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DESDE EL CATECISMO A LA TEOLOGÍA

San Agustín, en su libro Costumbres de la Iglesia Católica (que escribe contra la secta de los
maniqueos) nos presenta la disposición espiritual que tenemos que tener al abordar el Misterio de
Dios y cualquier otro Misterio de nuestra fe, sobre todo al escuchar la Sagrada Escritura y la
Sagrada Tradición de la Iglesia, bajo la luz de la interpretación que nos da su Magisterio.1

Quaerite, miseri: nam talem fidem, qua Deo ¡Reparad y veréis, que estáis llenos de pobreza y
inconveniens aliquid creditur, nos vehementius et miseria! ¿Acaso nosotros no reprobamos con más
uberius accusamus; nam et in illis quae dicta sunt, fuerza y severidad que vuestra secta lo que
cum sic intelliguntur ut littera sonat, et atribuye a Dios cualidades que del todo son
simplicitatem corrigimus, et pertinaciam incompatibles con su naturaleza? ¿Acaso no
deridemus. Et alia multa, quae vos intelligere non corregimos la simplicidad de los que entienden
potestis, vetat eos credere catholica disciplina, qui literalmente los pasajes citados de las Escrituras o
non annis, sed studio atque intellectu excedentes no nos causa hasta risa su pertinacia pueril? Hay,
quamdam mentis pueritiam, in canos sapientiae además; otros puntos que vosotros no
promoventur. Nam et credere Deum loco aliquo comprendéis: que la doctrina católica prohíbe
quamvis infinito, per quantitatis quaecumque creer a los que, más bien por sus estudios e
spatia contineri, quam sit stultum docetur: et de inteligencia que por los años, han pasado de la
loco in locum, vel ipsum, vel aliquam ejus partem edad, digamos, de la infancia espiritual y van
moveri atque transire, arbitrari nefas habetur. Jam adelante en el conocimiento de la veneranda
vero aliquid ejus substantiae atque naturae sabiduría. Es una verdadera locura, según la
commutationem vel conversionem quolibet modo doctrina católica, creer que Dios está contenido en
pati posse si quis opinetur, mirae dementiae un lugar, aunque sea infinito; y un crimen creer
impietatisque damnabitur: ita fit ut apud nos que El mismo o una de sus partes se mueve y va
inveniantur pueri quidam, qui humana forma de un lugar a otro. Califica también de impío y
Deum cogitent, atque ita se habere suspicentur; necio el imaginarse solamente que pueda sufrir
qua opinione nihil est abjectius: sed inveniantur alteración o cambio en su naturaleza substancia.
item multi senes, qui ejus majestatem, non solum Verdad es que hay entre nosotros espíritus
super humanum corpus, sed etiam super ipsam infantiles que se representan a Dios como una
mentem manere inviolabilem atque forma humana y ceden, además, que así es su ser
incommutabilem, eadem ipsa mente conspiciant. o realidad, y no por eso deja de ser una opinión
Quas aetates, non tempore, sed virtute atque menos abyecta y despreciable; pero también es
prudentia discernendas esse jam dictum est. Apud verdad que hay otros muchos espíritus, muy
vos autem nemo quidem reperitur qui Dei adelantados en el conocimiento de la sabiduría,
substantiam humani corporis figuratione que ven con la inteligencia su inviolable e
describat: sed rursus, nemo qui ab humani erroris inmutable grandeza, trascendiendo no sólo los
labe sejungat. Itaque illi quos quasi vagientes cuerpos, sino la inteligencia misma. La edad aquí
Ecclesiae catholicae ubera sustentant, si ab no son los años: es la prudencia y sabiduría. Yo sé
haereticis non fuerint depraedati , pro suo quisque que en el seno de vuestra secta no hay nadie que
captu viribusque nutriuntur, perducunturque alius represente a la divinidad como la forma de un
sic, alius autem sic, primum in virum perfectum; cuerpo humano; pero no ignoro que tampoco hay
deinde ad maturitatem canitiemque sapientiae nadie que la preserve limpia del error humano.
perveniunt, ut eis quantum volunt, vivere ac Mientras que los que como a niños amamanta la
beatissime vivere liceat. Iglesia católica, si no nos los roban los herejes,
van desarrollándose cada uno según su capacidad
y necesidades, y avanzan hacia la edad del
hombre perfecto, y después hacia la madurez y
blancura de la sabiduría, y llegan, finalmente, en
la medida de su voluntad, a vivir una vida
felicísima.

Esta disposición espiritual implica un gran deseo de buscar la verdad, como dice San
Agustín en las primeras líneas del siguiente párrafo: Por tanto, seguir a Dios, es apetito de la
felicidad, pero conseguir a Dios, es la misma felicidad.

18. Secutio igitur Dei, beatitatis appetitus est: 18. Buscar a Dios es ansia o amor, de la felicidad,
1
San Agustín, Costumbres de la Iglesia Católica, L. 10, 17; L. 11, 18, BAC Madrid, 1948, pág.383-385.
consecutio autem, ipsa beatitas. At eum sequimur y su posesión la felicidad misma. Con el amor se
diligendo, consequimur vero, non cum hoc le sigue y se le posee, no identificándose con El,
omnino efficimur quod est ipse, sed ei proximi, sino uniéndose a El con un modo de contacto
eumque mirifico et intelligibili modo admirable e inteligible, totalmente iluminado el
contingentes, ejusque veritate et sanctitate penitus ser y preso con los dulces lazos de la verdad y de
illustrati atque comprehensi. Ille namque ipsum la santidad. El solo es la luz misma; nuestra luz es
lumen est; nobis autem ab eodem illuminari licet. iluminación suya. El camino de la felicidad es el
Maximum ergo quod ad beatam vitam ducit, primero y principal precepto del Señor: Amarás al
primumque mandatum est, Diliges Dominum Señor tu Dios con todo tu corazón y con todo tu
Deum tuum ex toto corde tuo et anima et mente. espíritu. A los amantes de Dios todo coopera a su
Diligentibus enim Deum omnia procedunt in bien. Es por lo que a continuación añade el mismo
bonum. Quamobrem paulo post idem Paulus: San Pablo: Estoy seguro que ni la muerte ni la
Certus sum, inquit, quod neque mors, neque vita, vida, ni los ángeles ni las potestades, ni las cosas
neque Angeli, neque virtus, neque instantia, neque presentes ni las futuras, ni lo que hay más alto ni
futura, neque altitudo, neque profundum, neque lo que hay de más profundo, ni criatura alguna,
creatura alia poterit nos separare a charitate Dei, nos podrá separar del amor de Dios, que es Cristo,
quae est in Christo Jesu Domino nostro (Rom. Señor nuestro: Se dice que a los que aman a Dios
VIII, 28, 38, 39) . Si igitur diligentibus Deum todo se ordena a su bien; y, por otra parte, nadie
omnia procedunt in bonum; et summum bonum, duda que el sumo bien, o el bien más excelente,
quod etiam optimum dicitur, non modo debe ser amado de tal modo que supere a todo
diligendum esse nemo ambigit, sed ita diligendum otro amor, y que éste es el sentido de estas
ut nihil amplius diligere debeamus; idque palabras: Con todo el alma, con todo el corazón y
significatur et exprimitur quod dictum est, Ex tota con todo el espíritu; ¿quién, pues, se atreverá a
anima, et ex toto corde, et ex tota mente: quis, poner en duda, establecido y firmemente creído
quaeso, dubitaverit, his omnibus constitutis, et esto, que sólo Dios es nuestro sumo bien, y que su
firmissime creditis, nihil nobis aliud esse posesión debe preferirse a todo, y que toda prisa
optimum, ad quod adipiscendum postpositis es poca para conseguirlo? Además, si no hay nada
caeteris festinare oporteat, quam Deum? Item si que nos pueda separar de su amor, ¿qué habrá ni
nulla res ab ejus charitate nos separat, quid esse mejor ni más seguro que este bien?
non solum melius, sed etiam certius hoc bono
potest?

Recorramos, pues, este camino “como niños que amamanta la Iglesia católica, que van
desarrollándose cada uno según su capacidad y necesidades, y avanzan hacia la edad del hombre
perfecto, y después hacia la madurez y blancura de la sabiduría, y llegan, finalmente, en la medida
de su voluntad, a vivir una vida felicísima”.

1. EN EL CATECISMO

Lo esencial sobre la enseñanza de la Iglesia sobre Dios lo encontramos en nuestro antiguo


catecismo de la doctrina cristiana, de perseverancia, del año 1938, donde se desarrolla el Artículo
primero de nuestra fe:

Articulo. 1°: Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.

DIOS

44.- ¿Quién es Dios Nuestro Señor?


Dios Nuestro señor es el Ser infinitamente perfecto, creador del cielo y de la tierra.

45.- ¿Hay un solo Dios?


Hay un solo Dios verdadero, creador del cielo y de la tierra, que premia a los buenos y castiga a
los malos.

46.- ¿Tiene Dios cuerpo como nosotros?


Dios no tiene cuerpo como nosotros porque es espíritu purísimo.

47.- ¿Dios ha existido siempre?


Dios ha existido siempre y siempre existirá porque es eterno.
48.- ¿Por qué decimos que Dios es todopoderoso?
Decimos que Dios es todopoderoso, porque con su sola voluntad hace todo cuanto quiere.

49.- ¿Dónde está Dios?


Dios está en el cielo, en la tierra y en todo lugar.

50.- ¿Dios lo ve todo?


Dios lo ve todo aún nuestros pensamientos.

51.- ¿Podemos nosotros ver a Dios?


Nosotros no podemos ver a Dios porque siendo espíritu purísimo, no tiene cuerpo como
nosotros.

DIOS TRINO O TRINIDAD DE DIOS

52.- ¿Quién es la Santísima Trinidad?


La Santísima Trinidad es el mismo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y
un solo Dios verdadero.

53.- ¿Cuál es la primera persona de la Santísima Trinidad?


La primera persona de la Santísima Trinidad es el Padre.

54.- ¿Cuál es la segunda persona de la Santísima Trinidad?


La segunda persona de la Santísima Trinidad es el Hijo.

55.- ¿Cuál es la tercera persona de la Santísima Trinidad?


La tercera persona de la Santísima Trinidad es el Espíritu Santo.

56.- ¿El Padre es Dios?


Si, el Padre es Dios.

57.- ¿El Hijo es Dios?


Si, el Hijo es Dios.

58.- ¿El Espíritu Santo es Dios?


Si, el Espíritu Santo es Dios.

59.- ¿Las tres personas de la Santísima Trinidad SON UN SOLO DIOS?


Si, las tres personas de la Santísima Trinidad son UN SOLO DIOS verdadero.

60.- ¿El Padre es el Hijo?


No, el Padre no es el Hijo.

61.- ¿El Espíritu Santo es el Padre o el Hijo?


No, el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo.

62.- ¿Por qué una persona de la Santísima Trinidad no es la otra?


Una persona de la Santísima Trinidad no es la otra porque son personas distintas, aunque las
tres son un solo Dios verdadero.

63.- ¿En Dios cuántas naturalezas, entendimientos y voluntades hay?


En Dios hay una sola naturaleza, un solo entendimiento y una sola voluntad.

64.- ¿Cuántas personas hay en Dios?


En Dios hay tres personas iguales y distintas, que son: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El Compendio del catecismo de la Iglesia Católica resume la doctrina sobre Dios,


desarrollando en primer lugar, la Revelación del Dios único.

«CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO,


CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»
36. ¿Por qué la profesión de fe comienza con «Creo en Dios»?

La profesión de fe comienza con la afirmación «Creo en Dios» porque es la más importante: la


fuente de todas las demás verdades sobre el hombre y sobre el mundo y de toda la vida del que
cree en Dios.

37. ¿Por qué profesamos un solo Dios?

Profesamos un solo Dios porque Él se ha revelado al pueblo de Israel como el Único, cuando
dice: «escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el Único Señor» (Dt 6, 4), «no existe ningún
otro» (Is 45, 22). Jesús mismo lo ha confirmado: Dios «es el único Señor» (Mc 12, 29).
Profesar que Jesús y el Espíritu Santo son también Dios y Señor no introduce división alguna en
el Dios Único.

38. ¿Con qué nombre se revela Dios?

Dios se revela a Moisés como el Dios vivo: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham,
el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3, 6). Al mismo Moisés Dios le revela su Nombre
misterioso: «Yo soy el que soy (YHWH)» (Ex 3, 14). El nombre inefable de Dios, ya en los
tiempos del Antiguo Testamento, fue sustituido por la palabra Señor. De este modo en el Nuevo
Testamento, Jesús, llamado el Señor, aparece como verdadero Dios.

39. ¿Sólo Dios «es»?

Mientras las criaturas han recibido de Él todo su ser y su poseer, sólo Dios es en sí mismo la
plenitud del ser y de toda perfección. Él es «el que es», sin origen y sin fin. Jesús revela que
también Él lleva el Nombre divino, «Yo soy» (Jn 8, 28).

40. ¿Por qué es importante la revelación del nombre de Dios?

Al revelar su Nombre, Dios da a conocer las riquezas contenidas en su misterio inefable: sólo Él
es, desde siempre y por siempre, el que transciende el mundo y la historia. Él es quien ha hecho
cielo y tierra. Él es el Dios fiel, siempre cercano a su pueblo para salvarlo. Él es el Santo por
excelencia, «rico en misericordia» (Ef 2, 4), siempre dispuesto al perdón. Dios es el Ser
espiritual, trascendente, omnipotente, eterno, personal y perfecto. Él es la verdad y el amor.

«Dios es el ser infinitamente perfecto que es la Santísima Trinidad» (Santo Toribio de


Mogrovejo)

41. ¿En qué sentido Dios es la verdad?

Dios es la Verdad misma y como tal ni se engaña ni puede engañar. «Dios es luz, en Él no hay
tiniebla alguna» (1 Jn 1, 5). El Hijo eterno de Dios, sabiduría encarnada, ha sido enviado al
mundo «para dar testimonio de la Verdad» (Jn 18, 37).

42. ¿De qué modo Dios revela que Él es amor?

Dios se revela a Israel como Aquel que tiene un amor más fuerte que el de un padre o una
madre por sus hijos o el de un esposo por su esposa. Dios en sí mismo «es amor» (1 Jn 4, 8.16),
que se da completa y gratuitamente; que «tanto amó al mundo que dio a su Hijo único para que
el mundo se salve por él» (Jn 3, 16-17). Al mandar a su Hijo y al Espíritu Santo, Dios revela
que Él mismo es eterna comunicación de amor.

43. ¿Qué consecuencias tiene creer en un solo Dios?

Creer en Dios, el Único, comporta: conocer su grandeza y majestad; vivir en acción de gracias;
confiar siempre en Él, incluso en la adversidad; reconocer la unidad y la verdadera dignidad de
todos los hombres, creados a imagen de Dios; usar rectamente de las cosas creadas por Él.

En segundo lugar, desarrolla la fe en la Trinidad divina.

44. ¿Cuál es el misterio central de la fe y de la vida cristiana?


El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los
cristianos son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

45. ¿Puede la razón humana conocer, por sí sola, el misterio de la Santísima Trinidad?

Dios ha dejado huellas de su ser trinitario en la creación y en el Antiguo Testamento, pero la


intimidad de su ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón
humana e incluso a la fe de Israel, antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del
Espíritu Santo. Este misterio ha sido revelado por Jesucristo, y es la fuente de todos los demás
misterios.

46. ¿Qué nos revela Jesucristo acerca del misterio del Padre?

Jesucristo nos revela que Dios es «Padre», no sólo en cuanto es Creador del universo y del
hombre sino, sobre todo, porque engendra eternamente en su seno al Hijo, que es su Verbo,
«resplandor de su gloria e impronta de su sustancia» (Hb 1, 3).

47. ¿Quién es el Espíritu Santo, que Jesucristo nos ha revelado?

El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es Dios, uno e igual al Padre y
al Hijo; «procede del Padre» (Jn 15, 26), que es principio sin principio y origen de toda la vida
trinitaria. Y procede también del Hijo (Filioque), por el don eterno que el Padre hace al Hijo. El
Espíritu Santo, enviado por el Padre y por el Hijo encarnado, guía a la Iglesia hasta el
conocimiento de la «verdad plena» (Jn 16, 13).

48. ¿Cómo expresa la Iglesia su fe trinitaria?

La Iglesia expresa su fe trinitaria confesando un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Las tres divinas Personas son un solo Dios porque cada una de ellas es idéntica a
la plenitud de la única e indivisible naturaleza divina. Las tres son realmente distintas entre sí,
por sus relaciones recíprocas: el Padre engendra al Hijo, el Hijo es engendrado por el Padre, el
Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

49. ¿Cómo obran las tres divinas Personas?

Inseparables en su única sustancia, las divinas Personas son también inseparables en su obrar: la
Trinidad tiene una sola y misma operación. Pero en el único obrar divino, cada Persona se hace
presente según el modo que le es propio en la Trinidad.

«Dios mío, Trinidad a quien adoro... pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada
y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente,
totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora» (Beata
Isabel de la Trinidad)

50. ¿Qué significa que Dios es Todopoderoso?

Dios se ha revelado como «el Fuerte, el Valeroso» (Sal 24, 8), aquel para quien «nada es
imposible» (Lc 1, 37). Su omnipotencia es universal, misteriosa y se manifiesta en la creación
del mundo de la nada y del hombre por amor, pero sobre todo en la Encarnación y en la
Resurrección de su Hijo, en el don de la adopción filial y en el perdón de los pecados. Por esto
la Iglesia en su oración se dirige a «Dios todopoderoso y eterno» («Omnipotens sempiterne
Deus...»).

Y en último lugar, el obrar de Dios ad extra por su Omnipotencia.

50. ¿Qué significa que Dios es Todopoderoso?

Dios se ha revelado como «el Fuerte, el Valeroso» (Sal 24, 8), aquel para quien «nada es
imposible» (Lc 1, 37). Su omnipotencia es universal, misteriosa y se manifiesta en la creación
del mundo de la nada y del hombre por amor, pero sobre todo en la Encarnación y en la
Resurrección de su Hijo, en el don de la adopción filial y en el perdón de los pecados. Por esto
la Iglesia en su oración se dirige a «Dios todopoderoso y eterno» («Omnipotens sempiterne
Deus...»).

El Catecismo de la Iglesia Católica es mucho más amplió, indicando ya el primer número la


estructura de su exposición catequística, que desarrollará en los próximos números; es decir, el
Misterio del Dios Uno, el Misterio de la Santísima Trinidad y el Misterio del Dios Creador por su
Omnipotencia:

CREO EN DIOS PADRE

198 Nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es “el Primero y el Ultimo” (Is
44,6), el Principio y el Fin de todo. El Credo comienza por Dios Padre, porque el Padre es la
Primera Persona Divina de la Santísima Trinidad; nuestro Símbolo se inicia con la creación del
Cielo y de la tierra, ya que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de
Dios.

La afirmación fundamental de nuestra fe es acerca de la unicidad de Dios (A).

Artículo 1: “CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO, CREADOR DEL CIELO Y


DE LA TIERRA”

Párrafo 1 CREO EN DIOS

199 “Creo en Dios”: Esta primera afirmación de la profesión de fe es también la más


fundamental. Todo el Símbolo habla de Dios, y si habla también del hombre y del mundo, lo
hace por relación a Dios. Todos los artículos del Credo dependen del primero, así como los
mandamientos son explicitaciones del primero. Los demás artículos nos hacen conocer mejor a
Dios tal como se reveló progresivamente a los hombres. “Los fieles hacen primero profesión de
creer en Dios” (Catech.R. 1,2,2).

I “CREO EN UN SOLO DIOS”

200 Con estas palabras comienza el Símbolo de Nicea-Constantinopla. La confesión de la


unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación Divina en la Antigua Alianza, es
inseparable de la confesión de la existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es
Único: no hay más que un solo Dios: “La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por
naturaleza, por substancia y por esencia” (Catech.R., 1,2,2).

201 A Israel, su elegido, Dios se reveló como el Único: “Escucha Israel: el Señor nuestro Dios
es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza” (Dt 6,4-5). Por los profetas, Dios llama a Israel y a todas las naciones a volverse a él, el
Único: “Volveos a mí y seréis salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no
existe ningún otro...ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: ¡Sólo en Dios
hay victoria y fuerza!” (Is 45,22-24; cf. Flp 2,10-11).

202 Jesús mismo confirma que Dios es “el único Señor” y que es preciso amarle con todo el
corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas (cf. Mc 12,29-30). Deja al
mismo tiempo entender que él mismo es “el Señor” (cf. Mc 12,35-37). Confesar que “Jesús es
Señor” es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Único. Creer en el
Espíritu Santo, “que es Señor y dador de vida”, no introduce ninguna división en el Dios único:

Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios, inmenso e
inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres
Personas, pero una Esencia, una Substancia o Naturaleza absolutamente simple (Cc. de Letrán
IV: DS 800).

Este Dios reveló su nombre y sus atributos de misericordia y clemencia, mostrando que sólo
el Es (B).

II DIOS REVELA SU NOMBRE


203 A su pueblo Israel Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la
esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una
fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera,
comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser
invocado personalmente.

204 Dios se reveló progresivamente y bajo diversos nombres a su pueblo, pero la revelación del
Nombre Divino, hecha a Moisés en la teofanía de la zarza ardiente, en el umbral del Éxodo y de
la Alianza del Sinaí, demostró ser la revelación fundamental tanto para la Antigua como para la
Nueva Alianza.

El Dios vivo

205 Dios llama a Moisés desde una zarza que arde sin consumirse. Dios dice a Moisés: “Yo soy
el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3,6). Dios
es el Dios de los padres. El que había llamado y guiado a los patriarcas en sus peregrinaciones.
Es el Dios fiel y compasivo que se acuerda de ellos y de sus promesas; viene para librar a sus
descendientes de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y del tiempo lo puede y lo
quiere, y que pondrá en obra toda su Omnipotencia para este designio.

“Yo soy el que soy”

Moisés dijo a Dios: Si voy a los hijos de Israel y les digo: El Dios de vuestros padres me ha
enviado a vosotros; cuando me pregunten: ¿Cuál es su nombre?', ¿qué les responderé?” Dijo
Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”. Y añadió: “Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me ha
enviado a vosotros”...Este es ni nombre para siempre, por él seré invocado de generación en
generación” (Ex 3,13-15).

206 Al revelar su nombre misterioso de YHWH, “Yo soy el que es” o “Yo soy el que soy” o
también “Yo soy el que Yo soy”, Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este
Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un Nombre revelado y como
la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que él
es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el “Dios
escondido” (Is 45,15), su nombre es inefable (cf. Jc 13,18), y es el Dios que se acerca a los
hombres.

207 Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para
siempre, valedera para el pasado (“Yo soy el Dios de tus padres”, Ex 3,6) como para el porvenir
(“Yo estaré contigo”, Ex 3,12). Dios que revela su nombre como “Yo soy” se revela como el
Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo.

208 Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la
zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la
Santidad Divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: “¡Ay de mí, que estoy
perdido, pues soy un hombre de labios impuros!” (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús
realiza, Pedro exclama: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5,8). Pero
porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de él: “No
ejecutaré el ardor de mi cólera...porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo” (Os
11,9). El apóstol Juan dirá igualmente: “Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de
que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo”
(1 Jn 3,19-20).

209 Por respeto a su santidad el pueblo de Israel no pronuncia el Nombre de Dios. En la lectura
de la Sagrada Escritura, el Nombre revelado es sustituido por el título divino “Señor”
(“Adonai”, en griego “Kyrios”). Con este título será aclamada la divinidad de Jesús: “Jesús es
Señor”.

“Dios misericordioso y clemente”

210 Tras el pecado de Israel, que se apartó de Dios para adorar al becerro de oro (cf. Ex 32),
Dios escucha la intercesión de Moisés y acepta marchar en medio de un pueblo infiel,
manifestando así su amor (cf. Ex 33,12-17). A Moisés, que pide ver su gloria, Dios le responde:
“Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad (belleza) y pronunciaré delante de ti el nombre de
YHWH” (Ex 33,18-19). Y el Señor pasa delante de Moisés, y proclama: “YHWH, YHWH,
Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad” (Ex 34,5-6).
Moisés confiesa entonces que el Señor es un Dios que perdona (cf. Ex 34,9).

211 El Nombre Divino “Yo soy” o “El es” expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la
infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece, “mantiene su amor por mil
generaciones” (Ex 34,7). Dios revela que es “rico en misericordia” (Ef 2,4) llegando hasta dar
su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que él mismo lleva el
Nombre divino: “Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy” (Jn
8,28)

Solo Dios ES

212 En el transcurso de los siglos, la fe de Israel pudo desarrollar y profundizar las riquezas
contenidas en la revelación del Nombre divino. Dios es único; fuera de él no hay dioses (cf. Is
44,6). Dios transciende el mundo y la historia. El es quien ha hecho el cielo y la tierra: “Ellos
perecen, mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan...pero tú siempre el mismo, no
tienen fin tus años” (Sal 102,27-28). En él “no hay cambios ni sombras de rotaciones” (St 1,17).
El es “El que es”, desde siempre y para siempre y por eso permanece siempre fiel a sí mismo y
a sus promesas.

213 Por tanto, la revelación del Nombre inefable “Yo soy el que soy” contiene la verdad que
sólo Dios ES. En este mismo sentido, ya la traducción de los Setenta y, siguiéndola, la
Tradición de la Iglesia han entendido el Nombre divino: Dios es la plenitud del Ser y de toda
perfección, sin origen y sin fin. Mientras todas las criaturas han recibido de él todo su ser y su
poseer. El solo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es.

También el Dios que Es, se revela como Verdad y Amor, insinuando así el Misterio de la
Santísima Trinidad (C).

III DIOS, “EL QUE ES”, ES VERDAD Y AMOR

214 Dios, “El que es”, se reveló a Israel como el que es “rico en amor y fidelidad” (Ex 34,6).
Estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino. En todas sus
obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad,
su constancia, su fidelidad, su verdad. “Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad” (Sal
138,2; cf. Sal 85,11). El es la Verdad, porque “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn
1,5); él es “Amor”, como lo enseña el apóstol Juan (1 Jn 4,8).

Dios es la Verdad

215 “Es verdad el principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios” (Sal 119,160).
“Ahora, mi Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad” (2 S 7,28); por eso las promesas
de Dios se realizan siempre (cf. Dt 7,9). Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden
engañar. Por ello el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de
la palabra de Dios en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una
mentira del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su
fidelidad.

216 La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del gobierno del
mundo (cf. Sb 13,1-9). Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf. Sal 115,15), es el único
que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas creadas en su relación con El (cf.
Sb 7,17-21).

217 Dios es también verdadero cuando se revela: La enseñanza que viene de Dios es “una
doctrina de verdad” (Ml 2,6). Cuando envíe su Hijo al mundo, será para “dar testimonio de la
Verdad” (Jn 18,37): “Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para
que conozcamos al Verdadero” (1 Jn 5,20; cf. Jn 17,3).
Dios es Amor

218 A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para
revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt 4,37;
7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de
salvarlo (cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados (cf. Os 2).

219 El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (Os 11,1). Este amor
es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su Pueblo más
que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez
16; Os 11); llegará hasta el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único” (Jn 3,16).

220 El amor de Dios es “eterno” (Is 54,8). “Porque los montes se correrán y las colinas se
moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará” (Is 54,10). “Con amor eterno te he amado: por
eso he reservado gracia para ti” (Jr 31,3).

221 Pero S. Juan irá todavía más lejos al afirmar: “Dios es Amor” (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de
Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor,
Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1 Cor 2,7-16; Ef 3,9-12); él mismo es una eterna
comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.

La segunda afirmación fundamental de nuestra fe es el Misterio de la Santísima Trinidad.


Que de modo análogo a la revelación del Dios Único, el catecismo desarrolla el tema de la Trinidad
(A), luego de la Revelación de este Misterio (B) y por último, la profundización de este Misterio
por parte de la Iglesia (C). Advirtamos como el número 235 nos da la estructura de esta parte del
Catecismo.

Párrafo 2 EL PADRE

I “EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO”

232 Los cristianos son bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt
28,19). Antes responden “Creo” a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el
Hijo y en el Espíritu: “Fides omnium christianorum in Trinitate consistit” (“La fe de todos los
cristianos se cimienta en la Santísima Trinidad”) (S. Cesáreo de Arlés, symb.).

233 Los cristianos son bautizados en “el nombre” del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no
en “los nombres” de estos (cf. Profesión de fe del Papa Vigilio en 552: DS 415), pues no hay
más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima
Trinidad.

234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es


el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la
luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la “jerarquía de las
verdades de fe” (DCG 43). “Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del
camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se
revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos” (DCG
47).

235 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio de la


Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este
misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios
Padre realiza su “designio amoroso” de creación, de redención, y de santificación (III).

236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la “Theologia” y la “Oikonomia”, designando con
el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras
de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la “Oikonomia” nos es revelada la
“Theologia”; pero inversamente, es la “Theologia”, quien esclarece toda la “Oikonomia”. Las
obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo
ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas
humanas, La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona,
mejor comprendemos su obrar.

237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los “misterios escondidos en


Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto” (Cc. Vaticano I: DS 3015.
Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su
Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa
constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la
Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.

Por ser un Misterio de fe, en sentido estricto, uno de los “misterios escondidos en Dios, que
no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto”, fue revelado por el mismo Jesucristo,
Palabra eterna del Padre, su Hijo Unigénito, en el Espíritu Santo (B).

II LA REVELACION DE DIOS COMO TRINIDAD

El Padre revelado por el Hijo

238 La invocación de Dios como “Padre” es conocida en muchas religiones. La divinidad es


con frecuencia considerada como “padre de los dioses y de los hombres”. En Israel, Dios es
llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en
razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su “primogénito” (Ex 4,22). Es llamado también
Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente “el Padre de los pobres”, del
huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).

239 Al designar a Dios con el nombre de “Padre”, el lenguaje de la fe indica principalmente dos
aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo
tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser
expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más
expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la
fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros
representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres
humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad.
Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es
hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal
27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.

240 Jesús ha revelado que Dios es “Padre” en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto
Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es Hijo sólo
en relación a su Padre: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27).

241 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como “el Verbo que en el principio estaba junto a
Dios y que era Dios” (Jn 1,1), como “la imagen del Dios invisible” (Col 1,15), como “el
resplandor de su gloria y la impronta de su esencia” Hb 1,3).

242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el
primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es “consubstancial” al Padre, es decir, un solo
Dios con él. El segundo concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó
esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó “al Hijo Único de Dios,
engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado no creado, consubstancial al Padre” (DS 150).

El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu

243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu
Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y “por los profetas” (Credo de Nicea-
Constantinopla), estará ahora junto a los discípulos y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf.
Jn 14,16) y conducirlos “hasta la verdad completa” (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así
como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a
los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona,
una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del
Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa
Trinidad.

245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio ecuménico en el
año 381 en Constantinopla: “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede
del Padre” (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como “la fuente y el origen de toda la
divinidad” (Cc. de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu
Santo está en conexión con el del Hijo: “El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la
Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma
naturaleza: Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del
Padre y del Hijo” (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de
Constantinopla (año 381) confiesa: “Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y
gloria” (DS 150).

246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu “procede del Padre y del Hijo
(filioque)”. El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: “El Espíritu Santo tiene su
esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del
Otro como de un solo Principio y por una sola espiración...Y porque todo lo que pertenece al
Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta
procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que
lo engendró eternamente” (DS 1300-1301).

247 La afirmación del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en


Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa S. León
la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. DS 284) antes incluso que Roma
conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de
esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y
XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina
constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.

248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por
relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como “salido del Padre” (Jn 15,26), esa
tradición afirma que este procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental
expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el
Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice “de manera legítima y razonable” (Cc.
de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión
consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que “principio
sin principio” (DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Único, sea con él “el
único principio de que procede el Espíritu Santo” (Cc. de Lyon II, 1274: DS 850). Esta legítima
complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo
misterio confesado.

Y si bien, ciertamente, la razón ilustrada por la fe, cuando busca cuidadosa, pía y
sobriamente, alcanza por don de Dios alguna inteligencia, y muy fructuosa, de los misterios, ora
por analogía de lo que naturalmente conoce, ora por la conexión de los misterios mismos entre sí y
con el fin último del hombre; nunca, sin embargo, se vuelve idónea para entenderlos totalmente, a
la manera de las verdades que constituyen su propio objeto. Porque los misterios divinos, por su
propia naturaleza, de tal manera sobrepasan el entendimiento creado que, aun enseñados por la
revelación y aceptados por la fe; siguen, no obstante, encubiertos por el velo de la misma fe y
envueltos de cierta oscuridad, mientras en esta vida mortal peregrinamos lejos del Señor; pues por
fe caminamos y no por visión [2 Cor. 5, 6 s]. (cf. Cc. Vaticano I: DS 3016). Por eso la Iglesia a lo
largo de los siglos fue formando este dogma (C).

III LA SANTISIMA TRINIDAD EN LA DOCTRINA DE LA FE

La formación del dogma trinitario


249 La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva
de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe
bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas
formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la
liturgia eucarística: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del
Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Co 13,13; cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,4-6).

250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para
profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la
deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los
Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.

251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología
propia con ayuda de nociones de origen filosófico: “substancia”, “persona” o “hipóstasis”,
“relación”, etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido
nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio
inefable, “infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana”
(Pablo VI, SPF 2).

252 La Iglesia utiliza el término “substancia” (traducido a veces también por “esencia” o por
“naturaleza”) para designar el ser divino en su unidad; el término “persona” o “hipóstasis” para
designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término “relación”
para designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.

Fijando la Iglesia definitivamente las verdades que debemos creer y que por la teología
debemos profundizar, para tener una cierta intelección de Aquello que contemplaremos por toda la
eternidad en el Reino de los Cielos.

El dogma de la Santísima Trinidad

253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: “la
Trinidad consubstancial” (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se
reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: “El Padre es lo
mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el
Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza” (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530).
“Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza
divina” (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 804).

254 Las personas divinas son realmente distintas entre si. “Dios es único pero no solitario”
(Fides Damasi: DS 71). “Padre”, “Hijo”, Espíritu Santo” no son simplemente nombres que
designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: “El que es el Hijo no
es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo”
(Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: “El
Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede”
(Cc. Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.

255 Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las personas entre sí,
porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a
otras: “En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al
Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas
considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia” (Cc. de Toledo XI, año
675: DS 528). En efecto, “todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación” (Cc. de
Florencia, año 1442: DS 1330). “A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en
el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está
todo en el Padre, todo en el Hijo” (Cc. de Florencia 1442: DS 1331).

256 A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio Nacianceno, llamado también “el


Teólogo”, confía este resumen de la fe trinitaria:
Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir,
que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión
de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de
poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida.
Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una
manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que
eleve o grado inferior que abaje...Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno,
considerado en sí mismo, es Dios todo entero...Dios los Tres considerados en conjunto...No he
comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he
comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo... (0r. 40,41: PG
36,417).

Del Misterio de la Santísima Trinidad derivan todos los otros Misterios: el Misterio del
Padre creador, del Hijo redentor (Cristología) y del Espíritu Santo santificador (Eclesiología).

IV LAS OBRAS DIVINAS Y LAS MISIONES TRINITARIAS

257 “¡O lux beata Trinitas et principalis Unitas!” (“¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad
esencial!”) (LH, himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios
es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida
bienaventurada. Tal es el “designio benevolente” (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del
mundo en su Hijo amado, “predestinándonos a la adopción filial en él” (Ef 1,4-5), es decir, “a
reproducir la imagen de su Hijo” (Rom 8,29) gracias al “Espíritu de adopción filial” (Rom
8,15). Este designio es una “gracia dada antes de todos los siglos” (2 Tm 1,9-10), nacido
inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de
la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la
misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).

258 Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad,
del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma
operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio” (Cc. de Florencia, año 1442: DS
1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal.
Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): “uno es Dios y Padre de
quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno
el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre
todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que
manifiestan las propiedades de las personas divinas.

259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las
personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de
las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el
Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el
Espíritu lo mueve (cf. Rom 8,14).

260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta
de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser
habitados por la Santísima Trinidad: “Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y
mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).

Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para
establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada
pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más
lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada
y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente,
totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora
(Oración de la Beata Isabel de la Trinidad).

2. EN LA TEOLOGÍA
Mons. Ricardo Ferrara, en su libro El misterio de Dios. Correspondencias y paradojas,2 nos
presenta la siguiente propuesta sistemática, para acceder al Tratado del Dios Uno y Trino.

El tratado de Dios, uno en esencia y trino en personas, encabeza la teología sistemática y


configura la primera aplicación del método teológico establecido por la teología fundamental.
La complejidad de este método puede ser reducida aquí a la simplicidad de los dos momentos
del creer y del entender anselmianos o del asentir y del pensar de la definición agustiniana de la
fe. En el momento del escuchar o asentir se subraya la recepción de la Palabra de Dios revelada
en la Biblia y en la Tradición, mientras que en el momento del pensar o del entender se pone en
juego su apropiación por el creyente, quien en correspondencia con la trascendencia del
Misterio moviliza todas sus dimensiones espirituales — incluida la dimensión de su inteligencia
abierta a lo metafísico y a Dios — en orden a «comprender», no a demostrar ni a lograr una
certeza superior a la fe:

El precepto... crede ut intelligas no significa: cree para que puedas juzgar; porque la fe es ya un
juicio. Tampoco significa: cree para que puedas demostrar; porque las verdades de la fe no
admiten demostración humana. El precepto significa... cree para que puedas comprender... La
finalidad de la sistematización no es aumentar la certeza, sino promover la comprensión
(Lonergan, MT, 324).

Siguiendo la clásica distinción del “auditus fidei” y del “intellectus fidei” podemos hablar de
una cierta “narración” y de una cierta “sistematización” de este tratado.

Con los momentos del escuchar y del entender se corresponderán, sólo aproximativamente, las
dos secciones, narrativa (A) y sistemática (B), en las que subdividiremos cada parte del tratado
de Dios uno y trino, en conformidad con FR 66. Porque el «escuchar» del auditus fidei
predominará en la sección narrativa, pero se mantendrá en cada tesis de la sección sistemática,
en forma de fundamentación dogmática. A su vez, el «pensar interrogativo» del intellectus fidei
caracterizará la sección sistemática, aunque su cuestionarse anticipe en las problemáticas
expuestas en la sección narrativa. Luego ambas secciones se refieren al dato de fe y pertenecen
a la «teología dogmática», pero lo que las distinguirá será el diverso orden, histórico o
sistemático, adoptado en la exposición.

La narración es más semejante al modo como Dios se ha ido revelando a lo largo de la


historia del hombre, particularmente en la historia del Antiguo Pueblo de Dios, como en la historia
de la Iglesia.

En la sección narrativa el creer y el preguntar se desplegarán en una sucesión de momentos o


etapas temporales (antigüedad, medioevo, modernidad) que mostrarán el surgir de los temas y
problemas del tratado, siguiendo el orden de su descubrimiento (ordo inventionis), orden que
coincide en parte con la historia misma de la revelación (Biblia, Tradición) pero también con la
historicidad y contingencia de las sucesivas problemáticas y cuestionamientos. En la sección
narrativa no se trata sólo de presentarla continuidad de la «evolución homogénea del dogma».
Si por «profecía» entendemos la interpretación que discierne una secuencia pasada y una
dirección futura, entonces ella «es el lenguaje de la historia, es decir, intenta comprender las
rupturas que acompasan la trama del tiempo» (Lafont, SP, 16).

En cambio, las sistematización, busca llegar al Misterio, arribar a la verdad misma de Dios,
en la medida que en esta vida podamos entenderla (no comprenderla).

Pero «el orden seguido en el descubrimiento es muy distinto del orden seguido en la enseñanza»
(Lonergan, MT, 333). En este orden la sabiduría, «a diferencia de la profecía, se interesa menos
por las rupturas que por las correspondencias, las articulaciones, las armonías... Más que a la
interpretación, se consagra a la afirmación» (Lafont, SP, 19). Luego en la sección sistemática
atenderemos a la comprensión especulativa propia del orden doctrinal más allá del ordo
inventionis configurado por la búsqueda heurística de datos, el comentario hermenéutico de
2
Ricardo Ferrara, El misterio de Dios. Correspondencias y paradojas, Sígueme, Salamanca 2005, pág. 31-38.
textos (lectio) y la discusión dialéctica de problemas (quaestio):

Pues consideramos que los que se inician en esta doctrina encuentran dificultades... en parte
porque lo que ellos necesitan saber no se les entrega según el orden de la disciplina sino según
lo requerido por el comentario de libros o según lo que se disputaba ocasionalmente (Tomás, ST
I Prol.).
Sin desatender al orden del descubrimiento, propio de la sección narrativa, buscaremos dar un
relieve mayor a la comprensión lograda por el orden especulativo de la sección sistemática. Por
esto, y conscientes de la dificultad de su comunicación, no podemos evitar justificar desde el
inicio la ubicación del tratado de Dios en el conjunto de la teología dogmática, así como su
articulación interna en dos formalidades del mismo misterio de Dios: Dios en la identidad de su
ser simple e infinitamente perfecto y Dios en la distinción de las tres personas divinas.

Siguiendo este orden, debemos profundizar en esa distinción de los Santos Padres, conforme
nos dice el Catecismo, entre: la «theologia» y la «oikonomia».

El misterio de la vida intima del Dios-Trinidad (theologia) es el fundamento sistemático de


todas sus obras (oikonomia: creación, redención, santificación), aun cuando éstas sean su
presupuesto en el orden del descubrimiento. Tal es la «circularidad» de la «theologia» y la
«oikonomia» enseñada por el Catecismo de la Iglesia católica (CCE): «Las obras de Dios
revelan quién es en sí mismo e, inversamente, el misterio de su ser intimo ilumina la
inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas: la
persona se muestra en su obrar y, a medida que la conocemos más, mejor comprendemos su
obrar» (CCE 236). Así, por una parte, la Trinidad «inmanente» (Dios Padre, Hijo y Espíritu
santo en sus eternos orígenes y relaciones) goza de una prioridad ontológica, en cuanto
fundamento supratemporal de la Trinidad «económica» (desplegada en la historia salvífica
gestada por el Padre en la creación, por el Hijo en la redención y por el Espíritu en la
santificación): «El misterio de la Santísima Trinidad es... el misterio de Dios en si mismo... Es
la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe» (CCE 234). Por
otra parte, estas obras divinas reveladas en la «economía salvífica» gozan de una prioridad
gnoseológica: ellas han permitido el primer discernimiento de las tres personas divinas, previo a
su posterior distinción por sus propiedades personales en la Trinidad inmanente (ingénito el
Padre, genito el Hijo, procedente o espirado el Espirito santo).

«Oikonomia» cuyo centro es la revelación que nos trajo Jesucristo, por lo cual se plantea las
relaciones profundas que hay entre el Tratado de Cristo y el Tratado del Dios Uno y Trino.

En un documento consagrado a las relaciones entre tratado de Dios, tratado de Cristo y tratado
del hombre, la Comisión teológica internacional sostuvo que la antedicha «circularidad»
ilumina la relación entre «la economía de Jesucristo y la revelación de Dios» (TCA, 245)16.
Sólo «la relación complementaria entre los dos caminos, el que desciende de Dios a Jesucristo y
el que regresa a Dios desde Jesucristo» permite una sana distinción que, siguiendo el modelo
del concilio de Calcedonia, evite aquellos extremos de la confusión y de la separación (TCA,
245) gestados en un complicado proceso de la teología y la filosofía contemporáneas, sobre el
que volveremos en el final de la sección narrativa (infra, 128-135).

Siguiendo al Concilio de Calcedonia, Mons. Ricardo Ferrara nos señala los extremos que se
pueden caer en estas consideraciones. El primer lugar, la confusión de las dos naturalezas (la divina
y la humana).

1. A la confusión de la cristología con el tratado de Dios llevaban el fideísmo y el


«cristomonismo» barthiano, cuando sostenían «que el nombre de Dios carece de todo sentido
fuera de Jesucristo y que no hay otro saber de Dios que el originado en la revelación cristiana»
(TCA, 245). Por cierto, sólo por Jesucristo llegamos a un «conocimiento recto y pleno» de
Dios, revelado como Padre, Hijo y Espíritu santo; pero en el conocimiento de Dios al que nos
encaminan algunas filosofías y algunas religiones hay elementos válidos, aun cuando no
siempre rectos ni, por cierto, capaces de configurar un conocimiento pleno de Dios.

Observando:
Al respecto cabe un triple género de observaciones. En primer lugar, el fideísmo «biblicista» es
desmentido por el mismo testimonio de la Biblia (Sab 13, 1-5, Rom 1, 19-21 y Heb 17, 22-31),
como veremos luego en la sección sistemática (infra, 158-160). En segundo lugar, la
exasperación «gnóstica» de lo «específicamente cristiano», en desmedro de la revelación del
Dios único, iniciada en el Antiguo Testamento, se contradice con la misma pedagogía divina:
durante siglos Dios propuso al pueblo elegido su alianza y su intimidad, antes de revelar su
misterio trinitario y su decisión de hacerse hombre, sin que por ello la fe haya sido falsa en ese
tiempo de preparación. Finalmente, el «cristomonismo» se contradice «con el estilo teocéntrico
de Jesús, que afirma que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es su propio Padre», y queda
incapacitado para entender la confesión cristológica: «Jesús es el Hijo de Dios» (TCA, 245). En
efecto, sin un conocimiento previo de lo que es Dios, ¿cómo podríamos decir que Jesús es
Dios? ¿cómo podríamos entender que el Padre, el Hijo y el Espíritu santo «son un solo y mismo
Dios»? «Fuera de un conocimiento natural de Dios (por implícito que sea) no tendríamos
ningún principio judicatorio que permitiera fundar el reconocimiento de una revelación divina
en la historia; nada nos autorizarla a afirmar que el Dios de la Biblia es nuestro Dios».

En segundo lugar la separación de las dos naturalezas (la divina y la humana).

2. Al extremo opuesto, es decir, la separación entre cristología y tratado de Dios, se llega desde
premisas contrarias sólo en apariencia. Desde la errónea presunción de que el concepto del
«Dios uno» estaría suficientemente elaborado por la teología filosófica, se postula que a la
teología cristiana sólo le tocarla desarrollar un tratado de «Dios trino» (TCA, 246). Ahora bien,
esta presunción no tiene en cuenta «la novedad de la revelación hecha al pueblo de Israel y
aquella novedad más radical contenida en la fe cristiana, minimizando el valor del
acontecimiento de Jesucristo» (TCA, 245). Con el «Dios de los filósofos» y con el Dios de las
religiones no monoteístas contrasta la novedad del Dios revelado en el Antiguo Testamento,
único y personal, trascendente a la historia y presente en ella mediante su providencia
sobrenatural, mientras que la radical novedad de la fe cristiana reside en el conocimiento pleno
de Dios revelado en Cristo como Padre, Hijo y Espíritu santo.

Separación que nos lleva a desviaciones doctrinales de nuestra época.

La separación se exaspera en la figura inversa, que postula no ya un cristomonismo, sino una


«autosuficiencia de la cristología, cerrada sobre si misma, omitiendo toda referencia a Dios»
(TCA, 246). Tal es el caso de las cristologías de la muerte de Dios» de fines de los años sesenta,
referidas a Cristo como «el [mero] hombre para los demás», con total prescindencia del
discurso sobre Dios”. También cabe enumerar toda «jesuología» limitada a un Jesús que es un
mero hombre del pasado, no el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Por tanto, la opción metodológica es seguir la propuesta de Calcedonia que integra el


Misterio de Cristo a la luz de la unidad de su Persona.

3. Luego, si queremos mantener una distinción sin confusión ni separación entre cristología y
problema de Dios, entonces debemos admitir que «hay reciprocidad y circularidad entre el
camino que busca entender a Jesús desde la luz de Dios y el que encuentra a Dios en Jesús»
(TCA, 246). Ambos caminos se presuponen y deben complementarse mutuamente.

De aquí la propuesta sistemática que nos propone Mons. Ricardo Ferrara:

En las secciones sistemáticas acentuaremos el camino que «desciende» de Dios a Jesucristo y


que busca «entender a Jesús desde la luz de Dios». Este itinerario, ya insinuado en Jn 14, 1
(«creéis en Dios, creed también en mi»), fue adoptado por Pablo VI en sus catequesis acerca de
Dios. Pero en las secciones narrativas atendemos al camino «ascendente», y sin desdeñar los
valiosos interrogantes y respuestas legados por religiones y filosofías, nos apoyamos en el
testimonio bíblico y, sobre todo, en Jesús come revelador del Padre. Sin pretender desarrollar un
tratado de cristología, ya aquí comenzaremos a recorrer el camino que «encuentra a Dios en
Jesús y nos hace regresar al Padre desde Jesucristo». Esta resolución cristológica configurará
casi todas las paradojas y tesis que integran las secciones sistemáticas, aun aquellas que
convergen con las conclusiones de la teología filosófica, tales como la inmensidad,
inmutatibilidad, eternidad y unicidad de Dios (Cf. p. 195, 201, 216, 225).

Donde de Deo Uno está íntimamente relacionado con de Deo Trino.

Dividimos el tratado de Dios en si mismo en dos partes, las cuales se corresponden con dos
acercamientos o con una doble consideración metódica: (I) Dios absolutamente considerado en
su «ser en» (esse in), en la identidad de la única divinidad, poseída enteramente y en mutua
comunicación y comunión por cada una de las tres personas divinas; y (II) Dios relativamente
considerado en su «ser hacia» (esse ad), en la distinción y oposición de relaciones fundadas en
esa mutua comunicación (processiones).

Ya que no son dos Tratados, sino dos aspectos de un mismo Tratado.

Por estos dos momentos metódicos estamos pasando de un aspecto absoluto a un aspecto
relativo en el mismo misterio de Dios uno y trino, sin que en esta identidad real de lo absoluto y
lo relativo (cf. infra, 99s, 515-51 9) pongamos dos realidades distintas, como si la «deidad»
fuera realmente distinta de «Dios» o -menos aún- superior a «Dios» o como si la «deidad» o
«Dios» fueran realmente distintas o superiores a las personas divinas del Padre, del Hijo y del
Espíritu santo (cf. infra, 102s).

En este sentido, se sigue la línea de Santo Tomás, el cual a su vez se inspira en los Padres
Capadocios.

Las dos partes del tratado de Dios se denominan en la jerga corriente «Dios uno y trino».
Priorizando lo metafísico (ser-persona) sobre lo matemático (uno-tres) cabría decir: «De la
unidad del ser divino - De la trinidad de las personas» (cf. ST 1, 27, prol). Esta doble
consideración del misterio de Dios se impuso desde la patrística posnicena. En su Theologia,
san Gregorio Niseno exponía al politeísta griego la unidad de la esencia divina antes de
proponer al monoteísta judío la trinidad de las personas divinas (Oratio catechetica magna; cf.
PG 45, 9-20), mientras que, para justificarla distinción y unión de los dos momentos, san
Basilio daba este ejemplo:

La deidad es común pero la paternidad y la filiación son propiedades. De la combinación de


ambos elementos, lo común y lo propio, se obra en nosotros la comprensión de la verdad.
Cuando oímos hablar de una luz ingenerada pensamos en el Padre, mientras que luz generada
nos hace pensar en el Hijo. En cuanto luz y luz no tienen ninguna contrariedad, pero en cuanto
generado e ingenerado se los opone (Comm Eunomio II, 28).

Y que continúa el Magisterio actual.

Para santo Tomás la articulación del tratado de Dios en lo común y lo propio, en lo esencial y lo
personal, exigida por su personalismo y por su doctrina de la relación, se desplegó hasta en los
menores detalles de su tratado trinitario, como veremos en su momento. Este itinerario fue
adoptado por Pablo VI tanto en sus catequesis (cf. supra) como en su Solemne profesión de fe.
Esta partía de lo común a las tres personas divinas (8-9) antes de considerar las misiones
propias del Hijo y del Espíritu santo (10s; cf. AAS [1968] 434s). Otro tanto hizo el Catecismo
de la Iglesia católica al exponerla doctrina de Dios: partió del Dios único que es ser, verdad y
amor (párrafo I; CCE 199-231) para luego pasar al misterio trinitario a partir de Dios Padre en
cuanto persona primera, principio de toda comunicación intradivina (párrafo 2, CCE 232-267).

Esta unidad entre los dos aspectos del Tratado, no es meramente pedagógica, sino que refleja
una verdad más profunda que tiene tu raíz en el mismo Dios.

Pero el desarrollo mismo mostrará cómo hay una «trinidad en la unidad» esencial, a saber, la
trinidad del Dios que es ser, verdad y amor y cómo hay una «unidad en la trinidad» de las
personas, una unidad de comunión que es no sólo la unidad de la esencia idéntica sino, además
y principalmente, unidad perijorética, de inmanencia mutua de las personas, de acuerdo al dicho
de san Gregorio Nazianceno:
Os doy una sola divinidad y poder, qua existe una en los tres, y contiene los tres de una manen
distinta... Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero... Dios los tres considerados
en conjunto... No he comenzado a pensar en la unidad cuando ya la trinidad me baña con su
esplendor No he comenzado a pensar en la trinidad cuando ya la unidad me pasee de nuevo...
(Orarlo 40-41).

Finalmente, mientras este primer vaivén de la unidad a la trinidad —y viceversa— será el que
comunicará entre si ambas partes del tratado, un segundo vaivén, de las obras divinas al ser
divina y de éste a su obrar salvífico (o de la economía a la Trinidad inmanente y del obrar
inmanente de las personas divinas a su obrar en la historia salutis y en la creación), regirá el
pasaje de las correspondientes secciones de la primera y la segunda parte.

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