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UNIVERSIDAD DE CIENCIAS EMPRESARIALES Y SOCIALES

LICENCIATURA EN PSICOLOGÍA

CLINICA DE ADOLESCENTES

Profesora Titular: Lic. Claudia López Neglia


Profesores a Adjuntos: Lic. Norma Fernández; Lic. Viviana San
Martín; Lic. Silvana Spinozzi; Lic. Sergio Zabalza;

Profesora JTP: Lic. Susana Salvi


Docente a cargo de la comisión: Lic. Sergio Zabalza

Alumno: Gonzalo J. Grande (38241)

Trabajo Práctico Integrador: “Bailarina en la Oscuridad”

Junio de 2012
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INTRODUCCIÓN .

En el presente trabajo me propongo articular algunos textos y conceptos teóricos vistos


durante el cuatrimestre con un caso clínico de ficción.

Se trata de Clara, personaje de la serie “En Terapia” emitida por la televisión pública.
De dicha serie tomaré los primeros 4 episodios haciendo un recorte sobre algunos
aspectos y rasgos que considero relevantes para pensar el caso.

Clara es una joven adolescente de 17 años, estudia danza clásica desde los 6 años y es
hija única. Sus padres se separaron cuando ella tenía entre los 9 y 10 años.

La Joven concurre al consultorio de Guillermo, el personaje del analista, solicitando que


éste le realice una evaluación psicológica por consejo de su abogada trasmitido a través
de su madre. Con cierta inseguridad dice: “vine a que me hagas un evaluación no para
hacer… (Completa Guillermo) - terapia”. Ocurre que la adolescente tuvo un accidente
de tránsito en el cual parece haberse fracturado ambos brazos. Vemos a Clara concurrir
a sesión con sus dos brazos enyesados, vestida con ropa deportiva, como la que usaría
para sus entrenamientos. Plantea que la compañía de seguros del auto que la atropelló
tiene sus dudas sobre si fue un accidente.

Esto dará lugar a una serie de confrontaciones con el analista sobre el objetivo de esos
encuentros, donde Clara se mostrará de momentos irascible, enojada, resuelta y a la
vez insegura. Insulta, llora, despotrica contra los adultos, dirá: “son todos unos hijos de
puta” y contra el espacio terapéutico: “esto es una mierda”. Así vemos una alternancia
entre una joven rebelde “difícil”, colérica, independiente y decidida junto a una niña
asustada, que pareciera no saber qué hacer con su cuerpo, con su femineidad que
irrumpe, con sus relaciones y lo que atraviesa la vida de los adolescentes como un
signo identitario: la muerte, la sexualidad y el duelo.

A lo largo de los capítulos/sesiones, se irán desplegando aspectos de su historia,


relativos a la relación con su madre, su padre y sus relaciones con la danza, las
exigencias de la escuela de ballet y su relación amorosa con Ariel, su profesor de danza
con quien tiene un affaire. Según relata Clara, él está casado con Mónica y tiene una
hija, Sandra, que padece de alguna enfermedad auditiva, y a la cual nuestra
adolescente ha cuidado por largos meses. Por su puesto también se desplegarán
cuestiones relativas a la situación del accidente.
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LA ADOLESCENCIA.

Ya Freud desplegaba su concepción del desarrollo de la sexualidad y la subjetividad


como dos oleadas sucesivas. Una primera etapa que culminaría con el acabamiento de
la fase fálica y su consiguiente sepultamiento del complejo de Edipo, seguido por la
latencia que introduce al sujeto en las relaciones con lo social ampliado y los tiempos
de la escolaridad básica. Momento para aprender de las coas del mundo, espacio para
leer y escribir, para jugar, para ensayar lo que será una vida adulta. Finalmente un
segundo tiempo o resurgimiento a la salida de la latencia, que irrumpe en la pubertad,
donde confluye la culminación de una posición subjetiva con un cuerpo que se
revoluciona, que cambia, que desborda y en el cual por lo común parece una tierra
extranjera para ese joven que está creciendo donde lo real se precipita, lo real del goce
golpea, se hace sentir como una demanda pulsional ingobernable, insaciable de ese
Otro que lo hizo venir al mundo.

Como toda ocasión de encuentro brusco, penetrante, desesperante con lo real el


sujeto se ve obligado a escandir, a cifrar, a poder articular vía simbólica a través del
significante esa masa que irrumpe sin pedir permiso y que se presentifica traumática.

La adolescencia también requiere del sujeto una elaboración imaginaria a partir de


este avance impetuoso de lo real. En efecto, el adolescente se ve obligado a revestir
con imágenes, a poder darle sentido a “eso” que llega y pide sin pedir permiso. Velar lo
real, construir un velo que le permita hacer más habitable ese momento del devenir
subjetivo que imprimirá una posición subjetiva sexuada.

Así, la adolescencia es el tiempo donde aquellas marcas de la niñez, de aquella primara


fase de la constitución subjetiva van a ser el fundamento, el sustrato desde donde el
sujeto podrá construir, sellar una fantasma. Fantasma que le habilite una posición en el
mundo que permita una posición subjetiva que le habilite ensayar alguna respuesta
por el ser. Estas preguntas existenciales que toman forma en el adolescente y se
pueden manifestar como: ¿Quién soy? ¿Qué soy? ¿Para que esto vivo?, preguntas que
Lacan formaliza en el “Che voi”, como la pregunta que da lugar al fantasma,
interrogación que remite a qué me quiere el Otro, y que en una respuesta, que a
menudo vacila, intenta darle sentido a la falta, permite responder por ella, por la
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castración en el Otro y de esta manera darse un lugar en el mundo. Es así que el


fantasma es la respuesta singular del sujeto acerca de lo que desea el Otro. Está claro,
además, que es necesario, imprescindible a su vez, para poder deducir un deseo en el
campo del Otro que el goce de este Otro no abrume al sujeto, que deje un resquicio,
una falta y que ese Otro pueda mirar para otro lado.

Creo importante destacar que en la neurosis nos encontramos con la, en todo caso
afortunada, posibilidad de la pregunta, es decir que este sellamiento fantasmático de la
constitución subjetiva que se realiza en la pubertad es respuesta a una pregunta que
nos constituye, en tanto sujetos atravesados por la falta y el operador
NombredelPadre. Recordemos, siguiendo a Lacan, que un significante representa a un
sujeto para otro significante, es decir que el sujeto se precipita como una tención entre
dos significantes, lo que a su vez, permite su desplazamiento, es decir que la pregunta
por el ser no es una definición última, no es concluyente, sino que deviene gracias a las
propiedades de la cadena simbólica, de tal manera que el sujeto es efecto de corte de
dicha maya significante. En última instancia la respuesta última y anonadante sería la
falta, el vacío, la constatación de que no hay objeto.

Por otra parte quiero señalar, como lo expresa Silvia Amigo (1999), que lo real puro,
como la pura vida llevan a la muerte. Así el anudamiento de lo real con los registros,
simbólico e imaginario le dará al sujeto la posibilidad de tocar la vertiente de la
sexualidad, y así ganarle un partido a la muerte como lo haría un personaje de Woody
Allen en una sátira del Séptimo Sello de Bergman, donde los días de este personaje son
jugados, apostados, con la parca en un juego de naipes. Conjugada sexualidad y muerte
se habilitan para el sujeto los rodeos vitales que constituyen y construyen la existencia.
Así la experiencia vital es gracias a esta imbricación; es gracias a este anudamiento que
hay lazo social y merced a esto la pulsión no se consume en una inmediatez mortífera.

Por otra parte, y volviendo a ese primer estadío de la constitución subjetiva, el viviente
que ingresa al campo del Otro en condición de objeto deberá, para emerger como
sujeto, atravesar las distintas escrituras normativas. La maquinaria simbólica no puede
recubrir todo y ese resto que el Otro no puede capturar en su red será ese “a”
irreductible al significante. Petit “a” constitutivo del pasaje del sujeto por el
significante. Agujero que permitirá la constitución y emergencia del sujeto.

Así mismo y en el registro del imaginario el sujeto deberá resolver otra alienación
fundamental, pero en este caso por la vertiente de la imagen. Ese momento lógico que
nomino Lacan como “estadío del espejo”. En efecto esa imagen especular que el Otro le
devuelve no recubre la totalidad de lo que es en tanto real y también deja un resto.
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Esos agujeros en cada cuerda, en cada registro, que hacen su encaje de triple falta
permitirán colocar fantasmáticamente al “a”, es decir que el fantasma implica tres
modos de escritura, de señalización del objeto “a”, ese objeto que se resta de los tres
registros. Así en esta primera vuelta edípica el sujeto contará con los “títulos en el
bolsillo”, que no son otra cosa que letras que señalan ese resto no apropiado por el
Otro y que el sujeto podrá poner a prueba en el segundo despertar sexual, en la
adolescencia y sus avatares.

Entonces, transcurrida la latencia nos encontramos en este segundo despertar sexual,


donde se sella una significación. Un momento donde, si las cosas van más o menos
bien, se constituirá un punto de fijación de la economía libidinal.

A sí mismo este despertar adolescente confrontará al sujeto con la conformación de


un cuerpo, es decir la constitución de una nueva imagen corporal, que implicará el
pasaje por un duelo, duelo de ese cuerpo de niño, duelo de ese lugar en el Otro que
ocupaban en tanto niño. Ahora bien este armado de un nuevo cuerpo no se realiza sino
gracias a la identificación metafórica de la imagen del padre, es decir que el púber
tomará preeminentemente un rasgo y gracias a la posibilidad que otorga la operación
metafórica podrá identificarse con él, con la resultante de ganancia subjetiva que
implica. Esto es, que hallará un modo de habitar el mundo, un modo de constituirse un
hombre entre los hombres, una mujer entre las mujeres, una forma de incluirse en el
grupo de pares, de pertenecer entre los otros semejantes.

Ese rasgo identificatorio nos habla de que el adolescente ha podido armar una versión
del padre. Vale destacar que esta posibilidad de armar una pere-versión es gracias a la
puesta en juego de la “ley de dones” por la cual este padre real en su vertiente
simbólica es aquel que ofrece, dona, la función fálica, que implica en su puesta en
juego a la maquinaria deseante.

Correlativo a esto la identificación metafórica a la imagen del padre supone a su vez


la constitución de un síntoma que organiza la economía libidinal y que a la vez implica
un semblante que en la mujer llevará el nombre de mascarada, en el varón impostura y
mientras que dura el transito adolescente máscara. Mascara que por otra parte se
ordena y constituye a partir de los registros real, simbólico e imaginario.

En síntesis la conclusión de la adolescencia implica por un lado la formación de un


síntoma que ordena la economía libidinal anudando el goce en una formación de
compromiso entre el yo y la pulsión. Lo a que su vez se da sentido en el sellado
fantasmático y que implica no solo la elección de objeto de deseo (que ya habría
ocurrido en el primer tiempo) sino también una modalidad de goce una forma en que
ese cuerpo hecho para gozar se constituya. Correlativamente a esto permite la
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institución de un semblante gracias al cual el adolescente podrá devenir adulto y


como venimos planteando ocupar un lugar entre los otros.
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¿QUÉ LE PASA A CLARA?

“El bailarín del futuro será aquel cuyo cuerpo y


alma hayan crecido tan armoniosamente juntos,
que el lenguaje natural del alma se habrá
convertido en el movimiento del cuerpo humano.
El bailarín no pertenecerá entonces a nación
alguna sino a la humanidad” Isadora Duncan,
bailarina.

Clara es una joven de 17 años en pleno transito adolescente, experimentando los


avatares de dicha etapa de la vida. Se encuentra confrontada a lo que se le
representaría como abismal que es la vida adulta. A la vez padece, como un signo
particular de este transito vital, el empuje pulsional, lo real que golpea, la empuja al
goce y como buena adolescente está en plena consolidación de los operadores que le
permitirán constituirse como mujer.

Clara está enojada con el mundo adulto, un mundo que le demanda con sus
ambigüedades, que le exige que tome responsabilidad como una adulta pero que la
quiere nena. Lo vemos particularmente cuando ella le relata a Guillermo, el analista,
los pormenores de lo que ocurre en la escuela de danza. Ella esta apurada por dar el
examen, por entrar al cuerpo estable del teatro, pero para acceder a ese estatus que
implica crecimiento se encuentra con la paradoja de que no tiene que crecer, casi que
podemos decir que en lugar de estar apurada por crecer, esta apurada por no crecer,
por conservar su cuerpo- imagen de niña. En efecto, solo puede ingresar hasta los 18
años, después su carrera de bailarina profesional estaría acabada. “Son unos hijos de
puta, ellos saben que todas las chicas vomitan” comenta; es que las jovencitas son
llevadas a la balanza casi cotidianamente: “¿viste alguna vez una bailarina gorda?”. Al
parecer a las aspirantes no se les permite que sus cuerpos, que se convierten en mujer
cambien, el ideal parece requerir niñas mujeres. Así el aumento de peso, aunque sea
mínimo es promotor de la exclusión, de quedar afuera del sueño dorado. Ella dice que
no vomita, sin embargo vemos como está ostensiblemente enojada, dolida,
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angustiada, confrontada al ingreso a un mundo adulto que se le representa con los


rasgos de lo perverso.

Clara juega con la idea de la muerte: “si me moría hubiese solucionado todos mis
problemas”, ante la interrogación de Guillermo ella contesta: “es un chiste”. En la
primera sesión introducirá algo sobre su “accidente”. Pero al poco del relato, comienza
a reír en una forma casi histérica. Asocia y le cuenta una escena anterior donde ella,
subida a la moto de un chico con el que salía y juga a manejar y pone en
funcionamiento la máquina, inadvertidamente comienza a desplazarse sin control
hasta que enseguida se golpea contra un auto y cae. “Se quiso suicidar, se quiso
suicidar”; dice que una “vieja” que pasaba por ahí gritaba mientras ella yacía en el piso
conmocionada por el golpe, “callen a esa vieja de mierda” nos relata que pensaba. Casi
podemos pensar que sus pensamientos son dichos por esta mujer, usa este relato para
advertir a Guillermo de su intento suicida. Y no es azarosa esta reiteración con el golpe
y la muerte, al igual que con la pulsión, este real que empuja, que golpea a su antojo y
que demanda, se hace literalidad en un cuerpo que se golpea que se estremece en
accidentes y que al igual que la pulsión desanudadada del eros busca la muerte o al
menos juega con ella en un intento de conjugarla. Así se confirma un camino, no
menos peligroso, recorrido por los adolescentes: el del Acting y el pasaje al Acto. Que
no podemos olvidar que se asocian al lugar o no que tiene el sujeto en el Otro y al
duelo, como vacío, como falta simbólica que presentifica el agujero en lo real sin
veladura y sin inscripción.

Clara se arma un padre idealizado dice: “Cuando iba en la ambulancia mi papá me


llamó” como si por una conexión mágica del más poético amor el padre supiese de su
padecer, luego nos enteraremos que fueron los médicos quienes llamaron. Ante las
discontinuidades del padre ella relata: “cuando queremos hablar con mi papá tenemos
que llamar al 110, porque se mudo tantas veces que no sabemos dónde está” El
analista le espeta: “debe ser duro querer hablar con tu papá y no saber a dónde esta”
en seguida ella justifica: “no, tenemos una conexión especial”, en su discurso se dejan
entrever los rasgos de impotencia del padre que sin embargo ella ama, “el me quiere,
él es el único que me quiere, él y Ariel (su profesor de danza)”. En varias oportunidades
se deslizan ausencias de este padre, discontinuidades con su cuidado, con el aporte de
dinero. Ella sostiene su falta como una estratagema que evita exponer la falta. Prefiere
que se guarde su dinero para financiar la exposición casera de fotografías antes que le
financie el viaje a ella a un concurso de danza. Reparo en este punto que me parece
fundamental; aquí conjeturo que hay una apuesta identificatoria metafórica a la
imagen de este padre, hay una correlación en el rasgo de artista, él es un artista
rebelde, que descree de las galerías y salones; ella se define como artista que parece
revelarse contra el mundo adulto, él es un fotógrafo un voyeur que sublima ese punto
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perverso a través de su cámara, cámara que oculta el ojo y permite velarlo e inscribir la
mirada en un relato socialmente acepado. Ella es una bailarina que se expone, que
como dice: “arriba del escenario es donde me siento bien, donde me siento libre”. Así
este rasgo identificatorio me hace pensar que la función paterna estaría operando. Por
otra parte señalo que al igual que Dora con su padre hay cierta correlatividad entre
amor e impotencia. En el caso de Dora la impotencia de su padre es en cuanto a la
puesta en juego de su función sexual en su rol de varón, en el de Clara en cuanto a las
dificultades económicas y responsabilidades de la vida adulta que parecen según deja
entrever en su discurso que este hombre no puede sostener del todo. Ambas aman en
tanto la impotencia del objeto. Aman en tanto lo que no les dan.

A pesar del amor que le tiene, la libido de Clara parece poder circular y no quedar
adherida solo a este padre. En efecto ella se enamora de Ariel, vecino de la casa
familiar y su maestro de danza. “Él me descubrió” dirá. Así pasa tiempo en su casa
junto a Mónica, su mujer, y Sandra, la hija de este matrimonio. En patente
identificación con los rasgos femeninos nuestra adolescente se dedicará a cuidar a
Sandra la pequeña que sufre un padecimiento auditivo. Como una mamá atenta pasa
su tiempo con ella, la ayuda con la tarea, juega con ella y la hace dormir. Aquí podemos
trazar un puente con el primer tiempo que señala Lacan de la Joven Homosexual,
donde ella realiza imaginariamente el rol socialmente esperable (y demandado) para
una mujer, el de madre. Así la equivalencia pene imaginario-niño instaura al sujeto
como madre imaginaria, sobre el fondo de un padre, en este caso Ariel, que interviene
como función simbólica, es decir como quien puede dar el falo. Nótese que ya en un
segundo tiempo el lugar del padre en lo simbólico para la Joven Homosexual cambia
hacia lo imaginario, lo que provoca todo el giro en la constitución perversa de aquella
joven. Mientras que en Clara, pareciera que el lugar simbólico del padre se conserva y
todo indicaría que ella sabría donde ir a buscar el falo, es decir que el padre ha podido
intervenir en su faz positiva en el Edipo otorgando, señalizando el camino para la mujer.

El drama avanza y Mónica se va de viaje por seis meses. Queda el escenario montado,
Ariel, Clara, Sandra y Mónica que se va. Clara puede juega su posición el amor por Ariel
se manifiesta en un crescendo. Ariel, al igual que el Sr K en Dora le ofrece de fondo a la
Sra. K, con quien despliega un interés ginecófilo. La Sra. K para Dora, tanto como
Mónica para Clara representan aquella mujer que podría responder a la pregunta sobre
la femineidad, que parecen guardar un saber sobre ese más allá del goce fálico ese no
toda que es una mujer. Sin embargo en Clara hay también una rivalidad especular con
Mónica, son dos para un solo lugar, el mismo hombre, la misma hija. Una
especulardidad que aviva el encono pero también el deseo vía identificación. Al igual
que Hamlet con Laertes en la escena del cementerio, donde se pone de manifiesto vía
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especular que el deseo es el deseo del otro. Y dónde esa escena, tan bien trabajada
por Lacan muestra la rivalidad, el odio, pero también el acicate del deseo.

Volviendo a Clara, el idilio llega a su punto culminante. Los meses en la ausencia


presente de Mónica transcurren en lo que parece un caldero erótico que llega al acto.
En efecto, a poco tiempo del regreso de Mónica, Clara nos relatará entre lagrimas de
culpa, confusión y de vergüenza (nótese aquí el indicio del pudor) como una noche
mientras dormían se encuentra sexualmente con Ariel.

La situación llega a su punto de máxima tensión al regreso de Mónica que parece


impulsar a que las posiciones vuelvan a su lugar. Así la adolescente que parece
avergonzada y culpable inventa una escusa sobre el cuidado de Sandra y se disculpa
con Mónica quien, según muestra el relato de Clara parecería intuir lo sucedido y le
dice que no se haga problema, que los niños olvidan, que los que no olvidan son los
adultos, hundiendo aún más a la pequeña mujer en la culpa y el desasosiego. Así la
Mónica pondrá fin a la relación de Clara con Sandra y marcara el territorio con respecto
Ariel, indicándoles que ella regresó y que no es necesario que siga cuidando a la niña.
En esta operación Mónica frustra en lo real a Clara de este objeto imaginario pene-
niño, que le daba el lugar imaginario de madre. En este contexto es como se precipita
el accidente de la joven. Sumida en la máxima confusión y dolor la adolescente se
encamina en su aturdimiento al golpe casi fatal. Relata que se dirige en bicicleta hacia
la avenida a toda velocidad y en una efervescencia de adrenalina que la hace sentir
arrojada y asertiva se abalanza en búsqueda de lo trágico. Enfila de contramano
anunciando y sabiendo que era imposible que no la chocaran. Así, el accidente se
produce, ella dice: “quería escuchar el “boom””. El golpe impacta en lo real de ese
cuerpo y ella vuela por el aire, momento en que según relata todo se hizo más claro y
el zumbido en los oídos cesó. Luego la inconsciencia, el silencio.

Me animo a conjeturar que esta escena puede enmarcarse dentro de las patologías del
Acto como Pasaje al Acto. Intentemos analizarlo. Nuevamente señalo una semejanza
con Dora. En efecto encuentro una similitud en el pasaje al acto que realiza pegándole
la bofetada al señor K como respuesta a lo que este le dice: “Junto a mi mujer no hay
nada”, es decir que deja sobre el tapete que detrás de su mujer no hay nada, que la
Sra. K no está en el circuito, lo que reduce a Dora a la condición de puro objeto. Así
también, Clara es reducida a puro objeto y en la singularidad de este caso no
encontrando lugar en el Otro, que por otra parte aparece totalizando los goces, de ese
hombre y esa niña que son solo para ella, para Mónica. Arriesgamos también que en la
escena del regreso de la mujer de Ariel, Clara se encontraría en la situación de
embarazo, avergonzada y culpable frente a esta mujer que viene a reclamar lo suyo. Así
confluyen en este accidente- intento de suicidio, la posición de objeto de desecho, el
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duelo, y la pulsión que queda librada a su empuje irrefrenable que busca desagotarse y
que golpea como Clara contra el pavimento, como el boom, esa onomatopeya que se
juga significante que intenta acotar ese real ominoso y desbocado. No puedo dejar de
señalar que esta escena también trae la presentificación del fantasma fundamental de
la neurosis, aquel que supo construir con brillantes Freud en su “Pegan a un Niño”, es
decir se pone en juego el soy siendo pegado, soy siendo golpeado, el auto, emblema
fálico masculino por excelencia en nuestra cultura, es contra lo que se abalanza Clara,
soy siendo golpeada, y el pensamiento en el momento del golpe se hace Claro, el
pensamiento se hace Clara, ella es siendo golpeada. So pena de caer en una
interpretación barroca, creo también que en este “accidente” está en juego la
ambigüedad de su cuerpo cambiante y al cual parece no poder adaptarse gracias al
mandato imperante del entorno de la danza. En efecto este gran Otro que constituye la
academia de danza le exige un cuerpo que va contra natura, un ideal inalcanzable y
peligroso. Como antes, planteábamos quiere a estas niñas mujeres, explota la
necesidad de madurez en cuanto a su sensibilidad, gracia y dominio corporal, a la vez
que rechaza lo inevitable del desarrollo corporal, los signos de la femineidad, el
aumento de peso, la redondez, los senos. Así clara también choca y golpea este cuerpo
que ya no es el de una nena y que muestra el ímpetu de la mujer en la que se está
convirtiendo.

La escena donde Clara finalmente puede contar lo sucedido en el “accidente” pone de


manifiesto otro de los caminos recorridos por los adolescentes, el del Acting Out. En
efecto, estando en terapia ella logra “confesar” y en una profunda congoja y llanto
dice: “me quise suicidar”, ante lo cual Guillermo parece, no hacer lugar a esta
declaración determinante, terrible y dolorosa, él vuelve sobre cuestiones teóricas sobre
el recuerdo. Ella insiste: “trate de suicidarme, no escuchas lo que te digo, no entendés”.
Instantes posteriores ella se levanta al baños y se toma un frasco de pastillas, vuelve al
consultorio para algunos minutos después desvanecerse. Así podemos ver que ese
llamado al Otro se hace acto, ante la imposibilidad de la palabra, ante este Otro que no
la aloja, ella busca convocar su deseo, deseo causa. Ella monta la escena en un intento,
peligroso y mortífero por cierto, de convocar su presencia.

Por último quisiera dedicar algunas palabras a la relación de Clara su madre. Parece
que la relación con ella es un tanto conflictiva y violenta, ella se queja de su madre, que
no la entiende, que es una tarada. Remitencia al enfrentamiento que bien señalaba
Freud de la hija con la madre por su condición de mujer, su condición de ser carente de
falo. En los dichos de la joven se deja entrever la falta de apoyo materno, la dificultad
de esta madre para validar sus elecciones con la danza: “para que quéres todo esto”
comenta que su madre le dice. En otro pasaje Clara llora desilusionada, porque la
madre no pudo ayudarla a escribir un informe que le pidió Guillermo que elaborara
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sobre ella misma, entre sollozos y bronca ella dice que su mamá no pudo decir nada
bueno de ella. En otras palabras ante el pedido de ser significada “por escrito” ella se
encuentra con la ausencia, con el vacío. Sin embargo esta madre parece habilitarle el
recorrido hacia alguna forma de femineidad, esta madre también cuestiona los
sacrificios a los que debe someterse por la danza, como por ejemplo la delgadez que
inhibe su desarrollo y como lo dice, hace desaparecer sus tetas, signo inequívoco de la
imagen corporal femenina. Así vemos en la cuarta sesión que Clara se presenta sin los
yesos y no ya con el atuendo propio para el estudio de ballet, sino con un vestido que
destaca su condición femenina, el rostro maquillado y unos zapatos de un rojo furioso
que expresan otro fetiche femenino. Es que la madre la ha llevado de shopping, ella se
eligió un vestido y su madre le regala esos zapatos, que la joven rechaza, pero que sin
embargo son los que usa para ir a esta sesión, en lo que, no sin ambigüedad muestra
los rasgos de identificación con el cuerpo femenino, y con los semblantes, mascarada
propios de la condición femenina y que habilitan que Clara renunciando a la condición
y cuerpo de niña, tenga el acceso a convertirse en una mujer, una entre todas, entre las
otras y otros semejantes.

Gonzalo J. Grande

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BIBLIOGRAFÍA

 Lacan, J. (1983). Hamlet: un caso clínico. En Lacan Oral. 1º Edición. Xavier


Bóveda. Ediciones.
 Lacan, J. (1996). Clases: 6, 7, 8. En El Seminario IV. 1ª Edición. Bs. As. Editorial
Paidós.
 Amigo, S. (1999). Clínica de los fracasos del fantasma. Rosario. Homo Sapiens
Ediciones. Cap: 1.
 Freud, S. (1919) Pegan a un niño. Contribución al conocimiento de la génesis de
las perversiones sexuales. En S. Freud. Obras Completas (Vol. XVII). Buenos
Aires: Amorrortu.
 Amigo, S. (1999).Cap: IX: El Despertar de la Primavera. En Clínica de los fracasos
del fantasma. Rosario. Homo Sapiens Ediciones.
 Allen, W; (1974) Como Acabar de Una Vez por Todas con la Cultura; Barcelona,
España; Tusquets

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