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Título: Existencia empobrecida

Seudónimo: Escritor nocturno

Categoría: tema libre

El ligero aire que traspasaba la ventana entre abierta, hecha en madera y con algunos detalles
pintorescos, cubría su rostro, piel canela, mal puesto sobre el escritorio. Aún no había caído el sol
y el sueño ya lo tenía embargado, pareciera, que en una perpetua alucinación. Quizá, el tiempo
presente tomó otro rumbo, los hábitos comunes del sueño perdidos por completo y cualquier hora,
no importaba, era tiempo de dormir.

Sus manos descolgadas y su cabeza sostenida solo por el escritorio, indicaban un extremo
cansancio o el momento finito de la vida. ¿Qué es la vida? Por mucho tiempo Alberto, un hombre
trigueño, soltero, hijo de maestros, responsable de la muerte de su único hermano, escritor de
algunos libros sobre el éxito y el crecimiento personal, de 39 años pero con el alma de un joven
rebelde de no más de 16, se dio cuenta que su vida no había ido, hasta ese momento, más allá de
su propia individualidad. Quizá, al comprenderse así mismo, su egocentrismo fue culpable de lo
inevitable que es la pérdida de un ser querido. Aunque paradójico, daba él certeza de que fuese así,
la muerte es inevitable pero pensaba que su egoísmo impidió unos instantes más para amar, para
sentir y compartir con aquel, que ahora es polvo y fue su hermano. Ya no lo es.

Confuso entre el sueño divagaban los recuerdos distorsionados de lo que pudo haber sido pero no
fue. Su pensamiento era ahora un completo desastre y sus emociones, ya no eran emociones, no
había conexión, perdió el sentido sobre sí mismo.

El sueño profundo o más alucinación en la que se encontraba mostraba la realidad interior de un


sujeto exitoso, pero relativamente vacío. Todo aquello representaba en un complejo delirio el
hombre que era. La epifanía por la que pasaba lo descubría dentro de una habitación llena de
espejos, en cada uno una sombra, era el yo interior (yourself) fragmentado, destrozado como jarrón
de barrón que cae en tierra pedregosa. No había sentimiento alguno de satisfacción o de plenitud.

Mil voces abrumaron su mente escudriñando en lo más profundo de su ser.


—Eres un hombre diminuto—con voz envejecida decía una de las sombras en los espejos—tu
sentido (crítico) falto de intelecto y significado no es más ahora que los pedazos de un supuesto
asesino.

—Eres un inútil, tu inteligencia ha pasado por encima de tus emociones, de tus afectos, eres un
hombre carente de humanidad, tu hermano fue víctima de ello—la sombra de su consanguíneo en
uno de los espejos con voz violenta y endurecida.

—No es tiempo de llorar y arrepentirse, has perdido cualquier rastro de tu propia moral y
humanidad—su propio reflejo de hace más de 20 años, su niño interior manifestando—no tienes
Dios y tu espíritu ha dejado de trascender, solo eres un individuo, solitario y vagabundo. No tienes
la remota idea de quien en realidad son los que te rodean.

—Quizá, ya no debes pertenecer a este mundo; tu propia vida no tiene sentido; tus logros no son
nada con respecto al ser humano que deberías ser, no se requiere alguien como tú en este mundo
primitivamente afectivo, socialmente ausente y moralmente decadente. Se necesita de hombres que
piensen en grande, sus espíritus trasciendan, amen al prójimo y vivan desde el corazón—Era la
sombra de su madre, quien en algún momento, para su infortunio, lo había concebido.

Alberto, perturbado, casi al punto de la locura en su propio sueño, declaró—he pasado mi vida
tratando de ser un humano, ¿pero quién tiene la última palabra sobre cómo serlo? ¿Quién tiene la
última palabra sobre lo que somos? ¿Hasta qué punto he sido un sujeto libre de moralidades y
principios, no quiero pertenecer al conjunto, al montón de vacas que llegan al matadero?—
cuestionaba a los espejos casi gritando y alterado.

Prosiguió en su declaración—Uno de los problemas en realidad es que dudo de mi propia


existencia, hasta de la existencia de quien dicen fue mi hermano, ahora ya no lo es. No quiero
pertenecer al concepto de bueno o malo, siento ahora que eso no me ha dejado en claro cómo ser
un humano.

De pie y encorvado, su frente transpiraba sangre, respiró profundamente y continuó—No esperaba


que todo esto sucediera, para mi desgracia siento vacía mi alma, como si la vida no fuera vida,
como si todo lo aprendido en este camino de moralidades se hubiera desvanecido. Solo soy un
animal que habitualmente se ha acostumbrado a pensar; lo demás, mis afectos, mis creencias, las
personas mismas y el tal dios del que todos hablan solo han sido experiencias superfluas.
Reconozco que todo eso hace falta en mí, entiendo que solo he sido pensamiento, esa ha sido mi
naturaleza. Supongo que soy un espécimen de hombre.

—Esto que soy ahora es el resultado de un hombre que ha dejado de vivir solo para pensar, quizá
lo hice mal— con voz firme terminó su declaración frente a las sombras.

Uno de los espejos ubicados en la esquina del fondo, al lado izquierdo de la habitación, no tenía
sombra alguna. Al acercarse a este, observó la imagen de sí mismo pero deteriorado, empobrecido,
paupérrimo, con la mirada perdida como el de un desahuciado. Vestido con harapos, enfermo e
incompleto. A eso se redujo su existencia, a un alma vagabunda sin riqueza moral, intelectual,
afectiva y social. No era nadie a pesar de haber sido mundanamente mucho. Ninguno de sus libros
daban testimonio de él, eran falsos, de doble moral. Irónicamente, habían sido escritos casi por un
desconocido que procedía de él, pero que no hacía parte de su interior.

Pero estaba claro, que para Alberto, su existencia estaba reduciéndose a nada.

Finalmente salió de aquella habitación, su conciencia poco a poco se fue desvaneciendo, la última
imagen en su cerebro fue su hermano resbalado pidiéndole auxilio en uno de los peñascos de la
zona donde vivían, y a pesar de haberle dado la mano, sin razonamiento alguno la soltó, como si
no hubiese importado nada. Ningún afecto, ninguna memoria, ningún sentimiento de arraigo por
el otro, ni siquiera el sentido común de su intelecto pudo hacerlo comprender que la vida a pesar
de ser efímera es importante para quien la posee.

En un respiro casi fallido, sucumbió la “vida no existida” por aquel hombre llamado Alberto. Y así
como empezó esta historia, su cuerpo, con las manos descolgadas y su cabeza sostenida por el
escritorio, solo era eso cuerpo sin alma, materia sin forma.

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