesar caminan
Pero ese abismo sólo Dios lo salva ». Al través de las lomas solitarias.
Todo lo comprendió, y amó al salvaje Oyen por todas partes
Como las tumbas a m a n ; La metálica voz de la chicharra,
Como se aman dos fuegos de un sepulcro Y al mamangd que zumba dando vueltas,
Al confundirse en una sola llama; Y al camoatí que hierve entre las ramas;
El trémulo volido
De la perdiz lejana,
Y, en el quebracho, el golpe vigoroso III.
Uel
™r$intero, leñador con alas.
El aire está poblado Cruzan por los bañados
De susurros que pasan; Cubiertos de espadañas
^ o m o en un velo de cristal envuelto Sobre las cuales desarrolla al aire
W campo brilla entre aureolas diáfanas. Su penacho gentil la paja brava;

Con intervalos breves, Allí los mirasoles


Del arbusto en las ramas, Abren sus verdes alas,
Su cantarcillo igual lanza el chingolo, Y lanzan estridentes alaridos
Prolongando la nota con que acaba; Los pesados chajds en las barrancas.
Y se oye repetida Tiemblan los amarillos pajonales,
A diversas distancias, Y brillan las tacuaras,
La misma melodía quejumbrosa Y, entre los cardos secos y caídos,
Uue va, viene, contesta, ruega ó llama. Cruzan la lagartija y las iguanas.
El zorro entre las chircas Quejidos de palomas invisibles,
Su larga cola arrastra, Y voces de calandrias,
Huyendo á saltos y volviendo á veces Y notas como golpes sonorosos
W puntiagudo hocico entre las zarzas; De los dormidos sauces se desgranan,
La pesada cabeza Y pueblan el silencio de los aires
Inclina el cardo seco; de su blanda Mezclados con las ráfagas
Plumazón se desprenden las semillas De aromas puros, hálito del campo,
Como enjambres de estrellas apagadas, Y de perdidas flores ignoradas.
Que vuelan en flotantes remolinos, A grave paso y lento, la cigüeña
O en el suelo se arrastran; Recorre las cañadas,
Se detienen, y emprenden nuevamente O rozando los juncos al alzarse
¿>u camino sin rumbo atolondradas. Los abanica con sus alas blancas,

Y, con Blanca en los brazos, Y, vogando á compás firme y solemne,


El indio no descansa; Tranquila se adelanta,
Camina lento, sin cesar camina Y se aleja, y se aleja hasta perderse
Dejando atrás las lomas solitarias. Diluida en el aire y la distancia.
Brillan entre las flores
En las aguas inmóviles
La pequeña coraza
Se reflejan las garzas,
Y la armadura azul y el yelmo de oro
Que dormitan ó cruzan cadenciosas,
Del picaflor, armado por las auras,
Como formas de espuma, entre las cañas
Para librar temblando
Los insectos se cuelgan
Sus rápidas batallas
En sus hilos de plata,
Contra los genios que invisibles flotan,
O trepan por sus redes, que parecen
Y los ovarios de las flores guardan.
Hebras de sol ó cristalinas a r p a s ;
Y todo para el indio
Y con Blanca en los brazos
Luce, resuena y pasa,
Sigue el indio su marcha,
Como a dioses confusos y postreros
Despertando á su paso en la maleza
Que se van para siempre y que se abrazan.
Los venados, que huyendo se levantan,
Él sigue, sigue siempre
Y en la lejana cumbre de la loma
Con Blanca en las espaldas;
A mirarlo se paran,
Nada escucha; su cuerpo ya no tiembla;
Proyectando en el cielo la silueta
Ya las heridas de sus pies no sangran.
Del cuerpo esbelto y enramadas astas.
No ha salido del labio del charrúa
Ni una sola palabra; *
IV. El movimiento de su paso es dulce
Como el balance de una cuna. Blanca
Y los viajeros siguen. Sobre el brazo, en el hombro del salvaje,
Y sobre ellos las águilas La cabeza descansa;
En inmensos balances se remontan Las horas cierran sus hinchados párpados;
Del transparente espacio soberanas. La virgen duerme... Por sus labios pasa
Gritan los teru-teros, El aliento á compás, y en ellos deja
Cuyas alas armadas Una sonrisa amarga,
Zumban en vuelo sesgo y atrevido Lejana transparencia de un ensueño
Que el aire en todas direcciones rasga. Que se mueve en el fondo de su alma.

O corren por el suelo,


Y huyendo se agazapan,
Abandonando el nido silenciosos
Para gritar después á la distancia.
Y sigue, y sigue, y cruza, unas tras otras,
V. Las colinas desiertas;
Se pierde en el cardal de las cañadas,
Se ha detenido Tabaré de un sauce Y aparece de nuevo allá en la cuesta.
Bajo las ramas trémulas;
Está inmóvil, absorto; para el indio
La dulce niña aniquiló la tierra. VII.
Sólo siente en su oído acompasada
¿Los véis allá en la loma? El viento fresco
La tibia intermitencia De la tarde que llega
Del aliento de Blanca que, dormida, Despierta á la española que, en su torno,
Sobre un hombro descansa la cabeza. Derrama la mirada con sorpresa.
Percibe sus latidos melodiosos
¿Cómo pudo dormir? Un raro ensueño,
Que el pecho le golpean,
Que casi no recuerda,
Como el ritmo de un canto sin sonidos Acaba de volar dejando en su alma,
Que sin tocar su cuerpo á su alma llega. Como el calor del pájaro que vuela
El indio no se mueve; como en éxtasis Queda en el nido, un rastro de algo triste
En sus brazos conserva Que á precisar no acierta;
A la virgen que duerme, como el ave Algo como un acorde, cuyas notas
Duerme en el nido que en la rama cuelga. Siguen vibrando aún, pero dispersas.

VI. Blanca mira al charrúa. Con el dedo


Éste á la virgen muestra
Se acerca el sol á la última colina, Una columna de humo que, á lo lejos,
Y Blanca no despierta; Sobre la masa de árboles se eleva.
Duerme tranquila. Su jornada el indio
i El Uruguay!
De nuevo emprende cuidadosa y lenta.
¡San Salvador!
Su pie desnudo, por guardar silencio, La niña
Esquiva la hoja seca; Una mirada intensa
Su mano, sin esfuerzo, suavemente Ha clavado en los ojos del charrúa
Separa la silvestre enredadera; Azules y tristísimos. La estrella
Del lugar en que anida el teru-tero Brillaba en ellos, pálida, lejana,
Con cuidado se aleja, Agonizante y trémula,
Por evitar sus gritos que de Blanca La estrella solitaria de las tardes
El dulce sueno interrumpir pudieran. Que las colinas últimas pasea.
El indio miró á Blanca, y sobre el pecho
Inclinó la cabeza;
Su mirada era fría y extenuada
Cual la última que envía entre las breñas VIII.

El inerme venado que allí muere Tabaré oyó de Blanca los sollozos
Sin lanzar una queja, Con muda indiferencia;
Lamiéndose la herida dolorosa Impasible, perdida sin posarse
Y ya sin sangre en su costado abierta. Entre los aires su mirada muerta.
La niña, sobre el hombro del charrúa, Estaba en pie, pero insensible, frío,
Y entre las manos yertas, Frío como la tierra;
Ocultó el rostro, cual si hubiera oído Parecía extenuado; mas de pronto,
Una angustiosa inesperada nueva; Como empujado por ajena fuerza,
Algo como el anuncio de la muerte Su cuerpo helado descendió la loma
Que ya tarde nos llega,
Con la española á cuestas
De alguien que al espirar nos ha llamado
Cuyos largos sollozos resonaban
Y que oimos tal vez sin darnos cuenta.
En la salvaje soledad desierta.
¿Qué ha visto Blanca al despertar, y hallarse
Y el grupo aquel, atravesando el llano
Con la mirada aquélla?
En siniestra carrera,
¿Porqué rompió de pronto en un sollozo
Como la sombra que en el suelo cruza
Y en un llanto de lágrimas acerbas?
De obscura nube que los vientos llevan,
Lloraba á gritos con el rostro hundido
Entre las manos gélidas, Se hundió en la sombra del cercano bosque,
Y al través de sus lágrimas miraba, Cuyos talas y ceibas
Levantando un momento la cabeza, Parecieron cerrarse tras el paso
Del indio y la española.
Al indio en cuyos brazos se veía, Tal se cierran
A la-, corriente inmensa
Del Uruguay, y á la columna de humo Las aguas ó el sepulcro, en cuyo seno
Que se elevaba transparente y lenta. Se hunden ó se despeñan
La flor que se desprende de su rama,
Y el hombre que resbala de la tierra.

Tabaré.-13
CANTO SEXTO.
II.

I.
Solo sobre una loma, separado
El sol va descendiendo lentamente, Del bosque de espinillos,
Y sus rayos oblicuos, Está un ombú de los que allí parecen
Como ligeros seres embozados Para medir la soledad nacidos.
En diáfanos cendales amarillos,
En el tronco del árbol apoyado,
Van y vienen, flotando entre los árboles, De pie, mudo y sombrío,
Se bañan en el río, Los brazos sobre el pomo del montante,
Se arrastran por el campo ó, escondiendo Y con los ojos en el suelo fijos,
El rastro de su vuelo fugitivo,
Don Gonzalo de Orgaz, que todo el bosque
Van á posarse en el ombú lejano,
En vano ha recorrido,
A cuyo lado mismo
Y ha traspuesto las lomas y barrancas
El urunday, envuelto en los vapores,
Duerme á la sombra el sueño vespertino. Sin hallar de su hermana ni un vestigio;

En la nube de bordes inflamados, Que recién apagadas las hogueras


De su agrandado disco Del bosque vió, junto al cadáver frío
El sol oculta una mitad; la otra Del indio viejo, cual si viera el lecho
Alumbra el campo con su triste brillo. Que el tigre acaba de dejar, aún tibio;
Al desprenderse entero de las nubes, Con la noche en el alma y en la frente,
Desciende como el ígneo Comprime de su espíritu
Escudo de batalla de un arcángel La tempestad siniestra, que se arrastra
Que cruza lentamente lo infinito, De su ira y su dolor en el abismo.
Dejando tras de sí, por los espacios, Algunos hombres de armas lo rodean
Sobre un campo rojizo, Mudos y pensativos.
Trozos inmensos de armaduras de oro, También el Padre Esteban; en sus labios
Y jirones de púrpura encendidos. Asoma y se detiene en su camino
Los rumores del valle se evaporan;
Una frase de amor no articulada,
Los vientos han huido
Que al fin se desvanece en un suspiro;
A echarse fatigados en las islas
Todos callan; debajo de la cota
Donde, á poco volar, duermen tranquilos.
Del capitán se escuchan los latidos.
No alcanza á vislumbrar, próvido amparo
III. Y benigno consuelo.
Al dolor sobrevive y á la muerte
Los soldados comprenden La esperanza que á Dios pide su aliento.
La pasión de Gonzalo en su silencio.
Pon la tuya en tu Dios, amigo mío,
El que reina en el mar cuando las nubes
Anuncian tempestad, no es más siniestro. Sólo El es grande y bueno.
Oye, Gonzalo... vuelve en tí... confía,
Hay chispas comprimidas del hidalgo No encones tu dolor, yo te lo ruego...
En los ojos inmóviles y negros;
Tiene su pecho el palpitar de la onda La ira de Gonzalo,
Próxima á reventar; hay en sus nervios Cual si saliera de un sopor interno,
Estalló, como el rayo cuando siente,
Una tensión violenta, Desde su nube, la atracción del suelo.
Que sacude su cuerpo por intervalos
Con un espasmo rápido que cruza Sus atónitos ojos
Por sus rígidos miembros. Por el campo vagaron un momento,
Hasta que al fin una mirada ardiente
IV. Subió del alma hasta apoyarse en ellos,
Y saltar sobre el monje
¿Quién osará romper con su palabra Y en él clavarse con el fuego intenso
Aquel mutismo terco Que templaba los nervios del hidalgo
Del hermano de Blanca, sin que estalle Para que en ellos estallase el vértigo.
La tempestad latente de su pecho?
Miran todos al monje; solo él sabe — ¡ Vos! gritó amenazante,
Del alma los secretos; Al monje devorando con el gesto,
El vió nacer al capitán; él solo ¡Vos me venís á hablar de una esperanza
Supo calmar sus ímpetus violentos. Que sólo vos matásteis en mi pecho!

— Gonzalo, amigo, escúchame, Vos que, con arte indigna,


Dijo por fin el viejo misionero; Me indujisteis al mal con vuestros ruegos,
¿Por qué entregarte á ese dolor sombrío? Me mostrásteis hermanos en los indios,
Aún no es de noche... al bosque volveremos... E hijos de Dios en ese infame pueblo!

Volveremos, y acaso... ¡ Y que aún en Dios confíe!


¿Por qué desesperar? Acaso el cielo, ¡Y á mí me lo decís, ira del cielo!
Mi buen Gonzalo, á tu dolor reserva ¡A mí, que lloro al ángel de mi vida
Y á tu congoja, lo que humano intento Perdido por seguir vuestros consejos!
¡ Qué! ¿ Creéis que mi hermana,
De mi madre el legado postrimero, V.
Pasto de la pasión de vuestros indios
Ha de quedar en extranjero süelo? El anciano callaba;
Miraba á don Gonzalo por momentos,
¡ O h ! Yo os juro que antes Y tornaba á doblar mudo la frente,
Que tal suceda, escucharé en silencio En serena actitud permaneciendo.
Que llamen á mi madre prostituta,
Bastardo á mí, y á mi blasón plebeyo. Callaban los soldados,
Mientras Gonzalo, tembloroso y ciego,
¿No sabéis que mi Blanca Buscaba en vano en el humilde fraile
Lleva en las venas ésta que yo llevo Provocación ó enojo cuando menos.
Sangre de Orgaz, que agravio no tolera
¡Damián! ¡Garcés! ¡Ramiro!
Ni sobrevive al deshonor? Sabedlo,
Gritó por fin, pues lo que yo le ordeno
Y... ¡volvedme mi hermana! No obedece de grado, por la fuerza
Oh, me la volveréis, ¡voto al infierno! Llevadlo al bosque y retornad... ¿Qué es esto?
¿No decís que aún es tiempo de ir al bosque? ¡Qué! ¿No me obedecéis? ¿También vosotros
¿Pues cómo aquí os halláis? ¿Cómo aquí os veo? Contra mí os conjuráis? Damián: ¿Tú entre ellos?
¡Bajáis las frentes! ¿Cómplices acaso,
¿Qué hacéis? Id á la selva
Traidores todos sois? ¿También sois reos?
A buscar vuestros indios sólo enfermos,
Vuestros hijos de Dios desheredados...
. Buscadme aquel salvaje prisionero, VI.
A quien por vos tan sólo, Los soldados vacilan
Por vuestros ruegos abrigué en mi seno. En dar á aquella orden cumplimiento;
Id al bosque, ¿qué hacéis? ¡Oh!, por la sombra Se miran entre sí, y esquivan todos
Sagrada de mi madre, yo os prometo Ser designados por mandato expreso.
Que ese sayal que os cubre El furor del hidalgo
No embotará la punta de mi acero. Toma creces al verlos;
¡Hablad! ¡Dadme mi hermana, Padre Esteban! Las metálicas piezas de sus armas
¡Dádmela! ¿Dónde está? ¿Qué la habéis hecho? Crujen con sus nerviosos movimientos;
Sobre el callado anciano
Va á lanzarse frenético,
Pero los hombres de armas se interponen
Todos á una, en ademán resuelto.
2(30 J U A N Z O R R I L L A DFI SAN M A R T Í N TA6ARÉ 201

—¡Un indio!
VIL — ¡El indio!
— ¡Por el bosque! ¡Vedlo!
¡Capitán! gritó el uno,
¡Cuidad de no tocarle, por el Cielo! — ¡Dónde! grita Gonzalo,
¡No le toquéis! clamaron los soldados, Los encendidos ojos revolviendo,
¡Por vuestra vida, capitán, tenéos! — ¡Atraviesa aquel llano!
¡Ah, turba miserable! — ¡Llega al soto!
El hidalgo gritó retrocediendo; ¿Lo veis? ¡Es él!...
¿Me amenazáis, ralea de villanos,
Gente soez de corazón de cieno? — ¡ Es Blanca, vive el Cielo!
¡Me amenazáis, cobardes!
Y a os mostraré cómo se aplasta el cuello IX.
A la víbora inmunda, que se arrastra Por allá, entre los árboles
Para morder la planta á un caballero. Apareció un momento
Tabaré conduciendo á la española,
VIII. Y en la espesura se internó de nuevo.

Los soldados esperan, De Blanca se escuchaban


Con la espada desnuda, y con resuelto Los débiles lamentos;
Y ya duro ademán, el de Gonzalo Aún vierte sobre el hombro del charrúa
Temido ataque, que el hidalgo es fiero. El llanto aquel que reventó en su pecho.

En su mano la espada El indio va callado,


Se veía temblar, cual si en el hierro Sigue, sigue corriendo,
Continuase la vida y lo animara Siempre empujado por la fuerza aquella
Del corazón y el brazo del guerrero. Que sacudió sus ateridos miembros.
El primer rudo golpe Va insensible, agobiado,
lia sonado del hierro contra el hierro; Y en dirección al pueblo;
Gonzalo apoya la nervuda espalda Siempre dejando de su sangre fría
En el tronco del árbol, y de nuevo Las gotas que aún le quedan, en el suelo.
Alza el armado brazo; Grito de rabia y júbilo
Se adelanta el anciano á detenerlo, Lanzó Gonzalo al verlo.
Cuando clama una voz: Y, como empuja el arco á la saeta,
— ¡Por entre el bosque 1 De su ciega pasión lo empujó el vértigo.
Los ruidos de su arnés y de sus armas La espada del hidalgo
AI chocar con los árboles se oyeron Goteaba sangre que regaba el suelo;
Internarse saltando entre las breñas, Blanca lanzaba clamorosos gritos...
Y despertando los dormidos ecos. Tabaré no se oía... Del aliento
Han seguido al hidalgo
El monje y los soldados. Allá adentro De su vida quedaba
Se va apagando el ruido de sus pasos; Un estertor apenas, que sus miembros
El aire está y los árboles suspensos... Extendidos en tierra recorría,
Y que en breve cesó... Pálido, trémulo,
Un grito sofocado
Resuena á poco tiempo; Inmóvil don Gonzalo,
Tras él, clamores de dolor y angustia Que aún oprimía el sanguinoso acero,
Turban del bosque el funeral silencio... Miraba á Blanca que, poblando el aire
De gritos de dolor, contra su seno

X. Estrechaba al charrúa
Que dulce la miró, pero de nuevo
¡Cayó la flor al río! Tristemente cerró, para no abrirlos,
Los temblorosos círculos concéntricos Los apagados ojos en silencio.
Balancearon los verdes ca malotes
Y entre los brazos del juncal murieron. El indio oyó su nombre,
Al derrumbarse en el instante eterno.
Las grietas del sepulcro Blanca desde la tierra lo llamaba,
Engendraron un lirio amarillento. Lo llamaba por fin, pero de lejos.
Tuvo el perfume de la flor caída,
Su misma extrema palidez... ¡Han muerto! Y a Tabaré á los hombres
Ese postrer ensueño
Así el himno cantaban
No contará jamás... Está callado,
Los desmayados ecos;
Callado para siempre, como el tiempo,
Así lloraba el uruii en las ceibas,
Como su raza,
Y se quejaba en el sauzal el viento.
Como el desierto,
Como tumba que el muerto ha abandonado:
XI.
¡Boca sin lengua, eternidad sin cielo!
Cuando al fondo del soto
El anciano llegó con los guerreros,
Tabaré, con el pecho atravesado,
Yacía inmóvil, en su sangre envuelto.
La luz y las tinieblas en los aires
XII. Batallan un momento;
Extraña y negra forma cobra el b o s q u e -
Ahogada por las sombras, La noche sin aurora está en su seno.
La tarde va á morir. Vagos lamentos Y cual se oyen gotear, tras de la lluvia,
Vienen de los lejanos horizontes Después que cesa el viento,
A estrecharse en el aire entre los ceibos. Las empapadas ramas de los árboles,
Espíritus errantes é invisibles, O los mojados techos,
Desde los cuatro vientos, Brotan del bosque en que el callado grupo
Desde el mar y las sierras han venido Está en la densa obscuridad envuelto,
Con la suprema queja del desierto: Ya un metálico golpe en la armadura
Con la voz de los llanos y corrientes, Del capitán ó de un arcabucero;
De los bosques inmensos, Y a un sollozo de Blanca, aún abrazada
De las dulces colinas uruguayas De Tabaré con el inmóvil cuerpo,
En que una raza dispersó sus huesos; O una palabra trémula y solemne
Voz de un mundo vacío que resuena; De la oración del monje por los muertos.
Raro acorde, compuesto
De lejanos cantares ó tumultos,
De alaridos y lágrimas y ruegos.
El sol entre los árboles
Ha dejado su adiós más lastimero,
Triste como la última mirada
De una virgen que muere sonriendo. FIN DEL POEMA 8
TABARÉ

Cuelgan entre los árboles del bosque


Largos crespones negros;
Cuelgan entre los árboles las sombras
Que como aves informes van cayendo.
Cuelgan entre los árboles del bosque
Tules amarillentos;
Cuelgan entre los árboles los últimos
Lampos de luz como sudarios trémulos.
ÍNDICE ALFABÉTICO
DE ALGUNAS VOCES INDÍGENAS EMPLEADAS EN EL TEXTO

AHUÉ.—Arbol indígena, Reyes, en su Geografía


de la Re-pública, dice de él lo siguiente: « En los sotos
ó isletas desprendidos de los ríos al N. del territorio,
se encuentra un hermoso árbol, frondoso y de alto
porte, madera blanca y fuerte como el guayabo, cuya
maléfica sombra rechaza toda vegetación en sus con-
II tornos, y que daña instantáneamente al que, por igno-
rar sus propiedades, se cobija en ella, causando un
sopor y aniquilamiento que generalmente acarrea fa-
tales consecuencias. Creemos, por la tradición que he-
mos oído, que los indios le llamaban el ahué ó árbol malo.

B I G U Á ( ¿ G R A C U L U S CARBO?). — A v e palmípeda d é l a
subfamilia de los Gracúlidos. Es negra, de largas alas,
y se encuentra muy comunmente en los ríos, á cuyas
orillas se agrupa en bandadas. Acaso tiene analogías
con el Cormorán; no he encontrado con perfecta exacti-
tud su clasificación científica.
CAICOBÉ ( S E N S I T I V A ) . — L a voz guarany quiere decir
planta que vive. Es conocida la propiedad que tienen
sus hojas de plegarse, como movidas de un resorte, al
más mínimo contacto exterior.
8
Cuando el río sube y extiende su caudal de agua
C A M A L O T E ( E I C H O R N I A S P E C I O S A ) . — Planta acuática cubriendo las orillas inmediatas al camalote, éste se
que se ve comunmente en las orillas de los ríos, arroyos encuentra libre del obstáculo que oponen á su marcha
y lagunas: sus hojas frescas, grandes y brillantes flotan las configuraciones de la costa, y por poco que el viento
en la superficie de las aguas, y sus flores son blancas lo empuje hácia el hilo de la corriente, emprende su
ó moradas. Constituye el verdadero marco de casi todos camino triunfal aguas abajo, hasta perderse desmem-
nuestros arroyos, lagunas y ríos. Tomo de la obra del brándose poco á poco en alta mar. Los he visto fuera
Dr. D. Alejandro Magariños Cervantes, Palmas y Om- de sonda al enfrentar el Río de la Plata ».
búes, lo siguiente, que él á su vez transcribe de una
publicación periódica y de un artículo suscrito por un CAMOATÍ. Nombre indígena de los grandes pa-
isleño: « Circunscribiéndome á la planta acuática, dice, nales de miel que construyen con barro entre las ramas
pues hay otras muchas de diferentes formas pero de de los árboles las abejas ó avispas silvestres.
iguales condiciones de vegetación, diré del fontederia,
C A N E L Ó N ( M Y R S I N E SP.). — Arbol de hoja carnosa
vulgo camalote, que se sostiene á flote en virtud de ser de un verde obscuro y que crece muy comunmente
los tallos de sus hojas en forma de vejiga periforme entre las piedras y en las riberas de los arroyos y ríos
hueca, y posee raíces capilares negras por las que extrae de la República O. del Uruguay.
del agua las sustancias de que se alimenta.
» El camalote es por lo tanto planta enteramente C A R A N C H O ( P O L Y B O R U S VULGARIS). — A v e del or-
acuática, y necesita bastante agua para su desarrollo, den de las Rapaces diurnas, familia de los Falconideos,
el cual no puede tener lugar en la orilla que las bajan- acaso la más común y la más rapaz entre las de su
tes dejan al descubierto y donde se marchita y muere especie que existen en la República. Es de un color
pronto. gris obscuro y se posa muy comunmente en el suelo.
» En los innumerables recodos de los ríos, donde el Los indios le llamaban también caracara, sin duda por
agua es profunda y tranquila, se desarrolla el camalote la analogía fonética de esa voz con el desapacible
con profusión, y forma una masa enredada de raíces graznido del ave.
que hacen difícil cortarlo para dar paso á las embar- C A R P I N C H O ( H I D R O Q U E R O CAPIBARA).—Animal ma-
caciones ; porque el enredo está debajo del agua y no mífero del orden de los Roedores, familia de los Cd-
en la superficie. vidos. Para la descripción de este animal, el mayor y
» En ésta, las plantas se aprietan tanto, por efecto de más notable que se conoce en el orden de los roedores,
la multiplicación infinita en espacio limitado, que sobre dejo la palabra á Azara, que fué el primero que lo hizo
sus tallos-boyas contiguos, recoje y sostiene á flote la conocer á la ciencia: « Los guaranis, dice, le llaman
tierra que depositan las tormentas de las Pampas. So- capigua, de donde le viene el nombre español de c a -
bre ésta nacen otras diversas plantas, y pronto se forma pibara; los indios le designan con el nombre de lakay,
una isla flotante que basta á sostener el peso de ve- si es pequeño, y de otschagú, si es grande. Habita el
nados, tigres y otros animales. Algunos fugitivos de Paraguay hasta el río de la Plata, y sobre todo las
nuestras luchas civiles lograron escapar de sus verdu- orillas de los ríos, lagos y corrientes, pero sin alejarse
gos, navegando río abajo sobre estas islas vegetales
T-o,baré,-H-
flotantes.
210 JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN

más de cien pasos de ellas. Cuando se le asusta, lanza f de un metro de vuelo. Es muy común en las lagunas,
un sonido fuerte y sonoro que podría traducirse por ¡ ríos y bañados-
lap! y no asoma más que la nariz. Si el peligro es
CHINGOLO ( Z O N O T R I C H I A AUSTRALIS). —Ave del or-
grande ó tiene el animal alguna herida, se sumerge y
den de los Paserinos ó pájaros cantores. He hallado
nada muy grandes trechos debajo del agua... Largos
al chingóla clasificado con este mismo nombre en la
ratos se sienta sobre sus patas posteriores sin mo-
' gran obra de Brehm La Creación; lo manifiesto porque
verse... Los pequeños siguen á su m a d r e ; son muy fá-
ciles de domesticar; se les puede dejar libres; salen y muy comunmente la fauna sud-americana brilla por su
vuelven; acuden cuando se les llama y se alegran ' ausencia en las obras de la historia natural. Así des-
cuando se les acaricia ». cribe Audubón, transcrito por Brehm, las costumbres del
| chingóla: « De repente se ven todos los cercos y jarales
El carpincho- sale del agua á pacer generalmente al
| cubiertos de aquellos preciosos pájaros; aparecen en
caer la tarde; suele andar en manadas; corre y da
bandadas de 30 á 50; saltan á tierra para buscar su
grandes saltos al lanzarse al agua con estrépito dando
alimento; pero á la menor alarma se refugian todos en
el fuerte grito á que se refiere Azara.
el más espeso matorral. Un momento después aparece
CEIBO ó CEIBA ( E R Y T H I R A CRISTA GALLI; C H O P O , en • un pájaro en las altas ramas; síguenle un segundo y
España). — Arbusto ó árbol que, á veces, alcanza una un tercero, y entonces da principio á un agradable con-
altura de ocho metros; su madera es liviana, porosa l cierto. Su voz es de una dulzura tan agradable que á
y acuosa; sus hermosísimas flores son de un color rojo '' veces me extasiaba oyéndolos. Por la mañana, sin em-
muy vivo. bargo, lanzan gritos estridentes que podrían traducirse
por twit ».
CIPO. —Enredadera muy resistente, con cuyo tejido
fibroso pueden hacerse cuerdas de tanta consistencia Ese es, efectivamente, nuestro conocido y pequeño
como las del cáñamo. chingolo, cuyo canto dulce consta generalmente de cinco
notas y que, durante las siestas, se oye diseminado en
C U R U P Í ( S A P I U M A U C A P A R I U M ) . — Arbol mediano, los cardales ó en los pequeños arbustos.
tiene una savia blanca, lechosa y muy venenosa; con
GUAYABO ( E U G E N I A C I S P L A T E N S I S ) . — Arbol de me-
el extracto !de sus hojas se ha sustituido el acónito.
diana estatura, originario del Brasil meridional, Uruguay,
Los indios del Gran Chaco envenenan todavía con
y República Argentina. Su fruto es comestible y su
aquella savia la punta de sus flechas.
madera obscura.
C H A J Á ( C A U N O C H A V A R Í A ) . - A v e zancuda, de la fa-
milia de los Caunos. Su nombre en guaraní (yajá), re- GUABIYU. — Arbol de la familia de las Mirtáceas,
de hoja carnosa y verdinegra y de fruto dulce y agra-
medo de su graznido, quiere decir / Vamos! Es de color
dable.
ceniciento y tiene las patas encarnadas. Las articula-
ciones de las alas tienen dos púas ó espuelas aceradas GUAYACÁN ( P O L I E R I A HYGROMÉTRICA). — Arbusto
en cada una; la del ala derecha es mayor y más fuerte. pequeño de madera muy dura y resistente y flores co-
Es ave de bastante corpulencia; llega hasta medir más piosas y muy blancas.
212

HUM. — Nombre que los charrúas daban al Río


Negro. ( V . U R U G U A Y ) . — Hu, que se pronuncia con un
sonido nasal, quiere decir negro en guarany. yo he adoptado y que es la que se emplea en el Pa-
raguay y Corrientes, donde aún se habla el guarany).
J A G U A R E T E . — Compuesto de las voces guaraní- Nombre indígena de los abejorros, insectos de la familia
ticas jagtia (perro), reté (cuerpo), quiere, pues, decir, de los Rimenópteros. Tipos gruñones los llama Landois.
cuerpo de perro. Es el tigre americano; según Humboldt, « Posados perezosamente en las flores, dice un autor
es de las mismas dimensiones y fiereza que el tigre citado por Brehm, siempre están zumbando, y parece
real. Su altura hasta la cruz llegará á 0,80 metros y á que no se ocupan en otra cosa ». La especie más común
1,45 desde el hocico hasta la raíz de la cola, que mide es negra con algunos segmentos del abdomen blancos;
0,68 metros. Es el más grande y el más fuerte del hay otras en que el escudete y los primeros segmentos
orden de los Félidos, grupo de los leopardos, y el más del abdomen son amarillos y rojos, y también todos
temible del nuevo continente. El pelaje en la mayoría amarillos. Todas ó casi todas las variedades de este
de los individuos es de un amarillo rojizo, si bien pre- insecto existen en la República Oriental del Uruguay.
domina el blanco en el interior de las orejas, el hocico, La expresiva voz guaranítica mamangá significa algo
las mandíbulas, la garganta, la parte inferior del cuerpo como cosa que zumba dando vueltas; describe el insecto.
y la interior de las piernas. Todo su enorme cuerpo
está cubierto de manchas, unas veces pequeñas, negras M O L L E ( M O Y A E S P I N O S A ; . - Arbol indígena de me-
y circulares, y otras grandes en forma de anillos ri- diana estatura; crece tortuoso, y sus ramas son espi-
beteados de rojo y negro. Muy abundante en tiempo de nosas; su fruto es comestible, aunque algo resinoso,
la conquista, hoy el jaguareté está en vías de com- cualidad muy común en los frutos de la flora indígena.
pleta extinción en nuestro país.
MIRASOL. - Ave del orden de las Zancudas, fa-
L E O P A R D O . - (V. JAGUARETÉ). milia de las Pluviales. Tiene analogías con el Pluvial
dorado y el variado. Es de un color verde ó almendra
MBURUCUYÁ ( P A S I F L O R A CCERULEA). — Enredadera con orlas negras, y las largas patas negras; ó bien
conocida también con los nombres de pasionaria, pa- verde claro, con las patas amarillas. El pico es largo
siflora ó flor de la pasión; el pueblo ha hallado en sus y sumamente agudo. Habita los pantanos.
hermosas flores representados los atributos de la pa-
sión del Salvador. Su fruto es comestible, amarillo N U T R I A ( M Y O P O T A M U S C O Y P U S ) . - Es un animal
extenormente y rojo en el interior. del orden de los Roedores, especie de rata de agua
que hace su cueva á orillas de los ríos y arroyos y
M A C A C H I ( O X A L I S A R T I C U L A T A Y L O B A T A ) . — Planta al pie de los barrancos. Se le ve, sobre todo al caer
de las Tuberáceas. Sus rizomas son comestibles y de la tarde ó de noche, nadar en las corrientes ó correr
un gusto dulce. por las márgenes de los arroyos y ríos.

MAMANGÁ. - (Se le suele decir mangangá; la Ñ A C U R U T Ú ( B U H O V I R G I N I A N U S ) . - La voz gua-


etimología guaranítica exige, sin embargo, la voz que ranítica quiere decir: jibado, encogido; algo como actitud
. rece osa ó de acecho. Ave de rapiña nocturna, de la
tamilia de los Estrígidas, subfamilia de los Otidos, cor-
respondiente acaso al gran dtíque de Europa. Se dis- Q U E B R A C H O (QUEBRACHIA LORENTZII, LOXOPTERY-

tingue por los mechones de plumas en forma de cuernos — Arbol de 10 á 15 metros de altura
GIUM L O R E N T Z I I ) .

sobrepuestos á las orejas. Los ojos grandes, aplana- y de un metro de diámetro en el tronco; su madera
dos, movibles y de un color amarillo vivísimo, aumentan es obscura, pesada y durísima; los indios construían
en el ñacurutú ese carácter fantástico de las aves noc- con ella sus armas; hoy se emplea en construcciones
fuertes, como durmientes de ferrocarril, masas de ro-
turnas, tan ocasionado á despertar las curiosas supers-
dado, enmaderados de casas, tablazón de buques, et-
ticiones del vulgo.
cétera.
ÑANDÚ. — Nombre guaranítico del avestruz ame- SARANDI. — En guarany quiere decir lugar donde
ricano. hay mucha maleza. Saran, maleza; di, sitio donde hay
Ñ A N D U B A Y ( P R O S O P I S A L G A R R O B I L L A , P R O S O P I S ÑAN-
mucho. (Blanco, colorado y negro. Phyllanthus Selo-
DUBEY). — Arbol indígena de grandes dimensiones; su wianus, Ce-phalanthus Sarandi). Arbusto común en las
fruto es agrio y contiene tanino; su madera es de cons- riberas. Crece en la misma orilla de las corrientes, de
trucción, sólida, dura y muy pesada; se usa muy co- modo que las aguas bañan de ordinario los troncos.
munmente para postes de cercos y como combustible. TABARE. — El nombre de Tabaré se encuentra
en el Viaje al Rio de la Plata y Paraguay, de Ulde-
O M B Ú ( P I R C U N I A D I O I C A ) . — Llamado en España
rico Schmidel, aventurero alemán que acompañó al
Belombra. Arbol originario de América (aunque existen
bravo y honesto Alvar Núñez en su memorable ex-
opiniones en contra), frondoso y elevado. Alcanza una
pedición al Paraguay.
altura de 16 á 18 metros; descuella, por consiguiente,
También Rui Díaz de Guzmán, en su Historia Ar-
sobre los otros árboles, aunque de ordinario crece ais-
gentina, nos da á conocer ese nombre, aunque en dis-
lado en el territorio uruguayo y busca siempre las
tinta acepción que Schmidel.
alturas. Es el árbol de nuestras ruinas y de nuestras
Este nos presenta á un cacique Tabaré que hizo
soledades. Aún hoy, cuando éstas desaparecen, el pueblo
sudar el hopo, como decía Cervantes, á los bizarros
mide las distancias y designa los parajes por medio de
expedicionarios de Alvar Núñez en las inmediaciones
referencias á antiguos y conocidos ombúes.
de la Asunción, que los indios llamaban Lambaré.
P A J A B R A V A ( C O L ^ E T ^ E N I A G I N E R I O I D E S ) . — Grama No es ese, sin embargo, el protagonista de mi poema.
que se cría á orillas de los arroyos y ríos; su hoja es ¿Cuál es entonces?
larga, muy brillante y dentada; en el centro de éstas Otro; y para explicaciones basta y sobra con lo
se levanta una caña, en cuya extremidad se forma un dicho.
penacho blanco. Se usa para techos de ranchos ó pe- Quede sólo sentado que Tabaré es el nombre de un
queñas casas de campo y también como adorno de los cacique que un día existió, y que la voz Tabaré es
salones. genuina y muy característica de la lengua tu-pi. Lo
cual, unido al sonido eufónico de esa voz, me indujo
P A R A N Á GUAZÚ. (V. URUGUAY). á adoptarla para designar con ella á mi protagonista;
y, por fin, que la palabra Talaré está compuesta de Alguien, cuya opinión me merece respeto, me decía
las voces taba, pueblo ó caserío, y ré, despues; es decir, después de conocer el plan de mi poema: ¿Por qué no
el que vive solo, lejos ó retirado del pueblo. (Acota- personificar la raza en una mujer? ¿No sería ello más
ciones de Angelis á la Historia de Rui Díaz). fácil, más verosímil y más conducente al propósito fun-
¡Ojalá que mi Tabaré, olvidado por los historiadores, damental de la obra?
porque no lo vieron, ó no quisieron, ó no pudieron Nó; debí personificarla en un hombre casi imposible,
verlo, resulte, sin embargo, más histórico que el Ta- como pude haberla encarnado en una fiera no clasifi-
baré de Schmidel ó de Rui Díaz! cada por los sabios, y que, á pesar de ser fiera, nos
Mucho pedir es eso; sin embargo, lo diré sin vana inspirara compasión, y hasta amor y ternura.
pretensión: no creo que los cronistas de la conquista ¿No es hermosa la ternura humana puesta en un tigre
(incluso el bueno del arcediano Centenera, que tantas agonizante? ¿No es posible? Y si se consigue desper-
cosas archicuriosas vió por estos mundos con los ojos tarla, ¿no puede llegar á ser original?
de la imaginación que dió vida á La Argentina), no La fiera raza charrúa, aun para pedir una lágrima
creo, digo, que los cronistas hayan visto á aquellos in- de compasión, debía presentarse encarnada en Tabaré
dio tes estrafalarios que tanto quehacer dieron á los y no en Liropeya, la virgen salvaje de nuestra leyenda
heroicos conquistadores con mayor intensidad que la indígena.
con que yo he visto á mi imposible charrúa de ojos
Era imposible que al asomarse el poeta al abismo
azules.
en que duerme la estirpe indómita el sueño de la tierra;
Yo creo firmemente que las historias de los poetas que al llamarla á gritos desde el borde lejano, le hu-
son, á las veces, más historia que la de los historia- biese contestado desde el fondo una voz de mujer.
dores. Los criterios se imponen, es cierto, á la huma- Eso hubiera sido acaso el idilio salvaje, la leyenda
nidad; pero la inspiración se impone á los criterios, y vestida de plumas de colores. Yo llamaba á la epopeya.
vaya lo uno por lo otro.
Quien me ha respondido no lo sé. He escrito la res-
¿ Qué sitio de la tierra en que pudiera haber nacido puesta en este libro.
hubiera dado mayor longevidad al bueno de D. A- ¡La epopeya! oigo clamar al tratadista de retórica y
lonso Quijano que el cerebro de Cervantes, sitio pri-
poética. ¡La epopeya, con un salvaje obscuro por pro-
vilegiado en que nació con su indigestión de libros de
tagonista y con un caserío y una selva por teatro! ¡La
caballerías?
epopeya en verso asonantado y sin octavas reales!
¿Tiene acaso una vida más real en el criterio de la ¡Oh, adoradores de las venerables tradiciones de for-
humanidad el rey D. Felipe que el loco D. Quijote? ma! Yo que venero al viejo padre Homero; yo que
Y puesto que, á pesar de mi aversión á prólogos y no concibo el arte sin la belleza de la forma, no creo,
proemios y otras zarandajas, estoy cayendo, quieras sin embargo, que esté dogmáticamente establecida la
que no, en ellos (puesto que no en otra cosa 'que en forma de la belleza.
un prólogo á farte post se está convirtiendo esta nota),
Inoculad el espíritu épico en un organismo literario
vayan algunas ideas que están en este momento reto-
hermoso, y habréis realizado la epopeya.
zando bajo los puntos de mi pluma.
¿No existen epopeyas dramáticas? ¿No se ha llamado
epopeya al ¿Quijote, á La vida es sueño ó á los cantos 1
de Ossián? poco me incumbe hacerlo: ahí está la obra. Lo que
había de decir al respecto está ó nó en el poema y en
La epopeya no es una forma literaria; lo que la ca-
cualquiera de los dos casos holgaría en esta nota.
racteriza es el agente que imprime movimiento é im-
pone desenlace á la acción. Por la misma razón creo fuera de sazón toda obser-
vación sobre fauna, flora, filología, costumbres cha-
¿Y lo maravilloso? se me dice. Precisamente lo ma-1
rrúas... etc.
ravilloso en la epopeya es la desaparición de la voluntad 1
humana como agente de la acción, á fin de que ésta sea • No soy yo quien debe decir si en estas páginas se
movida por una fuerza superior. respiran ó no las auras de la patria uruguaya; si el
poema es nacional; si sus árboles son nuestros árboles,
Y cuando la criatura desaparece, no hay término I
sus rumores son nuestros rumores, sus alboradas y sus
medio: tiene que aparecer el Creador.
siestas y sus tardes, las tardes, siestas y alboradas de
La encarnación de sus leyes misteriosas en los sucesos nuestra tierra incomparable; si el pájaro que canta, y
humanos se llama creación épica. la enredadera que trepa, y el río que corre, y la loma
Los antiguos hablaban del Hado. que despierta ó se arropa en su neblina, y la estrella
i Por qué se habrá conservado la palabra sin sentido que tiembla en su luz, son ó nó nuestras lomas, y nues-
«fatalidad » en los diccionarios de las lenguas cris- tras estrellas y nuestros cantos.
tianas?
¡Oh, si lo fueran!
No me incumbe indicar cómo están personificados
Creo que he andado, al escribir esta obra, por sendas
estos principios en T a b a r é ; si él es acreedor á algo
no holladas ú holladas poco por plantas humanas.
más que á la indiferencia, la crítica lo dirá.
No me es dado, sin vana pretensión, aspirar al título
Baste con lo dicho en cuanto al espíritu de la obra.
de creador; me daré por bien servido si consigo el de
En lo que se refiere á la forma, ¿será digna de ser
explorador medianamente afortunado.
tenida en cuenta por la crítica la labor que he conden-
sado, no ya en la estructura de la estrofa, pero sí en T A L A ( C E L T I S S E L L O W I A N A ) . — Arbol acaso el más
la de la frase, que he procurado arrancar al estudio de
común y característico de los bosques uruguayos: al-
la lengua tupí, procurando desentrañar el pensar y el
canza una altura de 8 á 12 metros y su tronco llega
sentir del indio de la índole del idioma, y buscando el
á tener hasta medio metro de diámetro; la madera es
medio de hacerlo hablar tupí en castellano?
sumamente fuerte y se usa hoy para postes, cabos de
Sueño frío, cuerpo que fué, tiempo de los soles largos, herramientas, etc., y como buen combustible. Sus fru-
huía de fuego, con su claro significado de muerte, ca- titas son comestibles.
dáver,^ verano, estrella, y cien otras que el mismo con-
texto indicará, son imágenes bellísimas indudablemente; T E R U - T E R O ( V A N E L L U S C A Y E N E N S I S ) . — Ave del
pero que no son hijas de la inspiración del poeta, sino
orden de las Zancudas, familia de los Hoplópteros. Acaso
de una investigación laboriosa de la etimología de las
corresponde á la llamada ave fría de espolón. Está ca-
voces guaraníticas con que el indio expresaba esas ideas.
racterizado por un espolón ó púa acerada que tiene en
Mucho habría que decir sobre este punto; pero tam- la articulación de las alas. El teru-tero es el centinela
Este á Oeste la República Oriental y recoge en su
de los campos; á todas horas, sin excluir las de la largo curso las aguas de más de la mitad del territorio.
noche, anuncia la más mínima novedad por medio del A alguna distancia de la desembocadura del Río Negro
grito estridente que le ha dado nombre. hállase la del arroyo San Salvador, cuyas márgenes y
las de aquél son el teatro de este poema.
- URUCÚ ( V I X E A O R E L L A N A ) . — Planta originaria de El río Uruguay en su desembocadura recoge la pro-
América. La masa pulposa que envuelve sus semillas digiosa cantidad de aguas de los ríos Paraná y Paraguay,
es de un color encarnado-anaranjado y tiene olor á ó, más bien dicho, todas ellas se juntan para formar
violetas. Es sustancia tintórea que aun hoy emplean los una gran desembocadura llamada boca del guazú. Esta,
indios matacos y chiriguanos para teñirse el cuerpo de conjuntamente con el Plata, era llamada por los indios
un color anaranjado vivo. Paranáguazu, que quiere decir río como mar. (Para,
mar; aná, adverbio comparativo; guazú, grande).
URUGUAY. — Grande y hermoso río que limita por El Uruguay tiene un curso de doscientas cincuenta
su parte occidental la República Oriental del Uruguay, leguas sin contar el Plata; traza grandes sinuosidades;
y en cuyas márgenes y las del Río de la Plata vivió forma innumerables islas; es hoy navegable hasta la
la raza charrúa, así como las demás tribus cuyos nombres barra del Piratini y con muy poco esfuerzo, no tardaría
y costumbres figuran en el poema. en serlo hasta muy cerca de sus fuentes, que brotan
Varias opiniones se han emitido sobre la etimología del corazón de la América Meridional. La circunstancia
de la voz Uruguay. Quién afirma que quiere decir Cola de^ correr de Norte á Sud y de atravesar, por consi-
de gallina; quién Rio de los caracoles (Rivière des li- guiente, distintas latitudes y climas, puede dar idea de
macons cTeau) ó de los moluscos (des amfidlaires) la importancia del gran río que, con el Paraná, forman
Mis estudios en ese sentido, me hacen descomponer el Eufrates y el Tigris americanos, incomparablemente
esa voz en esta forma: urú-uk-i-Urú significa pájaro, más extensos y más ricos que los que hicieron nacer
y también un pájaro determinado, especie de ruiseñor en sus márgenes á las Nínives y Babilonias de la an-
que figura en el poema; uá significa cueva, antro, con- tigua opulenta Mesopotamia.
cavidad; que tiene en tupí un sonido nasal caracte-
rístico significa agua ó río, según se use sola la voz, URUNDAY ( A S T R O L I U M J U G L A U D I F O L I U M ) . — Arbol
o combinada con otras. alto y frondoso de las selvas sub-tropicales donde llega
Uruguay significa, por consiguiente, agua que brota á una altura mayor de veinte metros. En el territorio
de cueva, donde hay pájaros, ó Rio de los pájaros oriental del Uruguay donde existe no alcanza esas co-
Corra esta opinión en lo que pueda valer. losales proporciones; pero las adquiere muy conside-
El gran río nace en la falda occidental de la sierra rables. Su madera es de construcción, muy buena, su-
general del Brasil, desemboca en el Río de la Plata mamente sólida y resinosa; une á su solidez cierta
después de un curso de doscientas cincuenta leguas en elasticidad, circunstancia que hace muy verosímil el su-
que recoge el tributo de innumerables afluentes El puesto según el cual los indios construían sus arcos de
mayor y más hermoso de todos ellos es el Rio Negro las ramas de este árbol con preferencia.
llamado Hum por los charrúas, el cual atraviesa" dé
Y A C A R É . — Reptil del orden de los cocodrilos,
familia de los Caimanes. En la obra de Brehm, La
Creación, lo veo con el nombre de chacare, probable-
mente por adulteración ó arreglo oficioso de la voz
tupí yacaré, ó más bien porque el que tradujo al cas-
tellano del alemán la citada obra era poco versado en
achaques guaraníticos. Baste, pues, saber que el yacaré
de los guaraníes es el reptil llamado caimán.

LA LEYENDA PATRIA.

i
Y A C A R É . — Reptil del orden de los cocodrilos,
familia de los Caimanes. En la obra de Brehm, La
Creación, lo veo con el nombre de chacare, probable-
mente por adulteración ó arreglo oficioso de la voz
tupí yacaré, ó más bien porque el que tradujo al cas-
tellano del alemán la citada obra era poco versado en
achaques guaraníticos. Baste, pues, saber que el yacaré
de los guaraníes es el reptil llamado caimán.

LA LEYENDA PATRIA.

i
JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN

ECORRÍ ayer la parte de este espléndido país


que media entre la capital y Santa Lucía.
Admiraba la encantadora variedad de los
sitios y de las producciones, la gracia por
donde quiera enlazada con el vigor y la fecundidad,
como en esos árboles de las regiones amadas del sol,
que brindan á un tiempo la nieve fragante de sus aza-
hares y los dorados frutos de su oscuro follaje. Hoy he
m leído las poesías de Zorrilla de San Martín. El viaje
intelectual no está en desacuerdo con el material: an-
tes, es su comentario armonioso y elocuente, — y tam-
bién encuentro en el libro del joven poeta, ese mismo
sello de belleza cubriendo é iluminando la riqueza, como
en los varios y cambiantes horizontes que nos encan-
taban ayer.
Naciones hay en América que no tienen todavía ver-
daderos poetas: son pueblos incompletos, mal desliga-
dos aún de la primitiva barbarie, sea cual fuere su po-
tencia y desarrollo material, á semejanza de Roma
durante los cinco primeros siglos de su historia. El arte
superior es una aureola al rededor de las victoriosas
banderas, y una especie de consagración de las con-
quistas: sólo la espada del bárbaro no tiene cincelada
empuñadura. Un pueblo sin poetas, me parece como
Tabaré.-lo
L
una familia sin mujeres. Un hogar que no ha visto sino mirar, no hay otro igual al de contar su admiración,
las luchas y gritos groseros de los juegos varoniles, es voy á decir mi parecer.
incompleto: le faltan sus verdaderos dioses penates. La Las primeras piezas del libro lírico publicado en Chile,
niña, desde sus primeros años, alumbra y perfuma la son como el balbuceo risueño é infantil de la inspira-
casa con su delicadeza y exquisita sensibilidad. Des- ción. El niño-poeta camina todavía con andadores. Pide
pués que el padre y los hermanos trabajan, luchan, se la forma y las imágenes á Espronceda, Lamartine, Bec-
codean y chocan en el entrevero utilitario, hallan cada quer. Este último, sobre todo, ha dominado su pura ado-
tarde, al volver al hogar, esos seres graciosos, puros lescencia: es el jettatore poético que durante algún tiempo
y frágiles como las aves y los lirios, según la imagen ha seducido y dominado á Zorrilla. Nadie mejor que el
evangélica, tan ignorantes como éstos del trabajo y tierno ruiseñor de Andalucía podía enseñarle el culto
materiales preocupaciones. de la forma, y la potencia de la verdadera sensibilidad,
El sexo femenino es una aristocracia en la humani- de la sinceridad en la expresión.
dad: la mayor parte de las mujeres no saben ganar A este grupo pertenecen la Inspiración, Tú y yo, y
dinero! Mientras nosotros, los plebeyos, perseguimos el muchas otras miniaturas menos acabadas quizá que las
pan diario con el sudor de nuestra frente, ellas nos es- de Becquer ó del Intermezzo de Heine, pero no menos
peran, como el alto de la jornada, como el reposo del sentidas. Estas estrofas rápidas, breves notaciones de
séptimo día, y sentimos pagados nuestros afanes con un sentimiento, parece que quisieran escaparse del libro
sólo mirar su alegría. y palpitar en los labios de las mujeres: son florecitas
Así me parecen los poetas que se contentan con su de tallo muy corto para dejarse atar en un ramo, son
misión divina. En el mundo inmaterial de las almas re- los rulitos rebeldes que no se dejan aprisionar y flotan
presentan el sexo femenino, es decir, el sentimiento, la sobre la frente de una niña.
pasión, el entusiasmo, la delicadeza, en contraposición Pero se nota ya, en la amplitud de la frase melódica,
con nuestra reflexión y nuestros cálculos utilitarios. Los una personalidad elegida que lucha por abrirse paso, y
poetas tienen en el mundo la inmensa utilidad de los pronto lo conseguirá. Las imágenes son á veces reme-
pájaros, de las flores, de las nubes de grana y ópalo moradas ó indecisas; falta todavía la línea precisa que se-
sobre el horizonte.... ¿Quién podría representarse, sin para la creación de la imitación, pero ¡qué frescura é
mortal tristeza, un mundo donde no se vieran rosas en ingenuidad de sentimiento! El Credo es todo lo que el
el -día, y astros en la noche? — Seres, ó, como dice Pla- título promete, y aun algo más: es el Conjiieor cando-
tón, cosas ligeras y sagradas, no queremos hacerles de- roso de un alma joven que proclama sus creencias; algo
masiado dura su permanencia en la tierra, se volarían como el acto de fe murmurado en los grandes momentos
para no volver más, y nuestra felicidad los seguiría en del corazón creyente, y nuestro comenzado aplauso con-
su destierro.... cluye en un vago ademán de absolución.
Un excelente juez en materias literarias, á quien pre- El niño se hace hombre y empieza á sufrir: la túnica
gunté por el poeta oriental de la nueva generación, me viril no va sin la corona de espinas. Pero está en esa
designó á Zorrilla de San Martín. He comprado sus aurora de la vida en que todo es armonía, y él canta
obras, las he leído; y, como después del placer de ad- al Dolor. ¡Ay! más tarde, no se cantan ni las raras y
228 JUICIO CRÍTICO 220
PABLO GROUSSAC

fugaces alegrías! El corazón del hombre entonces mar- Los suspiros que el mundo no comprende
chito es una flor de otoño; la lluvia, ayer refrescante y Y que condensa el cielo,
renovadora, sólo viene ahora para arrancarle uno por Los ayes de expiación que no se escuchan,
uno sus pétalos! Modula, pues, el joven poeta su Elogio Los gemidos ahogados en secreto;
de las lágrimas; llama y bendice al dolor, como per- Todo vive: las lágrimas del mundo
sigue al peligro el soldado novel que no ha sido herido Son el himno del cielo,
aún; y concluye su inspirada oda con estos dos versos Y, al concluir el festín de los dichosos,
tan sentidos: Ese himno se alzará; todos lo oiremos.
Allá, en la cima del Calvario santo, Otras veces, el sentimiento es más humano, y des-
Una madre, al llorar, bendijo el llanto. nudo de toda alegría mística: como ejemplo, citaría las
Vestales, ¿ Te acuerdas ? tan conmovedoras y pene-
La gran aventura de los veinte años es el amor. To- trantes.
dos los poetas han modulado ese embriagador Cantar
Menos me gustan, lo confieso, aunque llenos de mé-
de los cantares, que es como la respiración de la juven-
rito, esos largos temas desarrollados, como el Divino
tud; y Musset, el maestro herido de la pasión, ha lan-
Poema ó el Pontífice y Rey; encuentro que se acentúa
zado este grito que atraviesa el siglo como una flecha
demasiado en ellos, lo que llamamos allá, por las orillas
goteando sangre:
del Sena, el tono bendecidor. Prefiero, y por mucho, ese
/Hiere tu corazón, allí está el genial delicioso Poema de las Hojas, en que Zorrilla ha sor-
prendido los misterios de la vida vegetativa volviendo
Jóvenes, cantad el amor: cuando lleguéis á la mitad á sentir las fuerzas primitivas, los oscuros efluvios de
de la carrera, cuando estéis en la cumbre que pronto la naturaleza, con el nervosismo enfermizo de Heine y
se bajará y de donde se divisan los vastos horizontes, casi la intensidad de Mauricio de Guerín.
hallaréis que lo mejor de la vida era esa subida por Entretanto, pasan los años; detrás de la imagen de
las ásperas laderas, antes de tocar la cima sin vegeta- la mujer amada, mira el poeta alzarse la augusta fi-
ción, sin manantiales, que sólo brinda al caminante el gura de su Patria. Ya todo su corazón no pertenece
agua helada del ventisquero! al amor, y la Beatriz inspiradora va á sentir que no
Los versos amorosos de Zorrilla no son el lamento reina sola en el alma del proscripto. Se escapan de la
de la pasión desgarradora, sino la queja melancólica de lira esas tiernas seguidillas del Cantar cilio que recuer-
los primeros pesares. Envuelve su tristeza, como á veces dan las mejores de Trueba: y luego la bella elegía
Becquer, en no sé qué velos platónicos tejidos con ideas Pensando en la Patria. Como en la sinfonía de Gui-
supraterrestres, formas impalpables, átomos etéreos, sin llermo Tell, son los preludios precursores de la tem-
peso ni definido color: tales son los Focos, los Cantos pestad y del himno de resurrección que no tarda en
y Pupilas. El Himno del Cielo podía ser cantado por estallar; y Zorrilla de San Martín entonó su L E Y E N D A
una Hipatia cristiana; ó recuerda aun esos versos in- PATRIA.
materiales del Convito y de la Vita nuova de Dante
adolescente, y que hace repetir más tarde al grupo va- Lo sabe todo el mundo americano. Es un poema en
poroso de su Purgatorio:
230 PABLO GROUSSAC

el gran sentido de la palabra, es decir, una creación. su cuerpo, entona el inspirado vate la geórgica de la
La L E Y E N D A P A T R I A me parece muy superior al Canto I tierra fecunda:
d Junln de Olmedo. Aquí, nada de teatral, ninguna Rompa tu arado de la madre tierra
personificación mitológica, nada de heladas evocaciones El seno en que rebosa
de los sepulcros de los siglos: todo se agita, vive y La mies temprana en la dorada espiga...
palpita, y las palabras parecen calientes aún del aliento i
de fuego que las lanzó. No h a y otra alegoría que la Tal es el plan sencillo y grande del poema. En cuanto
Musa patria, patética y bella, envuelta en esa gloriosa á la ejecución, al estilo poétco, me parece de todo punto
bandera tricolor que los Treinta y Tres inmortales admirable. Abundancia de ideas é imágenes, gallardía
hicieron flamear al viento, como el bien conocido estan- y vigor en la estructura del período poético, frescura y
darte de todas las emancipaciones, desde que paseó novedad; tiene Zorrilla las grandes fases del genio poé-
por el mundo con la revolución francesa. tico. Le salta del corazón á los labios, sin esfuerzo apa-
Puede decirse que el plan del poema no existe, en I rente, el grito arrebatador, el rápido verso pindàrico,
el sentido artificial de la expresión. la palabra henchida de sustancia luminosa, que deja
rastro deslumbrante en el espacio, á manera de relám-
A medida que se lee, se asiste, por decirlo así, á la
pago que no es sino una chispa, un punto fulgurante,
gestación progresiva del poema: Zorrilla ha obedecido,
pero que por su rapidez parece una serpiente de fuego
quizá sin deliberarlo, á la ley del desarrollo natural, y
bajando del cielo á la tierra.
es por eso que su composición vive como un organismo.
Los luctuosos días de la dominación brasilera se alzan Después de esta obra maestra, ¿qué escribirá Zorrilla?
ante la mente del poeta, y evoca entonces el recuerdo Me da tentación de gritarle: el gran poema moderno
del grupo imperecedero que sacudió el ominoso yugo. es el drama, el choque de las pasiones encarnadas en
Muestra á los Treinta y Tres patriotas que cruzan personas vivas, la pintura de la vida humana en su
el Uruguay en una mañana de Abril, y como los pes- idealizada realidad. Tiene usted un admirable instru-
cadores de Nápoles al mando de Masaniello, mento, hágalo vibrar. Tiene usted un magnífico talento,
respételo!
Alzan la barcarola d e la aurora
La palabra de un transeunte no es sino una bocanada
De ritmo audaz y cadencioso brío,
de viento que agita el follaje, y pasa para no volver
¡La eterna barcarola redentora!
más. Pero en ciertas horas felices, el viento estéril, al
Nada más vivo y coloreado por la esperanza, que I sacudir las ramas, hace caer en el suelo preparado el
esa aurora del desembarco de los audaces libertadores. germen maduro, contribuyendo así al gran misterio de
Asistimos conmovidos á esa heroica é inverosímil expe- la fecundación.
dición que dió á luz á la República Oriental, y que pa- Entretanto, la República Oriental posee un verda-
rece hoy tan fabulosa como los tejidos de transparentes dero poeta: ave rara en tierra americana.
leyendas que envuelven á guisa de cortinas la cuna de
PABLO GROUSSAC.
los pueblos. Conseguido el doble triunfo y alcanzada
Montevideo, Febrero 10 de 1883.
la redención de ese pueblo oriental que aplastó, como
Hércules en su infancia, las serpientes enroscadas en

i
LA LEYENDA PATRIA

i.

i Es la voz de la patria... Pide gloria...


Yo obedezco esa voz. A su llamado,
Siento en el alma abiertos
Los sepulcros que pueblan mi memoria,
Y, en el sudario envueltos de la historia,
• Levantarse sus muertos.
Uno de ellos, recuerdo pavoroso
De un lustro triste, se levanta impuro,
Como visión que en un insomnio brota
Del fondo nebuloso
A la voz de un conjuro, y su flotante
Negra veste talar mi frente azota.
¡Lustro de maldición, lustro sombrío 1
Noche de esclavitud, de amargas horas,
i Sin perfumes, sin cantos, sin auroras,
Vaga en la margen del paterno r í o -

De los llorosos sauces


Que el Uruguay retrata en su corriente,
Cuelgan las arpas mudas,
Ay! las arpas de ayer que, en himno ardiente,
Himno de libertad, salmo infinito, Que batalló frenético y sañudo
Vibraron, al rodar sobre sus cuerdas Y, al fin, cayó sobre el sangriento escudo,
Las auras de las Piedras y el Cerrito. Envuelto en los girones de su gloria?
Hoy la mano del cierzo deja en ellas ¿Y es el que bravo, con robusta mano,
El flébil son de tímidas querellas. De entre las fauces del león ibero
Arrancó ayer su libertad, que en vano
Apenas si un recuerdo luminoso
El coloso oprimió, y entre las ruinas
De un tiempo no distante,
De un tiempo asaz glorioso, De la antigua grandeza
Tímido nace entre la sombra errante Del vencedor del árbitro de Europa,
Para entre ella morir, como esas llamas Levantó la cabeza,
Que, alumbrando la faz de los sepulcros, De tempranos laureles circuida
Lívidas un instante fosforecen! Y con sangre de mártires ungida?
Como esos lirios pálidos y yertos, ¿Y es la patria de Artigas la que vierte
Desmayados suspiros de los muertos Lágrimas de despecho,
Que entre las grietas de las tumbas crecen. Teniendo aún sangre que verter, y alienta
Esa vida engendrada por la muerte,
La fuerte ciudadela, Que sus memorias en baldón convierte,
Baluarte del que fué Montevideo, Y de su mismo oprobio se alimenta?
Desnuda ya del generoso arreo,
¡Oh! no, no puede ser. Pueblo, despierta;
Entre las sombras vela
Arranca el porvenir de tu pasado:
El verde airón de su imperial señora,
Levántate valiente,
Que, en las almenas al batir el aire,
Levántate á reinar, que de rey tienes
Encarna macilenta,
El corazón y la guerrera frente.
La sombra vil de la paterna afrenta.
¿Será que de tus héroes
Todo mudo en redor... campos, ciudades-
Los tiempos las cenizas esparcieron?
Todo apenas se agita,
¿Será que sólo fueron
Y, del pecho en las negras soledades,
Sus esfuerzos de ayer fugaz aliento
El patrio corazón ya no palpita. Que pasó como el ave que no deja
« Ni rastro de sus alas en el viento?»
II. ¡Oh! ¿Que no habrá un recuerdo que levante,
De la tumba musgosa del pasado
¡Y un pueblo alienta allí! ¡Y entre esa noche, Un grito al sacrificio aparejado
Vive en esclavitud un pueblo... y vive! Que al opresor espante,
¿Y es ése el pueblo rudo, Y, con mano nervuda,
Amamantado ayer por la victoria, El sueño de esos párpados sacuda?
236 J U A N ZORRILLA DE SAN MARTÍN

LA L E Y E N D A PATRIA 237
¿Jamás la noche engendrará un delirio,
La bíblica visión enardecida, Los no aprendidos salmos inmortales;
Que á esa planta infeliz dé aliento y vida Al beso de la luz se alza la guerra,
Con el riego de sangre del martirio? Y brotan de la tierra
Palpitantes recuerdos á raudales.
En luminosa ebullición sonora,
Los átomos alados
Nadan en luz en torno de la aurora,
III. Y despiertan los cantos olvidados
Que en el juncal dormían,
Mirad: del Uruguay en las espumas, Los que en el bosque errantes se escondían,
Del Uruguay querido, Los que en las nieblas mudos se arropaban,
Brota un rayo de luz desconocido O sin eco en el aire discurrían,
Que, desgarrando el seno de las brumas, É, impulsos sin objeto, desmayaban.
Atraviesa la noche del olvido.
Y entre la luz, los cantos, los latidos,
Semeja el fleco ardiente que colora
Roja, intensa mirada
A la lejana estrella vespertina
Que por el campo de la patria hermoso
Que el sueño de las tardes ilumina.
E s primero un albor... luego una aurora... Paseó la libertad, pisan la frente
Luego un nimbo de luz de la colina... Del húmedo arenal Treinta y Tres hoynbres;
Luego aviva... y se eleva... y se dilata, Treinta y Tres hombres que mi mente adora,
Y, encendiendo el secreto de la niebla, Encarnación, viviente melodía,
En fragoroso incendio se desata, Diana triunfal, leyenda redentora
Que, en el cercano monte, Del alma heroica de la patria mía.
Destrenza su abrasada cabellera
Y salpica de luz el horizonte, IV.
Y en el cielo uruguayo reverbera.

Despiertan los barqueros... ya es la h o r a ; Hélos allí...


Y, al chocar de los remos sobre el río, Con ademán sañudo,
Alzan la barcarola de la aurora Cárdeno el labio y la pupila ardiente,
De ritmo audaz y cadencioso brío, De batallar el acerado escudo
¡La eterna barcarola redentora! Embrazan sin temblar, ciñen la frente
Caen de los sauces las dormidas arpas Con el pesado casco del guerrero,
Por impalpable mano arrebatadas; Y altivo un reto lanzan
La selva entona de la patria historia Que se estrella en el rostro del tirano;
Que cabalga los aires,
Y rueda, y se dilata, y se desborda, Al verter en el lienzo de la noche
Como, de ruina y destrucción sedienta, Las tintas del color de la alborada,
Embozada en su parda vestidura, Y en el foco febril de tu mirada,
Lleva sobre sus hombros la tormenta Volvernos, con el sol de nuestra historia,
La voz de Dios... Clavado en la llanura, Ese calor de libertad preciada
Del nuevo Sinal sobre la espalda, Que el broche rompe de la flor sagrada
Como león que sacude la melena, Y fecundiza el germen de la gloria.
Azota el aire y estremece el asta
El pabellón de Libertad ó muerte Yo te descubro allí; tu alma tan sólo
Que el aura agita de presagios llena. Da movimiento á treinta y tres latidos:
Vibrando está en los labios de los héroes Esos, que tornan tu impalpable esencia
Y, empapada en su luz, alzan la frente;
El santo juramento
Esos, que arrancan de la amarga noche,
De Muerte ó libertad, firme, grandioso,
La libre aurora del eterno día;
Que da á los hombres de virtud ejemplo,
Esos, tus hijos son, son nuestros padres,
Y se esparce solemne y poderoso,
Patria de mis hermanos, patria mía.
Cual se difunde el salmo religioso
Por las calladas bóvedas del templo.
VI.

V. El alma que á su cuerpo retornaba,


Hirviente circulando,
Se infiltró, como un hálito de fuego
¡Ellos son, ellos son! Patria querida: En las venas del pueblo, despertando
No eras tú, nó, la que en servil letargo A su paso entre bosques y llanuras
T e adormeciste ayer; virgen tu alma Las auroras dormidas,
Al ostracismo amargo Y los marciales cantos, que aguardaban
Huyó vencida, pero no humillada, A medio formular entre los labios,
A salvar pura nuestra patria idea, Alas para volar. El comprimido
Y hoy ya torna encarnada Grito de guerra remeció los aires;
En la enseña divina que flamea Hervor de multitudes
En la cerviz del opresor clavada. Brotó de entre los bosques más lejanos,
No eras tú, nó, la que su aliento enfermo El casco del corcel hirió la tierra
Daba á los lirios que en las tumbas brotan Con temeroso són; el de los llanos
Al frío del suspiro de la muerte; Clamor inmenso repitió la sierra,
Yo te descubro allí, radiosa y fuerte, Y se cernieron con siniestro vuelo
Hasta azotar con sus armadas alas Ya las ferradas lanzas
El verde pabellón de las almenas, Buscan camino, y lo hallarán sangriento,
Aves en cuyas garras Hasta tu mismo corazón, sediento
Cuelgan aún anillos de cadenas De cobardes venganzas.
Que, al chocarse, derraman en el viento En vano en tus mazmorras oprimidos
Rumor de imprecaciones, Escondes los valientes
Murmullos de tumultos invisibles, Que encontraste inermes y rendidos
Fragmentos de canciones, En torno de su hogar.... Oye: ¿no sientes
Y metálicos golpes repetidos Cómo alzan á lo lejos sus hermanos,
Cuyo ritmo se ajusta Y llega hasta sus rejas
De un corazón de bronce á los latidos. El himno con que mueren los tiranos?
Al sentirlas cruzar entre las sombras, ¡ Oh! cuando el grito de los libres suena,
Lívidos los espectros Nuncios de redención, vuelan sus ecos
Que acechan los insomnios del tirano, A hacer brotar fronteras demarcadas
E n ronda descompuesta é imposible Por la mano de Dios, que se levantan
En su almohada se alzaron, Del seno de los ríos y los mares,
Y poblaron sus horas agitadas Y, al escalar los montes,
L a s visiones de muerte atropelladas. Con siluetas de cunas ó de altares
Rodaron las corrientes sacudidas, Van á cerrar los patrios horizontes,
El incendio rodó por nuestro suelo, Entonando sus bélicos cantares;
El Plata rebramó sordas querellas Arrullos de una cuna que, en el aire,
Y, como aliadas que aprestaba el cielo, Entre el marcial confuso desaliño,
Sus alas encendidas Se dan de guerra el sonoroso abrazo;
Agitaron temblando las estrellas Primer vagido de un gigante niño
Que recoge la gloria en su regazo.

Y aquel grito sonó.... De la Florida


Y a es tarde, ya es en vano, En los fragosos campos,
Extranjero opresor, despavorido Rodeada de bravos redentores,
Apercibirte á la forzada lucha Arde la inmensa hoguera
Y concitar innúmeras legiones; Que la patria encendió, y arden en ella
Ya cercano se escucha Nombres, tratados, vínculos nefarios
El libre relinchar de los bridones, Que vuelan, en cenizas esparcidos,
Que el casco fijarán sobre tu pecho, Como aliento de pueblos redimidos.
Y el mundo encuentran, á su paso, estrecho. En ella se fundieron las cadenas
Tabaré.-16
P a r a forjar con ellas las espadas, En tus vastas laderas
Y los pechos en ella se templaron Deja que se dilate el pensamiento
Que, en Sarandl glorioso, Y respire el aliento
Los escombros de un trono amontonaron. De aquellas auras de tu honor primeras;
Auras de libertad que en su regazo
Hasta Dios condujeron,
El sello á recibir de eterna vida,
VII. Con las almas de bravos que cayeron,
El alma de la patria redimida.
Los himnos de tu aurora
/Sarandl! ¡Sarandl!.... iSanta memoria, Deja que el labio vibre:
Primicia del valor, ósculo ardiente ¡Paso al pueblo novel! ¡Sonó su hora!
Que imprimieron los labios de la gloria « Que quien sabe morir, sabe ser libre ».
E n nuestra joven ardorosa frente!
Yo al pronunciar tu nombre,
De hinojos, la cabeza descubierta,
Entre las cuerdas de mi lira siento VIII.
Que nace, crece y estridente estalla
Todo el fragor de las solemnes horas Empapadas en luz y en armonías
Que escucharon la voz de tu batalla; De aquel campo divino
Cuando « el héroe », los héroes encontraron Las auras nuestro Plata atravesaron
T a r d o el corcel y perezoso el plomo, Y del callado lábaro argentino
L a s sedientas espadas abrevaron, La coronada frente refrescaron.
De roja sangre en el reciente lago, Se oyó el batir de sonorosas alas
Y del tirano en la olvidada tumba, Al levantar el vuelo las memorias;
La cuna de sus hijos levantaron. El encajar de piezas de armaduras
/ Sarandl¡ Con tu aliento poderoso Mohosas y empolvadas de victorias;
Sus alas formaría la tormenta Se unieron las riberas
P a r a azotar la espalda del coloso Del Plata libre en fraternal abrazo
Revuelto mar, y publicar su afrenta. Y cruzaron sus ondas las banderas,
Yo en tu potente espíritu me agito, Aves de gloria, cuyas alas fieras
Lato en tu corazón, ardo en tus ojos, Azotaron la faz del Chimborazo.
Y en la idea, corcel de lo infinito, Y á los que ayer llamara visionarios
Sobre tus rudos hombros sustentada, Al contemplar su paso vagabundo,
Siento flotar mi vida condensada La amiga mano el argentino estrecha.
En un grito de honor, eterno grito. Sus locuras, sus mitos legendarios
Detienen hoy en su carrera al mundo. Yo pronuncio tu nombre
Si corta fué tu vista, pueblo hermano; Junto al que adoro de la patria mía;
Si corta fué tu ofuscación de un día, Habla, Señor, al hijo;
Lavaste con heroica bizarría Narren tus nuncios al heroico pueblo,
En la sangre humeante del tirano. La divina leyenda de sus padres,
Pueblo de las cruzadas giganteas, Que la lira del bardo desfallece
Puente del Ande, sueño de Belgrano, Y, al peso abrumador de los recuerdos,
Pueblo corredentor: ¡bendito seas! Muda y arrebatada se estremece.

IX.
X.

El destrozado imperio,
De Sarandl en el llano Todo acabó.... Ya el mundo
Sintió el golpe mortal; pero ocultando, Firme al novel batallador escucha
Como la pieza herida, Dictar sus leyes y escribir su historia,
La flecha envenenada, huyó buscando Y al solio de los pueblos lo levanta
El matorral oculto, y la escondida Que, aun cubierto del polvo de la lucha,
Selva breñosa en que caer sin vida. Trepa el guerrero con serena planta.
Mas ya no pudo ser: tras el reguero
De negra sangre que sus pasos marca, La patria redención ya consumada,
T r a s el golpe postrero, Exige el culto de sus hijos fieles,
Va la heroica legión; su vista abarca En el altar del alma conservada.
Un ensanche de luz del horizonte, Tú, á la sombra feliz de tus laureles,
Do la mano invisible de la patria, Patria, patria adorada,
De Iluzaingó los velos descorriendo, En tu tranquila tarde del presente,
Reproduce en el cielo vigorosas De tus santos recuerdos al arrullo,
Las cifras del ardiente vaticinio Duerme ese sueño de los pueblos grandes,
Que en el festín de Baltasar mostraron De paz y noble orgullo.
De un trono ya caduco el exterminio. Rompa tu arado de la madre tierra
Ituzaingó.... Señor de las batallas, El seno en que rebosa
¡Oh Dios de Sabahot armipotente! La mies temprana en la dorada espiga,
Tú otorgaste y ceñiste en aquel día Y la siega abundosa
Palmas al mártir, y al guerrero lauros; Corone del labriego la fatiga.
Cante el yunque los salmos del trabajo;
Muerda el cincel el alma de la roca,
Del arte inoculándole el aliento;
Y, en el riel de la idea electrizado,
Muera el espacio y vibre el pensamiento.
En las viriles arpas de tus bardos
Palpiten las paternas tradiciones, Notas de esta edición
Y despierten las tumbas á sus muertos,
A escuchar el honor de las canciones.
Y siempre piensa en que tu heroico suelo
No mide un palmo que valor no emane;
Pisas tumbas de héroes....
¡Ay del que las profane!
Protege, ¡oh Dios! la tumba de los libres; /Lustro de maldición, lustro sombrío l pág. 233.
Protege á nuestra patria independiente,
Que inclina á Tí tan sólo, Se refiere el poeta á los años que mediaron entre
Sólo ante Tí la coronada frente. e 1817 y el 1825, durante los cuales la República del
Uruguay estuvo sometida sucesivamente á las domina-
ciones portuguesa y brasilera. La dominación brasilera
termino con la heroica empresa de los Treinta y Tres
patriotas uruguayos.

Las auras de las Piedras y el Cerrito. pág. 234.


FIN DE " LA LEYENDA PATRIA
Las Piedras y el Cerrito. Sitios donde se libraron las
dos primeras batallas en la lucha de la Independencia
del Uruguay contra la metrópoli, y en las que la vic-
toria coronó las armas nacionales.
La acción de las Piedras tuvo lugar el 18 de Mayo
de 1811: el ejército patriota estaba al mando de don
José G. Artigas. La batalla del Cerrito se libró el 31
de Diciembre de 1812. El general Rondeau llevó en-
tonces á la victoria al ejército nacional que tenía ase-
diada la plaza de Montevideo, ocupada á la sazón por
los realistas.
Cante el yunque los salmos del trabajo;
Muerda el cincel el alma de la roca,
Del arte inoculándole el aliento;
Y, en el riel de la idea electrizado,
Muera el espacio y vibre el pensamiento.
En las viriles arpas de tus bardos
Palpiten las paternas tradiciones, Notas de esta edición
Y despierten las tumbas á sus muertos,
A escuchar el honor de las canciones.
Y siempre piensa en que tu heroico suelo
No mide un palmo que valor no emane;
Pisas tumbas de héroes....
¡Ay del que las profane!
Protege, ¡oh Dios! la tumba de los libres; /Lustro de maldición, lustro sombrío l pág. 233.
Protege á nuestra patria independiente,
Que inclina á Tí tan sólo, Se refiere el poeta á los años que mediaron entre
Sólo ante Tí la coronada frente. e 1817 y el 1825, durante los cuales la República del
Uruguay estuvo sometida sucesivamente á las domina-
ciones portuguesa y brasilera. La dominación brasilera
termino con la heroica empresa de los Treinta y Tres
patriotas uruguayos.

Las auras de las Piedras y el Cerrito. pág. 234.


FIN DE " LA LEYENDA PATRIA
Las Piedras y el Cerrito. Sitios donde se libraron las
dos primeras batallas en la lucha de la Independencia
del Uruguay contra la metrópoli, y en las que la vic-
toria coronó las armas nacionales.
La acción de las Piedras tuvo lugar el 18 de Mayo
de 1811: el ejército patriota estaba al mando de don
José G. Artigas. La batalla del Cerrito se libró el 31
de Diciembre de 1812. El general Rondeau llevó en-
tonces á la victoria al ejército nacional que tenía ase-
diada la plaza de Montevideo, ocupada á la sazón por
los realistas.
La fuerte cindadela, tonces Provincia Cisplatina en Estado independiente,
Baluarte del que fué Montevideo, pág. 234. según la convención de paz celebrada en 1828 entre
la República Argentina, que terció en la lucha, y el
La Cindadela. Fortaleza de construcción española de Imperio del Brasil.
la ciudad de Montevideo, estaba situada en el límite
oriental de la población y ocupaba gran parte del es- El pabellón de libertad ó muerte pág. 238.
pacio que hoy constituye la plaza de la Independencia.
Se efectuó su demolición el año 1877- Libertad ó muerte: mote inscrito en el pabellón tri-
color, rojo, azul y blanco, de los Treinta y Tres pa-
triotas uruguayos. Los despojos de esa bandera se con-
¿T es la -patria de Artigas...? pág. 235. servan en el Museo Nacional.
Don José G. Artigas, primero y grande caudillo de En vano en tus mazmorras oprimidos
los orientales en 1811. Luchó heroicamente en la guerra Escondes los valientes
de independencia del Río de la Plata contra la metró- cQrie encontraste inermes y rendidos. pág. 241.
poli, y concluida aquélla, el Uruguay fué invadido por
un poderoso ejército portugués al mando de don Carlos En cuanto el gobierno brasilero tuvo conocimiento
Federico Lecor. Artigas hizo una desesperada resistencia del desembarco de los Treinta y Tres, encarceló á
á la invasión, pero cayó vencido por el número, y tuvo todos los ciudadanos de Montevideo que creyó en con-
nivencia con aquéllos. Los últimos que, presos en los
que pedir asilo en el P a r a g u a y al dictador Francia, que
calabozos de la ciudadela fueron puestos en libertad el
lo confinó en la aldea de Curuguaty, donde murió mu-
mismo día de la batalla de Sarandl, que los imperiales
chos años después de la completa independencia de su
creyeron resuelta á su favor, fueron don Juan Fran-
país, de que fué precursor.
cisco Giró, don Lorenzo Justiniano Pérez y don Juan
Murió pobre y rodeado sólo de los vecinos del pueblo Benito Blanco.
en que pasó sus últimos años. Todos amaban y respe-
taban al viejo caudillo oriental. De la Florida
En los fragosos campos, pág. 241.
-pisan la frente
Del húmedo arenal Treinta y Tres hombres/ pág. 237- En la villa de la Florida se reunió el primer Con-
greso Nacional Uruguayo, para hacer solemnemente
Treinta y Tres hombres solamente, á las órdenes de la proclamación de independencia de la Provincia Orien-
don Juan Antonio Lavalleja, atravesaron mal armados tal, que en ese acto se declaró de « hecho y de derecho
y peor pertrechados, el río Uruguay en una ballenera; libre é independiente del Rey de Portugal, del Empe-
desembarcaron en la Agraciada el 19 de Abril de 1825, rador del Brasil y de cualquier otro del universo, y
y acometieron la heroica empresa de libertar á su patria con amplio y pleno poder para darse las formas de
de la dominación extranjera; el éxito coronó sus es- gobierno que en uso y ejercicio de su soberanía estime
fuerzos, que dieron por resultado la erección de la en- convenientes ».
Ese memorable documento es de fecha 25 de Agosto
Ésta terminó con la batalla de Ituzaingó (20 de Fe-
de 1825; se formuló, pues, la declaratoria de indepen-
brero de 1828), en la que los ejércitos uruguayo y ar-
dencia cuatro meses y siete días después del desem- gentino, al mando del general Alvear, derrotaron al
barco de los Treinta y Tres. El monumento conmemora- ejército brasilero mandado por el marqués de Barba-
tivo de la independencia uruguaya, en cuya inauguración cena. Esta memorable batalla dió por resultado el tra-
se recitó la « Leyenda Patria escrita para ese acto, tado de paz á que se ha hecho referencia anteriormente,
se erigió en la Florida el 18 de Mayo de 1879. por mediación de la Gran Bretaña; resultado que vino
á ratificar definitivamente la voluntad de los Treinta y
•Ojie, en Sarandl glorioso, Tres patriotas que desembarcaron en la Agraciada el
Los escombros de un trono amontonaron, pág. 242. 19 de Abril de 1825, y á consagrar la declaración que
La batalla del Sarandí se libró el 12 de Octubre de hizo el pueblo uruguayo, por intermedio de sus repre-
1825 entre el ejército uruguayo, al mando del general sentantes, en la Florida, el 25 de Agosto del mismo año.
Lavalleja, y el brasilero; la victoria quedó por los uru-
guayos. Ya el mundo
Firme al novel batallador escucha
Cuando « el héroe », los héroes encontraron Dictar sus leyes y escribir su historia, pág. 245.
Tardo el corcel y perezoso el plomo, pág. 242.
La República Oriental, inmediatamente después de
El héroe á que se refiere el poeta es el general La- canjeadas las ratificaciones del tratado de paz, eligió su
valleja, quien, convencido en la batalla de Sarandí, de Asamblea Constituyente, la que redactó la Constitución
la inferioridad de su ejército en armas y disciplina, al de la República, que fué solemnemente jurada por el
ver los estragos que produjeron en sus filas las pri- pueblo, en la plaza que en conmemoración de ese acto
meras descargas de la fusilería enemiga, dió la siguiente se llama de la Constitución, el 18 de Julio de 1830.
acertada voz de mando: «Muchachos, carabina á la
espalda y sable en mano »; orden que, cumplida al pie
de la letra, resolvió la batalla.

T á los que ayer llamara visionarios pág. 243.


La empresa de los Treinta y Tres fué considerada
como de imposible realización por el gobierno argen-
tino, que no creyó oportuno estimularla y menos prote-
gerla cuando se reunían clandestinamente en Buenos
Aires los conspiradores; pero el éxito obtenido por los
« sublimes locos » uruguayos en Sarandí, determinó á
aquel gobierno á hacer causa común con ellos y á de-
clarar la g u e r r a al Brasil.
INDICE

T A B A R É .

Pág.
A D. Luis Alfonso (Juicio crítico, por Juan Valera) 5
A mi esposa Elvira Blanca de Zorrilla . . . . 33
Introducción
Libro primero 45
Libro segundo
Libro tercero 125
Indice alfabético de algunas voces indígenas em-
pleadas en el texto 207

L A L E Y E N D A P A T R I A .

JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN (Juicio crítico, por


Pablo Groussac) 225
L A LEYENDA PATRIA 233

Notas de esta edición 247

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